No Voy A Enseñarte A Que Me Quieras

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La bronca es uno de los sentimientos más complejos.

No logro explicarlo con palabras,


y eso que soy buena con ellas… Por la cabeza me pasan mil cosas: la discusión del ayer,
o como él le dice ‘el debate’; mi estúpido carácter de mierda, acompañado de su
orgullo, porque aunque él lo niegue, es orgulloso.

El sentimiento empieza como un calor en la nuca, después se traslada a la oreja y una


voz que me dice lo que debería contestar. A veces me muerdo los dientes para callarme,
o aprieto los puños; y otras, cuando me siento valiente, suelto exactamente lo que esa
voz me dicta. Después se me acelera el corazón, siento la adrenalina que me corre por
las venas… Me siento viva.

Y no tiene que ver con que las demás sensaciones no me hagan sentir viva, sino con que
la liberación de la bronca en esas palabritas es tal que se me alivia el pecho, que ya no
tengo esa opresión que me pusieron, que ya soy una pluma en el viento.

En una que otra oportunidad confundí la bronca con frustración, igualmente creo que
ahora es una mezcla de ambos. A veces siento que son la misma cosa, porque una
conlleva a la otra. A veces siento tanto que ya no sé qué más puedo sentir.

Me da bronca su actitud, me da bronca su falta de comprensión, me da bronca que no


me entienda cuando hablamos, y tampoco cuando gritamos. Me da bronca que gritemos,
me da bronca que lloremos y después nos abracemos. Me da bronca dejarlo entrar tanto
a mi vida, me da bronca que me conozca tanto. Por sobre todo, me da bronca que
incluso conociéndome tanto, siga sin entenderme.

Me da bronca caer en la realidad. Me da bronca que sea exactamente lo que quiero y


que igual, yo no sé cómo estar feliz. Me da bronca que él no sea suficiente, pero mucha
más bronca me da, yo no ser suficiente.

***

Nuestra relación siempre fue compleja, quizás porque los dos somos complejos y como
marginales que somos, no quisimos caer en las reglas de la sociedad. Nos movemos con
las nuestras. Las vamos definiendo sobre la marcha. Así surgen los quilombos.

Me resulta complicado describir a Facundo. La parte física es sencilla pero su ser es


demasiado complejo para nuestro lenguaje.

Facundo es un morocho alto, flacucho, con rastas, piercings en la ceja, labio y oreja,
fanático mal de Callejeros y La Renga, el rock nacional en general, y fumador de tabaco
armado solo si es de vainilla. Todo un marginal como yo, según mis viejos.

Lo conocí en la facultad, un día sentada en el patio de Puan. Digamos que no hubo ni


conexión de miradas, ni suspiros, ni nada. Fue todo más sencillo: ‘¿tenes fuego?’ me
pregunto. Yo estaba leyendo un intachable: Mafalda. Levante la vista y le pase el
encendedor, él se prendió el cigarrillo y se sentó a mi lado. Vi que me ojeaba un poco
las historietas, pero no me anime a hablarle.
El resto, amistades en común, materias juntos, encendedores y cigarrillos, y muchos
mates cebados y largas discusiones, o como él les dice, ‘debates’.

Calculo que en algún momento, comenzamos a mirarnos cómplices y reírnos solos y


quizás dejamos de ser un grupo grande y pasamos a estar solos. Y posiblemente, en una
de esas oportunidades, compartimos uno que otro beso.

Un día fuimos a su casa y estaba su hermana; y otro día, su hermano; y así conocí a sus
viejos. De una forma similar, él conoció a los míos. No hubo presentaciones incómodas,
ni cenas con bombardeos de preguntas o interrogatorios.

***

A veces me permito ser inmadura, comportarme como una nena de dieciséis años. Esta
va a ser una de esas veces. No quiero abrirle la puerta, en realidad no quiero discutir
más y sé que si lo dejo entrar, eso vamos a hacer.

- Marga abrime por favor – lo escucho del otro lado de la puerta. Lo miro por el visor de
la puerta, él sabe eso y también mira por ahí. Mis ojos se encuentran con los suyos y
cierro los míos porque sus esferitas marrones me ablandan. – Dale negra sé que estas
atrás de la puerta.

Qué suerte que mis viejos no están en casa.

Lo voy a dejar un rato afuera, a ver cuánto se queda… No Marga. No compliques las
cosas, abrile al pibe. Es simple: la llave a la puerta, giras y abrís la puerta. Entonces eso
hago.

Me mira, lo miro, parpadea y parpadeo. Espero a que haga algo, pero sé que él está
esperando lo mismo. Somos dos tarados.

Hago tres pasos para atrás, a ver si él hace tres para adelante. Lo hace, y por fin estamos
adentro.

Cerró la puerta.

Los dos sabemos que no podemos hablar de otras cosas o quedarnos callados. Los dos
sabemos que nuestras discusiones siempre terminan con gritos, enojo y reconciliación
gracias a un amigo mediador que nos dice lo que los dos ya sabemos, que somos dos
tarados.

Ya nos pasó mil veces, con miles de cosas claramente. Ya no puedo distinguir si hay un
problema o si simplemente no congeniamos o si yo no soy para él y él no es para mí.

***

- No puedo enseñarte a que me quieras - él tiro la primera piedra. Siempre en el mismo


punto: yo no puedo estar bien con alguien sin complicar las cosas.
- Ya lo sé.

- Pero déjame quererte y después vemos el resto – el sillón en el que nos sentamos se
siente más chico. Me paro, no puedo quedarme quieta. Muevo las manos, primero
agarro mi pelo, después me rasco la nuca. Muevo los hombros en círculos. Él no
entiende, no me entiende.

- No es una cuestión de que yo te deje o no – digo entre dientes. Ya se lo explique y no


me entiende, no son solo histeriquitos.

- ¿Vos te das cuenta que discutimos siempre por lo mismo, no? – cierro los ojos y
asiento con la cabeza. – Todo empieza con una bromita inocente sobre tus histeriquitos,
que nos pone a los dos tensos; y un par de días después estamos gritándonos en el medio
de donde estemos en ese momento.

- Ya lo sé.

- Nena, yo necesito que me digas algo más que ‘ya lo sé’ – ya tenía que meter la pata.
Qué quiere que le diga. No le puedo decir otra cosa. – Decime que estás pensando
ahora.

- Estoy pensando que quizás el problema sea ese. Capaz el problema somos nosotros:
vos y yo. No congeniamos, no podemos llevarnos bien. – ya no sé si vale la pena seguir
intentando, seguir peleando y lastimándonos - No quiero pelear, no quiero tener que
estar así, los dos incomodos, sin saber que decir ni que hacer o pensar en ‘lo que podría
haberte dicho pero no te dije’. No quiero más esto, Facu.

- ¿Vos me queres? ¿A mí? ¿Con todas mis pelotudeces y giladas? Porque yo te quiero,
Marga. Y no sé, capaz dentro de dos años, no nos queremos más; pero ahora yo te
quiero porque no hay otra piba que me entienda como vos.

- Pero vos no me entendes a mí – lo digo en voz baja pero lo digo. Lo digo cansada y
frustrada, lo digo triste porque sé que él quiere entenderme pero no lo hace.

- No te entiendo… Me parece que la que no entiende acá, sos vos. Sos una piba
compleja, si – lo siento levantarse del sillón y acercarse a donde yo estoy parada - Pero
sos más trasparente de lo que pensas. Tus histeriquitos vienen de que siempre te dieron
bola los pibes, nunca fuiste vos a buscarlos, siempre te buscaron ellos porque sos
hermosa.

No necesito entenderte para quererte, pero vos necesitas entenderte para quererme y
eso… - me levanta la cara y nos miramos - es algo que no se enseña. Yo no te puedo
enseñar a sentirte completa y feliz con alguien pero si puedo ser ese alguien que te
acompañe a aprenderlo. Y eso es lo que quiero. Entonces te pregunto, ¿vos me queres?
– lo miro un poco incrédula de lo que acaba de decir, un poco atónita de sus palabras.
No me canso de mirarlo a los ojos.
Siento sus manos acariciándome los brazos, agarrándome las manos y pasando su
pulgar. Quizás el cariño sea la solución, o quizás no; pero hoy, no quiero estar sin él.

- Yo te amo – finalmente las suelto. Tres palabras que a todos asustan pero que a
Facundo lo hacen sonreír y con eso me quedo.

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