La Disciplina Del Diseño

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Capítulo I

Caracterización del diseño

1. Introducción

Desde el nacimiento de la disciplina del diseño se ha intentado caracterizar la actividad de


diseñar desde múltiples perspectivas; esos intentos se han realizado, por un lado, desde dentro,
por parte de sus practicantes, o por otro, desde afuera, desde otras áreas del conocimiento,
como las ciencias sociales o la filosofía. Tales esfuerzos por dar una definición del campo han
dado resultados variados, desde enunciados simplistas hasta algunas reflexiones más
elaboradas; sin embargo, desde nuestra perspectiva, que desarrollaremos en esta sección, no
son éstas las que necesita una disciplina como la del diseño.

Entre algunos de los intentos de dar una definición de la actividad de diseñar, podemos citar el
de Christopher Jones, para quien ‘el diseño es una forma de mejorar las relaciones entre los
objetos y la gente’ (Diseñar el diseño), o el de Papanek, que dice que ‘todos somos
diseñadores porque todo lo que hacemos casi siempre es diseñar, pues el diseño es la base de
toda actividad humana’ (Diseñar para el mundo real. Para una ecología humana y cambio
social). En una gran cantidad de estas propuestas de definir el campo1 se hace intervenir una
idea clave: la de satisfacción de necesidades, como en el caso de Löbach, para quien el diseño
‘es toda actividad que tiende a transformar en un producto industrial de posible fabricación las
ideas para la satisfacción de determinadas necesidades de un grupo. Proceso de adaptación de
productos de uso aptos para ser fabricados industrialmente a las necesidades físicas y
psíquicas de los usuarios’ (Diseño industrial. Bases para la posible configuración de objetos
industriales). En muchas otras están presentes ciertos aspectos estéticos, que muy pocas veces
se precisan, como es el caso de André Ricard: para él, ‘diseñar es proyectar de una manera
coherente y consecuente la forma y la disposición de los distintos elementos que serán
sometidos a la percepción sensible’ (Diseño, ¿por qué?). Así se establece también en un plan
de estudio de la carrera de diseño, que lo define como la ‘actividad que combina la creatividad
y sensibilidad estética con la tecnología de la producción en serie’. La caracterización del

1
Nos hemos referido al diseño como un campo, palabra que, por ahora, usamos con el sentido que tiene en la
lenguaje cotidiano; así vista, se refiere al diseño como un espacio en el cual se desarrollan cierto tipo de
actividades reconocibles por todos. Más tarde, en el tercer capítulo daremos a este término un tratamiento
más específico, como parte de una teoría de la sociedad.
diseño a menudo combina las dos partes: satisfacer necesidades y el carácter estético, como es
el caso de la propuesta de Bonsiepe: lo propio del diseño ‘es satisfacer necesidades materiales,
incluyendo una gratificación estética’ (Diseño en la periferia. Debates y experiencias). Un tipo
más de definiciones relacionan el diseño con el proceso de solución de problemas; es el caso
de Frascara, quien dice que diseñar ‘es proyectar en el espacio y en el tiempo; es ordenar
secuencias y relaciones en función de solucionar problemas’ (Diseño de la comunicación
visual);2 o el de Herbert Simon, para quien diseñar equivale a encontrar una solución a un
problema (Sciences of the artificial). Posiciones más elaboradas son, por ejemplo, la de
Margolin, que ve el diseño como “una actividad de concepción y planeación cuyo resultado es
un producto, que puede ser material como un objeto, o no material, como un servicio o un
sistema. Es también una actividad que reúne conocimientos de múltiples campos y disciplinas
para llegar a resultados” (‘Building a design research community’); o la de Archer, para quien
el diseño es “el área de la experiencia humana, destreza y comprensión que refleja la
preocupación humana con la apreciación y la adaptación del entorno a la luz de las
necesidades materiales y espirituales. En particular, pero no exclusivamente, se relaciona con
la configuración, composición, significado, valor y propósito de los fenómenos construidos”
(‘The three Rs’, p. 20).

Esas variadas posiciones variadas acerca de la actividad de diseñar se pueden resumir en lo


siguiente: el diseño es la creación de un proyecto en vista de la realización y la producción de
un objeto (producto, espacio, servicio) o de un sistema, que está situado en la intersección del
arte, la tecnología y de la sociedad. Es una actividad de creación a menudo con vocación
industrial o comercial, que puede ser dirigido hacia el medio social, político, científico y
ambiental. Su primer objetivo es idear, mejorar o facilitar el uso o el proceso de un elemento
que tiene que interactuar con un producto o un servicio material o virtual. Uno de los papeles
del diseño es responder a las necesidades humanas; otros son los de resolver problemas,
proponer nuevas soluciones o explorar las posibilidades para mejorar la calidad de vida de los
seres humanos.

En este trabajo vamos a proponer, al menos de una manera operativa, una caracterización
primaria del diseño de la cual trataremos en las páginas subsiguientes de justificar sus partes.

2
Las definiciones de Jones, Papanek, Löbach, Ricard, Bonsiepe y Frascara han sido tomadas de la
recopilación de Gabriel Simón Sol (2009).
La actividad de diseñar, que también se denomina como actividad proyectual, se entenderá
como el proceso que genera el marco de vida del ser humano, es decir, aquel a través del cual
se construye nuestro entorno, el proceso que da como resultado el espacio social. Esta
actividad, así entendida, es tomada como campo de estudio por varias disciplinas, las cuales
configuran lo que podemos llamar un poco metafóricamente el territorio del diseño. Así, pues,
una primera definición de diseño sería la de aquella práctica cuyo fin es la producción de
objetos, imágenes, ambientes, entornos, habitaciones, ciudades…; en otros términos, es la
práctica por la cual se realiza la producción del espacio vivido. Diseño es, pues, esa práctica,
esa actividad cuyo objeto es la producción de todos estos resultados; pero también se le llama
‘diseño’ a la disciplina o conjunto de disciplinas (es decir, el campo académico) que tiene por
función el estudio de esa actividad.

Además, al contrario de la opinión común del hombre de la calle, pero también de muchos
diseñadores y teóricos del diseño, pensamos que la actividad de diseñar, la proyectual (pero
también, lógicamente, como campo de estudio), no ha existido desde siempre, sino que uno de
sus rasgos fundamentales es su carácter histórico: el diseño es un fenómeno de las sociedades
de nuestro tiempo ya que es es hasta el siglo XX cuando se consolidan las disciplinas que
configuran del espacio: arquitectura, urbanismo, diseño gráfico, diseño industrial, diseño de
modas, diseño de interiores, etc. Muchos estudiosos no aceptan la afirmación de que el diseño
sea un producto del siglo XX; algunos, los menos, dicen que el diseño es inherente a la
actividad humana y que, por tanto, ha existido desde siempre: que hay arquitectura desde que
se levantó el primer menhir y que existe diseño gráfico desde los dibujos de Altamira; otros,
más mesurados, afirman que el diseño, si no todos sus campos, sí la mayoría, nació con la
revolución industrial; esto en parte es cierto, pues no se puede negar que la revolución
industrial desempeñó un importante papel, el de ser algo así como la condición de posibilidad
del diseño como actividad reconocible, diferenciada de la producción artesanal. Sin embargo,
tal como la entendemos ahora, la actividad proyectual se ha constituido paulatinamente a
través del siglo XIX por movimientos como el Arts and Crafts para alcanzar su consagración
definitiva en el XX con la Bauhaus, que es el movimiento que plantea las bases para la
concepción racional del entorno en su totalidad. El diseño, así visto, nace relacionado con la
industria y, por tanto, hereda la búsqueda de la racionalización en la producción y, de manera
más importante, en el consumo.
Si el producto de esta actividad particular que es la proyectual es el entorno, es decir, nuestro
marco de vida, entonces vemos que no es una actividad unitaria sino estará conformada por
varias, cada una estudiada por una disciplinas específica (aunque se acostumbra denominar de
manera genérica todo el conjunto como diseño); cada una de esas actividades, a su manera y
desde su posición particular, tiene la tarea de construir una porción de ese marco de vida que
es nuestro entorno, el espacio social.

Cómo éste no es un trabajo que busca dilucidar los orígenes de la práctica del diseño ni de su
desarrollo a través del tiempo, y por tanto que requiera explorar las distintas etapas de su
conformación ni la búsqueda de sus hitos principales, vamos a hacer solamente unas rápidas
consideraciones históricas, relacionadas también con la historia de su denominación como
diseño. Algunos expertos dicen que proviene como verbo del inglés medieval, ‘to designate’, y
éste del latín designare, reforzado por el término francés désigner. Como sustantivo, llegó del
italiano a través del francés. A finales del siglo XVI, significa ‘esquema o plan’, que remite al
francés desseign, que significa ‘propósito, proyecto, designio’, especialmente ‘intención de
actuar de una manera particular’.3 En el siglo XVII tiene el sentido de ‘adoptar medios a un
fin’. En el arte, se llama así a un dibujo o un esbozo. Este sentido que toma en el arte se tomó
del francés dessin, que viene del italiano disegno, donde el verbo disegnare es marcar, trazar,
delinear, mientras que en francés moderno dessein es ‘propósito, plan’. En inglés, por
consecuencia, to design significa tanto dibujar como concebir un plan o un propósito. De un
modo más general, design implica una intención, un proyecto, un plan; también se relaciona
con transmisión de información técnica por un dibujo, así como con la realización de un
producto artesanal o industrial. A principios del siglo XVII, un diccionario inglés introduce el
término de deseignment, con el sentido de ‘thing shall be done’, y formado a partir del francés

3
En un libro reciente se consigna que el término ‘diseño’, como verbo de la lengua inglesa, aparece por
primera vez por escrito en 1548. El Merriam Webster’s Collegiate Dictionary lo define como “concebir y
planear en la mente; tener un propósito específico; un plan para una función o finalidad específica”.
Relacionado con estas definiciones está el acto de dibujar, con énfasis en la naturaleza del dibujo como un
plano o mapa, así como “dibujar planos pera; crear, ejecutar o construir de acuerdo con un plan”. Medio siglo
más tarde, la palabra se comienza a usar como nombre, y aparece en 1588; se define como “un propósito
particular mantenido por un individuo o un grupo; planeación deliberada, con un propósito; un proyecto
mental o esquema donde es un medio para un fin”. Este fin puede ser un esbozo preliminar, un boceto que
muestre los principales rasgos de algo que se ejecutará; un esquema que gobierna el funcionamiento o
desarrollo de algo; un plano un protocolo para realizar algo; la disposición de elementos o detalles en un
producto o en una obra de arte”. (Johan Redström, Making Design Theory, 2017)
desseign. A partir de allí, el término francés forma parte de todas las definiciones del término
design, y será equivalente a plan, representación o esbozo, a tarea por cumplir.

A mediados del siglo XIX aparece en la teoría del arte inglesa el concepto de design, similar al
sentido del italiano disegno, por lo que entonces se reserva el término drawing para el diseño
en tanto que dibujo y design adquiere el sentido tanto de expresar una idea como el de su
representación. Esta acepción del término similar a la del francés (proyecto dibujado) fue
popularizado por Henry Cole. En Francia, la distinción que dio lugar a dos campos semánticos
distintos, el del dessin (la práctica) y dessein (la idea) databa desde un siglo antes, pero
ninguna de ellas conservó los dos conceptos presentes en design, por lo que este término
termina por imponerse. Poco a poco se introducen los aspectos que ahora son característicos
del diseño, tales como la racionalización, la reproducción a bajo costo, la intercambiabilidad,
la posibilidad de desmontarse, etc., así como la generación de nuevos usos y nuevas
tecnologías. Algunos objetos funcionaron como catalizadores del diseño industrial tal como se
conocerá en el siglo XX, y el ejemplo típico es la silla Thonet.4

Desde mediados del siglo XIX ya están presentes los aspectos constitutivos del diseño, pero no
las formas, que siguen fieles a la copia de estilos del pasado; el movimiento Arts and crafts en
Inglaterra, con John Ruskin y William Morris, nace como una reacción a esa idea.
Movimientos similares ocurren en otras partes de Europa, y en los primeros años del siglo
veinte el segundo Art Nouveau deja lo figurativo en favor de la abstracción de las formas. En
esa misma época, Charles R. Mackintosh y Frank Lloyd Wright, al construir villas y
mobiliario para una burguesía liberal ávida de novedades, ponían las bases de las líneas
depuradas y simplificadas, que se convertirán en sinónimo de diseño. El arquitecto Peter
Behrens, director de una agencia de diseño integrada en la empresa de electricidad AEG, de la
que era consultor artístico, hace el primer diseño global: un catálogo de productos, objetos
eléctricos, logotipo, etc. Con él nace el diseñador como profesional liberal, del mismo modo
que la era el ingeniero o el arquitecto. Verdadero pionero, su despacho atrae la atención de
jóvenes, entre ellos Le Corbusier, que ponen en acción un lenguaje de formas eficaz, a la vez
simple, moderno y estético, que adapta las concepciones abstractas del segundo Art Nouveau

4
Thonet desarrolla en Viena a partir de 1840 un procedimiento de fabricación, el doblado de la madera de
haya maciza por medio de la acción del vapor. Uno de sus productos, la silla número 14, llamada silla
Kaffeehausstuhl, también conocida como silla bistrot, se convirtió en una referencia y se vendieron 50
millones de ejemplares entre 1859 y 1914 (otras fuentes dicen que sólo 30 millones).
al universo del producto industrial. Con ello se plantean los principios del funcionalismo,
doctrina estética que se puede resumir en la frase de Sullivan, “la forma sigue a la función”.
Para él, el funcionalismo es el resultado de una observación y una comprensión de los
procesos evolucionistas de la naturaleza. Cada forma tiene una necesidad, no hay nada
superfluo en la naturaleza. Esta corriente domina el diseño moderno hasta fines de los años
sesenta.

Una objeción que se puede hacer acerca de lo mencionado respecto de la antigüedad del
diseño es que tal vez eso sea válido para algunas de las disciplinas que la componen, pero que
la arquitectura existe desde hace mucho tiempo más. Sin embargo, no olvidemos que la
primera de las disciplinas que conforman el espacio sobre la que actuó el discurso racionalista
de Bauhaus fue la arquitectura, y eso ya se anunciaba en el manifiesto inaugural de 1919 de
Gropius,5 quien decía que “El objetivo final de toda actividad plástica es la construcción”. La
arquitectura, dice Argan, “no debe ser entendida como representación estática de un espacio
cierto, seguro, sino como dimensión de las infinitas posibilidades de la vida”. (Giulio Carlo
Argan, Walter Gropius y la Bauhaus, p. 51) La arquitectura es construcción del espacio, pero,
añade el autor, “puesto que la construcción resuelve todos los problemas de la realidad y de la
existencia, es decir, las infinitas relaciones de los hombres entre sí y con las cosas, el espacio
de la arquitectura es entonces la dimensión de la vida social en su complejidad y totalidad”.
De acuerdo con las concepciones de la Bauhaus, la arquitectura es expresión colectiva, nace de
la vida, de la relación de los hombres con las cosas entre las que viven; así, el mueble se
encuentra integrado a la arquitectura, pero no cualquier mueble, sino aquel en el cual el punto
de partida ya es una forma y no una simple materia prima (como es el tubo metálico en el
mueble de Breuer), donde el proceso es una construcción formal. La arquitectura abarcaría
desde el mueble a la articulación estructural del edificio, y de éste al conjunto de otros
edificios y a su distribución, según las exigencias vitales y funcionales de la comunidad, hasta
llegara la forma de la ciudad y abarcar todos los aspectos del mundo organizado por la cultura.
Esto no significa que las otras áreas del diseño se consideren como partes de la arquitectura,
como un fenómeno parasitario, tal como los ven algunos historiadores como Herbert Read,

5
En este manifiesto, Gropius anuncia el objetivo de ese movimiento en estos términos: “ [...] Arquitectos,
escultores, pintores; debemos todos regresar al trabajo artesanal, porque no hay arte profesional. No hay
ninguna diferencia esencial entre el artista y el artesano. [...] Deseemos, concibamos y creemos juntos la
nueva construcción del porvenir, que abarcará todo en una sola forma: arquitectura, arte plástico y pintura”.
Pevsner, Mumford o Giedion, a los que Maldonado justamente critica por no haber
comprendido que, “el diseño industrial era un fenómeno nuevo”. (Vanguardia y racionalidad,
p. 138) Pero también la arquitectura era un fenómeno nuevo, pues la Bauhaus introduce una
ruptura en la historia de esta disciplina, que la hace distinta antes y después de este
movimiento, porque lo que los teóricos del Bauhaus llaman ‘arquitectura’ es la práctica
racional configuradora del entorno, nace a partir de esta ruptura.

Estas breves consideraciones históricas acerca de la actividad de diseñar, que solamente


quieren indicar posibles caminos para su estudio, bastan como bases para comenzar a plantear
algunos elementos que nos permitan caracterizar el diseño como actividad y como disciplina
académica.
2. La actividad de diseñar y la disciplina que la estudia

Si el producto de esta actividad particular, que llamaremos actividad proyectual, es el entorno,


nuestro marco de vida, entonces estará conformada por varias disciplinas, cuyo conjunto
hemos dicho que se conoce de manera genérica como diseño; cada una de ellas, a su manera y
desde su posición particular, tiene la tarea de construir una porción de ese marco de vida que
es nuestro entorno, el espacio socialmente construido. Como ya fue adelantado, el conjunto de
esas disciplinas configuran el campo del diseño. Si se acepta este punto de vista, tendríamos
que convenir en que los estudios sobre el diseño tendrían como uno de sus posibles puntos de
partida dilucidar qué es esto que llamamos el espacio social o el espacio construido. Los
estudiosos de la arquitectura, del diseño y de las artes plásticas en general reconocen desde
hace mucho tiempo la dificultad de hablar del espacio social; dice Giulio Carlo Argan que,
cuando se habla acerca del espacio, no se hace referencia “a la realidad objetiva, definida,
como una estructura estable, sino a un concepto, es decir, a una idea que tiene un desarrollo
histórico propio y cuyas transformaciones son expresadas o en parte, por las formas
arquitectónicas en particular y por las formas artísticas en general”. (El concepto de espacio
arquitectónico desde el barroco a nuestros días, p. 13) Por tanto, en el análisis de este
concepto –continúa Argan– se tendrían que buscar las partes que lo constituyen, y “un
componente esencial de este concepto es la concepción del mundo, de la naturaleza en su
relación con el individuo y con la sociedad”. Es decir, como veremos en el desarrollo de este
trabajo, ya podemos ver que nuestro enfoque sobre el espacio social, cuya construcción es el
objetivo último de las disciplinas que conforman el mencionado campo del diseño, sólo puede
ser el de la relación del ser humano con la sociedad; una conclusión de esto es que su estudio
tendría que estar incluido en las ciencias sociales. (Daremos más argumentos sobre este punto
en la sección siguiente)

Acerca de lo específico de la actividad de diseñar. Por tanto, de acuerdo con la idea inicial de
este trabajo, en este primer capítulo nos proponemos el objetivo de analizar el campo del
diseño, a tratar de explorar sus límites en tanto que disciplina, así como deslindarla de otras
actividades cercanas, tales como el arte y la artesanía; nuestro interés es también definir de qué
trata la disciplina del diseño, es decir, que vamos a intentar hacer otra caracterización que
parezca más justificada; también nos interesa definir el lugar en el que se encuentra la
disciplina del diseño con respecto a otras, tales como las ingenierías o el arte, y plantear que,
como existe una multiplicidad de áreas de conocimiento que llevan ese nombre (diseño
gráfico, arquitectónico, industrial, etc.), tendríamos que investigar cuáles son las diferencias
específicas entre ellas.

Definir la disciplina o la práctica del diseño puede parecer un asunto empírico muy simple.
Incluso si existen dificultades para decidir qué son los objetos o productos diseñados, la
evidencia de los miles de diseñadores de todo el mundo que se dedican a cualquiera de las
actividades que tradicionalmente se han asociado con la práctica del diseño y a producir
objetos, imágenes, espacios; se podría que la larga lista de productos hechos por los
diseñadores es la respuesta a qué hace el diseño. Expresado en otras palabras, tanto la
búsqueda de una definición sobre qué es el diseño o de cuáles son sus productos, tiene un
resultado simple puesto que la actividad de diseñar y los productos de ésta están socialmente
definidos. Es decir, que se puede objetar que la tarea propuesta de buscar qué es el diseño en
realidad no sea una tarea válida, puesto que todos sabemos qué hace pues todos podemos
reconocer sus productos; que no es necesario definir el diseño pues ya está definido. Sin
embargo, decir qué hace no necesariamente responde a la pregunta qué es; incluso si
pensáramos que al saber qué hace, sabemos qué es, no se puede negar que es necesaria una
operación de deslinde, de delimitación de su campo, de buscar las fronteras de su dominio
específico. Para ello postulamos esa primera definición operativa que define, en primer lugar,
lo que hace: el campo del diseño se configura como un conjunto de disciplinas que conforman
lo que estamos llamando aquí el entorno, el espacio de vida del ser humano o el espacio
construido, y que, como una actividad, la proyectual, es el proceso que genera el marco de
vida del ser humano; es decir, el proceso de construcción de nuestro entorno, del espacio
social del espacio de vida. En resumen, el diseño, la actividad proyectual, como lugar de
acción de varias acciones que configuran entre todas ellas el campo del diseño, es una práctica
cuyo fin es la concepción (o ideación conceptual) y su posterior realización de objetos,
imágenes, ambientes, entornos, habitaciones, edificios, ciudades…; en otros términos, es la
práctica por la cual se realiza la producción del espacio. Esta caracterización no pretende ser
válida para todas las culturas o para todas las épocas, sino que es histórica, es válida sólo para
la nuestra, puesto que el diseño es un fenómeno del siglo XX, que es cuando el momento de
consolidación de las disciplinas configuradoras del espacio, que abarcan la arquitectura y los
varios diseños. Para apoyar la postura de que el nombre genérico de diseño agrupa a todas
aquellas actividades que son las que socialmente las encargadas de producir nuestro entorno,
el espacio construido, tomamos en consideración un hecho que cada día es más notorio, que es
la cada vez más visible desaparición de las fronteras de lo que se reconocía antes como
disciplinas discretas del diseño, tales como diseño gráfico, de producto, textil, de modas, etc.;
esas fronteras se han roto y se disuelven continuamente al grado que lo que ahora existe es una
indeterminación de los límites profesionales y unos patrones fluidos de empleo entre las
disciplinas tradicionales del diseño. El territorio del diseño se desplaza y extiende más allá de
los límites de una disciplina hasta abarcar múltiples perspectivas disciplinarias y búsquedas a
través de varios campos de conocimiento. (Cf. C. Bremmer y P. Rodgers, ‘Design without
discipline’)

Características del campo de estudio del diseño. Así visto, nuestro planteamiento en este
primer capítulo circula en torno a las preguntas que consideramos como pertinentes al campo
de conocimiento que aquí nos interesa; por ejemplo, en qué consiste la naturaleza del diseño,
cuáles son sus características específicas y cómo se manifiestan, cuáles son los rasgos que la
definen, y qué es lo que hace que esta actividad no se confunda con las otras. Hemos dejado
para una segunda parte el hecho de que las anteriores afirmaciones se relacionan con un punto
de vista teórico ya que se orientan hacia la comprensión de cómo una propuesta teóricamente
elaborada articula y organiza los conocimientos y proporcionan la forma como se plantea la
investigación, así como los medios que se pueden usar para llegar a conclusiones. La teoría,
como se verá en la discusión posterior de este esbozo, es la encargada de encontrar los
instrumentos conceptuales y operativos que hacen posible la investigación acerca del diseño,
así como a la producción de su discurso teórico, de la exposición de dicha teoría. La posible
teoría del diseño, o una posible teoría del diseño, sería específica para este campo de estudio;
por ello es necesario delimitar el campo, establecer los lindes de su terreno. Esta delimitación
engloba aspectos tales como el objeto de estudio del diseño, la naturaleza de la explicación y
el sentido que adopta su exposición. Todo ello es tema de reflexión del siguiente capítulo.

Producción de objetos/ producción de conocimientos. Junto a la búsqueda de respuesta a la


pregunta qué es el diseño, también podría plantearse, desde estas primeras páginas, otra
pregunta que quiere saber para qué sirven los estudios sobre el diseño. La respuesta común del
humanismo tradicional, que dice que, al tratar de entender el vasto mundo de lo construido, de
los entornos y de los objetos, estamos realmente tratando de interpretar y entender nuestro
mundo, si bien es válida y aceptable, muchas veces no convence a los profesionales de las
disciplinas relacionadas con el diseño y el proyecto, es decir, para quienes lo que importa son
los procesos de concepción y producción de los objetos, que muchos sostienen que son
imposibles de explicar racionalmente. La gran mayoría de los profesionales que asumen como
su labor la de producir objetos, edificios, elementos del entorno en general, y no consideran
como importante el estudio y el análisis de esos productos que surgen de su actividad, que es
lo que les daría la posibilidad de llegar al conocimiento de esos objetos; esos profesionales
piensan que los productos son el resultado final de su acción, y no consideran parte de su
esfera de acción pensar en los objetos no como resultado final sino como el inicio de una
investigación más amplia cuyo resultado sería la construcción de conocimientos acerca del
mundo construido; en otras palabras, que su labor no consiste sólo en la construcción de los
objetos que configura el espacio social, sino también la construcción del conocimiento de éste.

Las propuestas de los diseñadores (desde dentro del campo). En la búsqueda de la


caracterización del diseño, no podemos dejar de tomar en cuenta las búsquedas de los
investigadores del propio campo del diseño y de sus esfuerzos hechos en este sentido. La
bibliografía muestra muchos de estos intentos, de los que solamente señalaremos tres de entre
los más conocidos. Según Dieter Rams (‘The Munich design charter’), el diseño tiene qué ver
con prácticamente todo lo que existe; en sus palabras, con “la economía, así como con la
ecología, con el tráfico y la comunicación, con productos y servicios, con tecnología e
innovación, con cultura y civilización, con asuntos sociológicos, médicos, físicos, ambientales,
con políticos y con todas las formas de organización”. Esta postura, aunque pone de
manifiesto las extensas relaciones del diseño con todo nuestro mundo, no sirve para nada más
y no permite entrar en la especificidad de esa actividad. Igualmente amplia es la posición de
Herbert Simon, pero éste proporciona elementos que pueden ayudar a pensar la actividad
proyectual. Simon define el diseño de una manera peculiar; para él, “diseña quien idea cursos
de acción que intentan cambiar situaciones existentes en preferidas”. De esa manera, “el
diseño es el núcleo de todo entrenamiento profesional; [es lo que] distingue las profesiones de
las ciencias” (Sciences of the artificial, p. 111). Llama ‘profesiones’ a diversas disciplinas de
alguna manera relacionadas con el hacer, entre las que incluye a la ingeniería, la arquitectura,
los negocios, la educación, las leyes, la medicina. Pero con ello la idea de diseño se reduce
puesto que, así visto, resolver un problema de diseño equivale a encontrar una solución a un
problema restrictivo y, a veces, a maximizar una ‘función objetivo’ por lo que se convierte en
el problema de optimización de un problema. (p. 83)

Es más útil la postura de Margolin, al menos en lo que toca al análisis de las partes partes de la
actividad; este autor propone considerar al diseño como una práctica que, aunque sus técnicas,
metas y objetivos cambien continuamente, tiene algo que se mantiene invariable, y es el hecho
de ser “una actividad de concepción y planeación cuyo resultado es un producto, que puede ser
material como un objeto, o no material, como un servicio o un sistema. Es también una
actividad que reúne conocimientos de múltiples campos y disciplinas para llegar a resultados”
(Building a design research community). En otro lugar, el mismo autor se limita a hablar del
diseño como algo que consiste en dos partes: “la concepción y plasmación de lo artificial”
(‘The politics of the artificial’, p. 349). La aparición de esta noción de ‘lo artificial’ vincula la
propuesta de Margolin con la de Simon y lo que establece en su texto, publicado originalmente
en 1969. A pesar de que allí no se habla de diseño de la manera como lo entendemos, como
una disciplina que estudia un campo de estudios específico, sino que la considera como una
más entre un conjunto amplio, entre las cuales están la ingeniería, la arquitectura, la
educación, las leyes y la medicina, entre otras. Lo que todas ellas tienen en común es, según lo
explica, que producen cosas artificiales, artefactos, que poseen como rasgo principal el hecho
que son producidos por los seres humanos y pueden imitar su apariencia; su caracterización se
realiza en términos de funciones, de metas y de adaptación a fines. Los artefactos, desde el
punto de vista de Simon, se distinguen de las cosas naturales, las cuales se pueden explicar,
tanto en su génesis como en su desarrollo, por medio de las ciencias físicas y las naturales. El
estudio de los artefactos, por su parte, se realiza por medio de otras ciencias, que él llama
‘ciencias del diseño’, las cuales forman “un cuerpo de doctrina intelectualmente dura,
analítica, parcialmente formalizable, parcialmente empírica, acerca del proceso de diseño”.
(Sciences of the artificial, p. 113) Estas ciencias del diseño se interesan en “cómo deberían ser
las cosas para alcanzar las metas”, mientras que las naturales estudian cómo es el mundo. Sin
embargo, lo que Simon denomina ‘diseño’ es uno de los caminos para resolver problemas y,
por tanto, la ‘ciencia del diseño’ sería el lugar de convergencia del aprendizaje, descubrimiento
y pensamiento. A pesar de que se refiere sólo de modo tangencial al diseño en el sentido actual
que nos interesa, el libro de Simon ha estado presente en muchas publicaciones de esta área,
sobre todo al postular la noción de artefacto o de lo artificial, pero su desarrollo queda en un
nivel de enunciación inicial y no se retoma posteriormente.
3. La actividad de diseñar: producción del espacio social

Vamos a tratar de configurar el campo del diseño de una manera diferente a la de los autores
mencionados. Ya habíamos establecido que el producto de esta actividad particular, la
proyectual, es el entorno, nuestro marco de vida; también mencionamos que el campo de los
proyectual está conformado por varias tipos de actividad, pero que denominamos al campo en
su totalidad de manera genérica como ‘diseño’, y que cada una de esas acciones, a su manera y
desde su posición particular, tiene la tarea de construir una porción de ese marco de vida que
es nuestro entorno, el espacio social; entre todas se configura el campo del diseño.

Si se acepta este punto de vista, tendríamos que convenir en que los estudios sobre el diseño
tendrían como uno de sus posibles puntos de partida dilucidar qué es esto que llamamos el
espacio social o espacio construido. Sin embargo, cuando se intenta abordar el estudio del
espacio, lo primero que se manifiesta es que éste no puede analizarse de manera separada de
otras nociones, tales como son las de lugar, territorio, frontera, vecindario, comunidad, región,
nación, entre otras, y este camino conduce a la compleja noción de identidad. Si se puede
asociar el espacio con nociones tan variadas como la última noción mencionada, también es
posible enfocarlo desde múltiples puntos de vista y disciplinas. En este apartado aspiramos a
iniciar la discusión acerca de un problema que es anterior a toda consideración acerca del
diseño y es el de cuál pudiera ser un camino para pensar el espacio desde las disciplinas
universitarias; por un lado, con las sociales y/o humanas, y, por el otro, el de las naturales.
Asimismo, cómo se podrían pensar las relaciones entre la identidad de los grupos y el
territorio, la región o la nación.

Breve discusión del concepto de espacio social. Desde diferentes áreas del conocimiento,
desde la teoría social y la filosofía, entre otras, muchos autores han reconocido que el espacio
es una noción básica para la experiencia y el ejercicio de la imaginación; por otro lado, tanto
los practicantes de esas diversas disciplinas, antropólogos, geógrafos, historiadores del arte,
etc., pero, sobre todo, de quienes construyen y transforman este espacio, como es el caso de
los urbanistas, arquitectos y diseñadores en general, y, a final de cuentas, de los que lo
habitamos, todos nos interesamos en mayor o menor medida en las diversas facetas del
espacio. Aunque desde perspectivas y supuestos diversos, quienes estudian esta noción de
espacio concuerdan, sea que lo asuman como una condición o como un resultado, en que la
noción de espacio, para que sea útil, tiene que ser pensada como espacio construido, y que la
concepción que tenemos todos los que lo habitamos es que esa construcción es histórica, es
decir, que no permanece igual en el transcurso del tiempo. Otra idea amplia, aunque menos
generalizada, es que la noción del espacio no permanece neutral respecto al poder; de hecho,
se dice que es por su mediación como los poderes se ejercen sobre los individuos y que, por
tanto, contribuye a su conformación como poder. La construcción del espacio se relaciona
también con la producción de la identidad, sea individual o colectiva. Por tanto, todas estas
nociones que hemos presentado, la de espacio, territorio, poder e identidad, configuran una
entidad difícil de analizar y comprender si se consideran de manera separada, sobre todo y de
manera especial en nuestro mundo moderno.

Las preguntas por el espacio no pueden evitar intervenciones tanto desde la filosofía como
desde las ciencias físicas; no importa desde dónde se plantee el problema, tarde o temprano
tiene lugar el enfrentamiento tanto con la primera como con las segundas; sin embargo, a
través de volver a plantear el problema, quienes lo aborden pueden por lo menos posponer este
enfrentamiento con las ciencias o con la filosofía. Ese replanteamiento consistiría en asumir
que lo que se quiere investigar no es tanto el espacio en sí mismo, sino los sentidos que
genera, las ideas que produce en nosotros; es decir, que no es el espacio físico o la extensión lo
que se debe estudiar, sino el espacio vivido, el representado; en otros términos, el espacio
construido o producido, que se acostumbra llamar simplemente espacio social.

Así, si se aborda no el espacio en general sino las representaciones del espacio, sobre todo la
noción de espacio construido culturalmente, rápidamente se comprueba que las diferentes
épocas y culturas poseen distintos modos de concebirlo, maneras distintas de construirlo y
representarlo. Por ello la búsqueda de respuestas acerca de la naturaleza del espacio requiere
no sólo de la especulación filosófica y del acercamiento científico, sino de un esfuerzo que lo
ponga en relación con las acciones humanas, con lo que podemos llamar la práctica social. Se
trataría, en otras palabras, de entender el espacio no como un a priori o como un absoluto, sino
como resultado de una relación entre sujetos y objetos, y que existe porque tales sujetos y
objetos se relacionan. De allí que uno de los problemas pertinentes sea por qué distintas
prácticas sociales producen distintas concepciones del espacio, por qué cada época o cada
cultura tiene su propia noción del espacio y produce sus propias formas, sean arquitectónicas,
de los objetos cotidianos o de cualquier otro tipo. Este cambio en la manera de abordar el
problema, este cambio de terreno permite dejar de lado ciertos supuestos del sentido común,
como aquellos que ven el espacio como una realidad neutra, previamente dada, en la cual se
inscriben realidades de otro orden, tales como las relaciones o los acontecimientos.

El espacio social, el percibido y representado, es siempre una producción. Es la sociedad la


que produce el espacio social a través de la apropiación de la naturaleza, de la división del
trabajo y de la diferenciación, puesto que todas las representaciones del espacio son
construcciones sociales operadas por los diversos grupos sociales. El concepto de espacio
social se usa en el campo de los estudios de las disciplinas sociológicos sobre todo para
designar el campo de interrelaciones sociales; todo el sistema de relaciones se inscribe en un
espacio en el que se asocian el lugar, lo social y lo cultural. Según Bourdieu, (Langage et
pouvoir symbolique 2001) la sociología puede pensarse como una “topología social” en la
medida en que representa “el mundo social en forma de un espacio (de varias dimensiones)
construido sobre la base de principios de diferenciación o de distribución constituidos por el
conjunto de las propiedades que actúan en el universo social considerado”.6

Las más profundas estructuras de una sociedad son las que corresponden a las del espacio (y a
las del tiempo, pues la vida humana se desarrolla en el marco de estas coordenadas; sin
embargo, no podemos entrar aquí en la consideración de esta segunda noción). El espacio es
un factor determinante de la constitución y desarrollo de los grupos sociales y a este proceso
están ligadas tanto la producción de cultura y de civilización como la constitución del medio
ambiente. En general, la reflexión sobre el espacio nos lleva a destacar dos fundamentales
ideas subyacentes a su concepción misma. La primera es que la producción de nuestro entorno
y nuestra propia realización como seres humanos constituyen dos caras del mismo proceso,
mientras que la segunda es que el espacio social no existe previamente a la intervención de los
agentes humanos, sino que se constituye a través de su propia acción; es decir, que es un
producto del hacer humano. Estos dos postulados tienen incidencia sobre todo en la acción de
los profesionales de la producción del espacio (arquitectos, urbanistas y diseñadores), ya que
todas las formas espaciales que son construidas y diseñadas tienen un carácter no arbitrario. La
producción del espacio así entendido requiere de una materia prima, que sería el territorio, la
extensión territorial, o sea un ‘lugar’ con características geográficas o topográficas, pero que,
6
El concepto de espacio social fue inicialmente postulado por Georg Simmel en 1908 en su libro Sociología
(Madrid, Alianza Universidad, 1986) y utilizado posteriormente por Raymond Ledrut en L’espace social de
la ville, París, Anthropos, 1968.
en tanto que ‘lugar’, esas características son solamente el soporte de una trama de relaciones
sociales, las cuales son las que configuran el espacio. Si es así, entonces todo espacio
construido será portador de una cierta visión de mundo, de una cierta manera de ver y entender
la realidad que nos rodea; y no sólo es portador, sino que una de las funciones de ese espacio
es la de inculcar esa visión, enseñar o imponer esa manera de ver; en suma, educar a los
demás.

Dificultades del estudio del espacio social. Los estudiosos de la arquitectura y del diseño
reconocen desde hace mucho tiempo la dificultad de hablar del espacio; ya hemos señalado
que, según Argan, hablar acerca del espacio no es referirse a a la realidad objetiva, sino a una
idea que tiene un desarrollo histórico propio y cuyas transformaciones se expresan sea por las
formas arquitectónicas o por las formas artísticas. (1980). Por tanto, al analizar este concepto
se tendrían que buscar sus componentes, y uno de ellos es la concepción del mundo y la
relación con el individuo y con la sociedad.

Lo primero que se comprueba cuando se empieza a pensar acerca del espacio es que de él sólo
podemos percibir sus contenidos; éstos pueden ser los acontecimientos, objetos, personas, pero
no el espacio en sí mismo. Los griegos postularon una visión abstracta de la naturaleza y sus
formas, que es la geometría como una manera de percibir el espacio. El nacimiento de la
geometría es parte de la concepción racional del conocimiento, cuyo resultado es la sustitución
de un sistema mítico de representaciones por un sistema donde las matemáticas y el número
ocupan un lugar central. Una profundización en este tema escapa a los límites de este trabajo;
sólo quisiéramos dejar clara la premisa: el diseño guarda una estrecha relación con el espacio,
pues éste, como se ha argumentado, es siempre construido, y su construcción es obra
precisamente de los practicantes de las disciplinas del diseño.
4. Los estudios sobre diseño: el campo de conocimiento

En el campo de los estudios del diseño, se ha aplicado con frecuencia el calificativo de ciencia;
sobre todo en los escritos de los propios practicantes, de diseñadores y arquitectos que se
preocupan por el desarrollo de bases conceptuales de su disciplina. Sea en artículos o libros, a
menudo incluyen, tanto en los títulos como en sus contenidos, el término ‘ciencia’ o de
‘científico’; desafortunadamente, sólo de manera muy escasa se encuentra alguna justificación
para ese uso, y si existe, es muy escueta. En algunas ocasiones, que en realidad son muy
escasas, se habla explícitamente de una ‘ciencia del diseño’.

Aunque todos tenemos una noción relativamente clara de que es la ciencia o una ciencia,
conviene dejar aquí unas breves ideas sobre este tema. Giddens da una escueta definición de
‘ciencia’: es un “método para obtener un conocimiento válido y fiable del mundo basado en
poner a prueba las teorías por medio de datos” (2015, p. 54). No siempre fue vista de esta
forma; desde épocas antiguas, se llamó ciencia (y filosofía natural) a algo más restringido que
era la descripción del conocimiento escrito y registrado. A partir de Newton, la ciencia llegó a
ser considerada como un método de investigación, pero a partir del siglo XIX se comenzó a
usar solamente en relación con el mundo físico y con las disciplinas que lo estudiaban, como
la astronomía, la física y la química. A finales de ese siglo, los debates de la filosofía de la
ciencia se centraron en qué tipo de métodos eran ‘científicos’, cómo podía comprobarse la
verdad del conocimiento científico y, finalmente, si los nuevos temas sociales podían
proporcionar el tipo de resultados que producían las ciencias naturales. (Ibid. 54-5) Esos
debates llevaron a buscar los principios a los que debían sujetarse no solo las ciencias
naturales, sino todas las ciencias. En un apartado posterior analizaremos este problema en
relación con las ciencias sociales y con la ‘ciencia del diseño’.

La ‘ciencia’ del diseño. Desde el interior de las disciplinas proyectuales, algunos teóricos
piensan que es necesaria una ciencia del diseño; por ejemplo, Horst Oehlke, diseñador y
profesor de Ulm, asume que, aunque está en sus inicios, el diseño es una ciencia; dice que
“Toda ciencia mínimamente seria tiene su propia teoría. Por tanto, el diseño también necesita
una”. (cit en Bürdek, Diseño. Historia, teoría y práctica del diseño industrial, p. 117) Otros
autores han negado e manera explícita toda posibilidad de que el diseño pudiera ser visto
como una ciencia; dice Bonsiepe, por ejemplo, que “el diseño no es ni puede ser una ciencia.
El diseño es la intervención concreta en la realidad para idear, desarrollar y fabricar productos.
Se puede, en efecto, hacer un discurso científico sobre el tema, pero el diseño en sí mismo no
es ninguna ciencia”. (cit. en Bürdek 1994, p. 158) Incluso Buchanan niega la posibilidad de
que exista un carácter científico en el diseño; según él, una ciencia del diseño es imposible
puesto que “al diseño le concierne lo particular, y no hay ciencia de lo particular”. (Wicked
problems in design thinking) Por su parte Grant es de la opinión que el diseño no puede ser
una actividad científica, aunque insiste en que “el estudio del diseño puede ser una actividad
científica; esto es, el diseño como una actividad puede ser tema de investigación científica”.
(Grant, Design methodology and design method, p. 47)

Findeli es más cauto al interrogarse sobre este aspecto y cree que no sólo se debería investigar
si el diseño podría ser una ciencia, sino también si debería ser, pero tal investigación debía
hacerse de una manera diferente. Dice: “Aunque parece factible investigar la posibilidad de
que las disciplinas del diseño sigan los pasos de las demás disciplinas científicas, parece
necesario cuestionar la necesidad y pertinencia de tal búsqueda y, consecuentemente,
contemplar acercamientos alternativos”. (Findeli, ‘Will design ever become a science?
Epistemological and methodological issues in design research’, p. 63)

Uno de los libros de mayor influencia en las disciplinas del diseño es el ya mencionado
Sciences of the artificial, de Herbert Simon, (original de 1969), a pesar de que allí no se habla
de diseño de la manera como comúnmente se entiende por los diseñadores, es decir, como una
disciplina que estudia un campo de conocimiento específico, sino como una más entre un
conjunto amplio, entre las cuales están la ingeniería, la arquitectura, la educación, las leyes y
la medicina, entre otras. Lo que todas ellas tienen en común es, según lo explica, que producen
cosas artificiales, artefactos, que poseen, como hemos visto antes, como rasgo principal el
hecho que son producidos, y que se caracterizan en términos de funciones, de metas y de
adaptación a fines. Los artefactos se distinguen de las cosas naturales, que se explican por
medio de las ciencias físicas y las naturales, pero los artefactos se estudian por las ciencias del
diseño, que es mitad formal y mitad empírica, y que trata del proceso de diseño. (Sciences of
artificial, p. 113) Mientras que las ciencias del diseño se interesan en “cómo deberían ser las
cosas para alcanzar las metas”, las naturales estudian cómo son las cosas del mundo. Para este
autor, ‘diseño’ es uno de los caminos para resolver problemas y, por tanto, la ‘ciencia del
diseño’ sería el lugar de convergencia del aprendizaje, descubrimiento y pensamiento.7 A pesar
de que se refiere sólo de modo tangencial al diseño en el sentido estricto, el libro de Simon ha
estado presente en muchas publicaciones de esta área, sobre todo con su postulación de la
noción de artefacto y en la de lo artificial, pero su desarrollo queda en un nivel de enunciación
inicial y no se retoma posteriormente. Con base en las ideas de Simon se ha desarrollado una
línea de investigación que toma como meta el desarrollo de esa ‘ciencia del diseño’, pero que
se ha orientado hacia los sistemas de información, por lo que no abundaremos aquí en ella.8

Un autor que se ha referido en muchas ocasiones al diseño como ciencia o, en general a las
relaciones entre el diseño y la ciencia, es Nigel Cross; es también un ejemplo claro de la poca
justificación que hace para esa relación puesto que, según él, su análisis da lugar a tres
interpretaciones: en primer lugar el diseño científico, que se refiere al diseño moderno y que
usa tanto métodos intuitivos como no intuitivos, en oposición de una concepción de diseño
orientado a los oficios (crafts). Para él, esta noción de diseño sólo constituye otro nombre para
la moderna práctica del diseño; por tanto, dice, no es una noción difícil de aceptar. El diseño
científico, dice, “se refiere al moderno diseño, al diseño industrializado, distinto del diseño
preindustrial -orientado hacia los oficios y artesanía- que se basa en el conocimiento científico
pero que utiliza una mezcla de métodos de diseño tanto intuitivos como no intuitivos”. (Cross,
‘A history of design methodology’, p. 20) En segundo lugar, está el diseño como ciencia
(design science), que es una noción más amplia que la anterior pues incluye un “conocimiento
sistemático del proceso y la metodología del diseño, así como el apuntalamiento
científico/tecnológico del diseño de artefactos”. (Cross, ‘Designerly ways of knowing: design
disciplines versus design science’, p. 52) En un ensayo anterior el mismo autor señala que el

7
Según Margolin (‘Will design ever become a science? Epistemological and methodological issues in design
research’, p. 350), Herbert Simon definió cuatro rasgos para distinguir lo artificial de lo natural; tres de ellos
lo definen como resultado de la acción humana. Las cosas artificiales, dice, son resultado de un acto de hacer,
mientras que los actos de observar y analizar son la manera como los humanos se relacionan con la
naturaleza. Caracteriza, además, a lo artificial por funciones, metas y adaptación, y los discute en términos
“de imperativos, así como descriptivos”.
8
Sólo damos aquí la descripción dada en una publicación relativamente reciente: “La investigación en ciencia
del diseño es otra ‘lente’ o conjunto de técnicas sintéticas y analíticas, y de perspectivas [...] para realizar
investigación en IS [sistemas de información]. La investigación en ciencia del diseño involucra la creación de
nuevos conocimientos por medio del diseño de artefactos novedosos o innovadores (cosas o procesos) y el
análisis del uso y/o desempeño de tales artefactos junto con la reflexión y la abstracción –para mejorar y
comprender el comportamiento de aspectos de los sistemas de información. Tales artefactos incluyen –pero
ciertamente no se limitan a ellos– algoritmos (por ejemplo, para la recuperación de información), interface
entre humano y computador, y metodología para el diseño de sistemas o lenguajes”. (Vaishnavi, V. y
Kuechler, W., ‘Design Science Research in Information Systems’).
interés en desarrollar una ciencia del diseño (design science) ha conducido a tratar de formular
el método de diseño, un método racionalizado, que se basa en lenguajes y teorías formales.
(Cross, ‘Science and design methodology: a review’, p. 66) Y el propósito de esta ciencia del
diseño es reconocer las leyes del diseño y sus actividades, así como desarrollar reglas. Esto
sería equivalente a un diseño sistemático, dice el autor, esto es, a los procedimientos de un
diseño organizado de manera sistemática. Concluye que esta ciencia del diseño “se refiere a un
acercamiento explícitamente organizado, racional y completamente sistemático al diseño; no
sólo al uso de un conocimiento científico de los artefactos, sino en un cierto sentido como una
actividad científica en sí misma”. (Science and design methodology: a review, p. 66) En el
artículo que pretende ser una historia de la metodología del diseño, (‘A history of design
methodology’) dice que lo que él llama como design science se refiere a un acercamiento al
diseño explícitamente organizado, racional y totalmente sistemático; no es sólo el uso del
conocimiento científico de los artefactos, sino al diseño en algún sentido como una actividad
científica en sí misma”. (p. 21) Además del diseño científico y del design science, está en
tercer lugar lo que llama la ciencia del diseño (science of design), que hace referencia “al
cuerpo de trabajo que pretende mejorar nuestra concepción del diseño por medio de métodos
‘científicos’ (es decir, sistemáticos, confiables) de investigación”. (‘Designerly ways of
knowing: design disciplines versus design science’, p. 53)

Se puede concluir que, a pesar de ser varias las publicaciones en que quiere establecer la
relación entre ciencia y diseño, nunca se establece claramente la distinción entre los tres
conceptos; el autor reconoce que hay algo de confusión entre las dos nociones que propone,
design science y science of design, porque esta última parece implicar el desarrollo de una
‘ciencia del diseño’. Es verdad lo que dice, todo su trabajo es muy confuso.

