Lfrascali Art Hissa Millan

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Revista de Turismo e Identidad

a.1 n.1 – dic 2020 – may 2021 Mendoza, Argentina


ISSNe 2718- 8205
http://revistas.uncu.edu.ar/ojs3/index.php/turismoeindentidad
pp. 97-127

Consumos culturales y los rituales de la


nación. La interpretación del patrimonio
intangible en el Festival de Doma y Folklore
de Jesús María
Cultural consumptions and the rituals of the nation. Interpretation
of the intangible heritage in the Jesus Maria Folklore and Taming
Festival

M. Sebastián Hissa
Universidad Provincial de Córdoba - Facultad de Turismo y Ambiente
Córdoba, Argentina
[email protected]

Ana Silvia Garrido Millán


Universidad Provincial de Córdoba - Facultad de Turismo y Ambiente
Córdoba, Argentina
[email protected]

RESUMEN
El objetivo de este trabajo es analizar el Festival de Doma y Folklore de Jesús
María, un atractivo cultural en el que la preservación de la tradición se

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encuentra con nuevas tendencias de consumos culturales. Nos preguntamos


cómo estos consumos culturales en el siglo XXI impactan en un evento
tradicional como este, y cómo el patrimonio inmaterial es interpretado en el
presente. Como metodología se usaron entrevistas semiestructuradas a
informantes claves: gente de la organización, relatores, jinetes, periodistas y
turistas, así como observación participante y análisis documental. Los
resultados muestran una serie de elementos relacionados a la mejora continua
dentro de la organización y a nuevas maneras de experimentar este evento
tradicional por parte del público. Ambas dimensiones se entrelazan en cambios
y continuidades en un evento que se erige como reducto de cierta idea en torno
a la identidad nacional.
PALABRAS CLAVE: patrimonio; identidad; consumos culturales; turismo.
ABSTRACT
The aim of this research is to analyse Jesus Maria’s Folklore and Taming Festival
as a tourist attraction where the preservation of traditions and new tendencies
merge. We ask ourselves how the cultural consumptions of the 21th century
impacton a traditional event such as these and how the immaterial heritage is
interpreted in the present. In order to do so we used semi structured interviews
to key informers: people from the organization, spokespeople, riders, the press
and tourists as well as participant observation and document analysis. The
results show a series of elements linked to continuous improvement within the
organization and to new ways of experiencing this traditional event by the
public. Both dimensions intertwining changes and continuities in an event that
stands as a keeper of the national identity.
KEYWORDS: heritage; identity; cultural consumption; tourism.

Introducción
El Festival de Doma y Folklore de Jesús María es un evento tradicionalista
que se desarrolla todos los eneros, desde 1965, en esa localidad del norte
de la provincia de Córdoba, en la República Argentina. Presenta una serie
de dinámicas en su funcionamiento que permiten el análisis de
intersecciones entre las características de un evento tradicional y las
exigencias actuales en el consumo de industrias culturales masivas. Este

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festival, que desde su inicio ha desplegado 55 ediciones ininterrumpidas,


se ha consolidado como un atractivo característico del turismo cultural
nacional, y recibe todos los años a unos 150.000 asistentes que ingresan
al predio y más de 600.000 turistas que visitan las ferias, paseos, puestos
gastronómicos y peñas que hay alrededor. Se trata de uno de los festivales
de mayor trascendencia en el país y el mayor en su género.
Estructurada en torno a una cancha oval, centro simbólico de la fiesta, la
actividad del anfiteatro José Hernández se alterna entre el escenario
Martín Fierro y la actividad de campo, constituida principalmente por
prácticas ecuestres. Se establecen así dos espacios diferenciados dentro
de un mismo evento: el que alberga a músicos de raíz folclórica en el
escenario mayor, y el campo, en el cual se desarrolla el campeonato de
jineteada 1. Ambos espacios constituyen el festival, pero el símbolo y la
especialidad del evento es la jineteada. Las propuestas de festivales
tradicionales en Argentina son muchas, pero lo que caracteriza a Jesús
María es que a él llegan los mejores jinetes del país y de países limítrofes
a competir en un evento que se ha consolidado como la meca de esta
práctica tradicional.
Los festivales de jineteada y destrezas criollas, así como los de música
folclórica, surgieron en la provincia de Buenos Aires de la mano de
agrupaciones tradicionalistas, para luego expandirse al resto del país
(Casas, 2016). Las fiestas que han perdurado en el tiempo se han

1 La jineteada es una actividad tradicional criolla derivada de la práctica de la doma. Esta última
consiste en una serie de maniobras y prácticas cuyo objeto es el amansamiento de los caballos, en
tanto que la jineteada no pretende amansar sino que es un despliegue de destreza que implica
mantenerse sobre el lomo de un animal no manso. Para la jineteada se reservan caballos especiales
(reservados) que son utilizados solamente para este fin y que no han sido amansados para
cabalgadura. No obstante, hay una domesticación específica para esta actividad, por lo que los
animales adquieren diferentes mañas, destrezas o habilidades para la práctica. La denominación “de
doma” está en el nombre del festival porque estos vocablos suelen usarse de manera indistinta,
aunque no sean lo mismo.

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consolidado por su representación simbólica como baluartes de la


tradición, pero también porque representan un flujo económico
importante. Las fiestas y festivales se encuentran insertas dentro del
sistema de industrias culturales que, en su conjunto, aportan un 3% al
producto bruto interno nacional (SInCA, s./f.) 2. Estos eventos son
relevantes para las gestiones públicas de cultura y de turismo en todos los
estamentos de gobierno (municipal, provincial y nacional), y ocupan un
lugar central en la agenda de medios de comunicación en período estival.
En ellos se entrelazan dimensiones simbólicas y económicas de forma no
excluyente.
Las industrias culturales (Adorno y Horkheimer, 1998) han tenido una
dinámica creciente producto del mayor acceso de las sociedades a
actividades recreativas y de placer. Entre ellas se encuentra el turismo, que
explota los recursos que ofrece la cultura a modo de atractivo,
transformando una práctica cultural en un producto que genera ingresos
(Yúdice, 2002, Prats, 2005). En el Festival de Doma y Folklore (FDyF) se
manifiestan los sentimientos nacionalistas (Gellner, 2001; Hobsbawm,
1991) ligados a la actividad rural y en especial al hombre de campo, que
ha sido identificado como “de a caballo”, tanto en la literatura y la música
como en la imagen (Monti y Weissberg, 1997). La construcción de esta
imagen del ser nacional ha tenido un fuerte vínculo con la Argentina
agroexportadora decimonónica (Capanegra, 2006). Estos sentimientos
nacionalistas que circulan en el festival son, en gran medida, los que
forman el atractivo principal, ya sea en la experiencia de la música, la
jineteada, la gastronomía típica criolla o la sumatoria de todas estas. La
tradición se constituye en el atractivo: la experiencia de lo tradicional
vivida como la nostalgia del pasado (Urry, 2002).

