LECTURA - MAQUIAVELO - Fragmentos - El Principe

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MAQUIAVELO 119

: son
XVII . De la crueldad y de la clemencia, y si es mejor ser amado que temido o
viceversa
erno
chos
Descendiendo a los otros rasgos mencionados, digo que todo prmc1pe
1tuo-
ema debe desear ser tenido por clemente y no por cruel, pero no obstante debe
:ndo estar atento a no hacer mal uso de esta clemencia . César Borgia era conside-
nve- rado cruel y sin embargo su crueldad restableció el orden en la Romaña,
restauró la unidad y la redujo a la paz y a la lealtad al soberano . Si se examina
ción
jdos correctamente todo ello, se verá que el duque había sido mucho más clemente
hay que el pueblo florentino , que por evitar la fama de cruel permitió en última
~ un
instancia la destrucción de Pistoya. Debe por tanto un príncipe no preocupar-
que se de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales.
ntos Porque con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aque ll os
o lo otros que , por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de
que lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas; pues bien, estas últimas suelen
ción perjudicar a toda la comunidad, mientras las ejecuciones ordenadas por el
príncipe perjudican sólo a un particular. [ ...)
Nace de aquí una cuestión ampliamente debatida: si es mejor ser amado
83) que temido o viceversa. Se responde que sería menester ser lo uno y lo otro;
pero , puesto que resulta difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro
ser temido que amado cuando se haya de renunciar a una de las dos. Porque
en general se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos , volubles,
simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos
de ganancia; y mientras les haces favores son todo tuyos , te ofrecen la sangre,
le la los bienes , la vida, los hijos -como anteriormente dije- cuando la necesidad
Jen- está lejos ; pero cuando se te viene encima vuelven la cara. Y aquel príncipe
1pre que se ha apoyado enteramente en sus promesas , encontrándose desnudo y
Jnia desprovisto de otros preparativos , se hunde : porque las amistades que se ad-
1ede quieren a costa de recompensas y no con grandeza y nobleza de ánimo, se
1e a compran, pero no se tienen, y en los momentos de necesidad no se puede
1ísi- disponer de ellas. Además los hombres vacilan menos en hacer daño a quien
stra se hace amar que a quien se hace temer, pues el amor emana de una vincula-
:nes ción basada en la obligación, la cual (por la maldad humana) queda rota
I se siempre que la propia utilidad da motivo para ello, mientras que el temor
r de emana del miedo al castigo, el cual jamás te abandona. Debe, no obstante, el
:r la
príncipe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor
,olo
consiga evitar el odio , porque puede combinarse perfectamente el ser temido
,ido
y el no ser odiado. Conseguirá esto siempre que se abstenga de tocar los
1ido
bienes de sus ciudadanos y de sus súbditos, y sus mujeres. Y si a pesar de
todo le resulta necesario proceder a ejecutar a alguien, debe hacerlo cuando
haya justificación oportuna y causa manifiesta. Pero , por encima de todas las
86) cosas, debe abstenerse siempre de los bienes ajenos, porque los hombres olvi-
dan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
Además, motivos para arrebatar los bienes no faltan nunca y el que comienza
a vivir con rapiña encontrará siempre razones para apropiarse de lo que perte-
120 LECTURAS DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS ,

nece a otros; por el contrario, motivos para ejecutar a alguien son más raros
y pasan con más rapidez.
[ ... ]
(!bid., pp. 87-89)

XVIII. De qué modo han de guardar los príncipes la palabra dada


Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse
con integridad y no con astucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la
experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas
han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias
promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al
final han superado a quienes se han fundado en la lealtad.
[... l
[ ... ] No puede, por tanto, un señor prudente -ni debe- guardar fidelidad
a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido
los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos bue-
nos, este precepto no sería correcto, pero -puesto que son malos y no te
guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya.
Además, jamás faltaron a un príncipe razones legítimas con las que disfrazar
la violación de sus promesas. Se podría dar de esto infinitos ejemplos moder•
nos y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han permanecido sin ratificar
y estériles por la infidelidad de los príncipes; y quien ha sabido hacer mejor
la zorra ha salido mejor librado . Pero es necesario saber colorear bien esta
naturaleza y ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan sim-
ples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que
engaña encontrará siempre quie n se deje engañar.
[ ... ]
No es, por tanto , necesario a un príncipe poseer todas las cualidades ante-
riormente mencionadas, pero es muy necesario que parezca tenerlas. E inclu-
so me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudi-
ciales, pero si aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente,
leal , humano, íntegro , devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de
tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad
contraria. Y se ha de tener en cuenta que un príncipe -y especialmente un
príncipe nuevo- no puede observar todas aquellas cosas por las cuales los
hombres son te nidos por buenos, pues a menudo se ve obligado, para conser-
var su Estado, a actuar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad,
contra la religión. Por eso necesita tener un ánimo dispuesto a moverse según
le exigen los vientos y las variaciones de la fortuna, y, como ya dije anterior-
mente , a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal si se ve
obligado.
Debe, por tanto, un príncipe tener gran cuidado de que no le salga jamás
de la boca cosa alguna que no esté llena de las cinco cualidades que acabamos
de señalar y ha de parecer, al que lo mira y escucha, todo clemencia, todo fe,
todo integridad, todo religión . Y no hay cosa más necesaria de aparentar que
MAQUIAVELO 121

, raros se tiene que esta última cualidad, pues los hombres en general juzgan más por
los ojos que por las manos, ya que a todos es dado ver, pe.ro palpar a pocos:
cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres y estos pocos no
87-89) se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen además la autori-
dad del Estado para defenderlos. Además, en las acciones de todos los hom-
bres, y especialmente de los príncipes, donde no hay tribunal al que recurrir,
se atiende al resultado. Trate , pues, un príncipe de vencer y conservar su
,rtarse Estado, y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos,
go, la pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las
cosas cosas, y en el mundo no hay más que vulgo. Los pocos no tienen sitio cuando
ropias la mayoría tiene donde apoyarse. Un príncipe de nuestros días, al cual no es
es. Al correcto nombrar aquí, no predica jamás otra cosa que paz y lealtad , pero de
la una y de la otra es hostilísimo enemigo y de haber observado la una y la
otra hubiera perdido en más de una ocasión o la reputación o el Estado.
!lidad
·ecido
(!bid., pp. 90-93)
; bue-
no te XIX. De qué modo se ha de evitar ser despreciado y odiado
tuya.
[.. .]
'razar
Entre los reinos bien ordenados y gobernados en nuestra época se halla el
oder-
de Francia. Hay en él infinitas instituciones buenas de las que depende la
ificar
libertad y seguridad del rey. La primera de ellas es el parlamento y su autori-
nejor
dad ; porque quien estableció la forma de gobierno de aquel reino juzgó -co-
1 esta
nociendo la ambición y la insolencia de los poderosos- que había necesidad
sim-
de una rienda capaz de contenerlos: conociendo por otro lado el odio - basa-
1 que
do en el miedo- que el conjunto del pueblo experimentaba hacia los nobles
y deseando garantizar su seguridad, no quiso, sin embargo, que ello fuera
preocupación particular del rey, a fin de evitarle el peso odioso que podría
ante-
sobrevenirle si favorecía al pueblo en contra de los nobles o a los nobles en
nclu-
contra del pueblo . Por eso instituyó un tercer juez para que , sin carga alguna
judi-
del rey, castigara a los nobles y favoreciera a los inferiores. Esta ordenación
! nte,
no podía ser mejor ni más prudente, ni capaz de dar una mayor seguridad al
o de rey y al reino. De ella se puede extraer, además, otro principio importante:
1
idad
los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan aca-
e un
rrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los
s los súbditos. Concluyo, pues, de nuevo que un príncipe debe estimar a los nobles ,
1ser-
pero no hacerse odiar del pueblo.
dad,
[.. .]
!gún (!bid., p. 96)
rior-
e ve
XXI. Qué debe hacer un príncipe para distinguirse
más
mos Nada proporciona a un príncipe tanta consideración como las grandes em-
> fe , presas y el dar de sí ejemplos fuera de lo común. En nuestros días tenemos a
que Fernando de Aragón , el actual rey de España, a quien casi es posible llamar

1
122 LECTURAS DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS

príncipe nuevo porque de rey débil q ue era se ha convertido por su fa ma y


por su gloria e n el primer rey de los cristianos. Si examináis sus acciones,
encontraréis que todas son notabilísimas y alguna de ellas extraordina ria: al
comienzo de su re inado asaltó el rei no de Granada, y esta empresa le propor-
cionó la base de su poder. En prime r lugar la llevó a cabo en un momento en
que no tenía otras preocupaciones y sin peligro de ser obstaculizado. Mantuvo
ocupados en e lla los ánimos de los no bles de Castilla , quienes al pensar en
aquella guerra dejaban ya de pensar en pro mover disturbios e n e l interior.
Entretanto , y sin que ellos se dieran cuenta, iba consiguiendo reputació n y
some ti é ndolos a su poder. Pudo soste ner sus ejércitos con el dinero de la
Iglesia y del pueblo y aquella larga guerra le dio la posibilidad de proporcio-
na r un sólido fundamento a su ejército, el cual le ha conquistado con poste rio-
ridad gran renombre. Además de todo esto , para estar en condiciones de
acometer e mpresas mayores -sirviéndose siempre de la religión- recurri ó a
un a santa crueldad expulsando y vaciando su re ino de marranos. No es posible
encontrar una acción más triste y sorprende nte que ésta. Después, arropado
sie mpre con la misma capa, atacó Africa, llevó a cabo la e mpresa de Ita lia y
últimamente ha atacado a Francia. De esta forma ha realizado y tramado
siempre grandes proyectos que han mantenido siempre en suspenso y asom-
brados los án imos de sus súbditos, atentos a l resultado final. Estas acciones
suyas se han sucedido de tal manera la una a la otra que nunca ha dej ado
espacio de tiempo entre una y o tra para que se pudiera proceder contra él con
calma.
[... ]
(/bid. , p. 108)

/ XXIV. Por qué han perdido sus Estados los príncipes de Italia
La observación prudente de las reglas expuestas hasta aquí hace parecer a
un príncipe nuevo como antiguo y lo sitúa inmediatamente en su Estado en
una posición más firme y segura que si estuviera asentado en él desde antiguo.
Pues las acciones de un príncipe nuevo son observadas con mayor atención
que las de un príncipe hereditario y si se las ve virtuosas ganan a los hombres
y los ligan al príncipe en una medida mucho mayor que la antigüedad de la
sangre. Y esto es así porque los hombres se dejan convencer mucho más por
las cosas presentes que por las pasadas y cuando encuentran el bien en el
presente, gozan de él y no buscan nada más; incluso procederán a la defensa
más esforzada del príncipe siempre que éste no omita cumplir sus restantes
obligaciones. De esta forma su gloria será doble: habrá dado origen a un
principado nuevo y lo habrá adornado y fortalecido con buenas leyes, buenas
armas, buenos aliados y buenos ejemplos; por la misma razón, doble será la
vergüenza de aquel que nacido príncipe pierde su Estado por su poca pruden-
cia.
[ ...]
(!bid., p . 115)
MAQUIAVELO 123

XXV. En qué medida están sometidos a la fortuna los asuntos humanos y de


qué forma se le ha de hacer frente
No se me oculta que muchos han tenido y tienen la opinión de que las
cosas del mundo están gobernadas por la fortuna y por Dios hasta tal punto
que los hombres, a pesar de toda su prudencia, no pueden corregir su rumbo
ni oponerles remedio alguno. Por esta razón podrían estimar que no hay mo-
tivo para esforzarse demasiado en las cosas, sino más bien para dejar que las
gobierne el azar. Esta opinión ha encontrado más valedores en nuestra época
a causa de los grandes cambios que se han visto y se ven cada día por encima
de toda posible conjetura humana. Yo mismo, pensando en ello de vez en
cuando , me he inclinado en parte hacia esta opinión . No obstante, para que
nuestra libre voluntad no quede anulada , pienso que puede ser cierto que la
fortuna sea árbitro de la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o
casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control. Yo la suelo comparar
a uno de esos ríos torrenciales que , cuando se enfurecen , inundan los campos,
tiran abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en
aquella otra; los hombres huyen ante él , todos ceden a su ímpetu sin poder
plantearle resistencia alguna. Y aunque su naturaleza sea ésta, esto no quita,
sin embargo, que los hombres, cuando los tiempos están tranquilos, no pue-
dan tomar precauciones mediante diques y espigones de forma que en crecidas
posteriores o discurrirían por un canal o su ímpetu ya no sería ni tan salvaje
ni tan perjudicial. Lo mismo ocurre con la fortuna: ella muestra su poder
cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por
eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los espigones
y los diques para contenerla. Y si ahora dirigís vuestra atención hacia Italia,
el escenario de los cambios que he mencionado y quien les ha dado el movi-
miento, veréis que es un campo sin diques y sin defensa alguna: pues si hubie-
ra estado resguardada por la necesaria virtud - al igual que Alemania, España
o Francia- o esta inundación no hubiera originado los grandes cambios que
ha ocasionado o ni siquiera hubiera tenido lugar. Y con esto quiero que baste
por lo que se-refiere al hacer frente a la fortuna en general.
[... ]
Concluyo, por tanto, que - al cambiar la fortuna y al permanecer los hom-
bres obstinadamente apegados a sus modos de actuar- prosperan mientras
hay concordancia entre ambos y vienen a menos tan pronto como empiezan a
separarse. Sin embargo, yo sostengo firmemente lo siguiente: vale más ser
impetuoso que precavido porque la fortuna es mujer y es necesario, si se
quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla. Y se ve que se deja someter
antes por éstos que por quienes proceden fríamente. Por eso siempre es,
como mujer, amiga de los jóvenes, porque éstos son menos precavidos y sin
tantos miramientos, más fieros y la dominan con más audacia.
(!bid. , pp. 116-119)

j
124 LECíURAS DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS
V

XXVI. Exhortación a ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros


Tras reflexionar, pues, sobre todas las cosas expuestas hasta aquí, y pen-
sando conmigo mismo si en Italia, en el momento actual, corrían tiempos que
permitieran a un nuevo príncipe obtener honor y si había aquí materia que
diera a un hombre prudente y capaz la oportunidad de introducir en ella una
forma que le reportara a él honor y bien a la totalidad de los hombres de
Italia, me parece que concurren-tantas cosas en favor de un príncipe nuevo
que yo no sé si ha habido otro tiempo más propicio que el actual. [ ... ]Se
puede ver cómo Italia ruega a Dios que le envíe alguien que la redima de
estas crueldades y ultrajes bárbaros. Se la puede ver también presta y dispues-
ta a seguir una bandera a falta tan sólo de alguien que la enarbole. No se ve
en el momento presente en quién pueda depositar mejor sus esperanzas que
en vuestra ilustre casa, la cual con su forma y virtud (favorecida por Dios y
por la Iglesia, de la que ahora es príncipe) pueda ponerse a la cabeza de esta
redención. La tarea no será muy difícil si tenéis ante vuestros ojos las acciones
y la vida de los hombres que antes he mencionado. Pues, aunque aquellos
hombres fueran excepcionales y· portentosos, a pesar de todo fueron hombres
y cada uno de ellos tuvo una oportunidad inferior a la presente: porque su
empresa no fue más justa que ésta, ni más fácil, ni Dios les fue más propicio
que a vos. [ ... ]
[ ... ]
Si vuestra ilustre casa, por tanto, desea emular a aquellos hombres emi-
nentes que redimier_o n sus países, es necesario con anterioridad a cualquier
otra cosa, como verdadero sostén de toda empresa, proveerse de tropas pro-
pias, porque no puede haber soldados más fieles, ni más auténticos, ni mejo-
res. Y aunque cada uno de ellos sea bueno, todos juntos resultarán mejores
cuando se vean mandados por su príncipe, honrados y sostenidos por él. Es
necesario, por tanto, formar este ejército para poder con la virtud italiana
defendernos de los extranjeros. [ ... ]Todo esto forma parte de aquellas innova-
ciones cuya ejecución proporciona reputación y grandeza a un príncipe nuevo.
No se debe, en consecuencia, dejar pasar esta oportunidad para que Italia
encuentre, después de tanto tiempo, su redentor. No puedo expresar con qué
amor sería recibido en todos aquellos territorios que han padecido estos alu-
viones extranjeros, con qué sed de venganza, con qué firme lealtad, con qué
devoción, con qué lágrimas. ¿Qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le
negarían la obediencia? ¿Qué envidia se le opondría? ¿Qué italiano le negaría
su homenaje? A todos apesta esta bárbara tiranía. Asuma, pues, la ilustre
casa vuestra esta tarea con el ánimo y con la esperanza con que se asumen las
empresas justas, a fin de que bajo su enseñanza se vea ennoblecida la patria
y bajo sus auspicios se haga realidad aquel dicho de Petrarca:
Virtud contra el furor
tomará las armas y hará corto el combate:
que el antiguo valor
en el corazón italiano aún no ha muerto.
(!bid., pp. 120-124)

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