Parafraseo de Lecturas PL280421
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Parafraseo de lecturas
Presenta
Comité Académico
Director
Dr. Carlos Martínez Padilla
Secretario
Dr. Raúl García García
Por tanto, más allá del debate sobre las causas, es importante señalar que la
precariedad laboral está vinculada a una profunda transformación del papel del
Estado en este nuevo contexto global, esto es, a la emergencia de nuevas formas
de regulación del trabajo y de nuevas políticas públicas en materia económica y
social, y a un profundo cambio en los equilibrios de poder en el mundo del trabajo
y más allá que habría situado a los representantes de los trabajadores en una
posición muy desfavorable. La precariedad laboral, por tanto, está fuertemente
vinculada a una configuración institucional, a las políticas públicas de empleo y a
la regulación laboral, y a la capacidad de los sindicatos para influir en el diseño e
implementación de tales políticas de empleo y regulación laboral. Estas son las
dimensiones por medio de las cuales Duncan Gallie (2007: 17 y ss) trataba de
explicar la calidad del empleo, y cuya combinación variable daba lugar a varios
“regímenes de empleo”. Lo importante es que la calidad del empleo, y,
eventualmente, su precariedad, depende del denso entramado formado por
instituciones, políticas públicas, regulación y del equilibrio de poder entre los
actores en las relaciones sociales y laborales. Un entramado que presenta formas
distintas en cada país (Koch, 2006). En un artículo ya célebre, Carlos Prieto
describió el proceso de precarización del empleo en España en las décadas de los
80 y 90 como la transición de una norma salarial de empleo a una norma flexible
con la intención de subrayar la importancia de esa gran dimensión institucional y
social.
Si el trabajo constituye uno de los principales vehículos de integración social, el
deterioro de las instituciones del mundo del trabajo ha convertido la precariedad
laboral en un fenómeno cuyos efectos van más allá del trabajo. Las crecientes
dificultades que tienen cada vez más sectores sociales para encontrar un empleo,
o algún tipo de vinculación formal o informal al mercado de trabajo, que garantice
su seguridad material a largo plazo ha contribuido a la transformación de una
estructura de clases cada vez más polarizada y tendente a disminuir el espacio de
la clase media y, en consecuencia, ha provocado el colapso de las expectativas de
movilidad social de gran parte de la población.
La gestión individual y política de estas situaciones de incertidumbre laboral y
social se han convertido en uno de los grandes temas en el debate actual sobre la
precariedad (Kalleberg, 2018) En cuanto a la gestión individual de la precariedad
laboral, uno de los temas más importantes es la tendencia hacia una mayor
inseguridad identitaria parcialmente derivada de no poder asegurar un horizonte
de progreso personal y profesional y de carecer de un cierto grado de control
sobre la vida profesional y personal.
La imparcialidad de los trabajadores se habría convertido así en el espacio de una
gran batalla identitaria en la que los referentes colectivos y obreristas habrían
perdido peso y en la que las empresas estarían tratando de “conquistar el alma y
los corazones” de los trabajadores para fundir sus aspiraciones y deseos con los
de las empresas (Fernàndez, 2007).
Por otra parte, la gestión política de la incertidumbre social y laboral reviste una
gran complejidad. En los debates sobre la precariedad se plantea si ese malestar
social derivado de la precariedad laboral se está canalizando política o
socialmente por medio de los partidos políticos, organizaciones sindicales o
movimientos sociales o si carece de expresión política (Standing G. , 2013).
Esta presentación pretende situar los artículos contenidos en el monográfico en
las diversas dimensiones que abarca lo que es precariedad laboral. La siguiente
sección explorará las dimensiones de la precariedad laboral, así como la influencia
en la vida política y social, sobre las identidades, por lo que se hablará de una
precariedad política, social e identitaria. Después, tratará de exponer los artículos
del monográfico en relación con algunas de las dimensiones descritas ofreciendo
así una muestra de la precariedad laboral en España.
2. La precariedad laboral y sus efectos sociales, políticos e identitarios
2.1. Precariedad laboral
Sonia McKay y Steve Jefferys dirigieron en 2011 un proyecto europeo que hablaba
sobre el trabajo precario y los derechos sociales en 12 países europeos (MacKay,
2012). Mostraron que la precariedad laboral se deriva principalmente de la
inseguridad, la cual siempre procede de relaciones de empleo en las que, por un
lado, los trabajadores quedan excluidos de la protección social del Estado de
Bienestar y de la protección frente a un despido injusto, lo que implica su
incapacidad para hacer valer sus derechos. por otro lado, la inseguridad se deriva
también de relaciones de empleo en las que el salario es considerado insuficiente
para llevar una vida decente, y en las que no es posible saber cuánto tiempo
durará el contrato a causa de esto no es posible hacer planes de futuro. La
inseguridad laboral es de los principales problemas que se encuentran en la
precariedad laboral, aunando otras situaciones que generan más precariedad. La
contratación temporal no es la única correlación de empleo que puede conducir a
la precariedad. Junto con la contratación temporal, y al margen de la situación del
desempleo, en el estudio identificaron otras 7 situaciones de precariedad: trabajo a
un tiempo parcial, especialmente el no deseado, trabajo irregular, falsos
autónomos, trabajo estacional, trabajo a través de una empresa de trabajo
temporal, trabajo subcontratado y trabajo desplazado en el marco de algún
programa de trabajadores invitados (por ejemplo, programa de contratación en
origen). A ellas se le puede sumar la situación de los falsos becarios (Lahera,
2018) Esta diversidad de situaciones contractuales de precariedad donde se
muestra que la multiplicación de formas de trabajo independiente más allá de la
relación salarial se ha convertido en uno de los rasgos que más caracteriza a los
mercados de trabajo en los países más ricos desde hace varias décadas (Prieto,
2015). Para el caso de España, Jorge Sola e Inés Campillo; indican que su
régimen de empleo se caracteriza por una combinación de regulación
aparentemente rígida con elevados niveles de desempleo y temporalidad, escasa
protección social y salarios reducidos. Los datos parecen confirmar ese régimen
de empleo precario. Aunque entre 2012 y 2014 estuvo alrededor del 25%, la tasa
de desempleo2 de 2018 es del 15,25%, lo que supone algo más del doble de la
media de la UE-28 (7,1%). Por su parte, en 2018 la tasa de temporalidad también
es extraordinariamente elevada en comparación con la del resto de Europa. En
2018 alcanzó un 26,8% frente al 11,3% de la UE-28. La tasa de empleo a tiempo
parcial, sin embargo, tiende a ser menor que en Europa. En 2018 era del 14,6%
mientras que en la UE-28 era del 18,7%. Para el caso de España es una cifra que
ha crecido durante la crisis. En 2007 era del 11,1% pero lo más llamativo es que la
tasa de empleo a tiempo parcial involuntario ha pasado de un 33,6% en 2007 a un
62% en 2017, lo que indica un uso precario de esta figura contractual. Otras
figuras de precariedad son la del falso autónomo y la del trabajo irregular. En 2017
había 3,1 millones de autónomos y 2 millones de empresarios sin asalariados, lo
que supone cerca de un 27% de los ocupados. No es fácil determinar la
proporción de “falsos autónomos” que puede existir entre ellos. A pesar del
aumento de la protección social derivada de la reciente reforma de la Ley de los
Trabajadores autónomos. Es una figura potencialmente precarizadora en la
medida en que se ha convertido en una de las salidas posibles en un contexto de
escasas oportunidades económicas. Con respecto al trabajo irregular, a pesar de
que su medición es compleja, puede ubicarse en el entorno del 15-20% desde
hace más de una década. No obstante, es más frecuente que se presente una
situación de trabajo semirregular en las que la cobertura de una figura contractual
(por ejemplo, un contrato a tiempo parcial) sirve para encubrir otras
irregularidades, por ejemplo: el impago de horas extras, no cotización por las
horas realmente trabajadas lo que genera problemas para cobrar prestaciones por
desempleo, y para una futura jubilación. Sin embargo, la precariedad laboral no
consiste únicamente en estar en una de estas situaciones, sino que la mayor parte
de los trabajadores precarios posee trayectorias en las que van saltando de una a
otra. Por ejemplo, de un trabajo temporal a (falso) autónomo para después pasar
al desempleo y, más tarde, volver a otro temporal tras haber pasado fugazmente
por un contrato indefinido con niveles de protección también decrecientes.
