Su Hogar Es El Mundo Entero Clara Zetkin

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El

pasado enero se cumplió el primer centenario del asesinato de la


revolucionaria polaca Rosa Luxemburg y los demás líderes de la rebelión
espartaquista alemana de 1919. Desde entonces, la figura de esta brillante
luchadora se ha convertido en un emblema e icono de las distintas corrientes
progresistas y de izquierda. Ella, que en vida fue tan polémica y tan
perseguida, hoy goza de una autoridad casi unánime. En miles de carteles se
citan frases reales o supuestas atribuidas a ella. Su fantasma recorre el
mundo. Y sin embargo, el verdadero contenido de sus ideas es relativamente
poco conocido. Si bien sus libros más importantes (como Reforma o
Revolución ) han sido traducidos y editados varias veces, la enorme riqueza
de su pensamiento, encarnada también en cientos de artículos, discursos y
cartas, aún no se pone en la medida suficiente al alcance del movimiento de
las y los trabajadores, el medio que tendría que conocerla más. Es momento
de que el fantasma de sus ideas tome cuerpo. Todavía menos se conocen en el
mundo hispanoparlante las ideas específicas y los escritos de su amiga, la
marxista alemana Clara Zetkin, aun cuando cada año se le celebra por haber
impulsado el establecimiento del Día Mundial de la Mujer Trabajadora, uno de
sus mayores méritos. Que la obra de estas dos revolucionarias se desconozca
es una gran injusticia histórica. Pues bien, con el fin de dar un paso en el
sentido de corregir esta injusticia, hemos compilado una pequeña muestra de
artículos y discursos de estas dos revolucionarias, centrándonos en el tema de
la emancipación de la mujer, con el fin de darle a los y las lectoras una idea
de su sensibilidad social y sus posiciones políticas reales, que no siempre
coinciden con la imagen que se proyecta de ellas. Para dar una idea más
completa de sus ideas, hemos incluido también las Tesis de la Internacional
Comunista sobre el trabajo entre las mujeres, que Zetkin ayudó a redactar,
así como un esbozo biográfico de ambas revolucionarias. Hemos tomado como
base las traducciones existentes y disponibles en línea, debidas a distintos
traductores, que en muchos casos fueron militantes desinteresados. Les
damos nuestro reconocimiento. Esperamos que estos textos iluminen e
inspiren a una nueva generación de combatientes, y ayuden a formar a
nuevas Rosas y nuevas Claras, una labor indispensable para cambiar el
mundo.
Rosa Luxemburgo & Clara Zetkin

Su hogar es el mundo entero

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Titivillus 09.11.2019
Rosa Luxemburgo & Clara Zetkin, 2019

Editor digital: Titivillus

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Índice de contenido

Cubierta

Su hogar es el mundo entero

Prólogo

Textos de Rosa Luxemburg

El socialismo y las iglesias

II

III

IV

VI

VII

En el albergue

El voto femenino y la lucha de clases

La proletaria

La Revolución Rusa (Fragmento: Democracia y dictadura

Contra la pena capital

Textos de clara zetkin

¡Por la liberación de la mujer!

Sólo con la mujer proletaria triunfará el socialismo

El movimiento de las mujeres socialistas de Alemania

El deber de las mujeres en tiempos de guerra

Rosa Luxemburg

La organización de las mujeres


Por un Frente Único obrero contra el fascismo

Apéndice I

Principios básicos

Los métodos y las formas de trabajo entre las mujeres

El trabajo del Partido entre las mujeres en los países soviéticos

En los países capitalistas

En los países económicamente atrasados (Oriente)

Métodos de agitación y propaganda

Estructura de las secciones

Sobre el trabajo a escala internacional

Apéndice II

Sobre el autor

Notas
PRÓLOGO

El pasado enero se cumplió el primer centenario del asesinato de la


revolucionaria polaca Rosa Luxemburg y los demás líderes de la rebelión
espartaquista alemana de 1919. Desde entonces, la figura de esta brillante
luchadora se ha convertido en un emblema y un icono de las distintas
corrientes progresistas y de izquierda. Ella, que en vida fue tan polémica y
tan perseguida, hoy goza de una autoridad casi unánime. En miles de carteles
se citan frases reales o supuestas atribuidas a ella. Su fantasma recorre el
mundo.

Y sin embargo, el verdadero contenido de sus ideas es relativamente poco


conocido. Si bien sus libros más importantes (como Reforma o Revolución )
han sido traducidos y editados varias veces, la enorme riqueza de su
pensamiento, encarnada también en cientos de artículos, discursos y cartas,
aún no se pone en la medida suficiente al alcance del movimiento de las y los
trabajadores, el medio que tendría que conocerla más. Es momento de que el
fantasma de sus ideas tome cuerpo.

Todavía menos se conocen en el mundo hispanoparlante las ideas específicas


y los escritos de su amiga, la marxista alemana Clara Zetkin, aun cuando cada
año se le celebra por haber impulsado el establecimiento del Día Mundial de
la Mujer Trabajadora, uno de sus mayores méritos.

Que la obra de estas dos revolucionarias se desconozca es una gran injusticia


histórica.

Pues bien, con el fin de dar un paso en el sentido de corregir esta injusticia,
hemos compilado una pequeña muestra de artículos y discursos de estas dos
revolucionarias, centrándonos en el tema de la emancipación de la mujer, con
el fin de darle a los y las lectoras una idea de su sensibilidad social y sus
posiciones políticas reales, que no siempre coinciden con la imagen que se
proyecta de ellas.

Para dar una imagen más completa de sus ideas, hemos incluido también las
Tesis de la Internacional Comunista sobre el trabajo entre las mujeres, que
Zetkin ayudó a redactar, así como un esbozo biográfico de ambas
revolucionarias. Hemos tomado como base las traducciones existentes y
disponibles en línea, debidas a distintos traductores, que en muchos casos
fueron militantes desinteresados. Les damos nuestro reconocimiento.

Esperamos que estos textos iluminen e inspiren a una nueva generación de


combatientes, y ayuden a formar a nuevas Rosas y nuevas Claras, una labor
indispensable para cambiar el mundo.

Brigada Para Leer en Libertad


México, marzo 2019.
El mundo de la mujer burguesa es su hogar.

En cambio, el hogar de la proletaria es el mundo,

el mundo entero, con todo su dolor y su alegría,

con su fría crueldad y su ruda grandeza.

Rosa Luxemburg
TEXTOS DE ROSA LUXEMBURG
EL SOCIALISMO Y LAS IGLESIAS

Luxemburg publicó el siguiente artículo, bajo el pseudónimo «]osef Chumra»


en su natal Polonia, adonde había vuelto para participar en la revolución de
1905, que sacudía a todo el imperio zarista.

Desde el momento en que los obreros de nuestro país y de Rusia comenzaron


a luchar valientemente contra el gobierno zarista y los explotadores,
observamos que los curas se pronuncian sus sermones, cada vez con mayor
frecuencia, contra los trabajadores combativos. El clero combate con
extraordinario vigor contra los socialdemócratas[1] y trata por todos los
medios de desacreditarlos a los ojos de los trabajadores. Los creyentes que
concurren a la iglesia los domingos y los días de fiesta se ven obligados a
escuchar un violento discurso político, una verdadera denuncia del
socialismo, en lugar de un sermón que les dé consuelo religioso. En vez de
reconfortar al pueblo, lleno de problemas y cansado de su vida, que va a la
iglesia con su fe en el cristianismo, los sacerdotes denuestan a los obreros en
huelga que se oponen al gobierno; además, los exhortan a soportar su
pobreza y opresión con humildad y paciencia. Convierten a la iglesia y al
púlpito en una tribuna de propaganda política.

Los obreros pueden comprobar fácilmente que el encono del clero hacia los
socialdemócratas no fue en modo alguno provocado por estos. Los
socialdemócratas han emprendido la tarea de agrupar y organizar a los
obreros en la lucha contra el capital, es decir, contra los explotadores que les
exprimen hasta la última gota de sangre, y en la lucha contra el gobierno
zarista, que mantiene prisionero al pueblo. Pero los socialdemócratas jamás
azuzan a los obreros contra el clero, ni se inmiscuyen en sus creencias
religiosas; ¡de ninguna manera! Los socialdemócratas del mundo y de nuestro
país consideran que la conciencia y las opiniones personales son sagradas.
Cada quien puede sustentar la fe y las ideas que le hagan feliz. Nadie tiene
derecho a perseguir o atacar a los demás por sus opiniones religiosas. Eso
piensan los socialistas. Y por esta razón, entre otras, los socialistas llaman al
pueblo a luchar contra el régimen zarista, que viola continuamente la
conciencia de los hombres al perseguir a católicos, católicos rusos, judíos,
herejes y librepensadores. Son precisamente los socialdemócratas quienes
más abogan por la libertad de conciencia. Parecería, por tanto, que el clero
debería prestar ayuda a los socialdemócratas, que tratan de esclarecer al
pueblo trabajador. Cuanto más comprendemos las enseñanzas que los
socialistas dan a la clase obrera, menos comprendemos el odio del clero hacia
los socialistas.
Los socialdemócratas se proponen poner fin a la explotación de los
trabajadores por los ricos. Cualquiera pensaría que los servidores de la
Iglesia serían los primeros en facilitarles la tarea a los socialdemócratas.
¿Acaso Jesucristo (cuyos siervos son los sacerdotes) no enseñó que «es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que los ricos entren en el
reino de los cielos»? Los socialdemócratas tratan de imponer en todos los
países un régimen social basado en la igualdad, la libertad y la fraternidad de
todos los ciudadanos. Si el clero realmente desea poner en práctica el
precepto «ama a tu prójimo como a ti mismo», ¿por qué no acoge con agrado
la propaganda socialdemócrata? Con su lucha desesperada, con la educación
y organización del pueblo, los socialdemócratas tratan de sacarlo de su
opresión y ofrecer a sus hijos un futuro mejor. A esta altura, todos tendrían
que admitir que los curas deberían bendecir a los socialdemócratas. ¿Acaso
Jesucristo, a quien ellos sirven, no dijo «lo que hagas por los pobres lo haces
por mí»?

En cambio, vemos al clero por un lado excomulgar y perseguir a los


socialdemócratas, y por el otro, ordenar a los obreros que sufran
pacientemente, es decir, que permitan pacientemente que los capitalistas los
exploten. El clero brama contra los socialdemócratas, exhorta a los obreros a
no «alzarse» contra los amos, a someterse obedientemente a la opresión de
este gobierno que mata a personas indefensas, envía a millones de obreros a
la monstruosa carnicería de la guerra, persigue a católicos, católicos rusos y
«viejos creyentes[2] ». Así, al convertirse en vocero de los ricos, en defensor
de la explotación y la opresión, el clero se coloca en contradicción flagrante
con la doctrina cristiana. Los obispos y curas no propagan la enseñanza
cristiana: adoran el becerro de oro y el látigo que azota a los pobres e
indefensos.

Además, todos saben cómo los curas se aprovechan de los obreros; les sacan
dinero en ocasión del casamiento, el bautismo y el entierro. ¿Cuántas veces
sucede que un cura, llamado al lecho de un enfermo para administrarle los
últimos sacramentos, se niega a presentarse hasta que se le paguen sus
«honorarios»? Presa de la desesperación, el obrero sale a vender o empeñar
todo lo que posee con tal de que no les falte consuelo religioso a sus seres
queridos.

Es cierto que hay eclesiásticos de otra talla. Hay algunos llenos de bondad y
compasión, que no buscan el lucro; estos están siempre dispuestos a ayudar a
los pobres. Pero debemos reconocer que son muy pocos, que son las moscas
blancas. La mayoría de los curas se arrastran sonrientes ante los ricos,
perdonándoles con su silencio toda depravación, toda iniquidad. Otro es su
comportamiento con los obreros; sólo piensan en esquilmarlos sin piedad; en
sus severos sermones fustigan la «codicia» de los obreros, cuando estos
simplemente se defienden de los abusos del capitalismo. La flagrante
contradicción que existe entre las acciones del clero y las enseñanzas del
cristianismo debe ser materia de reflexión para todos. Los obreros se
preguntan por qué, en su lucha por la emancipación, encuentran en los
siervos de la Iglesia enemigos y no aliados. ¿Cómo es que la Iglesia defiende
la riqueza y la explotación sangrienta en vez de ser un refugio para los
explotados? Para comprender este fenómeno extraño basta echar un vistazo a
la historia de la Iglesia y examinar su evolución a través de los siglos.

II

Los socialdemócratas quieren el «comunismo»; eso es principalmente lo que


el clero les reprocha. En primer lugar, es evidente que los curas que hoy
combaten al «comunismo» en realidad combaten a los primeros apóstoles.
Porque estos fueron comunistas ardientes.

Todos saben que la religión cristiana apareció en la antigua Roma, en la


época de la decadencia del Imperio, que antes había sido rico y poderoso y
comprendía lo que hoy es Italia y España, parte de Francia, parte de Turquía,
Palestina y otros territorios. La situación de Roma en la época del nacimiento
de Cristo era muy parecida a la que impera actualmente en la Rusia zarista.
Por una parte, un puñado de ricos viviendo en la holgazanería y gozando de
toda clase de lujos y placeres; por otra, una inmensa masa popular que se
pudría en la pobreza; por encima de todos, un gobierno despótico, basado en
la violencia y la corrupción, ejercía una opresión implacable. Todo el Imperio
Romano estaba sumido en el desorden más completo, rodeado de enemigos
amenazantes; la soldadesca desatada descargaba su crueldad sobre la
población indefensa; el campo estaba desierto; las ciudades, sobre todo Roma,
la capital, estaban plagadas de pobres que elevaban sus ojos, llenos de odio, a
los palacios de los ricos; el pueblo carecía de pan y techo, ropas, esperanzas y
la posibilidad de salir de la pobreza.

Hay una sola diferencia entre la Roma decadente y el imperio del zar; Roma
no conocía el capitalismo; la industria pesada no existía. En esa época, el
orden imperante era la esclavitud. Los nobles, los ricos, los financistas
satisfacían sus necesidades poniendo a trabajar a los esclavos que las guerras
les dejaban. Con el paso del tiempo estos ricos se adueñaron de casi todas las
provincias italianas quitándoles la tierra a los campesinos romanos. Al
apropiarse de los cereales de las provincias conquistadas como tributo sin
costo, invertían esas ganancias en sus propiedades, plantaciones magníficas,
viñedos, prados, quintas y ricos jardines, cultivados por ejércitos de esclavos
que trabajaban bajo el látigo del capataz. Los campesinos privados de su
tierra y de pan fluían a la capital desde todas las provincias. Pero allí no se
encontraban en mejor situación para ganarse la vida, puesto que todo el
trabajo lo hacían los esclavos. Así se formó en Roma un numeroso ejército de
desposeídos —el proletariado— que no podía vender ni su fuerza de trabajo.
La industria no podía absorber a esos proletarios provenientes del campo,
como ocurre hoy; se convirtieron en víctimas de la pobreza sin remedio, en
mendigos. Esta gran masa popular, hambrienta y sin trabajo, que atosigaba
los suburbios y los espacios abiertos y las calles de Roma, constituía un
peligro permanente para el gobierno y las clases poseedoras. Por ello el
gobierno se vio obligado a salvaguardar sus intereses aliviando su pobreza.
De vez en cuando distribuía entre el proletariado maíz y otros comestibles
almacenados en los graneros del Estado. Para hacerles olvidar sus penas les
ofrecía espectáculos circenses gratuitos. A diferencia del proletariado
contemporáneo, que mantiene a toda la sociedad con su trabajo, el inmenso
proletariado romano vivía de la caridad.

Los infelices esclavos, tratados como bestias, hacían todo el trabajo en Roma.
En este caos de pobreza y degradación, el puñado de magnates romanos
pasaba los días en orgías y en medio de la lujuria. No había salida para esta
monstruosa situación social. El proletariado se quejaba, y de vez en cuando
amenazaba con iniciar una revuelta, pero una clase de mendigos, que vive de
las migajas que caen de la mesa del señor, no puede iniciar un nuevo orden
social. Los esclavos que con su trabajo mantenían a toda la sociedad estaban
demasiado pisoteados, demasiado dispersos, demasiado aplastados por el
yugo, tratados como bestias, y vivían demasiado aislados de las demás clases
como para poder transformar la sociedad. A menudo se alzaban contra sus
amos, trataban de liberarse mediante batallas sangrientas, pero el ejército
romano aplastaba las revueltas, masacraba a miles de esclavos y crucificaba a
otros tantos.

En esta sociedad putrefacta, donde el pueblo no tenía salida de su trágica


situación, ni esperanzas de una vida mejor, los infelices volvieron su mirada al
cielo para encontrar allí la salvación. La religión cristiana aparecía ante estos
infelices como una tabla de salvación, un consuelo, un estímulo y se convirtió,
desde sus comienzos, en la religión del proletariado romano. De acuerdo con
la situación material de los integrantes de esta clase, los primeros cristianos
levantaron la consigna de la propiedad común: el comunismo. ¿Qué podía ser
más natural? El pueblo carecía de los medios de subsistencia y moría de
hambre. Una religión que defendía al pueblo; que exigía que los ricos
compartan con los pobres los bienes que debían pertenecer a todos; una
religión que predicaba la igualdad de todos los hombres, tenía que lograr
gran éxito. Sin embargo, nada tiene en común con las reivindicaciones que
hoy levantan los socialdemócratas con el objetivo de convertir en propiedad
común los instrumentos de trabajo, los medios de producción, para que la
humanidad pueda vivir y trabajar en armonía.

Hemos visto que los proletarios romanos no vivían de su trabajo, sino de las
limosnas del gobierno. De modo que la consigna de propiedad colectiva que
levantaban los cristianos no se refería a los bienes de producción, sino a los
de consumo. No exigían que la tierra, los talleres y las herramientas se
convirtieran en propiedad colectiva, sino simplemente que todo —casa,
comida, ropas y todos los productos elaborados necesarios para vivir— se
dividiera entre ellos. Los comunistas cristianos se cuidaban bien de averiguar
el origen de estas riquezas. El trabajo productivo recaía siempre sobre los
esclavos. Los cristianos sólo deseaban que los que poseían la riqueza
abrazaran el cristianismo y convirtieran sus riquezas en propiedad común
para que todos gozaran de estas cosas en igualdad y fraternidad.

Así estaban organizadas las primeras comunidades cristianas. Un


contemporáneo escribió:

Esta gente no cree en la fortuna, sino que predica la propiedad colectiva y


ninguno de ellos posee más que los demás. El que quiere entrar en su orden
debe poner su fortuna como propiedad común. Es por ello que no existe entre
ellos pobreza ni lujos: todos poseen todo en común como hermanos. No viven
en una ciudad propia, pero en cada ciudad tienen casa para ellos. Si cualquier
extranjero perteneciente a su religión llega allí, comparten con él toda su
propiedad, y él puede beneficiarse de la misma como si fuese propia. Aunque
no se conocieran hasta entonces, le dan la bienvenida y son todos muy
fraternales entre ellos. Cuando viajan no llevan sino un arma para protegerse
de los ladrones. En cada ciudad tienen su administrador, quien distribuye
ropas y alimentos entre los viajeros. No existe el comercio entre ellos. Pero si
uno le ofrece a otro un objeto que éste necesita recibe algún otro objeto a
cambio. Pero cada cual puede exigir lo que necesita, aun sin tener con qué
retribuir.

En los «Hechos de los apóstoles» leemos lo siguiente acerca de la primera


comunidad de Jerusalén: «Nadie consideraba que lo suyo le pertenecía; todo
era propiedad común. Los que tenían tierras o casas las vendían y después
ponían lo obtenido a los pies de los apóstoles. Y a cada uno se le daba de
acuerdo a sus necesidades».

En 1780, el historiador alemán Vogel escribió lo mismo acerca de los


primeros cristianos:

Según las reglas, todo cristiano tenía derecho a la propiedad de los demás
cristianos de la comunidad; en caso de necesidad, podía exigir que los más
ricos dividieran su fortuna y la compartieran con él según sus necesidades.
Todo cristiano podía utilizar la propiedad de sus hermanos; los que poseían
algo no tenían derecho a privar a sus hermanos de su uso. Así, el cristiano
que no tenía casa podía exigirle al que tuviera dos o tres que lo recibiera; el
dueño se reservaba sólo su propia vivienda. Debido al uso común de los
bienes, había que darle alojamiento al que no tuviera.

El dinero se colocaba en una caja común y un miembro de la sociedad,


especialmente designado para este propósito, repartía la fortuna común entre
todos. Habían eliminado, por lo tanto, la vida familiar; todas las familias
cristianas de una ciudad vivían juntas, como una sola gran familia. Para
terminar, digamos que algunos curas atacan a los socialdemócratas diciendo
que abogamos por la comunidad de las mujeres. Es obvio que ésta es una
mentira enorme, producto de la ignorancia o del encono del clero. Los
socialdemócratas lo consideran una distorsión vergonzosa y bestial del
matrimonio. Y, sin embargo, esta práctica era común entre los primeros
cristianos.

III

Así, los cristianos de los primeros siglos eran comunistas fervientes. Pero el
suyo era un comunismo basado en el consumo de bienes elaborados, no en el
trabajo, y resultó incapaz de reformar la sociedad, de poner fin a la
desigualdad entre los hombres y de derribar las barreras que separaban a los
pobres de los ricos. Porque, al igual que antes, las riquezas creadas por el
trabajo volvían a un grupo restringido de poseedores, ya que los medios de
producción (sobre todo la tierra) seguían siendo propiedad individual y el
trabajo —para toda la sociedad— lo seguían haciendo los esclavos. El pueblo,
privado de medios de subsistencia, sólo recibía limosnas, según la buena
voluntad de los ricos.

Mientras que algunos (un puñado, en relación con la masa popular) posean
para su uso exclusivo las tierras cultivables, bosques y prados, animales de
labranza y aperos, talleres, herramientas y materiales para la producción, y
mientras los demás —la inmensa mayoría— no posean los medios
indispensables para la producción, no puede hablarse de igualdad entre los
hombres. En esa situación, la sociedad se encuentra dividida en dos clases:
ricos y pobres, los que viven en el lujo y los que viven en la pobreza.
Supongamos, por ejemplo, que los propietarios ricos, influidos por la doctrina
cristiana, ofrecieran repartir entre los pobres la riqueza que poseen en
dinero, granos, fruta, ropa y animales. ¿Cuál sería el resultado? La pobreza
desaparecería durante varias semanas y en ese lapso la población podría
alimentarse y vestirse. Pero los productos elaborados se consumen en poco
tiempo. Pasado un breve lapso, el pueblo habría consumido las riquezas
distribuidas y quedaría nuevamente con las manos vacías. Los dueños de la
tierra y de los medios de producción producirían más, gracias a la fuerza de
trabajo de los esclavos, y nada cambiaría.

Bien, he aquí por qué los socialdemócratas discrepan con los comunistas
cristianos. Dicen: «No queremos que los ricos compartan sus bienes con los
pobres; no queremos caridad ni limosna; nada de ello puede borrar la
desigualdad entre los hombres. Lo que exigimos no es que los ricos
compartan con los pobres, sino la desaparición de ricos y pobres». Ello es
posible con la condición de que todas las fuentes de riqueza —la tierra,
herramientas y los demás medios de producción—, pasen a ser propiedad
colectiva del pueblo trabajador, que producirá según las necesidades de cada
uno. Los primeros cristianos creían poder remediar la pobreza del
proletariado con las riquezas que los poseedores dispensaban. ¡Eso es lo
mismo que sacar agua con un colador! El comunismo cristiano era incapaz de
cambiar o mejorar la situación económica y no prosperó.

Al principio, cuando los seguidores del nuevo Salvador constituían sólo un


pequeño sector en el seno de la sociedad romana, el compartir los bienes y las
comidas y el vivir todos bajo un mismo techo era factible. Pero a medida que
el cristianismo se difundía por el imperio, la vida comunitaria de sus fieles se
hacía más difícil. Pronto desapareció la costumbre de la comida en común y la
división de bienes tomó otro cariz. Los cristianos ya no vivían como una gran
familia; cada uno se hizo cargo de sus propiedades y sólo ofrecía el excedente
a la comunidad. Al perder su carácter de participación en la vida comunitaria,
los aportes de los más ricos a las arcas comunes se convirtieron rápidamente
en simple limosna, puesto que los cristianos ricos dejaron de participar de la
propiedad común y pusieron al servicio de los demás sólo una parte de lo que
poseían, porción que podía ser mayor o menor según la buena voluntad del
donante. Así, en el corazón mismo del comunismo cristiano surgió la
diferencia entre ricos y pobres, diferencia análoga a la que imperaba en el
Imperio Romano, y que los primeros cristianos habían combatido. Pronto los
únicos participantes en las comidas comunitarias fueron los cristianos pobres
y los proletarios; los ricos cedían una parte de su riqueza y se apartaban. Los
pobres vivían de las migajas que les arrojaban los ricos y la sociedad volvió
rápidamente a ser lo que había sido. Los cristianos no habían cambiado nada.
Sin embargo, los Padres de la Iglesia prosiguieron la lucha contra esta
penetración de la desigualdad social en el seno de la comunidad cristiana,
fustigando a los ricos con palabras ardientes y exhortándolos a volver al
comunismo de los primeros apóstoles. En el siglo IV después de Cristo, San
Basilio predicaba así contra los ricos: «Infelices, ¿cómo se justificarán ustedes
ante el Juez Celestial? Me preguntan ustedes, ‘¿cuál es nuestra culpa, si sólo
guardamos lo que nos pertenece?’ Yo les pregunto, ¿cómo consiguieron lo que
llaman su propiedad?, ¿cómo se enriquecen los poseedores si no es
apropiándose de lo que le pertenece a todos? Si cada uno tomara lo que
necesitare y dejare el resto para los demás, no habría ricos ni pobres».

Quien más predicó el retorno de los cristianos al primitivo comunismo de los


apóstoles fue San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, nacido en
Antioquía en el 347 y muerto en el exilio, en Armenia, en el 407. En su
Undécima Homilía sobre los «Hechos de los apóstoles», este célebre pastor
decía:

Y reinaba entre ellos la caridad; entre ellos (los apóstoles) nadie era pobre.
Nadie consideraba que lo suyo le pertenecía, toda la riqueza era propiedad
común […] reinaba una gran caridad entre todos ellos. Esta caridad consistía
en que no había pobres entre ellos, hasta tal punto que aquellos que poseían
bienes se apresuraban a despojarse de los mismos. No dividían su fortuna en
dos partes, entregando una y guardando para sí la otra; daban lo que tenían.
De modo que no había desigualdad entre ellos; todos vivían en la abundancia.
Todo se hacía con la mayor reverencia. Lo que daban no pasaba de la mano
del dador a la del receptor; lo que daban lo hacían sin ostentación; ponían sus
bienes a los pies de los apóstoles, que eran los administradores y los amos y
utilizaban los bienes como cosa comunitaria y no privada. Con ello ponían
coto a cualquier intento de caer en la vanagloria. ¡Ay! ¿Por qué se han
perdido estas tradiciones? Ricos y pobres, todos nos beneficiaríamos con esta
piadosa conducta y todos derivaríamos el mismo placer de conformarnos a
ella. Los ricos, al despojarse de sus posesiones, no se empobrecerían, y los
pobres se enriquecerían… Pero intentemos dar una idea exacta de lo que
habría que hacer…

«Supongamos —y que ni ricos ni pobres se alarmen, pues se trata de una


mera suposición— supongamos que vendemos todo lo que nos pertenece y
ponemos todo el producto de la venta en un pozo común. ¡Qué cantidad de
oro tendríamos! No sé cuánto, exactamente, pero si todos, sin distinción de
sexo, trajeran sus tesoros, si vendieran sus campos, sus propiedades, sus
casas —no hablo de esclavos, porque no los había en la comunidad cristiana, y
los que llegaban a ella se convertían en hombres libres— si todos hicieran
eso, digo, tendríamos cientos de miles de libras de oro, millones, sumas
inmensas.

»¡Pues bien! ¿Cuánta gente creen ustedes que viva en esta ciudad? ¿Cuántos
cristianos? ¿Están ustedes de acuerdo en que son cien mil? El resto son judíos
y gentiles. ¿Cuántos no se unirían? Cuenten a los pobres, ¿cuántos son? A lo
sumo cincuenta mil necesitados. ¿Cuánto requeriría su alimentación diaria?
Calculo que el gasto no sería excesivo, si se organizara la distribución y
provisión comunitaria de los alimentos.
»Acaso preguntarán ustedes: ‘¿Qué será de nosotros cuando esta riqueza sea
consumida?’

¿Qué? ¿Acaso ello ocurriría? ¿Acaso la gracia de Dios no se multiplicaría por


mil? ¿No estaríamos creando un cielo en la tierra? Si esta comunidad de
bienes existía entre cinco mil fieles con tan buenos resultados como la
desaparición de la pobreza, ¿qué no lograría una multitud tan grande? Y entre
los mismos paganos, ¿quién no acudiría a incrementar el tesoro común? La
riqueza en manos de unas pocas personas se pierde más fácil y rápidamente;
la distribución de la propiedad es la causa de la pobreza. Tomemos el ejemplo
de un hogar compuesto por un hombre, su mujer y diez hijos; la mujer carda
la lana, el hombre aporta su salario; ¿en qué caso gasta más esta familia,
viviendo juntos o separados? Es obvio que si vivieran separados. Diez casas,
diez mesas, diez sirvientes y diez asignaciones especiales de dinero si los
hijos vivieran separados. ¿Qué hacen los que poseen numerosos esclavos?
¿No es cierto, acaso, que para disminuir los gastos los alimentan a la misma
mesa? La división origina pobreza; la concordia y la unidad de las voluntades
origina riquezas.

En los monasterios se vive como en los primeros tiempos de la Iglesia. ¿Quién


muere allí de hambre? ¿Quién no tiene allí suficiente alimento? ¡Sin embargo
los hombres de nuestro tiempo sienten mayor temor ante ese tipo de vida que
ante el peligro de caer al mar! ¿Por qué no lo hemos intentado? Lo
temeríamos menos. ¡Qué cosa buena sería! Si un puñado de fieles, apenas
ocho mil, osaron en un mundo donde sólo había enemigos tratar de vivir en
forma comunitaria, sin ayuda exterior, ¿cuánto mejor podríamos hacerlo hoy,
cuando hay cristianos en todo el mundo? ¿Quedaría un solo gentil? Creo que
ninguno. Atraeríamos a todos a nuestra causa.

San Juan Crisóstomo pronunció en vano estos ardientes sermones. Los


hombres no trataron de imponer el comunismo en Constantinopla, ni en
ningún otro lugar del mundo. A medida que el cristianismo se difundía, y
pasaba a ser en Roma después del siglo IV la religión dominante, los fieles se
alejaban cada vez más del ejemplo de los primeros apóstoles. Dentro de la
propia comunidad cristiana se acrecentaba la desigualdad en la posesión de
bienes.

