Su Hogar Es El Mundo Entero Clara Zetkin
Su Hogar Es El Mundo Entero Clara Zetkin
Su Hogar Es El Mundo Entero Clara Zetkin
ePub r1.1
Titivillus 09.11.2019
Rosa Luxemburgo & Clara Zetkin, 2019
Cubierta
Prólogo
II
III
IV
VI
VII
En el albergue
La proletaria
Rosa Luxemburg
Apéndice I
Principios básicos
Apéndice II
Sobre el autor
Notas
PRÓLOGO
Pues bien, con el fin de dar un paso en el sentido de corregir esta injusticia,
hemos compilado una pequeña muestra de artículos y discursos de estas dos
revolucionarias, centrándonos en el tema de la emancipación de la mujer, con
el fin de darle a los y las lectoras una idea de su sensibilidad social y sus
posiciones políticas reales, que no siempre coinciden con la imagen que se
proyecta de ellas.
Para dar una imagen más completa de sus ideas, hemos incluido también las
Tesis de la Internacional Comunista sobre el trabajo entre las mujeres, que
Zetkin ayudó a redactar, así como un esbozo biográfico de ambas
revolucionarias. Hemos tomado como base las traducciones existentes y
disponibles en línea, debidas a distintos traductores, que en muchos casos
fueron militantes desinteresados. Les damos nuestro reconocimiento.
Rosa Luxemburg
TEXTOS DE ROSA LUXEMBURG
EL SOCIALISMO Y LAS IGLESIAS
Los obreros pueden comprobar fácilmente que el encono del clero hacia los
socialdemócratas no fue en modo alguno provocado por estos. Los
socialdemócratas han emprendido la tarea de agrupar y organizar a los
obreros en la lucha contra el capital, es decir, contra los explotadores que les
exprimen hasta la última gota de sangre, y en la lucha contra el gobierno
zarista, que mantiene prisionero al pueblo. Pero los socialdemócratas jamás
azuzan a los obreros contra el clero, ni se inmiscuyen en sus creencias
religiosas; ¡de ninguna manera! Los socialdemócratas del mundo y de nuestro
país consideran que la conciencia y las opiniones personales son sagradas.
Cada quien puede sustentar la fe y las ideas que le hagan feliz. Nadie tiene
derecho a perseguir o atacar a los demás por sus opiniones religiosas. Eso
piensan los socialistas. Y por esta razón, entre otras, los socialistas llaman al
pueblo a luchar contra el régimen zarista, que viola continuamente la
conciencia de los hombres al perseguir a católicos, católicos rusos, judíos,
herejes y librepensadores. Son precisamente los socialdemócratas quienes
más abogan por la libertad de conciencia. Parecería, por tanto, que el clero
debería prestar ayuda a los socialdemócratas, que tratan de esclarecer al
pueblo trabajador. Cuanto más comprendemos las enseñanzas que los
socialistas dan a la clase obrera, menos comprendemos el odio del clero hacia
los socialistas.
Los socialdemócratas se proponen poner fin a la explotación de los
trabajadores por los ricos. Cualquiera pensaría que los servidores de la
Iglesia serían los primeros en facilitarles la tarea a los socialdemócratas.
¿Acaso Jesucristo (cuyos siervos son los sacerdotes) no enseñó que «es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que los ricos entren en el
reino de los cielos»? Los socialdemócratas tratan de imponer en todos los
países un régimen social basado en la igualdad, la libertad y la fraternidad de
todos los ciudadanos. Si el clero realmente desea poner en práctica el
precepto «ama a tu prójimo como a ti mismo», ¿por qué no acoge con agrado
la propaganda socialdemócrata? Con su lucha desesperada, con la educación
y organización del pueblo, los socialdemócratas tratan de sacarlo de su
opresión y ofrecer a sus hijos un futuro mejor. A esta altura, todos tendrían
que admitir que los curas deberían bendecir a los socialdemócratas. ¿Acaso
Jesucristo, a quien ellos sirven, no dijo «lo que hagas por los pobres lo haces
por mí»?
Además, todos saben cómo los curas se aprovechan de los obreros; les sacan
dinero en ocasión del casamiento, el bautismo y el entierro. ¿Cuántas veces
sucede que un cura, llamado al lecho de un enfermo para administrarle los
últimos sacramentos, se niega a presentarse hasta que se le paguen sus
«honorarios»? Presa de la desesperación, el obrero sale a vender o empeñar
todo lo que posee con tal de que no les falte consuelo religioso a sus seres
queridos.
Es cierto que hay eclesiásticos de otra talla. Hay algunos llenos de bondad y
compasión, que no buscan el lucro; estos están siempre dispuestos a ayudar a
los pobres. Pero debemos reconocer que son muy pocos, que son las moscas
blancas. La mayoría de los curas se arrastran sonrientes ante los ricos,
perdonándoles con su silencio toda depravación, toda iniquidad. Otro es su
comportamiento con los obreros; sólo piensan en esquilmarlos sin piedad; en
sus severos sermones fustigan la «codicia» de los obreros, cuando estos
simplemente se defienden de los abusos del capitalismo. La flagrante
contradicción que existe entre las acciones del clero y las enseñanzas del
cristianismo debe ser materia de reflexión para todos. Los obreros se
preguntan por qué, en su lucha por la emancipación, encuentran en los
siervos de la Iglesia enemigos y no aliados. ¿Cómo es que la Iglesia defiende
la riqueza y la explotación sangrienta en vez de ser un refugio para los
explotados? Para comprender este fenómeno extraño basta echar un vistazo a
la historia de la Iglesia y examinar su evolución a través de los siglos.
II
Hay una sola diferencia entre la Roma decadente y el imperio del zar; Roma
no conocía el capitalismo; la industria pesada no existía. En esa época, el
orden imperante era la esclavitud. Los nobles, los ricos, los financistas
satisfacían sus necesidades poniendo a trabajar a los esclavos que las guerras
les dejaban. Con el paso del tiempo estos ricos se adueñaron de casi todas las
provincias italianas quitándoles la tierra a los campesinos romanos. Al
apropiarse de los cereales de las provincias conquistadas como tributo sin
costo, invertían esas ganancias en sus propiedades, plantaciones magníficas,
viñedos, prados, quintas y ricos jardines, cultivados por ejércitos de esclavos
que trabajaban bajo el látigo del capataz. Los campesinos privados de su
tierra y de pan fluían a la capital desde todas las provincias. Pero allí no se
encontraban en mejor situación para ganarse la vida, puesto que todo el
trabajo lo hacían los esclavos. Así se formó en Roma un numeroso ejército de
desposeídos —el proletariado— que no podía vender ni su fuerza de trabajo.
La industria no podía absorber a esos proletarios provenientes del campo,
como ocurre hoy; se convirtieron en víctimas de la pobreza sin remedio, en
mendigos. Esta gran masa popular, hambrienta y sin trabajo, que atosigaba
los suburbios y los espacios abiertos y las calles de Roma, constituía un
peligro permanente para el gobierno y las clases poseedoras. Por ello el
gobierno se vio obligado a salvaguardar sus intereses aliviando su pobreza.
De vez en cuando distribuía entre el proletariado maíz y otros comestibles
almacenados en los graneros del Estado. Para hacerles olvidar sus penas les
ofrecía espectáculos circenses gratuitos. A diferencia del proletariado
contemporáneo, que mantiene a toda la sociedad con su trabajo, el inmenso
proletariado romano vivía de la caridad.
Los infelices esclavos, tratados como bestias, hacían todo el trabajo en Roma.