Además, habría otras trayectorias de una precariedad aún más profunda que
podría incluir la percepción de la prestación por desempleo tras el
encadenamiento de varios contratos temporales, la percepción de alguna renta
estatal o autonómica de inserción tras agotar el paro, el retorno a un trabajo
temporal o irregular, etc. En este sentido es importante apuntar dos datos que
sirven para mostrar la profundidad de la precariedad laboral en España. En primer
lugar, en 2017 el número de perceptores de la prestación por desempleo
contributiva era de 726.575 lo que supone regresar a cifras previas a la crisis. Sin
embargo, en los peores momentos de la crisis llegó a haber alrededor de 1,4
millones de perceptores. Después tenemos en segundo lugar, el número de
perceptores de rentas mínimas de inserción (estatales o autonómicas) se disparó
durante la crisis pasando de 351.227 en 2008 a 779.199 en 2017. Estas cifras
muestran la escasa tasa de cobertura de las prestaciones entre una población
desempleada que en 2018 es de 3,5 millones de personas pero que durante los
peores años de la crisis llegó a algo más de 6 millones5 e indican, por tanto, la
escasa protección social que lleva aparejado el empleo en España. Otra de las
dimensiones de la precariedad laboral hace referencia a la insuficiencia de los
salarios para llevar una vida decente. En España, a pesar de que el PIB ha crecido
más del 60% entre 1992 y 2016, los salarios se han estancado o han descendido
en términos relativos y absolutos. Dos indicadores sobre ello. El salario medio
anual ha pasado de 20.661 euros en 1992 a 18.645 euros en 2015 y la
participación de los salarios en la renta nacional ha pasado del 66,6% en 1994 al
61,3% en 2016. Una tendencia hacia el declive de los salarios que ha dado lugar a
una nueva figura laboral como es el trabajador pobre. En España, según la OCDE,
en 2017 el 14,8% de los trabajadores no obtenían los ingresos suficientes como
para superar el umbral de la pobreza. Por otra parte, la precariedad no afecta del
mismo modo a todos los grupos sociales, ocupaciones y sectores. Por un lado,
hay una clara sobrerrepresentación de las mujeres en el desempleo (17% frente al
13,7% de los hombres), en la temporalidad (24% frente al 20,5%) y en la
parcialidad (23,9% frente al 6,9%), por escoger sólo algunos de los principales
indicadores de la precariedad, lo que conduce a que el salario medio de las
mujeres sea menor que el de los hombres. En 2016, último año disponible, el
salario medio bruto de las mujeres era de 20.131 euros frente al de 25.924 de los
hombres. Lo mismo ocurre con los más jóvenes de entre 16 y 24 años y los
extranjeros cuya tasa de desempleo es del 40,5% y 21,9%, respectivamente,
(frente a 15,25% en toda la población ocupada), cuya tasa de temporalidad es del
69% y 89,1%, respectivamente (frente a 26,8% del total de los ocupados), y cuya
parcialidad es del 38,2% y 26,92%, respectivamente (frente al 14,6% del total de
los ocupados). Por lo que la precariedad laboral tiende a acentuar las dinámicas
de desigualdad ya presentes en la sociedad. Por otro lado, hay sectores y
ocupaciones que tradicionalmente concentran un mayor grado de precariedad. Por
ejemplo, el sector de la construcción y de la hostelería registra tasas de
temporalidad (42,7% y 38,01% en 2018, respectivamente) superiores a la media.
Y, por su parte, el trabajo doméstico remunerado es una de las ocupaciones más
precarias que se conoce en la que los salarios son bajos, la temporalidad y la
irregularidad es mayor, las condiciones de trabajo son especialmente duras y la
protección social es mucho menor debido a la inclusión en un sistema especial,
que se encuentra dentro de un régimen general de la seguridad social en el que,
por ejemplo, los costes de indemnización por despido son menores a (8 días por
año trabajado).
Tanto la inseguridad del empleo, en las diversas dimensiones que hemos visto,
junto con la insuficiencia de los salarios y el endurecimiento de las condiciones de
trabajo hacen que la precariedad laboral se proyecte sobre otras esferas de la vida
social y política, en la medida en que se dificulta el acceso a las oportunidades de
una integración social plena y el reconocimiento social como ciudadanos en
condiciones de igualdad, al producirse una restricción real del acceso a derechos
sociales y políticos.
Claramente la precariedad laboral día con día está dañando los tejidos sociales de
la población, en mi punto de vista el desempleo y la precariedad laboral son
vertientes muy grandes para que la delincuencia exista; tristemente los empleados
al no tener un trabajo fijo y estable deciden entrar a cualquier tipo de negocio, sea
lisito o no.
2.2. Precariedad social y política
Las situaciones de precariedad laboral ponen en riesgo la propia existencia social.
En su monumental La gran transformación, (Polanyi, 1989) advertía, en un
contexto muy diferente, de que “la inferioridad económica hará ceder al más débil,
pero la causa directa de su derrota no es tanto de naturaleza económica… [sino
que procede de] la herida mortal infligida a las instituciones en las que se encarna
su existencia social” (Polanyi, 1989). Las situaciones de precariedad laboral
tienen su origen precisamente en la herida mortal que han recibido las
instituciones que regulaban el mundo del trabajo (negociación colectiva,
legislación laboral) y permitían el acceso a un conjunto derechos sociales y
laborales (estado de bienestar, políticas de empleo) que aspiraban a garantizar la
integración y la cohesión social (Castel R. , 1997). Pues bien, la precariedad
laboral impide la integración social plena en la medida en que, por ejemplo, los
jóvenes se ven obligados a retrasar la emancipación residencial o si lo hacen se
pueden ver forzados a renunciar una ampliación de sus estudios, esto ante la
necesidad de emplear sus recursos en la vivienda, las parejas jóvenes se ven
obligadas a retrasar la paternidad, y se limitan con las expectativas de desarrollar
una carrera profesional, etc. En consecuencia, de la precariedad laboral no es
posible hacer planes vitales y profesionales a largo plazo lo que conduce a una
situación de incertidumbre social y vital. Así pues, el socavamiento de las bases
materiales y de institucionales del llamado pacto social keynesiano, que sostenían
una estructura de clases con la clase media aspiracional en su centro simbólico,
conducen a la proliferación de trayectorias de la precariedad y desclasamiento y,
en consecuencia, hacia un incierto proceso de redefinición de las expectativas
sociales y vitales y de los conflictos sociales. Entre las dimensiones políticas más
importantes de la precariedad está la pérdida de poder de los trabajadores. En su
libro La crisis de la ciudadanía laboral, Luis Enrique (Alonso L. , 2007)señalaba
que el pacto social keynesiano fue el resultado del reconocimiento, legitimación e
institucionalización del conflicto entre el capital y el trabajo, y que fue esa
institucionalización del conflicto la que permitió la cobertura de un amplio conjunto
de derechos laborales, sociales y políticos. La ruptura de ese pacto se produjo en
un contexto de redefinición de las relaciones de poder entre el capital y el trabajo.
La pérdida de poder de los trabajadores, tanto en el ámbito de las relaciones
laborales como en el resto de la sociedad, fue muy grande, tan así que esto se
tradujo políticamente en que sus demandas de seguridad laboral y social no sólo
no fueron atendidas, sino que, además, dio lugar a un acelerado proceso de
transformación de las políticas de empleo y de la norma laboral, cuyo propósito
principal ya no era garantizar la seguridad social sino facilitar la competencia en el
contexto de un nuevo orden económico y político global. En cuanto a las políticas
de empleo, los Estados han dejado atrás las políticas de pleno empleo para
adentrarse en unas políticas de empleo basadas en la mejora de la empleabilidad
y en la activación de los desempleados. En el caso de la Unión Europea, el
abandono de la lucha contra el desempleo como objetivo político prioritario se
consolidó con la firma del Tratado de la Unión Europea en 1992 en el que se
recogían los criterios de convergencia. (Serrano A. , 2009,2016) ha analizado la
transformación de las políticas de empleo a nivel de la UE y de España desde los
años 90 hasta ahora y ha mostrado cómo en ellas el desempleo (y cualquier
situación de precariedad, añadiríamos nosotros) se ha construido como un
problema individual. El desempleo (o la precariedad laboral) no obedecería a
causas estructurales económicas o políticas vinculadas al proceso de
globalización sino a una serie de carencias individuales de los desempleados (o
precarios) en al menos tres planos. Carencia de competencias técnicas o de
cualificaciones formales especializadas, carencia de habilidades sociales como
capacidad de liderazgo, networking, etc., y, finalmente, carencia de actitudes y
competencias de carácter moral (capacidad de compromiso profesional,
autocontrol emocional, canalización productiva del malestar, carácter no conflictivo
y positivo…). Una nueva orientación que trataba de aplicar a las políticas públicas
los principios de gestión empresarial de los recursos humanos extraídas del nuevo
gerencialismo (Serrano A. F., 2014) .La consecuencia de ello es que las políticas
de empleo se han orientado cada vez más hacia la empleabilidad y la activación
de los desempleados (y precarios) por medio de la promoción de la formación y
del asesoramiento en la búsqueda o mejora de empleo y por medio de la mejora
de esas carencias competenciales, sociales y morales. En cuanto a la regulación
laboral, la pérdida de poder de los trabajadores se ha materializado en la
flexibilización de la legislación laboral que desde los años 80 lleva produciéndose
en toda Europa; con el fin de adaptar los marcos legislativos a las crecientes
demandas de mayor competitividad. El objetivo de las reformas laborales consistía
en eliminar o “flexibilizar” todo ese conjunto de derechos sociales y laborales que
configuraban el modelo de ciudadanía social de posguerra (Alonso L. , 2007) y
que había “desmercantilizado” parcialmente el trabajo pero que, sin embargo, eran
poco sostenibles de cara a la mejora de la competitividad en un mercado global. El
espíritu de las reformas apuntaba, por tanto, a una progresiva subordinación del
control político a la eficacia del mercado. El caso de España es paradigmático
tanto por el espíritu de las reformas como por la cantidad de reformas que se han
realizado: 53 reformas laborales desde 1984 hasta la actualidad (Aragón J. ,
2012).Los principales ejes sobre los que han girado las reformas laborales son,
por un lado, la reducción de las llamadas “barreras” de acceso al mercado de
trabajo, fomentando tipos de contratación temporal, a tiempo parcial, en prácticas,
rebajando las cotizaciones empresariales a la seguridad social para la contratación
de determinados colectivos, y permitiendo la aparición de numerosos
intermediarios en las relaciones laborales (ETT ́s, agencias privadas de
colocación, etc.…). Por otro lado, las reformas han girado en torno a la reducción
de “barreras” de salida del mercado de trabajo por medio de la reducción de los
costes de indemnización por despido y de la ampliación de los supuestos elegibles
para el despido procedente. Al mismo tiempo, las reformas han endurecido el
acceso a las prestaciones por desempleo y han reducido su cuantía,
incrementando así la situación de dependencia de los trabajadores. Por último, las
reformas laborales también han modificado la estructura de la negociación
colectiva con el fin de fomentar la negociación individualizada de las condiciones
de trabajo, lo que en la práctica supone un duro golpe más a los ya de por sí
debilitados sindicatos y a su posición negociadora. Por su parte, otra dimensión
política de la precariedad hace referencia al modo en que los diferentes actores
políticos y sociales (partidos, sindicatos, movimientos sociales) han tratado de
canalizar, movilizar o resistir el malestar social provocado por las situaciones de
incertidumbre laboral y social, especialmente entre las declinantes clases medias.
De hecho, Kalleberg y Vallas señalan que la gran incertidumbre política de nuestra
época es; cómo afrontará esa clase media de los países más desarrollados las
situaciones de precariedad crónica de las que hasta hace poco se había visto
protegida. Algunos han señalado que la incapacidad de las instituciones políticas
de dar respuesta a ese malestar social extensivo, sería una de las aristas de la
conocida compleja crisis de las democracias liberales; El excesivo compromiso de
los partidos tradicionales con las políticas económicas neoliberales, orientadas
hacia una competitividad basada en la devaluación de los costes salariales y
sociales, les habría impedido ofrecer algún tipo de seguridad social y laboral. En el
caso de los partidos socialdemócratas, este compromiso ha sido especialmente
desconcertante para un amplio conjunto de trabajadores y simpatizantes puesto
que se han visto abandonados y sin alternativa. La consecuencia ha sido el
profundo desprestigio de la clase política, el distanciamiento y la desconfianza de
los ciudadanos con respecto a los partidos tradicionales, y la emergencia de
nuevos partidos que aspiran a canalizar de formas distintas ese malestar social ya
sea poniendo en cuestión las políticas neoliberales o señalando a una amplia
diversidad de enemigos interiores y exteriores (Castells, 2018).La respuesta de los
sindicatos a la precariedad laboral se ha visto atrapada por el sistema
neocorporativista de negociación, en la medida en que su compromiso con la
estabilidad institucional, así como su debilidad estructural le ha prevenido de
adoptar estrategias de movilización más agresivas, salvo en contadas ocasiones
(Sola, 2014) En realidad, el sistema neocorporativista era ambivalente con
respecto a los sindicatos puesto que, por un lado, legitimaba y reconocía su
representatividad y su capacidad de negociación en nombre de los trabajadores, al
margen de los niveles reales de afiliación, pero, por otro lado, les forzaba a
mantener posiciones moderadas de responsabilidad institucional. Este doble
vínculo de los sindicatos ha generado una enorme desconfianza entre gran parte
de los trabajadores que se ha acrecentado en los momentos de crisis, que, entre
otras cosas, ha mostrado que la estrategia de la concertación social no ha evitado
ni la destrucción masiva de empleo ni la proliferación de la precariedad. Por otra
parte, en el marco de una producción crecientemente articulada en cadenas
globales se ha planteado una renovación de las estrategias sindicales (Burawoy,
2010). Por un lado, las estrategias transnacionales se refieren a la coordinación de
la movilización de todos los trabajadores implicados a lo largo de todos los
eslabones de la cadena global de producción. Los trabajadores con mayor poder
estructural (i.e. con capacidad para paralizar la producción y distribución) en la
cadena pueden tomar la iniciativa para la conversión del poder estructural en
poder asociativo y para extender su influencia a lo largo de toda la cadena
(Selwyn, 2007; Robinson y Rainbird, 2013). Por otra parte, las estrategias
transversales o territorializadas consisten en las alianzas de los sindicatos con las
asociaciones de los territorios en los que se incrustan las cadenas. Se trataría de
una perspectiva transversal de movilización en la medida en que aspiraría a
articular los intereses de trabajadores y otros actores del territorio (Lund-Thomsen,
2013; Anner, 2015). Por último, aunque en menor medida, los sindicatos también
están ensayando estrategias de negociación internacional basada en los Acuerdos
Marco Globales con las empresas transnacionales con el fin de asegurar el trabajo
decente en las cadenas de suministro (Garrido, 2019). La resistencia a la
precariedad también ha procedido de los movimientos sociales. Bove et al (2017)
sustentan que el propio concepto de precariedad surgió como lema de
movilizaciones organizadas por diversos movimientos sociales en Francia e Italia
al margen de los sindicatos a finales de los 90. No obstante, es un término que
también se empleó en el sindicalismo español en el marco de las movilizaciones
contra la reforma del mercado de trabajo de 1994. El uso del término se proyectó a
nivel europeo en 2005 con la celebración festiva del día del precario (Euro May
Day), organizado por el movimiento autonomista europeo. La experiencia del Euro
May Day fue decisiva para la visibilidad pública de una nueva generación que
compartía una condición existencial basada en una socialización en los horizontes
inciertos de una precariedad que, paulatinamente, se ha ido extendiendo a toda la
sociedad. De ahí que los movimientos sociales de resistencia contra la
precariedad se basen en la aspiración de crear alianzas transversales entre los
otros grupos afectados por la precariedad (inmigrantes, jóvenes, feministas…) y
por los afectados por los recortes en los servicios públicos tratando de mantenerse
al margen de la representación institucional, dando lugar a la potencial emergencia
de nuevas subjetividades políticas al margen de las tradicionales (Bove et al p.7-8;
Standing, 2014). 2.3. Precarización identitaria La precariedad laboral también es
una de las fuentes que ha socavado los cimientos de las identidades. Desde
finales de los 70 se viene hablando de la crisis de las identidades. En esta etapa
se intensificó el debate sobre la centralidad social y política del trabajo. Uno de los
ejes de ese debate era el cuestionamiento la centralidad del trabajo en la
formación de las identidades individuales y colectivas ante la aparición de nuevos
referentes identitarios no laborales tras las intensas movilizaciones de finales de
los sesenta: feminismo, ecologismo, pacifismo… (Revilla y Tovar, 2009). Por otro
lado, la crisis de los 70 puso en cuestión todas las instituciones sociales que
habían unido a las identidades colectivas y habían ofrecido un horizonte de
seguridad. En este caso, la precariedad sería el resultado de no poder construir
una identidad estable y coherente a lo largo del tiempo ante el declive de los
referentes institucionales colectivos (Sennett, 2000; Bauman, 2002). Las
instituciones laborales y del estado del bienestar ofrecían un horizonte estable
sobre el cual los sujetos podían proyectar sus aspiraciones individuales y
colectivas y, en consecuencia, permitían una organización y planificación
biográfica a largo plazo (Alonso, 2007). El declive de estas instituciones laborales
desestructuró las biografías abriendo así una situación de incertidumbre
biográfica.