En el siglo VI, Gregorio Magno dijo:

De ninguna manera basta con no robar la propiedad ajena; se equivocan


ustedes si guardan la riqueza que Dios creó para todos. Quien no da a los
demás lo que posee, es un asesino, un homicida; cuando guarda para sí lo que
podría dar a los pobres, puede decirse que mata a quienes podrían haber
vivido de esa abundancia; cuando compartimos con los que sufren, no les
damos lo que nos pertenece sino lo que les pertenece a ellos. No es un acto de
compasión, sino el saldo de una deuda.

Estos llamados no rindieron frutos. Pero la culpa de ninguna manera recae


sobre los cristianos de aquellas épocas, quienes respondían mucho mejor a las
palabras de los Padres de la Iglesia que los cristianos actuales. No es la
primera vez en la historia de la humanidad que las condiciones económicas
resultan más poderosas que los más bellos discursos.

El comunismo, esta comunidad de consumidores de bienes que proclamaron


los primeros cristianos, no podía existir sin el trabajo comunitario de toda la
población, la propiedad común de la tierra y los talleres. En la época de los
primeros cristianos no era posible iniciar el trabajo comunitario (con medios
de producción comunitarios) porque, como ya hemos dicho, el trabajo no lo
realizaban los hombres libres, sino los esclavos, marginados de la sociedad. El
cristianismo no se propuso abolir la desigualdad entre el trabajo de los
hombres, ni entre su propiedad. Por eso fracasaron sus esfuerzos por
suprimir la desigualdad en la distribución de bienes. La voz de los Padres de
la Iglesia que proclamaba el comunismo fue encontrando cada vez menos eco.
Rápidamente esos llamamientos se volvieron más infrecuentes, hasta
desaparecer del todo. Los Padres de la Iglesia dejaron de predicar la
comunidad y división de los bienes, porque el crecimiento de la comunidad
cristiana provocó cambios fundamentales en la propia Iglesia.

IV

Al principio, cuando la comunidad cristiana era pequeña, no existía un clero


en el sentido estricto del término. Los fieles de cada ciudad formaban una
comunidad religiosa independiente. Elegían un responsable de dirigir el culto
y realizar los ritos religiosos. Cualquier cristiano podía ser obispo o prelado.
Era una función electiva, susceptible de ser revocada, ad honorem y sin más
poder que el que la comunidad estaba dispuesta a otorgarle libremente. A
medida que el número de fieles aumentaba y las comunidades se volvían más
numerosas y ricas, administrar sus negocios y ejercer un puesto oficial se
volvió una ocupación que requería mucho tiempo y dedicación. Puesto que los
funcionarios no podían realizar estas tareas y dedicarse al mismo tiempo a
sus ocupaciones, surgió la costumbre de elegir entre los miembros de la
comunidad un eclesiástico que se dedicaba exclusivamente a dichas
funciones. Por tanto, estos empleados de la comunidad debían recibir una
compensación por dedicarse exclusivamente a los negocios de ésta. Así se
formó en el seno de la Iglesia una nueva casta de empleados, separada del
común de los fieles: el clero. Paralelamente a la desigualdad entre ricos y
pobres, surgió la desigualdad entre clero y pueblo. Los eclesiásticos, elegidos
originalmente entre sus iguales para cumplir una función temporaria, se
elevaron rápidamente a la categoría de una casta que dominaba al pueblo.

Cuanto más numerosas se volvían las comunidades cristianas en el inmenso


Imperio Romano, más sintieron los cristianos, perseguidos por el gobierno, la
necesidad de unirse para cobrar fuerzas. Las comunidades, dispersas por todo
el territorio del Imperio, se organizaron en una Iglesia única. Esta unificación
era ya una unificación del clero y no del pueblo. Desde el siglo IV, los
eclesiásticos de las diversas comunidades se reunían en concilios. El primer
concilio se reunió en Nicea en el 325. Así se formó el clero, sector aparte y
separado del pueblo. Los obispos de las comunidades más fuertes y ricas
pasaron a dominar los concilios. Es por eso que el obispo de Roma se colocó
rápidamente a la cabeza del conjunto de la cristiandad y se convirtió en Papa.
Así surgió un abismo entre el pueblo y el clero dividido jerárquicamente.

Al mismo tiempo, las relaciones económicas entre el pueblo y el clero


sufrieron cambios profundos. Antes de la creación de esta orden, todo lo que
los miembros ricos de la Iglesia aportaban al fondo común era propiedad de
los pobres. Después, gran parte de los fondos empezaron a ser utilizados para
pagarle al clero que administraba la Iglesia. Cuando, en el siglo IV, el
gobierno comenzó a proteger a los cristianos y a reconocer que su religión
era la dominante, cesaron las persecuciones, los ritos ya no se celebraron en
catacumbas ni en casas modestas, sino en iglesias de una magnificencia cada
vez mayor. Estos gastos redujeron aun más las sumas destinadas a los pobres.
Ya en el siglo V, los haberes de la Iglesia se dividían en cuatro partes: una
para el obispo, la segunda para el clero inferior, la tercera para la
manutención de la Iglesia y la cuarta para su distribución entre los pobres.
Así pues, toda la población cristiana pobre recibía una suma igual a la que el
obispo tenía para él solo.

Con el paso del tiempo se perdió la costumbre de asignar a los pobres una
suma determinada de antemano. Por otra parte, a medida que aumentaba la
importancia del clero superior, los fieles perdían el control sobre las
propiedades de la Iglesia. Los obispos dispensaban limosna a los pobres a
voluntad. El pueblo recibía limosna de su propio clero. Y eso no es todo. En
los comienzos de la cristiandad, los fieles hacían ofrendas según su buena
voluntad. A medida que la religión cristiana se convertía en religión de
Estado, el clero exigía que tanto los pobres como los ricos hicieran aportes.
Desde el siglo VI, el clero impuso un impuesto especial, el diezmo (la décima
parte de la cosecha) a pagar a la Iglesia. Este impuesto cayó como una carga
pesadísima sobre las espaldas del pueblo; en la Edad Media se convirtió en un
verdadero infierno para los campesinos oprimidos por la servidumbre. Este
diezmo se imponía a cada pedazo de tierra, a cada propiedad. Pero era el
siervo quien lo pagaba con su trabajo. Así, los pobres no sólo perdieron el
socorro y la ayuda de la Iglesia, sino que vieron cómo los curas se aliaban a
los demás explotadores: los príncipes, nobles y prestamistas. En la Edad
Media, mientras la servidumbre reducía al pueblo trabajador a la pobreza, la
Iglesia se enriquecía cada vez más. Además del diezmo y otros impuestos, la
Iglesia se benefició en este periodo con grandes donaciones, legados de
libertinos ricos de ambos sexos, quienes a último momento querían pagar por
su vida pecaminosa. Entregaban a la Iglesia dinero, casas, aldeas enteras con
sus siervos y a menudo la renta de las tierras y los impuestos en trabajo
(corvea).

De esta manera, la Iglesia adquirió riquezas enormes. Al mismo tiempo, el


clero dejó de ser el «administrador» de la riqueza que la Iglesia le había
confiado. En el siglo XII, declaró abiertamente en una ley —que, dijo,
provenía de las Sagradas Escrituras—, que la riqueza de la Iglesia no
pertenece a los pobres sino al clero y, sobre todo, a su jefe, el Papa. Por tanto,
los puestos eclesiásticos eran la mejor posibilidad de gozar de una buena
renta. Cada eclesiástico disponía de la propiedad de la Iglesia como si fuera
propia y la legaba a sus propios parientes, hijos y nietos. Así se consumó el
pillaje de los bienes de la Iglesia, que quedaron en manos de los familiares de
los clérigos. Por esa razón, los papas se proclamaron soberanos de la fortuna
de la Iglesia y ordenaron el celibato sacerdotal, para impedir la dispersión de
su patrimonio. El celibato se decretó en el siglo XI, pero, debido a la oposición
del clero, no consiguió imponerse sino hasta el siglo XIII. Para impedir aún
más la dispersión de la riqueza de la Iglesia, en 1297 el Papa Bonifacio VIII
prohibió a los eclesiásticos entregar sus rentas a legos sin permiso papal. Así,
la Iglesia llegó a acumular riquezas inmensas, sobre todo en tierras fértiles, y
el clero de los países cristianos se convirtió en el más rico de los propietarios
terratenientes. ¡En algunos casos poseía un tercio o más de todas las tierras
del país!

Los campesinos no sólo pagaban impuestos en trabajo (corvea), sino también


el diezmo, en tierras de príncipes y nobles y en las tierras inmensas
pertenecientes a obispos, arzobispos, párrocos y conventos. Entre los señores
feudales más poderosos, la Iglesia apareció como el más grande explotador.
Por ejemplo, en Francia, a fines del siglo XVIII, antes de la Gran Revolución,
el clero era dueño de la quinta parte de las tierras del país, con una renta
anual de aproximadamente cien millones de francos. Los diezmos sumaban
veintitrés millones. Con esta suma engordaban a 2,800 prelados y obispos,
5,600 superiores y priores, 60 mil párrocos y curas y a los 24 mil monjes y 36
mil monjas que poblaban los conventos. Este ejército de curas estaba exento
del pago de impuestos y del servicio militar. En momentos de «calamidades»
—guerra, mala cosecha, epidemia— la Iglesia pagaba al fisco un impuesto
«voluntario» que jamás excedía los 16 mil francos.

El clero privilegiado formaba con la nobleza una clase dominante que vivía de
la sangre y el sudor de los siervos. La jerarquía eclesiástica, los puestos mejor
pagados, sólo estaban al alcance de los nobles y quedaban en manos de la
nobleza. A consecuencia de ello, en la época de la servidumbre, el clero fue el
aliado fiel de la nobleza, la apoyaba y la ayudaba a oprimir al pueblo, al que
no le daba más que sermones donde lo exhortaba a ser humilde y resignarse a
su suerte. Cuando el proletariado rural y urbano se alzaba contra la opresión
y la servidumbre, encontraba en el clero un enemigo feroz. Es cierto que en el
seno de la propia Iglesia existían dos clases: el clero superior, que absorbía
toda la riqueza, y la gran masa de curas rurales, cuyos modestos ingresos no
sumaban más de doscientos a quinientos francos al año. Esta clase sin
privilegios se alzaba contra el clero superior, y en 1789, durante la Gran
Revolución, se unió al pueblo para luchar contra el poder de la nobleza
secular y eclesiástica.

Así se fueron modificando las relaciones entre la Iglesia y el pueblo en el


curso de los siglos. La cristiandad se inició como mensaje de consuelo para
los desheredados y oprimidos. Creó una doctrina para combatir la
desigualdad social y el antagonismo entre ricos y pobres; enseñó la
comunidad de la riqueza. Pero este templo de igualdad y fraternidad no tardó
en convertirse en fuente de nuevos antagonismos sociales. Al abandonar la
lucha contra la propiedad privada que habían librado los primeros apóstoles,
el clero se dedicó a amasar fortunas; se alió a las clases poseedoras que
vivían de la explotación de las masas trabajadoras. En épocas feudales la
Iglesia era miembro de la clase dominante, la nobleza, y defendía con pasión
su poder contra la revolución. A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, los
pueblos de Europa central liquidaron la servidumbre y los privilegios de la
nobleza. En ese momento, la Iglesia se volvió a aliar con las clases
dominantes: la burguesía industrial y comercial. Hoy la situación es distinta y
el clero ya no posee grandes extensiones de tierras, pero tiene capitales a los
que trata de hacer productivos mediante la explotación del pueblo en el
comercio y la industria, como hacen los capitalistas.

La Iglesia Católica de Austria posee, según sus propias cifras, un capital de


más de 813 millones de coronas, de las cuales 300 millones consisten en
tierras cultivables, 387 millones en bonos y 70 millones en deudas de
industriales y comerciantes. De esa manera, la Iglesia se ha adaptado a los
tiempos modernos, transformándose de señor feudal en capitalista de la
industria y el comercio. Al igual que antes, colabora con la clase que se
enriquece a costillas del proletariado rural e industrial.

Este cambio es más notable aún en la organización de los conventos. En


algunos países, como Alemania y Rusia, los claustros católicos se cerraron
hace mucho tiempo. Pero donde todavía existen, como en Francia, Italia y
España, todo corrobora el papel importantísimo que desempeña la Iglesia en
el régimen capitalista.

En la Edad Media los conventos eran refugios del pueblo, que se guarecía allí
de la crueldad de señores y príncipes; encontrando alimentos y protección en
casos de extrema pobreza. Los claustros no negaban pan y alimentos a los
hambrientos. No debemos olvidar que la Edad Media no conocía el comercio
que es corriente en nuestros días. Cada granja y cada convento producía en
abundancia lo que necesitaba, gracias al trabajo de siervos y artesanos.
Sucedía a menudo que las reservas no encontraban salida. Cuando había
excedente de grano, vegetales, leña, éste carecía de valor. No había
comprador y no todos los productos podían conservarse. En estos casos, los
conventos proveían generosamente a las necesidades de los pobres, dándoles
en el mejor de los casos una pequeña porción de lo que les habían sacado a
sus siervos. (Ésta era la costumbre de la época y casi todas las fincas de la
nobleza hacían lo mismo). Para los conventos, esta benevolencia era una
fuente de ganancias; con su reputación de abrir sus puertas a los pobres,
recibían grandes regalos y herencias de los ricos y poderosos.

Con el surgimiento del capitalismo y la producción para el comercio, cada


producto adquirió un precio y se volvió intercambiable. En ese momento se
acabaron las buenas acciones de los conventos, las casas de los señores y la
Iglesia. El pueblo perdió su último refugio. Ésta es una de las razones por las
que, en los inicios del capitalismo, en el siglo XVIII, cuando los obreros aún no
se habían organizado para defender sus intereses, apareció una pobreza tan
impresionante que parecía que la humanidad había regresado a la decadencia
del Imperio Romano. Pero si la Iglesia Católica de los viejos tiempos trató de
ayudar al proletariado romano predicando el comunismo, la igualdad y la
fraternidad, en la etapa capitalista actuó de manera completamente distinta.
Trató sobre todo de sacar ganancias de la pobreza del pueblo, como mano de
obra barata. Los conventos se convirtieron en infiernos de explotación
capitalista, que además hacían trabajar a mujeres y niños. El juicio contra el
Convento del Buen Pastor de 1903 en Francia fue un ejemplo notable de estos
abusos. Había niñas de doce, diez y nueve años obligadas a trabajar en
condiciones abominables, arruinando su vista y su salud, mal alimentadas y
sometidas a un régimen carcelario.

En la actualidad, casi todos los conventos franceses están cerrados y la Iglesia


ya no tiene posibilidad de explotar directamente. De igual modo, el diezmo,
azote de los campesinos, fue abolido hace mucho. Ello no le impide al clero
exprimirle dinero a la clase obrera mediante otros métodos, sobre todo misas,
casamientos, entierros y bautismos. Y los gobiernos que apoyan al clero
obligan al pueblo a pagarle tributo. Además, en todos los países —salvo
Estados Unidos y Suiza, donde la religión es un asunto personal—, la Iglesia
le saca al Estado sumas enormes que provienen, obviamente, del trabajo del
pueblo.

En Francia, por ejemplo, los gastos del clero suman cuarenta millones de
francos anuales.

En síntesis, el trabajo de millones de explotados garantiza la existencia de la


Iglesia, el gobierno y la clase capitalista. Las estadísticas de los ingresos de la
Iglesia, antes refugio de los pobres, en Austria-Hungría, dan una idea de su
riqueza. Hace cinco años (o sea, en 1900), sus ingresos anuales sumaban
sesenta millones de coronas, y sus gastos no excedían los 35 millones. Así, en
un año «ahorraba» veinticinco millones, a costa del sudor y la sangre de los
trabajadores. He aquí algunos detalles sobre esa suma:

El Arzobispado de Viena, con un ingreso anual de trescientas mil coronas y


gastos no mayores de la mitad de esa suma, «ahorró» 150 mil. El capital fijo
de ese arzobispado suma alrededor de siete millones de coronas. El
Arzobispado de Praga posee un ingreso de más de medio millón y gastos de
alrededor de trescientos mil; su capital es de casi once millones. El
Arzobispado de Olomuc tiene ingresos de más de medio millón y gastos por
alrededor de cuatrocientos mil. Su fortuna asciende a catorce millones. El
clero inferior, que tanto se lamenta de su pobreza, explota a la población en
igual medida. Los ingresos anuales de los párrocos austríacos suman más de
35 millones, los gastos sólo 21 millones y como resultado los «ahorros» de los
curas párrocos suman catorce millones anuales. Las propiedades parroquiales
ascienden a más de 450 millones. Por último, hace cinco años los conventos
recibían, deducidos los gastos, un «ingreso neto» de cinco millones anuales.
Estas riquezas aumentan con los años… a la par la pobreza de los
trabajadores explotados por el capitalismo y el Estado. En nuestro país y en
todos los demás, la situación es idéntica a la de Austria-Hungría.

VI

Después de haber pasado revista a la historia de la Iglesia, no puede


sorprendernos que el clero apoye al zar y a los capitalistas contra los obreros
revolucionarios que luchan por un futuro mejor. Los obreros conscientes,
organizados en el Partido Socialdemócrata, luchan por convertir la idea de la
igualdad social y la fraternidad entre los hombres —que alguna vez fue la
causa de la Iglesia cristiana— en una realidad.

Pero si la igualdad resultó irrealizable en una sociedad basada en la


esclavitud o la servidumbre, en cambio puede realizarse en nuestra época de
capitalismo industrial. Lo que los apóstoles cristianos no lograron con
encendidos discursos contra el egoísmo de los ricos, lo pueden lograr en un
futuro cercano los proletarios modernos, los obreros conscientes de su
situación como clase, conquistando el poder político en todos los países, y
arrancando las fábricas, las tierras y todos los medios de producción de
manos de los capitalistas para convertirlos en propiedad común de los
trabajadores. El comunismo por el que luchan los socialdemócratas no
consiste en dividir entre los mendigos, los ricos y los ociosos la riqueza
producida por esclavos y siervos, sino en el trabajo comunitario honesto y el
goce de los frutos comunes de dicho trabajo. El socialismo no es la
generosidad de los ricos con los pobres, sino la abolición total de las
diferencias entre ricos y pobres, que obligue a todos a trabajar según su
capacidad mediante la abolición de la explotación del hombre por el hombre.

Para implantar el orden socialista, los obreros se organizan en el partido


obrero, el Partido Socialdemócrata, que persigue este fin. Y es por ello que la
socialdemocracia y el movimiento obrero suscitan el odio feroz de las clases
poseedoras que viven a costillas de los trabajadores.

Las inmensas riquezas que la Iglesia amasa sin esfuerzo provienen de la


explotación y pobreza del pueblo trabajador. La riqueza de arzobispos y
obispos, conventos y parroquias, la riqueza de los dueños de las fábricas y de
los comerciantes y terratenientes, se consigue al precio de los esfuerzos
inhumanos de los obreros urbanos y rurales. ¿Cuál puede ser el origen de los
donativos y las herencias que los señores ricos dejan a la Iglesia? No es,
obviamente, el trabajo de sus manos ni el sudor de sus frentes, sino la
explotación de los obreros que trabajan para ellos; siervos ayer, obreros
asalariados hoy. Además, la subvención que el Estado le otorga al clero
proviene en su mayor parte de los impuestos que pagan las masas populares.
El clero, al igual que la clase capitalista, vive a costillas del pueblo, lucrando
con su degradación, ignorancia y opresión. El clero y los parásitos capitalistas
odian a la clase obrera organizada, consciente de sus derechos, que lucha por
la conquista de sus libertades. La destrucción del desgobierno capitalista y la
instauración de la igualdad entre los hombres serían un golpe mortal para el
clero, que subsiste debido a la explotación y la pobreza. Pero, sobre todas las
cosas, el socialismo quiere garantizarle a la humanidad la felicidad real y
honesta acá abajo, educar lo más posible al pueblo y asegurarle el primer
puesto en la sociedad. Los sirvientes de la Iglesia temen esta felicidad como a
la plaga.

Los capitalistas moldearon a martillazos los cuerpos de los trabajadores,


forjaron sus cadenas de pobreza y esclavitud. Además, para ayudar a los
capitalistas y servir a sus propios intereses, el clero encadena la mente del
pueblo a la más crasa ignorancia, porque sabe bien que la educación
significaría el fin de su poder. Así, el clero falsifica las primeras enseñanzas
del cristianismo, cuyo objeto era brindar la felicidad terrena a los humildes, y
trata de convencer a los trabajadores de que el sufrimiento y la degradación
que soportan no son producto de una estructura social defectuosa, sino de la
voluntad del cielo y de la «providencia». Así, la Iglesia mata la esperanza del
obrero, su fuerza, su deseo de un futuro mejor, su fe y su amor propio. Los
curas de hoy, con sus enseñanzas falsas y venenosas, perpetúan la ignorancia
y degradación del pueblo. He aquí algunas pruebas irrefutables.

En países donde el clero católico ejerce gran poder sobre la mente de las
masas, por ejemplo, en España e Italia, el pueblo está sumido en la más
profunda ignorancia. Florecen allí la bebida y el crimen. Por ejemplo,
comparemos las provincias alemanas Bavaria y Sajonia. Bavaria es una
provincia agrícola cuya población sufre la influencia preponderante del clero
católico. Sajonia es una provincia industrializada donde los socialdemócratas
desempeñan un gran papel en la vida de los trabajadores y ganan las
elecciones parlamentarias en la mayoría de los distritos, una de las razones
por las que la burguesía odia esta provincia «roja». ¿Y con qué nos
encontramos? Las estadísticas oficiales demuestran que la cantidad de
crímenes cometidos en la Bavaria ultracatólica es mucho más elevada que en
la «Sajonia roja». En 1898, de cada cien mil habitantes, observamos:

Crimen

Bavaria

Sajonia

Robo a mano armada

204

185

Asalto calificado

296

72

Perjurio

La situación es casi idéntica cuando comparamos Possen, dominada por los


curas, con Berlín, donde la influencia de los socialdemócratas es mayor. En
Possen, en el curso de un año, vemos 232 casos de asalto calificado por cada
cien mil habitantes, en Berlín sólo 172.

En la ciudad papal de Roma, en un solo mes de 1869 (penúltimo año del poder
temporal del Papa), se dictaron las siguientes condenas: 279 por homicidio,
728 por asalto calificado, 297 por robo y 21 por incendio. Estos son los
resultados del dominio del clero sobre el pueblo.

Esto no significa que el clero incite al pueblo al crimen. Todo lo contrario: en


sus sermones, los curas denuncian el hurto, el robo y la embriaguez. Pero los
hombres no hurtan, roban ni se emborrachan porque les guste. Lo hacen por
su pobreza o ignorancia. Por lo tanto, el que perpetúa la ignorancia y pobreza
del pueblo, el que aplasta su energía y voluntad para salir de esa situación, el
que pone obstáculos en el camino de quienes quieren educar al proletariado,
es tan responsable de los crímenes como si fuese su cómplice.

La situación era parecida hasta hace poco en las zonas mineras de la Bélgica
católica. Los socialdemócratas fueron allá. Por todo el país resonó su vigoroso
llamado a los obreros, infelices y degradados: «¡Obrero, levántate! ¡No robes,
no bebas, no desesperes, no agaches la cabeza! ¡Únete a tus hermanos de
clase en la organización, lucha contra los explotadores que te maltratan!
¡Saldrás de la pobreza, serás un hombre!».

Así, en todas partes los socialdemócratas levantan al pueblo y fortalecen a


quienes han perdido las esperanzas, unen a los débiles en una poderosa
organización. Abren los ojos de los ignorantes y les enseñan el camino de la
igualdad, la libertad y el amor al semejante.

En cambio, los servidores de la Iglesia sólo llevan al pueblo palabras de


humillación y desaliento. Si Cristo reapareciera hoy sobre la tierra,
seguramente atacaría a los curas, obispos y arzobispos que defienden a los
ricos y explotan a los desgraciados, como antes atacó a los mercaderes, a los
que echó del templo para que su sucia presencia no manchara la Casa del
Señor.

Por eso se libra una batalla sin cuartel entre el clero, sostén de la opresión, y
los socialdemócratas, heraldos de la liberación. Se puede considerar este
combate como si lo libraran la noche oscura y el sol naciente. Porque al no
poder combatir al socialismo con la inteligencia y la verdad, los curas tienen
que recurrir a la violencia y la maldad. Estos judas calumnian a quienes
despiertan la conciencia de clase. Con mentiras y calumnias tratan de
manchar la memoria de quienes dieron sus vidas por la causa obrera. Estos
sirvientes y adoradores del becerro de oro apoyan y aplauden los crímenes
del gobierno zarista y defienden el trono de este déspota que oprime al
pueblo como otro Nerón.

¡Pero se agitan ustedes en vano, siervos degenerados de Cristo convertidos


en siervos de Nerón! En vano ayudan ustedes a quienes nos asesinan, en vano
protegen a los explotadores del proletariado bajo el signo de la cruz. Sus
crueldades y calumnias no pudieron impedir en el pasado el triunfo de la idea
cristiana, idea que hoy ustedes han sacrificado al becerro de oro: hoy sus
esfuerzos no impedirán la marcha del socialismo. Hoy los paganos son
ustedes, con sus mentiras y enseñanzas, y nosotros quienes predicamos entre
los pobres y explotados la fraternidad y la igualdad. Somos nosotros quienes
marchamos a la conquista del mundo, como antes aquél que dijo que es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino
de los cielos.
VII

Dos palabras para terminar. El clero posee dos armas para combatir a la
socialdemocracia. En los lugares en que el movimiento obrero apenas
empieza a cobrar fuerza, como es el caso de nuestro país, donde las clases
poseedoras tienen la esperanza de aplastarlo, el clero combate a los
socialistas con sermones, calumniándolos y denunciando la «codicia» de los
trabajadores. Pero en los países donde hay libertades democráticas y el
partido obrero es fuerte, como en Alemania, Francia, Holanda, el clero
recurre a otros métodos. Oculta sus verdaderos propósitos y, en vez de
enfrenarse a los obreros como enemigo, se les acerca como falso amigo. Así,
se puede ver a los curas organizando sindicatos «cristianos», para capturar a
los obreros, como peces en la red, en la trampa de esos falsos sindicatos
donde se enseña mansedumbre, a diferencia de las organizaciones
socialdemócratas, cuyo objetivo es que los obreros luchen y se defiendan.

Cuando el gobierno zarista caiga bajo los golpes del proletariado


revolucionario de Polonia y Rusia, cuando la libertad política se imponga en
nuestro país, veremos al mismísimo arzobispo Popiel y a los curas, que hoy
despotrican contra los activistas, empezar repentinamente a organizar a los
obreros en asociaciones «cristianas» y «nacionales», para engañarlos. Ya
vemos los comienzos de la actividad solapada de la «democracia nacional»,
que asegura a los curas su colaboración futura y los ayuda hoy a calumniar a
los socialdemócratas.

Por eso los obreros deben estar advertidos del peligro, para no permitir que
los engañen con palabras melosas, en la mañana de la victoria de la
revolución, los que hoy desde el púlpito osan defender al gobierno zarista,
que mata obreros, y al aparato represivo del capital, causa principal de la
pobreza del proletariado.

Para defenderse en la actualidad del antagonismo del clero durante la


revolución y contra su falsa amistad de mañana, después de la revolución, es
necesario que los obreros se organicen en el Partido Socialdemócrata.

Y ésta es la respuesta a los ataques del clero: la socialdemocracia de ninguna


manera combate los credos religiosos. Por el contrario, exige total libertad de
conciencia para todo individuo, y la mayor tolerancia para cada fe y opinión.
Pero, desde el momento en que los curas utilizan el púlpito como medio de
lucha política contra la clase obrera, los obreros deben combatir a los
enemigos de su derecho y su liberación. Porque el que defiende a los
explotadores y el que ayuda a perpetuar este régimen de miseria es el
enemigo mortal del proletariado, ya vista sotana o uniforme de la policía[3] .
EN EL ALBERGUE

El siguiente artículo fue publicado originalmente en la revista socialista


dirigida a las mujeres, Igualdad, dirigida por Clara Zetkin, en enero de 1912.

El ambiente festivo de nuestra capital imperial se ha visto súbitamente


turbado. Las almas piadosas estaban aún entontando la canción tradicional
Feliz navidad, navidad bendita, cuando corrió la noticia de que un
envenenamiento masivo de indigentes acababa de producirse en el albergue
de la ciudad. Sus víctimas habían sido jóvenes y viejos por igual: el empleado
Joseph Geihe de 21 años; el obrero Karl Melchior de 47; Lucian
Szczyptierowski de 65, etc. Cada día aparecían más nombres de indigentes
víctimas del envenenamiento. La muerte los halló en todas partes: en el
albergue, en la prisión, en los salones con calefacción o simplemente en la
calle, acurrucados en cualquier rincón. Antes que el año nuevo llegara entre
campanadas, 150 personas se retorcían de agonía y setenta habían sido
bendecidas.

El modesto edificio de la calle Froebel, que habitualmente todo el mundo


rehúye, ha concentrado en estos días la atención general. ¿Qué causó este
envenenamiento en masa? ¿Fue acaso una epidemia o una intoxicación
provocada por alimentos en mal estado? La policía se apresura a tranquilizar
al público. No se trataba de una enfermedad contagiosa, ni de nada que
presentara peligro alguno para la población decente y las gentes distinguidas
de la ciudad. No habían muerto más que los habitués del albergue que, con
ocasión de la fiesta de Navidad, habían ingerido arenques podridos o
aguardiente adulterado, adquiridos «a precio de ganga». Pero ¿de dónde
sacaron las víctimas esos arenques putrefactos? ¿Se los habían comprado a
un pescadero ambulante o los habían recogido de los montones de basura del
mercado? Esta hipótesis fue inmediatamente descartada, por la sencilla razón
de que los desechos de los mercados no son un bien sin dueño del que se
puede apropiar el primer vagabundo que llega, como podrían creerlo los
ingenuos que ignoren las normas de la economía política. Estos desechos se
recolectan y se venden a grandes empresas, que, tras desinfectarlos y
molerlos cuidadosamente, los utilizan para el engorde de puercos. Agentes de
policía patrullan los mercados para evitar que los vagabundos se lleven sin
autorización el alimento de los puercos, para comérselo ellos mismos, así, sin
desinfectar y sin moler. Era, pues, imposible que los indigentes hubieran
recogido su festín de Navidad entre los montones de basura de los mercados.
Por eso la policía buscaba a un vendedor ambulante o un cantinero que les
hubiera vendido los arenques podridos o aguardiente adulterado, causantes
del envenenamiento.