2 Sistema de Información Cultural de la Argentina. Secretaría de Cultura de la Nación. Obtenido de

https://www.sinca.gob.ar/

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El evento que analizamos se consolidó en el ejercicio de prácticas


entendidas como parte del ser nacional y reforzadas en retóricas,
imágenes y símbolos que las sostienen. Así, los sentimientos nacionalistas
se refuerzan, y se protegen los significados heredados del pasado. El FDyF
de Jesús María es un festival tradicional y esta es su carta de presentación:
proponer una experiencia que conecte con las raíces de lo que ha sido
definido en algún tiempo como lo folclórico, como lo nacional. La tradición
puede ser entendida como el discurso social de supervivencias de tiempos
pretéritos que se manifiestan en el presente asociados a una comunidad,
una suerte de patrimonio legado por nuestros ancestros que ha logrado
perdurar a través de las generaciones. Hablar de patrimonio es hablar de
valor (Ballart, Fullola, & Petit, 1996), ya que nada puede llegar a ser
considerado como tal si no está imbuido de cierta estimación o valía. Este
registro del pasado en el presente tiende a ser conservado lo más
inmaculado posible, por lo que los cambios sobre él pueden violar el
principio de protección que busca preservarlo. De allí que este trabajo
tiene por objeto analizar los cambios y continuidades del FDyF en la última
década, en virtud de las disputas de sentidos entre preservación de las
tradiciones y los cambios que se van imponiendo en la industria del
espectáculo.
Para deshilvanar este objetivo se proponen tres ejes específicos de análisis
que se irán desarrollando en apartados independientes. Por una parte, se
indaga en la infraestructura del predio. Esta presenta grandes cambios que
remiten más a producciones internacionales que a las características de
las jineteadas que se desarrollan en el resto del país. En segunda instancia
se analiza la gestión organizacional del festival. Este evento es gestionado
por cincuenta y dos personas, designadas por las veinte cooperadoras
escolares asociadas, que conforman la comisión del festival. Esta
característica también lo hace especial ya que, en general, estas personas
no están formadas en organización y gestión de eventos, sino que son
docentes, padres y madres de las escuelas que se las ingenian para llevar

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adelante un espectáculo de gran envergadura. Por último, la tercera


dimensión de análisis tiene que ver con la programación, que se exhibe en
los dos espacios referidos al inicio, el escenario Martín Fierro y el campo
de jineteada. El primero se caracteriza por una producción que tiende a
equipararse con espectáculos internacionales, en tanto que el segundo se
presenta como el espacio en que la tradición se muestra más original y
vernácula.
El trabajo de campo, abordado desde una perspectiva sociocultural,
requirió el uso de metodologías de tipo cualitativas de investigación, y se
caracterizó por un análisis descriptivo y exploratorio habida cuenta de que
se trata del primer trabajo de análisis de este tenor sobre el FDyF. Se
realizaron entrevistas a casi veinte actores claves del festival, entre
referentes de la organización, turistas, personal de prensa y participantes
de actividades camperas. En relación con la organización, se consultó a
referentes de las tres dimensiones de análisis (el espectáculo, la
infraestructura y la organización propiamente dicha), por medio de
entrevistas semiestructuradas. Esta misma herramienta se utilizó con
periodistas que cubren el evento, y jinetes, relatores y artistas que
participan del mismo desde hace mucho tiempo, tanto antes como
durante y a posteriori de la edición 2018. Asimismo, se realizaron
entrevistas no estructuradas a turistas asistentes al FDyF durante la
edición 53, en enero de 2018. Uno de los elementos centrales que
complementan las entrevistas tiene que ver con el proceso de observación
participante, que por momentos fue participación observante (Guber,
2011). Por el tipo de aproximación al y en el campo, y por nuestro carácter
de vecinos de la ciudad, tanto las entrevistas como la observación
buscaron generar un estado de reflexividad (Cardoso de Oliveira, 2017) y
extrañamiento para sortear el sentido común. Por último, se trabajó con
registro documental perteneciente al festival y con otras fuentes
secundarias, en especial de medios locales, provinciales y nacionales.

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La estrategia metodológica abordada busca describir lo que sucede en el


FDyF de Jesús María para dar una mirada más allá de los tropos y topoi
que circulan alrededor del evento. El objetivo de la investigación que se
presenta en este artículo fue conocer los elementos que cambian y los que
perduran, trascendiendo las retóricas que circulan por los medios de
comunicación, en las intervenciones de los relatores, payadores y la tríada
de locutores del escenario principal. En esos discursos pareciera que el
festival es un producto que se destaca por su capacidad de mantener la
tradición, aunque cada vez más se observa que hay debates con respecto
a eso por las nuevas propuestas artísticas que se presentan, por el rumbo
estilístico que toman algunos músicos, en fin, el debate ya clásico entre lo
tradicional y lo moderno. Así, a través del trabajo de campo con los
entrevistados y de la observación, buscamos analizar los cambios y
continuidades en los ejes de análisis propuestos, buscando interlocutores
de larga trayectoria en el evento pero también a quienes se suman más
recientemente.

Infraestructura
Como se dijera anteriormente, el FDyF se desarrolla en un anfiteatro de
forma oval, que lleva el nombre de José Hernández, férreo defensor de las
tradiciones argentinas y autor del Martín Fierro, la obra cumbre de la
literatura gauchesca argentina. Este predio se encuentra en el centro de la
ciudad de Jesús María y tiene una longitud aproximada de doscientos
metros en su eje este-oeste, entre las vías del ferrocarril y el río, y cien
metros en el eje sur-norte. Una calle semicircular conecta los puntos este
y oeste por el norte, separándolo del Club Alianza Jesús María (el cual
aloja, durante la realización del festival, múltiples peñas). El frente, en la
cara sur, es recto siguiendo la calle que, a través de un puente sobre el río
Guanusacate, lleva a la Estancia Jesús María Museo Jesuítico Nacional,
declarada patrimonio de la humanidad por Unesco en el año 2000.