Sin embargo, la precariedad identitaria también procede del proceso de
individualización de las identidades. Ante la imposibilidad de recurrir a referentes
institucionales colectivos (familia, clase, estado de bienestar), los individuos se
habrían visto obligados a convertirse en agentes activos de la aseguración de su
existencia en el mercado, y de la planificación y organización de su propia
biografía (Beck and Beck-Gernshiem, 2003). Las identidades serían ahora
entendidas como proyectos de realización del yo (Giddens, 1995). La precariedad
laboral no habría hecho más que intensificar ese proceso de individualización. La
individualización de la responsabilidad por los riesgos laborales y sociales se
convierte en una presión añadida para la creación de una subjetividad viable
constantemente abierta a la renovación, a la competencia y a la evaluación. El que
en el amiente laboral se genere el individualismo; crea una competencia,
concuerdo completamente con el autor; ya que siempre el competir hace mejor a
la persona y si se trata del ámbito laboral. Siempre habrá un beneficio.
Una de las vías de definición de ese espacio de la subjetividad tiene que ver con
el abandono del lenguaje de los derechos individuales o colectivos, y con la
exploración de una subjetividad basada en la conversión de los individuos en
empresarios de sí mismos. Esto es, cada individuo organiza su existencia como si
fuera una empresa, lo cual implica no sólo maximizar recursos y utilidades
disponibles sino, sobre todo, aprender a desarrollar la capacidad para convertir
cualquier situación de la vida social en una oportunidad para mejorar el valor de
mercado de las competencias y cualidades propias (Laval y Dardott, 2010). En
este caso la precariedad identitaria procede de la fatiga y la ansiedad que produce
la preocupación por no acumular el capital humano suficiente o adecuado que
demanda el mercado de trabajo o la vida social en general. La subjetividad estaría
ahora abierta a un proceso de transformación orientado a la optimización de su
valorización mercantil, en otras palabras, la subjetividad sería ahora un proceso de
acumulación incesante de capital humano. Podrían destacarse dos fuentes a las
que los individuos recurren para la creación de esas subjetividades: el discurso
gerencial y el propio mercado. En cuanto a lo primero, Carlos Fernández y Luis
Enrique Alonso (2018) han estudiado la influencia de los discursos del nuevo
gerencialismo en la formación de las identidades y han mostrado cómo el proyecto
de fortalecimiento de una nueva cultura corporativa ligada al neoliberalismo
aspiraba a crear una adhesión y compromiso de naturaleza ideológica y moral del
empleado con los objetivos de la empresa. La precariedad identitaria consistiría en
este caso en la ansiedad por cumplir con las demandas cambiantes de la
empresa, en la evaluación permanente de las cualidades y competencias de los
empleados, y en la aceptación forzosa de un acuerdo asimétrico por el que las
empresas tienen derecho a prescindir de los empleados casi en cualquier
momento y por cualquier motivo. Por otra parte, el mercado también se ha
convertido en una fuente de subjetivación en el sentido de que los individuos
buscan la valorización de sus perfiles identitarios por medio del consumo de
diferentes bienes y servicios. En concreto el mercado proporciona una serie de
competencias emocionales y morales (motivación, imaginación, creatividad…) que
pueden consolidar el valor de las subjetividades demandadas en el mercado
(Santamaría, 2018). Por otra parte, las empresas e instituciones públicas
desarrollan mecanismos y dispositivos que permiten evaluar el rendimiento de la
competencias y cualidades de sus empleados o compran esos servicios de
evaluación en el mercado (Rose, 1998; Dean, 1999; Davies, 2016). Los sujetos
compiten por la adquisición de esas competencias culturales y morales en una
carrera incesante por la acumulación de capital humano con el fin de garantizar o
mejorar su posición en el mercado. Y, al mismo tiempo, los sujetos se esfuerzan
por demostrar y mejorar su rendimiento basándose en los sistemas de evaluación
fijados por las empresas y las instituciones. Tanto la etapa de acumulación de
competencias como la etapa de evaluación del rendimiento son fuentes
potenciales de precariedad identitaria en la medida en que generan desasosiego,
ansiedad y un cansancio del yo (Laval y Dardott, 2010; Klopoteck, 2018). La
precariedad laboral se convierte así en una herramienta que disciplina las
voluntades de los empleados (Alonso y Fernández, 2009) y orienta e intensifica la
búsqueda de competencias y cualidades para mejorar el rendimiento en una
carrera sin fin.
4. Conclusiones
Hasta aquí hemos señalado, por un lado, las diversas dimensiones de la
precariedad laboral y sus efectos en la vida social y política y en las identidades y,
por otro lado, hemos sintetizado la muestra de la precariedad en España que
ofrecen los artículos incluidos en el monográfico. A lo largo del texto también se ha
hecho referencia a algunos de los procesos pueden explicar la precariedad
laboral: cambios organizacionales y nuevas formas de gestión empresarial,
cambios tecnológicos, flexibilización de la legislación laboral, nuevas políticas de
empleo, individualización negociación sindical y pérdida poder sindical, y reforma
de los estados de bienestar. Todos estos factores están incluidos en el desarrollo
del proyecto político del neoliberalismo (Harvey, 2005), que ha hecho de los
procesos de liberalización y de privatización un instrumento de transformación
hacia un capitalismo financiarizado (Streeck, 2016) No obstante, sin la intención
de entrar en el complejo debate sobre las causas de la precariedad laboral, es
necesario señalar que la tendencia hacia la precarización del trabajo también está
conectada con otras dinámicas globales económicas y políticas, que con
demasiada frecuencia quedan fuera del interés de los estudios sobre la
precariedad. Una de las más importantes es que el debilitamiento de los modelos
europeos de protección del trabajo tiene que ver con la nueva posición de la UE
en el mundo en el marco de una reestructuración de la competencia global. La
reestructuración de la competencia global se consolidó tras desintegración de la
URSS en el 1989. Los años noventa fueron años de creación de nuevos bloques
comerciales regionales y de intensificación de los ya existentes (ampliaciones de
la UE), que ya atisbaban la creciente competencia entre EE. UU y China,
quedando la UE relegada a un plano secundario (Arrigui, 2007). La reciente
negociación de varios tratados comerciales (TTIP y TTTP) o la lucha por el control
de la tecnología 5G no serían más que un nuevo episodio de una ya abiertamente
declarada guerra comercial entre EE. UU y China (Olier, 2018). En consecuencia,
cualquier forma de protección o de desprotección del trabajo es el resultado de
una disputa política que no tiene lugar únicamente en los espacios nacionales sino
también en los espacios transnacionales. Lamentablemente, este proceso de
cambio político y económica no está encontrando un oponente que defienda la
protección del trabajo a una escala transnacional, más allá de los esfuerzos de
organismos internacionales como la OIT, de ahí que la precariedad se haya
convertido en el modelo hegemónico global de gestión de las relaciones laborales.
Por otra parte, la digitalización del trabajo en el marco una producción
estructurada en cadenas globales de producción y consumo estaría transformando
radicalmente el lugar del trabajo en la sociedad (Srinicek, 2018; Valenduc, 2019).
No es un debate nuevo. Ya en los años 70 se decía que la automatización de la
producción destruiría millones de puestos de trabajo y que al mismo tiempo abriría
oportunidades en otros sectores por descubrir (Wilson, 2004; Nueva Sociedad,
2019). Si se asume este razonamiento, habría que plantear cuáles son las
alternativas de las que dispone toda esa masa de trabajadores excedentes. En los
80 surgió el debate sobre el reparto del tiempo de trabajo y la reducción de la
jornada (Offe, 1992) en un contexto en el que el poder de los partidos y
organizaciones obreras aún era capaz de situar algunos temas en la agenda
política. Hoy día la renta básica ha ocupado un espacio importante en el debate
mediático y político (Casassas, 2018). En definitiva, todos los caminos de las
transformaciones políticas y económicas a nivel nacional y transnacional parecen
conducir a un escenario de precariedad laboral como modelo hegemónico de las
relaciones laborales a largo plazo. La cuestión política decisiva es, por un lado,
hasta qué punto y de qué manera es compatible este horizonte de precariedad con
las instituciones democráticas de los países más avanzados (Streeck, 2016) y, por
otra parte, si la incapacidad de las instituciones democráticas para contener el
malestar social derivado de la precariedad no estaría conduciendo hacia un
“neoliberalismo autoritario” (Davies, 2016).
