Papelucho Historiador
Papelucho Historiador
Papelucho Historiador
Y hay que ver lo difícil que es poner atención y no pensar en otra cosa. Porque
hay tanto en qué pensar.
Cuando alguien nos explica bien, le entendemos; si ese alguien nos explica
algo entretenido, ponemos atención y si ese alguien nos cuenta una historia
que nos gusta de veras, la aprendemos y no la olvidamos nunca.
Papelucho
Marcela Paz
Papelucho
Historiador
ePUB v1.2
ZirKo 17.06.12
Título original: Papelucho Historiador
ZirKo
HACE MUCHO TIEMPO, tal vez dos años, yo estaba en 3° Básico. La señorita
Carmen era la profesora de nosotros. Era buena gente, pero a mí me tenía
mala barra. Siempre me estaba diciendo:
—Papelucho, baja a la tierra. Te vas a pegar al techo, como las moscas. Vives
en las nubes. .. —y me sacaba harta pica.
Todavía me acuerdo del día en que nos explicó que la tierra es redonda.
Pero de repente sacó ella de su bolsillo una naranja. La mostró a toda la clase
y comenzó a explicar que la tierra era de esa clase de redondez.
Cuando me di cuenta que el mundo era como esa naranja me dieron unas
ganas tremendas de comerme un pedazo del mundo. Sentía una sed terrible y
los dientes se me salían de la boca por ir a darle un mordisco. Entonces paré
el dedo:
Es redonda ¿ves tú? La tierra es igual —dijo ella— redonda como esta
naranja.
—pregunté.
Yo sabía lo que era un imán. Además lo estaba sintiendo muy fuerte con la
naranja ahí tan cerca. Tenía casi reventada la hiel.
—Un poco… ¿A ver? —estiré la mano y ella me pasó la naranja. Sentí una cosa
rara. Algo así como si yo fuera el lobo y la naranja la Caperucita. Creo que era
el imán de la tierra.
Antes de pensarlo, la naranja estaba mordida y casi comida.
—Porque creí que estaba dulce y también por lo del imán —contesté. Y
cuando la vi tan furia traté de explicarle todo porque ahora sí que entendía
muy bien que la tierra era de la redondez de una naranja y que tenía un imán
tremendo.
II
DESPUÉS DE ESE DÍA la Srta. Carmen no trajo más naranja para enseñarnos
que la tierra es redonda. Todos lo sabíamos. Pero trajo un mapamundi. Y es lo
más encachado porque salen en él todos los países del mundo. Cada país tiene
su colorcito propio, todos brillantes, pero lo más macanudo de todo es el mar.
La Srta. Carmen nos mostró dónde está Chile. Está abajo y es largo y flaco
como una lombriz que casi se corta a cada rato.
Pensar de que nosotros vemos Santiago del porte de una peca de mi nariz.
Uno se da cuenta de que si Santiago sale tan chico en el mapamundi quiere
decir que no importa que Chile se vea tan flaco en el mapa. Resulta que es
inmenso.
Yo me quedé pensando cuáles serían las riquezas y por fin entendí. Resulta
que un país con mar es como una casa con una inmensa puerta que da a todo
el mundo. Y un país con cordillera es como una casa con una muralla de
fortaleza por la que no se puede meter ningún intruso.
—Es sólo el nombre. Han habido batallas y guerras, barcos piratas y muchas
cosas que conocerás más adelante, Papelucho.
—Así que, ¿hay barcos hundidos en el fondo de este mar? —pregunté—. ¿Eran
barcos piratas con tesoros y cofres y todo?
—¿Es que las ballenas no permiten sacarlos? O tal vez los pescado se
alimentan de ellos y por eso tienen cutis de plata.
—Me habría gustado nacer ahí… Y también para salir a nadar por todo el
mundo. Si fuera pescado chileno habría sido tan aventurero y habría ido a
muchas partes a buscar lo más rico y sabroso, lo más lindo de los otros mares
para traerlo a Chile…
—En realidad los pescados chilenos son sabios y esquivos y no se dejan pillar
fácilmente. Hay pocos países en el mundo que tienen tanta costa como Chile…
—¿Cadena?
—Así se llama cuando hay muchos cerros altos uno al lado de otro. —¿Y son
cerros de qué?
—Sí, Papelucho.
—¿Cuáles son?
Porque uno es dueño de todos los pescados y ballenas de las aguas chilenas.
Si uno amaestra bien una ballena puede vivir en ella y salir a navegar hasta
por debajo del agua y sacar tesoros de piratas, y
Porque cuando yo sea grande voy a hacer una Sociedad Atómica y le vuelo un
cogollo a la cordillera y después recojo las piedras preciosas y listo. Estoy
bien feliz de nacer chileno.
III
El descubrimiento
RESULTA QUE HACE como quinientos años vivía un señor que se llamaba
Cristóbal Colón. Yo había oído hablar muchas veces del huevo de Colón. Así
que lo conocía de nombre. Porque una vez Colón le dijo a sus amigos que
sujetaran un huevo parado. El huevo se caía y se caía. Llegó Colón y le dio un
golpecito al pararlo. La cáscara del huevo se trizó y el huevo se paró. Fuera
de esta idea el señor Colón tenía otras.
