En El Umbral de La Ciencia Espiritual 2
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Los médicos modernos ya han creado hasta una terminología para esos fenómenos
particularmente radicales: las ideas obsesivas. Esas ideas obsesivas se presentan en
individuos que no tienen la conciencia estructurada de manera regular, como
correspondería a la vida en el plano físico. Si no existe en la conciencia una suficiente dosis
de voluntad, el individuo se halla embargado por unas ideas que él no puede eliminar de la
conciencia: las llamadas obsesivas.
Recurro a un ejemplo recientemente observado en una clínica: un individuo observó a otro
que entró en una casa, llagado por un carcinoma facial. Desde el día en que vio ese tumor,
y por ser él de débil voluntad, le obsesiona la idea de que por doquier existen gérmenes
cancerígenos. Lo sospecha por todas partes y carece de la necesaria fuerza de voluntad para
relegar esa idea a la subconciencia, una vez generada. He ahí un caso especial de idea
obsesiva, y se presentan en gran variedad entre las personas de deficiente desarrollo en lo
volitivo. En estos casos, es cuando Lucifer fácilmente adquiere poder sobre ellas.
Así podríamos seguir enumerando muchas otras aberraciones de la conciencia. A través
suyo, se pone en evidencia cuál ha de ser la característica de la conciencia normal en el
plano físico. Pero, nos guste o no, vivimos en una época en que no es posible evitar que se
nos manifiesten ciertas entidades influyentes, lo mismo del lado que corresponde tras el
velo de la naturaleza, como del que corresponde tras el velo del mundo anímico. Y es que,
si permanecieran ocultas, peligraría la progresiva evolución del hombre. Precisamente si no
nos percatamos de Ahrimán y Lucifer en su conexión con la evolución humana, se cierne
una amenaza para el hombre, pues al pasar inadvertidos, pueden manipularle mejor.
Para ilustrar esas maquinaciones ahrimánicas, voy a contarles una anécdota rigurosamente
verídica. A cierta aldea, llegó un forastero conocido del alcalde; llegó a caballo y cabalgaba
por la calle principal de la aldea. Para los aldeanos, fue un espectáculo fascinante; salieron
corriendo a verle y se quedaron admirando al forastero. Este hospedó su caballo en el
mesón del alcalde y permaneció en su casa desde el sábado hasta el lunes. El lunes, deseoso
de partir, pidió su caballo al alcalde. Dijo entonces el alcalde: "Recuerdo que viniste a pie, y
que no tenías caballo”. A todos los reparos y protestas, el burgomaestre respondió: "No
tenías caballo". Finalmente, agregó: "¿Por qué no preguntamos a la gente de la aldea? Sin
duda, ellos debieron de haberte visto, cuando cabalgabas entrando a la aldea". Convocó,
pues, a todos los aldeanos y les preguntó si no habían visto al forastero entrando a pie; y
todos coincidieron en decir que sí. Tras esa afirmación colectiva, insistió el alcalde: "Ahora,
jurad todos que ese hombre entró andando"; todos así lo juraron. Así, pues, caminando y
sin caballo, tuvo que salir de la aldea. Al rato, el alcalde le alcanzó para entregarle su caballo.
Preguntole el forastero: ¿Cuál fue el objetivo de tanta comedia? "¡Nada más que para que
conocieras el tipo de gente que integra mi comunidad!"
Obviamente, Ahriman había metido su cuchara, y no cabe duda que hizo excelente papel
como potencia objetiva. La anécdota es más verdadera que la verdad misma, porque se
realiza constantemente entre nosotros; toda la vida humana tiende a que aumente el
número de las personas que juran la no-existencia del caballo.