Nueva pobreza, precariedad y rentas mínimas: respuestas para incentivar el
empleo en el actual contexto sociolaboral
Lucía Martínez Virto
1. Introducción
El sistema de garantía de ingresos de España ha sido valorado, en
numerosas ocasiones, como un sistema complejo que presenta importantes
problemas de articulación y acceso. Entre otras razones, ello se debe a sus
rígidos patrones de diseño y condicionantes de acceso a cada una de las
prestaciones, tanto las que forman parte de los programas estatales como
aquellas rentas mínimas de las comunidades autónomas. De estas
cuestiones se deriva que, en ocasiones, haya sido incluso definido como
“un sistema poco sistemático”. (Laparra & Ayala, 2009). Cuyos problemas
de articulación limitan significativamente su eficiencia en términos de
reducción de la pobreza y la desigualdad. La estructura del sistema de
ingresos mínimos estatal se sustenta en dos lógicas diferenciadas una es;
la protección contributiva derivada de una aportación previa y la protección
no contributiva o asistencial desarrollada para proteger a las personas
trabajadoras con aportación insuficiente o que han agotado la protección
contributiva. Sin embargo, los dos niveles están definidos para proteger a
las personas en desempleo, por lo que no se contemplan como
beneficiarios potenciales a las personas que se encuentran trabajando,
aunque sus jornadas y salarios sean muy bajos e intermitentes. Las
principales situaciones de exclusión de estas prestaciones vienen
marcadas, por tanto, por la ausencia de periodos de cotización previa, por
aportaciones insuficientes, o incluso, por la presencia de actividades
laborales en las personas demandantes. Las rentas mínimas autonómicas
suponen escasamente un 6% del gasto total del sistema de ingresos
mínimos de España. Sin embargo, su papel subsidiario y residual del resto
de programas contributivos y asistenciales del sistema estatal genera que
sean las prestaciones que, en la práctica, compensan aquellas situaciones
de necesidad económica no atendidas desde los niveles estatales. En este
tenor, las rentas mínimas autonómicas desarrollan un papel clave en la
protección de los ingresos mínimos, debido a que complementan algunas
de las cuantías de las prestaciones sociales de carácter estatal y protegen
otras de las situaciones de exclusión señaladas. Por tanto, el papel
subsidiario, con origen en la beneficencia, en la mayoría de las ocasiones
permite rescatar a aquellas personas que han agotado o bien no han
podido acceder a otras prestaciones por razones normativas, así como a
complementar situaciones de bajos ingresos por salario o pensiones. No
obstante, las rentas mínimas autonómicas han convivido, desde su origen,
con el temor al desincentivo al empleo, el miedo a la cronificación y el
estigma de sus beneficiarios, que en ocasiones eran calificados como
personas pasivas y dependientes de las prestaciones (Murray, 1984). Esto
ha generado situaciones que, desde la base, el acceso a estas
prestaciones haya estado impregnado de requisitos y compromisos
individuales vinculados a la activación. En los últimos años, el aumento del
desempleo y la precarización de las condiciones laborales ha disparado el
número de beneficiarios potenciales de rentas mínimas, por lo que estas
prestaciones se enfrentan a retos importantes, no solo por dar respuesta a
la creciente y compleja demanda, sino porque de nuevo se intensifica el
tradicional debate sobre cómo evitar que la protección social disuada la
vuelta al empleo. A lo largo de este texto, se abordará el modo en que las
Comunidades Autónomas (en adelante CCAA) se enfrentan a esta
disyuntiva que es; entre proteger las situaciones nuevas de pobreza y no
disuadir el acceso al empleo. Para ello, en primer lugar, se presentan las
principales barreras de acceso de las nuevas formas de pobreza al sistema
de ingresos mínimos. En segundo lugar, se abordan los debates para
comprender y atender, desde la política social, a estas nuevas situaciones
de necesidad social. Posteriormente, se identifican los cambios normativos
implementados a lo largo de estos años de crisis en los distintos niveles de
protección, constatando que en ellos pesan, casi de manera semejante, los
debates presentados. A partir de aquí, se analizarán tres vías normativas
que varias Comunidades Autónomas han implementado para responder al
debate sobre la garantía de necesidades básicas y el acceso al empleo en
el espacio de las rentas mínimas. Los resultados que se presentan son fruto
de un análisis cualitativo en profundidad de las normativas que regulan las
distintas prestaciones del sistema de garantía de ingresos mínimos para la
lucha contra la pobreza (programas estatales y rentas mínimas
autonómicas). Para ello se utilizaron categorías de análisis como requisitos
de acceso, duración, cuantía, cómputo de rentas laborales, obligaciones de
beneficiarios y compromisos de la administración. A partir de esta
investigación se detectaron los límites de las prestaciones en términos de
protección de las situaciones sin ingresos y los cambios normativos
implementados en cada uno de estos niveles desde el año 2008. El objetivo
de este análisis era identificar las posibles situaciones de desprotección
económica y la naturaleza de los cambios normativos. El análisis normativo
recoge las modificaciones implementadas hasta junio de 2017.
5. Conclusiones
A lo largo del texto se ha prestado atención a los riesgos sociales
que surgen de los desajustes entre las nuevas formas de pobreza
y las prestaciones de garantía de ingresos mínimos. El acceso a
una buena parte de la protección en España está sustentado en
aportaciones previas, y pensada para atender situaciones de
pobreza en las que no existía vínculo laboral. La baja calidad del
empleo y las escasas oportunidades laborales presentan
importantes barreras para nuevos colectivos como las personas
trabajadoras pobres, y continúa enfrentado a las prestaciones
sociales al reto de estimular el acceso al empleo. Las nuevas
situaciones de pobreza se han sumado a otros colectivos más
tradicionales como las personas paradas de larga duración o
aquellos que desarrollan actividades marginales, por lo que se ha
producido un incremento cuantitativo y cualitativo de la demanda
que ha motivado respuestas políticas y normativas de distinta
naturaleza. Los cambios que se impulsan, tanto para atender al
mayor número de personas como para alentar el acceso al
empleo, tienen un impacto importante en cómo se comprende y
cómo se interviene con las situaciones de pobreza y exclusión
social. La respuesta a este reto nos lleva de nuevo a
planteamientos teóricos tradicionalmente vinculados a la atención
social de la pobreza. Por un lado, el paradigma del Work First que
apuesta por promover una rápida vuelta al empleo mediante
cambios normativos, limitadores y punitivos, en el acceso,
protección económica y duración de las prestaciones. Por otro
lado, el paradigma de la inversión social que propone transiciones
al empleo más sostenibles y adaptadas a las trayectorias vitales
de las personas. Esta diferencia de planteamiento, desde los
niveles de política social aplicada en los servicios sociales,
supone un cambio de modelo de intervención con las personas
en situación de pobreza y, por tanto, en una forma distinta de
entender este fenómeno. La revisión normativa ha evidenciado
cómo buena parte de las medidas puestas en marcha a lo largo
de estos años han podido responder a algunos de estos
planteamientos. Por un lado, las primeras y urgentes respuestas
al aumento de beneficiarios endurecieron el acceso a las
prestaciones y redujeron sus cuantías en las situaciones de
desempleo de larga duración. Por otro lado, los cambios
normativos en el espacio autonómico promulgan normas más
flexibles tanto en el acceso a la renta como en los procesos de
transición al empleo, sin embargo, mantienen el acento en la
empleabilidad y la activación. Muchas de estas modificaciones
son recientes. En algunos casos como los estímulos al empleo, la
experiencia del País Vasco hace prever que habrá un efecto
positivo en la actividad laboral y la reducción de la pobreza. Sin
embargo, otras novedades, como las modalidades de renta, son
de reciente implementación, por lo que habrá que esperar un
tiempo para conocer y analizar su alcance real. Del mismo modo,
valorar el sustento ideológico de estas acciones requiere tener en
cuenta los procesos de implementación de estos cambios, por lo
que también resulta difícil de evaluar. A pesar de ello, las
primeras respuestas a la crisis promovieron cierta inhibición de
las prestaciones que parecen responder a acciones vinculadas
con el Work First. Por el contrario, si bien la flexibilización de las
normativas autonómicas presentadas tiene un excesivo énfasis
en la activación y reincorporación laboral, se reconocen distintos
perfiles de beneficiarios y avances en materia de derecho que
pueden sustentar planteamientos de inversión social. Aun así, en
aquellas comunidades con distintas modalidades de renta y
cuantía, la menor protección de los colectivos que no trabajan
constata las limitaciones de este modelo y alimenta las críticas
recibidas en torno al excesivo acento en la empleabilidad. Por
ello, una valoración de estas medidas en términos de inversión
social presentaría algunas fisuras, debido a que con los nuevos
esfuerzos de inversión social aún conviven otros planteamientos
tradicionales vinculados a la rápida activación. En cualquier caso,
el análisis presentado arroja luz sobre cuestiones de suma
actualidad y evidencia formas de normativizar más flexibles y
adecuadas al contexto actual. La reordenación del sistema de
ingresos mínimos en España y las diferencias territoriales de las
rentas mínimas ocupan un espacio protagonista en la agenda
política y social. En este sentido, la identificación de algunas
tendencias de cambio aporta elementos novedosos al debate,
que pueden tener un impacto positivo, tanto en la reducción de la
pobreza de muchos hogares como en el apoyo a los procesos de
incorporación al empleo. Asimismo, los límites de estos cambios
también evidencian los nuevos retos a los que tendrán que
enfrentarse, en el corto plazo, estas políticas. A modo de ejemplo,
tal como propone el último informe de la OCDE (2017), la
inversión en un mercado de trabajo más inclusivo es clave y, para
ello, serán imprescindibles tanto medidas de calidad de empleo y
creación de oportunidades de inclusión para los colectivos más
alejados del mercado de trabajo, como un mayor reconocimiento
de otras actividades de alto valor social.