En este caos de pobreza y degradación, el puñado de magnates romanos
pasaba los días en orgías y en medio de la lujuria. No había salida para esta
monstruosa situación social. El proletariado se quejaba, y de vez en cuando
amenazaba con iniciar una revuelta, pero una clase de mendigos, que vive de
las migajas que caen de la mesa del señor, no puede iniciar un nuevo orden
social. Los esclavos que con su trabajo mantenían a toda la sociedad estaban
demasiado pisoteados, demasiado dispersos, demasiado aplastados por el
yugo, tratados como bestias, y vivían demasiado aislados de las demás clases
como para poder transformar la sociedad. A menudo se alzaban contra sus
amos, trataban de liberarse mediante batallas sangrientas, pero el ejército
romano aplastaba las revueltas, masacraba a miles de esclavos y crucificaba a
otros tantos.
Hemos visto que los proletarios romanos no vivían de su trabajo, sino de las
limosnas del gobierno. De modo que la consigna de propiedad colectiva que
levantaban los cristianos no se refería a los bienes de producción, sino a los
de consumo. No exigían que la tierra, los talleres y las herramientas se
convirtieran en propiedad colectiva, sino simplemente que todo —casa,
comida, ropas y todos los productos elaborados necesarios para vivir— se
dividiera entre ellos. Los comunistas cristianos se cuidaban bien de averiguar
el origen de estas riquezas. El trabajo productivo recaía siempre sobre los
esclavos. Los cristianos sólo deseaban que los que poseían la riqueza
abrazaran el cristianismo y convirtieran sus riquezas en propiedad común
para que todos gozaran de estas cosas en igualdad y fraternidad.
Según las reglas, todo cristiano tenía derecho a la propiedad de los demás
cristianos de la comunidad; en caso de necesidad, podía exigir que los más
ricos dividieran su fortuna y la compartieran con él según sus necesidades.
Todo cristiano podía utilizar la propiedad de sus hermanos; los que poseían
algo no tenían derecho a privar a sus hermanos de su uso. Así, el cristiano
que no tenía casa podía exigirle al que tuviera dos o tres que lo recibiera; el
dueño se reservaba sólo su propia vivienda. Debido al uso común de los
bienes, había que darle alojamiento al que no tuviera.
III
Así, los cristianos de los primeros siglos eran comunistas fervientes. Pero el
suyo era un comunismo basado en el consumo de bienes elaborados, no en el
trabajo, y resultó incapaz de reformar la sociedad, de poner fin a la
desigualdad entre los hombres y de derribar las barreras que separaban a los
pobres de los ricos. Porque, al igual que antes, las riquezas creadas por el
trabajo volvían a un grupo restringido de poseedores, ya que los medios de
producción (sobre todo la tierra) seguían siendo propiedad individual y el
trabajo —para toda la sociedad— lo seguían haciendo los esclavos. El pueblo,
privado de medios de subsistencia, sólo recibía limosnas, según la buena
voluntad de los ricos.
Mientras que algunos (un puñado, en relación con la masa popular) posean
para su uso exclusivo las tierras cultivables, bosques y prados, animales de
labranza y aperos, talleres, herramientas y materiales para la producción, y
mientras los demás —la inmensa mayoría— no posean los medios
indispensables para la producción, no puede hablarse de igualdad entre los
hombres. En esa situación, la sociedad se encuentra dividida en dos clases:
ricos y pobres, los que viven en el lujo y los que viven en la pobreza.
Supongamos, por ejemplo, que los propietarios ricos, influidos por la doctrina
cristiana, ofrecieran repartir entre los pobres la riqueza que poseen en
dinero, granos, fruta, ropa y animales. ¿Cuál sería el resultado? La pobreza
desaparecería durante varias semanas y en ese lapso la población podría
alimentarse y vestirse. Pero los productos elaborados se consumen en poco
tiempo. Pasado un breve lapso, el pueblo habría consumido las riquezas
distribuidas y quedaría nuevamente con las manos vacías. Los dueños de la
tierra y de los medios de producción producirían más, gracias a la fuerza de
trabajo de los esclavos, y nada cambiaría.
Bien, he aquí por qué los socialdemócratas discrepan con los comunistas
cristianos. Dicen: «No queremos que los ricos compartan sus bienes con los
pobres; no queremos caridad ni limosna; nada de ello puede borrar la
desigualdad entre los hombres. Lo que exigimos no es que los ricos
compartan con los pobres, sino la desaparición de ricos y pobres». Ello es
posible con la condición de que todas las fuentes de riqueza —la tierra,
herramientas y los demás medios de producción—, pasen a ser propiedad
colectiva del pueblo trabajador, que producirá según las necesidades de cada
uno. Los primeros cristianos creían poder remediar la pobreza del
proletariado con las riquezas que los poseedores dispensaban. ¡Eso es lo
mismo que sacar agua con un colador! El comunismo cristiano era incapaz de
cambiar o mejorar la situación económica y no prosperó.
Y reinaba entre ellos la caridad; entre ellos (los apóstoles) nadie era pobre.
Nadie consideraba que lo suyo le pertenecía, toda la riqueza era propiedad
común […] reinaba una gran caridad entre todos ellos. Esta caridad consistía
en que no había pobres entre ellos, hasta tal punto que aquellos que poseían
bienes se apresuraban a despojarse de los mismos. No dividían su fortuna en
dos partes, entregando una y guardando para sí la otra; daban lo que tenían.
De modo que no había desigualdad entre ellos; todos vivían en la abundancia.
Todo se hacía con la mayor reverencia. Lo que daban no pasaba de la mano
del dador a la del receptor; lo que daban lo hacían sin ostentación; ponían sus
bienes a los pies de los apóstoles, que eran los administradores y los amos y
utilizaban los bienes como cosa comunitaria y no privada. Con ello ponían
coto a cualquier intento de caer en la vanagloria. ¡Ay! ¿Por qué se han
perdido estas tradiciones? Ricos y pobres, todos nos beneficiaríamos con esta
piadosa conducta y todos derivaríamos el mismo placer de conformarnos a
ella. Los ricos, al despojarse de sus posesiones, no se empobrecerían, y los
pobres se enriquecerían… Pero intentemos dar una idea exacta de lo que
habría que hacer…
»¡Pues bien! ¿Cuánta gente creen ustedes que viva en esta ciudad? ¿Cuántos
cristianos? ¿Están ustedes de acuerdo en que son cien mil? El resto son judíos
y gentiles. ¿Cuántos no se unirían? Cuenten a los pobres, ¿cuántos son? A lo
sumo cincuenta mil necesitados. ¿Cuánto requeriría su alimentación diaria?
Calculo que el gasto no sería excesivo, si se organizara la distribución y
provisión comunitaria de los alimentos.
»Acaso preguntarán ustedes: ‘¿Qué será de nosotros cuando esta riqueza sea
consumida?’
IV
Con el paso del tiempo se perdió la costumbre de asignar a los pobres una
suma determinada de antemano. Por otra parte, a medida que aumentaba la
importancia del clero superior, los fieles perdían el control sobre las
propiedades de la Iglesia. Los obispos dispensaban limosna a los pobres a
voluntad. El pueblo recibía limosna de su propio clero. Y eso no es todo. En
los comienzos de la cristiandad, los fieles hacían ofrendas según su buena
voluntad. A medida que la religión cristiana se convertía en religión de
Estado, el clero exigía que tanto los pobres como los ricos hicieran aportes.
Desde el siglo VI, el clero impuso un impuesto especial, el diezmo (la décima
parte de la cosecha) a pagar a la Iglesia. Este impuesto cayó como una carga
pesadísima sobre las espaldas del pueblo; en la Edad Media se convirtió en un
verdadero infierno para los campesinos oprimidos por la servidumbre. Este
diezmo se imponía a cada pedazo de tierra, a cada propiedad. Pero era el
siervo quien lo pagaba con su trabajo. Así, los pobres no sólo perdieron el
socorro y la ayuda de la Iglesia, sino que vieron cómo los curas se aliaban a
los demás explotadores: los príncipes, nobles y prestamistas. En la Edad
Media, mientras la servidumbre reducía al pueblo trabajador a la pobreza, la
Iglesia se enriquecía cada vez más. Además del diezmo y otros impuestos, la
Iglesia se benefició en este periodo con grandes donaciones, legados de
libertinos ricos de ambos sexos, quienes a último momento querían pagar por
su vida pecaminosa. Entregaban a la Iglesia dinero, casas, aldeas enteras con
sus siervos y a menudo la renta de las tierras y los impuestos en trabajo
(corvea).
El clero privilegiado formaba con la nobleza una clase dominante que vivía de
la sangre y el sudor de los siervos. La jerarquía eclesiástica, los puestos mejor
pagados, sólo estaban al alcance de los nobles y quedaban en manos de la
nobleza. A consecuencia de ello, en la época de la servidumbre, el clero fue el
aliado fiel de la nobleza, la apoyaba y la ayudaba a oprimir al pueblo, al que
no le daba más que sermones donde lo exhortaba a ser humilde y resignarse a
su suerte. Cuando el proletariado rural y urbano se alzaba contra la opresión
y la servidumbre, encontraba en el clero un enemigo feroz. Es cierto que en el
seno de la propia Iglesia existían dos clases: el clero superior, que absorbía
toda la riqueza, y la gran masa de curas rurales, cuyos modestos ingresos no
sumaban más de doscientos a quinientos francos al año. Esta clase sin
privilegios se alzaba contra el clero superior, y en 1789, durante la Gran
Revolución, se unió al pueblo para luchar contra el poder de la nobleza
secular y eclesiástica.
En la Edad Media los conventos eran refugios del pueblo, que se guarecía allí
de la crueldad de señores y príncipes; encontrando alimentos y protección en
casos de extrema pobreza. Los claustros no negaban pan y alimentos a los
hambrientos. No debemos olvidar que la Edad Media no conocía el comercio
que es corriente en nuestros días. Cada granja y cada convento producía en
abundancia lo que necesitaba, gracias al trabajo de siervos y artesanos.
Sucedía a menudo que las reservas no encontraban salida. Cuando había
excedente de grano, vegetales, leña, éste carecía de valor. No había
comprador y no todos los productos podían conservarse. En estos casos, los
conventos proveían generosamente a las necesidades de los pobres, dándoles
en el mejor de los casos una pequeña porción de lo que les habían sacado a
sus siervos. (Ésta era la costumbre de la época y casi todas las fincas de la
nobleza hacían lo mismo). Para los conventos, esta benevolencia era una
fuente de ganancias; con su reputación de abrir sus puertas a los pobres,
recibían grandes regalos y herencias de los ricos y poderosos.
En Francia, por ejemplo, los gastos del clero suman cuarenta millones de
francos anuales.
VI
En países donde el clero católico ejerce gran poder sobre la mente de las
masas, por ejemplo, en España e Italia, el pueblo está sumido en la más
profunda ignorancia. Florecen allí la bebida y el crimen. Por ejemplo,
comparemos las provincias alemanas Bavaria y Sajonia. Bavaria es una
provincia agrícola cuya población sufre la influencia preponderante del clero
católico. Sajonia es una provincia industrializada donde los socialdemócratas
desempeñan un gran papel en la vida de los trabajadores y ganan las
elecciones parlamentarias en la mayoría de los distritos, una de las razones
por las que la burguesía odia esta provincia «roja». ¿Y con qué nos
encontramos? Las estadísticas oficiales demuestran que la cantidad de
crímenes cometidos en la Bavaria ultracatólica es mucho más elevada que en
la «Sajonia roja». En 1898, de cada cien mil habitantes, observamos:
Crimen
Bavaria
Sajonia
204
185
Asalto calificado
296
72
Perjurio
En la ciudad papal de Roma, en un solo mes de 1869 (penúltimo año del poder
temporal del Papa), se dictaron las siguientes condenas: 279 por homicidio,
728 por asalto calificado, 297 por robo y 21 por incendio. Estos son los
resultados del dominio del clero sobre el pueblo.
La situación era parecida hasta hace poco en las zonas mineras de la Bélgica
católica. Los socialdemócratas fueron allá. Por todo el país resonó su vigoroso
llamado a los obreros, infelices y degradados: «¡Obrero, levántate! ¡No robes,
no bebas, no desesperes, no agaches la cabeza! ¡Únete a tus hermanos de
clase en la organización, lucha contra los explotadores que te maltratan!
¡Saldrás de la pobreza, serás un hombre!».
Por eso se libra una batalla sin cuartel entre el clero, sostén de la opresión, y
los socialdemócratas, heraldos de la liberación. Se puede considerar este
combate como si lo libraran la noche oscura y el sol naciente. Porque al no
poder combatir al socialismo con la inteligencia y la verdad, los curas tienen
que recurrir a la violencia y la maldad. Estos judas calumnian a quienes
despiertan la conciencia de clase. Con mentiras y calumnias tratan de
manchar la memoria de quienes dieron sus vidas por la causa obrera. Estos
sirvientes y adoradores del becerro de oro apoyan y aplauden los crímenes
del gobierno zarista y defienden el trono de este déspota que oprime al
pueblo como otro Nerón.
Dos palabras para terminar. El clero posee dos armas para combatir a la
socialdemocracia. En los lugares en que el movimiento obrero apenas
empieza a cobrar fuerza, como es el caso de nuestro país, donde las clases
poseedoras tienen la esperanza de aplastarlo, el clero combate a los
socialistas con sermones, calumniándolos y denunciando la «codicia» de los
trabajadores. Pero en los países donde hay libertades democráticas y el
partido obrero es fuerte, como en Alemania, Francia, Holanda, el clero
recurre a otros métodos. Oculta sus verdaderos propósitos y, en vez de
enfrenarse a los obreros como enemigo, se les acerca como falso amigo. Así,
se puede ver a los curas organizando sindicatos «cristianos», para capturar a
los obreros, como peces en la red, en la trampa de esos falsos sindicatos
donde se enseña mansedumbre, a diferencia de las organizaciones
socialdemócratas, cuyo objetivo es que los obreros luchen y se defiendan.
Por eso los obreros deben estar advertidos del peligro, para no permitir que
los engañen con palabras melosas, en la mañana de la victoria de la
revolución, los que hoy desde el púlpito osan defender al gobierno zarista,
que mata obreros, y al aparato represivo del capital, causa principal de la
pobreza del proletariado.
Sí, el emperador mismo —que ¡bendito sea Dios!, está a salvo de estos males,
gracias al aumento de tres millones de marcos que, debido a la carestía de la
vida, se han añadido al sueldo que recibe en calidad de rey de Prusia—, el
emperador mismo pide insistentemente noticias de los envenenados que están
siendo tratados en el hospital municipal. Y su digna esposa expresa, con
ternura femenina, a través del chambelán von Winterfeldt, sus condolencias al
señor alcalde Kirschner. Es cierto que el alcalde Kirschner no comió de ese
arenque, a pesar de su buen precio, y que él y su familia gozan de excelente
salud. Tampoco es, que sepamos, pariente o amigo de Joseph Gehie o de
Lucian Szczyptierowski. Pero ¿a quién si no debía trasmitir el señor
chambelán von Winterfeldt las condolencias de la emperatriz? Evidentemente
no podía darle el pésame de su majestad a los restos de cadáveres que yacen
sobre la mesa de disección. En cuanto a sus familiares, nadie sabe quiénes
son. ¿Cómo ubicarlos en las tabernas, los hospicios, las zonas rojas, o las
fábricas y las minas donde trabajan? Por eso el alcalde Kirschner acepta en su
nombre las condolencias de la emperatriz, lo que le da fuerzas para soportar
estoicamente el dolor… de los deudos de Szczyptierowski.
Entre la clase obrera «decente» y sus parias se levanta un muro, y rara vez se
piensa en los miserables que, del otro lado, se arrastran en el estiércol. Pero,
de pronto, algo sucede, y es como si, en un círculo de gentes bien educadas,
amables y distinguidas, alguien descubriera por casualidad, en medio de los
muebles caros y bellos, las huellas de un crimen abominable. Bruscamente,
un horrible espectro le arranca a nuestra sociedad su máscara de
compostura, revelando que su honorabilidad no es más que el maquillaje de la
prostituta. Bruscamente se releva que la superficie brillante de la civilización
cubre un abismo de miseria, de sufrimiento y de barbarie, y surgen imágenes
verdaderamente infernales de criaturas humanas hurgando en los montones
de basura en busca de desechos y retorciéndose en los horrores de la agonía.
