La Multicrisis Global

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 24

2.

La multicrisis global

el andamiaje de las múltiples crisis contemporáneas

El mundo de hoy vive un momento crucial dado que, como nunca


antes en la historia, condensa diversos tipos de crisis: aquellas de temporali-
dades diferentes (como la crisis europea, más bien reciente, a diferencia de
la crisis intercivilizatoria entre Occidente y el islamismo, que se retrotrae a la
expansión del Imperio Otomano), las de signos distintos (como la ecológica,
más bien amenazante, o la geopolítica, democratizadora), y la más espectacu-
lar, la financiera global.
Todas ellas son, por supuesto, crisis modernas porque son producto de –y
pueden ser resueltas por– decisiones, tal como lo señaló Ulrich Beck hace una
década en La sociedad del riesgo, “lo que a su vez significa que no pueden ser
adjudicadas a fuerzas de la naturaleza, dioses y demonios” (1999: 36). Se está
lejos de la Edad Media y sus crisis trágicas –epidemias, pestes, calamidades,
brujerías y miseria–, cuando se citaba a Dios ante el tribunal de los hombres y
se oraba con fruición por contar con la gracia del cielo.
El concepto de “crisis” implica que la continuidad de un proceso (como
tendencia y orientación intelectual) se ve amenazada, paulatina o brusca-
mente, hasta detenerse, bloquearse o desequilibrarse. Esta nueva situación de
urgencia abre un paréntesis de incertidumbre intenso que incide sobre los
implicados y decisores al punto de apremiarlos para resolverla; sin embargo,
su interacción vibrante será la que determine si el proceso interrumpido con-
tinuará viabilizándose o, por el contrario, se dirigirá hacia una fase de regre-
sión, transición, inflexión o ruptura. En pocas palabras, la crisis se constituye
en un “momento decisivo en la evolución de un proceso incierto” (PNUD-
PAPEP, 2008b: 75). Momento decisivo para la continuidad de la tendencia y
su orientación intelectual, pero a la vez incierto, pues la historia definirá si la
crisis modificará la realidad o preservará el statu quo.1

1  El abordaje procesual de la crisis se basa en propuestas de diversos autores.


Véase Morin (2002) y su iluminadora teoría de la crisis. También se realizan
58 la protesta social en américa latina

La crisis financiera global (CFG) se manifestó en el cuestionamiento a la


dupla estratégica capitalismo global desregulado/neoliberalismo. La salida de
la crisis ha consistido, de un tiempo a esta parte, en una severa intervención
estatal tanto en los Estados Unidos como en Europa. No está claro todavía si
su resolución devendrá en el fortalecimiento de las instituciones reguladoras
nacionales y globales y el eclipse del neoliberalismo en Occidente, o si la pro-
pia crisis acabará por depredar a los gobiernos keynesianos (demócrata en los
Estados Unidos y socialdemócratas en la Unión Europea [UE]). Esto último
implicaría restituir a gobiernos conservadores que repondrían y revitalizarían
aquello mismo que ocasionó la crisis, es decir, lejos de solucionarla, en un
mediano plazo más bien la agravarían.
El avance de la globalización, con la emergencia económica de China, In-
dia y Brasil y la reinserción global de Rusia, generó no sólo un cambio en su
estatus internacional, sino una nueva crisis geopolítica. La continuidad de la
hegemonía occidental durante los últimos cinco siglos y la reciente unipola-
ridad estadounidense se vio alterada hacia un multicentrismo equilibrador, en el
que cada una de estas potencias despliega hegemonías regionales y acompaña
a escala variable a los Estados Unidos en el ejercicio de una influencia y un
predominio globales. De esta forma, la cima del mundo se ha visto democra-
tizada en cuanto a la incorporación de nuevos decisores globales, y a la vez se
tornó multicivilizatoria.
A partir de los años treinta, la tendencia económica ascendente de los países
europeos y la consolidación de la UE señalaban a esta última, una vez derrum-
bada la Unión Soviética, para ocupar su lugar en un renovado “duopolio de
superpotencias”; pero la emergencia de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China
y Sudáfrica) resituó su influencia y su estatus internacional, y el ascenso vertigi-
noso de China, sobre todo, convirtió a la UE en una potencia quizás secunda-
ria que profundizó su estado de crisis; China era más bien una de las potencias
candidatas para el duopolio de colosos. El mundo se vería dividido en dos
esferas geopolíticas: la euroatlántica, dominada por los Estados Unidos, y la
asiática, dominada por China (Kagan, 2008: 47). La crisis europea constituye
entonces una crisis de expectativas, identidad y estatus.
La crisis intercivilizatoria moderna se funda principalmente en el curso di-
vergente y hostil entre Occidente y el mundo árabe-musulmán (iniciado con
la conformación del Imperio Otomano, reforzado con su desintegración, y
cuyo clímax fueron los atentados del 11-S y su inmediata respuesta con la inva-

destacadas reflexiones sobre el tema desde ópticas diferentes y en la vertiente


latinoamericana: PNUD-PAPEP (2008b), Pérez-Liñán (2009) y Vuskovic
(2007).
la multicrisis global 59

sión de Afganistán e Irak), que parecía avanzar de manera sostenida hacia una
“guerra de los mundos”. Esta crisis puede encontrar en las revueltas árabes un
punto de inflexión histórico esperanzador, sobre todo si los países del Oriente
Próximo llegaran a formar también parte del gran concierto de las democra-
cias contemporáneas.
Finalmente, el contrato natural entre el hombre y la naturaleza, honrado
desde hace 15 mil años con un estilo de vida sobrio que permitió la reproduc-
ción ininterrumpida del ecosistema, se vio quebrantado desde los comienzos
de la era industrial, que marcó el comienzo de la crisis ecológica –cuyo avance
se aceleró a partir de 1950 y provocó un mayor calentamiento global–. Al mis-
mo tiempo, la gente fue cobrando desde entonces mayor conciencia ecológi-
ca, poco a poco el capitalismo se fue reconvirtiendo en un capitalismo verde,
y el consumismo dio paso al regreso a una vida de sobriedad, producto de una
revolución cognitiva y de una “moralidad ecológica” en curso.
Se está, sin duda, ante una multicrisis paradójica. Múltiple porque confluyen
y se imbrican todas en una misma coyuntura, y paradójica porque no todas
ellas resultan negativas y amenazantes; algunas más bien abren una ventana
de oportunidad inédita desde un punto de vista histórico para que el sueño
kantiano de una “paz perpetua” entre los hombres y entre estos y la naturaleza
se cristalice en el curso del siglo XXI.
En los siguientes párrafos se exploran más en detalle las características de
cada una de estas crisis que desestabilizan el mundo contemporáneo, desde
una perspectiva histórica y en términos de conflictividad y dinámicas de la
violencia a nivel global.

atenuación de los extremismos y convergencia global

Antes de la Segunda Guerra Mundial formaban parte del escenario ideológico


y político mundial cuatro ideologías perfectamente circunscritas: el nazismo
afincado en Alemania, el fascismo en Italia y España, el comunismo en Rusia
y la democracia en los Estados Unidos, Inglaterra y Francia; todas con profun-
das irradiaciones internacionales.2 Después de esta guerra, se retiraron del
proscenio internacional dos de ellas (el nazismo y el fascismo) y quedaron