Rasgos de las ciencias en general. El uso del nombre ciencia del diseño por parte de los
practicantes de estas disciplinas ha sido desde el inicio muy poco preciso; en las primeras
épocas, con ese nombre se hacía referencia a disciplinas diferentes, como la geometría o la
topología. Esta utilización se relaciona más la arquitectura, que desde la Edad Media se
consideraba como un arte mecánica, distinta de las artes liberales. En el manifiesto de la
Bauhaus (1919), la enseñanza en esa escuela seguía un modelo compuesto de tres
componentes: el arte, la tecnología y la ciencia, aunque en realidad eran sólo dos: el arte y la
tecnología; pero como la tecnología se consideraba como una ciencia aplicada, en realidad el
que asumía el papel de la ciencia, el que tenía autoridad teórica, era el arte o, más bien, la
estética. (Findeli, ‘Will design ever become a science? Epistemological and methodological
issues in design research’, p. 65) Cuando se trasladó esa escuela a Chicago, Moholy-Nagy
propuso en 1937 introducir allí un componente científico, y éste sería la teoría de los signos de
Morris, pues consideraba que esa teoría podría servir como la articulación de los tres
componentes del diseño antes mencionado: arte, ciencia y tecnología. Todavía en un artículo
de 1947, Gropius no tenía duda acerca de la existencia de una ciencia del diseño al asumir que
todas las disciplinas del diseño tenían una base científica común, que era para entonces la
psicología de la percepción visual. El modelo de la Bauhaus fue desplazado en la escuela de
Ulm pues, ante la consideración previa del arte como una ciencia, las ciencias sociales
sustituyeron a la teoría artística y “el proceso de diseño fue considerado como la aplicación
práctica de los modelos teóricos de las ciencias sociales”. (Findeli, p. 66)

La publicación en 1969 del libro ya mencionado de Herbert Simon hace surgir un nuevo
modelo; para él, el campo del conocimiento se divide en dos partes: el estudiado por la ciencia
natural, que es el conocimiento acerca de los objetos y de los fenómenos naturales, y el que se
estudia por la ciencia de lo artificial, que se ocupa del mundo de los objetos concebidos por el
hombre. Simon se refiere a una “ciencia del diseño” y considera a esta actividad como una
investigación lógica de criterios específicos que cumplen una meta también específica.9 Es
decir, el diseño se reduce a ojos de Simon a un problema por resolver, y, a medida que los
diseñadores aumenten sus capacidades de cómputo (que en ese momento eran muy limitadas)
mediante el aprendizaje y uso de programas de computadora, podrán encontrar las soluciones
óptimas los problemas que se plantean.

Esta propuesta de Simon puede asociarse con algunos de los postulados del movimiento de los
años sesenta denominado “de los métodos de diseño”, en el cual el diseño se definía más como
solución de problemas, como actividad orientada hacia el proceso y menos como orientada
hacia la producción de artefactos; tanto esta visión como la ‘ciencia del diseño’ de Simon eran,
de acuerdo con la opinión de Huppatz, parte de un proyecto más amplio de unificación de las
ciencias sociales con la solución de problemas como lo que las une. (‘Revisiting Herbert
Simon’s ‘science of design’’, p. 29)

9
Lo que pretenden, dice el autor, es “descubrir y ensamblar secuencias de acciones que conduzcan de una
situación dada a una situación deseada” (p. 122).
Lo que permaneció de la propuesta de Simon es el nombre de ‘mundo artificial’ para referirse
al mundo de los artefactos hechos por los humanos. De acuerdo con Cross, es de este mundo
de lo que los diseñadores saben especialmente; en particular lo que saben hacer es proponer
adiciones y cambios al mundo artificial. Su conocimiento, destrezas y valores está en la
técnica de lo artificial. Los diseñadores poseen, así, un conocimiento del diseño que se reduce
a cómo contribuir a la creación y mantenimiento de ese mundo; y ese conocimiento es
inherente, en parte, a la actividad de diseño y ha sido obtenido en el compromiso y reflexión
sobre esa actividad; pero también en parte es inherente a los artefactos, en sus formas y
configuraciones (es el conocimiento que se usa en copiar, reutilizar y variar los artefactos
existentes) y se obtiene a través del uso y reflexión sobre el uso de esos artefactos. También
parte de ese conocimiento ha sido obtenido por la manufactura de esos artefactos y la reflexión
sobre ésta, por lo cual es inherente a tales procesos de manufactura; finalmente, una pequeña
parte del conocimiento también se obtiene a través de su enseñanza. (Cross, ‘Designerly ways
of knowing’, pp. 54-5)

Tal vez una de las fuentes de confusiones acerca de una ciencia del diseño sea que no se ha
realizado una discusión previa acerca de qué quiere decir hacer un trabajo científico: sin el
ánimo de querer subsanar esa situación, quisiéramos comenzar una revisión, que sólo puede
ser hecha de manera superficial, de las maneras de cómo se puede entender la ciencia. El
sentido común siempre ha asociado la ciencia con dos rasgos: el uso de un método específico,
el experimental, y la actividad de recopilación de datos y hechos; ambos se pueden de hecho
encontrar en muchas áreas de las ciencias, incluso en las sociales y humanas. Es verdad que en
esas áreas los científicos usan o pueden usar métodos experimentales, pues la experimentación
siempre ha sido un importante camino hacia los descubrimientos; pero también es verdad que
el uso de esta técnica va mucho allá de lo que se hace en el área de las ciencias y que el hacer
científico involucra más cosas que sólo hacer experimentos. Todos concordamos en que el
experimental es un método poderoso porque con su uso se hace posible el aislamiento y
medición de los efectos de una variable; pero también en que existen varios campos de
investigación, que nadie dudaría que son científicos, como el de la astronomía, la geología, la
meteorología y otros, en los cuales no es posible, por razones obvias, realizar experimentos.
Por ello se tiene que recurrir a otros tipos de métodos, como el de la observación, que es un
procedimiento para la recopilación de los datos pertinentes; no obstante, el hecho de que la
experimentación pierda importancia en los mencionados dominios no disminuye su carácter
científico. Así que, por importante que sea el experimento de laboratorio en las ciencias
naturales, su uso no es una característica definitoria de las ciencias en general.10

Si el método experimental no es el único método usado por los científicos, queda explorar la
segunda idea comúnmente asociada con la ciencia, la de la recolección de los hechos. Una idea
ampliamente difundida sostiene que un hecho es algo que está ahí afuera esperando que lo
descubran. Lo que ocurre, en realidad, es que el científico efectivamente hace observaciones,
pero éstas no son de los hechos, sino de los datos que los hechos aportan, los cuales tienen que
ser interpretados; es decir, se debe construir los hechos, se les debe dar un sentido antes de que
puedan considerarse como hechos. En otras palabras, en toda actividad siempre está presente
la interpretación puesto que en todos los casos el mero ejercicio de esa actividad ya involucra
ideas explicativas y elementos teóricos, lo que nos lleva a plantear la necesidad de contar con
teorías.11 Un ejemplo de la necesidad de la teoría para poder ver o tomar en consideración los
conceptos es el de la teoría gravitacional: un hecho aceptado por todos los astrónomos es la
existencia de los agujeros negros, hecho que está con toda seguridad basado en observaciones
del comportamiento de las estrellas, pero que depende también de una teoría sobre lo que
ocurre cuando la materia se encuentra es un estado tal de concentración que nada puede
escapar a su atracción gravitacional. Sin esta teoría, no podríamos concebir siquiera tales
agujeros negros.

Otra dificultad, asociada al hecho de que los hechos no están allí afuera para que el científico
simplemente los recoja, es que no basta que los científicos hagan observaciones a su alrededor
para ver qué hechos pueden descubrir, pues siempre la investigación está dirigida por los
intereses teóricos del científico; hay un conjunto de ideas científicas que siempre están por
detrás del diseño de los experimentos o de la búsqueda de datos de un tipo particular. Una
ilustración de lo anterior es el de la presencia de la materia oscura: la llamada materia oscura
del universo, por su propia naturaleza, no es visible y los astrónomos la descubrieron no
porque la hayan visto (no hay telescopio que pueda percibirla) sino porque la teoría más
plausible acerca de los orígenes del universo sugirió que tenía que haber una cantidad mucho
mayor de materia en el universo que la podía contarse como materia visible.
10
En una sección posterior vamos a desarrollar algunos aspectos más específicos a los métodos en el campo
que nos ocupa y buscar sus relaciones con la teoría.
11
La siguiente sección de este trabajo se ocupa de la teoría y su pertinencia en el campo del diseño.
Necesidad de la teoría. Nadie pone en duda que la ciencia es tanto una empresa empírica
como teórica. Decir que es empírica significa que está basada en observaciones, pues este
término, empírico’, se deriva de la palabra griega que equivale a ‘experiencia’ y se usa
comúnmente para referirse al trabajo de observación que nos proporciona la experiencia del
mundo. Decir que es es una empresa teórica significa que involucra un pensamiento
sistemático acerca del mundo. Todo acto de investigación es al mismo tiempo empírico porque
se enfrenta al mundo de los fenómenos que se pueden observar, y teórico porque compromete
necesariamente hipótesis que conciernen a la estructura subyacente de las relaciones que la
observación intenta asimilar.

Como señalamos antes, sólo después de haber asumido al diseño como una disciplina concreta
y haber definido, aun cuando sea a grandes rasgos, su campo, de buscar el lugar de ella dentro
del conjunto de las demás disciplinas, ya estamos en condiciones para comenzar la búsqueda
desde dentro, de plantear las bases de su carácter teórico, para empezar a elaborar su teoría.
Pero, también en este caso, tendríamos que reflexionar de un modo más general y comenzar
con preguntas más primarias; por ejemplo, si ya hemos establecido que el diseño es un campo
de conocimiento, habría que preguntar si se necesita una teoría de este campo, si se puede
pensar en su posibilidad. En los intentos para responder tales interrogantes, tal vez surgiría la
cuestión de la finalidad: ¿para qué sirve una teoría acerca de este campo?; y de manera más
general llegaríamos a otra más: ¿qué es una teoría? En suma, pensamos que, antes de
comenzar a estudiar una teoría de un campo particular de actividad como es el del diseño,
sería más importante preguntar qué significa hacer teoría.

Nos hemos preguntado en páginas anteriores acerca del posible carácter científico del diseño.
Ahora ya podemos avanzar que, en términos amplios, para hablar de trabajo científico en un
determinado campo del saber y de su constitución como una ciencia, se requieren tres tipos de
elementos articulados entre sí: en primer lugar, toda ciencia se refiere a un conjunto de objetos
reales que constituyen su campo de estudio; en segundo, cada ciencia presupone que ya ha
construido de una teoría; y en tercer lugar está la cuestión del método: las ciencias utilizan
métodos, que son específicos para cada una, que consisten en conjuntos de procedimientos
destinados a comprobar la validez de la teoría. Expresado de otra manera, para hacer un
acercamiento científico a la disciplina del diseño, es necesario tratarla como una ciencia; y
para que se pueda hablar de una ciencia, de cualquier ciencia, se requieren esos tres elementos
articulados entre sí: primero, a qué se refiere, al conjunto de objetos reales que constituyen su
campo de estudio (en el caso del diseño, todos tenemos una idea clara de cuáles son esos
objetos); segundo, desde dónde verlos y pensarlos, es decir, lo relativo al establecimiento, a la
producción de una teoría; y tercero, cómo hacerlo, cuál es el camino para llegar allá; las
ciencias utilizan métodos específicos para ella, o sea, el conjunto de procedimientos
destinados a comprobar la validez de su teoría.

Por otro lado, en los escritos de los practicantes de la disciplina del diseño también podemos
encontrar muchas alusiones a la teoría, o al menos, al término ‘teoría’, algunos para insistir en
su necesidad, aunque también otros autores desde dentro del diseño nieguen la posibilidad
misma de que exista una teoría del diseño. Entre estos últimos se puede citar a Bonsiepe,
aunque sea también uno de los autores que han insistido en el otro sentido; dice en uno de sus
escritos que “no se puede suponer que hay un mutuo condicionamiento entre la fragilidad del
discurso del diseño y la falta de una teoría del diseño. El diseño es hasta el momento un
dominio sin fundamentos”. (Gui Bonsiepe, Las siete columnas del diseño, p. 13.) Incluso así,
muchos textos conocidos lo incluyen desde el título, como es el caso del propio G. Bonsiepe,
en Teoría y práctica del diseño industrial, de G. Selle, Ideología y utopía del diseño.
Contribución a la teoría del diseño industrial, de B. Bürdek, Diseño. Historia, teoría y
práctica del diseño industrial, entre otros. Son innumerables las ocasiones en que se habla de
una teoría del diseño, sin mencionar que todas las carreras universitarias de diseño, en
cualquiera de sus áreas, incluyen una disciplina denominada así, teoría del diseño. Todo ello
nos ha llevado a preguntarnos en qué consiste el campo de estudios del diseño, cuáles son sus
fundamentos, de qué conceptos está formado, etc. El objetivo principal de este trabajo es
plantear esa necesidad; y lo primero que tendremos que hacer es una breve descripción de
cómo entendemos el término ‘teoría’.

Resistencia a la teoría en el diseño. Tenemos, sin embargo, la necesidad de hacer unas


consideraciones pertinentes al campo de conocimiento que aquí nos ocupa, el del diseño. En
términos generales, entre los practicantes de este campo casi siempre existe una actitud
reticente y, en ocasiones, totalmente opuesta a pensar que sea pertinente o necesaria una
ciencia o una teoría de su disciplina, incluso que sea útil. En una de las áreas del campo del
diseño, en la de la arquitectura, Norberg-Schulz ha señalado que “los arquitectos se han
mostrado bastante reacios a desarrollar una base teórica en su campo, a causa, sobre todo, del
prejuicio de que la teoría acaba con la facultad creadora. Esta visión es errónea”. (Intenciones
en arquitectura, p. 7)

La resistencia a ver el diseño desde el ángulo de la ciencia y de la teoría, es decir, a proponerse


a realizar consideraciones teóricas acerca de esa actividad, conduce a un hecho probado: que
tampoco se lleguen a producir unas bases metodológicas pertinentes. Durante mucho tiempo,
los involucrados en el ámbito de esta actividad, han pensado y así lo han manifestado, que el
diseñador tiene como tarea idear y producir objetos, ejercer su oficio, y no la reflexión crítica
ni el ejercicio del pensamiento conceptual (es decir, lo que equivale a hacer teoría). La
presencia cada vez mayor de estudios de doctorado en las escuelas de diseño ha comenzado a
mostrar que se trata de una concepción ya en proceso de superación, pues cada vez más
profesionales del diseño, analistas y estudiosos están convencidos de que esa postura es uno de
los principales obstáculos para el desarrollo de su disciplina. Cada vez hay mayor convicción
en que la sociedad necesita, por un lado, de la labor fundamental del arquitecto y del
diseñador, de su actividad de idear y producir objetos, pero, por el otro, de que también se
requiere, y el diseño mismo en tanto que disciplina universitaria también lo requiere, de la
labor teórica acerca de aquella primera tarea, pues sin la teoría no puede haber conocimientos
nuevos acerca de ella. Cada vez más los profesionales del diseño tienen una convicción mayor
de que existe una porción de nuestra realidad que constituye lo que se puede llamar el mundo
de lo diseñado, y que esa porción cada vez más ocupa un espacio mayor; el objetivo de la
teoría es precisamente dar cuenta de esa porción de realidad. Y cuando decimos ‘dar cuenta’
tenemos que insistir en que no se trata tanto de explicar ese mundo como de comprenderlo (ya
que la explicación es lo propio de las ciencias de la naturaleza, mientras que toda actividad que
involucre hechos humanos requiere llegar a la comprensión).12 Tanto estas ideas como las de
qué es una teoría, qué es hacer un trabajo teórico, y de las condiciones necesarias para
realizarlo, son parte del siguiente capítulo.

12
Agregaremos algunas precisiones a esta idea en un capítulo posterior.
Capítulo II

La teoría en el campo del diseño

En términos generales, entre los practicantes de las disciplinas del diseño, sean ellos
arquitectos, urbanistas, diseñadores y analistas del diseño en general, es muy común encontrar
esa actitud reticente y, en ocasiones, hasta totalmente opuesta a pensar en términos de la teoría
de su disciplina; el testimonio de Norberg-Schulz mencionado en páginas anteriores es muy
elocuente. Durante mucho tiempo, los involucrados en el ámbito de esta actividad pensaban y
manifestaban que el diseñador tenía como tarea idear y producir objetos, entornos, espacios, es
decir, ejercer el oficio para el que fueron formados, pero que en esa acción no estaba incluida
la reflexión crítica o el ejercicio del pensamiento conceptual; es decir, que su función no era
hacer teoría. Esta situación ha empezado a cambiar, pues cada vez más los analistas y
estudiosos del diseño, incluso los propios profesionales, se convencen de que esa postura es
uno de los principales obstáculos para el desarrollo de su disciplina. Un rápido análisis
comprueba que cada día hay una mayor convicción en que la sociedad necesita, por un lado,
de la labor fundamental del arquitecto y del diseñador, de su actividad de idear y producir
objetos, pero, por el otro, de que también se requiere, y que el diseño mismo, en tanto que
disciplina universitaria también lo requiere, de la labor teórica acerca de aquella primera tarea,
ya que existe la certeza de que sin el trabajo teórico no puede haber conocimientos nuevos
acerca del diseño. Por ello, para iniciar este trabajo que pretende explorar los supuestos de una
posible y necesaria teoría del diseño, nos parezca importante plantear los problemas relativos a
este tema en términos de la teoría, lo cual requiere tener ideas claras sobre qué es, cómo
funciona y cuál son los componentes de la teoría en general.
1. Qué entendemos por el término ‘teoría’

En todo campo de conocimiento existe un cierto consenso en entender que la teoría (o, más
bien, una teoría) está constituida por una serie de conceptos y de leyes y que, vista como un
todo, sirve para relacionar un determinado orden de fenómenos del mundo, por medio de una
serie de hipótesis, con un conjunto de explicaciones. Toda teoría es particular y específica de
una ciencia determinada.13 Este primer acercamiento a la teoría, que sería el que responde a la
pregunta acerca de qué es, permite verla como un conjunto de ideas y de conceptos
lógicamente conectados; el siguiente sería el que responde a la pregunta de qué hace, para qué
sirve; es decir, se relaciona con su función; así vista, una teoría es una guía del trabajo
empírico y por medio de ella se interpretan y explican las observaciones; sin embargo, no
siempre las interpretaciones y explicaciones concuerdan con la teoría en cuestión, sino que
pueden o no hacerlo; en este segundo caso, dicha teoría necesita por lo menos ser revisada y
de hecho puede llegar a ser abandonada y sustituida por otra. Todo trabajo científico consiste
en producir los conocimientos, a partir de la experiencia y de los resultados de un trabajo
teórico específico, y de las técnicas y operaciones requeridas para realizarlo, es decir, de un
método.

El concepto. Los elementos de los que está formada una teoría son los conceptos; por ello se
dice que una teoría dada es un cuerpo de conceptos acerca de algún aspecto del mundo real
que facilita la explicación de los fenómenos existentes, la predicción de fenómenos futuros o,
en general, la intervención en ese mundo real; en estos aspectos se hace explícita la función
del conjunto de conceptos que constituye una teoría, la cual es explicar por qué las cosas
ocurren como lo hacen, y cómo lo hacen; además, dado un estado de cosas presente, por
medio de ella se puede predecir lo que pasará en el futuro. En general, tener una teoría hace
posible escoger las maneras de actuar para hacer que las cosas se comporten de la manera
como se desea; una teoría puede verse como un cuerpo de conocimiento asociado con modelos
explicativos particulares.

13
Habíamos dicho antes que, para la constitución de una ciencia, se requieren tres tipos de elementos: primero,
los objetos reales del campo; segundo, el establecimiento de una teoría; y, tercero, los métodos. Aquí vamos a
tratar el segundo de esos elementos. Ya adelantamos que se entiende en general por teoría una serie de
conceptos y de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos, o un conjunto de hipótesis
que se aplican a una ciencia.
Algunas teorías son mejores para uno de estos propósitos y peores para otros. La teoría de la
selección natural de Darwin, por ejemplo, explica muy bien los hechos, pero tanto sus
predicciones como sus posibilidades de intervención son limitadas. Las teorías del sistema
solar, basadas en la gravedad de Newton, dan explicaciones de ese sistema, pero no sólo eso,
sino que permiten la predicción, por ejemplo, de dónde estará ubicado un planeta dado en un
momento preciso en el futuro. En el caso de las teorías acerca de la sociedad, aunque hay
polémica sobre la manera como cumplen sus propósitos y habría que explorar con mayor
detalle sus rasgos, se puede decir que, en términos amplios, tienen las tres potencialidades:
pueden ser explicativas, pueden predecir bajo ciertas condiciones y pueden permitir la
intervención; a pesar de las sospechas que muchas de ellas puedan generar, sí puede
asegurarse es que otras tantas son de mucha utilidad.

En un sentido empirista, la teoría podría entenderse como lo opuesto a la práctica, como su


imagen reflejada; pero ni la teoría es la pura visión intelectual, sin cuerpo ni materialidad, ni la
práctica se relaciona sólo con lo material. El término ‘teoría’ tiene sus raíces en la Grecia
antigua, pero en su uso moderno ha tomado varios significados relacionados. Teorizar es
desarrollar este cuerpo de conocimiento. Desde Aristóteles, la teoría (θεωρία) se contrapone a
menudo a la práctica (πρᾶξις), término que equivale a ‘hacer’; esa oposición se debe, según se
ha argumentado, a que la teoría pura no participa del ámbito del hacer. Un ejemplo clásico de
la distinción entre ‘teórico’ y ‘práctico’ está en la medicina: las teorías presentes en la
medicina involucran el entendimiento de las causas y de la naturaleza de la salud y la
enfermedad, mientras que por medio de su lado práctico trata de curar a las personas. Aunque
las dos están muy relacionadas, pueden ser independientes porque es posible investigar la
salud y la enfermedad sin curar pacientes, o es posible curar un paciente sin investigar, sin
saber cómo funciona esa cura. Teoría se deriva de un término técnico de la filosofía griega;
como palabra de uso común, significaba ‘ver, vista, contemplación’, por lo que podríamos
decir que contar con una teoría hace ver cosas que de lo contrario no veríamos;14 en contextos
más técnicos se refiere a la comprensión contemplativa o especulativa de las cosas naturales,
tal como lo hacían los filósofos naturales, y que se opone a los modos más prácticos de

14
Para seguir con esta metáfora de la teoría como una manera de ver, una teoría, dice Bourdieu, “es lo que hace
ver cosas que de lo contrario no veríamos”. Dice enseguida: “cuando la teoría está constituida, los fenómenos
que no se habían percibido, las realidades que se habían confundido, se distinguen; dicho de otro modo, sólo
vemos aquello que tiene teoría”. (Curso de sociología general 1. Conceptos fundamentales, pp. 102-3)
conocer las cosas, a la manera de los artesanos. Los usos modernos del término ‘teoría’ se
derivan de la definición original, aunque han tomado matices nuevos, que se basan en que una
teoría es una explicación reflexiva y racional de la naturaleza de las cosas.

Las teorías son herramientas analíticas (son cajas de herramientas, dice Deleuze) para
comprender, explicar y hacer predicciones acerca de un tema dado. Hay teorías en muchos de
los campos de estudio, incluidos los de las ciencias y los de las artes. Las teorías en los
diversos campos se expresan en lenguaje natural, pero se construyen de manera tal que su
forma general es idéntica a una teoría expresada en el lenguaje formal de la lógica matemática.
Sea que se expresen en lenguaje común o de una manera simbólica, las teoría siguen los
principios del pensamiento racional o lógico.

Hay teorías de varios tipos; en las ciencias físicas y naturales son normalmente descriptivas,
mientras que en las disciplinas humanas son en general prescriptivas o normativas; en éstas, el
asunto o tema consiste no de datos empíricos sino de ideas (aunque puede haber casos que se
refieran a asuntos que podemos ver como empíricos). Al menos algunos de los teoremas
elementales de una teoría en las ciencias sociales y humanas son postulados cuya verdad no
necesariamente puede ser científicamente probada por la observación empírica. En esos
dominios las teorías son necesarias porque se requieren sistemas que expliquen los
acontecimientos sociales y las tendencias; su utilidad es evidente cuando queremos situarnos a
nosotros mismo, explicar a los otros, entender las cosas de la sociedad como son; pero se
requiere también que esas teorías sean no sólo explicativas, sino que puedan también predecir
la ocurrencia de estos fenómenos. Es necesario también que las teorías hagan posible la
intervención, que puedan guiar nuestras acciones sobre lo que pasa, en la medida que afecte
los hechos. También en el campo del diseño se requiere un acercamiento teórico a este
conjunto de actividades porque es la única manera de tener explicaciones y, en la medida de lo
posible, de permitir predicciones acerca de comportamientos futuros y que sea posible la
intervención en ese dominio.

