Este capítulo discute cómo la fortuna juega un papel importante en los asuntos humanos y cómo los gobernantes pueden enfrentarse a ella. Sostiene que la fortuna controla aproximadamente la mitad de los resultados, mientras que la otra mitad está en manos de la virtud y la prudencia humanas. Explica que la fortuna solo puede dañar a aquellos que no han tomado medidas, como diques, para protegerse de ella; pero aquellos que actúan con virtud pueden enfrentarse a ella. Finalmente, argumenta que es mejor ser impet
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Este capítulo discute cómo la fortuna juega un papel importante en los asuntos humanos y cómo los gobernantes pueden enfrentarse a ella. Sostiene que la fortuna controla aproximadamente la mitad de los resultados, mientras que la otra mitad está en manos de la virtud y la prudencia humanas. Explica que la fortuna solo puede dañar a aquellos que no han tomado medidas, como diques, para protegerse de ella; pero aquellos que actúan con virtud pueden enfrentarse a ella. Finalmente, argumenta que es mejor ser impet
Este capítulo discute cómo la fortuna juega un papel importante en los asuntos humanos y cómo los gobernantes pueden enfrentarse a ella. Sostiene que la fortuna controla aproximadamente la mitad de los resultados, mientras que la otra mitad está en manos de la virtud y la prudencia humanas. Explica que la fortuna solo puede dañar a aquellos que no han tomado medidas, como diques, para protegerse de ella; pero aquellos que actúan con virtud pueden enfrentarse a ella. Finalmente, argumenta que es mejor ser impet
Este capítulo discute cómo la fortuna juega un papel importante en los asuntos humanos y cómo los gobernantes pueden enfrentarse a ella. Sostiene que la fortuna controla aproximadamente la mitad de los resultados, mientras que la otra mitad está en manos de la virtud y la prudencia humanas. Explica que la fortuna solo puede dañar a aquellos que no han tomado medidas, como diques, para protegerse de ella; pero aquellos que actúan con virtud pueden enfrentarse a ella. Finalmente, argumenta que es mejor ser impet
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CAPÍTULO XXIV
Por qué los príncipes de Italia han perdido sus Estados'"
La prudente observación de las reglas antedichas hace que un prín
cipe nuevo parezca antiguo, y le infundan de inmediato mayor seguridad y firm eza a su poder que si lo ostentara desde hace largo tiempo. Las acciones de un príncipe nuevo, en efecto, son observa das con más atención que las de uno hereditario, y si se las reputa virtuosas calan más hondamente en los hombres y los obligan a él más estrechamente que la antigüedad de la sangre. Hilo se debe a que en los hombres ejercen más fuerza las cosas presentes que las pasadas, y si en las presentes hallan el bien, gozan de él sin pensar en más; mejor aún, correrán por completo en su defensa mientras en lo demás siga fiel a sí mismo. Su gloria será así doble, pues habrá instaurado un principado nuevo y adornado y fortalecido con buenas leyes, buenas armas, buenos aliados y buenos ejemplos; como es doble la vergüenza dequien,habiendo nacido príncipe,su escasa prudencia se lo hizo perder. Quien medite sobre los señores que, en nuestros días, han perdido el Estado en Italia, como el rey de Nápoles,9-1 el duque de Milán95 y otros, descubrirá en ellos, en primer lugar, un defecto común en re lación con sus tropas, por las razones ya expuestas/’ luego, en alguno hallará que era enemigo del pueblo, o que si el pueblo le era leal, no se supo guardar de los notables: defectos esos sin los cuales no es posible perder Estados con tanta potencia como para mantener un ejército en campaña. Filipo de Macedonia, no el padre de Alejandro sino quien
9J Cur Italiae príncipes regnum amiscrunt
9'* Federico de Aragón. 95 Ludovico el Moro 96 En los capítulos x m y xiv.
81 82 l i l príncipe
fuera derrotado por T ito Quinto, no tenía un gran Estado en paragón
con el de romanos y griegos, que le atacaron; sin embargo, como era un hombre de guerra y capaz de ganarse al pueblo y guardarse de los nobles, sostuvo varios años la guerra contra aquéllos; y aun cuando finalmente perdió el dominio de alguna ciudad, le quedó sin em bar go el reino. Por tanto, esos príncipes nuestros, que por muchos años habían mantenido sus principados para luego perderlos, que no acusen a la fortuna por ello, sino a su propia indolencia; pues al no haber pen sado nunca durante los tiempos de paz que podía haber cambios (se trata de un defecto común entre los hombres el no hacer caso de la tempestad durante la bonanza), cuando después vinieron tiempos adversos pensaron en huir y no en defenderse, creyendo que el pue blo, hastiado de las afrentas de los vencedores, los volvería a llamar. Semejante decisión, cuando fallan las otras, es buena; pero es muy malo haber descuidado los restantes remedios por ése, pues uno nunca debería dejarse llevar por la esperanza de toparse con quien lo recoja. Cosa que o no sucede, o si sucede, no es para tu seguridad, por tratarse de una form a de defensa vil y no depender de ti. 'Pan sólo son buenas, tan sólo seguras y tan sólo duraderas las form as de defensa que dependen de ti mismo y de tu virtud. C A P ÍTU L O XXV
Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas
y cómo se le puede hacerfrente97
N o me es ajeno que muchos han sido y son de la opinión de que las
cosas del mundo estén gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que los hombres, con toda su prudencia, no están en grado de corre girlas, o m ejor, ni tienen siquiera remedio alguno. De ahí podrían deducir que no hay por qué poner demasiado empeño en cambiarlas, sino m ejor dejar que nos gobierne el azar. Las grandes mutaciones que se han visto y ven a diario, más allá de toda conjetura humana, han dado más crédito a esa opinión en nuestra época. Pensando yo en eso de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia dicha opinión. Con todo, y a fin de preservar nuestro libre albe drío, juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestro obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o casi, lo deja para nosotros. Se me asemeja a uno de esos ríos torrenciales que, al enfurecerse, inundan los llanos, asuelan árboles y edificios, arrancan tierra de esta parte y se la llevan a aquélla: todos huyen a su vista, cada uno cede a su ímpetu sin que pueda refrenarlo lo más mínimo. Pero aunque sea esa su índole, ello no obsta para que, en los momentos de calma, los hombres no puedan precaverse mediante malecones y diques de forma que en próxim as crecidas, las aguas discurrirían por un canal o su ímpetu no sería ni tan desenfrenado ni tan perjudicial. A lgo sim ilar pasa con la fortuna: ésta muestra su potencia cuando no hay virtud organizada que se le oponga, y por tanto vuelve sus ímpetus hacia donde sabe que no se hicieron ni malecones ni diques para contenerla. Y si ahora concentráis vuestra atención en Italia, que es el escenario de todas esas transformaciones y la que las ha puesto en marcha, comprobaréis que se trata de un campo que carece de
w Quantum fortuna in rebits humanis possit, et quomodo illi sit occurrendum
»3 »4. /•,'/principe
malecones y de todo tipo de diques: y que de haberse protegido con
adecuada virtud, como Alem ania, España o Francia, o la inundación 110 habría producido esas grandes transformaciones o ni habría teni do siquiera lugar. Y con lo dicho quiero que baste respecto al hacer frente a la fortuna en general. Pero lim itándome más a los detalles, afirm o que se ve a príncipes prosperar hoy y arruinarse m añana sin haber cam biado su natural o sus cualidades, lo que creo derive, prim ero, de las razones tan larga mente exam inadas antes, a saber: que el príncipe que todo lo basa en la fortuna se hunde con el inutar de la misma, ('re o adem ás que pros pere aquel cuyo proceder concuerda con la calidad de los tiempos, y que, de manera sim ilar, caiga aquel que no actúe en consonancia con ella. En efecto, vemos que al perseguir sus fines respectivos, la gloria y las riquezas, los hombres se comportan de distinto modo: uno con pre caución, el otro impetuosamente; uno con violencia, el otro con sagaci dad; uno con paciencia, el otro al contrario; y cada uno, con esos diversos procedimientos, los puede obtener. Tam bién se ve que de dos personas precavidas, una logra su objetivo y la otra no; y, análogam ente, a dos prosperar igualmente siguiendo métodos diversos, siendo el uno pre cavido y el otro impetuoso. Ello se debe a la calidad de los tiempos, que está en consonancia o 110 con su proceder. De aquí lo que ya dije, esto es, que dos que actúen diversam ente produzcan el mismo efecto, y que de dos que actúan do igual modo, uno logra su objetivo y el otro no. De aquí igualmente lo diverso del resultado, pues si alguien se conduce con precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas se m ue ven de form a que su proceder sea bueno, va prosperando; pero si los tiempos y las cosas imitan, se hunde, pues no varía su m odo de obrar. Y 110 hay hombre tan prudente capaz de adaptarse a ello, sea porque no puede desviarse de aquello hacia lo que lo inclina su naturaleza, o sea porque al haber progresado siem pre por una misma vía no se persuade de desviarse de ella. Así, el hombre precavido, al llegar el momento de volverse impetuoso, no sabe hacerlo, por lo que va a la ruina; en cambio, si se cambiase de naturaleza con los tiempos y las cosas, no cam biaría su fortuna. El papa Julio II procedió en todas sus em presas de form a im pe tuosa, pero halló los tiempos y las cosas tan conform es a su m odo de proceder que siem pre le fue bien. Exam inad la prim era expedición que llevó a cabo contra Bolonia, en vida aún de micer G iovann i Ben- tivoglio; los venecianos la desaprobaban; el rey de España, también; con Francia estaba en tratos sobre la m isma; em pero, con la ferocidad I'.l príncipe 85
e ímpetu habituales, lanzó personalmente dicha expedición. Esc mo
vimiento m antuvo indecisos y quietos a España y a los venecianos: a estos, por miedo; al rey de España, por el deseo que tenía de recu perar todo el reino de Ñapóles. Por otro lado, arrastró tras él al rey de Francia, pues al verlo el rey en acción, y deseando tenerlo como aliado para someter a los venecianos, consideró que 110 podía negarle sus tropas sin que ello no supusiera una ofensa manifiesta. Logró, por tanto, Julio con su impetuosa acción lo que jamás ningún otro pontífice habría conseguido con toda la prudencia humana, porque si para partir de Roma hubiese esperado a tener los acuerdos firmes y las demás cosas en su punto, como hubiera hecho cualquier otro pontífice, nunca lo habría conseguido: el rey de Francia, en efecto, habría puesto mil excusas y los otros, aducido mil temores. N o quiero entrar en sus otras empresas, todas de parecido tenor, y tocias saluda das por el éxito; la brevedad de su vida, además, no le ha consentido experimentar lo contrario, pues de haber venido tiempos en los que hubiera sido necesario proceder con precaución, habría sobrevenido su ruina, ya que nunca se apartaba de aquellos procedimientos a los que su natural le inclinaba. Así pues, concluyo que, al mutar la fortuna y seguir apegados los hombres a su modo de proceder, prosperan mientras ambos concucr- dan, y fracasan cuando no. Esta es, por cierto, mi opinión: es mejor ser impetuoso que cauto, porque la fortuna es mujer y, es necesario, si se la quiere poseer, forzarla y golpearla. Y se ve que se deja someter más por éstos que por quienes fríamente proceden. Por ello, es siem pre, como m ujer, am iga de los jóvenes, pues éstos son menos cautos, más fieros y le dan órdenes con más audacia.