Este documento introduce el tema del libro "La mano visible" y describe la aparición de la empresa moderna en Estados Unidos. Explica que la empresa moderna se define por tener múltiples unidades operativas dirigidas por una jerarquía de ejecutivos asalariados, en contraste con las pequeñas empresas tradicionales dirigidas por sus propietarios. Argumenta que la empresa moderna reemplazó los mecanismos del mercado para coordinar la producción y asignar recursos en la economía estadounidense.
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Este documento introduce el tema del libro "La mano visible" y describe la aparición de la empresa moderna en Estados Unidos. Explica que la empresa moderna se define por tener múltiples unidades operativas dirigidas por una jerarquía de ejecutivos asalariados, en contraste con las pequeñas empresas tradicionales dirigidas por sus propietarios. Argumenta que la empresa moderna reemplazó los mecanismos del mercado para coordinar la producción y asignar recursos en la economía estadounidense.
Este documento introduce el tema del libro "La mano visible" y describe la aparición de la empresa moderna en Estados Unidos. Explica que la empresa moderna se define por tener múltiples unidades operativas dirigidas por una jerarquía de ejecutivos asalariados, en contraste con las pequeñas empresas tradicionales dirigidas por sus propietarios. Argumenta que la empresa moderna reemplazó los mecanismos del mercado para coordinar la producción y asignar recursos en la economía estadounidense.
Este documento introduce el tema del libro "La mano visible" y describe la aparición de la empresa moderna en Estados Unidos. Explica que la empresa moderna se define por tener múltiples unidades operativas dirigidas por una jerarquía de ejecutivos asalariados, en contraste con las pequeñas empresas tradicionales dirigidas por sus propietarios. Argumenta que la empresa moderna reemplazó los mecanismos del mercado para coordinar la producción y asignar recursos en la economía estadounidense.
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Introducción:
la mano visible
El título de este libro indica su tema, pero no su método ni su objetivo. Tiene
como finalidad examinar los distintos procesos de producción y de distribución que se han sucedido en los Estados Unidos y la manera en que fueron gestionados. Por ello, la obra se centra en la empresa que en cada caso los implantó. Dado que la gran empresa administrada por directivos asalariados sustituyó a la pequeña empresa emprendedora tradicional como instrumento fundamental para dirigir la producción y la distribución, el libro trata específicamente de la aparición de la empresa moderna y de sus directivos. Es la historia de una institución y de una clase profesional. La tesis planteada aquí es que la empresa moderna reemplazó a los mecanismos del mercado en la coordinación de las actividades de la economía y en la asignación de sus recursos. En muchos sectores industriales, la mano visible de la gestión empresarial sustituyó a lo que Adam Smith había denominado la mano invisible de las fuerzas de mercado. El mercado continuó siendo el generador de la demanda de bienes y servicios, pero la empresa asumió las funciones de coordinar el flujo de mercancías a través de los procesos de producción y distribución existentes y también las de asignar el capital y la mano de obra para la producción y distribución futuras. A medida que la empresa moderna aprehendió las funciones realizadas hasta entonces por el mercado, se convirtió en la institución más poderosa de la economía norteamericana y sus directivos en el grupo más influyente de decisores económicos. Por consiguiente, la aparición de la empresa moderna en los Estados Unidos trajo consigo el capitalismo gerencial. Definición de la empresa moderna La empresa moderna puede definirse fácilmente. Como se muestra en el Gráfico 1, la empresa moderna posee dos características específicas: consta de muchas unidades operativas distintas y está dirigida por una jerarquía de ejecutivos asalariados. Todas las unidades de esta empresa moderna cuentan con oficinas administrativas propias, dirigidas por un ejecutivo asalariado a tiempo completo. Cada una lleva su contabilidad, que es posible auditar por separado. Y, teóricamente, cada una de ellas puede funcionar como una empresa independiente. En contraposición, la hasta entonces tradicional empresa norteamericana tenía una sola unidad operativa. En ella, una persona o un grupo reducido de propietarios dirigían un taller, una fábrica, un banco o una compañía de transportes desde una sola oficina. Normalmente, este tipo de empresas sólo se