Todos creían que era plana. Pero él decía: ¿Por qué cuando uno mira un
buque en el mar lo ve desaparecer poco a poco como si se fuera hundiendo?
La gente se reía de él. Colón era portugués pero como nadie lo tomaba en
cuenta en Portugal, se fue a España que está al lado.
—Yo creo Majestad —le dijo Colón a la Reina de España— que he encontrado
un camino más corto a las Indias.
—Sí, Majestad.
Claro que Colón se equivocó porque el camino resultó mucho más largo por
donde él decía. Pero de todos modos, si no se le mete esa idea en la cabeza tal
vez todavía ni nos habrían descubierto.
La Reina no se atrevió a pedirle plata al Rey para darle a Colón. Creo que le
dio miedo que él le dijera: "Déjate de tonterías". Por eso ella prefirió regalarle
sus joyas para que él las vendiera. Y le entregó todos sus collares, sus anillos,
sus brillantes y pulseras. Y Colón las vendió al tiro y mandó hacer tres
grandes carabelas.
IV
Cuando por fin estuvieron listas las bautizó: la Santa María, la Pinta y la Niña.
Yo sé por qué.
Entonces Colón las llenó de cosas de comer y agua para tomar. Porque en ese
tiempo no había Coca-Cola. Y contrató a la gente que quería correr con él esa
aventura. Era una gran aventura salir al mar navegando para el otro lado del
que navegaban todos los barcos. Había el peligro de salirse de la tierra si
resultaba que no era redonda como decía Colón.
—Mucho tiempo —dije porque ya sabía que las carabelas no tenían motores y
que cuando no soplaba viento la cosa era a puro remo.
Yo ya sé que ella siempre dice lo que hay que contestar entre medio y trata de
confundirlo a uno. Pero a mí no.
Cuando me quebré la pierna estuve dos meses sin chutear. Y estar dos meses
haciendo la misma cosa, aunque sea tomando helados, es tremendo.
—Rezó —dije yo. Porque para pedirle ayuda a Dios hay que rezar, creo yo.
—Se quedó dormido —dije porque cuando yo rezo mucho a veces me pasa
eso.
—Y despertó con unos gritos que al principio él no comprendía. Tal vez creyó
que había estallado el motín a bordo. Golpeaban furiosamente en su puerta.
Colón se levantó a abrir sin saber si lo iban a matar. Los marineros tenían la
cara rara y gritaban todos a un tiempo. ¿Qué gritaban?
—¿Lástima de qué?
—Lástima de que Colón rezara tanto. Habría sido mejor el motín a bordo.
—Papelucho…
—Presente.
—Ya sé lo que te pasa. Estás distraído otra vez. Pon atención y trata de
comprender.
—Bueno. Voy a explicarles bien, pero pongan mucha atención. Cuando Colón
salió del camarote, estaba amaneciendo. Los marineros parecían locos de
alboroto y gritaban.
Colón se persignó y dio gracias a Dios. Enfocó el catalejo y miró al mar. Por
fin se divisaban unas manchas oscuras. Todos querían verlas y pedían el
catalejo. Gritaban.
Ver árboles, cosas verdes. Los remeros bogaban con furia y al poco rato las
tres carabelas atracaron en la playa. Estaban seguros de haber llegado a las
Indias. Pero esa playa parecía solitaria. No había hombres ni casas. Puros
pájaros y tal vez animales. ¿Qué hicieron entonces Colón y sus hombres?
—Demos gracias a Dios —dijo Colón y clavó una cruz en la arena. Todos se
arrodillaron a rezar. Colón, creyendo que era una isla desconocida de las
Indias, la llamó San Salvador.
—¿Por qué dices eso? —la Srta. Carmen me miró con ojos redondos.
Nadie contestó.
—Fue el doce de octubre —dijo la Srta. Carmen— el día de la raza que es día
de fiesta en toda América.
—Yo creo que debería ser día de fiesta para España no más —dije yo—.
Porque yo encuentro que para los indios de América fue un día
completamente fatal. Yo creo que es terrible ser descubierto. Si no hubiera
llegado Colón, los indios serían completamente felices, con flechas, plumas y
todo.
—Tú te crees Colón —me dijo, pero se quedó sobrando, porque yo le hice un
quite a la cachetada y se pegó a toda fuerza contra el pilar donde yo estaba
afirmado.
—¡No me dolió! —dijo soplándose la mano—. Y para que veas que Colón no
descubrió la América porque creyó que había llegado a las Indias…
—En todo caso la tierra era redonda como él decía. Y él descubrió eso. Claro
que habría sido mejor que no nos descubriera. Me carga ser descubierto. Pero
como no era su intención descubrirla… Si yo fuera él no me habría vuelto a
España.
—Yo sí. Alguien tenía que contarle a la Reina y sacarle pica a los que no
creían que la tierra era redonda —dijo Gómez.
—Pero si él se queda aquí todo el mundo habría creído que se había muerto.
Colón habría sido el descubridor de América, pero sin molestar a los Indios —
pensé fuerte.
—Pero se necesita ser bien despistado para venir a América y creer que uno
ha ido a las Indias —dijo Gómez.
—Para que veas fue un Américo el que descubrió la América —Gómez seguía
sacándome pica.
—Ese fue el que se dio cuenta que Colón la había descubierto. Y a los tontos
les dio por decir "las tierras de Américo" y por eso quedó con ese nombre —le
expliqué al muy tarado.
—¿Tú crees que debía llamarse Colona?
La Conquista
DE TANTO Y TANTO pensar en los indios, por fin conseguí ser un indio de
verdad, y mientras duermo soy un araucano.
Porque sueño todas las noches en indio y mi vida de indio es mejor que la
otra.
Soy muy feliz siendo hijo de indios araucanos. Mi padre es Toqui y es el que
manda la tribu y la mamá es su esposa y yo soy el hijo único.
Ellos también viven muy felices conmigo y se pasan las tardes sentados en el
suelo comiendo piñones.
VIII
AUNQUE ENTRE NOSOTROS los indios no hay domingos y todos los días son
como domingos, eso no quiere decir que sean iguales. Son bastante distintos.
A veces salimos a cazar con el Toqui y nos internamos en la selva. El lleva las
macanas y yo las flechas.
Al verlo caer, de no sé dónde aparece otra cantidad de pumas que nos miran
furiosos con sus ojos de gato y sus hocicos hambrientos. Yo disparo y disparo
y van cayendo al suelo o echan a correr. A veces me aburro de cazar.
Asoman por todos lados los peces más antidiluvianos y más preciosos y
encachados y se esconden. Pero el papá es un Toqui capo y no pierde un
lance. Al poco rato el río queda limpiecito sin pescados y entonces los dos nos
tiramos de cabecita al agua y nadamos para refrescarnos. Nos metemos bajo
el agua y sacamos pepitas de oro para llevarle a la mamá que es tan buena y
que tiene colección.
Cuando el papá caza una llama yo ya he cazado cien guanacos y se los llevo a
la mamá para que haga abrigos de piel para el invierno. Ella con las otras
indias descubre hacer lana y tejer chales y mantas. Como la mamá no es
vanidosa les regala a las demás indias esa lana y todas tejen, porque no todas
las indias tienen hijos con buena puntería.
Después de comida el papá nos cuenta cuentos y nos quedamos dormidos ahí
mismo.
IX
UN DÍA ANDÁBAMOS con el Toqui y toda la tribu, buscando algo nuevo para
llevarle a la mamá para la comida, cuando de repente sentimos un crujido de
hojas y un silbido. . .
—Ya lo creo —le contesté yo pensando en que yo soy indio todas las noches
porque sueño en indio y soñar es igual que vivir. Si uno está despierto de
ocho a ocho y duerme y sueña de ocho a las otras ocho vive tanto en sueño
como al revés.
—¡Papelucho!
—Presente —dije.
—No es necesario pelarlos. Eran indios del Perú como los Araucanos son
indios de Chile y aunque invadieron a Chile no por eso vas a hablar mal de
ellos.
—¿Cómo que no sé nada? —Me acaloré un poco porque me había ido bien
hasta ese momento.
—Háblame de su cultura, entonces.
—Los Quichuas eran peruanos ¿no? Y Ud. llama cultura que se metiera a
Chile —La Srta. Carmen no es muy patriota, creo.
—¿Cómo sabe? Yo creo que fue al revés. Están descubriendo aquí cosas súper
choras de antidiluvianas hechas por araucanos. . .
—¿Ve como fueron los araucanos los que aprendieron solos a trabajar en
greda?
—Eso no quita que los Quichuas fueran de gran cultura —dijo la Srta.
Carmen. Es porfiada.
XI
Las guerras entre indios eran como partidos de fútbol. A veces ganaban unos,
a veces otros.
Nosotros los indios no conocemos el miedo, pero sentimos algo muy raro
cuando los vimos acercarse y se nos pararon un poco los pelos al ver los
cañones y lanzas refulgentes.
Pero se veía que con esos cuerpos de acero no era fácil meterles flecha.
Y nuestra carne desnuda se engranujaba un poco al verse tan pilucha. Por eso
nos pusimos más atrevidos.
—¡Toca a guerra! —me dijo sin mover los labios y pareció agrandarse. Yo salí
corriendo con la flecha ensangrentada y recorrí el valle como un relámpago.
En un momento estaban todos alrededor del Toqui y disparaban contra los
invasores.
Pero resultaba difícil botarlos del caballo porque las flechas daban bote en
sus armaduras. Entonces le tiramos a los caballos y los vimos caer y
revolcarse.
—Es Diego de Almagro —me contestó—. Viene desde el Perú. Busca nuestro
oro. Ha viajado durante meses por la cordillera…
A mí no se me olvida nunca esta frase del Toqui, aunque la dijo hace tantos
años. Porque esto pasó el año 1536 y yo me acuerdo de ese año porque es el
mismo número que hay en la puerta de mi casa.
XII
AUNQUE LOS ESPAÑOLES se habían ido, nuestra tribu hizo guardia toda la
noche. Estaban cansados después de la pelea y se habrían echado al suelo de
buena gana a dormir. Pero eran bravos soldados y no querían despertar con
otro asalto de los españoles.
Por eso miraban a la luna, le cantaban y le bailaban cuando les daba frío.
Yo apuntaba mi flecha y los demás sus hondas con grandes piedras picudas.
Eran tres españoles a caballo, armados hasta los dientes, vestidos de plata,
con lanzas y esos caballos que parecían pegados a sus cuerpos. Nos daba
espanto verlos.
Los dejamos acercarse sin dispararles. El Toqui decía que contra tres no era
valiente pelear…
—Queremos parlamentar.
Estaba tan cerca, que reconocí al tuerto que mandaba el asalto el día antes, y
pensé: Este es don Diego de Almagro, el que viene desde el Perú, la tierra de
los Quichuas…
—¿Qué pasa?
Después supe que el señor Diego de Almagro se había peleado con otro
español en el Perú y éste lo hizo matar.
PERO DESDE ESE DÍA, nosotros los indios ya no quedamos tan tranquilos y
felices como antes. Siempre estábamos pensando que podía llegar otro
ejército y atacar nuestro pecho desnudo. Por eso nos hicimos unas pecheras
de cuero de llama, pero no las usábamos porque nos molestaban. No se podía
correr y saltar como lo hacíamos con el puro taparrabos.
Don Pedro de Valdivia venía desde España con su flamante armadura y con un
pelotón de ciento cincuenta soldados españoles bien armados. En el Perú
había conquistado mil indios que traía él como su tropa. Y aunque allá era
millonario, dejó todas sus riquezas por venir a conocer Chile. Quería hacer
ciudades y correr aventuras. No le interesaba ser rico, sino conocer y hacer
cosas choras y lindas.
Nosotros los indios de Chile estábamos tan desparramados que don Pedro con
su ejército ganaba fácilmente la pelea.
Un buen día llegó a las orillas del río Mapocho y como hacía mucho calor, se
sacó su armadura y se bañó.
En ese tiempo el Mapocho era un río como todos los ríos de campo, sin orillas
y con agüita clara.
Al zambullirse don Pedro en el agua, oyó una voz que le decía: "En este valle
precioso nacerán hombres famosos".
Don Pedro se rascó la cabeza y miró para todos lados, pero no vio a nadie
cerca. Entonces zambulló de nuevo su cabeza en el agua y por segunda vez
oyó la voz que decía: “En este valle precioso nacerán hombres famosos.” Y
por tercera vez metió la cabeza al agua y oyó lo mismo.
No se atrevió a contar lo que había oído, sino que muy pensativo, subió al
cerrito de Huelen y se sentó en un peñasco a pensar, mientras se secaba al
sol.
—Aquí debo hacer una ciudad —dijo la Idea—. Una gran ciudad…
Desde ese día don Pedro empezó a trabajar y el 12 de febrero fundó abajito
del cerro y a la orilla del Mapocho, la ciudad de Santiago. Y la llamó Santiago
porque era un Santo patrono de España, Al cerrito Huelen lo llamó Santa
Lucía porque yo creo que tenía una polola que se llamaba así.
Con su pelotón de soldados y los mil indios hizo hartas casitas de madera y
dejó al medio una plaza, que es todavía la Plaza de Armas.
XIV
COMO TODO LE HABÍA SALIDO tan fácil, decidió hacer más ciudades en
todas las partes lindas de Chile y partió con su tropa.
Los indios mirábamos estas casitas de madera y esta ciudad de Santiago con
su gente nueva y que nos trataba con desprecio y nos sacaba mucha pica.
"¿Por qué hemos de dejar a los españoles como dueños de nuestras tierras?
¿Por qué no las defendemos? Nos hemos dejado conquistar como unos
cobardes. Somos una colonia de España y ya no somos libres."
Para asustar a los indios los santiaguinos degollaron a siete caciques y tiraron
sus cabezas por encima de las trincheras.
—Todo ha sido para mejor —dijo Valdivia—. Ahora los indios no se atreverán a
asaltarnos después de esta derrota.
—Yo he sido caballerizo de Pedro de Valdivia. Eso quiere decir que cuidaba
sus caballos. Sus caballos son animales muy nobles y no hay que tenerles
miedo. Mueren más fácilmente que los pumas. Los españoles montan en sus
caballos para correr en las batallas, pero también mueren. Igual que nosotros
los indios. Si ustedes me siguen, podemos derrotar a Valdivia.
Como un trueno salió un grito del pecho de los indios: "¡Lautaro Toqui!" y con
eso quedó elegido.
Era un gran guerrero y había pensado muy bien la manera de vencer a los
españoles. Los atacaría por todos lados y tantas veces que los cansaría.
Llegó Lautaro al fuerte de Tucapel donde estaba Valdivia. Había con él sólo
cincuenta soldados y unos cuantos indios conquistados.
Se armó la pelea. Don Pedro peleó como un valiente, pero Lautaro y sus
indios lo atacaron y atacaron hasta vencerlo.
—Si me dejas en libertad —dijo don Pedro—, me voy de tus tierras con mis
soldados y te regalo mil ovejas.
Dicen algunos que como contestación a esto el indio Leocatán mató a Valdivia
de un macanazo.
Esa noche tuvimos una fiesta estupenda. En vez de fogata teníamos el fuerte y
la ciudad entera ardiendo. Bailamos y saltamos y comimos asado a la fortaleza
que es mucho más rico que el asado al palo.
XVI
Era una avalancha terrible el ejército de Lautaro con sus flechas, sus caballos,
sus macanas y sus teas encendidas. Por donde pasábamos quedaba el fuego
ardiendo como inmensa hoguera y todos tenían que arrancar.
Lautaro creía que lo ayudarían los indios Picunches, pero los muy cobardes se
habían pasado a los españoles.
¡Nunca entendían los españoles que a los araucanos no nos da miedo morir!
XVII
Pero a pesar de todo, un buen día lo dejaron preso en una de las peleas con
los españoles. Y ese Jefe dio orden que le cortaran las manos.
Galvarino estiró un brazo y se dejó cortar la mano sin pestañear. Luego estiró
el otro y no dijo ni pío…
Cuando se vio sin manos, le gritó a los españoles: "Todavía me quedan fuerzas
para pelear contra ustedes. ¡Cortad esta garganta que tiene sed de vuestra
sangre!"
Pero los españoles prefirieron dejarlo vivo para que los demás indios vieran lo
que les podía pasar.
Galvarino esperaba…
Vio que entre los españoles había un Picunche que cumplía sus órdenes.
Enrabiado del dolor se tiró encima para matarlo. Lo golpeaba con sus brazos
sin manos y si no se lo quitan lo habría muerto ahí mismo.
—¡Asaltaremos Cañete y luego una a una las ciudades que ocupan los
españoles!
—Sí —le contestó éste——. Duermen todos los días después de haber
almorzado.
Caupolicán le creyó.
Pero era un indio traidor. Fue donde el capitán español y le contó todo.
Caupolicán sin sospecharlo preparó el asalto para esa hora y entró en Cañete
con su ejército.
El Toqui Supremo, amarrado con cadenas, la miró con sus ojos llenos de
lágrimas por primera vez. El sabía que iba a morir y que su hijo no lo vería
más.
Cuando ella se marchó, los españoles recogieron al niño. Pero temiendo que
Caupolicán tomara otra vez el mando de los indios, resolvieron matarlo.
La Colonia
Segunda Parte
EN REALIDAD esto de la Colonia, no tiene nada que ver con el Agua Colonia.
Es el tiempo en que Chile era colonia de España, lo que quiere decir que era
como su fundo, y aquí en Chile mandaban los españoles y a estos españoles
los mandaba el Rey de España.
En ese tiempo casi toda América era colonia de España, porque como la
descubrió Colón con carabelas españolas y gente ídem, ellos venían a América
y se conquistaban a un país, y ¡listo! Era de ellos.
Claro que les costó harto trabajo vencer a los indios. A cada rato se les
sublevaban y había que volver a pelear hasta derrotarlos. Pero los españoles
tenían armas de fuego, y los pobres indios puras flechas.
Los pobres indios, acorralados en sus rucas, no podían hacer nada con tantos
españoles por todos lados.
Ni siquiera había fogatas para calentarse sino que puros braseros. Y creo que
los chiquillos usaban cuellito de encaje y rulitos largos, igual que las mujeres.
Menos mal que de repente apareció el corsario Drake que era un pirata.
Era un gringo aventurero que venía dando la vuelta al mundo con cinco
barcos piratas. Cuando pasó el estrecho de Magallanes, se encontró con
Chile.
Con la que le quedaba, "El Pelícano", llegó el corsario Drake hasta Valparaíso.
En ese tiempo Valparaíso era un puerto muy pobre, con puras casuchitas de
adobe a la orilla del mar. Pero como su costa era tan linda, con las enormes
rocas, su mar tan azul y los bosques de los cerros tan verdes, los españoles le
habían puesto el nombre de Valparaíso.
A los dos días vinieron a saber en Santiago lo que había pasado en Valparaíso.
El pirata ya iba muy lejos.
Bueno, entretenido para contarlo, porque para vivirlo fue bastante tremendo.
Una noche a las diez, mientras todos dormían (¿qué otra cosa podían hacer,
digo yo?) se oyó de repente un ruido subterráneo terrible. La ciudad entera se
empezó a sacudir como una gran jalea.
Volaban las tejas, caían las murallas y vigas de los techos y una espantosa
polvareda ahogaba a todos. El mundo se sacudía y se venía abajo. Desde el
cerro Santa Lucía rodaban grandes piedras y pedazos de roca.
Por fin la tierra se quedó quieta y entonces empezaron a oírse los gritos de la
gente que estaba enterrada viva.
Es famosa por lo mala que fue. Vivía como una reina y tenía la manía de hacer
matar a quien se le antojaba. Como era loca, después le pedía perdón a Dios y
luego volvía a cometer otro crimen. Para sentirse menos mala tenía en su
casa un gran Cristo de madera.
Con este terremoto todo se hizo pedazos menos este Cristo que es el Señor de
Mayo. Ahora está en la iglesia de San Agustín. Todos los años lo sacan en
procesión el día 13 de mayo que es el aniversario de ese tremendo terremoto.
XXI
Poco a poco otra vez hicieron casas y aunque eran todas de adobe, de un piso
y con grandes murallas, había algunas bastante encachadas. Todas tenían
patios, las de los más ricos los tenían de mármol y las otras de piedra de río.
Todavía quedan algunas, pero pocas.
En ese tiempo inventaron las escuelas, pero por suerte había pocas.
En lugar de reloj, daban la hora cantando: "Las tres han dado y lloviendo",
etc., etc., igual que la Radio.
A mí no me gusta soñar en la Colonia, pero si soñara sería por una sola noche,
y para ir a alguna fiesta.
Sería una fiesta en casa del gobernador don Ambrosio O'Higgins, que era el
papá de don Bernardo ídem. Era el representante del Rey de España en Chile,
algo así como Presidente. Su hijo Bernardo no vivía con él.
Para esta fiesta todas las tías y otras pasaron una semana haciendo dulcecitos
de pasta de almendras, niditos, palomitas, corderitos de mazapán. Y muchas
tortas ricas.
Los salones estaban alumbrados con mil velas en candelabros lindos y la mesa
estaba puesta con ochenta asientos.
Creo que tenían como treinta guisos distintos que seguramente les cabían
bajo la crinolina.
Después de la comida que duró mucho rato, se fueron al salón a bailar polca y
rigodón. Eran bailes reverenciosos y muy lentos, sin tocadiscos, sino que con
una pura piaña que tocaba otra tía.
Eso no quiere decir que el obispo Alday fuera indio, sino que sus padres y sus
abuelos habían nacido en Chile y por eso él era de pura sangre chilena.
Era bueno y sencillo y verdadero amigo de los pobres y de los indios. Los
niños lo querían tanto que lo seguían en la calle. Porque él les conversaba,
jugaba con ellos y los sabia entretener.
En ese tiempo hubo una tremenda epidemia en que la gente se moría por
todas partes.
La Independencia
Tercera Parte
Ayer estábamos tan aburridos que hicimos una fogata inmensa y se llenó la
casa de humo y se quemó la zarzamora y el fuego no se quería apagar porque
le dio por soplar viento. Javier y yo corríamos con el balde de agua, pero se
desparramaba todo y ni pensaba en apagarse hasta que llegaron Zúñiga y
Soto con palas y otras cosas Lo malo fue que alcanzó a ver el fuego mamá y a
la tía Rosarito le dio el ataque y mi mamá nos mandó a la cama a los dos.
Yo me quedé callado.
Yo bajé el dedo, pero me dolió tanto que tuve que levantarlo otra vez.
—Es que no puedo. Me duele tanto el dedo que no puedo pensar más que en
él. Lo tengo reventado —le dije.
Me llamó a su pupitre y me lo miró. Pero no lo vio palpitar y me mandó a
sentarme con un "no es nada".
—¡Veinticinco años! ¡Un cuarto de siglo! —dije con admiración. Pero ella creía
que era muy poco.
Dependía de España.
—¿Eso quiere decir que los españoles mandaban? ¿Y también castigaban a los
chilenos? —pregunté.
—¡Al fin! —dije yo— ¡Tengo tantas ganas que haya una guerra tremenda en la
Historia de Chile! Era tan aburrida la Colonia…
—Una cantidad de gente reunida para conversar de algo importante. Los que
se reunieron se llamaban "patriotas" y decidieron pedirle su renuncia al
gobernador Carrasco que era un español muy duro. Y Carrasco renunció.
—¡El 18 de setiembre! —dije— ¡Qué buena idea nombrarla para las Fiestas
Patrias!
—Al revés, Papelucho. Las Fiestas Patrias son para celebrar el nombramiento
de la Primera Junta Nacional de Gobierno.
Me chupé el dedo, pero lo tenía tan caliente como una papa de cazuela. Me lo
saqué de la boca porque casi me quemaba y lo volví a levantar.
—No, señorita.
—Ya saben ustedes que los españoles habían hecho ciudades en Chile.
Que tenían sus familias, sus negocios. Ellos dependían del Rey de España. Y el
que mandaba en Chile era un español elegido por el Rey. Los chilenos no
mandaban. Tenían que obedecer al Gobernador. Por eso los chilenos que se
llamaban patriotas le pidieron su renuncia al Gobernador y eligieron a tres
caballeros chilenos en vez de él. Con ellos Chile empezaba a ser gobernado
por chilenos.
—¡Ya entendí! —dije yo— Pero usted nos pitó cuando dijo que tenían que
luchar. No les costó nada…
—Ya verás. No iba a ser tan fácil como pareció al principio. Quedaron todavía
en Chile muchos españoles que habían sido dueños y patrones desde el
tiempo de Valdivia. Esos españoles querían a su rey y estaban acostumbrados
a obedecerle. No iban ellos a entregar su poder, sus tierras, sus riquezas por
el alboroto valiente de los patriotas. Se iban a defender.
XXIV
—¿Tiene estatua?
—Ahí estaba, rabiando por no poder pelear en la guerra, cuando le llegó una
carta de Chile. Su padre le contaba lo de los Patriotas, lo de la Junta de
Gobierno y lo de la Independencia. Don Miguel saltó de la cama y se embarcó
para Chile. Venía impaciente por ayudar a pelear por la Independencia de su
Patria.
—¿Y entonces?
—Cuando los españoles vieron todas las ideas y demás cosas que estaba
haciendo Carrera, resolvieron atajarlo. Formaron su ejército en el que había
muchos hombres. Se llamaba el ejército realista. Realista quiere decir que
eran partidarios del Rey. Y salió el ejército realista al encuentro del ejército
Patriota, que era el de los chilenos.
Entonces por fin llegó la señora Riquelme y dijo que la iba a reemplazar
porque la señorita Carmen se había enfermado.
—La batalla de Roble —dije yo, creyendo que era en clase donde la señorita
Carmen me la había contado.
—Muy bien. Los patriotas lo nombraron entonces General en Jefe del Ejército.
Pero, ¿de dónde vino este señor O'Higgins? Nadie contestó y la señora
Riquelme se puso a hablar.
—Bernardo O'Higgins era hijo del que fue Gobernador, don Ambrosio
O'Higgins y de una señora chilena. Pero como al Rey de España no le gustaba
que sus Gobernadores se casaran con chilenas, tuvo que esconder a su hijo en
casa de un amigo para que el Rey no supiera que lo tenía. El amigo lo llevó a
su fundo y ahí Bernardo aprendió de todo, porque era muy inteligente. Corría
a caballo, cazaba, saltaba pircas, disparaba con regia puntería. Y un buen día
su papá lo hizo mandar a Europa al mejor colegio de Inglaterra para educarlo.
Nos saludó a cada uno por separado, nos dio un caramelo a cada uno y
cuando entramos a clase de historia dijo:
—Es un gran día para mí, un día inolvidable. Yo pensé que se habría sacado
una moto en alguna rifa, pero después pensé que las mujeres gozan con otras
cosas. Entonces me dije: Habrá encontrado asiento en el micro o le habrán
dado un par de medias, y no me preocupé más.
—Haremos una clase inolvidable —dijo ella con cara de relámpago—. Así
como yo recordaré este día cuando sea viejita, así también ustedes se
acordarán de esta clase cuando sean veteranos…
—Es que ya la aprendimos —le dije yo—. La señora Riquelme nos enseñó
quién era Bernardo O'Higgins.
Nos acomodamos todos para vivirla, pero la Srta. Carmen nos dijo:
—Colóquense en dos filas. Para una batalla deben haber dos bandos, dos
enemigos. Unos serán los realistas y los otros los patriotas. Eso no quiere
decir nada. ¿De acuerdo?
—Los de la derecha serán los patriotas —dijo ella— y los de la izquierda los
realistas.
Yo estaba a la derecha, pero Urquieta y Maldonado eran realistas. Nos
miramos con bastante odio. Sobre todo Maldonado que es español y le carga
estudiar historia de Chile.
—Es el 1° de octubre —dice ella con voz de héroe—. Ustedes los realistas —le
dice a Maldonado— son cinco mil soldados. Y se lanzan al asal…
Todavía no había terminado su frase cuando por los cuatro costados se largan
los realistas a atacarnos. Volaban los cuadernos, los puñetes, los zapatos.
Pero nos defendimos como leones y nadie pudo entrar en la plaza.
—Al día siguiente los realistas comienzan un nuevo asalto para obligar a
O'Higgins a rendirse. ¡Esperen! —grita al ver que Urquieta me pesca de las
mechas—. Tapan las acequias para no dejar entrar el agua a la plaza. Así los
patriotas no tendrían con qué enfriar sus cañones y se desesperarían de sed.
Y para obligarlos a entregarse, los realistas le prenden fuego a los cuatro
costados de la Plaza.
Hasta ese momento escuchamos con atención a la Srta. Carmen, pero cuando
veo la cara de felicidad de Maldonado, no pude sujetarme y me tiré sobre él
con un grito de: ¡Viva Chile! ¡Viva la Patria! y lo eché al suelo.
Parece que O'Higgins hizo lo mismo y gritó lo mismo. Entonces los Patriotas
me imitaron todos y pasamos por encima de los realistas como una carga de
caballería. Dejamos la crema. Aunque ellos eran 5.000 y nosotros apenas 300
los liquidamos y pisoteamos y ganamos la batalla.
Y resultó tan macanuda esta batalla, que casi todos los realistas quedaron
machucados, rasguñados y uno con el brazo zafado. Y costó mucho volver a
ordenar la clase…
Pero lo peor de todo fue que la Directora del Colegio mandó a llamar a la
Srta. Carmen y la retó como a un cabro.
XXVII
Me daba pena la Srta. Carmen que tenía como hipo y miraba todo el tiempo
sus uñas. Yo encuentro que su idea fue muy buena porque nunca se nos va a
olvidar la Batalla de Rancagua.
Usted decía que nunca se iba a olvidar del día de ayer, pero es mejor que lo
olvide… —le dije.
Yo me puse como tomate y sentí una rabia atroz en la cabeza. ¿Qué le había
hecho yo para que viniera a darme un beso y a dejarme en vergüenza delante
de todos? ¡La vida es muy injusta!
Cuando volví a mi asiento, sentí como todos me tiraban besitos en secreto.
Tenía más rabia que un volcán.
—Sabían los patriotas que en la Argentina, don José de San Martín estaba
luchando también contra los realistas. Los argentinos igual que los chilenos
querían ser libres. Y O'Higgins y muchos patriotas se fueron a la Argentina
para luchar con ellos. O'Higgins y San Martín se parecían por lo valientes.
—Entre los chilenos patriotas que llegaron a la Argentina había uno que le
gustó mucho a San Martín por su habilidad y por su audacia. Era Manuel
Rodríguez.
—Otro día llegó a casa de un jefe realista vestido de panadero y le dejó el pan
sin que sospecharan que era él.
ESA NOCHE, mientras estaba feliz durmiendo, desperté con la rabia del día
antes. Oía besitos de los chiquillos riéndose de mí. También sentía en la oreja
el secreto de la Srta. Carmen. ¿Para que me lo dijo? ¿Qué me importaba a mí
que "´Él la amara"? Eso es lo malo de todas las mujeres. Lo único que les
importa es el amor. Me dio tanta rabia con ella que me desvelé…
Pero la Srta. Carmen tocó la campana y nos encerró en la clase como si nada
pasara.
—Cuando has almorzado bien, no deberías comer nunca más… —dijo ella—.
Son tonterías. Volvamos a Manuel Rodríguez. ¿Dónde preparaba él su
batallón? ¿Dónde estaban San Martín y O'Higgins?
Nadie contestó.
Pero los patriotas chilenos estaban resueltos a ganar la batalla. Una lluvia de
fuego, sablazos, lucha cuerpo a cuerpo. Parecían soldados de hierro y los
realistas no tuvieron más remedio que arrancar. Ahí quedaron tendidos sus
caballos, sus armas, los prisioneros, los muertos y los heridos. La batalla de
Chacabuco había sido ganada por los chilenos.
—No todavía. O'Higgins fue elegido Director Supremo de Chile, que es más
que un Presidente. Eso fue el año 1817.
—Tres veces impresionante —dije yo—. Pero yo creo que O'Higgins eligió el
12 de febrero para la Jura de la Bandera porque era más fácil para nosotros
recordarlo. Porque el 12 de febrero se ganó la batalla de Chacabuco, y el 12
de febrero se fundó Santiago. Era un día bien conocido.
—Cuando supo esto O'Higgins, partió con San Martín a defender su ejército.
Acamparon cerca de Talca, en Cancha Rayada y estaban arreglando su
posición, cuando se les vino encima el ejército realista. Estaba oscuro y era
una confusión. Los patriotas trataron de defenderse, pero era difícil en la
oscuridad de la noche y sin conocer el terreno. El caballo de O'Higgins cayó
muerto y el propio General recibió un balazo en el brazo derecho. No había
más solución que dispersarse. Este fue el desastre de Cancha Rayada.
XXIX
ME DIO TANTA RABIA ese desastre que no podía pensar en otra cosa.
—Totalmente libre.
—¿Y cómo?
—Otra, la decisiva.
—¿Decisiva? —pregunté.
—Decisiva quiere decir la que le dio el triunfo a los patriotas. Fue el día 5 de
abril. Esa mañana San Martín en persona dirigió la batalla. Fue una pelea a
muerte y duró muchas horas.
—¿Y O'Higgins?
—¿Decisiva? —pregunté.
—La última batalla, Papelucho. No te olvides, fue el 5 de abril. Ese día, a las 6
de la tarde, había en Maipú 500 muertos y dos mil prisioneros realistas.
Desde ese momento Chile era completamente libre.
—¡Por fin! Ya veía que me iba a salir con otro desastre. Así que Maipú es
tremendo de importante. Y yo ni lo conozco siquiera. ¿Está muy lejos?
—Pero entonces no cumplió su palabra, porque total sólo hace poco que lo
hicieron.
La señorita Carmen salió al patio del recreo y palmoteó las manos para
llamarnos a todos:
—Les tengo una sorpresa —dijo sonrisosa con dientes multicolores—. Mañana
iremos a conocer el Templo de Maipú. Pueden traer algo para hacer pic-nic,
porque no habrá clase. Conocerán el campo de la batalla que dio la libertad a
Chile.
Todos aplaudimos y decidimos revivir la Batalla de Maipú tal como fue, bien
peleada y bien ganada. Después entraríamos al Templo a darle gracias a la
Virgen del Carmen y rezar una buena Ave María.