Darío en García Márquez
Darío en García Márquez
Darío en García Márquez
Infancias semejantes.
Según Desso Saldívar, biógrafo de García Márquez, Carlos Martín centró su enseñanza en la
obra y figura de Rubén Darío: “Podía estarse una hora analizando uno de sus sonetos, los motivos
del poema, la invención metafórica, el ritmo poemático”. Lo fatal y los Nocturnos de Darío fueron
especialmente comentados. Además, dice el mismo biógrafo, les enseñaba que el padre del moder-
nismo se había criado a la sombra de un viejo coronel, el tío abuelo Félix Ramírez Madregil, quien le
48
Revista de Temas Nicaragüenses No. 75 © Carlos Tünnermann Bernheim
Darío en García Márquez
contaba historias de guerras pasadas y un día lo llevó a conocer las novedades recién llegadas a León:
el hielo, las manzanas de California y el champaña de Francia. “Gabriel que se quedó desde entonces
magnetizado por la figura y la obra de Rubén Darío, debió mirarse como en un espejo en los relatos
de su profesor, pues él también había sido un niño soñador en una aldea del Caribe, al cuidado de su
abuela y de su tía abuela”… “Y como el poeta nicaragüense, Gabriel se había criado también a la
sombra de un viejo coronel que le contaba mil y una historias de las guerras civiles, el mismo que un
día le llevó de la mano a conocer el hielo”… Se ha especulado que la anécdota de Darío sobre el
hielo, dio pie a García Márquez para el célebre párrafo inicial de Cien años de soledad: “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
49
Revista de Temas Nicaragüenses No. 75 © Carlos Tünnermann Bernheim
Darío en García Márquez
na su obra con versos de “Sonatina”, “Marcha Triunfal”, “Responso a Verlaine”, entre otros”… “El
Nobel colombiano desacraliza a Darío al poner en labios de un pordiosero los versos de la Sonatina,
aquel ciego que por cinco centavos declamaba en las esquinas poemas del bardo nicaragüense”.
El patriarca y el joven poeta.
Para que no se confunda con la infortunada visita de Darío en 1915, agotado y enfermo, al
tirano de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, Gabo, en su novela, habla de la llegada al país caribe-
ño del patriarca, invitado por Leticia Nazareno, amante del tirano, del “joven poeta Félix Rubén
García Sarmiento, que había de hacerse famoso con el nombre de Rubén Darío”. El poeta leería sus
versos en la velada lírica del Teatro Nacional. Leticia Nazareno convence al déspota que la acompa-
ñe. Y en “un rincón del palco en penumbra desde donde vio sin ser visto al minotauro espeso cuya
voz de centella marina lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en
el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria que
no era la suya mi general, vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los
fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines de rudos penachos
que llevaban cautiva la extraña bandera para honor de unas armas que no eran las suyas, vio la tropa
de jóvenes fieros que habían desafiado los soles del rojo verano las nieves y vientos del gélido in-
verno la noche y la escarcha y el odio y la muerte para esplendor eterno de una patria inmortal más
grande y más gloriosa de cuantas él había soñado en los largos delirios de sus calenturas de guerrero
descalzo, se sintió pobre y minúsculo en el estruendo sísmico de los aplausos que él aprobaba en la
sombra”…
50