2  El fascismo estuvo de moda en Latinoamérica en las décadas de 1930 y 1940,


en parte porque parecía tener éxito en Italia y Alemania, así como porque
numerosos inmigrantes alemanes divulgaron los postulados nazis, logrando
que en varios países –fundamentalmente en Chile y Brasil– se crearan filiales
del Partido Nacional Socialista Alemán (Malamud, 2006: 451-453).
60 la protesta social en américa latina

las dos restantes (democracia capitalista y comunismo), que se extendieron


rápidamente durante la Guerra Fría hasta constituir dos bloques mundiales:
el occidental-capitalista, liderado por los Estados Unidos, y el oriental-comu-
nista, dirigido por la Unión Soviética.
La retirada del nazismo y del fascismo le significó a la humanidad pasar por
el trauma de una guerra mundial que regó de muerte los cinco continentes
con 60 millones de caídos. Durante la Guerra Fría ninguno de los dos bloques
desplegó acciones directas contra el otro, pero sí generaron “guerras por de-
legación” mediante las cuales las grandes potencias dirimieron sus luchas de
intereses a través de terceros países (Fisas, 2011). Es decir, los Estados Unidos
y la Unión Soviética se mantuvieron fríos, mientras el Tercer Mundo perma-
neció caliente: la guerra de Corea dejó 5 millones de muertos; la guerra de
Vietnam, 2 millones, la Guerra Civil española, 1,2 millones. En América Latina
tuvo lugar la revolución boliviana, la cubana, la sandinista y brotó una miríada
de grupos guerrilleros a todo lo largo y ancho de la región (Castañeda, 1995;
Mires, 2009). También en otras latitudes de la periferia surgió la utopía, inten-
tando provocar revoluciones socialistas, como en Etiopía, Angola o Malasia.
Esto es lo que mantuvo al Tercer Mundo como una zona de guerra, mien-
tras que el primero y el segundo iniciaban la más larga etapa de paz desde el
siglo XIX. Se estima que, antes del colapso del sistema soviético, unos 19 mi-
llones de personas murieron en las más de cien “guerras, conflictos y acciones
militares más importantes”, entre 1945 y 1983, casi todos ellos en el Tercer
Mundo: más de 9 millones en el Extremo Oriente; 3,5 millones en África;
2,5 millones en el sureste asiático; un poco más de medio millón en Oriente
Medio, sin contar la más sangrienta de estas guerras, el conflicto entre Irán e
Irak entre 1980 y 1988, y bastante menos en América Latina. Los treinta años
de guerra en Vietnam (1945-1975) fueron con seguridad los más cruentos y los
únicos en los que fuerzas estadounidenses se involucraron en forma directa
y en gran escala. En esta guerra murieron unos 50 000 norteamericanos. Las
bajas vietnamitas y de otros pueblos de Indochina son difíciles de calcular,
pero las estimaciones más modestas hablan de unos 2 millones (Hobsbawm,
2006: 433-434).
La posguerra abrió un período de bifurcación auspiciosa para uno y otro
bloque durante casi medio siglo. La caída de la Unión Soviética en 1989 y la
posterior liberalización de la economía comunista China, durante el gobierno
de Deng Xiaoping (1978-1997), acelerarán el pasaje histórico de una sola de
las fuerzas en pugna, cegando las posibilidades globalizadoras de la otra. Pero
el islamismo y los atentados del 11-S en 2001 frustraron otra vez las expectati-
vas de paz mundial. Entre el mundo islámico y el occidental se conformó una
espiral catastrófica: insurrecciones, ejecuciones, matanzas, guerras intestinas, torturas
y atentados, desde Nairobi hasta Madrid y desde Bali hasta Londres, pasando
la multicrisis global 61

por Jerba, Argel, Casablanca, Beirut, Amman, Taba, Jerusalén, Estambul, Bes-
lán, Bombai o Bagdad, por no mencionar Marraquech.
Antes y después de la Segunda Guerra Mundial, durante casi todo el “corto
siglo XX” que comenzó con la Primera Guerra Mundial y la revolución bolche-
vique y concluyó con la caída de la Unión Soviética, el mundo estuvo signado
por divergencias totales, es decir, ideologías que tanto en su concepción del
sistema económico como del régimen político se definían como antagónicas,
irreconciliables y contradictorias; pero además, cuanta controversia, conflic-
to o crisis apareciera en escena, era centrifugado (extremado y radicalizado)
con el fin de conseguir la quiebra del sistema enemigo e imponer, de for-
ma alternativa y violenta, el propio en su lugar (así lo hicieron el nazismo, el
comunismo y el fascismo). Es así como esta subjetividad de la negación y la
centrifugación hizo que predominara la lógica schmittiana amigo/enemigo.
Todo lo contrario a la política constructivista que anima el presente estudio.
El mundo postindustrial, sin embargo, está marcado por las divergencias
atenuadas entre quienes hasta ayer eran antagonistas totales: China y Cuba,
para poner dos ejemplos de órbitas geográficas distintas. En el caso chino, el
antagonismo económico cesó y persiste el político; en el caso cubano, asisti-
mos hoy a la apertura con cuentagotas de la iniciativa y propiedad privadas,
aunque el régimen político sigue siendo el mismo. En consecuencia, la lógica
schmittiana amigo/enemigo ha dado paso –de manera súbita, como en el caso
de Rusia, o paulatina, como en el chino– a la lógica smithiana del competidor
y del adversario. Esto significa que los países que transitan de la divergencia
total a la atenuada, de la lógica schmittiana a la smithiana, de la geopolítica
a la geoeconomía, cesan sus hostilidades bélicas y expansivas, porque en vez
de plantearse como ajenos, divorciados y confrontados empiezan a funcionar
en los hechos como interdependientes, interpenetrados y conectados. Y ese
es precisamente el estado de la relación entre los Estados Unidos y China,
Europa y Rusia.
Este es el peldaño de la atenuación: progresivos cambios cualitativos inter-
nos que en tiempos normales acercan a los enemigos de ayer en vez de alejar-
los, y en tiempos de crisis, morigeran –en lugar de extremar– sus posiciones
apaciguando el mundo. Pero existe otro peldaño por encima en la empinada
escalera hacia la paz mundial que se encuentra en la convergencia integral y
global con la democracia, la economía de mercado y la modernización: su-
cedió con Alemania, Italia y Japón, después de la Segunda Guerra Mundial,
luego con España y América Latina durante la Guerra Fría, debido a “la ola
simétrica de restauración democrática” (Rouquié, 2007: 420), y después con
la Europa del Este.
Se puede pensar que en buena medida nos encaminamos hacia un sistema-
mundo de amigos-competidores-rivales, signado por una lógica económica y
62 la protesta social en américa latina

política distinta que, lejos de centrifugar las diferencias hasta convertirlas en


antagonismos y los conflictos en guerras, las atenúan configurando un sistema
bajo el ethos de la convergencia y la cultura de la negociación. Se trata de la
búsqueda de opciones dentro de la democracia y de la economía de mercado,
más que de alternativas sustitutorias fuera de ambos sistemas. Esto nos hace
pensar que el siglo XXI no seguirá la senda destructiva del siglo anterior y
que, si bien el malestar y la conflictividad continuarán, al no estar espoleadas
por ideologías centrifugadoras, las salidas bélicas serán menos frecuentes que
en el pasado.
Todo apunta a que la experiencia letal del siglo XX no se repetirá. Los datos
del Programa de Conflictos de la Universidad de Uppsala señalan que hemos
pasado de 32 conflictos armados de gran intensidad en 1990, a 19 en 2000, y
17 en 2009; en un lapso de 20 años, la cantidad de este tipo de conflictos se ha
reducido a la mitad. Los datos de 2010 apuntan además a un estancamiento: no
existía ningún conflicto armado que hubiera provocado más de 10 000 víctimas
civiles desde su inicio en 2003. No nos encontramos aún en un escenario del
que desaparecerán las guerras, pero este fenómeno social es cada vez menos
frecuente y menos letal, o se está redefiniendo. En los años sesenta, el 80% de
las guerras civiles terminaban con la victoria militar de una de las partes. Hacia
los años noventa, este porcentaje ya se había reducido al 23%, y hoy en día es
inferior al 10%. Estamos, por tanto, ante una nueva realidad (Fisas, 2011).
Por otra parte, como afirma el Informe de Desarrollo Humano del PNUD
del año 1994, los conflictos dentro de los países predominan por sobre aquellos
entre países.

la crisis financiera global

La causa de la crisis está, de alguna manera, vinculada con un sentimiento mo-


ral –para ponernos a tono con Adam Smith– pero nada edificante: la codicia; y
en cuanto a la manera de afrontarla, es decir, de transformar la deuda privada
en deuda pública, a la malicia. Estos dos sentimientos se hallan envueltos en
una ideología que ha estado muy comprometida y en la picota mundial: el
neoliberalismo,3 cuya mayor pretensión es lograr que la globalización de los
mercados avance sin considerar la globalización del Estado de derecho.

3  En 2003, Inmanuel Wallerstein predijo con gran acierto que “para 2010, lo
aseguro, a duras penas nos acordaremos de esta loca fantasía momentánea”,
porque se trataba de un espejismo y un engaño deliberado (2005: 197).
la multicrisis global 63

La crisis no comenzó con la incapacidad de un grupo de familias norteame-


ricanas para reembolsar sus créditos inmobiliarios. Las instituciones financie-
ras y los banqueros, los calificadores y los intermediarios, los corredores de
bolsa y los gerentes incitaron (sin ningún control y en medio de una completa
falta de transparencia o “asimetría de la información”) a las clases medias a
endeudarse (más allá de sus posibilidades, pero avivando sus ilusiones y enga-
tusando su razón) para financiar la compra de sus viviendas, para impulsar el
crecimiento de los bienes y la producción, llevándose ellos la mayor parte de la
riqueza producida sin correr el más mínimo riesgo. El “frenesí del préstamo”
desencadenó un negocio colosal –el nuevo “El Dorado”–, donde en principio
todos ganan (los ciudadanos, una vivienda y a veces hasta dos o tres; la econo-
mía, un crecimiento efímero donde todos incrementan sus ganancias; los po-
líticos, la satisfacción de sus votantes, y los financieros-expertos-especuladores,
ganancias colosales).4
El espejismo se quebró con el estallido de la burbuja financiera el día en
que Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión del sistema financiero más
grande del planeta, tuvo que afrontar su caída final. La dinámica de la crisis
no se detuvo en las fronteras de los Estados Unidos, sino que cruzó con cele-
ridad el Atlántico para instalarse con toda su virulencia en Europa. Las insti-
tuciones financieras privadas habían transferido el riesgo (“engaño” y “estafa”
habría que denominarlo en lenguaje moral) a otros bancos o instituciones
financieras del Viejo Continente y a un buen número de las economías emer-
gentes, sin ningún tipo de control ni de los gobiernos ni de las organizaciones
internacionales.
En el ámbito ideológico, la crisis desbarató la pretensión neoliberal de co-
rrer sin freno ni pausa, debido al frenesí financiero que acabó por reclamar
la intervención del Estado (precisamente en Norteamérica el Estado federal
quedó como accionista de facto del 79,9% de las empresas) y abrió paso a un

4  El problema devino porque los banqueros decidieron salir de su oficio


aburrido y entregarse de manos llenas al becerro de oro (Stiglitz, 2010).
La imagen más impactante de este comienzo de siglo es la de Alan Greens-
pan, exdirector del Federal Reserve Board, declarando ante una comisión del
Congreso en octubre de 2008, donde sostuvo que se hallaba “en un estado
de choque e incredulidad”. Estaba convencido de que era imposible que los
organismos que concedían crédito se comportasen nunca de forma tal que
pudieran comprometer los intereses de sus propios accionistas: “Sobre esta
base se calcularon los riesgos durante décadas, pero todo ese edificio intelec-
tual se desplomó el verano pasado”. Lo que estaba manifestando Greenspan
era sólo la decepción de un conservador que se consideraba engañado. Su
remordimiento parece significativo, porque indica el final de una época en
la que los agentes económicos se comportaban con coherencia y obedecían a
determinadas normas (Maalouf, 2010: 100).
64 la protesta social en américa latina

consenso keynesiano de escala variable: muy decidido –inclusive entre los ul-
traliberales– en cuanto a rescatar al sector privado “financiero” y socializar las
pérdidas, menos en cuanto a regular, controlar y limitar el sistema financiero,
y mucho menos para aceptar la idea de que el capitalismo no sobrevivirá si
se limita a proporcionar a los ricos los medios para hacerse más ricos (Judt,
2010: 99).
Sobre las consecuencias de tal crisis, se destacan seis observaciones:

1) Ninguna democracia se quebró ni colapsó el sistema de partidos, como sucedió en


Alemania después de la crisis de 1929 y durante la Gran Depresión –el parale-
lo histórico de la actual CFG–, cuando la democracia parlamentaria dio paso
al régimen nazi; aunque no fue la única causa (por cierto una de ellas fue la
tortura del desempleo, pero también estuvieron la amargura de las pérdidas
territoriales y la desmoralización por la debilidad política), es probable que por
ese motivo “en Gran Bretaña sólo entrañó el cambio de un gobierno laborista
a un ‘gobierno nacional’” (Hobsbawm, 2006: 143). En todo caso, la actual crisis
“movió las aguas, pero no desencadenó las tempestades” (Bobbio, 1992: 63).
Tampoco implicó el colapso de ningún sistema de partidos, como sucedió en
Venezuela después de la crisis de 2002, en Argentina en el año 2001, en Bolivia
debido a la crisis de octubre de 2003 y en Ecuador en abril de 2005, todas ellas
concatenadas con la crisis del neoliberalismo en América Latina. Por el momen-
to, nos encontramos frente a una crisis atenuada, pues si bien empezó a generar
movimiento entre los políticos no ocasionó una ruptura del régimen: en todos
los países occidentales azotados por la crisis financiera, la democracia persiste y
nada parece sugerir que colapse para dar paso a otro régimen.

2) Se produjeron alternancias gubernamentales, y el caso más importante fue el es-


tadounidense. Toda crisis económica es susceptible, sobre todo cuando afecta
a un grueso sector de la población, de convertirse en una ventana de oportuni-
dad para que la oposición responsabilice al gobierno de sus efectos negativos
con el propósito de sumar electorado, construir una sólida mayoría y provocar
la alternancia del gobierno (la oposición canaliza y representa el malestar so-
cial y, de este modo, lo capitaliza). El caso paradigmático está representado
por los Estados Unidos: los demócratas responsabilizaron de la crisis al gobier-
no y sumaron electorado; en cambio, George Bush hijo y su administración no
realizaron una gestión positiva de esta y su partido recibió un revés electoral.
En otras palabras, la democracia metaboliza los conflictos y las crisis al cambiar
la orientación del gobierno, previo “voto castigo” al presidente en ejercicio.
En términos popperianos, el gobierno ensaya una respuesta a la crisis, y si
resulta un error, la ciudadanía en la siguiente elección ensaya otro gobierno
con la esperanza de que este acierte en la solución.
la multicrisis global 65

3) En algunos países se generaron y generarán movilizaciones de protesta, algunas de


ellas violentas. En Francia, durante el otoño de 2010, se sucedieron más de una
decena de huelgas y jornadas de movilización contra la reforma de pensiones
que extendió 2 años más la edad de jubilación; en Irlanda, hubo manifesta-
ciones multitudinarias, promovidas por los sindicatos, en contra de las me-
didas de austeridad decretadas por su gobierno para estabilizar las finanzas
del llamado “tigre céltico”; en Italia, en varias ciudades como Bolonia, Milán,
Nápoles, Turín y Génova, irrumpieron miles de manifestantes movilizados en
protesta contra la política económica adoptada frente a la crisis económica
por el gobierno de Berlusconi. En Portugal, el gobierno planteó un plan de
austeridad ante el rechazo de buena parte de la oposición y los sindicatos,
que paralizaron medio país con una huelga general. En Inglaterra, los uni-
versitarios se movilizaron para protestar con violencia contra la propuesta de
aumentar las matrículas universitarias, en una escala que no se veía desde los
disturbios por los aumentos de impuestos de hace 20 años. Grecia vive su pro-
pia tragedia arreciada por las continuas protestas, huelgas y movilizaciones
violentas contra las medidas de ahorro del gobierno negociadas con la UE y
el Fondo Monetario Internacional (FMI). Por último, en España, se han pro-
ducido movilizaciones, protestas e incluso, por primera vez en democracia,
la declaración de estado de alarma (militarización de los aeropuertos bajo
jurisdicción del Código Penal Militar) para doblegar a los controladores aé-
reos. Al momento, los nuevos movimientos de protesta por la participación y
la dignidad ciudadana parecen plantear demandas por una mayor calidad de
la democracia y del desarrollo.
Es acertada la observación de Sidney Tarrow (2010) acerca de que los even-
tos contenciosos vienen en olas, pero rara vez son homogéneos. Lo revelador
de este macroacontecimiento es que tanto la crisis financiera como el ciclo de
“presidencias fallidas” en América Latina (1999-2005), responden a decisiones
adoptadas en la cúpula global (política y/o financiera), sin tomar en conside-
ración sus efectos sociales o en su total prescindencia.5 En otras palabras, las
protestas europeas, como ayer las latinoamericanas, son el sonido que corres-
ponde a partituras “escritas” lejos de las calles.

4) Se acentuó el carácter étnico de la democracia europea. El fenómeno no es nuevo,


pero la tendencia se profundizó con el descenso del nivel de vida y la erosión

5  La CFG, con serias consecuencias sobre las economías y las sociedades


desarrolladas, sobre todo de Europa y de los Estados Unidos, parece imponer
un conjunto de políticas económicas de estabilización y ajuste estructural si-
milares a las que se aplicaron en América Latina en 1980, con consecuencias
económicas y sociales por lo general nefastas para la región.
66 la protesta social en américa latina

del Estado del bienestar, considerado la última fortaleza igualitaria europea.


