AMBROSIO de MILAN - El Misterio de La Encarnacion Del Senor
AMBROSIO de MILAN - El Misterio de La Encarnacion Del Senor
AMBROSIO de MILAN - El Misterio de La Encarnacion Del Senor
AMBROSIO
DE MILÁN
el misterio de la
encamación del señor
Ciudad Nueva
Ambrosio de Milán
EL MISTERIO DE LA
ENCARNACIÓN DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE LA
ENCARNACIÓN DEL SEÑOR
Introducción, traducción y notas de
Carlos Granados García y Víctor Soldevilla Manrique
Ciudad Nueva
Madrid - Bogotá - Buenos Aires - México - Montevideo - Santiago
© Carlos Granados García - Víctor Soldevilla Manrique
ISBN: 84-9715-076-7
Depósito Legal: M-21.965-2005
Impreso en España
A nuestros padres:
Marta Antonia y Eduardo,
Enrique y Pilar
SIGLAS Y ABREVIATURAS
a
1. Sobre la fecha del nací- gio e la sua eta, Milano 1960,
miento, cf. A. PAREDI, S. Ambro- p. 17.
10 Introducción
LA RESPUESTA D E AMBROSIO A L E R R O R D E A P O L I N A R
El porqué de un título
13. Cf. Mt 1 8 , 6 .
1 4 . PAULINO DE MILÁN, Vita Ambrosii, 18.
18 Introducción
¿Cuándo se compuso?
19
fecha de r e d a c c i ó n . A m b r o s i o se p r o p o n e en la segunda
parte del Misterio de la Encarnación del Señor responder
a la polémica suscitada con Paladio de Ratiaria en el c o n -
2 0
cilio de A q u i l e y a (3 de septiembre de 3 8 1 ) . Paladio fue
condenado en dicho concilio, pero inmediatamente escri-
bió un libro c o n t r a A m b r o s i o para denunciar los p r o -
cedimientos allí usados y volver a exponer sus ideas.
Parece que la segunda parte de la obra de A m b r o s i o es
una respuesta al libelo de Paladio. Si esto es cierto, el es-
crito ambrosiano debería colocarse al menos a c o m i e n z o s
del 3 8 2 .
Esta fecha encuentra además confirmación en otro pa-
saje, esta vez de la primera parte, que parece retomar algu-
nas expresiones de Paladio. Dichas afirmaciones se refieren
a la polémica entre Dámaso, papa a la sazón, y el propio
Paladio. Dámaso reivindicaba, en cuanto obispo de la sede
romana, una prerrogativa que hacía distinta su sede de todas
las demás. Pero Paladio se mostraba en desacuerdo; a su jui-
cio n o existía privilegio alguno, ya que aquello que Jesús
decía a Pedro en el Evangelio era válido para todos los obis-
pos. E n nuestra obra A m b r o s i o defiende la posición de D á -
maso. Así, comentando la respuesta de Pedro a Jesús refe-
21
rida p o r M a t e o , dice que Pedro responde «ante los demás
apóstoles, más aún, en nombre de los demás. Y p o r eso se
le llama fundamento: porque supo guardar no sólo lo pro-
pio, sino también lo común» (n. 3 3 ) . E s decir, que Pedro
tiene una posición única respecto a los demás apóstoles, y
Texto y traducción
1
1. 1. Y o deseo acuñar la moneda para pagar mi deuda,
2
p e r o no encuentro a mis acreedores de ayer . Quizá han
pensado que nos íbamos a turbar por una reunión impre-
vista, pero la fe verdadera nunca se turba.
4
ees y sin embargo no divides rectamente, entonces pe-
5
caste .
12
8. E s t o se le dice al sabeliano , que confunde al Padre
13
y al H i j o . Se le dice esto al marcionita , que considera que
uno es el D i o s del N u e v o y otro el del Antiguo Testamen
14
to. Se le dice esto al maniqueo y al valentiniano , que no
creyeron que Cristo asumiera la verdad de la carne huma
15
na. Pablo de Samosata y Basílides se incluyen también
entre los destinatarios de esta sentencia.
16. Y por eso lleno del Espíritu Santo, el que sabía que
el principio no es principio del tiempo, sino que está sobre
todo lo temporal, abandonó lo temporal y, ascendiendo por
el Espíritu sobre todo principio, dice: En el principio era el
Verbo. E s decir, descartemos el cielo; pues aún no existía
cuando en el principio era el Verbo. Pues si el cielo tiene
principio, D i o s no lo tiene, ya que en el principio hizo Dios
29
el cielo y la tierra . E l hizo y el era, son cosas distintas:
aquello que se hace es que comienza; lo que era no tiene
30
principio, sino que precede a todo principio . Descartemos
50
decís de mí , al punto, sin olvidar su lugar, ejerció su pri
mado: primado de confesión ciertamente, no de honor; pri
51
mado de fe, n o de orden . E s t o es c o m o decir: «Ahora que
nadie me venza, ahora es mi turno. D e b o compensar lo que
callé, debe ser provechoso lo que callé. M i lengua no tiene
espinas, la fe debe salir sin impedimento. Mientras unos v o
mitan el cieno de la impiedad proclamada, aunque ajena: los
que decían que Cristo era Elias, o Jeremías o uno de los pro
52
fetas - e s a voz tuvo cieno y tuvo espinas-; mientras otros,
entre tanto, lavan este cieno, y en otros se arrancan estas
espinas, que nuestra voz lo proclame diciendo: «Cristo, H i j o
de D i o s » . M i palabra es pura, en ella ninguna expresión de
impiedad ha dejado tras sí espinas».
65 66
bre los infiernos le vieron . P o r último exhaló el espíritu ;
no lo perdió, sino que lo exhaló, c o m o quien es libre para
dejar o tomar el cuerpo. Colgaba en la cruz, y ponía en m o -
vimiento el universo; temblaba en el leño el que hacía tem-
blar a todo este mundo; estaba entre suplicios, sufría heri-
das, y donaba el reino celeste; hecho el pecado de todos,
67
lavaba los pecados del género h u m a n o . P o r último murió
- y lo digo aún una segunda y una tercera vez con gritos de
alegría: « M u r i ó » - , para que su muerte se convirtiera en vida
para los muertos.
72
raleza divina? Ahora mi alma, dice, está turbada ; el alma
está turbada, no la Sabiduría. Pues la Sabiduría permanecía
inmutable, aunque rodeada con el velo de la carne. Ya que,
73 74
en aquella «forma de siervo» , era «plenitud de l u z » ver-
dadera, y cuando se «anonadó», era «luz»; y así decía: Ca-
75
minad, mientras tenéis luz . Y cuando estuvo en la muer-
te, n o estaba en las sombras, y por eso también a los que
estaban en el infierno les derramaba la luz de la vida eter-
76
na. Irradiaba también allí la luz verdadera de la Sabidu-
ría; iluminaba el infierno, pero no se dejaba encerrar por el
infierno. Pues, «¿cuál es el lugar propio de la sabiduría?». Y
dice el justo: ¿Desde cuándo se adquiere la Sabiduría? ¿ Cuál
es la sede de la disciplina? El hombre desconoce su camino
77
y ella no se halla entre los hombres .
9 1 . 1 P 4 , l. 94. Jn 7, 39.
92. Cf. ATANASIO, Epicteto 9 5 . Cf. Jn 1 6 , 1 3 . Cf. ATANA-
V I , 4 - 5 ( P G 2 6 , 1 0 6 0 B - C ) ; EPIFA- SIO, Epicteto V I I , 1 - 2 (PG 2 6 ,
NIO DE SALAMINA, Panarion 77, 1 0 6 1 A - B ) ; EPIFANIO DE SALAMINA,
V I I I , 4 - 5 ( G C S 2 5 , p. 4 2 3 , 1 3 - 1 8 ) . Panarion 77, I X , 1-2 (GCS 2 5 , p.