En toda su vida, ni Joseph Gehie ni Karl Melchior ni Lucian Szczyptierowski


habían atraído tanta atención como hoy. Ahora tienen el honor de que los
médicos de las Comisiones Reales hurguen personalmente en sus intestinos.
El contenido de sus estómagos, que tan poco había preocupado al mundo
hasta entonces, ahora se examina minuciosamente y se discute
apasionadamente en la prensa. Los periódicos anuncian que diez de esos
señores se ocupan en preparar cultivos del bacilo, causa del envenenamiento.
Por otro lado, el mundo quiere saber exactamente dónde fue que cayó
enfermo cada uno de esos miserables; ¿en el establo, donde la policía
encontró muerto a uno de ellos, o en el albergue donde había pasado la
noche? Lucían Szczyptierowski se ha convertido de pronto en un personaje
importante y seguramente estaría orgullosísimo, si no fuera en este momento
un cadáver pestilente en la mesa de disección.

Sí, el emperador mismo —que ¡bendito sea Dios!, está a salvo de estos males,
gracias al aumento de tres millones de marcos que, debido a la carestía de la
vida, se han añadido al sueldo que recibe en calidad de rey de Prusia—, el
emperador mismo pide insistentemente noticias de los envenenados que están
siendo tratados en el hospital municipal. Y su digna esposa expresa, con
ternura femenina, a través del chambelán von Winterfeldt, sus condolencias al
señor alcalde Kirschner. Es cierto que el alcalde Kirschner no comió de ese
arenque, a pesar de su buen precio, y que él y su familia gozan de excelente
salud. Tampoco es, que sepamos, pariente o amigo de Joseph Gehie o de
Lucian Szczyptierowski. Pero ¿a quién si no debía trasmitir el señor
chambelán von Winterfeldt las condolencias de la emperatriz? Evidentemente
no podía darle el pésame de su majestad a los restos de cadáveres que yacen
sobre la mesa de disección. En cuanto a sus familiares, nadie sabe quiénes
son. ¿Cómo ubicarlos en las tabernas, los hospicios, las zonas rojas, o las
fábricas y las minas donde trabajan? Por eso el alcalde Kirschner acepta en su
nombre las condolencias de la emperatriz, lo que le da fuerzas para soportar
estoicamente el dolor… de los deudos de Szczyptierowski.

Ante la catástrofe, también los concejales de la ciudad dieron pruebas de una


viril sangre fría. Hicieron investigaciones. Redactaron informes cubriendo de
tinta innumerables fojas de papel. En todo momento mantuvieron la cabeza
en alto y, pese la agonía en que otros hombres se debatían, conservaron el
valor, con el estoicismo con que los héroes antiguos enfrentaban su propia
muerte.

Y, sin embargo, el suceso puso una nota discordante en la vida pública.


Habitualmente, nuestra sociedad conserva cierta decencia exterior. Observa
la honorabilidad, el orden y buenas costumbres. Es cierto que hay lagunas o
imperfecciones en la estructura y en la vida del Estado, pero… ¿no tiene
acaso manchas el mismo Sol? Y, aquí abajo, ¿existe alguna cosa que sea
perfecta? Los obreros mismos —al menos los mejor pagados, los que están
sindicalizados—, creen de buena fe que el proletariado debe conducir su
existencia y su lucha dentro de los límites de la honorabilidad y la
compostura. ¿Acaso la miseria no ha sido ya refutada como una teoría
sombría? Todos saben bien que existen albergues, mendigos, prostitutas,
soplones, criminales y otros malos elementos… pero en general se piensa en
ellos como en algo lejano, que existe en alguna parte, lejos de la sociedad
propiamente dicha.

Entre la clase obrera «decente» y sus parias se levanta un muro, y rara vez se
piensa en los miserables que, del otro lado, se arrastran en el estiércol. Pero,
de pronto, algo sucede, y es como si, en un círculo de gentes bien educadas,
amables y distinguidas, alguien descubriera por casualidad, en medio de los
muebles caros y bellos, las huellas de un crimen abominable. Bruscamente,
un horrible espectro le arranca a nuestra sociedad su máscara de
compostura, revelando que su honorabilidad no es más que el maquillaje de la
prostituta. Bruscamente se releva que la superficie brillante de la civilización
cubre un abismo de miseria, de sufrimiento y de barbarie, y surgen imágenes
verdaderamente infernales de criaturas humanas hurgando en los montones
de basura en busca de desechos y retorciéndose en los horrores de la agonía.
Y así, agonizando, se les ve exhalar un último aliento pestilente.

Y el muro que nos separa de este siniestro reino de sombras se muestra de


pronto como un simple decorado de papel.

¿Quiénes eran estos habitués del albergue nocturno envenenados por el


arenque podrido o el aguardiente adulterado? Un dependiente de almacén, un
albañil, un tornero, un herrero… obreros, obreros, nada más que obreros. ¿Y
quiénes son las víctimas anónimas que la policía no ha podido identificar? Son
siempre obreros, nada más que obreros… o, en todo caso, lo eran hasta ayer.

Y, en efecto, ningún obrero está seguro contra el albergue o el arenque


podrido. Si hoy uno está vigoroso y es honesto y trabajador, ¿qué será de él si
mañana no lo reciben en su puesto de trabajo, por haber alcanzado el fatal
límite de edad o porque su patrón lo considera inutilizable? ¿Qué será de su
vida si mañana cae víctima de un accidente que haga de él un inválido, un
mendigo?

Se dice que los pobres fracasados del albergue no son más que malos
elementos, viejos con demencia senil o delincuentes juveniles, gente con
tendencias anormales o sin juicio. Es posible, pero los malos elementos de las
clases superiores no caen nunca en el albergue; ellos van a dar a sanatorios
privados o a las colonias, donde puedan satisfacer con toda libertad sus
perversos instintos a costa de los negros y las negras. Cuando las reinas y
grandes duquesas ancianas pierden sus facultades mentales, pasan el resto
de sus días en suntuosos palacios, rodeadas de una muchedumbre de
respetuosos servidores. Al viejo sultán Abdul Hamid[4] , ese monstruo vil
sobre cuya consciencia pesan millares y millares de víctimas, y cuyos
innumerables crímenes y excesos sexuales le han entorpecido los sentidos, la
sociedad le tiene deparada, como último refugio, una espléndida villa con
jardines magníficos, cocineros de primer orden y un harem de mujeres
florecientes, de doce años en adelante. Para el joven criminal Prosper von
Arenberg[5] , una prisión confortable, bien provista de champagne , de ostras
y de alegre compañía. Para los príncipes de instintos pervertidos, la
indulgencia de los tribunales, la abnegación de esposas heroicas y el dulce
consuelo de una buena y añeja cava. Para la viuda de Olsztyn[6] , que tiene
sobre su consciencia un asesinato y un suicidio, una confortable existencia
burguesa, retretes de seda y la discreta simpatía de la sociedad.

Pero los viejos proletarios, cuyo espíritu se ha debilitado por la edad, el


trabajo y las privaciones, revientan como los perros de Constantinopla, en las
calles, contra las bardas, en los albergues o en el arroyo, y a su lado se
encuentra por todo legado una cola de arenque podrido. La división de clases
se prolonga cruelmente más allá de la locura, más allá del crimen, más allá de
la muerte. Para la canalla aristocrática: indulgencia de la sociedad y gozos
hasta el último sorbo. Para el Lázaro proletario: el hambre y el bacilo de la
muerte en los montones de basura.

Así se cierra el círculo de la existencia proletaria en la sociedad capitalista.


Apenas sale de la infancia, el proletario comienza a trabajar, abnegado y
honesto, al servicio paciente y rutinario del capital. La cosecha del oro se
acumula, por millones y decenas de millones, en los graneros de los
capitalistas. Una ola de riquezas a cual más formidables se vierte en los
bancos y la Bolsas de Valores. Y mientras, los obreros, en masas grises y
silenciosas, salen de las fábricas y las construcciones como entraron en ellas
por la mañana: como eternos vendedores de la única mercancía que poseen,
su propio pellejo.

De tiempo en tiempo, un accidente o un fenómeno climático los barre de la


superficie de la tierra por docenas y por centenares. Una mención en el
periódico, una cifra redondeada, dan noticia somera del accidente. Al cabo de
algunos días se les ha olvidado y su último suspiro se apaga entre el jadeo y
las trepidaciones de la carrera por las ganancias. Al cabo de algunos días,
nuevas decenas y nuevos centenares han ocupado ya sus puestos bajo el yugo
del capital.

De tiempo en tiempo sobreviene una crisis, semanas y semanas de paro, de


lucha desesperada con el hambre. Si el obrero balancearse en la cuerda floja,
conserva su empleo, feliz de poder tender de nuevo los músculos y los nervios
al servicio del capital.

Pero sus fuerzas disminuyen poco a poco. Un periodo prolongado de


desempleo, un accidente, la vejez que se aproxima, o un motivo cualquiera… y
he aquí al obrero obligado a aceptar la primera ocupación que encuentra.
Pierde su profesión y cae cada vez más bajo, irremediablemente. Pronto el
azar domina su existencia, la desgracia lo persigue. La carestía de la vida lo
golpea cada vez más duro. La energía que despliega constantemente en la
lucha por un trozo de pan termina por relajarse; su amor propio desaparece y
he aquí que pronto se encuentra ante la puerta del albergue, cuando no en la
prisión.

Cada año, millares de existencias proletarias caen así de las condiciones


normales de la clase obrera para hundirse en la oscuridad de la miseria. Se
hunden sin ruido, como un sedimento sobre el suelo de la sociedad, como
sustancias inútiles de las que el capital no puede sacar ya ningún provecho:
igual que un montón de basura humana que la sociedad barre
despiadadamente con su escoba de hierro. El brazo de la ley, el hambre y el
frío proceden aquí con total libertad. Y, al final, la sociedad burguesa tiende a
sus parias la copa de veneno que los hace desaparecer.

La indigencia —dice Karl Marx en El capital — es el asilo de inválidos del


ejército activo del trabajo y el peso muerto del ejército industrial de reserva…
junto con éste, constituye una de las condiciones de existencia de la
producción capitalista y del desarrollo de la riqueza…
Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, y la extensión
e intensidad de su crecimiento; cuanto mayores sean, por tanto, el volumen
absoluto del proletariado y la fuerza productiva de su trabajo, mayor será
también el ejército industrial de reserva… Por lo tanto, la magnitud relativa
del ejército industrial de reserva crece a medida que crecen las potencias de
la riqueza… Tal es la ley absoluta, general, de la acumulación capitalista[7] .

Lucian Szczyptierowski, que murió en la calle envenenado por un arenque


podrido, pertenece al proletariado, tanto como el obrero calificado que recibe
buen salario, compra postales de año nuevo y lleva un reloj de cadena dorada.
El albergue de indigentes y las celdas de detención son los pilares que
sostienen a la sociedad actual, junto al palacio del canciller del Reich y la
Banca de Alemania, tal como el festín de arenque podrido y de aguardiente
adulterado en el albergue es la contraparte invisible del caviar y del
champagne en la mesa del millonario. En vano buscarán los señores de las
comisiones médicas en el microscopio el germen mortal en los intestinos de
los envenenados y preparar líquidos de cultivo. El verdadero bacilo del que
han muerto los indigentes del albergue es la sociedad capitalista con sus
cultivos.

Cada día los indigentes mueren de hambre y de frío. Nadie se ocupa de ellos,
salvo el parte cotidiano de la policía. La emoción que este hecho banal
provocó esta vez se explica únicamente por su carácter masivo. Pues es sólo
cuando su miseria adquiere un carácter de masa que el proletario puede
obligar a la sociedad a interesarse en él. Hasta los indigentes que
habitualmente se tomarían por un simple montón de cadáveres adquieren,
cuando se vuelven masa, verdadera importancia pública.

Normalmente, un cadáver es una cosa muda, sin la menor importancia. Pero


hay cadáveres que hablan más alto que las trompetas e iluminan más que las
antorchas. Después de la insurrección del 18 de marzo de 1848, los obreros
de Berlín llevaron en brazos los cadáveres de sus hermanos caídos ante el
palacio real y obligaron al despotismo a inclinarse ante sus víctimas. Ahora se
trata de levantar en nuestros brazos, nuestros millones de brazos proletarios,
los cadáveres de los indigentes de Berlín envenenados, que son carne de
nuestra carne y sangre de nuestra sangre, y de enarbolarlos en la nueva
jomada de lucha que se abre ante nosotros, al grito mil veces repetido de
«¡Abajo el orden social infame que engendra estos horrores!»[8] .
EL VOTO FEMENINO Y LA LUCHA DE CLASES

El siguiente es el discurso que Rosa Luxemburg pronunció en las II Jornadas


de Mujeres Socialdemócratas, el 12 de mayo de 1912.

«¿Por qué no hay organizaciones de mujeres trabajadoras en Alemania? ¿Por


qué se sabe tan poco del movimiento de mujeres obreras?». Con estas
palabras, Emma Ihrer, una de las fundadoras del movimiento de mujeres
proletarias de Alemania, introducía en 1898 su obra Las obreras en la lucha
de clases . Apenas han transcurrido catorce años desde entonces y el
movimiento de mujeres proletarias ha experimentado una gran expansión.
Más de ciento cincuenta mil trabajadoras sindicalizadas constituyen el núcleo
más activo de la lucha económica del proletariado. Muchos miles de mujeres
políticamente organizadas se han formado tras la bandera de la
socialdemocracia: el órgano de las mujeres socialdemócratas [Die Gleichheit
(La igualdad), editado por Clara Zetkin] tiene más de cien mil suscriptoras; el
voto femenino es uno de los puntos vitales del programa de la
socialdemocracia.

Pero es posible que precisamente estos datos lleven a algunos a subestimar la


importancia de la lucha por el sufragio femenino. Pueden pensar: aun sin la
igualdad de derechos políticos del sexo débil, hemos hecho enormes
progresos tanto en la educación como en la organización de las mujeres. Por
lo tanto, el voto femenino no es una necesidad urgente. Quien piense así se
equivoca. El extraordinario despertar político y sindical de las mujeres
proletarias en los últimos quince años ha sido posible sólo gracias a que las
obreras, a pesar de estar privadas de sus derechos, se interesaron vivamente
por las luchas políticas y parlamentarias de su clase. Hasta este momento, las
proletarias viven del voto masculino, en el que indudablemente inciden,
aunque de forma indirecta. Las campañas electorales son una causa común
de los hombres y de las mujeres de la clase obrera. En todos los mítines
electorales de la socialdemocracia, las mujeres constituyen ya una gran parte,
si no la mayoría. Siempre están interesadas y se sienten apasionadamente
implicadas. En todos los distritos en que existe una organización
socialdemócrata fuerte, las mujeres ayudan en la campaña. Y son las mujeres
las que llevan a cabo el inestimable trabajo de distribuir volantes y recoger
suscripciones para la prensa socialdemócrata, un arma muy importante en las
campañas.

El Estado capitalista no ha podido evitar que las mujeres del pueblo asuman
todas estas obligaciones y esfuerzos en la vida política. Poco a poco, el estado
se ha visto obligado a concederles el derecho de asociación y de reunión. Sólo
les niega el último derecho político: el derecho al voto, que les permitiría
elegir directamente representantes populares en el parlamento y en la
administración, y también ser elegidas ellas mismas. Aquí, como en todos los
ámbitos de la sociedad, la consigna es: «¡Cuidado con empezar cosas
nuevas!». Pero las cosas ya han empezado. El actual Estado cedió ante las
mujeres proletarias al admitirlas en las asambleas públicas y en las
asociaciones políticas. Pero no cedió por voluntad propia, sino forzado por la
presión irresistible del auge obrero. Y fue también el apasionado empuje de
las mujeres proletarias mismas el que forzó al Estado policíaco pruso-
germano a renunciar al famoso «sector femenino[9] » en las reuniones y abrir
las puertas de las organizaciones políticas a las mujeres. La bola de nieve
empezaba a rodar más deprisa. Gracias al derecho de asociación y de reunión,
las proletarias han tomado una parte activísima en la vida parlamentaria y en
las campañas electorales. La consecuencia inevitable, el resultado lógico del
movimiento es que hoy millones de mujeres proletarias reclaman desafiantes
y llenas de confianza: ¡Queremos el voto!

Hace tiempo, en la idílica era del absolutismo anterior a 1848, se decía que la
clase obrera no estaba «suficientemente madura» para tener derechos
políticos. Esto no puede decirse de las mujeres proletarias actualmente, pues
han demostrado sobradamente su madurez política. Todo el mundo sabe que,
sin ellas, sin la ayuda entusiasta de las mujeres proletarias, el partido
socialdemócrata no habría alcanzado la brillante victoria del 12 de enero (de
1912), no habría obtenido sus cuatro millones y cuarto de votos. En cualquier
caso, la clase obrera siempre ha tenido que demostrar su madurez para las
libertades políticas por medio de un movimiento de masas revolucionario.
Sólo cuando el Emperador por la Gracia de Dios y los mejores y más nobles
hombres de la nación sintieron realmente el calloso puño del proletariado en
su carne y su rodilla en sus pechos, entendieron inmediatamente la
«madurez» política del pueblo. Hoy les toca a las mujeres proletarias
mostrarle su madurez al Estado capitalista… mediante un constante y
poderoso movimiento de masas que utilice todos los medios de la lucha
proletaria.

El objetivo es el voto femenino, pero el movimiento de masas que se necesita


para conseguirlo no es una tarea de las mujeres solamente, sino una
responsabilidad común de clase, de las mujeres y los hombres del
proletariado. Porque la actual falta de derechos de las mujeres en Alemania
es sólo un eslabón de la cadena de la reacción: la monarquía. En la moderna
Alemania, con su capitalismo avanzado y altamente industrializado del siglo
XX, en la era de la electricidad y de los aviones, la falta de derechos políticos
para la mujer es un resabio del pasado muerto, pero también un resultado del
dominio del Emperador por la Gracia de Dios. Ambos fenómenos —el derecho
divino como el factor más importante de la vida política, y la mujer, casta en
un rincón de su casa, indiferente a las tormentas de la vida pública, a la
política y a la lucha de clases— hunden sus raíces en las podridas condiciones
del campo y de los gremios en la ciudad. En aquellos tiempos eran
justificables y necesarios. Pero tanto la monarquía como la falta de derechos
de la mujer han sido desbordados por el desarrollo del capitalismo moderno, y
hoy son caricaturas ridículas. Pero siguen en pie en nuestra sociedad
moderna, no porque la gente se olvidara de abolirlos, ni tampoco por la mera
inercia de las circunstancias. No, si todavía existen es porque ambos —la
monarquía, y la mujer privada de sus derechos— se han convertido en
instrumentos poderosos en manos de los enemigos del pueblo. Los peores y
más brutales defensores de la explotación y esclavización del proletariado se
atrincheran tras el trono y el altar, pero también tras la esclavitud política de
las mujeres. La monarquía y la falta de derechos de la mujer se han
convertido en los instrumentos más importantes de la dominación capitalista
de clase.

En realidad, para el Estado actual se trata de negar el voto a las mujeres


obreras , y sólo a ellas. Teme, con razón, se conviertan en una amenaza para
las instituciones tradicionales del dominio de clase, incluyendo, por ejemplo,
al militarismo (del que ninguna mujer obrera con cabeza puede dejar de ser
enemiga mortal), la monarquía, el sistema fraudulento de impuestos sobre la
alimentación y los medios de vida, etc. El voto femenino aterra al actual
Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que
reforzarían al enemigo interior, es decir, a la social-democracia. Si se tratara
del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un
apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan
como leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían
como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si
tuvieran derecho al voto. Serían incluso más reaccionarias que la parte
masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o
empleo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No
son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus maridos extraen del
proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social. Y los
consumidores son a menudo mucho más crueles que los agentes directos del
dominio y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a una
vida parasitaria. La historia de todas las grandes luchas revolucionarias lo
confirma de una forma horrible. La gran Revolución Francesa, por ejemplo.
Tras la caída de los jacobinos, cuando Robespierre era conducido al lugar de
la ejecución, las mujeres de la burguesía triunfante bailaban desnudas en las
calles, bailaban de gozo alrededor del héroe caído de la revolución. Y en
1871, cuando la heroica Comuna obrera de París fue aplastada por los
cañones, las radiantes mujeres de la burguesía fueron incluso más lejos que
sus hombres en su sangrienta venganza contra el proletariado derrotado. Las
mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la
explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben
indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil.

Económica y socialmente, las mujeres de las clases explotadoras no son un


sector independiente de la población. Su única función social es la de ser
instrumentos para la reproducción natural de las clases dominantes. Por el
contrario, las mujeres del proletariado son económicamente independientes y
socialmente tan productivas como el hombre. Pero no en el sentido de que
con su trabajo doméstico ayuden a que los hombres puedan, con su miserable
salario, mantener la existencia cotidiana de la familia y criar a los hijos. Pese
a que este tipo de trabajo exige, en mil pequeños esfuerzos, un gasto
gigantesco de sacrificios y energía, no es productivo en el sentido del actual
orden económico capitalista, pues concierne sólo proletario, a su felicidad y
su bienestar, y por lo tanto no existe para nuestra sociedad actual. Mientras
dominen el capital y el trabajo asalariado, sólo el trabajo que produce
plusvalía, el que crea ganancias para el capitalista, puede considerarse
trabajo productivo. Desde este punto de vista, la bailarina del music-hall ,
cuyas piernas suponen un beneficio para el bolsillo del empresario, es una
trabajadora productiva, mientras que al grueso de mujeres y madres
proletarias que se quedan dentro de las cuatro paredes de sus casas se les
considera improductivas. Esto puede parecer brutal y demente, pero
corresponde exactamente a la brutalidad y la demencia del actual sistema
económico capitalista, y aprehender clara y tajantemente esta realidad brutal
es la primera tarea de las mujeres proletarias.

Precisamente desde este punto de vista, la reivindicación de la mujer


proletaria por la igualdad de derechos políticos está firmemente anclada
sobre bases económicas. Hoy millones de mujeres proletarias generan
ganancias para el capitalista, al igual que los hombres, en las fábricas, en las
tiendas, en el campo, en la industria doméstica, en las oficinas, en almacenes.
Son, por lo tanto, productivas en el sentido estricto de la sociedad actual.
Cada día aumenta el número de mujeres explotadas por el capitalismo, cada
nuevo progreso industrial o técnico crea nuevos puestos de trabajo para
mujeres en el ámbito de la maquinaria del beneficio capitalista. Y con ello
cada día y cada avance industrial supone una nueva piedra en la construcción
de la igualdad de derechos políticos de las mujeres. La educación y la
inteligencia de la mujer se han hecho necesarias para el mecanismo
económico. La mujer tradicional del «círculo familiar» patriarcal ya no
responde a las necesidades de la industria y del comercio ni a las necesidades
de la vida política. Claro que también en este aspecto el Estado capitalista ha
olvidado sus deberes. Hasta ahora han sido los sindicatos y las organizaciones
socialdemócratas las que más han hecho por el despertar espiritual y moral
de las mujeres. Hace décadas que los obreros socialdemócratas eran ya
conocidos como los más capaces e inteligentes. También hoy han sido los
sindicatos y la socialdemocracia los que han sacado a las mujeres proletarias
de su estrecha y triste existencia, de su miserable e insípida vida doméstica.
La lucha de clases proletaria ha ampliado sus horizontes, las ha hecho más
flexibles, ha desarrollado su mente y les ha ofrecido grandes objetivos que
justifiquen sus esfuerzos. El socialismo ha supuesto el renacimiento espiritual
para las masas proletarias femeninas y con ello también las ha convertido, sin
duda alguna, en una fuerza de trabajo más capaz y productiva para el capital.

Si bien la falta de derechos políticos de la mujer proletaria ya sólo rige a


medias, puesto que las mujeres participan activa y masivamente en la vida
política, no deja de ser una vil injusticia. Sin embargo, la socialdemocracia no
utiliza en su lucha el argumento de la «injusticia». Ésta es la diferencia
sustancial que nos separa del socialismo utópico, sentimental, de antes. No
contamos con la noción de justicia de la clase dominante, sino sólo con el
poder revolucionario de las masas obreras y con el curso del desarrollo social,
que abona el camino para este poder. Así pues, el que sean injustas no es por
sí mismo un argumento para acabar con las instituciones reaccionarias. Pero
cuando el sentimiento de injusticia se apodera de sectores cada vez más
amplios de la sociedad —dice Friedrich Engels, el cofundador del socialismo
científico— es siempre una señal segura de que las bases económicas de la
sociedad se tambalean, y de que las actuales condiciones están en
contradicción con el curso del desarrollo. El poderoso movimiento actual de
millones de mujeres proletarias, que consideran su falta de derechos políticos
una vergonzosa injusticia, indica infaliblemente que las bases sociales del
orden existente están podridas y que sus días están contados.

Hace cien años, el francés Charles Fourier, uno de los primeros grandes
propagadores de los ideales socialistas, escribió estas memorables palabras:
«En toda sociedad, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural
de la emancipación general». Esto es totalmente cierto para nuestra sociedad.
La actual lucha de masas en favor de los derechos políticos de las mujeres es
sólo una expresión y una parte de la lucha general del proletariado por su
liberación. En esto radica su fuerza y su futuro. Porque, gracias al
proletariado femenino, conceder a las mujeres el sufragio universal, igual y
directo supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases
proletaria. Por esta razón, la sociedad burguesa teme el voto femenino, y por
esto también nosotros queremos conseguirlo y lo conseguiremos. Luchando
por el voto de la mujer, aceleramos al mismo tiempo la hora en que la actual
sociedad se desmorona en pedazos bajo el martillo del proletariado
revolucionario[10] .
LA PROLETARIA

Artículo publicado el 5 de marzo de 1914.

El Día de la Mujer Trabajadora[11] inaugura la Semana de la


Socialdemocracia. Con el arduo trabajo de estas jornadas, el partido de los
desposeídos sitúa su columna femenina a la vanguardia para sembrar la
semilla del socialismo en nuevos campos. Y la igualdad de derechos políticos
para la mujer es el primer clamor que lanzan las mujeres para reclutar nuevos
defensores de las reivindicaciones de toda la clase obrera.

Así, por primera vez en siglos, la moderna proletaria se presenta hoy en la


tribuna pública como la fuerza más avanzada de la clase obrera y, al mismo
tiempo, de todo el sexo femenino, y emerge como la primera luchadora de
vanguardia.

La mujer del pueblo ha trabajado arduamente desde siempre.

En la horda primitiva, llevaba pesadas cargas y recogía alimentos; en la aldea


primitiva, sembraba cereales, molía, hacía cerámica; en la antigüedad, era la
esclava de los patricios y alimentaba a sus retoños con su propio pecho; en la
Edad Media estaba atada a la servidumbre de las hilanderías del señor feudal.
Pero desde que existe la propiedad privada, la mujer del pueblo trabaja casi
siempre lejos del gran taller de la producción social y, por lo tanto, lejos
también de la cultura, confinada a los estrechos límites de una existencia
doméstica miserable. El capitalismo la ha arrojado al yugo de la producción
social, a los campos ajenos, a los talleres, a la construcción, a las oficinas, a
las fábricas y a los almacenes, separándola por primera vez de la familia. La
mujer burguesa, en cambio, es un parásito de la sociedad, cuya única función
es la de participar del consumo de los frutos de la explotación. La mujer
pequeño-burguesa es el animal de carga de la familia. Sólo en la persona de la
actual proletaria accede la mujer a la categoría de ser humano, pues sólo la
lucha, sólo la participación en el trabajo cultural, en la historia de la
humanidad, nos convierte en seres humanos.

El mundo de la mujer burguesa es su hogar. En cambio, el hogar de la


proletaria es el mundo, el mundo entero, con todo su dolor y su alegría, con
su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa mujer que migra con
los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que acampa en
barrancas y seca pañales cantando, mientras la dinamita hace volar las rocas
por los aires. Es la jornalera rural, la empleada estacional que descansa
durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del ruido,
en medio de los trenes y las estaciones, con un pañuelo en la cabeza y
esperando pacientemente un tren que la lleve de un lado a otro. Con cada ola
de miseria que la crisis europea arroja hacia América, esa mujer emigra,
instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles de proletarios
hambrientos de todo el mundo, para que, cuando el reflujo de la ola produzca
a su vez una crisis en América, se vea obligada a regresar a la miseria de la
patria europea, a nuevas esperanzas y desilusiones, a una nueva búsqueda de
pan y de trabajo.

A la mujer burguesa no le interesan realmente los derechos políticos, porque


no ejerce en la sociedad función económica alguna, pero goza de los frutos
acabados de la dominación de clase. En lo que concierne a las burguesas, la
reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es pura ideología,
propia de grupos débiles, aislados y sin raíces materiales, es un fantasma del
antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho. De ahí el aspecto risible
del movimiento sufragista.

La proletaria, en cambio, necesita derechos políticos, porque ejerce en la


sociedad la misma función económica que el proletario, trabaja igual que él
para el capital, y mantiene igual que él al Estado, que la oprime tanto como a
él. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse.
Las profundas raíces de sus exigencias políticas no están en el antagonismo
entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa a los
explotados de los explotadores, es decir, en el antagonismo entre el capital y
el trabajo.

Con la socialdemocracia, la proletaria podrá introducirse en el taller de la


historia, para conquistar, con sus poderosas fuerzas, la igualdad real, aun
cuando la Constitución burguesa se la niegue en el papel. Así, la mujer
trabajadora sacudirá junto con el hombre las columnas del orden social
existente y, antes de que este orden le conceda algo parecido a sus derechos,
ella habrá participado en su derrumbe.

El taller del futuro necesita de muchas manos y de un aliento cálido. Todo un


mundo de dolor femenino espera la salvación[12] .
LA REVOLUCIÓN RUSA (FRAGMENTO: DEMOCRACIA Y DICTADURA)

Hallándose presa en Alemania por su oposición a la guerra, Luxemburg


recibió algunas noticias de la Revolución Rusa de 1917, dirigida por el partido
bolchevique de V.I. Lenin y L.D. Trotsky, así como de la intervención alemana
que inició en marzo del año siguiente sobre Ucrania y otros territorios
occidentales del antiguo imperio zarista. El siguiente es un fragmento del
texto que escribió en ese contexto.

El error básico de la teoría Lenin-Trotsky es que ellos también, igual que


Kautsky, oponen la dictadura a la democracia. «Dictadura o democracia», es
como plantean la cuestión tanto los bolcheviques como Kautsky. Éste se
decide naturalmente en favor de «la democracia», es decir, de la democracia
burguesa, precisamente porque la opone a la alternativa de la revolución
socialista, oponiéndola a la democracia, y por lo tanto, a favor de la dictadura.
Lenin y Trotsky, por otro lado, se deciden a favor de la dictadura de un
puñado de personas, es decir, de la dictadura según el modelo burgués. Son
dos polos opuestos, ambos igualmente distantes de una genuina política
socialista. El proletariado, cuando toma el poder, no puede nunca seguir el
buen consejo que le da Kautsky, con el pretexto de «la inmadurez del país»,
de renunciar a la revolución socialista y dedicarse a la democracia. No puede
seguir este consejo sin traicionarse a sí mismo, a la Internacional y a la
revolución. Debería y debe encarar inmediatamente medidas socialistas, de la
manera más enérgica, inflexible y firme, en otras palabras ejercer una
dictadura, pero una dictadura de la clase , no de un partido o una camarilla.
Dictadura de la clase significa, en el sentido más amplio del término, la
participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia
sin límites.

«Como marxistas —escribe Trotsky— nunca fuimos adoradores fetichistas de


la democracia formal». Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de
la democracia formal, pero tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del
socialismo ni del marxismo. ¿Se desprende de esto que también debemos tirar
el socialismo por la borda, a la manera de Cunow, Lensch y Parvus, si nos
resulta incómodo? Trotsky y Lenin son la refutación viviente de esta
respuesta.

«Nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal». Lo que


realmente quiere decir es: siempre hemos diferenciado el contenido social de
la forma política de la democracia burguesa ; siempre hemos denunciado el
duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo
la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para
repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la
cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia
socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la
democracia.
Pero la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra
prometida después de creados los fundamentos de la economía socialista, no
llega como una suerte de regalo de Navidad para los ricos, quienes, mientras
tanto, apoyaron lealmente a un puñado de dictadores socialistas. La
democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del
dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento
mismo de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la
dictadura del proletariado.

¡Sí, dictadura! Pero esta dictadura consiste en la manera de aplicar la


democracia , no en su eliminación , en el ataque enérgico y resuelto a los
derechos bien atrincherados y las relaciones económicas de la sociedad
burguesa, sin lo cual no puede llevarse a cabo una transformación socialista.
Pero esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña
minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar
paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo
su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de
la educación política creciente de la masa popular.

Indudablemente los bolcheviques hubieran actuado de esta manera de no


haber sufrido la terrible presión de la guerra mundial, la ocupación alemana y
todas las dificultades anormales que trajeron consigo, lo que inevitablemente
tenía que distorsionar cualquier política socialista, por más que estuviera
imbuida de las mejores intenciones y los principios más firmes.

Lo prueba el uso tan extendido del terror que hace el gobierno soviético,
especialmente en el periodo más reciente, antes del colapso del imperialismo
alemán y después del atentado contra la vida del embajador alemán. El lugar
común de que en las revoluciones no todo es color de rosa resulta bastante
inadecuado.

Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable


de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en
Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Sería exigirles
algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales
circunstancias apliquen la democracia más decantada, la dictadura del
proletariado más ejemplar y una floreciente economía socialista. Por su
definida posición revolucionaria, su fuerza ejemplar en la acción, su
inquebrantable lealtad al socialismo internacional, hicieron todo lo posible en
condiciones tan endiabladamente difíciles. El peligro comienza cuando hacen
de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado
todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales
circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un
modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su
genuino e incuestionable rol histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso
que la necesidad los obligó a dar, prestan un pobre servicio al socialismo
internacional por el cual lucharon y sufrieron. Quieren apuntarse como
nuevos descubrimientos todas las distorsiones que prescribieron en Rusia le
necesidad y la compulsión, que en última instancia son sólo un producto
secundario de la bancarrota del socialismo internacional en la actual guerra
mundial.
Que los socialistas gubernamentales alemanes clamen que el gobierno
bolchevique de Rusia es una expresión distorsionada de la dictadura del
proletariado. Si lo fue o lo es todavía, se debe solamente a la actuación del
proletariado alemán, a su vez una expresión distorsionada de la lucha de
clases socialista. Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el
ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá instaurarse
internacionalmente. Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo
que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites
de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una
revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra
mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado
mundial, sería un milagro.

Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no


esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual,
cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del
socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se
trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción
del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder
del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los
primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado
mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten:
«¡Yo osé!».

Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo


es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado
internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del
problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso
adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente
podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro
en todas partes pertenece al «bolchevismo[13] ».
CONTRA LA PENA CAPITAL

Luxemburg publicó el siguiente artículo a principios de noviembre de 1918 en


el periódico del recién fundado Partido Comunista de Alemania Bandera roja,
cuando ella misma acababa de salir de la prisión (donde había estado por su
oposición a la guerra desde junio de 1916), liberada por la revolución que
abolió la monarquía alemana y transfirió el poder al ala moderada de la
socialdemocracia.

No deseábamos la amnistía ni el perdón para los presos políticos del viejo


orden. Exigíamos el derecho a la libertad, a la agitación y a la revolución para
los cientos de hombres valientes y leales que gemían en las cárceles y
fortalezas porque, bajo la dictadura de los criminales imperialistas, habían
luchado por el pueblo, la paz y el socialismo.

Ahora estamos todos en libertad.

Nos encontramos nuevamente en las filas, listos para el combate. No fue la


camarilla de Scheidemann y sus aliados burgueses, con el príncipe Max de
Baden a la cabeza, quienes nos liberaron[14] . Fue la revolución proletaria la
que hizo saltar las puertas de nuestras celdas.

Pero la otra clase de infortunados habitantes de esas sombrías mansiones ha


sido completamente olvidada. Nadie piensa ahora en las figuras pálidas y
tristes que suspiran tras los barrotes de la prisión por haber infringido las
leyes ordinarias.

Sin embargo, también ellos son víctimas desgraciadas del orden social infame
contra el cual se dirige la revolución; víctimas de la guerra imperialista que
llevó la desgracia y la miseria hasta los extremos más intolerables de la
tortura; víctimas de esa horrorosa masacre de hombres que liberó los
instintos más viles.

La justicia burguesa es como una red que atrapa a las sardinas, pero deja
escapar a los tiburones. Los especuladores que ganaron millones durante la
guerra fueron absueltos o recibieron penas ridículas, mientras los
ladronzuelos, hombres y mujeres, fueron castigados con severidad
draconiana.

Agotados por el hambre y el frío, en celdas sin calefacción, estos seres


abandonados por la sociedad esperan piedad y compasión.

Y su espera ha sido en vano, pues en su afán de obligar a las naciones a


degollarse mutuamente y distribuir coronas, el último de los Hohenzollern
olvidó a estos infelices. Desde la conquista de Lieja[15] , no ha habido una sola
amnistía, ni siquiera en el feriado oficial de los esclavos alemanes, el
cumpleaños del káiser.
La revolución proletaria debería arrojar un rayo de bondad para iluminar la
triste vida de las prisiones, disminuir las sentencias draconianas, abolir los
bárbaros castigos físicos —las cadenas y los azotes— y mejorar en lo posible
la atención médica, la alimentación y las condiciones de trabajo. ¡Es una
cuestión de honor!

El régimen penitenciario imperante, impregnado de un brutal espíritu de


clase y de barbarie capitalista, debería modificarse radicalmente.

Pero una reforma total, acorde con el espíritu del socialismo, sólo puede
basarse en un nuevo orden social y económico; tanto el crimen como el
castigo hunden sus raíces profundamente en la organización social. Sin
embargo, hay una medida radical que puede tomarse sin complicados
procesos legales. La pena capital, vergüenza mayor del ultrarreaccionario
código alemán, debe eliminarse de inmediato. ¿Por qué vacila este gobierno
de obreros y soldados? Hace doscientos años, el noble Beccaria[16] denunció
la ignominia de la pena capital. ¿No existe esta ignominia para ustedes,
Ledebour, Barth, Däumig[17] ?

No tienen ustedes tiempo, tienen mil problemas y mil dificultades, mil tareas
los esperan. Cierto. Pero, reloj en mano, tomen ustedes el tiempo que se
necesita para decir: «¡Queda abolida la pena de muerte!». ¿Dirán ustedes que
para resolver este problema se requieren largas deliberaciones y votaciones?
¿Se perderán así en la maraña de las complicaciones formales, los problemas
de jurisdicción, la burocracia departamental?

¡Ah, cuán alemana es esta revolución alemana! ¡Cuán habladora y pedante!


¡Cuán rígida, inflexible y mezquina!

La olvidada pena de muerte es sólo un pequeño detalle aislado. Pero ¡con qué
precisión revelan estos pequeños detalles el espíritu motriz que guía a la
revolución!

Tomemos cualquier historia de la Gran Revolución Francesa… por ejemplo, la


aburrida crónica de Mignet[18] . ¿Es posible leerla sin que el corazón lata con
fuerza y arda la frente? Quien la haya abierto en una página cualquiera,
¿puede cerrarla antes de haber oído, conteniendo el aliento, la última nota de
esa grandiosa tragedia? Es como una sinfonía de Beethoven elevada a lo
grandioso y a lo grotesco, una tempestad tronando en el órgano del tiempo,
grande y soberbia tanto en sus errores como en sus hazañas, en la victoria
como en la derrota, en el primer grito de júbilo ingenuo y en el último suspiro.

¿Y qué ocurre en este momento en Alemania?

En todo, sea grande o pequeño, uno siente que estos siguen siendo los viejos y
sobrios ciudadanos de la difunta socialdemocracia, para quienes el carnet de
afiliado es todo, y el hombre y el espíritu, nada.

No debemos olvidar, empero, que la historia no se hace sin grandeza de


espíritu, sin una elevada moral, sin gestos nobles.
Cuando Liebknecht y yo abandonamos las hospitalarias salas donde vivimos
en los últimos tiempos —él, entre sus pálidos compañeros de penitenciaría, yo
con mis pobres, queridas ladronas y mujeres de la calle, con quienes pasé tres
años y medio de mi vida— pronunciamos este juramento, mientras nos
seguían con sus ojos tristes: «¡No los olvidaremos!».

¡Exigimos al comité ejecutivo de los Consejos de Obreros y Soldados que tome


medidas inmediatas para mejorar la situación de los presos en las cárceles
alemanas!

¡Exigimos que se elimine inmediatamente la pena de muerte del código penal


alemán!

Durante los cuatro años de masacre de los pueblos, la sangre fluyó a


raudales. Hoy, cada gota de ese precioso fluido debería preservarse
devotamente en urnas de cristal.

Actividad revolucionaria y humanitarismo profundo: eso es lo único que forma


el verdadero aliento vital del socialismo.

Hay que darle la vuelta al mundo. Pero cada lágrima que podría haber sido
evitada es una acusación; y es un criminal quien, con inconsciencia brutal,
aplasta una pobre lombriz[19] .
TEXTOS DE CLARA ZETKIN
¡POR LA LIBERACIÓN DE LA MUJER!

La siguiente es la intervención de Clara Zetkin ante el Congreso Obrero


Internacional de 1889 celebrado en Paris, en la sesión del 19 de julio.

No es sorprendente que los elementos reaccionarios tengan una concepción


reaccionaria del empleo femenino. Pero sí lo es que también entre los
socialistas haya quien quiera exigir la abolición del empleo femenino. La
cuestión de la emancipación de la mujer es, en última instancia, la cuestión
del empleo femenino; es una cuestión económica y por ello tenemos derecho a
esperar de los socialistas una mejor comprensión de sus implicaciones.

Los socialistas deberían saber que, dado el desarrollo que ha alcanzado la


economía, el empleo femenino se ha vuelto una necesidad; que su tendencia
natural es a disminuir el tiempo de trabajo de todos y a aumentar la riqueza
de la sociedad; y que lo que produce la reducción general de los salarios no es
el empleo femenino en sí, sino la explotación a la que lo someten los
capitalistas que se apropian de él.

Ante todo, los socialistas deberían saber que la esclavitud social o la libertad
radica en la dependencia o independencia económica.

Nadie que haya inscrito en su bandera la liberación de toda la humanidad


puede condenar a toda una mitad del género humano a la esclavitud política y
social que resulta de la dependencia económica. Así como el obrero está
sometido al capitalista, así estará la mujer sometida al hombre mientras no
sea económicamente independiente. Y la condición de esa independencia
económica es el empleo. Si se quiere que las mujeres sean seres humanos
libres y formen parte de la sociedad con los mismos derechos que los
hombres, no se necesita ni abolir ni limitar el trabajo de la mujer, salvo en
casos muy específicos.

Las obreras que aspiran a la igualdad social no esperan nada del movimiento
femenino burgués, que supuestamente lucha por los derechos de las mujeres.
Ese edificio está construido sobre arena y no tiene cimientos reales. Las
trabajadoras están totalmente convencidas de que el problema de la
emancipación femenina no está aislado de la cuestión social, sino que forma
parte de ella. Tienen perfectamente claro que este problema nunca se
resolverá si no es con una transformación fundamental de la sociedad. La
cuestión de la emancipación femenina es hija de los nuevos tiempos, y es la
maquinaria quien la ha dado a luz.

La emancipación de la mujer significa fundamentalmente la transformación


integral de su posición social, una revolución de su papel en la vida
económica. El viejo modo de producción, con sus medios de trabajo
rudimentarios, mantenía a la mujer atada a la familia y restringía su círculo
de acción al interior del hogar. En el seno de la familia, la mujer representaba
una fuerza de trabajo extraordinariamente productiva. Producía casi todos los
objetos que la familia usaba. Dentro del viejo esquema de producción y de
comercio, producir esos artículos fuera de la familia era muy difícil, cuando
no imposible. Mientras aquellas relaciones de producción regían, la mujer era
económicamente productiva en el hogar.

Pero la producción industrial mató la actividad económica de la mujer en el


hogar. Dado que la gran industria produce todos los artículos de manera más
barata, rápida y masiva de lo que podía hacerlo la industria doméstica con las
precarias herramientas de la producción pigmea, la mujer debía a menudo
pagar más caro la materia prima (como el lienzo), que el producto terminado
de la gran industria. Pero, además del precio de la materia prima, debía
sacrificar tiempo y esfuerzo. Por consiguiente, la actividad productiva dentro
del hogar se volvió un sinsentido económico, un despilfarro de energías y de
tiempo. Aun cuando el trabajo doméstico de las mujeres siga siendo útil a un
pequeño número de individuos, no deja de ser una pérdida para el conjunto
de la sociedad.

Es por eso que las viejas amas de casa prácticamente han desaparecido. La
gran industria ha vuelto inútil la producción casera para consumo familiar y le
ha quitado el sentido a las labores domésticas de la mujer. Pero, al mismo
tiempo, ha sentado las bases para su trabajo en la sociedad. La producción
industrial, que puede prescindir de la fuerza muscular y del trabajo calificado,
permitió integrar a las mujeres a un gran campo de empleo. La mujer ingresó
en la industria para incrementar los ingresos en la familia. Con el desarrollo
de la industria moderna, el trabajo industrial femenino se volvió una
necesidad.

Con cada innovación moderna, el trabajo de hombres se hace superfluo y


miles de trabajadores son arrojados a la calle, creándose un ejército de
reserva de pobres, y el salario disminuye constantemente. Antes, para
asegurar la subsistencia de una familia, bastaba el ingreso del padre de
familia, y las mujeres ocuparse del hogar; ahora, ese ingreso apenas alcanza
para sostener a un hombre soltero. Cada familia trabajadora requiere para
sostenerse el sueldo de dos adultos.

Esto liberó a la mujer de su dependencia económica respecto al hombre. Al


emplearse en las fábricas, las mujeres ya no se quedaban en casa como meros
apéndices económicos del hombre. Cobraron consciencia de su potencial
económico, que les hacía autosuficientes e independientes de los maridos. Y
con el fin de su dependencia económica respecto al hombre, terminó la base
de su dependencia social. Actualmente, sin embargo, es evidente que esta
independencia económica no ha beneficiado a las mujeres, sino sólo a los
capitalistas. Gracias a su monopolio de los medios de producción, estos
usurparon este nuevo factor económico, y los pusieron a su servicio. Las
mujeres, que se habían liberado de su dependencia económica respecto a los
maridos, simplemente cambiaron de amos, pues se vieron sometidas a los
capitalistas. De ser esclavas del marido, pasaron a ser esclavas del patrón.
Sin embargo, el cambio fue benéfico para ellas, pues dejaron de estar
económicamente subordinadas al hombre, y de ser inferiores a él, para
convertirse en sus iguales. Los capitalistas, sin embargo, no se conforman con
explotar a la mujer misma, sino que usan el empleo femenino para explotar
más a fondo a los trabajadores hombres.

El trabajo de las mujeres fue desde el comienzo más barato que el de los
hombres. Si el salario de estos se calculaba originalmente para cubrir la
manutención de toda una familia; el de la mujer representaba apenas los
costos de manutención de una sola persona, e incluso sólo en parte, pues se
espera que la mujer siga trabajando en el hogar, después de terminar sus
labores en la fábrica. Además, como los productos que las mujeres fabricaban
en casa con instrumentos primitivos ya sólo representaban una parte ínfima
del trabajo social medio, en comparación con los productos de la gran
industria, se asumía que las mujeres eran menos productivas que los hombres
y por lo tanto debían conformarse con sueldos menores. A esto se añade el
que las mujeres en general consumen menos que los hombres.

Pero lo que hizo la fuerza de trabajo femenina particularmente atractiva para


los capitalistas no fue sólo su bajo costo, sino la relativa docilidad de las
mujeres. Los capitalistas especulan con la posibilidad de pagarle a las
mujeres lo menos posible y con deprimir así el salario de los hombres. Del
mismo modo, aprovecharon el trabajo de los niños para deprimir el salario de
las mujeres; y el trabajo de las máquinas para deprimir el costo de toda la
fuerza de trabajo humana. El sistema capitalista es el único culpable de que
en el empleo femenino se produzca un efecto opuesto a su tendencia natural,
prolongando las jornadas en vez de acortarlas. En vez de producir un
aumento en la riqueza de la sociedad, es decir, un mayor bienestar material
de cada miembro de la sociedad, sólo ha producido el aumento de las
ganancias de un puñado de capitalistas y un empobrecimiento cada vez mayor
de las masas. Las consecuencias nefastas del empleo femenino, que hoy son
tan dolorosamente evidentes, sólo desaparecerán cuando desaparezca el
sistema de producción capitalista.

Para no sucumbir ante sus competidores, cada capitalista debe esforzarse al


máximo para aumentar cuanto sea posible la diferencia entre el costo de un
artículo (es decir, de su producción) y su precio de venta; en otras palabras,
debe producir tan barato como le sea posible. Por ello, el capitalista tiene el
mayor interés en prolongar la jornada de trabajo continuamente y en pagar
salarios tan irrisoriamente bajos como le sea posible. Este empeño se opone
directamente al interés de todos los trabajadores, sean hombres o mujeres.
No hay, por tanto, una oposición real entre los intereses de los obreros y los
de las obreras; pero sí una oposición irreconciliable entre los intereses del
capital y los del trabajo.

Hay razones económicas para no apoyar la prohibición del trabajo femenino.


La situación económica actual es tal, que ni el capitalista, ni el ciudadano
varón pueden prescindir del trabajo de la mujer. El capitalista debe
mantenerlo en vigor para mantenerse competitivo, y el hombre debe contar
con él si quiere sostener a su familia. Si lográsemos abolir el trabajo femenino
por vía legislativa, ello no mejoraría el salario de los hombres. El capitalista
cubriría muy pronto la pérdida de la fuerza de trabajo barata femenina
recurriendo a máquinas perfeccionadas a gran escala, y en poco tiempo todo
volvería a ser como antes.

Se ha visto que después de grandes huelgas que consiguen resultados


favorables a los trabajadores, los capitalistas revierten sus conquistas, con
ayuda de las máquinas perfeccionadas.

Si, por la competencia que crea, exigiéramos la abolición del trabajo femenino
o su limitación, con la misma lógica tendríamos que exigir la abolición de las
máquinas y la restauración del sistema medieval de gremios, que fijaba el
número exacto de empelados que cada tipo de trabajo podía contratar.

Además de las razones económicas para oponerse a la abolición del trabajo


femenino, hay razones de principio. Es en ellas en las que se basan las
mujeres cuando protestan con todas sus fuerzas contra esos intentos. Deben
oponerles la resistencia más ardorosa, y al mismo tiempo la más justificada,
pues saben que su igualdad social y política con los hombres depende
exclusivamente de su independencia económica, que les permite trabajar para
la sociedad fuera de sus hogares.

Como cuestión de principio, las mujeres protestamos enérgicamente contra


toda limitación del empleo femenino. No formularemos ninguna demanda en
particular porque no queremos separar de ningún modo nuestra causa de la
causa de los trabajadores en general, no exigimos otra protección contra el
capital que la que demanda el trabajo en general.

Sólo consentimos una única excepción en beneficio de las mujeres


embarazadas, cuya condición requiere medidas de protección particular en
interés de la mujer misma. ¡No reconocemos ninguna cuestión particular de la
mujer ni de la obrera! No creemos que para nuestra plena emancipación
baste ni nuestra admisión en el sistema de la llamada libre empresa, ni un
acceso igualitario a la educación (aunque ambas exigencias sean naturales y
justas), como tampoco la conquista de derechos políticos. Los países que han
concedido un sufragio universal, libre y directo muestran lo poco que esto
vale. Si no viene acompañado de la libertad económica, el derecho al voto
sería un cambio sin rumbo. Si la emancipación social dependiera de los
derechos políticos, en los países con derecho al voto universal no existiría la
cuestión social. La emancipación de las mujeres, como la emancipación de
todo el género humano, sólo ocurrirá dentro del marco de la emancipación del
trabajo con respecto al capital. Sólo en una sociedad socialista conseguirán
las mujeres, como los trabajadores, la totalidad de sus derechos.

En vista de estos hechos, a las mujeres que se interesen seriamente en su


liberación, no les queda más que sumarse al Partido Socialdemócrata, el
único que lucha por la emancipación del trabajo.

Las mujeres se han puesto bajo el estandarte del socialismo sin la ayuda de
los hombres, y a veces incluso contra sus deseos. Es verdad que algunas han
dado este paso independientemente de sus propias intenciones, forzadas por
el entendimiento claro de sus circunstancias sociales. ¡Pero ya marchan bajo
ese estandarte, y no se apartarán de él! Enarbolándolo, lucharán por su
emancipación y su reconocimiento como seres humanos iguales.

Si se han sumado al Partido Socialdemócrata, es porque están dispuestas a


participar de todas las labores y todos los sacrificios que su lucha conlleva,
pero también están totalmente decididas a exigir, después de la victoria,
todos los derechos que en justicia les corresponden. Tanto en lo que toca a
sacrificios y deberes como en lo que toca a sus derechos, no aceptarán ser ni
más ni menos que sus camaradas varones, acogidos bajo las mismas
condiciones en las filas de los combatientes[20] .
SÓLO CON LA MUJER PROLETARIA TRIUNFARÁ EL SOCIALISMO

El siguiente es el discurso que pronunció Zetkin ante el Congreso de Gotha


del Partido Socialdemócrata de Alemania, el 16 de octubre de 1896.

Los estudios de Bachofen, Morgan y otros parecen demostrar que la opresión


social de la mujer coincide con la aparición de la propiedad privada. La
contradicción, en el seno de la familia, entre el hombre poseedor y la mujer
no-poseedora constituye la base de la dependencia económica y de la
situación social de disminución de los derechos del sexo femenino. Según
Engels, en esta situación radica una de las primeras y más antiguas formas de
dominio clasista: «En la familia, el marido es el burgués y la mujer el
proletario». En aquel momento, no se podía hablar aún de cuestión femenina
en el sentido moderno de la palabra. Sólo los trastornos sociales del modo de
producción capitalista han dado vida a la cuestión femenina moderna, al
destruir la antigua economía familiar que en el período pre-capitalista
garantizaba a las grandes masas femeninas un medio de sustento y daba
sentido a su vida. No parece razonable aplicar a la actividad que las mujeres
llevaban a cabo en la antigua economía doméstica los conceptos negativos de
miseria y angustia que caracterizan la actividad de las mujeres de nuestros
días. Bajo la antigua forma familiar, la mujer podía cumplir su labor
productiva en su seno, y por ello no era consciente de que estaba privada de
todos los derechos sociales, a pesar de que el desarrollo de su individualidad
se veía fuertemente limitado.

El período del Renacimiento es el Sturm und Drang que señala el despertar


del moderno individualismo y le permite desarrollarse en las más diversas
direcciones. Nos encontramos con individuos de talla gigantesca, tanto en el
bien como en el mal, que pisotean las instituciones religiosas y morales y
desprecian tanto el cielo como la tierra, el infierno como el paraíso;
encontramos mujeres en el centro de los acontecimientos sociales, artísticos y
políticos. Pero aún no se ve ni rastro de la «cuestión femenina». Y ello es
tanto más característico cuanto se trata de un período en que la antigua
economía familiar, bajo el fuerte impulso de la división del trabajo, empieza a
desaparecer. Millares de mujeres dejan de vivir en el seno de la familia. Pero
la cuestión femenina, por llamarla de este modo, se resuelve entonces con su
entrada a los conventos y las órdenes religiosas.

Las máquinas, el modo moderno de producción, empezaron gradualmente a


cavar la fosa a la producción doméstica autosuficiente, planteando a millones
de mujeres el problema de encontrar un nuevo modo de sustento, un sentido
a su vida, y una actividad que fuese agradable. Millones de mujeres se vieron
obligadas a buscar esto afuera, en la sociedad. Entonces empezaron a tomar
consciencia de que la falta de derechos hacía muy difícil la salvaguarda de sus
intereses y, a partir de este momento, surge la genuina cuestión femenina
moderna. Citemos algunas cifras que demuestran hasta qué punto el modo
moderno de producción agudizó la cuestión femenina: en 1882, de un total de
23 millones de mujeres, existían en Alemania cinco millones y medio de
trabajadoras asalariadas, es decir, casi una cuarta parte de la población
femenina encontraba ya su sustento fuera de la familia. Según el censo de
1895, las mujeres ocupadas en la agricultura, en sentido amplio, eran un 8%
más de las censadas en 1882; en la agricultura, en sentido estricto, habían
aumentado en un 6%, mientras que para el mismo período los hombres
habían disminuido respectivamente un 3 y un 11%. En los sectores de la
industria y la minería, las mujeres habían aumentado un 35%, mientras que
los hombres sólo lo habían hecho en un 28%; en el comercio, el número de
mujeres había aumentado en más del 94%; el de los hombres sólo en un 38%.
Estas áridas cifras demuestran la urgencia de la cuestión femenina con más
elocuencia que las declaraciones más apasionadas.

Sin embargo, la cuestión femenina sólo existe en el seno de aquellas clases


sociales que son producto del modo de producción capitalista. Por ello, no
existe una cuestión femenina en la clase campesina, aunque su economía
natural esté ya muy reducida y llena de grietas. En cambio, podemos
encontrar una cuestión femenina en el seno de las clases sociales que son las
criaturas más directas del modo de producción moderno. Por tanto, la
cuestión femenina se plantea para las mujeres del proletariado, de la pequeña
y media burguesía, de los estratos intelectuales y de la gran burguesía;
además, presenta distintas características según la situación de clase de estos
grupos.

¿Cómo se presenta la cuestión femenina para las mujeres de la alta


burguesía? Gracias a su patrimonio, estas mujeres pueden desarrollar
libremente su individualidad, seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo,
como mujeres, siguen dependiendo del varón. El residuo de la tutela sexual
de los tiempos antiguos ha desembocado en el derecho de familia, para el que
sigue siendo válida la frase: «y él será tu señor».

¿Qué aspecto presenta la familia de la alta burguesía en que la mujer está


legalmente sometida a su marido? Desde el momento mismo de su creación,
este tipo de familia ha carecido de presupuestos morales. La unión se decide
con base en el dinero, no a la persona; es decir: lo que el capitalismo une no
lo puede separar una moral sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial,
dos prostituciones hacen una virtud. A ello corresponde también el estilo de la
vida familiar. Si la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer,
madre y vasalla, es porque los transfiere al personal de servicio al que paga
un salario. Si las mujeres de estos estratos desean darle un sentido a su vida,
deben ante todo disponer de su patrimonio libremente y de manera
autónoma. Por ello, esta reivindicación se sitúa en el centro del movimiento
femenino burgués. Estas mujeres luchan por conquistar este derecho contra
el mundo masculino de su clase, y su lucha es exactamente la misma que la
burguesía inició en su momento contra los estratos privilegiados: una lucha
por la abolición de toda discriminación social del patrimonio.

¿Cuáles son las características de la cuestión femenina en los estratos de la


pequeña y media burguesía y entre las intelectuales burguesas? En este caso,
la familia no está separada de la propiedad, sino básicamente de los
fenómenos concomitantes a la producción capitalista; en la medida en que
ésta avanza en su marcha triunfal, la pequeña y media burguesía van
acercándose progresivamente a su destrucción. En el caso de las intelectuales
burguesas, se produce además otra circunstancia que contribuye a que sus
condiciones de vida empeoren: el capital necesita fuerza de trabajo
inteligente y científicamente preparada y, por ello, ha favorecido una
sobreproducción de proletarios del trabajo mental, produciendo un deterioro
en la posición social de los que pertenecen a las profesiones liberales, que en
el pasado eran decorosas y muy rentables. Sin embargo, el número de
matrimonios decrece en la misma medida, ya que, si por un lado, las premisas
materiales han empeorado, por el otro han aumentado las necesidades vitales
del individuo y por tanto el individuo perteneciente a estos estratos reflexiona
mucho antes de decidirse a contraer matrimonio. El límite de edad para la
creación de una familia es cada vez más alto, y el hombre se siente cada vez
menos inclinado al matrimonio, debido también en parte a que la sociedad
permite al soltero empedernido una vida cómoda, sin exigirle una mujer
legítima: la explotación capitalista de la fuerza de trabajo proletaria con
salarios de hambre da también suficiente para que la demanda de prostitutas
por parte del mundo masculino esté ampliamente cubierta por una conspicua
oferta. Y, por ello, el número de mujeres solteras entre los estratos de la
media burguesía es cada vez más elevado. Las mujeres y las adolescentes de
esta clase se ven rechazadas por la sociedad en la que no pueden vivir una
existencia que sólo les procure el pan, pero satisfacción moral. En estos
estratos, la mujer no está equiparada al hombre en lo que se refiere a la
propiedad de bienes privados; ni siquiera está equiparada en calidad de
trabajadora, como acontece en los estratos proletarios; la mujer de las clases
medias debe conquistar ante lodo la igualdad económica con el hombre, y sólo
lo puede conseguir mediante dos reivindicaciones: la igualdad de derechos en
la formación profesional y la igualdad de derechos en la práctica profesional.
Desde el punto de vista económico, esto significa la consecución de la libertad
de profesión y competencia entre hombre y mujer. La conquista de estas
reivindicaciones desencadena un contraste de intereses entre los hombres y
las mujeres de la burguesía media y de la intelligentsia . La competencia de
las mujeres en las profesiones liberales es la causa de la resistencia de los
hombres frente a las reivindicaciones de las feministas burguesas. Se trata
del simple temor a la competencia; sea cual sea el argumento que se haga
valer contra el trabajo intelectual de las mujeres —un cerebro menos
eficiente, la profesión natural de madre, etc.—, sólo se trata de pretextos.
Esta lucha competitiva impulsa a la mujer de estos estratos a la conquista de
los derechos políticos, con el fin de romper todas las barreras que
obstaculizan su actividad económica.