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Imagen No 1: Plano del anfiteatro

Fuente: Festival de Doma y Folklore de Jesús María, año 2018 (editado por los autores)

Dentro del anfiteatro (Imagen No 1), ingresando por el frente y hacia la


derecha, encontramos la gruta de la Virgen de Luján, patrona de la
República Argentina, llamada la Virgen de los Gauchos. Inmediatamente
después se encuentra la oficina de turismo y el Cuarto Palenque, escultura
de un caballo en posición de jineteada a la que se suben los visitantes para
tomarse fotografías. Continuando hacia el este hay un edificio de dos
plantas en el que se ubican las boleterías, las oficinas de distintas
secretarías, un espacio de reuniones y otras dependencias operativas. Le
sigue la Parrilla del Festival, un restorán típico de Jesús María que sirve
asado como plato destacado, y que tiene acceso desde la calle y desde
dentro del predio. Continuando el recorrido elíptico del anillo podemos
encontrar puestos gastronómicos y artesanales a la derecha (sobre el

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límite exterior del predio), y las tribunas altas y las gradas sobre la
izquierda, mirando hacia el campo y configurando el anfiteatro
propiamente dicho. La circulación lleva, naturalmente, a circunscribir todo
el campo.
La vuelta completa al anillo tiene unos 400 metros de recorrido
encontrando en su lado norte al Salón 16 de Mayo (nombrado así por la
fecha de aniversario del Festival) que durante el evento se abre en ambos
extremos para permitir la circulación de los turistas y que alberga, en este
período, una feria de productos tradicionales. Este salón se encuentra en
el eje opuesto del ingreso, detrás del escenario mayor Martín Fierro y
arriba de los camarines de artistas, la sala de prensa y la sala VIP. El
socavamiento del campo permite que el acceso por el frente sea a nivel de
la calle mientras que el salón queda en un primer piso en relación al nivel
del acceso trasero, exclusivo para prensa, artistas, jinetes, invitados y
autoridades. Continuando la circulación, por el norte hacia el oeste,
volvemos a encontrar puestos gastronómicos y gradas (sin tribunas altas)
y al llegar nuevamente al acceso, en el sur, se pasa por una serie de locales
que, al igual que la Parrilla del Festival, están abiertos todo el año. Destaca
en este espacio el recientemente inaugurado Museo del Festival, cuyo
guión sigue lineamientos museográficos actuales.
El primer festival, en enero de 1965, se realizó con 3.000 sillas ubicadas
sobre un leve terraplén. Un acoplado sin baranda hacía las veces de
escenario, con un cortinado que se cerraba cuando tocaban los artistas y
se abría para dejar ver la jineteada. En más de cincuenta años la fisonomía
del anfiteatro se ha ido adecuando a las necesidades propias de la
experiencia turística. Actualmente, las gradas, que están dispuestas en
once escalones que descienden desde el anillo perimetral al campo,
permiten sentarse a unas 10.000 personas; las tribunas altas, plateas,
parrillas y un espacio destinado a discapacitados motrices, suman cerca de
5.000 asientos más; y el anillo (el óvalo que conecta todo el predio) puede

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recibir hasta 7.000 personas paradas. Con la apertura del campo, al


finalizar la jineteada, se puede llegar a albergar a un total de 32.000
personas en todo el anfiteatro (según habilitación municipal).
Otro escenario, menor por sus dimensiones, pero de gran importancia
para el festival, es el Félix Gigena Luque, pequeño estrado junto a las
plateas en el que se ubican los payadores, relatores de jineteada y jurados.
Este escenario está directamente relacionado al campo, espacio
sacralizado del festival, que comprende un rectángulo similar al de una
cancha de fútbol, en cuyos extremos este y oeste se adosan dos medios
círculos que le confieren un formato similar al de una pista olímpica, como
se vio en la Imagen No 1. En el sector oeste, este espacio semicircular se
divide en dos corrales, llamados maromas en la jerga campera. En uno de
ellos se ubica a los reservados ordenados para las distintas montas 3, y en
el otro se los aloja después de que han sido montados, siempre separados
de los primeros, para ser retirados por los tropilleros 4 y su gente. En el
extremo opuesto a los corrales se encuentran los palenques. Estos son tres
postes de madera de 4 metros de alto cada uno, separados entre sí y desde
donde se libera cada una de las montas. Estos postes se encuentran en
una misma línea, frente al escenario Gigena Luque, a la vista plena de los
jurados de jineteada. Detrás de los palenques hay una pequeña tranquera
por donde ingresan al campo los jinetes en orden de monta. El sector de
las tribunas frente a esta área se completa de asistentes primero, desde
temprano, con las personas que vienen a ver la jineteada como atracción
central.

3Jineteada. Según sorteo previo, a cada jinete se le asigna un reservado específico para montar en
cada noche de festival.
4
Los tropilleros son los propietarios de las manadas de caballos que llegan a Jesús María para
competir. En general son productores que se dedican especialmente a la cría de caballos para esta
actividad.

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De los servicios básicos


No todo lo que se ofrece en un evento tiene el mismo valor, la misma
importancia, pero como se suele decir, los detalles hacen la diferencia. Se
podría establecer una gradación de servicios según su relevancia, aunque
para quienes dirigen el festival cada una de las partes que lo componen ha
de ser atendida, por más pequeña que sea. Se puede escuchar en las
entrevistas una frase que parece central para los organizadores del
festival, y es que el turista “tiene que ver todos los años algo nuevo”. Esto,
como una profesión de fe, es el motor que promueve la innovación
constante, que se manifiesta a través de las tareas que los secretarios y
secretarias de las áreas estratégicas ponen en juego a lo largo de todo el
año y, particularmente, durante el festival. La secretaría de Patrimonio e
Intendencia es la que se ocupa de la construcción y mantenimiento del
anfiteatro, recepta las demandas de los usuarios en cuanto a servicios
básicos de infraestructura, como los baños, espacios verdes, iluminación o
limpieza, y acciona en consecuencia. Esto, que hoy puede parecer obvio,
no siempre lo fue. Las demandas por la resolución de distintas deficiencias
del servicio se volvieron evidentes cuando la comisión decidió consultar
las opiniones de los visitantes. El uso de la herramienta de la encuesta ha
permitido, en la última década, un contacto más directo y sistemático con
los turistas del festival. El presidente de la comisión explica que hay que
producir “un espectáculo adaptado a este tiempo” y se establece una
comunicación con las demandas, no solo por medio de herramientas
estadísticas, sino a través de la articulación con otros festivales o con
eventos que, aunque de distintas características, pueden aportar novedad
a Jesús María. El público en general, está consumiendo constantemente
experiencias en las que se estandarizan la infraestructura, el servicio y la
atención, por lo que el horizonte de exigencia es cada vez más alto. Los
consumidores actuales cada vez esperan más infraestructura y mejores
servicios, pero no por el servicio en sí mismo, sino por la posibilidad de
ofrecer una experiencia (Arroyo Tovar, 2011).