93. Mt 14, 2 6 . 423, 28-32).
El misterio de la Encarnación del Señor V, 44 - VI, 49 47
querido citar estas palabras, para que a partir de las cosas es-
critas, se deduzca el nombre del autor, y se comprenda que la
fuerza de la verdad no puede ser obstaculizada con argumen-
tos y palabras adornadas, por muy refinadas que éstas sean.
113
carne ; y a los Gálatas: Cuando se cumplió la plenitud de
114
los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho de mujer ; y a T i
moteo le dijo: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de
115
entre los muertos, de la descendencia de David .
?
54. P o r tanto, t o m ó de nosotros lo que ofrecería c o m o
suyo por nosotros, para redimirnos con lo nuestro y con
ferirnos de lo suyo lo que no era nuestro, por su divina ge
116
nerosidad . P o r tanto, se ofreció según nuestra naturaleza,
para realizar lo que está por encima de nuestra naturaleza.
D e lo nuestro ofreció el sacrificio; de lo suyo nos confirió
el premio. Y muchas cosas encontrarás en E l tanto según
nuestra naturaleza c o m o por encima de nuestra naturaleza.
Pues según la condición del cuerpo estuvo en el útero, nació,
fue amamantado, fue colocado en el pesebre; pero por en
cima de esta condición [humana] la Virgen lo concibió y la
Virgen lo engendró. Para que creyeras que era D i o s el que
renovaba nuestra naturaleza, y que era hombre el que según
117
la naturaleza nacía de h o m b r e ^
149
«repugna a la ley de la m e n t e » . Pero el que esto dice, está
lejos de pensar que Cristo fuera a ser conducido por la ley
de la carne a las cadenas del pecado. C r e y ó , más bien, que
puesto él mismo en el ardor de la fragilidad humana, p o -
dría recibir socorro p o r medio de Cristo, diciendo: Soy un
hombre infeliz, ¿quién me liberará del cuerpo de esta muer-
te? La gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucris-
1
to ™. P o r tanto, el que libraba a los otros del peligro de la
carne, ¿acaso podía temer ser vencido E l mismo por tiranía
alguna de esa carne?
154
sábados ; aunque también esta sentencia se puede inter-
pretar referida al alma de C r i s t o , que ciertamente ha sido
155
'entregada' para abolir el error de la superstición judía
e instituir la verdad del único sacrificio.
156
67. Mas, aunque duden de este texto profético , aun así
no pueden negar que este dicho evangélico habla sobre la po-
sesión del alma, ya que se refiere a la muerte y resurrección
del Señor, por esto añade: Nadie me la quita, sino que yo la
entrego por mí mismo. Tengo potestad para entregarla y po-
157
testad para asumirla de nuevo . Así pues, entrega la misma
alma que tomó. «Tomó», digo; pues el mismo Verbo vivo de
Dios no hizo en su carne las veces de nuestra alma, sino que,
al igual que nuestra carne, así tomó también nuestra alma,
con una perfecta asunción de la naturaleza humana. Digo que
«asumió» el alma para bendecirla con el misterio de su en-
carnación; que «tomó» mi afecto para enmendarlo.
161
m o n t a d o » , no pudiera gobernar su carne o alma perfecta
ni su entendimiento humano. El que hizo la oreja, ¿no
162
oirá? , el que a otros dirigía, ¿no podrá regirse a sí mismo?;
el que perdonaba los pecados, ¿cometía pecado? Dejen de
temer esa especie de pedagogos de Cristo demasiado an-
gustiados por que la concupiscencia de la carne, que no hizo
163
caer a Pablo sino sólo le «opuso resistencia» , oprimiera
en É l incluso a la «ley de la mente». E l atleta de Cristo enu-
mera las victorias de su mente; y ¿estos temen que la carne,
que venció en el siervo, vacilase en el señor?
