MILDAPOLITICA Estado Patrimonial Clientelista MILDA RIVAROLA 2008
MILDAPOLITICA Estado Patrimonial Clientelista MILDA RIVAROLA 2008
MILDAPOLITICA Estado Patrimonial Clientelista MILDA RIVAROLA 2008
Milda Rivarola
No tengo la intención de proseguir con esos lugares comunes. Prefiero trabajar con
ustedes un elemento propio del sistema político paraguayo que está resurgiendo en otras
naciones latinoamericanas, debido a las crecientes desigualdades que las escinden y a
las tradiciones políticas que le son propias. Presentarles no el país excepcional, sino
aquel que comparte procesos con la región. Como el clientelismo político paraguayo
cobró formas y extensiones paradigmáticas durante la transición, su estudio puede
ilustrar un fenómeno que amenaza el orden democrático latinoamericano.
Weber en Paraguay
El orden liberal, vigente desde la posguerra de la Triple Alianza (1870) hasta la del
Chaco (1936), levantó severas limitaciones al patrimonialismo del Estado paraguayo,
con un marco constitucional, la formación de una magistratura independiente, el
desarrollo parlamentario, y el reconocimiento de cierta autonomía de la sociedad frente
al Estado. Pero desde la década del ’40, con el estatismo y personalismo de los
regimenes nacionalistas (militares y/o colorados), éste resurgió bajo nuevas formas,
llegando a su máxima expresión durante el tercio de siglo stronista.
Las chances del clientelismo crecen allí donde los gobernantes tienen un control
efectivo de recursos deseados y no están constreñidos por normas burocráticas para
hacer uso personalista de ellos, y cuando desean fraccionar (desarticular socialmente) a
los electores. 4 En Paraguay, como en el resto de América Latina, el Estados propietario
de empresas, alto nivel de corrupción y escasa institucionalidad, facilitó la expansión
1
Max Weber, Economía y Sociedad, México: Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 759 y 774.
2
La obra de Thomas Whigham, Jerry Cooney, Barbara Potthast-Jutkeit, etc.
3
BANCO MUNDIAL, Paraguay, Temas de Desarrollo Social para el alivio de la pobreza, Análisis
Social del País, Gacitúa Marió, E., Silva-Leander, A. y Carter, M., Enero de 2004. El subrayado es
nuestro.
4
Clapham, Christopher (ed.): Private Patronage and Public Power: Political Clientelism in the
Modern State. St. Martin’s Press, New York, 1982.
del clientelismo, con la distribución de empleos públicos en una burocracia estatal de
baja capacitación y salarios.
200000
150000
100000
50000
0
1989 1991 1993 1995 1997 1999 2001 2003 2005
Por otra parte, el partido colorado -el mismo que reestructuró el patrimonialismo y
estableció lazos clientelares con la población desde mediados del siglo XX- continuó
gobernando durante toda la transición, sin presiones internas que lo impulsaran a
transformar en lo fundamental su praxis política.. Paralelamente, la creciente pobreza
(de 1,5 millones de pobres en 1998 se pasó a 2,2 millones en el 2005, el 38,2% de la
5
Ibidem. El subrayado es nuestro
población total) favoreció el crecimiento de una masa clientelar, dispuesta a identificar
el proceso electoral con oportunidades de obtener una parte de los ingresos económicos
y servicios básicos que precisaba con urgencia.
Fuentes: Fernández y Monge Economic Growth in Paraguay, BID, Economic and Social
Study Series, Mayo 2004, y Anuarios Estadísticos de la CEPAL para el 2000/5.
Algunos antropólogos explican esta relación de los paraguayos -hombres y mujeres- con
el poder político. Bartomeu Meliá señala como uno de los núcleos de la identidad del
Paraguay al “ore mboriahú” (somos pobres): la paraguaya sería una comunidad que se
reconoce a sí misma en la exigencia de una distribución equitativa de los recursos. Pero,
lo que en cambio se dio fue una distribución particularista y discriminatoria (clientelar y
partidaria) de los recursos, extrayéndolos en parte del propio aparato del Estado.