La precariedad laboral es consecuencia de todas las situaciones
que se mencionaron en este artículo, la informalidad, el pago, la
inseguridad social entre otras; si bien algunas de las normativas
con el tiempo han sido ajustadas; no benefician del todo a los
trabajadores, puesto que no todos se encuentran en el mismo
sector; ni con las mismas posibilidades.
Robert Castel, Gabriel Kessler, Denis Merklen, Numa Murard. (2013):
Individuación, Precariedad, Inseguridad: ¿desinstitucionalización del Presente?
Individuación, precariedad, Inseguridad se trata de un libro editado en cinco secciones,
cada una de ellas escritas por reconocidos sociólogos quienes se convocaron el 01 de
Marzo de 2011 en una conferencia organizada por la Casa Argentina en París. Robert
Castel, Denis Merklen, Numa Murard y Gabriel Kessler focalizan en el tema de la
vulnerabilidad ciudadana del presente, las relaciones productivas en la modernidad y el
rol del riesgo en la vida social de las personas entre los temas más importantes. Si bien a
primera vista, cada explicación parece un tanto contradictora con las restantes, lo cierto
es que una lectura profunda revela todo lo contrario. Cada uno teje pacientemente, en
forma de tela araña, una argumentación específica que aborda aspectos significativos,
pero a la vez deja preguntas abiertas, a la vez que retoma las debilidades conceptuales del
argumento anterior. Gabriel Kessler y Denis Merklen inician la discusión con un capítulo
dedicado al delito, a la percepción de seguridad y al riesgo. Las prácticas delictivas, lejos
de lo que piensa el imaginario social, no se corresponden con sujetos específicos, sino que
cada uno alterna entre actos delictivos y legales, generando una zona de contacto gris o
colateral. El sentido de lo ilegal en el tejido urbano adscribe a una idea de “movilidad
lateral” en donde los grupos jóvenes construyen su propia identidad a través del delito. En
este sentido, es importante entender que existe una brecha entre riesgo real (o
experiencial) de quienes han sido víctimas de un delito, y aquellos quienes perciben una
vulnerabilización mayor. Estos últimos insisten en una cadena de demandas al Estado que
quedan frustradas, insatisfechas y cubiertas por el sector privado. Kessler y Merklen
adhieren a la tesis de Castel sobre la paradoja en la inflación de riesgo. El sentido
impuesto de seguridades en muchos aspectos de la vida se contrasta con un aumento en
el grado de perplejidad que lleva hacia un miedo colectivo. Este capítulo no puede
resolver, más allá de poseer un aparto erudito importante, la paradoja de la seguridad,
pero sienta las bases para discutir hasta qué punto el delito no alimenta discursos
arquetípicos de corte político. Siguiendo este razonamiento, Kessler y Merklen aducen
que el riesgo, lejos de ser una categoría objetiva, permite una negociación entre los
actores con el fin de crear atmósferas colectivas. Lo que es seguro para un grupo no lo es
para otro. La inseguridad denota los límites simbólicos de la propia territorialidad y
corporalidad. Por el contrario, Robert Castel afirma que el riesgo debe ser tomado
seriamente como una cuestión a combatir. Famoso por su paradoja de la seguridad, es
Castel quien parte del supuesto contrario a la tesis de Kessler y Merklen. Si el riesgo es
una cuestión discursiva, ¿cómo se lo puede combatir?, precisamente por discursivo el
riesgo crea narrativas apocalípticas que paralizan a la sociedad. En perspectiva, Castel
explica que el cientista social se abre camino a una paradoja por medio de la cual; las
sociedades modernas se desarrollan en climas de estabilidad respecto a peligros que ya
han sido dominados, pero que en esa estabilidad experimentan un proceso de inflación
del riesgo, en donde los miedos afloran por doquier. El clima constante de inseguridad
resulta de la imposición europea del “principio precautorio, el cual subraya en la
necesidad de intervención antes que el riesgo haga su aparición en la comunidad.
Segundo, es muy importante identificar los riesgos para crear las tipologías necesarias con
el fin de comprender sus causas. Caso contrario, la sociedad entraría en un sentido auto
impuesto de terror. Estos tipos pueden clasificarse en tres:
a) Riesgos sociales, entendidos como aquellos aspectos que no dependen de la autonomía
del sujeto, como ser el desempleo.
b) Población de riesgo, categorías establecidas para marcar que factores pueden coadyuvar
en determinada patología social. El grado de marginalidad puede ser un factor de riesgo
para llevar a cierto grupo a la delincuencia.
c) Nuevos Riesgos, Entendidos como categorías vinculadas a peligros ecológicos en donde la
seguridad global está en juego
Concuerdo totalmente en la postura que tienen los autores Gabriel Kessler y Denis
Merklen, un gran crecimiento a la inseguridad ha sido a causa de la precariedad laboral;
por mencionar una población que sea mas vulnerable para caer en la delincuencia;
considero que los jóvenes. Puesto que se encuentran en una etapa donde desean
encontrar un trabajo soñado y al no hacerlo deciden entrar a cualquier actividad que les
brinde dinero.
Castel considera que el principio precautorio es anticientífico por naturaleza y previene el
progreso tecnológico. Su posición aboga por la tesis de la desprotección laboral. De alguna
u otra forma, las clases trabajadoras perciben mayores riesgos en la actualidad debido a la
“desprotección” que ha producido el abandono del estado de bienestar, y toda la
seguridad jurídica y laboral obtenida hasta la década de los ochenta. La modernidad tardía
ha erosionado el horizonte de estabilidad del trabajador respecto a la protección social, a
sus potenciales accidentes, enfermedades o todo daño que pudiera sufrir a futuro. Las
diferentes políticas del estado neoliberal en conjunto con la flexibilización laboral han
generado una precarización que es funcional a la “inflación de riesgos”. Nadie sabe qué va
a pasar, mucho menos si podrá mantener su fuente de trabajo. Si bien la postura de Castel
es elocuente acorde a las contradicciones discursivas de las demandas de seguridad en
todo el mundo, y en las respuestas inexistentes del estado, no menos cierto es que no
existe un abordaje sobre el rol del proceso de “individualización” en su argumento. Si
partimos hacia estructuras más atomizadas, ¿por qué la ciudadanía cada vez está más
preocupada por riesgos globales como el cambio climático, o la energía nuclear? Este
punto será retomado en forma brillante por Denis Merklen, quien sugiere que las
instituciones sociales no han desaparecido, ellas fueron diseñadas para crear “nuevas
subjetividades”. Se educa al hombre moderno para ser artífice de su propio destino, los
riesgos hablan de su habilidad como trabajador. Se impone una movilidad como necesidad
aparente que lleva al trabajador, en constante competencia, a controlar su propia
biografía. A diferencia de otras épocas, hoy se eligen aquellos aspectos que hacen a la
subjetividad y a la construcción biográfica. Cada uno elige cuando ser padre, cuando
terminar los estudios, cuando casarse etc. El futuro queda determinado por la autogestión
individual. El sujeto, y ya no la sociedad, es gestor de su propio ser.
Todo lo malo que sucede, es responsabilidad del propio ciudadano, el cual no supo prever
a tiempo su padecer. Desde esta perspectiva, riesgo por un lado e individuación por el otro
parecerían dos caras de la misma moneda. Merklen reconoce que el riesgo genera lazos de
legitimidad específicos, y un reconocimiento a quien puede controlarlo. Empero, esta
nueva forma de construir lo individual no amerita mayores libertades, sino todo lo
contrario. Cada ciudadano queda atrapado entre la inmovilidad y la desprotección del
riesgo. Sólo aquellos quienes tienen un capital suficiente para movilizar sus recursos
pueden beneficiarse del proceso de subjetivación. Lejos de homogeneizar las conductas
subjetivas, la misma subjetividad crea jerarquización. A diferencia de Beck, Merklen
considera que la posmodernidad genera grupos humanos mucho más desiguales que “la
modernidad industrial”. Sobre este tema volveremos en las líneas siguientes porque
representa el punto de unión que permite comprender la paradoja de Castel.
Si bien es cierto todos estamos creando nuestro futuro; hay gente que no cuenta con los
mismos privilegios u oportunidades; la falta necesidad de cubrir las necesidades básicas
cada día aumenta y el poder subsistir para algunas personas aún es muy carente.
Por último, pero no por ello menos importante, las últimas dos secciones se encuentran
estructuradas para discutir el problema del “ciudadano indeseable”, aquel que se presenta
como un actor riesgoso pero necesario para el estatus quo. Kessler explora las dicotomías
e imposibilidades del delito urbano argentino, mientras Murard y Lae explican que la
masificación de la pobreza resulta de la descomposición de la misma industrialización
urbana. Aquellas zonas marcas por el trabajo industrial, son hoy reductos de pobres
marginados y relegados del consumo masivo. Se abre una clasificación discordante entre
el mendigo, el bandido y el buen trabajador. Si el primero no mantiene los mínimos
recursos para su propia subsistencia, el bandido dialoga en posición, pero
complementariamente con el orden económico. El “buen trabajador” es el fiel arquetipo
del mundo consumo. Pero las tres tipologías se encuentran atravesadas por la
“disgregación familiar”, por la descomposición del lazo social tan ampliamente discutido
por los padres fundadores de la sociología. Por el contrario, Kessler retoma su
argumentación inicial considerando al delito en tres periodos principales, las décadas del
setenta y ochenta, el neoliberalismo de los noventa y del 2002 en adelante. Su tesis
central apunta a que la delincuencia no puede comprenderse haciendo uso exclusivo del
material bibliográfico en materia criminológica, es decir en las expectativas psicológicas
del criminal. Por el contrario, Kessler sugiere que el delito es consecuencia no solo de los
cambios estructurales en los mercados de trabajo, sino además en la forma en que el
ciudadano experimenta la privación y los medios para abrirse hacia el consumo. Retoma,
aun sin hacerlo expreso, los viejos paradigmas dukheimianos por medio de los cuales se
entendía al delito en relación directa y dialéctica al precio de la mercancía producida. En
este sentido, el libro ofrece al lector una respuesta sólida al problema de la precarización
laboral como así también a las cuestiones vinculadas a la percepción de seguridad, empero
deja algunas partes inconclusas, como por ejemplo una explicación a la paradoja
formulada por el mismo Castel respecto a que la inseguridad percibida es proporcional a la
seguridad real. Los autores que conforman esta valiosa edición describen una realidad en
forma convincente, aun cuando sigue faltando una explicación total del problema del
riesgo. Nuestra reseña intenta explorar las diferentes contradicciones a la hora de definir y
explicar el riesgo. Desde su formulación, la escuela de sociología francesa ha considerado
al riesgo un elemento discursivo, el cual con fines políticos o no, expresaban una situación
siempre negociada. Esta idea conocida como “paradigma constructivista pronto prendió
también el mundo anglosajón, sobre todo en la antropología cultural de Mary Douglas, en
la sociología de Anthony Giddens o en la filosofía de Zygmunt Bauman (Douglas y
Wildavsky, 1983; Giddens, 1991; Lash y Urry, 1998; Bauman, 2008; Virilio, 2007). Como
Kessler, muchos analistas han supuesto que las ciencias sociales anglosajonas prefieren
investigar riesgos globales. En realidad, el pensamiento anglosajón no aboga por explorar
riesgos abstractos y globales, sino que comprende al fenómeno como una cuestión
sistémica. En oposición a esta forma de pensar, otro grupo de investigadores formularon
la idea que el riesgo configuraría situación predecible estadísticamente, y que, por ese
motivo, quedaría sujeta a la razón. No es importante distinguir entre riesgo y miedo pues
ambos denotarían la falta de decisiones racionales que compensen los costos con los
beneficios. En realidad, el descontrol denunciado por Ulrich Beck de la sociedad del riesgo,
no se daría por las explicaciones dadas por los constructivistas, sino por aceptar todas las
demandas de la ciudadanía (populismo) y no clasificar los problemas de manera eficiente.
(Sunstein, 1996; 2005; 2006; Alexander, 2008). Conocidos como “objetivistas, este grupo
ve en el riesgo una realidad expresada en probabilidades. Conocer y anticiparse a esos
eventos futuros, es la mejor forma de proteger a la sociedad. En términos filosóficos, a
pesar de la percepción, el peligro puede llevar a una persona a la muerte, y no existe otra
realidad que pueda ser cuestionada. Ciertamente, tanto el paradigma constructivista
como el objetivista no han dialogado y parece difícil que lo hagan algún día. Por ese
motivo, nuestra postura intenta ir por un camino alternativo reconociendo las
particularidades semióticas del riesgo, pero también su categoría existencial. En principio
que algo sea matemático no significa que no sea discursivo, de hecho, las matemáticas son
definidas como un lenguaje. Por otro lado, uno se pregunta, ¿puede la caída de un avión
ser un riesgo objetivo para un pasajero?, ¿qué posibilidades tiene ese pasajero de evitar el
colapso? Niklas Luhmann establece que el riesgo no puede existir sino a través de una
ganancia previa. El sujeto debe percibir cierto beneficio para el cual debe disponer de una
decisión. Cualquiera sea la opción, el sujeto reconoce que su decisión adquiere efectos
sobre él, pero tiene la posibilidad de evitarlos, o cree hacerlo. Un ataque terrorista o la
caída de un avión, lejos de significar un riesgo para la víctima, representan peligros o
amenazas. Éstos últimos, a diferencia del riesgo, se caracterizan por ser ajenos a la
voluntad del sujeto, pues no se ubican en el “principio de contingencia”. Agrega Luhmann,
por regla general, quienes producen riesgos nunca aceptan o afrontan las consecuencias
(Luhmann, 2006). Se anula en este argumento la necesidad de encumbrar en la percepción
del sujeto la razón del riesgo. Éste no existe porque el sujeto lo perciba. Un avión puede
caerse porque el fabricante tomó el riesgo de abaratar materiales de fabricación para
aumentar su ganancia, pero toda esta maquinación permanece fuera del horizonte
cognoscible del pasajero. El riesgo exclusivamente atribuible al cuarteador o compañía
aeronáutica, produce una víctima, el pasajero. A pesar del daño, no existe posibilidad para
la víctima de adelantarse a su futuro, no puede prever ni configurarse así mismo el riesgo
consecuente (Luhmann, 2006; Korstanje, 2010b). Por su parte, A. Giddens (1991) critica a
Luhmann no tomar en cuenta que, en la modernidad, todos decidimos, incluso aquellos
que eligen no elegir. El sujeto, en esto coincide Giddens con Luhmann, no tiene total
conocimiento de los riesgos producidos por el sistema moderno capitalista. Como no sabe,
debe entregarse a la fiabilidad que le da la confianza necesaria para mantenerse dentro
del sistema. Caso contrario la sociedad colapsaría. El riesgo no se genera porque el sujeto
sabe y decide, sino porque decide conferirle a otro su seguridad. En consecuencia, dos
elementos son de capital importancia para mitigar los riesgos, la cadena de expertos y los
seguros. Ello no significa que Giddens suponga que el riesgo es probabilístico como
asegura Kessler, sino todo lo contrario. Porque decide confiar que el avión no se va a caer
(asesorado por su agente de viajes), asume el riesgo del evento (en este caso una tragedia
aeronáutica). Empero quien observa la tragedia por los medios de comunicación asume el
riesgo como forma personal y contrata un seguro de viajes. Por demás, si la falla fue
humana, no es posible aducirle objetividad probabilística al evento. En otros abordajes,
Maximiliano Korstanje y Geoffrey Skoll advirtieron que Beck y Giddens no equivocaron
sustancialmente sus respectivos diagnósticos, pero mostraron sólo una parte del
problema. El riesgo en tanto mecanismo de adoctrinamiento político se encuentra anclado
en un futuro, que puede o no suceder. El seguro absorbe el riesgo siempre y cuando se
contrate antes que el mismo tome forma. Es decir, que existe una relación directa entre
riesgo y sistema económico productivo. Cada sociedad produce sus propios riesgos.
Mientras en Medio Oriente, el miedo principal radica en la condenación eterna del alma,
en Occidente el ciudadano siente terror ante la muerte (sobre todo la muerte de los
propios hijos). Dependiendo de que puede ser aceptado o prohibido, ambas estructuras
económicas, por diversos caminos, replican sus propios arquetipos. Funcional al estatus
quo y a sus modos de producción, los antropólogos posmarxistas agregan que todo riesgo
se desprende de una narrativa ideológica que legitima la producción y circulación de
bienes en un sentido. La valoración de ciertos bienes como masivos depende de otros que
no pueden ser comercializados por su extraordinario valor. Al hacerlo, el valor de los
bienes a comerciar (intercambiar) baja para alcanzar la masividad, es decir llegar a la
mayor cantidad de ciudadanos. Solamente este proceso de distribución es posible, si la
sociedad se reserva el monopolio de un “bien inalienable” cuyo valor (por exclusivo) es tan
grande que no puede ser comercializado. Un segundo circuito de intercambio, exclusivo y
restringido legitima un circuito generalizado y masivo. El riesgo como construcción
normativa y semántica regula las condiciones de existencia de ambos circuitos
económicos. Porque el riesgo no es un peligro a mitigar, sino la condición misma de la
sociedad por medio de la cual ella puede estratificarse, es que (como observa Castel) todo
el esfuerzo puesto para mitigar un riesgo, no solo es fútil, sino genera la acción contraria.
Emile Durkheim había visualizado con claridad un indicio cuando propone una relación
directa entre crimen y valor de la propiedad.
Las joyas de la Corona británica expuestas en un Museo son invaluables, y porque lo son,
permiten que otros bienes de indumentaria puedan ser intercambiables (Weiner, 1992).
Como el tabú en las sociedades primitivas, el riesgo permite conferir valor a determinados
bienes generando intercambios y formas económicas específicas. Cuando se crea un bien
inalienable, su presencia queda cubierta dentro del formato de intercambio formal, es
decir en el mercado, empero su valor simbólico es suficientemente influenciable para
sustentar el mercado mismo. ¿Quién puede vender las joyas de la realeza?, ¿Qué mercado
puede pagar por esas joyas? El principio por el cual toda la sociedad se estructura
asimisma queda condicionado por los bienes inalienables. Por ejemplo, el calentamiento
climático, tema candente y de reciente actualidad, es para los analistas un riesgo. Empero
a pesar de todos los esfuerzos, existe un fetiche por el cual la cantidad de carbono se
triplica año a año (Hamilton, 2012; Giddens, 2009). Korstanje y Skoll explican que el
calentamiento global como discurso permite monopolizar las reservas de petróleo en
pocas manos, asegurando la producción en serie de nuevos vehículos que llegan
masivamente a las poblaciones de todo el mundo. Generando menos disputas que
permite hacer eficiente las reservas ya mermadas del preciado “oro negro”. Caso
contrario, todos pujarían por acceder a una porción de los hidrocarburos dejando a todos
sin nada. El mercado como construcción regula la extracción de petróleo, pero limita las
posibilidades o la entrada de nuevos oferentes. Entonces, podemos afirmar que el riesgo
habilita la producción masiva de vehículos (bien alienable), porque el petróleo es reducido
(inalienable). La misma explicación aplica para otros riesgos como el terrorismo, donde el
canal de armas masivas (bien inalienable), permite la producción de armas domesticas
(alienable). El riesgo anclado en un futuro permite movilizar los recursos en el presente. En
este sentido, Giddens y Beck equivocan el camino cuando afirma que la “sociedad del
riesgo” homogeniza a los ciudadanos destruyendo y reciclando sus instituciones (lógica
reflexiva). Como bien advierte Merklen, el riesgo abre camino a una nueva jerarquización
donde quienes tienen recursos entablar programas de contención se ponen por sobre
quienes sólo se limitan a sufrir las consecuencias de decisiones que se toman en otros
círculos. Se da una relación directa entre la percepción de los riesgos y la posición socio-
económica del grupo. Beck no observa de hecho que sectores pasivos como jubilados o
retirados perciben menores riesgos que los económicamente activos. Aun cuando la
reflexibilidad exista, la contratación de seguros a cambio de diversas cuotas de capital
aduce a que la sociedad del riesgo ostenta un grado de desigualdad mayor que la
industrial. Partiendo de la base que el valor de la mercancía marcaba la cadena productiva
fordista industrial, las sociedades posmodernas se estructuran acorde a la habilidad y
capacidad de cada grupo en identificar, aislar y mitigar los riesgos. Este mecanismo
diferencial sugiere que a diversos riesgos diferentes son las formas de adaptación. La
jerarquización del grupo dependerá del estatus conferido y de la exclusividad de producir
seguridad Como el tabú, el riesgo y/o miedo es parte inherente de toda sociedad para
mantenerse unida. (Castel R. , 2013)
Informalidad y precariedad laboral en el Distrito Federal. La economía de
sobrevivencia
Roberto Bonilla Rodríguez
La sospecha de la participación de la economía mexicana en los circuitos globales
de producción, la comercialización y finanzas, iniciada en los años 80, se
caracteriza por una recesión permanente.
Hay muchas interpretaciones diferentes de esta economía paralizante son las
siguientes, se cree que este es el resultado de un proceso de reforma económica
basado en la buena gobernanza y la flexibilidad del mercado. La obediencia al
sistema empresarial estadounidense y las políticas de estabilidad neoliberal que
han surgido en el México.
Estas condiciones económicas tienen como corolario el aumento de la
desigualdad social en México, particularmente de la pobreza; la cual se
acepta, en el discurso oficial, como un hecho innegable y cuya persistencia
desde hace décadas ha obligado a la aplicación de programas para
contrarrestarle, pero en cuya retorica se disfraza que el aumento de la
pobreza no se ha detenido y que sólo se le mitiga, haciéndole con ello
funcional a las fuerzas económicas, políticas y sociales dominantes.
(Roberto Bonilla, 2015)
México no deja de presentar el entorno urbano un entorno donde se ve
influenciado la toma de decisiones y poderes mundiales. Esta situación afecta el
clima del país en términos de crecimiento poblacional, reducción de la actividad
industrial y descentralización y aumento de la desigualdad en la industria terciaria,
especialmente en el sector laboral.
En América Latina, desde un enfoque económico-estructural, la desigualdad
y polarización social ha resultado en la emergencia de economías
alternativas de la población que ha sido relegada de los circuitos formales
de la ocupación y funcionamiento de la economía nacional, y por supuesto
mundial,6 sobre todo, después del abandono de políticas de intervención
del estado benefactor con el cambio al modelo económico neoliberal y de
las reformas para instituir las reglas del trabajo flexible y la subocupación.
(Quijano, 2015)
Por otro lado, desde el punto de vista social, introduce la debilidad del aislamiento
social y como indicador de desigualdad económica y social en diferentes grupos,
ciudades. Tanto en México es uno de los países con el salario mínimo más bajo y
ha tenido pocos incrementos desde hace décadas.
Siendo la economía de la vida demuestra el hecho de que el sistema está
diseñado con base a factores de riesgo combinados para construir el orden social
en la vida cotidiana y en diversas áreas urbanas.
Esta estructura laboral ya no sólo se refiere al sector informal, sino que ahora
incluyen actividades que se realizan fuera de este sector en condiciones también
informales. A estas actividades económicas se le denomina informalidad laboral.
Este cambio está relacionado con la formación del gobierno, que el autor describe
como "proletarios que son difíciles en términos de condiciones de trabajo y falta de
derechos de los trabajadores".
Otro de los autores llamado De la Garza, en Más allá de la fábrica, que son
citados en el escrito de Dasten Vejar; menciona que uno d ellos factores
primordiales son los sujetos laborales, y que durante las últimas décadas las
ocupaciones modernas son de que existen pocas ocupaciones modernas bien
remuneradas.
El aporte de la propuesta teórica del autor De la Garza, para nuestra
localización de la precariedad del trabajo en América Latina, subraya que la
necesidad de pensar la precariedad laboral en el crisol de la amplitud del
concepto trabajo. (Vejar, 2017)
Algunos de los elementos de la precarización de empleo deben de comprender la
acción social dentro de las identidades colectivas, y bien la precariedad puede
operar como un campo social complejo con algunas de sus dimensiones que son:
- Laboral
- Salarial
- Institucional
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