169
miento carnal . C o n el entendimiento humano he dicho
170
que "mi alma estaba turbada" ; con el entendimiento hu-
171
mano "tuve h a m b r e " ; con el entendimiento humano
172
" r o g u é " , Y o , acostumbrado a escuchar a los que piden;
con el entendimiento humano progresé, c o m o está escrito:
Y Jesús progresaba en edad, sabiduría y gracia delante de
173
Dios y de los hombres ».
174
72. ¿ D e qué modo progresaba la «sabiduría de D i o s » ?
Q u e te lo enseñe el orden de las palabras. E l progreso en
edad es también un progreso en sabiduría, pero en la hu-
175
m a n a . P o r esto ha puesto delante la edad, para que creas
que esto se dijo refiriéndose al hombre; pues la edad no es
propia de la divinidad, sino del cuerpo. Luego si progresa-
ba en la edad humana, progresaba en la sabiduría humana.
Pero si la sabiduría proviene del entendimiento, entonces la
sabiduría progresa con el entendimiento. Jesús progresaba
176
en edad y sabiduría . ¿ Q u é entendimiento progresaba? Si
el humano, entonces es que fue asumido; si el divino, en-
tonces es mutable a causa del progreso; pues lo que crece,
ciertamente se muda en algo mejor. Pero lo que es divino,
no se muda; luego lo que se mudaba, ciertamente no era di-
vino; es decir, que crecía el entendimiento humano. Luego
asumió el entendimiento humano.
m
na, pues no podía robustecerse la fuerza de Dios ni cre-
179
cer D i o s ni la profundidad de su sabiduría ni llenarse la
1 0
plenitud de la divinidad * . Así, la que se llenaba no era la
sabiduría de D i o s sino la nuestra. Pues, ¿de qué manera
181
podía llenarse el que ascendió para llenarlo todo ?
186
un alma racional y capaz de entender , humana y de la
misma sustancia que nuestras almas, y asumiendo una carne
similar a la nuestra y de la misma sustancia que nuestra
187
carne, el Verbo divino fue perfecto h o m b r e , sólo que sin
mancha alguna de pecado, porque El no cometió pecado, sino
que se hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos
1 8 8
justicia de Dios en £ / . Luego su carne y alma son de la
misma sustancia que nuestra carne y alma.
4
o í d o . ¿ Q u é mudables serán esa clase de hombres que dicen
que usamos términos que no están en las Escrituras, cuan-
do decimos lo que está en ellas, mientras que ellos nos
5
ponen objeciones con términos ajenos a la Escritura ?
¿Acaso no se contradicen ellos mismos y diluyen la auto-
ridad de su calumnia?
IX. 89. Ahora, que ellos expliquen dónde han leído que
el Padre es ingénito. Pero si pretenden por pura dialéctica
que se les conceda servirse, c o m o si se leyera [en la Escri-
tura], de lo que no han podido leer, muestran rendirse al
afán de controversia y no buscar el conocimiento de la ver-
18. Ga 4, 8. 19. 1 Ts 1, 9.
El misterio de la Encarnación del Señor VIII, 86 - IX, 92 65
30. Cf. BASILIO, Adv. Eunom. la que habla aquí Ambrosio, po-
I I , 9 (PG 2 9 , 5 8 8 C - 5 8 9 A ) . dría traducirse también como re-
31. Mt 8 , 2 0 . lación de la sustancia (cf. BASILIO,
32. Sal 8 9 ( 8 8 ) , 2 3 . Adv. Eunom. II, 9 (PG 29, 588C-
33. Jn 8 , 4 4 ; Hch 1 3 , 10; 1 Jn 589A), donde Basilio contrapone
3, 10. aquellas cosas que se predican de
3 4 . Para lo que sigue cf. AM- algo en un modo absoluto y aque-
BROSIO, De Fide I I I , 1 2 7 . llas que se dicen por la relación de
3 5 . La substantive qualitas de ese algo con otra cosa).