ocupaba de una única función económica, comerciaba en una sola línea de productos y operaba en un área geográfica. Con anterioridad a la aparición de la empresa moderna, los mecanismos del mercado y de los precios coordinaban y controlaban las actividades de cada una de estas pequeñas compañías, dirigidas personalmente por sus propietarios. Pero la empresa moderna, al incorporar muchas unidades bajo su control centralizado, comenzó a operar en diferentes emplazamientos, manejando a menudo diversos tipos de actividades económicas y ocupándose de distintas líneas de bienes y servicios. Así, las actividades de estas unidades y las transacciones entre ellas se interiorizaron, y fueron los directivos asalariados quienes las controlaron y las coordinaron en lugar de los mecanismos del mercado. La empresa moderna emplea una jerarquía de mandos medios y de altos directivos asalariados para controlar y coordinar el trabajo de las unidades que tiene a su cargo. Estos ejecutivos constituyen una clase de hombres de negocios completamente nueva. Algunas empresas tradicionales con una sola unidad de negocio empleaban directivos cuyas actividades eran similares a las que desempeñan en la empresa moderna los mandos de nivel más bajo. Los propietarios de plantaciones, de fábricas, de talleres y de bancos contrataban empleados para que administraran en su nombre o para que les ayudaran en la administración de su unidad. A medida que aumentaba el trabajo en las unidades operativas, estos directivos se servían de otros subordinados –como capataces, encargados y ayudantes– para supervisar la mano de obra directa. No obstante, en 1840 todavía no existían mandos medios en los Estados Unidos, es decir, no había directivos que supervisaran el trabajo de otros mandos y que, a su vez, dependieran de altos directivos, todos ellos igualmente asalariados. En aquel tiempo, casi todos los altos directivos eran propietarios, al ser socios o accionistas principales de la empresa que dirigían.
Gráfico 1. La estructura jerárquica básica de la empresa moderna (cada recuadro representa un departamento).
Así pues, podemos llamar “moderna” a la empresa con múltiples unidades
dirigida por un conjunto de mandos medios y de altos directivos. Estas empresas no existían en los Estados Unidos en 1840. Sin embargo, antes de la Primera Guerra Mundial se habían convertido en la institución dominante en muchos sectores de la economía norteamericana. A mediados del siglo XX, estas empresas empleaban a cientos e incluso miles de altos directivos y de mandos medios que supervisaban el trabajo de decenas y, a menudo, cientos de unidades operativas, que ocupaban a decenas y, a menudo, cientos de miles de trabajadores. Decenas o cientos de miles de accionistas eran propietarios de estas empresas que realizaban negocios anuales por valor de miles de millones de dólares. Incluso empresas relativamente pequeñas que actuaban en los mercados regionales o locales contaban con mandos medios y altos directivos. Pocas veces en la historia del mundo una institución ha llegado a ser tan importante y ha crecido tanto en un lapso tan breve de tiempo. La descripción y el análisis de la aparición de una institución económica y de una clase profesional de una importancia histórica tan grande constituye un desafío fascinante para un historiador de la economía. Al ser tan fácil de definir y al haber surgido tan recientemente, no es difícil para el estudioso responder a las preguntas específicas planteadas por los historiadores sobre cuándo, dónde y cómo. Puede registrar con precisión en qué fechas, en qué áreas y de qué manera la nueva institución apareció por vez primera y cómo, después, continuó creciendo. Al hacerlo se puede documentar el nacimiento de la nueva subespecie de hombre económico –el directivo asalariado– y consignar la evolución de las prácticas y de los procedimientos que se han hecho comunes en la gestión de la producción y de la distribución estadounidense. Una vez contestadas las preguntas de carácter histórico – cuándo, dónde y cómo–, se pueden empezar a exponer los motivos de por qué surgió esta institución, y por qué se volvió tan poderosa. El reto era particularmente atractivo porque aún estaba pendiente. A pesar de su importancia, la historia de esta institución no había sido contada. Sorprendentemente, los analistas han dedicado muy poca atención a su desarrollo histórico. Antes de la década de 1930, los economistas sólo habían admitido a regañadientes su existencia, y desde entonces trataron a la gran empresa con profunda desconfianza. Una buena parte de la teoría económica se basa todavía en el supuesto de que los procesos de producción y de distribución están dirigidos, o al menos deberían estarlo, por pequeñas empresas tradicionales reguladas por la mano invisible del mercado. Según esta forma de pensar, la competencia perfecta únicamente puede existir entre empresas con una sola unidad de negocio, siendo, además, la manera más eficiente de coordinar las actividades y de asignar los recursos económicos. La empresa moderna, con múltiples unidades integradas, al ser coordinada administrativamente da lugar a una competencia imperfecta y a una presunta mala asignación de recursos. Dado que durante mucho tiempo numerosos economistas la han considerado una nefasta aberración, pocos se han molestado en atender a sus orígenes. Para éstos, el deseo de poder monopolista ha sido la explicación causal suficiente. Hasta hace poco, los historiadores tampoco habían prestado demasiada atención a la aparición de la empresa moderna y de la clase directiva que la gestionaba. Preferían estudiar a los individuos, no a las instituciones. De hecho, en las historias generales sobre los Estados Unidos figuran pocos hombres de negocios, a excepción de aquellos que fundaron empresas modernas. Los historiadores se han sentido atraídos por los empresarios, si bien pocas veces han examinado detalladamente la nueva institución que estos hombres habían creado, cómo se dirigía, qué funciones realizaba y cómo continuaba compitiendo y creciendo aun después de que sus fundadores hubieran desaparecido. En su lugar, han discutido acerca de si estos padres fundadores eran magnates ladrones o estadistas industriales, es decir, si eran buenas o malas personas. La mayoría de los historiadores, tan desconfiados como los economistas, han coincidido en afirmar que eran malos. Pero los historiadores, sin embargo, han hecho pocos juicios de valor sobre la nueva clase directiva, cuyas acciones tuvieron una influencia tan considerable en el desarrollo continuado de la economía norteamericana. Pero en estos últimos años, distintos economistas e historiadores se han interesado cada vez más por las instituciones económicas modernas. Economistas como Edward S. Mason, A. D. H. Kaplan, John Kenneth Galbraith, Oliver E. Williamson, William J. Baumol, Robin L. Marris, Edith T. Penrose, Robert T. Averitt y R. Joseph Monsen han estudiado las actividades de la empresa moderna, siguiendo los trabajos pioneros de Adolph A. Berle Jr. y de Gardiner C. Means. No obstante, aún no han tratado de analizar su desarrollo histórico, ni su trabajo ha tenido todavía repercusiones en la teoría económica. La empresa sigue siendo, esencialmente, una unidad de producción; y la teoría de la empresa, una teoría de la producción. Los economistas con una inclinación hacia la historia sólo han comenzado a estudiar recientemente el cambio institucional y sus efectos en la organización industrial. Douglass C. North ha sido el pionero en este campo. En su trabajo con Lance E. Davis esbozó una teoría del cambio institucional muy valiosa, y la aplicó al crecimiento económico en los Estados Unidos.1 En su estudio con Robert Paul Thomas demostró cómo los cambios producidos en la organización industrial influyeron en el desarrollo del oeste americano. Los trabajos de North y sus colegas se sirvieron de un amplio panorama de la historia para contrastar, reforzar y perfeccionar sus teorías. Con todo, aún no han abordado un análisis detallado del desarrollo histórico de ninguna institución económica concreta. Los historiadores de la experiencia norteamericana también han iniciado el estudio de las instituciones. Robert H. Wiebe, Morton Keller, Samuel Hays y Lee Benson han realizado un examen minucioso de la naturaleza cambiante de las organizaciones políticas, sociales y económicas. Son los pioneros del “nuevo institucionalismo”, como lo han denominado los analistas de los últimos trabajos sobre la historia de los Estados Unidos.2 Sin embargo, pocos historiadores han tratado de contar la historia de una sola institución desde sus comienzos hasta su total desarrollo. Ninguno ha escrito sobre el ascenso de la empresa moderna y el tipo de capitalismo gerencial que la acompañó. La presente obra intenta llenar este vacío centrándose en un período de tiempo concreto y en un conjunto específico de empresas. Se ocupa de los años comprendidos entre la década de 1840 y la de 1920, cuando la economía rural y agraria de los Estados Unidos se transformó en una economía urbana e industrial. Estas décadas contemplaron cambios revolucionarios en los procesos de producción y distribución en los Estados Unidos. Dentro de este período, examino los modos en que las empresas que realizaron tales cambios (incluidas las de transporte, comunicaciones y finanzas) fueron gestionadas. No he tratado de describir las actividades efectuadas por los trabajadores de dichas empresas, ni su organización o aspiraciones. Tampoco he intentado valorar el impacto de la empresa moderna en el orden político y social existente. Únicamente me he ocupado de los acontecimientos políticos, demográficos y sociales generales cuando afectaban directamente a la manera en que la empresa llevaba a cabo los procesos de producción y distribución. Algunas proposiciones generales Este estudio es una historia ordenada cronológicamente y llena de detalles sobre personas y acontecimientos, sobre procesos, políticas y procedimientos específicos, y sobre transformaciones en las tecnologías y en los mercados. Intenta cumplir con la responsabilidad fundamental del historiador de documentar los hechos con precisión. Esta documentación proporciona, a su vez, las bases para las generalizaciones presentadas. Los datos no se han seleccionado para contrastar y validar hipótesis o teorías generales, sino que espero que puedan ser de utilidad a estudiosos de otras materias, con intereses distintos de los relativos a las generalizaciones aquí expuestas. Antes de entrar en las complejidades de la experiencia histórica, parece necesario esbozar una lista de proposiciones generales con el fin de concretar las cuestiones primordiales abordadas en este estudio. Estas proposiciones nos ofrecen de entrada algunas indicaciones sobre la naturaleza de la empresa moderna, y muestran por qué la mano visible de la gestión sustituyó a la mano invisible del mercado. Las expongo como guía del análisis que sigue sobre la compleja historia de los cambios institucionales interrelacionados. La primera proposición es que la empresa moderna, con sus múltiples unidades operativas, reemplazó a la pequeña empresa tradicional cuando la coordinación administrativa permitió mayor productividad, costes más bajos y beneficios más elevados que la coordinación por medio de los mecanismos del mercado. Esta proposición se deriva directamente de la definición de empresa moderna, que nació y creció al establecer o adquirir unidades de negocio que, teóricamente, eran capaces de funcionar como empresas independientes. En otras palabras, nació y creció al interiorizar las actividades que habían sido, o podían ser, gestionadas por varias unidades de negocio, así como al interiorizar las transacciones que habían sido o podían ser efectuadas entre ellas. Esta interiorización ofreció muchas ventajas a la empresa ampliada.3 Al convertir en rutinarias las transacciones entre las distintas unidades se redujeron los costes de las mismas, y al vincular la administración de las unidades de producción con las de compra y distribución se disminuyeron los costes de información sobre mercados y fuentes de suministro. Y lo que es más significativo, la interiorización de muchas unidades permitió la coordinación administrativa del flujo de mercancías entre ellas. Una programación más efectiva de los flujos dio lugar a una utilización más racional de los servicios y del personal empleado en los procesos de producción y de distribución, incrementando así la productividad y reduciendo los costes. Además, la coordinación administrativa facilitó un movimiento de dinero efectivo más seguro y un cobro más rápido de los servicios prestados. El ahorro resultante por esta coordinación fue mucho más importante que el derivado de la reducción de costes de información y de transacción. La segunda proposición es, simplemente, que las ventajas de interiorizar las actividades de muchas unidades de negocio en una sola empresa no pudieron hacerse efectivas hasta que se creó una jerarquía directiva. Estas ventajas sólo pudieron conseguirse cuando se reunió a un grupo directivo para que desempeñara las funciones realizadas anteriormente por los mecanismos de precios y del mercado. Mientras que las actividades de las empresas tradicionales, con una sola unidad, se controlaban y coordinaban por los mecanismos del mercado, las unidades de producción y de distribución de una empresa moderna están controladas y coordinadas por mandos medios. Los altos directivos, aparte de evaluar y coordinar el trabajo de estos mandos medios, ocuparon el lugar del mercado en la asignación de recursos para la producción y la distribución futuras. Con el fin de realizar estas funciones, los directivos tuvieron que inventar nuevas prácticas y procedimientos que con el tiempo se convirtieron en métodos operativos estándares en la dirección de la producción y de la distribución norteamericanas. La existencia de una jerarquía administrativa es una característica que define a la empresa moderna. Una empresa con múltiples unidades pero sin directivos sería poco más que una asociación de entidades autónomas. Cuando se constituían tales asociaciones, para controlar la competencia entre ellas, o para garantizar a las empresas las fuentes de materias primas y los mercados de sus bienes y servicios acabados, los propietarios y los directivos de las entidades autónomas acordaban políticas comunes de compras, precios, producción y comercialización. Cuando no existían directivos, las políticas eran determinadas y aplicadas por medios legislativos y judiciales, más que por los habituales de gestión. Estas asociaciones consiguieron con frecuencia pequeñas reducciones en los costes de información y de transacción, pero no lograron reducir costes internos mediante el incremento de la productividad. No fueron capaces de proporcionar la coordinación administrativa, función primordial de la empresa moderna. La tercera proposición es que la empresa moderna surgió por vez primera cuando el volumen de las actividades económicas alcanzó un nivel suficiente para que la coordinación administrativa fuera más eficiente y más rentable que la coordinación por el mercado. Este aumento en el volumen de actividad se produjo tanto por nuevas tecnologías como por los mercados en expansión. Las nuevas tecnologías posibilitaron una producción y circulación de mercancías sin precedentes. La ampliación de mercados fue fundamental para absorber esta producción. Por consiguiente, la empresa moderna apareció por vez primera, creció y continuó prosperando en aquellos sectores e industrias caracterizados por una tecnología nueva y avanzada y por mercados expansivos. Por el contrario, en aquellos sectores e industrias donde la tecnología no provocó un marcado aumento de la producción y donde los mercados siguieron siendo pequeños y especializados, la coordinación administrativa casi nunca fue más rentable que la coordinación por el mercado. En esas áreas, la empresa moderna surgió más tarde y se extendió más lentamente. La cuarta proposición es que una vez que se constituyó una jerarquía directiva y se hubo implantado con éxito su función de coordinación administrativa, la misma jerarquía se convirtió en una fuente de estabilidad, de poder y de desarrollo continuado. En palabras de Werner Sombart,4 la empresa moderna tomó “vida propia”. La vida de las empresas tradicionales era, por lo general, efímera. Casi siempre eran sociedades colectivas que se reconstituían o disolvían a la muerte o jubilación de un socio. Si un hijo continuaba el negocio del padre, buscaba nuevos socios. Frecuentemente la sociedad se liquidaba cuando un socio decidía que quería trabajar con otro empresario. Por otro lado, las jerarquías que dirigían las nuevas empresas de múltiples unidades tenían una permanencia que iba más allá de la de cualquier individuo o grupo de individuos que trabajaran en ellas. Porque cuando un directivo fallecía o se jubilaba, era ascendido o dejaba un departamento, otro estaba preparado y formado para ocupar su puesto. Los hombres iban y venían. En cambio, la institución y sus departamentos perduraban. La quinta proposición es que las carreras de los directivos asalariados que dirigían estas empresas se volvieron cada vez más técnicas y profesionales. En estas nuevas burocracias empresariales, como en otras jerarquías administrativas que requerían de conocimientos especializados, la selección y el ascenso se basaron cada vez más en la formación, la experiencia y el rendimiento antes que en las relaciones familiares o en el dinero. Con la aparición de la empresa moderna, el hombre de negocios pudo pensar por vez primera en una profesión para toda la vida, que llevaba consigo el ascenso en una escala jerárquica. En estas empresas, la formación de mandos se hizo cada vez más prolongada y formalizada. A menudo ocurría que los directivos que realizaban actividades similares en empresas diferentes habían recibido la misma formación y habían asistido al mismo tipo de universidades. Leían las mismas revistas y pertenecían a las mismas asociaciones. Abordaban su trabajo más como un abogado, un médico o un ministro, que como lo hacían los propietarios y directivos de las pequeñas empresas tradicionales. La sexta proposición es que a medida que la empresa con múltiples unidades aumentaba de tamaño y se diversificaba, y que sus directivos se profesionalizaban, su gestión se separó de su propiedad. El surgimiento de la empresa moderna dio lugar a una nueva definición de la relación entre propiedad y gestión, y, consecuentemente, a un nuevo tipo de capitalismo en la economía norteamericana. Antes de este hecho, los propietarios dirigían y los directivos actuaban. Aun cuando las sociedades colectivas empezaron a transformarse en sociedades anónimas, su capital permaneció en manos de unos pocos individuos o familias. Estas sociedades continuaron siendo empresas con una sola unidad de negocio, que rara vez contrataban a más de dos o tres directivos. La empresa capitalista tradicional puede ser calificada de empresa individual. Por el contrario, la empresa moderna necesitó desde sus comienzos más ejecutivos que los que podían proporcionar una familia o sus socios. En algunas de ellas, el fundador y sus asociados más cercanos (y sus familias) continuaron teniendo la mayoría de las acciones, manteniendo una estrecha relación personal con sus directivos y conservando un papel fundamental en las decisiones de alto nivel, especialmente en las relacionadas con la política financiera, la asignación de recursos y la selección de los altos mandos. Este tipo de empresa moderna puede ser denominada como emprendedora (entrepreneurial) o familiar, y una economía o los sectores de una economía dominados por empresas de este tipo pueden considerarse como un sistema de capitalismo emprendedor o familiar. Cuando la creación y el desarrollo de una empresa requerían grandes sumas de capital externo, la relación entre propiedad y gestión era distinta. Generalmente, las instituciones financieras que suministraban los fondos situaban a sus representantes con dedicación parcial en el Consejo de Administración. En este tipo de empresas, los directivos asalariados tenían que compartir las decisiones de alto nivel, en especial las que suponían la obtención y el gasto de grandes sumas de capital, con los representantes de bancos y otras instituciones financieras. Una economía, o un sector de la misma, controlado por estas empresas se denomina generalmente sistema de capitalismo financiero. En muchas empresas modernas, ni los banqueros ni las familias fundacionales poseían el control. La propiedad se encontraba muy dispersa. Los accionistas no contaban con la influencia, el conocimiento, la experiencia o la voluntad de tomar parte en la alta dirección. Los ejecutivos asalariados decidían la política a largo plazo y gestionaban las operaciones a corto plazo. Dominaban tanto la alta dirección, como la de nivel medio y bajo. Este tipo de empresa controlada por sus directivos se puede identificar apropiadamente como gerencial (managerial), y la economía dominada por ella como sistema de capitalismo gerencial. A medida que las empresas emprendedoras o financieras aumentaron de tamaño se transformaron en gerenciales. A menos que los propietarios o los representantes de las compañías financieras se convirtieran en directivos profesionales a tiempo completo dentro de la empresa, éstos no disponían de la información, el tiempo ni la experiencia necesarios para desempeñar un papel dominante en las decisiones de más alto nivel. Como miembros de los Consejos de Administración tenían derecho de veto. Podían votar en contra y sustituir a los altos directivos por otros ejecutivos profesionales, pero pocas veces se encontraban en situación de proponer auténticas soluciones alternativas. Con el tiempo, los propietarios y los representantes financieros con dedicación parcial en los Consejos de Administración llegaron a considerar a la empresa del mismo modo que los accionistas ordinarios. Se convirtió en una fuente de ingresos y dejó de ser un negocio que había que dirigir. Por fuerza mayor, dejaron las operaciones en curso y los planes para el futuro en manos de ejecutivos profesionales. En muchas industrias y sectores de la economía norteamericana, el capitalismo gerencial sustituyó con rapidez al capitalismo familiar o financiero. La séptima proposición es que al tomar las decisiones administrativas, los directivos profesionales optaban por políticas que favorecieran la estabilidad y el desarrollo a largo plazo de sus empresas, frente a las que maximizaban los beneficios inmediatos. Para los directivos asalariados, la permanencia de sus empresas era fundamental para sus carreras profesionales. Su objetivo primordial era conseguir que las instalaciones tuvieran un uso continuado y, en consecuencia, registraran un flujo ininterrumpido de materiales. Estaban mucho más dispuestos que los propietarios (los accionistas) a reducir e incluso a renunciar a los dividendos actuales para mantener la viabilidad a largo plazo de sus organizaciones. Trataban de proteger sus fuentes de suministro y sus mercados. Incorporaron nuevos productos y servicios para el aprovechamiento óptimo de las instalaciones y del personal existentes. Esta expansión llevó, a su vez, a la adición de más trabajadores y más equipos. Si los beneficios eran altos, preferían reinvertirlos en la empresa antes que repartir dividendos. Así, el deseo de los directivos de mantener la empresa en activo se convirtió en una fuerza indispensable para su posterior crecimiento. La octava y última proposición es que a medida que crecían y controlaban sectores fundamentales de la economía, las grandes empresas alteraron la estructura básica de estos mismos sectores y de la economía en su conjunto. Debemos subrayar que las nuevas empresas burocráticas no sustituyeron al mercado como la fuerza principal en la producción de bienes y servicios. Las decisiones corrientes, como las relativas a los flujos, y las de largo plazo, como la asignación de recursos, se basaban en estimaciones de la demanda de mercado a corto y a largo plazo. Lo que las nuevas empresas hicieron fue reemplazar al mercado en la coordinación y en la integración del flujo de bienes y servicios, desde la obtención de materias primas, pasando por los diversos procesos de producción, hasta la venta al consumidor final. Allí donde lo consiguieron, la producción y la distribución se concentraron en manos de unas pocas grandes empresas. Al principio, esto sólo sucedió en algunos sectores o industrias en los que la innovación tecnológica y el crecimiento del mercado propiciaron una alta velocidad y un gran volumen de producción. Conforme la tecnología se hacía más compleja y los mercados se expandían, la coordinación administrativa sustituía a la coordinación por el mercado en una porción cada vez mayor de la economía. A mediados del siglo XIX, los directivos asalariados de un número relativamente pequeño de grandes empresas –con fabricación en serie, distribución masiva y transporte a gran escala– coordinaban ya los flujos de mercancías a través de los procesos de producción y distribución, y asignaban los recursos que había que utilizar en la producción y distribución futuras en importantes sectores de la economía de los Estados Unidos. Para entonces ya se había llevado a cabo la revolución de la gestión en la empresa norteamericana.5 Estas proposiciones básicas se dividen en dos grupos. Las tres primeras contribuyen a explicar la aparición inicial de la empresa moderna: por qué, cuándo, dónde y de qué manera surgió. Las cinco restantes tratan de su desarrollo continuado: dónde, cómo y por qué una empresa, una vez establecida, continuaba creciendo y conservando su posición hegemónica. Esta institución hizo su aparición cuando las jerarquías directivas pudieron controlar y coordinar las actividades de un número de unidades de negocio de modo más eficiente que los mecanismos del mercado. Siguió creciendo para que estas jerarquías, constituidas por directivos cada vez más profesionales, pudieran permanecer en activo. No obstante, sólo surgió y se expandió en aquellas industrias y sectores cuya tecnología y cuyos mercados permitieron que la coordinación administrativa fuera más rentable que la coordinación por el mercado. Al encontrarse estas áreas en el centro de la economía norteamericana, y al reemplazar los directivos profesionales a las familias, a los financieros y a sus representantes como responsables de la toma de decisiones en dichas áreas, el capitalismo norteamericano moderno se transformó en capitalismo gerencial. Las realidades históricas son, por supuesto, mucho más complejas de lo que sugieren estas proposiciones generales. La empresa moderna y la nueva clase directiva que la gestionaba nacieron, crecieron y prosperaron de diversas formas en los distintos sectores e industrias que llegaron a controlar. Las diferentes necesidades y oportunidades hicieron que la esencia específica de la labor directiva difiriera de un sector a otro y de una industria a otra. Lo mismo ocurrió con las relaciones entre los directivos y los propietarios. Y una vez que la jerarquía directiva se estableció por completo, la secuencia de su desarrollo varió de una industria a otra y de un sector a otro. No obstante, estas diferencias pueden considerarse variaciones sobre un mismo tema. La mano visible de la dirección sustituyó a la mano invisible de las fuerzas de mercado donde y cuando la nueva tecnología y los mercados en expansión permitieron la circulación, sin precedentes históricos, de un elevado volumen de mercancías a una gran velocidad, mediante los procesos de producción y de distribución. La empresa moderna fue, por lo tanto, la respuesta institucional al rápido ritmo de innovación tecnológica y a la creciente demanda de consumo en los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX.