Colin Lewis

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Colin Lewis: El Estado y el desarrollo económico.

El periodo que va del desastre de entreguerras hasta la crisis de endeudamiento y


crediticia de la década de 1890 se define tradicionalmente como una época de desarrollo
dirigido por el Estado o como una era de industrialización forzosa. No es sorprendente, por
lo tanto, que en ese periodo proliferasen mecanismos intervencionistas.
La propiedad estatal de empresas creció de forma exponencial en los sectores de los
servicios y la producción. El Estado no solo se convirtió en proveedor de servicios básicos
y transportes, sino que además estableció prácticamente un monopolio en ámbito como la
educación, la salud, la seguridad social y las viviendas baratas.
En el periodo comprendido entre la década de 1930 y 1960, se observó una
tendencia a la ampliación de la gama de precios que debían ser administrados o indicados
por el Estado. La economía y la política llegaron a ser estatistas y nacionalistas: los límites
entre lo público y lo privado se desdibujaron. La industrialización forzosa se convirtió en
las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial en el objetivo de la política de muchas
administraciones, es decir, en una meta que justificaba el intervencionismo.
Si la década de 1940 hasta la de 1960 la estrategia económica de los gobiernos se
vio ampliamente influida por la determinación de promover cambios estructurales,
posteriormente fueron los problemas de la eficiencia y la competitividad en el plano
internacional los que empezaron a predominar en los debates sobre políticas. Esto supuso
con frecuencia que disminuyeran tanto la retórica del nacionalismo y del reformismo social
como la del desarrollismo.
La evolución del crecimiento: algunas comparaciones a nivel internacional.
El periodo que nos ocupa puede caracterizarse como una época de crecimiento
constantemente fluctuante, pero casi siempre positivo con cambios estructurales y logros
sustanciales en materia de bienestar social. Además, el periodo se caracterizó también por
un aumento de la injusticia social, una inflación desenfrenada y creciente inestabilidad
macroeconómica.
La economía de Brasil creció de forma constante desde los comienzos de los años
treinta hasta el inicio de 1980.en este país fue bastante rápida la recuperación de la
depresión económica de principios de 1930. Cabe señalar que entre 1935 y 1979 el
crecimiento por habitante de México alcanzó un promedio de un 6% anual
aproximadamente.
Se suele sostener que el periodo inmediatamente posterior a la segunda guerra
mundial muchas de las economías latinoamericanas perdieron en cierta forma una
oportunidad, ya que durante gran parte del prolongado auge económico la mayor parte de
los regímenes aplicaron políticas de desconexión con el exterior en respuesta al pesimismo
reinante. Esa opinión es exagerada. No obstante, aunque la amplitud del estatismo y del
aislamiento económico internacional deba cuestionarse, incluso en lo que respecta al
periodo clásico del desarrollismo, se pueden discernir variaciones políticas y niveles de
participación bien diferentes. Desde los años treinta hasta los atenta, el papel del Estado
cobro más importancia, las proclamaciones en materia política se volvieron más
nacionalistas y hubo una ciega desconexión con las economía internacional, en
comparación con el periodo inmediatamente anterior y el subsiguiente. A afínales de los
años setenta se produjo una reinserción en el sistema mundial. Pero hasta los años noventa,
época en que los planteamiento neoliberales lograrían la hegemonía, algunas economías
recorrieron lo que que podría definirse como un itinerario neoliberal o neoestructuralista.
Estas dos estrategias pueden calificarse de reacciones a la crítica hostil a las anteriores
políticas de industrialización basada en la sustitución de importaciones, aunque no en
contra del objetivo de la industrialización en sí, por lo menos en el caso del
neoestructuralismo.