“¿qué ha sido y es, sino una práctica histórica de caza y
recolección la que se ha aplicado sistemáticamente en el Paraguay
desde hace siglos y con mayor intensidad en los últimos años? (…)
Todo el Paraguay se convirtió en un terreno de caza y recolección,
siendo el Estado la mayor reserva y el más fácil coto de caza, hacia
donde el ciudadano es obligado a arrear sus recursos y no
precisamente los sobrantes, sino los más necesarios.”6
Los gobiernos (y por extensión, el partido de gobierno) no se legitiman entonces por su
origen democrático o por su eficiencia administrativa, sino por su predisposición a
distribuir “ayudo” a los pobres, cargos públicos a los desempleados, tierra a los
campesinos, subvenciones a los industriales, etc. Para Manuela Schmundt, los
campesinos se relacionan hoy con el Estado, los partidos, e incluso con las ONG’s, bajo
esa lógica de “caza-recolección”.
El aparato de Estado es el campo mayor de colecta de bienes y servicios, y los
proyectos de desarrollo y los procesos electorales son vistos como presas de cacería. 7
Se caza los animales de una manada, sabiendo que en el futuro, cíclica y naturalmente,
aparecerá otra en el mismo lugar. Cacería y recolección sobreviven entonces como
lógicas políticas en el siglo XXI, con rasgos claramente depredadores. Según el mismo
Meliá:
“El Paraguay en mucho de su imaginario ha pasado a ser cazador-
recolector (...) ha dejado de ser industrioso y está dejando de ser
agricultor (…) ni siquiera estamos en la fase más civilizada del
salvajismo, sino en la fase previa de la caza- recolección,
precisamente la de los stickters. Son depredadores terribles (...)
destruyen todo, ni siquiera se comen todo lo que han cazado (…)
6
Melia, B., El Paraguay inventado, Cepag, Asunción, 1997
7
Fuente oral, M. Schmundt, Institut für Etnologie der Universität Bern, 1995 La presa es fácilmente
identificable, ya que llega a la comunidad en un “todo terreno” con logo.
esta actitud ha pasado <de la política> a la sociedad (...) somos
cazadores y recolectores sin rituales ni reglas.”8
¿Respondían mejor las dictaduras militares a este imaginario “redistribuidor”?. El
intervencionismo económico, el acelerado crecimiento estatal y el auge económico de
la década del 1970 parecen haberse adecuado mejor a la función “ayudadora” del
Estado que los gobiernos de la transición, a juzgar por la alta evaluación que la
dictadura continúa recibiendo de la opinión pública.
Calificación de gobiernos, en porcentaje de población
Wasmos Cubas González Duarte
Calificación
Stroessner Rodríguez y Grau Macchi Frutos
Pésimo o malo 14 22 73 64 71 40
Regular 18 27 13 13 8 24
Bueno/ excelente 64 39 10 11 5 34
Fuente: A. Vial, Encuesta de Opinión política y participación ciudadana, CIRD-USAID, 2005
Do ut des
El Estado patrimonialista mantiene relaciones clientelares, que le funcionan como
legitimadoras ante la sociedad. El clientelismo –inicialmente estudiado en su forma
contemporánea en el sur de Italia, en sociedades asiáticas y centroamericanas- se define
como una relación de intercambio social, de carácter instrumental, en la que
8
Meliá, Conferencia ante el colectivo Visión Paraguay, Proyecto PNUD-Fundación en Alianza, San
Bernardino, setiembre de 2001.
por su parte obra recíprocamente, ofreciendo apoyo general, y
asistencia, incluyendo servicios personales, a su patrón”.9
Se trata de una relación entre individuos (ocurre entre dos personas, o pocas más), bien
distinta a la que mantiene la burocracia de Estado con la colectividad, o con grupos
sociales. Desarticula así los intereses colectivos y las reivindicaciones ciudadanas por
derechos (de carácter general, legal y estable), ya que es esa miríada de relaciones
diádicas la que proporciona empleo, dinero o servicios sociales, informalmente, en
carácter de favores.
El clientelismo se alimenta “desde arriba” con la corrupción, ya que los fondos, bienes y
servicios repartidos durante las campañas electorales son financiados por empresarios
privados (privilegiados luego con licitaciones, exenciones impositivas, etc. por “sus”
políticos así electos), con la caja negra partidaria (tráfico de influencia, recaudación
ilegal de funcionarios de ministerios y entes mixtos) o con cargos prebendarios en el
aparato del Estado.
72%
61% 64%
54%
46%
39% 36%
28%
12%
20% más 20% previo 20% 20% previo 20% más rico
pobre más pobre intermedio más rico
Iniciat propia Operad político
Los altos montos invertidos en las elecciones -sobre los que apenas existe fiscalización-
tornan verosímil la magnitud de esta clientela.14 En las internas coloradas de 1992, cada
pre-candidato presidencial gastó unos 5 millones de US$, y en las internas coloradas de
2002, uno de ellos manifestó haber invertido 7 millones. En el interior del país, cada
candidato a intendente debe gastar -de fondos propios o recaudados de amigos o
padrinos- unos 30.000 U$S, y en ciudades mayores la inversión total de una lista
partidaria (intendente más concejales) alcanza los 100.000 U$S. En las campañas por la
intendencia de Asunción, esos montos alcanzan niveles muy superiores.
13
En entrevista a ABC Color, Asunción, 24.V.1998, citado por M. Lacchi en Recolección de fondos y
gastos electorales en las elecciones municipales, Informe de Investigación, Transparencia Paraguay-
Alter Vida-Desarrollo En Alianza-USAID. Asunción, Octubre de 2005.
14
Ver M. Lacchi, op.cit. La prensa escrita y radial se hace eco de estos datos, con naturalidad, durante las
campañas electorales. El salario mínimo legal era, en esos años, inferior a 200 U$S mensuales.
No extraña entonces que sólo un 20% de la población paraguaya perciba las elecciones
como limpias, en la proporción más baja de América Latina. Mientras un 83% de los
uruguayos; 69% de los chilenos y 47% de los argentinos confía en la limpieza de sus
comicios15, cuatro de cada cinco paraguayos sospecha que están afectados por fraudes.
Las exageradas inversiones en campañas electorales -tanto en términos regionales
como respecto al tamaño de la economía paraguaya- contrastan con el bajo nivel de
Gasto Público Social paraguayo: el año pasado alcanzaba un 9,3% del PIB, menos de
la mitad de la tasa vigente en otros países del MERCOSUR. Esto supone US$ 142
anuales per cápita, cinco veces inferior al gasto social promedio de América Latina, de
696 US$. 16
La “privatización” o partidización de la asistencia social, de los servicios públicos de
salud, de la promoción del empleo y de la provisión de servicios básicos es otra
consecuencia de este sistema, construido sobre la insuficiencia y fallas del aparato de
Estado. Lejos de asegurar –vía competencia electoral- una mayor cobertura y calidad
de los servicios públicos, las prácticas clientelares refuerzan sus carencias como
condición de su persistencia y desarrollo.
Historia y Cultura
Pero el clientelismo no puede verse sólo en términos contractuales, como un
intercambio informal de bienes y servicios por lealtades políticas. Su fuerza y amplitud
serían inexplicables fuera del contexto histórico o cultural paraguayo. Los orígenes de
su forma actual datan de la dictadura del Gral. Alfredo Stroessner (1954-1989), en la
que el partido colorado, en alianza con las Fuerzas Armadas, funcionó como “partido
único” o “partido-Estado”, apelando a una lógica totalitaria.
En su pretensión de controlar a toda la sociedad paraguaya, la dictadura reprimió las
organizaciones sociales preexistentes. Desde mediados de la década del ’50, las
centrales sindicales, corporaciones empresariales, estudiantiles o profesionales
15
Ver Informe Latinobarómetro 2006, en www.latinobarometro.org
16
Flora Rojas, Los gastos de cohesión social en el Paraguay, ponencia en el Seminario Internacional
Las Legitimidades del Gasto Público de Cohesión Social, CEPAL-Santiago de Chile, 2007. Este
porcentaje cayó ligeramente en los últimos años, era de 9,6% en el 2002.
debieron reorganizarse bajo la tutela del partido colorado, y fueron cooptadas por el
aparato del Estado.
Esta desarticulación de la sociedad civil fue paralela a la partidización completa de la
burocracia del Estado (incluyendo las fuerzas de seguridad, Ejercito y Policía) por
parte de la Asociación Nacional Republicana, lo que dejó fuertes y negativos legados a
la transición democrática.
Desde la presidencia de Juan Carlos Wasmosy (1993-1998) los pactos de
gobernabilidad permitieron desafiliar a las Fuerzas Armadas, pero dieron lugar a una
pluri-partidización (a través de cuotas políticas) de parte del aparato de Estado: Poder
Judicial, Tribunal Electoral, Relaciones Exteriores, etc.
En las sucesivas elecciones, los partidos opositores ganaron algunos poderes
regionales (Gobernaciones e intendencias), y bajo el Gobierno de Unidad Nacional de
González Macchi (1999-2003), integraron incluso el gabinete del Ejecutivo. Además,
la ausencia o inestabilidad de mayoría parlamentaria propia llevó al partido de
gobierno a asegurar lealtades de bancadas opositoras a través de “cuotas” de empleo
público para sus afiliados.
Si la dictadura había impuesto el modelo de partido-estado, en la transición
democrática se generalizó el spoils system (sistema que premia los servicios partidarios
con empleos públicos) en todo el espectro partidario. Esto contaminó las competencias
electorales, asignándoles un carácter de lucha por la obtención o manutención de
empleos públicos y contratos con el Estado. Y contribuyó a alimentar en varios
sentidos el clientelismo político. Ya sostenía en la segunda década del siglo XX el
pensador liberal Eligio Ayala, que en el Paraguay:
“El fin de la política, de los partidos […] es llegar a (los altos
cargos públicos). El Poder Ejecutivo es el poder distribuidor de los
puestos públicos, el asegura su obtención y conservación. Y por esa
razón ese poder es el fin de la actividad política. Los partidos
políticos pues, luchan en el Paraguay por adquirir y conservar el
poder del Estado, el motor efectivo de ese poder, el Poder
Ejecutivo, como fin, como fuente de distinción, de prestigio social,
y como fuente de ganancias y recursos.”17
Las prácticas clientelares fueron y son aceptadas como naturales por casi todos los
partidos parlamentarios18, y sólo algunas organizaciones religiosas y de la sociedad civil
cuestionan el derecho de los partidos a retribuir con empleo público la lealtad electoral
de sus miembros, o el de los pobres de entregar sus votos a cambio de bienes materiales
o servicios sociales durante las campañas electorales. Esta compleja conjunción de
intercambio de favores, sanción de jerarquías de poder y corrupción permanece
entonces estable e impune.
Esta estructura de pertenencia se trasladó al plano de poder político como prácticas del
oré clientelar y del orekueté, sistema de relaciones más cerrado y excluyente, donde el
clientelismo ofrece ventajas, privilegios e inmunidades a los integrantes del grupo, en
un marco de obligaciones recíprocas.
Los candidatos usan las redes de relaciones preexistentes en los barrios urbanos o
compañías rurales para establecer su comunidad de lealtades oré, que en la campaña
electoral lo llevará a un cargo público. Para ello apelan a los brokers o mediadores: el
operador político (referente o puntero, de acuerdo a la importancia de votos que
asegura), que actúa en nombre del candidato mediante una red de promesas, ayudas y
favores, satisfaciendo las necesidades del electorado más pobre. La clientela así
construida integra a través del operador una red de obligaciones recíprocas, con la carga
solidaria -e incluso moral- propia del oré.
20
Ibid. El guaraní tiene dos o tres formas de la primera persona del plural: ñandé es un nosotros que
incluye al destinatario, mientras oré lo excluye. Este ultimo ‘nosotros sin vosotros que escuchais’ se
acentúa con el énfasis ‘orekueté’, que implica un ‘sólo y exclusivamente nosotros’.
21
USAID-Alter Vida-Desarrollo En Alianza, Clientelismo y Padrinazgo en la práctica patrimonialista del
gobierno en el Paraguay, paper, 2007.
22
Ibid.
23
M. Lacchi, op.cit.
Se trata de caudillos locales o líderes barriales reconocidos en su comunidad, dueños de
un “capital social” en la acepción de P. Bordieu (con redes de relaciones, amigos,
conocidos, padrinos, etc.) a quienes se acude en casos de necesidad, y no sólo durante la
campaña. Los operadores, ayudando cotidianamente a sus vecinos o compueblanos,
pueden trasladar su propia credibilidad a los candidatos para quienes trabajan.
Afiliados y desconfiados
¿Como se entiende y vive la política en el Paraguay actual? Formalmente, su población
es una de las más politizadas o “partidizadas” del mundo, con cuatro quintas partes del
Padrón electoral afiliado a algún partido político.28 Tras la dictadura, los partidos se
encargaron de empadronar a sus adherentes (muchos de los cuales carecían incluso de
Cédula de identidad), función que hoy es potenciada por las internas partidarias: cada
fracción muestra su poderío aportando miles de afiliados/as nuevos.
Esta nueva masa electoral proviene de los sectores más pobres y vulnerables, no
participa de la vida partidaria, desconoce sus principios doctrinarios, y naturalmente no
aporta cuotas para el mantenimiento de la organización. Conoce al operador que lo
“enganchó”, y en cada campaña al candidato para el cual éste trabaja, pero sabe poco o
nada del resto de la lista parlamentaria elegida con su voto.29
Si el ejercicio universal de los derechos políticos es nuclear al sistema democrático, la
tendencia al abstencionismo electoral expresa en el Paraguay las fallas generadas por
esta conjunción de Estado patrimonial y clientelismo. Desde el año 1993, cuando
fueron saneados los padrones electorales y hubo estadísticas más confiables, la
participación creció hasta las elecciones nacionales de 1998, año en que ya abarcó las
cuatro quintas partes de la población empadronada.
1991, Municipal 27 %
1993, General 31 %
1996, Municipal 17 %
1998, General 20 %
2001, Municipal 45 %
2003, General 36 %
Fuente: Datos del Superior Tribunal de Justicia Electoral, 2003; y Flecha, V.J. y Martini, C.,
Historia de la Transición, Asunción, UUHH, 1994.
28
Ver la distribución por partidos de 2.405.101 personas empadronadas, en Ultima Hora, Asunción,
19/20 de abril de 2003, p. 4.
29
Un estudio realizado luego de los comicios nacionales de 2003 mostró que el 81,5% de los electores
desconocía el número e identidad de los parlamentarios votados por ellos, ver GEO, Estudio sobre
Abstencionismo Electoral, encuesta realizada para el STJE, Asunción, 2004.
a estas cifras el abstencionismo oculto (jóvenes que no se empadronan y carecen, por
lo tanto, del derecho a votar), el ausentismo electoral resulta todavía más alto.
Diversas fuentes detectan otras formas de rechazo a la política, y sobre todo, a la
actividad partidaria. Esta actitud tiene raíces históricas: a fines de la dictadura de
Stroessner la actividad política era la que menos interesaba a la población (sólo a un
3,4% de encuestados, frente al 30% de quienes se interesaban más en el trabajo, 25%
en la familia, etc.), que la consideraba peligrosa y ajena a las necesidades de la
población.30
Sondeos actuales de opinión registran apenas una décima parte de la población a la que
la política “interesa mucho”, contrastando con más de la mitad de encuestados a
quienes ella no interesa en absoluto. Este rechazo es explicado por razones de
ineficiencia e inmoralidad: la política sería incapaz de resolver problemas personales,
comunitarios o nacionales, o funcionaría de manera “sucia”.
30
Morínigo, J.N.; Silvero, I. & Villagra, S., Coyuntura electoral y liderazgos políticos en el Paraguay,
Asunción, UCA-Histórica-F.Naumann, 1988.
31
A. Vial, Encuesta sobre Cultura política y gobernabilidad democrática 2005, Asunción, CIRD, 2005.
32
Trascripto por el Diagnóstico del PNUD-IIG, Op. Cit.
Este paulatino divorcio entre partidos y ciudadanía fue señalado por diagnósticos
institucionales como un serio obstáculo a la gobernabilidad. Desde la transición a la
democracia se desarrolló un Paraguay donde:
“la esfera partidaria y la social están cada vez más separadas, las instituciones
cada vez más lejos de la gente, con la consecuente falta de legitimidad y
fragmentación respecto de la política y dentro de la misma sociedad para ser
gestores de su propio desarrollo”.33
Más que rechazo, estaríamos entonces frente a una creciente insatisfacción respecto a un
sistema que instaló en la transición algunos de sus elementos formales, sin llegar a
estructurar el poder ni las prácticas políticas realmente existentes. Si la tendencia a
valorar el funcionamiento de la democracia es creciente en la región (con una ruptura en
el 2000-2001), Paraguay se sitúa una vez más a contramano del proceso.
El Estado aparece como gestor de intereses de minorías, y lo que es más grave, como
crecientemente sometido al poder de grupos delictivos. Recientes sondeos ubicaron a la
“mafia” como la organización de mayor poderío en el país, superando al gobierno, a los
partidos políticos y al parlamento. Tres cuartas partes de personas encuestadas
entienden que esta hegemonía se fortaleció en los últimos años.35
La relación de los órganos de gobierno con la delincuencia se hace posible a través del
sistema clientelar. La restricción progresiva del derecho electoral pasivo, generada por
la inversión que demanda posicionarse en listas electivas, termina abriendo los cargos
públicos a la delincuencia. Como sostiene un operador del partido colorado:
“Ellos van a ocupar los mejores lugares. Hay una pirámide (...) el
que puso el millón de dólares, tiene un cargo más alto, el que puso
300 mil dólares más bajo, el que puso 100 mil dólares más bajo”.
35
Un 73% de personas cree que su poder está aumentando en el Paraguay, ver A. Vial, op.cit, 2005.
36
Ambos discursos en Grupos Focales, citados por M. Lacchi, op.cit.
para vender o comprar el acceso o la influencia, antes que como
vocaciones de carreras profesionales…”37
Para el politólogo Alejandro Vial, “el metarrelato de los universales de la democracia,
cuando el pago dinerario o de favores es decisivo en la ubicación del número a ocupar
en las listas para cargos electivos”, encuentra obstáculos para normar la cultura política
paraguaya.38 Algunos autores apelan ya al concepto de “Estado depredador”, una
variante del patrimonialismo en la cual el Estado hace de agencia a un grupo para
sustraer ingresos públicos en beneficio propio.
“Los estados depredadores tienden a crear sistemas de gobierno
que funcionan mal -sistemas que no proveen incentivos para las
actividades productivas. (…) la depredación se basa en interferir
con los mecanismos de mercado en vez de incrementar su
eficiencia. Los derechos de propiedad no están usualmente bien
definidos y decisiones políticas con frecuencia ocupan el lugar de
las de un mercado descentralizado. (…) El resultado es, por una
parte, una ineficiente asignación de recursos y bajas (o negativas)
tasas de crecimiento y por el otro una redistribución del ingreso a
favor del grupo dominante <y> en detrimento de la mayoría de la
población.”39
Sea como fuere, el fin del patrimonialismo y la sustitución de las prácticas clientelares
enfrentan desafíos complejos en el Paraguay. Es precisamente el Estado -que detenta la
fuerza legal e institucional necesaria para dar este combate- el que hace de sujeto y
agente de estos fenómenos. La impunidad que poseen estas prácticas, su “dispersión” al
espectro político partidario y el arraigo que mantienen en las mentalidades colectivas,
tornan más ardua esta tarea.
41
Boissevain, Powell, Weingrod, Silverman, citados por Auyero, Javier, Op.cit.