En los últimos 5 a 10 años el sentimiento islamófobo (obsesión negativa hacia
el islam) se ha ido extendiendo por Europa (anterior a la entrada en escena
de Al Qaeda en el Viejo Continente), en paralelo a la emergencia de un nuevo
narcisismo cultural occidental. “El islam adopta un estatus de chivo expiatorio,
de enemigo indispensable, y se convierte, en esta Europa de principios del ter-
cer milenio, en la víctima sacrificial de nuestro malestar metafísico, de nues-
tra dificultad de vivir sin Dios, pero proclamando, al mismo tiempo, nuestra
modernidad como la única posible, como la única salida” (Todd, 2010: 31).
Varios de los países europeos se encuentran instalados en un pasaje regresivo
al estadio de “democracia étnica”, hacia una racialización de la vida social
donde campea la (extrema) derecha. Los jóvenes con salarios cada vez más
bajos y empleos precarios son los agentes más activos de esa evolución. La ga-
nancia política se hace notoria: la obsesión por la identidad en su versión hard
es un intento por desviar un malestar social de origen económico. Pero este
fenómeno también tiene una explicación por su contracara: una población
con un sistema de costumbres muy distinto, duro con las mujeres y cerrado
sobre sí mismo. Y, por último, resulta un agravante la dificultad concreta de la
absorción laboral en una coyuntura de desempleo y presión sobre los salarios.

5) En el caso de la democracia estadounidense se desencadenó una “lucha de clases po-


lítica”, que eclipsó de forma eficaz la moderación por la acerba retórica de los
extremismos sociales y políticos. El partido republicano teme que tarde o tem-
prano se comience a exigir que el déficit presupuestario se cierre, en parte,
elevando los impuestos a los ricos. Después de todo, los ricos viven mejor que
nunca, mientras que el resto de la sociedad estadounidense está sufriendo (1
de cada 8 ciudadanos depende de cupones de alimentos para poder comer).
Sus líderes en el Congreso anuncian que van a recortar el gasto público con el
fin de comenzar a reducir el déficit –lo que en otras palabras significa dismi-
nuir la educación, la salud y otros beneficios de la clase pobre y trabajadora–,
pero sin tocar el presupuesto de la guerra de Afganistán ni eliminar los siste-
mas de armas innecesarios, dado que esto genera dividendos jugosos (Sachs,
2010). Los demócratas y el presidente Obama alientan la política contraria: no
gravar a la clase pobre y trabajadora ni permitir que su gobierno, que salvó a
los Estados Unidos de estar al borde de la crisis –aunque no afrontó los retos
a más largo plazo (Stiglitz, 2010: 24)– termine en el desastre por el recrudeci-
miento radical de los conservadores. La irrupción del Tea Party y sus marchas
de protesta, así como el atentado de muerte contra la congresista demócrata
Gabrielle Giffords demuestran cuán lejos pueden llegar los asuntos en la po-
lítica estadounidense.
la multicrisis global 67

6) Si la crisis persiste puede llegar a convertirse en un depredador político insaciable,


es decir, si es intensa pero corta y la población percibe que su gobierno no es
parte de la solución sino parte del problema, hará de ese gobierno un chivo
expiatorio, como ocurrió con George Bush hijo; pero si persiste y se alarga,
degradando aún más la situación socioeconómica de una buena parte de la
población (sobre todo el desempleo, que ronda por encima del 10%), puede
convertirse en un depredador político insaciable. La crisis puede asumir dos
características: 1) insaciabilidad en zigzag, como el caso estadounidense: ha-
biendo depredado a Bush hijo en la derecha, puede luego hacerlo con Obama
en la izquierda; y 2) la insaciabilidad comunitaria europea, pues las medidas
impopulares ante la crisis han puesto a los gobiernos europeos de todo signo
frente a un desgaste acelerado: así está sucediendo con los conservadores fran-
ceses, la centroderecha irlandesa, la democracia cristiana alemana o los socia-
listas portugueses (con un presidente que debió dimitir), griegos y españoles
(el presidente Zapatero desistió de la posibilidad de reelección), como en su
momento sucedió con los laboristas británicos. La conclusión amarga para los
presidentes y sus partidos, pero no para la gente común, es que la ciudadanía
no apoya un partido sino una solución, es más pragmática que ideológica y, por
lo tanto, tremendamente impaciente y reactiva.

En general hablamos de una crisis sin efectos disruptivos sobre la democracia


y los sistemas de partidos constituidos. En el caso de algunos países europeos,
la crisis activó la protesta social, incluso con manifestaciones violentas, se man-
tuvo la tendencia xenófoba, aunque las simpatías despertadas por los recientes
sucesos en Oriente Próximo podrían atenuarla. En los Estados Unidos la cri-
sis desató una verdadera kulturkampf (una guerra cultural e ideológica) entre
conservadores y demócratas, acompañada por concentraciones multitudina-
rias. El Estado norteamericano se mantiene sólido, pero en la UE se ha pro-
ducido un escalonamiento de facto: algunos países comienzan a colocarse en
el primer peldaño (de hecho se empieza a hablar de una recomposición del
eje franco-germano por el eje britano-germano), otros en el segundo y los más
rezagados en el tercero. La ansiada igualdad se les escapa de las manos por un
juego de bridge financiero.
Toda crisis desata fuerzas centrífugas, que pueden encontrar su límite en
ideologías o doctrinas que las moderen o, por el contrario, pueden verse es-
poleadas por otras que las extremen hasta convertirlas en fuerzas cataclísmi-
cas que ocasionen la quiebra del sistema. La crisis de 1929 es un ejemplo de
este segundo caso, pues el siglo XX fue fustigado por ideologías radicales y
fanáticas como el nazismo, el fascismo y el comunismo, dispuestas en cuanta
ocasión se les presentara a canibalizar las democracias existentes. La crisis de
2007 ilustra un caso diferente: las fuerzas extremistas se han retirado de la
68 la protesta social en américa latina

escena mundial, predominan el moderantismo democrático, la expansión y la


aceleración de la globalización económica. Si bien es cierto que existen mu-
chas y variadas pervivencias de un autoritarismo remozado, esta crisis, como
las anteriores (7 crisis en el período 1982-2000), no llegó a convertirse en
una ocasión para que ideologías extremas la centrifugaran hacia situaciones
disruptivas y salidas alternativas como en el pasado (fuera de la democracia y
del capitalismo) sino que, al encontrarse el nazismo y el fascismo retirados y
el socialismo atenuado, más bien se propende a que las soluciones se produz-
can dentro de la democracia y la economía de mercado. La primera situación
hacía del mundo un lugar en extremo inestable y violento; la segunda impide
que la inestabilidad y la incertidumbre propias de las crisis evolucionen hacia
conflagraciones bélicas en lo externo ni hacia revoluciones o guerras civiles
internas.6 Da la impresión de que los impactos de la crisis financiera, así como
el curso de los acontecimientos presentes, se empiezan a vivir bajo el signo de
la atenuación de las ideologías puras.

la crisis geopolítica

Antes de la Segunda Guerra Mundial, en el período 1828-1922, el capitalismo


y, sobre todo, la democracia, se encontraban confinados a 29 países. Luego de
la llamada Gran Guerra, en un lapso de 18 años (1944-1962) se sumaron 36
países; después de la caída de la Unión Soviética, la democracia se propagó
por el mundo y alcanzó a sumar 89 países (según Freedom House), y parece que
los países seguirán sumándose en el África y en el mundo árabe bajo el efecto
de una inesperada revuelta con un probable desenlace democratizador. El
alcance de este desparramamiento democrático en el mundo es observado
de modo espléndido por Giovanni Sartori: “si la geografía de la democracia,
como forma política, se circunscribe a la mitad más extensa y más importante
del planeta Tierra, entonces podemos hablar de la victoria de la democracia
como principio de legitimidad […]. El viento de la historia ha cambiado de
dirección, y sopla en una sola: hacia la democracia” (2003: 368 y 372).
A diferencia de la época de la Guerra Fría, cuando primó la confrontación
ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, hoy es un tiempo en
el cual prima la competencia económica global, con una dinámica polarizada
por igual entre los Estados Unidos y China. Ambos países son interdepen-

6  Las ideologías o doctrinas son como soluciones: unas, reactivas, limitan los
extremismos; otras, activas, los expanden.
la multicrisis global 69

dientes, pero además están interpenetrados: China por los capitales de los
inversores de los Estados Unidos y estos por los préstamos chinos; los Estados
Unidos inician esfuerzos para introducir a China al G-8 y ampliar su posición
accionaria en el FMI, a la vez que China hace esfuerzos por ampliar la base de
capital del FMI. Ninguno puede romper con facilidad el equilibrio inestable
que amarra ambas partes a un cierto statu quo (Kynge, 2007: 225; Espinosa,
2008: 26; Altman, 2009: 121).
Sin embargo, todo indica que se está produciendo un desplazamiento del
eje gravitacional del poder de Occidente hacia Oriente, si no la emergencia de
un “multicentrismo” o “policentrismo”, donde viejos y nuevos países con en-
vergadura económica son convocados para encarar problemas de una magni-
tud tal que ninguno puede resolverlos de forma unilateral. El multilateralismo
no es una opción, sino un destino obligado por las circunstancias económicas:
el G-7, que corresponde a las 7 economías más avanzadas del planeta, ha dis-
minuido su significación en alrededor de un 10% del PIB mundial entre los
años 2000 y el 2007, es decir, en una magnitud igual o superior al grupo de
la economía de Japón, que es la segunda economía más grande del mundo
(Espinosa, 2008: 19). El resultado es la configuración de un orden elástico: de
una actualizada rivalidad y bilateralidad por momentos (los Estados Unidos y
China) y de una ampliación multilateral de geometría variable por otros (G-
20, y puede irse ensanchando cada vez más). No se trata del fin de la historia,
pero sí del de cierta historia: la de la rivalidad entre capitalismo y comunismo,
entre democracia e ideocracia.
Mirado todo este conjunto en lontananza, existen buenas razones para
destilar una gota prodigiosa de optimismo. Octavio Paz (1981) escribió en El
ogro filantrópico que “las sociedades no mueren víctimas de sus contradiccio-
nes, sino de su incapacidad para resolverlas”. En un mundo que tiene como
denominador común la economía de mercado y la democracia en proceso
de continua ampliación, estas no anulan las contradicciones –que más bien
se densifican y en algunos casos se atenúan–, pero sí generan mejores condi-
ciones para resolverlas, salvar al hombre de sus circunstancias adversas y, muy
probablemente, para encaminar el mundo hacia una unidad de destino más
sufrida que elegida.

la crisis europea

Europa es la apuesta única y excepcional por que lo positivo prevalezca sobre


lo negativo de su pasado. Es por ese motivo que debe preocupar su crisis, por-
que el mundo perdería el ejemplo de las democracias mejor logradas y de la
70 la protesta social en américa latina

voluntad de levantar una inédita Babel que rasgue el cielo de la dicha humana
(Estado de bienestar) y deje de ser una “incubadora recalentada de guerras
mundiales”.
La nueva Europa es el ejercicio de una cultura caracterizada estratégica por
un espíritu más pacífico que tiene un vivo interés por edificar un mundo en
el cual el poderío militar y las políticas de mano dura cuenten menos que un
poder blando asentado en la pujanza económica y las respuestas pacíficas a
los problemas: prefiere la negociación, la diplomacia y la persuasión a la coer-
ción; desea ejercer como una potencia económica de primera fila, capaz de
competir con los Estados Unidos y las economías asiáticas, y de negociar en pie
de igualdad los asuntos del comercio y las finanzas internacionales.
Vale la pena detenerse en un breve análisis de sus tensiones para luego des-
embocar en sus retos y metas. Se pueden citar cuatro y de gran envergadura:
la tensión geoeconómica, la laboral, la estatal y la migratoria.
Europa se preparó para ser la próxima superpotencia del siglo XXI. Una
potencia mundial de primer orden, como lo fueron antes Roma, España, In-
glaterra, Francia o Alemania, pero que esta vez no ejercitara un hard power,
sino un soft power destilado por el andar de siglos en el infierno dantesco y la
nostalgia del paraíso perdido. Fue estratégica porque tuvo la visión futurista
de prever que el mundo se encaminaba hacia un planeta de colosos, donde
ninguna de las naciones europeas, separadas y por sí solas, podría recuperar
la vieja grandeza y lograr que su brazo influyera en la defensa de sus intereses
y el modelado de sus principios más allá de sus fronteras nacionales. Por lo
tanto, su integración era la condición necesaria para hacer viable un futuro de
primer orden y un contrapeso a los Estados Unidos. Pero llegaron los BRICS
y los equilibrios cambiaron. Europa se había preparado para un “duopolio de
superpotencias”, no para una mesa en la que tiene que buscar un lugar a duras
penas. El mundo le está resultando ancho y ajeno.
China se ha convertido en la “fábrica del mundo”: su fuerza laboral, igual de
eficiente pero más barata, resta trabajos, debido a la deslocalización industrial,
a los obreros europeos; y la “oficina del mundo” en que se ha transformado
la India, con sus millones de profesionales e informáticos, también merma de
forma rápida y, en cascada, los salarios de la poderosa y extendida clase media
europea, deteriorando el bienestar de la categoría de los cuadros y las profe-
siones intelectuales superiores (Todd, 2010).7 No debe extrañar, entonces,
que la nueva rebelión de las clases medias y las tensiones laborales se den a

7  La recesión ocasionada por la crisis financiera generó 240 millones de des-


empleados en todo el mundo (Stiglitz, 2010: 284).
la multicrisis global 71

raíz de su bienestar decreciente y se conviertan en el nuevo termómetro del


malestar social, mientras la globalización genera desempleo hacia abajo.
La globalización además produce tirantez sobre el Estado de bienestar de
los 27 países miembros de la UE, así como la dificultad de sostener sus cre-
cientes costos a causa del envejecimiento de su población (en España, según
el Informe de Basilea, para el año 2040 el nivel de deuda podría llegar al 300%
del PIB) y de un creciente endeudamiento público.8 El Welfare State se bene-
ficia tanto del legado de las luchas obreras como de la fuerza de los partidos
socialistas para construir una mediación institucional que atempere el conflic-
to central entre capital/trabajo y aleje el fantasma del comunismo que había
desgarrado a las sociedades europeas en el período de entreguerras y que pro-
dujo después de la Segunda Guerra Mundial –gracias a un período de creci-
miento económico durante casi tres décadas ininterrumpidas– cohesión social
y estabilidad política. Puede que el PIB de Europa esté cayendo tanto como
el de los Estados Unidos, pero los europeos no están sufriendo ni de lejos el
mismo grado de miseria (Krugman, 2011). Esto se debe a que las normas que
rigen el despido de los trabajadores ayudan a limitar la pérdida de empleos,
mientras que los sólidos programas de bienestar social garantizan que incluso
los desempleados mantengan su asistencia sanitaria y reciban ingresos bási-
cos. Hoy también existe protección en medio de la crisis financiera, pero la
prosperidad parece haber encontrado su límite impuesto por la globalización.
Por tanto, la economía sale de su edad dorada, y el desmantelamiento del
Estado de Bienestar y de la política democrática ante el neoliberalismo puede
conducir –como sucedió en América Latina durante el ciclo 1999-2005– a la

8  Timothy B. Smith titula su último libro France in Crisis debido a los proble-
mas de su Estado de bienestar, desde la intensificación globalizadora en
1980 y su efecto pernicioso sobre la desigualdad, el gran tema de nuestro
tiempo, coaligado no con la globalización, como se lo presenta, sino con su
falta de regulación redistributiva. El problema es la ausencia del contrape-
so político global. “El éxito de la democracia de la posguerra radica en el
equilibrio entre la producción y la redistribución regulada por el Estado.
Con la globalización este equilibrio se ha roto. El capital se ha hecho móvil:
la producción ha traspasado las fronteras nacionales y por tanto ha quedado
fuera del ámbito de la redistribución estatal […]. El crecimiento se opondría
a la redistribución; el círculo virtuoso se convertiría en círculo vicioso” (Judt,
2010: 179). El libro de Wilkinson y Picket (2009), Desigualdad: un análisis de la
(in)felicidad colectiva, recordará la influencia de esta sobre la vida comunitaria,
el rendimiento académico, la movilidad social e inclusive sobre la salud men-
tal, las madres adolescentes y la violencia-cárcel-castigo. La conclusión del
estudio es que las sociedades desiguales correlacionan una mayor proporción
de problemas psicosociales que aquellas que son más equitativas. Vista en
conjunto, la desigualdad no es un buen negocio: Noruega es la opción frente
a los Estados Unidos.
72 la protesta social en américa latina

mutación hacia democracias de alta tensión: la gente volverá a las calles y no


será para votar, sino para protestar; no para reclamar un nuevo futuro, sino
para que le sea restituido el pasado de los Treinta Gloriosos.
Europa transitaba ya un paulatino proceso de desaceleración económica,
que se agravó aún más debido a la CFG. La economía de la UE no va en alza,
salvo la alemana, que ha sorteado muy bien la crisis y consolida su posición
de locomotora del resto de las economías europeas: se trata del segundo
exportador después de China y cuenta con enormes superávits comerciales.
La situación de Irlanda, Hungría, Portugal y España no son la odisea grie-
ga, pero en conjunto la economía comunitaria compite con la excelencia
tecnológica estadounidense, la abundante además de barata mano de obra
china y la carencia de recursos naturales propios de todo orden (petróleo,
gas, minerales, carne, frutas y un listado tan largo como el pliego de com-
pras de sus clases urbanas). En resumidas cuentas, Europa se halla entre dos
fuegos: el de Asia y el de Norteamérica, entre la competencia comercial de
las naciones emergentes y la competencia estratégica de los Estados Unidos
(Maalouf, 2010: 48).
Por último, Europa no estaba acostumbrada a acoger a grandes grupos de
extranjeros, y preservaba una cierta homogeneidad étnica, confesional y cultu-
ral en cada uno de sus países. Esta situación empezó a cambiar a medida que
los países de la UE entraban en una Edad de Oro. La riqueza atrajo entonces
a millones de pobres de Europa del Este, África y América Latina. Ahora, los
europeos van reconstituyendo un muro invisible contra los extranjeros, en
parte motivados porque la prosperidad y el empleo decaen, y en otra parte
debido a una xenofobia y un neoracismo revitalizados por el temor y la extra-
ñeza frente al otro, así como por la certeza de que Europa será un continente
más viejo, pero también menos europeo y con una alteración dinámica de su
rostro social.9

la crisis intercivilizatoria

Mientras que el siglo XX se inició con el marxismo y la lucha de clases, el siglo


XXI se inaugura con Huntington (2006) y el choque de civilizaciones. Nadie
previó la caída de la Unión Soviética y que Rusia resurgiría de sus cenizas, ve-
rificando el dicho de que el comunismo es el camino más largo al capitalismo.

9  Los musulmanes son 10 millones en una Alemania que cuenta con una
población de 80 millones.
la multicrisis global 73

Nadie anticipó tampoco las revoluciones populares en el mundo árabe y su


reclamo de democracia, que desmienten el determinismo cultural antidemo-
crático de árabes y musulmanes. Es cierto que tanto Marx como Huntington
dan con una de las claves de su tiempo, pero la sobrevalúan al pensar que la
democracia y la economía de mercado llevan las de perder.
En Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Arabia Saudí, Irán, Omán, Argelia, Si-
ria, Marruecos y Libia, el anhelo por lo moderno y lo democrático bajó a las
calles en febrero de 2011, como ocurrió del otro lado del mundo, en contra
de los gobiernos neoliberales: Argentina (2001), Bolivia (2000, 2003 y 2005)
y Ecuador (1997, 2000 y 2005), si bien estos últimos fueron elegidos en las
urnas y no en un contexto autocrático. Pero también las revoluciones árabes
guardan un paralelo con las llamadas “revoluciones de colores” en Georgia,
Ucrania, Líbano y Kirguistán, las cuales exigieron en las calles democracia,
cada una con su voz y color singular.
Samuel P. Huntington (2006) describe qué le sucede a la lucha de clases,
pero no menciona las razones que subyacen a este choque de civilizaciones.
Para Tzvetan Todorov (2010), el conflicto entre países con población en su
mayoría musulmana y los países occidentales es el que se da entre unas socie-
dades resentidas y otras con miedo, y la explicación de estas emociones mortí-
feras se encuentra en una historia entretejida. La población árabe-musulmán
se vio empujada hacia una nebulosa de grupos políticos que adscribieron al
islamismo por las siguientes causas:10 en Irán y Siria, porque a sus gobernantes
les interesó hacer de Occidente un chivo expiatorio, único responsable de
todo lo que no funcionaba, y eso les permitió contener la frustración y la ira
de la sociedad y desviarla de lo que podría convertirse en su diana, a saber, el
régimen dictatorial o corrupto al que están subyugados; en Pakistán, Arabia
Saudí y Egipto, porque su simpatía por la población reducida a la miseria los
hace contrarios a una clase dirigente que vive en el lujo y la corrupción, gra-
cias en parte al apoyo del gobierno estadounidense; en Irak y Afganistán sus
respectivas poblaciones ofrecen resistencia a las fuerzas militares occidentales
que ocupan sus territorios, como sucede con los palestinos frente a la ocupa-
ción israelí apoyada por los Estados Unidos, y en el Líbano, opuesto en 2006
a la destrucción de las infraestructuras de su país por el ejército israelí. En
ninguno de estos casos, como señala Todorov (2010), se necesita recurrir a
versículos del Corán ni a la figura de Alá para dar sentido a sus reacciones: la

10  No debe confundirse el islamismo, el movimiento político que reivindica el


islam, con la religión del islam, monoteísta abrahámica, cuyo dogma se basa
en el libro del Corán. La nebulosa de grupos que conformarían el movimien-
to político comparte ciertos rasgos comunes: el maniqueísmo, la centralidad
ordenadora del Corán, la justicia social, el internacionalismo y el integrismo.
74 la protesta social en américa latina

hipótesis del choque de civilizaciones, en consecuencia, camufla la realidad y


resulta nociva, porque Occidente no conseguirá buenos resultados practican-
do la guerra en el exterior (como lo acaban de percibir y confesar el presiden-
te Barack Obama y sus aliados) y la intolerancia dentro de sus países. Todo-
rov aconseja recurrir a la sensatez: reconocer al otro y reparar las injusticias
sociales como las humillaciones históricas, totalmente reales, que alimentan
el terrorismo y convierten a las poblaciones que las sufren en la osamenta de
grupos radicales.11
Por su parte, al realizar el recuento de la relación entre Occidente y el mun-
do árabe-musulmán durante las últimas décadas, Amin Maalouf presenta un
cuadro sintomático de lo que podría rotularse como una espiral tóxica, es de-
cir, una interacción encarnizada por la secuencia de hechos históricos, des-
legitimada por los intereses en juego y cínica por la interpretación de los he-
chos presentada a la opinión pública. Algunos hitos históricos para ilustrar la
construcción de esa espiral que acabó supurando deshechos de alta toxicidad
para ambos lados serían: a) la debacle del proceso moderno de unificación
en torno al islam que significó el Imperio Otomano y al que contribuyeron
en gran medida las potencias coloniales; b) la imposibilidad de materializar a
mediados del siglo XX la descolonización secular enraizada en el socialismo
árabe espoleada por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser; c) la irrup-
ción, a fines de la década de 1970, del islam político, utilizado por Occidente
como una suerte de contención ante una supuesta deriva de los árabes hacia
el comunismo; d) el fin de la Guerra Fría pone fin a la alianza táctica entre Oc-
cidente y el movimiento islamista, cuya prédica en el ámbito político se vuelve
más radical, igualitaria, tercermundista, revolucionaria, nacionalista y, a partir
de los últimos años del siglo XX, resueltamente antioccidental (Rogan, 2011);
e) la guerra en Afganistán, donde los aliados de ayer habían peleado su último

11  El estudio elaborado sobre 63 secuestros y operaciones de barricada entre


1968 y 1974 produjo las siguientes estadísticas: los terroristas tuvieron éxito
en el 87% de los casos de toma de rehenes; se registró una probabilidad
del 79% de que todos los miembros del grupo terrorista participantes en
una operación pudieran escapar del castigo o de la muerte; se presentó un
40% de posibilidades de que al menos una parte de las demandas que se
presentaban fueran atendidas; un 29% de la probabilidad del cumplimiento
y el logro pleno de sus demandas, y casi un 100% de probabilidad de que se
obtuviera una importante publicidad para la causa que se estaba buscando
(Milbank, 1976; Johnson, 1976). Las estadísticas reflejan un éxito de corto
plazo, pero también que las causas más grandes y las metas últimas rara vez se
logran, si acaso alguna vez se alcanzan a través de métodos terroristas. Pear-
son y Rochester lo apuntan de manera concluyente: “No se conoce ningún
caso en la historia moderna en que un pequeño grupo de terroristas haya
tomado el poder” (2000: 410).
la multicrisis global 75

combate común contra los soviéticos; tras esa victoria, se consumó su ruptura
en la última década del siglo, y el 11-S de 2001 arrojó un guante letal a la cara
de los Estados Unidos, que bajo el gobierno de George Bush hijo y en represa-
lia por el atentado terrorista, invade Afganistán y quince meses después Irak,
haciendo caso omiso de las reticencias del Consejo de Seguridad de las Nacio-
nes Unidas y de gran parte de la diplomacia mundial.
Las nuevas revoluciones árabes que lograron derrocar a los autócratas de
Túnez y Egipto, y mantienen movilizaciones cotidianas en Yemen y Siria y una
guerra abierta en Libia, cambiaron el escenario mundial. El novelista egipcio
Alaa al Aswany expresó:

Un régimen tiránico puede privar al pueblo de libertad y, a cambio


de ello, ofrecerle una vida aceptable. Un régimen democrático pue-
de ser incapaz de acabar con la pobreza, pero la gente disfruta de
libertad y dignidad. El régimen egipcio “y todos los involucrados en
las revoluciones árabes” ha quitado todo a sus ciudadanos, incluidas
la libertad y dignidad, y no ha cubierto sus necesidades básicas (cit.
en Goytisolo, 2011).

En otros términos, en el mundo árabe-musulmán existía un malestar extenso


e intenso, que lindaba con la desesperación popular y la clausura de expecta-
tivas para los jóvenes, y sólo necesitó del gesto trágico de un muchacho tune-
cino para que toda esa pradera se incendiara. Lo llamativo es que estas revo-
luciones desde abajo no plantean como solución ni el islam ni el socialismo,
sino que el modelo por antonomasia de cualquier revolución de principios del
siglo XXI son sin duda los acontecimientos de 1989, porque el contrapunto
de las tiranías son las democracias (Garton, 2011). Las nuevas revoluciones
árabes pueden significar el ascenso de una cuarta ola democratizadora. Si lo
consiguen de manera positiva, deberemos considerar la lúcida hipótesis que
planteó Sartori cuando escribió que “la geografía de la democracia se irá ex-
tendiendo en sintonía con la geografía de la modernización” (2003: 367).

la crisis ecológica

La humanidad ha vivido de modo sobrio desde los tiempos de Cromañón,


hace 15 000 años. Hoy, el contrato natural parece haberse roto: la sociedad
de consumo y el impacto industrial global han golpeado el ecosistema, y los
datos presentados por los científicos hacen pensar que el golpe será devuelto
en los próximos años si la humanidad no avanza hacia un new deal natural
76 la protesta social en américa latina

que restablezca el equilibrio perdido entre el ser humano y la naturaleza


(Ridoux, 2009).
Desde 1900, la atmósfera de la Tierra se ha calentado 0,74ºC y la temperatu-
ra actual está cerca de ser la más elevada en el presente período interglacial,
que comenzó hace 12 000 años. El “umbral de prevención” identificado por
la comunidad científica sitúa los 2ºC como el límite máximo de incremento
posible, tomando en cuenta que apenas 5ºC es lo que nos separa del último
período glacial. Más allá de los 2ºC y de 450-500 ppm (partes por millón de
CO2), el planeta se adentraría en un territorio climático desconocido en la
historia humana.
Aún se vive en tiempos de paz y todavía propicios para levantar un diagnós-
tico sobre los “Estados ecológicamente pecadores” (Beck, 1999: 126): los prin-
cipales centros de emisión son los Estados Unidos, China, la UE, Rusia, India,
Japón y Brasil; también se podría incluir a Indonesia, debido a las emisiones
ocasionadas por la desaparición de los bosques primarios. Introduciendo al-
gunos matices, los Estados Unidos y Japón han continuado incrementando
sus emisiones, mientras que la UE presenta progresos reales de mitigación, al
igual que Rusia. Entre 1990 y 2002, la India incrementó sus emisiones en un
70% e Indonesia en un 97%, mientras que China lo hizo en un 40%, si bien
redujo de manera considerable su intensidad energética para el mismo perío-
do. Otro punto favorable para China es que en los últimos 15 años incrementó
un 25% su masa forestal, y uno negativo para Indonesia y Brasil es que están
perdiendo masa forestal debido a la desaparición de bosques primarios tropi-
cales, los más ricos en términos de biodiversidad y con mayor potencial como
depositarios de material genético y de plantas para uso humano. El balance ge-
neral es estremecedoramente inquietante: las emisiones globales aumentaron
entre 1970 y 2004 un 70%, como destacó Rajendra Pachauri en el discurso de
aceptación del Premio Nobel de la Paz. Los datos recientes muestran que las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en 1990 fueron de 41 gigato-
neladas (GT), en 2005 fueron de 45 GT, un 10% superiores y, en consecuen-
cia, la concentración de CO2 en la atmósfera supera ya las 380 ppm, el nivel
más elevado en cientos de miles de años en la Tierra (Olabe y González, 2008).
El cuadro de los “pecados medioambientales” que se podrían producir es
variado y amenazante. Por un lado, la escasez de recursos básicos, como el
agua y los alimentos en regiones como el Sahel, el Cuerno de África y Oriente
Próximo, regiones que podrían reducir su disponibilidad de agua entre un 20
y un 30%. Se estima que la disponibilidad de agua en Israel podría reducirse
hasta un 60% hacia fines de siglo. Además, la falta de lluvias disminuye la
productividad agrícola, y esto se traduce de manera inmediata en aumentos
de los precios de los alimentos, situación que parece haber tenido lugar en los
últimos meses en países como Haití, Kenia, India o Vietnam, donde el encare-
la multicrisis global 77

cimiento de los alimentos y los cereales generó reacciones sociales violentas.


Por otro lado, se prevé un aumento peligroso del nivel del mar. El Intergo-
vernmental Panel on Climate Change (IPCC) estima que para fines del siglo
XXI el nivel del mar podría subir alrededor de medio metro, y ello sin tener
en cuenta los efectos de realimentación poco conocidos sobre la dinámica del
deshielo. Estados enteros pueden desaparecer (las pequeñas islas en el sur del
Pacífico, por ejemplo) y otros podrían verse anegados por tener gran parte de
su territorio a nivel del mar, como Bangladesh. Un tercio de la costa de este
país se inundaría si el mar creciera un metro y más de 20 millones de personas
deberían abandonar sus hogares. Esta situación podría hacer retroceder el
área de costa en torno al 30%, y hay que considerar que una quinta parte de
la población mundial vive hoy junto al mar. Las pérdidas de territorio podrían
elevar las disputas por la fijación de las fronteras. La ONU estima que, en los
próximos años, millones de personas migrarán por factores relacionados con
el cambio climático. Estas migraciones generarán tensiones en las zonas de
tránsito y destino. Se vislumbra un incremento en la intensidad y la frecuen-
cia de eventos climáticos extremos como olas de calor, tormentas tropicales y
huracanes, sequías o gotas frías. Según la Organización Mundial de la Salud
(OMS), la ola de calor sufrida en Europa en 2003 produjo la muerte prematu-
ra de 30 mil personas. Por último, se registra la desaparición de masas de hielo
en el océano Ártico, lo cual afectaría los diferentes países ribereños como Ru-
sia, los Estados Unidos, Canadá y Noruega; pero también los glaciares de Chile
y Argentina habrían acelerado su derretimiento y contribuido al aumento del
nivel del mar en una escala nunca vista en el pasado geológico reciente, que
durante los últimos 2 000 años fue muy estable y sólo varió en 20 centímetros.
Hacia fines de este siglo se pronostica que subirá entre 0,4 y 1,5 metros, de-
pendiendo de los estudios (Olabe y González, 2008). Hay, pues, un escenario
ecológico de rasgos catastróficos.
Por otra parte, la conciencia global se desarrolla a velocidades, ritmos e in-
clusive direcciones distintas; por ejemplo, la posición que adoptaron algunas
multinacionales petroleras frente al posible deshielo del Ártico, preparándose
para controlar el acceso a los nuevos recursos petrolíferos existentes en su
subsuelo, así como las nuevas vías de transporte fluvial y de comercio que se
pueden abrir. Cada vez más, la crisis ecológica deja de ser ajena a millones de
personas. La existencia de un movimiento ecologista ha despertado al mundo
y nada hay más revolucionario que ese momento cuando la conciencia se li-
bera o explota ante esos cambios críticos que pueden desestabilizar la vida,
es decir, todas aquellas personas arrastradas por la fuerza de la conciencia
ecológica dejan de ser parte de una sociedad estacionaria para activarse como
una sociedad en movimiento: ha producido una revolución cognitiva, pues se
han alterado las representaciones de los seres humanos respecto de la Tierra
78 la protesta social en américa latina

(“hogar o casa planetaria”), el sistema industrial (“contaminante”, “producti-


vista” y “depredador”), las ciudades (“megalópolis deshumanizadas”), la socie-
dad consumista (“dispendiosa”, “irracional”, “irresponsable”) y de los límites
del propio hombre (no uno sobre otros, sino uno entre otros; no amo de la
naturaleza, sino su guardián), acompañada por la instauración de una “mora-
lidad ecológica”.12 Pero además ha movilizado a la gente y está transformando
su mentalidad (“antropocentrista”), su interacción con la naturaleza, creando
una normativa institucional pertinente y cambios estructurales.13
Ya en el siglo XIV, el erudito árabe Ibn Jaldún, un lejano precursor de la
sociología, advirtió que cuanto más adverso es el medio en que se desenvuelve
la vida de grupo más fuerte es la solidaridad de sus miembros. Hoy la especie
humana parece estar contribuyendo a desarrollar una creciente solidaridad
universal frente a un enemigo común: la degradación del medio ambiente (Ja-
valoy, 2001: 382). Estamos frente a dos acontecimientos inéditos en la historia:
una sola humanidad frente a un único problema.

conclusiones

Ninguna de las cinco crisis analizadas está resuelta, todas están en curso, y
casi todas presentan señales ambiguas. Por ejemplo, la CFG ha puesto bajo la
picota al neoliberalismo, incluso decretado su muerte y sepultura, pero si los
gobiernos keynesianos fracasan en su gestión tanto en Europa como en los Es-
tados Unidos un escenario probable es el retorno de posiciones políticas más
ortodoxas con respeto al mercado. Otro tanto sucede con la crisis ecológica:

12  En América Latina, el discurso posdesarrollista del ecologismo convergerá


hacia fines de los años ochenta con el discurso naciente del nuevo indige-
nismo, el discurso de la emergencia étnica. De esta forma, los indígenas,
entrado el siglo XXI, se han transformado en los actores principales de la de-
fensa del medio ambiente. La defensa de la tierra ha dejado de ser una lucha
de corte agrarista para pasar a ser una lucha de sentido ecologista. “Se han
convertido en una fuerza simbólica, verdadera o falsa, da lo mismo, acerca de
lo que fue y de lo que puede ser el sistema de vida, en el que se restituyan los
órdenes naturales, el orden de los hombres (y mujeres) con los hombres (y
mujeres) y el orden de estos con la naturaleza” (Bengoa, 2007: 80-84). Entre
los jóvenes del Mercosur las demandas ecológicas son prioritarias (PNUD,
2009).
13  En diez años, la actividad industrial ha crecido un 17% en Europa, un 35% en
los Estados Unidos y un 250% en China (Besset, cit. en Ridoux, 2009: 181).
Frente a este panorama, el economista Kenneth Boulding nos había prevenido
con humor: “Quien crea que un crecimiento exponencial puede continuar
indefinidamente en un mundo finito es un loco o un economista”.
la multicrisis global 79

los “estados ecológicamente pecadores” siguen incidiendo en el calentamien-


to global, pero a la vez se toman medidas a nivel mundial para moderar esos
efectos; sin embargo, el problema podría terminar siendo mayor que las so-
luciones implementadas. En cuanto a la crisis intercivilizatoria, el impacto de
la modernización y las consecuencias de las recientes crisis de los regímenes
políticos de los países árabe-musulmanes siguen siendo indeterminados: no
se sabe si convergerán con la democracia, como fue el caso de la revolución
de 1989, o beneficiarán a los islamistas radicales y violentos como en el Irán
de 1979. En relación con la crisis geopolítica y europea, la tendencia indica
un multicentrismo multicivilizatorio. Como escribió Fareed Zakaria (2008),
no se trata del declive de Occidente, sino del “ascenso del resto” (los BRICS)
con todas sus implicaciones globales, y precisamente por eso el mundo avanza
hacia un Post-American World, en el cual se incrementan los decisores globales
en desmedro de la hegemonía occidental.
La globalización es el nuevo dínamo generador de conflictividad, pues allí
donde destruye empleos, empresas, programas sociales –y los está destruyendo
en Occidente– genera movilizaciones de protesta con una intensidad y conse-
cuencias variables; mientras que donde crea empleos, empresas, programas
sociales –y los está creando en los países emergentes– produce mayor gratifi-
cación social y, por ende, lealtad hacia sus sistemas políticos. Desestabiliza en
el primer caso y estabiliza en el segundo. Sin embargo, el talón de Aquiles de
la globalización consiste en acrecentar la desigualdad y amplificar “la enorme
influencia que este hecho básico ejerce en el funcionamiento de una socie-
dad” (Tocqueville, 2002). Apreciados los efectos de esta crisis, se puede decir
que Occidente se va recalentando socialmente. Si la crisis no se domina y se
restituye el ansiado crecimiento económico y la expansión del empleo, tanto
los demócratas en los Estados Unidos como los socialdemócratas en Europa
lo pagarán en las urnas. La crisis y los conflictos se convertirán en un depre-
dador político insaciable de los gobiernos constituidos, aun cuando no sean
los causantes de su origen pero sí sean percibidos como causantes de su con-
tinuación. La tendencia hacia una “democracia étnica” en Europa, debido al
avance de nuevos partidos populistas –islamófobos, eurófobos y sistemática-
mente enemigos de los impuestos– y la sombra alargada que proyectan sobre
los partidos tradicionales, va debilitando el paradigma intercultural a favor del
modelo asimilacionista, y generando una línea de división con los inmigrantes
en general y una de fractura caldeada con los inmigrantes musulmanes en
particular.
Si la crisis de 1929 tuvo una incidencia negativa sobre América Latina y ago-
tó la expansión de la economía primaria de exportaciones (Halperin Donghi,
2008), y una transformadora, en la profundización de la intervención del Es-
tado en la economía (Thorp, 1998), la CFG de 2007 pasó de largo y la región
80 la protesta social en américa latina

quedó a salvo. América Latina registra un crecimiento superior al de otras


épocas y por encima del promedio mundial, y una disminución notable de sus
bolsones de pobreza y miseria. Esto explica en parte el hecho notable de que
no se hubieran vuelto a replicar los levantamientos sociales del período 2000-
2005, que ocasionaron un conjunto de “presidencias fallidas”. En cambio, la
crisis geopolítica y europea sí tiene incidencia: mejora el estatus internacional
de América Latina en general y de Brasil en particular, que se proyecta dentro
de América del Sur como el líder regional. Su ascenso geoeconómico lo con-
vierte en interlocutor obligado de los países del área y con su influencia, cada
vez más creciente, puede transformarse con el paso del tiempo en la nueva
hegemonía regional. Los Estados Unidos observan que la región se abre a la
demanda de China, India y Rusia, convertidas en sus “economías clientes”,
pero también a sus inversiones. América Latina está más abierta y eso la hace
más independiente. La crisis ecológica en esta parte del mundo como en las
restantes no sólo pende como una nube gris, sino que empieza a dejar caer
su lluvia ácida, deteriorando las ya menoscabadas áreas rurales y provocando
una conquista urbana que, en muchas ocasiones, explota en protestas por las
precarias condiciones de acogida en las ciudades.
Sin embargo, la mayor conclusión que se puede extraer sobre la expansión
de la “onda larga” democrática, la globalización económica y la moderniza-
ción, así como también sobre la retirada y atenuación de los extremismos po-
seedores de “proyectos con temperatura ideológica alta” (Sartori, 2003: 373),
es reconocer que el progreso hacia la “paz perpetua” no es ineluctable, sino
que depende del andamiaje de ciertos acontecimientos: la victoria aliada y
comunista en la Segunda Guerra Mundial y el levantamiento de la Cortina de
Hierro y de la Cortina de Bambú. En este sentido, si se quiere mantener constan-
te esta tendencia hacia una mayor estabilidad a nivel global, inédita para la
humanidad, pueden permitirse desaciertos tácticos pero no errores estratégi-
cos, pues entonces la paz posible se transformará en confrontación caliente,
en todos los frentes y a lo largo y ancho del mundo.

También podría gustarte