Filosóficas y Encarnadas
Filosóficas y Encarnadas
Filosóficas y Encarnadas
Editores:
Santiago Auat
Lucía Blázquez
Agustín Busnadiego
Agustín Domínguez
Manuel Molina
Licencia:
Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional
Filosóficas y
encarnadas.
Inv~tigaciones
esteticas en
Argentina
111º Jornadas Nacionales
VII Encuentro de Investigadores
"Estética y Filosofía del Arte"
Etlitores
Santiago ~uat
liucía Blázguez
~gustín Busnaciiego
~ ustín Domínguez
Manuel Melina
III Jornadas Nacionales
VII Encuentro de investigadores
“Estética y Filosofía del Arte”
Filosóficas y encarnadas
Investigaciones estéticas en Argentina
Editores
Santiago Auat
Lucía Blázquez
Agustín Busnadiego
Agustín Domínguez
Manuel Molina
Filosóficas y encarnadas : investigaciones estéticas en
Argentina / Juan Albín ... [et al.] ; compilado por
Santiago Auat ... [et al.]. - 1a ed . - Córdoba : María
Verónica Galfione, 2019.
Libro digital, PDF
1. Teoría y Filosofía del Arte. I. Albín, Juan. II. Auat, Santiago, comp.
CDD 700.1
Título
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina.
Autores
Albín, Juan / Altamiranda, Verónica / Baigorria, Martin / Belenguer, Celeste / Bidón
Chanal, Lucas / Bohlman, Tamara / Cabrera, Gustavo Javier / Cangi, Adrián / Casullo,
Mariana / Conti, Romina / Coschica, Fernando / Cristobo, Matías / De Angelis, Javier
/ Galfione, María Verónica / García, Pilmaiquén / González, Alejandra / Guzzi, Jose /
Isidori, Julia / Juárez, Esteban Alejandro / Laurenzi, Adriana / Ledesma, Jerónimo /
López Piñeyro, Hernán / Palazzo, Valeria / Perié, Alejandra / Podestá, Florencia /
Poenitz, Paula Beatriz / Redruello, María Eugenia / Rivulgo, Moira Ailín / Roldán,
Eugenia / Rossi, María José / Rossi, María Sol / Rucavado, Rojas Mario / Tomás,
Silvia Inés /
Compiladores/editores
Auat, Santiago
Blázquez, Lucía
Busnadiego, Agustín
Domínguez, Agustín
Molina, Manuel
Obra de tapa
"Formas de medir la distancia VI: cuerpo y materia de los tácitos"
Performer: Indira Montoya
Registro: Claudio Braier
Octubre 2015 -en Peras de olmo - Buenos Aires, Argentina
INTRODUCCIÓN 4
SCHILLER Y LAS VANGUARDIAS 6
MARTÍN BAIGORRIA
UN ROMANTICISMO YONQUI. EL DIÁLOGO DE CONFESSIONS OF AN ENGLISH OPIUM-EATER CON LAS
POÉTICAS ROMÁNTICAS DE WORDSWORTH Y COLERIDGE 12
JERÓNIMO LEDESMA
ROMANTICISMO CONTRANATURA: BLAKE, SHELLEY Y UNA VISIÓN HETERODOXA DE LA NATURALEZA
18
MARIO RUCAVADO ROJAS
IRONÍA, AUTO-IRONÍA Y QUEJA EN EL SUJETO DEL ESTETICISMO POLÍTICO 22
JAVIER DE ANGELIS
CUESTIONES EN LA ESTÉTICA DE TH. W. ADORNO 27
FERNANDO COSCHICA
FORMA, APARIENCIA Y DESARTISTIZACIÓN, EN LOS LINDES DEL ARTE 31
ALEJANDRA PERIÉ
LIBROS, AUTOMÓVILES Y ESCAPARATES: UN CONTRAPUNTO ENTRE ADORNO Y RANCIÈRE 36
JUAN ALBIN
STIMMIGKEIT. LOS LÍMITES DE LA ESTÉTICA COMUNICATIVA 48
ESTEBAN ALEJANDRO JUÁREZ
PERSPECTIVAS ESTÉTICAS POSTADORNIANAS 54
MARÍA VERÓNICA GALFIONE
POLÍTICA Y ESTÉTICA EN JULIANE REBENTISCH: ALGUNOS MODOS DE SU COPERTENENCIA 59
MATÍAS CRISTOBO
ESTÉTICA Y CRÍTICA O ESTÉTICA-CRÍTICA EN MARTIN SEEL. UN PROBLEMA DE INDEFINICIÓN SOBRE
LOS ALCANCES DE LA EXPERIENCIA DEL ARTE 64
ROMINA CONTI
HACIA UNA DEFINICIÓN DEL ARTE CONTEMPORÁNEO 70
ADRIANA LAURENZI
DESLIMITACIONES DISCIPLINARES EN EL ARTE DE HOY. LOS LÍMITES ENTRE ARTE Y CIENCIA EN LAS
OBRAS DE TOMÁS SARACENO Y LUIS FERNANDO BENEDIT 77
MARÍA SOL ROSSI
LA “FORMA” EN LA OBRA DE LOS ARTISTAS MACCHI Y COSTANTINO COMO MEDIO PARA CONDENSAR
UN SENTIDO QUE ACERQUE AL HOMBRE A LA VERDAD EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO 80
VALERIA PALAZZO
LA OBRA DE ARTE CONTEMPORÁNEO EN LA ÉPOCA DE LAS REDES SOCIALES 83
JOSÉ GUZZI
IMÁGENES Y ESCRITURAS DEL RÍO DE LA PLATA 88
HERNÁN LÓPEZ PIÑEYRO
LA FICCIÓN Y EL EFECTO DE REALIDAD COMO POTENCIAS DE EMANCIPACIÓN EN LA LITERATURA
POPULAR 93
MARÍA EUGENIA REDRUELLO
1
PRÁCTICAS ESTÉTICO-POLÍTICAS Y EL BARRO DE AMÉRICA 99
MARÍA JOSÉ ROSSI
MARIANA CASULLO
ALEJANDRA GONZÁLEZ
LUCAS BIDON-CHANAL
EL NEOBARROCO O UNA HERMENÉUTICA DE LA INMANENCIA 106
MARÍA JOSÉ ROSSI
VOLUSPA JARPA: LA POÉTICA DEL ARCHIVO TACHADO 110
MARIANA CASULLO AMADO
EL NEOBARROSO O LO IRREPRESENTABLE 114
ALEJANDRA ADELA GONZÁLEZ
DERIVAS DE LA AVENTURA Y EL HORROR: HACIA UNA CONSTELACIÓN NEOBARROCA EN LA OBRA DE
BOLAÑO 118
LUCAS BIDON-CHANAL
SOBRE EL DOLOR CONTEMPORÁNEO 123
ADRIÁN CANGI
PARA UNA GENEALOGÍA DEL DOLOR 130
ALEJANDRA GONZÁLEZ
HUELLAS DEL DOLOR 134
VERÓNICA ALTAMIRANDA
LA SACIEDAD DEL ESPECTÁCULO 136
FLORENCIA PODESTÁ
UN MUNDO SIN DIOS, UN MUNDO CON ARTE 138
MOIRA AILIN RIVULGO
¿ES POSIBLE HABLAR DE “IMAGEN ABSTRACTA”? 146
PAULA BEATRIZ POENITZ
PENSAR EL CINE, PENSAR LA PINTURA 150
SILVIA INÉS TOMAS
EL PROYECTO ESTÉTICO DE ALEXANDER KLUGE: INTERMEDIALIDAD Y EXPERIENCIA DEL ESPECTADOR
156
EUGENIA ROLDÁN
DESANDAR EL CANON. EXPERIENCIAS DESOBEDIENTES EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO 160
MARÍA JOSÉ MELENDO
DESDEFINICIONES Y METAMORFOSIS DE LA PRÁCTICA EN MUSEOS: POÉTICAS OTRAS 169
CELESTE BELENGUER
EL ARTIFICIO EXHIBIDO. REFLEXIONES EN TORNO AL ROL DE LA VANGUARDIA EN LA EMANCIPACIÓN
DEL DIBUJO 181
GUSTAVO JAVIER CABRERA
POÉTICAS MESTIZAS: EL ARCHIVO VUELTO OBRA DE ARTE 190
TAMARA BOHLMANN
PILMAIQUEN GARCÍA
ARTES ¿VISUALES? LA AVENTURA DEL LENGUAJE EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO 198
JULIA ISIDORI
BIBLIOGRAFÍA GENERAL 208
2
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Introducción
4
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
5
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Conocemos algunos de los temas principales abordados por Schiller en sus Cartas
sobre la educación estética del hombre (1795): su diagnóstico histórico-cultural, su teoría
antropológica de los impulsos, la discusión con la ley moral kantiana, su concepción de la
formación estética como única vía hacia la realización del ideal de humanidad. Dentro de
este conjunto de temas, nos interesa en particular abordar la cuestión de la modernidad del
hecho estético en Schiller, deteniéndonos principalmente en la teorización realizada por
este autor en torno al “impulso de juego” [Spieltrieb]. Este tendría como finalidad conciliar
el devenir cambiante de la sensibilidad (receptiva) con el impulso de forma racional
(intelectual, “determinante”). La libertad del individuo se realizaría así a través de este
tercer impulso, capaz de mediar y regular las tensiones entre los dos impulsos anteriores.
Se trata para Schiller de reconciliar ambas instancias evitando aquellas constantes
desviaciones estéticas, cognitivas y morales producidas a partir del desarrollo excesivo de
uno de estos impulsos por encima del otro 1.
Ahora bien, contrariamente a lo que se ha sugerido algunas veces, la definición
conceptual de dicha fuerza, lejos de aparecer desarrollado de manera unívoca y sistemática
en el discurso teórico elaborado por Schiller, surge más bien a través de una serie de rodeos
y formulaciones tentativas; muchas veces –especialmente en el caso de las cartas XVIII y
XIX- la argumentación parece girar en círculos o caer en ejemplos y categorías homónimas
que no agregan ninguna precisión analítica a su planteo antropológico inicial. Dichos rodeos
son sin embargo la base sobre la cual veremos emerger las implicancias y sentidos
fundamentales del “impulso de juego”. Este detalle no sería así una cuestión filológica
lateral; por el contrario, nuestra hipótesis es que, en esa serie de movimientos tentativos,
Schiller anticipará con peculiar lucidez una serie de preocupaciones estéticas luego
retomadas por las vanguardias del siglo XX. Se trataría entonces de explicar cómo surge esa
serie de movimientos; cuáles son sus conexiones con el proyecto vanguardista y, en última
instancia, comprender desde un punto de vista histórico las conexiones entre dos
momentos a primera vista antitéticos dentro de la estética moderna: el clasicismo
romántico-burgués en su versión más programática frente a las rupturas protagonizadas
por las vanguardias de principios del siglo XX.
En principio, Schiller ensaya dos estrategias – no necesariamente confluyentes - a la
hora de articular su teoría del “impulso de juego”: una puramente de cuño filosófico (donde
se deja entrever la influencia de Fichte) y otra de tipo eminentemente estético (y aquí los
ejemplos van desde los antiguos juegos olímpicos en Grecia hasta la Ifigenia de Goethe). Si
bien con algunos matices diferentes, podría decirse que la propia teorización schilleriana
está internamente atravesada por la contradicción entre estas dos tendencias: la filosófico-
categorial y la estética. El propio Schiller reconoce sin embargo que el “impulso de juego”
debe ser comprendido fundamentalmente desde la perspectiva de este segundo ámbito; por
lo que allí será entonces donde deberemos concentrar mejor nuestra atención. Tal como
hemos dicho, según Schiller, la experiencia del “juego” sería precisamente aquello que surge
cuando el “impulso formal” y el “impulso sensible” -la vida y la forma- se encuentran (siendo
a su vez la “belleza” su “objeto”). Una caracterización sugestiva de esta operación mediadora
aparece en la carta XV: “asociado a las ideas, todo lo real pierde su seriedad [Ernst] porque
se vuelve insignificante [klein], y, al encontrarse con la sensibilidad, lo necesario se
desprende de su seriedad, porque se vuelve ligero [leicht]”. (Schiller, 1999: 237). En el
marco de la experiencia estética, se dan así una serie de asociaciones perceptivas singulares.
1En términos de Schiller: “Todo predominio exclusivo de uno de sus dos impulsos fundamentales es para el hombre
un estado de coacción y de violencia; y la libertad se encuentra únicamente en la acción conjunta de sus dos
naturalezas” (Schiller, 1999: 257). Es el “impulso de juego” el encargado de realizar dicha libertad.
6
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Por un lado –formulación típica del idealismo alemán- las presiones de la realidad sensible
o fenoménica pierden “seriedad”, se vuelven insignificantes desde la perspectiva de las
ideas… Pero no se trata sólo de esto: también la “necesidad” asociada a las ideas, los
conceptos y leyes abstractas, su exigencia lógica aparentemente irrenunciable, pierde peso
propio cuando éstas son vistas desde el punto de vista de la sensibilidad: se vuelven ligeros,
menos trascendentes (el ejemplo más evidente de esto podría ser la comedia). En los
términos de esta perspectiva, lo estético queda aquí específicamente circunscripto a aquel
momento en el cual la experiencia intelectual o sensible quedan de algún modo
relativizados, desprovistos de su supuesta importancia o solemnidad. En los términos
fichteanos -a los cuales recurre aquí Schiller- ésta sería la “interacción recíproca” existente
entre ambos impulsos.
De este modo, el “impulso de juego” se halla esencialmente asociado a un gesto de
des-jerarquización. En la carta XXIII Schiller insiste en esta idea:
[…] Si nos hemos entregado al placer de la auténtica belleza, dominamos entonces del
mismo modo nuestras fuerzas pasivas y activas, y nos volvemos con la misma facilidad
hacia lo serio y hacia el juego, hacia el reposo y el movimiento, hacia la ductilidad y
hacia la resistencia, hacia el pensamiento abstracto y hacia la intuición. (Schiller, 1999:
297).
La materia más frívola debe ser elaborada de manera tal que nos sintamos inclinados
a pasar directamente de ella a la más rigurosa seriedad. El más serio de los temas ha
de elaborarse de tal manera que seamos capaces de sustituirlo inmediatamente por el
más simple de los juegos. (Schiller, 1999: 301).
A primera vista, este no parecería ser el aspecto más destacado por el propio Schiller;
tal como suele decirse, en el seno de la apariencia estética la libertad aparecería
representada a través de la “armonía de sus leyes”, como una “suprema necesidad interna”.
Pero en lugar de centrarnos en la caracterización schilleriana de la belleza, es necesario
mantener la atención en el momento productivo del trabajo estético -es decir- en las
características peculiares que constituyen la génesis misma del “impulso de juego”. En este
sentido, la tensión implícita en esta serie de opuestos - la yuxtaposición de “lo alto” y “lo
bajo”, lo “serio” y lo “intrascendente”, lo estático y lo dinámico, etc. - debe ser subrayada
porque -más allá del carácter trascendente que Schiller atribuye a la “forma”- en su propia
concepción de la apariencia estética vemos operar una premisa fuertemente heterónoma,
no menos determinante para su propia conceptualización de la “apariencia estética”.
¿Y en qué medida, un siglo más tarde, no podría reconocerse esta misma premisa
como un aspecto programático para las vanguardias del siglo XX? ¿Acaso no reside en este
gesto heterónomo – condensado paradigmáticamente en el procedimiento del montaje –
una de sus premisas esenciales? De hecho, la concepción schilleriana de la forma como
orden puramente inmanente aparecerá de nuevo explícitamente reivindicada por Malevich
en su defensa del suprematismo. Pero pensemos también en la caracterización del
surrealismo hecha por Susan Sontag (2011):
7
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Está claro que Schiller no se proponía ir tan lejos pero la pregunta sería más bien otra:
en qué medida su propia teorización no abrió un nuevo espacio para que, más tarde, la
perspectiva de la “yuxtaposición radical” fuera explícitamente afirmada por las vanguardias.
Para responder este interrogante, debemos pasar a los momentos subsiguientes de la
teorización elaborada en torno al “impulso de juego”. En la carta XX, en el pasaje del dominio
de las sensaciones al imperio del concepto y la ley –aquello que Schiller denomina aquí
estados pasivos y activos respectivamente- el momento del impulso de juego aparece
definido como una instancia “libre de toda determinación”, “un estado de pura y simple
determinabilidad”:
Tabla rasa. El dadaísmo buscó efectivamente absolutizar mediante todos los medios
a su alcance aquel momento destructivo del “impulso de juego” en el cual, según Schiller, el
hombre se hallaba momentáneamente libre de toda determinación, pasando a un estado de
pura y simple determinabilidad. Ese momento de negación absoluta también puede hallarse
en los artistas Naum Gabo y Antoine Pevsner, asociados a la corriente del constructivismo
ruso:
8
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
como valor descriptivo: en la vida no existen líneas descriptivas […] Afirmamos que la
línea sólo tiene valor como dirección de las fuerzas estáticas y de sus ritmos en los
objetos. 3 Renunciamos al volumen como forma espacial pictórica y plástica. (Cirlot,
1995, 216).
estos artistas de vanguardia [Malevich, Hugo Ball, Duchamp] (…) demostraron las
condiciones mínimas para producir un efecto de visibilidad, a partir del grado cero de
la forma y el sentido. Estas obras son la encarnación visible de la nada o, lo que es lo
mismo, de la pura subjetividad. Y en este sentido son obras puramente antipoéticas,
que le otorgan forma visible a una subjetividad que ha sido vaciada, purificada de todo
contenido específico. La tematización de la nada y de la negatividad en manos de la
vanguardia no es, por lo tanto, un signo de su “nihilismo” ni una protesta contra la
“anulación” de la vida en el capitalismo industrial. Es simplemente signo de un nuevo
comienzo, de una metanoia que mueve al artista desde cierto interés por el mundo
externo hacia la construcción auto-poética de su propio Yo. (2016: 15-16).
9
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hacer comprensible, y a la vez neutralizar, toda una serie de obras literarias que se hallaban
fuertemente reñidas con el canon estético del clasicismo de Weimar. Nos referimos aquí
principalmente a las obras de Hölderlin, los hermanos Schlegel, Novalis, Tieck, etc.
Pero ¿no será precisamente esta última instancia reprimida - lo “aventurero”,
“extraño”, “vehemente”, o “salvaje”- aquella que en el pasaje del siglo XIX al siglo XX
adquirirá precisamente más énfasis e interés hasta llegar finalmente al quiebre
vanguardista? Así, por ejemplo, Richard Huelsenbeck planteaba esta cuestión en los
términos siguientes:
La palabra Dadá simboliza la relación más primitiva con la realidad circundante; con el
dadaísmo aparece una nueva realidad. La vida surge como un caos de ruidos, colores y
ritmos, asumidas en toda su brutal evidencia por la psiquis cotidiana del dadaísta (Anz
et al., 1982: 76).
Dios está muerto. (…) Una cultura de mil años se hunde. (…) Irrumpe el caos. Irrumpe
el tumulto. El mundo se revela como un montón de fuerzas ciegas y desencadenadas
que chocan entre sí o buscan imponerse unas por encima de las otras. El hombre pierde
su faz celestial, ha devenido materia, accidente, conglomerado, animal, abrupto
producto de la locura, pensamientos estremecedores. (…) Ha tenido lugar una
revolución contra Dios y sus criaturas. El resultado es la anarquía de los poderes
naturales y los demonios liberados. (…) Lo grande se ha vuelto pequeño y lo pequeño
crece hasta la enormidad. (Anz et al, 1982: 124) 4.
El progreso del saber humano con su potente penetración en las leyes misteriosas del
mundo (…), con un excepcional (por primera vez en la historia) movimiento de las
masas populares hacia la posesión de las riquezas naturales, movimiento que abraza al
pueblo en una estrecha unión, y, por último, pero no menos importante, la guerra y la
revolución (corrientes purificadoras de una era futura) nos han llevado a considerar
las nuevas formas de una vida que ya late y actúa. (Cirlot, 1995: 213).
10
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
que, tras la teorización del “impulso de juego”, se hallaba presente una discusión con la
nueva generación de autores románticos; eran las obras de estos autores –también
atravesadas por lo “grotesco” y “salvaje” – las que ponían en escena otra concepción de la
subjetividad como experiencia heterónoma, incluso deforme, en las cuales se hallaba ya
presente una versión alternativa del hecho estético moderno.
11
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Romanticismo yonqui
Con esta frase a la Burroughs, quiero llamar la atención sobre el giro que un breve
texto de Thomas De Quincey imprimió a la estética romántica en 1821.
El texto tiene cierto renombre. Su título completo es Confessions of an English Opium-
Eater; Being an Extract from the Life of a Scholar, que se puede traducir como Confesiones de
un Inglés Comedor de Opio, extractadas de la vida de un erudito o, según como se traduzca
“scholar”, de un intelectual. De aquí en más, lo llamaremos Confesiones a secas. 2
Fue publicado en dos entregas, anónimamente, en la misma revista en que
colaboraban Charles Lamb y William Hazlitt, y donde se publicaba obra nueva de Keats,
Clare y Shelley. Narra ciertos episodios de la vida de De Quincey vinculados con el consumo
de opio, incluyendo unas famosas pesadillas finales, que se ofrecen como la nueva forma, el
nuevo modo literario, que su peculiar experiencia de la droga había producido.
Se suele decir que Confesiones dio origen a la tradición de la estética drogada y los
paraísos artificiales. Y es verdad. 3 Pero aquí no nos interesa como punto de partida sino
como punto de llegada en la tradición romántica. En Confesiones confluyen discusiones
estéticas y literarias del romanticismo, sobre la naturaleza de la poesía, el estatuto del
creador, la relación con el público y la cuestión de la imaginación, que se remontan, por lo
menos, a la publicación de Lyrical Ballads al comienzo del siglo diecinueve y que incluyen
las polémicas que se sucedieron desde entonces.
Confesiones no es un tratado sobre estética, ni siquiera un texto de crítica, y las
opiniones del autobiógrafo no refieren en forma directa a estos temas. Pero si los
reconocemos en Confesiones es porque De Quincey los inscribió allí de cierta forma. Nuestra
hipótesis es que todo el texto, que toda la construcción del sujeto productor de Confesiones,
puede leerse como un diálogo polémico con Wordsworth y Coleridge.
Estos escritores constituían a la vez un capital cultural propio de De Quincey y un
tema del debate intelectual del momento. Capital cultural propio, porque no había nadie en
toda Inglaterra con el conocimiento de los Lake Poets que tenía De Quincey: ni Keats, ni
Shelley, ni siquiera el editor de la Blackwood’s Magazine, John Willson, que también era,
como él, un “laquista furioso”. Los años transcurridos entre 1799 -cuando De Quincey lee
Lyrical Ballads- y 1821, que fueron años de una inmensa productividad para los Lake Poets
y, en general, para el despliegue de las poéticas románticas en Europa, habían sido, en la
vida De Quincey, un período de formación e interacción constante con el universo propuesto
por estos escritores. 4
1 El presente trabajo se realizó en el marco del Proyecto "La cuestión romántica. Bibliografía y debates" (FFyL, UBA).
2 Seguimos la primera edición de 1821, incluida en el tomo II de De Quincey (2001). Abreviamos las referencias
bibliográficas como Wk 2 seguido de número de página. A los fines de la exposición citamos en español, con
traducción nuestra, y damos el original en inglés al pie.
3 En esta tradición, destaca Les paradis artificiels de Baudelaire (1860), que incluye una traducción resumida y
comentada de Confessions y Suspiria de Profundis. Asimismo, los trabajos que estudian la relación literatura y drogas,
sea en el romanticismo o en general, nos llevan al texto de De Quincey como a un inicio. Así, entre otros, Abrams
(1971), Hayter (2009), Schep (2011), Boon (2002).
4 Comenzó como fanático en su adolescencia (tenía 14 años en 1799), intentando imitar sus proyectos, reflexionando
sobre sus categorías, buscando conocerlos en persona, fugándose de la escuela de Manchester con Lyrical Ballads en
un bolsillo; siguió con una correspondencia de varios años con Wordsworth, con el conocimiento personal de los
escritores en 1807, con una convivencia de diez años en el Lake District, para producir la cual dejó la Universidad de
Oxford, y con el inicio del trabajo político-periodístico bajo la protección de Wordsworth. Al término del período, De
12
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Quincey se había apartado de Wordsworth, por diferencias personales e intelectuales mutuas, sin que su admiración
por la poesía y la crítica de Wordsworth disminuyera, pero con la pregunta crucial acerca de qué significaba todo esto.
5 Estos rasgos se habían plasmado recientemente (en 1816 y 1817) en la mencionada Biographia Literaria, en la
edición de sus poemas recolectados con el título Sybilline Leaves y, especialmente, en un pequeño volumen de 1816
que incluía los poemas “Christabel”, “Kubla Kahn A Fragment” y “The Pains of Sleep”.
6 En “How to Write a Blackwood’s Article” (1838). “Pensaban que Coleridge había escrito el artículo, pero no”, “They
would have it that Coleridge wrote the paper — but not so.” (Poe, 2017)
7 Al comienzo refiere a “el conmovedor lenguaje del Sr. Wordsworth”, “the affecting language of Mr. Wordsowrth”
(Wk 2, 10). En otra parte menciona los “poemas de W...”, “W...’s poems” (Wk 2, 63).
8 “... una multitud de causas, desconocidas en tiempos anteriores, están operando ahora con fuerza combinada para
embotar los poderes de discernimiento de la mente, y dejándola incapacitada de cualquier esfuerzo voluntario, para
reducirla a un estado de adormecimiento casi salvaje. Las más efectivas de estas causas son los grandes
acontecimientos nacionales que tienen lugar a diario, la creciente acumulación de personas en las ciudades, donde
13
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Confesiones 1821 consta de dos partes, a las que, a falta de una tercera, se agregaría
un apéndice. La primera parte está dedicada a narrar las aventuras de adolescencia que
llevaron al sujeto confesional a una experiencia traumática en Londres, la cual a su vez
ocasionaría los dolores físicos por los que habría comenzado el consumo de opio. La
segunda parte es la historia de ese consumo, desde su primera ingesta en Londres en 1804,
pasando por su transformación en consumidor regular, hasta llegar a las pesadillas
producidas como consecuencia del exceso. El apéndice, documentando el modo en que el
autor se liberó de la dependencia de la droga, reforzaría la idea de que el autobiógrafo se
había rehabilitado y que ya no escribía desde el desorden de su economía física. (Lo
sabemos: esa rehabilitación nunca ocurrió, y De Quincey vivió consumiendo opio hasta su
muerte, a los 74 años de edad.)
La primera parte dialoga bastante evidentemente con los experimentos
wordsworthianos en poesía. Se pueden reponer, para comprender mejor este punto,
algunos términos críticos de los paratextos de Lyrical Ballads. Se recordará que en la
“Advertencia” de 1798 y el Prefacio de 1800 los poemas se definían como “experimentos”
para verificar en qué medida el lenguaje rural de las capas medias y bajas se podía adaptar
a “los fines del placer poético” (Wordsworth y Coleridge, 1994). Si bien esto era posible
porque la Poesía podía convertir en su tema cualquier cosa que le “interesara a la mente
humana”, la elección de los campesinos como los sujetos experimentales descansaba en una
convicción ideológica, cuyas razones Wordsworth profundizaría en el Prefacio de 1800 y,
sobre todo, en el Apéndice de 1802. El lenguaje rural bajo, según un argumento
característico del “primitivismo cultural” (Meyer Howard Abrams, 1962: 151–70), estaba
más cerca del sustrato anímico que daba verdad al lenguaje poético, una verdad pasional
que la “fraseología” de los poetas modernos, luego llamada la “dicción poética”, agregando
capas y capas de artificio, formas fijas y convenciones, había ocultado y distorsionado hasta
volverla irreconocible.
Confesiones también era, obviamente, un “experimento”, y hasta tal punto que su autor
se comparaba con los científicos que se inoculan enfermedades para descubrir sus vacunas. 9
Confesiones también pretendía acceder a un sustrato anímico oculto, incluso negado, de la
subjetividad humana. Y también se lanzaba a la busca de un lenguaje nuevo, capaz de
plasmar estéticamente la verdad subjetiva, en la exploración del lenguaje de los sueños. En
esto, el proyecto coincidía protocolarmente con Wordsworth, a pesar de las diferencias de
contenido. Polemizando con Wordsworth en la misma línea que lo había hecho Coleridge en
Biografía Literaria, sin embargo, Confesiones considera más revelador ponerse a sí mismo
como sujeto experimental. Un hombre que habla de bueyes, soñará con bueyes, argumenta,
pero los sueños de un scholar, en cambio, pueden contener todo lo que admite el
la uniformidad de sus ocupaciones produce un deseo de acontecimientos extraordinarios que la rápida comunicación
de la inteligencia satisface a cada hora. A esta tendencia de la vida y las costumbres se han amoldado la literatura y
las obras teatrales del país. Las invalorables obras de nuestros antiguos escritores, casi digo las obras de Shakespeare
y Milton, son despreciadas en favor de novelas frenéticas, tragedias alemanas enfermas y estúpidas y aluviones de
historias en verso innecesarias y extravagantes. Cuando pienso en esta degradante sed de estimulación
extraordinaria, casi me avergüenzo de haber hablado del débil esfuerzo con el que he intentado contrarrestarla; y
reflexionando sobre la magnitud general del mal, me vería aplastado por una melancolía nada deshonrosa si no
tuviera una profunda experiencia de ciertas cualidades inherentes e indestructibles de la mente humana; y si no
agregara a esta experiencia, la creencia de que un tiempo se aproxima en el que el mal será sistemáticamente
combatido por hombres de mayor poder y con un éxito mucho más distinguido que el mío.” (Wordsworth, 1999)
9 “... yo que conduje mis experimentos sobre este interesante tema con una suerte de batería galvánica, y que me
he, para general beneficio del mundo, inoculado a mí mismo, por así decir, el veneno de 8.000 gotas de láudano por
día (exactamente por la misma razón que un cirujano francés se inoculó recientemente cáncer, un inglés, hace veinte
años, la plaga y uno de no sé qué nación, hidrofobia)...”, “...[I] who have conducted my experiments upon this
interesting subject with a sort of galvanic battery– and have, for the general benefit of the world, inoculated myself,
as it were, with the poison of 8000 drops of laudanum per day (just, for the same reason, as a French surgeon
incoulated himself lately with cancer –an English one twenty years ago, with plague – and a third, I know not of what
nation, with hydrophobia)” (Wk 2, 58)
14
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
conocimiento universal. 10 Es decir, en los términos de Lyrical Ballads, hay una explícita y
provocativa permutación de sujetos experimentales: el campesino debe dejar el lugar al
scholar. Y también, de esta forma, se pone el acento en la necesidad de someter a la propia
persona del artista, que en este caso es un scholar, ¡y un lector de Wordsworth!, a los
principios de su arte.
Se dirá que esto es, en cierto modo, lo que ya hizo Wordsworth. La primera edición de
Lyrical Ballads concluía, es verdad, con un poema autobiográfico. Pero “Tintern Abbey” es
el poema en el cual, como se dijo en este congreso, “frente a la violencia de la historia,
Wordsworth se parapeta en su hermana, en quien ve una continuidad de los sentimientos
más nobles que experimenta, y en la naturaleza, que se abre como un refugio intemporal”.
Justamente, ese es el problema, ese “parapetarse”. “Tintern Abbey”, como The Prelude,
representa el intento de salvar al poeta del desgarrón subjetivo al que son sometidos los
sujetos experimentales de Lyrical Ballads y de otros poemas, como “Michael” o “Ruth”. Si
estos padecen destinos trágicos, poetizar estos destinos, en la perspectiva de Wordsworth,
era, a la vez, revitalizar el lenguaje poético y otorgar al poeta un lugar seguro, el de quien
era capaz de cantar “la queda y triste música de la humanidad” 11. En este sentido la poesía
es salvación, y la representación poética una forma de mediación psicoestética de las
pasiones que permite domesticarlas como fuente de placer. La crisis de conciencia del poeta
se revela en los relatos autobiográficos como un paso necesario para su apoteosis. 12
Puede pensarse que De Quincey se inclina por la versión de Coleridge, puesto que el
desgarrón de conciencia es un tópico de su escritura y de su imagen. Pero siempre aparece
en él como fracaso melancólico, y se presenta como excusa, arrepentimiento moral, o
lamento. El compromiso de Coleridge con la unidad, con la síntesis superior, con la idea, con
el símbolo, no le permite ver en sus propios experimentos más que una forma estética
fallada, y en el fragmento una inconclusión que deberá resolver el porvenir. Contra
Coleridge, y contra Wordsworth, Confesiones propone tomar en serio la premisa de incluir
al artista en la serie de los experimentos literarios, pero abandonando la normativización
wordsworthiana y la autoinculpación coleridgeana.
Por eso, el adolescente de las “Confesiones preliminares”, la primera parte de
Confesiones, es un scholar satánico, capaz de arengar a las masas en griego, un niño prodigio
que se pierde y erra por seguir una disposición intelectual natural y que cultiva el placer sin
arrepentirse. (El culto del placer tiene en su secreto centro, paradoja de paradojas, la lectura
de Lyrical Ballads.) Su errancia, en la que actúan fuerzas que no puede dominar, evoca la de
los vagabundos de Wordsworth y la de “El viejo marinero” de Coleridge. Pero su destino no
es ni la reconciliación en la naturaleza, ni la aceptación resignada y amarga de un final
trágico, sino una transformación de su organismo biológico en la gran ciudad.
Confesiones, en su primer parte, trabaja subversivamente con un modelo narrativo
que fusiona los relatos patéticos de Wordsworth protagonizados por personajes humildes
con los relatos autobiográficos de salvación del poeta. Los personajes femeninos que se
encuentra en Londres son un indicio de esto: la niña de la casa del abogado y, sobre todo, la
prostituta de Oxford street, son obvias contrapartes urbanas de las campesinas de
10 “Si un hombre ‘que solo habla de bueyes’ se convierte en comedor de opio lo más probable (a menos que sea
demasiado obtuso para soñar) es que sueñe con bueyes, mientras que en el caso que tiene ante sí el lector encontrará
que el comedor de opio presume de ser un filósofo: en consecuencia la fantasmagoría de sus sueños (esté dormido
o despierto: se trate de sueños diurnos o nocturnos) corresponde a alguien que, con tal vocación ‘Humani nihil a se
alienum putat’”, “If a man ‘whose talk is of oxen’ should become an opium-eater, the probability is that (if he is not
too dull to dream at all) he will dream about oxen; whereas, in the case before him, the reader will find that the
Opium-eater boasteth himself to be a philosopher; and accordingly, that the phantasmagoria of his dreams (waking
or sleeping, day-dreams or night-dreams) is suitable to one who in that character ‘Humani nihil a se alienum putat’”
(Wk 2, 12).
11 “the still, sad music of humanity” (Wordsworth y Coleridge 1994: 334).
12 Este es un tema habitual en la bibliografía crítica sobre Wordsworth. Véase en particular M. H. Abrams (1973),
quien analiza el tema de la resolución de la crisis de conciencia, ocasionada por la revolución, en The Prelude, el
extenso poema autobiográfico de Wordsworth. Para una lectura historicista de “Tintern Abbey”, véanse McGann
(1983), Levinson (1986), Chandler (1984) y Johnston (1990).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Wordsworth, y espejos irónicos de su propia situación como marginado social. (Incluso hay
una referencia, que sólo Wordsworth y Coleridge podrían haber reconocido, a la “Hunger-
bitten girl”, la imagen de una niña mordida por el hambre que en El Preludio convierte a
Wordsworth en patriota revolucionario.) 13
A su vez, como en las narraciones autobiográficas de Wordsworth, el sujeto
experimental de Confesiones recorre un camino de crisis que culmina con una resurrección
subjetiva. Es la escena crística en la que, por efecto del hambre, el joven se desvanece y es
revivido por un vaso de licor que le regala la prostituta. De esta forma, Confesiones pone al
término de esta narrativa wordsworthiana, en el momento del renacer, no al poeta de
Wordsworth, sino a un sujeto nuevo, regido por una dieta basada en estimulantes (Russett,
1997: 137).
La segunda parte de Confesiones, a las que el texto llama las “confesiones propiamente
dichas”, narra, como “The Prelude”, el “nacimiento de la mente de un poeta”, sólo que se
trata, en este caso, de un poeta que escribe en prosa y en alianza con el poder del opio. La
figura de Coleridge, previsiblemente, asciende y toma la delantera en esta segunda parte, en
tanto funciona como el término de referencia público para esta nueva subjetividad. Debe
recordarse que Coleridge ya era, en 1821, una contraparte polémica de Wordsworth, de
modo que al apoyarse en él para construir la imagen de su propia mente, reponía también
la conexión polémica con Wordsworth.
Esta segunda parte está dividida a su vez en tres partes, “The Pleasures of Opium”,
“Introduction to the Pains of Opium” y “The Pains of Opium”. Como se sabe, el término
“placer”, desde el conocido tratado de Burke (A Philosophical Enquiry into the Origin of Our
Ideas of the Sublime and Beautiful, 1757), es el correlato anímico de la estética de “lo bello”,
mientras que el “dolor” se correlaciona con “lo sublime”. Si como argumentó D. Paulson
(1983), The Prelude va, en un movimiento de domesticación, desde lo sublime (la
experiencia revolucionaria) a lo bello (la voz poética reconciliada), Confesiones invierte ese
derrotero, y narra un camino que lleva desde lo bello a lo sublime, y asienta aquí el lugar del
poder de la imaginación creadora.
Esta segunda parte lleva primero desde lo bello narcótico y urbano en “The Pleasures
of Opium”, que hoy sería vista como una clara “apología de la droga”, al aislamiento en una
cabaña entre montañas, donde el sujeto confesional, ajeno a la belleza del paisaje, se
encierra en un paraíso hedónico compuesto de libros de metafísica alemana, laúdano y una
esposa angelical (que remeda, en una evidente provocación, a la hermana de Wordsworth).
Este es el decorado de la “Introduction to the Pains of Opium”, que en el texto representa el
momento de mayor felicidad en la vida del scholar (ironía tácita para Wordsworth: esta
escena pertenece a 1816-1817, el momento en que se produce entre ellos una serie de
graves conflictos personales). Y de aquí, el relato nos lleva, primero, a la parálisis física e
intelectual del “scholar”, que solo puede leer fragmentos de Milton, de Wordsworth y de
Economía Política, tramada con numerosas alusiones a Coleridge, y luego al interior de la
mente alterada del “Opium-Eater”, donde se producen, sin que este pueda evitarlo, las
pesadillas.
El opio, como la imaginación, es un poder ambivalente, a la vez exterior o divino, e
interior y corporal, a la vez paradisíaco e infernal, balsámico y venenoso. Produce tanto la
parálisis del “scholar” como las visiones del “Opium-Eater”. Narcotizando al “scholar”, lo que
implica deteriorar las características en que funda su autoridad como sujeto cognoscente,
surge una conciencia semejante a los lugares ruinosos en los que transcurre la literatura
gótica de la época. Y luego, en este lugar o “teatro” se incorporan los “sueños” del opio,
fragmentos textuales que describen, por dentro, el mundo mental del “scholar” intoxicado.
13En la casa de Londres donde reside De Quincey hay una niña de diez años que se alimenta, como él, de las sobras
que deja el dueño. Esta niña de veía “hunger-bitten” (Wk 2, 22), esto es, “hambrienta” o, más literalmente, “mordida
por el hambre”. La visión de una “hunger-bitten girl”, una “nena mordida por el hambre”, en la campiña francesa al
comienzo de la revolución, es el emblema que Wordsworth elige para representar el motivo del compromiso
revolucionario, que encarna en su amigo Beaupuy (IX, 510 [Wordsworth ,1979: 338]).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Esta sección final de la segunda parte de Confesiones, “The Pains of Opium”, que cita
el poema “The Pains of Sleep”, de Coleridge, es una nueva versión del esquema
wordsworthiano en Lyrical Ballads, en cuanto ofrece una teoría del sujeto productor, como
el “Prefacio” de 1800, y un conjunto de sus producciones experimentales, como las baladas.
El poeta, “el hombre que le habla a otros hombres” (McMaster 1972: 48) pero que es,
también, un sujeto extraordinario, es aquí un filósofo yonqui, un sujeto privado de su
voluntad, despotenciado por el exceso del consumo, “con menos poder que un niño, que ni
siquiera puede intentar levantarse de la cama”. 14 Y la categoría psico-filosófica en la que el
genio romántico, tanto en Wordsworth como en Coleridge, pretende fundar su legitimidad,
la “imaginación creadora”, es reemplazado por ese poder material y extranjero, el opio, que
invade y coloniza la conciencia del “scholar”. De este modo Confesiones presenta una mente
que produce los materiales de una poesía nueva en un estado patológico.
Desde luego, la pesadilla como momento de la representación, no es el momento de
la escritura: el acto mismo de escribir pertenece al momento del autobiógrafo, el
colaborador de la London, que registra la historia del opio, como un amanuense o scriptor
de su propia intoxicación pasada. En cierto sentido, esto representa una imprevista
aplicación de la definición de la poesía como “el desborde espontáneo de sentimientos
poderosos, originado en la emoción recordada en tranquilidad” (Wordsworth 1999: 84).
Estas son observaciones ilustrativas y no exhaustivas, pero bastan para mostrar de
qué modo Confesiones de 1821 retomó, en la narración autobiográfica, los temas de
Wordsworth y Coleridge. Es evidente que, en nuestra perspectiva, no estamos ante una
poética antirromántica, aunque desde luego, Confesiones invierte, distorsiona y, de ese
modo, polemiza, con las poéticas de sus maestros. El romanticismo yonqui o drogado de
Confesiones es una forma cultural híbrida, un giro respecto de un modelo estético previo,
que utiliza sus mismas categorías. Toda su carga materialista y psicologista, todas sus
burlas, parodias y subversiones no eliminan los componentes idealistas de la estética
romántica, pero le imprimen una torsión problemática, acoplándolos con contenidos que
esa estética, en algunas de sus versiones dominantes, había pretendido excluir, y cambiando
el signo a ciertas consecuencias no queridas de su puesta en historia, como la inconclusión
y el fragmentarismo. El famoso pasaje sobre las escaleras inconclusas de un falso grabado
de Piranesi, que no podemos analizar aquí, ilustra espléndidamente estas afirmaciones.
Nota bibliográfica
Todas las citas del texto de De Quincey corresponden a The works of Thomas De
Quincey, editado por Lindop Grevel, 21 vols, London: Pickering & Chatto, 2001. Se abrevia
en todos los casos como Wk número de tomo, número de página.
14 “he is powerless as an infant, and cannot even attempt to rise” (Wk 2, 65)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Uno de los clichés más perdurables sobre la poesía romántica es que se trata de una
poesía de la naturaleza. En oposición al Iluminismo, con su concepción mecánica del mundo,
el cual sería análogo a un reloj extremadamente complejo, el Romanticismo habría
desarrollado la visión de un universo orgánico cuya estructura sería más semejante a la de
un árbol u otro ser vivo. El cambio de la metáfora es de por sí elocuente, y sería apenas la
punta del iceberg de una transformación más vasta. El caminante sobre el mar de nubes de
Kaspar Friedrich sintetizaría la actitud típica entre los románticos: admiración estática y
deleite estético que llevan a una comunión espiritual en la que el poeta se sobrepone al
desgarro producido por una sociedad moderna (y mercantil). Este es uno de los aspectos
centrales que hace que muchos críticos hablen del Romanticismo en su totalidad como un
movimiento conservador, ya que sus rasgos definitorios serían la nostalgia por una unidad
perdida y el consiguiente anhelo de reconciliación.
Mi intención hoy es, muy brevemente, complicar esta perspectiva. Para lograrlo
pretendo llevar adelante una estrategia de dos puntas: mi primer y más evidente objetivo
será esbozar corrientes alternativas dentro del Romanticismo, algo bastante fácil ya que la
visión tradicional a la que he aludido sólo es posible a partir de una simplificación radical
del movimiento. Por eso mi segundo objetivo es ir más allá del gesto, bastante remanido a
esta altura, de pegarle a espantapájaros críticos (pues lo que he planteado más arriba no
pasa de ser la simplificación de una simplificación), y considerar en qué sentido las diversas
actitudes frente a la naturaleza que encontramos en los románticos pueden definirse como
modernas o antimodernas.
En la poesía inglesa, donde yace mi interés principal, el mayor exponente de esta
tendencia es William Wordsworth. Cuando la crítica ha intentado establecer un arquetipo
de lo que sería la poesía romántica, Wordsworth ha sido con frecuencia el caso ejemplar, y
la elevación de ciertos elementos de su poesía a rasgos característicos del Romanticismo ha
dado forma a cierta visión crítica de éste. M. H. Abrams, en particular, construyó una lectura
que hace de la reconciliación entre el poeta y el mundo el eje de la poesía romántica. La
consecuencia inevitable de este tipo de esfuerzos es excluir del Romanticismo rasgos como
la ironía, el escepticismo y, eventualmente, cualquier atisbo de humor; en consecuencia,
grandes escritores como Byron y De Quincey aparecen como injertos extraños en una
tradición rígidamente definida, en vez de retoños naturales de esta.
No me interesa descartar esfuerzos como estos, no sólo porque forman parte de
proyectos críticos eminentemente respetables sino porque a menudo, contra sus propias
intenciones, tienen como consecuencia resaltar las excepciones a la regla que pretenden
imponer. Una que surge inmediatamente a la vista es el caso de William Blake, quien afirmó
explícitamente que “Donde el hombre no está la naturaleza es yerma”. En su obra la
naturaleza aparece como una figura alternativamente seductora y despótica, y casi siempre
hostil a la humanidad. Blake siempre sostuvo que la completa emancipación del hombre
requiere su liberación de la tiranía de la naturaleza, que identifica con la necesidad ciega del
universo newtoniano. En su mitología, la Caída ocurre cuando el hombre primigenio,
arrullado por el sueño, cesa en su actividad creadora y empieza a ver a la naturaleza como
algo externo a sí mismo. Ésta se convierte entonces en “Vala”, el velo que cubre sus ojos y lo
lleva a aceptar el engaño de una realidad caída, y Enitharmon, la reina del cielo que preside
los ciclos de una historia catastrófica.
Si bien la relación entre el poeta y la naturaleza en la poesía de Wordsworth es
extremadamente compleja, el subtítulo del Libro VIII del Preludio ofrece un resumen
aceptable: “El amor de la naturaleza lleva al amor del hombre”. Podemos verlo con más
detenimiento en Tintern Abbey. Considerado por Harold Bloom como un Preludio en
miniatura, nos muestra al poeta que regresa, luego de cinco años, a la susodicha abadía en
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
arrasa con la morada de “insectos, bestias y aves”. Si bien al llegar a las llanuras el río se
convierte en “el aliento y la sangre de tierras distantes”, el poder destructivo del torrente
queda latente, sobre todo tomando en cuenta su relación con la mente.
“Mont Blanc” desarrolla una meditación sobre la relación entre la mente y el universo,
en donde la imponente montaña ocupa metonímicamente el lugar del mundo. Por lo tanto,
hay en él una preocupación, por así decir, epistemológica, que no aparece en Coleridge. Para
éste, la naturaleza muestra con claridad la presencia de Dios, pero Shelley es más escéptico,
y por ello su poema está más cerca de aquellos en los que Wordsworth indaga su relación
con el mundo exterior. En la primera sección, la imagen del río Arve que baja de la montaña
ofrece una metáfora para “El universo incesante de las cosas”, que aparece como un torrente
de agua que fluye a través de la mente. La mente, sin embargo, también es un torrente de
agua, y tiene sus “fuentes secretas” de donde emerge “con un sonido a medias suyo”. El
conocimiento surge de una conjunción entre la percepción, realizada a través de los
sentidos, y las ideas de la mente. La metáfora común (el torrente de agua) subraya una
afinidad que, a lo largo del poema, se volverá más ambigua.
En la segunda sección encontramos al verdadero protagonista del poema, el “Poder
semejante al Arve” que baja del glaciar “explotando a través de las oscuras montañas”. La
cuarta sección afirma que “El Poder mora apartado en su tranquilidad”, al margen de todo
aquello que vive y muere, y se muestra “remoto, sereno, inaccesible”; la quinta lo ubica en
la montaña propiamente. Este Poder, que parece habitar el Mont Blanc sin identificarse con
el cerro, ocupa el lugar que en Wordsworth tiene la naturaleza y, en Coleridge, Dios, y es
necesario analizarlo con detenimiento.
Hay un poema escrito el mismo año, “Himno a la Belleza Intelectual”, donde aparece
mencionado el mismo poder con características muy distintas. De hecho podría afirmarse
que no es el mismo, pero la cercanía en la fecha de composición de ambos parece indicar
que Shelley está elaborando dos visiones sobre un fenómeno común. Este “Himno”
comienza afirmando que “La sombra tremenda de un Poder invisible / flota entre nosotros”,
y luego le da el nombre de “espíritu de la Belleza”. El poeta afirma haberlo buscado y servido
toda su vida, y esta actitud devocional recuerda la que Wordsworth despliega frente a la
naturaleza. Cuando termina el poema diciendo que los hechizos de este Espíritu lo “ataron
/ a temerse a sí mismo y amar a toda la humanidad”, estamos en terreno conocido. El Poder,
en este poema, es una brisa de verano como la que le da la bienvenida a Wordsworth al
comienzo del Preludio; se trata de una presencia fundamentalmente benévola.
El Preludio termina con una visión sobre el Monte Snowdon, y aunque Shelley no leyó
el Preludio (pues fue publicado recién en 1850, tras la muerte de Wordsworth y mucho
después de la suya), una comparación entre ambos no es menos iluminadora. El Snowdon
puede ser escalado hasta la cima, y el ascenso de Wordsworth en su poema tiene todas las
características de una unión mística. Shelley, en cambio, debe imaginarse al Mont Blanc
desde el valle de Chamouni, de donde no podría ver la cumbre a la que en todo caso no podrá
acceder, ya que no era posible en ese momento llegar hasta la cima. Debe imaginarlo y, sobre
todo, imaginarlo separado. Resulta enormemente llamativo que, tras iniciar el poema
imaginando al mundo y la mente como torrentes de agua que se mezclan, Shelley lo concluya
con una separación tajante entre ambos.
La quinta sección comienza: “Mont Blanc aún brilla en lo alto – el poder está ahí”; ahí,
no en el poeta. En la cima inaccesible cae la nieve sin que nadie la vea, y esa nieve simboliza
una especie de sanctum sanctorum que Shelley no puede penetrar. La “fuerza secreta de las
cosas” habita en la montaña, y parece que el poema va a terminar en una especie de derrota,
donde la prioridad recae en el Mont Blanc (y en la naturaleza). En ese momento, sin
embargo, la voz poética se recupera y lanza un desafío del que Blake habría estado
orgulloso: “¿Y qué serías vos, la tierra, las estrellas, el mar, / si para el imaginar de la mente
humana / el silencio y la soledad estuvieran vacantes?”. Este grito final, que remite a un
idealismo que pone la consciencia por sobre la materia, traiciona el humanismo que pese a
todo subyace a su proyecto poético, pero no borra lo que vino antes. Es posible, claro está,
otra interpretación: el descubrimiento del poder en la montaña habilita al poeta a lanzar el
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Carl Schmitt concibe al esteticismo como la reacción propia del siglo burgués por
excelencia, el siglo XIX, al derrotero iniciado con el derrumbe de la antigua ontología. Este
derrumbe, que acontece in realitate y no simplemente como una discusión gnoseológica
entre filósofos contra el racionalismo, impulsa a encontrar una mediación que salde el hiato
entre lo racional y lo real. Prendados del individuo fichteano, los románticos le imprimen,
sin embargo, una torsión estético-emotiva. La ironía y la intriga son los modos impolíticos
en que se vinculan con la acción política. Ya bien entrado el siglo XX, cuando el proceso de
secularización ha revelado su horizonte de dominio económico-técnico, el esteticismo
adquiere un significado adicional. Si la estructura del romanticismo político del siglo XIX era
decisiva para la comprensión del esteticismo que alcanza los círculos político-intelectuales
todavía en 1919, la crisis de la década del veinte no hará sino acentuar la tensión con los
que el jurista de Plettenberg nombra como “la generación anterior”. En este sentido, el
esteticismo político resume ahora la ironía y la intriga en la queja nihilista frente al dominio
de lo técnico. La queja romántica no alcanza a reconocer en el dominio económico-técnico
un momento del espíritu. “Nuestra generación”, dice Schmitt, se impone el desafío de mirar
el rostro de la Gorgona y superar esa forma de nihilismo y pasividad política.
ab integro nascitur ordo. La cita en latín cierra la conferencia que Carl Schmitt
pronuncia en Barcelona en 1929. “La era de las neutralizaciones y las despolitizaciones” –
así se llama la conferencia–, va a ser publicada ya en 1932 como apéndice a El concepto de
lo político (Schmitt, 2009: 107-122). Si el texto comienza con una cita en francés (“Nosotros,
en Europa central, vivimos sous l’oeil des Russes”, bajo el ojo de los rusos, bajo el ojo ruso,
como si el ojo fuese un simple órgano o una cámara), cierra su recorrido con las palabras
extraídas de la IV Égloga de Virgilio. Estos dos extremos, desde el ojo ruso en la lengua
francesa hasta el saber que esconde, enigmática, esa expresión de la lengua latina, señalan
el camino que se despliega a lo largo del texto. Desde el dominio de los rusos, del hermano
que se ha revelado como el enemigo más radical, se sale por la vía de una renovación en la
lengua de Roma.
ab integro nascitur ordo. Schmitt elide algunas palabras de la cita virgiliana e
intensifica así su resonancia. Esa reformulación le da la autoridad que puede tener una
máxima, un lema. La cita completa dice: Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo. Del gran
orden de las eras (de las generaciones, también) nace la renovación. El verso de Virgilio fue
interpretado por el cristianismo temprano como una profecía. Este nacimiento de lo nuevo,
el saber que conduce a él, tiene una determinación bastante precisa en la conferencia.
Justamente porque todo el análisis schmittiano está dedicado a mostrar el pasaje que lo
político concreta en cada una de sus mediaciones, desde una esfera de la vida a otra. Desde
su momento fundamental en la metafísica racionalista con el nacimiento del Estado
moderno hasta la radicalización de su inmanencia en lo económico-técnico. A lo largo de
toda la conferencia Schmitt se ocupa de mostrar el modo en que las eras se encadenan una
tras otra, en una dialéctica entre conflicto y neutralización que dinamiza la historia de
Occidente. Sin embargo, las soluciones provisorias frente a la intensificación del conflicto
político no se producen gracias a un progreso lógico. Por el contrario, parten de la voluntad
de una élite política en una situación concreta. El sujeto de esta dialéctica política, del cambio
en lo político, es, como la llama en otro texto previo, de 1923, donde realiza una
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
interpretación del pensamiento político hegeliano, una vanguardia del espíritu del mundo
[Vortrupp des (Welt)Geistes]:
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
La generación alemana que precede a la nuestra estaba dominada por una sensación
de ocaso cultural [Kulturuntergangsstimmung] que se puso de manifiesto ya antes de
la Guerra Mundial, y que en modo alguno tuvo que esperar al hundimiento de 1918 ni
a la decadencia de Occidente de Spengler. En Ernst Troeltsch, Max Weber y Walter
Rathenau se encuentran numerosas manifestaciones de ese sentimiento. El poder
irresistible de la técnica aparecía aquí como gobierno de la falta de espíritu sobre el
espíritu, como mecánica tal vez ingeniosa pero carente de alma. (Schmitt, 2009: 119)
Durante esos diez años de la década del veinte en Alemania, durante esos diez años
en donde acontece el efectivo pasaje hacia el siglo XX, proceso que solamente ocurre gracias
al servicio que presta la estética en la conformación de la Öffentlichkeit durante el siglo XIX
(Schmitt, 2009: 110-111), el esteticismo reconfigura su ironismo en clave de queja [Klage]
romántica ante la decadencia, ante el ocaso cultural. (Schmitt, 2009: 120-122)
El saber integro que la vanguardia de la nueva generación se impone, en tanto partera
del nuevo orden, tiene la tarea de reconocer no solamente en la era de lo económico-técnico,
sino también en la reacción de sus contemporáneos, un momento del espíritu. Este nuevo
saber de “nuestra generación”, empieza por reconocer una profunda continuidad entre los
que se presentan como presuntos adversarios e inscribirlos en el despliegue de un proceso
histórico-espiritual común. Schmitt presenta el cuadro final de este proceso como un falso
enfrentamiento entre la intensa convicción de la anti-religión técnica y la impotencia del
nihilismo esteticista. Señala:
III. Nihilismo
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
figuras liminares del romanticismo, del sujeto del esteticismo político y víctimas de su
“sacerdocio privado”. Dice Schmitt hacia el final del nuevo Prólogo fechado en septiembre
de 1924:
Sólo en una sociedad disuelta por el individualismo la productividad estética del sujeto
pudo ponerse a sí misma como centro espiritual, sólo en un mundo burgués que aísla al
individuo espiritualmente, lo remite a sí mismo y carga sobre él todo el peso que, de
otro modo, estaba repartido jerárquicamente entre las distintas funciones de un orden
social. En esta sociedad está abandonado el individuo a ser su propio sacerdote (…) En
el sacerdocio privado se encuentra la raíz última del romanticismo y del fenómeno
romántico. Cuando se considera la situación de acuerdo con tales aspectos, no se puede
tener siempre en vista sólo a los buenos idílicos, sino que se debe ver también la
desesperación [Verzweiflung] que está detrás del movimiento romántico (…) Se debe
ver a los tres hombres cuyo rostro desfigurado mira fijamente a través del colorido velo
romántico, Byron, Baudelaire y Nietzsche, los tres sumos sacerdotes y, al mismo tiempo,
las tres víctimas sacrificiales de este sacerdocio privado. (Schmitt, 2005: 61)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
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“El lenguaje del arte es no derivable de principios normativos” (Martínez, 2007: 232).
Esta frase de J. M. Martínez puede darnos ingreso a considerar no solo la implicancia
negativa sino por así llamarla “composicional” en términos dialécticos de la relación arte
sociedad. Para Adorno, el arte concentra en sí el carácter dual de ser a la vez un enclave
autónomo y un hecho social, los antagonismos de lo real reaparecen en las obras de arte
como “problemas inmanentes de su forma”. En principio, los residuos miméticos ya se
encuentran mediados en la recepción productiva de la obra de arte, pero éstos en toda su
materialidad e inexpresividad constituyen temas de una reflexión estética. Solo así la obra
de arte puede reclamar, como tanto ha insistido Adorno, la necesidad de la reflexión
conceptual sobre ella. Pero esta normativa muda -y adelantándonos-, no pretende ofrecer
una instancia de reconciliación entre el individuo y la totalidad social, entre el particular y
lo universal, sino más bien exponer su inmanente contradicción en la época presente y de
aquí el carácter de fracaso de la obra de arte auténtica- sólo puede captarse en su integridad
en el problema de la apariencia (Schein) de la obra de arte.
“La apariencia es todavía su lógica” [de la obra de arte]. Con esta afirmación se quiere
sintetizar que la legítima rebelión hacia la apariencia del arte moderno, como carácter
ilusorio, sacude algo más que un aspecto de la obra, ya que lo que ella posee y se entiende
como elementos formales y materiales provienen a ella desde la realidad “y en ella se ha
desrealizado: por eso es siempre su imitación”. Es en el carácter aparencial en el que se
verifica la distancia entre lo artístico y lo empírico, en el que aparece la eficacia social de su
autonomía. Y es en las constancias de su proceso histórico en el que se reactualiza la culpa
del arte, su nexo de culpa social -como lujo y privilegio de clase- que el arte aún carga y que
se observa, más ejemplarmente, en el disfrute de sus versiones más ensimismadas. Las
obras de arte nunca pueden resolver esa contradicción, pero pueden recobrar cierta
autenticidad incluyéndola como contenido y materia prima, como algo que la obra de arte
debe siempre volver a confrontar en toda su virulencia. En este sentido, la culpa que tiñe
todas las obras de arte será una de las mediaciones por las cuales la obra, de otra manera
monádica, está profunda e internamente relacionada con el orden social, que de otro modo
le sería externo” (Jameson, 2010: 206). Pero a la vez, este modo de comportarse de las obras
se opone al “mismo comportamiento mimético mediante el cual las obras herméticas atacan
al ser-para-otro burgués” volviéndose a la vez “culpable mediante la apariencia del puro en-
sí, a la que no se escapa lo que a continuación la destruye” y aún más “[s]i no hubiera que
temer un malentendido idealista, se podría considerar a esto la ley de cada obra, y de este
modo se llegaría muy cerca de la legalidad estética: que la obra se asemeje a su propio ideal
objetivo, no al del artista” (Adorno, 2004: 143). Y es que uno de los momentos centrales de
la Teoría estética se expresa en la reversión dialéctica de lo subjetivo en la objetividad, y más
acusado -tal legado- por el advenimiento al arte de una época nominalista que, al penetrar
en la formación de conciencia, descentra al sujeto a la vez que confiere a esas miríadas de
fragmentos de identidad de un estado objetivo, a la par de los materiales artísticos y los
lenguajes.
“La mimesis de las obras de arte es la semejanza consigo mismo. Esa ley es fundada,
unívoca o plurívocamente, por el enfoque de cada obra; cada obra está comprometida con
ella en virtud de su constitución Esto diferencia a las imágenes estéticas de las imágenes
cultuales.” (Ibid.) Con esta cita es preciso recordar que Adorno trabaja en dos nivele
distintos. Uno referido al “arte” en general y el otro a la experiencia de las obras de arte en
particular, y ello confronta en la tradición moderna líneas de construcción referidas al
debate del arte en términos de, por ejemplo, la crítica literaria. Ésta está centrada en la
identificación de lo propio, de las obras específicas y el registro de los conceptos más
genéricos de la experiencia estética y de lo artístico, que pueden observarse en las teorías
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
estéticas. Y es que para Adorno esta relación dilemática ha de permanecer junto con la
categoría de arte genuino, y ello en virtud de que la producción o trabajo en la obra es a la
vez trabajo en el arte mismo. Esto le permite incorporar los procesos de trabajo artístico
como procesos de trabajo en la historia, y por tal, convocar a la historia en la estética misma;
pero además, incorporar los procesos del trabajo social y su relación a la sociedad de clases,
el acceso a los fenómenos de la falsa conciencia y la reificación -el arte como autónomo y a
la vez hecho social-. Es por el proceso histórico de su configuración autónoma por el cual
cualquier representación fallida de lo en-sí no puede advenirle en su carácter simbólico -en
este sentido las obras de arte aunque más nunca podrán dejar de ser a la vez documento de
la cultura- y por lo cual las obras de arte se diferencian de lo cultual. Al interior del para-sí,
de lo que se tiene como autorrealizado, el proceso de lo que llega a ser idéntico a sí mismo
como obra, fisga lo escindido y lo no-reconciliado, que en vano trata de ser sintetizado, y sin
embargo tiende siempre a realizarse. La autoidentidad del proceso de espiritualización en
el arte, como principio de individuación monádico, pronostica su propia construcción en un
proceso que, por su misma tensión hacia la síntesis, implica más que ella misma: los restos
arrojados de sus interacciones fracasadas con el exterior, con los otros. En la dialéctica obra
de arte y sociedad, la obra no se concibe como abstracta ni como puramente situada. Ella
expresa la realidad normativa de la experiencia concreta de lo irreconciliado de la sociedad
actual en un proceso a la vez factual y abstracto, miméticamente identitario y contradictorio.
Cuando Adorno trata sobre Baudelaire, resalta que “[s]u obra tiene su instante en que
síncopa la objetividad apabullante del carácter de mercancía -que absorbe todos los
residuos humanos- con la objetividad, anterior al sujeto mismo, de la obra en sí misma: la
obra de arte absoluta se encuentra con la mercancía absoluta.” Y más adelante, “[s]i bajo el
capitalismo monopolista se disfruta del valor de intercambio -de la ley de la equivalencia
abstracta-, no del valor de uso, el carácter abstracto de la obra de arte moderna -la irritante
indeterminación acerca de su naturaleza y función- se convierte para la obra en la clave de
lo que ella es.” (Jameson, 2010: 259). La abstracción estética como reacción a un mundo
vuelto abstracto se caracteriza por una prohibición de imágenes. Es la prohibición de tratar
al fenómeno como no privado de sentido, que aquí mienta la pretensión de que la cosa y su
significado puedan poseer un estado de comunicación experiencial, lo que no obstante es
retenido por la obra de arte para mostrar su contradicción y al precio de su mostrar su
impotencia. Las imágenes estéticas caen bajo la prohibición de las imágenes y, en este
sentido, la apariencia estética y aun su máxima consecuencia en las obras herméticas es
precisamente su verdad. Tales obras “no afirman lo que las trasciende como ser en un
ámbito superior, sino que subrayan mediante su impotencia y superfluidad en el mundo
empírico el momento de caducidad de su contenido” (Adorno, 2004: 144).
Algo más sobre este punto. En la obra de arte el momento aparencial posee
determinantes: el proceso de la constitución de objetividad que ella produce -la ilusión de
ser un todo- y la posibilidad material de denuncia “de falta de esencialidad a esa esencia que
manifiesta”. En este sentido, la pretensión de unidad inexistente “procede de la disposición
de la obra de arte y como procedente de ella niega el ser-en-sí aunque por su causa se hizo
esa estructura -y en definitiva el arte mismo- todo lo realizado en arte se vuelve contra él.
“La reproducción de las obras de arte tiene que sacar a la luz su tour de force, encontrar el
punto de indiferencia en que se esconde la posibilidad de lo imposible.” (2004: 146) La obra
de arte expone una pretensión objetiva respecto de la manifestación de lo de que aún no es
como hecho, “como puede ser verdad lo que no lo es según su concepto”, lo que sea
contenido en la obra se expresa por lo aparencial, y en la defensa de ella radica para Adorno
el momento enfático del arte, “la legitimación de su verdad”. Esta apariencia estética es
nuevamente, lo que permite expresar el trabajo del espíritu “productor de las obras” de la
alteridad, ser-para-otro contenida en los materiales.
Pero así aquello que tiene que salvar se le convierte en algo dominado, o incluso
producido por ella; la salvación mediante la apariencia es aparente, y la obra de
arte carga mediante su carácter de apariencia con la impotencia de esa salvación.
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¿Por qué deberíamos seguir distinguiendo lo que llamamos arte, de otros procesos
lindantes con él?
Cuando el arte decide abrirse y expandirse al mundo de la vida, decimos que deja de
haber arte. En sentido adorniano, la desartistización tiene que ver con el problema de la
pérdida de la autonomía. Pero ¿Toda desartistización estaría ligada a trasvasar los límites
de la esfera del arte? ¿Toda desartización implica un estado de forma-mercancía que cancela
las posibilidades emancipatorias imaginadas o supuestas para el arte? Nuestro texto es un
ejercicio fragmentado e incompleto que retoma los conceptos adornianos de forma y
apariencia, para revisar ciertos aspectos de la mencionada desartistización.
¿Por qué leer a Theodor Adorno y su Teoría estética para el despliegue de nuestro ejercicio
reflexivo? La obra de Adorno nos interesa por cómo su búsqueda del potencial de un
pensamiento no identificante se aproxima a una dimensión material, que sigue ofreciendo
conceptos útiles para repensar el carácter fragmentario del arte en sus diversos momentos.
Como es sabido, para Theodor Adorno la obra de arte es algo que irrumpe, que se nos
aparece independientemente de lo que nosotros esperamos, “… al margen de su intención, y
sobre el mundo de las cosas”, siendo al mismo tiempo, cosas, que advertimos gracias a su
apariencia, o su brillo.
Así, el arte es –para Adorno- apariencial cuando es inútil 1, y a la vez, dicho carácter es
inintencional. Ahora bien ¿la apariencia es sinónimo de forma en términos de Adorno? ¿A
qué forma se refiere Adorno y en cuál estamos pensando nosotros? En un arte sin totalidad,
en el cual las obras han dejado de ser un todo integral para ser partes o yuxtaposiciones de
partes sin remisión a ninguna totalidad ¿en qué forma cabe pensar? La organicidad
característica de las obras del pasado ha devenido en una suerte de emborronamiento, en
operaciones de desintegración y disolución cuya recepción ha debido también volverse
difusa y fragmentaria. Con la desintegración del valor organizativo de la forma en su
conjunto la obra ya no es capaz de presentar una apariencia homogénea o un brillo
(„Schein”). En principio, diríamos que no puede –dada su desintegración- aparecer distinta
del mundo cotidiano, es un objeto más entre otros. ¿Qué forma le queda entonces? ¿Una
forma sujeta a la más completa contingencia? Una forma que para Adorno es expresión 2, y
aunque –en calidad de cosa- no pueda ponerse en relación a una totalidad previa, se ve
obligada a autovalerse. En este tipo de obras, las inorgánicas, la forma es expresión en tanto
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en cada obra el arte debe re-inventar sus reglas desde cero y establecer una nueva
normatividad.
Las preguntas que queremos formular aquí son: ¿qué diferencia habría entre este tipo
de forma y la de otras manifestaciones como el dadaísmo y el happening que para Adorno
estaban sentenciadas a pasar desapercibidas en el mundo de la vida? ¿Y qué diferencia hay
entre forma-expresión (del conjunto de objetos de un arte separado del mundo de la vida)
y la forma de los artefactos culturales con los que muchas veces confundimos las obras de
arte contemporáneas?
En la obra de arte del pasado, tradicional, lo que permanecía oculto, en lo sucesivo
comienza a aparecer y se muestra como evidencia. La obra de arte moderna expone el
quebrantamiento que es intrínseco a sí misma, pero que en la obra de arte tradicional
permanecía opaco u oculto. Esta se vuelve contra la apariencia; se vuelve contra el carácter
de aura propuesto por Walter Benjamin. Pero al destruir la apariencia, en la cual
paradójicamente reside su verdad 3 –para Adorno- la obra se queda sin nada. Cuando
decimos sin nada, ¿equivale a decir sin forma?
Aura y desartistización
Por otro lado, después de Adorno, vemos no sólo que la obra de arte aún destruyendo
su aura y en estado muriente o de desaparición, sigue portando algún nivel de apariencia
(la cual debe seguramente provenir de nuevas formas vinculares), sino que, las formas de
la industria de la cultura, en sus lindes, parecieran gozar de un tipo de apariencia semejante.
Entonces: ¿por qué habríamos de negarle la condición de la apariencia cuando dichas
formas comparten con el arte contemporáneo un sinnúmero de rasgos y comportamientos?
Como sabemos el proceso que llamamos desartistización es intrínseco a la evolución
del arte moderno. Este, según Adorno habría tomado como principio el estar quebrado. Es
una exigencia dada por el tipo de relación adquirida con la sociedad: el arte no sería nada si
no fuese por la relación con aquello otro a lo cual se opone. Así, la desartistización o la
pérdida de lo artístico en el arte tiene que ver con la condición de éste de estar quebrado,
problema que se extiende al arte contemporáneo con ciertas notas distintivas. Volvamos
por un momento a Adorno. Para él, el arte tiene que rebelarse contra su apariencia. Pero
cuando lo hace, se vuelve contra su propio concepto. Es decir que se torna la cosa más
incierta. El arte se ha vuelto completamente incierto porque se ha transformado en una cosa
que niega su propio concepto (1980: 10). Incierto es contingente e innecesario, además de
imprevisible. Pero ¿es tal la contingencia?
3 O autenticidad.
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lo que el material de cada período ofrece, sin la necesidad de dominarlo, y al mismo tiempo
generar un lenguaje nuevo de la obra. Es capaz de hacerse cargo de la historicidad del
material y al mismo tiempo resolver el problema o la ley de cada obra de una manera
particular. El nexo de sentido sería el instrumento de la apariencia en las obras de arte. Es el
instrumento de integración de las obras de arte. El sentido podría ser, entonces, el conjunto
de interpretaciones asignables a ese todo más o menos unitario; ese sentido mismo, es lo
que funda la unidad (y esto vale tanto para unidades complejas como las obras de arte del
pasado, en las cuales la organización sensible se continúa en el contenido semántico y
promete efectos de orden pragmático, como también en la unidad mínima poco compleja de
las obras de arte posauráticas 4). El sentido mismo, lo que funda la unidad, se afirma como
presente mediante la obra de arte sin estarlo real o efectivamente.
Decimos que el sentido está presente porque es apariencia y gracias a que se trata de
una obra de arte, aún cuando la organización sensible (la del pasado de la era del arte) esté
ausente. Si la obra de arte es ilusión, esa ilusión de orden ficcional es la base apariencial del
sentido. Lo que se muestra ilusoriamente no está en verdad presente, pero el
funcionamiento de esa ilusión es el nexo de sentido para el conjunto. En el caso de que sea
una obra de arte posaurática, lo que no está presente en efecto, no es la realidad ilusoria
representada a través de la ficción artística, sino dicho carácter ficcional trasladado a la
dramaturgia de la propia obra (Bourdieu, 2006). Lo que no está –en efecto- presente, es el
hecho de que sea una obra de arte (en un sentido normativo previo) ya que lo es
convencionalmente. La obra de arte es –de un modo u otro- una ficción de algo. En el pasado:
una ficción de orden, de armonía, de una realidad referida, y en el presente es una ficción de
que sea una obra de arte. Que sea convencional es que no está realmente, bajo ningún
aspecto estético trascendental. Por eso el sentido que produce la apariencia participa al
máximo de ese carácter de apariencia.
En la obra de arte posaurática uno creería que el nexo de sentido es más simple, o más
evidente, porque se trata meramente de la identificación de un escombro de la realidad
como si fuera algo distinto de lo que es, la predicación de un escombro de la realidad como
obra de arte. Pero viendo la obra como proceso, en realidad el nexo de sentido y la
apariencia están ligados a la dramaturgia de la producción de esa obra de arte. Y el proceso
de la dramaturgia que convierte al escombro en obra de arte es un asunto bastante
complejo. En el arte moderno, prevanguardista, constatamos una dramaturgia y un grado
de convencionalidad alrededor de la obra, pero el peso del nexo de sentido no está puesto
en esa dramaturgia ni en esa convencionalidad, sino en cómo está articulada materialmente
la obra. Y en la obra de arte posaurática más allá de cómo se configuren las operaciones
internas, el peso del nexo de sentido está claramente puesto en esos rituales y en esa
convencionalidad. Porque en muchos casos el artefacto en sí no sería poseedor de una
forma. La forma estaría en lo que rodea a dicho artefacto. Estaría más bien dada por las
condiciones o el contorno que hacen que eso sea una obra. Por ejemplo: obras como la Colina
de hierba de Hans Haacke no tienen inscriptas su forma en el artefacto; la forma está en las
relaciones que rodean a la obra. Cosa que en Adorno se puede extender a la noción de
material. La forma –adorniana- es un concepto que está definiendo las condiciones de
posibilidad de hacer una unidad diferenciada de lo existente, en un sentido amplio y ligado
a la historicidad.
Entonces, por una parte, la forma es lo que garantiza una unidad estética, en un
momento en el cual ella está en crisis. Por otra parte, la época histórica desplaza el concepto
de forma hacia otro lugar: la forma no tiene que ver con la figuración de una unidad estética,
sino al revés, con su desintegración, y sin embargo sigue siendo una forma. Pero, la unidad
estética surge de una especie de cerrazón frente al temor del caos de la naturaleza o la mera
empiria.
La obra de arte posaurática sería aquella que se vuelve tan incierta, por haber sido fiel
al ejercicio de dirigirse contra su propio principio, que tiende a borrar los límites de su
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propia esfera, y con ello, su condición de autonomía. Pero el arte se vuelve contra su propio
concepto en distintas formas, históricamente. En el caso de la fragmentación, esta condición
histórica sería muy importante. ¿Por qué en el mundo del arte contemporáneo, es tan
decisivo el mundo de los objetos? ¿Por qué el arte tiende a presentar o bien a ostentar los
objetos? ¿Por qué tiende a estar referido a ese mundo de cosas y a presentarlas como
enigmas 5?
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
puede leerse como más enigmático que una operación del arte elitario que no sea capaz de
hacer visible sus costuras o las mediaciones que la convierten en enigma. La escenificación
del arte contemporáneo, o de los productos culturales que conviven con él, poseen una
forma, que podría leerse, siguiendo a Adorno, no como mera presencia de la materia
configurada, sino como mediación de la materia (Adorno, 1980: 192).
Porque en última instancia, la forma –y esta vez en un sentido que nos ha permitido
ver Adorno- estaría precisamente en los dispositivos que participan de dicha mediación de
la materia y constituyen un tipo de configuración, que también es un tipo de configuración
social.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Si la obra de arte es –como propone Adorno en Teoría estética– a la vez un hecho social
y un hecho autónomo, en el terreno de la obra literaria el problema mismo de la autonomía
o heteronomía del arte puede empezar a pensarse –según puede verse en un ensayo de
Adorno, “Chifladuras bibliográficas”– en los aspectos materiales y gráficos que cada vez más
parecen regir el mundo de la producción editorial, convierten la obra en mercancía y
parecen ponerse en tensión respecto de lo que en ella quiere cerrarse herméticamente en
sí. Frente a estas propuestas, la reflexión estética de Rancière propone otro modo de pensar
los problemas de la autonomía y de la relación entre palabras e imágenes en la literatura
moderna. En El destino de las imágenes y Aisthesis, Rancière recupera los aspectos visuales
y gráficos de cierta producción editorial moderna y piensa una nueva relación entre
palabras e imágenes inaugurada por el régimen estético del arte, sin reducirla a un hecho
determinado por el mercado y el mundo de las mercancías: allí por tanto podría
reconstruirse un contrapunto con la reflexión que Adorno esboza en “Chifladuras
bibliográficas”.
Mientras visitaba una feria del libro me sobrecogió una extraña aprehensión. Cuando
intentaba entender qué me quería señalar, me di cuenta de que los libros ya no parecían
libros. La adaptación a lo que con o sin razón se tiene por las necesidades de los
consumidores ha alterado su apariencia. Internacionalmente las cubiertas de los libros
se han convertido en anuncios de los libros. Aquella dignidad de lo contenido en sí,
duradero, hermético (…) se descarta como anacrónico. El libro seduce al lector; ya no
aparece como algo que es para sí, sino como algo que es para otro… (…) Globalmente,
se impone el hecho de que los libros se avergüenzan de todavía serlo en general y no
dibujos animados o escaparates iluminados con luz de neón; el hecho de que
quieran borrar las huellas de una producción artesanal para no parecer anacrónicos,
sino llevar el paso de un tiempo del que secretamente temen que ya no tenga tiempo
para ellos mismos. (Adorno, 2003: 332-333). Los subrayados son nuestros.
Recuperemos en primer lugar el espacio de esa experiencia de Adorno: una feria del
libro, espacio en que el libro se vuelve mercancía y se intercambia como tal, que determina
–en términos de Rancière– ciertas formas de exhibición y de visibilidad de la obra literaria.
Allí, súbitamente, Adorno siente que lo familiar se le vuelve extraño; en esa experiencia, los
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
libros entonces ya no parecen libros. Algo está cambiando en sus modos de producción, que
transforman su apariencia. Frente a ese espacio de visibilidad y a esos modos de hacer
emergentes, el pensamiento trabaja e intenta hacer inteligible –no sin cierta molestia e
incomodidad– el cambio. Llaman la atención los términos que Adorno elige para contar y
pensar esa experiencia: todo parece remitir la apariencia transfigurada del libro al mundo
del mercado, la publicidad y la industria cultural, que hacen del libro otra cosa. En efecto,
concluye Adorno, los libros parecen estar avergonzados de ser libros y buscan parecerse a
los dibujos animados o a los escaparates iluminados con luz de neón, borrando de esa
manera toda huella de su producción artesanal.
Hay dos aspectos que a Adorno parecen incomodarle especialmente y sobre los que
gira su reflexión en el ensayo. En un primer plano, lo que le preocupa a Adorno es el nuevo
énfasis en los aspectos visuales y gráficos del libro. Las figuras que asaltan al cliente cual
dibujos animados, los formatos exagerados como automóviles desproporcionadamente
anchos y los colores excesivamente intensos y llamativos como los de los carteles
publicitarios parecen empezar a tener cierto dominio en un ámbito, el de la literatura, en el
que al menos desde Hegel, la palabra no parecía valer ni como mero sonido ni por su mera
forma gráfica sino como signo que remite a sentimientos, representaciones y pensamientos.
Figuras, formatos y colores parecen hacer reingresar de manera impura la materia en una
forma artística, la literaria, que es la que tal vez más había contribuido a su
desmaterialización, volviéndola más espiritual. En un segundo plano, lo que le preocupa a
Adorno no es solo la incidencia de los aspectos visuales y gráficos en la literatura sino
también, en la mediación de esos aspectos con el mercado y el servicio al cliente, la nueva y
estrecha relación que parece tener el arte literario con lo que no es arte, esto es, con la
industria: los libros se empiezan a asemejar y a transformar en automóviles, carteles
publicitarios y escaparates iluminados con luces de neón o en dibujos animados. Así, la
incómoda experiencia de Adorno en esa feria de libros se relaciona de manera profunda con
el problema de la autonomía, al menos en dos sentidos fuertes. De formas cada vez más
intensas, propone Adorno, el libro producido industrialmente está hecho para seducir al
consumidor: ya no busca encerrarse herméticamente en un orgulloso en sí, sino que busca
ser para otro. Sabemos, desde ya, que lo hermético y lo enigmático son categorías centrales
a partir de las cuales Adorno piensa la objetividad y la autonomía de la obra de arte en la
Teoría estética. Por ello, en el relato y la reflexión sobre la experiencia en la feria de libros,
que lleva a Adorno a indagar en los aspectos gráficos de la producción literaria y por tanto
en la particular relación entre palabras e imágenes que implica todo libro, lo que se juega es
uno de los problemas fundamentales de la estética adorniana: el problema de la autonomía.
Si la obra de arte es a la vez un hecho social y un hecho autónomo, si es a la vez un producto
social y una cosa que niega la sociedad del total intercambio (Adorno, 1983: 296), en el
terreno de la obra literaria el problema mismo de la autonomía o heteronomía del arte
puede empezar a pensarse –para Adorno– en los aspectos materiales y visuales que cada
vez más parecen regir el mundo de la producción editorial, convierten la obra en mercancía
y parecen ponerse en tensión respecto de lo que en ella quiere cerrarse herméticamente,
relacionándola a su vez –en forma novedosa– con el mundo cotidiano de los productos
producidos en serie, los nuevos automóviles y los nuevos escaparates iluminados con luces
de neón.
El problema de la autonomía y la heteronomía del arte es asimismo uno de los
problemas centrales que piensa la teoría estética de Rancière. Aquello que Rancière ha
denominado régimen estético de identificación del arte –como una particular relación entre
formas de hacer, sentir, pensar y visibilizar que permiten identificar una obra de arte como
tal, régimen que se estaría formando desde fines del siglo XVIII– implica ante todo una
revolución: la suspensión de las jerarquías, divisiones y oposiciones corrientes en el
régimen representativo entre lo pasivo y lo activo, entre lo sensible y lo inteligible, entre las
artes y los géneros, entre lo visible y lo decible, entre las formas de hacer del arte y otras
formas de hacer de la vida práctica, por tanto entre el arte y lo que no es arte. La
conceptualización de la teoría de los regímenes y en particular del régimen estético es un
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modo de pensar de manera más compleja aquello que se concibió bajo el concepto de
modernidad estética. Esa noción para Rancière es problemática pues tendió a pensar un
tránsito lineal y teleológico entre la tradición y la novedad, entre la representación y la
presentación, entre lo figurativo y lo no figurativo, que confluiría también en la autonomía
de las artes entre sí –concentrándose en sus medios específicos– y en la del arte respecto de
la praxis social en general (Rancière, 2009). La conceptualización del régimen estético busca
pensar de manera más compleja lo que sentimos, entendemos e identificamos como arte
desde fines del siglo XVIII. Y ello puede comprenderse inicialmente si se considera el
carácter paradojal del régimen estético, porque –señala Rancière– a la vez que la revolución
estética desbarata las jerarquías y funda así la autonomía del arte, ella no deja de ser una
particular forma de la heteronomía, ya que todo el tiempo el límite entre el arte y lo que no
es arte parece difuminarse. Asimismo, el régimen estético establece una nueva relación
entre lo decible y lo visible: la palabra, en tanto hecho de discurso, puede volverse
súbitamente muda, adoptando las potencialidades de lo visible y convirtiéndose en un puro
hecho sensible, mientras que lo visible puede encarnar ahora la fuerza de las palabras y
volverse un hecho de significación y concepto.
Ya en El reparto de lo sensible Rancière reflexionó sobre el rol que tuvo el plano de la
página en la revolución implicada por el régimen estético. La página es pensada allí en sus
diferentes formas, tanto simbólicas como materiales: así, en el paradigma de la página se
dio la democracia novelesca, la democracia de la escritura tal como la simboliza la novela
realista, que hace entrar de modo indiferente cualquier tema en el ámbito de su
representación, en una absoluta igualdad; pero también se dio en el mismo paradigma de la
página, según Rancière, un entrelazamiento material de los poderes de la letra y de la
imagen. En efecto, durante el siglo XIX, se produjo un cruce cada vez más intenso entre la
cultura tipográfica y la cultura iconográfica, y entonces las ilustraciones en viñetas y
estampas se relacionaron en formas inéditas con las innovaciones diversas de la tipografía
romántica. El plano igualitario de la página impresa desbarata así el reglaje que en el
régimen representativo establecía ciertas relaciones jerárquicas y la distancia entre lo
decible y lo visible. Pero también, en la misma superficie, se disuelve la división entre el arte
puro y las decoraciones del arte aplicado. Aquello que se anula, en última instancia, es la
diferencia entre el arte literario y las prácticas de los diseñadores que producen esos autos
y esos escaparates que indignaban tanto a Adorno. Por ello, para Rancière, esta modalidad
de la página ha jugado un rol tan importante, generalmente subestimado, en el trastorno del
régimen representativo y en las implicancias políticas de la revolución estética (2009: 13-
14). La planicie de la página, tal como se la concibe y practica en el siglo XIX, es la de una
interfase creada entre el poema y su tipografía o su ilustración, así como entre el poema y
el objeto decorativo. Y esa interfase es política en tanto desbarata la lógica jerárquica del
régimen representativo. Este separaba el mundo de las imitaciones del arte
distinguiéndolas respecto de otros modos de hacer; a su vez, su organización jerárquica –
particularmente la primacía de la palabra sobre la imagen– constituía una analogía respecto
al orden político social. Frente a ello, la revolución estética opera el entrelazamiento
igualitario de las imágenes y los signos sobre la superficie tipográfica, así como la promoción
del arte de los artesanos al gran arte. De esa manera se realiza un nuevo reparto de lo
sensible (2009: 16) y en eso radica el carácter político del nuevo modo en que se articulan
lo decible y lo visible en el régimen estético. Por ello, el reconocimiento del rol que el plano
de la página o –más en general- la “superficie de diseño” (Rancière, 2011a) tuvo en la
constitución del régimen estético del arte permite discutir, para Rancière, dos ideas
fundamentales en las concepciones usuales de la modernidad estética: por un lado, la idea
de la autonomía de las artes entre sí, que se quedarían cada una en su esfera específica,
trabajando sus propios medios y materiales; por otro, la idea de una diferencia entre el arte
autónomo y el arte heterónomo. El diseño, en tanto superficie sensible común, puede ayudar
a repensar críticamente lo que se concibe como modernidad, empezando por el concepto de
autonomía que está en su base.
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Maximiliano Correia
UNMdP
[email protected]
Introducción
De esta forma, la ligazón que existe entre la estética y la política vislumbra las
prácticas y las formas de la visibilidad del arte en la repartición de lo sensible. Por lo tanto,
para Rancière el arte no goza ni reconstruye espacios autónomos, sino que siempre está
entrelazado en la asignación y distribución espacio–temporal que constituyen la
experiencia común.
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Lo que podemos inferir a partir de las tesis propuestas por Rancière, es que el arte es
portador de una función específica, la de reconfigurar y posibilitar espacios nuevos en el
reparto del mundo común. Por consiguiente, el arte no es político en tanto su contenido, sus
enunciados o alusiones respecto a alguna situación particular de la vida en sociedad, sino
que lo es en su forma de intervención en la división y reparto de lo sensible.
Veremos en lo que sigue cuanto de esta teoría se enlaza con la tradición filosófica y
cuánto es una deuda con el análisis del arte contemporáneo en el marco de la cultura
capitalista. Finalmente, analizaremos las dificultades y potencialidades de la propuesta de
Rancière.
Por otra parte, la estatua griega con la que alegoriza Schiller, viene a expresar aquella
“apariencia libre” que no debe entenderse desde la concepción modernista de autonomía
material de la obra, sino como ruptura con las formas ordinarias de la experiencia sensible.
Según Rancière, lo que caracteriza a la estatua es la ociosidad o indiferencia, no está
prescripta ni se ajusta a los criterios representativos como tampoco se circunscribe a
elementos intrínsecos que expresarían una verdad que remite a lo divino. La estatua está
inscripta en un régimen que la despoja de sus posibles elementos litúrgicos como también
del trabajo escultórico que aspira a representar desde la convención, una figura
conveniente. A estas dos posibles formas de entender la estatua, nuestro autor las denomina
de una forma particular, la primera descripción obedece a lo que define como régimen ético,
la segunda descripción remite al régimen representativo. Rancière considera que la estatua
imaginaria de Schiller es una de las primeras formulaciones del régimen estético del arte:
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
relación con las formas ordinarias de la experiencia sensible marcadas por estas
dualidades. Tiene lugar dentro de una experiencia específica que suspende las
conexiones ordinarias no solamente entre apariencia y realidad, sino también entre
forma y materia, actividad y pasividad, entendimiento y sensibilidad. (2011:40)
A más de dos siglos de la obra schilleriana, los problemas en torno al arte siguen
vigentes, particularmente en lo que respecta al arte crítico contemporáneo, inserto en el
actual capitalismo imperante en todo el mundo, al cual cada vez se hace más difícil
encontrarle fisuras o puntos de superación. Rancière parte de la idea de que el arte crítico a
lo largo de todo el siglo XX, aspiró a concientizar sobre los efectos aniquiladores del sistema
de producción capitalista que lleva a cabo y ejerce mediante diversas formas de dominación,
sin embargo, a pesar de las grandes aspiraciones que suscitaron todo tipo de proyectos e
invenciones artísticas, en el arte crítico anidan una serie de paradojas y problemas que
merecen ser reflexionados.
En su libro “El espectador emancipado”, Rancière analiza minuciosamente ciertos
aspectos del pensamiento crítico en el campo artístico. Lo que nos interesa aquí
particularmente, es mencionar que, en la reflexión pertinente a estos temas, el autor no se
limita a manifestar una visión escéptica con respecto a la potencialidad del arte como
herramienta de denuncia mediante sus intervenciones, sino que pretende acentuar ciertas
aporías inherentes que se presentan en la actualidad como reversos de su propósito. De esa
forma sostiene:
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de Estados Unidos que había detrás de la vida armoniosa y pudiente que ostentaba la
sociedad de consumo. Mientras que en el segundo ejemplo se centra en la muestra de
imágenes de la fotógrafa Josephine Meckseper en 2005, en la que se mostraba la indistinción
existente entre el mundo mercantil y las acciones de resistencia.
De este modo, lo que nos propone Rancière con cierta agudeza capciosa es tomar
distancia de los contenidos canónicos que constituyen la tradición crítica, sin caer en
complacencias que afirman con absoluta pasividad el orden dominante. Lo que introduce el
autor como perspectiva posible, es pensar el arte crítico como la manifestación de la
reproducción clásica sujeto a las tesis de la filosofía de la historia las cuales expresan que el
advenimiento de una etapa superior es inexorable. El problema radica en que el afán
emancipador ha sido debilitado frente a la incapacidad manifiesta del arte crítico para
generar una conciencia colectiva movilizadora capaz de promover un cambio estructural.
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El espectáculo y la música tienen múltiples resonancias con los textos, los cuales forman
una especie de cuerda sonora tensada por el hombre en el espacio y la eternidad
cósmicos; cuerda de ideas, de ciencia, de revelaciones entorchadas en ella. El
espectáculo se forma con armónicos de esta cuerda cósmica. (Iannis Xenakis, Música de
la arquitectura)
La filosofía es producida desde afuera, hay que hacer cualquier cosa para poder
producirla desde afuera, afirma Deleuze. En este caso ese afuera es la música, es la
producción de Xenakis. La música resuena en los textos, los conceptos repercuten en el
sonido, formando una cuerda tensada de ideas sonoras y conceptuales que conectan al
compositor Griego Iannis Xenakis y al filósofo Francés Gilles Deleuze en un complejo
ensamble. El presente texto tiene la pretensión de ser una primera aproximación, a un
trabajo más exhaustivo y profundo, sobre el encuentro entre la filosofía y la música a través
del signo, es decir, de la producción semiótica. En este sentido es un trabajo que tiene el
carácter de abierto, de lo que se encuentra en proceso y como tal sustento a
transformaciones, a metamorfosis. Por esta misma razón, no pretende ahondar en
precisiones para así poder privilegiar las conexiones, es decir, no se desarrollara aquí la
profundidad y la complejidad de los pensamientos de Iannis Xenakis y Gilles Deleuze para
poder establecer vínculos entre ellos. Tales vínculos estarán regidos por cuestiones en torno
al signo, lo interesante y por el encuentro, como ideas transversales y problemáticas que
resuenan en ambos pensadores.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
verdadera dignidad y forman también parte de ella. Así, el Diatopo, creado por Xenakis como
un único espacio para el espectáculo arquitectónicamente diseñado, a la vez visual, música
y material, propone un reflejo miniaturizado del universo, que gracias al arte se identifica
con el pensamiento. 1
Pero lo que tenemos que advertir es qué quiere decir Xenakis con interesante, o lo
que es lo mismo para el compositor, qué entendemos por <que arrastra>. En contraste con
el término bello, interesante o que arrastra escaparía al lenguaje cotidiano y a ciertas
discusiones filosóficas, al igual que a las determinaciones sensibles. Y estría ligado a un
modo de percibir, en este caso, la música. Pues, según el compositor Griego, la música admite
varios niveles de audición. Logra expresar todas las facetas de la sensibilidad, más cercana
o más lejana a uno u otro término. Puede ser meramente sensual aunque no por ello menos
potente y llegar a lo hipnótico, o por el contrario, llevar la sensibilidad a lo desconocido, a lo
inexperimentado, a lo que no ha sido sentido.
Ciertamente cuando la música logra por sí misma ese sentimiento de inminencia que
nos sumerge en ese abismo absorbente se vuelve interesante, pues ha alcanzado la
sensación. En este sentido, interesante quiere decir que arrastra la sensibilidad, o más bien,
que la sensibilidad es arrastrada y sumergida en ese abismo en el cual es absorbida el alma.
Pero estos abismos, afirma Xenakis, “son incognoscibles, es decir, su conocimiento es una
huida eterna y desesperada” (2009:353). Una y otra vez, el matemático y compositor griego
nos remite y nos reenvía a estos abismos con los que pretende trata o entre los que pretende
trabajar, abismo a lo desconocido, a lo aun no sentido, que desgarra la superficialidad de los
sentidos colmando las funciones orgánicas. Es en estos abismos, que nos arrastran en una
huida eterna y desesperada, que la audición es llevada más allá de sus posibilidades, donde
el oído es arrastrado por una compleja masa de glissandos a lo inaudible que se hace oír. En
efecto, el Diatopo o ese universo miniaturizado concebido por Xenakis, cual fenómeno
cósmico sin referencia a nada conocido, busca liberar la audición para así disponernos a ese
sentimiento particular de espera y anticipación del misterio que no es sino lo nuevo que se
precipita. Por consiguiente, la creación de nuevos universos sonoros, de sensibilidades
renovadas reclama nuevos términos, diferentes categorías que puedan dar cuenta de ellos.
De esta manera, una categoría como la de interesante sin ninguna referencia a belleza ni a
nada conocido, puede dar cuenta de una sensibilidad que se mantiene abierta a lo
desconocido y a lo indeterminado, a la sensación.
En continua resonancia con lo planteado por Xenakis, aunque en un plano diferente,
Gilles Deleuze nos dice que son categoría como las de interesante, notable o importante en
contraste a la verdad las que inspiran la filosofía, las que determinan su éxito o su fracaso.
Siendo esto, una filosofía interesante es aquella que crea concepto, que aporta una imagen
del pensamiento y engendra personajes conceptuales que valgan la pena. He incluso, un
concepto por más repulsivo que sea, tiene que ser interesante. Hay conceptos universales,
con formas y valores eternos, que son los más esqueléticos, los menos interesantes. Estos
son conceptos viejos y desgastados, que han perdido su significado, que han perdido su
sentido. Son aquellos que se han vuelto superficiales, estereotipados y coartan la creación
(Deleuze & Guattari, 2009:84-5). Bajo esta óptica, bello es un término que ha devenido un
1 “Como nuestro universo está formado por granos (la materia) y por rectas ( los rayos fotónicos), gobernado por
leyes estocásticas (probabilidades) o deterministas, este espectáculo propone un reflejo miniaturizado de él, aunque
simbólico y abstracto. Música y sonido se unen, así, una con otro. En cierto modo es la <armonía de las esferas> del
cosmos que, gracias al arte, se identifican con la del pensamiento.” Xenakis, I. Música de la arquitectura, Akal, España,
2009, p. 356.
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El mundo exterior se vuelve interesante cuando se hace signo y pierde así su unidad
tranquilizadora, su homogeneidad, su apariencia verídica. Y, en cierto modo, el mundo
no cesa de hacerse signo y no se compone sino de signos, a condición de que seamos
sensibles a ellos (Zourabichvili, 2004:52).
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47
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I.
1 A pesar de la respuesta de Habermas a la intervención de Jay constituye, según creemos, un punto de inflexión en
la estética comunicativa, la misma no ha despertado gran entusiasmo entre los comentaristas, por lo menos en el
contexto latinoamericano. Por ejemplo, uno de los pocos intérpretes argentinos que se centró en la estética
habermasiana considera a esta intervención un intercambio protocolar de halagos y aclaraciones de autores cuyo
pensamiento de fondo no difiere demasiado. Pero la contestación de Habermas a Jay parece contener mucho más
que esto. Lo que parece ser pasado por alto no es sólo el importante correctivo para la estética comunicativa que
Habermas introduce allí (lo cual en sí mismo ya sería digno de atención). Con ello también pasa inadvertida la bisagra
que implican estas palabras de Habermas en relación con el camino que, de ahora en más, tomará la configuración
de una estética posadorniana reformulada a través de las categorías brindadas por la teoría de la comunicación.
Véase, Burello, Marcelo: “¿Esfera de valor o esfera devaluada? Habermas versus lo estético”, en GAMBAROTTA,
Emiliano et. al. (Eds): Estética, política, dialéctica. El debate contemporáneo. Buenos Aires, Prometeo, 2015.
48
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
II.
2 Para una crítica de esta perspectiva, véase ROCHLITZ, R.: “Estética y racionalidad. De Adorno a Habermas”, en Revista
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veleidades del arte (como parece cuestionar Rochlitz), lo cierto es que Habermas, siguiendo
las sugerencias y replanteos de Wellmer, intenta explicitar un criterio estético para enjuiciar
las obras que permanece subsidiario de la función hermenéutica del lenguaje -el abrir los
ojos- con el fin de revitalizar prácticas discursivas de la vida cotidiana entumecidas o
culturalmente empobrecidas. El riesgo de lo que Adorno denunciaba con el título de
“desartización [Entkunstung] del arte” salta a la vista. Tanto para Habermas como para
Wellmer, la Stimmigkeit artística queda sujeta, en última instancia, al efecto que produce en
las interpretaciones de los receptores, a la intervención de las obras de arte sobre el plano
cognoscitivo, normativo y expresivo. Stimmigkeit no refiere ni a una capacidad, ni a una
práctica que podría ser lograda, tanto instrumental, cognoscitiva o moralmente (Habermas,
1990). Stimmigkeit es aquí un fenómeno de interferencia que favorece nuevos modos de
percepción del mundo objetivo y social y posibilita, o mantiene siempre latentes,
experiencias inauditas en la vida cotidiana.
III.
3Una breve referencia sobre la importancia que tuvo la obra de Wellmer y de Seel para decidirse a cuestionar el
expresivismo de Teoría de la acción comunicativa se encuentra en “Excurso: trascendencia desde dentro,
50
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
asuntos artísticos y estéticos. Mientras tanto, la dimensión estética y los procesos artísticos
han adquirido en el tratamiento brindado por ellos un nuevo espesor teórico. En muchos
puntos, estos nuevos desarrollos atentan quizá contra el núcleo de la teoría de la
racionalidad comunicativa de Habermas. La dialéctica negativa de los efectos de las fuerzas
detonadas en el juego estético y las capacidades de los sujetos, que en la actualidad
desarrolla Menke, en tensa proximidad con los planteos deconstructivistas, es un buen
ejemplo de ello (Menke, 2008).
IV.
trascendencia hacia el más acá" (1988), en Textos y contextos (1996: 167). La referencia al trabajo de Menke se
encuentra en Habermas, J. (1995: 552)
4 “En el discurso estético, finalmente, lo que está en juego no es ni la validez de los enunciados, ni la rectitud de las
acciones, sino el sentido y la feliz plasmación [logro] de los objetos estéticos, es decir, su “pretensión (estética) de
validez” Wellmer, A. (1994: 187s).
51
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
5 “Y así como el cometido de las razones en el discurso práctico es mostrar que la norma cuya aceptación se
recomienda representa un interés generalizado, así también en la crítica estética las razones sirven para llevar a la
percepción de una obra y hacer tan evidente su autenticidad, que esa experiencia pueda convertirse en un motivo
racional para la aceptación de los correspondientes estándares de valor”, Habermas, J. (1999a: 40).
6 Véase, Wellmer, A. (1994: 187).
7 Véase, Honneth, A.: “Disonancias de la razón comunicación. Albrecht Wellmer y la teoría crítica”, (2009: 179-194).
52
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
aparecer de Martin Seel, 8 hasta la estética de la fuerza de Christoph Menke. 9 Sus reflexiones
quizá constituyan hoy herramientas fundamentales tanto para volver a pensar el significado
actual de lo estético en la teoría crítica, como también para discutir la apropiación efectuada
del legado de Adorno.
8 Véase, Seel, Martin: Die Kunst der Entzweiung. Zum Begriff der ästhetischen Rationalität. (1985). Del mismo autor,
véase: Estética del aparecer. (2010).
9 Véase, Menke, Christoph: La fuerza del arte. Santiago de Chile, Metales Pesados, 2017.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Tal como ha señalado Christoph Menke en el año 1991, la estética de Adorno no solo
permitía auscultar el arte moderno y su crisis inmanente, sino también efectuar una crítica
demoledora de la realidad social establecida. Sin embargo, dicha concepción estética se
sostenía sobre dos presupuestos cuya validez fue progresivamente puesta en duda desde
finales de los años 60. En primer lugar, la idea de una estética de corte negativo resultaba
indisociable de una filosofía de la historia que asumía la posibilidad de una transformación
social de carácter radical. En segundo lugar, la estética adorniana resultaba dependiente de
un concepto enfático u objetivo de obra de arte. El primer fenómeno remitía a la famosa
tesis de fin de las ideologías o de los grandes relatos (Lyotard) mientras que el segundo
hundía sus raíces en los cambios que se produjeron desde los años 60 en el ámbito artístico.
En el marco de la estética alemana estos cambios fueron definidos en términos de
“desdiferenciación” [Entgrenzung] (Rebentisch, en Galfione y Juárez ed., 2018) y fueron
vinculados, en primer lugar, a la disolución de la obra de arte a partir de la incorporación de
la perspectiva del espectador y, en segundo lugar, al borramiento de los límites del ámbito
estético (Liessman, 2003).
Durante los años 60, la crítica a la filosofía de la historia tuvo como objetivo prioritario
el cuestionamiento de los aspectos autoritarios del pensamiento marxista tradicional,
mientras que el surgimiento de las formas performativas apuntó a desmontar los momentos
elitistas del arte modernista de comienzos del siglo XX. No obstante, a la luz de la
radicalización del movimiento estudiantil y de la experiencia del terror de los años 70,
algunos pensadores alemanes experimentaron la necesidad de desvincular el abandono de
los discursos histórico-filosóficos y la crisis de la obra de arte tradicional de la retórica
antiinstitucional con la cual estos dos fenómenos se hallaban asociados. Podría pensarse
que, pese al sentido ideológicamente inverso de sus planteos, en este punto la ética del
discurso habermasiana se encontraba con la rehabilitación de la filosofía práctica que
realizaron autores como Rüdiger Bubner (1989: 9-51). De hecho, en ambos casos, el
abandono de la filosofía de la obra de arte y el rechazo de toda perspectiva de carácter
histórico-filosófico coincidían con el distanciamiento con respecto al pensamiento de
Adorno o, al menos, con la desarticulación de la idea adorniana de una crítica de carácter
radical.
Esto último probablemente explique el particular esfuerzo de estos autores por
apartarse de la concepción estética adorniana. En una sociedad en la cual las acciones
contestatarias eran rápidamente coaptadas por el sistema, el arte moderno radical no
constituía un lujo o un entretenimiento, sino que se presentaba, para Adorno, como uno de
los pocos reductos para el ejercicio de la crítica. En el caso de Bubner esto es mucho más
claro que en el de Habermas porque su crítica a la estética adorniana apunta a desvincular
la dimensión estética de todo tipo de influjo de carácter político y social. Para Bubner, si
Adorno había logrado atribuirle una dimensión crítica al arte moderno radical, había sido
en función de la asociación de la obra de arte con un contenido de verdad de orden filosófico.
Pero esta asociación no solo se basaba en una concepción caduca de la obra de arte, que
había entrado en crisis con las vanguardias artísticas, sino que tenía como consecuencia la
sujeción del arte a imperativos de carácter filosófico. A los fines de evitar este peligro,
Bubner proponía una vuelta a la estética kantiana y a su concepto de apariencia estética,
esto es, una vuelta a un tipo de perspectiva que liberaba la dimensión estética de todo
contenido de orden ontológico. Más allá de lo problemática que pueda resultar esta lectura
de la Crítica de la facultad de Juzgar de Kant –tema que no podemos analizar aquí-, es
necesario aclarar que, tras la crítica de Bubner a la heteronomía de la estética adorniana, no
se encuentra una defensa radical de las tendencias del arte contemporáneo a deshacerse de
54
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
todo tipo de parámetros preestablecidos (Ibid., 149). De hecho, la defensa que hace Bubner
de la autonomía del arte va de la mano de una fuerte crítica de las tendencias
antiinstitucionales del arte vanguardista y neovanguardista. En este sentido, Bubner se hace
eco de las conocidas críticas conservadoras a la modernidad estética y coloca a la estética
marxista del siglo XX en este mismo registro. Al atribuirle al arte una dimensión crítica sobre
el ámbito social, la estética marxista no habría hecho más que fortalecer la propia tendencia
de la modernidad estética hacia una estetización radical del mundo de la vida. La respuesta
de Bubner frente a este problema no es demasiado difícil de adivinar, pues, si la modernidad
estética amenazaba la estabilidad social, era necesario hacer que el arte retornase a los
museos y que quedase confinado en ellos, por una parte, y que la organización social fuera
colocada en manos de una racionalidad práctica de cuño aristotélico, por la otra.
En el caso de Habermas, en cambio, las críticas van dirigidas fundamentalmente
contra el carácter negativo de la concepción estética de Adorno. Por cierto, lo que está en
discusión aquí no es la necesidad intrateórica del carácter negativo de la estética adorniana.
De hecho, Habermas reconoce que esta concepción estética es absolutamente consecuente
con el diagnóstico social que hace Adorno. Pues, si la sociedad completamente administrada
se concebía como el resultado de un trastorno que se hallaría ubicado en el núcleo mismo
de la racionalidad, entonces la autenticidad del arte moderno no podía radicar sino en su
completa alteridad con respecto a todo lo existente (Habermas, 1999: 483). No obstante,
Habermas cree que este diagnóstico social, que habría forzado a Adorno a cortar de raíz
todo vaso vinculante entre el arte y la sociedad, reposa sobre una concepción limitada de la
racionalidad. Desde su perspectiva, una concepción más amplia de esta última, permitiría
visibilizar sus potencialidades comunicativas y disolvería, por ende, los presupuestos
teóricos sobre los que reposa la concepción negativa de la dimensión estética que defiende
Adorno (1988: 188) 1.
Pero la teoría habermasiana de la acción comunicativa no solo torna innecesaria la
posición estética de Adorno sino que permite redefinir, además, el tipo de relación que se
establece entre la dimensión estética y el mundo de la vida. En este punto resulta necesario
tener en cuenta la redefinición de las patologías sociales que realiza Habermas a partir de
su concepción comunicativa de la racionalidad. Pues, en la medida en que dichas patologías
son remitidas al desequilibro entre los aspectos instrumentales y comunicativos de la
racionalidad (1999: 506), la inconmensurabilidad con el mundo de la vida, que presupone
la estética adorniana, ya no puede ser entendida como el último reducto de la crítica. Antes
que preservar un espacio para lo no idéntico en el marco de una sociedad completamente
administrada, ella tendería a profundizar, más bien, las propias condiciones que hacen
posible el funcionamiento incorrecto del sistema social. Por ello mismo, pese a todos los
méritos específicos de la estética adorniana, su insistencia en la negatividad radical la
convertirìa, en términos generales, en parte del problema antes que de la solución. La teoría
de la acción comunicativa, en cambio, permitiría apropiarse de la dimensión estética desde
una perspectiva verdaderamente crítica, pues, lejos de radicalizar el momento negativo, ella
sería capaz de advertir el potencial comunicativo del arte y de enfatizar el modo en que este
puede contribuir a renovar una praxis cotidiana empobrecida y convencionalmente
entumecida (Habermas, en Foster, 1986: 33). Aquí el giro habermasiano hacia una estética
de corte comunicativo se encuentra con las tendencias del arte contemporáneo hacia una
desdiferenciación de la obra de arte tradicional. 2 De hecho, en ambos casos, el arte se define
en función de su capacidad para intervenir en nuestras representaciones y en nuestra
relación con nosotros mismos. No obstante, la perspectiva habermasiana tiende a dejar de
lado las tendencias antiinstitucionales del arte contemporáneo y, abandonando toda
referencia a lo radicalmente otro, a asignarle al arte un lugar apropiado en el marco del
funcionamiento normal de las instituciones liberales.
55
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
En este sentido, sería posible decir que Bubner y Habermas se sirven de la crisis de la
concepción tradicional de la obra de arte para volverse contra los aspectos vanguardistas
del pensamiento de Adorno y para apuntalar la revalorización de las instituciones artísticas
y políticas que tuvo lugar después de la crisis de los 70. 3 Otros autores, como Peter Bürger
y Karl Heinz Bohrer, en cambio, asumen una actitud crítica frente a este repliegue político y
estético y procuran recuperar el momento revolucionario de la vanguardia de comienzos de
siglo. Bürger tacha a la neovanguardia de conservadora por su institucionalización de la
crítica vanguardista al concepto de obra de arte tradicional, y responsabiliza tácitamente a
Adorno por esta neutralización del contenido revolucionario de la vanguardia. Desde su
perspectiva, Adorno habría interiorizado la crítica de la vanguardia a la institución arte y
habría preparado, en tal sentido, el uso institucional de los recursos vanguardistas que tuvo
lugar desde finales de los 60 (Bürguer, 1995: 118s).
En un sentido político radicalmente opuesto, Bohrer coloca el momento
auténticamente revolucionario de las vanguardias de comienzos del siglo XX en su oposición
a aquellas categorías extraestéticas (histórico-filosófica y en última instancia ética,
vinculadas a la autoconservación) por medio de las cuales la estética filosófica había
procurado domesticar al arte desde finales del siglo XVIII. El surrealismo, en especial, habría
insistido en el carácter irreconciliable del arte con el orden social y habría hecho un arte de
la subversión de los límites establecidos. Este contexto, si Bohrer critica a Adorno no es por
lo que de antiinstitucional hay en su pensamiento sino más bien por lo contrario. Al igual
que Bürger, Bohrer le atribuye a la inconsecuencia de la estética de Adorno una
responsabilidad importante en la reinstitucionalización y normalización del arte, que tuvo
lugar desde los años 60. Para él, dicha institucionalización habría seguido la línea del
pensamiento del Adorno en la medida en que habría sido el resultado del intento por
establecer una relación entre el arte y lo político. El mayo francés y su deformada
recuperación del surrealismo serían herederos, en este punto, de los momentos histórico-
filosóficos que, pese a sus virtudes, permanecen presentes en Teoría estética de Adorno
(Bohrer, 2002: 176).
Pese a sus notables diferencias, los cuatro autores mencionados constituyen el
trasfondo a partir del cual han adquirido forma las perspectivas de los representantes más
actuales de la teoría crítica, esto es, las perspectivas de autores como Albrecht Wellmer,
Christoph Menke y Juliane Rebentisch. En este sentido, resulta crucial el impulso crítico de
las instituciones que se encontraba presente en la lectura que hacía Bürger de las tendencias
artísticas vanguardista, pero también las críticas de Bubner y de Bohrer a la estética
adorniana. De hecho, pese al carácter conservador de estas dos últimas perspectivas, no era
posible soslayar ni el señalamiento de Bubner con respecto al carácter heterónomo de la
Teoría estética de Adorno, ni la posibilidad de superar esta crítica que ofrecía la insistencia
de Bohrer en los aspectos retóricos y efectuales de la dimensión estética.
No obstante, el elemento determinante para la configuración de la estética
posadorniana lo constituye, sin duda, la teoría habermasiana de la acción comunicativa.
Pero si bien los actuales desarrollos de la teoría crítica serían impensables sin la
revalorización habermasiana de las instituciones democráticas y de su giro hacia una
estética de corte comunicativo, la posición de autores como Wellmer, Menke o Rebentisch
frente a la teoría de la acción comunicativa tampoco carece de ribetes críticos. Estos se ven
reflejados de una manera particularmente clara en la importancia que le otorgan estos
autores a la recuperación de la figura de Adorno, frente a la tendencia de Habermas a
identificarlo con la metafísica tradicional o a concebirlo como un anticipo de la debacle
postestructuralista de la racionalidad. De hecho, la “vuelta a Adorno” de estos autores puede
3 En una visión panorámica para el Handbuch Adorno, Richard Klein llama la atención acerca de la tendencia de la
recepción de los años 70 a dejar de lado tanto los fundamentos filosóficos de la misma como su vinculación con la
crítica adorniana de la tradición. Un ejemplo de esto sería la falta de atención que recibió por aquella época un libro
como Dialéctica negativa, en Adorno-Handbuch. Leben – Werk – Wirkung, ed. Richard Klein, Johann Kreuzer,
Stefan Müller-Doohm, J.B. Metzler, Stuttgart, p. 437.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
ser entendida como un intento tanto por recuperar el potencial crítico de la dimensión
estética como de dinamizar la concepción habermasiana de la democracia liberal.
Tanto Wellmer como Menke y Rebenstich aceptan el diagnóstico habermasiano
acerca de la caducidad de la filosofía de la historia y de concepción de la obra de arte que se
encuentra por detrás de la estética adorniana. De hecho, estos autores advierten, junto a
Habermas, la necesidad de distanciarse con respecto al carácter totalizador de la crítica de
Adorno a la razón occidental y de incorporar el elemento discursivo tanto en el plano
estético como en la dimensión política. No obstante, ellos descubren en el ideal
habermasiano de una comunidad libre de dominio no solo una velada recaída en la
metafísica, sino también una claudicación frente a las propias tendencias posdemocráticas
de las sociedades europeas contemporáneas. Frente a estos peligros, y a la posibilidad de
que la dimensión estética asuma funciones abiertamente afirmativas, los autores
mencionados emprenden una curiosa vuelta a Adorno que aspira a recuperar el énfasis en
el carácter no asimilable de la obra de arte radical sin asumir los presupuestos metafísicos
que se hallaban asociados a su concepción estética. Lo curioso de este retorno a Adorno
radica en el rodeo por el postestructuralismo francés por medio del cual tiene lugar y que,
de Wellmer a Rebentisch, y pasando por Menke, adquiere progresivamente una centralidad
mayor.
Esto último resulta particularmente evidente si comparamos la lectura que hace
Wellmer del postestructuralismo francés en “Sobre la dialéctica modernidad –
posmodernidad” (Wellmer, 1993), un texto de 1985, con el uso que realiza Rebentisch de la
teoría de la democracia de autores como tales Lefort o Ranciere, en su libro sobre el
problema de la estetización y publicado en el año 2012 (Rebentisch, 2012). En efecto, si en
el primer caso nos encontramos con una tímida crítica a Habermas que, sin un
reconocimiento explícito, se vale de la crítica de Lyotard al carácter unitario y totalitario de
la razón moderna, en el segundo, esto es, en el libro de Rebentisch, las teorías francesas de
la democracia se presentan como el presupuesto de una defensa manifiesta de una
concepción negativa de la dimensión estética. De hecho, para Rebentisch, la dimensión
estética no asume un rol importante en términos políticos porque afiance los lazos
comunicativos sino porque enfatiza, más bien, nuestra diferencia con respecto a la
comunidad y a los roles socialmente establecidos. Desde su perspectiva, una interpretación
semejante de la dimensión estética solo podría contribuir a fortalecer los mecanismos de
ocultamiento o neutralización del conflicto que han sido puestos en práctica por las formas
posdemocráticas de gobierno, cuando de lo que se trata es de mostrar el carácter social y
contingente de las formas sociales instituidas. En este sentido, el potencial político de la
dimensión estética radicaría en su capacidad para profundizar las distancias que se
encuentran amenazadas por el propio funcionamiento del sistema; las distancias, sostiene
Rebentisch, de la esfera pública democrática con respecto a sí misma, del gobierno con la
oposición extraparlamentaria, del gobierno con la oposición parlamentaria, de la política
con la prensa, de la prensa con los ciudadanos y finalmente del hombre con el ciudadano
(Rebentisch, 2011: 13-14). Pues, la existencia de estas distancias pone en evidencia la
persistencia del conflicto allí donde las políticas posdemocráticas se esfuerzan por crear la
ilusión de una comunidad absolutamente transparente e inclusiva.
Una crítica similar a la postura de Habermas puede encontrarse en el primer trabajo
de Menke, aunque aquí el contrapunto se establece entre la teoría de la acción comunicativa
y la perspectiva deconstructiva de Derrida. Por medio de la referencia a Derrida, Menke
busca deshacerse tanto de la concepción metafísica de la verdad que se habría encontrado
por detrás de la estética negativa de Adorno, como de la expectativa habermasiana con
respecto a la posibilidad de una articulación armónica las diferentes esferas sociales. Con
respecto a esto último sostiene el autor: “la relación de la esfera estética con las otras
dimensiones de la razón no puede adoptar nunca la forma de una interacción en el seno de
la racionalidad comunicativa del mundo vivido, porque su negatividad total no mantiene
una relación de yuxtaposición ni de composición con los discursos no estéticos. Su
ubicuidad potencial provoca en ellos más bien la apertura de una crisis irresoluble. Aquello
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
que ocasiona en otro un problema irresoluble, no puede al mismo tiempo conciliarse con
él.” (Menke, 1987: 289).
No obstante, en su intento por recuperar un concepto postmetafìsico de negatividad,
Menke no se limita a cuestionar los momentos metafísicos que se encontrarían presentes
en la teoría habermasiana de la acción comunicativa, sino también aquellos que persistirían
en la propia perspectiva deconstructiva. De hecho, sería justamente esto lo que pondría en
evidencia, desde el punto de vista de Menke, la tendencia de Derrida a remitir la negatividad
a la estructura misma del lenguaje. Sin embargo, la consecuencia más preocupante de esta
inconsecuencia del planteo derridiano no parece ser la vulneración de la autonomía de la
dimensión estética, como sostiene explícitamente el autor, sino más bien sus implicancias
de carácter práctico. De manera tal que lo que Menke buscaría contrarrestar por medio de
la confrontación de Derrida con la teoría habermasiana de la acción comunicativa sería la
incapacidad de la deconstrucción para fundamentar los diversos órdenes normativos. Esto
último se ve reflejado en un texto más reciente de Menke en el este analiza el problema de
la revolución. En ese contexto problemático, Menke caracteriza al sujeto posestructuralista
como un sujeto que, si bien escapa a la lógica reproductiva del capitalismo, es incapaz de
fundar un orden normativo. El sujeto posestructuralista, sostiene Menke, no es “capaz de
nada”. (Menke, 2015: 57).
La crítica de Menke a la indeterminación absoluta de la libertad del sujeto
posestructuralista resulta particularmente interesante porque, con independencia del
problema de la autonomía estética, abre la pregunta acerca de las continuidades de la actual
teoría crítica con el pensamiento de Habermas. Ciertamente autores como Wellmer, Menke
o Rebentisch no se encuentran dispuestos a asumir la crítica habermasiana al pensamiento
francés. A diferencia de autor de la Teoría de la acción comunicativa, ellos ven allí la
posibilidad de recuperar, en términos no metafísicas, la concepción adorniana de la
negatividad. No obstante, habría que preguntarse si lo hacen en virtud de lo que el
pensamiento francés tiene de Ilustrado, frente a los momentos no reflexivos de la teoría de
la acción comunicativa o, al igual que Habermas, por lo que lo vincula a aquello que escapa
a la esfera de la racionalidad. Y, si fuera este el caso, resultaría necesario indagar hasta qué
punto esta representación del pensamiento francés no acaba también coloreando la
interpretación de Adorno que defienden esto autores; es decir, no acaba neutralizando los
momentos materialistas de su pensamiento y reduciendo su noción de negatividad a un
inefable derecho a no estar plenamente de acuerdo.
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Esto ocurre, según Rebentisch, porque la filosofía se ha retirado del debate y, como
resultado, ese vacío ha producido que las teorías sociales carezcan de justificación. Pero
cometeríamos un error si pensáramos que Rebentisch intenta resituar el debate sólo para
beneficio de la filosofía. La operación es un tanto más compleja: más bien supone dar un
rodeo por el actual “pensamiento de lo político” con el objetivo de reencauzar el debate
sobre la estetización en el terreno filosófico y, por este camino, volver hacia una teoría
crítica de la sociedad. Complementariamente, debe señalarse la centralidad que el
posfundacionalismo francés -expresado en las figuras de Lefort y Rancière, para ceñirnos a
nuestro caso, pero que incluye una larga lista de nombres- ha cobrado en los esfuerzos
recientes destinados a la reflexión sobre la democracia en la tradición de la Teoría Crítica.
El primer paso consiste, entonces, en renunciar a la comprensión de los fenómenos
estéticos en clave de una teoría estética y religar dicha comprensión con las dimensiones de
la ética y la política. En suma, el problema de la estetización se transforma, desde la
perspectiva de Rebentisch, en un asunto de filosofía práctica. Resulta forzoso reconocer en
este desplazamiento la proximidad con la definición de estética que ha sido desarrollada en
la teoría de Rancière. Esto es, no una teoría del arte ni de los discursos sobre el arte sino su
relación co-constitutiva con un determinado régimen de gobierno, con un modo de ser de la
comunidad y de los individuos.
En esta dirección, Rebentisch retorna sobre la expulsión de la política y de la poesía
que Platón propugnaba para su Estado ideal, tal como lo señala Rancière en El Desacuerdo,
pero la autora alemana continúa rastreando la crítica de la estetización hasta la filosofía
moderna e, incluso, hasta el primer tercio del siglo XX. La línea de continuidad que observa
registra su riesgo inherente: la libertad con respecto a la sociedad. Formulado más
adecuadamente, la estetización permitiría que los sujetos tomen distancia de sus roles
sociales. Entre lo singular y lo universal de la comunidad se filtrarían motivos de carácter
privado que provocarían la no coincidencia entre la experiencia que de sí mismos realizan
los sujetos con las normas e identidades sociales prescritas. El resultado es la amenaza que
sufre el todo en la posibilidad de su desintegración.
La estetización, al fundamentarse en el “juego” permitido por la no coincidencia entre
lo individual y lo social produce inevitablemente un peligro asociado: la representación y su
degeneración en un espectáculo destinado a engañar al pueblo. Pero el problema de la
libertad puede ser reinterpretado del modo exactamente inverso con respecto a lo que
sostiene la crítica recurrente de la estetización, es decir, no como un mal que amenaza la
existencia de la comunidad sino como un factor productivo en su desarrollo.
Esta es la elección que efectúa Rebentisch en su intento de proveer un marco de
significación alternativo a la teoría social que postulaba, como hemos visto, un
constructivismo “idealista” o una crítica de la apariencia que cancelaba toda estetización.
Este camino consiste, pues, en admitir la libertad inherente a la estetización como
“momento productivo” (Rebentisch, 2013: 123) en la configuración de los roles y normas
sociales que constituyen la comunidad. Se trata de que los individuos, en una percepción no
congelada de sí mismos, puedan reconocer el “bien común” y, por tanto, aceptar o
transformar su praxis social.
En este punto es que la cuestión de la democracia cobra toda su fuerza, porque es el
régimen de gobierno -o, deberíamos decir con mayor precisión, un modo de ser de lo social-
que a través de este distanciamiento admite en su seno la pluralidad de opiniones, la crítica
y el cuestionamiento de lo existente. El “desajuste” democrático, al ser el síntoma de la no
coincidencia del demos consigo mismo, no sólo no registra como un peligro la estetización,
sino que la coloca en el centro de la escena. Si, como apunta Rebentisch, el orden y la unidad
sociales no pueden ser presupuestos de antemano, es necesario que “aparezcan” mediante
la representación política. Siguiendo a Lefort, el lugar del poder se constituye como un
espacio simbólico en el cual la comunidad se percibe en su unidad a través de sus
diferencias. Y esta experiencia no tiene lugar en lo “real” sino en el terreno de lo
“representacional”.
60
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Pero la idea de representación sugiere dos sentidos, que se siguen el uno del otro. El
primero de ellos, más literal, la comprende como una re-presentación de la comunidad en el
espacio simbólico en el cual realiza la experiencia de sí misma. El segundo sentido tiene que
ver con el carácter insuprimible de la división, esta vez, porque la propia idea de la
representación política presupone que existen ya representantes y representados y,
concomitantemente, gobernantes y gobernados. De modo que la institución política del
demos, que es su “aparecer”, no se da nunca más allá de la forma que asume el poder. La
precisión anterior permite acercarnos al que, quizás, sea uno de los principales objetivos de
las investigaciones de Rebentisch: reelaborar la crítica de la estetización en el sentido
puntual de devolverle a la palabra “crítica” su determinación primera como capacidad de
distinción. En este caso en particular, a los modos en los cuales el poder se deja ver en
regímenes políticos diversos.
Para dimensionar en toda su amplitud lo señalado es ineludible tener en mente la
constitución del lugar del poder como un lugar vacío. La razón consiste en que la democracia
encuentra su razón de ser en la ocupación siempre contingente de dicho lugar y, por tanto,
implica que el “poder de la representación (…) reconozca que debe ser reconocido”
(Rebentisch, 2013: 128). Precisamente, la ocupación siempre incompleta del lugar del
poder define a la democracia contra el totalitarismo, ya que este último intenta ocuparlo
“plenamente” y anular la división social constitutiva. En los términos planteados por Walter
Benjamin, la “estetización de la política” concierne tanto a los regímenes totalitarios como
a los democráticos, en el sentido de que ambos presuponen una cierta escenificación. Pero,
de acuerdo con la interpretación alternativa que estamos desarrollando, sólo la democracia
contendría una “estética”, ya que -en línea con las teorías de Lefort y de Rancière- en ella se
pone de manifiesto la división.
Debido al ocultamiento de la no identidad del demos consigo mismo, que es lo que
produce la necesidad de representación, al igual que la anulación de toda diferencia en el
cuerpo de la comunidad, es que Rebentisch llamará “anestética” a la forma de
representación totalitaria. Sin embargo, la democracia no sólo se halla amenazada por esta
“anestética de la unidad”, ya que la dimensión del poder puede intentar ahogar su necesidad
de ser representado políticamente, con lo cual se disuelve sin resto en la sociedad y no
requiere ser legitimado en el espacio público. Este peligro complementario es designado
como “anestética de la desintegración”, y se relaciona con las formas de gobierno
tecnocráticas llamadas “posdemocracias”.
En esta reconfiguración de la crítica de la estetización, Rebentisch nos propone el
desafío de reconocer la pluralidad de escenarios productivos, más allá de toda sanción
moral, vitales para la publicitación y resolución de los conflictos propios de la política.
Rebentisch pretende hacer del pecado original de la democracia -la libertad y el carácter
apariencial- su virtud permanente. Y no sólo una política democrática requiere de la
estética, sino que por fuera de la democracia no podría haber estética.
III
Bien, hasta aquí hemos visto las cosas desde la perspectiva del devenir estético de la
democracia, pero es preciso invertir los términos de la discusión: ¿cuál es la estética que
“correspondería” a la democracia? Aquí nos encontramos con la segunda cuestión que
queremos tratar y que completa buena parte de los intereses de Rebentisch: el proceso de
desdiferenciación artístico que pone de manifiesto el arte contemporáneo. Este proceso se
revelará como perfectamente consecuente con lo que hemos desarrollado anteriormente
pero, hasta donde sabemos, su conexión no ha sido suficientemente mostrada.
El fenómeno actual de desdiferenciación, cuya eclosión podría ser fechada a partir de
los años ’60, lejos de implicar la muerte del arte o la pérdida de su autonomía, como
sostendría tanto una crítica asociada al conservadurismo de derecha como al pesimismo
cultural de izquierda, constituye su momento más vivo y el punto más elevado de la
conciencia sobre su condición de arte autónomo. La desdiferenciación del arte
61
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
representaría la radicalización del impulso del arte moderno. Esta es la novedosa tesis que
sustenta Rebentisch al señalar que la vuelta del arte contra sí mismo se hace en nombre,
precisamente, de la conservación de su autonomía. Ello es así porque la disolución de los
géneros no implicaría la pérdida de la autonomía del arte, ni tampoco una cancelación de su
comprensión en la modernidad. Por el contrario, esta disolución que tiene lugar a través de
la experiencia estética constituye la radicalización del potencial del arte que ya estaba
contenido en su desarrollo inmanente. Poniendo de cabeza la idea del genio en Kant, este ya
no es “un sujeto de excepción sino una excepción del sujeto con respecto a sí mismo”
(Rebentisch, 2018).
Si lo estético implica un libre juego de las facultades, la disolución de los géneros y,
aún más, la intromisión de elementos no artísticos como las relaciones sociales, los espacios
institucionales, el diálogo entre diversos soportes materiales, entre otros elementos, la
experiencia estética se vuelve determinante y alcanza su mayor grado de reflexividad al
implicar profundamente la actividad del espectador. En otros términos, podría decirse que
el “objeto” del arte contemporáneo ya no es más la obra individual, sino el “entre” que
sucede en el encuentro del espectador con la obra. El sujeto que ya no contempla el arte,
sino que es llamado a participar en él, se ve obligado a reflexionar también sobre las
condiciones que lo hacen posible. De este modo, el aparente desdibujamiento que tiene
lugar no cancela la discusión sobre los medios artísticos, sino que la politiza. El arte
contemporáneo avanzado camina sobre una cuerda al no reducir el lugar del espectador al
formalismo modernista ni tampoco precipitándolo hacia una acción directa. Para
Rebentisch este equilibrio es lo que define su potencial político, ético y estético.
El efecto del movimiento anterior consiste en que este cortocircuito entre lo político
y lo estético se corresponde con el distanciamiento del sujeto democrático que lo hace
volver sobre sí mismo. La desdiferenciación artística encarna el eco de la no coincidencia de
la subjetividad consigo misma, la pérdida de su autoevidencia, debido a que al no reconocer
una frontera estable entre el arte y la vida, tiene por objeto el mismo carácter artificioso que
se produce entre la representación y lo representado, donde lo que importa ya no es esta
conexión de tipo semántica como en el realismo, sino su desestabilización. El sostenimiento
de un sujeto descentrado, no autoevidente, no coincidente con ninguna esencia de sí; en
suma, no “positivizado”, precisa de la representación tanto política como estética de sí
mismo. Aquí quisiéramos servirnos de la equivocidad del término “reflexividad”, por una
parte como actividad de la conciencia subjetiva vuelta sobre sí misma, pero también como
“reflejo” mediante el cual un sujeto puede contemplarse “especularmente” y, de este modo,
distanciarse de su identidad y reconfigurarla.
La apariencia estética ya no tendría que ver, como en Adorno, con el acuerdo de los
elementos internos de la obra, sino con el correlato de la experiencia estética del objeto. En
esta redefinición del objeto de la estética, el arte contemporáneo no sugiere una
capitulación, ya sea política o conceptual, sino que se inscribe como parte del desarrollo
inmanente de la tradición histórica del arte.
Nos dice Rebentisch: “El arte no se ofrece más como lugarteniente de la utopía puesto
que ha reconsiderado el lugar originariamente político de la misma” (Rebentisch, 2018). Por
una extraña ironía, la teoría estética de Adorno, al ontologizar el hiato entre el arte y la vida,
recaería en “cultura afirmativa”, puesto que la bella apariencia, todo lo “mortificada” que la
imaginemos, fungiría como compensación de la mala organización social y, aún más,
contribuiría a su perpetuación. El problema conceptual que Rebentisch pone ante nuestros
ojos es que el arte contemporáneo avanzado aún se dirige contra una realidad no
reconciliada. Pero el problema, precisamente, es que esta realidad no reconciliada ya no es
el producto de la ofuscación producida por la racionalidad instrumental, sino el estado en
el que la comunicación intersubjetiva se halla mutilada. Rebentisch pretende “salvar la
apariencia” estética que ya no se muestra velada como lo “otro” de la realidad y la
racionalidad asfixiantes, es decir, como su trascendencia, sino en el modo de una ilusión que
extrae su fuerza del diálogo suprimido en la facticidad de la experiencia, esto es, que ya está
presente en el mundo.
62
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Romina Conti
UNMdP – CONICET
[email protected]
Una de las vías de entrada de la estética en las discusiones de teoría social del grupo
de Frankfurt, lo constituye sin duda el problema de la racionalidad. Las consecuencias de la
denominada formalización de la razón son lo que llevan a Horkheimer a hablar de una
“irracionalidad de la razón”. Desde esa concepción, también con Adorno y Marcuse,
Horkheimer sostiene un empobrecimiento de lo humano, caracterizado por el dominio
irracional del hombre y de la naturaleza por el propio hombre, tornando tanto al mundo
objetivo como al subjetivo, finalmente, en meros instrumentos de dominación.
El análisis de Horkheimer rastrea el proceso político de subjetivación de la razón
respecto de la ciencia, de la religión y del arte, encontrando en todos los ámbitos la misma
eliminación de la inclinación a lo sustantivo, a una referencia hacia la razón entendida como
propiedad de lo real y no meramente del sujeto. Todo queda disociado de la verdad, en tanto
queda separado de los fines en torno a los cuales actúa la razón subjetiva. Para una teoría
que centra su preocupación materialista en la felicidad del ser humano, esta transformación
de la razón es una cuestión clave ya que presenta el problema de la determinación del curso
de la realidad y la vinculación con las posibilidades humanas de alcanzar la felicidad. El lugar
en el que queda el arte en este aspecto de los estudios de Horkheimer merece una mención
particular, sostiene el autor: “otrora una obra de arte aspiraba a decir al mundo como es el
mundo.” (1969:50)
Con el predominio de la razón subjetiva, Horkheimer observa que el arte queda tan
disociado de la verdad como la política o la religión. Esto se produce en el arte a través del
mecanismo de cosificación que también permea toda relación cifrada en los términos de la
oposición medios-fines: “La composición ha sido cosificada, convertida en una pieza de
museo, y su representación se ha vuelto una ocupación de recreo…”. 1 Estas ideas, serían
parcialmente compartidas por Adorno y profundizadas por Marcuse, aunque en este último
con mayor énfasis en la experiencia estética que en el arte.
La crítica al pensamiento moderno y la teorización sobre la racionalidad que
determina los rasgos de la razón instrumental, son, entonces, dos de los pilares
fundamentales de la teorización de la estética en este grupo.
Más allá del dato interesante en torno a las actividades artísticas de Horkheimer,
quien escribió novelas que nunca llegó a publicar y de Adorno que, como es sabido, se dedicó
a la música, estudiando un tiempo con Alban Berg, suele afirmarse que las contribuciones
de este grupo de pensadores a la estética y la filosofía del arte tienen su fecha de origen en
64
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
los años treinta con algunos trabajos de Benjamin. 2 Cabe recordar que, pese a las diferencias
que caracterizarían la lectura de Benjamin y de Adorno sobre las transformaciones
artísticas propias del industrialismo, existe cierta comunidad de intereses, propia también
de la amistad que los unía. Esta es claramente identificable en las primeras teorizaciones
sobre el fenómeno del arte y su relación con lo social. Refiriéndose a los textos de Benjamin,
Vilar sostiene que:
Estos trabajos, cuya adscripción sin más a la perspectiva estricta de la teoría critica es
ciertamente discutible, tuvieron una considerable influencia en el desarrollo de las
categorías estéticas sobre todo de Adorno, quien fuera amigo personal de Benjamin
desde los años veinte, y actuaron como una auténtica provocación intelectual sin la cual
es difícilmente explicable la crítica de la industria cultural que desarrollaron en los años
cuarenta en el exilio americano. (1996:191)
El gran cambio observado por Benjamin en la escena moderna era que, con la
autonomización de la esfera del arte y las posibilidades de su reproductibilidad técnica que
se inauguraban con el industrialismo, la obra de arte se separaba de su función cultual,
desprendiéndose del “aura”. Pero Benjamin, al tiempo que lamentaba la pérdida del aura,
evaluaba positivamente “el potencial progresista de un arte colectivo, politizado. Aquí
obviamente seguía la orientación de Brecht, 3 quien era todavía optimista sobre la función
revolucionaria del cine.” (Vilar, 1989:345) Benjamin consideraba que este desplazamiento
de la esfera del arte hacía posible ampliar el alcance de la obra de arte, llegando incluso a
sectores sociales que no formaban parte de las elites a las que llegaba el arte no reproducido
técnicamente.
A diferencia de esta lectura optimista, Adorno 4 y Horkheimer eran absolutamente
pesimistas en torno a esa transformación. En la pérdida del aura que Benjamin observaba y
en las técnicas de reproductibilidad del arte, vieron nuevas formas de alienación y una
supresión del potencial liberador del arte. Este potencial, solo se conservaba para ellos en
aquellas formas de arte, como la literatura antihumanista de Kafka y Beckett o la música
atonal de Schönberg y sus discípulos, que se enfrentaban desde su forma con el orden del
capitalismo industrial.
Si bien algunas reflexiones en esta línea pueden verse en los trabajos sobre la música
de Adorno, 5 la configuración más amplia de la voz del Institut en torno a este problema
aparece ya en Dialéctica del Iluminismo (1987). Desde esa crítica, “la estética proporcionaba
un correctivo para el racionalismo positivista y seudocientífico que violentaba el objeto
consumiéndolo dentro de un esquema conceptual deificado.” (Buck-Morss, 1981: 273) Para
Adorno y Horkheimer, la reconciliación de forma y contenido que operaba en el arte, la
vinculación de elementos objetivos y subjetivos, podían anticipar otra forma de sociedad
futura. No obstante, no todo lo que se denominaba arte tenía ese potencial. Como señalamos
2 La interesante controversia al respecto puede verse en Jay, M. La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela
de Frankfurt, Madrid, Taurus, 1989; o Bozal, Valeriano (Edit) Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas
contemporáneas, Vol II, Madrid, Visor, 1996, entre otros textos.
3 Bucks-Morss ha sintetizado la problemática relación de las amistades de Benjamin: Scholem, Brecht y Adorno, en
varias secciones de Origen de la Dialéctica Negativa. T.W. Adorno, W. Benjamin y el Instituto de Frankfurt. México, Siglo
XXI, 1981. Por ejemplo, en las pág. 88 a 101.
4 Wiggershaus ha sintetizado la crítica de Adorno a Benjamin en torno a tres complejos: “1) Para el, Benjamin tenía
demasiado apego arcaico o mítico en cosas importantes, o bien era poco trascendente dialécticamente, o poco
dialectizante; 2) Con respecto al ‘desencantamiento del arte’ como un caso especial de la autodisolución del mito, le
reprochaba: en el arte autónomo, subestimaba su racionalidad tecnológica, y con ello su autoeliminación del aura, en
el arte utilitario, su irracionalidad inmanente […]; 3) Además, veía un error fatal en el hecho de que Benjamin no
considerara una serie de estados de cosas como de tipo “objetivamente filosófico-históricos”, sino como fenómenos
subjetivos colectivos de cualquier tipo. Por ello, a los ojos de Adorno, Benjamin no hacía justicia especialmente al poder
objetivo del fetiche de la mercancía, como la captación adecuada de la mediación social de la obra de arte.”
(Wiggershaus, Rolf, La Escuela de Fráncfort. Buenos Aires: FCE, UAM, 2010, pág. 266)
5 La producción de Adorno entre los años veinte y los treinta versa centralmente sobre música en particular y cuestiones
de estética. Un detalle bibliográfico puede verse también en la obra citada de Susan Bucks-Morss, pp.369-373.
65
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
el énfasis sobre la fantasía, especialmente como esta encarna en las grandes obras de
arte, y el interés en la praxis fueron así las dos expresiones cardinales de la negativa de
la Teoría Crítica a eternizar el presente y omitir la posibilidad de un futuro
transformado. Aquí, Marcuse, Horkheimer, Adorno y los otros miembros del círculo
interior del Institut estaban por completo de acuerdo. (1989:138)
A grandes rasgos, es innegable que, para estos autores, ciertas formas de arte y la
experiencia a la que este daba lugar resguardaban el elemento de negación que las convertía
en potenciales elementos de emancipación.
Teoría Crítica y estética parecen reclamarse mutuamente y esta última es pensada
inmersa en la teoría social y política. Esto es así porque, como bien observa Wolfang Bonß,
“el productor y destinatario de la crítica eran […] ya no necesariamente el proletariado sino
los hombres marcados por experiencias de alienación y sensibilizados por la educación.
(2005:63)
¿Qué vínculo con esta tradición mantienen las reflexiones del actual grupo ligado a
Frankfurt?
66
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
En una de sus obras más interesantes, Martin Seel sostiene que: “desde la perspectiva
de la filosofía práctica, la estética brinda un aporte irrenunciable, pues atañe a una
posibilidad en la vida del ser humano en la que se abre un presente particular de la
existencia […] cuya finalidad se halla en sí misma” (2010a:37). Sin embargo, retrocede ante
la posibilidad de ampliar su campo de juego cuando afirma que el “modesto” mensaje de la
estética, que Adorno y Horkheimer ya habrían indicado, no nos habilita a declarar “que el
comportamiento estético es la cima de las posibilidades humanas.” Más aun, el autor
sostiene que los intervalos de la percepción estética, si bien enriquecen esas posibilidades
en lo perceptivo, “no pueden reemplazar ni sobrepasar el potencial del conocimiento
conceptual, ni de la acción eficiente.” (2010a:38).
Intentaremos congeniar estas afirmaciones apresuradas con algunos de los
elementos de la teoría estética del autor.
En un trabajo anterior a su Estética del aparecer, Seel se refiere a la experiencia en
general como un proceso de apertura existencial, afirma: “realizar una experiencia significa
antes que nada descubrir una situación del mundo vivido [...] donde sólo el carácter
perturbador es capaz de imponer [...] una situación de experiencia” (1993:76) o, en otro
pasaje, “Tener experiencia es entender situaciones”. (1993:151) Desde esta perspectiva,
que el autor admite compartir con Sartre, Seel concibe que “tener experiencia” y “realizar
experiencias” constituyen la libertad en acto.
Para él, la experiencia estética está consolidada por la conciencia de esta libertad y
contribuye a una mayor comprensión del sentido de realizar una experiencia en general.
Dicho a su manera: “es estético el hecho de realizar la experiencia de las posibilidades de
tener una experiencia.” (1993:60) Esta idea se mantiene, aunque no es explícita, en su
Estética del aparecer.
En su texto sobre la racionalidad estética, al tiempo que reconoce ese carácter
fundante de la experiencia estética, Seel observa un problema en relación con la obra de
arte. El examen de la discusión estética ha revelado, para Seel, la interferencia de
orientaciones descriptivas, atributivas, incluso prescriptivas de juicios estéticos como arte
de dividir, en sí racional, asegurando una libertad de la discusión que no tiene obligación de
llegar a un consenso o a la reconciliación, al estilo habermasiano. Por el contrario, la
experiencia estética se instala en el terreno de la incertidumbre.
Esta cuestión de racionalidad comunicativa, hace aparecer el tema de la
incomprensión en la experiencia estética, y este es un rasgo importante si se tiene en cuenta
aquel diagnóstico crítico según el cual la comprensión tal como la conocemos está medida
según los parámetros de una racionalidad mutilada. Desde los parámetros de la
comprensión cognitiva, la experiencia estética queda en Seel aislada como una especie de
esfera desconectada de nuestros demás ámbitos de construcción de sentido, esto es, como
una actividad fragmentaria y exclusiva de determinados momentos de la percepción. Seel
señala al respecto en su Estética del aparecer:
Todos los usos de signos requieren un medio sensible, pero no todos lo presentan. No
todos presentan lo que presentan mediante una presentación de su medio. Por el
contrario, las frases literarias, los sonidos musicales o las imágenes artísticas se
comportan justamente de esa manera [...]. Quien quiera experimentar los contenidos de
la obra de arte debe atender siempre a esta simultaneidad, a esta interacción, a este
proceso de las obras de arte, como subraya Adorno incansablemente. La presentación
del mundo de la obra acontece como una presentación de sí misma. (2010a:174,
destacado en el original)
Sin embargo, esta característica excepcional, es distinguida por Seel de todo otro uso
de signos, de la misma forma en que se distingue la vivencia del tiempo en el aparecer
estético y en los otros modos de aparecer.
Como he señalado en otras oportunidades, Seel tiene el indudable mérito de instalar
nuevamente el debate sobre los modos de experiencia intersubjetiva y sobre los modos de
relación del ser humano con el entorno, desde la experiencia estética. El aparecer estético
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
de Seel es un modo de ser-estar que, como hemos analizado antes, se juega en la experiencia
del tiempo. No importa centralmente el objeto, la situación, el acontecimiento, su apariencia
o realidad, sino el modo en que nos relacionamos con ellos en una particular vivencia del
tiempo que hace aparecer o desaparecer la finalidad, la determinación conceptual, la
proyección hacia un futuro o un pasado de esa experiencia. Pero este “modo de ver” distinto
que habita la experiencia estética es siempre a la vez, la apertura de las condiciones de
posibilidad de transformación de lo dado. Seel mismo lo entiende así cuando dice:
Aun así, insiste el autor en que la distinción estética, y su propia teoría la respecto, no
tienen otra potencialidad que la de identificar lo característico de esa experiencia en medio
del conjunto de prácticas humanas. La excepcionalidad de la experiencia estética, su
impacto en la percepción habitual, su modo de darse contra la corriente de pensamiento
habitual y cotidiano no son, según el mismo autor sostiene, manifestaciones de órdenes
diversos posibles sino simplemente formas de praxis experiencial diferentes, que hay que
mantener divididas. Su teoría de la racionalidad estética pretende oponerse a lo que llama
“filosofías de la reconciliación” y entre las que menciona a las de Hegel, Adorno y Habermas
entre otros. 6
Sin embargo, también es posible leer los rasgos descriptos como la condición por la
que la experiencia estética puede abrir de nuevo los horizontes desde los cuales juzgamos
el mundo, a partir de una situación en la cual somos interpelados por una serie de elementos
y eventos que se nos presentan sin finalidad externa alguna. Si de cierta manera en el mundo
cotidiano nos hemos habituado a una forma particular de interpretar las situaciones, y todo
lo que conforma nuestro “ambiente” se ha vuelto, de alguna forma, obvio y familiar; la
experiencia estética hace que esas situaciones y lugares o artefactos, sean puestas en juego
una vez más al confrontarlas con la mirada de la atención a lo particular: esta situación, este
entorno, estos artefactos... incluso los que llamamos «obras» de arte. En la experiencia
estética, el percibir y el reconocer intensificados están desde siempre unidos a las
construcciones de sentido renovadas y a la interpelación de la construcción de sentido
habitual. Es por esta razón, como señala Molano, que el asignar determinado significado
específico a una obra artística nos resulta comúnmente un acto en gran medida arbitrario:
también podría decirnos algo más o podría no decirnos nada que podamos poner en esos
términos del “decir”. 7
Para Seel, la cuestión es la de analizar de qué forma se comporta la percepción estética
respecto de la percepción que se articula conceptualmente. No se trata, entonces, de
analizarla como una realidad anterior a una supuesta “intervención de la razón” ni de poner
en tela de juicio una estructura precomprensiva, ya que –como sostiene el propio Seel–, esto
implicaría la “ficción filosófica fundamentalista” que sostiene la posibilidad de un trato
inmediato con los elementos de la realidad. Se trata de identificar y distinguir la captación
estética “en medio de las disposiciones conceptuales humanas” (2010a:47) y, sin embargo,
esto no obsta que dicha experiencia pueda tener un impacto transformador en los modos
habituales de concebir-nos.
6 Cf. Leyva, G. y Pereda, C. “Entrevista con Martin Seel”, en Id. (Comp) El balance de la autonomía. Cinco ensayos.
Barcelona, Atrophos, 2010.
7 Molano, M. A. “Desafíos para una teoría del arte: experiencia estética, institución y función social”. Aisthesis
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Algunas conclusiones
Muchas veces son presentadas como parte de los problemas propios de la estética
como disciplina autónoma todas las cuestiones que se despliegan desde la pregunta acerca
de cuáles son las relaciones entre la experiencia estética y las funciones cognitiva, moral y
subjetiva del mundo de la vida y del orden político. Sin embargo, la relación entre estos
dominios y la estética tienen en la Teoría Crítica una filiación mucho más profunda que pasa
por el interlocutor fundamental que interpela y a la que se dirige desde sus planteos y que
está encarnado el individuo (y las sociedades) cuya existencia se ha vuelto enajenada y
mutilada por los modos de darse la estructura social y cultural que constituyen la
organización económica y política global de nuestro presente histórico.
Los vaivenes en la explicitación del alcance de la experiencia estética que presenta la
teoría de Seel permiten interrogarnos acerca de la constitución de una posible teoría social
desde su irradiación teórica. En la entrevista ya mencionada, cuando es consultado sobre su
idea de que la estética fuera la base de la filosofía, el autor vuelve a presentar una posición
ambigua: “mis reflexiones no llevan a una estetización de las filosofías teórica y práctica. Las
cuestiones teóricas son teóricas y las prácticas son prácticas. Pero en la experiencia estética
siempre tienen que ver también nuestras seguridades e inseguridades cognitivas y político-
morales.” (Leyva y Pereda, 2010:4)
La renuncia a los alcances extra-estéticos de la experiencia del arte que Seel pretende
sostener, pierde de vista aquella cuestión fundamental desde la que los primeros
frankfurtianos se interesaban por la estética, en un gesto de “modestia” que se presenta
como un obstáculo para aprovechar las implicancias profundamente críticas que, pese a su
intención, pueden tener varios de los elementos de su propuesta filosófica.
Por ello, pensar con y contra Seel tal vez sea el único modo de suspender la censura
que el propio autor parece ejercer sobre el carácter crítico de su estética.
69
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Marco teórico
Los griegos llamaban τέχυη, téchne a las habilidades especiales que se necesita poseer
para ejercer un oficio, tales como manejar ciertas reglas, conocimientos y destrezas. Su
equivalente latino es la palabra ars de la que deriva el término arte. El hombre a diferencia
de otros animales tiene la capacidad y la necesidad de transformar la realidad natural en
realidad “artificial”, una techné que Ferrater Mora en su Diccionario Filosófico define en
relación a distintas edades de la historia desde la Antigüedad, la Edad Media y la Moderna.
Para Aristóteles, el “arte de la navegación”, o el “arte de la caza”, está por encima de la pura
experiencia, pero la techné es un saber inferior al razonamiento, es decir, a las
especulaciones filosóficas. 1
Nuestro objetivo es pensar en los atributos que definen hoy al arte desde su ontología.
Comenzamos por definir al arte como un enunciado visual condensado en su forma,
cuyo sentido está ligado a la cultura y a la historia de su lugar de nacimiento.
Dentro del campo cultural la imagen no ha tenido el reconocimiento que se merece a
pesar de que desde el siglo XX vivimos en una cultura de imágenes. Por ejemplo, son los
nombres de los escritores los que definen a las naciones y no sus artistas plásticos. Si nos
piden nombrar un referente de la cultura inglesa será sin duda William Shakespeare, de
España, Cervantes y de la Argentina, Hernández. La imagen nace con el hombre y a pesar de
la diversidad de idiomas, las imágenes permiten un acceso universal.
El arte forma parte de la iconología religiosa u objeto práctico y útil. Recién en la Edad
Moderna el arte cobra un estatuto independiente de otras funciones. El arte como hoy lo
entendemos es el resultado del proceso de laicización de la cultura burguesa, para la cual va
a cumplir la función de satisfacer necesidades espirituales que antes eran inherentes a la
religión. Aparece entonces el interés por desarrollar las facultades humanas del “gusto” que
al hombre culto le va a permitir gozar, a través de los sentidos, de la buena forma. El gusto
fue definido por Kant como un saber desinteresado, que no le reporta un beneficio y que, por
lo tanto, es un saber que es inherentemente libre. Más allá de las diferentes funciones que
la imagen cumple y cumplió en determinadas épocas, son las imágenes las que nos permiten
comprender la cosmovisión de un pueblo y una época y, por lo tanto, son un elemento
sumamente valioso para el estudio de disciplinas como la historia o la filosofía. Una imagen
puede tener un valor mayor que otros documentos cuando por ejemplo pensamos en obras
1 Ver en Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
70
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
[…] históricamente, el arte ha servido ‒lo cual, desde luego, no significa que pueda ser
reducido a ello‒ para constituir lo que me atrevería a llamar una memoria de la especie,
un sistema de representaciones que fija la conciencia (y el inconsciente) de los sujetos
a una estructura de reconocimientos sociales, culturales, institucionales y, por
supuesto, ideológicos. (2001:17)
A solo 360 años de nuestro presente, las Meninas de Velázquez, pintada en 1650
siguen interpelando a aquel que se detiene delante de ella porque va a cruzar la mirada con
el autor que levanta su pincel para retratarlo. Octavio Paz definió la poesía como la
“consagración del instante”, en este mismo sentido de las Meninas. Paz pone como ejemplo
la actualidad de los versos de la Ilíada de Homero, que no cesan de conmovernos desde ese
comienzo: “Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos
males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo
presa de perros y pasto de ave […]” (1973:179). Ese enojo mortal del divino Aquiles contra
el egoísmo de su jefe Agamenón que no reparte entre sus soldados el botín de guerra. El
tema es conocido, es la forma en que Homero hace uso de la palabra lo que la hace inmortal.
Desde la semiología, Umberto Eco diferencia el mensaje poético de otro tipo de
mensajes como los informativos. De estos últimos interesa y retengo el contenido, la forma
en que se expresa la información no es relevante. Por ejemplo, no importa cómo me
comunican que ha arribado el vuelo que espero, si por pantalla electrónica o a través de
carteles móviles, siempre y cuando tenga la certeza de la información correcta, la
interpretación de este tipo de mensajes debe ser unívoca. Por eso, afirma Eco, el mensaje
poético es autorreferencial, y es polisémico, porque permite muchas lecturas posibles,
diríamos que en realidad son tantas como lectores potenciales de la obra, porque la mirada
personal está y se construye sobre conocimientos previos y sobre las diferentes capacidades
de sensibilidad, ligadas a condiciones innatas, como experiencias personales y hasta
cronológicas. Por ejemplo, un cuadro o un texto que vimos o leímos a los quince años puede
resultarnos muy distinto a otra edad. En su libro Obra Abierta, Eco analiza ese carácter
polisémico de la obra-texto diferenciando la obra clásica en la que las interpretaciones están
limitadas por la iconología, de la obra contemporánea que tiende a una mayor amplitud de
significados. Picasso fue un artista poco amigo de disquisiciones teóricas, pero sus palabras
son certeras al referirse a lo que para él era el arte: “el arte es una mentira que nos enseña
a comprender la verdad, al menos la verdad que ‒como hombres‒ somos capaces de
comprender” (Hess, 1984:74). Es decir, que para Picasso el arte ocupa en la sociedad
moderna el lugar de la verdad y la verdad es un concepto que se define en el campo de la
filosofía. Desde este punto de vista, la inmediatez del lenguaje visual no siempre es
habilitante, es decir, la capacidad de ver una forma no garantiza que podamos alcanzar una
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El arte moderno nació con la Ilustración del siglo XVIII y tuvo un lugar entre otras
disciplinas autónomas en la Enciclopedia. El concepto actual del arte está ligado a la
burguesía que desde entonces tomó el poder, imponiendo una nueva cosmovisión que
desplazó la concepción teocéntrica de la Edad Media. La cultura se seculariza y el arte pasa
del ámbito eclesiástico al universo cultural burgués representado en la Academia, los
Salones y el museo. Dentro de este proceso ilustrado la estética se consolida como una
disciplina autónoma de la filosofía, junto a otras ciencias humanísticas como la antropología
y la sociología. El primer tratado de estética fue publicado por el filósofo y profesor alemán
Alexander. G. Baumgarten, Aesthetica (del griego aisthesis, sensación) en el año 1750 y su
objeto de estudio fue la facultad que le permite al hombre juzgar a partir de la sensibilidad.
Cuarenta años más tarde, Immanuel Kant publica la Crítica del Juicio (1790), la tercera de
sus críticas, precedida por la Crítica a la Razón pura (1781) y Crítica a la razón práctica
(1788). El análisis del juicio estético de Kant sigue siendo hasta hoy un texto ineludible para
el pensamiento de la estética. Kant aplica el método crítico para abordar lo que ha sido el
eje de su búsqueda intelectual: el problema de las condiciones del conocimiento humano o
gnoseología. Para Kant, el juicio estético es posible como un conocimiento intuitivo, a partir
de una percepción sensible como inteligible. En el juicio estético se produce una
correspondencia entre el objeto y el sujeto. A diferencia de los juicios de la razón, puramente
especulativos, lógicos o de los juicios prácticos que buscan obtener un beneficio, el juicio
estético le permite al hombre activar la imaginación y lograr un libre juego de sus facultades
espirituales. Es decir, que para Kant el juicio estético es el resultado de la facultad humana
del sentimiento con el cual el hombre ejerce la libertad. Este sentimiento es definido por
Kant como “el término medio entre la facultad de conocer y la facultad de desear” (1984:43).
El juicio estético es desinteresado en tanto no reporta un beneficio material ni moral. Es un
sentimiento que posibilita la plenitud, la libertad en acto del goce espiritual y como tal es
patrimonio sólo del género humano. Bueno para nada, el arte se va despojando del concepto
de belleza que durante siglos lo asoció a la cultura clásica y se aproximó al ámbito de la
filosofía.
En el siglo XIX, con del idealismo alemán, la estética alcanza un lugar central en el
pensamiento filosófico, especialmente con la figura de Friedrich W. J. Schelling. En el Sistema
del Idealismo trascendental (1880), el autor afirma que a través de la intuición estética el
hombre accede a lo absoluto. Schelling y Hegel sostienen que es a través del arte que el
hombre moderno reconcilia libertad con necesidad. Lo que la estética romántica encontró
en el arte, fue esa unidad de sentido de la cultura antes de la Ilustración que escindió al
hombre en razón y sentimiento, condenando a este último a la prescindibilidad. El arte
podía volver a fundar un sentido teleológico que quedó vacante en la secularización que
impuso la diosa razón. Pero quien atacó los valores burgueses sin piedad fue Friedrich
Nietzsche. Con vehemencia tildó de nihilista y filistea la cultura burguesa y fundamentó un
verdadero renacimiento en el arte, apelando a el origen de la tragedia clásica. Género que
en honor al dios griego Dionisio, del vino, de la vendimia, y que se celebraba con fiestas
místicas y orgiásticas. Dionisio representaba el ciclo vital de la naturaleza, su eterno retorno
y la tragedia nace para Nietzsche de dos vertientes: el orden y la medida de lo apolíneo y del
exceso sexual y vital de lo dionisíaco.
Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no
sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el
desarrollo del arte está ligada a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco: de modo
similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales la
lucha es constante y la reconciliación se efectúa sólo periódicamente. (2005:41)
72
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
A estos hombres serios sírvales para enseñarles que yo estoy convencido de que el arte
es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida, en el sentido del
hombre a quien quiero que quede dedicado aquí este escrito, como mi sublime
precursor en esa vía. (2005:40)
El arte de fines del siglo XIX, mostró dos caras de una misma moneda. Por un lado, se
empeñó en contrarrestar el materialismo fariseo que movilizaba a la burguesía industrial y
financiera, con un esteticismo que no quería contaminarse con lo mundanal. El artista
asume la figura del genio-creador, recluido en una “torre de marfil” como lo fueron los
poetas parnasianos, decadentistas y los pintores simbolistas, prerrafaelistas, del art
nouveau y nabis. Karl Marx calificó el trabajo industrial como alienante en su análisis del
capitalismo y Charles Chaplin llevó a la pantalla en 1936 la imagen animada de la alienación
en el protagonista del film Tiempos modernos. Esta cosificación y mercantilización de la
cultura no es un tema ajeno en nuestro presente que, por supuesto, presenta otras aristas
ligadas a la hiper presencia de los medios de comunicación, al fetiche de la mercancía y al
uso de las redes sociales.
En la primera mitad del siglo XX, las vanguardias artísticas se propusieron unir
nuevamente el arte a la vida. En su paradigmática obra Teoría de la Vanguardia (1997),
Peter Bürger plantea cómo las vanguardias más radicales como el Dadá y el Surrealismo
pusieron en cuestión las instituciones y el statu quo del arte burgués en objetos anti-arte
como los ready made de Marcel Duchamp o buscaron que el arte se fusionara a la vida
cotidiana en los proyectos utópicos de las vanguardias constructivas como la Escuela de la
Bauhaus, el Neoplasticismo holandés o el Constructivismo ruso. Estas últimas se basaron en
la idea medieval del gremio, de maestros y aprendices pensando en un obrero creador y no
alienado trabajando para un nuevo mundo de manera mancomunada. El fracaso de este
proyecto humanista de la modernidad se constató en los años treinta cuando se impusieron
en gran parte de los países de Europa los regímenes totalitarios, cuyo producto artístico
conocemos como “la vuelta al orden” y que culminó con el inicio de la Segunda Guerra
Mundial.
El arte siempre mantuvo una relación directa y estrecha con el poder, algunas veces
al servicio del mismo otras de manera crítica ya que la crítica es esencial a la modernidad.
El uso del arte propagandístico fue condenado por filósofos como Jürgen Habermas y
Herbert Marcuse en la década de los setenta, quienes reafirmaron el principio de la
autonomía de la obra de arte en la cultura. La Segunda Guerra Mundial marcó un antes y un
después en todos los ámbitos de la cultura y de la política a nivel mundial. Fueron los atroces
resultados de la guerra los que pusieron fin al arte de vanguardia. Inmediatamente después
se inicia un largo período histórico que conocemos como la “guerra fría” resultado del
antagonismo entre el régimen capitalista y el comunista. El arte abstracto fue el abanderado
del capitalismo, mientras que los países que pertenecieron al mundo comunista impusieron
a veces de manera coercitiva el realismo socialista. Los años sesenta marcaron un giro
copernicano en el campo plástico, el arte sufre entonces un proceso de desmaterialización
tanto con el surgimiento del arte procesual: happenings, performances, fluxus, arte de acción
como con el llamado arte conceptual que desplazó el interés de los valores formales de las
obras en favor de la idea o contenido. El artista francés Yves Klein como el norteamericano
Andy Warhol, abandonaron toda impronta gestual a favor de la idea, en el primero la
búsqueda de que el público imagine o se zambulla en el color azul Klein (azul patentado por
él) y en el segundo por imágenes ya hechas tomadas de la gráfica y que forman parte de la
iconografía popular. Warhol bautiza su atelier con el nombre Factory para acentuar la idea
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Con la Segunda Guerra Mundial se produjo una profunda crisis de valores, que
terminaron por socavar el estatuto humanista que definía tradicionalmente la cultura
occidental.
A partir de los sesenta se produce un cambio radical del arte, por ejemplo, en el
abandono de los géneros tradicionales, como el uso exclusivo de “materiales nobles” y la
salida de la escultura al objeto, a la instalación, a los emplazamientos de “sitio específico”.
Lo que no quiere decir de que muchos artistas verdaderamente innovadores como el caso
de Francis Bacon y muchos otros han seguido fieles a la tela de bastidor o en el caso de
escultores a los materiales nobles.
Un referente fundamental para la estética en nuestro país es Luis Felipe Noé, en su
condición de artista y de teórico, quien en el Capítulo 1 de su Antiestética (1965) define al
artista como un niño o un aprendiz de brujo que no ha perdido con la madurez esa capacidad
infantil de sorprenderse ante el mundo. El artista, accede a la magia en el acto de revelar
imágenes de aquello que lo rodea. “El verdadero brujo es siempre un aprendiz. La brujería
no es otra cosa que una relación por medios intuitivos con lo que no se domina. Eso es el
arte” (Noé, 2015:45). Para revelar la imagen el artista debe romper con el lenguaje
normativo. Necesita nombrar lo que no ha sido nombrado, aquello que todos sentimos, pero
sólo el artista es capaz de nombrar con palabras, desde el lenguaje escrito o visual. El arte
reniega del lugar común, porque en la vida cotidiana el adulto se mueve más a través de
conceptos que de percepciones. Bajo la influencia del existencialismo, para Noé la obra de
arte hace consciente la existencia, una existencia que es nada más y nada menos que la
relación constante que el hombre entabla con el mundo que lo rodea, con “sus
circunstancias” como sintetizó Ortega y Gasset. El arte objetiva en una forma significativa la
vida de manera testimonial. En 1968, se realizó el Proyecto para el I Encuentro Nacional del
Arte de Vanguardia, en el que León Ferrari expuso su ponencia, titulada “El arte de los
significados” en la que expresó la necesidad de juzgar las obras por sus significados y no por
los valores de innovación formal:
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
así fue como al óleo, al bronce se agregaron los trapos, las latas, lo cursi, la luz, el sonido,
el tiempo, el ambiente donde se expone, los medios de difusión, la autodestrucción, la
acción, etc. Pero al ampliar la lista, la vanguardia y sus teóricos olvidó o rechazó uno de
los materiales estéticos más importantes: los significados.
el significado solo no hace una obra de arte. Los diarios están llenos de significados que
la gente lee indiferentes. Nuestro trabajo consistirá entonces en organizar esos
significados con otros elementos en una obra que tenga la mayor eficacia para
transmitirlos, revelarlos y señalarlos [...].
2 Ver Connor, Steven, Cultura Postmoderna. Introducción a las teorías de la contemporaneidad, Akal, Madrid, 1996.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
en jaque las escenas costumbristas o los paisajes de los colegas flamencos e hicieron crítica
social, de tal manera que sus obras excedieron con creces su propia época. La estética
moderna se centra en el problema del lenguaje y aboga por la desaparición de la voz del
poeta o artista y la que pone todo el acento en la interpretación que son el formalismo y el
de la interpretación.
Como ejemplo tomamos la actual muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos
Aires del artista tucumano Tomás Saraceno, Cómo atrapar el universo en una telaraña, fruto
de una larga investigación de más de diez años en colaboración con instituciones y
científicos que le permitió a Saraceno desplegar en una gran sala del museo una verdadera
red de telas de arañas tejidas in situ por unos 7.000 arácnidos de la especie Parawixia
bistriata nativas del litoral argentino que, iluminadas dentro de una cuarto oscuro, nos
permiten descubrir una maravillosa obra que en otro contexto, por ejemplo dentro de
nuestro hogar, quitaríamos de un plumerazo. Las telarañas de Saraceno son arte en tanto es
una obra legitimada por una institución como el museo. Ahora sí pensemos en las categorías
que hemos destacado hasta aquí en esa definición del arte para aplicarlas a esta obra.
El catálogo introduce a la muestra del Museo de Arte Moderno de Buenos (2017) con
las siguientes palabras:
Todos empezamos a actuar en sintonía, a asumir nuestro lugar en el universo; cada uno,
como una pieza más del paisaje cósmico al que pertenecemos, como una red en la que
los elementos se transforman los unos a los otros. Una araña que teje sus filamentos,
una partícula de polvo cósmico que flota en el espacio, un ser humano que la respira,
una galaxia que todo lo contiene. (AA.VV., 2017:7)
Conclusiones
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El presente trabajo se articula con el ensayo “Hacia una definición del arte
contemporáneo” de la Prof. Adriana Laurenzi y tiene por objetivo, mediante el análisis de la
exhibición “Cómo atrapar el universo en una telaraña” de Tomás Saraceno y la obra
“Biotrón” de Luis F. Benedit, problematizar las deslimitaciones disciplinares entre arte y
ciencia en el arte de hoy.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
La segunda de las obras que compone la exhibición se titula: The Cosmic Dust Spider
Web Orchestra (Orquesta Aracnocósmica). En esta obra:
Una pequeña Nephila clavipes teje sus telas orbitales, suspendida en el medio de la sala.
Mientras las vibraciones que producen sus movimientos sobre la tela son amplificadas
generando ondas de sonido que invaden el espacio, partículas de polvo cósmico flotan
a su alrededor. En sintonía con la cadencia de las ondas sonoras producidas por la
Nephila, un algoritmo traduce los movimientos que suceden al entrar los espectadores
en la nube de polvo cósmico a sonidos, que se reproducen en dos decenas de parlantes,
haciendo audibles los vaivenes del polvo en el espacio. (Dourrón, 2017:10)
Un habitáculo para abejas, realizado con el concurso de los científicos Antonio Battro y
José Núñez. El Biotrón es uno de los ejemplos más elaborados del interés de Benedit por
estudiar el condicionamiento artificial de la conducta. Consiste en un hábitat de vidrio,
con humedad y temperatura controladas, provisto de flores artificiales que segregan un
néctar también artificial. Pese a que las abejas pueden salir del mismo, se registra
durante la exposición que la absoluta mayoría elige su paraíso artificial. Es, más allá de
sus implicancias sociales, uno de los ejemplos más claros de deslimitación entre arte y
ciencia. (Sarti, 2017)
Al igual que Saraceno, Benedit trabaja con insectos que presentan un comportamiento
cooperativo, recrea un hábitat mediante el control de las condiciones climáticas y la
provisión de alimento. El Biotrón se centra en la investigación y exposición del
condicionamiento artificial de la conducta, en la muestra de Saraceno, en palabras del artista
la intención es: “darle vida y presencia a cosas que no respetamos y no vemos, porque es
fundamental poder expandir la presencia de los demás y la coexistencia.” (Saraceno, 2017).
En el caso del Biotrón la instancia de exposición funciona como contexto de “registro” y
“evidencia” de la conducta de las abejas. En la propuesta de Saraceno, especialmente en
Orquesta Aracnocósmica la instancia de exposición opera como condición de producción
cooperativa entre artista-espectador-araña.
En la primera muestra de Arte de Sistemas en el Museo de Arte Moderno de Buenos
Aires, el 19 de julio de 1971, Guillermo Whitelow entonces director del museo, declara en
el discurso de apertura:
Nos hallamos en un campo que no se puede medir con antiguos cánones. [...] Todo lo
que aquí se presenta puede ser analizado más que disfrutado. [...] Ante todo, nos
encontramos aquí con un vasto gesto informativo que, desde lo conceptual a lo
cibernético, no apela a un contemplador en busca de sublimaciones estéticas sino a un
testigo lúcido de problemas contemporáneos. (Whitelow, 1971)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Paul Dirac, uno de los creadores de la Física Cuántica, uno de los pocos científicos que
ha dado su nombre a una ecuación fundamental de la naturaleza, junto con Newton,
Maxwell, Clausius, Einstein, Schrüdinger y algunos más, consideraba que la belleza
matemática era una garantía de verdad. Ciertamente, es difícil definir esa belleza. Uno
de los rasgos es la simplicidad, la economía de medios; otro es su carácter sorprendente,
el sentimiento de reorganización brusca de múltiples datos dispersos; otro, su
capacidad de sugerir más ocurrencias. (Marina, 1999)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El presente trabajo se articula con el ensayo “Hacia una definición del arte
contemporáneo” de la Prof. Adriana Laurenzi y mediante las definiciones de arte
desarrolladas en el mismo, se propone analizar las características formales y estéticas de la
obra de dos artistas contemporáneos argentinos, Jorge Macchi y Nicola Costantino. Al
mismo tiempo, se toma la obra de Yves Klein como contrapunto y por considerarlo un artista
precursor en la desmaterialización de la obra de arte y el entrecruzamiento de géneros
artísticos.
Luego de este breve recorrido por la historia del arte y de la estética, así como de
ciertas definiciones expresadas por artistas y teóricos, nos proponemos analizar los
conceptos revisados a través de la obra de artistas contemporáneos argentinos que reflejan
lo antedicho.
Como manifestamos previamente, en el arte contemporáneo asistimos a la pérdida de
un sentido común que le permita al receptor leer u orientarse para descifrar los valores
simbólicos de una obra. En la era global ya no es posible unificar el mundo bajo un relato
hegemónico de valores universales dentro de un repertorio de categorías preestablecidas.
A partir de la década del 60 irrumpieron nuevas expresiones artísticas como las
performances, happenings, land art, o site specific, entre otras. Theodor W. Adorno en la
conferencia “El arte y las Artes”, en 1966, plantea el entrelazamiento de los géneros
artísticos, la disolución de los límites entre diferentes disciplinas que acompañan la
búsqueda de una realidad extra estética, como en el caso de la acción espectáculo brindada
por Yves Klein en su presentación de la “Sinfonía – monótona – silencio”, creada en 1946,
junto con las “Antropometrías de la época azul” en 1960.
Con las nuevas tecnologías, el arte fue incorporando técnicas como el video, las
imágenes digitales y 3D, diversos materiales que van desde estiércol, animales preservados
en formol, telarañas, incluyendo platos gastronómicos del chef español Ferrán Adrià.
No obstante, la temática abierta y polisémica, la multiplicidad de mini relatos y la
variabilidad de su naturaleza, el arte sigue siendo una forma de construir sentido, de
transmitir un contenido a través de una forma que genera un encuentro emocional y
reflexivo entre los seres humanos.
Siguiendo la afirmación de Adorno acerca del entrecruzamiento de los géneros
artísticos, tomemos la obra Incidental Music (1997) de Jorge Macchi. 1 Se trata de una obra
compuesta de tres páginas de partituras aparentemente vacías que cuelgan de la pared.
Parecen ser ampliaciones de pentagramas, aunque las líneas están conformadas por textos
de noticias sacadas de diferentes periódicos locales que se refieren a accidentes y
asesinatos. Las mismas están separadas por un centímetro. Una pieza musical es compuesta
a partir de estos espacios o puntos. Macchi utiliza las notas: mi, sol, si, re y fa, de acuerdo a
la clave de sol y a la línea en donde los espacios se encuentran. La duración de los mismos
depende de la distancia entre los espacios. La pieza, elaborada según estas premisas, puede
ser escuchada a través de auriculares que cuelgan desde el techo en frente de las partituras.
1Jorge Macchi, artista nacido en Buenos Aires, Argentina en 1963. De formación clásica, egresó de la Escuela Nacional
de Bellas Artes de Buenos Aires. Comenzó a incorporar en sus obras objetos de uso cotidianos bajo el concepto de
ready mades y de site specifics, video instalaciones o incluso performances. Sus obras versan, entre otros temas, sobre
reflexiones universales acerca de las tensiones del tiempo y el espacio, el olvido, la perspectiva y los modos de ver la
realidad.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
La música incidental es aquella que acompaña una obra teatral, un programa de televisión
e incluso un videojuego y que comúnmente se denomina como “música de fondo” cuya
función es crear un clima determinado. Bajo este nombre, Macchi presenta las llamadas
“noticias amarillas”, muertes violentas de seres anónimos se apiñan en esta sección del
diario que rápidamente será descartado o en el mejor de los casos servirá como envoltorio.
Al igual que la música incidental, las noticias sobre estas muertes son secundarias, de
relleno.
La obra de Yves Klein (1928-1962) Sinfonía monótona silencio, es una pieza de 40
minutos de duración, compuesta por dos momentos: el primero, transcurre con única nota
re al unísono mantenida durante veinte minutos; el segundo, es un silencio que tiene la
misma duración que la nota que lo antecede. En simultáneo, el artista dirige, a modo de
director de orquesta, a unas modelos que embadurnan sus cuerpos con pintura azul YKB
(Yves Klein Blue) de tal manera que funcionan como verdaderos pinceles humanos al dejar
la huella en la tela, pinturas que Klein denominó Antropometrías de la época azul. Yves Klein
es considerado uno de los precursores en la disolución de los límites de las disciplinas
artísticas, al incorporar la escenificación y la música en sus obras. Sin embargo, a pesar del
uso interdisciplinario que hacen ambos, la intención de Klein a lo largo de su carrera fue la
desmaterialización del arte. A través del uso del color sin el dibujo ni la línea, buscando
borrar su huella de la pintura mediante el uso del rodillo o del fuego como técnica pictórica
e incluso con la utilización del “silencio” en su sinfonía, en la búsqueda de dar un “salto al
vacío”, 1960. Klein estaba interesado en una espiritualidad que encontró en sus lecturas de
religiones orientales con las que se relacionó desde sus experiencias en Japón durante su
juventud. El “vacío/silencio” de Klein tiene sus orígenes en la pintura tradicional de Oriente,
donde el “HUE” vacío, posee tanta importancia como la línea y el color. El “vacío/silencio”
de Macchi posee otro sentido. El artista argentino, presenta un pentagrama aparentemente
vacío, pero en una lectura más próxima descubrimos que está compuesto no por una línea
continua, sino por diferentes textos que narran hechos fatales de la realidad cotidiana
separados por espacios vacíos que servirán para la interpretación de la pieza Incidental
Music. Estos vacíos en las imágenes y la reproducción sonora, no parecen ser el producto de
una búsqueda espiritual, sino más bien una reflexión acerca del vacío dejado por esas vidas
arrebatadas prematuramente, una denuncia contra el silencio que sigue luego de la noticia
amarillista, una denuncia contra las autoridades y la sociedad que olvidan rápidamente.
Debemos retomar definiciones del arte de épocas pasadas para llegar a responder
“qué entendemos por arte hoy”. Dijimos que el arte de fines del siglo XIX estaba empeñado
en estetizar una sociedad que se volvía cada vez más materialista, que avanzaba sobre lo
espiritual con objetos de consumo, cosificando al ser humano. Las Vanguardias del siglo XX
fracasaron en su intento de ligar al hombre común con el artista introduciendo el arte en la
vida social a través de los muebles, diseños urbanos, textiles, etc. A pesar de encontrarnos
ya en el siglo XXI, este rasgo estetizante, consumista y cosificante sigue manteniéndose,
acentuado más aún por los medios de comunicación y las redes sociales. El arte de Nicola
Costantino, 2 según Ana Martínez Quijano, refleja con elegancia y diseños de máxima
sofisticación, la obsesión estetizante de nuestra época. Su obra puede ser vista como una
crítica al consumismo, aunque su arte también participa de ese sistema, utilizando las
mismas herramientas, manipulando con habilidad la belleza de la apariencia, que suscita el
deseo y los más íntimos secretos de la cultura de consumo. Según Martínez Quijano (2001),
Costantino establece una inquietante relación entre la incitación al consumo y la violencia,
2 Costantino Nicola (Rosario, 1964). Artista. Estudió Bellas Artes con especialización en escultura en la Universidad
Nacional de Rosario (UNR). Radicada en Buenos Aires participó del Programa del Taller de Barracas, de la Fundación
Antorchas, coordinado por Pablo Suárez y Luis Benedit. En 1998, representó a la Argentina en la Bienal de San Pablo.
Desde entonces participa en numerosas exposiciones internacionales, tanto de manera individual como colectiva. A
partir de 2004, trabajó en sus series más representativas como Animal Motion Planet. En 2006, su obra incursionó en
la fotografía, con una extensa serie en las que su imagen encarna personalidades del arte y la fotografía. En 2010, creó
su primer videoperformance y en 2013 representó a la Argentina en la 55ª Bienal de Venecia. Su obra integra el acervo
de museos y colecciones particulares locales, regionales e internacionales. Actualmente, vive y trabaja en Buenos Aires.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El artista debe organizar esos significados con otros elementos para lograr que la obra
tenga eficacia al momento de transmitirlos, revelarlos y señalarnos. El arte no será ni la
belleza ni la novedad, el arte será la eficacia y la perturbación.
Introducción
El título de esta ponencia nos remite de manera directa al lúcido ensayo de Walter
Benjamin “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”, de 1936. Allí
Benjamin ponía en jaque a la modernidad que ha posibilitado la reproducción ad infinitum
de la obra de arte, mediante diferentes técnicas, trayendo como corolario la pérdida del aura
de ésta y, por ende, su carácter originario, auténtico e irrepetible. El tono del ensayo es
eminentemente crítico respecto de la cultura de masas y es sorprendente lo acertada de su
tesis en varios aspectos. La contemplación masiva de la obra de arte colabora con la
distracción y esto coadyuva a la estetización de la política de la que el fascismo se ha nutrido.
Así, el temprano diagnóstico de Benjamin comprende la idea de que la reproducción masiva
de la copia conlleva cierta falta de unicidad por la que todos somos idénticos y en la que el
valor artístico de la obra esté al servicio del poder. Me interesa particularmente este aspecto
que se manifiesta, creo que con claridad, en el cine. De allí que el objetivo de este trabajo sea
repensar algunas ideas concernientes al arte contemporáneo, en momentos en los que los
medios de comunicación, la tecnología y las redes sociales están colaborando, en la
actualidad, en la construcción de nuevas configuraciones de los sujetos y han posibilitado la
multiplicación de la copia de la obra de modo simultáneo. Para ello intentaré hacer un
análisis crítico del primer capítulo de la primera temporada de la serie inglesa Black Mirror,
titulado “El himno nacional”, pues entiendo que allí se conjugan, en un thriller definido, esta
manifestación masiva de una -presumida- obra de arte contemporáneo con la voracidad de
las redes sociales. Tomaré, además, algunas nociones de Arthur Danto para tratar de definir
-si esto es posible- qué se entiende por arte contemporáneo, cuáles son sus límites, los
criterios que permiten definirlo, etc., sin descuidar la idea de que todo arte, sobre todo, el
arte contemporáneo es generador de inquietudes, miradas, sorpresas, juicios, análisis y
reacciones.
Black Mirror
La serie fue creada por Charlton “Charlie” Brooker, locutor y presentador inglés
nacido en 1971. A excepción de un solo capítulo de la primera temporada, Brooker ha sido
guionista en el resto de los episodios, delegando la dirección a varios realizadores,
característica ya habitual en las series actuales. A lo largo de tres temporadas y trece
capítulos en total -hasta el momento-, el denominador común de la serie es la afección de la
tecnología en entornos diferentes de la vida cotidiana actual. De allí que su nombre, “espejo
negro”, refiera a las pantallas brillantes, oscuras y frías de un monitor, un televisor, una
tablet o un teléfono portátil 1. El contenido no hace alusión a la relación idílica con la
1 Podrían abrirse, por lo menos, dos interpretaciones más de las connotaciones del término espejo negro:
a) El término refiere al “espejo de Claude”, pequeño espejito cóncavo con la superficie oscurecida que se guardaba
en un estuche o caja plegable, utilizado por los pintores paisajistas franceses de finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX. De espaldas al paisaje, algunos pintores lo utilizaban para sus bocetos pues su curvatura permitía abstraer una
porción del paisaje en cuestión y simplificaba los colores evitando la distracción del artista.
b) También el término alude al “espejo de Obsidiana”, pieza utilizada durante los siglos XVI y XVII en Inglaterra con
fines mágicos y sobrenaturales. La obsidiana es una roca ígnea volcánica con una composición química no del todo
definida, lo que no la convierte en mineral sino, más bien, en un mineraloide. De acuerdo con las impurezas que
pueden aparecer en su composición, su color fluctúa entre el negro, el marrón oscuro, el verde, el rojo y el gris. Ligado
su uso a las prácticas místicas y ocultistas, su origen se remonta a la tradición cultural azteca en la que se asociaba a
Tezcatlipoca, “el espejo humeante”, deidad de la noche y la oscuridad.
83
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tecnología sino, por el contrario, presenta de una manera distópica y disruptiva algunas
consecuencias, ni del todo disparatadas ni lejanas espacio-temporalmente, que su uso y
abuso podrían acarrear. Dilemas morales, política, redes sociales, costumbrismo, relaciones
amorosas, videojuegos, poder, arte, son algunos elementos que confluyen en historias que
desnudan lo frágil de la condición humana, sus más devotos miedos, y modos factibles de
vivir en mundos posibles que ni la lógica modal hubiera sospechado. En este sentido, en las
ideas de Brooker prima más un solapado pesimismo (algunos críticos hasta tildaron de
“ludistas” sus intentos) que una mirada condescendiente con el uso de la tecnología. Pienso
que lo importante no es entrar en debates acerca de las bondades o malevolencia de la
tecnología, sino recoger el guante luego del golpe de shock que cada capítulo de Black
Mirror, en mayor o en menor medida, asesta. Y en este sentido, “Himno Nacional” abrió el
juego con un eficaz puñetazo de knock out.
El primer episodio de la serie fue estrenado en diciembre de 2011. El contexto en el
que se desenvuelve la trama es real, actual, plausible. Una madrugada, como cualquier otra,
despiertan repentinamente al Primer Ministro inglés Michael Callow para darle una terrible
noticia: han secuestrado a la princesa Susannah de Gran Bretaña y antes de cualquier
decisión práctica, su apresador ya ha difundido un video de la cautiva en Youtube clamando
por su vida y leyendo la exótica -y perversa- petición de que la única condición para liberar
a la inmaculada joven es que el Primer Ministro salga al aire, en vivo y ese mismo día a la
tarde, en todas las cadenas de televisión teniendo sexo real con un cerdo, filmándose con
cámara en mano. Del desconcierto original y la falsa conjetura de que el asunto va de pésima
broma de humor negro, a la cada vez más asfixiante desesperación y agotamiento del
tiempo, las decisiones e intentos de solución del gabinete entero rebotan de forma fallida
una y otra vez. Más allá de los intentos de bloquear el video original y sus copias, el
mecanismo viral de reproducción de Youtube y Twitter ha dado rienda suelta al frenético
voyeurismo de las masas, ardiente de novedad, escándalo y morbo, convirtiéndose el asunto
en un par de horas en Trending Topic. Por más que se ordene acallar a los medios locales de
comunicación, los anuncios, las sospechas, los dimes y diretes de cadenas internacionales
como Fox o CNN obligan al gobierno inglés a informar a la población y tomar cartas en el
asunto.
A partir de allí acontecen las posibles soluciones, todas malogradas, por evitar la
realización del repugnante acto. Una de ellas, utilizar un actor porno contratado para que
simule ser el Primer Ministro mediante el uso de efectos especiales, se trunca debido a que
en la entrada del estudio un técnico le toma una fotografía que publica en Twitter, y de ahí
internet hace el resto. Incumpliendo la advertencia del secuestrador, quien había
establecido que la filmación debiera ocurrir sin trucos de ningún tipo, se envía a los medios
de comunicación un supuesto dedo de la princesa con un video que evidencia la sospechada
mutilación. A partir de este hecho puntual, asistimos a un cambio radical en la opinión
pública manifestada, sobre todo, en las redes sociales; entonces, de la empática
identificación con el político y el rechazo general de la población a que lleve a cabo el atroz
pedido, la masa va auto convenciéndose de que “se puede tener otro Primer Ministro, pero
no se puede vivir sin una princesa”. Todo esto a los ojos de la sufriente esposa de Callow
quien, aferrándose más a los comentarios virtuales de los ciudadanos que a la falsa
convicción de su marido, comienza a vislumbrar el principio del fin.
El desenlace del capítulo es, al mismo tiempo, funesto y sorprendente. Gran Bretaña
entera asiste a la inevitable humillación pública, a pesar de estrategias como emitir el video
con sonidos que causen náuseas, o legislar para prohibir la posesión y/o reproducción
parcial de fotogramas o de su totalidad. Pubs, hospitales, casas, hoteles, bares se atestan de
gente, cual proyección de un espectáculo deportivo a nivel mundial, para observar, no sin
repugnancia y asco, la morbosa escena de sexo. Mientras tanto, mediante un excelente plano
que muestra un Londres absolutamente vacío, la princesa Susannah camina tambaleándose
por un puente que cruza el Río Támesis, treinta minutos antes de lo pautado. El
secuestrador, a fin de cuentas, se cortó su propio dedo, liberó a la heredera y se suicidó. Los
medios informan, a posteriori, que el hecho fue perpetrado por Carlton Bloom, artista otrora
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
ganador del premio Turner quien decidió llevar a cabo la “gran última obra de arte” de su
vida; a la postre, su obra más visualizada gracias a la “magia” de la TV e internet.
Paradójicamente, el Primer Ministro es visto por la sociedad como un héroe y, una vez
transcurrido el año, su imagen política asciende a niveles inauditos, a la vez que la relación
con su mujer cae en picada hacia los abismos del Averno. Aparentemente, en boca de una
de las asesoras de Callow, todo se trató de una “lección”. El controvertido artista, a quien -
ya finalizado el capítulo nos percatamos conscientemente- cancelaron una de sus muestras
tres semanas antes de lo pactado, intenta dar una “lección” al mundo. ¿Una admonición de
qué? Pueden conjeturarse varias hipótesis al respecto:
a- Bloom trató de poner el ojo crítico, siguiendo a Adorno, en la sociedad
capitalista actual en la que predomina el consumo dirigido y acrítico de las masas, en la que
los sujetos nos hemos vuelto reproductores del status quo. Y el arte, al haber perdido su
carácter propiamente artístico por haberse integrado al mundo de la industria cultural, se
ha “desartificado”, se ha transformado en un bien de consumo entre otros, sometido a las
leyes del mercado y al servicio del poder (Cf. Oliveras, 2015)
b- La crítica adviene, más bien, en el uso desmedido y desproporcionado de las
autopistas de información, los medios de comunicación y las redes sociales, en un contexto
en el que la autoridad cognitiva es la imagen, artificio manipulado de la realidad.
c- La lección puede tener que ver, en realidad, con mostrar que el arte ya no es
el de antes; que de la proyección utópica del modernismo se ha pasado a la heterotopía, es
decir, a esa multiplicidad plural de lugares en los que el arte o el fenómeno estético pueden
manifestarse, según lo señalara Gianni Vattimo. Y eso hace que, en definitiva, el lugar del
arte sea un no-lugar.
d- Tal vez, la exhortación apunte a que en un mundo en el que las normas o las
reglas sociales y los límites son cada vez más fluctuantes, el arte -y la política porqué no-
entendidos como un juego, son otras formas posibles por las que los títeres abocados a la
espectacularización de la existencia pueden ser manipulados.
e- El arte hoy, probablemente haya conjeturado Bloom, puede ser cualquier
cosa pues, en definitiva, ya ha muerto; y como el dios nietzscheano, los hombres lo hemos
matado. No en el sentido de su agotamiento sino en el cierre de un paradigma, de una
manera de comprenderlo y hacerlo, de un desarrollo histórico que marcaba ciertas
condiciones. Por eso, en un mundo globalizado y dominado por el “ruido” de los medios de
comunicación y las redes sociales, los artistas, como señala Elena Oliveras, “rompen la
habitualidad y hablan callando” (2015: 335), respondiendo, frecuentemente, con el silencio.
Silencio que inundará y tensionará la ciudad de Londres, a diario atestada de sonidos
estridentes como toda gran ciudad, como la tiesura producida por la pieza 4´33´´ de John
Cage cuando buscó traer la realidad al arte a través de la escucha del silencio.
El final abre algunos interrogantes sobre los que me parece importante bucear,
aunque excedan los límites de este trabajo. ¿Hay demarcaciones claras en el arte
contemporáneo? Si es así, ¿qué criterios se establecen para pautarlas? ¿Hasta qué punto las
nuevas tecnologías contribuyen positivamente a la reproducción en masa y la
mercantilización del objeto artístico? ¿Abre esta reproductividad técnica una veta para
repensar y repudiar políticamente nuestra vida en comunidad?
Arte contemporáneo
Atinadamente y con una fina ironía, Michel Onfray se pregunta “¿En qué momento un
urinario puede convertirse en una obra de arte?”. La respuesta es más simple de lo que
hubiéramos esperado: en el preciso instante en el que se le ocurrió a Marcel Duchamp, en el
transcurso del año 1917, elegir un meadero, supuestamente de entre otros tantos similares,
agregarle el falso seudónimo R. Mutt y llamar a este objeto ready-made, más allá de haber
generado obras del mismo tipo años atrás. La funcionalidad, la utilidad y la finalidad
primaria del mingitorio fueron reemplazadas por otra determinación de carácter
secundaria, aunque estética. Y no estética en la acepción de proporcionar la belleza, sino
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
dándole muerte y reemplazándola por la búsqueda del sentido, del significado. Arthur
Danto dice uno de los grandes aportes filosóficos del siglo XX es el hecho de que algo pudiera
ser arte sin la necesidad de ser bello (Cf. Danto, 2013). A Duchamp le molestaba la sociedad
burguesa y su deleite estético, el arte retiniano que sólo busca satisfacer la vista, y por eso
creó y eligió objetos del mundo de la vida cotidiana para elevarlos al nivel de obra de arte,
negando que todo arte tenga que ver con la maestría, la habilidad y la visión magnificente
del autor. Este gesto produjo un sacudón, un shock, una ruptura epistemológica, aunque
relativamente incomprendida en su época y, por eso, un tanto inactual.
Tal golpe de estado a la belleza fue acompañado por otro estiletazo: todos los soportes
y todos los materiales, pueden usarse y combinarse para la “elaboración” de un objeto
artístico. La nobleza de los materiales tradicionales se difumina y se reemplaza por la luz, la
basura, el sonido, el plástico, los excrementos, la calle y otros espacios urbanos, la grasa, el
alambre, el cartón, el fieltro, el propio cuerpo humano. Es, gracias a Duchamp, el artista
quien decide lo que es arte y lo que no lo es. Pero también confía, con un optimismo radical,
en que el espectador legitima la obra de arte como tal a partir de su función mediadora;
entonces, el arte conceptual prospera convirtiéndose en la estrella centelleante del
modernismo. De hecho, lo moderno no sólo significa lo novedoso, lo más reciente, sino que,
“en filosofía y en arte, una noción de estrategia, estilo y acción”. (Danto, 2012: 30). ¿Es éste
el inicio del Arte Contemporáneo? Lo contemporáneo, esgrime Griselda Barale, “es desde
cierta perspectiva un período de información desordenada, una condición perfecta de
entropía estética, equiparable a un período de casi perfecta libertad”. (2004: 123).
Arthur Danto considera que los movimientos de vanguardia, hasta la década del 60`
(y allí entrarían el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo abstracto, etc.), aún
pertenecían al modernismo, en tanto los artistas quisieron encontrar la “verdad filosófica”
del arte, a partir de la crítica, del quiebre con el gran paradigma de la mímesis y mediante la
fundamentación de los manifiestos que daban cuenta del lugar en que los artistas, los
filósofos y los historiadores del arte se posicionaban. Pero este relato legitimador llegó a su
fin en 1964, siguiendo a Danto, cuando en la exposición de la Galería Stable de la calle 74
East de Manhattan, Andy Warhol exhibió las esculturas Brillo Box. Este punto de inflexión
conlleva a un giro en la indagación filosófica: “¿cuál es la diferencia entre una obra de arte y
algo que no es una obra de arte cuando no hay entre ellas una diferencia perceptiva
interesante?”. (Barale, 2004: 57). El principio del fin del arte se había desencadenado.
George Dickie erigió, también en los años 60´, su “teoría institucional del arte”
mediante la cual determina que lo que él llama el Mundo del Arte (artistas, curadores,
críticos de arte, coleccionistas, historiadores del arte, etc.) define legítimamente qué cosa es
el arte, y qué obras entran dentro de esa categoría. El problema radica en que esa decisión
no siempre puede estar justificada ni validada como corresponde. Morris Weitz, por su
parte, argumentaba que, dada la abundancia y multiplicidad de objetos enmarcados en la
institucionalización de los museos, evidentemente el arte es un concepto abierto, del que
difícilmente pueda encontrarse una esencia común. Arthur Danto, en cambio, se autodefine
como esencialista -aunque no a la manera de la metafísica tradicional- y piensa que, más allá
de la pluralidad y la apertura del arte (sobre todo el del siglo XX), tiene que haber un
concepto cerrado y un conjunto de propiedades generales que permitan responder a la
pregunta ¿qué es el arte? y explicar por qué el arte es universal. Danto pretende, a fin de
cuentas, realizar una ontología del arte. Y encuentra que, tomando como ejemplo las Brillo
Box de Andy Warhol, si no hay diferencias visibles que posibiliten discernir, a simple vista,
un objeto común y corriente de una obra de arte, entonces deberían existir propiedades que
quedaran siempre invisibles. De allí que el filósofo norteamericano declarara que “las obras
de arte son significados encarnados”. (Danto, 2013: 51). A diferencia de Wittgenstein, por
ejemplo, quien entiende que no puede haber una esencia común ni en el lenguaje ni en los
juegos sino sólo aires de familia entre ellos, Danto sugiere que ese atributo esencial existe
porque las obras siempre tratan acerca de algo y, por ende, tienen que tener un significado
que, a la vez, ha de materializarse de algún modo. No todos los aspectos o elementos de ese
objeto material coadyuvan necesariamente al significado de la obra. Lo que el espectador
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
debe hacer, entonces, “es interpretar las propiedades que proveen el significado, de tal
manera que llegue a comprender el significado esperado que encarnan” (Danto, 2013: 52).
Entonces, hasta acá, lo que Danto indica es que la obra de arte debe ser algo material y, al
poseer un significado, debe ser interpretada por el espectador. Con ello derrumbaría, por
ejemplo, la posibilidad de concebir una obra de arte que acontezca simplemente en la mente
del artista.
Ahora bien, ¿esta definición explica por qué las personas se conmueven o se rebelan
o se aburren frente a una obra de arte? Y, por otro lado, ¿el significado que los espectadores
encuentran o construyen respecto de la obra ha de ser siempre el mismo? No y no; no son
estas condiciones sine qua non. Por eso Danto propone que, si bien la definición tiene que
aprehender la cualidad artística universal de las obras de arte aún con independencia del
momento de su realización, cada cultura debe propiciar las condiciones de posibilidad para
su interpretación. Y buscando enriquecer su tesis previa, agrega que el arte tiene que ver
también con soñar despierto. Los sueños, señala Danto, están hechos de apariencias, pero
éstas están ancladas, de una u otra forma, a cosas que están en su mundo. Soñar en estado
de vigilia posee una ventaja al soñar durmiendo: que esos sueños, que no son privados, se
pueden compartir en un mismo espacio con otros. Arte, sueño y realidad están en estrecha
conexión. Si bien es cierto que el puntapié inicial de la tesis de Danto radicaba en la
indiscernibilidad, a simple vista, entre las cajas Brillo diseñadas por James Harvey y
exhibidas a la venta en las estanterías del supermercado, y las Brillo Box de Warhol de la
Galería Stable, las cajas del súper realzan el producto que contienen y venden, las del artista
pop, en cambio, enuncian a esas mismas cajas; con lo cual, al decir de Danto “el arte está a
cierta distancia de la realidad”. (Danto, 2013: 62). Las cualidades físicas de ambas cajas son
similares aunque no idénticas; empero, las cajas de Andy o sus latas de sopa Campbell -como
también los ready-mades de Duchamp- resultan transfiguradas, exigiendo al espectador la
producción de interpretaciones. Este hecho implica, por consiguiente, que ningún
espectador debiera quedar indiferente ante la obra de arte y, más bien, ante ella habría que
buscar una forma de ver el mundo.
Concluyendo
La época de la reproductividad técnica que Benjamin avizoraba en los años 30´y que
desmitificaba el aura de las obras de arte originales, ha mutado hacia una sociedad en la que
las imágenes transitan por rutas infinitas y simultáneas, con una fuerza irrefrenable y una
magnitud sin límites. En este escenario, lo que se sube a la red ocupa un espacio que, en
cuestión de segundos, puede ser reproducido hasta el hartazgo. La copia es, quizás, más
importante que el original. Y el impulso voyeurista de novedad y la atracción fatal por las
imágenes hacen todo el resto. Esto ha demostrado el capítulo “Himno nacional” de Black
Mirror. Pero, además, el efecto de choque del final del episodio nos interpela con relación al
lugar que ocupan hoy los artistas, las obras y los espectadores. La tesis de Danto que
entiende a la obra de arte como un significado encarnado, da cuenta de la primacía que tiene
en la actualidad el público y su rol activo en el proceso de completitud e interpretación de
las obras. Que un político de primera plana deba tener sexo real en vivo para la televisión
mundial con un cerdo, pone sobre el tapete la pregunta por los límites del arte y por criterios
que demarcan una definición posible. Conferirle o no valor artístico al repugnante acto -ya
no estético pues, como se ha señalado, Duchamp se encargó de extirpar la belleza- es una
tarea, estimo, de la filosofía. Si en esta época posthistórica del fin del arte, cualquier cosa
puede ser arte, eso no significa que cualquiera deba ser arte. Podrá serlo, tal vez, si se ofrece
como un espejo (hoy connotadamente negro) que posibilite mirarnos, entendernos,
pensarnos, y abra las condiciones de posibilidad para hacer mundos.
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Imágenes y escrituras del Río de la Plata
Hernán López Piñeyro
UBA, UNA, CONICET
[email protected]
Partiendo de la novela Amalia de José Mármol, del cortometraje Las aguas del olvido
de Jonathan Perel y de algunas direcciones de la estética moderna y contemporánea, el
presente trabajo intenta aproximarse a las texturas imaginarias del Río de la Plata. En dicho
acercamiento se intenta mostrar el pasaje de un río simbólico, que remite a sentimientos
propiamente humanos, a un río material que es agente, que tiene memoria y que forma
parte de una zona metamórfica. En el primer caso, se recurre a la idea de lo sublime kantiano
para pensar el río que construye Mármol; en el segundo, se toman algunas ideas de Latour
que cuestionan la separación entre naturaleza-cultura y paciente-agente para pensar los
fotogramas de Perel.
*
Desde sus inicios, la literatura argentina ha escrito imágenes del Río de la Plata.
Detengámonos en Amalia de José Mármol, posiblemente la primera novela nacional.
1 Es Deleuze quien piensa el concepto de pliegue como una categoría práctica u operatoria, como un método de
interpretación o lectura que acerca a una realidad histórica en su carácter singular (1989).
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espalda estaba oprimida por treinta naves francesas (…). Los que alguna vez hayan
tenido la fantasía de pasearse en una noche oscura a las orillas del río de la Plata (…)
habrán podido conocer todo lo que ese paraje tiene de triste, de melancólico y de
imponente al mismo tiempo. La mirada se sumerge en la extensión que ocupa el río, y
apenas puede divisar a la distancia la incierta luz de alguno que otro buque de la rada
interior. La ciudad, a dos o tres cuadras de la orilla, se descubre informe, oscura,
inmensa. Ningún ruido humano se percibe, y sólo el rumor monótono y salvaje de las
olas anima lúgubremente aquel centro de soledad y de tristeza. (Mármol, 1999)
Pero aquellos que hayan llegado a ese paraje, entre las sombras de la noche, para huir
de la patria cuando el desenfreno de la dictadura arrojó a la proscripción centenares de
buenos ciudadanos, ésos solamente podrán darse cuenta de las impresiones que
inspiraba ese lugar, y en esas horas en que se debía morir al puñal de la Mazorca si eran
notados; o decir adiós a la patria, a la familia, al amor, si la fortuna les hacía pisar el débil
barco que debía conducirlos a una tierra extraña, en busca de un poco de aire libre, y de
un fusil en los ejércitos que operaban contra la dictadura. (Mármol, 1999)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El Río de la Plata, en tanto que última imagen de la ciudad antes del exilio y a la luz del
juicio estético de lo sublime, es un infinito que puede ser resistido por una infinitud menor,
la del espíritu que busca “aire libre” o “un fusil” para abatir al enemigo. Sin embargo, esa
resistencia al “salvaje” enemigo y a la naturaleza del río, no debe entenderse como promesa
de libertad o una promesa de felicidad. Pues, el concepto de sublime garantiza una
“felicidad” que no es promesa en la medida en que depende sólo del reconocimiento de la
dignidad del sujeto, independientemente del poder de la naturaleza. El exilio parece ser la
manera de dominar la naturaleza sin enfrentarse a ella, y en eso consiste la sublimidad del
momento, una felicidad que no es promesa, una felicidad individual, Odiseo atado al mástil.
*
Las aguas barrosas del Río de la Plata fueron el escenario en el que durante la última
dictadura militar argentina se arrojaron los cuerpos de cientos de desaparecidos
previamente alojados y torturados en centros clandestinos de detención con el fin de borrar
las huellas del horror. ¿De qué modos el río conserva, desvanece, muestra, figura,
transfigura u oculta esos cuerpos? Aguas adentro, se dice en Amalia, “ningún ruido humano
se percibe”. El río guarda y posee esa y otras memorias. Es posible postular, entonces, que
el río no es un paisaje o un decorado que posee una aureola espiritual y simbólica con la que
evoca estados de la subjetividad.
Al menos desde la modernidad, rige un antagonismo entre sujeto y objeto y entre
cultura y naturaleza. El conjunto comprendido por sujeto y cultura se encuentra enfrentado
a otro conjunto dado por objeto, naturaleza y no humano. Bruno Latour (2017) señala que
esta separación es producto de una operación de la que sólo se encuentra huella en
occidente. Todos los términos de esta supuesta disyunción son igualmente inestables y
ninguno de ellos puede comprenderse en contraposición con el otro.
El sentido común separa los objetos del mundo natural y los sujetos del mundo
humano; sin embargo, existe una dificultad (acaso una imposibilidad) práctica de realizar
tal escisión. La idea según la cual existen dos mundos separados, uno natural y otro humano
es acompañada por otra que postula que hay una porción arbitraria de actores despojada de
toda capacidad de acción y que hay otra porción, también arbitraria, de actores que está
dotada de un alma (o de una conciencia). Pero estas dos operaciones ignoran que el
intercambio de las formas de acción por las transacciones entre posibilidades de actuar es
de orígenes y de formas múltiples en el seno de, lo que Latour llama, la zona metamórfica
(2017: 76).
No parece posible postular una separación entre sujetos animados y objetos inertes
que forman parte de una escenografía en la cual los primeros intervienen. No hay sujetos
que actúen de manera autónoma en relación con un marco objetivo. En todo caso, hay una
zona metamórfica que no se reduce únicamente a figuras del lenguaje.
El Río de la Plata no es un decorado que forma parte de la escenografía de Buenos
Aires en la que nos actuamos los sujetos o aquello que despierta y representa algunos
sentimientos de éstos. El río se mueve, grita, habla, guarda una memoria compuesta por su
pasado y por otros; es parte del mundo, de una zona metamórfica, no es mera naturaleza ni
mera cultura.
*
El cortometraje Las aguas del olvido (2013) de Jonathan Perel comienza con una cita
textual de la idea que propuso el artista alemán Horst Hoheisel para el Parque de la
Memoria: convertir al Río de la Plata en el monumento a los desaparecidos. El gesto es tan
simple como reorientar hacia el río las luminarias que alumbran las esculturas del Parque,
sacando el foco del arte y poniéndolo en el río. A través de una serie de planos fijos de larga
duración y con el sonido del ambiente que incluye el ruido del agua, de los pájaros, pero
también de los autos, camiones y aviones que pasan por la costanera, Perel indaga al río.
En esos planos -algunos exclusivos del agua y otros en los que también se incluye
parte de la costa- pueden verse los restos herrumbrosos de un barco que emerge entre las
90
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
aguas, un muelle de pescadores entre la niebla o una serie pequeñas torres cuya función es
tomar agua (chupar el agua) del río para luego potabilizarla y distribuirla. Cada plano está
impregnado de temporalidad y no sólo porque se muestra una arquitectura, mayormente
funcional, que puede situarse en un momento histórico más o menos preciso, sino también
por lo extenso de cada uno de ellos. Esta duración -en un primer momento, quizás
insoportable para el espectador- conecta la imagen con el pensamiento del espectador. 2
Pero también permite que el pensamiento del agua se asome, se deje ver en la superficie,
quede expuesto.
En El botón de nácar (2015), el documentalista chileno Patricio Guzmán, sostiene que
el agua es fuente de música que no sólo tiene memoria, sino que también tiene voz.
Acercarnos mucho -al océano Pacífico, en este caso- nos permitiría oír a cada uno de los
desaparecidos. El silencio pretendido deviene ruido disonante. Ricardo H. Herrera, en el
poema “Agua viva” (2010: 805), construye los sintagmas “agua-pensamiento” y “agua-
materia”. El pensamiento y la materia quedan unidos al agua en igualdad de condiciones. El
agua es pensamiento, es materia y es, como también sugiere el mismo poema más adelante,
imagen y visiones. Las leyes del pensamiento, dice una voz en off en El botón de nácar, son
las mismas que las del agua que siempre está dispuesta a amoldarse a todo. No es el mundo
el que debe responder a las leyes del pensamiento para alcanzar su verdad, sino al revés
(Lucero, 2018: 159). Perel hace foco en el agua-materia-pensamiento-memoria-barro-
niebla que más adelante pasa a estar desenfocado. 3
La sucesión de planos fijos antecedida por el texto de Hoheisel es de pronto
interrumpida por otro texto, también de color blanco escrito sobre un fondo negro:
[…] ¿Cuál es el color de estas aguas? ¿Cómo bañarse o navegar en esa negrura de nuestra
historia? Los cabellos aun atraviesan las aguas, siguen bajo un cielo venenoso. La piel,
arena del río. En un vaso se recogen, día a día, los cuerpos. Bebemos el agua del olvido.
Hay niebla. (Perel, 2013)
No hay forma de digerir esos cuerpos que bebemos. Los testimonios del horror se
conservan en aguas turbias y bajo un cielo venenoso cubierto de niebla. En meteorología, la
niebla es la suspensión cerca del nivel del suelo de agua de pequeño volumen. McNamara
dice que a partir de la niebla es posible “pensar la historia y la memoria de un
acontecimiento que no termina de desplegar todos sus sentidos. Porque si la niebla puede
aparecer como imagen del olvido, ese mismo olvido es también la materia volátil sobre la
que trabaja el acontecimiento” (2015: 499).
Luego del texto, la cámara de Perel se sumerge bajo las aguas del río. Ahora el plano
tiene movimiento, el sonido pasa a ser ruido y ya no hay foco. En el agua todo se mezcla,
todo se metamorfosea: agua, barro, hojas, ramitas, plásticos, cabellos y mínimos restos de
piel de desaparecidos. La configuración de lo testimonial de las aguas del Río de la Plata
puede ser pensado en sentido derridiano. La memoria siempre disemina los recuerdos, pues
los conserva de un modo infiel a partir de una suerte de tensión entre memoria y olvido
imposible de resolver. Niebla y agua turbia son materia impregnada por lo memorable, lo
inmemorable, lo olvidable, lo inolvidable, lo testimoniable y lo intestimoniable.
*
El recorrido que hacen estas páginas enlaza imágenes de las aguas barrosas del Río
de la Plata con algunos conceptos. En esta yuxtaposición se percibe un pasaje del
representar al presentar. El río construido por Mármol funciona como símbolo, como
2 Es McNamara (2015) quien señala esto apropósito del Predio (2010), otro film de Perel, y tomando lo dicho por
Deleuze en La imagen-tiempo.
3 Agua-materia-pensamiento-memoria-barro-niebla es ante la cámara una unidad indisoluble que en el registro
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representación de sentimientos humanos. En ese paisaje, según escribe su autor, sólo puede
percibirse el rumor monótono y salvaje de las olas que animan lúgubremente aquel centro
de soledad y de tristeza. En el río del film de Perel, en cambio, las aguas barrosas son
enfocadas y desenfocadas. Allí la materia habla, recuerda, expone su ser contaminado por
la historia. Es una naturaleza impura y mutilada que no representa ningún sentimiento
humano, sino que se presenta ella misma, siempre mediada por el arte.
En este sentido, las imágenes del río no son meros símbolos o metáforas, ni figuras de
una naturaleza lírica, sino formas materiales que están al mismo tiempo y esencialmente
entreveradas con el proceso histórico. La materia, el agua barrosa del río, no es naturaleza
pura. De hecho, la naturaleza pura no habla, sólo tiene voz la naturaleza mutilada, una
naturaleza que -en palabras de Adorno- es “atravesada por los procesos de mediación de la
sociedad” (Adorno, 2013: 230).
Las imágenes del agua que muestra Las aguas del olvido traen consigo una doble
borradura, la borradura del objeto y la borradura del sujeto. Ambos permanecen allí como
huellas poco claras, borrosas, que se encuentran a punto de desaparecer. Estás constituyen
“un intento de reproducir a través de su gestualidad y de toda su conducta un estado en el
que no existía la diferencia entre sujeto y objeto, en el que dominaba, por el contrario, la
relación de semejanza -y, junto con ella, la relación de afinidad-entre ambos” (Adorno, 2013:
142). Este espacio de borramientos puede pensarse como zona metamórfica.
La memoria del Río de la Plata se escurre, es maleable, no tiene forma. Para
aproximarse a ella hay que hundirse, como lo cámara de Perel, dejarse afectar por un
pensamiento inorgánico y una memoria anudada a un hacer no representativo que no
construye monumentos ni tiene finalidad alguna.
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-Me prestaron tu libro sobre Carriego, ahí hablás todo el tiempo de malevos; decime, Borges,
vos, ¿qué podés saber de malevos?
J.L. Borges, “Juan Muraña”
I.
Esta historia comienza en los años 90, en un barrio de Quilmes, de calles gastadas y
arboledas viejas, transitadas siempre por los mismos vagos en un ir y venir sin fin,
buscando algo, quién sabe qué. (AA.VV, 2013: 9)
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II.
4 Para Barthes el realismo literario, junto a la “historia objetiva”, el desarrollo de la fotografía, del reportaje y las
exposiciones de objetos antiguos, todos en la misma época, responden a formas de autenticar lo real.
5 Rancière distingue tres tipos de regímenes de identificación de las imágenes: el régimen ético, el
régimen representativo de las artes y el régimen estético del arte, el cual asume la liberación del reglaje que imperó
con el régimen representativo de las artes.
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simple manifestación del referente, de la realidad: una relación desnuda de “lo que es”, que
aparece como irreductible al significado y a la función narrativa.
Dirá Barthes que esta referencia obsesiva de lo “concreto” encarna una ideología que
está armada, como una máquina de guerra, contra el sentido, como si lo que está vivo no
pudiera significar y lo que significa no pudiera estar vivo. Al destruir las antiguas reglas de
la ficción, el realismo se presenta como un continuo, como un indisoluble que destruye un
modelo jerárquico y la distinción que “divide a la humanidad entre la élite de los seres
activos y la multitud de los seres pasivos” (Rancière, 2014: 14) afectando la misma
estructura de racionalidad en palabras de Rancière. Analizar el “efecto de realidad” es
denunciar la forma en que un orden social se da como evidencia de lo que está ahí como
natural e inamovible.
Pero Rancière irá más lejos que Barthes, al ver el en realismo la destrucción, no sólo
del modelo jerárquico que privilegia la acción por sobre la pasividad de las cosas, sino
también la de un modelo que dejó al descubierto la relación entre el “desorden de los relatos
sin cabeza con una subversión de las condiciones sociales” (2014: 22) 6. El fin del régimen
representativo, que Rancière asume en el realismo, arruina el modelo que vincula la
organicidad de la obra a la separación entre hombres activos y pasivos, entre las elites de
las almas aventureras y la vulgaridad de los individuos “encerrados en la repetición de la
vida desnuda” (2014: 26). El realismo asume la multiplicidad del tejido vivo. Es una
“democracia ficcional” que instaura una forma específica de la igualdad: “la igualdad de las
frases, siendo cada una de ellas portadora del poder de vinculación del todo, el poder
igualitario de lo común que anima la multiplicidad de los acontecimientos sensibles” (2014:
32). Esta ruptura está vinculada al descubrimiento de la capacidad del hombre común para
acceder a formas de la experiencia que hasta entonces se les negaba, y que la novela del
siglo XIX exploró. El realismo literario destruyó la distribución de roles, donde lo popular
se identificaba con un género inferior y un sujeto narrativo carente de voz propia, el que
sólo podía ser representado por otros. Con el realismo literario, el mundo se volvió extenso
y excedió el campo de la acción, al igual que el sujeto, el campo de la voluntad.
El acto de pensamiento que tiene en cuenta este exceso lleva un nombre: se llama
ensoñación (…) no es lo contrario de la acción sino otro modo de pensamiento, otro
modo de la racionalidad de las cosas. (…) el modo de pensamiento que cuestiona una
vez más la frontera que el modelo orgánico imponía entre la realidad “interior” donde
el pensamiento decidía, y la realidad “exterior”, donde producía sus efectos. (Ranciére,
2014: 99)
III.
Esta tensión (entre ambas democracias) está en el corazón de las empresas más
resueltas de transformación social. (…) La tensión entre igualdad sensible, acción
6Para Rancière, a los análisis de Barthes se les escapa el corazón del problema: el aumento de las descripciones, en
detrimento de las acciones, constitutivo de la novela realista, no es el triunfo de la lógica representativa, sino que
marca la ruptura de dicho orden y de su principio regulador: las jerarquías de la acción. La obra realista para Barthes
abunda en descripciones que el modelo de análisis que él tiene en mente – heredero de los formalistas rusos de los
años 20 – elimina por considerarlos superfluos en relación a la estructura narrativa. Este modelo se encontró con
dificultades cuando fue aplicado a la llamada novela realista con su multiplicidad de descripciones, las cuales
difícilmente se reducían a funciones narrativas. Para Rancière, Barthes parte de los presupuestos modernistas y
estructuralistas anclados en la tradición representativa que él mismo estaba denunciando. (Rancière, 2014)
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7 Para Bourdieu la cultura popular se define en relación a la cultura dominante. Se define relacionalmente por
oposición y subordinación a la misma. Es una relación paradójica que el mismo Bourdieu reconoce que condena a la
clase popular a una posición de subalteridad irresoluble. (Bourdieu, 1979)
8 Grignon argumenta contra la ficción de que el dominado habita sólo en la necesidad y en ésta como urgencia porque
en cuanto hay opción, aunque sea pragmática, la misma necesita ser estudiada. Por otra parte, lo popular no se
reduce a la carencia y a la urgencia, ya que también hay patrones de repetición que ameritan análisis, así como
también reconoce que en las prácticas se desarrollan formas de reflexividad. A este respecto Nordmann le cuestiona
a Bourdieu que se olvida que también hay un lenguaje de la práctica, así como el hecho de establecer una
discontinuidad entre las formas del lenguaje que puede ser cuestionable, y que él mismo pone en duda en sus escritos
de 1977 (Nordmann, 2010).
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Pienso que es una contradicción insoluble: esta contradicción, que está inscripta en la
lógica misma de la dominación simbólica (…) La resistencia puede ser alienante y la
sumisión puede ser liberadora. Tal es la paradoja de los dominados. (Bourdieu, 2000:
156)
En oposición a esta visión, para Rancière, las palabras no son reflejo de la dominación,
sino que su sentido se define justamente a través de las prácticas y los usos que permiten
comprender las condiciones de su discursividad y cuestionar las relaciones de poder que
las sustentan. Rancière postula un tipo de emancipación que no consiste en la adquisición
de un saber “legítimo”, sino en la impugnación de los discursos considerados legítimos
según el orden social, bajo el postulado de una igualdad que se logra a partir de los efectos
prácticos de la enunciación. Lo que importa, para Rancière, son los efectos prácticos que
emanan de una teoría, de un enunciado, que no importa comprobar como verdad. En este
sentido, es critica la posición de Bourdieu, que incluso cuando se ocupan de la emancipación
social, aplica el presupuesto de la desigualdad, al afirmar una verdad cuyos principios
prácticos anulan la emancipación. En la sociología de Bourdieu, Rancière ve una posibilidad
diagnóstica a la que le reprocha la imposibilidad de cambiar las cosas, la cual termina por
“refundar lo arbitrario en la necesidad” (Rancière, 2013: 127) y legitimar la división social.
Para Rancière el problema de la sociología es que es un tipo de discurso, de ficción, que está
destinada a garantizar el orden social.
Pero a este método suele oponérsele otro, no más feliz para Rancière: el que pretende
presentar en su desnudez las “voces de los de abajo”, que sigue siendo un modo de situar en
su respectivo lugar la voz del mundo popular. Algo del orden de la búsqueda de lo auténtico,
de una identidad colectiva, que hace que lo popular no pueda hablar otro tipo de lenguaje.
Entonces, ¿la imagen de lo popular está exigida de realismo? Historia de dobles y de
simulacros dirá Ranciére 11. Hablar como otro para existir como sujetos de un discurso
colectivo:
Los homenajes concuerdan en asumir que aquellas personas son tanto más admirables
cuando adhieren más exactamente a su identidad colectiva; que se vuelven
sospechosas, al contrario, cuando quieren existir de otro modo…, al reivindicar esta
errancia individual reservada al egoísmo del pequeño burgués... (Rancière, 2010: 22).
Por su parte, el orden estético que propone Rancière, que se inicia con el realismo,
aleja el paradigma de la inmediata unión entre el ser y las maneras de actuar. Para Rancière,
el efecto de realidad de Barthes es más bien un efecto de igualdad que se esgrime contra
ciertas figuras identitarias que han condensado representaciones que no son las propias.
Como lo explica en La noche de los proletarios: se trata de dar cuenta que un enunciado,
desplazado del contexto original o pronunciado por otros que no eran los destinatarios a
9 Sin embrago, Bourdieu le reconoce ciertos recursos propios al lenguaje popular como la parábola y la imagen, pero
estos no son susceptibles al análisis y sólo poseen cierta capacidad de resistencia que considera frágil y pasible de
desvío.
10 Passeron le critica en Bourdieu el concepto de desposesión, que reduce la mirada a la carencia y a un punto de
vista miserabilista sobre las prácticas populares. Esta mirada supone que los valores legítimos son los únicos y por
ende, también desdeña toda reapropiación desfasada o heterodoxa, una modificación de las normas admitidas, que
derive de una sensibilidad que no disponga, en rigor, del código que rigió su elaboración.
11Como señala Nordmann, Rancière no da cuenta de las variables históricas en su enfoque. Tanto las capacidades de
lectura como las situaciones de lectura son históricamente variables y el presupuesto de la igualdad no da cuenta de
estas diferencias, ni históricas, ni subjetivas.
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quienes iba dirigido, puede producir efectos inéditos al pronunciarse (Nordman, 2010). Y
así, Villa Celina fue interpretado en Florencio Varela: un texto narrativo, ficcional, del
desinterés estético, se tradujo como instrucción de una manera de hacer, una praxis. Fue
una suerte de traducción que develó otro empleo del texto, la cual frente a la pluralidad de
sentido que dicta la medida justa de la lectura, muestra que hay errores o extrañezas que
son eficaces.
Tejer la tela (de la poesía) no es trenzar las sensaciones en un bordado propio para
capturar allí al lector, es hacer de ellas puntos de partida susceptibles de engendrar
círculos multiplicados donde se despiertan, para algún otro lector o soñador, las
palabras, las leyendas o fantasías olvidadas, (…) (Rancière, 2014: 78)
En este sentido, el realismo literario habilita romper con la repetición de las vidas
silenciadas para realizar otras formas que no son las que se corresponden con identidades
preestablecidas. Abre el juego a las desidentificaciones y deshace las relaciones asumidas
como “normales” entre ciertas identidades y capacidades, entre ciertas identificaciones que
se delinean como “naturales” al igual que los territorios entre fronteras. Como afirma
Etienne Balibar, toda frontera es una “reducción de complejidad” que tiene su propia
historia, construida o ficcional, pero igual de efectiva, que se torna condición y punto de
referencia esencial a lo identitario. Nunca es un mero límite entre dos cosas sino que
configura mundos: para unos, de reconocimiento simbólico de estatus social; para otros,
una detención del vivir; pero siempre, un desgarro de las múltiples identidades, cuyo
antídoto, propone Rancière, consiste en “vivir la desigualdad según el modo de la igualdad”
(2010: 11), desplegando la emancipación en los espacios intermedios e inciertos de las
fronteras, para liberar y pensar la propia historia de otra manera, y así volverse uno el
extranjero que desata lo que antes unió.
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Por todo lo dicho, la Historia es drama de varios soportes y se deja develar en archivos
cuyos materiales (visuales y sonoros) dan lugar a renovadas formas de visibilidad que se
hacen cargo (en América) de escenas de muerte, de desaparición y de duelo. La figura de la
desaparición impacta en términos formales y, a la vez, reorganiza una trama que reelabora
y recupera, por medio de imágenes y sonidos, fragmentos violentos de ese pasado.
El método Jacotot prosigue. Esta vez, con algunas otras nociones —como división de
lo sensible, política y policía, proceso de subjetivación, régimen de identificación, imagen
pensativa— que nos permiten comprender el par Política-Estética en territorio americano.
Es así que, siguiendo la indicación de Rancière de recorrer tramas sensibles, tomamos la
obra de la artista chilena Voluspa Jarpa, En nuestra pequeña región de por acá,
recientemente expuesta en el Malba como parte del ejercicio de contraconquista que
plantea el neobarroco en nuestra América.
Jarpa reclasifica y visibiliza con distintos soportes artísticos los archivos
desclasificados de la CIA, enfatizando su costado público e institucional al establecer el
vínculo directo entre esos miles de documentos que sellaron la muerte de centenares de
líderes latinoamericanos del siglo pasado. En este asalto al archivo de parte de Jarpa, lo
íntimo aparece en las cartas de reclamo de los familiares a los poderes -gubernamentales,
religiosos, militares, judiciales- que dejan expuestas las consecuencias y las heridas que esas
muertes provocaron.
“Desclasificación” conceptualmente refiere a que los archivos sobre América Latina
que EE. UU desclasificó, estuvieron clasificados bajo el concepto de secreto confidencial. Al
desclasificarlos, EE. UU sacó esos documentos de su condición de secreto, pero bajo algunas
normas de protección que se traducen en las tachas que se ven en los documentos.
Tachaduras que borran un texto que ya no puede ser leído sino mirado. ¿Qué hacer con un
material que dificulta el acceso a una información cuya elaboración podría permitirnos vivir
la experiencia de una escritura siempre inconclusa que camina sobre el filo de desacuerdos
de fondo y no de forma con respecto a una escritura imperante en nuestra región
latinoamericana? Para Jarpa las tachaduras ponen al texto en condición de imagen y en esa
fisura entre lo que es texto y es imagen, es esta última la que posibilita una hermenéutica
inmanente. Porque cuando las palabras se hacen figuras, cuando en su tachadura llegan a
ser realidades sólidas, visibles —también traumáticas— se altera el juego común en que las
palabras se deslizan continuamente sobre las cosas y las cosas sobre las palabras. Es cuando
el arte y la política comienzan. Cuando como artista y también como visitante (espectador e
intérprete de la escena poética) agudizamos, nos dice Rancière, “a la vez nuestra percepción
del juego de los signos, nuestra conciencia de la fragilidad de los procedimientos de lectura
de los mismos signos y el placer que experimentamos al jugar con lo indeterminado”
(Rancière, 2005: 43). 2
No bien entramos a la primera de las salas de En nuestra pequeña región de por acá
vemos cómo Jarpa pone en juego el espacio arquitectónico de la escalera y la bóveda
vidriada del museo. Los dieciocho metros que separan el techo vidriado del Malba de la
escalera que guía al subsuelo están unidos por largas tiras de papel de archivos
desclasificados por EE. UU con información de inteligencia sobre catorce países de América
Latina. Si nos acercamos a estos papeles se lee con claridad o bien la palabra “Secret” o
“Unclassified”, ambas estampadas con un sello. O, por ejemplo, el documento emitido por la
2En este ensayo, el filósofo francés plantea que los múltiples deslizamientos de las provocaciones dialécticas de las
obras de ayer hacia imágenes nuevas de composiciones heterogéneas presentes dentro de la exposición artística
contemporánea pueden clasificarse en cuatro tipos principales: el juego, el inventario, el encuentro y el misterio.
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Siguiendo nuestro recorrido, desde las derivas barrosas de una hermenéutica tensiva,
puro juego de fuerzas interpretativas y de batallas por el sentido, propondremos ahora la
lectura de algunos fragmentos de Mi tío el yaguareté (Guimaraes Rosa, 2002). Se buscarán
en ellos los artificios que dan cuenta de la figura retórica de la transformación, la inversión,
o de un modo más americano, la antropofagia.
Desde el cruce de las miradas hasta la asimilación con el otro o del otro, ciertas
perspectivas de un barroco de la contraconquista, al decir de Lezama Lima, se presentifican
en operaciones lingüísticas específicas. Estudiaremos cómo esos quiasmos que vuelven
invisible lo visible y viceversa, disuelven todo realismo representacional, y cuestionan las
nociones clásicas de sujeto y objeto. Un cazador mestizo que se vuelve jaguar o un brujo que
se transforma en halcón no son más que las formas de ese travestismo, disfraz, paradojas
del engaño, que tornan a la superficie barroca en una instancia de topologías ambiguas. El
modo en que lo verdadero se deduce de esas ficciones es la matriz desde la cual tales figuras
literarias dan que pensar. Cuestionamiento de la realidad y de la verdad, multiplicación
alucinatoria de fragmentos textuales, devenir de las lenguas, trasformaciones de la
significación por su abordaje corporal, superposición y mímesis, son estrategias de
construcción de universos multiformes, siempre en expansión, siempre críticos de todo
carácter hegemónico del sentido y de poder unificante. El neobarroso apunta contra las
teologías, especialmente las monoteístas, pero se regodea en las creencias, en una
democracia de los relatos, donde uno no es más verdadero sino apenas más verosímil que
otro.
Dejémonos llevar por un momento por la lectura de Mi tío el yaguareté de Joao
Guimaraes Rosa. Se lo ha ubicado en el neobarroco brasileño, veremos luego los motivos
literarios. Nuestra perspectiva proviene de otro lado. Consideramos que el encuadre es una
decisión moral. Extrapolando el término, la posición neobarroca también lo es. El texto pone
en juego la relación entre especies: humana, animal, hombre y jaguares, entre razas:
mestizo, negro, blanco, indígena, entre géneros: varón/mujer jaguar, entre espacios:
selvático/urbano, fronteras, entre lenguas: portugués/tupí, entre palabra articulada y
sonidos, logos y phoné en la terminología de Aristóteles, entre oralidad y escritura. Estas
composiciones, ¿no son, quizás, una especie de descomposición? ¿No señalan una
inestabilidad constitutiva de razas, idiomas, géneros y espacios?
Se trata de componer y no de fundar esta arqui-lectura que va del ensayo a la ficción
para mostrar la trama de un barroco como crítica del presente.
IV. “Déjenlo todo, nuevamente. Láncense a los caminos”: Bolaño, entre la vanguardia y
el neobarroso
Embarrarse o meter los pies en el barro estético equivale a romper con las formas del
arte clásico y poner los pies (o las patas) en el irregular suelo barroso latinoamericano, pero
también meter los pies en el horror (es decir, en el mal o en lo que muchas veces la
intelligentsia europea y la americana han catalogado bajo el nombre de barbarie). Ambos
aspectos de lo barroso atraviesan la obra de Roberto Bolaño desde sus primeros escritos en
la década de 1970. En el primer manifiesto infrarrealista Bolaño (1977) ya manifiesta una
opción estético-política que se ubica al final de una nueva tradición artística, iniciada por
las vanguardias de principios de siglo XX, contraria por principio a toda tradición. Desde el
título, “Déjenlo todo, nuevamente”, en alusión al famoso poema de Breton, se pone en
evidencia su deuda con las vanguardias al igual que su aparente fracaso (del que también es
deudor) y reafirma todo, vanguardia y fracaso, en el escenario latinoamericano de mediados
de los setenta. Los infrarrealistas vuelven una vez más sobre la proclama vanguardista de
derrumbar las fronteras entre arte y vida, de rechazar tanto la comodidad burguesa como
su aliada institución-arte y el arte bello que no admite las irrupciones desestabilizadoras;
en la línea del surrealismo, proponen la imaginación como arma que “dinamita, elucida,
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inyecta microbios esmeraldas en otras imaginaciones”, “para hacer aparecer las nuevas
sensaciones” y “subvertir la cotidianeidad” (Bolaño, 1977, 11). Sin embargo, mientras el
surrealismo tiende a proclamar el alejamiento de la lógica y el buen sentido, “de todas las
trabas humanas de modo tal que las cosas le aparezcan bajo un nuevo aspecto, como
iluminadas por una constelación aparecida por primera vez”, el infrarrealismo postula la
necesidad de lanzarse “de cabeza en todas las trabas humanas, de modo tal que las cosas
empiecen a moverse dentro de uno mismo, una visión alucinante del hombre”, agrega
Bolaño (1977, 7). “Soñábamos con utopía y nos despertamos gritando” (Bolaño, 1977, 11),
se lee entre las últimas líneas del manifiesto. El grito del poeta que ya no abandona la razón
y el buen sentido para encontrar un nuevo fundamento, al modo del romanticismo o el
idealismo trascendental e inclusive del materialismo trascendental surrealista: “El riesgo
siempre está en otra parte. El verdadero poeta es el que siempre está abandonándose.
Nunca demasiado tiempo en un mismo lugar, como los guerrilleros, como los ovnis, como
los ojos blancos de los prisioneros a cadena perpetua” (Bolaño, 1977, 10).
Bolaño retoma de forma singular y evidente esos motivos en el último tramo de su
obra narrativa, especialmente en su monumental novela póstuma 2666, publicada en 2010.
Lo barroco-barroso adquiere allí la forma de la alegoría y puede que ofrezca una respuesta
contundente a aquel diagnóstico de William Burroughs acerca de los estertores de la forma
novelística hacia el último tercio del siglo XX, arrojada a una competencia virtual con los
medios de comunicación para lograr los efectos de su cobertura de los hechos morbosos.
¿Por qué la alegoría barroca/barrosa permite delinear la respuesta de 2666 a este
problema? Walter Benjamin, con lentes vanguardistas, vio en el procedimiento alegórico del
barroco alemán (Trauerspiel) acaso algo más que un principio procedimental: lo alegórico
como una forma o incluso una idea del arte, opuesta a la posición simbólica clásica. En la
alegoría hay una concepción inorgánica del tratamiento del material (la separación del
contexto) y de la constitución de la obra (el ajuste de fragmentos y fijación del sentido),
contraria a la obra de arte clásica, que es concebida orgánicamente, maneja su material
como algo vivo, respetando su significado en una situación concreta de la vida, que aplica el
concepto de símbolo religioso a la obra de arte en tanto esta implicaría una encarnación
finita y viva de lo infinito y absoluto (Benjamín, 1990). El mismo Benjamin pareció ver en la
obra de Kafka una renovación de la narración ante el declive de su forma tradicional y
posiblemente una de las formas alegóricas narrativas contemporánea: retomando la
tradición judía, asemeja las “alegorías” kafkianas a las ilustraciones poéticas (hagadá) del
Talmud, es decir de la doctrina (halakhá), pero en las alegorías kafkianas ya no se dispone
de la doctrina, la enseñanza, que debería acompañarlas, ésta jamás es explicitada, sólo
aparece de manera alusiva, insinuada a lo sumo por algunos gestos (Benjamín, 1977). Ahora
bien, si Kafka escribe alegorías que adoptan las formas de la narración tradicional, aunque
sin comunicar ley o doctrina alguna sino desorientación, Bolaño hace algo similar con la
novela realista decimonónica. 2666 tiene la forma de la empresa desmesurada de la novela
total del siglo XIX: más de mil páginas en cinco partes o novelas relatadas en tercera persona
por un narrador en apariencia omnisciente, pero que resulta ser una mueca del narrador
decimonónico, un fantasma de aquel narrador que se postula como el fundamento en que
se apoyaría el lector para zanjar la ruina, la fragmentación, la locura y la ausencia de sentido.
2666 puede ser leída como cinco novelas alegóricas plagadas de pequeñas alegorías,
que componen a la manera de un montaje de fragmentos la totalidad alegórica de la novela.
Las cinco partes de 2666 coinciden en el escenario barroco de México, en ciudad de Santa
Teresa, donde confluyen las historias de los personajes principales de la novela. El telón de
fondo barroso de todas ellas es la serie de femicidios descritos en la cuarta parte, la más
extensa del libro, con un lenguaje más bien crudo, carente de lirismo, cercano al de la crónica
policial, generalmente abundando en detalles, que por momentos se funde con un tono
literario que nunca alcanza para disipar la atmósfera saturada de muerte y miseria. Santa
Teresa es el gran territorio alegórico donde se acumulan todas las alegorías del texto como
un paisaje petrificado de ruinas. Bolaño crea la imagen de una ciudad que asiste a cientos
de crímenes ocultados por la complicidad de la policía, el poder político, económico y
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mediático, con el trasfondo de las maquiladoras y los grandes basureros en medio del
desierto, que operan como posible emblema del libre mercado montado en esa ciudad de
frontera entre México y Estados Unidos.
Las implicancias estético-políticas de la alegoría bolañesca regresan nuevamente al
viaje infrarrealista de las fronteras borrosas, barrosas, de la vida y la literatura, al viaje que
implica sumergirse en las trabas humanas, meter las patas en el barro del mal. Los
femicidios de Santa Teresa acaso sean el secreto del mundo, como intuye uno de los
personajes, pero no pueden ser explicados mediante la apelación realista a la psicología de
los sospechosos. Bolaño elige como epígrafe de 2666 un verso del poema “El Viaje” de
Baudelaire: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. El poema es el
viaje de la aventura y el horror, el que empieza con la mirada pura del niño al tiempo que se
adentra en el viaje de los condenados, donde abandonarlo todo es posible porque no hay
nada que perder. El viaje de la literatura es el mismo viaje de la enfermedad: “Literatura +
enfermedad = enfermedad”, es la fórmula con la que Bolaño titula uno de los últimos textos
publicados antes de morir. Escribe ahí: “El viaje, todo el poema, es como un barco o una
tumultuosa caravana que se dirige directamente hacia el abismo, pero el viajero, lo intuimos
en su asco, en su desprecio y en su desesperación, quiere salvarse” (Bolaño, 2010, 527). El
horror como único oasis posible de ver en el desierto del tedio es la enfermedad del mundo
contemporáneo:
Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a
mano, y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el horror, es decir el mal. O
vivimos como zombies, como esclavos alimentados con soma, o nos convertimos en
esclavizadores, en seres malignos (…) Un oasis siempre es un oasis, sobre todo si uno sale
de un desierto de aburrimiento. En un oasis uno puede beber, comer curarse las heridas,
descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero podrá
confirmar, esta vez de forma fehaciente que la carne es triste, que llega un día en que todos
los libros están leídos y que viajar es un espejismo. Hoy todo parece indicar que sólo existen
oasis de horror o que la deriva de todo oasis es hacia el horror. (Bolaño, 2010, 528)
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el discurso que utiliza” (Foucault, 1996: 45). En cambio, la descripción de enunciados “no
trata de rodear las actuaciones para descubrir detrás de ellas o por debajo de su superficie
aparente un elemento oculto, un sentido secreto…” (Ibíd.: 183). No se trata, pues, de
interpretación sino de descripción; (ii) tampoco se trata del ‘sentido’ sino de la función
enunciativa; la idea no es liberar los múltiples sentidos que cubrirían o se dejan adivinar en
el tumulto de lo expresado, sino de señalar el lugar que ocupa el sujeto en un espacio de
enunciación: “El análisis enunciativo es, pues, un análisis histórico, que se desarrolla fuera
de toda interpretación” (Ibíd.: 184). A las cosas dichas no cabe preguntarles lo que ocultan
o cubren, sino de qué modo existen; (iii) no es el texto o la obra el ‘objeto’ propio del análisis,
sino el enunciado: “se trata de captar el enunciado en la estrechez y singularidad de su
acontecer” (Ibíd.: 45); (iv) no es el discurso aislado lo que importa, pues todo discurso es en
relación con otros —relación que es de analogía, oposición, correspondencia,
complementariedad. El juego y sus relaciones son los que permiten la aparición de los
enunciados, los que marcan el campo; (v) Por último, lo que importa es descubrir las reglas
de las formaciones discursivas que organizan los discursos, “conjunto de reglas que son
inmanentes a una práctica y la definen en su especificidad” (Ibíd.: 76). La aparición solitaria
del término ‘inmanencia’, referido a reglas que rigen las prácticas, no alcanza, pues, para
convertirla en ‘problema’.
De ahí que, en segundo lugar, para la empresa foucaultiana no tendría relevancia la
polaridad inmanencia-trascendencia. Estas dos variables de análisis encuentran su lugar en
el marco de una hermenéutica, no en el de una teoría de la enunciación, en la que cobra
significación, más bien, el par exterior-interior. En otras palabras: el enunciado es
exterioridad; lo que hay que tener en cuenta es ‘lo dicho’ (ni tan siquiera lo decible) en que
toda presunta interioridad se realiza y desaparece. O bien, en que toda interioridad aparece
como ‘lo otro’ de lo dicho contra cuyo fondo, puesto retroactivamente, se inscribe lo decible.
Las relaciones que se busca describir no son exteriores al discurso, sino que son su
condición y su límite.
Por último, se ha dejado de lado todo aquello que para MF signa una historia narrada
desde el punto de vista de un sujeto trascendental y de un referente exterior a las
formaciones discursivas: a) los largos periodos y las continuidades; b) los nexos causales
necesarios para jalonar esas continuidades; c) el vector racional ascendente y progresivo;
d) las tradiciones e influencias; e) las ideas de autor, obra y libro. De lo que se trata, por el
contrario, es de descubrir las reglas de emergencia de unos temas, de unos objetos o de unos
conceptos, de enunciados y discursos. Esas reglas no tienen lugar en la mentalidad o en la
conciencia de los individuos sino en el discurso mismo. O mejor, en los acontecimientos
discursivos. La propuesta se mantiene en la superficie textual y en la materialidad de lo
dicho con el propósito doble y paradójico de dejarse ‘cautivar’ y liberarse por sus ecos y
resonancias. Es así que nos encontramos con Jacques Rancière.
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inversión de aquel otro que proporciona causas o determinaciones generales cuyos efectos
se ilustran a través de casos. Tampoco en este caso la idea es indagar en el a priori, causas o
determinaciones exteriores. La exploración comienza por el lado de la determinación
concreta: “El objeto es lo que nos indica cómo podemos hablar de él, cómo podemos
tratarlo” (Rancière, 2014). La conexión entre elementos discursivos para la elaboración de
un tejido escritural está posibilitada por los ecos, por la resonancia de ciertas palabras, por
sus texturas y matices, sin decidir de antemano qué es exactamente lo que se busca, de qué
premisas se parte. Sin establecer jerarquías. De ahí la consigna: “Aprender algo y relacionar
todo lo demás”.
Tal como ocurre en el espacio comunitario, el método de la igualdad destruye el
abolengo de ciertos registros discursivos y realza los marginados, ocasionando encuentros
y desencuentros. Los choques y colisiones, las citas fallidas, acontecen, lo mismo que las
exitosas. Experiencia de tanteo, difícil saber de antemano cuál es la meta, pues, en verdad,
toda teleología ha sido erradicada: “Para mí, el único método que vale es el de saber si una
palabra de pronto da la talla, la resonancia con respecto a otra”. De ahí en más, “me dejé
guiar bastante sistemáticamente por los vínculos que me ofrecía el material mismo…”, nos
dice refiriéndose a La noche de los proletarios (Rancière, 2014).
Primera conclusión provisoria: de la enunciación del principio de inmanencia para la
lectura —“mi método siempre combinó la lectura inmanente que busca el tipo de relación
entre un sentido y otro”— se obtiene una formulación clara: dejarse guiar por el material
mismo. No hay ‘fuera de texto’ que encamine los resultados. El trabajo, nos dice, es contrario
al del historiador, que establece la bibliografía de las obras para establecer el marco general
y luego va a los detalles. En su lugar, la inmersión en los archivos se combina con el tendido
de transversales entre datos jurídicos, literarios o religiosos. “Lo que volvió factible este
libro [La noche de los proletarios] era la posibilidad de construir una suerte de intriga
simbólica desconectada cualquier cronología o de todo pasaje de causa a efecto según la
modalidad de los historiadores” (Rancière, 2017).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
humano o divino, sino que comprenden la totalidad del mundo orgánico e incluso, no
orgánico y sus metamorfosis.
En el escritor neobarroco Severo Sarduy (2011) la inmanencia se despliega como
intratextualidad: mecanismo de parodia, desfiguración de un texto que funciona como
referente. Pero esa operación no deriva en un texto ‘menor’ sino todo lo contrario: no por
fundarse o montarse en otro dado previamente, un texto tiene un rango inferior, sino que,
en consonancia con el principio de igualdad de JR, alcanza una dignidad que le es propia. Se
trata de abolir el sistema de jerarquías, el abolengo que ostentan determinados textos
canónicos.
Esta operación es algo más que una simple propuesta estética o hermenéutica: se
trata de cuestionar las relaciones estamentarias desde el acto de leer, lo cual implica una
política de la interpretación. La intratextualidad deviene en collage o superposición de
voces, ninguna de las cuales implanta su autoridad. Este principio se complementa con el de
la intertextualidad, donde son los textos los que conversan entre sí, no sus autores. Tampoco
son los contextos los que determinan el modo de su organización; no responden a ellos,
como sugeriría una teoría del reflejo. Tampoco hay significado último, modelo u origen al
que quepa llegar ni hay sentido último que se trate de restituir, sino que se trata de vagar y
divagar por los textos, de errancia y divergencia. Tal como propone la arqueología
foucaultiana, esa errancia implica atenerse a la exterioridad de las formaciones discursivas,
sin procurar alcanzar un fondo o excavar ningún sentido. Correspondencia, pues, entre
método y objeto: son los textos en definitiva los que reclaman su propia manera de ser
comprendidos. Lo cautivante en el arte neobarroco indoamericano es precisamente el
hecho de proponer un mundo que celebra la inmanencia de lo divino. Por eso reclama una
escucha y una producción lectora que también lo sea.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
La pregunta por el archivo se ha vuelto un lugar común, una tendencia para las más
variadas producciones del arte y uno de los formatos dominantes en las exhibiciones
contemporáneas. La recolección de imágenes y objetos, textos e informaciones, registros
fotográficos o audiovisuales, así como su montaje y su organización diversa, ocupan un lugar
medular en la búsqueda de estrategias narrativas que ponen en diálogo el presente y el
pasado.
Las nuevas producciones artísticas que apelan al archivo anticipan si no una
dirección, una topología posible para las nuevas narrativas del presente que incluyen ese
sesgo temporal sugerido por la vuelta hacia atrás, al origen (arkhé). El archivo guarda lo que
fue o habría sido el origen, lo arcaico y lo arqueológico, el recuerdo o la excavación. Es la
puesta en juego de la experiencia de la memoria y del retorno (Derrida, 1997) con
materiales que permiten revolver los restos del pasado en busca de un futuro escondido,
como subraya Benjamin en diversos escritos. Juego tensitivo para el arte y sus espacios, que
no son inmunes a la configuración arcóntica de esos restos pero que, al mismo tiempo, sabe
que no hay archivos absolutos, que puedan cerrar o consignar, de una vez por todas, el
devenir de las huellas que pretenden almacenar.
La exigencia de que el archivo se asiente en algún sitio sobre un soporte estable a
disposición de quien cuenta con la legitimidad de su organización y desciframiento ya no
está sujeta a la tutela de una autoridad hermenéutica. Su inevitable topología (qué archivos,
dónde, qué tipo de consignación) ya no cuenta con una autorización externa. Por el
contrario, hoy la expansión de la palabra misma archivo suele evocar con frecuencia el ícono
de una carpeta amarilla llamada Mis documentos que toda computadora tiene como
conteiner de archivos que, en distintos programas o formatos, mezcla imágenes y audios
personales o públicos ingresados.
Los artistas que buscan materiales de archivo de una vida reúnen huellas que enlazan
y potencian un relato en el que lo íntimo convoca la presencia de los otros y viceversa. Con
ellos buscan hacer que la información histórica, a menudo perdida o desplazada, esté
físicamente presente. Apuntan a transformar espectadores distraídos en comentaristas
comprometidos (Hal Foster, 2016). Conciben que el poder arcóntico del archivo, al igual que
los medios de su reproductibilidad técnica, trascienden como problema al llamado "campo
del arte". Rancière (2011c, 2012) señala que una imagen siempre forma parte de un
dispositivo de visibilidad: un juego de relaciones entre lo visible, lo decible y lo pensable.
Ese juego de relaciones dibuja por sí mismo una cierta distribución de las capacidades. Es
decir, hacer una imagen es siempre al mismo tiempo decidir sobre la capacidad de los que
la mirarán: “la política es un asunto de apariencia, un asunto de constitución de escenas
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
continuamente sobre las cosas y las cosas sobre las palabras. Es cuando el arte y la política
comienzan. Cuando en el artista y en el visitante (espectador e intérprete de la escena
poética) se agudizan, escribe Rancière (2005: 43), “a la vez nuestra percepción del juego
de los signos, nuestra conciencia de la fragilidad de los procedimientos de lectura de los
mismos signos y el placer que experimentamos al jugar con lo indeterminado”.
Aquello que está tachado, borrado, indica que no hay información de la palabra, de la
frase, “el nombre del asesino, conspirador o cómplice”, pero sí una información que es
visual. Ninguna de las tachaduras de estos archivos es aleatoria – hay motivos por los cuales
esa información hoy no se hace pública. Pero lo que sí revela esa tachadura es que esa
información está operando en el presente. Esa tachadura es el presente de la información,
la historia sobre América Latina durante la Guerra Fría (si esa información no tuviera
relevancia hoy, en el presente, estaría desclasificada de su condición de secreto).
La expresión “imagen pensativa” de Rancière (2008) se hace presente porque con ella
el filósofo se refiere a un nudo de indeterminaciones entre lo pensado y no pensado, efecto
de la circulación de lo sabido y de lo no sabido, de lo expresado y de lo inexpresado, de lo
presente y de lo pasado. La pensatividad reside en la imposibilidad de hacer coincidir dos
imágenes. En este caso, los archivos que describen ciertos hechos y la instalación que Jarpa
arma de esos archivos (otorgándoles una narración, un discurso, podría decirse, físico del
trauma): la materialidad especialmente elegida para el Malba, que serán a su vez
observados por nosotros espectadores.
En En nuestra pequeña región de por acá Voluspa Jarpa interroga la eficacia estética y
política de la circulación pública de estos archivos que hoy es habilitada y potenciada por
soportes alternativos, que si bien democratizan el acceso a este ensayo-poético
experimental referido a temas e interrogantes de resonancia histórico-política, también
conforman una estrategia que suele ser recibida con reticencia por otras generaciones,
sobre todo aquella generación protagonista de los hechos que ellos narran.
Los espacios del arte y la política del arte devienen en política de la mirada, en tanto
cuentan con estrategias poéticas que desestabilizan las significaciones y reactivan su
sentido. Como Rancière sintetiza en Sobre políticas estéticas (2005, 73): “el museo del
futuro debe responder a imperativos de integración, de reconocimiento de las capacidades
de todos. Y debe al mismo tiempo sorprender las expectativas de quienes lo visitan y
contribuir con el choque de la experiencia a formar un sensorium diferente”.
No bien se entra a la primera de las salas de En nuestra pequeña región de por acá
Jarpa pone en juego el espacio arquitectónico de la escalera y la bóveda vidriada del museo.
Los dieciocho metros que separan el techo vidriado del Malba de la escalera que guía al
subsuelo están unidos por largas tiras de papel de archivos desclasificados sobre catorce
países de América Latina. Al acercarse a estos papeles se lee con claridad palabras como
“Secret” o “Unclassified” estampadas con un sello.
“Mi carne es bronce para la historia” consiste en dos muros con 47 retratos cívicos
en planchas de bronce de presidentes, ministros de Estado, párrocos, diputados,
senadores, periodistas latinoamericanos ante un micrófono que, desafiantes, enfrentan a
estos archivos y hasta ponen en jaque nuestra perspectiva inicial. De ellos sólo se dice a
qué país pertenecen y se agrega un año que —se comprende— refiere al año de su muerte.
“Algunos estamos amenazados de muerte” aparece como contracara a uno de estos muros
(que puede aparecer desapercibida al visitante distraído o apurado) y descubre que es
otra la sala donde se hace visible la eliminación sostenida y sistemática de estos líderes
entre los años 1948 y 1994. Video-proyectores con forma de metrallas disparan el registro
fotográfico brutal de la violenta muerte de cada uno de estos líderes de los cuales solo se
menciona el cargo que cumplían en el momento de ser asesinados.
Será en otra sala donde se puede rastrear la conmoción pública que generaron estos
asesinatos para sus pueblos: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”. La memoria de lo que
ocurrió con estos líderes –y aquí sí aparecen nombre y apellido- reaparece aquí en un
collage de papeles de calco que superpone imágenes de todos los cortejos a través de un
efecto totalizador que vincula cada una de sus circunstancias. El contrapunto a este collage
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
acontece en el centro de esa misma sala con “Lo que ves es lo que es. Judd cubos”. Obra que
cita a Donald Judd, artista norteamericano representante destacado del minimalismo. Una
vanguardia abstracta, no discursiva que se impone a fines de los 60 que sostiene que "lo que
ves es lo que es", "el artista no genera discurso", "el artista simplemente produce un objeto
maravilloso y ahí se acaba". Estos cubos tienen incrustadas placas de los archivos
desclasificados contemporáneos a esta vanguardia. Articula la escena una frase de Orwell
inscripta en ellas: “Todo se desvanece en la niebla. El pasado está tachado y la tachadura
olvidada. Todo se convierte en verdad y luego vuelve a convertirse en mentira”.
Con la cita de Donald Judd Jarpa establece una relación entre el arte y el contexto en
el que se sitúan estos cientos de miles de páginas. Recontextualiza el momento de la
vanguardia con la inasequibilidad de los archivos. Un inmenso volumen de información
cotidiana sostenida de las políticas llevadas en secreto en los países latinoamericanos, a lo
que se suma la dificultad del idioma y la tachadura que se inserta en esas piezas.
Entonces, en esta misma sala se intercepta “Lo que ves es lo que es. Judd inverso”:
una serie de carpetas grises y rojas ordenada por país contiene los archivos
desclasificados en donde se cuentan las historias y las causas judiciales de las muertes de
esos hombres. Donde se hacen presentes, jueces, abogados y también familiares. En las
carpetas grises se archivan los casos de los que se sabe con certeza que fueron asesinados.
En las carpetas rojas se archivan los casos dudosos y que aún están en estudio. Una
carpeta negra sobresale a la fila y que lleva la etiqueta Operación Cóndor. ¿Acaso el
montaje de esta contraposición de realidades, la pública del cortejo y la secreta del archivo
no hace hablar a los cuerpos silenciados? ¿Acaso no refleja una redistribución de qué es lo
que se toma en cuenta al construir la relación de la singularidad de los cuerpos frente a la
muerte en masa?
Todas estas piezas son modos anómalos de narrar, que en lo inexpresado buscan
hacerse visibles, en un texto. Una sola hoja tachada de estos archivos quizá no impacta, no
nos perturba tanto. Es una palabra tachada, una unidad pequeña. Pero encerrar en una sala
todas esas hojas, convierten ese volumen tachaduras en una especie de plaga, de
monstruosidad, de cuerpo volumétrico de secreto. Una imagen espectral que nos acecha.
Que al no ofrecer la posibilidad de un relato concreto, queda en suspenso. Los archivos
colgantes, en esa suspensión transmiten la idea de lectura incompleta, sin conclusión. Hacen
visible lo decible.
En la sala que podría marcar como el final del recorrido o su reinicio, algo perdida tras
una cortina negra, oscura como la cortina, tiene lugar una instalación sonora. Una polifonía
de discursos políticos de estos líderes cuyos nombres aparecen escritos en diminutas letras
en paredes negras. Con dificultad se escuchan palabras que expresan utopías sociales que
se repiten y se superponen unas con otras: justicia, igualdad, libertad, soberanía. Palabras
que chocan con las palabras contenidas en los archivos desclasificados que sostienen por su
parte una trama sistemática de cotidiana vigilancia, de secuestros, de intrigas que
sostuvieron los golpes de Estado en la región, de desestabilizaciones económicas, etc. ¿Será
que todos los visitantes de En nuestra pequeña región de por acá seguimos construyendo
desde la experiencia subjetiva e íntima la memoria de una otra escritura que se activa en
una hermenéutica tensiva con el dato duro de estos archivos desclasificados tachados?
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
El neobarroso o lo irrepresentable
Siguiendo nuestro recorrido hacia las derivas barrosas de una hermenéutica tensiva,
puro juego de fuerzas interpretativas y de batallas por el sentido, nos interrogaremos a
partir de la lectura de algunos fragmentos de Mi tío el yaguareté de Joao Guimarães Rosa
(2002).
Desde el cruce de las miradas hasta la asimilación con el otro o del otro, ciertas
perspectivas de un barroco de la contraconquista, al decir de Lezama Lima, se presentifican
en operaciones lingüísticas específicas. Tales esos quiasmos que vuelven invisible lo visible
y viceversa, disuelven todo realismo representacional y cuestionan las nociones clásicas de
sujeto y objeto. Un cazador mestizo que se vuelve jaguar o un brujo que se transforma en
halcón no son más que las formas de ese travestismo, disfraz, paradojas del engaño, que
tornan a la superficie barroca en una instancia de topologías ambiguas. El modo en que lo
verdadero se deduce de esas ficciones es la matriz desde la cual esas figuras literarias dan
que pensar. Cuestionamiento de la realidad y de la verdad, multiplicación alucinatoria de
fragmentos textuales, devenir de las lenguas, trasformaciones de la significación por su
abordaje corporal, superposición y mímesis como puesta en abismo, son estrategias de
construcción de universos multiformes, siempre en expansión, siempre críticos de todo
carácter hegemónico del significado y del poder unificante.
Dejémonos llevar un momento por la lectura de Mi tío el yaguareté. Se lo ha ubicado
en el neobarroco brasileño por consideraciones estilísticas, enunciativas y temáticas. Pero
nuestras reflexiones proceden más bien de una tradición hermenéutica que ahonda las
tensiones en la interpretación al punto de romper con las estructuras gramaticales, y más
allá aún, las diferencias genéricas (géneros literarios, sexuales, identitarios, en suma). Así
se pone en juego la relación entre especies: humana, animal, hombre y jaguares, entre razas:
mestizo, negro, blanco, indígena, entre géneros sexuales: varón/mujer jaguar, entre
espacios: selvático/urbano, frontera entre oralidad y escritura, entre lenguas:
portugués/tupí, entre palabra articulada y sonidos, (logos y phoné en la terminología de
Aristóteles). Estas composiciones, ¿no son, quizás, una especie de descomposición? ¿No
señalan una inestabilidad constitutiva de razas, idiomas, géneros y espacios?
Nos detendremos un momento en el plano de la lengua. El texto, de dificilísima
traducción trabaja en dos niveles de descomposición: por un lado, es un texto que se debe
leer en voz alta. No basta con realizar una lectura silenciosa. Como Finnegans wake (Joyce,
2016) requiere la escucha atenta de una voz. Ahí ya se da un primer nivel de
desestabilización: no puede establecerse una frontera nítida entre lo escrito y lo hablado,
no respeta las normas de una lengua escrita, sino que las marcas de la oralidad van
socavando el límite. Se superpone a esta inestabilidad, una segunda: el texto está escrito en
el portugués de un mestizo que lo interfiere con términos del tupí. Podríamos comprender
este proceso desde la glotopolítica en tanto estudio de las relaciones de poder entre lenguas.
Un concepto como el de glotofagia da cuenta del proceso por el cual una lengua devora a
otra. El portugués fue la lengua imperial que abolió diferencias en Brasil a partir de la
conquista, proceso que culminó con la institucionalización de la lengua portuguesa como
idioma nacional, aun cuando esta determinación se tomó cuando la mayoría de los
habitantes no hablaban esa lengua. Y en este cuento, el fluir de la lengua (¿de la conciencia?)
es interrumpido por el tupi, el idioma ágrafo de los caníbales tupí nambá. Los feroces
salvajes de la tradición completamente aplastados y reducidos a lugares ocultos de la selva,
van interfiriendo con su voz en el largo monólogo de este personaje. ¿Lo hacen solo desde
la incorporación de toponímicos, de vocabulario a nivel semántico, o se da porque la
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
—¿Hum? Eh-eh… Sí. Sí señor. A-ha, si quiere entrar, puede entrar… Hum, hum… ¿Usté
sabía que yo vivo aquí? ¿Cómo lo supo? Hum-hum… Eh. No señor, n’t,n’t… ¿Su caballo,
solo ése? ¡Ichi! El caballo ta manco, aguado. Ya no sirve. Achi… Pues sí. Hum, hum, ¿Usted
vio este fueguito mío, de lejos? Sí. Ah, pues. Pase, usté se puede quedar aquí. (Guimaraes
Rosa, 2002: 411)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
madre india. Pero él mismo fue del mestizaje al indio y del indio al jaguar en una continuidad
pasmosa que no se ancla en categorías.
¿Usté cree que parezco jaguar? Hay horas que parezco más. Usté no ha visto. Usté no
tiene aquello –espejín, ¿tendrá? Quería ver mi cara… Tiss, n’t, n’t…Yo tengo la mirada
fuerte. Eh, hace falta saber mirar el jaguar, encarado, mirar con coraje, ha, él lo respeta.
Si usté ve con miedo, él sabe, usté entonces ta perdido. No puede tener miedo. El jaguar
sabe quién es usté, sabe lo que está sintiendo. Eso yo lo enseño, usté aprende. Hum. Él
oye todo, ve todo movimiento. Rastrear, el jaguar no rastrea. No tiene buen olfato, no es
perro. Caza con los oídos. El buey resopló en el sueño, rompió un pastito: desde media
legua, el jaguar sabe…No señor. El jaguar no acecha desde lo alto del árbol. Sólo la
suasurana salta arriba del árbol: la moteada no salta: la moteada sube derecho, como
gato. ¿Usté ya lo vio? Eh, eh, yo trepo en árbol, acecho. Yo, sí. Espiar de allá arriba es
mejor, nadie ve que estoy viendo…Deslizarme al suelo, para llega cerca de la presa, con
quien mejor lo aprendí fue con el jaguar. Tan despacín que uno mismo no siente que
avanza del lugar… Hay que aprender todos los movimientos de la presa. Yo sé cómo usté
mueve la mano, que usté ve hacia abajo o hacia arriba, si hace falta ya sé cuánto tiempo
le toma saltar. Sé en qué pierna usté se apoya primero…. (Guimaraes Rosa, 2002: 424)
Ha-ha. Esto no es una casa… Hubo. Creo que sí. No soy hacendado, soy vecino… Eh,
tampoco soy vecino. Yo – por todas partes. Toy aquí, cuando quiero me mudo. Sí. Aquí
duermo. Hum. ¿Ñen? Usté es el que habla. No señor… ¿Usté va yendo o viniendo?
(Guimarães Rosa, 2002: 413)
También sabía lo que el jaguar estaba pensando. ¿usté sabe en lo que piensa el jaguar?
¿No sabe? Eh, entonces aprenda: el jaguar sólo piensa en una cosa --- que todo es bonito,
bueno, bonito, bueno, sin toparse con nada. Nada más piensa eso, todo el tiempo, largo,
siempre lo mismo, y así va pensando mientras camina, come, duerme, haga lo que
haga…Cuando algo malo ocurre, entonces de pronto chirría, ruge, tiene rabia, pero no
piensa en nada: en ese instante deja de pensar. Nada más cuando todo vuelve a estar
tranquilo, piensa otra vez, igual, como antes… (Guimarães Rosa, 2002: 419)
Por eso el canibalismo no es la práctica de comer carne humana, ya que todos los
animales de la selva lo son, sino simplemente de comer carne. Por lo que harán falta rituales
compensar la depredación que se realiza por el solo hecho de cazar. Es una práctica
necesaria para la subsistencia, pero no pueden excederse de los límites. Y el animal cuando
es cazado se encuentra con su cazador y se entrega a él. Diverso por completo de lo hecho
por nuestro narrador que ha cazado al modo de los blancos: sin medida, solo para conseguir
la piel. El conoce las estrategias de la caza porque puede identificarse con el animal y
transitar de una piel a la otra, pero usó ese poder como un depredador blanco.
Eh, entonces daban dinero a quien matara a Pie-de-Olla. Yo fui. Hablaban de seguirle el
rastro. Hum-hum… ¿Cómo podrían rastrear, encontrarlo rastreado? Yo andaba lejos…
¿Cómo iban a poder? Hum, o. Pero yo sé. Yo no busqué. Me acosté en el lugar, olí su olor.
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¡Voltee ese revolver! No juegue, voltee el revolver para el otro lado… No me muevo, toy
quieto, quieto… Oiga: ¿usté quiere matarme, ui? ¡Quite, quite el revolver para allá! Usté
ta enfermo, ta desvariando… ¿Vino a llevarme preso? Ui: pongo la mano en el piso de
casualidad, sin razón. Ui, el frío… ¡¿Usté está loco?! ¡Atié! ¡Salgase, la choza es mía, cho!
¡Atimbora! Usté me mata, el compañero viene, se lo lleva preso… El jaguar viene, María-
María se lo come… El jaguar es mi pariente... Ei ¿por culpa del negro? No maté al negro.
Taba contando tonterías… ¡Miré el jaguar! Ui, ui, usté es bueno, no me haga eso, no me
mate...Yo---Macuncozo... No haga eso, no lo haga...Ñeñeñém… ¡Heeé!
He…Aarrrá…aaah…Usté…..me….arahoou…Remuancí…Reiucaanacé…Araa…Uhm…Ui…
Ui...Uh…Uh…eee (Guimarães Rosa, 2002: 446)
El neobarroso de Guimarães termina en una muerte sin dioses. Apunta contra las
teologías, sobre todo las monoteístas, pero se detiene en las creencias, en una democracia
de los relatos, donde uno no es más verdadero sino apenas más verosímil que otro. No se
trata de politeísmos ni de multiculturalismo. Sino de los efectos políticos finales de un
genocidio nunca reconocido.
La lectura del texto, su cadencia, va de la ficción al ensayo y los compone para mostrar
la trama de un barroco como crítica del presente.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Lucas Bidon-Chanal
UBA - CIF - IEALC
[email protected]
Laissez tout.
Laissez Dada.
Laissez votre femme. Laissez votre maîtresse.
Laissez vos espoirs et vos craintes.
Laissez vos enfants dans les bois.
Laissez la proie pour l’ombre.
Laissez votre vie facile,
laissez ce que vous sont donnés pour l’avenir.
Partez sur les routes. 1
El poema expone una forma del viaje en Bolaño: el abandono, la aventura. Se trata de
la aventura surrealista, de la búsqueda de derrumbar las fronteras entre arte y vida, del
rechazo tanto de la comodidad y la seguridad burguesas como de su aliada institución-arte
(inclusive en el abandono de Dadá) y del arte bello que no admite las irrupciones
desestabilizadoras. 2 Desde la reapropiación del poema en el título con el inquietante
adverbio “nuevamente”, el manifiesto pone en evidencia su deuda con el surrealismo y la
tradición vanguardista (contraria a toda tradición) al igual que su aparente fracaso (del que
también es deudor) y reafirma todo, vanguardia y fracaso, en el escenario latinoamericano
de mediados de 1970: “Nos anteceden las MIL VANGUARDIAS DESCUARTIZADAS EN LOS
SESENTA./ Las 99 flores abiertas como una cabeza abierta./ Las matanzas, los nuevos
campos de concentración” (Bolaño, 1977: 9). El infrarrealismo (que reaparecerá unos
veinte años después como “realvisceralismo” en Los detectives salvajes, su principal novela
de aventuras) propone la imaginación como arma que “dinamita, elucida, inyecta microbios
esmeraldas en otras imaginaciones”, “para hacer aparecer las nuevas sensaciones” y
“subvertir la cotidianeidad” (Bolaño, 1977: 11).
Observa Aragon en Una ola de sueños (2004) que el surrealismo constituye la más
acabada demostración de un nominalismo absoluto, en tanto el nombre se le revela como la
materia mental primordial (“no hay pensamiento fuera de las palabras”), distinta del
1 “Déjenlo todo. / Dejen a su mujer. Dejen a su amante. / Dejen sus esperanzas y sus temores. / Dejen a sus hijos en
medio del bosque. / Dejen las cosas por sus sombras. / Dejen su vida cómoda, /dejen las seguridades de un porvenir.
/ Láncense a los caminos”.
2 Bolaño dice en una entrevista televisiva muy posterior que él y los otros miembros del grupo eran bastante
irresponsables y su línea teórica, muy incoherente. Sin embargo, parece seguir reivindicando su enfrentamiento con
las “mafias literarias”, contra los grupos de poder, como en un campo de batalla: con la izquierda que llama
“estalinista” o “dogmática”; con la “derecha exquisita, que de exquisita no tenía nada, de una exquisitez llena de
polvo”; con vanguardistas interesados en ganar dinero o en ingresar en el arte institucional.
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Con este verso del último poema de Les fleurs du mal de Baudelaire como epígrafe,
abre 2666, la monumental novela póstuma de Bolaño. El poema (Le voyage) refiere al viaje
3 Ricardo Ibarlucía se ha encargado de apuntar en el estudio preliminar a su versión castellana de Une vague de rêves
autor soviético Georgij Gurevic, donde aparecen las estrellas-ciudades y las estrellas pueblo y así la complicidad con
los géneros literarios menores y el más que probable paralelismo entre el escritor desesperado soviético que intenta
“generar un discurso que opere como un pliegue respecto al sistema de control” y el infrarrealista mexicano
desencantado de la izquierda institucionalizada del gobierno del PRI. (Cfr. Espinosa, 2006)
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
de la aventura y el horror, el que empieza con la mirada pura del niño al tiempo que se
adentra en el viaje de los condenados, donde abandonarlo todo es posible porque no hay
nada que perder. El viaje de la literatura es el mismo viaje de la enfermedad: “Literatura +
enfermedad = enfermedad” es la fórmula con la que Bolaño titula uno de sus últimos textos
publicados antes de morir. Escribe ahí: “El viaje, todo el poema, es como un barco o una
tumultuosa caravana que se dirige directamente hacia el abismo, pero el viajero, lo intuimos
en su asco, en su desprecio y en su desesperación, quiere salvarse” (Bolaño, 2010: 527). El
horror como único oasis posible de ver en el desierto del tedio es la enfermedad del mundo
contemporáneo:
Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a
mano, y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el horror, es decir, el mal.
O vivimos como zombies, como esclavos alimentados con soma, o nos convertimos en
esclavizadores, en seres malignos (…) Un oasis siempre es un oasis, sobre todo si uno
sale de un desierto de aburrimiento. En un oasis uno puede beber, comer curarse las
heridas, descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero
podrá confirmar, esta vez de forma fehaciente que la carne es triste, que llega un día en
que todos los libros están leídos y que viajar es un espejismo. Hoy todo parece indicar
que sólo existen oasis de horror o que la deriva de todo oasis es hacia el horror. (Bolaño,
2010: 528)
En 2666 el horror transita bajo las formas de la alegoría casi como una respuesta a
aquel diagnóstico de William Burroughs acerca de los estertores de la forma novelística
hacia el último tercio del siglo XX, arrojada a una competencia virtual con los medios de
comunicación y su cobertura morbosa del horror. 5 Un abordaje neobarroco de la alegoría
permite delinear la respuesta de 2666 a este problema. Walter Benjamin (1990), acaso con
lentes vanguardistas, vio en el procedimiento alegórico del luctuoso drama barroco alemán
algo más que un principio procedimental: lo alegórico como una forma o incluso una “idea”
del arte, opuesta a la clásica-simbólica. En la alegoría hay una concepción inorgánica del
tratamiento del material (la separación del contexto) y de la constitución de la obra (el
ajuste de fragmentos y fijación del sentido), contraria a la obra de arte clásica, que es
concebida orgánicamente, maneja su material como algo vivo, que aplica (de manera
ilegítima, según Benjamin) el concepto de símbolo religioso a la obra de arte en tanto esta
implicaría una encarnación finita y viva de lo infinito y absoluto. En sintonía con la
concepción de la alegoría como “expresión de la convención”, Sarduy encuentra en ella uno
de los aspectos centrales del neobarroco, que muestra a través del exceso de representación
y de la consecuente transgresión del nivel denotativo y natural del lenguaje su ruptura con
la representación mimética entendida en un sentido clásico: fingiendo denotar otra cosa, la
alegoría (neo)barroca señala en sí misma la organización convencional de la
representación, el artificio. Al igual que Benjamin, se detiene en la dimensión barroca de lo
irrepresentable en tanto el objeto que preside el espacio barroco es “caída, pérdida o
desajuste entre la realidad (la obra visible) y su imagen fantasmática (la saturación sin
límites, la proliferación ahogante, el horror vacui)” (Sarduy, 1999: 1402). Ese suplemento
constata el fracaso que significa la presencia de un objeto no representable, que se resiste a
franquear la línea de la alteridad. Pero el barroco insiste, con su carácter lúdico, erótico, en
5 “La forma novelística probablemente esté pasada de moda y tengamos que mirar hacia adelante, quizá hacia un
futuro en que la gente no lea en absoluto o sólo lea libros ilustrados y revistas o alguna forma abreviada de lectura.
Para competir con la televisión y las revistas, los escritores tendrán que desarrollar técnicas más precisas que
produzcan el mismo efecto en el lector que la fotografía de un hecho morboso” (Burroughs, 2014: 31). La ruptura con
la novela convencional, dado su presunto declive frente a la instantaneidad del shock propio del dominio de los
medios audiovisuales, se encarna en Burroughs en los experimentos con las técnicas de fold-in y cut-up. Esa ruptura
formal responde a un marco, si se quiere, programático en Burroughs, que convierte al montaje en un modo de
oponer resistencia a los principales instrumentos de control: la palabra y la imagen.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
la repetición obsesiva del suplemento. Sin embargo, aún el intento fallido del barroco
histórico reposa sobre una armonía preestablecida, sobre un logos que organiza y precede
a ese universo descentrado; en el neobarroco esa armonía desaparece, se rompe el logos
absoluto y la carencia se convierte en fundamento. El mismo Benjamin (1977: II, 2, 420-9 y
438-41) pareció ver también en la obra de Kafka una renovación de la narración ante el
declive de su forma tradicional y posiblemente una de las formas alegóricas narrativas
contemporánea: retomando la tradición judía, asemeja las “parábolas” kafkianas a las
ilustraciones poéticas (hagadá) del Talmud, es decir de la doctrina (halakhá), pero en las
narraciones kafkianas ya no se dispone de la doctrina, la enseñanza, que debería
acompañarlas; ésta jamás es explicitada, sólo aparece de manera alusiva, insinuada a lo
sumo por algunos gestos.
Ahora bien, si Kafka escribe relatos alegóricos que adoptan las formas de la narración
tradicional, aunque sin comunicar ley o doctrina alguna sino desorientación, Bolaño hace
algo similar con la novela realista decimonónica. 2666 tiene la forma de la empresa
desmesurada de la novela total del siglo XIX: más de mil páginas en cinco partes o novelas
relatadas en tercera persona por un narrador en apariencia omnisciente, pero que resulta
ser un fantasma o una mueca del narrador realista decimonónico, que se postula como el
fundamento en que se apoyaría el lector para zanjar el horror, la ruina, la fragmentación, la
locura y la ausencia de sentido. 6 2666 puede ser leída como cinco novelas alegóricas
plagadas de pequeñas alegorías, que componen a la manera de un montaje inorgánico de
fragmentos la totalidad alegórica de la novela: la primera parte está dedicada a cuatro
críticos literarios europeos que se desviven en la persecución academicista condenada al
fracaso de un misterioso escritor alemán, Benno von Archimboldi; la segunda narra el exilio
mexicano de un profesor de filosofía chileno que lidia con los fantasmas del pasado y del
sentido; en la tercera un periodista negro (cuyo apellido-pseudónimo es Fate, destino en
inglés) que escribe para una revista de negros sobre temas de negros y llega casi
azarosamente a la “ficticia” Santa Teresa para cubrir la pelea de un boxeador negro y queda
absorbido por esta ciudad quizás en la búsqueda de algo sagrado que nunca aparece.
Las cinco partes de 2666 desembocan en el escenario barroco de México, donde
confluyen las historias de los personajes principales de la novela. El telón de fondo de todas
ellas es la serie de femicidios descritos en la cuarta parte del libro con un lenguaje más bien
crudo y cercano al de la crónica policial, generalmente abundando en detalles, que por
momentos se funde con un tono literario que nunca alcanza para disipar la atmósfera
saturada de muerte y miseria. Santa Teresa es el gran territorio alegórico donde terminan
acumulándose todas las alegorías del texto como un paisaje petrificado de ruinas. Bolaño
crea la imagen de una ciudad que asiste a cientos de crímenes ocultados por la complicidad
de la policía, el poder político, económico y mediático, con el trasfondo de las maquiladoras
y los grandes basureros en medio del desierto, que operan como posible emblema del libre
mercado montado en esa ciudad de frontera entre México y Estados Unidos. Las
implicancias estético-políticas de la alegoría bolañiana regresan nuevamente al viaje
infrarrealista de las fronteras borrosas, barrosas, de la vida y la literatura, al viaje que se
sumerge en las trabas humanas, en el barro del mal. Los femicidios de Santa Teresa acaso
sean el secreto del mundo, como intuye uno de los personajes de la novela, acaso podrían
ser explicados mediante el recurso realista a la descripción de la psicología de los
sospechosos. Pero no, la representación está rota o indefinidamente postergada en la
acumulación de alegorías. La quinta y última parte del libro, dedicada al misterioso escritor
desaparecido, se presenta como promesa de develar el laberinto de misterios que
componen la novela. Amenaza con develar los puentes que se tienden entre los horrores y
ruinas de la vieja Europa y los horrores y las nuevas ruinas de una Latinoamérica que supo
ser “el manicomio de Europa así como Estados Unidos fue su fábrica” y que “desde hace más
de sesenta años, se está quemando en su propio aceite, en su propia grasa” (Bolaño, 2010:
541). Archimboldi es el reverso literario de Santa Teresa, en él acaso se encuentre oculto el
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
misterio que se tiende entre literatura y vida, entre Europa y América. Pero el misterio no
se devela, nada zanja el sentido. Cuando se descubre que el único sospechoso detenido por
varios de los femicidios de Santa Teresa es el sobrino de Archimboldi, quien a su vez ya con
ochenta años acaba de enterarse de su existencia, la novela se interrumpe con el viaje del
escritor a México, sin que se sepa si la acusación es cierta pues tampoco parece importar si
lo es.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Dolor/Sufrimiento
1 El presente trabajo incluía las cuatro fotografías tomadas por los miembros del Sonderkommando de Auschwitz-
Birkenau en 1944, así como también dos fotogramas del corto Sonderkommando (Los ingrávidos, 2014). Por
cuestiones de derechos de autor, no han sido reproducidas en esta publicación. Las fotografías pueden ser revisadas
en Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto (Didi-Huberman, 2014). El corto se encuentra disponible en
https://vimeo.com/109222843.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
este modo la sensibilidad se vuelve vulnerable porque es más pasiva que la receptividad. El
sufrimiento corre el riesgo de negar las experiencias hermenéuticas porque no es posible
relacionarse en términos interpretativos con éste, sino que abre al sujeto al estallido más
profundo del absurdo.
Lévinas le adjudica al dolor una capacidad de realización de un fin que no puede ser
asumido por conciencia alguna y al sufrimiento una pretensión de sentido de un fondo
insensato. Tal vez, por ello, Freud piense que el cuerpo es el inconsciente en sí y que el dolor
es cuerpo en alguno de sus estratos, fragmentos y fuerzas que lo atraviesan. Ante el dolor el
sujeto no logra interpretar su negatividad retrospectiva, porque éste no puede ser asumido
por conciencia alguna, mientras que el sufrimiento se presenta inútil, pero sin embargo
insiste como objeto de narración desde las teodiceas hasta los efectos del poder
concentracionario. El dolor produce una pasividad extrema del sujeto que lo contrae en un
ethos que puede abrirlo a la comunidad de dolientes, mientras que el sufrimiento está
orientado hacia un otro moral que demanda alguna forma de narración. Entre el dolor
incomunicable y el sufrimiento discursivo que se abre hacia otro se configura una ética de
la responsabilidad que después de Auschwitz refuta cualquier teodicea. El sufrimiento inútil
ante los acontecimientos del siglo XX aparece como el “mal radical” sin comprensión ni
sentido que vuelve una y otra vez sobre la sensibilidad del dolor y la responsabilidad ante
el rostro del otro.
Más allá de la lógica formal de la razón instrumental y de su máquina conceptual se
abre una lógica de la sensación capaz de reconocer lo incomunicable del dolor y la diferencia
singular de los dolientes que se reconocen más allá de la imagen y de las cosas entre cosas
en un mundo de fetiches. Si el dolor liga al sujeto a lo incomunicable en su pasividad, el
sufrimiento constituye para el sujeto una exterioridad que lo reclama. Sin embargo, la
pasividad del dolor crea comunidad y la exterioridad del sufrimiento puede coagular la
acción. La responsabilidad depende del reconocimiento de la constitución singular y
concreta del dolor y del hecho de que el sufrimiento pivota sobre la mirada involuntaria del
otro que nos constituye. Esa misma mirada que puede volver abstracto el dolor y cosificarlo
como fetiche del sufrimiento. La conciencia del sufrimiento en sus elementos universales
produce violencia al otro cuando aspira a generalizar la singularidad dándola por conocida
en algún aspecto.
El carácter coactivo de la conciencia subsume la singularidad del dolor del cuerpo
para tratarlo como objeto dentro de la lógica formal como fundamento del mundo
instrumental moderno. De la moral de la virtud en Schopenhauer a la ética de la
responsabilidad en Lévinas, quedan expuestas tanto la diferencia irreductible entre dolor y
sufrimiento como la articulación problemática de los términos dolor/sufrimiento
pertenecientes a la esfera moral.
Dolor somático
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
individuo experimenta de forma directa y originaria el flujo vivencial propio, como sostiene
Husserl en Meditaciones cartesianas (2009), resulta imposible una experiencia de la
conciencia ajena. La intersubjetividad es el único vínculo o nexo de “empatía” con el dolor
del otro. Max Scheler, en Esencia y formas de la simpatía (2004) sostiene que las teorías del
acceso al otro se dan por medio de “razonamientos de analogía” o por “procesos de
proyección afectiva”. O bien se comparan movimientos del cuerpo asumiendo que expresan
vivencias internas por expresión; o bien se comprende la emoción del otro por procesos
imitativos de los estados corporales. La evaluación de la percepción interna indica procesos
de autopercepción que se corresponden con percepciones externas y datos sensibles
exteriores. El cuerpo del otro produce vivencia y su modificación es constitutiva de la
autopercepción interna. Que los demás se presenten a la percepción como unidades
simbólicas significa que ellos son fenómenos de expresión en los que su cuerpo da a ver
vivencias. Las vivencias del otro nos son dadas de manera inmediata: percibimos la
vergüenza en el rubor y en el reír la alegría.
Scheler mantiene distancia con el concepto introspectivo de percepción interna de
Husserl, porque los hechos fundamentales de la conciencia no pueden ser concebidos de
manera solipsista por fuera de su relación con el cuerpo y su vivencia. Dolor y negatividad
provienen de la forma física del cuerpo. La posición de Scheler es recuperada por Theodor
Adorno en Dialéctica negativa (2005), porque la más mínima huella de dolor sin sentido en
el mundo de la experiencia desmiente toda filosofía de la identidad. El dolor del cuerpo
ajeno presenta una “discursividad” que hace posible que sea percibido por su expresión en
la comunidad de dolientes. Es conocida la fórmula de Adorno que dice “el dolor habla, cesa”.
El dolor ajeno es, tanto para Scheler como para Adorno, el que realiza el impulso mimético
de compartir con otro el imperativo de que el dolor tiene que cesar, aunque éste sea un
motor existencial.
La actitud mimética que informa a los lenguajes de las artes está orientada al respecto
de aquello que en el otro no puede reducirse a un principio abstracto de la equivalencia,
porque el dolor es concreto, material y singular, y excede tanto a lo universal como a la pura
interioridad. De este modo el dolor escapa de la “mala igualdad” de la equivalencia general.
De Scheler a Adorno, el dolor físico del otro aparece como el reclamo más urgente y exigente
de atender. Adorno cree en Dialéctica negativa que cuando el dolor del otro habla debe
cesar, porque la emancipación del individuo sería absurda si no incluyera a la comunidad
humana como un proceso de mímesis y expresión en su racionalización. De cualquier forma,
la noción de expresión será revisada y criticada por Adorno, por ser un término
excesivamente idealista respecto de la producción material.
Podremos decir que el ser-en-el-dolor es un impulso hacia la restauración de los
cuerpos, en tanto que el dolor crea comunidad que produce potencia colectiva y siempre lo
hace en un padecer con otros por una lucha ética. La expresión del dolor vincula un
problema ontológico con uno práctico: el de la potencia de producción de valor del hombre
sobre la tierra que supone la tensión exigente de la liberación de una vida ofendida a través
de una producción social de valor constructiva y expresiva de un ethos. El trabajo expresivo
de los cuerpos para la liberación a través de la lucha contra las formas de esterilidad de la
vida, operan contra el destino absurdo del tiempo de la explotación y de la “mala igualdad”
de la experiencia del sufrimiento cristalizado a través de las peligrosas formas cristalizadas
de compasión o empatía con el dolor del otro.
Resistencia
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
configuración o cartografía de los lenguajes de las artes. Una obra es siempre una instancia
local y un pensamiento situado que dice todo lo que tiene para decir por sus procesos de
formación y por sus procedimientos de expresión, pero hay que recordar que una obra o
una serie de obras es el efecto de un acontecimiento que interrumpió la historia como huella
o como síntoma de una tonalidad emotiva. Una obra o un conjunto de obras es una
indagación situada de los efectos del acontecimiento, que por azar determinó la sensación
y el sentido que la conforman, produciendo secuencias identificables por un conjunto virtual
y finito de obras que rodean los imaginarios posibles de nuestros modos de percibir y de
nuestros afectos. En las obras latinoamericanas que nos hacen sentir y provocan el
pensamiento, buscamos los modelos de tiempo, de sensación y sentido que desplazan el
umbral paradójico de las imágenes, entre lo inmotivado y lo intencional en un pensamiento
situado. Pensamiento que deberá decidir entre sustraerse de la imagen o imaginar pese a
todo. Tensión que resulta definitoria para el contemporáneo que ve “cuerpos y obras como
siembra inconstante de frágiles proyectos de piltrafa”, y por ello, tal vez, “percibe la
oscuridad de su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo”.
Emoción
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explicación racional, para deshacerse en la emoción de las masacres en las que el tiempo
nos funde, desorienta y extravía por el dolor. Nuestro presente exige fundar la racionalidad
misma en la emoción que se conecta con la mirada en la trama de la experiencia. Las
respuestas en la historia de la filosofía no se dejan esperar ante la razón ilustrada: o bien lo
viviente tiene el privilegio del dolor como el soporte de la razón, como cree Hegel; o bien la
fuente originaria del padecer corporal es la única razón de la existencia, como piensa
Nietzsche. La vida sensible para la razón o para la acción no puede pensarse sin emoción.
La emoción corporal conectada a la razón histórica sale de la senda de la impotencia
a la que fue conducida de Platón a Kant para volverse activa como cree Bergson. Hay que
considerar que el movimiento de la emoción nos pone fuera de sí, porque se trata de una
acción donde el cuerpo se agita y tiembla. Valen las palabras arcanas del poeta: “dónde se
está cuando se sale/dónde se sale cuando no se está?”. Intuimos que el movimiento de la
emoción es un tránsito preposicional donde el cuerpo atraviesa un umbral en el que éste
hace cosas de las que ni siquiera tiene idea. Cierto es que el movimiento de la emoción puede
producirse por una “transformación activa de nuestro mundo” como piensa Merleau-Ponty
o por una “percepción que concentra sin moverse del propio sitio” como cree Deleuze. No
hay dudas de que la emoción es un modo de aprehender el mundo que pone en juego los
afectos como lo considera Sartre. Sin embargo, ¿qué es eso que estando en mí está fuera de
mí?, se pregunta Freud.
Cuando experimentamos una crisis sensorial en el mundo y ante el mundo, cuando se
abre el lugar de la separación entre afecto y representación, la emoción queda separada de
la imagen que uno se hace de la situación, como piensa Freud. Esta disociación hace que
algunas emociones nos lleguen sin que sepamos reconocerlas o comprender sus razones,
aunque nos ocupen de modo inquietante en su extrema extrañeza. Los filósofos se
reconocen en su insistencia. En su aporte a La Política de las imágenes (2008), titulado “La
emoción no dice yo. Diez fragmentos sobre la libertad estética”, Georges Didi-Huberman
encuentra a Gilles Deleuze en la imagen del pensamiento en el que ambos insisten, en el
sendero de Freud, que la emoción excede al “yo”. Deleuze escribe en “La pintura inflama a
la escritura”, publicada en Dos regímenes de locos (2008): “La emoción no dice `yo´ (…) Uno
está fuera de sí. La emoción no es del orden del yo, sino del acontecimiento. Es muy difícil
captar un acontecimiento, pero no creo que esta captación implique a la primera persona.
Más bien habría que recurrir a la tercera persona porque hay más intensidad en la
preposición `él o ella sufre´ que en `yo sufro´”. Didi-Huberman considera doblemente justa
esta descripción: la considera una buena descripción y la cree implicada en la justicia,
porque pone en juego el uso ético de nuestras emociones.
Ante las imágenes del naufragio de nuestro tiempo la emoción no dice “yo”. En primer
lugar, porque el inconsciente es mucho más grande y transversal que mi “yo” personal. Ante
el dolor, el inconsciente es colectivo y político, nunca individual y familiar. En segundo lugar,
porque alrededor de mí la comunidad de los hombres es mucho más grande y transversal
que cada pequeño “yo” individual. La emoción contiene un colectivo político inconsciente y
una comunidad en los regímenes colectivos de enunciación. De este modo las emociones
atraviesan a los cuerpos colectivos en cuanto fenómenos que conmueven a la sociedad en
su conjunto, porque el acontecimiento marca al cuerpo con cicatrices y porque sus efectos
inician por el dolor indicios de descomposición individual y colectiva.
Imagen
Ante el exterminio programado las imágenes insisten y resisten. Vale recordar el mito
de la Medusa que exhibe el horror real como fuente de impotencia. El poder del horror
aniquila a la víctima y la petrifica, vuelve ciego o mudo al que lo enfrenta. Pero el horror
reconducido hacia la imagen y la palabra, reconstruido como interrogación sensible, puede
funcionar como mediación. Algunos han visto esta mediación como la del reflejo, sugerida
en el mito por Atenea a Perseo para enfrentar a la Gorgona. En Teorías del cine (1989),
Sigfried Kracauer dice que en Perseo insiste un valor de conocimiento sostenido en el reflejo
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Alejandra González
UNDAV
“El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a
la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma
que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en
nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las
relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta última fuente
quizá nos sea más doloroso que cualquier otro; tendemos a considerarlo como una
adición más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino tan ineludible como
el sufrimiento de distinto origen”.
Si, siguiendo nuestro primer movimiento, llamáramos dolor a esas fuentes que
ocasionan el sufrimiento y reserváramos este término para aquello que proviene de la
negación patológica del dolor y que encubre una ilusión de felicidad total, como si sus causas
pudieran ser abolidas, quizás concluiríamos en que la disminución del sufrimiento
implicaría un duelo, el de la felicidad: un cuerpo eterno y sin mácula, una naturaleza pródiga,
un sistema de relaciones sociales armónico y completamente racionalizado.
1 El presente trabajo incluía dos fotogramas de Nostalgias de la luz (Guzmán P., 2010), y dos fotografías del cuerpo
del niño sirio Aylan Kurdi tomadas por Nilüfer Demir (2015). Por cuestiones de derechos de autor, no han sido
reproducidas en esta publicación. Las fotografías de Demir pueden ser revisadas en varios sitios de internet, por
ejemplo, http://100photos.time.com/photos/nilufer-demir-alan-kurdi.
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para arribar a lo que encubre, a lo que no termina de horadarlo en esta época del mundo
imaginario, tal vez más que de imagen del mundo. Ideología de la imagen que vuelve
totalidad a las singularidades de los cuerpos-almas que resisten al dualismo cartesiano.
¿Cuáles serían las ventajas del sufrimiento sobre el dolor? El dolor expulsa al sujeto,
el sufrimiento permite el regodeo en la egolatría. Imágenes donde es más importante quién
ve que lo que es visto, miserabilismo que encasilla al otro que siempre aparece feo, pobre,
deserotizado, sucio, finalmente algo que debería ser abolido. El dolor deja anonadado al
percipiente, no se trata de su subjetividad ni la del periodista, ni del artista, ni del mediador.
Se trata del puro aguijoneo en la carne de lo intolerable. El sufrimiento permite que el
nombre persista junto con el estilo de un lenguaje, mientras que el dolor arrasa con
identidades, estilísticas y poéticas.
El sufrimiento hace sentido de lo desposeído de toda lectura posible. Es su ventaja y
su límite. De ahí que quizás podamos pensar al barroco que se enraíza en América más como
dolor que como sufrimiento: esa torsión de la materia, esa plenitud de los colores
aprisionados en las formas, ese rojo sangrante siempre a punto de derramarse fuera de sus
límites. Es un dolor sin sufrimiento, que se expande y que solo puede soportarse en otro
nivel de lo imaginario. Ese es el dolor inevitable del que habla Freud, el que adviene con la
existencia, no el sufrimiento narcisista que comulga con una ideología optimista y con el
elogio de las utopías que no quieren dejarse rozar por lo real.
Claro que el sufrimiento, la conmiseración con los otros (ellos son los que sufren, no
el ego) siempre es más cómodo que soportar que el dolor toca todas las puertas. Y que es
inevitable como el estar vivo. Nadie elige ni lo uno ni lo otro. ¿Si no podemos evitarlo,
podremos hacer alguna otra cosa con él? ¿Hay lenguajes del dolor y otros del sufrimiento?
¿Se podrá dar una vuelta más alrededor de la imposibilidad del concepto o la imposible
cobertura de la imagen? Si toda teoría es culpable, ¿también lo son los lenguajes de las artes?
¿Deberán pensar el modo en que ponen el dolor en escena? ¿O soportar que es el dolor el
que rompe las escenas montadas para su espectacularización? Hacerlo implica desvelar lo
que anida en las articulaciones sintácticas de todo lenguaje: la estructura de un poder que
ya ubica sustancias y atributos en un orden.
Descomponer la lengua, sus figuras retóricas, sus distribuciones es ir desmoronando
poco a poco la voz del amo que ordena el mundo y lo constituye en su gramática. Se trata tal
vez de evitar la ligereza de hablar del otro, como si fuera accesible a nuestra palabra o
nuestra percepción, cuando son los aparatos perceptivos ya consolidados y heredados los
que nos obligan a ver al otro como tal y bajo una figura determinada. Claro que las figuras
del otro y del propio cuerpo como unidad, solo pueden ser desmontadas en sus intersticios,
en los intervalos entre los pasajes que permiten interrumpir las narrativas eurocentradas.
Es que solo esa cosmovisión querría reponer constantemente el pasaje del mito al logos,
como si el logos fuera el destino final de toda vida y su evolución necesaria en un progresivo
perfeccionamiento histórico.
Claro que el precio es desconocer la violencia del comienzo, donde un sentido se
impuso sobre todas las otras fuerzas, y se ocultaron las marcas que delatan el dispositivo
escópico de esa particular enunciación. Naturalizado el modo de ver, solo queda eliminar lo
no visible. ¿Serían pensables lenguajes específicos de las artes que dieran cuenta de su
propio marco? No completamente por supuesto, no se puede hacer conciencia del
inconsciente, pero se puede trabajar con lo que de la verdad desmiente siempre el saber, o
al menos lo interrumpe en su linealidad. Tal vez, solo podemos encontrar salidas en una
lengua que se atreviera a desmontar las figuras y el estilo para encontrar, no en los
contenidos enunciados sino en las formas de la enunciación, la manera en que se soporta el
dolor de la existencia.
El dolor singular y concreto no entra nunca en los andariveles de la comunicación.
Por eso los medios masivos no pueden mostrarlo como tal, y lo transforman en imágenes
del sufrimiento. Es el dispositivo técnico en sí mismo el que genera su reproductibilidad
incesante y crecientemente apática. Porque los dolientes reconocen a los otros doloridos,
sin necesidad de una palabra ni de una imagen que circule publicitariamente por el espacio
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
“La realidad del cuerpo hoy implica la emergencia de síntomas y patologías sociales que de distintas
maneras contaminan las prácticas del pensamiento y del arte. (…) El relato visual, carnal y verbal
que allí tiene lugar nos atañe demasiado. La historia cotidiana de estos tiempos. (…) Pienso que en
la escena mexicana, como ninguna otra obra escénica, Bacantes ha explorado el estado límite de los
cuerpos y ha puesto ante nuestros ojos la trágica iconografía de nuestros
tiempos”.
Ileana Diéguez
1El presente trabajo incluía una fotografía de una performance realizada en Tucumán por el grupo Socorristas en
Red durante la marcha por el 8M en 2017. Por cuestiones de derechos de autor, no han sido reproducidas en esta
publicación. La fotografía puede ser revisada en Carbajal (12 de marzo de 2017), disponible en
https://www.pagina12.com.ar/25229-la-contraofensiva.
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Florencia Podestá
UNDAV
Existe un rasgo incomunicable del dolor, como ha sostenido la artista cubana Ana
Mendieta, poniendo en escena en su obra una anticipación de su propia muerte. Una mujer
víctima de femicidio es un dato que excede toda representación. ¿Qué imágenes muestran
los medios de comunicación, principalmente la televisión, de las llamadas víctimas de
femicidio? ¿Qué registro permanece en escena? Nos interesa analizar por un lado una
visibilidad inusitada que no se condice con el aumento de femicidios, sino que adquieren
otras lógicas Y por otro lado nos preguntamos cómo aparece una producción que adquiere
rasgos de una factoría exitosa, un producto de ventas record.
Coincidimos con la afirmación de Eduardo Rinesi en que una imagen no vale más que
mil palabras. Menos aún cuando horadar la percepción se vuelve una tarea fundante de la
desarticulación del sentido común. El tratamiento discursivo que circula respecto de las
imágenes de mujeres asesinadas, imágenes de cuerpos inermes sin capacidad de articular
defensa, masa informe susceptible de ser moldeada en pos del mercantilismo mediático
conlleva una crueldad desmedida. Sólo eso, productos fetichizados con obsolescencia
programada por el rating nuestro de cada día.
En este sentido, Judith Butler en Cuerpos que importan. Sobre los limites materiales y
discursivos del sexo (2015), se pregunta qué hacer con el juego textual que proponen los
debates posestructuralistas que gozan de renovada vigencia: “Si todo es discurso ¿qué pasa
con el cuerpo? Si todo es un texto ¿Qué decir de la violencia y el daño corporal?” Pero para
reflexionar sobre esta pregunta, nos advierte:
Podemos tratar de retomar a la materia entendida como algo anterior al discurso (…)
pero esto sólo nos llevaría a descubrir que la materia está completamente sedimentada
con los discursos sobre el sexo y la sexualidad que prefiguran y restringen los usos que
puede dársele al término. Además, podemos tratar de recurrir a la materia para poder
fundamentar o verificar una serie de ataques y violaciones, pero esto sólo nos llevaría
descubrir que la materia misma está fundada en una serie de violaciones, violaciones
inadvertidamente repetidas en la invocación contemporánea. (Butler, 2015)
1El presente trabajo incluía dos fotografías de acciones artísticas realizadas por Ana Mendieta: Flowers on Body y
Earth Work. Por cuestiones de derechos de autor, no han sido reproducidas en esta publicación. Las fotografías
pueden ser revisadas en https://www.theartstory.org/artist-mendieta-ana-artworks.htm. En este sitio web Flowers
on Body es identificado como Untitled (Image from Yagul), y Earth Work aparece como Untitled (Siluetas Series).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Cuando todos los ideales caen; cuando “aquellos por los que brillamos” se alejan;
cuando Dios muere y con él, el ambicioso imperio de la moral; cuando volvemos la mirada
hacia abajo, hacia nuestros pies y vemos con la soltura y seguridad con la que han caminado
tanto tiempo sin advertir la existencia de la delgada y temblorosa cuerda que los separa del
abismo; allí donde la dolorosa emancipación del “fingir” se produce, ¿Cómo puede el hombre
quedarse en la pasividad? Aquí, el hombre (se) comienza a crear. En el presente trabajo se
quiere mostrar que, a partir de la emancipación de Dios como antídoto balsámico para la
existencia humana, el consecuente sin-sentido trágico del mundo es un punto de partida,
una puerta que se abre al juego de la creación pero, para ello, se necesita ser un espíritu
rebelde, revolucionario, innovador: el dadaísmo articula el nihilismo y la actitud creadora.
El dadaísmo nace durante la primera guerra mundial como una forma de rebelarse
contra todos los cánones dominantes de la época. Con su trascendencia, la rebeldía se
extendió a los ámbitos sociales, políticos, culturales, a todos aquellos conceptos cuya carga
significativa habían entrado en crisis: la ética, la moral, la condición humana, la libertad, el
bien, el mal.
Esta dimensión de rebeldía, además, estaba acompañada por una reivindicación de la
libertad espontanea, por lo inmediato, por el quiebre del pensamiento inmóvil; su rebeldía
era una danza de inclinaciones pasionales que siguen con paso firme la lógica del azar.
Un inquieto “dada” se le oye al niño que, balbuceante, comienza a comunicar lo que
siente, no lo que debe: un “yo quiero”, un “yo soy” plasmados en el arte que comunica sin
“deberías”. Una concomitante fragancia de rebelión acompaña al dadaísmo en contra del
fundamento de todas las sociedades.
Teniendo en cuenta esto, me interesa poner atención sobre la actitud que supone este
dadaísmo rebelde: una especie de actitud anárquica la cual, entiendo, supone una
disposición determinada para realizar una acción concreta, es decir, supone un tipo humano
activo, por lo que, este anarquismo será puesto bajo la lupa de un existencialismo, en otras
palabras, no es un anarquismo político solamente sino, sobre todo, un anarquismo
existencial. Por esto, entiendo a la actitud anárquica como ir en contra de sistemas
autoritarios que subordinan la individualidad a una masa homogénea a la que se le arrebata
la potencia de “ser”. Cabe aclarar que cuando hablo sobre sistemas autoritarios me refiero
a iglesia, estado, arte, moral, ética, a la educación; me refiero incluso a la autoridad que se le
da a las armas, al miedo, a la obediencia, al deber, al silencio, etc. Me refiero a todas aquellas
cosas a las que se le han otorgado una desmedida cantidad de valor que, ante semejante
magnitud, el hombre suspende la potencialidad de su ser y de su existencia para obedecer
las normas de lo que está bien y lo que está mal, de lo moral e inmoral, de lo apropiado y lo
inadecuado. De todo aquello que supone limitar la acción diferenciadora, experimentadora,
creadora.
Sin más, comencemos a ver como esta actitud anárquica comienza su proceso de
conformación. Cabe subrayar que para ello intentare mostrar, basándome en la estructura
estética de “las tres transformaciones del espíritu” de Nietzsche, tres etapas para la
transformación hacia esa actitud por lo que, voy a utilizar tres pasajes de distintos libros de
Nietzsche donde, creo, se comprimen muy bien los aspectos que pretendo mostrar de esta
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
actitud dadaísta. Se verá una primera etapa crítica para la autoridad y que, a su vez, es
solitaria; una segunda etapa en donde se envidia al animal capaz de olvidar y una tercera
etapa en donde el individuo, aprende a olvidar, vive el instante presente, mata a Dios y
comienza a vivir una vida creadora y juguetona.
Sin más, comencemos.
En Así hablo Zarathustra en el apartado “De los trasmundos”, Nietzsche dice lo
siguiente:
En otro tiempo, también Zarathustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo
que todos los trasmundanos. Obra de un Dios sufriente y atormentado me parecía
entonces el mundo. Sueño me parecía entonces el mundo e invención poética de un
dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho. Bien y mal, y
placer y dolor y yo y tu – humo coloreado me parecía todo eso ante los ojos creadores.
El creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo. Ebrio placer es,
para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo. Ebrio placer
y un perderse-a-si-mismo me parecía en otros tiempos el mundo (Nietzsche, 1972).
“(…) el olvido no es una mera vis inertiae, (fuerza de la inercia) como creen los
superficiales; es más bien una facultad activa inhibitoria, positiva, en el sentido más
estricto, a la que hay que atribuir que la digestión (se le podría dar el nombre de
“inalmación”) de cuanto ha sido vivenciado, experimentado, asimilado por nosotros,
comparezca igual de poco ante nuestra consciencia que el entero y complejísimo
proceso con el que se desarrolla nuestra asimilación corporal, la denominada
“incorporación” de sustancias a nuestro organismo. Cerrar temporalmente las puertas
y ventanas de la consciencia; no dejar que nos molesten el ruido y la lucha con los que
el mundo subterráneo de órganos que están a nuestro servicio trabajan unos para otros,
y también unos en contra de otros; un poco de calma, un poco de tabula rasa de la
conciencia, a fin de que vuelva a haber sitio para lo nuevo, sobre todo para las funciones
y funcionarios más nobles, para gobernar, prever, predeterminar (pues nuestro
organismo está dispuesto oligárquicamente): ésta es la utilidad del, como hemos dicho,
olvido activo, semejante a un guardián de la puerta, a alguien que mantuviese en el alma
el orden, la tranquilidad, la etiqueta: se ve así enseguida hasta qué punto no podría
haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el olvido.” (Nietzsche,
1988a)
Aquí, Nietzsche identifica el olvido con el proceso digestivo del cuerpo; ese proceso
básicamente es un asimilar lo necesario y desechar lo sobrante; un sobrante que se expulsa
sin retorno y le genera tranquilidad y alivio al cuerpo animal. Ahora bien, imaginemos que
seamos capaces de poder hacer este mismo proceso en lo que respecta a la conciencia;
imaginemos poder asimilar lo necesario y desechar lo insignificante: conseguiríamos un
tipo humano sereno y, al mismo tiempo, innovador. El hombre que está libre del peso del
recuerdo, del exceso histórico, de la memoria racional, para Nietzsche, se encuentra
encriptado en un olvido animal que hace posible el dar permiso a lo nuevo, a la creación
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original. Ahora bien, parece ser que en este pasaje Nietzsche destaca la importancia que le
debería dar el individuo al aprendizaje del olvido, pero en el pasaje “de los trasmundos”
reniega del olvido divino por lo que, ¿Qué distinción hay entre este olvido divino y el olvido
que necesita el humano para dar espacio a lo nuevo? ¿Acaso Dios, olvidándose de sí, no dio
espacio a la innovación creadora llamada “hombre”, llamada “mundo”? ¿No es este en el
fondo un mismo olvido? Para dar una respuesta aproximada a estas preguntas, creo que es
preciso notar que aquí, entra en juego un concepto que, al mismo tiempo, atraviesa la
totalidad del pensamiento nietzscheano: la soledad. Dios se olvida de si e inventa a un “otro”
que lo acompañe, que lo distraiga, que mantenga su mirada perseverante en lo creado, pero
lejos de sí mismo, que lo mantenga en el olvido constante por lo que, se podría decir que es
un olvido que se logra a partir de la alteridad. El olvido humano, por el contrario, supone
excavar hasta la oscuridad más absoluta del ser, ver de qué estamos hechos, emanciparnos
de lo que viene desde fuera gregarizando cada cosa a su paso; es un olvido que revive la
animalidad del hombre arrojándolo a la vivencia de un siempre-ahora: “yo me supere a mí
mismo, al ser que sufría, yo lleve mi ceniza a la montaña, levante para mí una llama más
luminosa.” (Nietzsche, 1972).
Tras la eliminación de la fantasmagórica ilusión de los trasmundos, el único mundo
posible es este por lo que, la vida misma se aferra a la muerte segura y comienza a
desplegarse absolutamente completa de sentido.
Teniendo en cuenta este análisis, intentaremos identificar esto como la primera etapa
ya mencionada de esta anarquía a la cual adhiere la actitud dadaísta. El primer paso
entonces para lograr la liberación de la potencialidad de “ser” es reconquistar el olvido
animal junto con el reencuentro con uno mismo en soledad.
Veamos ahora, en el apartado primero de Sobre la utilidad y el prejuicio de la historia
para la vida (II intempestiva) lo siguiente:
“Contempla el rebaño, contempla el rebaño que pasta delante de ti: ignora lo que es el
ayer y el hoy, brinca de aquí para allá, come, descansa, digiere, vuelve a brincar y así
desde la mañana a la noche de un día a otro, en una palabra: atado a la inmediatez de su
placer y disgusto, en realidad atado a la estaca del momento presente y, por esta razón,
sin atisbo alguno de melancolía o hastío. Ver esto se le hace al hombre duro, porque él
justo se vanagloria de su humanidad frente a la bestia y, sin embargo, fija colosalmente
su mirada en su felicidad. (…) así el hombre le pregunta al animal: “¿Por qué no me
hablas de tu felicidad y únicamente me miras?” el animal quiere responderle y decirle
“esto pasa porque siempre olvido lo que quisiera decir”. Entonces, también se olvidó de
esa respuesta y calló, de modo que el hombre quedo asombrado. Pero también se
asombró de sí mismo por no poder aprender a olvidar y depender siempre del pasado,
y es que cuanto más lejos vaya, cuanto más rápido corra, esa cadena siempre le
acompaña. Es asombroso: ahí está el instante presente, pero en un abrir y cerrar de ojos
desaparece.” (Nietzsche, 1988b)
Esta segunda etapa de la anarquía está emparentada con el olvido animal pero, sin
embargo, aquí abunda con mayor claridad una idea que en la primera etapa se pueden
identificar sus vestigios: el instante presente; esa idea de la inmediatez, del aquí y ahora;
toda la eternidad contenida en un instante y por ende, en su cíclico movimiento, el instante
hace imposible la posibilidad de un “aferrarse”, es un devenir constante sin garante, un
arrojo al ser, a la existencia, a la vida que sucede y perece casi de repente y el cuerpo goza y
olvida y vuelve a gozar. Quizá, para mostrar mejor la forma en que vive un tipo humano que
recuerda y un tipo humano que olvida, podríamos considerar, en relación con la cita
anterior, el final de Verdad y Mentira en Sentido Extra-moral donde Nietzsche expresa lo
siguiente:
“Mientras que el ser humano guiado por conceptos y abstracciones únicamente con esta
ayuda previene la desgracia, sin ni siquiera obtener felicidad de las abstracciones,
aspirando a estar lo más libre posible de dolores, el ser humano intuitivo,
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Aquí puede apreciarse, como se dijo, dos tipos humanos: uno que tiene una memoria
y otro que olvida; uno que grita desesperado cuando sufre y otro que solo calla y soporta.
Un apoliniaco que adhiere a la ficticia estática del mundo y cómo eso le hace soportar la
existencia de manera más prolija porque es un hombre memorioso que no olvida y que
siempre está acarreando con cada cosa que aprende de la experiencia; un hombre que sufre
tras una máscara y en la parmenidea quietud del rostro se aferra a cualquier fantasma. Y allí
donde encuentra consuelo, no quiere apartarse.
Un dionisiaco que sufre más cuando sufre se asemeja al universo: ante la muerte de
una estrella el dolor del universo es tan insoportable que el duelo tiene tintes vengativos,
entonces crea agujeros negros que le quitan de sí, lo que le es más suyo. Un auto-
flagelamiento ante la muerte, un desgarrarse. Se despedaza el universo ante la insoportable
contemplación de la ya-no-más iluminación; no es la estrella simplemente es la “egoísta”
sensación de que ella ya no estará tejiendo con perlas el cielo, que ya el universo no puede
admirarla; ahora hay un espacio vacío y el universo no puede soportarlo. Así, el hombre
animal desgarrando el cuerpo y el alma en la existencia, se permite estar vivo, se permite
ser humano, demasiado humano. Este último es el que está directamente relacionado con el
instante presente porque no le es posible recordar, por ende, vive en el goce de lo inmediato
y aunque se pase brincando día y noche, el placer momentáneo siempre es una novedad
para él. Y disfruta y vive siempre como si fuera la primera vez y entonces se asemeja a un
niño.
Nietzsche ha escrito alguna vez que “la falta de memoria hace que disfrutes muchas
veces de las mismas cosas” olvidar, aprender a olvidar es entonces para el alemán, una forma
de ser potencia. Ese olvido abre la posibilidad que se disfrute el instante presente, que el
cuerpo sienta los placeres que puede encontrar en este mundo y que la mente se regocije de
ello. Quizá, disfrutando lo que está tan cerca hace que no se le preste atención a los
trasmundos. En Más allá del bien y el mal Nietzsche destaca que el hecho de que no
prestemos atención al mundo hace que lo consideremos un prado de la desventura.
Asimismo, en ese libro, en el apartado 32 de “Espíritus Libres” Nietzsche escribe lo
siguiente:
“(…) Es un simple prejuicio moral creer que la verdad es mejor que la apariencia; es
incluso la hipótesis peor fundada que existe. Hay que confesarlo: la vida no sería posible
sin toda una perspectiva de apreciaciones y de apariencias y si se suprimiese totalmente
el “mundo aparente” (…) suponiendo que esto fuese posible, no quedaría nada tampoco
de nuestra verdad.” (Nietzsche, 1988a)
En este sentido entonces, Nietzsche alaba al mundo que se burla de las leyes que lo
inscriben en lógicas sistemáticas y alaba, en consecuencia, al hombre que es capaz de verlo,
experimentarlo y disfrutarlo desde su lógica azarosa; desde lo que aparece sin sentir la
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“En otro tiempo el espíritu amo el “tú debes” como su cosa más santa: ahora tiene que
encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre
de su amor: para ese robo se precisa el león. Pero decidme, ¿Qué es capaz de hacer el
niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que
convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño y olvido, un nuevo comienzo, un juego,
una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Si
hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir si: el espíritu quiere
ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.” (Nietzsche, 1972)
Si prestamos atención a las reglas que se rigen en el juego del niño, veríamos que son
reglas inestables, incoherentes, azarosas. El niño no está al servicio de la norma, sino que
ella está al servicio del niño porque este es su creador. Cuando el niño juega, crea reglas que
en un momento permanecen y en otro momento perecen; esa ausencia de estabilidad en la
norma genera un individuo experimentador, un activo conocedor del mundo; alguien que
no conoce los conceptos de culpa ni pecado, y por ello no tiene miedo de conocer y cuando
conoce, el asombro mudo lo entrega a una emotiva existencia que goza de lo inmediato, de
lo que está cerca, que disfruta y es feliz en lo vulgarmente llamado, las “pequeñas cosas” que
aquí se tornan grandes y llenas de vida. Es un artista porque se retira de un mundo para
conquistar “su mundo”, un mundo juguetón y original porque no se somete a ninguna norma
que no sea creada por sí mismo, que no venga de sí. Asimismo, el rencor no es conocido por
el niño porque el niño es olvido; esto es patente en su juego; no le importa su orgullo porque
prefiere disfrutar. Y, así, brinca, duerme, y vuelve a brincar como si fuera siempre la primera
vez. Es un santo decir sí a la vida; la vida es en él un juego muy serio. El niño conoce su
propia voluntad, la potencia y desde ella crea, crea y vive en un mundo sin Dios, en un mundo
en el que Dios no es necesario porque aquí el mundo y el individuo se tornan “más justos y
más hermosos que nunca”.
Teniendo en cuenta todo lo dicho, vemos que este anarquismo dadaísta, entendido,
reitero, como ir en contra de sistemas autoritarios que subordinan la individualidad a una
masa homogénea a la que se le arrebata la potencia de “ser”, le subyacen las siguientes
categorías: olvido animal, soledad, instante presente, muerte de Dios y juego.
El movimiento dadaísta, olvida como el animal y cuando olvida lo hace en soledad,
una soledad y un olvido que se articulan en una experiencia del instante presente que
fascina y asombra; y en esa fascinación y en ese asombro, juega, crea y vive desde una
reafirmación de sí que atenta contra todos los fundamentos aprendidos. Solo juegan los que
soportan la vida sin fundamentos, sin suelos; los que soportan el abismo. El dadaísmo
encarna un anarquismo de la existencia porque desde la emancipación de toda autoridad,
el individuo dadaísta conquista su individualidad, la recupera, se la hace suya y es un “ser”
siempre en potencia, siempre mutable, siempre creando.
Este movimiento artístico como todos aquellos actos adelantados, duro poco, pero en
la duración de su existencia, “ha consumado su vida”, “la ha agotado” y “murió en el momento
justo.”
“Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena
extraña esta doctrina: ““¡Muere a tiempo!” (…) Todos dan importancia al morir: pero la
muerte no es todavía una fiesta. Los hombres no han aprendido aun cómo se celebran
las fiestas más bellas.
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Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijón y una promesa.
Aquel que se realiza de manera completa, muere su muerte victoriosamente, rodeado
de personas que esperan y prometen.” (Nietzsche, 1972)
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aceptamos esta idea, pensemos en que existe la posibilidad que además de volver a vivir, la
vida que vivamos hoy, cada instante, cada secuencia, todos y cada uno de nuestros actos,
deseos, sueños, logros, todo lo que pasa hoy, lo que pasó ayer y lo que pasará mañana,
también se repita cíclicamente, es decir, viviríamos la misma vida una y otra vez. La
pregunta al hombre es, ¿desearías volver a vivirla? Una pregunta que se responde por sí
sola; es una invitación al “yo soy” y al “yo quiero”, a vivir de tal modo que la muerte nos
arroje nuevamente a una vida siempre deseada. Y si pensamos en el olvido que hacíamos
mención, anteriormente, veríamos que la condena a la eternidad también es algo que se
olvida por lo que gozaríamos de cada cosa vivida una y otra vez sin percatarnos que estamos
en una rueda que se mueve por si sola; seriamos sujetos de-sujetados de toda esperanza.
En Los filósofos preplatónicos, Nietzsche escribe sobre Heráclito:
Parece ser que, para Nietzsche, la teoría del eterno retorno a lo mismo, supone un
espíritu rapaz, capaz de soportar del devenir puesto que allí no puede haber un aferro, no
puede haber fe ni confianza ni todas aquellas cosas que nos garantizan que todo seguirá
igual mañana. Solo un niño deviene y hacia esa transformación jovial y traviesa debemos,
para Nietzsche, dirigirnos.
Más adelante, en el mismo texto Nietzsche escribe sobre Parménides:
“(…) ahora posee ya un principio, ha encontrado la llave del secreto del mundo, lejos de
todas las ilusiones quiméricas y engañosas de los hombres, y ahora puede descender de
la mano de aquella firme y terrible verdad tautológica más allá del ser, al abismo de las
cosas. En el camino que lo conduce allí se encuentra a Heráclito: ¡infeliz encuentro! Para
Parménides, conocedor de la máxima importancia de la rígida separación entre ser y no
ser, tenía que parecerle precisamente entonces algo profundamente odioso el juego
antinómico de Heráclito; una proposición como “nosotros somos, y al mismo tiempo no
somos”, “ser y no ser es lo mismo y a la vez no es lo mismo”; una proposición, como
decimos, que enturbiaba y confundía de nuevo lo que el acababa de aclarar y establecer,
no podía sino hacerle montar en cólera.” (Ibíd.)
Conclusión
Dios solo ha creado un mundo, solo una vez, en un solo universo, pero su labor de
artesano que duro siete días ya pereció hace tiempo. ¿Por qué el hombre no puede detener
su impulso creador? ¿Qué es lo embriagador, lo adictivo, lo hechicero del arte? Quizá, el
hombre que se emancipa de toda autoridad, del tiempo, de Dios, de la muerte, de la adultez,
de la sociedad, de la otredad quizá, el hombre sin esperanza encuentra que el arte es una
forma de defender la vida porque allí todo lo que no puede ser dicho en palabras, todo lo
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que no quiere ser oído, toma forma y colores; se expresa no para alguien sino porque quiere
ser expresado.
En el arte se conserva algo de misterio que molesta, que reniega, que delata y
desobedece. En el arte y, sobre todo en el dadaísmo hay anarquía porque ya no hay miedo a
la vida. Entonces, la pregunta debería ser,
¿Qué sería del hombre si ya no pudiese crear? Seguramente se asemejaría a Dios.
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Ella no produce delante de ella un mundo, imágenes luminosas, fenómenos que brillan
– mucho menos imágenes que serían la reproducción de esos fenómenos, copias
destinadas a reemplazarlos. La imaginación es inmanente: como la vida, se experimenta
en una inmediación que no se rompe jamás, que no se separa jamás de sí, que es un
pathos, la plenitud de una experiencia que sobreabunda y a la que nada le falta. (…)
Hacer advenir al ser en efecto eso que no tuvo jamás lugar en él: sonoridades,
impresiones, sentimientos, fuerzas hasta ese momento no experimentadas. (2014: 186)
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La imagen no es el doble del objeto sino la distancia del objeto respecto de él mismo,
el objeto como alejamiento, lo presente en su ausencia. En ese caso, el objeto deja de ser el
término de mi intención; no soy yo el que ve el objeto sino que es éste el que me mira, me
“fascina” desde una distancia infinita y, así, inaprehensible, me aprehende como un “sujeto”
puramente pasivo.
Si la imagen es forma de lo informal como sostiene Blanchot, ya no habrá nada que, al
menos para las artes visuales, nos impida hablar de “imagen abstracta”, porque esta nueva
concepción de imagen ya no impone la restricción de aquello que debe ser “copiado” o que
se presenta como algo a “ver” por el artista bajo la luz del mundo. La imagen “es” en el
lenguaje, en las manchas, en las líneas del cuadro. Este es el “otro del sentido” propuesto
por Blanchot, no mera ambigüedad en la obra, no un perpetuo doble sentido que confunde
el entendimiento, sino una ambigüedad que dice siempre “uno y otro”, por lo que nada
parece tener sentido pero todo parece tenerlo infinitamente.
Pero ¿sucede lo mismo en el ámbito de la literatura? En general, el concepto de
abstracción ha sido tomado en préstamo por la crítica literaria del campo de las artes
plásticas, intentando establecer un paralelo especialmente en la focalización del artista en
los medios de producción de la obra. En el caso de la literatura, esto se observa
especialmente en una sintaxis que ya no responde a la normativa gramatical y en una
referencialidad interna a la obra en el orden semántico. Podríamos decir además que el
principio de estructuración del poema responde a una configuración rítmica que se acerca
o intenta acercarse a la obra musical más que responder a relaciones configurativas de
significación habitual. Estas particularidades que el análisis de la obra poética, en particular
de la poesía contemporánea, observa como principios constitutivos de la obra no alcanzan
para pensar el hecho de que la palabra se vea “imposibilitada” de desprenderse de su
carácter referencial. A diferencia de los medios de producción de otras artes, la palabra
posee un contenido ideativo que si bien se configura con otro valor en el poema no deja de
tener su anclaje en la significación que la palabra comparte con el uso cotidiano del lenguaje.
J. Le Rider, en su libro Les couleurs et les mots, dice:
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Pensemos como lugar ejemplar la poesía de Paul Celan y como punto de partida en el
análisis, el conocido ensayo de Beda Allemann titulado “¿Hay poesía abstracta?”. Para
Allemann, “el ‘material’ propio del lenguaje no es el substrato sensorial, sino aquellas
relaciones de tensión aparentemente inmateriales y difíciles de asir. […] La visualidad
impresionista de la metáfora sucumbe ante este procedimiento. En cambio se hace visible
algo más esencial: la pura cualidad configurativa de la secuencia de palabras, que nunca se
hace presente tan sorprendentemente como en el neologismo poético.” (1975: 85) La
aparición de neologismos, así como de otro tipo de “libertades poéticas”, especialmente en
el plano sintáctico, crean en Celan una composición en la cual necesariamente habrá que
recurrir a las relaciones que las palabras entablan dentro del poema y de la obra celaniana
en su conjunto. No bastará recurrir al significado habitual de la palabra, ni siquiera a las
construcciones compositivas cercanas existentes en la lengua alemana, y en cuanto a las
referencias al mundo y a la historia (fundamentales en la obra de Celan en tanto poesía del
holocausto), nada nos ayudará en la interpretación el intento de realizar una lectura
“transparente”. Como dirá Allemann en otro ensayo, “en el interior del comentario de Celan,
la diferencia entre la explicación lingüística y la información material debe quedar
indeterminada, porque en él el límite entre la ‘palabra’ y la ‘cosa’ es oscilante.” (1986: 20) 3
Tomemos el poema “Los polos” (“Die Pole”) de Estancia del tiempo (Zeitgehöft):
als könnten wir ohne uns wir sein, como si pudiéramos ser nosotros sin nosotros,
2 La traducción es nuestra.
3La traducción es nuestra.
1 La traducción es nuestra.
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palabra compuesta), en otros casos percibimos ciertas “torsiones” gramaticales (“como si yo fuera
éste tu blanco”) así como expresiones inusitadas como por ejemplo el caso en que el objeto de un
verbo como “hojear” sea una persona (“te hojeo”).
Con respecto al “sujeto lírico”, el poema pasa de un “nosotros” a un “yo” en la enunciación,
dirigiéndose a un “tú”, de identidad indefinida. Aparece un nombre propio, “Jerusalén”, topónimo
de algún modo “esperable” en la poesía de Celan en su relación con lo judaico, pero que no
concuerda en este caso con la idea de situar el acontecimiento del poema o ser su tema, sino que
se le pide al “tú” que diga, ¿que asevere? que Jerusalén es, ¿como una constatación, como un ruego?
Desde las primeras palabras, “los polos”, cuya referencia inmediata nos lleva al campo de la
geografía, unido a “están en nosotros”, impide una asignación de sentido habitual. Quien ha leído,
por ejemplo, “El meridiano”, el discurso de aceptación de Celan al premio Büchner, sabrá que en
Celan hay una búsqueda en un mapa en el que los orígenes y los caminos son los del lenguaje y los
del poema. Pero esto sucede en su obra, en sus poemas y no en su referencialidad.
El tercer verso es un neologismo, “unübersteigbar”, compuesto mediante un procedimiento
similar al de otros vocablos. Si bien perdemos esta extrañeza en la traducción (“infranqueables”),
la misma se renueva en los versos siguientes en los que se presenta el verbo “dormir por sobre”
los polos. En alemán la construcción esperable y de donde parte el neologismo hubiera sido
“escalar por sobre” los polos (“hinüber steigen”). El dormir acompañado por la vigilia en la que
dormimos crea un efecto de contraste en el que nuevamente el sentido oscila sin encontrar un
punto en el que podamos asignar una “significación” estable en nuestra interpretación. Si “la
puerta de la piedad” nos trae alguna tranquilidad intentando aproximarla al recurso de la
metáfora, los versos siguientes destruyen esta idea: “te pierdo en ti” y el neologismo “Schneetrost”
(“consuelo de nieve”) hacen que una cierta cercanía semántica entre la piedad y el consuelo no
alcance para revelar lo que hay de extraño en estas construcciones.
“Éste tu blanco” se presenta desde una configuración, en su oposición al “mío”, inusual para
el sustantivo “blanco”. La inclusión del blanco en el poema parece justificada junto a la nieve, pero
tan fuera de lo común en esta construcción como el neologismo “consuelo de nieve”. El uso del
subjuntivo en estos versos y en la estrofa siguiente, crea asimismo una atmósfera de
indeterminación. Esto a su vez se ve confirmado por la posibilidad de ser “nosotros sin nosotros”.
En la última estrofa la aproximación fónica de los verbos, imposible de visualizar en la
traducción (“betest, bettest”), parece ofrecerse tan sólo, según la expresión de Allemann, “como
variación de una serie de grafemas”, pero sin que se anule el sentido sino de manera tal que el
sentido es todavía su efecto.
Indudablemente, el poema “habla”, “interroga e interpela” y se vuelve “diálogo”, pero en este
diálogo lo que tiene lugar sucede “una vez, por única vez y sólo ahora, y sólo aquí…”, como dirá
Celan en “El meridiano”. Quizá en tal sentido podamos pensar el poema como imagen, como
imagen no mimética, como imagen enraizada en su propia presencia.
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Como señalaba Gerardo Yoel en Pensar el Cine 1 (2004), existe un tipo de cine que, “en
vez de tapar las junturas entre los planos y reducir el sentido de la imagen trabaja con su
ambigüedad”. En este trabajo, se considerará el modo en el que ciertas producciones
audiovisuales piensan la imagen pictórica, y por añadidura la imagen en general. Al incluir
un cuadro en el cuadro filmado, se representa la pintura pero a la vez se representa la
mirada del sujeto que mira.
Como ejemplo emblemático, tomamos el caso de Harun Farocki en Stilleben (1997), que
aborda el género naturaleza muerta, una imagen que representa objetos en relación con
otros objetos, y expande al cine y a las palabras el interrogante sobre el modo en que
adquirieren su significado. Éstas y otras preguntas son las que posibilita y ensaya responder
el cine que piensa la pintura.
en: ArtBulletin 22 (1940), pp. 197-269; Praz, M., Mnemosina. Paralelo entre la literatura y las artes visuales, Monte
Avila, Caracas, 1976; Hangstrum, J., The Sister Arts, Chicago University Press, Chicago, 1958. Recomendamos también
Gabrieloni, A. L., “Imágenes de la traducción y relaciones interartísticas”. 1611. Revista de Historia de la Traducción,
(1). http://www.traduccionliteraria.org/1611/num/01.htm.
2 Por su parte, Martin Jay, en su libro Downcast Eyes, analiza esta transformación como el paso desde un régimen
escópico de perspectivismo cartesiano, hacia un nuevo régimen estereoscópico, dinámico y multiperspectivista, que
rompe con la supremacía de la visión. Cf. Jay, M., Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento francés
del siglo XX, Akal, Madrid, 2007.
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La aparición del cine implicó un cambio radical respecto a los vínculos que los
escritores, músicos y artistas visuales podían explorar e imaginar, ya que lo propio y
esencial de este arte es combinar diversos lenguajes en una única producción, y en su caso,
la separación entre artes espaciales y temporales ya no es sostenible. Es por eso que Alain
Badiou puede afirmar: “el cine retiene algo de todas las artes […] el cine abre todas las artes,
les quita ciertos aspectos –lo complejo, lo aristocrático, lo compuesto—, y entrega todo eso
a la imagen de la existencia” (Badiou, en Yoel, G., 2004: 33).
El lenguaje cinematográfico constituye un terreno propicio para los cruces y
retroalimentaciones entre los distintos formatos artísticos, y esto queda plasmado aún con
más evidencia en cierto tipo de producciones audiovisuales, exploraciones experimentales
y ensayos fílmicos que dan cuenta de obras pictóricas, al mismo tiempo que les imprimen
las características de su propio lenguaje expresivo y el punto de vista personal del
realizador.
Los comentaristas transitaron por diferentes modelos de análisis de los intercambios
entre el cine y la pintura, comenzando por los que buscaban otorgar legitimidad artística al
cine por su relación con las artes tradicionales, como es el caso del “Manifiesto de las Siete
Artes” (1911) de Ricciotto Canudo, pasando luego por el ensayo de Rudolf Arnheim, El cine
como Arte (1932), y el canónico escrito de André Bazin en Qu’est-ce que le cinéma? (1959),
que comparaba cine y pintura desde el criterio del progreso en la representación, y a
continuación, Jacques Aumont y Michel Marie (1988), que “establecen un vínculo de
dependencia del cine hacia la pintura, marcado por su mayor antigüedad y tradición”
(García López y Sánchez Giner, 2011: 44).
En todos estos modelos de análisis la influencia se pensaba como irradiando desde la
pintura y su historia hacia el cine, el arte más reciente. Sin embargo, hoy se reconoce
también la tendencia inversa, pues las influencias nunca fueron en una sola dirección, ya
que aunque la pintura precedía al cine y le sirvió de modelo, inversamente, en los artistas
plásticos del siglo XX en adelante, repercutieron las experiencias fílmicas precedentes y
contemporáneas. Es decir que, así como la literatura y la pintura transitaron juntas su
historia, también el cine y la pintura intercambiaron formas de entender la representación,
la construcción de sentido y la relación entre el arte y sus espectadores.
En los años 40 y 50 tuvo lugar lo que se conoce como la “edad de oro” del documental
sobre arte. Consisten en una serie de cortometrajes que fueron realizados por cineastas que
“saw the genre of the art documentary as a means to investigate the boundaries of film by
juxtaposing movement versus stasis, narrative versus iconic images, and cinematic space
versus pictorial surface” (Jacobs, 2011: x). A estos documentales se los acusó posteriormente
de una especie de “traición”, argumentando que contribuían a la atrofia del aura de las
pinturas, porque las reproducían por medios técnicos, pero sobre todo porque pretendían
dar una explicación cerrada del significado de las obras.
El ensayo de André Bazin “Le cinéma et la peinture”, publicado por primera vez en La
Revue du cinéma, nº 19-20, en 1949, analizaba cortometrajes de ese momento, en los cuales
se representan obras de arte, entre otros Il drama di Cristo (Giotto) de Luciano Emmer
(1948) y Van Gogh de Alain Resnais (1948), a los cuales defiende de las acusaciones de
“desnaturalización” respecto de la pintura, en aquellos ejemplos en que las obras de los
artistas eran el tema central de una producción audiovisual.
Para el crítico cinematográfico, más allá de la distinta valoración que haga de cada
cortometraje, este tipo de exploraciones y cruces era perfectamente válido, aunque aún
hiriera susceptibilidades: “El film sobre pintura es una simbiosis estética entre la pantalla y
el cuadro […] Indignarse es tan absurdo como condenar la ópera en nombre del teatro y de
la música”, afirmó. (Bazin, 2008: 216).
Las modificaciones que el film realiza sobre la pintura son, según lo determina Bazin,
de dos tipos: temporales, pues transforma el tiempo geológico de la pintura que se
desarrolla en profundidad, en un despliegue temporal horizontal; y espaciales, ya que el
marco pictórico establece un espacio centrípeto diferenciado del espacio real, mientras que
la pantalla tiene una lógica centrífuga, es una mirilla, que pone un fragmento de la realidad
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al descubierto. De ese modo, dice Bazin, “sin perder los otros caracteres plásticos del arte,
el cuadro se encuentra afectado por las propiedades espaciales del cine, participa de un
universo pictórico virtual que le desborda por todas partes” (2008: 213).
La postura que planteó Bazin consistía en que la nueva obra que resulta de la
traducción de la pintura al cine, le añade a ésta un nuevo modo de ser, no le resta. Aún
cuando, debido a las tecnologías disponibles en ese momento, la mayoría de las experiencias
eran todavía en blanco y negro, no obstante, resultaba posible revelar virtualidades secretas
dentro de la pintura: “¿Sabíamos verdaderamente antes de Resnais lo que era Van Gogh
menos el amarillo?”, se pregunta (2008: 216).
Si el lema tomado de Simónides de Ceos (que justificó la tradición del ut pictura poesis)
diferenciaba una pintura muda en contraposición a la poesía parlante, ¿qué sucede con el
cine, qué es una imagen que además puede hablar? Lo que resulta es que los enfoques
tradicionales para las relaciones entre imágenes y palabras se quiebran completamente. Así,
en determinadas circunstancias, una producción audiovisual sería un camino para producir
un doble que dialoga, reconstruye, traduce, interpreta su original, lo visual no se extingue,
no se pierde este aspecto expresivo, si no que se le adicionan otros recursos: palabras,
música, sonidos, temporalidad, un nuevo tipo de espacialidad. Cuando la imagen pictórica
se actualiza en imagen fílmica, lo visual se amplía en audiovisual.
Analicemos como ejemplo el cortometraje Guernica, de Alain Resnais (1950). Éste
comienza con un montaje de sucesivas obras de Picasso, previas a la pintura de Guernica, a
las que se añadirá un texto de Paul Éluard recitado sobre la música de fondo. Esa
superposición de signos es necesaria para la apropiación de la pintura por parte del cine,
para dinamizar y mediatizar el uso de la imagen.
Según Antonio Weinrichter, cuando se promueve ese tránsito de lo visual a lo
audiovisual, el paso de un medio al otro nunca se produce sin dejar su marca: “Supongamos
que esa potencia de la imagen fuera un problema. Que fuera necesario rebajarla para poder
utilizarla, para analizarla o para convertirla en el instrumento de un análisis. […] La manera
de convertir una imagen en algo manejable es utilizarla en segundo grado. Hay varios modos
de establecer esta mediación [… por ejemplo] el comentario verbal y el montaje”
(Weinrichter, 2007).
En el minuto cuatro, Guernica no sólo presenta el primer plano de una pintura con la
figura de una mujer, sino que repentinamente la toma hace un movimiento veloz hacia el
detalle de la mano alzada, que se funde a negro. Así comienza una serie de imágenes que
apuntan a la reconstrucción del bombardeo al pueblo vasco: valiéndose de titulares de los
diarios, una pared con inscripciones y cuadros de Picasso que se superponen como un
palimpsesto, las imágenes aparecen y desaparecen graduando su transparencia.
A continuación, ya centrándose en el cuadro Guernica, el movimiento de la cámara va
desde la representación de una lámpara, elemento central de la pintura, hacia otro de los
detalles, con desplazamientos rápidos, que se suceden uno tras otro. Vemos así
representado el espacio centrípeto propio de la pintura, modificado por el movimiento
centrífugo de la cámara, que parece coreografiar los recorridos de la mirada sobre la
superficie del cuadro.
Otro ejemplo más cercano a nuestra época lo encontramos en el mediometraje de
Harun Farocki, Stilleben (1997), filmado en película color de 16 mm. El autor, dentro de los
escritos recopilados en Desconfiar de las imágenes, refiere que fue un trabajo hecho a partir
de una invitación a participar de la Documenta X de Kassel, aunque finalmente se estrenará
con posterioridad a dicha exposición (Farocki, 2013: 258). Es decir que se trata de una
producción pensada para un ámbito artístico, en la cual reflexiona sobre las características
de un tipo de obra, las propiedades de esas imágenes a lo largo de la historia del arte y la
relación con el mundo de la publicidad y el consumo en la actualidad.
En la sinopsis que provee el cine Zeughaus de Berlín, se indica sobre la película:
Así como la pintura del siglo XVII representaba objetos y alimentos cotidianos en sus
naturalezas muertas, del mismo modo la industria publicitaria produce, con gran despliegue
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Farocki, entonces, decide explorar el género naturaleza muerta, que es una imagen
que construye sentido a partir de la representación de objetos en relación con otros objetos.
Como lo analiza Guy Davenport, estas pinturas, que pueden parecer una simple recolección
de elementos sobre una mesa, constituyen habitualmente Vanitas vanitatem y memento
mori: “una naturaleza muerta se convierte en símbolo de lo que van a quitarnos, aunque por
el momento sólo constituya un signo de la bondad de Dios y la munificencia de la naturaleza”
(Davenport, 2002: 19).
Al cavilar sobre este género, Farocki se permite expandir el interrogante sobre los
mecanismos significantes tanto al cine, como productor de sentidos, como a las palabras,
que no sabemos cómo originalmente adquirieron su significado. Se pregunta Farocki si el
sentido que les damos “¿Se les adhiere como un olor, o las ha empapado como un
conservante, o emite radiación en torno suyo como un campo magnético?” (Stilleben,
minuto 23, 38 segundos). Al expresar con cosas, las naturalezas muertas no cuentan con una
sintaxis, no se les puede poner adjetivos, y cada una de ellas lleva sus propiedades
inscriptas, no adscriptas como las palabras.
Si tenemos en cuenta el término para dicho género de pinturas en alemán (stilleben o
stillleben), inglés (still life) y en holandés (stilleven) —el último, propio del lugar donde se
inició la moda por este tipo de pinturas—, en todos estos casos la connotación es distinta
que la de sus términos correspondientes en español, francés e italiano. No remiten a una
naturaleza muerta, sino a la idea de “vida inmóvil” o “vida detenida”. Esta alusión al tiempo
congelado en la naturaleza muerta pintada nos devuelve a los postulados de Lessing, a la
división entre artes del tiempo y artes del espacio. Para la pintura, resultaba apropiado
abocarse a un motivo estático, a ese conjunto de objetos en los que no se sugieren acciones,
sino que se describen propiedades de cada uno de ellos. Pero el hecho de que Farocki se
apropie de este tema, provoca una fricción con las propiedades del lenguaje audiovisual,
que se clasificaría dentro de las artes que tienen un desarrollo temporal. Como afirma
François Lyotard, por su naturaleza “el cinematógrafo es la inscripción del movimiento”
(Lyotard, 1981: 51). Sin embargo, quizás debido a que, a su vez, está compuesto por
imágenes que implicarían una representación espacial, desde sus inicios el cine se vio
atraído por los dos polos extremos de la inmovilidad y el exceso de movimiento, los tableaux
vivants, por ejemplo, y la pirotecnia, fueron tema para algunas realizaciones
cinematográficas, porque “Dejándose atraer hacia ambos antípodas, el cine deja
insensiblemente de ser una fuerza del orden; produce verdaderos, es decir inútiles,
simulacros” (1981: 54). En esos extremos Lyotard considera que se encuentra el acinema,
que interesa a cineastas como Farocki, desde el momento en que habilita a abrir
interrogantes sobre la naturaleza de la representación fílmica, de la pictórica y de la
construcción de sentidos en general.
Señala George Didi-Huberman que, “Frente a cada imagen, lo que deberíamos
preguntarnos es cómo (nos) mira, cómo (nos) piensa y cómo (nos) toca a la vez” (Didi-
Huberman, en Farocki, 2013: 13). Eso es lo que parece hacer Farocki, preguntarse cómo nos
miran las naturalezas muertas, cómo nos piensan las imágenes publicitarias, cómo nos
tocan tanto una pintura del siglo XVII como una fotografía de una revista del siglo XX, o un
cortometraje que yuxtapone ambas realidades.
El texto ensayístico de Farocki que acompaña a las imágenes, no es un discurso
argumentativo, informativo o expositivo, sino un ensayo en el que se ofrecen más preguntas
que respuestas. El texto y la imagen se complementan, construyen sentido en cuanto
conjunto significativo. Como sucede en muchos de los ejemplos del género cinematográfico
denominado ensayo documental o film essai, el discurso audiovisual pretende imitar el
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
ritmo del pensamiento. Reproduce tanto la velocidad de la mirada como el monólogo verbal
del sujeto que contempla y piensa frente a una obra.
Farocki pregunta cuál es la razón de que las cosas inanimadas se conviertan en el tema
de estos cuadros del siglo XVII. Estos objetos tienen algo de fetiches, son “cosas que tienen
algo divino y no sólo significan”, pero “para el comercio las cosas han de significar algo, no
les basta con ser” (Stilleben, minuto 39, 31 segundos). En un contexto en el que “la ciencia
moderna abandonó el intento de producir oro, las artes de la imagen, no. Buscan una verdad
en la apariencia” (minuto 25, 10 segundos).
En estas reflexiones del director queda evidenciado que el verdadero tema de
Stilleben no es el género pictórico en sí mismo, sino el problema de las imágenes y su
relación con lo real. Como lo analiza Ticio Escobar, “la representación constituye un juego
extraño que expone un objeto mediante el rodeo de su propio alejamiento. El arte intenta
que ese desvío incremente la significación: investido de ausencia aquel objeto termina
revelando de sí más de lo que entraña su propia entidad” (Escobar, en Siracusano, 2007:
61).
Los objetos pintados por un maestro holandés en el año 1600 no se nos presentan
cercanos en el siglo XX, por más minuciosidad en el detalle y técnica del tromp l’oeil que
puedan ostentar, sino que su carácter de ausencia irremediable atrae nuestra mirada y hace
que busquemos los sentidos que aún hoy nos llaman por detrás de su apariencia.
Asimismo podemos preguntarnos cuál es la razón de que un cuadro de una naturaleza
muerta se convierta en el tema de un cortometraje del año 1997, por qué la representación
de objetos, frutas, animales, suscitan nuevamente un trabajo de representación. El motivo
es que el cineasta necesita interrogarse sobre el carácter de estas imágenes. Pensar la
pintura para poder pensar el cine, su propio lenguaje, y la propia época, en la que la
publicidad usa de un modo particular la iconografía creada en Holanda cuatro siglos antes.
El cuadro, el marco, es uno de los elementos básicos que está presente tanto en el
lenguaje pictórico como en el fílmico. La primera toma seleccionada por Farocki, hace
coincidir prácticamente el borde de la obra con el encuadre, para luego pasar a primeros
planos de distintos sectores de la naturaleza muerta. El efecto de estos detalles que saturan
la superficie, sin profundidad de campo, parece querer recrear el de la mirada que, una vez
contemplado el cuadro completo, se detiene luego en lugares específicos que atraen su
atención.
El vaivén de Farocki entre el detalle de una escena pintada en una naturaleza muerta,
y el plano general del cuadro, reproduce el ir y venir de la atención de un sujeto frente a un
cuadro. La cámara representa no sólo a la pintura, sino a la mirada de un espectador, y su
mirada es traducida a lenguaje fílmico. Este tipo de problemática nos recuerda el trabajo de
Pavel Kogan Взгляните на лиц, (Miren al rostro), de 1968, que comienza con un recorrido
por la superficie de la pintura de Leonardo da Vinci, Madonna Litta, que se exhibe en el
museo Hemitage de San Petersburgo, pero a continuación, el cortometraje se dirige a los
rostros de los visitantes que acompañan a una guía del museo, ese es el verdadero tema del
film, el rostro de aquéllos que miran un rostro pintado, que escudriñan una imagen para
extraer de ella significados, parece que el cineasta ruso propusiera que la mejor forma de
representar en lenguaje audiovisual la pintura de Leonardo fuera enfocándose en esas
miradas, esos gestos del ojo, esas expresiones de los rostros.
Otro aspecto que está detrás de Stilleben es, entonces, el de los sujetos que
materializan la representación y el de los sujetos que, al observarla, terminan de darle
sentido: “los objetos dan testimonio de sus fabricantes que en el acto de la producción
revelan algo de su propia persona. Sin embargo, los fabricantes no aparecen con su objeto.
Cuando se miran las cosas, los hombres que las fabrican resultan no-imaginables. La
persona que las mira, resulta asimismo no-imaginable. Es el punto de partida para una
nueva visión del ser humano” (Stilleben, minuto 54, 28 segundos).
Precisamente, las escenas sobre la fotografía publicitaria, muestran la construcción
de la imagen. Los recursos ocultos detrás de la imagen final. Como si pudiéramos entrar al
taller del pintor y verlo trabajar. En el caso del cine, Farocki ha manifestado que es en la isla
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de edición, en el proceso de montaje, donde se pone en juego la retórica, donde se crean los
sentidos.
Una naturaleza muerta, reúne frutos que, gracias al comercio, ahora están disponibles
al mismo tiempo: “El orden temporal de la naturaleza, queda anulado” (Stilleben, minuto 6,
17 segundos). Ese mismo orden es capaz de alterar el cine, que puede acelerar o ralentizar,
avanzar o retroceder a su antojo, mostrar el pasado, el presente o imaginar el futuro, así,
una novedad comercial que reflejó la pintura del barroco holandés, se ha hecho en el cine
obvio y esencial: el montaje yuxtapone y reúne lo distante.
Como señala Luciano Monteagudo, ya en su famoso cortometraje, El Fuego
Inextinguible, Farocki pone en cuestión “no sólo las imágenes en sí y su proceso de
producción sino también la responsabilidad del espectador frente aquello que tiene delante
de sus ojos […] Mirar una imagen. De eso se ocupa con obstinación, con rigor” (Monteagudo,
en Farocki, 2003: 7-8).
Creemos que, en el caso de Stilleben, aunque en principio no se apela a una conciencia
social o política del espectador, sí se le propone una reflexión sobre la imagen fílmica que lo
lleva a cuestionarse el lugar que ocupa en la atribución de sentidos, y ese carácter
metareflexivo de unas imágenes que piensan sobre sí mismas, se hace más evidente al tomar
como excusa un género pictórico.
Lo que propusimos aquí fue un acercamiento a estos ejemplos en los que el cine
aborda como tema lo pictórico. Consideramos que, al pensar este modo de vincularse dos
lenguajes artísticos, saltan a la vista las nuevas formas de concebir la representación y de
cuestionar la función mimética y cientificista del género documental y del cine en general.
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1
Hablar de cine en Kluge significa en realidad hablar de material audiovisual, con su relación, y a veces dependencia,
con el resto de los medios. Este material es en la actualidad distribuido por distintos canales que no son siempre, o
únicamente, la pantalla en una sala de cine.
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este principio, sus películas se pueden definir como el ensamble de materiales dispares: “en
sus manos, el contacto con la realidad se disuelve en un diálogo polifónico de materiales
encontrados. Imágenes contemporáneas, documentos escritos, clips de películas, footage
del cine mudo, citas de la ópera, biografías total o parcialmente fabricadas, la tradición
alemana de cuentos de hadas, fragmentos de libros de niños, representaciones visuales de
supersticiones. Todo esto y más está puesto junto en sus películas” (Wenzel, 2012: 173).
Pero su proyecto teórico-estético entero también podría describirse como un
montaje: un trabajo intermedial en el que conviven las formas de expresión provenientes
del cine, de la televisión, de la literatura y de la teoría. De esta forma, Kluge logra
intencionalmente borrar los límites de lo que usualmente se mantiene escindido: obras de
arte autónomo/productos de la industria cultural; teoría estética/práctica artística;
producción cinematográfica/producción televisiva; palabra escrita/imagen audiovisual.
Ejemplo de las transgresiones de género que propone su proyecto artístico es el hecho
de que la mayoría de sus películas son bosquejadas a partir de libros escritos previamente
o viceversa. Por otra parte, su narración literaria no es orgánica sino que se parece más a un
montaje de escenas del cine. No obstante, la relación de la literatura y el cine no es directa
ya que no se trata de adaptaciones como en el cine comercial (Roldán, 2016: 205).
Otro ejemplo lo constituyen el cine y la televisión. Desde 1984, los espacios televisivos
emitidos por Kluge han exhibido escenas de largometrajes o cortos de otros cineastas. Pero
por otro lado, su propio trabajo en televisión radicalizó la estética del montaje típica de sus
películas anteriores. Un montaje radical y la inserción de entrevistas como hilo conductor
de lo que se narra, pueden apreciarse en la constitución de su última película Nachrichten
aus der ideologischen Antike. Marx- Eisenstein- Das Kapital [Noticias de la antigüedad
ideológica, 2009]. En la actualidad, el medio elegido por Kluge para distribuir su trabajo
audiovisual es la televisión web. Este nuevo formato es una especie de archivo de diversos
materiales audiovisuales en el que ya no hay distinción entre lo que proviene del cine o la
televisión.
Finalmente, tampoco el trabajo teórico queda exento de estos préstamos. El primer
volumen conjunto con Oskar Negt no se atiene a las reglas de la academia. Se trata más bien
de una constelación de comentarios, apéndices, pie de páginas y excursos. El segundo
escrito en colaboración, Geschichte und Eigensinn (1981), es aún más radical en su
construcción. El libro original, que contenía 1238 páginas de partes y capítulos desiguales,
al igual que su antecesor, fue escrito en forma de comentarios y pie de páginas. Pero a su
vez, la tipografía es múltiple en tipo y tamaño, hay un uso de la página en blanco pero
también del fondo negro, de recuadros y, sobre todo, de imágenes y dibujos de distintas
fuentes.
Si bien los cruces son productivos en su obra, Kluge tiene clara conciencia de que cada
medio es diferente, sirve a distintos propósitos y tiene públicos diversos. Acorde con ello, el
contraste radical desde el que trabaja Kluge y al que se refiere de manera permanente, es
que la televisión es el producto de masas por antonomasia mientras que la literatura y la
teoría se reservan para pocas personas. Por lo que se refiere a la televisión y al cine, aun
trabajando con el mismo material, tienen una distancia en lo que respecta al tipo de
recepción. No es lo mismo asistir a una sala de cine que consumir en el hogar, un espectador
por lo general es más atento que un televidente disperso en el marco de actividades más
cotidianas. Así, cada uno presenta potencialidades pero también límites. En ese marco se
entiende el trabajo de años de Kluge en la televisión. Ella es igual de necesaria que los
museos, esto significa que, a pesar de ser crítico de esos espacios, sin la visibilidad que ellos
proporcionan muchas prácticas artísticas se volverían un ejercicio académico.
En el contexto actual de desdiferenciación dentro del sistema de las artes, podría
colocarse a Kluge como un artista más dentro de la tendencia estética contemporánea
general. Sin embargo, lo singular de la posición de Kluge es que si bien advierte que parte
fundamental de su práctica se basa en transgredir los límites marcados de formatos, medios
y géneros, esto es, tomar préstamos de uno y otro, complementarlos, ponerlos en diálogo,
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Kluge insiste en que la forma correspondiente a cada uno de ellos debe mantenerse
diferenciada.
El reconocido teórico de cine Thomas Elsaesser denomina a la práctica klugeliana del
montaje “dadá Gesamtkunstwerk [obra de arte total]” (Elsaesser, 2012: 24s). Sin embargo,
reconociendo que el modernismo cinematográfico de Kluge se desarrolla dentro de lo que
Jordi Maiso denomina una tradición adorniana (2005), podemos desprender el hecho de
que Kluge sería tan crítico de la idea de Gesamtkunstwerk como lo fue Adorno.
El modernismo de Kluge se distancia del collage del postmodernismo en el que está
pensando Elsaesser al rotular su obra como dadá, como a su vez también, del tipo de
montaje cooptado para el videoclip típico de la industria cultural. Kluge no apunta a mostrar
la imposibilidad intrínseca de toda posible dimensión significativa, ni yuxtapone elementos
sin jerarquía, de una manera homogénea. Un film es, en palabras de Kluge, una constelación.
Las imágenes de las que dispone el cineasta llevan consigo pedazos de realidad social e
histórica, lo que hace que las obras de Kluge no sean un collage de sinsentidos sino que
disparen multiplicidad de significados sobre la historia y las condiciones socio-políticas
presentes. Desde este entendimiento de la tradición cinematográfica le es posible esgrimir
a Kluge que el cine no solo es capaz sino que es un medio necesario para construir
contraesferas públicas: “por su afinidad técnica y estética con el discurso de la experiencia
(asociaciones, mezcla de materiales, temporalidades flotantes), el cine asume una
significación particular en la organización de la vida pública” (Hansen, 1993: 4).
Asimismo, es posible entender la singularidad del trabajo de Kluge dentro del arte
contemporáneo desde su concepción de la obra de arte, del artista y de la experiencia de
recepción. En el primer caso, no hay un desdén por la obra. Por más que con ella ya no se
refiera a la obra de arte autónoma, hay en Kluge un interés particular por desarrollar una
reflexión acerca de qué pueda entenderse en la actualidad por obra de arte, ya que sin ella
no hay ningún modo de disparar la imaginación. El alemán, además, tempranamente se ha
preocupado por la cuestión de la circulación de las obras, consciente de la omnipresencia
de la industria cultural. A partir de una insistencia en la fusión de productos comerciales y
artísticos, Kluge no trabaja bajo una aceptación de sus condiciones ni una negación
abstracta de la situación de la cultura moderna.
El programa estético de Kluge afirma que las películas son obras. Aquí la ambigüedad
del término español es de ayuda expresiva. Porque a lo que Kluge se refiere con “obra” no
es a la obra de arte orgánica, cerrada, armónica, sino más bien al sitio en el que se está
construyendo un edificio (Baustelle en alemán). Cuando en español nos referimos a “la obra”
lo hacemos tanto para denominar el lugar donde se lleva a cabo cuanto el proceso, “lo que
está en obra”, lo que está al mismo tiempo abarrotado de “materiales” pero inconcluso.
Por lo que refiere a la figura del artista, la serie de asociaciones que despliega la
constelación del montaje de imágenes no está determinada por el productor. Además,
desmarcándose de la tendencia del Auteur-cinema, no hay un vuelco de una experiencia
subjetiva del artista, sino que Kluge ve en el cine, como Benjamin en el ensayo sobre la obra
de arte, la posibilidad de producir de manera colaborativa. Así lo demuestran, tanto su
trabajo en televisión del que participaron muchos cineastas, como los reconocidos films de
finales de la década del setenta y principios del ochenta realizados en colaboración.
Hay que mencionar, igualmente, que los vacíos entre las tomas, tan importantes para
Kluge, implican que el cineasta no guía pedagógicamente al receptor homogeneizando el
significado de los materiales ensamblados. Mientras más vacío, más puede activarse la
fantasía del espectador.
De manera que la obra no solo no es orgánica sino que no es tampoco exactamente
aquello que existe en la pantalla. Más bien es lo que se compone “en la cabeza del
espectador”. La participación del espectador es imprescindible para completar la obra y por
ello la centralidad que adquiere la experiencia estética. Los cortes son el lugar donde el
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
“espectador distraído” puede volcar su fantasía. De aquí puede inferirse que la categoría de
Zerstreuung [distracción] utilizada por Benjamin y Kracauer para definir un modo
particular de recepción, también ofrece un punto de entrada para el tropo klugeliano de la
película en la cabeza del espectador (Roldán, 2018). La distracción es la forma de recepción
que permite asociaciones e impresiones que no se derivan necesariamente del yo
consciente. Mediante este tipo de recepción sería posible estimular “la articulación de
configuraciones experienciales (tiempo cualitativo, duración, incluso aburrimiento; flujo de
asociaciones, fantasía, pasiones) que son más que un mero reflejo de principios económicos
en la esfera del tiempo libre.” (Hansen, 1983: 180) Particularmente, lo que permiten los
cortes entre las imágenes montadas y la utilización de los intertítulos propios de la estética
klugeliana es dar el tiempo necesario para que el espectador tenga un momento para
desarrollar fantasías independientes.
Por consiguiente, para Kluge, las películas deben activar “antes que usurpar” el
horizonte de experiencia del sujeto, rebatiendo conexiones determinadas, específicas,
prefijadas, que en realidad responden al “bloqueo estructural” de la experiencia que se
perpetúa en la esfera pública dominante. A diferencia del mecanismo básico de los
productos de la industria cultural, para Kluge no se trata de buscar la identificación con el
espectador sino de encontrar su resistencia. Pero el hecho de que se considere la recepción
como una potencial actividad de reapropiación no lo hace perder de vista la cuestión de
quién controla los medios de producción y quién se beneficia bajo esta organización
capitalista.
En este marco, el tropo “la película en la cabeza del espectador” conecta la estética de
Kluge con una política de la esfera pública. Ya que Kluge entiende que en la interacción entre
las escenas montadas en la pantalla y el espectador se articula la experiencia individual
como pública y social. Dicho en otras palabras, el fundamento mismo del cine no es otro que
la mediación social e histórica de la experiencia. En este sentido, potenciar la autonomía en
el proceso de recepción de cada espectador individual no supone dirigirse a su capacidad
de experiencia subjetiva solamente. Dado que en las películas de Kluge se insertan
elementos y análisis de las estructuras históricas, se ilumina el carácter social de la
experiencia y en ese sentido el cine conserva una arista crítica afirmada en el ideal de la
autodeterminación colectiva.
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Aún gozan de actualidad las célebres palabras de Theodor Adorno acerca de que nada
referido al arte es evidente (Cfr. Adorno, 1992). En general, se entiende por evidencia, lo que se da
de un modo determinado sin posibilidad de duda. Este trabajo se ocupará de exhibir la actual
imposibilidad de plantear tal certeza en el arte contemporáneo.
Suele afirmarse con insistencia que no hay límites para lo que pueda ser denominado arte,
que todo es posible, que el arte “está fuera de sí”. Entonces, ¿qué quiere decir que está fuera de
sí? Sin duda hay muchas maneras de comprender tal afirmación: puede implicar que el arte
enloqueció: que sus valores y rasgos esenciales están alienados y su razonabilidad en cuestión.
También puede deducirse que el arte desbordó sus contornos, los cuales están ahora perimidos y
su permeabilidad y pluralismo resultan inéditos, objetando la pregunta por la especificidad. Lo
que ciertamente ambas interpretaciones instalan es la indiscutida centralidad que va adquiriendo
lo autorreflexivo como modo de pensarse del arte y este proceso autorreferencial también ha
instalado –según será destacado- lecturas diversas que pueden agruparse en términos ya sea
apocalípticos u optimistas.
El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre el impacto de las transformaciones que se
vienen dando desde hace décadas en el arte que cristalizan e inciden en dos conceptos
emblemáticos como son el de “poética” y el de “canon”. Ambos conceptos resultan interpelados y
referenciados en forma permanente, de allí mi interés en indagarlos desde el abordaje que de ellos
proponen ciertos gestos artísticos de nuestro presente más inmediato que a mi juicio son
desobedientes con los soportes escogidos e incluso con los modos de recepción que plantean.
Anclo aquí el comienzo de estas derivas y transformaciones -inéditas y trascendentales- en
un momento histórico específico: aquel que corresponde con las vanguardias históricas del siglo
XX. Hago mención a lo allí acontecido en relación a dos rasgos centrales que entiendo resulta
valioso recuperar en el presente: su intención autocrítica y disruptiva y su centralidad puesta en
el contexto de emergencia derivada en la consigna de acercar el arte a la praxis vital.
En referencia al primero de los rasgos, se destaca que acontece en las vanguardias un
proceso de autocrítica sin precedentes en donde se trastocaron las fronteras tradicionales del arte
así como la vigencia de sus elementos fundamentales conformados en la tríada: artista-obra de
arte-destinatarios.
A continuación, formulo algunas proposiciones que pueden desprenderse de dicho proceso
tomando puntualmente el impacto que generó Marcel Duchamp y sus ready-made en la media en
1 Agradezco el espacio de intercambio que se generó en la exposición de la primera versión del presente trabajo en las III
Jornadas Nacionales VII Encuentro de Investigadores Estética y Filosofía del Arte, Facultad de Ciencias de la Comunicación.
Universidad Nacional de Córdoba, Agosto de 2017.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
que exhiben lo inexorable: el arte está fuera de sí. Si bien el “affaire Duchamp” ha sido abordado y
considerado en su singularidad emblemática por numerosos autores 2, lo tomo aquí para volver
evidentes desde la mención de sus efectos las transformaciones en el arte que impactan en su
autopercepción atendiendo expresamente a las nociones de artista, obra de arte y destinatario.
I. El artista deja de ser un virtuoso que representa la realidad en términos figurativos sino
que es quien “decide” proponer un gesto estético y transformarlo -precisamente por esa voluntad-
en un hecho artístico.
II. La obra de arte deja ser un objeto de características delimitadas destinado a “durar”, ni
tampoco un soporte que preexista y se estructure en: escultura, pintura o dibujo, sino que hoy los
gestos pueden ser literalmente “cualquier cosa”: un urinario “atrofiado” de su función original, un
secador de botellas, una acción performática o la combinación de diversos medios, muchos de los
cuales no son propiamente “artísticos” como lo exhibió inicialmente el collage. Continuar
llamando “obras” a los más variados recursos que van en su extrema pluralidad de poéticas
efímeras a participativas, de intervenciones monumentales a acciones invisibles, instala cierta
incomodidad semántica y la urgencia por proponer conceptos alternativos que den cuenta de
estos desplazamientos.
III. El destinatario deja de ser un mero espectador que contempla el objeto sino que se
esperan cosas de él, porque la obra como decían los dadá es un proyectil que impacta, que busca
producir un efecto, incomodando al destinatario e instándolo a la reacción: al shock.
Cabe aclarar que el impacto de las vanguardias en el arte posterior es tomado aquí en la
dirección que plantea Hal Foster en El retorno de lo real (Foster, 2001) considerando el legado
desde una visión retrospectiva amarrada al escenario contemporáneo donde el contenido de las
proposiciones se expande y plantea nuevas derivas, de allí que la hipótesis de Foster suponga
reivindicar ciertos elementos de la neovanguardia 3 distanciándose de las lecturas que ven en ella
un inauténtico y extemporáneo gesto que disuelve en la repetición la irrupción que la vanguardia
buscó.
A este respecto considero relevante destacar la necesidad de emular el impulso
vanguardista de llevar a cabo una metacrítica del arte pero a la vez trascender el peligro que las
consumió y extinguió al transformar el shock en canon, generando la posibilidad impensable de
que pueda existir un “público de vanguardia”, dado que el mundo del arte según el decir de Ernst
Gombrich se lo traga todo y se institucionalizan gestos que pierden todo su potencial disruptivo. 4
Así, el punto II es recuperado por la posvanguardia desde exploraciones absolutamente
variadas, las cuales involucran naturalmente lo consignado en los puntos I y III, ya que los gestos
artísticos se plantean como acciones por descubrir y propagar gracias a la interpretación y eso
explica por ejemplo que lo conceptual irrumpa en el campo de lo artístico para quedarse, dando
lugar a lo que Arthur Danto llama “giro filosófico” en el arte. Este “giro conceptual” vuelve a las
manifestaciones (obras abiertas, según el decir de Eco acusando el impacto de la perspectiva
estructuralista) significantes antes que estructuras de significados, disolviendo la exégesis
omnipotente de los artistas respecto a sus producciones.
Por su parte, el punto I conduce al impacto que genera la idea de artista como “super
estrella” que se antepone en cierta medida a las producciones artísticas, como ocurre con
2 Pueden mencionarse autores de las más variadas perspectivas Arthur Danto, Ives Michaud, Nicolás Bourriaud, Gerard
Wajcman, Marc Jiménez, entre muchos otros.
3 Cabe aclarar que la adhesión a la hipótesis de Foster en relación con el potencial de la neovanguardia no desmerece la
sagacidad de algunas de las críticas propiciadas por Peter Bürger en su ya célebre Teoría de la vanguardia respecto al fracaso
histórico de las vanguardias.
4 “La provocación de Duchamp no sólo descubre que el mercado del arte atribuye más valor a la firma que a la obra sobre la
que esta figura es una institución cuestionable sino que hace vacilar el mismo principio del arte en la sociedad burguesa
conforme al cual el individuo es el creador de las obras de arte (…) Cuando un artista de hoy firma y exhibe un tubo de estufa,
ya no está denunciando el mercado del arte sino sometiéndose a él; no destruye el concepto de la creación individual sino
que lo confirma” (Bürger, 1997: 107).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Duchamp, Dalí, Picasso, Warhol, y más recientemente Jeff Koons, Damien Hirst y también, con el
artista analizado en este trabajo: Ai Weiwei 5. Desde este lugar la figura del artista emerge por
encima de su producción, en tanto ella es fruto de la acción nominal a través de la cual aquel
construye las obras y estas se iluminan por ser producción del artista.
En relación con el punto III, cabe destacar que la recepción involucra la convergencia de los
tres puntos en el hecho artístico que tiene lugar. No obstante, también este curso hacia una
hermenéutica abierta y permanente de las obras no debe ser leído en una clave ingenua y solo
positivamente porque la crítica, el rol de los curadores: en suma, la institución artística en su
conjunto impactan de lleno en la experiencia artística que acontece. A su vez, los conceptos
volcados en las obras en algunos casos complejizan tanto el hecho artístico que lo vuelven
incomprensible instalando la cuestión de si acaso son los destinatarios verdaderamente libres en
su contacto con la obra o si en cambio están bajo el yugo de las intenciones del artista, lo que
agrega a lo discursivo otra connotación posible.
Aún a riesgo de recurrir a una exposición esquemática, tomo estas proposiciones en la
medida en que resumen la injerencia en cada uno de los ejes del canon artístico: artista-obra-
destinatario exhibiendo la impugnación del canon que se plantea toda vez que no hay “evidencia”
alrededor de estos componentes: lo que deba ser un artista, una obra, un destinatario, no podrá
ser definido a priori.
Si bien tiene fuerza la crítica a la autorreferencialidad y el hermetismo del que son acusadas
ciertas manifestaciones contemporáneas, también la tiene la idea de especificidad, así como la
emergencia y vitalidad de los destinatarios no pasivos que son parte del proceso-experiencia que
tiene lugar. Según observa con razón Nicolás Bourriaud en el arte actual ‘el que mira’ debe trabajar
para producir el sentido a partir de objetos cada vez más livianos, imposibles de delimitar,
volátiles. No sentir nada es no trabajar lo suficiente” (Bourriaud, 2006: 101). La obra se presenta
ahora como una duración por experimentar, como una apertura posible hacia un intercambio
ilimitado y acaso también, como epicentro de una experiencia en torno a la misma que dé cuenta
de su hermetismo, su falta de alcance comunicativo e intransitivo, por citar algunos efectos de
aquella en sus destinatarios. Asimismo, y en directa vinculación con lo formulado por Bourriaud,
si bien la mirada pluralista “radical” (según su propio decir) de teóricos como Arthur Danto
defiende la indiscernibilidad del arte posthistórico, la enmarca en la posición institucionalista.
Por ello, ante la pregunta ¿puede cualquier cosa ser arte? ¿vale todo? para Danto por
ejemplo, el vale todo del arte en realidad siempre está sujeto a normas internas. Una obra es algo
a causa de lo que la institución le atribuye a la misma lo que plantea también aspectos
autorreferenciales en el mundo del arte que dan cuenta tanto de su especificidad como de las
contradicciones de un “mundo” que exhibe y reproduce a su vez su endogámica circularidad.
Lo arriba expuesto confirma la herencia de ese giro filosófico en el arte, atravesado por lo
conceptual en donde como fue señalado, lo discursivo es fuente de aporías y tensiones, pero su
importancia resulta ineludible. Así: el título, el texto curatorial, la crítica, lo que su artista señala,
lo que el “público del arte” construye, no asisten a las obras sino que las ilumina: las vuelve
significantes y elocuentes, como puede observarse en el arte contemporáneo en general y en las
acciones aquí analizadas en particular.
Entonces, la pregunta qué es el arte que ha sido reemplazada por cuándo hay arte, debe
dejar atrás el canon 6, en virtud de que dicho término presupone el que haya una definición acotada
de lo artístico. Ya no hay un criterio, una poética, dando lugar al pluralismo del que habla Danto. 7
Considero que el arte contemporáneo “se dice de muchas maneras” y este decir involucra las
poéticas, los modos concretos con los cuales “decirlo”.
5 Debemos a la vanguardia también la emergencia de la figura del artista como celebridad que se antepone a la producción
en una relación fetiche que altera la relación parte-todo tal como vaticinaron Adorno y Horkheimer y también Benjamin, a
propósito de las estrellas de cine en la década del cuarenta del siglo pasado.
6Los recursos del arte son concebidos como cajas de herramientas y en lo que respecta a las teorías del arte, se vuelve
evidente que esta nueva coyuntura plantea la necesidad de nuevas claves teóricas con las cuales leerla; como señala con
criterio Nicolás Bourriaud. “La actividad artística no tiene una esencia inmutable” Bourriaud, N, Estética relacional, ob. cit., p.
9.
7 “No hay una sola dirección. De hecho, no hay direcciones. Y eso es lo que quería decir con el fin del arte, no que muriera,
sino que la historia del arte estructurada mediante relatos había llegado al final” (Danto, 2003: 150).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Resulta imperiosa la abolición del esencialismo de la pregunta qué es el arte. En tal sentido,
no es la pregunta qué es el arte la que resulta problemática sino pensar que solo hay un modo de
responderla: su pretensión de universalidad y desde ese lugar es que incluso puede haber poéticas
que interpelen el rasgo “institucionalista” del arte procurando impugnar el canon desde adentro.
En relación con el modo de concebir la pregunta qué es el arte es preciso inscribir el
abordaje metodológico aquí asumido, el cual supone distanciarse de la antigua supremacía de la
teoría para pensar el arte desde las obras de arte y anclar dicho pensamiento a su “aquí y ahora”,
reparando en que es necesario modificar las perspectivas de análisis y reflexión en torno a las
experiencias artísticas. A este respecto, cabe advertir que numerosos teóricos marcaron este
modo de reflexión acerca del arte en referencia ineludible a artistas o a manifestaciones,
distanciándose de lo que para el pensamiento canónico suponía ejemplificar pero desde la
autonomía de la teoría formulada. Menciono por caso Danto y su affaire con Andy Warhol por
ejemplo, Bourriaud con Rirkrit Tiravanija, Foster con Thomas Hirschhorn, entre otros.
Asimismo, me propongo desandar el canon entendiéndolo como el
conjunto de normas o reglas establecidas como propias de una actividad o disciplina desde la
exploración de poéticas 8 desobedientes que evidencian los rasgos señalados al comienzo
vinculados, por un lado, con los procesos de autocrítica de sus recursos y por otro, con los
contextos de emergencia que vuelven relevantes a las poéticas y manifiestan su espíritu
insurgente.
Considero que ha habido gestos estéticos y artistas que se instalaron como referentes
ineludibles de aquellas trasformaciones iniciadas en el siglo pasado a las hice referencia: el
urinario y los demás ready-made de Duchamp, las Brillo Boxes 9, la obra estandarte del arte
conceptual Una y tres sillas de Joseph Kosuth, entre otras manifestaciones y entre otros artistas;
por su parte, artistas como Jeff Koons y sus ballons: estéticos, pulidos y brillantes, dan cuenta de
algunos rasgos de la nueva sensibilidad del siglo XXI.
Cabe advertir que la contracara de una estética como la de Koons se plantea en artistas como
Weiwei que en el presente se ocupa críticamente de los vestigios: de los costos, residuos y alcances
de la vida contemporánea, al igual que lo hace el artista suizo Thomas Hirschhorn. La exploración
que Hirschhorn lleva a cabo de lo precario, los desperdicios -tematizados sagazmente por Foster
(2011: 93-104)- desde la perspectiva que remite a la emergencia como modo de ser del arte
contemporáneo, también puede a mi entender hacerse extensible a las intervenciones de Weiwei
que instalan la evidencia de existencias precarias por las que urge indignarse.
Indígnate!
Retomo las continuidades entre las transformaciones propiciadas por las vanguardias y el
arte contemporáneo y destaco que hace un poco más de cien años, el Dadaísmo era una respuesta
al absurdo de la guerra; el arte del presente también reacciona contra su propia coyuntura como
lo ponen de manifiesto las instalaciones realizadas por Weiwei en el último tiempo, las cuales son
apreciadas aquí en su forma coral, como una cartografía del presente, marco de enunciación de su
exploración poética que evidencian la vinculación entre el compromiso crítico del arte y la
autonomía estética de los recursos poéticos que se ponen en juego para evidenciar tal crítica.
Esta cartografía devela un grito sin retóricas extremas como las utilizadas por ejemplo por
el artista español Santiago Sierra, sino desde diversos recursos que “vuelven visible” aquello que
los gobiernos del primer mundo quieren silenciar e invisibilizar. Las intervenciones parecen
interpelar a los destinatarios, buscando su indignación, pero lo hacen construyendo poéticas que
8 Recupero la distinción que establece Boris Groys entre la actitud estética y la actitud poética para pensar la injerencia de
este última en el arte de hoy: “el arte contemporáneo debe ser considerado no en términos estéticos sino en términos de
poética. No desde la perspectiva del consumidor de arte, sino desde la del productor” (Groys, 2016: 15).
9 En relación con las obras que resultan representativas de sus contextos de emergencia véase el sugerente ensayo de Frederic
Jameson en el cual hace referencia a dos obras que resultan emblemáticas de dos concepciones de mundo completamente
distintas como lo ponen de manifiesto el modernismo que acusan los zapatos de labrador de Van Gogh (derruidos y gastados
materializan la fatiga de quien los usa en extenuantes jornadas de trabajo en el campo) y el de la posmodernidad de los
zapatos polvo de diamante de Andy Warhol (zapatos de escaparate, nuevos y brillantes, diseñados para momentos
especiales), (Jameson, 1995).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
arrojan su negatividad de un modo no literal y figurado, al igual que ocurre por ejemplo en la
poética de la artista colombiana Doris Salcedo y su permanente referencia a través de la poética a
la violencia política en Colombia. 10
Hago referencia a ¡Indígnate! (Hessel, 2011): un bello ensayo escrito por Stéphane Hessel,
sobreviviente del campo de concentración Buchenwald quien tras la finalización de la Segunda
Guerra Mundial fue un incansable militante de los derechos humanos en la ONU; dicho ensayo fue
escrito en el marco de su intención de manifestarse contra la situación Palestina en la franja de
Gaza, alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. “Busquen y encontrarán”,
exhorta Hessel, a encontrar en el presente motivos por los que indignarse y manifestarse.
Remito a este escrito en la medida en que a mi juicio materializa discursivamente lo que
visualmente exponen las intervenciones de Weiwei. Dado que el presente nos pone delante
motivos por los que indignarnos, el artista exhibe los conflictos en Europa por los flujos de
inmigrantes que intentan huir del horror y el hambre de sus geografías desafiando el mar donde
miles de ellos no sobreviven.
La secuencia de intervenciones es verdaderamente plural y profusa y las poéticas y los
escenarios también lo son. Hay recursos -como el trabajo con ruinas-vestigios-indicios que el
artista viene trabajando desde hace décadas, presentados de un modo recontextualizado que
procuran construir con dichas ruinas una escena artística. Por ello, destaco entonces que el artista
no solamente manifiesta la indignación, sino que la actualiza desde recursos poéticos.
El teórico del arte español José Jiménez (Jiménez, 2010) puntualiza que en la actualidad
conviene atender a la llamada “prueba de tiempo” para establecer el valor de un artista y de su
producción. No resulta novedoso en este sentido que el pensamiento reivindique la necesidad de
cierto distanciamiento respecto de lo inmediato, sea por caso el presente en su condición de “estar
siendo” o el objeto artístico a analizar. Por el contrario, el enfoque que aquí quiero reivindicar
persigue reflexionar sobre manifestaciones estéticas que “están siendo”, en tanto los contextos de
emergencia en el que las mismas se inscriben son los que dan sentido a estas acciones, las cuales,
como señalé, actualizan el legado vanguardista de reaccionar ante el presente y proponer poéticas
–desobedientes- que sean gestos de resistencia: “Todo es arte, todo es política”, expresa Weiwei.
Weiwei es un artista que está “en vivo” hablando del mundo en directo, rasgo que impacta
en su estética en tanto que artista y persona convergen en sus poéticas; en esa clave se leen por
ejemplo, la decisión de retirar el año pasado sus obras en Dinamarca 11 en reacción a la ley
vinculada con el conflicto migratorio actual; habla también de la proliferación de muros en
Estados Unidos en la era Trump donde concibió una macrointervención en el espacio público cuyo
emplazamiento está previsto para este año denominada Good fences make good neighbors (Los
buenos muros hacen buenos vecinos), la cual, pretende discutir con las políticas nacionalistas de
Trump y su afán de “construir muros”. Ambas reacciones y acciones muestran el compromiso del
artista con su presente y su intención de indignarse y reaccionar artísticamente ante situaciones
de discriminación e inhumanidad.
Comienzo el recorrido de esta trayectoria de gestos artísticos de indignación en los que
quiero detenerme por uno realizado en febrero de 2016 cuando el artista realiza una intervención
urbana en las columnas del Konzerthaus de Berlín con más de 14.000 de chalecos salvavidas
naranjas usados por miles de inmigrantes para intentar alcanzar las costas europeas. El artista
apela al locus de la cantidad y la visualidad de la dimensión buscando volver visibles a miles de
personas que huyen de la guerra y de la pobreza. Se trata de una intervención en el espacio público
que interpela a los transeúntes: los incomoda y cuestiona también el canon de lo monumental
10 Remito aquí a las palabras de Adorno a propósito de la importancia de que los medios poéticos expresen desde su propia
especificidad, en una relación no literal con la materia: “El arte sólo puede reconciliarse con su propia existencia volviendo
hacia afuera su carácter apariencial, su propio espacio vacío interior. El criterio más serio que hoy puede tener es el que
siendo como es irreconciliable respecto a cualquier engaño realista no tolere en virtud de su propia estructura nada anodino.
En cualquier obra todavía posible, la crítica social tiene que elevarse a ser su forma y el oscurecimiento de cualquier contenido
social manifiesto” (Adorno, ibíd.: 326).
11 La polémica restricción de derechos de los refugiados aprobada en enero de 2016 por el Parlamento danés indignó a
Weiwei y decidió cerrar su exposición Rupturas en la Faurschou Foundation de Copenhague. La reforma aprobada por el
Parlamento danés permite confiscar dinero y objetos de valor a los solicitantes de asilo para costear su estancia en el país y
limitar el acceso a la reagrupación familiar.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
12 Las autoridades chinas le requisaron el pasaporte durante cuatro años, desde 2011, cuando se inició un proceso contra él
por fraude fiscal por el que pasó más de dos meses preso.
13 En relación con la ropa me pregunto qué se hace después con la misma, ya que el mundo del arte se lo devora todo, si bien,
es innegable el impacto que tienen esas obras por ser gestos que conmueven e interpelan no dejan de ser vestimentas
cuidadosamente lavadas y ordenadas que serían bienvenidas en otros contextos que no son precisamente los de una sala de
exposición.
14 Las cursivas son deliberadas: acentúan esa indistinción “visual” entre lo artístico y lo que no lo es, a la vez que ponen énfasis
en el estallido del medio específico y en la soberanía de la poética que se desprende, la cual, permite al artista jugar con esa
indiscernibilidad.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
York 15. La exposición reúne miles de materiales recolectados en el campamento en donde cerca
de 15.000 personas (hombres, mujeres y niños) pasaron semanas durante 2016 en situación
extrema con escasos alimentos y condiciones sanitarias desgarradoras.
Se puede recorrer la atiborrada sala, repleta de ropa e información. Exhibidos en el suelo,
fragmentos de tweets, videos y artículos digitales retratan una instantánea general de la reacción
de los medios ante la histórica crisis humanitaria. En las paredes, las imágenes de Weiwei y su
equipo en Idomeni van desde el suelo hasta el techo, documentando meses de vida dentro de estos
campamentos informales
Ya fue señalado el lugar fundamental que ocupan los objetos en la poética del artista. Los
salvavidas, las pertenencias devienen lo que para Duchamp es un “objet trouvé”. Traigo en
referencia la proposición I de este trabajo donde se señala que desde las vanguardias el artista
“nomina” como artísticos los objetos provenientes de diversos lugares, al igual que lo hizo
Duchamp con sus ready- made y más recientemente artistas como Koons o Hirst quienes encargan
la confección de sus obras a sus profusos equipos de trabajo; salvando las distancias entre las
intenciones y poéticas de los artistas, comparten el problematizar el rol del artista como el
constructor del objeto artístico para reemplazarlo en cambio por su mentor intelectual.
En referencia a esta idea, destaco el libro 33 artistas en 3 actos de la historiadora del arte
Sarah Thornton, que reúne el resultado de diversas entrevistas realizadas a artistas entre las que
se incluye la entrevista con Ai Weiwei. La autora advierte que el artista se refiere a sí mismo como
un ready made y cuando se le pregunta por su obra favorita responde que no tiene ninguna y
afirma “Me interesa más el artista que la obra” (Thornton, 2015: 145) lo que refuerza el rol del
artista en su rol performático y autorreferencial al que ya hice referencia. Esto impacta de modo
decisivo en su poética, al igual que el uso de la tecnología y las redes sociales que reivindica el
artista. Thornton se pregunta si es una exposición quien mejor refleja al artista y sospecha que no,
todo en el artista remite a su rol de artista: las entrevistas, los mensajes por las redes, desplazando
el criterio binario que separa al artista del activista.
Weiwei encuentra salvavidas, encuentra zapatos en campos de refugiados. Estas prendas
existen dice el artista son algo que puedes tocar y esto determina la importancia que para él tiene
converger la poética: los objetos encontrados y recontextualizados con la intención política.
En relación con estas poéticas de la acumulación y la memoria de las pertenencias pongo en
diálogo la referida intervención con la del artista francés Christian Boltanski titulada Canada
realizada en 1998 en la Fundación de arte Ydessa Hendeles en Toronto. Allí el artista compró ropa
en enormes cantidades en mercados de pulgas y la dispuso “escenográficamente” en el interior; el
destinatario podía oler, tocar esas miles de prendas que tenían una historia detrás. El título es
intencional pues Kanada era el nombre que recibían los galpones en los campos de concentración
donde almacenaban las pertenencias de los deportados que arribaban a los campos durante el
nacionalsocialismo. A diferencia de Kanada, Weiwei utiliza las prendas que son testimonio,
evidencia (insisto en esta palabra) de nuestra contemporaneidad.
Por otra parte, en lo que respecta a esas acciones performáticas y autorreferenciales en las
que el artista 16 viaja a los lugares afectados por la crisis migratoria y a su trabajo in situ, puede sin
duda reivindicarse el rol militante del artista preocupado y ocupado de esta situación, pero
también, cabe considerar la objeción de si acaso no está allí como un outsider 17, como el que mira
una realidad pero a salvo de sucumbir ante ella, según lo que puntualiza Aristóteles respecto a la
15 Exhibidos en el suelo, fragmentos de tweets, videos y artículos digitales retratan una instantánea general de la reacción de
los medios ante la histórica crisis humanitaria
En las paredes de la galería, las imágenes de Weiwei y su equipo en Idomeni van desde el suelo hasta el techo, documentando
meses de vida dentro de estos campamentos informales.
16Algunos rasgos del artista son relevantes para comprender esta constelación de gestos en cuestión. Como fuera señalado
al comienzo, al igual que ocurría con Picasso o Duchamp, hoy Weiwei es una “personalidad”, y la autorreferencialidad asume
ribetes performáticos. El artista viaja a los lugares, suspende exposiciones, registra todo con su ipod, documenta y exhibe
todo en las redes sociales donde tiene miles de seguidores. Groys se refiere a Weiwei como un blogger, quien atiende a las
redes y al proceso en tanto “la documentación del proceso del hacer estético ya es una obra” (Groys, ibíd.: 138).
17 En relación con esta lectura cabe traer en referencia el artículo de Foster “El artista como etnógrafo” (Foster, 2001: 175-
207). Allí Foster reflexiona críticamente en torno a la figura del artista como etnógrafo, destacando por un lado la importancia
de que los artistas se involucren con su presente, pero del otro, los peligros de que ese contacto con la otredad lo banalice.
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función catártica de la tragedia, del público que contempla el drama, que puede ponerse en lugar
de sus protagonistas pero él mismo siempre está “a salvo”.
Recupero lo que Foster advierte en referencia al mapeado que conlleva al peligro de
confirmar la autoridad del mapeador, reduciendo el intercambio y el diálogo (Foster, ibíd.).
Advierte también la importancia de evadir la sobreidentificación con el otro, evitando la
“indignidad de hablar por los otros.” (Deleuze, 2011: 95).
Weiwei parece estar consciente de este peligro y ante la pregunta por el papel del artista
frente a la crisis migratoria, crisis que es humanitaria responde que “El artista es alguien que se
involucra pero se aleja al mismo tiempo. Vivimos en paralelo a estas condiciones y tratamos de
analizarlas y aprender de ellas. Ofrecemos nuestra pasión y nuestra sensibilidad a otra persona
que ha tenido que pasar la noche en una tienda fría, con calcetines húmedos, sin luz y sin leche
para los niños” 18 afirmación que da cuenta de la urgencia por indignarse, pero a la vez, de la
importancia de no recurrir a transferencias que resultan inmorales.
Finalmente, para cerrar este recorrido, señalo lo más reciente del artista, se trata de una
instalación de sitio específico en espacio cerrado que fue inaugurada en marzo de este año y estará
montada hasta enero de 2018. Law of the Journey (La ley del viaje), consiste en una patera de 70
metros y 258 figuras inflables instalada en el Palacio de Ferias por la Galería Nacional de Praga, a
la que rodean otras en el suelo con flotador o como si estuvieran semihundidas en un mar que se
las traga. "No hay una crisis de refugiados, es una crisis humana y en la forma de gestionar esta
crisis hemos perdido nuestros valores más básicos", advierte el artista. A mi juicio, es posible
establecer conexiones intertextuales con la estética de Koons, en tanto Weiwei utiliza la fisonomía
de los salvavidas pero con materialidades macizas. Sin embargo, se diferencia de los colores
radiantes y las texturas brillantes de las esculturas pulidas de Koons optando -a mi entender:
crítica y deliberadamente- por una paleta de colores ocres y texturas no satinadas.
Se advierte que la monumental pieza, cuyas figuras no tienen rostro desde la decisión
estética de que los mismos sean inflables, hace referencia al a menudo superpoblado modo de
transporte para la ruta peligrosa migrantes desesperados que se atreven -no por deseo,
adviértase, sino por desesperación- a cruzar el mar Egeo desde Turquía a Grecia. Su
monumentalidad no es inocente, sino que apunta a conferirle espacio literalmente a esta situación,
en contrapeso a la indiferencia de los países del primer mundo. La impersonalidad de estos rostros
inflables es contrapuesta a miles de imágenes expuestas también en el espacio, de la
documentación implacable que el artista lleva a cabo, tal como ocurrió en la instalación
Laundromat; las imágenes, son testimonios de la veracidad de la experiencia a la que remite la
patera: de su dramatismo.
La consideración de todas estas intervenciones juntas permite recuperar el valor que tiene
la coralidad de las mismas: su insistencia pareciera instalar hasta volverlos visibles, temas que la
dirigencias políticas evitan.
Si retomo lo advertido al comienzo de este trabajo respecto a la metamorfosis del arte,
preguntas como ¿Es Weiwei activista o artista?, ¿son sus obras manifestaciones de resistencia o
arte?, ¿es posible considerar arte a unos salvavidas expuestos en el espacio público o a miles de
zapatos encontrados en un campo de refugiados?, o ¿qué es lo que específicamente determina a
estas obras como artísticas?, destaco que dichos interrogantes no pueden ser respondidos de
modo taxativo, pues la respuesta podría en los primeros ser ambas y en el resto un sí y también
un no.
Tal vez la expresión “indisciplinamiento crítico” de Hal Foster resulte oportuna para pensar
en la imposibilidad de determinar lo evidente en el dominio del arte; persiste esa indistinción en
tanto es imposible hallar criterios holistas y unívocos para lo que un artista, una obra o un
destinatario deba ser, o en todo caso -como fuera adelantado desde la opción metodológica aquí
asumida- serán las poéticas concretas las que presupondrán respuestas posibles a estas
preguntas. No hay una interpretación común sobre qué es el arte y cómo producirlo. El arte
contemporáneo no es evidente en sí mismo: está fuera de sí. Sin embargo, esa carencia no es a mi
entender un signo de alarma sino una posibilidad que permite la emergencia de diversas
18 Farrell, A, “15 minutos con Ai Weiwei”, en: Diario The New York Times, 29 de Junio de 2016, versión electrónica:
(https://www.nytimes.com/es/2016/06/29/).
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manifestaciones artísticas, “obras de arte”, producto del arte, es decir, producto del artificio, de
las poéticas.
En tal sentido, este trabajo buscó destacar el impacto de las poéticas materializadas en las
propuestas de Weiwei y cómo estas dan cuenta de las transformaciones indagadas; así, los tres
puntos arriba formulados respecto al impacto vanguardista emergen en las mencionadas
propuestas: pues, se “transforman” mantas térmicas o salvavidas en arte, se espera generar un
efecto, que el público “reaccione”, se busca interpelarlo. A su vez, exhiben la centralidad de lo
discursivo en relación con la justificación y recepción del hecho artístico, situación que según se
destacó plantea por un lado, conexiones con el punto III referido a las exégesis de las obras y la
necesidad de un destinatario dispuesto a “hacer”: a construir sentidos; por otro lado, plantea el
peligro de las estéticas conceptuales de volverse inasibles para quienes no dispongan de la
información que expanda y vuelva elocuentes a los gestos.
Por su parte, la constelación de gestos más recientes de Weiwei da cuenta de la actualidad
del legado vanguardista que estima tanto la autocrítica como el mandato de reaccionar ante el
presente y lo hacen proponiendo estrategias que “vuelvan visible”.
Para finalizar, recupero las palabras del artista Thomas Hirschhorn quien establece la
necesidad de trabajar sobre el tiempo del ahora: “estar presente, estar atento, estar abierto”
(Hirschhorn en Foster, ibíd.: 96). Ai Weiwei responde a mi juicio a esta consigna: buscando desde
la autonomía de las poéticas de las que se sirve indignarse ante lo indigno e instar a los
destinatarios a tener los ojos bien abiertos.
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1 Ferrowhite ha sido reconocido internacionalmente como una propuesta museística difícil de encuadrar por la crítica
de arte Inés Katzenstein, en un artículo incluido en la revista norteamericana Artforum dedicado al rol del museo en
la cultura contemporánea. Según Ribas, a partir de esta opinión enunciada desde una reconocida publicación del
circuito artístico norteamericano queda claro que se trata de un proyecto artístico, al mismo tiempo que su
alejamiento de un concepto tradicional de arte o de historia genera perplejidad. (Ribas, 2010).
2 Ribas problematiza la denominación angloparlante site specific, señalando que en ese concepto podrían ser
consideradas no sólo aquellas producciones proyectadas para un lugar específico de uso público que responden a una
concepción autónoma del arte sino también esas otras que intentan insertarse en la vida.
3 Este polo petroquímico es uno de los más importantes del país. Dentro suyo se desarrollan la industria petrolera,
petroquímica y química. Entre las empresas que se destacan se encuentra PBB Polisur, Solvay Indupa, Mega y
Profertil. (Ramborger: 2009: 172-191).
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4 Huyssen observa en las memorias locales la posibilidad de vivir en formas extensas de temporalidad y asegurarse
un espacio desde el cual hablar y actuar. Si bien el museo que aquí estudiamos no corresponde a la tipología de
“museos de memoria”, el modo en que reflexiona sobre la historia local lo lleva a implementar formas novedosas en
el trabajo de la memoria comunitaria.
5 Cfr. Groys, 2014:49-67. El autor allí plantea diferencias entre la exhibición estándar y la instalación artística.
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El recuerdo productivo
6 Véase www.archivotellas.com.ar
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Estas propuestas, al interrelacionar los casos particulares con los procesos históricos,
favorecen el tejido de una trama densa que articula las escalas micro y macro, conformando
singularidades tanto en el plano espacial como en el temporal, y generan centros en sitios
tradicionalmente considerados periféricos. Teniendo en cuenta que estas prácticas
emergentes han sido producidas desde una ambigua frontera artístico-histórico-político-
social, Ribas caracteriza esta iniciativa de base comunitaria como cartografías fronterizas.
Estos entrecruzamientos, atravesados por una constante mirada crítica, permiten
reconocer que la identidad es también una construcción provisoria, configuradora y en
continua elaboración. Una memoria vuelta acto creativo, para utilizar el pasado en la acción,
a la vez que nos constituye a través del tiempo, en tanto nos permite construir una identidad
(personal, intersubjetiva, sociohistórica), la cual, al decir de Feirstein, “articula los
fragmentos del pasado en diversas estrategias narrativas que, con un trasfondo último de
carácter ético, nos constituyen como sujetos, como grupos, como pueblos y como
humanidad” (Feirstein, 2012: 61-89, 124). Una identidad que se construye como un proceso
dinámico, relacional y dialógico, que se desenvuelve siempre en relación a un “otro”.
Lo que este “museo-taller” atesora no son solo herramientas viejas, sino también el
potencial del trabajo y la inteligencia organizativa y operativa asociada a ellas. En su blog
podemos leer:
Ferrowhite es un museo que además de exhibir objetos, los fabrica. Imanes para adherir
próceres precarizados a tu heladera y bolsas para las compras con frases que hacen
blanco en la coyuntura, pero también buques archivo, elevadores de granos en
miniatura, remeras con vegetación autóctona mutante y obras de teatro protagonizadas
por ferroviarios, estibadores y marineros. 7
Desde hace algunos años el museo también realiza diversos talleres 8 y aloja artefactos
que no provienen del pasado ferroportuario, sino que han sido fabricados por el museo o
por vecinos, para ligar ese pasado al presente. Estas producciones, a las que llaman
“artefactos documentales”, son objetos creados por ex trabajadores de diferentes áreas
laborales que hoy se encuentran retirados o jubilados. Objetos que testimonian de una
7 http://museotaller.blogspot.com.ar/2010_09_01_archive.html
8 Ver la propuesta de talleres en http://museotaller.blogspot.com.ar/search/label/Talleres
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manera singular la historia y las transformaciones del lugar, relacionadas con la mutación
del mundo laboral ferroportuario. 9
El “Ingeniero White”, buque portacontenedores que el marinero Roberto “Bocha”
Conte ensambló durante tres años en el living de su casa, es una “embarcación archivo”
construida con cajitas de tetrabrik. En lugar de las marcas de multinacionales que suelen
tener, “Bocha” Conte (ex trabajador de las dragas) decide armar la carga con 194
contenedores que portan el nombre tanto de viejos como de actuales sindicatos, bares,
kioscos y peluquerías de White. Así, su carga proviene de una suma de referencias y
recuerdos propios, de su familia, de sus vecinos, que fueron conformando un catálogo
exhaustivo de comercios e instituciones whitenses: Kiosko Chapita, Terminal Marítima
Cargill, Asociación Mutual Ferroviaria Whitense, Sastrería Los 3 Ases, etcétera. Marcelo Díaz
afirma:
(…) Dos cosas llaman la atención en el Ingeniero White. La factura del barco abunda en
detalles cuidados y minuciosos (puertas, sogas, barandas, etc.); es el trabajo de un
artesano que conoce su oficio. Pero es notorio que no sucede lo mismo con los
contenedores: pintados con témpera sobre cartón corrugado, exhiben un diseño
tipográfico resuelto a medias, en el que el trazo manual se diferencia, como
imperfección, del ploteado industrial. Se trata justamente de los elementos que
ficcionalizan la miniatura (es impensable, por ejemplo, que en el puerto de Hamburgo
se descargue un contenedor proveniente del puerto de White que diga Kiosco Chapita).
Por otro lado, si la réplica del barco convence por su realismo, la cantidad exagerada de
contenedores que transporta también sabotea el verosímil. “Si botás un barco así, se
hunde”, objeta el hijo de Roberto Conte, también él tripulante de una draga (Díaz, 2009:
10).
9 Ver http://ferrowhite.bahiablanca.gov.ar/patrimonio.htm#artefactos
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Este autor, quien propone “mirar las obras de arte como objetos pensantes y mirar el
mundo con ayuda de estas obras” (Wacjman, 2002: 32) al versar sobre los museos sostiene:
que “hay que admitir la idea de imaginar que para tiempos nuevos hacen falta museos nuevos.
(…) Cambiar los museos no solamente en sus formas sino en sus principios, fijando por meta
no brindar mera contemplación, sino, por medio suyo, poner a los sujetos directamente en
conexión con el mundo e incluso enfrentarlos con él” (Ibíd.: 32). Tarea de Ferrowhite es hacer
ver, es decir, es dar a ver por sí mismo más allá de sí mismo, lo que equivaldría a situar sus
apuestas en un nudo obligado del arte con un más allá del arte. Estimamos, así, que este
espacio ocupa un lugar cercano al centro de gravedad del arte de hoy, en el que las
propuestas sirven manifiestamente para construir y reconstruir aquello que pasó.
Recientemente, otra propuesta ha buscado intervenir políticamente en la realidad de
la localidad continuando esa dialéctica entre pensar y hacer. Entre los artefactos
participativos construidos durante los últimos años, destaca el “arca obrera”. En este museo
en el cual los objetos valen en tanto materializan vínculos –como punto de partida y de
llegada de esa relación social fundamental que es el trabajo– esta idea surgió a partir del
descubrimiento de una foto en la que se ve a Atilio Miglianeli, quien supo ser amigo y vecino
de Ferrowhite, con compañeros del equipo de buceo de la usina General San Martín,
posando para la posteridad sobre una balsa hecha con pallets de madera y tambores de
aceite, “justo acá a la vuelta, en proximidades de lo que para nosotros es La Rambla de
Arrieta”, afirman los integrantes del Museo Taller. La foto la acercó el vecino Ángel Caputo
una mañana invierno, y desde aquel día la idea de “cómo sería esa balsa hoy” fue madurando
en este singular equipo de trabajo. Este “dispositivo de veraneo (y escape en caso de
accidente)” ha sido realizado por el equipo junto a trabajadores del mar, amigos de la
institución. En las instrucciones de armado y utilización de esta irónica balsa (hecha con
bidones de agua de consumo domiciliario en desuso, amarrados entre sí por tiras de
polietileno) se indica: “El agua que falta en los bidones falta –de vez en cuando- en nuestra
ciudad; el plástico del que están hechos sobra –entre otras cosas- porque el agua es el
principal insumo y el plástico el principal producto del polo petroquímico ubicado en
nuestras costas.” Y agrega: “Tal vez la pregunta implícita en el proceso de su construcción y
uso es qué tipo de lazos somos capaces de tramar en el disenso, toda vez que de
mantenernos unidos depende seguir a flote.” 11 Con este “vehículo para sobrevivir a los
problemas que vuelven poco ‘sustentable’ la vida en este puerto”, en 2012 navegaron por la
ría como acción de resistencia y en el verano de 2016 pasearon niños en el balneario
municipal, combinando la actividad lúdica con la concientización ambiental, en la intención
de ir al encuentro de otras realidades para reforzar la construcción de la memoria y activar
críticamente sobre el presente. Roberto Orzali, vecino y amigo de Ferrowhite, comenta
sobre su primer viaje en la barca de bidones: “Cuando recién tiramos la balsa, chocamos con
los arrecifes, zafamos por medio del bichero y nos fuimos... después nos llevó lejos la marea...
Luis Leiva tuvo que seguirnos con la filástica en la mano para sujetarnos... yo le pedí a Caputo
que suelte su cabo para emprender la navegación....estaban los obreros de Toepfer
mirándonos, se reían, nos sacaban fotos, no lo podían creer!...”.
En esta acción se conjugan varias críticas superpuestas. A la futura desaparición de la
costa marítima cuando esa zona sea rellenada para satisfacer intereses económicos, se
suman la contaminación ambiental efectuada por el Polo Petroquímico y la falta de agua
sufrida por la población de la ciudad de Bahía Blanca (sobre todo debido a la utilización
efectuada por este último). Esta balsa construida con envases plásticos navega por ese lugar
específico de resistencia, en el que se entrelazan hilos sociales (de los vecinos que añoran la
antigua playa), educativos (mediante la recuperación de saberes específicos de algunos
trabajadores portuarios) y económicos (de avance de la industria petroquímica).
Así, el equipo no sólo problematiza el lugar específico en donde está emplazado el
Museo, sino a la institución misma, al considerarla como un espacio mediador de
11Este dispositivo resulta de la tarea asociada del equipo del museo taller junto a Roberto Orzali, Luis Leiva, Roberto
Conte y Ángel Caputo. Ver http://museotaller.blogspot.com.ar/2012/01/la-balsa.html
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Combinaciones asociativas
12 El proyecto “La Balsa” participó con su “Arca obrera” en “Fase”, encuentro de arte y tecnología, llevado a cabo
entre el 11 y el 14 de octubre del 2012 en el Centro Cultural Recoleta. Ver:
http://www.faseencuentro.com.ar/index.html
13 Entrada al blog del Museo Taller correspondiente al día 16 de abril 2012.
14 Otros proyectos singulares son el ciclo titulado “Cambiá la cabeza. Peluquería y debate”, y “La Rambla de Arrieta”,
el cual recibió una Mención de Honor en el 7˚ Premio Iberoamericano de Educación y Museos. Programa Ibermuseos,
26 noviembre 2016.
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15Proponemos pensar a nuestro caso de análisis en relación a su descripción del proyecto del Museo precario Albinet
(Aubersvilliers, París, 2004). (Laddaga, 2010: 131).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
estructura misma del proyecto, en ese entre o “nosotros” construido como representación
mediante la práctica en común compartida con otros (Ribas, 2015b), que se suma a la
dimensión territorial y a la conciencia de un pasado en común. Así, acentúan la
potencialidad de los restos objetuales para suscitar recuerdos y las posibilidades
insustituibles de crear una poética en cada lugar específico, al tiempo que las intervenciones
realizadas operan en un campo expandido que complejiza el concepto de “público”,
ampliándolo desde el espacio hacia la representación grupal cada vez más activa y
desplazada desde la recepción a la producción colectiva, sumando, así, una recepción
también cada vez más participativa, que incluso plantea lo público como estructural cuando
son proyectos colaborativos con la intervención de personas ajenas al campo artístico. 16
Este sitio específico elegido por fuera de la mirada formalista del cubo blanco,
articulado con propuestas conceptuales en clave de experiencia social, dan significado a los
momentos estéticos. Como formalizaciones poéticas convierten en nombrable lo
difícilmente decible: la tensión sufrida por la dominación ejercida por el capital extranjero;
la angustia ante la destrucción de un sistema socio-económico que daba trabajo a miles de
personas y conectaba el ámbito rural con las ciudades.
En virtud de lo dicho, estimamos que se vuelve necesario generar otros lugares desde
donde mirar, desde hermenéuticas pluritópicas (Palermo, 2004), para poner en circulación
las múltiples formas de producción simbólica de las culturas “colonizadas”. Y esos “lugares
otros” se conforman, sin dudas, des-aprendiendo y re-articulando lo que conocemos como
museo y como arte; nuevas formas de valoración que consoliden un auténtico proceso de
afirmación de una identidad que también es múltiple, heterogénea, contradictoria; espacios
que sugieran el aspecto conflictivo inherente a la construcción de una identidad; que
desajusten la norma de la mirada colonial, no mediante la representación de una imposición
sino mediante la ambigüedad y la desdefinición de los límites.
Como puede inferirse, la atención sobre lo probable y eventual requiere también de
un trabajo sobre la propia mirada institucional, en el sentido de que la misma sea permeable
a los cambios y necesidades de la comunidad, trabajando con sus contradicciones y
singularidades a fin de introducir, como agente activo de la misma, tensiones que impulsan
a la deliberación sobre las propias prácticas. 17 En este sentido, consideramos que estas
propuestas no son radicales por los contenidos que poseen, sino por el sistema de acción
que su estructura habilita, y gracias al cual dichos contenidos se mantienen vitales, ya sea a
través del trabajo deconstructivo que lleva a cuestionar la representaciones del pasado, o
por el espacio creativo y poético desde el cual la comunidad enuncia nuevas formas de
rememorar. Es aquí donde la política del museo adquiere su dimensión estética, donde lo
sensible es abierto a nuevos usos, a nuevas reparticiones y a nuevos sentidos.
Estimamos que el “uso” del arte contribuye a crear este señalado doble extrañamiento
respecto de la idea de museo-archivo tradicional, o de museo que “rescata” valores en
peligro y una segunda distancia de quienes participan respecto de las condiciones
habituales de su percepción y de las determinaciones de su identidad, de su posición, e
incluso de su campo. Hemos visto, por el contrario, que hay una importante conciencia de
que, por un lado, no todo pasado se rescata o es posible de rescatar, y por otro, de que un
museo que se pretende vivo, más que un archivo orientado hacia el pasado, debe entenderse
como un taller. El vuelco hacia la ficción, el espacio que se le da a lo fantástico orienta, así,
hacia lo potencial. Siguiendo a Costa, la crítica anti-institucional en el campo artístico se
desplaza aquí, dado que no se trata de un museo de arte sino de historia cultural. Por tanto,
16 En consonancia con lo que sostiene Boris Groys en relación a la renuncia a la autoría individual en pos de una
práctica colaborativa y democrática, la cual “encuentra compensación en una economía simbólica de reconocimiento
y fama”; “La obra (…) como resultado de una colaboración participativa y democrática. Esa tendencia hacia la práctica
colaborativa es una de las principales características indiscutibles del arte contemporáneo” (Groys 2014: 44-45).
17 Retomo aquí a Andreas Huyssen quien propone ver el museo “como una institución más vitalizadora que
momificante en una época empeñada en la negación destructiva de la muerte: el museo, pues, como sede y campo
de reflexiones sobre la temporalidad y la subjetividad, la identidad y la alteridad” (2002: 46).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
En esta ponencia nos proponemos indagar respecto al rol del dibujo en las artes
visuales de las últimas décadas atentos a la proliferación de producciones vertebradas por
dicha disciplina. Lo que denominamos emancipación surge a partir de observar la re
categorización del dibujo en el arte contemporáneo, donde es tomado como eje conceptual
en obras que capitalizan su valor heurístico. Establecemos como hipótesis que el embrión
de su este fenómeno se halla en los movimientos históricos de vanguardia, por la tensión a
la que sometieron al concepto de representación vigente por siglos, durante los cuales el
carácter artefactual de las obras de arte se encontraba oculto a los ojos del espectador.
Estimamos que la superación de este paradigma significó la posibilidad de develar el dibujo,
disciplina que encarna ejemplarmente la condición ficcional del arte. 1
Introducción
1 El presente trabajo ha sido revisado en función de algunas observaciones recibidas en su exposición en las “III
Jornadas Nacionales VII Encuentro de Investigadores Estética y Filosofía del Arte” (Facultad de Ciencias de la
Comunicación. Universidad Nacional de Córdoba), Agosto de 2017.
Un concepto que aparecía en la versión original y que ha sido cuestionado es el de autonomía del dibujo en el arte
contemporáneo, observación que resulta pertinente pertinente considerando que la interdisciplinariedad es un
rasgo inherente al arte contemporáneo, y en gran parte de las obras que ilustraban esta ponencia el dibujo se
encontraba tramado con disciplinas y medios diversos. Por lo dicho, sería más propicio decir que la emergencia del
dibujo no se debe a una emancipación del dibujo sino a su homologación con las Artes Mayores donde las
jerarquías han sido abolidas en pos de una democratización disciplinar.
También, en función de observaciones sobre la inclusión de los dibujos de Christo en esta ponencia, he enfatizado el
hecho de que no se trata de un caso ejemplar del arte contemporáneo —donde el dibujo es un fin en sí mismo—
sino que aún precede a una obra posterior, incluso mayor. Los dibujos de Christo han sido elegidos ad hoc para
ilustrar el proceso emergencia del dibujo, como una instancia en su homologación disciplinar, develando además el
modo en que los procedimientos de la vanguardia han sido capitalizados paulatinamente por los artistas pos
vanguardia.
2 El surgimiento de galerías, el incremento de publicaciones, muestras y proyectos curatoriales dedicados
exclusivamente a esta disciplina son manifestaciones que dan cuenta de este fenómeno. En este sentido podemos
consignar algunos hitos que, en la Argentina, dan cuenta de esta efervescencia gráfica; entre ellos, se encuentra la
creación del club del dibujo, en Rosario, fundado por Claudia Del Río en 2002 con el objetivo de “difundir la práctica
del dibujo, ser plataforma de dibujantes y apoyar investigaciones históricas y sociológicas que tengan como centro el
dibujo” (Manifiesto del Club del dibujo, n/a). Otro proyecto que revitaliza la disciplina es el que llevan adelante Luis
Felipe Noé y Eduardo Stupía que consiste en la curaduría de muestras de dibujo que se exhiben en el ingreso del
Centro cultural Borges. Dicho proyecto se denomina “La línea piensa”, permitiendo, desde su denominación,
comprender el criterio curatorial que los directores han otorgado al programa. Recientemente Eduardo Stupía junto
a Cintia Mezza han editado el libro “Dibujo Contemporáneo en la Argentina”, que revisa categorías y autores que
eligen esta disciplina como medio expresivo.
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3 Clement Greenberg afirma que “La pintura de caballete, el cuadro trasladable que cuelga de una pared, es un
producto exclusivo de Occidente, sin ningún equivalente en otros lugares. Su forma viene determinada por su función
social, que es precisamente colgar de una pared. (…) excava en la pared que hay detrás la ilusión de una cavidad en
forma de caja y, dentro de ésta, como una unidad, organiza apariencias tridimensionales. (Greenberg, 1979: 145).
4 “Tal como se entiende (o se mal entiende) hoy, el acto de dibujar nos retrotrae históricamente al renacimiento. Sin
embargo, el dibujo, tal y como yo lo entiendo, es mucho más antiguo, de hecho mucho más antiguo que cualquier
lenguaje escrito o que cualquier arquitectura. Es tan antiguo como el canto. ¿Qué es el arte paleolítico sino una forma
de dibujo? Hubo una tradición de dibujo -a veces se grababa en las superficies rocosas, a veces se dibujaba con colores
sobre ellas- que duró, hasta donde podemos suponer, unos veinte mil años, lo que equivale a decir que esa tradición
duró cuarenta veces el tiempo que nos separa a nosotros del renacimiento. Y algunos de esos dibujos tempranos
están tan logrados como cualquiera de los que se harían desde entonces, ¿no?“. (Berger, 2015: 96).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
5 León Battista Alberti explicitaba esta concepción de la siguiente manera: “Y sepan que cuando trazan con líneas una
superficie, y van cubriendo de color el dibujo que han hecho, el efecto que buscan es que, en una sola superficie se
representen otras muchas, no de otro modo que si la tal superficie fuese de vidrio o de otra cosa transparente, para
que por ella penetrase la pirámide visual” (citado en Gómez Molina, 1999: 562).
6 Clement Greenberg describe la recuperación de la superficie representacional de la siguiente manera: “Cuando el
artista achata esa cavidad para obtener mejores efectos decorativos y organiza su contenido en términos de planitud
y frontalidad, la esencia de la pintura de caballete -que no debe confundirse con su calidad- se ve comprometida. La
evolución de la pintura modernista, que empieza con Manet, consiste en buena parte en la evolución hacia un
compromiso así. Monet, Pissarro y Sisley, los impresionistas ortodoxos, atacaron los principios esenciales de la pintura
de caballete mediante la coherencia con que aplicaban los colores independientes; el tratamiento de esos colores era
el mismo en todo el cuadro, y cada parte de este era tratado con el mismo toque e idéntico énfasis. El resultado fue
un rectángulo de pintura texturada homogénea y apretadamente que tendía a amortiguar los contrastes y amenazaba
-aunque sólo amenazaba- con reducir el cuadro a una superficie relativamente indiferenciada.” (Greenberg, 1979:
145).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
libre del color por medio de la mancha y la pincelada; se trata de discusiones que han tenido
lugar durante la historia del arte occidental desde el renacimiento, siendo en algunos
períodos más aceptada una postura que otra. En este sentido, León Batista Alberti se
inclinaba por la primera postura:
En mi sentir el dibujo se debe hacer con líneas muy sutiles, que apenas lo distinga la
vista (…). El dibujo consiste en señalar los contornos, lo cual si se ejecuta con líneas muy
gruesas, en vez de parecer márgenes o términos los de una superficie pintada,
parecerán hendeduras. Yo quisiera que en el dibujo solo se buscase la exactitud del
contorno, en lo cual es preciso ejercitarse con infinita diligencia y cuidado, pues nunca
se podrá alabar una composición ni una buena inteligencia de las luces si falta el dibujo.
Al contrario, muchas veces sucede que sólo un buen dibujo basta para agradar; por lo
cual el dibujo es en lo que más se ha de insistir (Alberti en Gómez Molina, 1999: 163).
Este análisis es sólo un esbozo de los vaivenes que guiaron la relación entre línea y
color durante la modernidad e ilustra el campo de batalla sobre el cual se libraría la puja
por la emancipación de los elementos plásticos en tanto signos autónomos y en detrimento
de su función representacional. Como mencionamos, hallamos en el impresionismo un
punto de inflexión en este proceso pero la polémica, lejos de llegar a su fin, continuaría
durante el desarrollo de las vanguardias históricas. La posición de Gauguin resulta de sumo
interés por exponer con claridad conceptual la escisión incurrida en la segunda mitad del
siglo XIX:
7 “Empecemos cotejando una hoja de Durero y una hoja de Rembrandt, ambas con el mismo asunto: un desnudo
femenino. (...) Lo que hace tan diferente el aspecto de estos dibujos es, ante todo, esto: que el efecto de uno se apoya
en el valor táctil, y el otro en un valor visual. La primera impresión en Rembrandt es una figura destacando como
claridad sobre fondo oscuro, en el otro dibujo, más antiguo, también aparece la figura sobre fondo negro, pero no
para hacer surgir la luz de la sombra, sino sólo para realzar más secamente la silueta. Todo el énfasis está en la línea
del contorno. En Rembrandt ha perdido su importancia, no es ya esencial vehículo de la expresión formal, no hay en
ella una especial belleza. Quien pretenda seguir su curso advertirá pronto que es casi imposible. En vez de línea de
perfil, seguida, uniforme, consecuente, del siglo XVI, ha hecho su aparición la línea rota del estilo pictórico.” (Wölfflin,
1952: 49).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Si el dibujo es del dominio del espíritu y el color del de la Sensualidad, es preciso, ante
todo, dibujar para cultivar el espíritu y poder conducir el color dentro de una vía
espiritual (…). Solamente después de varios años de preparación, un joven artista
debería tocar el color. El color, medio de expresión íntima y no descriptiva, bien
entendido. (…) Entonces empleará el color con discernimiento. Lo colocará según un
dibujo natural, no codificado y completamente disimulado, que llegará directamente
desde su sentimiento (Matisse en Gómez Molina, 1999: 612).
La mayor parte de los alumnos que empiezan de esta manera la complicadísima ciencia
de la pintura, llegan con una falta total de preparación; no saben dibujar. Téngase en
cuenta que el arte del dibujo exige una larga preparación y un aprendizaje fatigoso. Es
necesario empezar copiando reproducciones (…); hacen falta no menos de cuatro o
cinco años para dicho aprendizaje antes de poder enfrentarse a la copia directa del
natural. Por eso sucede que a estos pintores inmaduros, encontrándose en las
academias paleta en mano, e ignorando, por no haberla practicado nunca, la ciencia del
dibujo, del modelado y del claroscuro, les atrae fatídicamente la fascinación placentera
8 Kandinsky resulta particularmente significativo por su rol teórico en el análisis que desarrollaría en sus textos y en
sus clases, abriendo un campo de investigación inédito en este sentido. De Micheli da cuenta del modo en que
Kandinsky desarrolla el concepto de abstracción y lo profundiza en los escritos posteriores a De lo espiritual en el arte:
“en Pintura como arte puro, de 1913, hace una afirmación decisiva, allí donde dice que ≪la obra de arte se convierte
en sujeto≫. Dicho de otro modo, la obra de arte se convierte en un mundo en sí mismo, en un universo autónomo
con leyes propias: ya no es el equivalente de un contenido preexistente, sino que ella misma es un contenido nuevo
y original, una nueva forma de ser” (De Micheli, 1998).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
del color, estimulados hacia tales gustos por los mismos profesores, en general
secesionistas (de Chirico en Gómez Molina, 1999: 595).
Para Matisse y De Chirico, como para otros artistas contemporáneos a ellos, el dibujo
se sigue presentando como un paso obligado en la formación, parte de un proceso iniciático
ineludible. La disciplina se concibe como el armazón de la imagen sobre el cual el color
podrá manifestarse del modo más adecuado. Resultan así palpables los resabios de la
concepción renacentista, ilustrada anteriormente por las palabras de Alberti; por eso
insistimos en que la vanguardia no sería una instancia que naturalmente y sin solución de
continuidad aboliera las jerarquías instauradas en el Renacimiento sino que se trató de un
período de transición donde los debates más agitados en torno al quehacer artístico
tendrían lugar, y donde se sentarían las bases para la redefinición –o desdefinición- de una
taxonomía de las disciplinas artísticas.
Pero más allá del análisis formal de las composiciones vanguardistas y de los vaivenes
en el debate por las jerarquías disciplinares que tuvieron lugar durante las primeras
décadas del siglo XX, resulta de sumo interés para nosotros desandar los derroteros que
atravesó el concepto de obra de arte en este período, puesto que intuimos que de esta
exploración depende —en gran medida— la ruptura de los bordes disciplinares que tendría
fundamental protagonismo como epílogo de la modernidad y que habilitó la
reestructuración de las categorías artísticas. Revisaremos algunos conceptos elaborados
por Peter Bürger, autor ineludible en la revisión crítica del fenómeno de la vanguardia y de
la neovanguardia.
Si en el análisis formal que venimos desarrollando veíamos en la autonomía de los
elementos plásticos un síntoma positivo en la emancipación disciplinar, paradójicamente
será la autonomía del arte un aspecto de la vanguardia que Bürger va a atacar con
vehemencia. El autor afirma “sólo después de que con el esteticismo el arte se desligara por
completo de toda conexión con la vida práctica, pudo desligarse lo estético en su ≪pureza≫;
aunque así se hace manifiesta la otra cara de la autonomía, su carencia de función social”
(Bürger, 1987: 62). La crítica que realiza a la vanguardia radica en el fenómeno de su
institucionalización, acontecida con la neovanguardia, entendida como emblema de su
fracaso en la intención de reconciliar el arte con la praxis vital: “el arte se halla desde hace
tiempo en una fase pos-vanguardista. Esta se caracteriza por la restauración de la categoría
de obra y por la aplicación con fines artísticos de los procedimientos que la vanguardia ideó
con intención antiartística” (Bürger, Ibíd.:115). Sin embargo continúa su análisis con una
postura menos crítica que habilita una aproximación más optimista con respecto a las
consecuencias de este singular período: “Pero así como las intenciones políticas de los
movimientos de vanguardia (…) no han sobrevivido, su efecto a nivel artístico es, en cambio,
difícilmente exagerable. Desde este punto de vista, la vanguardia ha sido revolucionaria,
pues ha destruido el concepto tradicional de obra orgánica” (Bürger, Ibíd.:116). Nosotros
optamos por alumbrar esta arista positiva del análisis según la cual la vanguardia ha dejado
como saldo un territorio plástico ampliado al habilitar exploraciones formales y
conceptuales impensadas en la era pre-vanguardista.
Uno de los conceptos que Bürger desarrolla en Teoría de la vanguardia, es el de
montaje; el autor entiende que es un recurso que merece un análisis minucioso por la
complejidad que lo atraviesa al ser un procedimiento utilizado en medios diversos como la
fotografía, el cine y la pintura. Al pensar en el montaje como categoría de análisis para los
movimientos de vanguardia manifiesta que su uso en el cine o en el fotomontaje no es el que
interesa a los fines de comprender el gen de la obra inorgánica, puesto que entiende que en
ellos se trata de un medio técnico que no atenta contra la unidad de obra clásica: las
disciplinas que han permitido el despliegue de su potencial disruptivo han sido la pintura, a
través del collage cubista primero y la poesía dadaísta después. En el análisis de la escritura
automática -de uso frecuente en la poesía dadaísta- Bürger alumbra el concepto de obra de
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constituye como una herramienta del pensamiento. La idea se nutre, muta y se expande
como consecuencia de este devenir, por lo cual entendemos que el dibujo no es el corolario
del proceso proyectual sino el vehículo que lo conduce. Este rasgo que revela su carácter
procesual es el que asociamos con la categoría de obra de arte inorgánica desarrollada por
Bürger, puesto que entendemos que la irrupción de la vanguardia y la consecuente
instauración de la obra inorgánica —estructurada paradigmáticamente— han habilitado la
recepción artística desde la intelección de su esqueleto procesual. La filiación que
establecemos entre dibujo de prefiguración y obra de arte inorgánica nos posibilita
arriesgar que la emergencia del dibujo en el epicentro del arte contemporáneo se relaciona
no sólo con la emancipación de los elementos formales del lenguaje visual sino también con
su capacidad de encarnar ejemplarmente la morfología estructural de la obra de arte de
vanguardia y que ha trascendido incluso esa frontera para filtrarse en las producciones pos
vanguardistas del arte contemporáneo e incluso en estéticas extra-artísticas que han sido
influidas por esta auténtica revolución estética.
Así, Ramón Salas da cuenta del repertorio procedimental que nutre los dibujos del
artista, consignando que éste es consecuencia del desarrollo exploratorio de la vanguardia;
asimismo desnuda la paradoja que radica en este uso, puesto que el artista ha capitalizado
los recursos en busca de un objetivo específico que, anclado en su dimensión
comunicacional, roza lo publicitario: el objetivo último de estos dibujos no es que los
mismos sean considerados al nivel de las intervenciones en el paisaje; el objetivo es que
sirvan para difundir el proyecto de un modo eficaz para un público masivo y que de este
modo ayuden a generar confianza en un público participante cuyo apoyo es condición
necesaria para la concreción del objetivo planteado. Salas no analiza este uso del dibujo en
términos valorativos y tampoco es nuestra intención, pero es interesante pensar cómo los
recursos que otrora fueran disruptivos —blanco de la crítica e incomprendidos por el
público— ahora se tornan insumo para una comunicación propagandística.
Christo hace un uso de los recursos del dibujo que remite al dibujo arquitectónico
proyectual, usufructuando sus cualidades comunicacionales y construyendo cuidadosa y
artificialmente una estética del proceso que no es el verdadero proceso. Los dibujos más
íntimos, los que dan soporte al pensamiento, los que superponen ideas como un
palimpsesto, revelando los vaivenes del desarrollo creativo no nos son mostrados. El artista
edita deliberadamente lo que exhibe, y no está en su intención revelar la intimidad de la
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Conclusión
9 Tal es así, que la obra gráfica proyectual del artista es el motor en la producción de las intervenciones en el paisaje:
los altísimos costos económicos de estas empresas son costeados por medio de la venta de los dibujos; Christo se ha
negado a obtener patrocinio alguno, sea de empresas o estatales.
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Introducción
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nueva en Macchi, por lo que en segundo lugar mencionaremos como antecedente la obra
Charco de sangre del año 1998, que de manera similar a la producción indicada
anteriormente, reúne noticias policiales del diario Crónica aunque esta vez alrededor de una
frase recurrente. Macchi dispuso cada cuerpo de texto en una sola línea horizontal, ordenó
cada noticia una debajo de la otra de manera fluida, yuxtaponiéndolas en el sector en que
aparece la frase «charco de sangre». Al igual que en Doppelganger, la obra se presenta en un
primer momento como imagen, la figura ramificada invita al espectador a acercarse
literalmente para encontrarse con su dimensión lingüística y narrativa. Este doble
movimiento perceptivo define en gran parte la obra de Macchi y su interés en una
experiencia estética específica, centrada en el corrimiento de lo habitual, la duda y la
evidencia de lo ficcional. La ficción surge con los traccionamientos de la realidad
(Katzenstein, 2016), los objetos se presentan no para ser otra cosa distinta de lo que son,
sino para reforzar y poner en evidencia las narrativas y discursos a los que pertenecen. Él
mismo afirma que su interés por utilizar materiales verosímiles se apoya en la intención de
trabajar con los diálogos entre las historias que esos elementos tienen con cada espectador
(Rudnitzky, 2009). Quizá sea por su amplia experiencia en el teatro que Macchi es
sumamente consciente de la sospecha y la ficcionalidad que adquiere la obra en los espacios
de exhibición, en los que el público a pesar de saber que lo presentado puede ser artificial,
tiene la capacidad de conmoverlo, provocarlo o hacerlo reflexionar sobre su propia
existencia. La apropiación de objetos, en estos casos del diario, le permite trabajar
directamente sobre signos específicos, consigue opacar la transmisión de sentido y aclarar
lo que nadie ve. Con la distribución de las noticias protagonizando la repetición de frases
estereotipadas y morbosas, Macchi nos demuestra la inutilidad de los relatos periodísticos
en los que los eventos se presentan vacíos de las historias particulares de las víctimas que,
tal como explica él mismo, «aparecen y funcionan como una imagen, como una especie de
fuego de artificio en el cielo oscuro que explota y desaparece». 2
Estas obras son resultado de la atracción que siente Macchi por el desecho, lo efímero
y lo transitorio, no sólo de la notoriedad de las historias, sino también del diario en sí mismo.
Un juego macabro entre el terror y el olvido, lo poético que ilustra el horror, la notoriedad
de lo que ha sido dejado de lado, lo que aparece en los márgenes, lo que habita en la
oscuridad de la vida cotidiana, que influye indefectiblemente en los imaginarios de nuestra
sociedad.
2 Estol, L., Jorge Macchi entrevistado por Leo Estol, en: Bola de nieve
194
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
de un sitio de internet y en ellos se reflejan los años en los que se decidió masacrar
generaciones enteras por intereses monetarios. Es a partir de este hallazgo que vuelca su
investigación hacia los métodos de materialismos históricos, desde el mapeo de los efectos
de la Guerra Fría en América Latina, una guerra comandada por Estados Unidos y su
economía neoliberal, que diseminó dictaduras, hambre, desapariciones y luto en la región.
Jarpa que tuvo sus comienzos como pintora, al encontrarse frente a este material tan
significativo, entendió que podría hacer algo si la inquietud que sentía ante ese hallazgo se
la transmitía a los otros. Consideró el potencial de la instalación ya que la producción
pictórica acotaba su deseo obsesivo de narrar, es allí que se preguntó mediante qué
estrategias visuales los archivos se convertirían en arte. Es así que esbozó un proyecto de
obra con estos documentos en hojas A5, escritos en inglés y llenos de tachaduras que
recorrerían diversos países de latinoamérica, mutando su formato en cada uno de ellos. Los
documentos públicos y los documentos secretos, pasan a ser las imágenes y materiales que
construyen nociones alternativas sobre la verdad contada por la historia.
Nuestra pequeña región de por acá es el resultado de sus años de investigación que en
nuestro país se materializaron en una muestra curada por Agustín Pérez Rubio, en junio del
2016 en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). La muestra estuvo
integrada por videos, registros sonoros, objetos, pinturas y los documentos históricos que
mencionamos anteriormente. Esta multiplicidad de dispositivos se presenta como una obra
de site specific que establece un diálogo entre los tres pisos del museo. El piso cero, nos
enfrenta a los hechos y a la historia desde un gran número de papeles pertenecientes a los
archivos desclasificados, que se despliegan desde lo alto del techo del museo hacia el piso.
El primer nivel, propone una interpretación de la trayectoria a través de la colección del
MALBA y finaliza con el segundo piso, como una experiencia netamente híbrida: la
exposición retrospectiva Dream Come True de Yoko Ono (Tokio, 1933). Esta convive con la
muestra de Jarpa desde discusiones actuales sobre los conflictos económicos y políticos o la
identidad de género.
Además del carácter híbrido de la obra, es posible rescatar el carácter democrático
que propone, ya que la artista no sólo realizó un análisis de gran rigor que comprendió la
revisión, rescate y clasificación de los documentos, sino que también realizó la traducción
de los textos para el público latinoamericano. De esta forma ofrece acceso físico a estos
materiales desclasificados, a través de carpetas diferenciadas por país que deja a
disposición de la libre lectura y revisión entre el público que concurre a la muestra.
Así, la obra de Jarpa abre paso a discursos ajenos al arte que impulsan a crear nuevos
significantes en torno a la tensión generada por el ingreso de enunciados específicos a los
espacios de exhibición. El ingreso de estas narrativas, que fuera de los espacios del arte
cargan con un componente de veracidad por corresponder a instituciones
gubernamentales, entra en crisis al ingresar en él. Dichos espacios son considerados de
sospecha ya que los objetos exhibidos son inmediatamente percibidos como estéticos, sin
vinculación directa con la realidad. Proponiendo una lectura a partir de la visualidad y no
solamente de la información, se pone de manifiesto la noción que la artista expresa en la
entrevista de inauguración de su muestra, de que «el arte puede condensar y sintetizar una
imagen de la sociedad que otras disciplinas no pueden hacer» (Jarpa, 2016).
Hoy podemos pensar las prácticas desde una perspectiva transdisciplinar los que nos
permite incluir investigaciones como materia prima de la producción artística. Dichas
prácticas, a nuestro criterio mestizas, se manifiestan en este caso por la colaboración de la
periodista Paula Jarpa, hermana de la artista, durante el proceso de producción de la obra,
y la contribución de un profesor de inglés para realizar las traducciones.
La construcción de la imagen que ofrece esta obra sobre la historia de América Latina
está dada a partir de la investigación y selección de los archivos. La instalación nos permite
apreciar el volumen y las características principales de estos documentos donde las marcas
gráficas y tachaduras le otorgan al texto el estatus de imagen, es decir que lo censurado en
lugar de suprimirse, se destaca como mancha pregnante entre las palabras del texto. Es a
partir de la acumulación de estos elementos, que el ojo percibe un juego entre fondo-figura,
195
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
vacío-lleno, que habla ya no de un contenido lingüístico, sino más bien de una composición
visual. La imagen y el texto en el espacio de sospecha se vuelve capaz de contener múltiples
significantes a los que no es posible acceder fuera de él; este tipo de estrategia crea un
discurso que tiene como objetivo generar un contraste entre lo histórico y lo visual, hacer
que la forma parezca otra, para quebrantar su condición de verdad y reinterpretarla
teóricamente (Groys, 2002). Este tipo de obra de arte contemporáneo constituye un
puntapié para dejar en evidencia los mecanismos mediante los cuales se nos permite
acceder a la verdad, que para este caso fue necesario censurar los archivos para que salgan
a la luz.
Los criterios para construir y reconstruir una visión de lo real desde el objeto estético,
el cual posee como característica intrínseca la ficcionalidad, logra fundar su propia situación
y posibilidad de interacción comunicativa.
Sin duda, en Nuestra pequeña región de por acá reconocemos la necesidad de
visibilizar, a partir de la práctica de ejercicios de la memoria, aquellos interrogantes que
incumben a un colectivo, experiencias que proponen no sólo interpelar al espectador sino
además hacerlo parte. Darle acceso a una parte de la historia, pero desde otra perspectiva
porque en definitiva todo relato es ficcional al revelar a través de él un mundo, una verdad,
una perspectiva, la cual necesariamente se pone bajo la lupa. Exhibir cualquier discurso en
un espacio como el del museo lo pone bajo sospecha. Sin embargo, aquellas poéticas que
identificamos mestizas tienen el poder de, como afirma Groys, «funcionar como un
significador para el mundo fuera de las paredes de los museos» (Groys, ibíd.).
Epílogo
Son estos casos concretos los que nos permiten poner en diálogo pensamientos
teóricos con la actualidad de las prácticas artísticas. Estas relaciones sinérgicas enriquecen
el presente del arte al potenciar los mestizajes que dejan de lado las divisiones tradicionales
de pensamiento-producción como prácticas diferenciadas. Si bien nunca fueron campos
aislados, hoy nos encontramos con una fusión de sus límites sin precedentes. Es así que
advertimos experiencias artísticas como resultado de investigaciones, como también
teorías creadas simultáneamente a los procesos creativos y de producción.
Los casos presentados en esta oportunidad evidencian dichas amalgamas, las obras
son resultado de investigaciones, recolección de datos, comparaciones, pruebas y análisis,
en definitiva procedimientos propios del campo científico. Sin embargo los objetivos no
pretenden generar teorías herméticas. El arte no construye conocimiento en la soledad, son
manifestaciones vivas en constante cambio por fundar instrumentos de reflexión siempre
en contacto con un otro, con una sociedad que lo observa-experimenta, lo reconoce y
cuestiona.
Para ponernos en contacto con el mundo y la historia recurrimos al archivo, al
documento, a lo escrito para que nos acerque a las experiencias que no pudimos vivir,
fortalecer creencias o adquirir conocimiento. Ambos artistas hacen uso de estos
dispositivos como agentes genuinos de la verdad de los acontecimientos y de la historia,
siendo conscientes no sólo de su poder simbólico en la opinión pública, sino también de las
tensiones que estos dispositivos generan en los espacios de exhibición.
Es así que logramos reconocer en estas obras de arte contemporáneo planteos que
conceden una mirada de modo situado y referencial, fomentando una práctica
transdisciplinar que admite el intercambio de ideas entre los diversos campos de
conocimiento. Desde esta perspectiva dichos casos específicos exhiben el carácter
desdefinido de estas prácticas, refuerzan la figura de un arte fuera de sí, que invita al diálogo
de la obra con la teoría, el público y los espacios de exhibición, cuestionamientos sobre la
verdad y la ficción, del objeto estético y el objeto común.
Con estos análisis nos propusimos señalar algunos discursos que el arte crea, pero
también las posibilidades de construcción que ofrece al público para generar sus nuevos y
propios discursos, entendiendo que tanto los dispositivos como los medios pueden ser
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
testimonio y/o crítica de la realidad que suele presentarse de manera subjetiva según quien
la cuenta o pone en imágenes. Las dualidades ocultamiento-exhibición, son algunos de los
mecanismos por los cuales estos discursos se nos hacen presentes, cuestionando o
reforzando las condiciones de verdad o de sospecha.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Introducción
En esta intención de atender a obras que evidencian que hoy el arte está fuera de sí,
uno de los rasgos que –observamos– ha ganado terreno en la esfera artística transformando
sus límites y trastocando la tradición es la palabra. Lo que en un tiempo fueron el oficio y la
maestría, hoy parece haber sido reemplazado por el empleo virtuoso del relato, poblando
de texto los circuitos en los que antes el arte vagaba sin más que su visualidad.
Siguiendo la metodología de investigación adoptada en este proyecto, que supone el
análisis de problemáticas del arte contemporáneo a partir de casos concretos, quisiéramos
abordar la relación entre lenguaje y la visualidad mediante la observación de una obra que
tuviera lugar hace dos meses en la Bienal de Performance de la ciudad de Buenos Aires: Los
nombres de los caídos en el conflicto sirio desde el 15 de marzo de 2011 hasta el 31 de
diciembre de 2016, de Santiago Sierra.
Qué jerarquía tiene la palabra ante la visualidad, y qué relación guarda con el tema de
las obras contemporáneas son, entre otros, algunos de los puntos que intentaremos
desarrollar en el presente trabajo, con el propósito de indagar si este fenómeno verbal es
constante en toda la producción actual, o si sólo está presente en casos que a priori se lo
plantean.
Cabe señalar que la primera parte de esta investigación adquirirá un tono
decididamente ensayístico (abandonado luego en favor del modo académico que persistirá
en el resto del escrito), cuya razón quisiera explicar. En el marco de la ciencia se espera que
nuestras investigaciones demuestren formalidad y distancia con su objeto de estudio, pero
no debiera omitirse que el nuestro no es un objeto científico, sino sensorial, lo que implica
el reconocimiento del carácter subjetivo de la tarea. Cuando un investigador de otra materia,
por caso científica, indaga determinado objeto, carga con él pruebas del mismo, con el
objetivo de ofrecer la mayor cantidad de datos posibles, pero no podríamos mediante este
protocolo reproducir el caso que nos compete, que es por naturaleza efímero. Es por ello
que entendemos que una narración desde el punto de vista del investigador-espectador será
productiva en dos sentidos: en un principio, porque permitirá a los lectores que no hayan
presenciado la obra a la que referiremos conocer algunas de sus múltiples aristas que la
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Caso
El sábado 27 de mayo de 2017 a las 10:00 hs., se dio por inaugurada la performance
del artista madrileño Santiago Sierra en el Centro Cultural Recoleta de la ciudad de Buenos
Aires, que continuó en horario corrido, sin cerrar sus puertas hasta las 18:43 hs. del lunes
29 de Mayo. La obra había sido descrita en internet minuciosamente, narrando no sólo los
adelantos del artista sino incluso imágenes de la puesta en escena y hasta apreciaciones
sensoriales de los curadores. Si pensamos en las máximas de la performance, podríamos
decir sin equivocarnos que todo este anticipo y generación de expectativas alrededor de la
acción de Sierra arremetía de lleno contra la intención desconcertante y generadora de
shock que tuvieran las primeras expresiones performáticas hacia comienzos del siglo XX.
De todas maneras, el mismo día de la apertura, después de tantas lecturas y reseñas
en la web, publicitadas por blogs, revistas y el sitio oficial del evento, nos acercamos a la sala
incrédulos de encontrar algo inesperado. Tal vez fue debido al exhaustivo adelanto virtual,
pero nos resultó sorprendente que la sala estaba casi vacía en una ciudad en que cada
evento artístico convoca multitudes numerosas, máxime cuando se trata de la presentación
de una celebridad de la escena contemporánea. Es así que después de atravesar un pasillo
en penumbra encontramos la escena anticipada: “la lectura en vivo de los nombres de los
que han sido asesinados en Siria a partir del 15 de marzo de 2011 (…) de manera continua,
sin interrupciones.” 1
La lectura parece una música. Esa cadencia melódica, generada por los fonemas
inhabituales para nosotros de una lengua desconocida, nos acerca a lo que de otro modo
ignoraríamos. Pero ¿cómo es ese acercamiento? Pensamos en el problema del discurso —
que anticipadamente habíamos investigado tomando como ejemplo lo que sabía de la obra
sin haberla presenciado— y advertimos, en contra de conclusiones previas, que tal vez lo
más verbal del acontecimiento sea el preámbulo y el comentario posterior. Pero la
interpretación, la experiencia in situ es menos narrativa de lo que se esperaba. Hay una
sensación del orden del rito y del duelo que no permite la distancia que sí habilita el discurso
cuando leemos la obra en las numerosas reseñas web, o en videos, descontextualizada del
espacio que el artista planeara para ella. La sala es como un velorio, pero un velorio en
espectáculo.
El artista ciertamente podría haber escogido otra de las tantas salas que quedaron
desocupadas en el edificio. Pero justo eligió —quizás incluso a sabiendas que los visitantes
no serían nunca una multitud— la que parece un teatro, o más bien un cine, reforzado por
la pantalla que repite lo que dos "transmisores" leen. Es un espectáculo en que somos tres,
a veces una, un espectáculo que nadie mira y que, los que miran, miran distraídos, lejanos,
como miramos la transmisión de la guerra en la tele, tan ajena. Resulta curioso este
parecido. Antes de visitar la obra, partiendo de un análisis teórico sin objeto más que su
anticipación, habíamos sacado conclusiones: que la propuesta era banal, que abordaba un
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
tema tan sensible como las muertes del conflicto bélico de forma irresponsable,
espectacular, direccionista y reductivista. Una vez en la sala, no como investigadores detrás
de una pantalla sino como espectadores de un acto sensible notamos que la obra es más
compleja de lo que puede leerse en la página. Es una lástima que esta última no deje ver esas
posibilidades (no mostrándolas, sino al menos no aparentando que lo muestra todo). Tal
vez lo desconocido en cantidad es lo que impacta. Lo detenido, alargado en el tiempo, lo que
siempre vemos en estetizados segundos, o leemos en palabras concisas, es ritualizado en la
duración laxa de la obra. Un tiempo que nos excede, en que la música no para.
El hecho de que todos los que la vemos nos vamos sin que la obra termine, porque el
mensaje ya está descubierto, también es un punto importante. Sentimos culpa, un deber
moral nos dice que deberíamos quedarnos más tiempo pero nuestro espíritu de zapping nos
pide movimiento. Nos vamos y los lectores siguen. Los abandonamos. Sin agua, sin
compañía. Y nos vamos al shopping de abajo a ver coladores de diseño, porque la obra
curiosamente tiene lugar justo sobre Buenos Aires Design. Recordamos el pasaje de Roland
Barthes acerca del punctum fotográfico: las obras buenas son las que hieren (Barthes, 2006:
85-86).
No es necesario demostrar que esta performance es más que su visualidad, que el
relato de la guerra, las muertes, y nuestro lugar de espectadores resguardados del peligro,
insidiosamente señalado por el artista son también partes esenciales de la obra. Ante un
relato tan sensible me pregunto sobre nuestra tarea de investigación. Quienes estudiamos
las manifestaciones de arte que abordan problemáticas sociales parecemos saborearnos
ante los casos, encontrando en ellos a la vez un nuevo ejemplo que justifique nuestra
práctica y esperando ávidos un hueco, un error del artista al que ponerle palabras.
Buscamos en estas obras defectos, como si se tratara de corregirlos, mientras que son ellas
las que vienen con incongruencias y contrariedades a hacernos espectadores de nosotros
mismos. Son múltiples las críticas que se han escrito sobre las incongruencias en las
prácticas de Sierra, Doris Salcedo, 2 o Ai Wei-Wei, 3 pero vale preguntarnos si acaso esas
denuncias que livianamente efectuamos no son parte del relato de la obra, de una
complejidad que recuerda la propuesta dialéctica de Adorno, sobre la que volveremos más
tarde. El silencio ayuda, el negro también. La poca gente. Todo es más claro que si nos
viéramos en un espejo. El tratamiento poético que hace Sierra de la violencia cruza las ideas
de tortura y de otredad. Por momentos nos preocupan los que leen: su comodidad, la sequía
de sus labios, el cansancio —cuestiones laborales que resultan nimias ante el tópico
propuesto por el artista— si se quedan a la noche, cuándo hacen pis, qué pasa si tocen, si se
les duermen las piernas. ¿Aguantan todo eso aun cuando no hay nadie escuchándolos? El
“seguridad” contesta que sí, que a él también le impresiona. Toda la situación nos hace
vernos a nosotros mismos, con quiénes establecemos lazos emotivos, lo que habilita pensar
que la obra no es ni sólo lo que veo, ni lo que escucho, ni lo que se describe en la web, sino
una situación más compleja, que excede los límites entre visualidad y legibilidad.
Atrás, en la pantalla hay gente que murió y perdió a su familia. Y sin embargo no
podemos evitar preguntarnos quién es la chica que tenemos adelante. ¿Aprendió árabe para
hacer esto? ¿Tiene indicaciones fonéticas? ¿Por qué el chico lee mejor, mientras que ella le
da un tono dramático, como actuando? ¿Es judío? Podría ser, su intimidad con el idioma
hebreo, su pelo con bucles, su barba pulcra. Somos, como diría Benjamin espectadores que
se dispersan. Parece tratarse de un hecho pasado. Olvidando el título, tan informativo y
claro, nos preguntamos en qué momento Sierra dijo “hasta acá no contabilizamos más”, si
la obra está en proceso permanente, si las personas que murieron ayer están en la lista, qué
pasa con los que están muriendo en este mismo momento, el delay de la información. El
carácter finito, tal vez relacionado al tiempo productivo (la obra está desde sábado a las
10:00 a.m. hasta el lunes a las 18:43 p.m) muestra el contraste entre la performance y la
2Artista conceptual colombiana que aborda la violencia a partir de episodios específicos en el presente de su país.
3 Artista conceptual chino exiliado en Inglaterra cuyas últimas obras versan sobre migraciones y situación de los
refugiados en Europa.
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
realidad. El silencio, el hecho de que en algún momento termine, mientras que la guerra,
ruidosa, sigue, es un contraste mayor.
La poética discursiva
La más simple imagen, en la medida en que sale a la luz (…) no ofrece a la captación algo
que se agota en lo que se ve, y ni siquiera en lo que dijese que se ve. Tal vez la imagen
no deba pensarse radicalmente sino más allá de la oposición canónica de lo visible y lo
legible. La imagen (…) sea lo que fuere, escapa de entrada, pese a su simplicidad, su
"especificidad" formal, a la expresión tautológica -segura de sí misma hasta el cinismo-
del lo que vemos es lo que vemos. Por mínima que sea, es una imagen dialéctica (Didi-
Huberman, 2010: 61).
interpretación de la obra tal como lo planeó el artista— o peor que en su ingreso, sabiendo
señalada su ignorancia respecto del mensaje que “El Arte” tiene para darle.
Ante esta imagen de aventura ligada a la intelectualidad del espectador cabe
preguntarse qué lugar queda a lo sensible. Lo único que queda del arte puramente visual en
el presente son los deshechos, los detalles imprevistos, accidentales. 4 Tal vez la existencia
del resto de los elementos de la obra, que más que constituirla parece invadirla se deba a un
nuevo género literario que subyace a muchas poéticas visuales contemporáneas: la novela
de detective.
En este nuevo escenario de aventura ocurre una inversión del elenco, que trastoca
todos los roles tradicionales de quienes participan en el circuito artístico: antes el
protagonista era lo sensible (la inexplicable relación entre colores, luces, formas); ahora ni
siquiera es un personaje secundario, sino más bien ornamento, escenografía. Posiblemente
a eso se debe la reticencia en el arte contemporáneo a la categoría de genio (como el que
hizo, fabricó lo que vemos de la obra), y su reemplazo por la de celebridad, que viene a
ocupar el rol de director en este espectáculo. Quien efectivamente participa en la
construcción de la materialidad del hecho artístico es tan invisible como el escenógrafo del
teatro. Pensemos por ejemplo en los chinos artesanos de porcelana contratados por Ai Wei-
Wei en Sunflower seedes, los cocedores de pétalos de rosa dirigidos por Salcedo en A flor de
piel, o en los locutores empleados de Sierra en la performance aquí evocada. Son
reemplazables. Imprescindibles en su rol, pero individualmente reemplazables. Cuando el
show termina, caen en el olvido, y es que “si bien un soporte sensible es necesario para que
el texto sobreviva, el texto no se identifica con su soporte” (Ginzburg, 2003: 118). En esta
afirmación, Carlo Ginzburg se refiere a los textos literarios, pero es sorprendente cómo la
noción de soporte planteada por él en su hipótesis de desmaterialización de los mismos es
coherente con el tema aquí planteado.
Exhibir el discurso
En esta actividad de recepción de obras de arte que aquí llamamos aventura, contrario
a las experiencias pasadas de enriquecimiento de la sensibilidad, lo que prevalece después
de la exhibición es el discurso de la obra y nuestra hazaña como espectadores al descubrirlo.
En este sentido consideramos provechoso cuestionar en qué medida las transformaciones
en el aparato social del arte, que han devenido estructuras institucionales dentro de un
proyecto modernizador mayor, tienen incidencia en este giro lingüístico de producción y
recepción de obras. Uno de los emblemas del proyecto modernizador es la institución
museo. Si bien en sus comienzos era una plataforma de conservación de objetos sensibles,
pronto supo hacer lugar en sus salas para estas nuevas experiencias desmaterializadas que,
ubicadas contiguamente a célebres piezas de Van Gogh o Cezánne, sólo podían justificar su
status de obras de arte mediante el discurso que proponían.
Organizados a la manera de parques de diversiones, los museos ofrecen tanto que la
visita difícilmente no se convierta en una aventura, más aún cuando forma parte de un
recorrido turístico. En este recorrido, que para el espectador resulta divertido y en casos
emblemáticos hasta una descarga de adrenalina, lo que Didi-Huberman señalaba como la
virtualidad de las obras, su potencia a penas legible en la visualidad, es el equivalente a un
desafiante obstáculo en ese circuito en que todo se consume superficialmente. Andreas
Huyssen, en su célebre En busca del futuro perdido señala cómo la nueva modalidad del
museo —cercana a la feria de atracciones— provoca un cambio en la naturaleza de los
espectadores: “el flaneur, que ya en tiempos de Baudelaire era un marginado, ha sido
sustituido por el corredor de maratón” (Huyssen, 2002: 57). Así, la discursividad de las
obras de arte representa una dificultad a este corredor distraído, contra la rapidez de
consumo de una pintura cuyo mensaje está a la vista.
202
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Para concluir con esta apreciación sobre la relación entre el exigente circuito
museístico y la consecuente actitud de aventura de los espectadores quisiéramos proponer
una última figura inquietante: la tienda de regalos. En el circuito que el espectador-
maratonista recorre, atravesar ese recinto puede compararse a romper la cinta de llegada,
y el recuerdo de alguna de las piezas vistas adentro funciona como certificado de haber
completado la travesía. Pero las obras que nos atañen en esta investigación —aquellas que
se sostienen no por su superficie evidentemente artística sino por la deliberada portación
de un texto que la excede— no pueden ser condensadas en un objeto. El director de
marketing podrá esforzarse pero no encontrará mayor solución que libretas minimalistas
cuya única referencia a la obra es el título en la portada, en una tipografía de moda. ¿Cómo
cristalizar la performance de Sierra, por ejemplo, si lo que el espectador se lleva de ella no
es la oscuridad de la sala y la puesta en escena, sino una reflexión compleja, inasible, para la
que el artista no previó ningún resumen visual suficiente? La solución tampoco sería dejarla
afuera de este maravilloso catálogo de recuerdos que ofrece la tienda de regalos, 5 porque el
visitante posiblemente estará interesado en perpetuarla dado que fue el mayor “obstáculo”
del recorrido, el espacio ante el cual se vio especialmente exigido. He aquí nuestra
conclusión: no es que obras como la de Sierra se queden afuera por su imposibilidad de ser
resumidas en cartucheras o postales. Todo lo contrario: son el mejor recuerdo que el museo
puede ofrecer. Su mensaje es el único producto gratis, y el descubrimiento del mismo puede
compararse a una suerte de trofeo del visitante que concluya la aventura comprendiendo
las obras en su interpretación correcta.
Así, el complejo problema de los muertos por conflictos bélicos, el horror de la guerra
queda reducido a un tipo de souvenir; el denso mensaje que el artista viene a instalar sin
síntesis resolutiva es ahora una anécdota que los visitantes podemos compartir en la charla
de café. Una muestra gratis que legitima nuestro esfuerzo, valida nuestra visita en la que
durante dos horas probablemente no entendimos nada pero que en un momento eureka al
menos alguna de las piezas justifica el suplicio maratónico, nos hace parte del recorrido, nos
pone “a la altura” al permitirnos entender su lugar en la exposición y volvernos capaces de
explicarlo a nuestros pares: A la cínica pregunta “¿por qué está allí eso que podría haber
hecho mi sobrino?” sabremos responder “porque dice tal y tal cosa…”. Lo paradójico es que
cuando creemos que fuimos nosotros los que atamos cabos, quienes descubrimos ese tan
“oculto” o críptico mensaje, en realidad no hicimos más que seguir los planes del autor.
Somos las marionetas del artista (movidas por su curador). Este sabe qué leeremos y qué
no, y ordena en nuestra aventura los obstáculos y las pistas para leer la obra como está
previsto. Nos creemos Sherlock Holmes pero somos inconscientes de nuestra condición de
personajes bajo la dirección del autor de la novela. 6
5 A propósito de este fenómeno, la exhibición Take me I’m yours, que tuvo lugar en La Monnaie de Paris, es un curioso
ejemplo de cómo todas las obras exhibidas eran cosificadas para recuerdo del espectador, salvo aquellas cuyo
protagonista era un relato inmaterial, como Portrait of Ross in L. A. (Félix González Torres, 1991).
6 Se hace visible la afirmación de M. Heidegger acerca de que todo arte que se presente luego del acabamiento de la
modernidad no será sino bajo la forma de instalaciones, un resultado de la maquinación. (Heidegger, 2006: 40-47).
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Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
cuando se introduce en el terreno del arte contenidos políticos? En esta última parte de la
investigación intentaremos señalar las implicaciones que los usos del lenguaje tienen sobre
las autoproclamadas “obras políticas”, como lo es, por ejemplo, la performance aquí citada.
Una numerosa cantidad de casos de estas características exigen que para
interpretarlos correctamente el espectador investigue cada elemento. Para su auxilio,
incluso recibe pistas de los formatos más variados: el texto de sala, el folleto, el audio guía,
el catálogo, la reseña, la “explicación” del empleado del museo, el banner en la puerta de la
galería. Paradójicamente, contra los discursos reivindicadores de la libertad por parte de
sus autores, el contexto de exhibición que estos admiten parece una situación de examen a
carpeta abierta en que el espectador tiene sólo un camino posible de recorrer, aprobado con
anterioridad respetando las estrictas normas éticas que propone el equipo constituido por
artista, galerista y curador. No obstante la insistencia de estas claves de lectura, sin
embargo, el visitante puede prestarles atención sólo un rato, o incluso no hacerlo, y no
afectaría con ello la existencia de las obras o la posibilidad de continuar la aventura: lo que
sugiere que la relación entre los elementos sensibles de la obra de arte y las numerosas
líneas de texto que la acompañan, más que simbiótica es parasitaria. Sin toda esa
información, ¿puede el espectador igualmente interpretar la obra? En un libro que resulta
sumamente provechoso ante estas preguntas en relación al espacio exhibitivo, Boris Groys
plantea la siguiente analogía:
Lo mismo se puede decir de los sitios web de las redes sociales: uno puede visitarlos o
no. Y si uno los visita, se registra la visita como tal y no cuánto tiempo uno pasó
mirándolas. La visibilidad del arte contemporáneo es débil, es una visibilidad virtual, la
visibilidad apocalíptica de un tiempo que se contrae. Uno ya está satisfecho con la
posibilidad de que cierta imagen sea vista o con que un texto pueda ser leído, la
facticidad de esa visión o esa lectura se vuelve irrelevante (Groys, 2016: 116).
7 Ver ediciones 49° (en la que pagó a 133 vendedores ambulantes para teñir su pelo de rubio) y 50° (en la que solicitaba
al público pasaportes para permitir el ingreso al Pabellón únicamente a residentes españoles, dejando afuera, por
ejemplo, nada menos que al presidente de la Bienal).
204
Filosóficas y encarnadas. Investigaciones estéticas en Argentina
Hay obras —como la de Sierra— que dan un giro a la usual distinción entre
espectador y protagonistas de la historia narrada. En su lugar, proponen que el cómplice del
conflicto puesto en escena —o directamente el enemigo, en casos más polémicos como el de
Regina Galindo actualmente exhibido en Kassel—no es otro que el mismo visitante de la
sala. Esto implica una diferencia con el arte de izquierdas ortodoxo que se muestra siempre
superior a dicho conflicto, imposible de ser acusado de complicidad. En este sentido, la
propuesta de Adorno —en su famoso artículo “El artista como lugarteniente”— de que un
“arte revolucionario” debe más que proponer solución, mostrar la grieta, las contrariedades
sin salida, se ve cristalizada.
La historiadora Mieke Bal, quien ha publicado una exhaustiva investigación sobre la
artista conceptual Doris Salcedo, reflexiona en uno de sus artículos sobre la noción de
conflicto destacándolo no sólo como un elemento valioso sino como pieza necesaria, una
suerte de herramienta que las obras tienen para hacer justicia a su título de “arte político”
(Bal, 2010). Así, según la visión de Bal, una manifestación artística es mucho más política
cuando la temática abordada no se muestra cerrada, sino como una zona vulnerable,
problemática y en construcción permanente exigiendo la participación activa del
espectador. El caso de Santiago Sierra resulta paradigmático porque presenta dos aristas
contrastantes, en un conflicto continuo que no se resuelve sino que se hace visible en el
hecho artístico: por un lado la dimensión espectacular de la violencia, observable en el
carácter cinematográfico de la sala que aparentemente establece una distancia con el
visitante, y por otro, los textos curatoriales y propagandísticos de la obra, que no dejan de
recordar al espectador que se trata de un contenido no ficcional.
Pero entonces cabe cuestionarnos si acaso el formato discursivo que tanta entidad
tiene en estas obras no cercena de algún modo esas posibilidades, resumiendo el contenido
de la obra a un relato cerrado. Es decir, si artistas, curadores, galeristas, y críticos, en el afán
de exhibir la intención denunciativa de la obra direccionan la interpretación del público,
corriendo así un riesgo adoctrinador que la sensibilidad visual de épocas anteriores —por
no contar con el orden narrativo— no corría.
La teoría de la imagen de Georges Didi-Huberman nos resulta útil ante la inquietud de
si la discursividad que viene con las obras contemporáneas debe ser celebrada o
problematizada:
Según el autor, así como el trabajo del historiador que se obstina en asir el pasado
pretendiendo borrar la distancia histórica, resultando de esto un esfuerzo vano, que no
arroja ni la comprensión sobre el pasado ni su reflexión en el presente, resultaría
igualmente inútil sujetar la interpretación de las imágenes al discurso de intenciones de su
autor. En su lugar, Didi-Huberman propone la categoría de acontecimiento para referir al
modo en que el espectador puede acercarse a una obra y, aun en la actualidad, tener una
experiencia aurática (Didi-Huberman, 2010: 33), de advenimiento de la imagen mediante
la fascinación. Pero para que tal experiencia sea posible, indica, hay un elemento
fundamental que tiene que ser parte del hecho artístico: el misterio: “El destino de las
miradas siempre es cuestión de una memoria tanto más eficaz cuanto no es manifiesta”
(Ibíd: 44-45).
Así, podríamos concluir que aquello que deja un camino libre para la exégesis
impredecible —y en el sentido propuesto por Bal, para un auténtico gesto político— es el
silencio, la dialéctica latente propia de la imagen que es discursiva en sus posibilidades pero
quieta en visualidad, en fin, lo que no se presenta ante el espectador tan claramente, sino
que sin embargo, se muestra sin soluciones (Buck-Morss, 2011: 98).
Epílogo
Como en una aventura, cuando se descubre el fin y se entiende la unión entre las pistas
que llevan a una meta (su textualidad), la obra se anula. No anunciamos esto
apocalípticamente, sino más bien como un proceso cumplido. Por eso señalamos el poder
potencial activador de preguntas del lenguaje, como un elemento tan constitutivo de la
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“el mundo está lleno de objetos más o menos interesantes. No quiero agregar ninguno más”
(Huebler, 1969). El hecho de que lo escribiera en objetos, consciente de que irían a parar a
las arcas de coleccionistas, nos permite retomar el concepto de objeto de arte destinado al
disfrute inmediato contra el objeto de arte que habilita lecturas más allá de su visualidad.
Los parámetros del arte se mueven a ritmo acelerado, lo que implica que una vez que
teóricamente hemos reconocido la presencia del texto, esta trae un nuevo desafío: ya no
alcanza con que la obra simplemente tenga discursividad, porque podríamos decir eso de
muchísimos objetos de arte contemporáneos. Lo que nos inquieta es qué tipo de relato, qué
uso del lenguaje resulta provocador en el arte. Depende de nosotros, los espectadores,
renunciar al cómodo ejercicio hedonista y arriesgarnos a experiencias más complejas, que
ya no propongan leer las obras, sino que obliguen a escribir en cada visita un discurso nuevo.
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El presente volumen recoge los recientes avances
en materia de estética producidas por diversos
investigadores y equipos de investigación en
nuestro país. La conformación de la Sociedad
Argentina de Estética y las 111º Jornadas
Nacionales y VII Encuentro de Investigadores
"Estética y Filosofía del Arte" en el año 2017 han
configurado los límites de nuestro recorte
temporal, temático y de autores. Ambos sucesos
fueron organizados y promovidos por el proyecto
de investigación subsidiado por SeCyT: "Formas de
la apariencia estética. Filosofía, arte y sociedad".
La diversidad de perspectivas oriundas de
tradiciones disímiles y de objetos de reflexión de
múltiples naturalezas configuran un horizonte
amplio y complejo de la pregunta filosófica por el
arte. El libro plantea dos vías de aproximación a
este horizonte multidimensional, que atiende al
modo material en que la pregunta estética se
despliega en cada uno de los textos: estéticas
filosóficas, que reflexionan las propias categorías de
la estética en otros autores, y estéticas encarnadas,
que junto a otros autores reflexionan sobre
producciones artísticas concretas. Ambos modos
de la estética no se plantean como excluyentes ni
contrapuestos sino que, como exponen las
conexiones cruzadas entre los textos, constituyen
prácticas teóricas en constante situación de
complementariedad, diálogo e intercambio.
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