Sol en Dias de Lluvia

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SOL EN DÍAS DE LLUVIA

La primera vez que los vi fue en casa de mi abuela, a decir verdad, parecía ser una encantadora
noche, con fantásticos sueños, pero fue todo lo contrario porque los vi, no recuerdo
exactamente la hora que era, pero sé muy bien que ya era más de media noche. Me había
despertado repentinamente y algo captó toda mi atención, desde la puerta entreabierta de la
habitación, se llegaba a apreciar las luces de la sala, pero por otra parte, logré ver con mucha
claridad a dos sombras mirándome con unos grandes ojos luminosos, una de ellas parecía
tener un corte al estilo melena, era una mujer, mientras que el otro tenía un corte común de
varón, me quedé mirándolos durante un largo tiempo, quería gritar, quería salir corriendo a la
otra habitación donde se encontraba mi abuela pero algo me lo impedía, no sentía miedo,
realmente no sentía nada, solo sentía la necesidad de querer verlos, ¿acaso me había vuelto
loca? Luego me volví a acostar en la cama, como si no hubiera pasado nada y me quedé
profundamente dormida. Ahí comenzó todo.

Unos años después a los 11 años de edad, me encontraba muy delicada de salud, había
amanecido y yo sentía debilidad en todo mi cuerpo, no deseaba despertar, pero debía hacerlo,
no porque yo quisiera, sino porque mi mamá vino a mi habitación y me dijo –Vamos,
levántese, si no hace nada empeorará- y salió de mi habitación, estuve unos minutos pensando
si realmente debía salir y cuando estaba por hacerlo, lo vi, era una sombra grande, no tenía
cabeza, me miró y comenzó a hablarme, comencé a conversar con él, parecía ser una muy
buena sombra, estuvo conmigo toda la tarde, cuando ya estaba por anochecer y estábamos
tomando té con mi madre, le conté sobre aquella sombra, su cara se puso pálida, ella estaba
muy asustada -¿A-Aun lo ves?- Me preguntó. Yo le respondí que no, que ya lo había dejado de
ver, claramente era una mentira, yo lo seguía viendo y hablando con él, pero era claro que mi
madre había pensado que estaba delirando y no iba a actuar de una buena manera.

Pasaron las semanas, ya me encontraba bien de salud y Maycol (ese era el nombre de la
sombra) se volvió mi mejor amigo, juntos íbamos a todos lados, estaba muy feliz de tenerlo,
con él me sentía cómoda y podía contarle todo lo que yo quisiera, pero me preguntaba ¿por
qué las otras personas no podían verlo ni escucharlo? Después de todo Maycol era una sombra
muy amable y bondadosa, me subía mucho la autoestima y podía contar con él para todo lo
que yo quisiera.

A los 13 años de edad Maycol me abandonó, me dejó sola, no me dijo ni dónde iría ni tampoco
por qué se estaba yendo y lo peor, no me dijo si volvería. De un día para el otro desapareció
completamente. Pero debo de confesar que estaba comenzando a ver otras sombras antes de
que él se fuera, ellos si daban miedo, eran demasiados, ¡los veía en todas partes! Había una
sombra que parecía ser una mujer alta y delgada que caminaba por toda la cocina, habían
varios que me hacían asustar, creo yo que les gustaba molestarme, todos ellos eran mudos, no
hablaban, solo se me quedaban viendo. Poco a poco con el tiempo comencé a acostumbrarme,
ahora para mí era normal verlos en mi casa, en las calles, en el colegio y otros lugares más a los
que frecuentaba ir. Pero hubo una vez que realmente me asusté, las sombras comenzaban a
tomar forma; varias veces creía que eran seres humanos verdaderos y habían otras se
convertían en cosas súper irreales; volaban seres monstruosos con extremidades peculiares.
Estuve pensando durante algunas semanas si debía pedir ayuda porque realmente ya no los
quería ver hasta que tomé la decisión de contarle la verdad a mi mamá.
Estábamos en la sala viendo una película y comiendo palomitas. Cuando finalizó la película,
con lágrimas en los ojos le conté todo lo que me estaba pasando, joder, hasta llegué a
tartamudear por algunos minutos, después de haberle contado casi todo ella me dijo: -
Seguramente todo esto te pasa porque no crees en nada y solo ves documentales o videos de
terror- Bueno, es verdad lo que mi madre dijo, pero yo no veía la necesidad de creer en algo. A
veces me pregunto ¿Por qué las personas siempre necesitan algo en que creer o culpar? Yo en
lo personal no necesito algo en que creer, solo quiero vivir la vida a mi manera, no me interesa
si otras personas me juzgan, yo decido mi forma de vivir, tampoco siento la necesidad de
culpar a alguien por mis o los problemas en general, después de todo los problemas son
temporales si todos cooperamos para solucionarlo sin echar la culpa a otro lo lograremos
solucionar en un corto tiempo. Y sí, me encanta ver videos o documentales sobre psicópatas,
muertes a lo grande, asesinatos, casos paranormales, etc. En lo personal para mí es algo re
interesante porque hay cosas que realmente rebasan los límites de entendimiento de la gente.
Entiendo que mi mamá le haya echado la culpa a eso pero no estoy segura que vea sombras
por culpa de eso.

Una semana después de haberle confesado todo lo que me estaba ocurriendo me llevó a un
psiquiátrico, la psiquiatra me hizo bastantes preguntas, me sentí un poco incómoda, jamás
había conversado sobre esto con alguien. La doctora me diagnosticó esquizofrenia, ansiedad y
depresión. Me dio unas gotas para la esquizofrenia, unas tabletas antidepresivas para la
depresión y otras tabletas para combatir la ansiedad.

Mi mamá decidió llevarme donde un grupo de personas que combatían esto de las
enfermedades mentales gracias a la palabra de Dios llamado “almas inmortales”, como no
tuve otra opción no me quedo más que asistir a aquel sitio para enfermos. Cuando llegué ya
había unos cuantos jóvenes de mi edad, ninguno era de mi agrado y la verdad no estaba en
busca de nuevas amistades o peor, una relación. Pensándolo bien, jamás tuve una pareja
porque todo me daba igual tal como ahora. Después de escuchar una breve presentación de
bienvenida de nuestro consejero, nos sentamos en mesas para dos ¡vamos! no había otro
compañero para que se siente a mi lado, creo que fue lo mejor que me paso en el día hasta
que llegó un chico alto, delgado y obviamente impuntual, sin mostrar sentimiento de culpa por
llegar tarde miró las mesas hasta encontrar la mía, se acercó, me miró y se sentó. Lo ignoré
totalmente, no quería verlo, simplemente no era de mi agrado.

Ahora el momento más incómodo, presentarnos. Cuando llegó mi turno me pare y dije –
Buenos días, mi nombre es Ginna Zacchetti, tengo 16 años y sufro de esquizofrenia, ansiedad y
depresión, gracias- procedí a tomar asiento. Ahora le tocaba a mi compañero de mesa se paró
y dijo –Hola, ehm soy Darien Alessandrini, tengo 18 años y sufro de trastorno de personalidad-
su voz era agradable, no me había dado cuenta que lo estaba mirando a los ojos, cuando tomó
asiento me devolvió la mirada y me quede apreciando sus ojos, eran marrones oscuros,
grandes y tenían algo que no podía explicar –¿es el primer día y ya te gusto?- me dijo con una
sonrisa burlona –jaja idiota, ya quisieras- le respondí. Nos quedamos sin decir una sola palabra
hasta el fin de las clases de reflexiones para enfermos. Salí afuera y mi mamá ya me estaba
esperando, estaba caminando hacia el coche y una voz conocida me gritó –¡Ginna, ¿no quieres
ir a tomar café? Conozco un lugar cerca!- Me di la vuelta y era el idiota de Darien, lo miré con
una mirada furiosa, y le dije a mi mamá que esperara un momento, fui hasta donde estaba él y
le dije –Te voy a matar, literalmente mi mamá escuchó todo!- y me respondió -¿sí o no?- le dije
-¿qué?-qué le pasaba a este tipo –tonta, irás o no?- tonta yo? Ja –uhm ¿y qué pasa si me
secuestras, me matas y vendes mis órganos?- -Te dejaré a salvo en la puerta de tu casa, lo
prometo -¿cómo podría confiar en una persona que acabo de conocer? Literalmente solo sé su
nombre y su edad –uhm… no iré, quizás en otra ocasión- y me di la vuelta en dirección al carro
de mi madre sin mirar atrás. Mi mamá inmediatamente preguntó ¿quién es ese joven? Yo le
respondí que era un idiota, después de eso no se habló más del tema.

Había pasado una semana y debía volver a aquel lugar de “almas inmortales” al entrar en el
salón vi a Darien sentado en nuestra mesa con sus audífonos puestos, caminé hasta la mesa y
al sentarme noté que él estaba tarareando una canción, raramente se me hacía conocida, le
pregunté qué canción estaba escuchando, me volteó a ver, me sonrío y me dijo que

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