Y así, agonizando, se les ve exhalar un último aliento pestilente.
Se dice que los pobres fracasados del albergue no son más que malos
elementos, viejos con demencia senil o delincuentes juveniles, gente con
tendencias anormales o sin juicio. Es posible, pero los malos elementos de las
clases superiores no caen nunca en el albergue; ellos van a dar a sanatorios
privados o a las colonias, donde puedan satisfacer con toda libertad sus
perversos instintos a costa de los negros y las negras. Cuando las reinas y
grandes duquesas ancianas pierden sus facultades mentales, pasan el resto
de sus días en suntuosos palacios, rodeadas de una muchedumbre de
respetuosos servidores. Al viejo sultán Abdul Hamid[4] , ese monstruo vil
sobre cuya consciencia pesan millares y millares de víctimas, y cuyos
innumerables crímenes y excesos sexuales le han entorpecido los sentidos, la
sociedad le tiene deparada, como último refugio, una espléndida villa con
jardines magníficos, cocineros de primer orden y un harem de mujeres
florecientes, de doce años en adelante. Para el joven criminal Prosper von
Arenberg[5] , una prisión confortable, bien provista de champagne , de ostras
y de alegre compañía. Para los príncipes de instintos pervertidos, la
indulgencia de los tribunales, la abnegación de esposas heroicas y el dulce
consuelo de una buena y añeja cava. Para la viuda de Olsztyn[6] , que tiene
sobre su consciencia un asesinato y un suicidio, una confortable existencia
burguesa, retretes de seda y la discreta simpatía de la sociedad.
Cada día los indigentes mueren de hambre y de frío. Nadie se ocupa de ellos,
salvo el parte cotidiano de la policía. La emoción que este hecho banal
provocó esta vez se explica únicamente por su carácter masivo. Pues es sólo
cuando su miseria adquiere un carácter de masa que el proletario puede
obligar a la sociedad a interesarse en él. Hasta los indigentes que
habitualmente se tomarían por un simple montón de cadáveres adquieren,
cuando se vuelven masa, verdadera importancia pública.
El Estado capitalista no ha podido evitar que las mujeres del pueblo asuman
todas estas obligaciones y esfuerzos en la vida política. Poco a poco, el estado
se ha visto obligado a concederles el derecho de asociación y de reunión. Sólo
les niega el último derecho político: el derecho al voto, que les permitiría
elegir directamente representantes populares en el parlamento y en la
administración, y también ser elegidas ellas mismas. Aquí, como en todos los
ámbitos de la sociedad, la consigna es: «¡Cuidado con empezar cosas
nuevas!». Pero las cosas ya han empezado. El actual Estado cedió ante las
mujeres proletarias al admitirlas en las asambleas públicas y en las
asociaciones políticas. Pero no cedió por voluntad propia, sino forzado por la
presión irresistible del auge obrero. Y fue también el apasionado empuje de
las mujeres proletarias mismas el que forzó al Estado policíaco pruso-
germano a renunciar al famoso «sector femenino[9] » en las reuniones y abrir
las puertas de las organizaciones políticas a las mujeres. La bola de nieve
empezaba a rodar más deprisa. Gracias al derecho de asociación y de reunión,
las proletarias han tomado una parte activísima en la vida parlamentaria y en
las campañas electorales. La consecuencia inevitable, el resultado lógico del
movimiento es que hoy millones de mujeres proletarias reclaman desafiantes
y llenas de confianza: ¡Queremos el voto!
Hace tiempo, en la idílica era del absolutismo anterior a 1848, se decía que la
clase obrera no estaba «suficientemente madura» para tener derechos
políticos. Esto no puede decirse de las mujeres proletarias actualmente, pues
han demostrado sobradamente su madurez política. Todo el mundo sabe que,
sin ellas, sin la ayuda entusiasta de las mujeres proletarias, el partido
socialdemócrata no habría alcanzado la brillante victoria del 12 de enero (de
1912), no habría obtenido sus cuatro millones y cuarto de votos. En cualquier
caso, la clase obrera siempre ha tenido que demostrar su madurez para las
libertades políticas por medio de un movimiento de masas revolucionario.
Sólo cuando el Emperador por la Gracia de Dios y los mejores y más nobles
hombres de la nación sintieron realmente el calloso puño del proletariado en
su carne y su rodilla en sus pechos, entendieron inmediatamente la
«madurez» política del pueblo. Hoy les toca a las mujeres proletarias
mostrarle su madurez al Estado capitalista… mediante un constante y
poderoso movimiento de masas que utilice todos los medios de la lucha
proletaria.
Hace cien años, el francés Charles Fourier, uno de los primeros grandes
propagadores de los ideales socialistas, escribió estas memorables palabras:
«En toda sociedad, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural
de la emancipación general». Esto es totalmente cierto para nuestra sociedad.
La actual lucha de masas en favor de los derechos políticos de las mujeres es
sólo una expresión y una parte de la lucha general del proletariado por su
liberación. En esto radica su fuerza y su futuro. Porque, gracias al
proletariado femenino, conceder a las mujeres el sufragio universal, igual y
directo supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases
proletaria. Por esta razón, la sociedad burguesa teme el voto femenino, y por
esto también nosotros queremos conseguirlo y lo conseguiremos. Luchando
por el voto de la mujer, aceleramos al mismo tiempo la hora en que la actual
sociedad se desmorona en pedazos bajo el martillo del proletariado
revolucionario[10] .
LA PROLETARIA
Lo prueba el uso tan extendido del terror que hace el gobierno soviético,
especialmente en el periodo más reciente, antes del colapso del imperialismo
alemán y después del atentado contra la vida del embajador alemán. El lugar
común de que en las revoluciones no todo es color de rosa resulta bastante
inadecuado.
Sin embargo, también ellos son víctimas desgraciadas del orden social infame
contra el cual se dirige la revolución; víctimas de la guerra imperialista que
llevó la desgracia y la miseria hasta los extremos más intolerables de la
tortura; víctimas de esa horrorosa masacre de hombres que liberó los
instintos más viles.
La justicia burguesa es como una red que atrapa a las sardinas, pero deja
escapar a los tiburones. Los especuladores que ganaron millones durante la
guerra fueron absueltos o recibieron penas ridículas, mientras los
ladronzuelos, hombres y mujeres, fueron castigados con severidad
draconiana.
Pero una reforma total, acorde con el espíritu del socialismo, sólo puede
basarse en un nuevo orden social y económico; tanto el crimen como el
castigo hunden sus raíces profundamente en la organización social. Sin
embargo, hay una medida radical que puede tomarse sin complicados
procesos legales. La pena capital, vergüenza mayor del ultrarreaccionario
código alemán, debe eliminarse de inmediato. ¿Por qué vacila este gobierno
de obreros y soldados? Hace doscientos años, el noble Beccaria[16] denunció
la ignominia de la pena capital. ¿No existe esta ignominia para ustedes,
Ledebour, Barth, Däumig[17] ?
No tienen ustedes tiempo, tienen mil problemas y mil dificultades, mil tareas
los esperan. Cierto. Pero, reloj en mano, tomen ustedes el tiempo que se
necesita para decir: «¡Queda abolida la pena de muerte!». ¿Dirán ustedes que
para resolver este problema se requieren largas deliberaciones y votaciones?
¿Se perderán así en la maraña de las complicaciones formales, los problemas
de jurisdicción, la burocracia departamental?
La olvidada pena de muerte es sólo un pequeño detalle aislado. Pero ¡con qué
precisión revelan estos pequeños detalles el espíritu motriz que guía a la
revolución!
En todo, sea grande o pequeño, uno siente que estos siguen siendo los viejos y
sobrios ciudadanos de la difunta socialdemocracia, para quienes el carnet de
afiliado es todo, y el hombre y el espíritu, nada.
Hay que darle la vuelta al mundo. Pero cada lágrima que podría haber sido
evitada es una acusación; y es un criminal quien, con inconsciencia brutal,
aplasta una pobre lombriz[19] .
TEXTOS DE CLARA ZETKIN
¡POR LA LIBERACIÓN DE LA MUJER!
Ante todo, los socialistas deberían saber que la esclavitud social o la libertad
radica en la dependencia o independencia económica.
Las obreras que aspiran a la igualdad social no esperan nada del movimiento
femenino burgués, que supuestamente lucha por los derechos de las mujeres.
Ese edificio está construido sobre arena y no tiene cimientos reales. Las
trabajadoras están totalmente convencidas de que el problema de la
emancipación femenina no está aislado de la cuestión social, sino que forma
parte de ella. Tienen perfectamente claro que este problema nunca se
resolverá si no es con una transformación fundamental de la sociedad. La
cuestión de la emancipación femenina es hija de los nuevos tiempos, y es la
maquinaria quien la ha dado a luz.
Es por eso que las viejas amas de casa prácticamente han desaparecido. La
gran industria ha vuelto inútil la producción casera para consumo familiar y le
ha quitado el sentido a las labores domésticas de la mujer. Pero, al mismo
tiempo, ha sentado las bases para su trabajo en la sociedad. La producción
industrial, que puede prescindir de la fuerza muscular y del trabajo calificado,
permitió integrar a las mujeres a un gran campo de empleo. La mujer ingresó
en la industria para incrementar los ingresos en la familia. Con el desarrollo
de la industria moderna, el trabajo industrial femenino se volvió una
necesidad.
El trabajo de las mujeres fue desde el comienzo más barato que el de los
hombres. Si el salario de estos se calculaba originalmente para cubrir la
manutención de toda una familia; el de la mujer representaba apenas los
costos de manutención de una sola persona, e incluso sólo en parte, pues se
espera que la mujer siga trabajando en el hogar, después de terminar sus
labores en la fábrica. Además, como los productos que las mujeres fabricaban
en casa con instrumentos primitivos ya sólo representaban una parte ínfima
del trabajo social medio, en comparación con los productos de la gran
industria, se asumía que las mujeres eran menos productivas que los hombres
y por lo tanto debían conformarse con sueldos menores. A esto se añade el
que las mujeres en general consumen menos que los hombres.
Si, por la competencia que crea, exigiéramos la abolición del trabajo femenino
o su limitación, con la misma lógica tendríamos que exigir la abolición de las
máquinas y la restauración del sistema medieval de gremios, que fijaba el
número exacto de empelados que cada tipo de trabajo podía contratar.
Las mujeres se han puesto bajo el estandarte del socialismo sin la ayuda de
los hombres, y a veces incluso contra sus deseos. Es verdad que algunas han
dado este paso independientemente de sus propias intenciones, forzadas por
el entendimiento claro de sus circunstancias sociales. ¡Pero ya marchan bajo
ese estandarte, y no se apartarán de él! Enarbolándolo, lucharán por su
emancipación y su reconocimiento como seres humanos iguales.
Ahora bien, ¿cuáles son las conclusiones prácticas para llevar nuestra
agitación a las mujeres? No es tarea de un Congreso hacer propuestas
prácticas aisladas; su tarea consiste en delinear una orientación general para
el movimiento femenino proletario.
La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una
importancia prioritaria para todo el movimiento obrero. La tarea principal
consiste en la formación de la consciencia de clase en la mujer y su
compromiso activo en la lucha de clases. La organización sindical de las
obreras se presenta como extremadamente ardua. De 1892 a 1895, el número
de las obreras inscritas en las organizaciones centrales ha alcanzado la cifra
de siete mil. Si a ellas añadimos las obreras inscritas en las organizaciones
locales, y comparamos la cifra con la de las obreras en activo, solamente en la
gran industria, cifra que llega a setecientas mil, tendremos una idea del
inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este trabajo es mucho más
difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas en la industria a
domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida entre las
jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y que cesará
con el matrimonio. Para muchas mujeres, el resultado final es por el contrario
un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Por ello es
indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las obreras. Mientras
en Inglaterra todos coinciden en considerar que la eliminación del trabajo
domiciliario, la fijación de la jomada de trabajo legal y la obtención de salarios
más elevados representan elementos de expresa importancia para la
organización sindical de las obreras, en Alemania, a los obstáculos ya
mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el derecho de
reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la legislación del
Reich reconoce a las obreras queda anulada por las disposiciones regionales
vigentes en algunos estados federales. Por añadidura, no quiero ni siquiera
referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho de asociación, si se
puede hablar de tal derecho; por lo que se refiere a los dos mayores estados
federales, Baviera y Prusia, ya se ha dicho que las leyes sobre el derecho de
asociación se aplican de tal modo que casi es imposible para las obreras
formar parte de organizaciones sindicales. En particular en Prusia, no hace
mucho tiempo, el gobierno de distrito del «liberal» Herr von Bennigsen,
eterno candidato a ministro, ha hecho lo imposible en la redacción de los
derechos de asociación y de reunión. En Baviera las mujeres son excluidas de
todas las asambleas públicas…
En este Congreso del Partido no pueden definirse las formas en las que debe
desarrollarse la agitación femenina; ante todo debemos hacer nuestros los
métodos con los cuales haremos progresar la agitación. En la resolución que
les ha sido propuesta a ustedes se propone la elección de algunos delegados
femeninos que tendrán la tarea de promover y dirigir, de modo unitario y
programático, la organización económica y sindical entre las mujeres. La
propuesta no es nueva: ya había sido aceptada en el Congreso de Frankfurt,
lo cual permitió que en determinados lugares se llevara a cabo con notable
éxito; en el futuro podrá comprobarse si, aplicada a gran escala, puede
propiciar un aumento masivo de la participación femenina en el movimiento
proletario.
El Buró de la Mujer del SPD, que en los años anteriores fue el centro de su
actividad y propaganda, se integró en 1908 al Buró General del Partido, de
acuerdo con la nueva forma de organización política para ambos sexos. En
otras palabras, el Buró de la Mujer trabaja ahora conjuntamente con el
Ejecutivo del Partido, en el que participan dos de sus miembros, una de ellas
como miembro adjunto. Cuando se considera conveniente, cosa que ocurre
muy a menudo, el Buró de la Mujer también colabora con el comité general de
los sindicatos. Por ejemplo, nuestro Buró coeditó el folleto que mencionaba
antes con el Ejecutivo del SPD y el comité general de los sindicados, y atrajo
mediante circulares la atención de las camaradas hacia diversas tareas
prácticas favorables a reformas sociales. Juntos están haciendo una enérgica
campaña para que un extenso número de mujeres asalariadas coordinen
cuerpos administrativos del Seguro de Enfermedad, que, de hecho, los únicos
que las mujeres pueden coordinar en Alemania. Las camaradas también
buscan crear comités locales para la protección de la infancia y mejorar los ya
existentes. Dado que la supervisión que el Estado le da a la ley de protección
de la infancia es absolutamente insuficiente, estos comités, junto con los
consejos locales de los sindicatos, tienen que supervisar su administración.
Además de esto, se instó a las mujeres socialistas a que fundaran y mejoraran
los comités de protección a las obreras y recogieran sus quejas sobre las
condiciones laborales ilegales y dañinas para remitirlas al inspector de
fábrica.
La ley marcial nos impide hallar una respuesta. Nos encontramos con que las
fuerzas impulsoras del capitalismo han sobrepasado los límites del desarrollo
pacífico. Las consecuencias son incalculables y, cualesquiera que sean los
cambios que la guerra traiga a Europa, es seguro que ésta no acabará hasta
haber provocado los efectos más tremendos en la economía de las naciones y
en el mercado mundial. Es por ello que la clase obrera debe redoblar sus
esfuerzos como portadora consciente del proceso histórico hacia el orden
social más alto del socialismo.