Hasta ahora he esbozado solamente el primer móvil, que es básicamente


económico. Sin embargo, flaco favor haríamos al movimiento femenino
burgués si limitáramos sus motivos al factor económico, ya que también
incluye un aspecto mucho más profundo, un aspecto moral y espiritual. La
mujer burguesa no sólo pide ganarse su propia existencia, sino también una
vida espiritual, el desarrollo de su propia personalidad. Precisamente es en
estos estratos donde se encuentran aquellas trágicas figuras, tan interesantes
desde el punto de vista psicológico, de mujeres cansadas de vivir como
juguetes en una casa de muñecas y que desean participar en el desarrollo de
la cultura moderna; las aspiraciones de las feministas burguesas están
plenamente justificadas, tanto en el aspecto económico como desde el punto
de vista moral y espiritual.
En lo que respecta a la mujer proletaria, la cuestión femenina surge a partir
de la necesidad de explotación del capital, que está obligado a buscar una
fuerza de trabajo más barata… de modo que también la mujer proletaria se ve
inserta en el mecanismo de la vida económica de nuestros días, se ve
arrastrada al taller o atada a la máquina. Ha entrado en la vida económica
para aportar un poco de ayuda a su marido, pero el modo de producción
capitalista la ha transformado en una competidora desleal: quería aumentar el
bienestar de la familia y ha empeorado la situación; quería ganar dinero para
que sus hijos tuviesen un mejor destino y casi siempre se ve arrancada de sus
brazos. Como fuerza de trabajo, ha llegado a ser absolutamente igual al
hombre: la máquina ha hecho superflua la fuerza de los músculos y, en todas
partes, el trabajo de las mujeres ha podido producir los mismos resultados
productivos que el de los hombres. Tratándose, además, de una fuerza de
trabajo voluntaria, que sólo en rarísimos casos se atreve a oponer resistencia
a la explotación capitalista, los capitalistas han multiplicado las posibilidades
con el fin de poder emplear el trabajo industrial de las mujeres a la máxima
escala. En consecuencia, la mujer del proletariado ha podido conquistar su
independencia económica. Pero de ello no ha sacado ninguna ventaja. Si en la
época de la familia patriarcal el hombre tenía derecho a usar moderadamente
la fusta para castigar a la mujer —recuérdese el derecho bávaro del siglo XVII
(Kurbayrisches Recht)— el capitalismo ahora la castiga con el látigo. Antes el
dominio del hombre sobre la mujer se veía mitigado por las relaciones
personales, mientras que entre obrera y empresario sólo existe una relación
mercantilizada. La proletaria ha conquistado su independencia económica,
pero, como persona, como mujer y como esposa no tiene la menor posibilidad
de desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y de madre sólo le
quedan las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo.

Por eso, la lucha de emancipación de la mujer proletaria no puede ser igual a


la que libra la mujer burguesa contra el hombre de su clase; por el contrario,
en su lucha ella va unida al hombre de su clase contra la clase de los
capitalistas. Ella, la mujer proletaria, no necesita luchar contra los hombres
de su clase para derrocar las barreras que se oponen a la libre competencia.
Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de
producción moderno han triunfado ya completamente en esa lucha. Por el
contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer
proletaria, con las que deben armonizarse y garantizarse sus derechos de
esposa y madre. El objetivo final de su lucha no es la libre competencia con el
hombre, sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La
mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la
sociedad capitalista. Eso no significa que no deba apoyar también las
reivindicaciones del movimiento femenino burgués. Pero la conquista de estas
reivindicaciones sólo representa para ella un instrumento, un medio para un
fin, la posibilidad de entrar en lucha al lado del proletario varón y con las
mismas armas.

La sociedad burguesa no se opone radicalmente a las reivindicaciones del


movimiento femenino burgués: esto ha sido demostrado por las reformas en
favor de las mujeres que se han promulgado en el ámbito del derecho público
y privado en distintos estados. En Alemania, estas reformas se producen con
gran lentitud debido, por una parte, a la lucha por la competencia económica
en las profesiones liberales, lucha que los hombres temen, y por otra, al lento
y reducido desarrollo de la democracia burguesa en Alemania que, por temor
al proletariado, no asume las tareas que la historia le ha asignado. La
burguesía teme que la realización de estas reformas sólo represente ventajas
para la socialdemocracia. Una democracia burguesa sólo puede hacer
reformas en la medida en que no se deje hipnotizar por el miedo. Esto no
sucede, por ejemplo, en Inglaterra, un país en el que existe una burguesía
eficiente y enérgica, mientras que la burguesía alemana, que tiembla ante el
proletariado, renuncia a su obra reformista en los campos político y social.
Además, la actitud pequeñoburguesa —tacañería y prejuicios de filisteo—
todavía está muy extendida en Alemania.

Evidentemente, el temor de la democracia burguesa es corto de vista. Aunque


las mujeres consiguieran la igualdad política, nada cambiaría en las
relaciones de fuerza. La mujer proletaria se pone de parte del proletariado y
la burguesa de parte de la burguesía. No nos dejemos engañar por las
tendencias socialistas en el seno del movimiento femenino burgués: se
manifestarán mientras las mujeres burguesas se sientan oprimidas, pero no
más allá.

Cuanto menos comprende su misión la democracia burguesa, menos


corresponde a la socialdemocracia apoyar la causa de la igualdad política de
las mujeres. No queremos parecer más guapos de lo que somos y no es por la
belleza de un principio que apoyar más su reivindicación, sino en el interés de
clase del proletariado. Cuanto mayor sea la influencia nefasta del trabajo
femenino sobre la vida de los hombres, más coactiva es la necesidad de
acercar las mujeres a la lucha económica. Cuanto más profunda sea la
incidencia de la lucha política en la existencia del individuo, más urgente y
necesario es que la mujer participe en la lucha política. Las leyes contra los
socialistas han dejado muy claro por primera vez, a millares de mujeres, lo
que significa el derecho de clase, el estado de clase y el dominio de clase; por
primera vez han enseñado a millones de mujeres a tomar consciencia del
poder que con tanta brutalidad interviene en la vida familiar. Las leyes contra
los socialistas han realizado un trabajo que centenares de agitadoras no
hubieran sido capaces de realizar, y agradecemos sinceramente a su artífice,
así como a todos los órganos del Estado que han colaborado en su aplicación,
desde el ministro hasta el policía, por su involuntaria actividad
propagandística. ¡Y después dirán que nosotros, los socialistas, no somos
agradecidos!

Otro suceso debe ser considerado imparcialmente. Me refiero a la publicación


del libro de August Bebel, La mujer y el socialismo . No hablo ahora de los
elementos positivos o de las lagunas que presenta esta obra, sino del período
en el que se publicó. Ha sido algo más que un libro, ha sido un
acontecimiento, un suceso. Por primera vez, se ponía en claro las relaciones
que unen la cuestión femenina al desarrollo histórico; por primera vez, en
este libro, se afirmaba que solamente podemos conquistar el futuro si las
mujeres combaten a nuestro lado. Y hago estas observaciones como camarada
de partido y no como mujer.

Ahora bien, ¿cuáles son las conclusiones prácticas para llevar nuestra
agitación a las mujeres? No es tarea de un Congreso hacer propuestas
prácticas aisladas; su tarea consiste en delinear una orientación general para
el movimiento femenino proletario.

El principio-guía debe ser el siguiente: ninguna agitación específicamente


feminista, sino agitación socialista entre las mujeres. No debemos poner en
primer plano los intereses más mezquinos del mundo de la mujer: nuestra
tarea es la conquista de la mujer proletaria para la lucha de clase. Nuestra
agitación entre las mujeres no incluye tareas especiales. Las reformas que se
deben conseguir para las mujeres en el seno del sistema social existente ya
están incluidas en el programa mínimo de nuestro partido.

La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una
importancia prioritaria para todo el movimiento obrero. La tarea principal
consiste en la formación de la consciencia de clase en la mujer y su
compromiso activo en la lucha de clases. La organización sindical de las
obreras se presenta como extremadamente ardua. De 1892 a 1895, el número
de las obreras inscritas en las organizaciones centrales ha alcanzado la cifra
de siete mil. Si a ellas añadimos las obreras inscritas en las organizaciones
locales, y comparamos la cifra con la de las obreras en activo, solamente en la
gran industria, cifra que llega a setecientas mil, tendremos una idea del
inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este trabajo es mucho más
difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas en la industria a
domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida entre las
jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y que cesará
con el matrimonio. Para muchas mujeres, el resultado final es por el contrario
un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Por ello es
indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las obreras. Mientras
en Inglaterra todos coinciden en considerar que la eliminación del trabajo
domiciliario, la fijación de la jomada de trabajo legal y la obtención de salarios
más elevados representan elementos de expresa importancia para la
organización sindical de las obreras, en Alemania, a los obstáculos ya
mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el derecho de
reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la legislación del
Reich reconoce a las obreras queda anulada por las disposiciones regionales
vigentes en algunos estados federales. Por añadidura, no quiero ni siquiera
referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho de asociación, si se
puede hablar de tal derecho; por lo que se refiere a los dos mayores estados
federales, Baviera y Prusia, ya se ha dicho que las leyes sobre el derecho de
asociación se aplican de tal modo que casi es imposible para las obreras
formar parte de organizaciones sindicales. En particular en Prusia, no hace
mucho tiempo, el gobierno de distrito del «liberal» Herr von Bennigsen,
eterno candidato a ministro, ha hecho lo imposible en la redacción de los
derechos de asociación y de reunión. En Baviera las mujeres son excluidas de
todas las asambleas públicas…

… Esta situación hace imposible que las mujeres proletarias puedan


organizarse a lado de los hombres. Hasta ahora han llevado una lucha contra
el poder policiaco y contra las leyes de los juristas y, por lo menos
formalmente, han llevado la peor parte.

En realidad, son las vencedoras, ya que cuantas medidas se han puesto en


práctica con el fin de aniquilar la organización de la mujer proletaria sólo han
conseguido provocar un incremento en su consciencia de clase. Si aspiramos
a la creación de una organización femenina potente en el terreno económico y
político, debemos ante todo conquistar la libertad de movimientos en la lucha
contra el trabajo domiciliario, por una reducción de la jornada de trabajo y, en
primer lugar, contra lo que las clases dominantes suelen denominar derecho
de asociación.

En este Congreso del Partido no pueden definirse las formas en las que debe
desarrollarse la agitación femenina; ante todo debemos hacer nuestros los
métodos con los cuales haremos progresar la agitación. En la resolución que
les ha sido propuesta a ustedes se propone la elección de algunos delegados
femeninos que tendrán la tarea de promover y dirigir, de modo unitario y
programático, la organización económica y sindical entre las mujeres. La
propuesta no es nueva: ya había sido aceptada en el Congreso de Frankfurt,
lo cual permitió que en determinados lugares se llevara a cabo con notable
éxito; en el futuro podrá comprobarse si, aplicada a gran escala, puede
propiciar un aumento masivo de la participación femenina en el movimiento
proletario.

La agitación no puede hacerse sólo con discursos. Muchas indiferentes no


vienen a nuestras asambleas, innumerables esposas y madres no pueden
asistir a nuestras asambleas… y la tarea de la agitación socialista entre las
mujeres no puede ser la de alejar a la mujer proletaria de sus deberes de
madre y de esposa; por el contrario, la agitación debe procurar que puedan
asumir su misión mucho mejor de lo que lo han hecho hasta ahora, y ello en
interés de la emancipación del proletariado. La mejora de las relaciones en el
seno de la familia, de la actividad doméstica de la mujer, reafirma su
determinación para la lucha. Si le facilitamos la tarea de educadora de sus
hijos, podrá hacerles conscientes y hacer que continúen luchando con el
mismo entusiasmo y la misma abnegación con que lo hacen sus padres por la
emancipación del proletariado. Cuando el proletario dice: «Mi mujer»,
entiende: «La compañera de mis ideales, de mis luchas, la educadora de mis
hijos para las batallas del futuro». Y, de esta manera, muchas madres, muchas
esposas que educan en la consciencia de clase a sus maridos y a sus hijos,
contribuyen en la misma medida que las compañeras que vemos presentes en
nuestras asambleas.

Por ello, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma debe ir a la montaña.


Debemos llevar el socialismo a las mujeres a través de los periódicos en el
ámbito de una agitación programada. Propongo que, para ello, se distribuyan
octavillas, pero no octavillas tradicionales que resuman en un cuarto de
página todo el programa socialista, toda la ciencia de nuestro siglo, sino
octavillas breves, que desarrollen desde un ángulo concreto una cuestión
práctica, con un planteamiento de clase…

… Repito, se trata de sugerencias que someto al examen de ustedes. La


agitación entre las mujeres es una empresa agotadora, que requiere muchos
sacrificios, pero que tendrá su recompensa y que por tanto debe
emprenderse. Si el proletariado sólo puede conquistar su plena emancipación
gracias a una lucha que no haga discriminaciones de nacionalidad o de
profesión, sólo podrá alcanzar su objetivo si no tolera ninguna discriminación
de sexo. La inclusión de las grandes masas de mujeres proletarias en la lucha
de liberación del proletariado es una de las premisas necesarias para la
victoria de las ideas socialistas, para la construcción de la sociedad socialista.

Sólo la sociedad socialista podrá resolver el conflicto provocado en nuestros


días por la actividad profesional de la mujer. Si la familia desaparece como
unidad económica, y en su lugar se forma la familia como unidad moral, la
mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de
compañera a lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, profesionales y
reivindicativos y, con el tiempo, podrá asumir plenamente su misión de
esposa y de madre[21] .
EL MOVIMIENTO DE LAS MUJERES SOCIALISTAS DE ALEMANIA

Artículo publicado originalmente el 9 de octubre de 1909.

En 1907, el Partido Socialdemócrata de Alemania contaba con 29 mil 458


mujeres afiliadas, y en 1908, con 62 mil 257. Estas cifras muestran el
resultado práctico que tuvo la propaganda política en favor del socialismo en
doce meses. El año 1908 fue el primero en el que la nueva ley de asociación
de todo el Imperio permitió a las mujeres afiliarse a organizaciones políticas.
Hasta entonces, cada estado federal contaba con una ley de asociación propia
y las mujeres tenían prohibido afiliarse a asociaciones y partidos políticos.
Como esto no era suficiente, las autoridades interpretaban las leyes tan
arbitrariamente que llegaban a considerar que un comité de tres mujeres
constituía ya una organización política, aplicándoles duras penas y sanciones.
Y lo que es peor: las leyes que se mantuvieron en algunos estados federales
hasta mayo de 1908 prohibían a las mujeres asistir a mítines y conferencias
políticas públicas. Es evidencia del poder de la consciencia de clase, del
sentido práctico y de la formación, el que, a pesar de las limitaciones de las
leyes reaccionarias y las prácticas brutales de las autoridades, casi treinta mil
mujeres socialistas se hayan sumado al Partido, y que en el curso de un año
esa cantidad se haya duplicado. En 1908, 257 secciones locales del SPD
(Partido Socialdemócrata de Alemania) han incluido mujeres en sus
comisiones ejecutivas, y otras cincuenta están por hacerlo. Pero hay más, el
Partido ha constituido 150 círculos de estudio y lectura para darle instrucción
teórica y práctica a las mujeres.

La propaganda socialista entre las esposas de los obreros y las mujeres


asalariadas se ha ido desarrollando en cientos de mítines públicos, en los que
las camaradas se dirigen de forma muy particular a las mujeres obreras. Se
han distribuido entre ellas más de un millón de copias de un folleto que
analiza de forma simple y popular los acontecimientos políticos actuales,
reflejando las razones por las que las mujeres, al igual que los hombres,
deben interesarse por la política y unirse al SPD. Desde 1892, el periódico
Igualdad , órgano femenino del Partido, ha difundido las ideas socialistas
entre las obreras, dándoles formación teórica. Existen varios sindicatos con
un gran número de mujeres afiliadas, entre las que este periódico —que el
año pasado alcanzó un tiraje de 73 mil copias— se reparte gratuitamente.

El Buró de la Mujer del SPD, que en los años anteriores fue el centro de su
actividad y propaganda, se integró en 1908 al Buró General del Partido, de
acuerdo con la nueva forma de organización política para ambos sexos. En
otras palabras, el Buró de la Mujer trabaja ahora conjuntamente con el
Ejecutivo del Partido, en el que participan dos de sus miembros, una de ellas
como miembro adjunto. Cuando se considera conveniente, cosa que ocurre
muy a menudo, el Buró de la Mujer también colabora con el comité general de
los sindicatos. Por ejemplo, nuestro Buró coeditó el folleto que mencionaba
antes con el Ejecutivo del SPD y el comité general de los sindicados, y atrajo
mediante circulares la atención de las camaradas hacia diversas tareas
prácticas favorables a reformas sociales. Juntos están haciendo una enérgica
campaña para que un extenso número de mujeres asalariadas coordinen
cuerpos administrativos del Seguro de Enfermedad, que, de hecho, los únicos
que las mujeres pueden coordinar en Alemania. Las camaradas también
buscan crear comités locales para la protección de la infancia y mejorar los ya
existentes. Dado que la supervisión que el Estado le da a la ley de protección
de la infancia es absolutamente insuficiente, estos comités, junto con los
consejos locales de los sindicatos, tienen que supervisar su administración.
Además de esto, se instó a las mujeres socialistas a que fundaran y mejoraran
los comités de protección a las obreras y recogieran sus quejas sobre las
condiciones laborales ilegales y dañinas para remitirlas al inspector de
fábrica.

Además de su trabajo en esta línea, las mujeres socialistas continúan su


actividad a favor de la plena emancipación política de su sexo. La lucha por el
sufragio universal que, especialmente en Prusia, han conducido de la manera
más intensa, fue una lucha por el sufragio adulto para ambos sexos defendida
en mítines y panfletos. Una incansable actividad de diversas formas,
incluyendo una gran cantidad de mítines públicos y fabriles, ha conseguido
llenar los sindicatos de mujeres trabajadoras. El número de afiliadas ha
pasado de 136 mil 429 en 1907 a 138 mil 443 en 1908. El trabajo de nuestros
sindicatos para organizar e instruir a las mujeres asalariadas no es más
pequeño ni menos importante que el que realiza el SPD por inducir a las
mujeres en las luchas políticas de la clase obrera.

El Partido y los sindicatos se inspiran en la concepción socialista de la


historia, y son conscientes de la gran importancia que tiene, como principio y
como práctica, un movimiento de mujeres; y en consecuencia, las
organizaciones políticas y sindicales proporcionan una ayuda abundante a la
labor de las camaradas. ¡Cuánto les debe movimiento de mujeres socialistas
por su ayuda fraternal! No obstante, hay que enfatizar que su desarrollo, así
como su extensión y madurez, debe atribuirse, en última instancia, al trabajo
de las propias camaradas.

Lo más destacado del movimiento de mujeres socialistas en Alemania es su


claridad y su espíritu revolucionario, acordes con las teorías y los principios
socialistas. Las mujeres de este movimiento son plenamente conscientes de
que el destino social de su sexo está ligado a la evolución general de la
sociedad, siendo la evolución del trabajo y la vida económica su fuerza motriz
más poderosa. La emancipación integral de todas las mujeres depende, en
consecuencia, de la emancipación social del trabajo; y esta sólo puede
realizarse con la lucha de clases de la mayoría explotada. Por tanto, las
mujeres socialistas se oponen tajantemente a la creencia de las mujeres
burguesas de que las mujeres de todas las clases deben reunirse en torno a
un único movimiento apolítico y neutral que reivindique exclusivamente los
derechos de las mujeres. Sostienen, en la teoría y en la práctica, la convicción
de que los antagonismos de clase son más poderosos, efectivos y decisivos
que los antagonismos sociales entre sexos, y que, por ello, las mujeres
obreras nunca conseguirían su plena emancipación a través de una lucha de
todas las mujeres sin distinción de clase contra los monopolios sociales del
sexo masculino, sino sólo en la lucha de clases de todos los explotados,
independientemente de su sexo, en una lucha de clases contra todos los que
explotan, independientemente de su sexo. Eso no quiere decir, en absoluto,
que subestimen la importancia de la emancipación política del sexo femenino;
por el contrario, emplean mucha más energía que las mujeres alemanas de
derecha por conquistar el sufragio. Pero el voto no es la máxima expresión de
sus aspiraciones, sino un arma, un medio de lucha para alcanzar su objetivo
revolucionario: el orden socialista.

El movimiento de mujeres socialistas en Alemania se inspira en la grandiosa


máxima de Karl Marx: «Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo». Se esfuerza por ayudar a cambiar el mundo despertando la
consciencia y la voluntad de las mujeres trabajadoras de unirse en la
realización de la obra más titánica que la historia conocerá: la emancipación
del trabajo por obra de la propia clase trabajadora[22] .
EL DEBER DE LAS MUJERES EN TIEMPOS DE GUERRA

En noviembre de 1914 —cinco meses después del estallido de la Primera


Guerra Mundial— la prensa socialista de varios países publicó un resumen del
llamamiento de Clara Zetkin a las mujeres socialistas.

El deseo de paz del proletariado internacional resultó insuficiente para evitar


la guerra mundial. Igual que una bala de cañón que rodara sobre la frágil
hierba, que ayer mecía la brisa suavemente, así las fuerzas del imperialismo,
impulsadas por el capitalismo, han pasado por encima de las manifestaciones
y esperanzas proletarias por la paz. Ahora el mundo está en llamas y se está
librando una guerra como nunca antes se había conocido…

¿Qué hace falta?

La ley marcial nos impide hallar una respuesta. Nos encontramos con que las
fuerzas impulsoras del capitalismo han sobrepasado los límites del desarrollo
pacífico. Las consecuencias son incalculables y, cualesquiera que sean los
cambios que la guerra traiga a Europa, es seguro que ésta no acabará hasta
haber provocado los efectos más tremendos en la economía de las naciones y
en el mercado mundial. Es por ello que la clase obrera debe redoblar sus
esfuerzos como portadora consciente del proceso histórico hacia el orden
social más alto del socialismo.

Sería indigno de las mujeres socialistas contemplar con los brazos cruzados
estos acontecimientos históricos, en que se está gestando el futuro. Los
tiempos las llaman a emprender grandes tareas, y su cumplimiento requiere
de toda la dedicación, todo el entusiasmo y todo el sacrificio que fluyen del
«eterno femenino» de su naturaleza y su convicción.

El hambre es la hermana gemela de la guerra. Su mano despiadada y reseca


llama a la puerta de cada familia cuyo proveedor ha marchado al frente. El
desempleo también se extiende con mayor rapidez que cualquier epidemia; la
ansiedad, el hambre, la enfermedad y la mortalidad infantil le suceden… ¿Qué
traerá el invierno? Millones de bocas se hacen esta pregunta…

Aquí nos encontramos con un amplio campo donde las mujeres socialistas
pueden dar una batalla, una batalla que, a su vez, es por sus derechos como
seres humanos; el momento requiere de toda su fuerza. Y así, las mujeres
socialistas están trabajando pacíficamente a lado del «Servicio de la Mujer»
nacionalista-burgués y con sus representantes en los órganos comunales; sin
unirse, no obstante, a su organización, algo que supondría un lastre para su
propio trabajo. Nuestra camarada, la señora Zietz, ha escrito recientemente
un artículo en el que señala la necesidad de ese tipo de actividad y las líneas
de demarcación por las que debe guiarse en cada caso.

Si los municipios realmente quisieran impedir el terrible riesgo de la miseria,


no podrían hacerlo sin la ayuda diaria de nuestras camaradas, que aportan a
su trabajo el conocimiento adquirido en el Partido Socialista y en los
sindicatos, así como también la experiencia práctica que han ganado como
proletarias. Ellas saben cómo encontrar la forma de aliviar, con sensibilidad y
orgullo, a aquellos que sufren, y saben encontrar la palabra que afloje sus
lenguas. Tienen en los ojos la rapidez necesaria para detectar dónde y cómo
se necesita su ayuda; más que cualquier persona, pueden hablar «por el mudo
y por la causa de todo los olvidados». Nada de limosnas; ayuda y trabajo como
deber social, que es la exigencia presentada con convicción ante todos los
organismos públicos. Y nuestras mujeres deben, además, despertar el espíritu
socialista, la solidaridad de clase proletaria entre aquellos a los que ayudan;
pues téngase presente que toda la ayuda y el socorro amorosos son por sí
solos incapaces de sacudir los cimientos de la sociedad capitalista.

La guerra ha adelgazado las filas de nuestras organizaciones políticas y


sindicales. Cuando hablamos de preservar las organizaciones, nos referimos,
sobre todo, al espíritu que reside en ellas. Una de las formas más importantes
de conservar este espíritu es mediante el tiraje de nuestra prensa, que, por
encima de toda la confusion de la batalla y los montones de escombros, debe
agitar la bandera del Socialismo Internacional en alto e impoluta.

¡Socialismo Internacional! ¿No suenan a burla estas palabras? En los días en


los que los representantes del proletariado debieron haberse reunido en
Viena para el acto por la paz y la libertad de los pueblos, decenas de miles de
hijos del pueblo exhalaban su último aliento en los campos de batalla; otras
decenas de miles gemían en los campos y hospitales, y aquella muerte y
aquellas heridas habían sido infligidas por mano de sus hermanos. Cientos de
miles, incluso millones, independientemente del uniforme que llevan,
declaran con los dientes apretados: «Nosotros no deseamos hacerlo, debemos
hacerlo. Los derechos y la independencia de nuestra patria están en peligro».
La guerra tiene su propia lógica, sus propias leyes y normas. Genera un
ambiente que exige heroísmo, pero, por otro lado, más allá de los deseos de
los combatientes, despierta a menudo la bestia que habita en el subconsciente
del hombre. Las cartas que llegan del frente muestran el endurecimiento del
alma y los sentidos ante los horrores de la guerra, un endurecimiento que, en
muchos casos, desemboca en brutalidad y bestialidad. Los periódicos refieren
las más horribles atrocidades que se cometen más allá de las fronteras
alemanas en nombre del patriotismo, contra la invasión de los soldados
alemanes; sí, incluso contra los heridos y los que cuidan de ellos. Y aunque
estos hechos pueden exagerarse, y en efecto se exageran, no cabe duda de
que existe barbarie más que suficiente.

Pero ¿nos engañan los oídos? Deben cometerse barbaridades similares para
«vengar» estas fechorías. Esto es lo que leemos en parte de la prensa
burguesa. Por cada alemán injustamente fusilado, se debe quemar una aldea.
El Berliner Neueste Nachrichten va incluso más allá y exige la expulsión de
todos los habitantes de los distritos ocupados… Quien sea descubierto vestido
de civil en los distritos prohibidos, tiene 24 horas para abandonarlos, so pena
de ser fusilado como «espía». Junto con los llamados a la barbarie viene, por
supuesto, la denigración de los pueblos extranjeros —cuya amistad con
Alemania se buscaba ayer mismo—, y el menosprecio de sus contribuciones a
la marcha ascendente de la humanidad. Es como se hubieran roto todos los
estándares con que si se medía el derecho y la justicia en la vida de las
naciones; como si se hubieran falsificado todas las pesas con que se pesaban
las cosas de las naciones. ¡Qué lejos parece estar el ideal proletario de la
solidaridad internacional y la hermandad de los pueblos! ¿Es posible que la
guerra acabe no sólo con la vida del ser humano, sino también con sus metas?

No, y mil veces no. No permitamos que las masas trabajadoras olviden que la
guerra ha sido causada por complicaciones políticas y económicas, y no por
los defectos personales de los pueblos contra los que lucha Alemania.
Tengamos el coraje, cuando oigamos que se insulta a la «pérfida Albion», «la
Francia degenerada», «los bárbaros rusos», etc., de responder subrayando las
aportaciones indelebles que estos pueblos han hecho al desarrollo de la
humanidad y cómo han contribuido a la realización de la civilización alemana.
Los alemanes, que han contribuido mucho al patrimonio internacional de la
civilización, deben ser capaces de juzgar a los otros pueblos con justicia y
veracidad. Permitámonos señalar que todos los pueblos tienen el mismo
derecho a la independencia y la autonomía por cuya preservación luchan los
alemanes…

Las mujeres socialistas escuchamos en este tiempo de sangre y hierro las


voces que todavía hablan bajo, con dolor y consuelo, del futuro.
Trasmitámosles esas voces a nuestros hijos. Protejámoslos del sonido de
bronce de las nociones que llenan las calles a diario, en las que el barato
orgullo de raza ahoga a la humanidad. En nuestros hijos debe crecer la
seguridad de que ésta, la más espantosa de todas las guerras, será la última.
La sangre de los muertos y los heridos no debe ser una corriente que divida el
sufrimiento presente y la esperanza futura, sino que los consolide y vincule
rápidamente y para siempre[23] .
ROSA LUXEMBURG

El siguiente artículo fue publicado en el número 5 de la revista La


Internacional Comunista, en septiembre de 1919 .

En Rosa Luxemburgo vivía una voluntad indomable. Siempre dueña de sí,


sabía atizar en el interior de su espíritu una llama dispuesta a brotar cuando
hiciese falta, sin perder jamás su aspecto sereno e imparcial. Acostumbrada a
dominarse a sí misma, podía disciplinar y dirigir el espíritu de los demás. Su
sensibilidad exquisita la movía a buscar asideros para no dejarse arrastrar
por las impresiones externas; pero, bajo aquella apariencia de temperamento
reservado, se escondía un alma delicada, profunda, apasionada, que no sólo
abrazaba como propio todo lo humano, sino que se extendía también a los
demás seres vivientes, pues para ella el universo formaba un todo armónico y
orgánico. ¡Cuántas veces se detenía aquella a quien llamaban «Rosa la
sanguinaria», fatigada y abrumada de trabajo, y regresaba a salvar la vida de
un insecto extraviado entre la hierba! Su corazón estaba abierto a todos los
dolores humanos. Nunca le faltaba tiempo ni paciencia para escuchar a
cuantos acudían a ella buscando ayuda y consejo. Nunca necesitaba nada
para sí, y se privaba con gusto de lo más necesario para dárselo a otros.

Severa consigo misma, era toda indulgencia para con sus amigos, cuyas
preocupaciones y penas la entristecían más que sus propios pesares. Su
fidelidad y su abnegación estaban por encima de toda prueba. Y aquella a
quien se tachaba de fanática y de sectaria, rebozaba cordialidad, ingenio y
buen humor cuando se encontraba rodeada de sus amigos. Su conversación
era el encanto de todos. La disciplina que se había impuesto y su natural
pundonor le habían enseñado a sufrir apretando los dientes. En su presencia
parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal. Aquel cuerpo pequeño,
frágil y delicado, albergaba una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí
misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se sentía a punto de
sucumbir al agotamiento de sus energías, emprendía, para descansar, un
trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían aliento. Rara
vez salía de sus labios un «no puedo»; en cambio, el «debo» aparecía a todas
horas. Ni lo delicado de su salud ni las adversidades hacían mella en su
espíritu. Rodeada de peligros y contrariedades, jamás perdió la seguridad en
sí misma. Su alma libre vencía los obstáculos que la cercaban.

Mehring tiene mucha razón cuando dice que Luxemburg era la más genial
discípula de Karl Marx. Su pensamiento, tan claro como profundo, brillaba
siempre por su independencia; no necesitaba someterse a las fórmulas
rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y
los fenómenos. Su espíritu lógico y penetrante se enriquecía con el
aprendizaje de las contradicciones que ofrece la vida. Sus ambiciones
personales no se colmaban con conocer a Marx, con dominar e interpretar su
doctrina; necesitaba seguir investigando por cuenta propia y creando en el
espíritu del maestro. Su estilo brillante le permitía dar realce a sus ideas. Sus
tesis no eran jamás demostraciones secas y áridas, circunscritas a los límites
de la teoría y de la erudición. Chispeantes de ingenio y de ironía, en todas
ellas vibraba su emoción contenida y todas revelaban una inmensa cultura y
una fecunda vida interior. Gran teórica del socialismo científico, Luxemburg
no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en letra de
molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos
indispensables y circunscritos a su especialidad; su gran afán de saber no
conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad, la llevaban a
descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes inagotables de gozo y de
riqueza interior.

En el espíritu de Rosa Luxemburg, el ideal socialista era una pasión


avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión simultánea del cerebro y del
corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y
pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la
revolución que había de abrir paso al socialismo. Vivir la revolución y tomar
parte en sus batallas fue para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea,
con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no se puede
expresar con palabras, Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era,
todo lo que valía, su persona y su vida. No fue sólo el día de su muerte cuando
le ofrendó la vida a sus ideas; se la había dado ya trozo a trozo, cada minuto
de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir
también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del
socialismo. Rosa Luxemburg simboliza la espada y la llama de la revolución, y
su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más
grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional[24] .
LA ORGANIZACIÓN DE LAS MUJERES

La siguiente es la intervención que Zetkin pronunció ante el IV Congreso de la


Internacional Comunista, celebrado en Moscú en 1922.

Camaradas: antes de comenzar mi informe sobre las actividades del


Secretariado Femenil Internacional del Comité Ejecutivo Internacional y el
desarrollo de la actividad comunista entre las mujeres, se necesitan unas
breves observaciones. Son necesarias porque nuestro trabajo todavía no se
entiende del todo, no sólo por nuestros opositores, sino incluso por nuestros
propios camaradas. Estos son algunos, se trata de resabios de un punto de
vista anterior; en otros, se trata de prejuicio deliberado, pues muchos no
simpatizan con nuestra causa e incluso se oponen a ella.

El Secretariado Femenil Internacional es parte del Comité Ejecutivo de la


Tercera Internacional, y no sólo desarrolla su actividad en constante
cooperación con él, sino también bajo su dirección directa. Lo que
normalmente llamamos Movimiento de Mujeres Comunistas no es un
movimiento independiente de las mujeres, sino que existe para realizar
propaganda comunista sistemática entre las mujeres. Esto obedece a un
propósito doble: en primer lugar, incorporar a las secciones nacionales de la
Comintern a aquellas mujeres que ya estén imbuidas del ideal comunista,
haciéndolas colaboradoras conscientes en la actividad de esas secciones; y, en
segundo lugar, ganar a las mujeres indiferentes al ideal comunista y atraerlas
a las luchas del proletariado. Las masas de mujeres trabajadoras deben
movilizarse para estas luchas. No hay trabajo en el Partido ni lucha en el
movimiento en cualquier país en el que las mujeres no sintamos el deber de
participar. Además, deseamos tomar nuestro lugar en los Partidos Comunistas
y en la Internacional, donde el trabajo sea más arduo y el tiroteo más tupido,
sin rehuir ni el más humilde y modesto trabajo cotidiano.

Se ha hecho evidente que requerimos órganos especiales para llevar a cabo el


trabajo comunista de organización y educación entre las mujeres como parte
de la vida del Partido. La agitación comunista entre las mujeres no es sólo una
tarea de mujeres, sino de todo el Partido Comunista de cada país, de la
Internacional Comunista. Para conseguir nuestro objetivo es necesario
establecer órganos partidistas, Secretarías de la Mujer, Departamentos de la
Mujer o como quiera que los llamemos, destinados a esta labor.

Por supuesto, no negamos que cualquier personalidad fuerte, sea hombre o


mujer, pueda hacer el mismo trabajo en alguna organización local o distrital.
Pero, por mucho que admitamos que estos logros individuales se dan el
Partido, debemos preguntarnos cuánto mayores serían los beneficios
obtenidos si, en lugar de trabajar individualmente, contáramos con la
cooperación de más fuerzas. La unidad de acción hacia a un objetivo común
debe ser la consigna en nuestro partido, en la Internacional y en el trabajo
con las mujeres.
Como cuestión de eficacia, de división práctica del trabajo, las camaradas
suelen ser más aptas para tomar parte en los órganos especiales dedicados al
trabajo comunista entre las mujeres. No podemos soslayar el hecho de que las
grandes masas de mujeres viven y trabajan actualmente en condiciones
especiales. Por eso, en general, son las camaradas quienes encuentran el
método más apropiado y rápido para acercarse a las obreras y comenzar la
propaganda comunista. Así como las comunistas consideramos nuestro
derecho y nuestro deber el tomar parte en la actividad diaria del Partido —
desde el humilde trabajo de distribución de volantes, hasta la lucha final y
decisiva—, y consideraríamos insultante que se nos considerara indignas de
participar en la gran vida histórica del Partido y de la Internacional
Comunista, así no excluimos a ningún hombre del trabajo comunista dirigido
especialmente a las mujeres.

Durante el último año hemos tenido ejemplos buenos y malos del trabajo
comunista entre las mujeres. Hemos podido ver los lados buenos en países
como Bulgaria y Alemania, donde las secciones de la Internacional Comunista
han creado órganos especiales, y donde las Secretarías de la Mujer han
desarrollado el trabajo de organización y educación de las mujeres
comunistas, movilizado a las obreras e incorporándolas a la lucha social. En
estos países, el movimiento de mujeres comunistas se ha convertido en uno de
los puntos fuertes de la vida general del partido. Ahí, el partido cuenta con
muchas mujeres militantes que, además, están unidas a las grandes masas de
mujeres en armas que no están afiliadas al Partido.

Cuando se quiere, se puede. Y si queremos la revolución mundial, podremos


encontrar un camino hacia las masas de mujeres explotadas y esclavizadas,
independientemente de si las condiciones históricas lo facilitan o lo dificultan.

Permítanme mostrarles algunos ejemplos negativos de la falta de órganos


especiales para trabajar entre las mujeres en los partidos comunistas. Allí
donde no existen las Secretarías de la Mujer u órganos similares, hemos
observado una caída de la participación de la mujer en la vida del Partido
Comunista y la retirada del proletariado femenino de la lucha de su clase. En
Polonia, el Partido se ha negado hasta ahora a establecer espacios especiales
para el trabajo entre las mujeres. El Partido estaba de acuerdo con permitir a
las mujeres luchar en sus filas y participar en huelgas y movimientos de
masas. Sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que esto no es suficiente
para que el ideal comunista cale entre el proletariado femenino. Las últimas
elecciones en Japón han demostrado que la reacción encuentra su apoyo
fundamental entre las masas de mujeres ignorantes e indiferentes que todavía
no han sido atraídas al comunismo. Y esto no debe ocurrir nunca más.

En Inglaterra, la organización para dirigir una agitación sistemática entre el


proletariado femenino está totalmente ausente, y el Partido Comunista de
Gran Bretaña se excusa en su debilidad y continuamente rechaza o pospone la
creación de un órgano especial que se dedique a la agitación sistemática
entre las mujeres. Todas las llamadas a la acción del Secretariado Femenino
Internacional han sido en vano, pues aún no se ha establecido una Secretaría
de la Mujer. Lo único que se ha hecho fue nombrar a una camarada como
agitadora general del Partido. Nuestras camaradas han organizado varias
conferencias destinadas a educar políticamente a las mujeres comunistas
fuera de sus propias filas. Y los buenos resultados de estas conferencias
exhortan al Partido Comunista a reforzar el desarrollo de conferencias
similares.

La actitud del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de Gran Bretaña no se


debe, en mi opinión, sólo a su debilidad financiera, sino también, en parte, a
su juventud y a las deficiencias que resultan de él. No obstante, tampoco
quisiera criticar demasiado a este Partido. El éxito del Partido Comunista en
las últimas elecciones generales en Gran Bretaña prueba su firme
determinación y su éxito en la práctica. Sin embargo, esta victoria electoral,
así como la actividad política y la reorganización decididas, obligan en este
momento al Partido Comunista de Gran Bretaña a pasar de ser un pequeño
partido propagandista a una organización que se dirija directamente a las
masas en un esfuerzo por organizar al proletariado femenino. La sección
británica de la Internacional no puede permanecer indiferente al hecho de
que en su país hay millones de obreras militando en sociedades sufragistas,
en sindicatos de mujeres del viejo tipo, en cooperativas de consumidores, en
el Partido Laborista y en el Partido Laborista Independiente. Corresponde al
Partido Comunista luchar con todas estas organizaciones para atraer las
mentes, los corazones, la fuerza de voluntad y las acciones del proletariado
femenino. Por lo tanto, será una necesidad a largo plazo la creación de
órganos especiales que permitan organizar y capacitar a las mujeres del
Partido Comunista y hacer que las mujeres proletarias fuera del Partido se
sumen a la lucha por sus intereses de clase.

En varios países, las mujeres comunistas, bajo la dirección de su partido, han


aprovechado cada oportunidad para despertar a las mujeres proletarias y
dirigirlas a la lucha contra el sistema capitalista. Por ejemplo, éste fue el caso
de Alemania en la lucha contra la llamada Ley del Aborto, que se usó para una
campaña eficaz y de gran alcance contra la dominación de la clase burguesa y
el Estado burgués. Esta campaña nos aseguró la simpatía y la adhesión de
grandes masas de mujeres. No se presentó como una cuestión femenina, sino
como una cuestión política del proletariado.

Estamos plenamente conscientes de la importancia del trabajo entusiasta y


exhaustivo en los sindicatos y las cooperativas. Con el fin de llevar a cabo un
trabajo enérgico y sistemático en ambos espacios, es necesario ganar
influencia sobre las grandes secciones de mujeres e incorporarlas a la lucha.
Esto es lo que debe hacerse al influir sobre las trabajadoras a través de sus
sindicatos y en las amas de casa proletarias y pequeñoburguesas mediante el
movimiento cooperativista. Sin embargo, quisiera señalar que en nuestro
trabajo no hay cabida para falsas ilusiones. Debemos, por el contrario, dar lo
mejor de nosotras para acabar con la ilusión de que los movimientos
sindicalistas y cooperativistas, bajo el sistema capitalista, son capaces de
conseguir leyes en beneficio del proletariado y destruir los fundamentos del
capitalismo. Por útil e indispensable que sea el trabajo de los sindicatos y las
cooperativas, no pueden derrocar al capitalismo.

Las condiciones son especialmente favorables para concentrar también a


mujeres no proletarias bajo la bandera del comunismo. El declive del
capitalismo ha creado en Gran Bretaña, Alemania y otros estados burgueses
una clase de nuevos ricos, así como una clase de nuevos pobres; la clase
media se está proletarizando. En consecuencia, las exigencias vitales están
alterando el corazón de muchas mujeres que hasta ahora llevaban una
existencia segura y feliz en el capitalismo. Muchas mujeres profesionales,
particularmente las intelectuales —profesoras, funcionarías y empleadas de
oficina de todo tipo—, se están rebelando y se ven empujadas a la lucha
contra el capitalismo. Camaradas, debemos aprovechar el fermento en estos
círculos de mujeres y avivar las brasas de desesperanza resignada para que
se conviertan en una llama de indignación que conduzca a la consciencia y la
acción revolucionarias.

¿Qué hay de las condiciones que pueden hacer esto posible? He señalado ya
las despiadadas condiciones que rigen hoy la vida de millones de mujeres,
provocando que muchas de ellas despierten de su letargo. Todo aquello que
hasta ahora se había interpuesto en nuestro camino, el atraso político y la
indiferencia de las mujeres en general, puede, bajo la presión de un
sufrimiento inaguantable, atraer a las mujeres adultas al bando comunista. Su
mentalidad está menos afectada por la consigna falsa y engañosa de los
reformistas socialdemócratas y los reformadores burgueses. Su mentalidad
suele ser una hoja en blanco, por lo que, subsecuentemente, nos resultará
más sencillo atraer a las masas femeninas, hasta ahora indiferentes, y
capacitarlas para la lucha sin que medie la transición preliminar de las
organizaciones sufragistas, pacifistas y reformistas. Sin embargo, quisiera
hacer una advertencia: no debemos ser fatuos y creer que las mujeres se
unirán inmediatamente a la lucha por nuestros objetivos finales, pues también
podemos depender de ellas en la lucha defensiva contra una ofensiva general
de la burguesía.

Creo que nuestras camaradas de Bulgaria nos han demostrado una buena
forma de organización femenina creando sindicatos de mujeres simpatizantes.
Estos sindicatos no son sólo centros de capacitación para ingresar al Partido
Comunista, sino también cauces efectivos para atraer a las masas femeninas a
todas las actividades y acciones del Partido. Este ejemplo lo están empezando
a seguir nuestros camaradas italianos, que también han creado grupos de
mujeres simpatizantes, incluyendo a mujeres que todavía son reacias a
afiliarse a partidos políticos o a asistir a mítines y conferencias. Lo cierto es
que quienes realizan el trabajo comunista entre las mujeres de cualquier país
no sólo deben reconocer este ejemplo, sino que también deben seguirlo.

Camaradas, ¿tienen las comunistas de las secciones de la Internacional la


consciencia, la voluntad y la energía que se requiere para este trabajo entre
las masas femeninas? No debemos ocultar el hecho de que las mujeres
comunistas, como los varones, carecemos frecuentemente del básico
entrenamiento teórico y práctico. El atraso y la debilidad de las mujeres en el
movimiento político sólo refleja el atraso y la debilidad de las filas comunistas
en general. Es de vital importancia superar tan pronto como sea posible la
falta de formación y la debilidad de quienes llevan a cabo el trabajo comunista
entre el proletariado femenino. Por eso insto a todos ustedes a que le asignen
a las mujeres de nuestras filas responsabilidades prácticas del Partido y se
aseguren de que cuenten con todas las oportunidades formativas posibles.
Camaradas, la formación básica y práctica de las mujeres para la propia lucha
comunista forma parte de su propia labor educativa, y es una condición
importante e indispensable para su éxito.
Los signos de nuestro tiempo demuestran que la sociedad está objetivamente
madura, que se pasa de madura, para el derrocamiento del capitalismo. Pero
no hemos podido probar que la voluntad del proletariado, la voluntad de la
clase destinada a ser la sepulturera del sistema capitalista, esté madura en el
sentido histórico de la palabra. Pero camaradas, esta situación histórica es
como un paisaje alpino en el que grandes masas de nieve reposan en las
cimas de las montañas durante siglos, aparentemente insensibles al sol, la
lluvia o la tormenta… pero, a pesar de las apariencias, están socavadas; se
han suavizado y están «maduras» para desplomarse.

Acaso baste con que un pajarillo bata las alas para que se produzca una
avalancha capaz de arrollar valles enteros bajo su peso. No sabemos cuándo,
hombres y mujeres nos hallaremos ante la revolución mundial. Por eso, no
debemos perder ni una hora; es más, no debemos perder ni un minuto sin
trabajar para la revolución mundial. La revolución mundial no significa sólo la
destrucción del mundo y la destrucción del capitalismo, significa también la
construcción del mundo y la creación del comunismo. Inspirémonos en el
significado real del mundo: preparémonos y preparemos a las masas, para
que se conviertan en las creadoras mundiales del comunismo.
POR UN FRENTE ÚNICO OBRERO CONTRA EL FASCISMO

Clara Zetkin pronunció el siguiente discurso inaugural como presidenta


honoraria del Reichstag (título que le correspondió por ser la diputada de más
edad) el 30 de agosto de 1932. En ese momento, la población trabajadora de
Alemania sufría de manera particularmente aguda los efectos de la crisis
mundial, conocida como la Gran Depresión, originada en 1929. En ese
contexto, los «Camisas Pardas» fascistas de Adolf Hitler, se dedicaban a
romper por la violencia las reuniones sindicales y socialistas, atacando al
mismo tiempo a la población judía. El gobierno del Reich, encabezado por
Hindenburg, no sólo toleraba estos ataques, sino que amenazaba con disolver
al Reichstag (Parlamento) e imponer un estado de excepción. Tristemente,
esto fue lo que ocurrió seis meses después, cuando el propio Hitler fue
nombrado canciller e impuso un régimen de terror belicista, antisemita y
antiobrero que duraría hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial en
1945.

Clara Zetkin murió en julio de 1933.

Éste fue uno de sus últimos discursos.

Antes de que el Reichstag pueda resolver las cuestiones específicas del día,
debe enfrentar esta tarea central: desconocer al gobierno del Reich que,
violando la Constitución, amenaza con disolver totalmente al Reichstag.

El Reichstag podría acusar al presidente y los ministros del Reich por


violaciones a la Constitución y, si las siguen cometiendo, llevarlos ante el
Tribunal Estatal de Leipzig. Sin embargo, llevarlos ante esa corte suprema,
sería como acusar al diablo con su abuela.

Desde luego, es obvio que ninguna decisión parlamentaria puede quebrar un


poder basado en el Reichswehr (ejército) y demás agencias en que se apoya el
Estado burgués, junto con el terrorismo de los fascistas, la cobardía del
liberalismo burgués y la pasividad de amplios sectores del proletariado.

Desconocer al gobierno del Reichstag sólo puede ser una señal para que las
amplias masas fuera del Parlamento se movilicen y tomen el poder. El fin de
esta batalla debe ser emplear todo el peso de los logros económicos y sociales
de los obreros, así como sus grandes números.

La batalla debe librarse particularmente para derrotar al fascismo, que


intenta destruir a sangre y fuego toda expresión de clase de los obreros.
Nuestros enemigos saben bien que la fuerza del proletariado no deriva de sus
asientos en el Parlamento, sino que está anclada en sus organizaciones
políticas, sindicales y culturales.

El ejemplo de Bélgica le muestra a los obreros que, incluso durante la más


severa depresión económica, una huelga de masas resulta un arma efectiva,
siempre que esté respaldada por la determinación de las masas y su
disposición a no retroceder en la batalla y usar la fuerza para repeler las
fuerzas combinadas del enemigo.

Ahora bien, si la clase obrera flexiona sus músculos fuera del Parlamento, no
debe ser sólo para desconocer a un gobierno que ha violado la Constitución.
Debe ir más allá del objetivo del momento y prepararse para el derrocamiento
del Estado burgués y de su base, que es el sistema capitalista.

Cualquier intento de resolver esta crisis mientras el capitalismo siga en pie no


podrá sino empeorar el desastre. La intervención del Estado ha fracasado
porque el Estado burgués no controla la economía; es la economía burguesa
la que controla al Estado.

Como aparato de poder de la clase propietaria, sólo puede operar en beneficio


de ésta y a expensas de las masas productoras y consumidoras. Planificar la
economía sobre bases capitalistas es una contradicción de términos. Esos
intentos siempre se estrellan con la propiedad privada de los medios de
producción. Una economía planificada sólo será posible cuando la propiedad
privada de los medios de producción haya sido abolida.

El único modo de superar a las crisis económicas y las amenazas de guerra


imperialista, es una revolución proletaria que acabe con la propiedad privada
de los medios de producción y así permita una economía planificada.

La gran prueba histórica de esto no es otra que la Revolución Rusa. Ésta ha


demostrado que los obreros tienen la fuerza para derrotar a todos sus
enemigos: los capitalistas de su propio país y los bandidos imperialistas
extranjeros. Ella ha despedazado los tratados esclavistas como el de
Versalles[25] .

El estado soviético también ha confirmado que los obreros poseen la madurez


para construir un nuevo sistema económico en el que el mayor desarrollo de
la sociedad pueda ocurrir sin crisis devastadoras, pues ha destruido los
métodos de producción arcaicos: la propiedad privada de los medios de
producción.

La lucha de las masas laboriosas contra el desastroso sufrimiento del


presente es, al mismo tiempo, la lucha por su plena liberación. La mirada de
las masas debe mantenerse fija en este objetivo luminoso, que no debe
enturbiarse por la ilusión de una democracia liberadora. Las masas no deben
dejarse amedrentar por el brutal uso de la fuerza con que el capitalismo
busca sobrevivir, en la forma de nuevas guerras mundiales y ataques civiles
fascistas.

La tarea inmediata más importante es constituir un Frente Único de todos los


obreros para repeler al fascismo, para preservar la fuerza y el poder que los
explotados y oprimidos tienen en su organización y para mantener su
existencia física misma.
Ante esta imperiosa necesidad histórica, todas las opiniones que inhiban y
dividan, sean políticas, sindicales, religiosas o ideológicas, deben pasar a
segundo plano. Todos los que se sienten amenazados, todos los que sufren y
todos los que aspiran a la liberación pertenecen al Frente Único contra el
fascismo y sus representantes en el gobierno.

La auto-afirmación de los obreros frente al fascismo es el siguiente


prerrequisito indispensable para el Frente Único en la batalla contra las
crisis, las guerras imperialistas y lo que las causa: los medios de producción
capitalistas. La revuelta de millones de trabajadores y trabajadoras alemanas
contra el hambre, la esclavitud, el asesinato fascista y las guerras
imperialistas es una expresión del destino indestructible de los obreros de
todo el mundo.

Esta comunidad internacional de destino debe convertirse en una comunidad


férrea de lucha que los conecte con la vanguardia de sus hermanos y
hermanas en la Unión Soviética. Las huelgas y revueltas en los distintos
países son señales flamantes que indican a los combatientes alemanes que no
están solos. En todas partes, los desheredados y los oprimidos han comenzado
a moverse hacia la toma del poder.

En el Frente Único de los obreros, que también se está constituyendo en


Alemania, no deben faltar los millones de mujeres, que aun cargan las
cadenas de la esclavitud por su sexo, y por lo tanto están expuestas a una
esclavitud de clase tanto más opresiva.

Los jóvenes que quieran florecer y madurar deben luchar en las primeras
filas. Hoy, no se les ofrece más futuro que la obediencia ciega y la explotación
en las filas del Servicio Laboral obligatorio.

Todos los que trabajan con la mente y que con su conocimiento y esfuerzos
aumenten la prosperidad y la cultura, pero que en la actual sociedad
burguesa se han vuelto superfluos, también pertenecen al Frente Único.
Todos los que, como esclavos asalariados, sostienen al capitalismo con su
tributo, pero al mismo tiempo son sus víctimas, también pertenecen en el
Frente Único.

Estoy inaugurando las sesiones de este congreso en cumplimiento de mi


deber como presidenta honoraria y con la esperanza de que, pese a mis
actuales enfermedades, tenga la fortuna de inaugurar, el primer congreso de
los sóviets de la Alemania soviética.
Apéndice I

Tesis sobre los métodos y las formas de trabajo de los partidos comunistas
entre las mujeres

Las siguientes tesis fueron aprobadas por el III Congreso de la Internacional


Comunista, celebrado en 1922. Aunque son obra colectiva del Secretariado
Femenino Internacional —y las camaradas de la sección rusa introdujeron
modificaciones importantes—, fue Zetkin quien redactó el primer borrador y
también quien defendió las tesis ante el pleno del Congreso.

Principios básicos

1. El III Congreso de la Internacional Comunista, conjuntamente con la II


Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, reafirma una vez más la
decisión del I y II congresos acerca de la necesidad que tienen todos los
partidos comunistas de Occidente y de Oriente de reforzar el trabajo entre las
mujeres proletarias, educar a las amplias masas de obreras según el espíritu
comunista e integrarlas en la lucha por el poder de los sóviets o en la
construcción de la república obrera soviética.

En todo el mundo, la cuestión de la dictadura del proletariado se ha planteado


directamente ante la clase obrera y por lo tanto también ante las mujeres
trabajadoras.

El sistema económico capitalista se encuentra en un callejón sin salida. Las


fuerzas productivas ya no pueden desarrollarse en el marco del capitalismo.
La pauperización universal de los trabajadores, la incapacidad de la burguesía
para reactivar la producción, el alto nivel de especulación, la ruina de la
producción, el desempleo, la inestabilidad de los precios sin relación con los
salarios: todos estos fenómenos provocan inevitablemente un recrudecimiento
de la lucha de clases en todos los países. En esta lucha, se decidirá la
cuestión: quién y bajo qué sistema dirigirá, orientará y organizará la
producción, un puñado de capitalistas o la clase obrera sobre una base
comunista.

La nueva y ascendente clase proletaria, en conformidad con las leyes del


desarrollo económico, debe apoderarse del aparato productivo para crear
nuevas formas económicas. Sólo ello creará el ímpetu necesario para el
máximo desarrollo de las fuerzas productivas, hasta ahora refrenadas por la
anarquía de la producción capitalista.

Mientras el poder esté en manos de la clase burguesa, el proletariado será


incapaz de reactivar la producción. Mientras el poder esté en manos de la
burguesía, ninguna reforma, ninguna medida llevada a cabo por gobiernos
democráticos o socialistas en los países burgueses podrá salvar la situación y
aliviar los pesados e insoportables sufrimientos de las obreras y los obreros,
causados por la ruina del sistema económico capitalista. Sólo la conquista del
poder por parte del proletariado permitirá a la clase de los productores
adueñarse de los medios de producción y así permitirles dirigir el desarrollo
económico de acuerdo con los intereses de los trabajadores.

Para adelantar la hora de la inevitable lucha decisiva del proletariado con el


podrido mundo burgués, la clase obrera debe aferrarse a las tácticas firmes y
resueltas esbozadas por la III Internacional. La dictadura del proletariado —el
objetivo inmediato fundamental— determina los métodos de trabajo y la línea
de batalla para el proletariado de ambos sexos.

La lucha por la dictadura del proletariado es inminente para el proletariado


de todos los estados capitalistas y la construcción del comunismo es la tarea
inmediata de aquellos países en donde la dictadura está en manos de los
obreros. Por lo tanto, el III Congreso de la Internacional Comunista afirma
que ni la conquista del poder por el proletariado ni la realización del
comunismo en un país ya liberado del yugo de la burguesía se pueden llevar a
cabo sin la participación activa del grueso del proletariado y del semi-
proletariado femeninos.

Por otra parte, el Congreso llama una vez más la atención de todas las
mujeres sobre el hecho de que sin el apoyo de los partidos comunistas en
todas las tareas e iniciativas para promover su liberación, los plenos derechos
individuales y la emancipación verdadera son imposibles de lograr en la vida
real.

2. Conforme la devastación económica mundial se vuelve cada vez más aguda


e insoportable para todos los pobres de la ciudad y del campo, los intereses
de la clase obrera requieren, especialmente en el periodo presente, persistir
de manera particular en el reclutamiento de mujeres en las filas organizadas
del proletariado que lucha por el comunismo. Por consiguiente, se plantea
ineludiblemente la cuestión de la revolución social ante la clase obrera de los
países capitalistas burgueses, de la misma manera que surge la tarea de
reconstruir la economía sobre nuevas bases comunistas ante los trabajadores
de la Rusia soviética. Mientras más activa, consciente y resuelta sea la
participación de las mujeres en estas dos tareas, más fácil será su realización.

En todas partes donde se plantee directamente la cuestión de la conquista del


poder, los partidos comunistas deben tomar en cuenta el gran peligro para la
revolución que representan las masas inertes de obreras, amas de casa,
empleadas de oficina y campesinas que no están liberadas de la influencia de
la perspectiva burguesa del mundo, la iglesia y las supersticiones y que no
tienen conexión alguna con el gran movimiento comunista de liberación. Si las
masas de mujeres en Occidente y Oriente no son reclutadas al movimiento, se
convertirán inevitablemente en baluarte para la burguesía y en blanco para la
propaganda contrarrevolucionaria. La experiencia de la Revolución Húngara,
donde la falta de conciencia de las masas de mujeres desempeñó un papel tan
lamentable, debería servir como advertencia para los proletarios de todos los
demás países que se encaminan por la vía de la revolución social.
A la inversa, las políticas llevadas a cabo por la República Soviética muestran
a través de la experiencia concreta la importancia de la participación de las
obreras y campesinas —en la Guerra Civil, en la defensa de la República y en
todos los aspectos de la construcción soviética—. Los hechos demuestran la
importancia del papel que ya cumplen las obreras y campesinas en la
República Soviética en la organización de la defensa, el fortalecimiento de la
retaguardia, en la lucha contra la deserción y en el combate contra toda clase
de contrarrevolución, sabotaje, etc. Se debe estudiar y poner en práctica en
otros países la experiencia de la república obrera.

De lo anterior se desprende la tarea de cada partido comunista de propagar


su influencia hasta las capas más amplias de la población femenina de su país
mediante la organización de aparatos especiales e internos del Partido y el
establecimiento de métodos especiales de acercamiento a las mujeres para
liberarlas de la influencia de la perspectiva mundial burguesa o de la
influencia de los partidos conciliadores y para forjar entre ellas resueltas
luchadoras por el comunismo y, por lo tanto, combatientes por la educación
integral de las mujeres.

3. Al plantear ante los partidos comunistas de Occidente y Oriente la tarea


inmediata de fortalecer el trabajo del Partido entre las mujeres proletarias, el
III Congreso de la Internacional Comunista señala al mismo tiempo a las
obreras del mundo entero que sólo la victoria del comunismo hará posible su
liberación de la injusticia, la esclavización y la desigualdad seculares. En
ningún caso podrá el movimiento femenino burgués darle a la mujer lo que el
comunismo le da. Mientras exista la dominación del capital y de la propiedad
privada en los países capitalistas, la liberación de la mujer respecto de la
dependencia de su marido no puede progresar más allá del derecho de
disponer de sus propios bienes, de sus propios ingresos y de poder decidir
con los mismos derechos que su marido sobre la suerte de sus hijos.

Los esfuerzos más decisivos de las feministas —la extensión del sufragio
femenino bajo el dominio del parlamentarismo burgués— no resuelven el
problema de la verdadera igualdad de la mujer, en especial para las mujeres
de las clases no poseedoras. Ello se puede ver en la experiencia de las obreras
en todos los países capitalistas donde, en los últimos años, la burguesía ha
otorgado la igualdad formal entre los sexos. El sufragio no elimina la causa
primaria de la esclavización de la mujer en la familia y en la sociedad. Dada la
dependencia económica de la mujer proletaria de su amo capitalista y del
hombre-proveedor, y en ausencia de una protección amplia para asegurar el
porvenir de madres e hijos, así como de sistemas socializados de educación y
cuidado infantil, la introducción en los estados capitalistas del matrimonio
civil en lugar del matrimonio indisoluble no logrará la igualdad de la mujer en
el marco matrimonial, ni proporciona la clave para solucionar el problema de
las relaciones entre los sexos.

La igualdad real —y no formal y superficial— sólo se puede realizar bajo el


comunismo, cuando las mujeres en conjunto con todos los miembros de la
clase trabajadora se vuelvan copropietarias de los medios de producción y
distribución, participen en su administración y tomen sus responsabilidades
laborales sobre la misma base que todos los miembros de la sociedad
trabajadora. En otras palabras, es sólo posible mediante el derrocamiento del
sistema de explotación del trabajo del hombre por el hombre bajo la
producción capitalista y mediante la organización de la forma comunista de la
economía.

Sólo el comunismo creará las condiciones en las que la función natural de las
mujeres, la maternidad, no entre en conflicto con sus deberes sociales ni
obstaculice su trabajo creador por el bien colectivo. Por el contrario, el
comunismo permitirá el desarrollo pleno, sano y armónico del individuo en
estrecha e indisoluble conexión con las tareas y la vida de la colectividad
trabajadora. El comunismo debe ser la meta de todas las mujeres que luchan
por la liberación de la mujer y el reconocimiento de todos sus derechos.

Pero el comunismo es también el objetivo final del proletariado en su


conjunto. Por lo tanto, en el interés de ambos, la lucha de las obreras por este
objetivo común debe librarse conjuntamente y en filas cerradas.

4. El III Congreso de la Internacional Comunista reafirma la proposición


fundamental del marxismo revolucionario de que no existe ninguna «cuestión
especial de la mujer», ningún movimiento especial de la mujer. Cualquier tipo
de unidad de las obreras con el feminismo burgués, como el apoyo por parte
de las obreras a las tácticas parcial o abiertamente traicioneras de los social-
conciliadores —los oportunistas—, conduce al debilitamiento de las fuerzas
del proletariado. Esto retrasa la revolución social y el advenimiento del
comunismo, y por lo tanto el grandioso momento de la completa emancipación
de la mujer.

No se logrará el comunismo por medio de los esfuerzos unidos de las mujeres


de las diferentes clases, sino por la lucha conjunta de todos los explotados.

Las masas proletarias femeninas están obligadas, por su propio interés, a


apoyar las tácticas revolucionarias del Partido Comunista y a participar de la
manera más activa y directa posible en las acciones de masas y en todos los
aspectos y formas de la guerra civil que surgen al nivel nacional e
internacional.

5. La lucha de la mujer contra su doble opresión (por el capitalismo y por el


yugo familiar doméstico) debe, en la etapa más alta de su desarrollo, cobrar
un carácter internacional y convertirse en una lucha del proletariado de
ambos sexos por su dictadura y por el sistema soviético bajo la bandera de la
III Internacional.

6. El III Congreso de la Internacional Comunista previene a las obreras contra


cualquier colaboración o acuerdo con feministas burguesas y señala también
a las obreras de todos los países que toda ilusión en la idea de que las
mujeres proletarias pueden, sin dañar la causa de la liberación de la mujer,
apoyar a la II Internacional o a elementos cercanos a ella con inclinaciones
oportunistas sería enormemente perjudicial a la lucha liberadora del
proletariado. Las mujeres deben recordar constantemente que la
esclavización de la mujer tiene todas sus raíces en el sistema burgués. Para
poner fin a esta esclavización de la mujer es necesario pasar al nuevo modo
comunista de la sociedad.
El apoyo por parte de las obreras a grupos o partidos de la II Internacional y
la Internacional II y media frena la revolución social y retrasa el advenimiento
del nuevo orden. Cuanto más decidida e irreversiblemente se separen las
masas femeninas de la II Internacional y la Internacional II y media, tanto
más seguro será el triunfo de la revolución social. Es el deber de las
comunistas condenar a todos aquellos que temen las tácticas revolucionarias
de la Internacional Comunista y de exigir intransigentemente su expulsión de
las cerradas filas de la misma.

Las mujeres deben recordar que la II Internacional no creó y no intentó crear


un organismo destinado a la lucha por la emancipación total de la mujer. La
Asociación Internacional de las Mujeres Socialistas se originó fuera del marco
de la II Internacional por iniciativa propia de las obreras. Las socialistas que
llevaron a cabo trabajo especial entre las mujeres no tenían lugar,
representación ni voto decisivo en la II Internacional.

Ya en su I Congreso, celebrado en 1919, la III Internacional formuló


claramente su actitud frente a la cuestión del reclutamiento de las mujeres a
la lucha por la dictadura. Para este propósito, el I Congreso convocó a una
conferencia de mujeres comunistas. En 1920, se fundó el Secretariado
Internacional para el Trabajo entre las Mujeres con representación
permanente en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Es el deber
de las obreras conscientes de todos los países romper irrevocablemente con
la II Internacional y la Internacional II y media y apoyar firmemente la línea
revolucionaria de la Internacional Comunista.

7. El apoyo a la Internacional Comunista por parte de las obreras, campesinas


y empleadas de oficina debe manifestarse por su entrada a las filas del
Partido Comunista de su respectivo país. En los países y partidos donde la
lucha entre la II y la III Internacional aún no se ha consumado, el deber de las
obreras consiste en apoyar con todas sus fuerzas al partido o al grupo que se
pronuncia por la Internacional Comunista y combatir despiadadamente a
todos los elementos vacilantes o abiertamente traidores, sin importar su
autoridad. Las mujeres proletarias conscientes que luchan por su liberación
no pueden permanecer en partidos que se mantienen fuera de la
Internacional Comunista.

Quien se opone a la III Internacional es un enemigo de la emancipación de la


mujer.

El lugar de las obreras conscientes de Occidente y Oriente está bajo la


bandera de la Internacional Comunista, en las filas del Partido Comunista de
su país. Toda vacilación por parte de las obreras, todo temor de romper con
los partidos conciliadores tradicionales, todo temor de romper con las
reconocidas figuras de autoridad, todo ello tiene un impacto desastroso en los
éxitos de la gran lucha del proletariado que está adquiriendo el carácter de
una guerra civil abierta e implacable a escala internacional.

Los métodos y las formas de trabajo entre las mujeres


Partiendo de las proposiciones antes mencionadas, el III Congreso de la
Internacional Comunista establece que los partidos comunistas de todos los
países deben llevar a cabo su trabajo entre el proletariado femenino sobre las
siguientes bases:

1) La inclusión de mujeres como miembros del Partido con igualdad de


derechos y deberes en todas las organizaciones clasistas de combate —el
Partido, los sindicatos, las cooperativas, los comités de delegados de fábrica,
etc.

2) El reconocimiento de la importancia de integrar activamente a la mujer en


todos los aspectos de la lucha proletaria (incluso la autodefensa militar del
proletariado), en la construcción de las nuevas bases de la sociedad y la
organización de la producción y de la vida cotidiana sobre una base
comunista.

3) El reconocimiento de la función de la maternidad como una función social y


la puesta en marcha o salvaguarda de medidas de defensa y protección de la
mujer como progenitora de la raza humana.

Si bien se opone terminantemente a toda asociación segregada y separada de


mujeres dentro del Partido y de los sindicatos, así como a organizaciones
especiales de mujeres, el III Congreso de la Internacional Comunista
reconoce la necesidad de adoptar métodos especiales de trabajo entre las
mujeres y afirma la utilidad de la creación de organismos especiales dentro
de todos los partidos comunistas para llevar a cabo este trabajo. A la luz de lo
anterior, el Congreso llama la atención sobre lo siguiente:

a) La esclavización cotidiana de la mujer no sólo en los países capitalistas


burgueses sino también en los países que se encuentran en la fase de
transición del capitalismo al comunismo bajo el sistema soviético;

b) La gran pasividad y el atraso político de las masas de mujeres a explicarse


por su exclusión secular de la vida social y por su esclavización secular en la
familia;

c) Las funciones especiales que la naturaleza misma les ha dado a las mujeres
—la maternidad— y las necesidades especiales derivadas de mayor protección
de su fuerza y su salud en el interés de toda la colectividad.

Por lo tanto, el III Congreso de la Internacional Comunista reconoce la


importancia de crear organismos especiales para llevar a cabo el trabajo
entre las mujeres. Tales organismos del Partido deben ser secciones o
comisiones organizadas en todos los comités del Partido: desde el CC (Comité
Central) hasta los comités de distrito metropolitano o de condado. Esta
decisión es obligatoria para todos los partidos que pertenecen a la
Internacional Comunista.

El III Congreso de la Internacional Comunista decreta que las tareas que los
partidos comunistas llevan a cabo a través de estas secciones incluirán:
1) educar a las masas de mujeres en el espíritu del comunismo e integrarlas a
las filas del Partido;

2) combatir los prejuicios misóginos entre las masas del proletariado


masculino y fortalecer entre los proletarios hombres y mujeres la conciencia
de sus intereses comunes;

3) templar la determinación de las obreras integrándolas en todas las formas


y los aspectos de la guerra civil, despertando su actividad a través de la
participación en la lucha contra la explotación capitalista en los países
burgueses, por medio de movilizaciones de masas contra la carestía, la falta
de viviendas, el desempleo, y otras cuestiones revolucionarias de guerra civil;
y, en las repúblicas soviéticas, a través de su participación en la construcción
comunista de la sociedad y de la vida cotidiana;

4) poner en el orden del día del Partido tareas e introducir en la legislación


cuestiones que sirvan directamente a la liberación de la mujer, que afirmen su
igualdad de derechos y defiendan sus intereses como progenitora de la raza
humana;

5) luchar sistemáticamente contra la influencia de la tradición, las costumbres


burguesas y la religión y así introducir relaciones más sanas y armoniosas
entre los sexos, asegurando la vitalidad física y moral de la humanidad
trabajadora.

Todo el trabajo de las secciones y comisiones se debe llevar a cabo bajo la


dirección inmediata y la responsabilidad de los comités del Partido. Un
miembro del comité debe encabezar cada comisión o sección. En la medida de
lo posible, camaradas comunistas también deben entrar en estas comisiones o
secciones.

Todas las medidas y tareas que se imponen a las comisiones o secciones de


obreras deben ser realizadas por ellas no independientemente sino más bien,
en los países soviéticos, a través de organismos económicos o políticos
(secciones de los soviets, comisiones, sindicatos) y, en los países capitalistas,
con el apoyo de órganos correspondientes del proletariado: partidos,
sindicatos, soviets, etc.

En donde existan partidos comunistas ilegales o semilegales, debe formarse


un aparato ilegal para el trabajo entre las mujeres. Este aparato debe
subordinarse y acomodarse al aparato ilegal del Partido. Al igual que en las
organizaciones legales, en las organizaciones clandestinas todos los comités
locales, regionales y centrales deben incluir a una camarada mujer encargada
de dirigir el trabajo ilegal de propaganda entre las mujeres. Las principales
bases para el trabajo entre las mujeres por parte de los partidos comunistas
deben ser, en el periodo actual, los sindicatos gremiales e industriales y las
cooperativas tanto en los países donde sigue la lucha por derrocar el yugo del
capital como en las repúblicas obreras soviéticas.

El trabajo entre las mujeres debe estar impregnado del espíritu siguiente:
propósito común del movimiento del Partido, organización unida, iniciativa
independiente y lucha por la rápida y completa emancipación de la mujer por
el Partido, independientemente de las comisiones o secciones. Por lo tanto, el
objetivo no debe ser crear un paralelismo en el trabajo, sino ayudar en el
trabajo del Partido a través del auto-desarrollo y las iniciativas de las obreras.

El trabajo del Partido entre las mujeres en los países soviéticos

La tarea de las secciones en una república obrera soviética consiste en educar


a las masas de mujeres en el espíritu del comunismo e integrarlas a las filas
del Partido comunista, despertar y desarrollar su actividad e iniciativa e
incorporarlas al trabajo de construcción del comunismo y forjar entre ellas
defensoras resueltas de la Internacional Comunista.

Las secciones deben lograr la participación de las mujeres en todos los


aspectos de la construcción soviética, desde asuntos relativos a la defensa
hasta los planes económicos altamente complejos de la República.

En la República Soviética, las secciones deben velar por el cumplimiento de


las resoluciones del VIII Congreso de los Soviets sobre la incorporación de las
obreras y campesinas a la construcción y la organización de la economía y
sobre su participación en todos los órganos de dirección, gestión, control y
organización de la producción. Las secciones de mujeres, por medio de sus
representantes y órganos del Partido, deben participar en la redacción de
nuevas leyes y deben usar su influencia para modificar aquéllas que lo
requieran por el bien de la emancipación verdadera de la mujer. Las
secciones deben mostrar una iniciativa especial en la elaboración de leyes
para la protección del trabajo de la mujer y de los menores.

Las secciones deben incluir al mayor número posible de obreras y campesinas


en las campañas para la elección de los soviets y deben cuidar que se elijan
obreras o campesinas como miembros de los sóviets y comités ejecutivos.

Las secciones deben promover el éxito de todas las campañas políticas o


económicas emprendidas por el Partido.

Es la tarea de las secciones fomentar el avance del trabajo calificado de las


mujeres mediante el aumento de su capacitación técnica mediante acciones
que faciliten el acceso de las campesinas y de las obreras a las instituciones
educativas necesarias.

Las secciones deben velar tanto por el ingreso de las mujeres en las
comisiones para la protección del trabajo en las empresas como por el
fortalecimiento de la actividad de las comisiones para la protección de la
madre y del niño.

Las secciones deben fomentar el desarrollo de la red entera de instituciones


sociales como comedores y lavanderías comunales, talleres de reparaciones,
instituciones de servicio social, viviendas comunales, etc., que al transformar
la vida cotidiana sobre bases comunistas nuevas aliviarán la carga que pesa
sobre las mujeres en el periodo de transición, facilitarán su emancipación en
la vida cotidiana y convertirán a la esclava doméstica y familiar en una libre
participante, una gran dueña de la sociedad y una creadora de nuevas formas
de vivir.

Las secciones deben promover la formación de militantes sindicales mujeres


en el espíritu del comunismo con la ayuda de organizaciones para el trabajo
entre las mujeres creadas por las fracciones comunistas en los sindicatos.

Las secciones deben procurar que las obreras asistan regularmente a las
asambleas de delegados de fábrica y de planta.

Las secciones tienen la obligación de asignar sistemáticamente a mujeres


como aprendices de delegadas para el trabajo en los sóviets, el trabajo
económico y el trabajo sindical.

El trabajo de los Zhenotdels (secciones de mujeres) del Partido consiste ante


todo en echar profundas raíces en el proletariado femenino, además de
desarrollar el trabajo ya existente entre las amas de casa, las empleadas de
oficina y las campesinas pobres.

Para el propósito de establecer un vínculo firme entre el Partido y las masas,


de extender la influencia del Partido sobre las masas que están fuera de él y
de aplicar el método de educación de las masas de mujeres en el espíritu del
comunismo mediante su iniciativa y participación en el trabajo práctico, las
secciones deben convocar y organizar reuniones de delegadas obreras.

Las reuniones de delegadas son la mejor manera de educar a las obreras y las
campesinas y de extender la influencia del Partido sobre las masas de obreras
y campesinas atrasadas que están fuera de él.

Las reuniones de delegadas están compuestas de representantes de plantas y


fábricas por ciudad o distrito metropolitano; por distrito rural (volost —en el
caso de las reuniones de delegadas campesinas—) o por vecindarios (en el
caso de elección de delegadas entre amas de casa). En la Rusia soviética, las
delegadas participan en todo tipo de campañas políticas y económicas, son
destacadas a varias comisiones en empresas, nombradas en puestos de
control en instituciones soviéticas y, finalmente, participan en el trabajo
regular de las secciones de los Soviets como aprendices durante un periodo
de dos meses (ley de 1921).

Las delegadas deben ser elegidas en reuniones al nivel del taller, en mítines
de amas de casa o empleadas de oficina de acuerdo con una norma
establecida por el Partido. Las secciones deben llevar a cabo un trabajo
propagandístico y agitativo entre las delegadas. Para este propósito, las
secciones deben convocar reuniones al menos dos veces al mes. Las
delegadas tienen la obligación de rendir informes en sus talleres o reuniones
de vecindario acerca de sus actividades. Las delegadas son elegidas por un
periodo de tres meses.

La segunda forma de agitación entre las masas de mujeres es convocar


conferencias de obreras y campesinas no militantes del Partido. Las
representantes en estas conferencias son elegidas en reuniones de obreras
por empresa y de campesinas por aldea.

Las secciones de obreras están asignadas a convocar y dirigir estas


conferencias.

Para consolidar la experiencia que las obreras adquieren en el trabajo


práctico del Partido o en sus movilizaciones, las secciones o comisiones deben
llevar a cabo propaganda oral e impresa sistemática. Las secciones deben
realizar mítines, discusiones, reuniones de obreras por empresa, de amas de
casa por vecindario y deben dirigir reuniones de delegadas y llevar a cabo un
trabajo de agitación casa a casa.

Los programas para el trabajo entre las mujeres se deben establecer en las
escuelas soviéticas, tanto en el centro como en las regiones, para la
capacitación de mujeres cuadros activistas y para el fortalecimiento de su
conciencia comunista.

En los países capitalistas

Las tareas inmediatas de la Comisión para el trabajo entre las mujeres están
determinadas por la situación objetiva. Por una parte, están la ruina de la
economía mundial; el aumento monstruoso del desempleo, reflejado
especialmente en la disminución de la demanda de mano de obra femenina, lo
cual provoca el aumento de la prostitución; la carestía; la aguda falta de
viviendas, y la amenaza de nuevas guerras imperialistas. Por otra parte, están
las incesantes huelgas económicas de los obreros en todos los países y las
repetidas tentativas de guerra civil a escala mundial. Todo esto es el prólogo
a la revolución social mundial.

Las comisiones de obreras tienen la obligación de señalar las tareas de lucha


del proletariado, deben luchar por las consignas íntegras del Partido
Comunista y lograr la participación de las mujeres en las movilizaciones
revolucionarias de los comunistas contra la burguesía y los social-
conciliadores.

Al continuar la lucha contra toda forma de segregación o debilitamiento de las


obreras, las comisiones deben velar no sólo porque las mujeres sean
admitidas como miembros con igualdad de derechos y deberes en el Partido,
los sindicatos y otras organizaciones de clase, sino también porque las
obreras obtengan puestos en los órganos dirigentes de los partidos, sindicatos
y cooperativas en condición de igualdad con los obreros.

Las comisiones deben actuar para que las más amplias capas de proletarias y
campesinas ejerzan sus derechos para apoyar al Partido Comunista en las
elecciones parlamentarias y para todas las instituciones públicas. Al mismo
tiempo, las comisiones deben explicar el carácter limitado de estos derechos,
como un medio para debilitar la explotación capitalista y para emancipar a la
mujer, oponiendo al parlamentarismo el sistema soviético.
Las comisiones también deben asegurar que las obreras, empleadas de oficina
y campesinas participen lo más activamente posible en la elección de los
soviets revolucionarios, económicos y políticos de diputados obreros,
atrayendo a las amas de casa para despertar su actividad política y propagar
la idea de los soviets entre las campesinas. Una tarea especial de las
comisiones debe ser la realización del principio de «pago igual por trabajo
igual». Es tarea de las comisiones iniciar una campaña, movilizando a obreros
y obreras, por la educación vocacional gratuita y accesible a todos,
permitiendo a las obreras calificarse con un alto nivel.

Las comisiones deben procurar que las comunistas participen en los órganos
municipales y legislativos en donde puedan hacerlo con base en sus derechos
electorales y que apliquen en ellos las tácticas revolucionarias de su partido.
Sin embargo, al participar en órganos legislativos, municipales y otros
órganos del Estado burgués, las comunistas deben defender resueltamente
los principios y las tácticas fundamentales del Partido, no preocupándose
tanto por la realización práctica de reformas dentro del marco del orden
burgués, sino por utilizar cada cuestión o reivindicación viva y candente de
las obreras como consigna revolucionaria para movilizarlas en la lucha activa
por la realización de estas demandas mediante la dictadura del proletariado.

Las comisiones deben mantener estrecho contacto con las fracciones


parlamentarias y municipales y discutir conjuntamente todas las cuestiones
relativas a la mujer.

Las comisiones deben explicar a las mujeres el carácter retrógrado e


ineficiente del sistema doméstico individual y los defectos del sistema
burgués de crianza de los niños, llamando la atención de las obreras a las
cuestiones planteadas o apoyadas por el partido para la mejora práctica de la
vida cotidiana de la clase obrera.

Las comisiones deben promover el reclutamiento de obreras que militen en


los sindicatos a los partidos comunistas, para lo cual las fracciones sindicales
deben designar organizadoras para trabajar entre las mujeres bajo la
dirección del Partido o de sus secciones locales.

Las comisiones de agitación entre las mujeres también deben orientar su


propaganda en el sentido de que las obreras en las cooperativas procuren
propagar las ideas del comunismo y asumir un papel dirigente en las
cooperativas, ya que estas organizaciones, como organismos de distribución,
tienen un gran papel que desempeñar durante y después de la revolución.

Todo el trabajo de las comisiones debe tener por objetivo desarrollar la


actividad revolucionaria de las masas para acelerar la revolución social.

En los países económicamente atrasados (Oriente)

En los países de escaso desarrollo industrial, los partidos comunistas, junto


con las secciones de obreras, deben ganar el reconocimiento de la igualdad
de derechos y deberes de la mujer en el Partido, en los sindicatos y en las
demás organizaciones de la clase trabajadora.

Las secciones o comisiones, junto con el Partido, deben librar una lucha
contra todos los prejuicios, la moralidad y las costumbres religiosas que
oprimen a las mujeres, extendiendo esta agitación también a los hombres.

Los partidos comunistas y sus secciones o comisiones deben implementar el


principio de la igualdad de la mujer respecto a la educación de los hijos, en
las relaciones familiares y en la vida pública.

Las secciones deben buscar apoyo a su trabajo en primer lugar entre las
amplias capas de obreras explotadas por el capital en las industrias de trabajo
a domicilio (el trabajo artesanal) y entre las trabajadoras de las plantaciones
de arroz, algodón y otros productos. En los países soviéticos, las secciones
deben promover el establecimiento de talleres artesanales. En países
burgueses, el trabajo debe centrarse en la organización de las obreras de
plantaciones, incorporándolas en sindicatos comunes con los obreros.

La elevación del nivel general de cultura de la población es el mejor medio


para luchar contra el estancamiento del país y contra los prejuicios religiosos
entre los pueblos orientales que viven en países soviéticos. Las secciones
deben facilitar el desarrollo de escuelas para adultos, las cuales deben ser
libremente accesibles a las mujeres. En los países capitalistas, las comisiones
deben luchar directamente contra la influencia burguesa de las escuelas.

Donde sea posible, las secciones o comisiones deben llevar a cabo su


agitación en las casas. Las secciones deben organizar círculos de obreras,
atrayendo a los elementos más atrasados entre las mujeres. Los círculos
deben ser centros de cultura e instrucción, instituciones que muestran a
través de la experiencia lo que la mujer puede lograr por iniciativa propia (la
organización de guarderías, jardines de niños, escuelas de alfabetización bajo
los auspicios de los círculos, etc.) por su emancipación.

Las secciones organizarán círculos ambulantes entre los pueblos nómadas.

En los países soviéticos, las secciones deben ayudar a los organismos


soviéticos respectivos en el trabajo de transición desde formas económicas
precapitalistas hasta la producción socializada, convenciendo a las obreras a
través de su propia experiencia de que el trabajo doméstico individual y la
vieja forma de la familia obstaculizan su emancipación, mientras que el
trabajo socializado las libera.

Las secciones deben velar porque la legislación soviética, que reconoce la


igualdad de derechos de la mujer y del hombre y que protege los intereses de
la mujer, se implemente en la realidad entre los pueblos orientales que viven
en la Rusia soviética. Para este fin, las secciones deben promover el
reclutamiento de mujeres como jueces y miembros de jurados en los
tribunales populares.

Las secciones deben también involucrar a las mujeres en elecciones para los
soviets y asegurar que las obreras y campesinas sean elegidas miembros de
los soviets y de sus comités ejecutivos. El trabajo entre las proletarias de
Oriente se debe llevar a cabo sobre una base clasista. Es la tarea de las
secciones exponer la impotencia de las feministas para solucionar la cuestión
de la emancipación de la mujer. En los países soviéticos de Oriente, es
menester utilizar a las intelectuales (por ejemplo, las maestras) que
simpaticen con el comunismo para difundir la instrucción. Las secciones o
comisiones que hacen trabajo entre las mujeres de Oriente deben luchar con
firmeza contra el nacionalismo y la influencia de la religión sobre las mujeres,
aunque deben evitar los ataques groseros y burdos contra las creencias
religiosas o las tradiciones nacionales.

En Oriente tanto como en Occidente, la organización de obreras debe llevarse


a cabo no en torno a la defensa de intereses nacionales, sino sobre la base de
la unión del proletariado internacional de ambos sexos en torno a las tareas
comunes de clase.

Nota: En vista de la importancia y la urgencia de fortalecer el trabajo entre


las mujeres de Oriente y de lo novedoso de las tareas planteadas, se adjuntan
a estas Tesis instrucciones especiales para aplicar los métodos básicos del
trabajo de los partidos comunistas entre las mujeres de acuerdo con las
particularidades de la vida cotidiana de los pueblos orientales.

Métodos de agitación y propaganda

Para realizar las principales tareas de las secciones —la educación comunista
de las masas femeninas del proletariado y el fortalecimiento de estos cuadros
mujeres combatientes por el comunismo— es necesario que todos los partidos
comunistas de Occidente y Oriente asimilen el principio fundamental del
trabajo entre las mujeres, a saber, «agitación y propaganda por medio de la
acción».

La agitación por medio de la acción significa ante todo la capacidad de


despertar a las obreras a la actividad independiente, acabar con sus dudas
sobre sus propias fuerzas y, al integrarlas al trabajo práctico en el campo de
la construcción o de la lucha, enseñarles mediante la experiencia práctica a
reconocer que toda conquista del Partido Comunista, toda acción dirigida
contra la explotación capitalista representa un paso adelante en el
mejoramiento de la condición de la mujer. De la práctica y la acción al
reconocimiento de los ideales del comunismo y de sus principios teóricos y, a
la inversa, de la teoría a la práctica y la acción: éste es el método que deben
utilizar los partidos comunistas y sus secciones para acercarse a las masas de
obreras.

Para ser órganos de propaganda por medio de la acción, y no simplemente de


la palabra, las secciones deben apoyarse en las células comunistas en las
empresas y los talleres y procurar que cada célula comunista nombre un
organizador para el trabajo entre las mujeres de dicha empresa.
Las secciones deben relacionarse con los sindicatos por medio de sus
representantes u organizadores, que son designados por las fracciones
sindicales (del Partido) y que llevan a cabo el trabajo bajo la dirección de las
secciones.

En los países soviéticos, la propaganda de las ideas del comunismo por medio
de la acción consiste en lograr la participación de las obreras, campesinas,
amas de casa y empleadas de oficina en todos los campos de la construcción
soviética, desde el Ejército y la milicia hasta todos los aspectos de la
emancipación de la mujer: la organización de comedores socializados, redes
de instituciones de educación infantil socializada, de protección de la
maternidad, etc. Particularmente importante en la actualidad es el estimular
la participación de las obreras en todas las áreas del trabajo de
reconstrucción de la economía nacional.

En los países capitalistas, la propaganda por medio de la acción significa


sobre todo reclutar obreras para que participen en huelgas, manifestaciones y
en todos los aspectos de la lucha que templan y fortalecen la voluntad y la
conciencia revolucionarias; significa estimular la participación de las obreras
en todos los aspectos del trabajo del Partido, utilizando a las mujeres para el
trabajo ilegal (especialmente en los servicios de enlace), en la organización
por parte del Partido de los subbotniki o voskresniki (sesiones de trabajo
voluntario los sábados o domingos), en los que las obreras que simpatizan con
el comunismo, las esposas de obreros y las empleadas de oficina ayudan al
Partido con su trabajo voluntario, organizando la reparación y la confección
de la ropa de los niños, etc.

El principio de la participación de las mujeres en todas las campañas de


instrucción política, económica o cultural emprendidas por los partidos
comunistas también sirve a los objetivos de la propaganda por medio de la
acción.

Las secciones de obreras de los partidos comunistas deben extender sus


actividades e influencia a las más amplias capas de mujeres proletarias,
esclavizadas y oprimidas en los países capitalistas. En los países soviéticos,
deben llevar a cabo su trabajo entre las masas de mujeres proletarias y
semiproletarias encadenadas por las condiciones de vida y los prejuicios
cotidianos.

Las comisiones deben llevar a cabo su trabajo entre las obreras, las amas de
casa, las campesinas y las mujeres que se dedican al trabajo intelectual.

Para efectos de la propaganda y la agitación, las comisiones deben organizar


manifestaciones de masas, mítines por empresa particular, mítines de obreras
y empleadas de oficina, ya sea por lugar de trabajo o por distrito
metropolitano, manifestaciones de mujeres en general, mítines de amas de
casa, etc.

Las comisiones deben procurar que las fracciones de los partidos comunistas
en los sindicatos, las cooperativas y los consejos de fábrica y de planta
designen a un organizador para el trabajo entre las mujeres. En otras
palabras, deben tener representantes en todos los órganos dedicados a
promover el desarrollo de la actividad revolucionaria del proletariado en los
países capitalistas para el propósito de la toma del poder. En los países
soviéticos, deben ayudar en la elección de obreras y campesinas a todos los
órganos soviéticos de dirección, gestión y supervisión, actuando como
baluarte de la dictadura del proletariado y facilitando la realización del
comunismo.

Las comisiones deben destacar mujeres comunistas responsables para


trabajar como obreras o empleadas en empresas donde trabajan grandes
cantidades de mujeres. Las comisiones deben destacar obreras en los grandes
distritos y centros proletarios importantes, como se ha puesto en práctica
exitosamente en la Rusia soviética.

Las comisiones para el trabajo entre las mujeres deben hacer el mejor uso de
la experiencia exitosa del Zhenotdel del PCR (Partido Comunista Ruso —
Bolchevique—) para el propósito de organizar reuniones de delegadas y
conferencias de obreras y campesinas no militantes del Partido. Deben
organizar reuniones de obreras y empleadas de diferentes áreas, campesinas
y amas de casa en las que se planteen para discusión demandas y necesidades
específicas y en donde se elijan las comisiones. Estas comisiones deben
permanecer en estrecho contacto con sus electoras y con las comisiones para
el trabajo entre las mujeres. Las comisiones deben destacar a sus agitadores
para intervenir en las discusiones en reuniones de partidos hostiles al
comunismo. La propaganda y la agitación por medio de manifestaciones y
eventos similares deben completarse con una agitación sistemática
organizada casa por casa. Una comunista encargada de este trabajo no debe
tener más de diez viviendas en su área asignada y debe, para el propósito de
la agitación entre las amas de casa, visitarlas no menos de una vez por
semana y más seguido cuando el Partido Comunista esté llevando a cabo una
campaña o anunciando una movilización.

