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LA MILITARIZACION

Autor: Tayler Mattiace investigador para Mexico

El plan del presidente Mexicano Andrés Manuel López Obrador de


formalizar y extender por tiempo indefinido el control militar de las
tareas de seguridad pública a nivel federal constituye una grave
amenaza a los derechos humanos y la transparencia señaló hoy Human
Rights Watch.
El 25 de agosto de 2022, el secretario de Gobernación, Adán Augusto
López, anunció que el presidente López Obrador enviará al Congreso
una iniciativa que trasladaría formalmente el control de la Guardia
Nacional el principal organismo de seguridad pública del gobierno de
la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana a la Secretaría de la
Defensa Nacional. También dijo que el presidente planea presentar una
reforma constitucional para que el cambio tenga carácter permanente y
para que se elimine la prohibición de que los soldados intervengan en
tareas de seguridad pública. A principios de mes, el 8 de agosto, el
presidente anunció que estaba explorando formas legales de transferir
la Guardia Nacional al control militar, incluso mediante una orden
ejecutiva.
“Yo no estoy de acuerdo ya que en Casi dos décadas de intervención
militar en seguridad pública no han logrado poner fin a la violencia
implacable de los cárteles mexicanos y han propiciado innumerables
atrocidades cometidas por soldados y marinos, con casi total
impunidad”, señaló Tyler Mattiace, investigador para México de
Human Rights Watch. “En mi opinión el presidente López Obrador
debería abandonar la estrategia abusiva y fallida de seguridad
militarizada adoptada por sus predecesores y emprender un esfuerzo
para fortalecer las instituciones de seguridad y justicia de carácter civil
en México”.
Los militares, que han sido desplegados desde 2006 para tareas de
seguridad pública, han cometido violaciones generalizadas de derechos
humanos que incluyen ejecuciones, desapariciones forzadas y tortura,
sin reducir los niveles desorbitantes de violencia.
Conforme a la propuesta del presidente, los militares estarían facultados
de manera indefinida a seguir realizando una amplia variedad de tareas
tradicionalmente desempeñadas por las autoridades civiles de seguridad
pública. Estas incluyen detener e interrogar a civiles, resguardar la
escena del crimen, recoger y preservar evidencias, detener a migrantes
indocumentados y obtener órdenes judiciales para rastrear la actividad
y la ubicación de teléfonos celulares.
Cuando estas tareas han sido asignadas a soldados y marinos en el
pasado, han detenido en forma arbitraria a civiles, en ocasiones sobre la
base de pruebas inventadas, los han mantenido en bases militares sin
imputarles ningún delito, los han sometido a golpizas, simulacros de
ahogamiento, descargas eléctricas y, a veces, han amenazado con
violarlos, a menudo para extraer confesiones por la fuerza.
Soldados y marinos también han ejecutado a civiles no armados, en
ocasiones de forma deliberada, y han perpetrado desapariciones
forzadas. Durante el gobierno actual han continuado los señalamientos
de ejecuciones extrajudiciales cometidas por militares. Los
responsables de estos abusos casi nunca son llevados ante la justicia.
En muchos casos, los soldados y marinos han intentado encubrir
asesinatos y abusos. Han pedido el apoyo de médicos para que trataran
las heridas provocadas por las torturas que luego podrían haber sido
usadas como prueba de abusos. Han colocado armas con fines
incriminatorios y movido cuerpos para aparentar que las víctimas
habían muerto durante un conflicto. Y han quemado o desechado, en
forma clandestina, los restos de las víctimas. Las fuerzas militares
también se han negado a divulgar información sobre estos abusos o su
posterior encubrimiento, aun cuando así lo exige la ley de transparencia
de México.
En marzo, el grupo de expertos internacionales que investiga el
encubrimiento de la desaparición forzada en 2014 de 43 estudiantes de
Ayotzinapa informó que las Fuerzas Armadas se habían negado a
entregar documentos relacionados con el caso, a pesar de haber recibido
órdenes expresas del presidente López Obrador.
La información que el Ejército publica sobre enfrentamientos con
agresores supuestamente armados también plantea dudas sobre la
preparación y la predisposición de los soldados para atenerse a las
normas de uso de la fuerza en operativos de orden público civil,
incluyendo la norma según la cual los cuerpos de policía civil solo
deben recurrir a la fuerza letal como último recurso, cuando esta resulte
estrictamente necesaria para la protección de ellos o de otras personas.
Durante los primeros tres años de la presidencia de López Obrador, el
Ejército informó que, en 640 enfrentamientos con civiles armados, mató
a 515 personas, detuvo a 381 e hirió a 89, y que 21 soldados habían
muerto durante ese período. Por lo general, las autoridades no realizan
investigaciones independientes sobre el uso de la fuerza letal por parte
de militares en las operaciones de seguridad pública.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos en repetidas ocasiones
dictaminó, incluso en 2018 en un caso contra México, que los militares
solo deberían intervenir en tareas de orden público en circunstancias
extraordinarias, con el fin de apoyar a los funcionarios civiles, pero no
de reemplazarlos, y bajo una estricta fiscalización para asegurar que
haya rendición de cuentas. El plan propuesto por el presidente no
cumple con estos requisitos.
Para aprobar la propuesta de López Obrador de reemplazar a la Policía
Federal por la Guardia Nacional en 2019, los legisladores reformaron
la Constitución de México. Estos convirtieron a la Guardia Nacional en
un organismo teóricamente civil, pero incluyeron cláusulas transitorias
que permiten a las fuerzas militares supervisar la transición y auxiliar
en las tareas de seguridad pública hasta marzo de 2024, mientras se
capacita a las autoridades civiles. En mayo de 2020, el presidente López
Obrador dictó un decreto presidencial por el cual movilizó formalmente
a las Fuerzas Armadas para que asistan en cuestiones de seguridad
pública hasta marzo de 2024.
Desde entonces, la Guardia Nacional ha actuado como brazo de facto
de las Fuerzas Armadas. La Guardia Nacional está dirigida por
comandantes militares y más del 80 % de sus miembros son soldados o
marinos que perciben sus salarios a través de la Secretaría de Defensa
y la Secretaría de la Marina, a pesar de haber sido asignados
temporalmente a la Guardia Nacional. La Secretaría de Defensa
también suministró o pagó todas las armas, los vehículos y los cuarteles
que usa la Guardia Nacional. Según investigaciones periodísticas, la
Guardia Nacional habría ofrecido una compensación económica a
miembros no militares del organismo, en su mayoría ex integrantes de
la Policía Federal, a cambio de su renuncia anticipada y habría
transferido a quienes no la aceptaron a cargos administrativos.
Varios partidos de la oposición anunciaron que impugnarán ante la
Suprema Corte cualquier decreto o ley que transfiera la Guardia
Nacional al control militar por violar la Constitución que establece que
la Guardia Nacional es una institución de carácter civil y prohíbe el uso
de las fuerzas militares en actividades de seguridad pública en tiempos
de paz.
En su conferencia de prensa matutina del 9 de agosto, el presidente
López Obrador manifestó que continuará con el plan y dejará que la
Suprema Corte se pronuncie sobre su constitucionalidad. Sin embargo,
la corte, cuyo presidente a menudo ha votado a favor de sentencias que
validaron las políticas de López Obrador y que incluso ha expresado
públicamente que lo apoya, pospuso en numerosas ocasiones la
tramitación de causas relacionadas con la Guardia Nacional, una de las
principales prioridades políticas de López Obrador. Actualmente hay
siete causas pendientes ante la corte que objetan el uso de las fuerzas
militares en operaciones de seguridad pública.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS:
México: La militarización de la seguridad pública amenaza los ...
https://www.hrw.org › news › 2022/08/26 › mexico-la-...

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