Darío en García Márquez

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Revista de Temas Nicaragüenses No.

75 © Carlos Tünnermann Bernheim


Darío en García Márquez

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Carlos Tünnermann Bernheim
La admiración por Darío.
Es bien conocida la admiración que Gabriel García Márquez siempre manifestó por la vida y
obra de nuestro Rubén Darío, particularmente por su poesía. Gabo leyó insistentemente a Darío
desde sus años adolescentes, al punto de saberse de memoria varios de los más notables poemas del
poeta. En una ocasión expresó que Lo fatal de Darío era la
mejor poesía escrita en idioma español.
La fascinación por la poesía dariana se instaló en
García Márquez desde sus años de estudiante de secundaria
del Liceo Nacional de Zipaquirá, pequeña y fría ciudad fa-
mosa en Colombia por su Catedral de Sal. Por esa época,
Gabo se entusiasmó por la renovación poética que realiza-
ban en su tierra natal los jóvenes poetas del grupo Piedra y
Cielo, movimiento alimentado por la influencia, un poco
tardía, de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, y la más
reciente de Pablo Neruda. En ese grupo militaban algunos
de los más sobresalientes valores de la lírica colombiana:
Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Darío Samper, Arturo
Camacho Ramírez y Carlos Martín. Por ese entonces, Ga- Nueva York, 1981 (©Eva Ru-
bo escribió algunos poemas, género que abandonó al con- binstein – 1982)
vencerse que lo suyo era la narrativa, tras leer La metamorfo-
sis de Kafka. Sin embargo, años después reconoció que “si no hubiera sido por Piedra y Cielo, no es-
toy seguro de haberme convertido en escritor”… “lo que me dieron ellos fue un elemento de rebel-
día contra el academicismo”…
Por circunstancias del destino, al suicidarse el Director del Liceo, que había impuesto las ma-
temáticas como disciplina dominante, asumió la dirección el poeta Carlos Martín, el benjamín del
grupo Piedra y Cielo quien, para regocijo del joven Gabo, trasladó el énfasis a la literatura, que el pro-
pio director impartía.

Infancias semejantes.
Según Desso Saldívar, biógrafo de García Márquez, Carlos Martín centró su enseñanza en la
obra y figura de Rubén Darío: “Podía estarse una hora analizando uno de sus sonetos, los motivos
del poema, la invención metafórica, el ritmo poemático”. Lo fatal y los Nocturnos de Darío fueron
especialmente comentados. Además, dice el mismo biógrafo, les enseñaba que el padre del moder-
nismo se había criado a la sombra de un viejo coronel, el tío abuelo Félix Ramírez Madregil, quien le
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contaba historias de guerras pasadas y un día lo llevó a conocer las novedades recién llegadas a León:
el hielo, las manzanas de California y el champaña de Francia. “Gabriel que se quedó desde entonces
magnetizado por la figura y la obra de Rubén Darío, debió mirarse como en un espejo en los relatos
de su profesor, pues él también había sido un niño soñador en una aldea del Caribe, al cuidado de su
abuela y de su tía abuela”… “Y como el poeta nicaragüense, Gabriel se había criado también a la
sombra de un viejo coronel que le contaba mil y una historias de las guerras civiles, el mismo que un
día le llevó de la mano a conocer el hielo”… Se ha especulado que la anécdota de Darío sobre el
hielo, dio pie a García Márquez para el célebre párrafo inicial de Cien años de soledad: “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

El otoño del patriarca : Homenaje a Darío.


Pero, donde la admiración de Gabo por Darío aflora plenamente es en su novela “El otoño del
patriarca” que García Márquez, en sus largas conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza (“El olor de
la guayaba”), asegura que esa novela la trabajó como “un poema en prosa”… “un libro sobre el
enigma humano del poder, sobre su soledad y su miseria”. “Literariamente hablando, el trabajo más
importante, el que puede salvarme del olvido es El otoño del
patriarca”, dijo entonces Gabo.
García Márquez en cierta ocasión expresó a quien
escribe, que El otoño del patriarca era su homenaje a Rubén
Darío. Así se lo dijo también a Apuleyo Mendoza: “¿Te has
dado cuenta de que allí hay versos enteros de Rubén Darío?
El otoño del patriarca está lleno de guiños a los conocedores
de Rubén Darío. Inclusive él es un personaje del libo. Y hay
un verso suyo, citado al descuido; un poema suyo, en prosa,
que dice: “Había una cifra en tu blanco pañuelo, roja cifra
de un nombre que no era el tuyo, mi dueño”. Antes se lo
había admitido, en 1979, a Alfonso Rentería en un reportaje
titulado “García Márquez habla de García Márquez: “Yo
creo que no se ha hecho un homenaje a Darío como en El
otoño del patriarca. Este libro tiene versos enteros de Rubén.
Fue escrito en el estilo de Rubén Darío”.
En Barcelona, escribiendo Bien dice, al respecto, la estudiosa dariísta Dra. Ny-
“El otoño del patriarca” (©R. Gar- dia Palacios Vivas: “hemos comprobado en una relectura de
cía Barcha – 1982) la novela que la estética de Darío puebla las páginas de El
otoño del patriarca. El escritor colombiano comienza y termi-

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na su obra con versos de “Sonatina”, “Marcha Triunfal”, “Responso a Verlaine”, entre otros”… “El
Nobel colombiano desacraliza a Darío al poner en labios de un pordiosero los versos de la Sonatina,
aquel ciego que por cinco centavos declamaba en las esquinas poemas del bardo nicaragüense”.
El patriarca y el joven poeta.
Para que no se confunda con la infortunada visita de Darío en 1915, agotado y enfermo, al
tirano de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, Gabo, en su novela, habla de la llegada al país caribe-
ño del patriarca, invitado por Leticia Nazareno, amante del tirano, del “joven poeta Félix Rubén
García Sarmiento, que había de hacerse famoso con el nombre de Rubén Darío”. El poeta leería sus
versos en la velada lírica del Teatro Nacional. Leticia Nazareno convence al déspota que la acompa-
ñe. Y en “un rincón del palco en penumbra desde donde vio sin ser visto al minotauro espeso cuya
voz de centella marina lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en
el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria que
no era la suya mi general, vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los
fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines de rudos penachos
que llevaban cautiva la extraña bandera para honor de unas armas que no eran las suyas, vio la tropa
de jóvenes fieros que habían desafiado los soles del rojo verano las nieves y vientos del gélido in-
verno la noche y la escarcha y el odio y la muerte para esplendor eterno de una patria inmortal más
grande y más gloriosa de cuantas él había soñado en los largos delirios de sus calenturas de guerrero
descalzo, se sintió pobre y minúsculo en el estruendo sísmico de los aplausos que él aprobaba en la
sombra”…

Darío en la silla más alta.


La novela concluye con el decrépito dictador al borde de la muerte, desmemoriado y de edad
indefinida, buscando recuerdos en los papelitos que ocultaba en los huecos de las paredes de su caó-
tico palacio, donde su soledad la compartía solo con las vacas extraviadas, los cerdos y las gallinas.
Buscaba el papelito en ocasión de un aniversario del poeta Rubén Darío “a quien Dios tenga en la
silla más alta de su santo reino, volvió a enrollar el papelito y lo dejó en su sitio mientras rezaba de
memoria la oración certera de padre y maestro mágico liróforo celeste”…
En El otoño del patriarca García Márquez logra plenamente su propósito de hacer una síntesis
de todos los dictadores latinoamericanos, pero en especial de los que han sembrado el terror y la
muerte en los países del Caribe. Gabo consideraba que la más acertada crítica a su novela no la ha-
bían hecho los literatos sino su amigo, el Gral. Omar Torrijos cuando le dijo: “Tu mejor libro es El
otoño del patriarca, todos somos así como tú dices”. Según Gabo, el dictador “es el único personaje
mitológico que ha producido la América Latina, y su ciclo histórico está lejos de ser concluido”. Es-
to bien lo sabemos los nicaragüenses. Los dinosaurios regresan.
Managua, mayo de 2014.

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