Sería indigno de las mujeres socialistas contemplar con los brazos cruzados
estos acontecimientos históricos, en que se está gestando el futuro. Los
tiempos las llaman a emprender grandes tareas, y su cumplimiento requiere
de toda la dedicación, todo el entusiasmo y todo el sacrificio que fluyen del
«eterno femenino» de su naturaleza y su convicción.
Aquí nos encontramos con un amplio campo donde las mujeres socialistas
pueden dar una batalla, una batalla que, a su vez, es por sus derechos como
seres humanos; el momento requiere de toda su fuerza. Y así, las mujeres
socialistas están trabajando pacíficamente a lado del «Servicio de la Mujer»
nacionalista-burgués y con sus representantes en los órganos comunales; sin
unirse, no obstante, a su organización, algo que supondría un lastre para su
propio trabajo. Nuestra camarada, la señora Zietz, ha escrito recientemente
un artículo en el que señala la necesidad de ese tipo de actividad y las líneas
de demarcación por las que debe guiarse en cada caso.
Pero ¿nos engañan los oídos? Deben cometerse barbaridades similares para
«vengar» estas fechorías. Esto es lo que leemos en parte de la prensa
burguesa. Por cada alemán injustamente fusilado, se debe quemar una aldea.
El Berliner Neueste Nachrichten va incluso más allá y exige la expulsión de
todos los habitantes de los distritos ocupados… Quien sea descubierto vestido
de civil en los distritos prohibidos, tiene 24 horas para abandonarlos, so pena
de ser fusilado como «espía». Junto con los llamados a la barbarie viene, por
supuesto, la denigración de los pueblos extranjeros —cuya amistad con
Alemania se buscaba ayer mismo—, y el menosprecio de sus contribuciones a
la marcha ascendente de la humanidad. Es como se hubieran roto todos los
estándares con que si se medía el derecho y la justicia en la vida de las
naciones; como si se hubieran falsificado todas las pesas con que se pesaban
las cosas de las naciones. ¡Qué lejos parece estar el ideal proletario de la
solidaridad internacional y la hermandad de los pueblos! ¿Es posible que la
guerra acabe no sólo con la vida del ser humano, sino también con sus metas?
No, y mil veces no. No permitamos que las masas trabajadoras olviden que la
guerra ha sido causada por complicaciones políticas y económicas, y no por
los defectos personales de los pueblos contra los que lucha Alemania.
Tengamos el coraje, cuando oigamos que se insulta a la «pérfida Albion», «la
Francia degenerada», «los bárbaros rusos», etc., de responder subrayando las
aportaciones indelebles que estos pueblos han hecho al desarrollo de la
humanidad y cómo han contribuido a la realización de la civilización alemana.
Los alemanes, que han contribuido mucho al patrimonio internacional de la
civilización, deben ser capaces de juzgar a los otros pueblos con justicia y
veracidad. Permitámonos señalar que todos los pueblos tienen el mismo
derecho a la independencia y la autonomía por cuya preservación luchan los
alemanes…
Severa consigo misma, era toda indulgencia para con sus amigos, cuyas
preocupaciones y penas la entristecían más que sus propios pesares. Su
fidelidad y su abnegación estaban por encima de toda prueba. Y aquella a
quien se tachaba de fanática y de sectaria, rebozaba cordialidad, ingenio y
buen humor cuando se encontraba rodeada de sus amigos. Su conversación
era el encanto de todos. La disciplina que se había impuesto y su natural
pundonor le habían enseñado a sufrir apretando los dientes. En su presencia
parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal. Aquel cuerpo pequeño,
frágil y delicado, albergaba una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí
misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se sentía a punto de
sucumbir al agotamiento de sus energías, emprendía, para descansar, un
trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían aliento. Rara
vez salía de sus labios un «no puedo»; en cambio, el «debo» aparecía a todas
horas. Ni lo delicado de su salud ni las adversidades hacían mella en su
espíritu. Rodeada de peligros y contrariedades, jamás perdió la seguridad en
sí misma. Su alma libre vencía los obstáculos que la cercaban.
Mehring tiene mucha razón cuando dice que Luxemburg era la más genial
discípula de Karl Marx. Su pensamiento, tan claro como profundo, brillaba
siempre por su independencia; no necesitaba someterse a las fórmulas
rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y
los fenómenos. Su espíritu lógico y penetrante se enriquecía con el
aprendizaje de las contradicciones que ofrece la vida. Sus ambiciones
personales no se colmaban con conocer a Marx, con dominar e interpretar su
doctrina; necesitaba seguir investigando por cuenta propia y creando en el
espíritu del maestro. Su estilo brillante le permitía dar realce a sus ideas. Sus
tesis no eran jamás demostraciones secas y áridas, circunscritas a los límites
de la teoría y de la erudición. Chispeantes de ingenio y de ironía, en todas
ellas vibraba su emoción contenida y todas revelaban una inmensa cultura y
una fecunda vida interior. Gran teórica del socialismo científico, Luxemburg
no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en letra de
molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos
indispensables y circunscritos a su especialidad; su gran afán de saber no
conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad, la llevaban a
descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes inagotables de gozo y de
riqueza interior.
Durante el último año hemos tenido ejemplos buenos y malos del trabajo
comunista entre las mujeres. Hemos podido ver los lados buenos en países
como Bulgaria y Alemania, donde las secciones de la Internacional Comunista
han creado órganos especiales, y donde las Secretarías de la Mujer han
desarrollado el trabajo de organización y educación de las mujeres
comunistas, movilizado a las obreras e incorporándolas a la lucha social. En
estos países, el movimiento de mujeres comunistas se ha convertido en uno de
los puntos fuertes de la vida general del partido. Ahí, el partido cuenta con
muchas mujeres militantes que, además, están unidas a las grandes masas de
mujeres en armas que no están afiliadas al Partido.
¿Qué hay de las condiciones que pueden hacer esto posible? He señalado ya
las despiadadas condiciones que rigen hoy la vida de millones de mujeres,
provocando que muchas de ellas despierten de su letargo. Todo aquello que
hasta ahora se había interpuesto en nuestro camino, el atraso político y la
indiferencia de las mujeres en general, puede, bajo la presión de un
sufrimiento inaguantable, atraer a las mujeres adultas al bando comunista. Su
mentalidad está menos afectada por la consigna falsa y engañosa de los
reformistas socialdemócratas y los reformadores burgueses. Su mentalidad
suele ser una hoja en blanco, por lo que, subsecuentemente, nos resultará
más sencillo atraer a las masas femeninas, hasta ahora indiferentes, y
capacitarlas para la lucha sin que medie la transición preliminar de las
organizaciones sufragistas, pacifistas y reformistas. Sin embargo, quisiera
hacer una advertencia: no debemos ser fatuos y creer que las mujeres se
unirán inmediatamente a la lucha por nuestros objetivos finales, pues también
podemos depender de ellas en la lucha defensiva contra una ofensiva general
de la burguesía.
Creo que nuestras camaradas de Bulgaria nos han demostrado una buena
forma de organización femenina creando sindicatos de mujeres simpatizantes.
Estos sindicatos no son sólo centros de capacitación para ingresar al Partido
Comunista, sino también cauces efectivos para atraer a las masas femeninas a
todas las actividades y acciones del Partido. Este ejemplo lo están empezando
a seguir nuestros camaradas italianos, que también han creado grupos de
mujeres simpatizantes, incluyendo a mujeres que todavía son reacias a
afiliarse a partidos políticos o a asistir a mítines y conferencias. Lo cierto es
que quienes realizan el trabajo comunista entre las mujeres de cualquier país
no sólo deben reconocer este ejemplo, sino que también deben seguirlo.
Acaso baste con que un pajarillo bata las alas para que se produzca una
avalancha capaz de arrollar valles enteros bajo su peso. No sabemos cuándo,
hombres y mujeres nos hallaremos ante la revolución mundial. Por eso, no
debemos perder ni una hora; es más, no debemos perder ni un minuto sin
trabajar para la revolución mundial. La revolución mundial no significa sólo la
destrucción del mundo y la destrucción del capitalismo, significa también la
construcción del mundo y la creación del comunismo. Inspirémonos en el
significado real del mundo: preparémonos y preparemos a las masas, para
que se conviertan en las creadoras mundiales del comunismo.
POR UN FRENTE ÚNICO OBRERO CONTRA EL FASCISMO
Antes de que el Reichstag pueda resolver las cuestiones específicas del día,
debe enfrentar esta tarea central: desconocer al gobierno del Reich que,
violando la Constitución, amenaza con disolver totalmente al Reichstag.
Desconocer al gobierno del Reichstag sólo puede ser una señal para que las
amplias masas fuera del Parlamento se movilicen y tomen el poder. El fin de
esta batalla debe ser emplear todo el peso de los logros económicos y sociales
de los obreros, así como sus grandes números.
Ahora bien, si la clase obrera flexiona sus músculos fuera del Parlamento, no
debe ser sólo para desconocer a un gobierno que ha violado la Constitución.
Debe ir más allá del objetivo del momento y prepararse para el derrocamiento
del Estado burgués y de su base, que es el sistema capitalista.
Los jóvenes que quieran florecer y madurar deben luchar en las primeras
filas. Hoy, no se les ofrece más futuro que la obediencia ciega y la explotación
en las filas del Servicio Laboral obligatorio.
Todos los que trabajan con la mente y que con su conocimiento y esfuerzos
aumenten la prosperidad y la cultura, pero que en la actual sociedad
burguesa se han vuelto superfluos, también pertenecen al Frente Único.
Todos los que, como esclavos asalariados, sostienen al capitalismo con su
tributo, pero al mismo tiempo son sus víctimas, también pertenecen en el
Frente Único.
Tesis sobre los métodos y las formas de trabajo de los partidos comunistas
entre las mujeres
Principios básicos
Por otra parte, el Congreso llama una vez más la atención de todas las
mujeres sobre el hecho de que sin el apoyo de los partidos comunistas en
todas las tareas e iniciativas para promover su liberación, los plenos derechos
individuales y la emancipación verdadera son imposibles de lograr en la vida
real.
Los esfuerzos más decisivos de las feministas —la extensión del sufragio
femenino bajo el dominio del parlamentarismo burgués— no resuelven el
problema de la verdadera igualdad de la mujer, en especial para las mujeres
de las clases no poseedoras. Ello se puede ver en la experiencia de las obreras
en todos los países capitalistas donde, en los últimos años, la burguesía ha
otorgado la igualdad formal entre los sexos. El sufragio no elimina la causa
primaria de la esclavización de la mujer en la familia y en la sociedad. Dada la
dependencia económica de la mujer proletaria de su amo capitalista y del
hombre-proveedor, y en ausencia de una protección amplia para asegurar el
porvenir de madres e hijos, así como de sistemas socializados de educación y
cuidado infantil, la introducción en los estados capitalistas del matrimonio
civil en lugar del matrimonio indisoluble no logrará la igualdad de la mujer en
el marco matrimonial, ni proporciona la clave para solucionar el problema de
las relaciones entre los sexos.
Sólo el comunismo creará las condiciones en las que la función natural de las
mujeres, la maternidad, no entre en conflicto con sus deberes sociales ni
obstaculice su trabajo creador por el bien colectivo. Por el contrario, el
comunismo permitirá el desarrollo pleno, sano y armónico del individuo en
estrecha e indisoluble conexión con las tareas y la vida de la colectividad
trabajadora. El comunismo debe ser la meta de todas las mujeres que luchan
por la liberación de la mujer y el reconocimiento de todos sus derechos.
c) Las funciones especiales que la naturaleza misma les ha dado a las mujeres
—la maternidad— y las necesidades especiales derivadas de mayor protección
de su fuerza y su salud en el interés de toda la colectividad.
El III Congreso de la Internacional Comunista decreta que las tareas que los
partidos comunistas llevan a cabo a través de estas secciones incluirán:
1) educar a las masas de mujeres en el espíritu del comunismo e integrarlas a
las filas del Partido;
El trabajo entre las mujeres debe estar impregnado del espíritu siguiente:
propósito común del movimiento del Partido, organización unida, iniciativa
independiente y lucha por la rápida y completa emancipación de la mujer por
el Partido, independientemente de las comisiones o secciones. Por lo tanto, el
objetivo no debe ser crear un paralelismo en el trabajo, sino ayudar en el
trabajo del Partido a través del auto-desarrollo y las iniciativas de las obreras.
Las secciones deben velar tanto por el ingreso de las mujeres en las
comisiones para la protección del trabajo en las empresas como por el
fortalecimiento de la actividad de las comisiones para la protección de la
madre y del niño.
Las secciones deben procurar que las obreras asistan regularmente a las
asambleas de delegados de fábrica y de planta.
Las reuniones de delegadas son la mejor manera de educar a las obreras y las
campesinas y de extender la influencia del Partido sobre las masas de obreras
y campesinas atrasadas que están fuera de él.
Las delegadas deben ser elegidas en reuniones al nivel del taller, en mítines
de amas de casa o empleadas de oficina de acuerdo con una norma
establecida por el Partido. Las secciones deben llevar a cabo un trabajo
propagandístico y agitativo entre las delegadas. Para este propósito, las
secciones deben convocar reuniones al menos dos veces al mes. Las
delegadas tienen la obligación de rendir informes en sus talleres o reuniones
de vecindario acerca de sus actividades. Las delegadas son elegidas por un
periodo de tres meses.
Los programas para el trabajo entre las mujeres se deben establecer en las
escuelas soviéticas, tanto en el centro como en las regiones, para la
capacitación de mujeres cuadros activistas y para el fortalecimiento de su
conciencia comunista.
Las tareas inmediatas de la Comisión para el trabajo entre las mujeres están
determinadas por la situación objetiva. Por una parte, están la ruina de la
economía mundial; el aumento monstruoso del desempleo, reflejado
especialmente en la disminución de la demanda de mano de obra femenina, lo
cual provoca el aumento de la prostitución; la carestía; la aguda falta de
viviendas, y la amenaza de nuevas guerras imperialistas. Por otra parte, están
las incesantes huelgas económicas de los obreros en todos los países y las
repetidas tentativas de guerra civil a escala mundial. Todo esto es el prólogo
a la revolución social mundial.
Las comisiones deben actuar para que las más amplias capas de proletarias y
campesinas ejerzan sus derechos para apoyar al Partido Comunista en las
elecciones parlamentarias y para todas las instituciones públicas. Al mismo
tiempo, las comisiones deben explicar el carácter limitado de estos derechos,
como un medio para debilitar la explotación capitalista y para emancipar a la
mujer, oponiendo al parlamentarismo el sistema soviético.
Las comisiones también deben asegurar que las obreras, empleadas de oficina
y campesinas participen lo más activamente posible en la elección de los
soviets revolucionarios, económicos y políticos de diputados obreros,
atrayendo a las amas de casa para despertar su actividad política y propagar
la idea de los soviets entre las campesinas. Una tarea especial de las
comisiones debe ser la realización del principio de «pago igual por trabajo
igual». Es tarea de las comisiones iniciar una campaña, movilizando a obreros
y obreras, por la educación vocacional gratuita y accesible a todos,
permitiendo a las obreras calificarse con un alto nivel.
Las comisiones deben procurar que las comunistas participen en los órganos
municipales y legislativos en donde puedan hacerlo con base en sus derechos
electorales y que apliquen en ellos las tácticas revolucionarias de su partido.
Sin embargo, al participar en órganos legislativos, municipales y otros
órganos del Estado burgués, las comunistas deben defender resueltamente
los principios y las tácticas fundamentales del Partido, no preocupándose
tanto por la realización práctica de reformas dentro del marco del orden
burgués, sino por utilizar cada cuestión o reivindicación viva y candente de
las obreras como consigna revolucionaria para movilizarlas en la lucha activa
por la realización de estas demandas mediante la dictadura del proletariado.
Las secciones o comisiones, junto con el Partido, deben librar una lucha
contra todos los prejuicios, la moralidad y las costumbres religiosas que
oprimen a las mujeres, extendiendo esta agitación también a los hombres.
Las secciones deben buscar apoyo a su trabajo en primer lugar entre las
amplias capas de obreras explotadas por el capital en las industrias de trabajo
a domicilio (el trabajo artesanal) y entre las trabajadoras de las plantaciones
de arroz, algodón y otros productos. En los países soviéticos, las secciones
deben promover el establecimiento de talleres artesanales. En países
burgueses, el trabajo debe centrarse en la organización de las obreras de
plantaciones, incorporándolas en sindicatos comunes con los obreros.
Las secciones deben también involucrar a las mujeres en elecciones para los
soviets y asegurar que las obreras y campesinas sean elegidas miembros de
los soviets y de sus comités ejecutivos. El trabajo entre las proletarias de
Oriente se debe llevar a cabo sobre una base clasista. Es la tarea de las
secciones exponer la impotencia de las feministas para solucionar la cuestión
de la emancipación de la mujer. En los países soviéticos de Oriente, es
menester utilizar a las intelectuales (por ejemplo, las maestras) que
simpaticen con el comunismo para difundir la instrucción. Las secciones o
comisiones que hacen trabajo entre las mujeres de Oriente deben luchar con
firmeza contra el nacionalismo y la influencia de la religión sobre las mujeres,
aunque deben evitar los ataques groseros y burdos contra las creencias
religiosas o las tradiciones nacionales.
Para realizar las principales tareas de las secciones —la educación comunista
de las masas femeninas del proletariado y el fortalecimiento de estos cuadros
mujeres combatientes por el comunismo— es necesario que todos los partidos
comunistas de Occidente y Oriente asimilen el principio fundamental del
trabajo entre las mujeres, a saber, «agitación y propaganda por medio de la
acción».
En los países soviéticos, la propaganda de las ideas del comunismo por medio
de la acción consiste en lograr la participación de las obreras, campesinas,
amas de casa y empleadas de oficina en todos los campos de la construcción
soviética, desde el Ejército y la milicia hasta todos los aspectos de la
emancipación de la mujer: la organización de comedores socializados, redes
de instituciones de educación infantil socializada, de protección de la
maternidad, etc. Particularmente importante en la actualidad es el estimular
la participación de las obreras en todas las áreas del trabajo de
reconstrucción de la economía nacional.
Las comisiones deben llevar a cabo su trabajo entre las obreras, las amas de
casa, las campesinas y las mujeres que se dedican al trabajo intelectual.
Las comisiones deben procurar que las fracciones de los partidos comunistas
en los sindicatos, las cooperativas y los consejos de fábrica y de planta
designen a un organizador para el trabajo entre las mujeres. En otras
palabras, deben tener representantes en todos los órganos dedicados a
promover el desarrollo de la actividad revolucionaria del proletariado en los
países capitalistas para el propósito de la toma del poder. En los países
soviéticos, deben ayudar en la elección de obreras y campesinas a todos los
órganos soviéticos de dirección, gestión y supervisión, actuando como
baluarte de la dictadura del proletariado y facilitando la realización del
comunismo.
Las comisiones para el trabajo entre las mujeres deben hacer el mejor uso de
la experiencia exitosa del Zhenotdel del PCR (Partido Comunista Ruso —
Bolchevique—) para el propósito de organizar reuniones de delegadas y
conferencias de obreras y campesinas no militantes del Partido. Deben
organizar reuniones de obreras y empleadas de diferentes áreas, campesinas
y amas de casa en las que se planteen para discusión demandas y necesidades
específicas y en donde se elijan las comisiones. Estas comisiones deben
permanecer en estrecho contacto con sus electoras y con las comisiones para
el trabajo entre las mujeres. Las comisiones deben destacar a sus agitadores
para intervenir en las discusiones en reuniones de partidos hostiles al
comunismo. La propaganda y la agitación por medio de manifestaciones y
eventos similares deben completarse con una agitación sistemática
organizada casa por casa. Una comunista encargada de este trabajo no debe
tener más de diez viviendas en su área asignada y debe, para el propósito de
la agitación entre las amas de casa, visitarlas no menos de una vez por
semana y más seguido cuando el Partido Comunista esté llevando a cabo una
campaña o anunciando una movilización.
• mantener las comunicaciones entre las secciones del área dada y con la
Organización del Partido;
• movilizar a los efectivos del Partido para el trabajo entre las mujeres;
La dirección del trabajo de los partidos comunistas de todos los países para
unificar las fuerzas de las obreras en torno a las tareas planteadas por la
Internacional Comunista, y reclutar mujeres de todos los países y pueblos a la
lucha revolucionaria por el poder de los soviets y la dictadura de la clase
obrera a escala mundial, es la responsabilidad del Secretariado Internacional
de la Mujer de la Internacional Comunista[27] .
Apéndice II
Cuando Rosa era niña, los Luxemburg se trasladaron a Varsovia, ciudad que,
al igual que Zamosc, estaba en la parte de Polonia que entonces pertenecía al
Imperio zarista ruso. Ahí la joven ingresó al Instituto para Mujeres, donde
sólo se permitía la lengua rusa. Además, ingresar supuso un considerable
mérito académico de su parte, pues, debido a la legislación zarista, sólo se
permitía el ingreso de un pequeño número de muchachas judías.
Cuando en 1888, teniendo 17 años, supo que había sido fichada por la Policía
y estaba a punto de ser arrestada, consiguió salir clandestinamente del
imperio ruso y con ayuda de Kazprzak se trasladó a Zúrich, Suiza.
En esa época tuvo dos hijos con Ossip Zetkin, antes de que éste falleciera
prematuramente en 1889. Aunque nunca se casó con él, como signo de afecto
por su memoria, Clara decidió asumir el apellido Zetkin.
En esos años, uno de sus hijos sostuvo una relación amorosa con Rosa
Luxemburg.
En 1920 fue elegida diputada al Reichstag por el Partido Comunista. Ese año
viajó a la Rusia Soviética para participar en el Segundo Congreso de la
Internacional Comunista, que la integró a su Comité Ejecutivo Internacional.
En Moscú conversó con Lenin sobre diversos temas, incluyendo la cuestión de
la mujer, lo que posteriormente le serviría de base para un libro de memorias
sobre el revolucionario ruso. De vuelta en Alemania, ese octubre ayudó a
convencer a la mayoría del USPD de pasarse a las filas comunistas.
Ese agosto, por ser la diputada de mayor edad del Reichstag alemán, le tocó
dar el discurso inaugural de las sesiones parlamentarias, ocasión que
aprovechó valientemente para llamar a resistir el inminente ascenso de
Hitler, que se consumaría seis meses después.
[1] Desde finales del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, el término
«socialdemócrata» se utilizaba para designar al movimiento revolucionario
marxista. <<
[4] Se refiere a Abdul Hamid II, que gobernó de manera absoluta el imperio
Otomano de 1876 a 1909, cuando la rebelión de los «jóvenes turcos» lo obligó
a abdicar a favor de su hermano. Entonces fue confinado al palacio
Beylerbeyi, donde murió nueve años después. <<
[7] El fragmento aparece en el capítulo XXIII del Tomo Uno de El Capital. <<
[17] Georg Ledebour, Emil Barth y Ernst Däumig fueron socialistas alemanes
que participaron en el gobierno de Ebert, constituyendo su ala izquierda.
Barth y Däumig pasarían después al Partido Comunista. <<