Coger Sin Querer y Sin Decir Que No
Coger Sin Querer y Sin Decir Que No
Coger Sin Querer y Sin Decir Que No
La barra del bar atestada de gente y la conversación divertida con las amigas. Me
acomodo las tetas en el escote de la camiseta que llevo. No quiero que se vean
mucho, pero tampoco que no se vean. El pelo, los labios, la conversación. Todo
lo que era salir de levante en un bar porteño un viernes cualquiera. Me gustaba
salir de levante porque, por desgracia, me gustan los hombres.
Veo un chico que me interesa. Está con todos sus amigos. Le sonrío, bato el pelo
para todos lados: miradita fija-cabeza ladeada-sonrisa-mirada fija. No falla. Se
me acerca. Charlamos un rato largo. Me gusta. En la euforia de la noche -que
suele exagerar y abrillantar emociones- me gusta muchísimo. No sé todavía para
qué, o qué quiero, pero ¿Tengo que saberlo? Al entablar una conversación con
alguien en un bar o coquetear por alguna red social ¿estoy obligada a definir mis
intenciones y suponer las suyas a priori?
Me dice que vayamos a su casa a tomarnos una cerveza porque el bar está por
cerrar. Lo pienso un segundo, pero le digo que sí. Quiero seguir dándome besos
con él y quiero, por supuesto que quiero, otra cerveza. No estoy borracha, pero
tampoco estoy sobria.
Me siento vulnerable y extraña, pero en ningún momento dije que no. Sé que no
lo dije y sé que él también sabe que no lo dije. Sin embargo me pregunto cómo
no registró mi incomodidad, cómo no se dio cuenta de su insistencia y de su
tamaño y de la puerta cerrada de su casa y cómo no se dio cuenta de que yo me
escabullía como un gato por todo su sillón. Me pregunto si, de haberse dado
cuenta, si al haberme tocado y haber notado la absoluta sequedad, si de haber
escuchado la cantidad de veces que le dije “con calma”, “despacio”, “vamos más
despacio” -pero muy entre risa y coqueteo, es verdad- la cosa habría sido distinta.
Si él me hubiera preguntado una sola vez: “¿tienes ganas de coger conmigo?”
“¿tienes ganas de que te toque?” ”¿Así?” “¿Qué te gusta?”, yo le habría dicho
que no, o quizás estaba esperando una contrapropuesta del tipo “podemos dormir
un rato y ya” y no esa presión imbécil por no hacerle perder el tiempo a un tipo y
dejar ahí toda posibilidad de pasarla bien, porque finalmente yo accedí a ir a su
casa, pero en ningún momento la propuesta fue explícitamente a coger. El
eufemismo enturbió toda honestidad de intención. O quizás habría dicho que sí
igual, pero decididamente habría sentido que tenía más opciones que el desenlace
que a él le pareció el único posible a partir de que yo accedí a ir a su casa cuando
recién lo conocía. Sé que él piensa eso, pero yo me quería tomar una cerveza y
quería seguir charlando, porque me estaba divirtiendo de verdad, aunque no lo
dije, la realidad es que no lo expresé. Sé que él tampoco tiene la responsabilidad
de contemplar esas variables. O sí. No sé. Me habría gustado sentir algo más que
incomodidad durante toda la noche. Me había gustado que todo eso hubiera sido
con-sentimiento en lugar de resignación.
Fue una noche de mierda, pienso. Una más. Tampoco es novedad y al menos no
me pasó nada “grave”. Siento un poco de incomodidad y una desazón que no me
es difícil distraer con otro pensamiento y olvidar. Pasó algo que yo no quería,
pero no pude decir que no quería. No fue culpa de ese chico, pero decididamente
la culpa tampoco fue mía.