Nuestra Opinión Acerca de Nosotros Mismos y Del Mundo

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I.

NUESTRA OPINIÓN ACERCA DE NOSOTROS MISMOS Y DEL MUNDO

En una palabra que su conducta nace de su opinión. Esto no debe sorprendernos, puesto que
a través de nuestros sentidos no logramos captar los hechos del mundo cir- cundante, sino
una representación muy subjetiva, un lejano reflejo. Omnia ad opinionem suspensa sunt.
Esta frase de Séneca debiera tenerse presente en toda investigación psicológica. Nuestra
opinión sobre los hechos importantes y trascendentales de la existencia de- pende de
nuestro estilo de vida.

*SENTIDO COMUN

*SENTIMIENTO DE COMUNIDAD

(ABOGADO PERDIO GUSTO POR SU PROFESION, NO LOGRABA ÉXITO.


FRACASO EN SU MATRIMONIO. ERA HIJO UNICO Y HABIA SIDO MIMADO POR
SU MADRE)

En este caso se confirma con bastante elocuencia que el pretendido complejo de Edipo no
es un fenómeno básico, sino más bien un pésimo producto artificial del excesivo mimo de
la madre y que se pone más de manifiesto cuando el niño o muchacho se siente, en su
extraordinaria vanidad, burlado por las chicas y carece de suficiente sociabilidad para
buscarse otras relaciones.

La opinión equivocada de una persona acerca de sí misma y de las exigencias de la vida,
tropezará más tarde o más temprano con la insoslayable realidad, que exige soluciones que
estén en armonía con el sentimiento de comunidad.

Con todo, es evidente que la opinión constituye la base de la idea que el hombre se forma
del mundo y determina su pensar, su querer, su obra y su sentir.

II. MEDIOS Y CAMINOS PSICOLÓGICOS PARA LA EXPLORACIÓN DEL ESTILO DE


VIDA

La Psicología alcanzó un verdadero renacimiento con la creación del Psicoanálisis. Éste


tiene empero, el inconveniente de haber resu- citado, bajo apariencias científicas,
antiguos conceptos mitológicos. Así, la libido sexual desempeña el oficio de
omnipotente guía del destino humano. Los horrores del Infierno están representados por
el inconsciente, y el pecado original por el sentimiento de culpabili- dad. El olvido del
Cielo fue reparado más tarde mediante la creación del Ideal del yo, inspirado en el
concepto descrito por la Psicología individual, de una finalidad ideal de perfección.

Nuestra Psicología individual se coloca decididamente en el terreno de la evolución (véase


el ya citado Estudio sobre minusvalías orgá- nicas), y a la luz de ella considera todo anhelo
humano como una tendencia hacia la perfección. El impulso vital está ligado de un modo
irreductible, tanto física como psíquicamente, a dicha tenden- cia.
El sentimiento de inferioridad, la tendencia hacia la superación y el sentimiento de
comunidad son los pilares básicos de la investigación psicológico-individual.

La construcción intelectual y, al propio tiempo, emocional de un estilo de vida en el curso


de la evolución, es obra de la infancia.

Todos los recursos de la Psicología individual que han de permitir la comprensión de la


personalidad respetan la opinión del individuo sobre el objetivo de la superioridad, la inten-
sidad de su sentimiento de inferioridad y el grado de su sentimiento de comunidad.

La tarea del educador, del maestro, del médico y del sa- cerdote está aquí rigurosamente
indicada: fortalecer el sentimiento de comunidad y levantar así el estado de ánimo,
mediante la demos- tración de las verdaderas causas del error, el descubrimiento de la
opinión equivocada y del sentido erróneo que el individuo llegó a dar a la vida,
acercándole, en cambio, a aquel otro sentido que la vida misma le señala al hombre.

Los caminos que más viablemente conducen al conocimiento de la per- sonalidad según las
experiencias que hasta hoy me ha sido dado recoger son: una amplia comprensión de los
primeros recuerdos de la infancia, la posición que en orden a la edad le corresponde al niño
entre sus hermanos, los sueños, las fantasías diurnas, eventuales faltas infantiles, y las
características del factor exógeno causante del trastorno.

III. LOS PROBLEMAS DE LA VIDA

He sostenido desde siempre que todas las cuestiones de la vida que- dan subordinadas a los
tres grandes problemas siguientes: vida so- cial, trabajo y amor.