Una explicacion de la creación y formacion de un contexto de elaboración de


políticas.
Los niveles de desarrollo alcanzados en el periodo de entreguerras, las estructuras
institucionales y los diversos grados de apertura económica explican tanto la cronología
como la forma de las políticas planteadas a partir de entonces. A su vez, el nivel de
desarrollo, los factores determinantes de la política económica nacional y la capacidad del
Estado para “negociar” con las fuerzas internas y externas se vieron condicionados por la
conbinacion de productos básicos que habían configurado el modelo de crecimiento
anterior a 1930 basado en las exportaciones. En el siglo XIX las contingencias de las
materias primas influyeron en el momento de entrada de las economías en el sistema
mundial y condicionaron su grado de apertura. Por otro lado, condicionaron también los
vínculos nacionales y, de forma indirecta, la estructura del Estado. Las estructuras estatales
sufrieron un fuerte golpe con la depresión de 1929. Las opciones en materia de políticas
durante la crisis ulterior fueron a la vez determinadas por las estructuras sociales que
configuraban los Estados.
Zarandeados por los acontecimientos externos y las fuerzas nacionales en los años
treinta y cuarenta, los Estados débiles, altamente personalizados y con funcionamiento
deficiente, típicos de ciertas zonas de Centroamérica y el Caribe y América del sur,
experimentaron la rotación de personalidades o camarillas pero fueron capaces de ignorar el
clamor de la incipiente y esporádica protesta popular en el ámbito nacional.

La depresión económica de entreguerras y las opciones en materia de política


económica.
Se puede demostrar que son imprecisas e indefendibles las explicaciones simplistas,
según la cuales la depresión de 1930 fue un factor que provocó cambios de regímenes y
promovió una nueva política económica en todo el continente.
Es evidente que le periodo de 1930-1931 no fue testigo de cambios de regímenes
indiferenciados y universales, ni tampoco todos los gobiernos establecidos en ese momento
fueron antidemocráticos aunque muchos de ellos se volvieron cada vez más autoritarios. E
Se pueden determinar tres etapas en la reacción a la depresión económica en los
años treinta. Las primeras reacciones en el plano político fueron bastante coherentes. La
primera fase se caracterizó por estar guiada por cada acontecimiento concreto. En la
segunda fase se registró una mayor coherencia y un cierto pragmatismo en materia de
política económica, aunque ambos elementes se vieron condicionados por la persistente
suposición de que todavía se podía restablecer el orden en el comercio internacional.
Solamente a finales de 1930 algunos Estados empezaron a ejecutar proyectos claros y
conscientemente protokeynesianos. Preocupados por la supervivencia política, los
regímenes recurrieron instintivamente a la represión y a la panacea económicas de sobre
experimentadas.
La segunda fase dio comienzo hacia 1932-33. En esta etapa se empezó a cobrar
conciencia de la magnitud de la crisis. Además, ya no se contempló como un trastorno
pasajero del funcionamiento del orden comercial y financiero internacional susceptible de
ser resuelto con métodos convencionales.
Institucionalizaron las medidas específicas a que se habían ido aplicando
paulatinamente a comienzos de la época.
Al final de la década, se observa el inicio de una tercera fase. La transición podría
decirse que empezó 1935-37. En efecto, aunque el sexenio de Cárdenas en México dio
comienzo en 1934, las mayores innovaciones se produjeron el periodo intermedio de su
presidencia, que se caracterizó por la realización de una vasta reforma agrario y la
expropiación de las compañías petroleras de propiedad extranjera. Así mismo, el Estado
Novo de Brasil, data de 1937, un año después de los disturbios políticos y la nueva caída en
picada de los precios del café que conmocionaron al país. No es probablemente una
coincidencia que en los países donde se iniciaron programas explícitamente dedicados al
fomento de la industrialización, los regímenes políticos tratasen el mismo tiempo de
vincular la mano de obra a sus intereses. En México y Brasil, la existencia de un régimen
de política social con un control de Estado sobre los sindicatos y la promoción del bienestar
social, encajaba con una estrategia macroeconómica en la que el apoyo a la industria era
cada vez más patente. Al contrario, la meta principal fue la “internalización económica” en
donde se intentaba sustituir y diversificar las exportaciones e importaciones.
Durante el sexenio de Cárdenas, la economía de México se vio doblemente afectada
por la crisis económica al norte. De ahí que fuese preciso adoptar medidas drásticas. Ahora
bien, el radicalismo económico también podría explicarse por el intento de este de crear una
base política de Calle, jefe máximo.
En México la reforma agraria y las inversiones en regadíos, electrificación rural y
construcción de carreteras y ferrocarriles hicieron que se dedicaran más recursos estatales a
la agricultura que a la industria. Igual que en Brasil, en apoyo a la producción algodonera
formo parte de una política destinada tanto al desarrollo rural como al apoyo de la industria.
Hacia finales de la década la producción industrial cobro un auge rápido muchos
países gracias a la recuperación de la demanda nacional, la escasez de divisas y las medidas
fiscales que permitieron a los productores locales abastecer una mayor porción del mercado
nacional.
El principal beneficiario de la recuperación nacional fue la industria. El crecimiento
industrial se debió sobre todo a las políticas gubernamentales orientadas primero a la
promoción de la estabilidad económica y luego a la recuperación general y no tanto a las
medidas directamente orientadas a satisfacer las exigencias de los industriales.

La transición a la industrialización clásica de sustitución de las importaciones.


Podría decirse que el estallido de la segunda guerra mundial hizo que el discurso
político cobrara acentos más en pro de la industria y de la industrialización como medio de
sustitución de las importaciones. En el último periodo del Estado Novo, el apoyo a la
industria pesada se hizo aún más evidente. En México de Ávila Camacho, que asumió sus
funciones en 1940, estaba tanto a favor de los medios de negocios como de los industriales.
Además, a finales de la década de 1940 el pensamiento económico vino a dignificar el
pragmático y especifico programa de industrialización sustitutiva de las importaciones. Fue
la CEPAL quien promocionó la justificación a un programa coordinado de la
industrialización forzada.
Solamente en México, donde se habían efectuado inversiones considerables en las
zonas rurales durante los años treinta y donde los productores individuales fueron
activamente apoyados por el Estado en los años 40, se registró un crecimiento positivo de la
producción rural por habitante durante una gran parte del segundo tercio del siglo XX. En
muchos otros países la producción se estancó o disminuyo porque la mano de obra fue
absorbida por las ciudades y los beneficios se los embolsaron los organismos oficiales de
compra o quedaron reducidos a la nada por la distorsión de los términos de intercambios
nacionales. Por eso, cuando la fase más pujante de la industrialización sustitutiva de las
importaciones empezó a perder ímpetu a finales de los años 50 y principio de los 60, los
que criticaron el proyecto cepa lista fueron levantando cada vez más la voz.