El misterio de la Encarnación del Señor IX, 97-101 69
216
las dominaciones ; visibles, c o m o el sol, la luna, las estre-
llas, el hombre, la tierra. Las especies son diversas y diver-
sas son también las sustancias de las criaturas; por ello, si
quieres expresar lo propio de alguna criatura, la llamarás p o r
su nombre: el sol, la luna o las estrellas, y así se entiende
qué es lo que has querido indicar.
103. Igualmente, ¿qué hay que sea tan de una sola na-
turaleza c o m o nuestra carne con la realidad del cuerpo del
110. Pero los que niegan que sea semejante según la uni-
dad de naturaleza, le consideran semejante a todos los
demás. A s í suelen decir: «¿Por qué pensáis que la Escritu-
ra concedió un gran privilegio al H i j o llamándolo "imagen",
cuando el mismo Dios ha dicho a los hombres: Sed santos,
52
puesto que yo soy santo y el H i j o ha dicho: Sed perfectos
como también vuestro Padre, que está en los cielos, es per-
55
fecto }». Y no se dan cuenta de que esto mismo prueba que
el H i j o es semejante al Padre según la «plenitud de la divi-
54
nidad» , de un modo perfecto y no en parte. Además, si
muchos son semejantes, ¿por qué sólo del H i j o se dice que
55 56
es imagen de Dios invisible e impronta de su sustancia ,
sino porque en El se da la unidad de su misma naturaleza
y la expresión de su majestad?
Job Isaías
28, 12.13: V, 41. 1, 13.14: VII, 66. 67.
28, 13: V, 42. 6, 10: III, 14.
28, 14: V, 42. 7, 14: VI, 59.
8, 4: VII, 74.
Salmos 50, 6: V, 44.
16 (15), 4: IV, 30.
16 (15), 10: V, 42. Joel
19 (18), 6: V, 35. 2, 28: VI, 59.
80 índice bíblico
Amos Lucas
9, 5.6: X , 115. 1, 35: VI, 52. 53. 61; IX,
103.
Zacarías 2, 7: VI, 52.
2, 8.9.12.13: X , 114. 2, 40: VII, 73.
2, 52: VII, 71. 72.
Malaquías 3, 22: III, 22.
3, 6: VI, 55. 5, 10: III, 15.
9, 18: IV, 27.
Mateo 19, 3C): VII, 69.
1, 23: VI, 52. 59. 23, 2Í : VII, 70.
3, 17: VI, 48. 58. 23, 4Í.: V, 42.
4,2: VII, 71. 24, 5: V, 43.
4, 19: III, 15. 24, 51 : X , 115.
5, 48: X , 110.
8, 20: IX, 97. Juan
10, 2: IV, 30. 1, 1: II, 13; III, 15. 17.
13, 15: III, 14. 18; V, 38. 42.
14, 25: V, 43. 1, 7: V, 41.
14, 26: VI, 46. 1, 9: V, 41.
16, 13: Intr., 19; IV, 27. 29. 1, 11: VI, 48.
16, 14: IV, 32. 1, 14: II, 13; VI, 47. 48.
16, 15: IV, 32. 59. 60; IX, 92.
16, 16: IV, 27. 1, 16: V, 41.
16, 17: IV, 33. 1, 18: II, 13; V, 42; IX,
16, 17-19: IV, 29. 92.
16, 18: IV, 33; V, 34. 1, 29: I, 4; VI, 48.
16, 27: X , 115. 5, 21: III, 15.
17, 3: IV, 28. 7, 23: VII, 68.
18, 6: Intr., 17. 7, 39: VI, 46.
21, 18: VII, 71. 8, 44: IX, 97.
26, 38: VII, 63. 10, 15 : VII, 66.
26, 39: VII, 63. 71. 10, 17 : VII, 66.
26, 64: X , 115. 10, 18 : VII, 67.
27, 50: V, 39. 10, 30 : VI, 57; VIII, 84.
27, 51: X , 115. 12, 27 V, 41; VII, 71.
27, 59: V, 40. 12, 35 : V, 41.
27, 60: V, 40. 13, 23-25: III, 21. 29.
14, 9: X , 112.
Marcos 14, 10 : VIII, 84.
14, 36: VII, 63. 14, 28 : IX, 93.
16, 19: X , 115. 16, 13 : VI, 46.
índice bíblico 81
Cristo: generación de: II, 8; asu Encarnación: causa de: VI, 56.
mió la carne: II, 8; III, 22; IV, Escritura: leer la Escritura: III,
23; V, 56. 65. 69; VII, 63. 75. 14; VIII, 88; IX, 97; «ingéni
77; I X , 103; asumió un alma to» no está en la Escritura:
perfecta: VII, 63. 65. 66. 67. VIII, 80. 81; IX, 93; X , 113;
69; no pecó: VII, 64. 65. 69; testimonio de Cristo: VI, 54;
padeció en la carne: V, 44. 45; IX, 104; X , 110. 116.
VI, 52. 57; unidad de: VII, 75. Epicteto: de Atanasio contra: V,
77. 78; Hijo de Dios, de na 37. 39. 40. 45; VI, 46. 47. 50.
turaleza divina: IV, 32; V, 35; 52. 54. 56. 58. 60; VIL 78.
VIII, 83; IX, 113; testimonio Espíritu: una divinidad con
de Juan y Pedro: IV, 28. 29; Padre e Hijo: II, 9; VI, 49;
V, 32. 33; nacido de María: VII, 77; VIII, 84. 86; IX, 101;
IV, 26; reconocer al Verbo en en la vida de Cristo: III, 16.
Cristo: III, 15; VI, 48. 22; V, 39. 42; IX, 103; ingé
nito: IX, 93; no padeció: VII,
Dios: Dios Padre: II, 6. 9; III, 19; 63; omnipotente: X , 116.
VI, 47; VIII, 84; IX, 96. 105;
Dios Hijo: II, 9; IV, 28. 29. Fe: proclamar la fe: IV, 28. 32;
32; V, 35. 40. 44; VI, 47. 53. fundamento de la Iglesia: V,
57; VII, 71; VIII, 79. 83; I X , 34; contenido de la fe: V, 35;
104; Espíritu de Dios: VII, VIII, 83.
72. 74; Verbo de Dios: VI, 48.
50. 52. 60; VII, 67. 76; natu Graciano: emperador: Intr., 10.
raleza de Dios: II, 11; III, 16. 1 1 . 1 6 . 1 8 . 2 0 . 22-23; 1,1; VII,
18. 20; IV, 25; V, 38; VII, 73; 80.
VIII, 81. 86. 87; IX, 94; ima
gen de Dios: X , 109. 110. 112; Hombre: V, 41. 42. 43; VI, 46;
creador: III, 16; I X , 96. 102. VII, 64; X , 111; naturaleza
86 índice de nombres y materias
SIGLAS Y ABREVIATURAS 7
INTRODUCCIÓN 9
SAN AMBROSIO DE MILÁN 9
O B R A S D E SAN A M B R O S I O 12
LA RESPUESTA D E A M B R O S I O A L E R R O R D E A P O L I N A R 14
EL MISTERIO D E LA E N C A R N A C I Ó N D E L S E Ñ O R 16
AMBROSIO DE MILÁN
PARTE PRIMERA 27
PARTE SEGUNDA 61
ÍNDICE BÍBLICO 79
ÍNDICE DE AUTORES 83
Í N D I C E D E N O M B R E S Y MATERIAS 85
Editorial Ciudad Nueva
BIBLIOTECA D E PATRÍSTICA*
AGUSTÍN DE HIPONA
- Confesiones (60)
AMBROSIO DE MILÁN
- La penitencia (21)
- El Espíritu Santo (41)
- Explicación del Símbolo - Los sacramentos - Los misterios (65)
- El misterio de la Encarnación del Señor (66)
ANDRÉS DE CRETA
- Homilías marianas (29)
ATANASIO
- La encarnación del Verbo (6)
- Contra los paganos (19)
- Vida de Antonio (27)
BASILIO DE CESÁREA
- El Espíritu Santo (32)
CASIODORO
- Iniciación a las Sagradas Escrituras (43)
CESÁREO DE ARLES
- Comentario al Apocalipsis (26)
CIPRIANO
CIRILO DE JERUSALÉN
- El Espíritu Santo (11)
CROMACIO DE AQUILEYA
- Comentario al Evangelio de Mateo (58)
DIADOCO DE FÓTICE
- Obras completas (47)
DÍDIMO EL CIEGO
- Tratado sobre El Espíritu Santo (36)
EPIFANIO EL MONJE
- Vida de María (8)
EVAGRIO PÓNTICO
- Obras espirituales (28)
GERMÁN DE CONSTANTINOPLA
- Homilías mariológicas (13)
GREGORIO DE NISA
- La gran catequesis (9)
- Sobre la vocación cristiana (18)
- Sobre la vida de Moisés (23)
- La virginidad (49)
- Vida de Macrina - Elogio de Basilio (31)
GREGORIO MAGNO
- Regla pastoral (22)
- Libros morales/1 (42)
- Libros morales/2 (62)
GREGORIO NACIANCENO
- Homilías sobre la Natividad (2)
- La pasión de Cristo (4)
- Fuga y autobiografía (35)
- Los cinco discursos teológicos (30)
GREGORIO TAUMATURGO
- Elogio del maestro cristiano (10)
HILARIO DE POITIERS
- Tratado de los misterios (20)
JERÓNIMO
- Comentario al Evangelio de san Marcos (5)
- La perpetua virginidad de María (25)
- Comentario al Evangelio de Mateo (45)
- Comentario al Eclesiastés (64)
JUAN CRISÓSTOMO
- Las catequesis bautismales (3)
- Homilías sobre el Evangelio de san Juan/1 (15)
- Homilías sobre el Evangelio de san Juan/2 (54)
- Homilías sobre el Evangelio de san Juan/3 (55)
- Comentario a la Carta a los Gálatas (34)
- Sobre la vanagloria, la educación de los hijos y el matrimonio (39)
- La verdadera conversión (40)
- Sobre el matrimonio único (53)
- Diálogo sobre el sacerdocio (57)
JUAN DAMASCENO
- Homilías cristológicas y marianas (33)
- Exposición de la fe (59)
L E Ó N MAGNO
- Cartas cristológicas (46)
MÁXIMO EL CONFESOR
- Meditaciones sobre la agonía de Jesús (7)
- Tratados espirituales (37)
MINUCIO FÉLIX
- Octavio (52)
NlCETAS DE REMESIANA
- Catecumenado de adultos (16)
N l L O DE ANCIRA
- Tratado ascético (24)
ORÍGENES
- Comentario al Cantar de los Cantares ( 1 )
- Homilías sobre el Éxodo ( 1 7 )
- Homilías sobre el Génesis ( 4 8 )
- Homilías sobre el Cantar de los Cantares ( 5 1 )
PADRES APOSTÓLICOS ( 5 0 )
PEDRO CRISÓLOGO
- Homilías escogidas ( 4 4 )
RUFINO DE AQUILEYA
- Comentario al símbolo apostólico ( 5 6 )
TERTULIANO
- El apologético ( 3 8 )
- A los mártires - El escorpión - La huida en la persecución ( 6 1 )
- A los paganos - El testimonio del alma ( 6 3 )
Editorial Ciudad Nueva
F U E N T E S PATRÍSTICAS
SECCIÓN TEXTOS:
6 - HERMAS, El pastor
314 págs.
8 - NOVACIANO, La Trinidad
320 págs.
1 1 - GREGORIO DE ELVIRA, La fe
2 0 0 págs.
SECCIÓN ESTUDIOS: