Quijano Colonialidad Del Poder
Quijano Colonialidad Del Poder
Quijano Colonialidad Del Poder
y América Latina 1
Aníbal Quijano 2
1. Quiero agradecer, principalmente, a Edgardo Lander y a Walter Mignolo, por su ayuda en la revisión de este ar-
tículo. Y a un comentarista, cuyo nombre ignoro, por sus útiles críticas a una versión anterior. Ellos, por supuesto,
no son responsables de los errores y limitaciones del texto.
2. Centro de Investigaciones sociales (CIES), Lima.
3. Sobre el concepto de colonialidad del poder, de Aníbal Quijano: “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, en
Perú Indígena, vol. 13, no. 29, Lima, 1992.
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4. Ver de Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein: “Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World-
System”, en International Social Science Journal, no. 134, noviembre 1992, UNESCO, París. También “América,
el capitalismo y la modernidad nacieron el mismo día”, entrevista a Aníbal Quijano, en ILLA, no. 10, Lima, enero
1991. Sobre el concepto de espacio/tiempo, ver de Immanuel Wallerstein: “El Espacio/Tiempo como base del cono-
cimiento”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX, no 9, Lima, 1997.
5. Sobre esta cuestión y sobre los posibles antecedentes de la idea de raza antes de América, remito a mi “‘Raza’,
‘etnia’y ‘nación’en Meriátegui: cuestiones abiertas”, en Roland Forgues(editor) José Carlos Mariátegui y Europa.
La otra cara del descubrimiento , Editorial Amauta, Lima, 1992.
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Con el tiempo, los colonizadores codificaron como color los rasgos fenotípi-
cos de los colonizados y lo asumieron como la característica emblemática de la
categoría racial. Esa codificación fue inicialmente establecida, probablemente, en
el área britano-americana. Los negros eran allí no solamente los explotados más
importantes, pues la parte principal de la economía reposaba en su trabajo. Eran,
sobre todo, la raza colonizada más importante, ya que los indios no formaban par-
te de esa sociedad colonial. En consecuencia, los dominantes se llamaron a sí
mismos blancos6.
En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relacio-
nes de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Eu-
ropa como nueva id-entidad después de América y la expansión del colonialismo
europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva eu-
rocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza
como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos
y no-europeos. Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las
ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre do-
minados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdu-
rable instrumento de dominación social universal, pues de él pasó a depender in-
clusive otro igualmente universal, pero más antiguo, el inter-sexual o de género:
los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una posición natural de
inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus des-
cubrimientos mentales y culturales 7. De ese modo, raza se convirtió en el primer
criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los rangos,
lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos,
en el modo básico de clasificación social universal de la población mundial.
6. La invención de la categoría de color -primero como la más visible indicación de raza, luego simplemente como
el equivalente de ella-, tanto como la invención de la particular categoría de blanco, requieren aún una investigación
histórica más exhaustiva. En todo caso, muy probablemente fueron inventos britano-americanos, ya que no hay hue-
llas de esas categorías en las crónicas y otros documentos de los primeros cien años del colonialismo ibérico en
América. Para el caso britano-americano existe una extensa bibliografía (Theodore W.Allen, The Invention of Whi -
te Race, 2 vols, Verso, Londres, 1994; Mathew Frye Jacobson, Whiteness of a Different Color, Harvard University
Press, Cambridge, 1998, entre los más importantes). El problema es que ésta ignora lo sucedido en la América Ibé-
rica. Debido a eso, para esta región carecemos aún de información suficiente sobre este aspecto específico. Por eso
ésta sigue siendo una cuestión abierta. Es muy interesante que a pesar de que quienes habrían de ser europeos en el
futuro, conocían a los futuros africanos desde la época del imperio romano, inclusive los íberos que eran más o me-
nos familiares con ellos mucho antes de la Conquista, nunca se pensó en ellos en términos raciales antes de la apa-
rición de América. De hecho, raza es una categoría aplicada por primera vez a los “indios”, no a los “negros”. De
este modo, raza apareció mucho antes que color en la historia de la clasificación social de la población mundial.
7. La idea de raza es, literalmente, un invento. No tiene nada que ver con la estructura biológica de la especie huma-
na. En cuanto a los rasgos fenotípicos, éstos se hallan obviamente en el código genético de los individuos y grupos y
en ese sentido específico son biológicos. Sin embargo, no tienen ninguna relación con ninguno de los subsistemas y
procesos biológicos del organismo humano, incluyendo por cierto aquellos implicados en los subsistemas neurológi-
cos y mentales y sus funciones. Véase Jonathan Mark, Human Biodiversity, Genes, Race and History, Aldyne de Gruy-
ter, Nueva York, 1994 y Aníbal Quijano, “¡Qué tal raza!”, en Familia y cambio social, CECOSAM, Lima, 1999.
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No hay nada en la relación social misma del capital, o en los mecanismos del
mercado mundial, en general en el capitalismo, que implique la necesariedad his-
tórica de la concentración, no sólo, pero sobre todo en Europa, del trabajo asala-
riado y después, precisamente sobre esa base, de la concentración de la produc-
ción industrial capitalista durante más de dos siglos. Habría sido perfectamente
factible, como lo demuestra el hecho de que así ocurriera en verdad después de
1870, el control europeo-occidental del trabajo asalariado de cualquier sector de
la población mundial. Y probablemente más beneficioso para los europeo-occi-
dentales. La explicación debe ser, pues, buscada en otra parte de la historia.
El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los futuros europeos
asociaron el trabajo no pagado o no-asalariado con las razas dominadas, porque
eran razas inferiores. El vasto genocidio de los indios en las primeras décadas de
la colonización no fue causado principalmente por la violencia de la conquista, ni
por las enfermedades que los conquistadores portaban, sino porque tales indios
fueron usados como mano de obra desechable, forzados a trabajar hasta morir. La
eliminación de esa práctica colonial no culmina, de hecho, sino con la derrota de
los encomenderos, a mediados del siglo XVI. La subsiguiente reorganización po-
lítica del colonialismo ibérico, implicó una nueva política de reorganización po-
blacional de los indios y de sus relaciones con los colonizadores. Pero no por eso
los indios fueron en adelante trabajadores libres y asalariados. En adelante fueron
adscritos a la servidumbre no pagada. La servidumbre de los indios en América
no puede ser, por otro lado, simplemente equiparada a la servidumbre en el feu-
dalismo europeo, puesto que no incluía la supuesta protección de ningún señor
feudal, ni siempre, ni necesariamente, la tenencia de una porción de tierra para
cultivar, en lugar de salario. Sobre todo antes de la Independencia, la reproduc-
ción de la fuerza de trabajo del siervo indio se hacía en las comunidades. Pero in-
clusive más de cien años después de la Independencia, una parte amplia de la ser-
vidumbre india estaba obligada a reproducir su fuerza de trabajo por su propia
cuenta9.Y la otra forma de trabajo no-asalariado, o no pagado simplemente, el tra-
bajo esclavo, fue adscrita, exclusivamente, a la población traída desde la futura
Africa y llamada negra.
La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nue-
vas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado,
no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica
percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad
racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario. Esta-
ban naturalmente obligados a trabajar en beneficio de sus amos. No es muy difí-
9. Eso fue lo que, según comunicación personal, encontró Alfred Metraux, el conocido antropólogo francés, a fines
de los años 50 en el Sur del Perú, y lo mismo que también encontré en 1963, en el Cusco: un peón indio obligado a
viajar desde su aldea, en La Convención, hasta la ciudad, para cumplir su turno de servir durante una semana a sus
patrones. Pero éstos no le proporcionaban vivienda, ni alimento, ni, desde luego, salario. Metraux proponía que esa
situación estaba más cercana del colonato romano del siglo IVd.c., que del feudalismo europeo.
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cil encontrar, hoy mismo, esa actitud extendida entre los terratenientes blancos de
cualquier lugar del mundo. Y el menor salario de las razas inferiores por igual tra-
bajo que el de los blancos, en los actuales centros capitalistas, no podría ser, tam-
poco, explicado al margen de la clasificación social racista de la población del
mundo. En otros términos, por separado de la colonialidad del poder capitalista
mundial.
El control del trabajo en el nuevo patrón de poder mundial se constituyó, así,
articulando todas las formas históricas de control del trabajo en torno de la rela-
ción capital-trabajo asalariado, y de ese modo bajo el dominio de ésta. Pero dicha
articulación fue constitutivamente colonial, pues se fundó, primero, en la adscrip-
ción de todas las formas de trabajo no pagadas a las razas colonizadas, original-
mente indios, negros y de modo más complejo, los mestizos, en América y más
tarde a las demás razas colonizadas en el resto del mundo, oliváceos y amarillos.
Y, segundo, en la adscripción del trabajo pagado, asalariado, a la raza coloniza-
dora, los blancos.
Esa colonialidad del control del trabajo determinó la distribución geográfica
de cada una de las formas integradas en el capitalismo mundial. En otros términos,
decidió la geografía social del capitalismo: el capital, en tanto que relación social
de control del trabajo asalariado, era el eje en torno del cual se articulaban todas
las demás formas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Eso lo
hacía dominante sobre todas ellas y daba carácter capitalista al conjunto de dicha
estructura de control del trabajo. Pero al mismo tiempo, dicha relación social es-
pecífica fue geográficamente concentrada en Europa, sobre todo, y socialmente
entre los europeos en todo el mundo del capitalismo. Y en esas medida y manera,
Europa y lo europeo se constituyeron en el centro del mundo capitalista.
Cuando Raúl Prebisch 10 acuñó la célebre imagen de “Centro-Periferia”, para
describir la configuración mundial del capitalismo después de la Segunda Guerra
Mundial, apuntó, sabiéndolo o sin saber, al núcleo principal del carácter históri-
co del patrón de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, que for-
maba parte central del nuevo patrón mundial de poder constituido a partir de
América. El capitalismo mundial fue, desde la partida, colonial/moderno y euro-
centrado. Sin relación clara con esas específicas características históricas del ca-
pitalismo, el propio concepto de “moderno sistema-mundo” desarrollado, princi-
palmente, por Immanuel Wallerstein11 a partir de Prebisch y del concepto marxia-
no de capitalismo mundial, no podría ser apropiada y plenamente entendido.
10. Ver “Commercial policy in the underdeveloped countries”, American Economic Review, Papers and Procee -
dings, vol XLIX, mayo 1959. También The Economic Development in Latin America and its Principal Problems,
ECLA, United Nations, Nueva York, 1960. De Werner Baer, “The Economics of Prebisch and ECLA”, en Econo -
mic Development and Cultural Change , vol. X, enero 1962.
11. De Immanuel Wallerstein ver, principalmente, The Modern World-System, 3 vol., Academic Press Inc., Nueva
York, 1974-1989, 3 vols. De Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, World-Systems Analysis. Theory and Metho -
dology, vol. 1, Sage Publications, Beverly Hills, 1982.
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dieron, es decir en variables medidas según los casos, las formas de producción
de conocimiento de los colonizados, sus patrones de producción de sentidos, su
universo simbólico, sus patrones de expresión y de objetivación de la subjetivi-
dad. La represión en este campo fue conocidamente más violenta, profunda y du-
radera entre los indios de América ibérica, a los que condenaron a ser una subcul-
tura campesina, iletrada, despojándolos de su herencia intelectual objetivada. Al-
go equivalente ocurrió en Africa. Sin duda mucho menor fue la represión en el
caso de Asia, en donde por lo tanto una parte importante de la historia y de la he-
rencia intelectual, escrita, pudo ser preservada. Y fue eso, precisamente, lo que
dio origen a la categoría de Oriente. En tercer lugar, forzaron -también en medi-
das variables en cada caso- a los colonizados a aprender parcialmente la cultura
de los dominadores en todo lo que fuera útil para la reproducción de la domina-
ción, sea en el campo de la actividad material, tecnológica, como de la subjetiva,
especialmente religiosa. Es este el caso de la religiosidad judeo-cristiana. Todo
ese accidentado proceso implicó a largo plazo una colonización de las perspecti-
vas cognitivas, de los modos de producir u otorgar sentido a los resultados de la
experiencia material o intersubjetiva, del imaginario, del universo de relaciones
intersubjetivas del mundo, de la cultura en suma13.
En fin, el éxito de Europa Occidental en convertirse en el centro del moder-
no sistema-mundo, según la apta formulación de Wallerstein, desarrolló en los eu-
ropeos un rasgo común a todos los dominadores coloniales e imperiales de la his-
toria, el etnocentrismo. Pero en el caso europeo ese rasgo tenía un fundamento y
una justificación peculiar: la clasificación racial de la población del mundo des-
pués de América. La asociación entre ambos fenómenos, el etnocentrismo colo-
nial y la clasificación racial universal, ayuda a explicar por qué los europeos fue-
ron llevados a sentirse no sólo superiores a todos los demás pueblos del mundo,
sino, en particular, naturalmente superiores. Esa instancia histórica se expresó en
una operación mental de fundamental importancia para todo el patrón de poder
mundial, sobre todo respecto de las relaciones intersubjetivas que le son hegemó-
nicas y en especial de su perspectiva de conocimiento: los europeos generaron
una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos coloni-
zados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria his-
tórica cuya culminación era Europa14. Pero, notablemente, no en una misma línea
13. Acerca de esas cuestiones, ver George W. Stocking Jr ., Race, Culture and Evolution. Essays in the History of
Anthropology, The Free Press, Nueva York, 1968; Robert. C. Young: Colonial Desire. Hybridity in Theory, Culture
and Race , Routledge, Londres, 1995. De Aníbal Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado.
También “Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX,
no.9, Lima, 1997; y “Réflexions sur l’Interdisciplinarité, le Développement et les Relations Inter culturelles”, en En -
tre Savoirs. Interdisciplinarité en acte: enjeux, obstacles, résultats. UNESCO-ERES, París, 1992; Serge Gruzinski,
La colonisation de l’imaginaire. Sociétés indigènes et occidentalisation dans le Mexique espagnol XVI-XVIII siècle,
Gallimard, París, 1988.
14. Véase de Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Michi-
gan University Press, Ann Arbor ,1995. De J.M. Blaut, The Colonizers Model of the World. Geographical Diffusio -
nism and Eurocentric History, The Guilford Press, Nueva York,1993; y de Edgardo Lander, “Colonialidad, moder-
nidad, postmodernidad”, Anuario Mariateguiano, vol. IX, no. 9, Lima, 1997.
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La cuestión de la modernidad
No me propongo aquí entrar en una discusión detenida de la cuestión de la
modernidad y de su versión eurocéntrica. Le he dedicado antes otros estudios y
volveré sobre ella después. En particular, no prolongaré este trabajo con una dis-
cusión acerca del debate modernidad-postmodernidad y su vasta bibliografía. Pe-
ro es pertinente, para los fines de este trabajo, en especial de la parte siguiente,
insistir en algunas cuestiones 16.
15. Acerca de las categorías producidas durante el dominio colonial europeo del mundo, existen un buen número de
líneas de debate: “estudios de la subalternidad”, “estudios postcoloniales”, “estudios culturales”, “multiculturalis-
mo”, entre los actuales. También una floreciente bibliografía demasiado larga para ser aquí citada y con nombres fa-
mosos como Guha, Spivak, Said, Bhabha, Hall, entre ellos.
16. De mis anteriores estudios, ver, principalmente, Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, Ediciones
Sociedad y Política, Lima, 1988; “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado; y “Estado-nación, ciudada-
nía y democracia: cuestiones abiertas”, en Helena González y Heidulf Schmidt, (editores), Democracia para una
nueva sociedad, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
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ras, desde mucho antes de la formación de Europa como nueva id-entidad. Lo más
que realmente puede decirse es que, en el actual período, se ha ido más lejos en el
desarrollo científico-tecnológico y se han hecho mayores descubrimientos y reali-
zaciones, con el papel hegemónico de Europa y, en general, de Occidente.
Los defensores de la patente europea de la modernidad suelen apelar a la his-
toria cultural del antiguo mundo heleno-románico y al mundo del Mediterráneo
antes de América, para legitimar su reclamo a la exclusividad de esa patente. Lo
que es curioso de ese argumento es que escamotea, primero, el hecho de que la
parte realmente avanzada de ese mundo del Mediterráneo, antes de América, área
por área de esa modernidad, era islamo-judaica. Segundo, que fue dentro de ese
mundo que se mantuvo la herencia cultural greco-romana, las ciudades, el comer-
cio, la agricultura comercial, la minería, la textilería, la filosofía, la historia, cuan-
do la futura Europa Occidental estaba dominada por el feudalismo y su oscuran-
tismo cultural. Tercero que, muy probablemente, la mercantilización de la fuerza
de trabajo, la relación capital-salario, emergió, precisamente, en esa área y fue en
su desarrollo que se expandió posteriormente hacia el norte de la futura Europa.
Cuarto, que solamente a partir de la derrota del Islam y del posterior desplaza-
miento de la hegemonía sobre el mercado mundial al centro-norte de la futura Eu-
ropa, gracias a América, comienza también a desplazarse el centro de la actividad
cultural a esa nueva región. Por eso, la nueva perspectiva geográfica de la histo-
ria y de la cultura, que allí es elaborada y que se impone como mundialmente he-
gemónica, implica, por supuesto, una nueva geografía del poder. La idea misma
de Occidente-Oriente es tardía y parte desde la hegemonía británica. ¿O aún ha-
ce falta recordar que el meridiano de Greenwich atraviesa Londres y no Sevilla o
Venecia?18
En ese sentido, la pretensión eurocéntrica de ser la exclusiva productora y
protagonista de la modernidad, y de que toda modernización de poblaciones no-
europeas es, por lo tanto, una europeización, es una pretensión etnocentrista y a
la postre provinciana. Pero, de otro lado, si se admite que el concepto de moder-
nidad se refiere solamente a la racionalidad, a la ciencia, a la tecnología, etc., la
cuestión que le estaríamos planteando a la experiencia histórica no sería diferen-
te de la propuesta por el etnocentrismo europeo, el debate consistiría apenas en la
disputa por la originalidad y la exclusividad de la propiedad del fenómeno así lla-
mado modernidad, y, en consecuencia, moviéndose en el mismo terreno y según
la misma perspectiva del eurocentrismo.
Hay, sin embargo, un conjunto de elementos demostrables que apuntan a un
concepto de modernidad diferente, que da cuenta de un proceso histórico especí-
fico al actual sistema-mundo. En ese concepto no están, obviamente, ausentes sus
referencias y sus rasgos anteriores. Pero más bien en tanto y en cuanto forman
parte de un universo de relaciones sociales, materiales e intersubjetivas, cuya
18. Sobre esto las agudas observaciones de Robert J.C Young, op. cit.
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tanto, un fenómeno nuevo que ingresa a la historia con América y en ese sentido
hace parte de la modernidad. Pero cualesquiera que fuesen, esos cambios no se
constituyen desde la subjetividad individual, ni colectiva, del mundo preexistente,
vuelta sobre sí misma, o, para repetir la vieja imagen, esos cambios no nacen co-
mo Minerva de la cabeza de Zeus, sino que son la expresión subjetiva o intersub-
jetiva de lo que las gentes del mundo están haciendo en ese momento.
Desde esa perspectiva, es necesario admitir que América y sus consecuencias
inmediatas en el mercado mundial y en la formación de un nuevo patrón de po-
der mundial, son un cambio histórico verdaderamente enorme y que no afecta so-
lamente a Europa sino al conjunto del mundo. No se trata de cambios dentro del
mundo conocido, que no alteran sino algunos de sus rasgos. Se trata del cambio
del mundo como tal. Este es, sin duda, el elemento fundante de la nueva subjeti-
vidad: la percepción del cambio histórico. Es ese elemento lo que desencadena el
proceso de constitución de una nueva perspectiva sobre el tiempo y sobre la his-
toria. La percepción del cambio lleva a la idea del futuro, puesto que es el único
territorio del tiempo donde pueden ocurrir los cambios. El futuro es un territorio
temporal abierto. El tiempo puede ser nuevo, pues no es solamente la extensión
del pasado. Y, de esa manera, la historia puede ser percibida ya no sólo como al-
go que ocurre, sea como algo natural o producido por decisiones divinas o miste-
riosas como el destino, sino como algo que puede ser producido por la acción de
las gentes, por sus cálculos, sus intenciones, sus decisiones, por lo tanto como al-
go que puede ser proyectado, y, en consecuencia, tener sentido23.
Con América se inicia, pues, un entero universo de nuevas relaciones mate-
riales e intersubjetivas. Es pertinente, por todo eso, admitir que el concepto de
modernidad no se refiere solamente a lo que ocurre con la subjetividad, no obs-
tante toda la tremenda importancia de ese proceso, sea que se trate de la emergen-
cia del ego individual, o de un nuevo universo de relaciones intersubjetivas entre
los individuos y entre los pueblos integrados o que se integran en el nuevo siste-
ma-mundo y su específico patrón de poder mundial. El concepto de modernidad
da cuenta, igualmente, de los cambios en la dimensión material de las relaciones
sociales. Es decir, los cambios ocurren en todos los ámbitos de la existencia so-
cial de los pueblos y, por tanto de sus miembros individuales, lo mismo en la di-
mensión material que en la dimensión subjetiva de esas relaciones. Y puesto que
se trata de procesos que se inician con la constitución de América, de un nuevo
patrón de poder mundial y de la integración de los pueblos de todo el mundo en
ese proceso, de un entero y complejo sistema-mundo, es también imprescindible
admitir que se trata de todo un período histórico. En otros términos, a partir de
América un nuevo espacio/tiempo se constituye, material y subjetivamente: eso
es lo que mienta el concepto de modernidad.
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Capital y capitalismo
Primero que nada, la teoría de una secuencia histórica unilineal y universal-
mente válida entre las formas conocidas de trabajo y de control del trabajo, que
fueran también conceptualizadas como relaciones o modos de producción, espe-
cialmente entre capital y pre-capital, precisa ser, en todo caso respecto de Améri-
ca, abierta de nuevo como cuestión mayor del debate científico-social contempo-
ráneo.
Desde el punto de vista eurocéntrico, reciprocidad, esclavitud, servidumbre y
producción mercantil independiente, son todas percibidas como una secuencia
histórica previa a la mercantilización de la fuerza de trabajo. Son pre-capital. Y
son consideradas no sólo como diferentes sino como radicalmente incompatibles
con el capital. El hecho es, sin embargo, que en América ellas no emergieron en
una secuencia histórica unilineal; ninguna de ellas fue una mera extensión de an-
tiguas formas precapitalistas, ni fueron tampoco incompatibles con el capital.
En América la esclavitud fue deliberadamente establecida y organizada como
mercancía para producir mercancías para el mercado mundial y, de ese modo, pa-
ra servir a los propósitos y necesidades del capitalismo. Así mismo, la servidum-
bre impuesta sobre los indios, inclusive la redefinición de las instituciones de la
reciprocidad, para servir los mismos fines, i.e. para producir mercancías para el
mercado mundial. Y en fin, la producción mercantil independiente fue estableci-
da y expandida para los mismos propósitos.
Eso significa que todas esas formas de trabajo y de control del trabajo en
América no sólo actuaban simultáneamente, sino que estuvieron articuladas alre-
dedor del eje del capital y del mercado mundial. Consecuentemente, fueron par-
te de un nuevo patrón de organización y de control del trabajo en todas sus for-
mas históricamente conocidas, juntas y alrededor del capital. Juntas configuraron
un nuevo sistema: el capitalismo.
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Evolucionismo y dualismo
Como en el caso de las relaciones entre capital y pre-capital, una línea simi-
lar de ideas fue elaborada acerca de las relaciones entre Europa y no-Europa. Co-
mo ya fue señalado, el mito fundacional de la versión eurocéntrica de la moder-
nidad es la idea del estado de naturaleza como punto de partida del curso civili-
zatorio cuya culminación es la civilización europea u occidental. De ese mito se
origina la específicamente eurocéntrica perspectiva evolucionista, de movimien-
to y de cambio unilineal y unidireccional de la historia humana. Dicho mito fue
asociado con la clasificación racial de la población del mundo. Esa asociación
produjo una visión en la cual se amalgaman, paradójicamente, evolucionismo y
dualismo. Esa visión sólo adquiere sentido como expresión del exacerbado etno-
centrismo de la recién constituida Europa, por su lugar central y dominante en el
capitalismo mundial colonial/moderno, de la vigencia nueva de las ideas mitifi-
cadas de humanidad y de progreso, entrañables productos de la Ilustración, y de
la vigencia de la idea de raza como criterio básico de clasificación social univer-
sal de la población del mundo.
La historia es, sin embargo, muy distinta. Por un lado, en el momento en que
los ibéricos conquistaron, nombraron y colonizaron América (cuya región norte
o Norte América, colonizarán los británicos un siglo más tarde), hallaron un gran
número de diferentes pueblos, cada uno con su propia historia, lenguaje, descu-
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Homogeneidad/continuidad y heterogeneidad/discontinuidad
Como es observable ahora, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento, de-
bido a su radical crisis, es hoy un campo pletórico de cuestiones. Aquí es perti-
nente aún dejar planteadas dos de ellas. Primero, una idea del cambio histórico
como un proceso o un momento en el cual una entidad o unidad se transforma de
manera continua, homogénea y completa en otra cosa y abandona de manera ab-
soluta la escena histórica. Esto le permite a otra entidad equivalente ocupar el lu-
gar, y todo esto continúa en una cadena secuencial. De otro modo no tendría sen-
tido, ni lugar, la idea de la historia como una evolución unidireccional y unilineal.
Segundo, de allí se desprende que cada unidad diferenciada, por ejemplo una
“economía/sociedad” o un “modo de producción” en el caso del control del tra-
bajo (capital o esclavitud) o una “raza/civilización” en el caso de grupos huma-
nos, es una entidad/identidad homogénea. Mas aún, que son, cada una, estructu-
ras de elementos homogéneos relacionados de manera continua y sistémica (lo
que es distinto de sistemática).
La experiencia histórica demuestra sin embargo que el capitalismo mundial
está lejos de ser una totalidad homogénea y continua. Al contrario, como lo de-
muestra América, el patrón de poder mundial que se conoce como capitalismo es,
en lo fundamental, una estructura de elementos heterogéneos, tanto en términos
de las formas de control del trabajo-recursos-productos (o relaciones de produc-
ción) o en términos de los pueblos e historias articulados en él. En consecuencia,
tales elementos se relacionan entre sí y con el conjunto de manera también hete-
rogénea y discontinua, incluso conflictiva. Y son ellos mismos, cada uno, confi-
gurados del mismo modo.
Así, cada una de esas relaciones de producción es en sí misma una estructu-
ra heterogénea. Especialmente el capital, desde que todos los estadios y formas
históricas de producción de valor y de apropiación de plusvalor (por ejemplo,
acumulación primitiva, plusvalía absoluta y relativa, extensiva o intensiva, o en
otra nomenclatura, manufactura, capital competitivo, capital monopólico, capital
transnacional o global, o prefordista, fordista, de mano de obra intensiva, de ca-
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El nuevo dualismo
Finalmente, por el momento y para nuestros propósitos aquí, es pertinente
abrir la cuestión de las relaciones entre el cuerpo y el no-cuerpo en la perspecti-
va eurocéntrica, tanto por su gravitación en el modo eurocéntrico de producir co-
nocimiento, como debido a que en nuestra experiencia tiene una estrecha relación
con las de raza y género.
La idea de la diferenciación entre el “cuerpo” y el “no-cuerpo” en la expe-
riencia humana es virtualmente universal a la historia de la humanidad, común a
todas las “culturas” o “civilizaciones” históricamente conocidas. Pero es también
común a todas -hasta la aparición del eurocentrismo- la permanente co-presencia
de los dos elementos como dos dimensiones no separables del ser humano, en
cualquier aspecto, instancia o comportamiento.
El proceso de separación de estos elementos del ser humano es parte de una
larga historia del mundo cristiano sobre la base de la idea de la primacía del “al-
ma” sobre el “cuerpo”. Pero esta historia muestra también una larga e irresuelta
28. Sobre el origen de la categoría de heterogeneidad histórico-estructural véase mis “Notas sobre el concepto de margi-
nalidad social”, CEPAL, Santiago de Chile, 1966. Incorporado después al volumen Imperialismo y Marginalidad en Amé -
rica Latina, Mosca Azul, Lima, 1977. Puede verse también, del mismo autor, “La nueva heterogeneidad estructural de
América Latina”, en Heinz Sonntag (editor), Nuevos temas, nuevos contenidos, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas,
1988.
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do, algo que compartir. Y eso, en todos los reales Estados-nación modernos, es
una participación más o menos democrática en la distribución del control del po-
der. Esta es la manera específica de homogeneización de la gente en un Estado-
nación moderno. Toda homogeneización de la población de un Estado-nación
moderno, es desde luego parcial y temporal y consiste en la común participación
democrática en el control de la generación y de la gestión de las instituciones de
autoridad pública y de sus específicos mecanismos de violencia. Esto es, se ejer-
ce, en lo fundamental, en todo el ámbito de la existencia social vinculado al Es-
tado y que por ello se asume como lo explícitamente político. Pero dicho ámbito
no podría ser democrático, esto es, implicar ciudadanía como igualdad jurídica y
civil de gentes desigualmente ubicadas en las relaciones de poder, si las relacio-
nes sociales en todos los otros ámbitos de la existencia social fueran radicalmen-
te no democráticas o antidemocráticas35.
Puesto que todo Estado-nación es una estructura de poder, eso implica que se
trata de un poder que se configura en ese sentido. El proceso empieza siempre con
un poder político central sobre un territorio y su población, porque cualquier pro-
ceso de nacionalización posible sólo puede ocurrir en un espacio dado, a lo largo
de un prolongado período de tiempo. Dicho espacio precisa ser más o menos es-
table por un largo período. En consecuencia, se precisa de un poder político esta-
ble y centralizado. Este espacio es, en ese sentido, necesariamente un espacio de
dominación disputado y ganado frente a otros rivales.
En Europa el proceso que llevó a la formación de estructuras de poder confi-
guradas como Estado-nación, empezó con la emergencia de algunos pocos núcleos
políticos que conquistaron su espacio de dominación y se impusieron sobre los di-
versos y heterogéneos pueblos e identidades que lo habitaban. De este modo el Es-
tado-nación empezó como un proceso de colonización de algunos pueblos sobre
otros que, en ese sentido, eran pueblos extranjeros. En algunos casos particulares,
como en la España que se constituía sobre la base de América y sus ingentes y gra-
tuitos recursos, el proceso incluyó la expulsión de algunos grupos, como los mu-
sulmanes y judíos, considerados como extranjeros indeseables. Esta fue la prime-
ra experiencia de limpieza étnica en el período moderno, seguida por la imposi-
ción de esa peculiar institución llamada “certificado de limpieza de sangre”36.
Por otro lado, el proceso de centralización estatal que antecedió en Europa
Occidental a la formación de Estados-nación, fue paralelo a la imposición de la
dominación colonial que comenzó con América. Es decir, simultáneamente con
la formación de los imperios coloniales de esos primeros Estados centrales euro-
peos. El proceso tiene, pues, un doble movimiento histórico. Comenzó como una
35. Una discusión más amplia sobre los límites y las condiciones de la democracia en una estructura de poder capi-
talista, en mi “El fantasma del desarrollo en América Latina” op. cit. y en “Estado-nación, ciudadanía y democracia
cuestiones abiertas”, op. cit.
36. Probablemente el antecedente más cercano de la idea de raza producida por los castellanos en América. Véase
mi “‘Raza’, ‘etnia’, ‘nación’en Mariátegui: cuestiones abiertas”, op. cit.
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maría España. Los vascos franceses, por ejemplo son, en primer lugar, franceses,
como los occitanos o los navarros. No así en España.
En cada uno de los casos de exitosa nacionalización de sociedades y Estados
en Europa, la experiencia es la misma: un importante proceso de democratización
de la sociedad es la condición básica para la nacionalización de esa sociedad y de
su organización política en un Estado-nación moderno. No hay, en verdad, excep-
ción conocida a esa trayectoria histórica del proceso que conduce a la formación
del Estado-nación.
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especial desde fines de los 60 hasta hoy, no podría ser explicada al margen
de esas determinaciones 40.
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Tales nuevos Estados no podrían ser considerados en modo alguno como na-
cionales, salvo que se admita que esa exigua minoría de colonizadores en el con-
trol fuera genuinamente representante del conjunto de la población colonizada.
Las respectivas sociedades, fundadas en la dominación colonial de indios, negros
y mestizos, no podrían tampoco ser consideradas nacionales, y ciertamente mu-
cho menos, democráticas. Esto presenta una situación en apariencia paradójica:
Estados independientes y sociedades coloniales41. La paradoja es sólo parcial o
superficial, sin embargo, cuando observamos con más cuidado los intereses so-
ciales de los grupos dominantes de aquellas sociedades coloniales y sus Estados
independientes.
En la sociedad colonial britano-americana, ya que los indios constituían un
pueblo extranjero, viviendo más allá de los confines de la sociedad colonial, la
servidumbre no estuvo tan extendida como en la sociedad colonial de la Améri-
ca Ibérica. Los sirvientes (indentured servants) traídos de la Gran Bretaña no eran
legalmente siervos, y luego de la Independencia no lo fueron por mucho tiempo.
Los esclavos negros fueron de importancia básica para la economía, pero demo-
gráficamente fueron una minoría. Y desde el comienzo, después de la Indepen-
dencia, la producción fue hecha en gran medida por trabajadores asalariados y
productores independientes. En Chile, durante el período colonial, la servidum-
bre india fue restringida, ya que los sirvientes indios locales eran una pequeña mi-
noría. Y los esclavos negros, a pesar de ser más importantes para la economía,
eran también una pequeña minoría. De este modo, esas razas no eran una gran
fuente de trabajo gratuito como en el caso de los demás países ibéricos. Conse-
cuentemente, desde el inicio de la Independencia una creciente proporción de la
producción local hubo de estar basada en el salario y el capital, y por esa razón el
mercado interno fue vital para la burguesía pre-monopólica. Así, para las clases
dominantes de ambos países —toutes distances gardées- el trabajo asalariado lo-
cal, la producción y el mercado interno fueron preservados y protegidos de la
competencia externa como la única y la más importante fuente de beneficio capi-
talista. Aún más, el mercado interno tuvo que ser expandido y protegido. En ese
sentido, había algunas áreas de intereses comunes entre los trabajadores asalaria-
dos, los productores independientes y la burguesía local. Esto, en consecuencia,
con las limitaciones derivadas de la exclusión de negros y mestizos, era un inte-
rés nacional para la gran mayoría de la población del nuevo Estado-nación.
41. En los 60 y 70 muchos científicos sociales dentro y fuera de América Latina, entre los que me incluyo, usamos el
concepto de “colonialismo interno” para caracterizar la aparente relación paradójica de los Estados independientes
respecto de sus poblaciones colonizadas. En América Latina, Pablo González Casanova (“Internal colonialism and na-
tional development”, en Studies in Comparative International Development, vol. 1, no. 4, 1965) y Rodolfo Stavenha-
gen (“Classes, colonialism and acculturation”, en Studies in Comparative International Development, vol. 1, no. 7,
1965) fueron seguramente los más importantes entre quienes trataron de teorizar el problema de manera sistemática.
Ahora sabemos que esos son problemas acerca de la colonialidad que van mucho más allá de la trama institucional
del Estado-nación.
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dos independientes, en especial en América del Sur después de la crisis de fines del
siglo XVIII, no podían ser en esa configuración sino socios menores de la burgue-
sía europea. Cuando mucho más tarde fue preciso liberar a los esclavos, no fue pa-
ra asalariarlos, sino para reemplazarlos por trabajadores inmigrantes de otros paí-
ses, europeos y asiáticos. La eliminación de la servidumbre de los indios es recien-
te. No había ningún interés social común, ningún mercado propio que defender, lo
que habría incluido el salariado, ya que ningún mercado local era de interés de los
dominadores. No había, simplemente, ningún interés nacional.
La dependencia de los señores capitalistas no provenía de la subordinación
nacional. Esta fue, por el contrario, la consecuencia de la comunidad de intereses
raciales. Estamos tratando aquí con el concepto de la dependencia histórico-es-
tructural, que es muy diferente de las propuestas nacionalistas de la dependencia
externa o estructural42. La subordinación vino más adelante, precisamente debido
a la dependencia y no a la inversa: durante la crisis económica mundial de los 30,
la burguesía con más capital comercial de América Latina (Argentina, Brasil, Mé-
xico, Chile, Uruguay y hasta cierto punto Colombia) fue forzada a producir local-
mente los bienes que servían para su consumo ostentoso y que antes tenían que
importar. Este fue el inicio del peculiar camino latinoamericano de industrializa-
ción dependiente: la sustitución de los bienes importados para el consumo osten-
toso de los señores y de sus pequeños grupos medios asociados, por productos lo-
cales destinados a ese consumo. Para esa finalidad no era necesario reorganizar
globalmente las economías locales, asalariar masivamente a siervos, ni producir
tecnología propia. La industrialización a través de la sustitución de importaciones
es, en América Latina, un caso diáfano de las implicaciones de la colonialidad del
poder43.
En este sentido, el proceso de independencia de los Estados en América Lati-
na sin la descolonización de la sociedad no pudo ser, no fue, un proceso hacia el de-
sarrollo de los Estados-nación modernos, sino una rearticulación de la colonialidad
del poder sobre nuevas bases institucionales. Desde entonces, durante casi 200
años, hemos estado ocupados en el intento de avanzar en el camino de la naciona-
lización de nuestras sociedades y nuestros Estados. Todavía, en ningún país latinoa-
mericano es posible encontrar una sociedad plenamente nacionalizada ni tampoco
un genuino Estado-nación. La homogeneización nacional de la población, según el
modelo eurocéntrico de nación, sólo hubiera podido ser alcanzada a través de un
proceso radical y global de democratización de la sociedad y del Estado. Primero
que nada, esa democratización hubiera implicado, y aún debe implicar, el proceso
de la descolonización de las relaciones sociales, políticas y culturales entre las ra-
42. Véase sobre este aspecto mi “Urbanización, cambio social y dependencia”, originalmente publicado en Fernan-
do Henrique Cardoso y Francisco Weffort (editores), América Latina. Ensayos de interpretación sociológica, Edito-
rial Universitaria, Santiago de Chile, 1967.
43. Sobre estas cuestiones he adelantado algunas propuestas de debate en “América Latina en la economía mundial”,
en Problemas del desarrollo, vol. XXIV, no. 95, UNAM, México, octubre-diciembre 1993.
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44. La miopía eurocéntrica, no sólo de estudiosos de Europa o de Estados Unidos sino también de los de América
Latina, ha difundido y cuasi impuesto universalmente el nombre de populismo para esos movimientos y proyectos
que, sin embargo, tienen poco en común con el movimiento de los narodnikis rusos del siglo XIX o del populismo
norteamericano posterior. Una discusión de estas cuestiones en mi texto “Fujimorismo y populismo”, en Burbano de
Lara (editor), El fantasma del populismo, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
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De hecho, el debate político del último medio siglo en América Latina ha esta-
do anclado en si la economía, la sociedad y el Estado eran feudales/semifeudales o
capitalistas. La mayoría de la izquierda latinoamericana, hasta hace pocos años, ad-
hería a la propuesta democrático-burguesa siguiendo ante todo los lineamientos cen-
trales del socialismo real o campo socialista, sea con sede en Moscú o en Pekín.
Para creer que en América Latina una revolución democrático-burguesa ba-
sada en el modelo europeo es no sólo posible, sino necesaria, primero es preciso
admitir en América y más precisamente en América Latina: 1) la relación secuen-
cial entre feudalismo y capitalismo. 2) la existencia histórica del feudalismo y en
consecuencia el conflicto histórico antagónico entre la aristocracia feudal y la
burguesía; 3) una burguesía interesada en llevar a cabo semejante empresa revo-
lucionaria. Sabemos que en China a inicios de los 30, Mao propuso la idea de la
revolución democrática de nuevo tipo, porque la burguesía ya no está interesada
en, y tampoco es capaz de llevar a cabo, esa su misión histórica. En este caso, una
coalición de clases explotadas/dominadas, bajo el liderazgo de la clase trabajado-
ra, debe sustituir a la burguesía y emprender la nueva revolución democrática.
En América, sin embargo, como en escala mundial desde hace 500 años, el ca-
pital ha existido sólo como el eje dominante de la articulación conjunta de todas
las formas históricamente conocidas de control y explotación del trabajo, configu-
rando así un único patrón de poder, histórico-estructuralmente heterogéneo, con
relaciones discontinuas y conflictivas entre sus componentes. Ninguna secuencia
evolucionista entre los modos de producción, ningún feudalismo anterior, separa-
do y antagónico del capital, ningún señorío feudal en el control del Estado, al cual
una burguesía urgida de poder tuviera que desalojar por medios revolucionarios.
Si secuencia hubiera, es sin duda sorprendente que el movimiento seguidor del
Materialismo Histórico no haya luchado por una revolución antiesclavista, previa
a la revolución antifeudal, previa a su vez a la revolución anticapitalista. Porque
en la mayor parte de este continente (EE.UU., todo el Caribe, incluyendo Vene-
zuela, Colombia, las costas de Ecuador y Perú, Brasil), el esclavismo ha sido más
extendido y más poderoso. Pero, claro, la esclavitud terminó antes del siglo XX.
Y fueron los señores feudales los que heredaron el poder. ¿No es verdad?
Una revolución antifeudal, ergo democrático-burguesa, en el sentido euro-
céntrico ha sido, pues, siempre, una imposibilidad histórica. Las únicas revolu-
ciones democráticas realmente ocurridas en América (aparte de la Revolución
Americana) han sido las de México y de Bolivia, como revoluciones populares,
nacionalistas-antimperialistas, anticoloniales, esto es contra la colonialidad del
poder, y antioligárquicas, esto es contra el control del Estado por la burguesía se-
ñorial bajo la protección de la burguesía imperial. En la mayoría de los otros paí-
ses, el proceso ha sido un proceso de depuración gradual y desigual del carácter
social, capitalista, de la sociedad y el Estado. En consecuencia, el proceso ha si-
do siempre muy lento, irregular y parcial.
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sociales de poder, cualquiera que fuera su carácter previo, existían y actuaban si-
multánea y articuladamente, en una única y conjunta estructura de poder; que és-
ta no podía ser una unidad homogénea, con relaciones continuas entre sus ele-
mentos, moviéndose en la historia continua y sistémicamente. Por lo tanto, que la
idea de una revolución socialista tenía que ser, por necesidad histórica, dirigida
contra el conjunto de ese poder y que lejos de consistir en una nueva reconcen-
tración burocrática del poder, sólo podía tener sentido como redistribución entre
las gentes, en su vida cotidiana, del control sobre las condiciones de su existen-
cia social46. El debate no será retomado en América Latina sino a partir de los
años 60 del siglo que recién terminó, y en el resto del mundo a partir de la derro-
ta mundial del campo socialista.
En realidad, cada categoría usada para caracterizar el proceso político lati-
noamericano ha sido siempre un modo parcial y distorsionado de mirar esta rea-
lidad. Esa es una consecuencia inevitable de la perspectiva eurocéntrica, en la
cual un evolucionismo unilineal y unidireccional se amalgama contradictoria-
mente con la visión dualista de la historia; un dualismo nuevo y radical que sepa-
ra la naturaleza de la sociedad, el cuerpo de la razón; que no sabe qué hacer con
la cuestión de la totalidad, negándola simplemente, como el viejo empirismo o el
nuevo postmodernismo, o entendiéndola sólo de modo organicista o sistémico,
convirtiéndola así en una perspectiva distorsionante, imposible de ser usada sal-
vo para el error.
No es, pues, un accidente que hayamos sido, por el momento, derrotados en
ambos proyectos revolucionarios, en América y en todo el mundo. Lo que pudi-
mos avanzar y conquistar en términos de derechos políticos y civiles, en una ne-
cesaria redistribución del poder, de la cual la descolonización de la sociedad es
presupuesto y punto de partida, está ahora siendo arrasado en el proceso de re-
concentración del control del poder en el capitalismo mundial y con la gestión de
los mismos funcionarios de la colonialidad del poder. En consecuencia, es tiem-
po de aprender a liberarnos del espejo eurocéntrico donde nuestra imagen es
siempre, necesariamente, distorsionada. Es tiempo, en fin, de dejar de ser lo que
no somos.
46. Ese descubrimiento es, sin duda, lo que otorga a Mariátegui su mayor valor y su continuada vigencia, derrota-
dos los socialismos y su materialismo histórico. Véase, sobre todo, el tramo final del primero de sus 7 Ensayos de
Interpretación de la realidad peruana, Lima,1928 (numerosamente reimpreso); “Punto de Vista Antiimperialista”
presentado a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, Buenos Aires 1929 (publicado en Ideología y Po -
lítica, vol.11 de sus Obras completas); y el célebre “Aniversario y balance”, editorial de la revista Amauta, Lima,
septiembre 1928.
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Este libro se terminó de imprimir en el
taller de Gráficas y Servicios en el
mes de julio de 2000.
Primera impresión, 1000 ejemplares
Impreso en Argentina