Neoliberalismo y neoestructuralismo.
Retrospectivamente, se pueden distinguir estas dos respuestas diferenciadas al
agotamiento de la fase de desarrollo más fácil de la industrialización sustitutiva de las
importaciones y a la consiguiente inestabilidad política y económica. La distinción entre
ambas solo se hizo patente en 1970. A lo largo de estos y gran parte de los 80, los enfoques
estratégicos aplicados en las economías de América latina podrían catalogarse de manera
simplistas en estas dos categorías.
Entre estos se dieron analogías sustanciales. La primera característica en común fue
el neoautoritarismo. Los regímenes militares tecnocráticos que se hicieron con el poder en
muchos países parecían suscribir el viejo adagio del porfiriato mexicano: más
administración y menos política.
La segunda característica común fue la reducción de los salarios y la tercera, la
reinserción internacional, se plasmó claramente en las grandes proporciones que alcanzó la
deuda externa, y en menor medida, en el crecimiento de las exportaciones. La violencia
estatal y las tácticas de choque económico redijeron la eficacia de la acción de los
trabajadores. La compresión de los salarios contribuyó a la acumulación y disminuyó los
costos de producción. Así mismo, al reducir estos costos y la demanda en el plano nacional,
esa compresión contribuyó a la reinserción en la economía mundial por partida doble:
incrementando la competitividad a nivel internación y aumentando la disponibilidad de las
exportaciones.
A diferencia de las soluciones neoliberales, las medidas neoestructuralista se
aplicaron en marcos políticos algo menos violentos. Las administraciones que aplicaron
soluciones neoestructuralista trataron de lograr bastante pronto un nuevo conceso político
en pro de la reforma. No hicieron del crecimiento económico su única fuente de legitimidad
sino que se refirieron explícitamente a la política social y a la promoción de una “oposición
responsable” (milagro brasileño).
Aunque ambos enfoques se habían concebido para suprimir las distorsiones, los
partidarios de neoliberalismo ensalzaron las virtudes de la terapia de choque como medio
para cambiar estructuras y expectativas. Las medidas neoliberales se centraron en la
microeconomía y depositaron sus esperanzas en el mecanismo de mercado. Hacia la década
de 1980, los neoestructuralista (especialmente en México) esgrimieron el argumento de que
las inversiones deberían proceder a la apertura internacional. El neoliberalismo considero
que el progreso social se derivaría de los efectos de filtración del crecimiento económico y
admitió que un alto índice de pobreza absoluta restringía el crecimiento del mercado y
suponía una ineficiencia sistemática.
Se consideró que las medidas de choque, eran los recursos más eficaces para tratar
las expectativas inflacionarias incrustadas en el sistema. Sin embargo, en vez de una
reducción de la deuda, lo que obtuvo delos organismos internacionales fue una
permisividad y tolerancia en el cumplimiento de los objetivos fiscales. El resultado fue un
aumento de la deuda externa y de la demanda de crédito interno.
Del triunfo inicial y el fracaso final de la estabilización heterodoxa se podrían sacar
dos lecciones. En primer lugar, tal como ocurrió con la estabilización de los años 40, el
retorno a la confianza no provoco un aumento del ahorro como habían pronosticado los
encargados de la elaboración de política, sino un consumo desenfrenado que ejerció una
presión excesiva sobre la capacidad de producción y la situación de las reservas.
Los reformados de los años 90, cobraron conciencia, por consiguiente, de la
necesidad de fortalecer la situación de las reservas antes de proceder a la estabilización. La
segunda lección que los encargados de la elaboración de políticas aprendieron de los
fracasos de la década de 1980, fue la necesidad de actuar con rapidez a resolver el problema
de déficit fiscal.
Los regímenes que aplicaron políticas heterodoxas en los años 80 se mostraron más
preocupados por las deficiencias en el plano político y social que por la situación fiscal y
trataron de aumentar las inversiones sociales y económicas.

La hegemonía del nuevo modelo económico.


Se puede decir que, en muchos aspectos, las crisis de endeudamiento y crediticia fue
el momento en que se definió la elaboración de la política económica latinoamericana
contemporánea. Los cambios de regímenes provocados por la crisis de los años 80
conllevaron la transición a la democracia. No obstante, en la última crisis, padecía en
América latina hubo resonancias de la precedente. En efecto, en ambas crisis se registraron
fugaz de capital. Además, en los inicios de una y otra predominó la confusión y se
subestimaron tanto su intensidad como su duración.
Las principales peculiaridades del neoliberalismo están bien establecidas hoy en
día. Su característica definitoria es la disciplina fiscal. El gasto estatal no debe cubrirse
gracias a la monetización del decir fiscal, sino con la obtención de ingresos o prestamos
limitados, lo cual supone una reforma fiscal y presupuestaria.
La segunda característica principal es la desregulación. En el plano interno esto vino
a significar que los precios fueron determinados por el mercado y que, progresivamente, la
legislación fuese despojando al Estado de la función de indicar o forjar los precio de los
factores, bienes y servicios.
La tercera caract. es la privatización. El volumen del sector estatal y su papel en la
economía se redujeron considerablemente con la enajenación de las empresas estatales.
La cuarta es la apertura económica, es decir la reinserción en la economía mundial.
Los partidarios del neoliberalismo aducen que esta fue la única alternativa posible
para América latina en la década de 1990, y agarran que las reformas neoliberales,
aplicadas coherentemente facilitan un desarrollo acompañado de estabilidad y de un mayor
bienestar para el conjunto de la población, gracias al crecimiento sostenido de la economía.

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