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Durante el acto de inauguración de los locales comerciales sobre el frente


del anfiteatro, el gobernador de la Provincia de Córdoba manifestaba, en
sintonía con la idea que propone la dirección del evento, que “es siempre
una alegría venir acá, porque siempre hay algo nuevo”. Y el secretario de
Patrimonio del festival relata que cada noche de la fiesta, él recorre el
predio viendo cómo funciona todo y escucha al público hablar, y cuenta:
Vos te das cuenta, porque hay gente que viene todos los años y vos estás
ahí, dando vueltas, caminando y hay gente que vos ves «uy, mirá lo que le
hicieron, uh… mirá esto, esto es nuevo». Lo ve… por más que sea una
boludez, lo ve. (Comunicación personal, 28 de diciembre de 2017)

Pero las obras de infraestructura no solo son para acoger de mejor manera
a los turistas, sino que se enmarcan en una estrategia general en que todos
los actores que participan del evento tengan una mayor calidad de
servicio. Artistas y jinetes, prensa, gastronómicos, las empresas que
prestan distintos servicios (venta de entradas, seguridad, sponsors) o todo
aquel que esté trabajando debe hacerlo en las mejores condiciones
posibles para brindar así una mejor experiencia a los turistas. Durante las
últimas presidencias del festival se han realizado muchas obras en este
sentido. Se realizaron mejoras en los espacios de comidas para proveer
alimentos con todos los requerimientos bromatológicos y también para
cuidar lo estético, para mantener una sola imagen global dentro del
anfiteatro. Sobre los atractivos principales, el escenario Martín Fierro y el
campo de jineteada, ha habido un plan de obras sistemático desde hace
una década y media, cambiando la experiencia de jinetes, artistas y la
prensa.

Obras para mejorar los espectáculos


Como veníamos diciendo, la infraestructura se transforma para albergar a
más turistas y dar mejores servicios, pero también para hacer que las
experiencias artísticas y de jineteada sean de mayor calidad. Junto al

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escenario de payadores y relatores se encuentra el sector donde las


delegaciones de jinetes esperan su turno para jinetear. Allí mismo hay un
acceso a los camarines de jinetes, que se encuentran en el subsuelo, por
debajo del escenario Félix Gigena Luque y de las plateas preferenciales y
que, a través de un túnel, conecta con el sector trasero del anfiteatro por
donde ingresan artistas y autoridades. Los camarines de jinetes son una
de las obras que el secretario de Patrimonio rescata como de las más
importantes. En una comunicación personal comentaba sobre la
importancia que se le debe dar al jinete:
Años atrás, el domador se cambiaba ahí en los bancos, se sacaba el
pantalón, se tapaba con un poncho, no quedaba bien […] Ahora vas a ver
los camarines, cada uno tiene su locker. Entonces cada uno tiene su
candado, se bañan, si quieren se bañan, si no se cambian, tienen la barra
para hacer gimnasia…, porque uno cree que el domador va y sube, pero
no, hace la gimnasia. El domador bueno bueno (sic), calienta bien. Los
camarines tienen sala de masajes, […] antes de domar se masajean, y
después, cuando están golpeados le hacen sus masajes, cuando el médico
le dice que hay que hacerlo, la chica lo hace. Tienen su aire acondicionado…
Lo que más queremos es cuidar… todo se quiere cuidar, pero el domador...
(Comunicación personal, 28 de diciembre de 2017)

Si bien más adelante se analizan los cambios en las performances


deportivas de los jinetes y aquí se hace foco en las obras de
infraestructura, no es posible separar ambas dimensiones, pues estas se
entrelazan y se mueven juntas, aunque podemos apreciar que es la
práctica la que va empujando a las obras. Los camarines han incorporado
una serie de comodidades edilicias y de servicios que permiten una
experiencia diferencial para los jinetes. Sala de masajes, fisioterapia,
duchas, barras para estirar, que repercuten en una mejor performance y
cuidado de los jinetes. Estos cambios se inspiran también en otras
prácticas deportivas, no solo en la propia experiencia de la jineteada, pero
se aplican a este contexto. Así la doma pasa a ser vivida como un deporte

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y no como una práctica campera improvisada. Un viejo relator y delegado,


decía que “se ha profesionalizado. Antes, en el campo, [el jinete] trabajaba
hasta el último día y agarraba el bolso y venía. No había una previa
preparación, por eso venían los desgarros, tantos golpes pasando la sexta
noche” (Comunicación personal, 13 de enero de 2018). El festival implica
diez noches consecutivas de jineteada, que es diferente a jinetear un
domingo aislado, o tal vez varios domingos, pero con el espacio semanal
de recuperación. Los cuerpos van, progresivamente, aprehendiendo
(Latour, 2007) a participar de Jesús María. Entonces, los cambios en la
infraestructura se van acomodando a los cambios generales de la
actividad, y ambos van de la mano.
El escenario mayor es otro de los espacios que sufrió grandes
modificaciones estructurales. La ampliación del frente y del fondo, la
altura del techo, la capacidad de contener equipos de sonido e iluminación
de mayor calibre, se apoyan en que los espectáculos artísticos cada vez
presentan más variedad técnica, necesitan mayores dimensiones y
proponen puestas más complejas. Desde la edición No 53 se instalan más
de 400 metros cuadrados de pantallas LED de alta resolución, permitiendo
puestas artísticas mucho más visuales y con recursos digitales de gran
calidad. Al igual que en la actividad de la jineteada, las necesidades del
contexto actual se amplían, en este caso con producciones musicales cada
vez más complejas y mediatizadas. La infraestructura del festival necesita
acomodarse a un contexto en que la industria cultural de la música
incorpora recursos tecnológicos de manera incesante.
Además de estos cambios, motivados por los condicionamientos de orden
técnico, se realizaron obras significativas en los camarines de artistas,
ampliando algunos, refuncionalizando otros, abriendo un acceso directo
desde los camarines hacia la sala de prensa, entre otros. En suma,
haciendo más práctica y cómoda la logística de artistas y prensa. Cada uno
de estos cambios representa un paso hacia la profesionalización del

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evento y deja atrás ciertas prácticas, repetidas por costumbre, para dar
lugar a la implementación de nuevas estrategias. El actual presidente decía
que cuando inició su mandato debía convencer a los músicos de que
tendrían posibilidades de hacer un gran show, y se propuso “ir a hablar
uno a uno a los artistas y a decirles que les íbamos a dar un buen sonido,
que le íbamos a dar lo mejor en el Festival de Jesús María”. (Comunicación
personal, 15 de septiembre de 2017). Así, cada obra, cada decisión, se
cimenta en una serie de debates y discusiones que se proponen al interior
de la organización para dar respuesta a quienes hacen el festival, sean
turistas, comerciantes, artistas o jinetes.

Gestión organizacional
Las decisiones que orientan el rumbo del festival son tomadas por una
comisión de cincuenta y dos personas que, como se dijera al inicio, son
enviadas desde las veinte cooperadoras miembros de la Asociación de
Cooperadoras Escolares. La representación de cada escuela es por medio
de integrantes de estas cooperadoras: padres y madres, maestras, vecinos
y ex alumnos de los establecimientos educativos. El trabajo se realiza de
junio a junio de cada año y los mandatos son bianuales para las
presidencias, secretarías y subsecretarías y anuales para las vocalías.
Todos los miembros de la comisión trabajan ad honorem, y deben respetar
un régimen de asistencia a las asambleas y organizarse según el estatuto
que crea y ordena las distintas áreas de gestión. Cada uno de estos
espacios lleva adelante tareas específicas a lo largo de todo el año, que se
intensifican durante el festival. Para cada edición se suman, además, otras
500 personas enviadas por las escuelas (que deben cumplir con un cupo)
para cubrir tareas generales durante el evento, y otra gente que, sin
formar parte de ninguna institución o incluso sin ser de las ciudades
cercanas, se suma voluntariamente. Este voluntariado torna al Festival en
un evento sui géneris en el que confluyen trayectorias de lo más diversas.

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Un ama de casa y una socióloga, un chofer de ómnibus, una abogada y un


arquitecto, un estudiante de diseño audiovisual, un productor
agropecuario y una ingeniera en seguridad, por ejemplo, pueden estar
gestionando alguna secretaría, y han de encontrar una línea común en la
diversidad de sus recorridos laborales y personales. Esta diversidad está
marcada por el ímpetu germinal que dio origen al festival en la búsqueda
por recaudar fondos para las escuelas que se encontraban en muy malas
condiciones en la década del sesenta. Y, si bien se sigue buscando ese
ingreso extra para financiar la educación, hoy el evento tiene un peso
simbólico que va más allá de los recursos que las escuelas requieren.
Representa una usina de experiencias de gestión asociada que, en especial
para los más jóvenes, obra de plataforma para su futuro laboral. Llevar
adelante el FDyF de Jesús María es una tarea que trasciende el
voluntariado.
Como mencionamos al principio de este apartado, los miembros de
presidencia, secretarías y subsecretarías tienen un período de dos años en
el cargo, pero las renovaciones no se producen de manera simultánea sino
de manera alternada. Y, si bien algunas personas renuevan su mandato en
el mismo puesto durante varios períodos, esta metodología lo que busca
es que nunca un área esté conformada íntegramente por personas sin
experiencia en el puesto, sino que siempre haya alguien con, al menos, un
año de antigüedad. Esto garantiza la continuidad de proyectos y va
permitiendo el adecuamiento progresivo de los ingresantes. Por otro lado,
el ingreso a la comisión rara vez se da directamente. En general, los nuevos
miembros han sido previamente colaboradores o vocales. Otra de las
propuestas de las que se vale el equipo que gestiona el festival, siguiendo
premisas empresariales de gestión de la calidad, es el establecimiento de
manuales que registran los procedimientos de cada área, las acciones y
decisiones que se llevan adelante. Estos registros son públicos, se
preparan a modo de informes y son presentados a presidencia y secretaría
general. De esta manera, las determinaciones tomadas quedan registradas

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y no libradas a la memoria, a la vez que son soporte de análisis y repertorio


para futuras ediciones
La presión de las transformaciones del mercado turístico cultural supone
que el trabajo voluntario y las buenas intenciones no alcanzan para llevar
adelante un evento de esta envergadura. Hay una serie de exigencias que,
impuestas por las industrias culturales en la actualidad, ameritan un
trabajo sistemático en la gestión institucional. En el análisis de la
infraestructura y del espectáculo se manifiesta muy claramente la
necesidad de variación, de modernización (García Canclini, 2013),
mientras que en la jineteada esto se ve, pero en menor medida, o más
solapadamente, pues esta dimensión tiende a ser la reliquia (Prats, 2005)
del festival. Por su parte, en la estructura del recurso humano se aprecian
más resistencias a los cambios. Las experiencias laborales de los miembros
de comisión son relevantes en la gestión y hay algunas áreas operativas
que están integradas por voluntarios con conocimientos técnicos
específicos. Por ejemplo, el secretario de Patrimonio es constructor y su
subsecretaria es ingeniera en seguridad; en la Secretaría de Turismo y
Transporte hay tres voluntarias técnicas en turismo, pero esto no se
encuentra en todos los ámbitos de la gestión.
Las características del capital humano, que le han otorgado efectividad a
la gestión a lo largo del tiempo, no están libres de fisuras. Disputas y
desacuerdos han evidenciado la dificultad frente a la incorporación de
nuevas metodologías de trabajo que, aparentemente necesarias,
erosionan también la armonía de la gestión. Se evidencia la necesidad de
acciones que busquen una mejora y apertura del recurso humano a la
participación de técnicos específicos. Por ello el festival, muchas veces a
base de prueba y error, va recogiendo sus experiencias y prácticas para
generar una serie de estrategias que den continuidad a los procesos de la
organización y al avance que exige el evento. Es entonces, cuando se
recurre a especialistas o técnicos en áreas estratégicas, (como prensa,

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comunicación y seguridad) que la presencia de estas personas o equipos


contratados suele generar conflictos con aquellos colaboradores de más
trayectoria. Los miembros de la comisión respetan eficazmente las
jerarquías propias de la orgánica, pero suelen tener algunas dificultades
con los externos. La lógica colaborativa del voluntariado deja al
descubierto desacoples operativos en el evento, especialmente en enero
cuando todo es inmediato: situaciones de doble comando entre técnicos
y secretarios, salteo de protocolos de acción o problemas surgidos en la
falta de independencia en la toma de decisiones, producto de la
obstrucción propia del sistema de jerarquización de la organización.
Las relaciones que se establecen con la prensa, por ejemplo, son
complejas, y es una de esas áreas sensibles desde que se presenta la
programación y durante el desarrollo del evento. La secretaría de Prensa
y Comunicación ha tenido, alternadamente, profesionales o especialistas
en medios de comunicación que toman decisiones centrales. El universo
mediático está condicionado por intensos estados de inmediatez. El
frenesí por la primicia hace que se establezcan tensiones entre quienes
realizan la cobertura mediática y los miembros de la comisión. El arribo de
una novedad, de noticias importantes, debe estar finamente calibrado
para que sea puesto en circulación para todos al mismo tiempo. Si las
comunicaciones se establecen por fuera del órgano responsable de prensa
o si llega antes a un medio que a otro, se producen malestares que
impactan negativamente en la imagen del festival. Cuando las personas
más jóvenes hacen uso de las redes sociales, lo hacen con una velocidad
que suele ser desconcertante para las personas adultas, y se presentan
conflictivos desajustes. Incluso la filtración de información confidencial
que, sin ser habitual, suele suceder. Mantener en secreto la contratación
de un artista clave suele ser una tarea titánica.
Así, el recurso humano que dirige el Festival no puede ser visto solamente
como una acción solidaria. Es menester, para el eficiente desarrollo del

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evento, que exista una serie de conocimientos o adecuación a reglas


establecidas que normalicen el accionar dentro del festival. Es más diáfano
cuando una normativa especifica determinados funcionamientos. La Ley
de Seguridad Eléctrica N° 10.281 de la Provincia de Córdoba es uno de los
condicionamientos más importantes que enfrenta el festival en la
actualidad. La adecuación de las instalaciones tiene plazo y representa no
solo una obligación sino una serie de inversiones importantes. Pero la ley
es transparente y los expertos dirigen las adaptaciones necesarias a la
norma. Aquí el rol técnico es claro, se respalda en una norma y se debe
acatar. Pero cuando las prácticas no están sistematizadas o dependen de
decisiones subjetivas de los individuos, se presentan conflictos que
terminan por generar climas poco propicios para el evento.
El ejercicio en innovación del capital humano del festival (comisión,
personal contratado, técnicos especialistas, colaboradores eventuales) es
una condición para el avance hacia los términos que imponen hoy las
industrias culturales. Visto como un servicio, el evento necesita de un
proceso de actualización de los parámetros de calidad constante y sus
recursos humanos no pueden permitirse mantener prácticas caducas. El
presidente se refería a una característica con la que debió lidiar desde su
ingreso: "la voluntad [el voluntariado] no va a ser suficiente para sostener
el crecimiento del festival” (Comunicación personal, 17 de enero de 2018).
Un histórico periodista local, con veinticinco años de cobertura del evento
decía que “el festival es un milagro” (Comunicación personal, 16 de enero
de 2018), por la continuidad, por haber arrojado siempre ganancias, por el
posicionamiento adquirido. Pero también recordaba que, si bien la gestión
actual ha cambiado, durante mucho tiempo se trabajó con la premisa de
que “si esto funcionó bien hasta acá, ¿por qué no va a seguir
funcionando?”. Los recursos humanos también se ven expuestos a las
tensiones de cambio y continuidad, pero el FDyF muestra el esfuerzo por
innovar en un formato constitutivo sui géneris: una asociación civil de

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veinte cooperadoras escolares que dirigen un evento que en enero de


2020 superó los 200.000 asistentes.

La programación, escenario de tensiones


La infraestructura y la gestión del festival, como se ha dicho, necesitan
aggiornarse a la época que toca transitar. Ciertos cambios deben ser
incorporados si lo que se desea es ofrecer una propuesta que mantenga el
estándar que el festival ha construido en este más de medio siglo de
existencia. La premisa es que cada enero haya algo nuevo que actualice o
renueve la experiencia del turista. Y, aunque en la trastienda la gestión no
se expone de forma directa, su atraso o dinamismo se observa en el
funcionamiento global. Las instalaciones, si bien más visibles, tampoco son
un aspecto que genere grandes controversias, antes bien la mejora en los
servicios no está tan mediada por el sentimiento tradicionalista referido al
inicio de esta ponencia. Pero el escenario y el campo de la jineteada son
los espacios donde se expone la tradición, y la atractividad de estos radica,
en gran medida, en el sostenimiento de los símbolos del pasado.
Los públicos del festival son muy variados, y el FDyF de Jesús María es
consumido no solo por quien compra una entrada sino también por
cientos de miles que lo miran por televisión. La trascendencia que adquirió
este festival gracias a la televisación permite que llegue a millones de
hogares. Esto lo posiciona en la escena mediática que, en muchos casos,
lo exotiza y le exige pergaminos esencialistas en la protección del
patrimonio cultural de la nación. En ambos espacios, en el escenario
Martín Fierro y el campo de la jineteada, se presenta la tradición nacional
y pareciera que en la música aparecen los cambios más visibles, en tanto
que la doma se mantiene invariable. Este apartado busca mostrar de qué
manera en ambos espacios los cambios suceden, pero cómo en uno son
menos perceptibles mientras que en el otro son más evidentes.

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La jineteada
La jineteada es una actividad de campo, que se enseña lúdicamente desde
la niñez en los ámbitos rurales, con animales pequeños como ovejas o
terneros. Se trata de una actividad casi exclusiva de varones, incluso desde
la infancia, y aunque se tiende a excluir a las mujeres debido a la rudeza
de la práctica, a lo largo de los años estas han tenido alguna participación
en Jesús María, principalmente en montas a cuatro espuelas 5, fuera de
campeonato. Sin embargo, en los últimos años se ha legitimado la
participación de las mujeres en la práctica con la incorporación, en 2017 y
2018, del campeonato La Criolla Argentina formando parte de las
actividades de campo. Cierto es que se trata de una actividad de riesgo y
que en ella se expresa la argentinidad, pero desde una posición de
fortaleza y gallardía masculinas. No obstante, la incorporación de las
mujeres responde al hecho de que las propuestas que se ofrecen en el
campo también buscan variedad y apelan a la novedad para cautivar y
fidelizar al público. Así, se suman otras demostraciones gauchas, como
carreras con obstáculos, desfiles de emprendados (caballos ataviados con
elemento de monta de lujosa hechura), de carruajes o entrevero de
tropillas 6. Estas actividades representan la tradición del hombre de a
caballo que consolida la idea del gaucho como referente nacional. Ese
personaje, que pasó de la ignominia a ser el héroe nacional, y que ha
tenido una relación primordial con el caballo.
La tradición de a caballo, herencia del país ganadero, ha hecho que la
práctica de la arriería se manifieste en el festival por medio de estas
actividades recreativas. ¿Qué sucede entonces cuando los referentes

5 Jineteada en la que montan dos personas a la vez. Generalmente un hombre y una mujer.
6
Propuesta lúdica que consiste en entremezclar equinos de diferentes tropillas para, posteriormente,
volver a unirlos según la llamada de cencerro de cada yegua madrina. La primera tropilla en volver a
reunirse gana la partida.

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identitarios mutan al compás de los cambios globales?, ¿qué elementos


operan cuando hay pérdida de referentes de la identidad? (Portal, 2003).
Las transformaciones de la ruralidad en Argentina, en especial desde la
década de los ochenta, produjeron un cambio radical en la fisonomía del
campo (Gras & Hernández, 2009). Es de esperar que las prácticas
habituales de esa ruralidad se hayan visto alteradas en su formato. La
incorporación de los paquetes tecnológicos y la siembra directa, la pérdida
de territorio para la cría de ganado, necesariamente cambiarían el perfil
de las personas que trabajan en este ámbito. No obstante, el poder
simbólico de la práctica de la jineteada se mantuvo vigente a través de la
reproducción recreativa de las nuevas generaciones.
Esta vigencia está presente en la continuidad del festival y en el desarrollo
de jineteadas a lo largo y ancho del país. Pero los jinetes ya no serán los
peones que pasaban horas a caballo. Con algo de nostalgia Mario, un
legendario relator de doma, dice que ahora
es mucho más profesional. Antes venía el peón de campo […]
lamentablemente los campos se han ido achicando, la soja ha hecho daño
en todo sentido, el sentido de que se fue achicando de los animales, las
vacas, los caballos, entonces los chicos no tienen la posibilidad de trabajar
en el campo, pero les sigue gustando la jineteada. Por eso son, no sé,
repartidor de algo y a la tardecita cuando terminan, o tienen un caballo en
una quinta, o va al gimnasio. (Comunicación personal, 13 de enero de
2018).

Uno de los campeones de jineteada comenta que él tiene suerte porque


trabaja con caballos de polo y puede estar todo el día con los animales,
pero que las condiciones han cambiado, que hoy en día es mucho más
complicado ser jinete. Él, múltiple campeón, también comenta sobre la
preparación que hoy se tiene, que los chicos se preparan cada vez más,
entrenan para esta actividad. La gran cantidad de jineteadas que hay en el

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país hace que pueda ser una salida laboral para algunos, y Jesús María es
una vidriera inigualable para saltar a la fama.
Y de la misma manera que el campeonato de jineteada es una vidriera para
los jinetes, para los tropilleros también lo es y pretenden que sus caballos
ganen la contienda contra quien los monta. Así como el jinete gana,
también lo hace el caballo, sumando puntos para su tropilla, y la ganadora
tiene su premio y el renombre necesario para garantizarle trabajo durante
todo el año. Por lo tanto, cada propietario de tropilla se ocupa de que sus
animales sean los mejores para esta actividad, depurando genéticas
específicas en la cruza para tener caballos más briosos. Y se establece una
relación en la cual los jinetes quieren montas más complicadas para poder
lucirse más y esperan ansiosos el sorteo todas las tardes para saber qué
caballo le toca. Así como hay jinetes famosos, hay también reservados que
el público espera ver. Cruces de genéticas bravías, entrenamiento en
gimnasio, status social, fama, posibilidad de trabajo, toda una serie de
facetas que el turista, en general, no conoce y que hacen de la práctica una
actividad cambiante, más ligada a la sociedad del espectáculo que
describió Debord (1998) que al simple ejercicio de la tradición.
Dice Portal (2003) que “si bien la identidad se crea a partir de procesos de
identificación sustentados en experiencias concretas, su alcance puede
trascender esta experiencia inmediata y genera significaciones simbólicas
relativamente autónomas” (p. 46). Existe una autonomía entre lo que se
expresa como tradicional y lo que puede ser la experiencia concreta. El
poder simbólico le confiere un estatus de verdad a la vivencia que la vuelve
realidad. Por ello la defensa de esta práctica es ferviente ante los
crecientes reclamos de las asociaciones proteccionistas. El sentimiento
nacionalista se ve amenazado en la posible proscripción de uno de sus
referentes identitarios y adquiere fortaleza ante la amenaza en tanto el
“sentimiento nacionalista es el estado de enojo que suscita la violación del
principio o el de satisfacción que acompaña a su realización” (Gellner,

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2001, p.13). Ambas dimensiones se presentan en el festival, tanto la de


defensa de lo que se considera en este ámbito como “lo nacional”, como
su goce.

El escenario Martín Fierro


La búsqueda por ampliar el espectro de turistas que ingresan ha generado
una modificación creciente en la grilla de los artistas que pasan por las
noches del Festival. Las transformaciones que ha tenido el folclore son
palpables, no solo en Jesús María, sino en todos los festivales del país. Las
puestas de los grandes artistas se referencian en estéticas cada vez más
digitalizadas, en vestuarios que, sin perder el toque telúrico, muestran
cierta modernidad. En algunos casos los grupos más jóvenes mixturan
estilos e instrumentos, abandonan los vestuarios tradicionales y proponen
diversidad sonora. Pueden darse combinaciones de lo más variadas, pero
lo que más importa en el público tradicional de Jesús María, es mantener
un estilo tradicional. ¿Pero qué sucede cuando se pretende llegar a un
público más amplio?
La incorporación de artistas de otros géneros ha sido eje de debates, en
especial en los medios masivos que suelen alzar voces esencialistas
poniendo en discusión la prístina propuesta del Festival. En la diversidad
de la propuesta, hay personas que se retiran al finalizar la actividad de
campo porque el artista central “dejó de ser folclórico”, mientras que para
otros es el horario de ingreso, ya que es a ese artista a quien van a ver. La
incorporación de un DJ en ediciones anteriores para generar un boliche al
finalizar las actividades y ofrecer una propuesta a los jóvenes hasta las 5am
(hora de finalización de todas las propuestas, tanto dentro como fuera del
anfiteatro) generó ciertas imágenes reveladoras. La mezcla de música
electrónica con versos de El Payador Perseguido de Atahualpa Yupanqui
seguidos de cumbia, no representaron un desajuste, sino que consiguió
levantar a todo el estadio al ritmo del grupo Los Palmeras. Si bien la

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propuesta era para jóvenes, hay un registro de una diversidad y un


consentimiento por la innovación.
Los artistas tradicionales tienen su público (de edades muy diversas), los
artistas folclóricos que mixturan con pop o canción tienen el suyo, así
como también quienes hacen folclore de proyección, denuncia o distintas
expresiones folclóricas. Pero hay debates por la falta de repertorio
actualizado que dé cuenta de una telúrica actual, y a las miradas
conservadoras les cuesta asimilar las transformaciones, ya que ven como
una afrenta a la tradición la incorporación de estas propuestas. Hoy el
FDyF de Jesús María, en tanto producto turístico, articula propuestas que
le permiten sostener la fiesta y generar ingresos, y si para ello tiene que
contratar a Palito Ortega con Leo Dan o a Lali Espósito, lo hará.

Reflexiones finales
Este trabajo, como se dijera al inicio, presenta una descripción del FDyF de
Jesús María y busca generar una mirada sobre este fenómeno
sociocultural. Como explicita MacCannell (2017), el turismo es una
actividad cultural, y refiere a prácticas sociales propias de un determinado
tiempo-espacio cultural. Más allá de esta ontología turística, el turismo
desarrolla estrategias para captar elementos de las culturas y ofertar su
consumo. En este sentido, la explotación de las tradiciones da cuenta de
la capacidad de atracción que presentan las culturas tradicionales para los
turistas en tanto se opongan a su propia cotidianeidad moderna. El
turismo busca dar continuidad al pasado por medio de procesos de
patrimonialización que protejan lo no moderno. Siguiendo a MacCannell
(2017),
la separación de los rasgos culturales no modernos de sus contextos
originales, y su distribución como juguetes modernos resulta evidente en
los diversos movimientos sociales hacia el naturalismo, un rasgo tan
importante de las sociedades modernas: cultos a la música folk y a la

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medicina tradicional, adornos y conducta, atuendo campesino […]


constituyen intentos de museizar lo premoderno. (p. 13)

En las entrevistas, y en lo que se oye y ve en la observación de campo, se


da cuenta de este proceso. Pero de la misma manera aparece lo moderno
de distintas formas. La investigación ofrece una profundización y una
posición analítica distante del objeto. Así, la vinculación entre tradición y
modernidad “se vislumbra como un problema a resolver, sin poner en
duda la pertinencia del propio planteo, y la conveniencia de reconocerlo y
desmantelarlo en tanto obstáculo epistemológico” (Noel, 2017, p. 155). La
mirada somera desde el sentido común mostraba a los asistentes al
festival como personas de campo (en tanto categoría del ser nacional
asociado a la ruralidad) aunque también, según lo observado en este
trabajo, como otros vinculados a la idea de las poblaciones rurales (Quiróz,
2019, Noel, 2017, Faccio y Noel, 2019), donde los asistentes comportan
prácticas, tanto citadinas como rurales. En una entrevista grupal a unos
jóvenes que asistían por primera vez al festival, ellos se caracterizaban
como gente de campo, aunque entre risas se hacían chanzas diciéndose
“pero si vos no sabés ni dónde tiene la cola un caballo” (entrevista
personal, 14 de enero de 2018). Estos jóvenes eran de la ciudad de Leones,
en la zona agropecuaria del este cordobés, y tenían distintas ocupaciones
y solo un par de ellos manifestó trabajar en una empresa agropecuaria,
aunque en tareas administrativas. Como se dijo ya antes, el proceso de
industrialización de la actividad agrícola produjo cambios significativos en
las prácticas laborales. No obstante, las adscripciones de los individuos se
presentan más móviles que los discursos que circulan en los medios
masivos de comunicación y en algunos papers que no llegan a dar cuenta
del carácter procesual de la modernidad. Los individuos se marcan y
desmarcan en términos de prácticas urbanas y rurales, y en ese proceso
se cuela la idea de patrimonio como consumo y en la que el FDyF se
transforma en un símbolo donde vivir la experiencia.

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José, un contador bonaerense, defensor de las tradiciones, nos refería que


“en Jesús María no se vive la tradición como nostalgia” (comunicación
personal, 16 de octubre de 2018), manifestando que la experiencia es
genuina, y dando una mirada diferente a la que plantea Urry en The tourist
gaze. Lo que se observa es que hay una experiencia híbrida (Archetti, 2000,
García Canclini, 2003) en la que pueden cohabitar representaciones
urbanas o rurales, modernas o tradicionales. La observación da cuenta de
que los jóvenes hacen un uso diverso del espacio, habilitan performances
que pueden ser mapeadas en el espacio dando cuenta de que, aunque
inconscientes, son perfectamente coherentes. Atuendo típico del trabajo
rural convive con bebidas alcohólicas (en abundancia) de ámbitos
citadinos. Es decir, los agentes pueden ocupar lugares diferentes a los que
la estructura social supuestamente impone, sin perder coherencia
(Gluckman, 1958). En el festival, los modos de estar (Blázquez, 2002) dan
cuenta de esta intersección de la cultura moderna propia de las pequeñas
ciudades o de los barrios de las grandes urbes. Esto incluso se constata con
los resultados de las encuestas que realiza, durante el festival, la
Municipalidad de Jesús María. La mayor parte de los asistentes proviene
de localidades de pequeña y mediana escala de las provincias de Córdoba,
Santa Fe y Buenos Aires.
¿Cómo se incorpora este análisis a la descripción de las dimensiones de
análisis que propusimos? Se observa que el festival se organiza en torno a
una variedad de usos del espacio que se modifican incluso en una misma
noche. El público que asiste en familia tiene un tipo de comportamiento,
mientras que los grupos de jóvenes otro. El festival en las primeras horas
es un espectáculo que hace gala de estas prácticas camperas de las que
hablábamos antes, mientras que pasada la medianoche, cuando finaliza la
jineteada, comienza a configurarse en un espacio más parecido a “la
experiencia social de la noche” (Blázquez & Liarte-Tiloca, 2019). Esto es,
formas de ocupar el espacio, performances que tienen que ver con formas
citadinas y no rurales. En efecto, las noches de las ediciones 53 y 54

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cerraron con una propuesta de boliche, con un DJ, como se dijo


anteriormente, configurando un espacio festivalero, pero con códigos
propios de la noche en la ciudad. Esta apuesta tiene que ver con la
posibilidad de la reproducción de las propias experiencias de los
organizadores del festival. Ellos también son personas que habitan esta
coherente dualidad de disfrutar del consumo de prácticas rurales como
músicas, actividades recreativas, comidas típicas, etc., pero también de
elementos que tienen que ver con un ser urbanita. Gime y Meli (miembros
de la Secretaría de Turismo del FDyF) asisten a peñas folclóricas, pero
también van a ver a Coldplay.
En términos de los símbolos, tanto la nación como la religiosidad se
entrelazan en este espacio con las prácticas de la noche. Cada edición se
abre con una procesión en la que cuatro gauchos trasladan la imagen de
Nuestra Señora de Luján desde su ermita, a través del campo de doma,
hasta el escenario principal para que acompañe las diez noches
festivaleras. Es la Virgen de los Gauchos, que desde 2018 es secundada por
Brochero, el Cura Gaucho. Luego llega la bendición del cura párroco y la
apertura del evento con el clarín de Gendarmería Nacional flanqueado por
dos gendarmes ataviados como los Infernales de Güemes, defensores de
la soberanía nacional, y en quienes se inspirara Lugones para la
construcción del héroe nacional en su libro La Guerra Gaucha, de 1905.
Toda una serie de actos que hacen de la fiesta un ritual criollo, poblado de
tropos y topoi que densifican argumentaciones nacionalistas, de
performances o puestas en acto que recrean escenas de la Argentina en
formación, construyendo un relato mítico que insufla el sentimiento de
nación. Todo esto mixturado con recursos tecnológicos cada vez más
modernos, con propuestas musicales variadas, servicios estandarizados
que pueden encontrarse en el festival o en un shopping de las ciudades
capitales.

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El FDyF de Jesús María es un evento turístico que atrae a cientos de miles


de personas todos los eneros desde 1965. Es también un atractivo para
quienes practican un turismo de la nostalgia (Urry, 2002), una
experimentación del pasado. Pero, además, es un espectáculo en el que
muchas personas encuentran el registro de una simbología que ha sido
grabada generación tras generación y sienten que es de los pocos lugares
donde aún pueden experimentar los rituales de la nación. Sea que es
nostalgia o supervivencia de la identidad nacional, la experiencia de la
tradición en Jesús María se vive de manera agonal sin percibir tan
claramente cómo los cambios se mueven con el reloj del tiempo,
preservando un flujo de entrada y salida entre las prácticas y sentidos del
campo y la ciudad.

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