El objetivo de la perfección nos atrae y eleva. Ahora bien, si esos tres insoslayables
problemas se caracterizan por basarse en el común interés social, es indudable que
solamente pueden ser resueltos por aquellas personas en cierta medida poseedoras del
sentimiento de comunidad.

Lo que Freud ha llamado el complejo de Edipo, considerándolo como el fundamento


natural de la evolución psíquica, no es más que una de las múltiples manifestaciones de la
vida de un niño mimado, juguete indefenso de sus deseos exacerbados.

Si en las enfermedades de la primera infancia como el raquitismo, la pulmonía, la tos


ferina, el baile de San Vito, la escarlatina, la gripe, etc., el niño experimenta los efectos de
la imprudente ansiedad de los padres, no sólo la do- lencia puede parecer más grave de lo
que es en realidad, sino tam- bién originar en aquél una extraordinaria habituación al mimo
y un exagerado sentimiento no cooperante del propio valer, junto con una inclinación a
sentirse enfermo y a quejarse.

Tal actitud de protesta de la mujer contra su papel sexual, fenómeno que fuimos los
primeros en describir bajo el nombre de protesta viril, da lugar muy a menudo a
perturbaciones de la menstruación y de otras funciones de la esfera sexual, y siem- pre
proviene de la falta de satisfacción en cumplir el papel de su propio sexo, papel que ya la
familia consideró como inferior desde el nacimiento de la niña. Este error se encuentra
extraordinariamente fomentado por la imperfección de nuestra civilización, que, secreta o
abiertamente, intenta asignar a la mujer una categoría inferior. De

IV. Capítulo IV: EL PROBLEMA CUERPO-ALMA.

Todo lo que denominamos cuerpo acusa una neta tendencia a convertirse en una
totalidad.

El triunfo sobre las adversidades es, pues, la ley fundamental de la vida. A su servicio
están la tendencia a la autoconservación, la tendencia al equilibrio, tanto somático como
psíquico, el crecimiento corporal y anímico, y la tendencia a la perfección.

El equilibrio psíquico se halla continuamente amenazado. En su tendencia hacia la


perfección, el hombre se halla en estado de tensión psíquica y tiene conciencia de sus
deficientes medios para alcanzar ese objetivo. Sólo la sensación de haber alcanzado una
elevada posición será capaz de proporcionarle sentimientos de tranquilidad, de felicidad y
de autoestima.

V. FORMA CORPORAL, MOVIMIENTO Y CARÁCTER

Dedicaremos el presente capítulo a estudiar el valor y el sentido inherentes a las tres formas
de expresión de la especie humana: mor- fología, dinamismo y carácter. Un conocimiento
científico del hom- bre debe, naturalmente, basarse en experiencias.

La línea primaria de movimiento hará siempre acto de presencia, aunque bajo mil formas
distintas, y no podrá desaparecer hasta la muerte. En el curso inmutable del tiem- po, todo
movimiento está guiado por un impulso de superación. El sentimiento de comunidad presta
tono y color a este movimiento ascendente.

La plasticidad de la forma viva tiene ciertamente sus límites: pero, dentro de éstos, el
movimiento individual se ejerce y se mani- fiesta, de modo perdurable en generaciones,
pueblos y razas, idénti- co en el correr del tiempo. Aquí el movimiento se amolda y se vuel-
ve: la forma.

VI. EL COMPLEJO DE INFERIORIDAD

Los fenómenos corporales y anímicos que acompañan y caracteri- zan al sentimiento del
fracaso fueron descritos por nosotros como complejo de inferioridad.

También la creciente civilización que nos rodea acusa idéntica ten- dencia a la
seguridad y nos muestra al hombre en un continuo estado afectivo de sentimiento de
inferioridad que estimula incesantemente su actividad para alcanzar una mayor
seguridad.
¿Quién puede dudar seriamente de que para el individuo, tan mal dotado por la Naturaleza,
la sensación de inferioridad es una verdadera bendición, que sin cesar le empuja hacia una
situación de plus hacia la seguridad, hacia la superación?

Las insuficiencias orgánicas, el mimo o el abandono inducen con frecuencia al niño a


establecer fines concretos de superación que se hallan en contradicción tanto con el
bienestar del individuo como con el perfeccionamiento de la Humanidad.

La vida psíquica está dominada por el sentimiento de inferioridad, y esto es fácilmente


comprensible si se parte de los sentimientos de insuficiencia, de imperfección, y de los
esfuerzos ininterrumpidos provistos por los seres humanos y la humanidad.

La dirección del desarrollo del individuo y de la comunidad está, por tanto, preestablecida
por el grado del sentimiento de comunidad.

La falta de preparación para enfrentarse a los problemas de la vida puede obedecer en todo
caso a un insuficiente desarrollo del senti- miento de comunidad, sea cual sea el nombre
que queramos darle: solidaridad humana, cooperación, humanismo o incluso ideal del Yo.
Esta falta de preparación es la que engendra ante los problemas y su desarrollo, las
múltiples formas de expresión de inseguridad y de inferioridad física y psíquica.

El complejo de inferioridad, esto es, el fenómeno per- manente de las consecuencias del
sentimiento de inferioridad, y la fijación de éste, se explica por una exagerada carencia del
senti- miento de comunidad.

VII. EL COMPLEJO DE SUPERIORIDAD

La tendencia a la superioridad aleja al individuo de la zona peligrosa, tan pronto como su


escaso senti- miento de comunidad, que se exterioriza por una cobardía manifies- ta o
encubierta, se halla en trance de fracaso.

Característico del poder del sentimiento de comunidad es el hecho de que todo el mundo
considere irregulares y anormales las desvia- ciones y los errores más o menos graves de
conducta, como si cada uno se sintiese obligado a aportar su tributo a dicho sentimiento.

El complejo de superioridad, tal como lo hemos descrito, aparece en general claramente


expuesto en las actitudes y las opiniones del individuo convencido de que sus propios dotes
y capacidades son superiores al promedio de la humanidad.

VIII. TIPOLOGÍA DE LAS DESVIACIONES DE CONDUCTA

Lo mejor que uno puede hacer es re- cordar siempre que las desviaciones de conducta
son solamente sín- tomas que proceden de un complejo de superioridad, derivado a su
vez de un especial sentimiento de inferioridad que hay que buscar, y ello en presencia
de un factor exógeno que exige más sentimiento de comunidad del que el individuo
hizo acopio desde su niñez.
La clasificación de los niños difíciles propuesta por mí ha resultado útil bajo varios
aspectos. Existe, en efecto, un tipo más bien pasivo como los niños perezosos, indolentes,
obedientes, pero con absoluta dependencia, tímidos, miedosos, mentirosos y otros análogos,
y otro más bien activo como los niños anhelantes de poder, impacientes, excitados y
propensos a explosiones afectivas, traviesos, crueles, jactanciosos o bien inclinados a fugas,
a robos, sexualmente excita- bles, etc.

El grado normal de actividad (que aquí denominamos ánimo) lo observamos en los niños
que poseen un sentimiento de comunidad suficiente- mente desarrollado.

IX. EL MUNDO FICTICIO DE LA PERSONA MIMADA

La Psicología individual afirma que no hay más camino para com- prender a una persona
que el de la observación de los movimientos que realiza para resolver los problemas que le
plantea su vida.

El alma humana aspira a la superación, a la perfección, a la seguri- dad y a la superioridad.

Los tres grandes problemas que cada uno debe resolver y se ve obligado a resolver a su
manera, los de la comuni- dad, del trabajo y del amor, no pueden ser resueltos más o menos
adecuadamente sino por personas poseedoras de un vivo espíritu de comunidad.

Esto vale también forzosamente para el niño mimado - este lastre, cada día creciente, de la
familia, la escuela y la comuni- dad-. Debemos resolver siempre el caso individual y
concreto, tanto si se trata de niños difícilmente educables, como de individuos neu- róticos
o alienados, suicidas, delincuentes, toxicómanos, perverti- dos, etc. Todos ellos padecen de
una falta de sentimiento de comu- nidad que se puede explicar casi siempre por un mimo
inicial en la infancia o por un exagerado deseo de verse mimado y de verse li- brados de las
exigencias de la vida.

El niño mimado, inducido al amor a sí mis- mo, desarrollará forzosamente un mayor
número de rasgos de egoísmo, de envidia y de celos, aunque en medida muy distinta.

La familia, y en particular las madres, deberían comprender su obligación de no extremar


su amor al niño, hasta el mimo excesivo. Más deberíamos esperar todavía de un magisterio
que hubiera aprendido a descubrir y a corregir esta falta. Entonces se vería más claramente
como no lo ha sido hasta ahora, que no hay peor mal que el de mimar a nuestros hijos, y se
comprenderían todas las funestas consecuencias de esta manera de obrar.

X. ¿QUÉ ES, EN REALIDAD, UNA NEUROSIS?

Siempre que falta claridad en torno a una cuestión, son innumera- bles las hipótesis y muy
enconadas las polémicas que para explicarla se producen. Lo mismo ocurre en este caso.
Neurosis equivale a irritabilidad, a debilidad irritable, a una enfermedad de las glándulas
endocrinas, a las consecuencias de infecciones dentales o nasales, a una afección genital, a
una debilidad del sistema nervioso, a las con- secuencias de diátesis hormonal o úrica, del
trauma del parto, de un conflicto con el mundo exterior, con la religión, con la ética; de un
conflicto entre el intransigente inconsciente y la conciencia siempre dispuesta a transigir; a
la represión de impulsos sexuales, sádicos y criminales; del ruido y de los peligros en las
grandes ciudades; de una educación demasiado indulgente o demasiado adusta, o de una
educación familiar en particular; de determinados reflejos condicio- nados, etc...

Hemos realizado detenidas investigaciones a fin de averiguar en qué consiste la dificultad


que hace tan ardua la solución de un problema. Y, en efecto, la Psicología individual
consiguió arrojar una claridad definitiva sobre esta cuestión al descubrir que el individuo se
en- frenta de continuo con problemas cuya solución exige una prepara- ción de orden
social, y que esta preparación debe ser adquirida en la primera infancia al ser esta
comprensión absolutamente indispensa- ble para su desarrollo. Hemos conseguido señalar
que el plantea- miento de tales problemas ejerce una acción conmocional, permi- tiéndonos,
por consiguiente, hablar con plena justificación en estos casos de efectos de shock. Éstos
pueden ser de muy distinta clase. Puede ser un problema de tipo social; por ejemplo, un
desengaño en la amistad. ¿Quién no lo ha experimentado alguna vez? La conmo- ción no es
por sí sola un signo de neurosis, lo es sólo si perdura, si se hace permanente, si induce al
afectado a apartarse con descon- fianza de la gente, si la sociabilidad de éste está
disminuida al mani- festar timidez, miedo y al presentar síntomas orgánicos como palpi-
taciones, transpiración, trastornos gastrointestinales, ganas urgentes de orinar.

XI. PERVERSIONES SEXUALES

Esto es muy importante y no hay que perderlo de vista; a nuestro entender, las perversiones
sexuales son un producto artificial infiltrado a través de la educación sin que el interesado
se dé cuenta de ello.

En cuanto al uso de las facultades, debemos observar lo siguiente: el más decisivo de todos
los pasos hasta hoy dados por la Psicología individual fue el de considerar la ley de
movimiento en la vida anímica del hombre como característi- ca de su peculiar modo de
ser. Si bien es verdad que hemos tenido que inmovilizar el movimiento para poder
percibirlo como forma, no lo es menos que hemos partido siempre del punto de vista de que
todo en la vida es movimiento, encontrando que esto es lo correcto para poder llegar a la
solución de los problemas y a la superación de las dificultades.

La conducta del individuo ante una tarea siempre social - su ley de movimiento- es el
campo de observación del psicólogo individual. En él podremos observar incontables
variantes y matices.

Prescindiendo de las demás formas de movimiento frente a los pro- blemas de la vida
amorosa, encontramos de manera sorprendente en las perversiones sexuales la línea de
avance restringida. Dicha línea de avance no dispone de una amplitud normal, como más
tarde se demostrará, sino que, al contrario, parece extremadamente limitada, de modo que
nunca resuelve sino un aspecto parcial del problema, como ocurre, por ejemplo, con el
fetichismo. Es igualmente impor- tante la comprensión del hecho de que todas estas formas
de movi- miento tienen como finalidad superar por una vía anormal senti- mientos de
inferioridad. Si consideramos el movimiento del sujeto, el uso que hace de sus facultades,
siempre guiado por su opinión y por el sentido que, sin él saberlo ni haberlo formulado
claramente en palabras y conceptos, atribuye a la vida, entonces podremos adivinar qué
objetivo de superación, qué satisfacción (que a él se le antoja como triunfo) puede perseguir
al no entregarse por completo a la solución del problema del amor, al no abordarlo desde
cerca o al perder el tiempo en dilaciones.

El mimo es el fenómeno de la vida social que más intensamente puede frenar y reducir la
capacidad de contacto. Los niños mimados no tienen contacto sino con la persona que los
mi- ma, y se ven obligados, por tanto, a excluir a todas las demás.

XII. PRIMEROS RECUERDOS INFANTILES

Pero la enseñanza que Freud y sus discípulos, quienes necesitan una terapia psicoanalítica,
nos atribu- yen, de que los enfermos sólo aspiran a llamar la atención, es más que
censurable y se condena por sí misma.

Que todo recuerdo – siempre que una vivencia tenga interés para el individuo y no quede
rechazada de plano- es el resultado de la transformación de una im- presión por el estilo de
vida, por el yo.

Sabemos que el yo no sólo se expresa mediante el len- guaje, sino también a través de los
sentimientos y de las actitudes que adopta ante la realidad, y que la conciencia de la unidad
del yo debe precisamente a la Psicología individual el conocimiento de lo que hemos
denominado dialecto de los órganos.

El contacto con el mundo que nos rodea lo mantenemos a través de todas las fibras de
nuestro ser, de nuestro cuerpo y de nuestra alma. En cada caso nos interesa la manera,
especialmente la defectuosa, con que se intenta mantener este contacto.

Desea a la madre en su complejo de Edipo (cosa, aunque exagerado, comprensible en casos


individuales, puesto que el niño mimado rechaza a todas las demás personas). Más tarde
tropieza con toda clase de dificultades (no a causa de la represión del complejo de Edipo,
sino por efecto del shock ante otras situaciones) y llega a abandonarse incluso a deseos de
asesinato frente a personas que, a su parecer, se oponen a la realización de sus deseos.

XIII. SITUACIONES INFANTILES QUE DIFICULTAN LA FORMACIÓN DEL SENTIMIENTO


DE COMUNIDAD, Y SU REMEDIO

Son problemas, en efecto, que dificultan el desenvolvimiento del sentimiento de


comunidad: mimos, minusvalías orgánicas con- génitas y negligente educación.
Si queremos seguir avanzando a base de presunciones, nos encontraremos con un
sinnúmero de factores en- tre los que figuran los siguientes: circunstancias familiares, luz,
aire, estaciones del año, calor, ruidos, contacto favorable o desfavorable con las personas,
clima, características del suelo, alimentación, sistema endocrino, musculatura, ritmo del
desarrollo orgánico, estado embrional y otros muchos, como, por ejemplo, las distintas
atencio- nes y cuidados de las personas encargadas de velar por el niño.

En el umbral del sentimien- to de comunidad nos encontramos siempre con la madre. La


heren- cia biológica de este sentimiento espera ser objeto de especial culti- vo por parte de
la madre. En los auxilios más insignificantes, en el baño, en cada uno de los cuidados que
de continuo ha de prestarle al niño, puede la madre fomentar o, al contrario, inhibir la
capacidad de contacto de éste.

A este sentimiento de contacto materno debemos, sin duda, gran parte del sentimiento
humano de comunidad y, con ello, uno de los más esen- ciales factores constitutivos de la
civilización humana. La exteriori- zación actual del amor materno ya no es hoy suficiente
en muchos casos para satisfacer las necesidades de la comunidad.

Debe intentarse crear esta atmósfera social durante las comidas, principalmente al comen-
zar la jornada, durante el desayuno.

No debemos hacer ver a los niños su pequeñez, su carencia de conocimientos o falta de


capacidad, sino, al contrario, facilitarles el camino hacia un entrenamiento valeroso. Debe
dejárseles tranqui- los si demuestran interés por algo, no quitarles siempre las cosas de las
manos, e indicarles que sólo los comienzos son difíciles, que no debemos mostrar una
angustia exagerada ante una situación peligro- sa, sin que eso quiera decir que debemos
dejar de dar pruebas de la necesaria previsión y de la oportuna defensa.

El nerviosismo de los padres, las disensiones conyugales o una dife- rente concepción de
los problemas de la educación, pueden perjudi- car fácilmente el desarrollo del sentimiento
de comunidad.

Las alabanzas y censuras deben referirse a los entrenamientos logrados o malogrados, pero
nunca a la propia personalidad del niño.

Mas en todos los casos debe ilustrársele respecto a la igualdad de los sexos y acerca de su
propio papel sexual, puesto que, en caso con- trario—como el mismo Freud ha llegado a
reconocer--, dado el ni- vel de retraso de nuestra civilización, podría sacar la conclusión de
que la mujer es inferior en cierto grado al hombre. Esta opinión puede fácilmente producir
en los niños fenómenos de orgullo, con sus fatales consecuencias para la sociedad, y en las
muchachas la protesta viril que describimos hace ya muchos años

De la posición de los hermanos dentro de la familia deriva otra clase de dificultades. La


preponderancia acentuada (o a veces ligerísima) de uno de los hermanos en la primera
infancia llega a ser muchas veces una gran desventaja para los restantes.
XIV. SUEÑOS Y ENSUEÑOS

El examen de este tema nos lleva al reino de la fantasía.

Sería un grave error aislar de la totalidad de la vida psíquica y de su ligazón con la realidad
del mundo circundante esta función de la fantasía, resultante de la corriente de la evolución.
Y un error todavía mayor, intentar oponerla a la totalidad del Yo. Antes bien hay que
conside- rarla como parte integrante del estilo de vida, al que, en su calidad de movimiento
psíquico, caracteriza y a la vez perfila dentro de las restantes partes integrantes de la vida
anímica.

Puesto que toda forma de expresión anímica se mueve de abajo arri- ba, de una situación de
minus a una situación de plus, está claro que todo movimiento de expresión anímica puede
interpretarse como realización de un deseo.

Más que del sentido común, la fantasía se sirve de la capacidad de adivinar, sin que esto
quiera decir que acierte siempre.

La fantasía aspira a poner de relieve la propia personalidad y en esta orientación se halla


subordinada más o menos al sentido común.

l creador del psicoanálisis y a sus discípulos parece pro- ducirles gran satisfacción el poder
designarme como discípulo de Freud, cosa que hacen con delectación ostensible, por el
mero hecho de haber discutido yo mucho con éste en un círculo de psicólogos, pero sin
haber asistido jamás ni a una de sus clases.

De aquí se puede concluir que el dormir y los sueños no son sino simples va- riantes de la
vida vigil, así como, a la inversa, que la vida vigil no es más que una forma de la vida del
sueño.

Queda lo que siempre suele quedar si alguien se abandona en brazos de la fantasía:


sentimientos, emociones y una actitud deter- minada.

XV. EL SENTIDO DE LA VIDA

Nosotros, los psicólogos individuales, aspiramos desde el principio de nuestras


investigaciones a convertir otra vez en movimiento todo cuanto percibimos como forma.

El hecho universal de la evolución creadora de todo cuanto vive nos enseña que la
orientación del desarrollo evolu- tivo persigue en toda especie un fin determinado: el ideal
de la per- fección, de la adaptación activa a las exigencias cósmicas.

Si queremos comprender en qué dirección progresa la vida, no de- bemos apartarnos de este
camino de la evolución, de este proceso de continua adaptación activa a las exigencias del
mundo exterior. No debe olvidarse que se trata aquí de algo completamente primordial,
inherente a la vida desde sus comienzos: de la superación, de la con- servación del
individuo, de la especie humana, y del establecimiento de una favorable relación entre el
individuo y el mundo exterior.

Ba- sándose en una experiencia vastísima, nuestra Psicología ha descu- bierto una
concepción susceptible de orientarnos hasta cierto punto hacia la perfección ideal, y eso
gracias precisamente a la fijación de las normas del sentimiento de comunidad. Sentimiento
de comuni- dad equivale, ante todo, a una tendencia hacia una forma de comu- nidad que
debe ser concebida como eterna, tal como podríamos re- presentarnos a la humanidad si
hubiese alcanzado ya el objetivo de la perfección. No se trata aquí de una comunidad o
sociedad actual, ni tampoco de formas políticas o religiosas, sino del objetivo idóneo de
perfección.

Nuestra idea del sentimiento de co- munidad ha de llevar en sí el objetivo de una
comunidad ideal como forma definitiva de la humanidad, como un estado en que todos los
problemas que nos plantea la vida y nuestras relaciones con el mun- do se nos aparecen
como ya resueltos.

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