Para realizar su trabajo de agitación, organización y educación por medio de


la propaganda escrita, se delega a las comisiones para:

1) facilitar la publicación de un periódico central para el trabajo entre las


mujeres en cada país;

2) asegurar la publicación en la prensa del Partido de «Páginas de la Mujer


Obrera» o de suplementos especiales, así como la inclusión de artículos sobre
cuestiones del trabajo entre las mujeres en la prensa general del Partido y en
la prensa sindical; las comisiones deben preocuparse por el nombramiento de
editoras de las publicaciones ya mencionadas y capacitar a otras como
colaboradoras entre las filas de las trabajadoras y las activistas del Partido.

Las comisiones deben velar por la publicación de literatura popular y


agitativa y, junto con ello, de literatura educativa en forma de volantes y
folletos, y deben asegurar su distribución.

Las comisiones deben promover el uso óptimo de todas las escuelas de


educación política del Partido por parte de las comunistas.
Las comisiones deben obrar para profundizar la conciencia de clase y
fortalecer la voluntad de las jóvenes comunistas invitándolas a los cursos
educativos y las veladas de discusión del Partido y, sólo en donde sea
necesario y apropiado, deben organizar sesiones especiales de lectura y
discusión o una serie de conferencias especialmente dirigidas a las obreras.

Para fortalecer el espíritu de camaradería entre obreras y obreros, es


preferible no crear cursos y escuelas separados para las mujeres comunistas.
Sin embargo, todas las escuelas del Partido deben llevar a cabo un curso
sobre los métodos de trabajo entre las mujeres. Las secciones deben tener el
derecho de delegar cierto número de sus representantes mujeres a los cursos
del Partido.

Estructura de las secciones

Las secciones y comisiones para el trabajo entre las mujeres se establecen


bajo cada comité local del Partido, bajo los comités regionales (okrug ) o
provinciales (oblast ) del Partido y bajo el CC del Partido[26] . Se decidirá el
número de miembros de estas comisiones según las necesidades de cada país.
De igual manera, el Partido fijará el número de funcionarios pagados de estas
comisiones en función de sus recursos.

La responsable de una sección de agitación entre las mujeres o la presidenta


de una comisión debe al mismo tiempo ser miembro del comité local del
Partido. En donde éste no sea el caso, la responsable de la sección debe
asistir a todas las sesiones del comité con voto decisivo para todas las
cuestiones relativas al Zhenotdel y con voto consultivo para las demás
cuestiones.

Además de las tareas generales ya enumeradas, las secciones o comisiones


regionales y provinciales (gubernia ) están encargadas de las siguientes
funciones:

• mantener las comunicaciones entre las secciones del área dada y con la
Organización del Partido;

• recopilar información sobre la actividad de las secciones o comisiones de la


región o provincia dada;

• facilitar el intercambio de materiales entre las secciones locales;

• suministrar literatura a la región o provincia;

• destacar agitadores en sus regiones o provincias;

• movilizar a los efectivos del Partido para el trabajo entre las mujeres;

• convocar, al menos dos veces por año, a conferencias regionales o


provinciales de mujeres comunistas en representación de las secciones a
razón de uno o dos delegados por cada sección; y

• celebrar conferencias de obreras, campesinas y amas de casa no militantes


del Partido de la región o provincia dada.

Los miembros de los colectivos de las secciones o comisiones deben ser


confirmados por los comités (del Partido) del condado o de la provincia según
la recomendación de la responsable de la sección. Esta responsable se elige,
al igual que los demás miembros de los comités del Partido de condado o
provincia, en conferencias del Partido de condado o de provincia.

Los miembros de las secciones o comisiones locales, regionales y provinciales


se eligen en una conferencia de la ciudad, del condado, de la región o
provincia, o son nombrados por sus secciones respectivas en acuerdo con los
comités del Partido.

Si la responsable del Zhenotdel no es miembro del comité regional o


provincial del Partido, tiene entonces derecho de asistir a todas las sesiones
del comité del Partido con voto decisivo para las cuestiones de la sección y
con voto consultivo para todas las demás cuestiones.

Aparte de todas las funciones anteriormente enumeradas de las secciones


regionales y provinciales, la OP (Organización del Partido) debe cumplir las
siguientes funciones:

• instruir a la sección de agitación entre las mujeres sobre cuestiones


relativas al trabajo del Partido;

• supervisar el trabajo de las secciones;

• destacar efectivos para llevar a cabo el trabajo entre las mujeres en


coordinación con los organismos del Partido apropiados;

• vigilar las condiciones y el desarrollo del trabajo de las mujeres


considerando los cambios en la situación legal y económica de la mujer;

• participar, por medio de representantes o diputados encargados, en


comisiones especiales que traten asuntos relativos al mejoramiento o a los
cambios en la vida cotidiana de la clase obrera, la protección al trabajo, el
cumplimiento de las necesidades de la infancia, etc.;

• publicar las «Páginas Centrales de la Mujer»;

• redactar un periódico para las obreras;

• convocar no menos de una vez al año una asamblea de mujeres


representantes de todas las secciones regionales o provinciales;

• organizar giras agitativas de instructores sobre el trabajo entre las mujeres


por todo el país;
• supervisar la participación de las obreras y de todas las secciones en todo
tipo de campañas y movilizaciones políticas y económicas del Partido;

• delegar un representante al Secretariado Internacional de la Mujer; y

• organizar la celebración anual del Día Internacional de la Mujer Obrera.

Si la responsable del Zhenotdel del CC no es miembro del CC, debe tener el


derecho de asistir a todas las sesiones del CC con voto decisivo en todas las
cuestiones relativas a las secciones y con voto consultivo en todas las demás
cuestiones. La responsable del Zhenotdel o la presidenta de la comisión es
nombrada por el CC del Partido o elegida en un congreso general del Partido.
Las decisiones y decretos de todas las secciones o comisiones están sujetos a
la aprobación final por el comité respectivo del Partido. El CC del partido fija
el número de miembros de la sección central y el número de miembros con
voto decisivo.

Sobre el trabajo a escala internacional

La dirección del trabajo de los partidos comunistas de todos los países para
unificar las fuerzas de las obreras en torno a las tareas planteadas por la
Internacional Comunista, y reclutar mujeres de todos los países y pueblos a la
lucha revolucionaria por el poder de los soviets y la dictadura de la clase
obrera a escala mundial, es la responsabilidad del Secretariado Internacional
de la Mujer de la Internacional Comunista[27] .
Apéndice II

Esbozos biográficos de Rosa Luxemburg y Clara Zetkin

ROSA LUXEMBURG. Nació en la pequeña ciudad polaca de Zamosc, cerca la


frontera con Rusia, el 5 de marzo de 1871 (casualmente, trece días antes del
establecimiento de la Comuna de París), en el seno de una familia judía
asimilada y culta. Su lengua materna era el polaco, pero en su casa se leía
abundante literatura alemana y se usaba el idish para los ocasionales
contactos con la comunidad judía.

Cuando Rosa era niña, los Luxemburg se trasladaron a Varsovia, ciudad que,
al igual que Zamosc, estaba en la parte de Polonia que entonces pertenecía al
Imperio zarista ruso. Ahí la joven ingresó al Instituto para Mujeres, donde
sólo se permitía la lengua rusa. Además, ingresar supuso un considerable
mérito académico de su parte, pues, debido a la legislación zarista, sólo se
permitía el ingreso de un pequeño número de muchachas judías.

Fue durante su paso por el Instituto cuando la joven Luxemburg empezó


manifestar su inquietud rebelde —por lo que le fue negada la medalla de oro
— y cuando entró en contacto con una organización socialista clandestina,
llamada Proletariado. En esta época, los fundadores de esta organización
habían sido arrestados y ejecutados, y Luxemburg sólo pudo conocer a uno de
ellos, el obrero revolucionario Marcin Kazprzak.

Cuando en 1888, teniendo 17 años, supo que había sido fichada por la Policía
y estaba a punto de ser arrestada, consiguió salir clandestinamente del
imperio ruso y con ayuda de Kazprzak se trasladó a Zúrich, Suiza.

Ahí se inscribió en un curso de ciencias naturales, para después trasladarse a


la Facultad de Derecho, donde cursó un doctorado de Economía. Mientras
estudiaba, siguió participando en el movimiento socialista polaco en el exilio.
Ahí estableció contacto con los revolucionarios polacos Julián Marchelvsky y
Adolf Warsky, y el lituano Leo Jogiches, con quienes fundó el periódico La
Causa Obrera , con sede en París, como órgano del recién fundado Partido
Socialista Polaco (PPS). Al mismo tiempo, inició una relación sentimental y
política con Jogiches, que duraría varios años y marcaría toda su vida.

Contra la opinión de los líderes del Partido Socialista Polaco, Luxemburg y


sus amigos defendían una línea radicalmente internacionalista y se rehusaban
a apoyar la lucha por la independencia nacional de Polonia. Debido a ello,
cuando la Internacional Socialista celebró su congreso de Zúrich en 1893 y
Luxemburg se presentó como delegada de su periódico, los líderes del PPS
impugnaron sus credenciales y le impidieron participar. Al año siguiente,
estas diferencias llevaron al grupo de La Causa Obrera a fundar un partido
propio, llamado Socialdemocracia del Reino de Polonia. Poco después, un
grupo afín de Lituania se unió a este partido, que pasó a llamarse
Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL). Luxemburg sería
siempre su principal referente ideológico.

En 1898 Luxemburg se trasladó a Berlín, donde viviría la mayor parte de su


vida. Para poder acceder a la nacionalidad alemana, contrajo un matrimonio
falso con el hijo de una familia simpatizante.

Ahí se integró al poderoso Partido Socialdemócrata Alemán, y al círculo


íntimo de sus principales dirigentes, entre ellos August Bebel y Karl Kautsky.

Desde el principio se destacó como oradora popular, especialmente en las


campañas electorales que el Partido llevaba a cabo entre los obreros polacos
del oriente alemán. También colaboró con diversos periódicos socialistas
alemanes, y durante breves intervalos llegó a dirigir dos de ellos.

En 1898, cuando Edward Bernstein propuso al Partido deshacerse de las


premisas revolucionarias del marxismo, fue Luxemburg quien formuló la
respuesta más temprana y radical, defendiendo la esencia revolucionaria del
marxismo en los artículos que formarían su libro Reforma o Revolución , su
primera obra importante.

Asimismo, participó en discusiones respecto a la táctica de diversos partidos


socialistas, como el de Francia, al que llamó a mantener su intendencia
respecto al gobierno capitalista.

En 1903, cuando el socialismo ruso se dividió entre bolcheviques y


mencheviques, Luxemburg y sus partidarios se mantuvieron independientes
de ambas facciones. En esa época, Rosa escribió su folleto Problemas
organizativos de la socialdemocracia rusa , en el que polemizaba con las ideas
organizativas de Lenin. Esas diferencias no le impidieron en adelante
colaborar frecuentemente con el revolucionario ruso.

En agosto de 1904 fue encarcelada durante un mes y medio, por haber


insultado al káiser en un mitin, pero a los dos meses fue liberada —contra su
voluntad— por una amnistía en honor al ascenso de un nuevo príncipe de
Sajorna.

Al estallar el gran intento revolucionario de 1905 en el imperio ruso,


Luxemburg explicó los sucesos en la prensa alemana, y ese diciembre se
trasladó a Varsovia para participar directamente en la lucha. Sin embargo, en
marzo de 1906 fue arrestada junto con Jogiches. Entonces fue internada en la
fortaleza de Varsovia, donde fue sometida a un simulacro de ejecución.
Debido a su prisión, no pudo asistir al IV Congreso (celebrado en abril de
1906 en Estocolmo) del Partido Socialdemócrata Ruso, al que se integró el
SDKPiL de Luxemburg.

Finalmente, en el mes de julio, debido a su ciudadanía alemana, fue liberada


y, tras un paso por San Petersburgo y por Finlandia, donde se reunió con
Lenin, a finales de año volvió a Berlín.

Debido a su defensa de la estrategia de la huelga de masas y su oposición al


rutinismo de los líderes sindicales y partidistas de la socialdemocracia, en
esos años empezó a enfrentarse a ellos desde la izquierda. En su crítica al
conservadurismo de su antiguo amigo Karl Kautsky se anticipó incluso a
Lenin. Ya en 1907 decía bromeando que ella y Clara Zetkin eran «los dos
últimos hombres de la socialdemocracia alemana».

En 1910 participó en el congreso de la Internacional Socialista en


Copenhague, en el que presentó, junto con Lenin, una enmienda para la
Internacional prometiera luchar con huelgas contra una guerra internacional
si ésta estallaba.

En esos años dictó un curso de Economía en la escuela de cuadros del


Partido, trabajo que se tradujo en un libro sobre la historia de la economía
política y en una obra científica original titulada La acumulación del capital ,
publicada en 1912, donde desarrollaba críticamente algunas premisas de
Marx y enfatizaba la perspectiva del inevitable hundimiento del capitalismo.

Al estallar la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914, cuando la


dirección del partido socialista alemán apoyó a su gobierno en el conflicto,
ella formó parte de la minoría revolucionaria que se opuso a la guerra, junto
con Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin. Por su propaganda
revolucionaria y antibélica, en febrero de 1915 fue encarcelada nuevamente.
Estando presa publicó un folleto clandestino con el pseudónimo Junius, que
sirvió como base programática para la formación de una corriente conocida
como Liga Espartaco, que agrupaba al ala revolucionaria del socialismo
alemán. En enero de 1916 fue liberada, pero sólo para ser reaprehendida sin
juicio seis meses después.

Estando ella presa, en enero de 1917 la dirección pro-bélica del Partido


Socialdemócrata expulsó de sus filas a todos los disidentes, que al poco
tiempo se reagruparon en un Partido Socialdemócrata Independiente, que
incluía a todas las facciones opuestas a la guerra, desde los espartaquistas de
Luxemburg hasta centristas como Kautsky.

A finales de ese año y principios del siguiente, Luxemburg recibió en la cárcel


las noticias de la toma del poder por los bolcheviques en Rusia y de la
intervención alemana en los territorios occidentales del viejo imperio zarista.
Basándose en los pocos datos accesibles, escribió cartas donde hablaba de la
revolución bolchevique con admiración y entusiasmo, aunque también con
espíritu crítico.

En octubre de 1918, una revolución de obreros y soldados derribó la


monarquía alemana, fundó consejos de obreros y soldados —soviets— y liberó
de la cárcel a Luxemburg, Liebknecht y otros revolucionarios. Sin embargo, la
vieja socialdemocracia reformista constituyó un gobierno que mantuvo el
capitalismo en Alemania. Ante eso, ese noviembre, los dos líderes y sus
camaradas finalmente resolvieron abandonar el Partido Socialdemócrata
Independiente (que formaba el ala izquierda del gobierno) y fundar un Partido
Comunista resueltamente revolucionario.

Al mismo tiempo, los cuadros de la Socialdemocracia polaca, que Luxemburg


inspiraba, participaron tanto en la revolución exitosa de Rusia (en la que
ocuparon cargos destacados) como en los grandes intentos revolucionarios de
Polonia. En diciembre de 1918, este partido se unificó con el ala izquierda del
Partido Socialista Polaco para dar lugar al Partido Comunista Obrero de
Polonia, en el que la tradición teórica de Luxemburg era dominante.

Cuando, en enero de 1919, los obreros y soldados alemanes se echaron a la


calle en Berlín para intentar derrocar al gobierno y trasmitirle todo el poder a
los consejos obreros, el recién fundado Partido Comunista Alemán tuvo que
ponerse al frente del levantamiento. Dado que éste sólo arrastró a la mayoría
en Berlín y otras ciudades principales, el gobierno socialdemócrata consiguió
suprimirlo, echando mano a lo que quedaba de Ejército y a grupos
paramilitares de extrema derecha llamados «Freikorps». Entonces, los
principales líderes espartaquistas, incluyendo a Luxemburg y Liebknecht,
fueron arrestados. El día 15 de enero, la Policía los entregó a los Freikorps,
que los lincharon. El cuerpo destrozado de Rosa Luxemburg fue arrojado al
Rin. Poco después, los últimos focos revolucionarios fueron sofocados y otros
líderes comunistas, entre ellos Leo Jogiches, fueron apresados y ejecutados
extrajudicialmente.

Cuando la Internacional Comunista se fundó ese marzo en Moscú, Luxemburg


fue honrada como una de sus heroínas.

CLARA ZETKIN. Nació el 5 de julio de 1857 en la aldea campesina de


Widerau, en lo que entonces era el reino de Sajonia, al oriente de Alemania.
Su apellido de soltera era Eisner y su padre era maestro rural y organista de
la iglesia local. Cuando Clara era adolescente, su familia se mudó a Leipzig,
donde ella ingresó a la Escuela Normal Femenina para convertirse en
maestra. Ahí entró en contacto con el movimiento sindical del magisterio y
conoció al marxista ruso emigrado Ossip Zetkin, que la introdujo a las ideas
socialistas y se convirtió en su pareja.

En 1878 Clara se integró al Partido Socialista Obrero de Alemania, que se


había fundado tres años atrás a partir de la fusión de las dos corrientes
socialistas alemanas. Sin embargo, el mismo año del ingreso formal de Clara
al Partido, el gobierno de Bismark promulgó una ley de excepción contra los
socialistas, por lo que ella y Ossip tuvieron que partir al exilio, radicándose
primero en Viena, después en Zúrich y finalmente en París. Ahí, mientras se
ganaba la vida como traductora, en 1882 participó en la fundación del Partido
Obrero francés, junto con Jules Guesde y Paul Lafargue.

En esa época tuvo dos hijos con Ossip Zetkin, antes de que éste falleciera
prematuramente en 1889. Aunque nunca se casó con él, como signo de afecto
por su memoria, Clara decidió asumir el apellido Zetkin.

Tras la abrogación de las leyes anti socialistas alemanas en 1890, la joven


viuda pudo volver con sus hijos a su país y se estableció en Stuttgart. Ese año
el Partido cambió su nombre por el de Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD), que conservaría en adelante.

Radicando en Stuttgart, en 1892 Zetkin se hizo cargo de la revista bimestral


femenina del Partido Socialdemócrata, a la que nombró Die Gleichheit (La
Igualdad), que dirigiría durante los siguientes 15 años.
En 1893 Zetkin participó en un congreso de la Internacional Socialista
celebrado en Zürich, donde convivió directamente con el viejo Friedrich
Engels, quien junto con Karl Marx había fundado el socialismo científico. En
ese congreso también oyó por primera vez a una joven militante polaca que
en vano pedía ser reconocida como delegada. Su nombre era Rosa
Luxemburg. Con el tiempo, Luxemburg se convertiría en una de las amigas
más íntimas de Zetkin.

En 1897 se casó en segundas nupcias con el joven artista Gerog Friedrich


Zundel, a quien llevaba 18 años. Esta diferencia de edad indica el desprecio
que sentía Zetkin por las convenciones sociales de su época.

En 1907 impulsó la creación de un Buró Femenino al interior del Comité


Ejecutivo del Partido Socialdemócrata, al que perteneció en adelante. En ese
tiempo llegó a ser uno de los cuadros marxistas más célebres del mundo,
siendo especialmente próxima a los líderes de izquierda del partido alemán,
como Luxemburg, Liebknecht y Franz Mehring.

En 1910 impulsó la celebración de un Congreso Internacional de Mujeres


Socialistas en Copenhague. Ahí, junto con la delegada rusa Alexandra
Kolontai, propuso el establecimiento del Día Mundial de la Mujer
Trabajadora, que se celebra hasta la fecha cada 8 de marzo.

Siempre interesada en las cuestiones rusas, en los congresos de la


Internacional trabó amistad con Lenin, que dirigía el ala bolchevique del
socialismo ruso.

En esos años, uno de sus hijos sostuvo una relación amorosa con Rosa
Luxemburg.

Al estallar la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914, la dirección


reformista del Partido Socialdemócrata apoyó el esfuerzo bélico del gobierno.
Entonces Zetkin formó parte del ala izquierda, anti-militarista del Partido. A
finales de 1914 publicó un llamamiento a las mujeres obreras, condenando la
guerra y, en marzo de 1915 impulsó la convocatoria de un Congreso de
Mujeres Socialistas en Berna. Aunque el congreso incluyó a todas las
tendencias antibélicas y no fue puramente revolucionario —por lo que fue
criticado por las delegadas bolcheviques rusas— fue el primer encuentro
socialista que incluyó militantes de los dos bandos beligerantes, por lo que
fue muy significativo.

Por su propaganda contraria a la guerra, en julio de 1915 Zetkin fue


encarcelada durante varios meses y privada de sus derechos políticos, que no
recuperó sino con la caída de la monarquía alemana.

En enero de 1917 el ala derecha dominante del Partido Socialdemócrata


expulsó a todos los disidentes, incluyendo a Zetkin. Tres meses después estos
fundaron un Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), que incluía a
todas las tendencias socialistas opuestas a la guerra, fueran pacifistas o
revolucionarias.
En noviembre de año, Zetkin recibió noticias de la revolución bolchevique
rusa, dirigida por su viejo conocido Lenin, con la que se solidarizó totalmente.
Sin embargo, cuando en noviembre del año siguiente los espartaquistas de
Luxemburg y Liebknecht, se separaron del USPD para fundar el Partido
Comunista Alemán, Zetkin prefirió no seguirlos, pues aún contaba con ganar
a la mayoría del USPD para la política revolucionaria. Fue sólo en marzo de
1919, después del asesinato de Luxemburg y Liebknecht, que renunció al
Partido Socialdemócrata Independiente y se integró al Partido Comunista.
Aun entonces, enfocó sus esfuerzos a ganarse a sus viejos camaradas del
Partido Socialdemócrata.

En 1920 fue elegida diputada al Reichstag por el Partido Comunista. Ese año
viajó a la Rusia Soviética para participar en el Segundo Congreso de la
Internacional Comunista, que la integró a su Comité Ejecutivo Internacional.
En Moscú conversó con Lenin sobre diversos temas, incluyendo la cuestión de
la mujer, lo que posteriormente le serviría de base para un libro de memorias
sobre el revolucionario ruso. De vuelta en Alemania, ese octubre ayudó a
convencer a la mayoría del USPD de pasarse a las filas comunistas.

A lo largo de los siguientes años, participó simultáneamente en la dirección


del movimiento comunista alemán y en el Buró Femenino de la Tercera
Internacional o Comintern. En 1921 ayudó a redactar las Tesis sobre el
Trabajo entre las Mujeres aprobadas por el III Congreso de la Comintern.

En 1925 fundó y presidió la sección alemana del Socorro Rojo, una


organización dedicada a defender a los presos de la lucha de clases. En 1927
la URSS le concedió la Orden de la Bandera Roja y en 1932 la Orden de
Lenin.

Ese agosto, por ser la diputada de mayor edad del Reichstag alemán, le tocó
dar el discurso inaugural de las sesiones parlamentarias, ocasión que
aprovechó valientemente para llamar a resistir el inminente ascenso de
Hitler, que se consumaría seis meses después.

Cuando los nazis ascendieron al gobierno alemán a principios de 1933 y


proscribieron a los partidos de izquierda, la vieja luchadora tuvo que salir
exiliada una vez más, y esta vez se dirigió a la Unión Soviética. Ese 20 de
junio murió en un sanatorio cerca de Moscú, pocos días antes de cumplir los
76 años.
ROSA LUXEMBURG o, por castellanización del apellido, ROSA
LUXEMBURGO (Zamosc, Rutenia, 1870 - Berlín, 1919). Revolucionaria y
teórica del socialismo alemán, de origen judío polaco. Hija de un comerciante
de Varsovia, su brillante inteligencia le permitió estudiar a pesar de los
prejuicios de la época y de la discriminación que las autoridades zaristas
imponían en Polonia contra los judíos. Su militancia socialista le obligó a
exiliarse desde los 18 años, refugiándose en Suiza, donde terminó sus
estudios de Derecho, trabó contacto con revolucionarios exiliados y se unió a
la dirección del joven Partido Socialdemócrata Polaco. Contraria a todo
nacionalismo, en 1898 se trasladó a Alemania para unirse al poderoso Partido
Socialdemócrata de aquel país (SPD) y participar en los debates teóricos que
lo agitaban desde la muerte de Marx y Engels. Asociada con Kautsky,
defendió la «ortodoxia» marxista frente al «revisionismo» de Bernstein e hizo
aportaciones teóricas originales en torno al imperialismo y al capitalismo (La
acumulación del capital , 1913). Se distanció de Kautsky y de la mayoría del
partido a medida que éstos se inclinaron hacia los métodos parlamentarios,
pasando a ser reconocida como la líder principal del ala izquierda del SPD;
pero también criticó a Lenin y su concepción centralista y autoritaria del
partido de revolucionarios profesionales. Junto con Karl Liebknecht encabezó
las protestas de los socialistas de izquierda contra la Primera Guerra Mundial
(1914-18) y contra la renuncia del SPD al internacionalismo pacifista; fue
detenida por ello en 1915, pero continuó escribiendo desde la cárcel. Fue ella
quien puso las bases teóricas para la escisión de la Liga de los Espartaquistas
(1918), transformada un año más tarde en Partido Comunista Alemán (KPD).
En libertad desde la revolución de 1918 que hizo abdicar al emperador
Guillermo II, lanzó junto con Liebknecht la Revolución espartaquista de 1919;
y, como él, murió a manos de los militares encargados de su represión.

CLARA ZETKIN, de soltera Clara Eißner (5 de julio de 1857 - 20 de junio de


1933), era una política alemana, de ideología comunista, muy influyente, así
como una luchadora por los derechos de la mujer. Militó en el Partido
Socialdemócrata de Alemania hasta 1917, momento en el que ingresó en el
Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), concretamente
en su ala más izquierdista, la Liga Espartaquista, que acabaría formando
posteriormente el Partido Comunista de Alemania (KPD). Fue miembro del
Reichstag por este partido durante la República de Weimar desde 1920 a
1933.
Notas

[1] Desde finales del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, el término
«socialdemócrata» se utilizaba para designar al movimiento revolucionario
marxista. <<

[2] Viejos creyentes: también llamados raskolnik! (cismáticos). Secta religiosa


que consideraba que la revisión de textos bíblicos y las reformas litúrgicas
realizadas por la Iglesia Ortodoxa rusa eran contrarios a la verdadera fe.
Fueron perseguidos durante el zarismo. <<

[3] Traducción de Daniel Acosta. <<

[4] Se refiere a Abdul Hamid II, que gobernó de manera absoluta el imperio
Otomano de 1876 a 1909, cuando la rebelión de los «jóvenes turcos» lo obligó
a abdicar a favor de su hermano. Entonces fue confinado al palacio
Beylerbeyi, donde murió nueve años después. <<

[5] Siendo teniente del ejército alemán en Namibia, en enero de 1899, el


príncipe Karl Prosper von Arenberg mató y torturó a un nativo herrero para
raptar a su esposa, por lo que fue condenado a muerte. Sin embargo, el káiser
le conmutó la sentencia por una pena de 15 años y en 1904 fue absuelto,
supuestamente por haber actuado bajo los efectos de la «neurastenia del
trópico». Murió en los años 40. <<

[6] En diciembre de 1907, un soldado asesinó al mayor Schonenbeck en los


cuarteles de la ciudad prusiana de Olszytn. El soldado confesó, fue
encarcelado y se suicidó en prisión. Según se demostró en el juicio celebrado
en el verano de 1910, el soldado había sido instigado a cometer el crimen por
la esposa del mayor, Margarite, mujer famosa por su belleza. Pese a haber
confesado la autoría intelectual del crimen, la viuda fue exonerada y enviada
a un sanatorio. Curiosamente, la versión castellana cambia este caso por el de
Margante Stenheil, una famosa socialité francesa que en 1908 mató a dos
personas y sin embargo fue exonerada. <<

[7] El fragmento aparece en el capítulo XXIII del Tomo Uno de El Capital. <<

[8] La presente es una versión corregida de la traducción anónima publicada


en Amauta. <<

[9] En 1902, el ministro prusiano Hammerstein había instituido el «sector


femenino», que obligaba a las mujeres a ocupar un sector aparte en las
reuniones políticas. <<

[10] Traducción de María José Aubet. <<


[11] El Día de la Mujer había sido establecido a Iniciativa de Clara Zetkin en
elII Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, celebrado en Copenhague
en agosto de 1910, y a continuación ratificado por el VIII Congreso Mundial
de la Internacional Socialista, que tuvo lugar inmediatamente después. <<

[12] Traducción de María José Aubet. <<

[13] Traducción de Daniel Acosta. <<

[14] Desde el principio de la Primera Guerra Mundial, Phillip Scheidemann


había dirigido, junto con Friedrich Ebert, el ala mayoritaria del Partido
Socialdemócrata, favorable a la guerra. Cuando, en medio de la derrota bélica
y la revolución, en octubre de 1918, el príncipe Maximiliano de Baden se hizo
cargo del gobierno, Scheidemann fue nombrado canciller, y el 9 de
noviembre, cuando el káiser abdicó, fue Scheidemann quien proclamó la
república y conservó la cancillería, mientras Ebert se hacía cargo de la
Presidencia. Fue su gobierno el que en enero de 1919 suprimió el intento
revolucionario espartaquista, quien detuvo nuevamente a Luxemburg y a
Liebknecht y quien los entregó a la turba reaccionaria que los asesinó. <<

[15] El ejército alemán tomó la ciudad belga de Lieja el 5 de agosto de 1914,


una de las primeras batallas de la Primera Guerra Mundial. <<

[16] César Beccaria (1735-1794) fue un filósofo y crimilogista italiano. Escribió


Tratado sobre los delitos y las penas , considerado un gran aporte al derecho
penal. <<

[17] Georg Ledebour, Emil Barth y Ernst Däumig fueron socialistas alemanes
que participaron en el gobierno de Ebert, constituyendo su ala izquierda.
Barth y Däumig pasarían después al Partido Comunista. <<

[18] François Auguste Marie Mignet (1796-1884) fue un historiador francés


liberal de la Restauración. <<

[19] Traducción: Dainel Acosta. <<

[20] Traducción basada en la de Juan Miguel Salinas Granados. <<

[21] Traducción tomada de la compilación La cuestión femenina y la lucha


contra el reformismo , Barcelona, Anagrama, 1976. <<

[22] Traducción de la UJCE. <<

[23] Traducción de la UJCE. <<

[24] Traducción tomada de la página del Partido Obrero Revolucionario (POR)


boliviano. <<
[25] El Tratado de Versalles, que dio fin a la Primera Guerra Mundial en 1918,
imponía condiciones terribles a los países derrotados, incluyendo a Alemania,
por lo que fue siempre muy impopular en este país y contribuyó a agravar la
crisis económica iniciada en 1929. La Rusia soviética nunca suscribió ese
tratado. <<

[26] Las áreas administrativas de las repúblicas soviéticas y la terminología


usada para referirse a ellas estaban cambiando en este periodo. El término
okrug se refiere aquí a una región, un área menor que una provincia (llamada
tanto oblast como gubernia en este documento) y mayor que un condado
(uyezd ) o una ciudad. <<

[27] Traducción tomada de la revista Spartacist . <<

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