Resumen Unidad 1
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perspectivas
Introducción:
La cuestión común con otras iniciativas en otras áreas de aprendizaje pero que, en algún
punto, resuena más grave en el caso de la alfabetización. En muchos casos, como hemos
desarrollado en otros sitios, más que la persecución de niveles de “excelencia” educativa nos
encontramos aún desvelados por lo que hemos llamado niveles de subsistencia educativa (cf.
Baquero, 2001).
En nuestro país esta situación habla de una indudable gravedad pero de signos aún
esperanzadores. La gravedad sigue dada por los indicadores habituales de fracaso no siempre
reflejados en nuestras estadísticas con toda su crudeza: abundancia de alumnos que han
repetido, han sido expulsados silenciosamente del sistema o que han progresado en los años
de escolaridad pero no se han apropiado de las herramientas esperadas, incluido aquí, desde
luego, su acceso a una alfabetización digna.
Diremos que estos alumnos en general y no casualmente de sectores populares, en cierto
aspecto, sí, han sido estafados. Frente a esto, resulta alentador, sin embargo, encontrar que
tenemos aún altas tasas de escolaridad inicial.
Pero resulta oportuno señalar, en especial, que tales estrategias debieran plantearse con el
especial cuidado de no reforzar el estigma y la etiqueta casi inevitable que pesa sobre los
alumnos que “han fracasado” en uno o sucesivos intentos por aprender a leer y escribir.
Etiquetas que, muchas veces, sin advertirlo, ordenan nuestras miradas en las aulas, en los
equipos psicoeducativos, en el espíritu de muchas iniciativas institucionales cuando no en
instancias de políticas públicas.
No se intenta “compensar” una educabilidad vulnerada sino indemnizar con justicia a niños y
jóvenes con los que no supimos ordenar prácticas educativas potentes. Y que, en muchos
casos, tuvimos la crueldad de atribuir a sus supuestos déficits o a su condición social las
razones de su fracaso. Esa es una violencia enorme que afecta ya no sólo las condiciones
objetivas de vida de los niños y jóvenes, de por sí muchas veces dura, sino que penetra muchas
veces sobre las expectativas de aprendizaje que puedan trazarse ya que convence a los sujetos
–y en muchos casos a nosotros mismos- de que no son capaces.
Muchas de las iniciativas tendientes a incluir a alumnos ya expulsados o a trabajar con los que
muestran trayectorias escolares difíciles, con repitencias, abandonos temporales del sistema,
asistencias intermitentes o bajos rendimientos -y que han acumulado esa curiosa nueva
enfermedad escolar que llamamos “sobreedad”-, es triste constatar, decimos, que esos
programas tienen que partir de convencer, por partida doble, a algunos docentes acerca de
que los alumnos podrán aprender y, más triste aún que esto, deben convencer, mostrar, hacer
pasar por la experiencia de que sí pueden aprender, a los propios alumnos.
Así como nuestra escuela puede generar espacios potentes para el desarrollo de los sujetos y
el despliegue de sus vidas, puede tener también con enorme eficacia el poder de confirmar
destinos inexorables, ya de pequeños.
El primer giro coincide con el ascenso de las posiciones constructivistas de tipo piagetiano y el
progresivo ajuste protagonizado desde las posiciones piagetianas a la naturaleza de la escritura
como objeto a la atención a los procesos de interacción como unidad de análisis.
Esto implicaba atender a las modalidades de construcción de los sujetos puestos en escena, es
decir, en interacción con objetos específicos.
Esto implicó una recuperación de los aspectos más potentes de la perspectiva piagetiana como
los aspectos funcionales del desarrollo.
En el terreno algo más específico de la agenda psicoeducativa hubo un gradual pero drástico
giro en la complejización de las unidades de análisis, ya era claro que se abandonaba la idea
del individuo como unidad y se desplazaba a la interacción S-O.
En cierto modo esto llevó a hacernos cargo de que si nuestro sujeto era un alumno, nuestro
objeto un contenido y que la apropiación se veía posibilitada o impedida por un maestro o una
estrategia de enseñanza o disposición curricular, esto se trataba de un aprendizaje en el
contexto escolar, esto era una escuela.
De modo que un objeto no es el mismo objeto ni el sujeto es, en sentido estricto, el mismo
sujeto, en el sentido de que no está en la misma posición subjetiva, de acuerdo a la naturaleza
de la situación.
Con este giro primero ya encontramos herramientas, que se desplegaron en los hechos y
permitieron leer las dificultades para aprender (o enseñar de otro modo).En primer lugar,
muchos de los errores o trastornos supuestos de aprendizaje podían explicarse según su
consistencia con los momentos de construcción acerca del objeto escritura porque pasara un
alumno; en segundo término, gran cantidad de las demoras y dificultades de la adquisición
escolar de la escritura, pasarían por el despliegue de estrategias de enseñanza poco sensibles o
ignorantes de aquellos procesos constructivos.
Del mismo modo, las dificultades para aprender podían entenderse sobre la base de la historia
pobre o variada de los sujetos con el objeto escritura y no sobre la sospecha primera de la
portación de algún déficit madurativo, lingüístico o cultural.
Puede decirse que este giro realzó la necesidad de atender al nivel psicodidáctico de análisis e
intervención, es decir, al plano de las interacciones concretas de los sujetos con el objeto
escritura concreto y en el marco de las intervenciones inevitables y complejas que debían
desplegar los docentes.
El logro de aprendizajes significativos portaría la clave de la posibilidad de evitar el fracaso o
lograr buenos aprendizajes.
La enseñanza de tipo constructivista mostró que portaba una suerte de crítica, implícita o
deliberada, al formato escolar de aprendizaje que produce posiciones de relativa pasividad
frente a la construcción de conocimientos y que resulta, sin duda, atravesado por la dificultad
de lograr formas genuinamente motivadas de aprender.
Segundo momento: el giro situacional del sujeto a la situación (en tanto escolar).
El giro situacional refiere, como se señaló, al ascenso de los trabajos vigotskianos o neo
vigotskianos en el campo de la psicología del desarrollo y educacional aunque en diálogo, en
cierta forma, con otros trabajos cognitivos y piagetianos.
más allá de las observaciones críticas que podían hacerse a las prácticas de enseñanza
tradicionales, el mero hecho de estar escolarizados provoca efectos notables sobre la vida
cognitiva de los sujetos.
Desde ambos giros de importancia en psicología educacional sostendré que hemos quedado
limitados, muchas veces, a un escenario de tipo psicodidáctico, donde a las interacciones de
tipo S-O abordadas ahora en su complejidad y sutileza hemos “añadido”, en parte, el problema
de las interacciones sociales que suponemos auspiciantes del aprendizaje y desarrollo.
Algo de esto se ilustra en torno a las discusiones sobre los alcances y límites de la categoría de
Zona de Desarrollo Próximo o, más específicamente, sobre las interpretaciones “tipo
andamiaje” que se han desarrollado sobre ella o la idea de una “ayuda ajustada”.
Sin embargo, diremos que hay cierto límite muchas veces en la figura de una suerte de
individuo auxiliado por la actividad intersubjetiva/pedagógica que no permite atrapar con
seriedad que se trata de un sujeto apropiándose de una práctica cultural compleja,
participando de ellas.
Nuestros modelos de desarrollo psicológico poseen herramientas que nos permiten ver que el
desarrollo no es sólo un sofisticado proceso de cambios de las representaciones mentales
individuales internas de los sujetos –lo que constituye un nivel de análisis consistente y que
podemos, y a veces debemos, constatar en nuestras prácticas evaluativo-escolares- sino que
estos cambios deben considerar como problema que sólo pueden explicarse entendiendo que
se producen en el seno de actividades culturales específicas y complejas.
El giro en las unidades de análisis de ambos paradigmas, que nos llevan a escapar del mito del
individuo y de las miradas escisionistas en la explicación psicológica, abren la puerta para
comprender que las posibilidades de aprendizaje de los sujetos se definen no sobre la sola
base de las supuestas competencias y capacidades individuales, sino sobre esa combinatoria
compleja que expresan las relaciones entre sujeto y situación.
Los sujetos que “aparecen” como incapaces de aprender, de modo tan masivo y curiosamente
pertenecientes a los sectores populares, expresan, sin duda, historias de aprendizajes previos
diferentes a las esperadas o, como decíamos, de extrema pobreza, no ya sólo en sus
condiciones de vida sino en la baja intensidad y riqueza de sus experiencias escolares
acumuladas.
con vistas a desnaturalizar nuestra mirada sobre la escuela, y sobre los sujetos que la escuela
produce, es necesario ponderar las características peculiares del proyecto escolar como
proyecto social.
Puede decirse que los procesos de escolarización masiva se orientan a producir un efecto
formativo sobre una niñez que es vista como relativamente dócil. Una niñez puede ser vivida
de muy diversos modos, no sólo a título de nuestra individualidad, sino por la diversidad de
maneras culturales de otorgar tratamiento a la niñez.
es cierto que culturalmente sancionamos como no deseable, como lugar no natural, el del niño
de la calle, el del niño separado del cuidado de los adultos y de la escuela, fuera de los
procesos "naturales" de crianza y escolarización.
La escolarización parece, por tanto, una manera -entre otras posibles- de dar tratamiento a la
niñez; una manera en ocasiones violenta, ya que implica obligaciones de asistencia,
permanencia, trabajo, logros, para evitar sanciones, en especial la del fracaso.
El proyecto escolar involucra decisiones sobre la vida de los sujetos, sobre sus márgenes de
acción, sobre la manera en que forjaremos su identidad.
Las decisiones políticas sobre la vida de los sujetos, sobre sus márgenes de acción, etc, se
toman, en buena medida, con base en criterios de educabilidad legitimados por
argumentaciones psicológicas que juzgan sobre la inteligencia, la capacidad intelectual, la
salud mental y la normalidad de los sujetos.
"A partir del momento en el que todos los niños van a la escuela, se buscará diferenciar
aquéllos que se adaptan a ella y los que no lo logran, y respecto a estos últimos las causas de
su inadaptación, los diversos tratamientos realizables y para cada uno de los tratamientos, la
estructura que sería preciso dar al establecimiento encargado de aplicarlo"
Esta legitimación de las prácticas pedagógicas por la psicología produce el sentido común del
que hablábamos al principio de este apartado, y que nos hace considerar la escolarización
como un contexto natural del desarrollo del niño.
Nuestro esfuerzo innovador no deja de encontrarse una y otra vez con determinantes duros de
las prácticas escolares, como la organización graduada, simultánea, obligatoria, etc. Y aún si
pudiéramos introducir cambios de fondo en algunos de estos determinantes duros, no
podríamos hacerlo sin ponderar y conservar las reglas de juego que las prácticas escolares
definen para la producción de conocimientos y saberes, y para la producción de cursos
específicos en el desarrollo infantil.
Las características que poseen las prácticas escolares, en cuanto inciden no sólo en los
procesos de construcción de conocimientos, sino en la producción de cursos específicos del
desarrollo cognitivo.
La escuela se propone una serie de logros sobre las poblaciones PERO no debe hacernos
olvidar que la razón de ser de la escolarización es el logro de rendimientos relativamente
homogéneos sobre una población relativamente heterogénea.
El terreno sobre el que opera la acción docente es el grupo de clase. Este terreno de
operaciones será lo que defina en buena medida el rango y las características de las acciones y
tareas probables. (DETERMINANTE DURO). este determinante duro impacta de manera
diferencial sobre poblaciones diferentes, siendo conocido que ciertos grupos.
La regulación del uso del tiempo resulta un poderoso organizador de la actividad escolar en
múltiples niveles. La repetición, la regularidad, la redundancia, y por otro, la variedad, la
improbabilidad, la complejidad, y afirma que, aunque ambas dimensiones caracterizan la
organización escolar. La propia estructura gradual de los currículos presupone la inversión de
tiempos relativamente regulares u homogéneos para el alcance de logros específicos.
La escuela excede el ámbito témporo- espacial con el que el niño tiene oportunidad de entrar
en contacto en su vida cotidiana.
Las actividades escolares, por otra parte, definen obviamente de manera sistemática los
contenidos y tareas que regularán el trabajo, distribuyendo posiciones subjetivas
determinadas. Tales posiciones resultan canónicamente las de alumno y docente. Estas
posiciones poseen un rango de comportamientos posibles, es decir, un código de conducta
que regula el propio comportamiento y las relaciones intersubjetivas.
Tanto docentes como alumnos están sujetos a la necesidad de obtener ciertos logros en
ciertos tiempos y con ciertos recursos.
Debe reconocerse que con relativa frecuencia la enseñanza escolar propone la apropiación de
rutinas, prácticas, información, de dudosa filiación con las ciencias, las prácticas sociales
existentes extra-muros y aun los propósitos expresados formalmente en los currículos.
Es en relación con este primer aspecto que ha venido a ser una preocupación corriente la
dificultad de relacionar las prácticas escolares con los fines que supuestamente debe perseguir
la escuela; la preocupación por el hecho de que la institución escolar deja de ser una instancia
mediadora entre ámbitos diversos de la cultura y los sujetos, y crea una cultura propia que
acaba tornándose un fin en sí misma.
En segundo término, debería reconocerse que las prácticas escolares implican necesariamente
un quiebre en la cotidianeidad de los sujetos, ya no en el sentido de mundos remotos que se
presentan, sino en el sentido de quiebre con las prácticas y contextos de crianza.
La artificialidad de la escuela no parece ser tanto un desvío o precio a mitigar como una
cuestión a explicar y a gobernar, dado que revela la naturaleza particular de un contexto capaz
de producir considerables efectos sobre la cognición de los sujetos.
La ficción que se sostiene en esta última consideración es que la naturaleza del aprendizaje
escolar consiste en la interacción de sujetos con objetos de conocimiento específicos, en
condiciones institucionales que en todo caso son "ruidosas".
Los análisis de las dos últimas décadas han tendido a complejizar el enfoque, tratando de
captar la multiplicidad de dimensiones que atraviesan la acción educativa.
Los sistemas didácticos se constituyen al comenzar cada año escolar, cuando alrededor de un
saber definido generalmente por los programas de estudio, se establece entre enseñantes y
alumnos un contrato que rige un proyecto compartido de enseñanza y aprendizaje.
La introducción de un tercer elemento (el saber a enseñar) en la vieja díada docente/ alumno.
Para sistemas explicativos diádicos que habían desconsiderado la especificidad del saber, sin
duda la introducción de este tercero en la relación escolar constituyó una pequeña revolución.
A su vez, obligó a reformular los presupuestos psicológicos en que se basaban los modelos
didácticos. Aún los modelos que, como el psicogenético, otorgaban una identidad específica al
objeto en el proceso de conocimiento. La difusión de la tríada como modelo de análisis del
aprendizaje escolar obligó a introducir esta especificidad, la que fue recogida por las corrientes
psicológicas, en especial por la psicogenética.
el mismo Mialaret había mostrado en su agudo análisis que son tantas las tríadas (él mismo
identifica ocho): primera tríada: educador/ alumno/ saber en general • segunda tríada:
educador/ alumno/ materia • tercera tríada: educador/ alumno/ escuela paralela o la no
escuela • cuarta tríada: educador/ alumno/ padres • quinta tríada: educador/ alumno/ otros
educadores • sexta tríada: educador/ alumno/ sociedad • séptima tríada: educador/ alumno/
instalaciones materiales y condiciones de vida • octava tríada: educador/ alumno/ material y/o
apoyos de la enseñanza.
estos desarrollos han seguido recurrentemente distinciones propuestas por Leontiev, entre
niveles de análisis diferenciables:
• en un segundo nivel, deberían ubicarse las acciones, como componentes de la actividad pero
orientadas al logro de ciertos fines
Como ha señalado Engëstrom, los componentes que intervienen en una actividad consisten al
menos en: (VER PAG 12)
el sujeto de una actividad escolar no es el sujeto abstracto, definido, por ejemplo, en nuestros
modelos evolutivos, sino un sujeto constituido en el seno de esta actividad escolar: el alumno.
La posición del sujeto está definida ahora por el conjunto de relaciones que se enuncian. El
status de un alumno sólo es comprensible en función de las reglas de comportamiento, de
conducta, que se han definido en el seno de una comunidad, y en buena medida en virtud de
los criterios adoptados para la división de tareas. Un alumno se define por la posición que
ocupa en un dispositivo de distribución de tareas y de lugares o jerarquías para la definición de
las tareas mismas.
Situarnos, pensarnos
Estas múltiples respuestas muestran que, lejos de ser lineal y acotada, sólo referida a
conflictos y voluntades individuales o emergentes imprevisibles, la tarea de los equipos se
diversifica, se amplía, requiere de la realización de varias lecturas y aportes interdisciplinares
en torno a un espacio común. El objeto de trabajo de un equipo no es uno, ni fijo ni
inamovible, se amplía desde el habitual “problema del alumno/a” a un particular entramado
subjetivo e institucional que constituye muchos, posibles, objetos de trabajo. Por ese motivo,
las unidades de análisis a constituir trascienden al “sujeto problema”, a la relación conflictiva
entre dos o en un grupo, y siempre están contextualizadas en la escuela como espacio
específico.
Los equipos son convocados al espacio escolar para ordenar lo que se vive como desordenado,
dar respuesta a lo que aún no tiene preguntas en las instituciones educativas contemporáneas.
Al mirar la tarea de los equipos de orientación, no podemos dejar de situarnos en una trama
organizacional/institucional, histórica, situada; y a la vez, no podemos dejar de pensar la
posición de quien interviene –su particularidad en relación a otras posiciones–, así como el o
los objetos de trabajo que la ocupa.
la presencia del equipo de orientación ayuda a construir otras demandas y a problematizar las
miradas sobre la escuela, los alumnos, los dispositivos. En la construcción del problema con
otros se habilita un espacio de pensamiento y escucha donde se visibiliza lo que aparece
inadvertido, se abren preguntas con mayores niveles de problematización.
gran desafío de este tiempo es el de buscar, definir y sistematizar formas de intervención que
den cuenta de un doble movimiento: y por un lado, sostener con firmeza principios que
garanticen la educación como derecho para todos y todas; y su vez, abrir, cuestionar, habilitar
y reconfigurar las maneras de mirar, y ofrecer espacios de encuentro entre quienes enseñan y
quienes aprenden, quienes dirigen las escuelas y quienes llegan a ella para ser educados.
Los equipos dicen que su trabajo incluye o puede incluir acciones de este tipo:
La intervención institucional no se circunscribe a los sujetos en sí, sino que puede delinearse ya
sea como estrategia ante problemáticas puntuales como abordaje de temáticas de interés para
la comunidad en el marco de proyectos educativos.
Los dispositivos que nos interesan son aquellos que se inscriben en intervenciones
institucionales, no son dispositivos de formación en sentido estricto, ni dispositivos
pedagógicos, en un sentido acotado. El dispositivo de intervención, pensado en esta clave, no
es un conjunto de actividades, aunque puede implicar actividades que resultan siempre ligadas
entre sí, y pueden incluir dispositivos de formación, es decir, modalidades de encuentro entre
estudiantes, docentes y saberes pero su articulación y su dimensión institucional hacen a su
especificidad.
El riesgo de todo dispositivo es que se fije de tal modo que nos olvidemos de reflexionar sobre
él y se naturalice como única posibilidad de generar lo que se propone.
La intervencion psicoeducativa
Eduardo de la Vega
Los equipos de orientación escolar derivan de un organismo creado en 1948 por la dirección
general de escuelas de la provincia de Buenos Aires destinado a la primaria común.
En la década de los cincuenta los primeros dispositivos destinados a niños de aprendizaje lento
se le suman a esto asistentes sociales y foniatras creando así los primeros gabinetes
psicológicos.Cuya finalidad era la investigación educativa y asistencia de niños con dificultades
asesoramiento docentes y orientación vocacional profesional.
Los equipos de orientación intervienen las escuelas primarias nivel inicial en medio realizan
acciones de orientación articulación y atención a la diversidad investigación educativa y
promoción de la comunidad.
Encuadre teórico el enfoque preventivo e interdisciplinario un abordaje sistémico organizativo
Los equipos de orientación escolar pretenden trabajar junto a los equipos de la infancias en
riesgo primera infancia y centro de orientación familiar.
El asesoramiento institucional: que es una práctica situación que demanda un saber experto
especializado y encuadres previas de intervención
Clínica y educación