Lo empírico y lo teórico. La práctica de las ciencias es, en general, como vimos, tanto una
empresa empírica como teórica; es empírica porque está basada en observaciones, y es teórica
porque involucra un pensamiento sistemático. Toda investigación es al mismo tiempo empírica
porque se enfrenta al mundo de los fenómenos, y teórica porque compromete hipótesis que
conciernen a la estructura no visible, sino subyacente de las relaciones. Por su parte, la teoría
es la encargada de encontrar los instrumentos conceptuales y operativos que hacen posible la
investigación acerca de un área de conocimiento particular, en nuestro caso la del diseño, así
como a la producción de su discurso teórico, es decir, la exposición de dicha teoría.

Entonces, como se dijo antes, una teoría es un conjunto de ideas y de conceptos lógicamente
conectados; su función es guiar el trabajo empírico y con ella se interpretan y explican las
observaciones (que no necesariamente necesitan concordar con la teoría existente). El avance,
el desarrollo de toda ciencia se realiza a través del constante juego del trabajo teórico y el
trabajo empírico. En páginas posteriores vamos a desarrollar de manera más extensa este
concepto de trabajo teórico, que es fundamental para explicar los conceptos; por ahora, nos
quedamos con la idea de que una teoría es un cuerpo de conceptos acerca de algún aspecto de
la realidad que facilita la explicación, la predicción o la intervención; con ella, podemos
explicar por qué las cosas ocurren como lo hacen, y cómo lo hacen; además, dado un estado de
cosas presente, puede predecir lo que pasará en el futuro.

En el dominio de las ciencias naturales, el término ‘teoría’ se refiere, en una primera


aproximación, a una explicación de algún aspecto del mundo natural, basada en un cuerpo de
hechos que se ha confirmado repetidamente por medio de la observación y la experimentación.
Pero, además de explicativas, las teorías deben cumplir también con los otros requerimientos
ya mencionados, tales como la habilidad para hacer predicciones falsables con exactitud
consistente a través de una amplia área de búsqueda científica, y la producción de evidencia
fuerte en favor de la teoría desde múltiples fuentes independientes.

La fuerza de una teoría científica se relaciona con la diversidad de los fenómenos que puede
explicar, y se mide por su habilidad para hacer predicciones falsables con respecto a los
fenómenos. Las teorías son mejoradas (o reemplazadas por teorías mejores) a medida que se
obtiene más evidencia, a medida que mejora la exactitud en la predicción; este incremento en
la exactitud corresponde a un incremento en el conocimiento científico. Los científicos usan
las teorías como la base para obtener mayor conocimiento científico, así como lograr metas
tales como inventar, desarrollar tecnología o curar enfermedades.15

15
“Una hipótesis es falsable si existe un enunciado observacional o un conjunto de enunciados observacionales
lógicamente posibles que sean incompatibles con ella, esto es, que en caso de ser establecidos como
verdaderos, falsarían la hipótesis”. Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, p. 71.
Las teorías se describen de manera tal que cualquier científico tiene la posibilidad de
entenderla y de verificarla, es decir, ya sea de apoyarla por medio de evidencias, o de falsarla,
o sea, de contradecirla empíricamente. El enfoque sobre la falsabilidad, sostenido por Popper,
considera que la ciencia es un conjunto de hipótesis que se proponen a modo de ensayo con el
propósito de describir o explicar de un modo preciso el comportamiento de algún aspecto del
mundo. Sin embargo, no todas las hipótesis lo consiguen puesto que existe una condición
fundamental que cualquier hipótesis debe cumplir si se considera como científica: debe ser
falsable. En la visión de Chalmers, una hipótesis es falsable “si existe un enunciado
observacional o un conjunto de enunciados observacionales lógicamente posibles que sean
incompatibles con ella, esto es, que en caso de ser establecidos como verdaderos, falsarían la
hipótesis”. (Chalmers, p. 71) de hecho, cuanto más falsable es una teoría, más poderosa es.16
Ante un determinado problema detectado por los científicos, se proponen hipótesis falsables
como soluciones, y éstas son entonces criticadas y comprobadas, algunas se eliminan y otras
tienen más éxito, y se someten a críticas y pruebas más rigurosas. Cuando se muestra como
falsa una hipótesis que anteriormente superó muchas pruebas rigurosas, surge un nuevo
problema, que exige la invención de nuevas hipótesis, seguidas de nuevas críticas y pruebas,
proceso que continúa indefinidamente pues nunca se puede decir de una teoría que es
verdadera, por muy bien que haya superado pruebas rigurosas; pero sí se puede decir que una
teoría es superior a sus predecesoras si supera pruebas que mostraron que éstas eran falsas. (p.
78)

Las teorías científicas son la forma más confiable, rigurosa y comprehensiva de conocimiento
científico; sin embargo, el término ‘teoría’ también se usa de maneras diferentes que pueden
contribuir a la confusión; por ejemplo, a veces se usa el término para decir que algo no está
probado, que es especulativo, lo que se caracterizaría mejor por la palabra ‘hipótesis’. La
teoría se distingue de las hipótesis, que son conjeturas individuales que se pueden probar
empíricamente, y de las leyes científicas, que son recuentos descriptivos de cómo se comporta
la naturaleza bajo ciertas condiciones. Las teorías que se usan en aplicaciones son
abstracciones de fenómenos observados y los teoremas que resultan proporcionan soluciones a

16
Concluye el mismo autor: “Una teoría muy buena será aquella que haga afirmaciones de muy amplio alcance
acerca del mundo y que, en consecuencia, sea sumamente falsable y resista la falsación todas las veces que se
la someta a prueba”. (p. 7)
problemas del mundo real. Una teoría que carece de evidencia que la apoye, generalmente se
considera como una hipótesis.

Con estos elementos en mente, tenemos la certeza de que, si queremos hablar del diseño como
una ciencia, y si queremos asumir todas las consecuencias de ello, habría que pedir que esa
ciencia del diseño sea capaz de hacer aquello que es un rasgo de toda ciencia: asumir que la
tarea de todo trabajo científico consiste en producir conocimientos a partir de la experiencia;
ese trabajo, que es el trabajo teórico, es concreto y específico para ese campo de conocimiento.

Las prenociones. Como ya se dijo en la primera parte, entendemos aquí por diseño un tipo de
práctica particular que tiene como finalidad la producción de objetos, imágenes, ambientes,
entornos, es decir, todo producto de la práctica proyectual. Esos objetos, imágenes, ambientes,
etc., son objetos empíricos, objetos del mundo de la experiencia cotidiana, y un acercamiento
científico al diseño no los puede tomar como objetos de conocimiento, como conceptos de una
teoría. Cuando nos enfrentamos a un producto de este tipo, lo primero que surge ante nuestros
ojos es precisamente ese conjunto de representaciones, que podemos considerarlas como
conocimientos sensoriales e intuitivos, pero de ningún modo como conocimientos teóricos;
esos conocimientos intuitivos, esas representaciones espontáneas, que Durkheim las llama
prenociones, están siempre presentes que el ser humano, pues éste

[…] no puede vivir en medio de las cosas sin formular ideas sobre ellas, a las cuales ajusta su
conducta. [Estas ideas] son productos de la experiencia vulgar y tienen por objeto, ante todo,
armonizar nuestras acciones con el mundo que nos rodea, están estructuradas por la práctica y para
ella […] son como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, que nos las disfrazan tanto
mejor cuanto más transparentes las creemos. (Émile Durkheim, Las reglas del método sociológico,
p. 31)

Entre estas prenociones que aparecen frecuentemente en los estudios sobre el diseño están,
sobre todo dos, siempre presentes en los libros de diseño: la de necesidad y la de contexto;
pero no sólo éstas, sino que hay otras que se han tomado como elementos teóricos, como
conceptos, pero no hay en ellas algún vestigio de trabajo de transformación entre las nociones
y los conceptos; no han asumido lo central, que es la idea que los conceptos se producen a
través de un trabajo teórico.17 Las prenociones están presentes en nuestro encuentro con las
cosas que queremos conocer. Cuando nos enfrentamos con un objeto del mundo diseñado, una

17
En páginas posteriores abundaremos en la crítica a la noción de necesidad y su uso en los estudios sobre
diseño.
idea inmediata es que ese objeto está allí porque hubo una ‘necesidad’ que hizo que se
produjera. Esta noción de necesidad, que aparece tan a menudo en los escritos sobre diseño,
tan apreciada como elemento explicativo en los estudios de arquitectura y diseño, de la misma
manera que otras muchas, en realidad es un elemento del sentido común. Es decir, muchos
investigadores de los que han querido hacer una elaboración conceptual del diseño, lo que
hacen es tomar del discurso cotidiano común los elementos aparentes, y con ello intentan dar
una explicación coherente acerca de en qué consiste el acto de diseñar, de qué es el diseño, de
cuáles son sus conceptos. Una pequeña exploración, como la que hemos realizado en el
capítulo anterior acerca de algunos autores conocidos en el ámbito de los estudios sobre
diseño, basta para verificar la ausencia de trabajo conceptual. Vimos que, según Bonsiepe, la
actividad de diseñar tiene la función de “satisfacer necesidades materiales, incluyendo una
gratificación estética”. Pero ni la expresión ‘necesidades materiales’ ni la de ‘gratificación
estética’ han sido elaboradas a través de un mínimo trabajo teórico, por lo que no tienen
ninguna consistencia conceptual y por ello no pueden ser parte de un discurso teórico.
Christopher Jones define el diseño como “una forma de mejorar las relaciones entre los
objetos y la gente” y, ante una expresión como ésta, de inmediato surgen las preguntas: ¿de
qué tipo de relaciones habla?, o incluso ¿qué significa mejorar? Según Löbach, es diseño es
toda actividad que tiende a transformar ideas en un producto industrial con la intención de
satisfacer determinadas necesidades de un grupo. También lo define como el proceso de
adaptación de productos de uso fabricados industrialmente a las necesidades físicas y
psíquicas de los usuarios. En ambos casos, la justificación es la omnipresente necesidad. Y,
ante la propuesta de André Ricard de definir el diseño como el acto de “proyectar de una
manera coherente y consecuente la forma y la disposición de los distintos elementos que serán
sometidos a la percepción sensible”, nos preguntamos qué quiere decir con ‘proyectar la
forma’ y cuáles serán esos ‘elementos’, sin plantear siquiera la duda si hay alguna percepción
que no sea ‘sensible’.

Todas estas expresiones, y muchas otras que encontramos en los textos canónicos de diseño se
refieren a representaciones espontáneas de lo aparente de la actividad proyectual, que están
muy lejanas de los conocimientos acerca de ella. Ante ese panorama, podemos decir con
certeza que un estudio que pretenda ser científico acerca del diseño (de hecho, acerca de
cualquier otro fenómeno) no puede tener por objetivo la descripción de esas representaciones
espontáneas; la finalidad de los estudios que aquí buscamos es conocer los objetos en sí
mismos, en su estructura, en lo que tienen de específico; lo que se intenta con ello es la
búsqueda de interpretaciones válidas y coherentes de los objetos cotidiano a los que nos
enfrentamos en cada momento.

El sentido común como obstáculo. Siempre hay algo muy convincente en las formas en que
está organizada nuestra experiencia del mundo; y esas formas, que para nosotros es evidente
que son las correctas, están garantizadas por eso que se denomina el sentido común, que está
constituido por todo lo que sabemos en la vida cotidiana. En realidad, esas formas de
organización de la experiencia, son más bien obstáculos al desarrollo del conocimiento; en
general, el sentido común desempeña el papel de principal obstáculo, puesto que los esquemas
que provienen de ese sentido común, según Bourdieu, “tienen el poder de obstaculizar, por la
comprensión global e inmediata que suscitan, el desarrollo del conocimiento científico de los
fenómenos. […] hay que saber romper radicalmente con un sistema de imágenes que impide la
formulación de una teoría coherente”. (El oficio de sociólogo, p. 190) Es necesario poner en
cuestión los datos de la experiencia, pero este requisito de rechazar la experiencia puede
encontrar grandes resistencias, pues nos exige que hagamos una crítica de nuestro lenguaje
cotidiano. Las palabras más comunes, dice el mismo autor en otro lugar, “definen la actitud a
la vez autorizada y aprobada por la totalidad de un grupo. Las palabras representan el sentido
común, y tener el sentido común de nuestro lado es una ventaja, porque todas las palabras
están calificadas éticamente”. (Curso de sociología general 1. Conceptos fundamentales, p.
104) Pero no hay razón para creer que las opiniones del sentido común tengan prioridad
epistemológica; incluso lo contrario es cierto, pues, como señala el historiador de las ciencias
Alexandre Koyré, “la experiencia, en el sentido de experiencia bruta, no desempeñó ningún
papel, como no fuera el de obstáculo en el nacimiento de la ciencia clásica”. (Estudios de
historia del pensamiento científico, p. 152)

Bachelard acuñó el concepto de obstáculo epistemológico, y con él designa los efectos sobre
la práctica del científico de la relación imaginaria que tiene con ella. Con ese nombre no se
refiere a los “obstáculos externos, como la complejidad o la fugacidad de los fenómenos, ni de
incriminar a la debilidad de los sentidos o del espíritu humano”, sino a obstáculos que son
internos al proceso: “es en el acto mismo de conocer, íntimamente, donde aparecen, por una
especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones”. (La formación del
espíritu científico, p. 15) Durkheim, uno de los padres fundadores de la sociología, o del
estudio de lo social en general, decía que la dificultad de esta disciplina es que creemos
conocer el mundo social porque estamos en él como peces en el agua, sabemos vivir en él.
Tenemos una ilusión de que el mundo social es transparente y que, por ello, lo dominamos de
inmediato; esta ilusión constituye, según Durkheim, el obstáculo fundamental para el
conocimiento científico del mundo social mismo. Los esquemas de pensamiento que
aplicamos al conocimiento del mundo social son ellos mismos productos de ese mismo mundo
social, que es como si nos impusiera unos anteojos a través de los cuales lo vemos, pero, al
mismo tiempo, lo ocultan: “vemos todo salvo los anteojos que están a la vez en nuestro
cerebro y en la realidad”. (Bourdieu, Curso de sociología general, p. 189)

Lo que normalmente desempeña el papel de obstáculo al conocimiento (es decir, eso que se
conoce como obstáculo epistemológico) son las construcciones del sentido común, y esto,
como veremos adelante, es especialmente cierto en el caso de las ciencias sociales y/o
humanas y, por tanto, también en el diseño. Además del sentido común, otros obstáculos son,
por ejemplo, lo que sabemos previamente del problema que se investiga pues, como señala
Bachelard, frente a ello “el alma no puede, por decreto, tornarse ingenua. Es entonces
imposible hacer, de golpe, tabla rasa de los conocimientos usuales”, que ofuscan lo que
deberíamos saber: “Cuando se presenta ante la cultura científica, el espíritu jamás es joven.
Hasta es muy viejo, pues tiene la edad de sus prejuicios. Tener acceso a la ciencia es
rejuvenecer espiritualmente, es aceptar una mutación brusca que ha de contradecir a un
pasado”. (La formación del espíritu científico, p. 16) Esos obstáculos son causa de
estancamiento y hasta de retroceso en la ciencia de que se trate.

Pero es la opinión generalizada, el sentido común lo que constituye el primer obstáculo que el
conocimiento debe superar. Toda ciencia se opone a la opinión porque ésta nunca tiene razón.
Dice Bachelard: “La opinión piensa mal; no piensa; traduce necesidades en conocimientos. Al
designar a los objetos por su utilidad, ella se prohíbe el conocerlos. Nada puede fundarse sobre
la opinión: ante todo es necesario destruirla. Ella es el primer obstáculo a superar”. (Ibid., p.
16)
2. Hacia la construcción de la teoría

Función de las prenociones. Lo dicho en los párrafos anteriores no quiere decir que las
opiniones del sentido común, que son las representaciones espontáneas que hacemos del
objeto que se queremos conocer, no tengan utilidad; en realidad sí la tienen, puesto que por
medio de ellas nos orientamos en nuestras búsquedas de semejanzas y diferencias entre ellos;
es decir, nos sirven para analizar lo real, que es una primera etapa en el camino de producir
conocimientos. Es necesario hacer un trabajo sobre esas representaciones o prenociones,
asumirlas no como el punto de llegada de la búsqueda, sino sólo como el punto de partida; y
ese trabajo se realiza por medio de ciertas herramientas e instrumentos, tales como la
observación, la experimentación y la inducción, que son necesarios para determinar los datos
sistemáticos producto de las observaciones. Las informaciones que proporciona la observación
sistemática nos ayudan para establecer ciertas regularidades y para determinar ciertas leyes
que nos permite llegar a definiciones. De ese conjunto de leyes se pueden deducir otras, las
cuales ya no surgen directamente de la experiencia sino de elaboraciones más abstractas, que
pueden dar lugar a nuevas observaciones para ratificar o rectificar las hipótesis deducidas de
las experiencias previas. Por último, de esas leyes, hipótesis y definiciones se pueden obtener
ciertos modelos capaces de englobar los resultados obtenidos empíricamente. El trabajo de
obtener como resultado las nociones es un trabajo necesario, indispensable, pues sin él no se
llega a plantear la necesidad de una explicación; pero hasta aquí, todavía no hemos todavía
realizado un trabajo estrictamente científico capaz de explicar el fenómeno; sin embargo, esos
resultados ya constituyen la materia prima que el trabajo teórico tiene qué transformar.

De hecho, la mera observación presupone ya una preparación, un comportamiento activo por


parte del investigador. Ello se debe a que la observación no es algo que se imponga al
investigador desde fuera, como si los hechos, en este caso lo que podemos llamar los hechos
de diseño, o los hechos sociales en general, fueran datos inmediatamente perceptibles y que
para conocerlos bastara hacer un recuento. En realidad, la observación es un comportamiento
dirigido por el investigador; un comportamiento querido, orientado por el investigador, lo que
hace que la observación nunca puede calificarse como pasiva. En la práctica, el hecho
científico (y ésta es la situación normal en todas las ciencias) no existe naturalmente, en estado
bruto, y que basta dirigir la mirada hacia él para realizar un acto de observación. Un hecho del
mundo, un fenómeno del mundo del diseño, por ejemplo, sólo se convierte en hecho científico
a través de una intervención del investigador, y esto se consigue a través de una ruptura con
ese mundo de representaciones, que necesita de la voluntad de sobrepasar las prenociones que
comprometen la objetividad de la observación; de allí la formulación de Bachelard de que el
hecho científico se construye, y de que esta construcción se realiza al construir el objeto de
observación. En general, la observación debe ser conquistada a costa de una crítica al sentido
común, a nuestras percepciones subjetivas, a las ideas recibidas y al hecho de asumir que el
rigor intelectual y el sentido crítico son los dos fundamentos de la objetividad. Como lo
expresa Loubet del Bayle:

Esta preparación de la observación, esta construcción del objeto de la observación es necesaria


porque el investigador se ve obligado a hacer elecciones en la inmensa complejidad de lo real.
Debe seleccionar las partes de realidad que serán objeto de la observación. Debe dividir lo real y
para operar esta división debe tener una idea más o menos precisa del objeto que va a estudiar, de
las preguntas que le va a plantear, que constituyen tantos prerrequisitos teóricos para la
observación. (Initiation aux méthodes des sciences sociales, p. 29)

Sin embargo, la mera acumulación de los datos que provienen de la observación o de la


experiencia, la pura colección de un cierto número de ‘hechos’ brutos, no constituye un trabajo
científico; esos datos, esos hechos, deben ser ordenados, interpretados, explicados. Dicho de
otro modo, el conocimiento de los hechos no se convierte en una ciencia hasta que se somete a
un tratamiento teórico, lo que se consigue por medio de la elaboración de tales hechos en las
nociones. Según la opinión de Koyré, (Estudios de historia del pensamiento científico, p. 275)
la observación y la experiencia -es decir, la observación y la experiencia en bruto, las del
sentido común- sólo desempeñaron una función poco importante en la edificación de la
ciencia moderna. Incluso se podría decir que han constituido los principales obstáculos que la
ciencia ha encontrado en su camino. La mirada del investigador no realiza una observación
pasiva de la realidad; tiene que saber qué es lo que busca pues, al no saber lo que busca se
arriesga a no saber lo que encuentra, ya que los hechos no hablan por sí mismos. Lo real sólo
puede responder si se le pregunta. Y para ello, se debe contar con una primera hipótesis, aun
cuando sea muy precaria; la función de la hipótesis es formular más o menos claramente las
preguntas que guiarán la observación, las cuales buscarán en el estudio de lo real aquello que
tal vez permita responderlas. Según Bourdieu, “no hay observación o experimentación que no
impliquen hipótesis”; (El oficio de sociólogo, p. 54) de allí que consideremos a las hipótesis,
por un lado, como preguntas que nos hacemos sobre el objeto de la investigación, y por otro,
como los hechos recogidos por la observación y las proposiciones de respuesta a estas
preguntas. No hay que olvidar que esas hipótesis es lo que se tiene que probar; son
suposiciones, no certezas. Una hipótesis puede ser verdadera, puede corresponder más o
menos a la realidad, pero todavía no es el momento de saberlo; falta la elaboración teórica, la
construcción de los conceptos, la verificación...

El discurso teórico. Examinemos ahora algunos fundamentos sobre el concepto. Entendemos


en términos amplios a los conceptos como las unidades que constituyen el conocimiento. De
manera un poco más precisa, los conceptos son los elementos de las teorías, los componentes
del discurso teórico. Como se ha dicho antes, el trabajo teórico consiste en un trabajo de
transformación de las nociones elaboradas por generalización, en conceptos teóricos, cuya
concatenación forma lo que podemos llamar el discurso teórico. Un discurso teórico es, en su
sentido más general, un discurso que tiene por resultado el conocimiento de un objeto real.
Como sólo existen estrictamente los objetos reales y concretos singulares, todo discurso
teórico tiene por razón de ser el conocimiento concreto de esos objetos reales y concretos
singulares. (Althusser, ‘Sobre el trabajo teórico’, p.) Pero, como se ha dicho repetidamente en
las páginas anteriores, el conocimiento de estos objetos reales y singulares no es un dato que
se pueda recoger del mundo empírico, así como tampoco es una simple abstracción ni la
aplicación de conceptos generales a datos particulares, sino que es el resultado de un proceso
de producción de conocimiento, una síntesis, que es el conocimiento concreto de un objeto
concreto.

Esta síntesis es la conjunción de dos tipos de elementos, a los que Althusser llama en un
primer momento elementos teóricos y elementos empíricos; Althusser habla entonces de dos
tipos de conocimiento, el no científico y el científico, por lo que aparecen en su texto dos
clases de conceptos: los conceptos empíricos y los conceptos teóricos. Sin embargo, cuando
se refiere a los conceptos empíricos, éstos no corresponden a los datos del mundo, puesto que

no son puros datos, el puro y simple calco, la pura y simple lectura inmediata de la realidad. Ellos
mismos son el resultado de todo un proceso de conocimiento, que incluye varios niveles o grados de
elaboración. Expresan, ciertamente, la exigencia absoluta según la cual ningún conocimiento
concreto puede pasarse sin la observación y la experiencia, por lo tanto, de sus datos […] pero al
mismo tiempo son irreductibles a los puros datos de una investigación empírica inmediata.

Althusser llama ‘objetos empíricos’ a objetos que ya han sufrido una primera transformación,
a los que antes hemos llamado aquí nociones. Sin embargo, puede ser confuso adoptar esta
terminología, sobre todo porque, de acuerdo con la propuesta de Badiou, (El concepto de
modelo) denominamos nociones a los productos elaborados por el pensamiento, que son ya
una transformación de los datos de la observación, de la intuición o de la mera experiencia.
Por tanto, lo que el trabajo teórico transforma son en realidad las nociones en conceptos
teóricos, por lo cual ya no tiene sentido añadir el adjetivo ‘teórico’ al sustantivo ‘concepto’,
pues sustituimos la frase ‘concepto empírico’ por la de noción y los ‘conceptos teóricos’ son
ahora simplemente conceptos, y son éstos los que forman las unidades del discurso teórico.

Los dos tipos de elementos de los que habla el autor son los conceptos y las nociones; los
primeros son objetos abstractos y formales, mientras que, como hemos visto antes, las
nociones tratan de la singularidad de los objetos concretos. Los conceptos (que ya no
necesitamos especificar que son teóricos), por ser abstractos, no pueden tener una existencia
real y concreta, pero son necesarios para obtener el conocimiento, todavía no de los objetos
concretos del mundo, sino de las nociones, que no son los datos recogidos por observación o
medición, es decir, que no corresponden a la simple lectura inmediata de la realidad, sino que
son el resultado de un proceso, que incluye varios niveles o grados de elaboración. Las
nociones expresan, ciertamente, la exigencia de que ningún conocimiento concreto puede
prescindir de la observación y la experiencia, por tanto, de los datos, pero al mismo tiempo
son irreductibles a los puros datos de una investigación empírica. En otras palabras, las
nociones no son el material inicial, sino un resultado de elaboraciones de los datos; son el
producto de un proceso complejo, en el cual la materia obtenida se transforma en nociones por
medio de instrumentos variados.

Como se mencionó antes, llamamos discurso teórico (o científico, como también se conoce) a
la exposición de la teoría, al encadenamiento de conceptos construidos en relación a un objeto
de estudio. Este discurso utiliza palabras del lenguaje cotidiano, o expresiones construidas con
palabras del lenguaje cotidiano pero, en ese discurso, tales palabras y expresiones no
funcionan como en el discurso verbal común, donde su sentido está fijado por su uso
cotidiano, por sus relaciones con los demás términos de la lengua, sino que allí funcionan
como conceptos; allí, su sentido está dado por las relaciones con los demás conceptos en el
interior del sistema teórico donde se produjeron. Esas relaciones son las que asignan a las
palabras su sentido teórico por el hecho de que designan conceptos. Las palabras que aparecen
en un discurso teórico no tienen ya su sentido usual sino un sentido nuevo, que es el del
concepto.

Los conceptos son necesarios para definir el objeto. Para ello, se utilizan en una primera etapa
ciertos procedimientos empíricos como la observación, la medición y otros que puedan estar
presentes en una investigación determinada; pero este proceso no constituye todavía un trabajo
científico pues no hay aún participación de los conceptos que formarán la teoría; pero sí
produce resultados. Toda búsqueda, toda observación, toda experiencia sólo pueden producir,
por medio de un trabajo de transformación, ciertos materiales, que son las nociones. Éstas, a
su vez, tienen que ser sometidas a otro trabajo de transformación, el trabajo teórico, para
obtener los conceptos; solamente éstos nos pueden servir para el conocimiento concreto de los
objetos concretos. Las elaboraciones de los datos, que son las nociones, son la materia prima
de esa segunda transformación que da por resultado los conceptos. Dice Althusser que sólo
puede haber un conocimiento concreto de un objeto concreto si se recurre al conocimiento de
los conceptos abstractos y formales de la teoría.

Los discursos teóricos tratan acerca de objetos formales y abstractos (los conceptos); por ello
la teoría, que es formal y abstracta, puede producir conocimientos de un gran número de
objetos reales concretos; decir que un discurso teórico, o una teoría, trata sobre objetos
formales, sobre conceptos y sistemas conceptuales, significa que puede proporcionar
instrumentos teóricos para el conocimiento concreto de toda una serie de objetos reales
concretos posibles. Por ello, la teoría concierne a objetos reales posibles, a la vez a tal
situación concreta, actual, presente, aquí y ahora, pero también a tal otra situación concreta
pasada o por venir, en tal otro lugar, con la condición de que estos objetos reales correspondan
a los conceptos abstractos de la teoría considerada.

La ruptura. Es ésta una dificultad para entender el trabajo teórico, de la teoría en general, que
se refiere al carácter formal y abstracto que no es sólo de sus conceptos, sino también de sus
objetos. Hacer teoría, definir los principios teóricos fundamentales, es definir esos objetos
abstractos, trabajar sobre ellos, elaborarlos. Pero ese trabajo está enfocado sólo en los objetos
del mundo, los objetos reales, que es generalmente lo que queremos conocer; el conocimiento
sólo es posible porque se han forjado antes los instrumentos, los conceptos teóricos formales y
abstractos; es a través de ellos como podemos producir el conocimiento de los objetos del
mundo, los reales y concretos. Pero ese conocimiento requiere de un proceso de trabajo teórico
previo, el cual da por resultados los conceptos, que son objetos formales y abstractos. Con esto
llegamos a una especie de paradoja que consiste en que sólo es posible llegar al conocimiento
de los real y concreto si se trabaja también, simultáneamente, sobre objetos formales y
abstractos, los conceptos. Para resumir el proceso de conocimiento, el punto de partida son los
objetos concretos (en el caso que aquí nos interesa, los productos concretos de la práctica
proyectual: objetos, imágenes, etc.), pero, como dice Althusser, “no hay conocimiento
concreto de un objeto concreto sin recurrir obligatoriamente al conocimiento de estos objetos
específicos que corresponden a los conceptos abstracto-formales de la teoría”. De acuerdo con
la investigadora brasileña Miriam Cardoso,

[...] el hecho científico es del orden de lo teórico y no de lo real. Es siempre una abstracción, a la
cual no se llega, no obstante, sin romper con el espontaneísmo, marca del sentido común, que no
tiene medios de evitar ser subyugado por las formas de pensar dominantes. Sin esta ruptura el
progreso científico es imposible. (O mito do método, p. 7)

Esa ruptura es la que existe entre el trabajo empírico y el trabajo teórico. Toda ciencia, para
existir requiere, en primer lugar, romper con el sentido común, con las representaciones
compartidas, las cuales han sido previamente construidas (preconstruidas) y que están
formadas por lugares comunes de la existencia cotidiana y por las representaciones inscritas en
las instituciones y presentes tanto en la objetividad de las organizaciones sociales como en las
mentes de los participantes. Esas representaciones compartidas, dice Bourdieu, están en todas
partes. (El oficio de sociólogo, p. 327)

Entre la consideración de las nociones como conocimiento de lo real y su consideración


apenas como objetos por conocer, como aquello que es necesario explicar, existe una
discontinuidad, un cambio de terreno en el cual se plantean las preguntas. A este cambio de
terreno es a lo que se designa con el nombre de ruptura epistemológica; es lo que Althusser
señala como la distinción entre el paso de una práctica todavía no científica a una práctica
científica, paso que toma la forma de una discontinuidad cualitativa teórica e histórica. Esto ya
había sido señalado por Bachelard, quien habla de la existencia de “una verdadera ruptura
entre el conocimiento sensible y el conocimiento objetivo” (La formación del espíritu
científico, p. 282). El conocimiento, o como Bachelard lo llama, el conocimiento objetivo, no
es un dato, sino que se produce a partir de la crítica de las representaciones y nociones. La
ruptura epistemológica constituye, en el proceso histórico de formación de una ciencia, el
“punto de no retorno a partir del cual comienza dicha ciencia”. (Fichant y Pécheux, Sobre la
historia de las ciencias, p. 9) El paso que existe entre el trabajo empírico y el trabajo teórico
no es continuo, no es terso, sino que es un salto, está constituido por una ruptura; la
construcción de la teoría de un campo de conocimiento como el del diseño, en general de todo
campo, requiere, pues, en primer lugar, romper con el sentido común, con las representaciones
compartidas, con eso que Bourdieu llama lo preconstruido, que está formado por lugares
comunes de la existencia cotidiana y por las representaciones oficiales inscritas en las
instituciones y presentes tanto en la objetividad de las organizaciones sociales como en las
mentes de los participantes. Lo preconstruido, hemos dicho antes, está en todas partes, y “nada
se opone más a las evidencias del sentido común que la diferencia entre objeto ‘real’,
preconstruido por la percepción, y objeto científico, como sistema de relaciones expresamente
construido”.18 (Bourdieu, El oficio de sociólogo, pp. 327 y 52)

Después de la ruptura ya existen las condiciones para pasar de un conjunto de informaciones


procesadas, que tratan sobre hechos empíricos, a la construcción de conocimientos. En este
nuevo terreno, las abstracciones que pasaban antes como ‘el saber’ se convierten en materia
prima para un nuevo proceso, cuyo resultado es el concepto producido por el trabajo teórico;
el concepto, abstracto, es radicalmente distinto de lo concreto real, es decir, los objetos del
mundo, pero también es diferente de las representaciones aparentes de los objetos concretos.
El concepto no sólo permite el conocimiento del objeto concreto del mundo real, del elemento
concreto del mundo, que es lo que se quiere conocer, sino que, además, explica por qué se
presenta bajo la forma de esas apariencias. La ruptura representa una discontinuidad en la
historia de una ciencia determinada, hecho que fue señalado por Bachelard al oponerse a ver
un camino homogéneo entre el conocimiento común y el científico, es decir, al principio de
continuidad del saber, que era la concepción dominante entre los científicos y los filósofos de
la ciencia de su tiempo, que sostenían que debía existir una continuidad del saber, y que éste
18
Cuando Bourdieu se refiere al caso específico de la sociología, dice que “las construcciones adecuadas del
mundo social deben conquistarse mediante una ruptura con las preconstrucciones, es decir, las condiciones
clasificatorias previas fabricadas por los usos sociales cotidianos”. (Curso de sociología general, p. 75)
necesariamente debía llegar a una culminación; esta idea es uno de los pilares que sostienen la
epistemología tradicional, la cual, dice Lecourt,

al permitir pensar que la culminación del proceso de conocimiento es siempre en principio posible
o realizado, impide conectar la historia efectiva del conocimiento científico: sus rupturas,
reorganizaciones, fracasos, contradicciones, peligros […] Por eso la epistemología, en tanto es
histórica, presta más atención al error, al fracaso, a los titubeos que a la verdad. (Para una crítica
de la epistemología, pp. 28-9)

Tenemos ya varios argumentos para insistir en el carácter no continuo y no acumulativo de la


historia de una disciplina: las ciencias se desarrollan no por la simple acumulación de
conocimientos que se suman a los anteriores. Avanzan no de manera tersa, sino por cortes y
discontinuidades. Toda ciencia produce sus conceptos a través de un proceso con esas
características: discontinuo y no acumulativo. Esta perspectiva discontinuista que tiene su
origen en las ideas de Bachelard, que rechaza la noción de ‘saber’ entendido como desarrollo
continuo del conocimiento común al conocimiento científico, muchas veces se ha relacionado
con la posición también discontinuista de Thomas Kuhn; sin embargo, como dice Balibar,
Kuhn niega la idea de acumulación progresiva para confirmarla en el marco de lo que él llama
‘ciencia normal’; las revoluciones científicas que postula son el mínimo de discontinuidad que
debe invocarse para obtener por contraste una representación conservadora de la actividad
científica. En Bachelard la discontinuidad es irreversible; las rupturas son puntos de no
retorno, mientras que en Kuhn las revoluciones sucesivas son independientes unas de otras, y
con esta concepción rechaza lo irreversible de las discontinuidades. (Balibar, “De Bachelard a
Althusser: el concepto de corte epistemológico”, pp. 46-7) Las posiciones de Bachelard y
Kuhn no son compatibles, al menos no totalmente, añade el mismo autor, pues la de
Bachelard, al plantear la tesis de la objetividad del conocimiento científico, necesariamente
piensa la historia de este conocimiento “como el lugar de una dialéctica y de un trabajo de
transformación efectivo”, mientras que la posición de Kuhn, al estar fundada en “tesis
sociologistas y convencionalistas vulgares […] termina por negar toda realidad al trabajo
científico”. (p. 44) Por tanto, no hay ruptura real en la historia de una ciencia desde el punto de
vista de Kuhn porque la ruptura se fundamenta en el carácter único para cada región del saber
de la discontinuidad entre conocimiento precientífico y conocimiento científico. Las ciencias,
dice Lecourt, avanzan y producen conocimientos que derriban sus principios iniciales, en un
movimiento como de retroceso en el cual se despojan de sus “primeros principios” para darse
otros. (Bachelard o el día y la noche, p. 67) O, como también dice, las ciencias no parten de
sus principios, sino que van a ellos.

Si, como afirma Bachelard, toda ciencia produce, en cada momento de su historia, sus propias
normas de verdad, eso indicaría que la verdad científica no está a la espera de una ‘fundación’
o de una ‘garantía’ filosófica, puesto que el conocimiento científico es objetivo. Es ésta la tesis
de objetividad, que invalida la “categoría absoluta de Verdad en nombre de la práctica efectiva
de las ciencias que tenía como misión ‘fundamentar’. Bachelard negaba a la filosofía el
derecho de decir la verdad de las ciencias”. (Lecourt, Para una crítica de la epistemología, p.
68)

Todas las filosofías implican una ‘teoría del conocimiento’ que siempre es una teoría del
fundamento de la ciencia que plantea como primer problema la objetividad de los
conocimientos. Al negarse a plantear esta cuestión como un problema y sustituirla por la tesis
de la objetividad de los conocimientos, Bachelard llega a dos resultados: hace aparecer la
categoría de verdad como el cimiento de las teorías del conocimiento, y sustituye esta
categoría por la tesis según la cual las verdades producidas por las ciencias se establecen a lo
largo de un proceso. (Lecourt Bachelard o el día y la noche, pp. 59-61). Dicho de otra manera,
las ciencias producen verdades que son absolutamente verdades porque no están relativizadas
por la huella del sujeto, aunque no son absolutas en el sentido de perfección del conocimiento:
los conocimientos siempre son relativos sin que dejen en absoluto de ser verdades; en sus
palabras, “el proceso de establecimiento de las verdades científicas es un proceso sin fin”. (p.
64)

Con la sustitución de la cuestión tradicional de la teoría del conocimiento por la tesis de la


objetividad, Bachelard plantea el problema de las formas históricas concretas donde se realiza
el proceso de producción de los conocimientos científicos y abre así el campo de la teoría a la
historia de la práctica científica, de sus condiciones históricas y materiales. Esta posición
epistemológica rompe con toda teoría del conocimiento puesto que para ella la objetividad no
constituye un problema, sino que se establece inicialmente como un hecho indiscutible en
contra de toda la tradición que se debate

[…] entre la aparente incompatibilidad entre la idea de una objetividad de las ciencias, es decir, de
la verdad de sus resultados, y la idea de su historicidad (por lo tanto de la “relatividad” de sus
resultados, teorías, conceptos, datos), Bachelard demuestra inmediatamente que sólo la objetividad
del conocimiento científico permite pensar rigurosamente su historia […] La historicidad de la
ciencia no consiste tanto en sus “condiciones” exteriores (política y sociología de las instituciones
científicas), como en la producción de sus conceptos. (Balibar, “De Bachelard a Althusser: el
concepto de corte epistemológico”, p.17)

La ruptura produce algunos efectos que son los responsables de su irreversibilidad. El primer
efecto de la ruptura es imposibilitar ciertos discursos ideológicos y filosóficos que la preceden;
la nueva ciencia, la que nace a partir de allí, rompe explícitamente con ellos. El segundo es la
producción de validaciones, invalidaciones o segregaciones en el interior de las filosofías
implicadas en la coyuntura en que dicha ruptura ocurre; en otras palabras, a partir de la ruptura
se trazan líneas de demarcación en el terreno de la filosofía. Un tercer efecto es la
determinación de la autonomía relativa de la nueva ciencia; de allí en adelante esta ciencia
tiene su propia continuidad, la cual dependerá de la posibilidad de instituir procedimientos
adecuados. (Fichant y Pécheux, Sobre la historia de las ciencias, p. 12)
3. El objeto teórico

La acción puntual de poner entre paréntesis las preconstrucciones habituales y los principios
que normalmente funcionan para elaborar esas construcciones previas, es decir, la ruptura
epistemológica, consiste en romper “con modos de pensar, conceptos y métodos que tienen a
favor toda la apariencia del sentido común, del sentido ordinario, y del buen sentido científico
(todo aquello que la tradición positivista dominante honra y reverencia)”. (Bourdieu, El oficio
de sociólogo, p. 347) La ruptura es condición para el nacimiento de toda ciencia; así ocurrió en
las ciencias físicas y naturales, y si allí es complicado asimilar esa ruptura, es mucho más
complejo y elaborado en los campos de las ciencias sociales y/o humanas (y, por supuesto, en
el campo del diseño) puesto que en ellas no se puede evitar la intervención del sentido común,
de lo preconstruido, que tiene allí una gran fuerza puesto que está inscrito al mismo tiempo en
las cosas del mundo y en la mente de las personas, incluso en la cuestión de la construcción
del objeto se hace más compleja la de los investigadores de estas áreas, pues es allí donde
aparece como evidente y pasa inadvertido. Y no solamente es necesario romper con el sentido
común ordinario, sino también con lo que se puede llamar el sentido común académico, lo que
pasa como evidente entre los practicantes de una disciplina particular; los investigadores
tienen que sobrepasar los instrumentos intelectuales de la tradición académica, los cuales no
hacen sino “sustituir la doxa ingenua del sentido común académico […] aquel que imita como
un loro, con una jerga técnica y bajo la tramposa apariencia oficial del discurso científico, el
discurso del sentido común”. (Bourdieu, Una invitación a la sociología reflexiva, p. 343) Esto
es especialmente el caso en las ciencias humanas y en el diseño.

El conocimiento como objeto de transformación. Todos los niveles de la existencia social son
lugares de prácticas distintas, cada una con un tipo de contenido particular el cual sólo puede
determinarse de acuerdo con la estructura propia de cada una, que es siempre la estructura de
una producción. Lo que distingue a las diversas modalidades de la práctica es la naturaleza de
su materia prima, la de los medios por las cuales transforma esa materia y la de sus resultados.
Si, como se ha establecido, se entiende por teoría un proceso cuyo rasgo específico es la de ser
productor de conocimientos, ese proceso es un tipo particular de práctica, que es la científica.
Como cualquier otra, esta práctica es también un proceso de transformación cuyo punto de
partida es un cierto tipo de materia y el de llegada es un resultado distinto a la materia inicial.

Pero, hablar del conocimiento como producto de una transformación no significa que ya
tengamos resuelto el problema, sino que esta formulación es apenas su planteamiento; se
necesita precisar qué es lo que se transforma, cuál es la naturaleza de la materia prima, cómo
se realiza la transformación, cuál es la naturaleza del producto y en qué difiere éste de la
materia inicial.19 El concepto de práctica planteado de esta manera es, sin embargo, una
generalidad, una mera abstracción, pues lo concreto, lo que existe, lo que queremos conocer,
son las diversas prácticas que configuran la totalidad compleja que conforma la unidad de las
prácticas existentes en una sociedad dada, y que se acostumbra llamar práctica social. La
práctica social comprende diversos tipos, como la económica, pero también aquella que
produce conocimientos, la que sería la práctica científica, que toma una materia específica,
que está formada por las representaciones, y las transforma en conocimiento científicos por
medio de determinado trabajo conceptual. La producción de conocimientos en una ciencia
constituye una práctica específica distinta de las demás, pero en relación orgánica con ellas
pues se funda y articula sobre ellas.20

El hecho de hablar de la teoría como producto de un trabajo, que es el trabajo teórico, lleva a
plantear el conocimiento como producción, y ello implica modificar las ideas espontáneas que
tenemos sobre el proceso de conocer; esas ideas son concepciones que provienen del
empirismo, en las que el conocimiento se ve como algo que ocurre entre un sujeto y un objeto,
y donde el proceso de adquirir conocimientos se considera como una operación de abstracción
realizada por el sujeto, que abstrae (casi se puede decir que extrae) la esencia del objeto. Esa
concepción empirista la expresa Miriam Cardoso de la siguiente manera:

El conocimiento es el resultado de la relación entre un sujeto que se empeña en conocer y el objeto


de su preocupación. Se puede suponer, al seguir una epistemología espontánea, que esta relación se
da entre el investigador, considerado empíricamente como individuo concreto, personalizado, y el
pedazo de realidad, también concreto, que haya decidido investigar. Cada persona sería enteramente

19
Althusser define la práctica “todo proceso de transformación de una materia prima determinada en un
producto determinado, transformación efectuada por un trabajo humano determinado, utilizando medios de
producción determinados”. (La revolución teórica de Marx, p. 136)
20
Esto quiere decir que la teoría, incluso en su forma más pura, es estrictamente una práctica cuyo producto son
los conocimientos. Como dice Balibar, “la teoría misma es una práctica, una forma de práctica entre otras,
necesariamente social, necesariamente ligada a todas las otras prácticas sociales”. (De Bachelard a Althusser:
el concepto de corte epistemológico”, p. 34)
responsable por las formulaciones que hiciera, por las explicaciones que diera, porque su
pensamiento habría sido elaborado a partir del contacto con el objeto, que al ser concreto e
independiente de él, no tendría cómo negarlo. (O mito do método, p. 4)

Desde esa perspectiva empirista, el objeto posee dos partes distintas, que serían la esencia y
todo el resto, y el proceso de producir conocimiento sólo tendría por función separar en el
objeto ambas partes por medio de ciertos procedimientos que sirven para eliminar la escoria,
lo no esencial. Con ello se asume que el conocimiento ya está presente en el objeto por
conocer, y no sólo esa parte esencial sino también las técnicas y operaciones para conocerlo,
es decir, el método. A pesar de todo, la visión empirista afirma algo importante, y es que el
objeto real no es igual al objeto de conocimiento; sin embargo, ese aspecto importante se niega
al mismo tiempo al reducir la diferencia a una simple distinción entre las dos partes de un
mismo objeto. En esta sección del trabajo, vamos a hablar de los rasgos del objeto de
conocimiento de una ciencia, así como de la distinción entre objeto real y objeto de
conocimiento.

Ya habíamos señalado que, de acuerdo con Durkheim, la sociología, como toda disciplina
científica, sólo puede realmente tener un objeto con la condición de apartar los objetos visibles
a primera vista, como son los individuos, los grupos de individuos, las relaciones aparentes
entre los individuos. Tendríamos qué buscar ese objeto de la sociología en otras realidades
cuyo principio no está a la vista en la superficie, por ejemplo, en las relaciones de
comunicación, en las interacciones, en los intercambios, en las cooperaciones, etc. El sentido
común ofrece al investigador de lo social ciertas representaciones ordinarias, como por
ejemplo, las mencionadas realidades visibles, y con ello muchos de esos investigadores
sociales consideran resuelta esta cuestión al poder identificar esas representaciones del sentido
común. Pero el objeto de estudio de una ciencia no es ni una cosa ni un fenómeno, sino algo
más difícil de precisar; más bien podríamos verlo como un sistema de conceptos construido
para explicar tanto los fenómenos como las cosas, y que se produce a través de un trabajo
teórico. El objeto de una ciencia es un objeto formal y abstracto, a diferencia de los objetos
empíricos y concretos de la realidad cotidiana; ese objeto es el producto de un trabajo de
transformación de una materia prima, que consiste en las ideas y representaciones espontáneas
que nos hacemos acerca del mundo y, en especial, de las nociones presentes en el campo de
investigación.
La ruptura epistemológica, sea en el campo de las ciencias sociales, de las naturales o en
cualquier disciplina como en el caso del diseño que aquí nos ocupa, es una ruptura con el
mundo de las nociones del sentido común en general, pero también con el sentido común de
los estudiosos particulares de ese campo; en cualquiera de ellos, incluso en el del diseño,
existe un conjunto de creencias y un conjunto de certezas compartidas entre los diferentes
investigadores; esto forma parte de lo que se conoce como lo preconstruido. De allí que la
tarea más urgente sea la de estudiar cómo se produjo ese objeto preconstruido, en qué
consistió socialmente el trabajo de su construcción y cómo se impuso como evidente. No se
puede asumir completamente la tarea de construir el objeto de estudio en las disciplinas
sociales si no se abandona la idea de que la investigación tiene que versar sobre esos objetos
preconstruidos que persisten como problemas científicos por la amplia aceptación de que
gozan como parte de la realidad social para la comunidad. Es decir, se requiere elaborar la
historia social de la emergencia de los problemas que se toman por objeto, de su constitución
progresiva, es decir, del trabajo necesario para conocer y reconocer los problemas como
problemas legítimos. Y, como dice Bourdieu, al final se descubrirá que lo que “se acepta como
natural ha sido socialmente producido en y por un trabajo colectivo de construcción de la
realidad social”. (Una invitación a la sociología reflexiva, p. 210)

Cada vez que se plantea el problema de la constitución de una ciencia, no puede dejarse de
lado la cuestión del objeto de conocimiento, es decir, del objeto de estudio de esa ciencia, sea
tanto del grupo de las naturales como de las sociales. En sentido estricto, las ciencias son
disciplinas que trabajan sobre un objeto teórico y su finalidad es producir conocimientos; ese
objeto teórico, sin embargo, nunca es algo dado, no es un dato que se recoge entre los objetos
que la observación nos entrega, sino que es necesario construirlo; las ciencias se construyen al
construir su objeto. No se llega a la teoría por la simple acumulación de datos, por más
precisos que éstos sean, puesto que, como afirma Alexandre Koyré,

La acumulación de un cierto número de ‘hechos’, es decir, una pura colección de datos de


observación o de experiencia, no constituye una ciencia: los ‘hechos’ deben ser ordenados,
interpretados, explicados. Dicho de otro modo, hasta que se somete a un tratamiento teórico, un
conocimiento de los hechos no se convierte en una ciencia. Por otra parte, la observación y la
experiencia –es decir, la observación y la experiencia en bruto, las del sentido común– sólo
desempeñaron una función poco importante en la edificación de la ciencia moderna. Incluso se
podría decir que han constituido los principales obstáculos que la ciencia ha encontrado en su
camino. (Estudios de historia del pensamiento científico, p. 275)
Para hablar de una ciencia del grupo de las disciplinas de la naturaleza, de la física por
ejemplo, su objeto no está constituido por los cuerpos del mundo real, sino que ese objeto sería
el sistema articulado de conceptos, que incluye abstracciones como la de ‘masa’, ‘espacio’,
‘tiempo’, entre otros. Sin embargo, las mismas palabras que designan esos conceptos de masa,
espacio, etc., pueden también usarse para designar nociones de un discurso del sentido común,
o también pueden nombrar categorías filosóficas cuando están inmersos en un discurso de esa
naturaleza. Dentro del sistema de la física, por el contrario, aparecen como conceptos
elaborados a partir de, pero en oposición a, las sensaciones y las observaciones. Finalmente,
como toda producción, la producción de conocimientos se encuentra sometida a ciertas
condiciones históricas las cuales operan no sólo sobre los resultados, sino también sobre la
materia primas y los medios de transformación. Dice Althusser que, después de la ruptura, una
vez que una ciencia se ha constituido,

[...] su tarea principal es distinguir rigurosamente ese objeto, establecer su diferencia específica y
construir los conceptos requeridos para su delimitación. En este trabajo teórico fundamentalmente
es donde una ciencia nueva conquista en ardua lucha su derecho efectivo a la autonomía. (Para
leer El capital, p. 170)

La construcción del objeto de una ciencia no es algo que se haga de un solo golpe, sino que se
trata de “una tarea prolongada y exigente que se completa poco a poco, a través de toda una
serie de pequeñas rectificaciones y enmiendas inspiradas por lo que se da en llamar el métier,
el know how, es decir, el conjunto de principios prácticos que orienta elecciones tan menudas
como decisivas”. (Bourdieu, Una invitación a la sociología reflexiva, pp. 317-8)

La cuestión del objeto se vuelve todavía más compleja y elaborada cuando investigamos el
campo más restringido de las ciencias humanas y/o sociales. Desde el nacimiento mismo de
las ciencias sociales hubo una preocupación por la búsqueda de su objeto. Durkheim, quien
siempre mantuvo el objetivo de pensar la sociología como una ciencia y de dar algunas
indicaciones acerca de su construcción, se preocupó por ese trabajo de construcción del objeto
y por desarrollar métodos y técnicas que funcionaran como el soporte de esta construcción.
Para él, ese objeto está hecho de representaciones, es un complejo de instituciones, de maneras
de ser y de hacer que se imponen al individuo desde afuera pero que, al mismo tiempo, lo
constituyen; ese objeto de la sociología, para Durkheim, es un sistema simbólico, al que le
llama ‘conciencia colectiva’. Durkheim, sobre todo en su segunda época, entendía la sociedad
como una entidad total, pero, además, que poseía una conciencia. Esa conciencia colectiva se
refería a la totalidad de creencias y sentimientos comunes a los ciudadanos medios de la
misma sociedad, entendida como un sistema determinado con vida propia.

Sobre todo en el caso de las ciencias sociales, no se puede evitar la intervención de lo


preconstruido, que tiene allí una gran fuerza, puesto que está inscrito al mismo tiempo en las
cosas del mundo y en la mente de las personas, incluso en la de los científicos sociales, y se
presenta como evidente, por lo cual pasa normalmente inadvertido. Lo que de manera
ordinaria se toma como objeto de investigación por parte de los investigadores son temas que
atraen la atención, que aparecen como asuntos problemáticos; se trata de realidades que ya
están allí, que plantean problemas. Bourdieu ha insistido en esto desde sus primeros escritos al
afirmar que apelar “a la realidad de los ‘objetos concretos’, principio primero de toda
epistemología espontánea, no hace sino manifestar la objeción perjudicial del sentido común a
la ciencia”. (El oficio de sociólogo, p. 228)

Algunas propuestas de objeto teórico desde dentro del diseño. En sentido estricto, las ciencias
son disciplinas que trabajan sobre un objeto teórico y que producen conocimientos. Las
ciencias se construyen al construir su objeto y esto se logra al desprenderse de los hechos
concretos tal como son percibidos por los sentidos, y construir un sistema de conceptos
vinculados entre sí que dé cuenta del mecanismo de producción de los fenómenos observados.
La ciencia se hace contra la experiencia, contra la percepción inicial, contra toda actividad
puramente técnica. La acumulación de hechos, la recopilación de datos suministrados por la
experiencia o por la observación no es por sí solo un trabajo científico pues, como dice
Bachelard, siempre “lo inmediato debe ceder el paso a lo construido”; y todas las ciencias son
construcciones. Esos datos, que se toman como si fueran parte de la realidad y que en
apariencia sólo basta recogerlos, “son de hecho el producto de una formidable abstracción -lo
que siempre es el caso, puesto que el dato es siempre construido- pero se trata en ese caso de
una abstracción que se ignora como tal”. (Bourdieu, Una invitación a la sociología reflexiva,
p. 197)

De allí la conclusión del autor de que la construcción del objeto de estudio tenga como
condición asumir una postura con respecto a los hechos en la cual tenga que romper con “la
positividad empirista que no hace sino ratificar las preconstrucciones del sentido común” (p.
204) Lo que se llama ‘datos’, entendidos como los hechos del mundo tal como nos los
presentan los sentidos o los instrumentos de medición, son sólo las representaciones que
hacemos de los fenómenos, las nociones hechas por generalizaciones; es con todo esto con lo
que se tiene que romper para someterlas a un trabajo teórico. Romper con ellas no es
descartarlas; es lo mismo que se hace con las intuiciones, de las que Bachelard reconoce su
utilidad cuando dice que “las intuiciones son utilísimas: sirven para que se las destruya. Al
destruir sus imágenes primeras, el pensamiento científico descubre sus leyes orgánicas”. (El
racionalismo aplicado, 115)

Como vimos anteriormente, de las representaciones espontáneas, elaboradas con ayuda de


instrumentos empíricos, se obtiene como resultado las nociones, que van a ser el punto de
partida de un nuevo trabajo, que es el trabajo teórico; éste, que es el trabajo científico
propiamente dicho, realizado sobre las nociones, define éstas como abstracciones simples y las
asume como la materia prima para una nueva transformación, cuyas herramientas son
diferentes a las usadas previamente, con las que se obtienen los conceptos y la teoría, cuya
elaboración da como producto los conocimientos científicos. Como podemos inferir al
examinar las disciplinas del diseño (gráfico, industrial, etc.), en su inmensa mayoría, los
estudiosos de esta área simplemente toman las nociones del sentido común como si fueran
conocimientos acabados, sin tomar en cuenta que tales nociones no explican, sino que ellas
mismas deben ser explicadas. El problema del objeto de estudio no se ha llegado a plantear en
las disciplinas del diseño, aunque hay algunos desarrollos que singularizan nociones y las
desarrollan, a falta de un objeto teórico; esas nociones aparecen al querer establecer de qué
tratan los estudios sobre diseño.

Al tomar una muestra de lo que dicen los textos teóricos de diseño de cuál es el carácter que
distingue esa actividad de las demás actividades del mundo social, vimos algunos rasgos, en
los cuales podemos ahora profundizar y revisar otras maneras de caracterizarlo. Para Tomás
Maldonado, el diseño (aunque él sólo habla del industrial) es una actividad que consiste en la
determinación de las propiedades formales de los objetos producidos industrialmente; dentro
de esas ‘propiedades formales’ están no sólo las externas, sino también las funcionales y
estructurales que hacen de un objeto una unidad coherente, tanto desde el punto de vista del
productor como del usuario. Para él, hablar de la forma del objeto, incluye “factores relativos a
su uso, fruición y consumo individual (factores funcionales, simbólicos y culturales), como los
que se refieren a su producción…” (El diseño industrial reconsiderado, p. 13) Gui Bonsiepe,
por su parte, comparte con Maldonado la noción de ‘cualidad formal’ cuando dice que “el
diseñador industrial se preocupa en la determinación de las cualidades formales, es decir, de la
creación de la fisonomía de los productos y sistemas de productos que forman un componente
del ambiente artificial del hombre”. (Diseño industrial. Artefacto y proyecto, p. 143) En otro
lugar (Vanguardia y racionalidad, p. 76), Maldonado señala que el diseñador “será el
responsable de la máxima productividad, y a la vez de la máxima satisfacción del consumidor,
tanto desde el punto de vista cultural como material”.

No podemos abundar aquí en otra de las constantes de las justificaciones que dan los
diseñadores acerca de su labor y que tiene que ver con la introducción de la racionalidad, que
se observa tanto en la producción como en el consumo. Lo que sí se puede afirmar es que estas
tres nociones, racionalidad, productividad, y la ya mencionada necesidad configuran los ejes
explicativos del diseño, siempre desde el punto de vista de los escritos de los practicantes de
esta disciplina. Bonsiepe las resume en un pasaje de su libro Diseño industrial, tecnología y
dependencia, donde se lee que el diseño es una disciplina encaminada a mejorar las
características de uso de los productos, a subvenir las necesidades humanas mediante objetos;
al mejoramiento de la calidad ambiental; a conferir a los objetos una cualidad estética; es
también una instancia crítica en la estructuración del mundo de los objetos; un instrumento
para incrementar la productividad; una actividad tecnológicamente innovadora; una actividad
que coordina la planificación de los productos; un procedimiento para incrementar las
exportaciones; un instrumento para aumentar ventas y ganancias; y finalmente, un instrumento
en el proceso de industrialización de los países dependientes. (pp. 24-5) A final de cuentas,
siempre se llega al mismo argumento: el hombre tiene necesidades y éstas se satisfacen por
medio del diseño. A esa idea le podemos oponer la de Baudrillard, cuando dice:

¿Tiene necesidades?, ¿está condenado a satisfacerlas?, ¿es él una fuerza de trabajo y por tanto se
desdobla en medio de su propio fin? Prodigiosas metáforas del sistema que nos domina, fábula de la
economía política que todavía se cuenta a las generaciones revolucionarias, infectadas hasta en su
radicalidad política por los virus conceptuales de la economía política. (El espejo de la producción,
p. 10)

Como habíamos señalado antes, el diseño, de acuerdo con la argumentación de Bernd Löbach,
es una actividad que transforma en producto de posible fabricación las ideas para la
satisfacción de necesidades. Esas necesidades se satisfacen por el uso del objeto, por sus
funciones. De allí que la tarea del diseñador sea “optimizar las funciones de un producto en
correspondencia a las necesidades de los futuros usuarios”. (Diseño industrial. Bases para la
configuración de los productos industriales, p. 53)

Siempre se plantea la noción de necesidad como un concepto explicativo; pero esto es un mito,
que, como afirma Baudrillard, se funda en la existencia de un mínimo vital antropológico. Con
ello se postula que ese mínimo vital son las necesidades primarias, que, como es de esperar,
requiere que existan otras necesidades, secundarias éstas, que están más allá del umbral de
supervivencia, que es por las que el ser humano se convierte en ‘social’, es decir, alienable,
manipulable, susceptible de ser engañado. Con esa distinción entre dos tipos de necesidad,
afirma que, “detrás de la coartada funcional de las necesidades-supervivencia, hay un nivel de
esencia individual, un hombre esencia fundado en su naturaleza”. (El espejo de la producción,
p. 77) Pero eso es un mito ya que ese mínimo vital no existe; en todas las sociedades está
determinado “residualmente, por la urgencia fundamental de un excedente”. La línea que
separa lo esencial de lo no esencial siempre tiene una doble función: fundar y preservar una
esfera de la esencia del hombre individual, piedra angular del sistema de valores ideológico, y
ocultar, tras el postulado antropológico, la verdadera definición productivista de la
supervivencia: es esencial lo que es estrictamente necesario para la reproducción de la fuerza
de trabajo o para el mantenimiento de la tasa de plusvalía […] (p. 79) Y concluye con una
frase que anula toda posibilidad de explicar el diseño por la necesidad: “no hay necesidades
sino porque el sistema las necesita”. (Crítica de la economía política del signo, p. 80)

La ciencia de la economía, en particular en su vertiente marxista, ha mostrado que no se puede


definir unívocamente las necesidades económicas relacionándolas con la naturaleza humana
de los sujetos económicos y con el consumo. En el siglo XIX se hablaba solamente del
consumo individual, pero Marx muestra que el consumo es doble, pues, si bien existe el
consumo individual, el que realizan los individuos de una sociedad dada, también está
presente el consumo productivo, aquel que se necesitaría definir, para consagrar el uso
universal del concepto de necesidad, como el consumo que satisface a las necesidades de la
producción. Este último consumo comprende, por un lado, los objetos de la producción
(materias brutas o materias primas, resultado de un trabajo de transformación de materias
brutas) y, por el otro, los instrumentos de la producción (herramientas, máquinas, etc.)
necesarios para la producción. Por tanto, toda una parte del consumo concierne directa y
exclusivamente a la producción misma, y para explicar este consumo productivo deja de ser
pertinente toda determinación antropológica.

Incluso sin tomar en consideración las ‘necesidades’ de la producción porque escapan a toda
explicación por parte de la antropología, y al quedarnos solamente con la idea de que una parte
de los productos es consumida por los individuos para satisfacer sus ‘necesidades’, vemos que
esa antropología ingenua no sale muy bien librada en el análisis de Marx. Esto ocurre porque
no sólo estas ‘necesidades’ se definen como ‘históricas’ y no como datos absolutos, sino que se
reconocen, en su función económica de necesidades, con la condición de poder ser ‘resueltas’:
las únicas necesidades que desempeñan un papel económico son las necesidades que pueden
ser económicamente satisfechas y éstas no son definidas por la naturaleza humana en general,
sino por la posibilidad de satisfacción, es decir, por el nivel de ingreso de que disponen los
individuos, y por la naturaleza de los productos disponibles, que son, en un momento dado, el
resultado de las capacidades técnicas de la producción.21

La ruptura en las ciencias físicas y naturales (y en una ciencia social). A continuación, a


manera de ejemplos no exhaustivos, hablaremos aquí de la ruptura y sus efectos en tres
dominios del conocimiento pertenecientes a las ciencias naturales, el de la física, el de la
astronomía y el de la química. No es que creamos que todo trabajo, para ser científico,
requiera realizarse a imagen y semejanza del que se realiza en la física o en las ciencias
naturales en general, o que las ciencias sociales tengan que basarse en los paradigmas de
aquéllas, sino que traemos estos ejemplos porque se trata en esos tres dominios de ciencias
perfectamente constituidas, mientras que esto mismo será difícil verlo en los procesos de
constitución de las ciencias humanas.22

La astronomía anterior a Copérnico, que básicamente era la del sistema de Ptolomeo, tenía por
base la filosofía aristotélica, para la cual existe un orden en el cosmos y la tierra está en el
centro del universo. Para que apareciera una astronomía heliocéntrica era necesario destruir

21
En el siguiente apartado, al revisar la ruptura en ciencias naturales, vamos a introducir someramente una
ciencia social, la economía; allí exploraremos un poco más lo que discutimos aquí acerca de la noción de
necesidad.
22
Althusser, en su Curso de filosofía para científicos, habla de la dificultad en estas ciencias de determinar
cuáles ciencias humanas o sociales son efectivamente ciencias; dice allí que, “salvo pocas excepciones, muy
precisas, las ciencias humanas son ciencias sin objeto (en sentido propio), poseen una base teórica falsa o
equívoca, producen largos discursos y numerosos resultados; pero creyendo saber perfectamente de qué son
ciencias, en realidad no saben”. (p. 37)
primero esa concepción del mundo. El sistema de Ptolomeo no era realmente una ciencia sino
sólo un conjunto de leyes que describían los movimientos aparentes de los astros; la
astronomía se convirtió en una ciencia cuando Copérnico produjo el concepto del doble
movimiento simultáneo de la Tierra, lo cual no podía solamente ser resultado de la
observación o de la apreciación sensorial, sino que se constituyó en una ruptura con las
apariencias.

La llamada revolución copernicana tuvo como consecuencia el abandono de la idea de un


universo estructurado y ordenado jerárquicamente; es decir, uno de los efectos de la ruptura
que inauguró la astronomía fue el rechazo del discurso aristotélico sobre el universo, rechazo
que es producto de plantear la premisa sobre la que se apoyó no sólo la astronomía sino todas
las ciencias clásicas: la de la geometrización del espacio. Lo que es notable en el caso del
sistema de Ptolomeo es su persistencia por más de quince siglos prácticamente sin ningún
cuestionamiento, lo que en parte se explica porque estaba fundado en una concepción de
mundo que era la dominante y que le daba garantía, ya que ese sistema era la respuesta a una
cierta demanda social. Antes de la ruptura galileana en la astronomía, ésta tenía una función
importante para una parte de la sociedad: la de producir tablas astronómicas, efemérides y
calendarios, los cuales eran la respuesta a una demanda que solicitaba la práctica social a
través de la compleja mediación de la religión y la liturgia.

La constitución de la astronomía dio como resultado la destrucción de la idea de cosmos, de la


concepción de un mundo finito y jerárquicamente ordenado. Otro efecto de la ruptura fue la
sustitución esa idea de cosmos por la de un universo abierto e infinito, gobernado por leyes
que valen tanto en la tierra como en el cielo, un universo en el cual

[...] desaparecen de la perspectiva científica todas las consideraciones fundadas en el valor, la


perfección, la armonía, la significación y el designio. Desaparecen en el espacio infinito de un
nuevo universo. En este nuevo universo, en este nuevo mundo de geometría hecha real, es donde las
leyes de la física clásica encuentran valor y aplicación. (Koyré, Estudios de historia del
pensamiento científico, p. 155)

La revolución de Galileo también introdujo una ruptura epistemológica en la física, y ello no


es una sorpresa pues, la manera como Galileo concibe la ciencia supone un predominio de la
razón sobre la experiencia, la sustitución de una realidad empírica por modelos matemáticos,
la primacía de la teoría sobre los hechos. Al identificar el espacio físico con el espacio de la
geometría euclidiana, Galileo puede formular el concepto de movimiento; al sostener que las
formas de los objetos del mundo real son realizaciones efectivas de las formas geométricas y
que todo lo que existe está sometido a estas formas, concluyó que también los movimientos de
los objetos están sometidos a ellas.

Para Galileo, el experimento es una pregunta que se hace a la naturaleza, pero una pregunta
hecha en lenguaje geométrico y matemático. Dice Koyré que Galileo “sabe que no basta
observar lo que existe, lo que se presenta normal y naturalmente a los ojos, que hay que saber
formular la pregunta y que además hay que saber descifrar y comprender la respuesta”.
(Estudios de historia..., p. 49) Al hacer de las matemáticas el fondo de la realidad física,
Galileo introduce una ruptura extremadamente profunda y relega a una esfera subjetiva todas
las cualidades sensibles de las que está hecho el mundo aristotélico: “Con Galileo y después
de Galileo tenemos una ruptura entre el mundo que se ofrece a los sentidos y el mundo real, el
de la ciencia”. (p. 50)

Por ello el nombre de Galileo es de gran importancia para el nacimiento y desarrollo de la


física, pero no sólo de esta ciencia, sino de todas las ciencias modernas.23 Su nombre se asocia
siempre con el desarrollo de lo que conoce como método científico, pues la manera como
concibe el método implica el predominio de la razón sobre la experiencia y la sustitución de lo
empírico por modelos matemáticos; implica, además, un planteamiento distinto de lo que se
entiende por observación y por experimentación pues, como señala el mismo autor, “la
observación y la experimentación en el sentido de la experiencia espontánea del sentido
común no desempeñó un papel capital -o, si lo hizo, fue un papel negativo, el de obstáculo- en
la fundación de la ciencia moderna”. (p. 152) El papel positivo no fue desempeñado por la
experiencia sino por la experimentación, la cual consiste en “interrogar metódicamente a la
naturaleza, y esto es posible sólo si se posee un lenguaje para formular las preguntas e
interpretar las respuestas. Ese lenguaje, para Galileo, “es en curvas, círculos y triángulos, en
lenguaje matemático e incluso, de un modo más perfecto, en lenguaje geométrico como
debemos hablar a la naturaleza y recibir sus respuestas”. (p. 153)

Todo esto nos permite entender en qué consistió el cambio de terreno producido por la ruptura
galileana: lo que Galileo hizo no fue criticar ciertas teorías erróneas y sustituirlas por otras;
23
Sin embargo, no hay que olvidar que una ciencia no es el producto de un solo hombre. “Galileo es el efecto,
y no la causa, de la ruptura epistemológica”. (Fichant y Pécheux, Sobre la historia de las ciencias, p. 11).
más bien su labor fue destruir un mundo y proponer otro; por medio de la elaboración de
conceptos nuevos, elaboró una nueva concepción del conocimiento, un nuevo concepto de
ciencia. El concepto de ciencia de Galileo es producto de la sustitución de un punto de vista
‘natural’, el del sentido común, por otro distinto. Con ello, Galileo “se vio obligado a suprimir
la percepción de los sentidos como fuente del conocimiento y a declarar que el conocimiento
intelectual […] es nuestro solo y único medio de aprehender la esencia de lo real”. (Koyré,
Estudios de historia del pensamiento científico, p. 174) En resumen, su trabajo no dio
solamente como resultado el descubrimiento de las leyes del movimiento, que ahora vemos
como evidentes; más bien su mérito fue haber construido el marco que hizo posible el
descubrimiento de esas leyes. Y esto trajo como consecuencia una reforma del propio
intelecto, la elaboración de una nueva idea de la naturaleza.

El ejemplo del campo de la química que quisiéramos recordar se refiere al descubrimiento del
oxígeno. Hasta el siglo XVIII, la combustión se explicaba por la llamada teoría del flogisto: al
quemarse un cuerpo, se desprendía de él otro cuerpo, un cuerpo hipotético al que se llamaba
flogisto; esta teoría bastaba para explicar muchos fenómenos químicos entonces conocidos. En
1774, Priestley produjo una especie de aire que era muy puro y que parecía exento de flogisto;
en comparación con éste, el aire ordinario parecía viciado, por lo que lo llamó aire
deflogistizado. Poco tiempo después Scheele produjo, en Suecia, la misma especie de aire y
demostró que también estaba presente en la atmósfera. A este gas lo llamó aire ígneo, pues
desaparecía cuando algo se quemaba un cuerpo. Ambos investigadores, sin saberlo, habían
producido el oxígeno; pero lo que no pudieron fue desprenderse del sistema de ideas donde
estaba la del flogisto, y eso hizo que, aunque el oxígeno fuera descubierto, no ocurrió todavía
la revolución que debía desencadenarse en la ciencia de la química.

Pero Priestley comunicó su descubrimiento a Lavoisier quien, a partir de esta novedad,


sometió a examen la química flogística en su totalidad y descubrió que ese nuevo aire era un
elemento químico que no se conocía: en la combustión no escapa el flogisto, sino que el nuevo
elemento se combina con el cuerpo. Por ello es posible decir no que Lavoisier descubrió el
oxígeno al mismo tiempo que Priestley y Scheele, sino que fue aquél su verdadero
descubridor; éstos sólo lo habían producido sin saber qué habían producido; es decir, no
produjeron el concepto de oxígeno porque en lugar de ver en el oxígeno un problema no veían
sino una solución. Al contrario, Lavoisier no vio una solución, sino un problema.24

El último ejemplo que mencionamos acerca del proceso del nacimiento de una disciplina, en
este caso del campo de las ciencias sociales, es el de la economía política, tal como es
entendida en el siglo XIX, cuyo objeto era el dominio de los hechos económicos. Aquí vamos a
seguir de cerca a Althusser en su libro Para leer El capital, donde establece que, desde dentro
de la disciplina de la economía, no hay duda de la existencia de esos hechos, que para ella es
evidente que son hechos; es decir, los toma como algo dado, como datos absolutos, sin ningún
cuestionamiento. De hecho, en esa época, la existencia de un campo de estudios como éste es
algo que no provoca problemas, puesto que es un dominio de estudios que está en la
naturaleza, y que tiene un objeto previamente definido.

Pero Marx muestra que las cosas no son tan simples; lo que hizo fue cuestionar la evidencia de
este ‘dato’, de eso que ella misma es o que pretende que se le da de hecho, arbitrariamente,
como objeto de estudio. Al cuestionar la naturaleza dada del objeto, pone también en cuestión
la disciplina de la economía política en su totalidad. Tal como se encontraba esta disciplina
hasta entonces, presuponía que existían hechos y fenómenos ‘económicos’, y que se
encontraban en el interior de un campo definido, que se pensaba que tenía la propiedad de ser
un campo homogéneo. Tanto esos fenómenos que llenan el campo, así como el campo mismo,
se consideran como algo dado, es decir, como accesibles a la mirada y a la observación
directa, por lo que “su aprehensión no depende entonces de la construcción teórica previa de
su concepto”. La economía política configuraba un campo homogéneo, un espacio definido en
el cual los hechos o fenómenos económicos son comparables, gracias precisamente a la
homogeneidad del espacio donde existen. No sólo son comparables, sino que también pueden
medirse y contarse; todo hecho económico se considera, entonces, como algo mensurable y
cuantificable por definición.

Esa economía política, vista como un campo terso y sin problemas, como un conjunto de datos
(de cosas dadas de antemano), se caracterizaba por relacionar los hechos económicos con las
necesidades de los sujetos humanos; por tanto, sólo se tomaban en cuenta en función de su
24
Este ejemplo, muy conocido en la historia de las ciencias, ha sido tomado del libro de Althusser, Para leer El
capital. Vamos a tomar otro ejemplo de este mismo texto cuando hablemos, en la parte del objeto de estudio,
del objeto de la economía y la producción del concepto de plusvalía, reconocida por los economistas
anteriores a Marx, pero que no pudieron producir el concepto; se quedaron sólo en la noción.
utilidad, de su valor de uso, mientras que su otro valor, el de cambio, era menos importante.
Por ello esa economía tiende a reducir los valores de cambio a los valores de uso y estos
últimos son reducidos a las necesidades humanas. El hecho de que la economía clásica sólo
pueda pensar los hechos económicos en ese espacio homogéneo y como cosas mensurables y
cuantificables se debe, como Marx mostró, a que en su base esté presente una antropología
ingenua, en la cual están los sujetos económicos y sus necesidades, que pretende explicar
cómo se producen, distribuyen, reparten y consumen los objetos económicos.

La tarea realizada por Marx consistió, entre otras cosas en descubrir, detrás de ese espacio
homogéneo de hechos o fenómenos económicos dados, una multitud de sujetos humanos
(también dados previamente), indispensables para su existencia. Todo este escenario está dado
por la antropología ingenua de la que hablamos antes, que a su vez es también algo dado: “Es
ella y sólo ella, en efecto, la que permite declarar económicos a los fenómenos agrupados en el
espacio de la economía política: son económicos en cuanto efectos (más o menos inmediatos o
mediatizados) de las necesidades de los sujetos humanos”. En esa antropología, todo los
sujetos son idénticos pues son todos sujetos que requieren satisfacer necesidades; se trata de
un sujeto universal, y este carácter se refleja en la universalidad de las leyes de los efectos de
sus necesidades, lo que lleva directamente a pensar en una economía política como una
disciplina que puede tratar todos los fenómenos económicos, sin importar las formas de
sociedad pasadas, presentes y por venir.

Ese sujeto, cuya única propiedad es ser sujeto de necesidades, es lo que se conoce como el
homo oeconomicus, que permite pensar los hechos económicos en su esencia económica,
como hechos basados en sujetos humanos prisioneros de la ‘necesidad’. Esa noción de homo
oeconomicus es también un dato visible, observable, mensurable y cuantificable. La visión de
la economía como un campo homogéneo donde existen los hechos económicos que podemos
observar y cuantificar, descansa sobre un mundo de sujetos cuya actividad de sujetos
productores en la división del trabajo tiene por fin y efecto la producción de objetos de
consumo destinados a satisfacer a estos mismos sujetos de necesidades. Los sujetos, como
sujetos de necesidades, sustentan la actividad de los productores de valores de uso, de los que
participan en el intercambio de mercancías y la de los consumidores de valores de uso. En
consecuencia, el campo de los fenómenos económicos se basa, tanto en su origen como en su
fin, en el conjunto de sujetos humanos cuyas necesidades los definen como sujetos
económicos.

La acción de Marx consistió en rechazar tanto la concepción de un campo homogéneo de


fenómenos económicos dados como la antropología ingenua del homo oeconomicus que está
en su base. Para ello, partió de la idea de que no se puede definir de manera unívoca las
necesidades económicas por medio de establecer su relación con la naturaleza humana de los
sujetos económicos y con su satisfacción por medio del consumo porque la discusión sobre
esta noción de consumo es compleja. Como dice Althusser, cuando se habla de ella, se habla al
mismo tiempo de dos cosas: por un lado, del consumo individual de los integrantes de una
sociedad dada, pero por otro, del consumo productivo, aquel que satisface las necesidades de
la producción y que no se puede dejar sin definir para tener un acercamiento más preciso al
uso del concepto de necesidad. En este consumo productivo están integrados los objetos de la
producción (es decir, tanto la materia prima como el resultado del trabajo de transformación de
esta materia) y los instrumentos de la producción (es decir, herramientas, máquinas, etc.) que
son necesarios para la producción. Esto quiere decir que en la producción misma está ya
presente una parte importante del consumo, pero no vamos a profundizar aquí en las
implicaciones del consumo productivo.

En todo caso, la crítica de Marx (y de Althusser) a la concepción de los economistas del siglo
XIX de que la noción de necesidad tiene un carácter explicativo, que es lo que da razón al
comportamiento de los seres humanos, es que las únicas necesidades que tienen un papel
económico son las necesidades que pueden ser económicamente satisfechas; y estas
necesidades no pueden ser definidas por la naturaleza humana en general, sino por otras
consideraciones, como el nivel de ingreso de que disponen los individuos y por la naturaleza
de los productos disponibles, que son, en un momento dado, el resultado de las capacidades
técnicas de la producción. Para resumir todo esto, la noción de necesidad no explica nada no
sólo porque hay dos tipos de necesidad, la individual y la productiva, y esta última escapa a
toda determinación antropológica; aún así, se puede argumentar desde el punto de vista de
aquella antropología ingenua, se tiene que tomar en cuenta que una parte de los productos es
consumida por los individuos, los cuales satisfacen así sus necesidades. Pero, en contra de las
propuestas de esa antropología, que piensa las necesidades como datos absolutos, el análisis de
Marx muestra que no solamente estas necesidades son históricas, sino sobre todo porque son
reconocidas, en su función económica de necesidades, con la condición de que puedan ser
satisfechas.

El argumento de Althusser, que hemos simplificado aquí para los propósitos de esta
exposición, se hace más complejo al hacer intervenir lo relativo al plusvalor, al concepto de
trabajo no pagado, pero por diversos motivos no entraremos en su discusión; sólo queremos
concluir con la idea, que se desprende también de los ejemplos de la astronomía, la física y la
química que hemos sintetizado antes, es que en este caso, el proceso de producción de un
conocimiento pasa necesariamente por la transformación de su objeto (que es un objeto
conceptual, teórico); que esta transformación que forma una unidad con la historia del
conocimiento tiene justamente por efecto producir un nuevo conocimiento (un nuevo objeto de
conocimiento), que concierne siempre al objeto del mundo real, cuyo conocimiento se
profundiza justamente por la transformación del objeto de conocimiento. Como lo dice Marx,
el objeto real, cuyo conocimiento se trata de adquirir o profundizar, sigue siendo lo que es
tanto antes como después del proceso de conocimiento que le concierne; si es, por lo tanto, el
punto de referencia absoluto del proceso de conocimiento que le concierne, la profundización
del conocimiento de este objeto real se efectúa por un trabajo de transformación teórica que
afecta necesariamente al objeto de conocimiento, ya que no trata sino de él. De allí que la
principal tarea de toda disciplina nueva consista en pensar la diferencia específica del objeto
nuevo que descubre, en distinguirlo rigurosamente del antiguo objeto y en construir los
conceptos propios requeridos para pensarlo. Fundamentalmente, es en este trabajo teórico es
donde una ciencia nueva conquista, en ardua lucha, su derecho efectivo a la autonomía.

Esta breve descripción de la ruptura en dominios de los dos tipos de ciencias no llega a
explicar los procesos de producción de los conceptos específicos de cada ciencia, ni tampoco
las cuestiones de su objeto de estudio o de sus métodos, aunque pueda dar una idea de la
diferencia entre el trabajo que se realiza en el seno de una problemática científica y el que se
hace en un terreno no científico. Sólo para recalcar, se hace un trabajo científico al
desprenderse de los hechos concretos tal como son percibidos por los sentidos, al construir un
sistema teórico de conceptos vinculados entre sí que dé cuenta del mecanismo de producción
de los fenómenos observados. La ciencia, como dice Canguilhem, no es pleonasmo de la
experiencia, sino que se hace contra la experiencia, contra la percepción inicial, contra toda
actividad técnica. La acumulación de hechos, la recopilación de datos suministrados por la
experiencia o por la observación no constituye una ciencia pues, “en toda circunstancia, lo
inmediato debe ceder el paso a lo construido” (Bachelard, El racionalismo aplicado, p. 119);
y las ciencias, todas, son construidas. Esos datos, que se toman como lo real, “como lo
concreto mismo, son de hecho el producto de una formidable abstracción –lo que siempre es el
caso, puesto que el dato es siempre construido– pero se trata en ese caso de una abstracción
que se ignora como tal”. (Bourdieu 2005, p. 197) Las representaciones que nos hacemos de los
fenómenos, las nociones que construimos por medio de la generalización, todo ello requiere
un tratamiento teórico.

Por ello, la construcción del objeto de estudio de una ciencia tiene como condición asumir una
postura activa y sistemática con respecto a los hechos, que se tenga que romper con “la
positividad empirista que no hace sino ratificar las preconstrucciones del sentido común”.
(Una invitación a la sociología reflexiva, p. 204) Insistimos en que lo que normalmente se
denomina como ‘los datos’, entendidos como los hechos del mundo tal como nos los presentan
nuestros sentidos o nuestros instrumentos de medición, son solamente las representaciones que
nos hacemos de los fenómenos, las nociones que construimos por medio de la generalización;
es con ellas con lo que se tiene que romper y eso requiere darles un tratamiento teórico; es a lo
que se refiere Bachelard como intuiciones cuando dice: “las intuiciones son utilísimas: sirven
para que se las destruya. Al destruir sus imágenes primeras, el pensamiento científico descubre
sus leyes orgánicas”. (El racionalismo aplicado, p. 115)
4. La cuestión del (de los) método(s)

Como hemos visto repetidamente, no basta haber construido una teoría para dar cuenta de un
dominio de objetos reales que constituyen su campo de estudio, sino que también se requiere
su articulación con los métodos, específicos para cada campo, que consisten en conjuntos de
procedimientos destinados a comprobar la validez de la teoría. De allí que sea necesario, en el
orden de nuestra exposición, referirnos a la cuestión del método o de los métodos, es especial,
en el conjunto de las disciplinas del diseño. Como se sabe, el término ‘método’ remite, por su
etimología, al término ‘camino’, y de allí a ‘proceso’, a ‘procedimiento’, a maneras de hacer
alguna cosa. Es ésta una de las razones a que, en el campo del proyecto y del diseño en
general, se entienda siempre que los métodos son los procedimientos para realizar un producto
o un objeto; así considerado, el método se convierte en un conjunto de recetas y se confunde
con las técnicas, cuando, en realidad, tendríamos que pensarlo, como un conjunto de
procedimientos para la adquisición de conocimientos acerca de un campo del saber. Sabemos
que en todas las disciplinas existen principios generales; cada una, por lo demás, se caracteriza
por ciertas características, por algunos matices que son modos de conocer. Y en cada manera
determinada de producir conocimiento existen métodos, entendidos como conjuntos de
instrucciones, de prescripciones, de prohibiciones, de toma de decisiones que se usan para
garantizar la obtención del conocimiento en esa área particular.

Estos conjuntos de instrucciones, los métodos, que el investigador tiene a su disposición hacen
que éste tenga que elegir; esa elección, sin embargo, tiene fundamentos pues no puede ser
previa al trabajo de investigación: la valoración para esa elección sólo puede ser relativa a lo
que pretende hacer con ese método particular, ya que cada uno responde, antes que nada, a una
cierta segmentación, a una manera particular de recortar o reticular la realidad previamente
realizado. Lo que distingue un método de otro, por ejemplo, a un método global de otro más
analítico, es la distinta acotación de la realidad, es decir, el diverso tamaño y naturaleza de los
problemas que puede plantear o que considera pertinentes. Un método es una aproximación a
la realidad que se analiza y su valor es la ampliación o reducción que puede hacer del campo
perceptivo: su ángulo focal, la novedad de lo enfocado, la claridad de la imagen que permite,
la cantidad de distorsión que introduce, etc. Un nuevo método es como una nueva lente que
puede hacer que se vea como algo separado lo que antes de su uso se percibía como unido, o
que permite ver como asociado lo que antes se veía separado. Por ello la única pertinencia de
la que es posible hablar respecto de los métodos es la de la adecuación relativa a lo que se
busca; en consecuencia, no puede admitirse que se diga que un método es un principio
universal e inmutable (como es el caso del llamado método científico) y que sólo por medio de
su uso se pueden producir conocimientos científicos en cualquier área y nivel de generalidad.

Hemos visto antes que los datos empíricos sólo pueden recibir un tratamiento teórico cuando
se deja de considerar como conocimiento a las nociones obtenidas por generalización y se
comienza a pensarlas como algo que requiere ser explicado; es decir, cuando se convierten en
objetos de conocimiento. Por ello el problema del método no es anterior al problema del
objeto, pues la elección de determinado método de trabajo sólo se puede realizar cuando está
integrado en una estructura teórica. Por tanto, el valor científico de una explicación no está
dada por el método, aunque tenga el nombre de ‘científico’, sino que es la estructura compleja
compuesta de objeto, conceptos teóricos y procedimientos lo que proporciona este valor.
Pensar que existe un método científico es considerar que el conocimiento está en los hechos y
que, por tanto, basta con observarlos, establecer relaciones entre ellos, medirlos y registrarlos,
acumular las observaciones para de allí inferir los conceptos, cuya sola agrupación daría por
resultado la teoría, como si del hecho empírico a la teoría hubiera un camino gradual, sin
saltos ni obstáculos.

Una de las mayores diferencias entre los métodos es su grado de generalidad (o de


particularidad). Un método general o global permite pensar desde una sola perspectiva la
naturaleza, origen, evolución y conocimiento de una realidad; pero su uso no invalida los
recortes más precisos de este continuo que otros métodos más locales puedan realizar. El nivel
de generalidad de un método depende ante todo del objeto al cual se aplica y de lo que quiere
hacerse con él. Cada método, es decir, cada uno de los recortes de la realidad, hace aparecer
ciertos aspectos de ella, pero al mismo tiempo hace que otros aspectos permanezcan ocultos.
Por ejemplo, si estamos ante un problema del mundo de la cultura, como sería el caso de los
problemas que se plantean en el campo del diseño, el hecho de concentrarse en los aspectos
sensibles a menudo supone una pérdida en la dimensión inteligible, y viceversa. De allí que la
única pertinencia de la que es posible hablar respecto a los métodos es la relativa a la
adecuación a los aspectos que se buscan.
Una de las diferencias importantes en el estudio de los métodos es la que se establece entre un
enfoque interno al sistema del cual el objeto estudiado es un producto, y un enfoque externo.
Para las ciencias humanas es especialmente importante el enfoque interno o sistémico o
también llamado estructural. Sus principios no permiten salir del estudio de las relaciones
dentro del nivel dado, pero sí posibilitan profundizar en busca de lo que podríamos llamar el
código (o sistema) del cual estas relaciones son su actualización. El ejemplo más patente es el
caso de las actuaciones lingüísticas: lo que el análisis quiere hacer es descubrir precisamente el
código de la lengua, el cual se usa sin tener una clara conciencia de él; pero no sólo intenta
describir ese principio organizador sino también quiere describir y, en la medida de lo posible,
formalizar por medio de la construcción de un modelo.

El método en las posiciones empiristas. Compte, en su Curso de filosofía positiva, ya había


señalado que no se puede estudiar el método de manera separada de la investigación en la cual
se usa; si así se hiciera, dice, el resultado sería un estudio muerto. “Creer que el conocimiento
se funda en la observación, que se parte de los principios a los hechos y se conoce muy poco
del método”. Esto es porque el problema del método no es anterior al problema del objeto
pues las cuestiones correspondientes a la metodología pueden plantearse solamente si se
integran en la totalidad de una práctica científica. No es el método lo que da valor científico a
un resultado sino al contrario, es la estructura compleja de una ciencia, compuesta de su
objeto, teoría, conceptos y procedimientos lo que permite asignar a estos últimos el valor
científico en tanto que método. Si se considera como método a un conjunto de preceptos
técnicos, se deja de lado la cuestión metodológica propiamente dicha, “la de la opción entre
las técnicas referentes a la significación epistemológica del tratamiento que las técnicas
escogidas hacen experimentar al objeto y a la significación teórica de los problemas que se
quieren plantear al objeto al cual se las aplica”. (Bourdieu. El oficio de sociólogo, p. 60) Un
método que no toma en cuenta el problema de la construcción de las hipótesis que se deben
demostrar no puede producir nada nuevo, no da ideas nuevas a quien no las tiene; como decía
Claude Bernard en su Introducción al estudio de la medicina experimental, publicada en 1859,
donde afirma que el método por sí mismo no engendra nada:

El método experimental no dará ideas nuevas y fecundas a quienes no las tienen; solo servirá para
orientar las ideas de quienes y a desarrollarlas para obtener los mejores resultados posibles. La idea
es la semilla, el método es el suelo que le proporciona las condiciones para desarrollarse, prosperar
y dar mejores frutos según su naturaleza. Pero, así como nunca crecerá en la tierra excepto lo que
allí se siembra, así desarrollará por el método experimental sólo las ideas que le sean sometidas.
(citado en Loubet, p. 177)

La tradición empirista, que el positivismo ha reforzado, utiliza con mucha frecuencia algo que
llama ‘método científico’ para hablar del método hipotético deductivo, también conocido
como de inducción explicativa. Se trata del resultado histórico de la combinación de las
posiciones racionalista y empirista con respecto al conocimiento, puesto que ninguna de ellas
por sí sola tenía la capacidad de hacer predicciones. La postura racionalista no resolvía el
problema del conocimiento porque lo conformaba de acuerdo con el criterio de los
matemáticos y daba a la razón el papel de juez del mundo físico; tampoco lo resolvía la
empirista, pues consideraba el conocimiento como derivado de la percepción, lo cual
presupone la inducción, y, como sabemos, éste no es un producto de la experiencia. La
racionalista concebía la ciencia como un sistema cuyos principios debían tener la firmeza de
las matemáticas; la empirista utilizaba como garantía la seguridad de la observación y pedía
que las predicciones tuvieran la misma certeza que las afirmaciones sobre hechos pasados. La
solución al dilema fue proponer un método cuyas aplicaciones tuvieran la forma de hipótesis
matemáticas a partir de las cuales se deducirían los hechos observados; este fue el método
hipotético deductivo.

Aunque este método reúna las dos posiciones, racionalista y empirista, ello no quiere decir que
sea el método ‘de la ciencia’, pues pensar de esa manera es no tomar en cuenta la inserción del
método y de los procedimientos en el conjunto de las prácticas científicas. Considerar este
método hipotético deductivo como el método científico -lo hemos dicho antes- equivale a
decir que, ya que el conocimiento está en los hechos, basta con observarlos, y que con ello se
pueden inferir los conceptos, y que basta estructurarlos para tener la teoría. Sabemos ya que el
camino del hecho a la teoría está lleno de saltos y discontinuidades, rupturas y no sólo avances
armónicos y graduales. El camino para llegar a la teoría no es recto sino lleno de obstáculos
pues requiere, antes que nada, un cambio de terreno, un desplazamiento de la perspectiva
según el cual lo que en la anterior aparecía como resultado, tiene que considerarse apenas el
problema.

En el campo de las ciencias sociales ha sido siempre problemático hablar de métodos; de allí
la abundancia de manuales en esta área, en los que siempre está la duda acerca de la
legitimidad de referirse a este tema. En el texto de Loubet del Bayle aparecen estos titubeos
cuando habla de métodos. Dice:

Se considerará el método de una investigación como el conjunto de operaciones intelectuales que


permiten el análisis, comprensión y explicación de la realidad que se estudia. Con ello, el método
designa, por tanto, un enfoque lógico, independiente del contenido particular de la investigación, y
califica los procesos y formas de percepción y razonamiento destinados a hacer inteligible la
realidad que se quiere aprehender. El problema es entonces saber si existe un método específico de
las ciencias sociales. (Initiation aux méthodes des sciences sociales, p. 15)

La vigilancia epistemológica. Hay siempre una tentación grande entre los investigadores para
transformar los métodos en recetas y a ello sólo puede oponerse un constante ejercicio de lo
que Bachelard llama la vigilancia epistemológica, la cual, al subordinar “el uso de técnicas y
conceptos a un examen sobre las condiciones y los límites de su validez, prescriba la
comodidad de una aplicación automática de procedimientos probados y señale que toda
operación, no importa cuán rutinaria y repetida sea, debe repensarse a sí misma y en función
del caso particular”. (Bourdieu, El oficio de sociólogo, p. 16)

La vigilancia epistemológica tiene tres grados; del primer grado, Bachelard pone como
ejemplo cuando un físico vigila su técnica porque necesita confiar en la marcha normal de sus
aparatos y verificar su buen funcionamiento. Eso mismo se aplica a los aparatos del
pensamiento. Esta vigilancia se dirige a un objeto más o menos bien designado pero, “por muy
alerta y atenta que esté, la vigilancia simple es, a primera vista, una actitud del espíritu
empirista”.25 (Bachelard, El racionalismo aplicado, cap. IV) Para tener una vigilancia
confiable, es necesario que ella misma sea vigilada; por tanto, es necesaria la vigilancia de la
vigilancia, es decir, la vigilancia de segundo grado.

Esta vigilancia de segundo grado sólo puede aparecer cuando se encuentran y evalúan los
métodos; supone, entonces, hacerlos explícitos así como la vigilancia metódica indispensable
para la aplicación metódica de los métodos. Entonces, el respeto del método así valorizado
impone actitudes de vigilancia que una vigilancia especial debe mantener cuando no sólo se
vigile la aplicación del método, sino el método mismo.

25
En palabras de Bachelard, “La vigilancia es, pues, conciencia de un sujeto que tiene un objeto, y conciencia
tan clara que el sujeto y su objeto adquieren precisión juntos, uniéndose de una manera tanto más estrecha
cuanto más exactamente prepare el racionalismo del sujeto la técnica de vigilancia del objeto examinado”.
La vigilancia del tercer grado aparece cuando no sólo se vigile la aplicación del método, sino
el método mismo. Este tercer grado es una interrogación propiamente epistemológica, la
única, según Bourdieu, de romper con el absoluto del método, así como con los ‘falsos
absolutos’ de la cultura tradicional, que puede estar en la vigilancia del segundo grado. (El
oficio de sociólogo, p.)

Es, sobre todo, en las ciencias humanas donde es más urgente esta tarea de vigilancia puesto
que allí las fronteras entre doxa y episteme, entre opinión y conocimiento son más inciertas
que otros dominios. En las ciencias humanas, “la familiaridad con el universo social
constituye el obstáculo epistemológico por excelencia […] porque produce continuamente
concepciones o sistematizaciones ficticias, al mismo tiempo que sus condiciones de
credibilidad”. (p. 27)

Una consecuencia de todo esto es que el método tiene las mismas características que el objeto
en el sentido de que es también formal y abstracto. Una ciencia constituida es, entonces, un
sistema donde el objeto y el método son homogéneos y se engendran recíprocamente. El
método podría verse como el conjunto organizado de la práctica científica que produce su
objeto al mismo tiempo que es determinado por él. De allí que sea necesario disponer ya de un
objeto para poder encontrar un camino (que, como se ha dicho, es el significado de la palabra
método), el más recto, estable y necesario que nos conduzca a su encuentro. Porque una
ciencia nace al designar su objeto, y luego se desarrolla en torno a él.

No puede existir ‘el’ método de la ciencia. No se puede mantener, por tanto, la idea de que el
método hipotético deductivo es el de la ciencia puesto que es verdad que produce
conocimientos, pero éstos no se producen por la sola aplicación de este método. Su aplicación
es tan frecuente en el campo de las ciencias como en el de la vida cotidiana; mantener esa idea
es asumir que entre el trabajo científico y el que no lo es sólo hay una diferencia de grado,
pero, como para recordar lo que dice Bachelard de que siempre lo inmediato debe dar el paso a
lo construido; o como afirma también Canguilhem, que la ciencia se hace siempre contra lo
inmediato, contra las sensaciones; ni la evidencia primera es una verdad fundamental, ni el
fenómeno inmediato es el importante.

Las teorías en el ámbito de las ciencias sociales en general se enfocan más en el método que
en el objeto, lo cual no constituye solamente un enfoque diferente de los problemas sociales,
sino que, al no tener un objeto teórico definido, los estudiosos tratan de remplazarlo por el
énfasis en las cuestiones metodológicas; es decir, toman al método por la teoría que les falta y
llegan a plantear que la sola aplicación de lo que ellos llaman el ‘método científico’ producirá
resultados científicos. Una prueba de esta situación, que se extiende a casi todo el dominio de
las ciencias humanas y sociales, y que es muy notorio en los estudios sobre diseño es la
abundancia de manuales de metodologías de investigación en estas áreas. Con ello se quiere
negar que lo que hace falta en estas disciplinas es enfrentar

consciente y valientemente un problema esencial para toda ciencia, cualquiera que sea: el problema
de la naturaleza y de la constitución de su teoría; entiendo por esto la teoría interior a la ciencia
misma, el sistema de conceptos teóricos que fundamenta todo método y toda práctica, incluso
experimental, y que, al mismo tiempo, define su objeto teórico. (Althusser, Para leer El capital,
119-20)

De la misma manera en que el uso de un determinado método no es garantía de hacer ciencia,


tampoco lo es el uso de ciertas técnicas o de la formalización, la cuantificación, la estadística,
etc. Estas técnicas son tan científicas como el terreno donde se usen; en uno no científico, su
aplicación sólo reproduce las evidencias de las cuales se parte. No se llega a la teoría por la
simple acumulación de datos, por más precisos que éstos sean, puesto que la acumulación de
hechos, la colección de datos de la observación es es sinónimo de ciencia; datos y hechos
deben ser sometidos a un tratamiento teórico. Koyré señalaba que la experiencia y la
observación, el sentido común en general, no tuvieron un papel importante en la producción
científica; incluso, en muchas ocasiones han sido los principales obstáculos en el camino de la
ciencia.

El uso en las ciencias sociales de la estadística, de las matemáticas, de la lógica, etc., son
ejemplos de cómo, en los dominios de las ciencias del hombre, se usan cada vez con mayor
intensidad las técnicas de las ciencias naturales; sin embargo, como señala Althusser (1975),
esto no es más que una manera de tratar de llenar un vacío fundamental, el vacío del objeto. La
construcción de sistemas formales es solamente una propiedad del modelo, no del objeto;
pueden estar perfectamente formalizadas las características de un modelo del objeto, pero eso
no implica que estamos trabajando sobre las características del objeto mismo.

Ante un problema determinado, cada investigador, en función del área de investigación en la


que esté comprometido, puede plantear sus preguntas de investigación y lo hace por medio del
uso de las herramientas conceptuales de su disciplina, herramientas que tienen una legitimidad
que es la reconocida a esa disciplina. En el caso de los problemas de diseño, la experiencia
muestra que, en la mayoría de los casos, la carencia de herramientas conceptuales lleva a pedir
prestados o a imitar los métodos y modelos que se usan en otras ciencias.

Aquí empieza a aparecer la relación con el método puesto que, para poder construir un objeto
de estudio, para saber cómo hacerlo, es necesario tener conciencia de que este objeto

[…] se construye deliberada y metódicamente y es preciso saber todo ello para preguntarse sobre
las técnicas de construcción de los problemas planteados al objeto. Una metodología que no se
planteara nunca el problema de la construcción de las hipótesis que se deben demostrar no puede
[…] dar ideas nuevas y fecundas a aquellos que no la tienen, servirá solamente para dirigir las ideas
en los que las tienen y para desenvolverlas a fin de sacar de ellas los mejores resultados posibles
[...] el método por sí mismo no engendra nada. (Bourdieu, El oficio de sociólogo, p. 72)

La investigación en las universidades, sobre todo en los campos sociales y humanísticos, se


orienta a problemas que son más bien un producto de lo que se ha llamado el sentido común
académico que de un modo de pensamiento científico. Esa investigación, además, se justifica
por los métodos que utiliza o, como allí se acostumbra decir, por la metodología, que con
mucha frecuencia se considera “como una especialidad en sí misma que consiste en una
colección de recetas y preceptos técnicos que uno debe respetar no para conocer el objeto sino
para ser visto como alguien que sabe cómo conocer el objeto”. (Bourdieu, Una invitación a la
sociología reflexiva, p. 250)

Es una idea similar a la propuesta por Cardoso cuando habla del carácter histórico tanto del
objeto real como de la teoría. Dice:

Aquella teoría y aquel objeto real, ambos específicos de un momento determinado del desarrollo
científico, interactúan formando la experiencia, que se adhiere a sus especificidades, orientada por
la teoría. El método, pues, se ejerce en el establecimiento de la consecuencia teórica de esta
relación, orientada teóricamente, entre la teoría base y lo real a que se refiere para lo cual pretende
presentar una explicación válida. Como resultado de este ejercicio metódico queda construido el
objeto de conocimiento, objeto científico. (O mito do método, p. 9)

Cómo se entiende el método en los estudios de diseño. Un ejemplo especialmente significativo


de cómo se consideran los métodos en el diseño es el de Cross (pero hemos visto que otros
estudiosos desde dentro del campo del diseño también tienen esa misma concepción), quien
señala:

Para mí, la metodología del diseño es el estudio de los principios, prácticas y procedimientos de
diseño. La metodología del diseño incluye el estudio de cómo trabajan y piensan los diseñadores, el
establecimiento de estructuras apropiadas por el proceso de diseño, el desarrollo y aplicación de
nuevos métodos, técnicas y procedimientos de diseñar, y la reflexión de la naturaleza y el grado de
conocimiento del diseño y su aplicación a los problemas de diseño. (1993, 66)

La cita anterior es una muestra de lo que ha ocurrido en el campo de las ciencias sociales,
campo en el cual las teorías generalmente se enfocan más en el método que en el objeto, lo
cual no puede verse solamente como un enfoque diferente de los problemas sociales respecto a
los de las ciencias naturales, sino que, al no tener un objeto teórico definido, los estudiosos
tratan de remplazarlo por el énfasis en las cuestiones metodológicas; es decir, toman al método
por la teoría que les falta y llegan a plantear que la sola aplicación de eso que llaman “método
científico” producirá resultados científicos. Una prueba de esta situación, que se extiende a
casi todo el dominio de estas ciencias, es la abundancia de manuales de metodologías de
investigación. Sin embargo, incluso en algunos de estos manuales se hace énfasis en la
cuestión de no reducir los métodos de trabajo a una etapa del proceso de investigación; por
ejemplo, R. Sánchez Puentes, en su libro Enseñar a investigar, insiste en que

El método hay que entenderlo más bien como la organización estratégica de todas las operaciones
que intervienen en la producción científica. El investigador, al formular su problema, planifica y
conduce racionalmente sus decisiones teóricas, prácticas, operativas e instrumentales con la
intención de encontrar una respuesta a su pregunta. (p. 13)
Capítulo III

El diseño y las ciencias sociales

Vamos a iniciar este capítulo con una breve síntesis de algunas de las reflexiones del capítulo
anterior. Planteamos allí una visión crítica al trabajo con los datos crudos, con la experiencia
de los sentidos y de las impresiones del sentido común, y que lo que requerimos es, a partir de
esas experiencias y de los datos de los sentidos, pasar a la teoría. Parecería, sin embargo, que
el paso entre esa primera generalización del sentido común y la reflexión teórica es simple y
que la teoría llega por una mera acumulación de observaciones y generalizaciones; es decir,
como si entre éstas y la teoría hubiera una continuidad cuando en realidad hay un gran salto:
para llegar a la reflexión teórica se requiere una ruptura ya que se empieza a pensar
teóricamente cuando se tiene la experiencia de una dificultad. Normalmente las cosas del
mundo y los conceptos se corresponden o se acoplan de modo no problemático. Pero cuando
ocurre un desacoplamiento o una falta de correspondencia, cuando no hay sintonía, entonces
nos vemos impulsados a reflexionar o a teorizar. La condición para que emerja la teoría es la
presencia de una actitud teórica. Esa actitud teórica requiere ciertas condiciones; por ejemplo,
que haya un acuerdo en que la realidad es explicable a partir de ella misma y no ya con
referencia a fuerzas mágicas o divinas. Otra condición es que haya un acuerdo sobre la
posibilidad de decir cosas acerca del mundo y la naturaleza.

Un aspecto de esa actitud teórica es de la búsqueda. Normalmente entendemos o explicamos


una cosa cuando la podemos referir a algo que ya no entendemos (como lo divino, o los
axiomas, o las nociones no definibles, o el inconsciente, o la creatividad, etc.). La actitud de
búsqueda lleva a querer sobrepasar ese límite, que ya no se satisface con saber qué es sino que
quiere saber el por qué, sobre todo cuando este por qué es histórico pues rápidamente se
descubre que lo que hoy es conocimiento común ayer apenas era un reto, y lo que ayer era un
atrevimiento teórico ahora es sólo lo sensato; llegamos, así, al punto de que no nos satisface ni
la evidencia ni la verificación. Este rasgo tiende, pues, a desconfiar de la intuición como
criterio de validez y a pensar que no hay respuesta satisfactoria válida para siempre.

Otro aspecto de la actitud teórica es la capacidad de transformación; lo que hace la teoría, la


mirada reflexiva, es transformar las cosas del mundo en objetos de pensamiento. Normalmente
se usan las cosas del mundo, no se analizan, no se ponen bajo la lente del observador. Los
objetos de nuestra vida cotidiana, para casi todo el mundo, están allí para usarse, para que
nuestra mirada las traspase y que se haga evidente su función o aquello a lo que remiten, lo
que se desea que comuniquen; es decir, están allí en su inmediatez como algo que se usa, con
una función utilitaria. La actitud teórica de objetivar las cosas del mundo no es lo natural, sino
que está asociada con una cierta violencia ya que tal actitud saca los objetos de su vida
cotidiana y los sitúa como objetos de pensamiento.

La actitud teórica también es sistémica pues tiene que convertir los términos que designan
nuestras experiencias con los objetos en conceptos, hacelas pasar del discurso cotidiano, hecho
de nociones, al discurso teórico, que está formado de conceptos. Ya hemos señalado que las
unidades del discurso científico son los conceptos, y éstos nunca funcionan aisladamente sino
agrupados en sistemas (sistemas que son las teorías). Un sistema teórico se caracteriza por el
hecho de que sus proposiciones se relacionan entre sí de manera tal que hay coherencia entre
ella. También se caracterizan por su función: la función de un sistema es demarcar los saberes
legítimos de los ilegítimos; cada sistema establece una delimitación entre lo que es válido y lo
que no lo es, entre lo que puede decirse y lo que no. La tarea de un sistema teórico es definir
cuáles extrapolaciones son válidas y cuáles no, y esta tarea es estructural, es decir, es interna al
propio sistema.

Cuando asumimos que los hechos que estamos tratando de comprender, en este caso los
hechos del mundo del diseño, nos hacen preguntas, nos plantean problemas, es decir, cuando
dejamos de verlos solamente desde el ángulo de su utilidad, entonces ya podemos decir que
hemos adquirido una actitud teórica. Lo que sigue es tener la conciencia de que necesitamos
disponer de ciertos esquemas de pensamiento para entenderlos, y estos esquemas son
precisamente las teorías, elementos centrales de todo proceso de investigación. La
investigación es el proceso de producción de conocimientos, pero no del conocimiento en
abstracto sino de los hechos del mundo. El conocimiento en abstracto no existe, siempre se
conoce algo: los hechos, objetos, acontecimientos; en una palabra, es el conocimiento de lo
concreto. En la labor de construcción de conocimientos que es la investigación, nos
enfrentamos con esos hechos concretos y se asume la tarea de explicarlos y entenderlos; para
ello, no se tienen a disposición unas herramientas ya construidas, sino que tenemos que
buscarlas y muchas veces construirlas. Cuando los estudiosos del diseño quieren asumir esas
tareas, en general piensan que basta con usar los instrumentos de la intuición y del sentido
común; es más, se llega a creer que son éstos los más poderosos instrumentos de que podemos
disponer para enfrentarnos crítica y creativamente a estos aspectos de la realidad.

Pero ya hemos llegado a la conclusión de que la intuición y el sentido común no son


suficientes; y esto lo podemos ver si damos una ojeada al mundo de las ciencias físicas, en
donde desde más de un siglo se ha puesto en crisis el paradigma intuitivo de la geometría
euclidiana o de la física newtoniana. En las ciencias humanas, cuando el conocimiento del
desarrollo histórico ha supuesto un rechazo al relato propio del sentido común donde lo
importante son los hechos o las personas aisladas —reyes, caudillos, batallas, etc.— y donde
no podemos esperar que las realidades del mundo social o cultural sean transparentes y
manejables desde los esquemas del sentido común.

Para entender las realidades que cada vez se captan menos de un modo intuitivo se requiere la
razón analítica, pero también de la imaginación. No podemos seguir apegados a la idea de un
divorcio entre razón e imaginación, idea que es una de los mayores obstáculos al
conocimiento. Hemos puesto ya en evidencia un hecho notorio, que es necesario establecer un
corte entre el conocimiento y la intuición pues, en especial en las ciencias humanas, pues en
estos dominios es más común que se confundan las opiniones del sentido común con los
productos de la reflexión teórica.

Los esquemas de investigación que podamos construir siempre buscan lo inmediato de la


experiencia y el manejo de las cosas del mundo; pero ellos mismos no pueden ser espontáneos
e inmediatos sino que requieren ser abstractos e imaginativos. Dicho en otros términos,
reconocemos que en el proceso de creación o de producción, sea en el campo del arte o del
diseño o en cualquier otro dominio, están presentes componentes no racionales, emotivos, etc.,
pero la explicación de ellos, es decir, la mirada del estudioso o del analista, tiene que ser
reflexiva, racional, en una palabra, teórica. Por tanto, la intuición y la experiencia atesorada
del sentido común deben dejar de ser mecanismos de comprensión y explicación para
considerarse sólo como el punto de partida, que requiere ser elaborado a través de un trabajo
teórico que consiste, en primer lugar, en un análisis lógico riguroso que haga posible captar el
sentido de cada realidad; pero también requiere ir más allá de la lógica y lanzar hipótesis
aventuradas. Es decir, requiere de la imaginación.
Una vez resumidas estas bases, lo que nos interesa plantear en esta sección, en un primer
momento, son algunas cuestiones relativas al lugar donde se sitúan los estudios sobre el diseño
en el espectro de las ciencias. Giddens, en su justificación de por qué piensa que la sociología
es una ciencia, señala que,

[…] desde el positivismo de Auguste Comte, la cuestión clave para la sociología ha sido si esta es o
no una ciencia. ¿Cómo se relaciona esta disciplina con las demás ciencias reconocidas, como la
astronomía, la física, la química y la biología? Y, en todo caso, ¿qué es lo que las hace tan
indiscutiblemente ‘científicas’? (2015, p. 55)

Una de sus conclusiones es que la sociología es una disciplina científica, puesto que utiliza
métodos sistemáticos de investigación empírica, hace un análisis de los datos y evalúa las
teorías a la luz de la evidencia y la argumentación lógica; pero, por otro lado, señala que está
más próxima a las humanidades que a las ciencias naturales. Después de muchas décadas de
tratar de averiguar cómo la sociología podría imitar los métodos de las ciencias naturales, en
las últimas décadas del siglo veinte, los mismos sociólogos vieron que ya no valía mucho la
pena de ocuparse de ese problema. (p. 57)

En todo caso, ya habíamos establecido que el diseño mantiene una relación muy estrecha con
el grupo de disciplinas acerca de la sociedad, por lo que es el momento de tratar de precisar
qué tipo de relaciones son ésas y cuál es su lugar dentro de este grupo. De acuerdo con
Ferdinand de Saussure, el fundador de la lingüística moderna, uno de los primeros trabajos a
los que esa disciplina debía enfrentarse era el de deslindarse y definirse ella misma, es decir,
precisar de qué se ocupa, dónde se sitúa y qué tipo de fronteras tiene con las demás. Cuando se
asume la tarea de delimitar el territorio de una disciplina particular, por ejemplo, el caso que
nos ocupa, el de los estudios acerca del diseño, lo primero que se encuentra es un conjunto de
preguntas; entre ellas, por ejemplo, si esta disciplina constituye una ciencia, o si existe una
teoría o un conjunto de teorías que dé cuenta de los contenidos de ese territorio; si se responde
positivamente (es decir, que sí es una ciencia que estudie al diseño, que sí hay una o unas
teorías sobre el diseño, etc.),26 también habría que preguntar si esa ciencia está asociada con
otras y, en ese caso, cuáles serían; si estaría en el mismo grupo que el de las ciencias de la
sociedad (que se denominan alternativamente ciencias humanas o ciencias sociales), o si tiene
más nexos en común con las ciencias de la naturaleza; si no tuviera ese tipo de relaciones, nos
preguntaríamos si constituye una categoría diferente y cuál podría ser ésta. Podrían plantearse
26
Algunas de estas interrogantes han sido objeto de reflexión en la segunda parte de este trabajo.
muchas otras cuestiones, todas ellas complejas y en casi todos los casos estaríamos de acuerdo
en que no son fáciles de responder, pero, a pesar de ello, habría que hacer el intento, puesto
que se trata del terreno donde desarrollamos nuestra acción. Sería demasiado pretencioso
querer responderlas en un trabajo aislado como éste, por lo cual nos conformamos con una
sola tarea, la primera, que es la de desbrozar el territorio en cuestión, limpiar el terreno donde
sea posible plantear tales interrogantes. Con ello, queremos aquí explorar el campo de los
estudios acerca del diseño, o de las disciplinas del diseño; y usamos el plural porque ese
campo no es uniforme ni tiene la coherencia que poseen otras disciplinas. Veremos, primero, la
manera tradicional de clasificación de las ciencias, algunas de las razones de esa clasificación
y algunas consecuencias.
1. La división tradicional de las ciencias

Ciencias naturales/ciencias sociales. Damos por hecho, como si fuera algo natural o porque
así lo indica la tradición, que existe una división del campo de las ciencias que establece que,
por un lado, están las ciencias de la naturaleza y, por el otro, las ciencias del hombre. Si nos
preguntamos por el origen de esa división, una primera respuesta apunta al hecho de que las
ciencias de la naturaleza nacieron cuando el ser humano se plantea el problema de conocer el
mundo que lo rodea, es decir, cuándo él mismo se sitúa como sujeto de conocimiento y
considera a la naturaleza como el objeto por conocer; las ciencias acerca de la sociedad, en
cambio, sólo pudieron surgir mucho tiempo después, cuando el sujeto de conocimiento se
situó él mismo no sólo como el sujeto de conocimiento, sino también como el objeto que debía
ser conocido.

Si esto es así, en consecuencia, las ciencias naturales tienen una muy larga historia, cuya
consolidación ocurrió desde la época de la antigua Grecia, mientras que el origen de las
sociales se remonta no más allá del siglo XIX. Si buscamos por qué ha sido así, por qué las
ciencias sociales y humanas sólo surgieron tan recientemente, tenemos que apelar a la postura
de Foucault, quien señala que, a principios de ese siglo, en el umbral de la modernidad,
“apareció por primera vez esa extraña figura del saber que llamamos el hombre y que ha
abierto un espacio propio a las ciencias humanas”. (Las palabras y las cosas, p. 10) Después
de una muy amplia discusión sobre este tópico, concluye que hasta entonces, el hombre, como
figura del saber, no existía, y que

[…] las ciencias humanas no aparecieron hasta que, bajo el efecto de algún racionalismo
presionante, de algún problema científico no resuelto, de algún interés práctico, se decidió hacer
pasar al hombre […] al lado de los objetos científicos –en cuyo número no se ha probado aún de
manera absoluta que pueda incluírsele; aparecieron el día en que el hombre se constituyó en la
cultura occidental a la vez como aquello que hay que pensar y aquello que hay que saber. (pp. 334–
335)

Si las ciencias naturales tienen por objeto el estudio del mundo de la naturaleza, podríamos
definir las ciencias sociales (y/o humanas) como las ciencias cuyo objeto está constituido por
el estudio de los hechos que tienen en común constituir un entorno, un marco o un medio, que
son resultado de una actividad humana colectiva y que condicionan las actividades humanas
individuales. Un conocido léxico de las ciencias sociales define éstas como “las ciencias que
tienen por objeto al hombre en sus relaciones con los otros seres humanos y con el entorno
regulador o modelador de esas relaciones” (Loubet del Bayle, Lexique des sciences sociales, p.
174). En este rubro figuran principalmente la sociología, la psicología social, la antropología
cultural, las ciencias del lenguaje, la ciencia económica, la ciencia política, la historia, la
geografía humana, la demografía, las ciencias del derecho y de las instituciones.27

Diferencias entre ambos tipos de ciencias. Las ciencias sociales son, entonces, cuerpos de
conocimientos que estudian las acciones humanas y sus consecuencias. Vamos ver en páginas
posteriores que el concepto de acción es de importancia central para distinguir las ciencias
humanas de las naturales; sin embargo, no podemos hablar todavía de acción sin desarrollar
otros conceptos previos. Por ello, hablaremos aquí de otra manera de distinguir los dos tipos
de ciencias que es el del papel que desempeña el sentido común en ambos grupos de
disciplinas. Entendemos aquí por sentido común el conocimiento, amplio aunque
desorganizado, asistemático y con frecuencia inarticulado e inefable que usamos en la vida
cotidiana. Para las ciencias de la naturaleza, que también se acostumbra llamar ciencias
exactas, el sentido común no es un problema, pues se definen a sí mismas en función de los
límites con las demás ciencias naturales, tan sistemáticas como ellas; como no comparten con
el sentido común terreno alguno, no tienen por qué deslindarse con respecto a él. Pero si el
sentido común no tiene nada que decir acerca de las cuestiones de la física, la química o la
biología, en las ciencias humanas es diferente, ya que toda la experiencia que proporciona la
materia prima para estas disciplinas es la de la gente en la vida común de todos los días; se
trata de una experiencia que, antes de ser objeto de estudio del científico social, ha sido vivida
por alguien. En otras palabras, todo aquello de lo que hablan las ciencias humanas ya estuvo
en nuestra vida puesto que vivir en sociedad, vivir junto con los demás, requiere gran cantidad
de sentido común.

Otro aspecto de la distinción entre las ciencias naturales y las humanas es que, en las primeras,
los fenómenos observados están a la espera de que el científico les asigne significado, pero las
acciones realizadas por los hombres (como se verá enseguida, la acción es precisamente el
objeto de estudio de las segundas), sólo tienen significados asignados por los propios actores;
allí, todos los términos, conceptos y palabras que se utilizan están fuertemente cargados por
los significados dados por el sentido común. Por eso las ciencias humanas están tan cercanas a

27
En nuestra época, son todas ellas (y otras más) las que configuran el campo amplio de las ciencias sociales
y/o humanas, pero, en la época de su nacimiento, sólo se hablaba de la sociología, como veremos adelante.
éste, y que sea necesario delimitarlas puesto que mantienen con él un diálogo íntimo y
permanente.

Analizar las ciencias humanas es preguntarse por su especificidad; es decir, buscar en qué se
distinguen estas ciencias de las otras, las naturales. La relación entre ambos grupos ha sido
abordada por varios filósofos desde finales del siglo XIX, entre otros Dilthey, para quien el
estudio de los asuntos humanos, es decir, aquello de lo que en principio se ocupan las ciencias
humanas, tiene por objetivo la comprensión del mundo social, a diferencia de las ciencias
naturales, que se encargan de la explicación de los hechos de la naturaleza. Una primera
aproximación indica que la explicación de los hechos del mundo natural es causal, pero una
explicación de este orden no es suficiente para entender la vida humana; las ciencias naturales,
dice Dilthey, explican las cosas desde afuera por medio de teorías que descansan en la
observación empírica, pero las acciones humanas no pueden explicarse desde allí sino que
tendrían que entenderse desde la experiencia subjetiva, es decir, desde adentro: entender el
significado de una acción requiere su interpretación desde la experiencia subjetiva del agente.

El material de las ciencias del espíritu,28 dice, “lo constituye la realidad histórico-social en la
medida en que se ha observado en la conciencia los hombres como noticia histórica, en la
medida en que se ha hecho accesible a la ciencia como conocimiento de la sociedad actual”
(Introducción a las ciencias del espíritu, p. 33). Dentro de estas ciencias, se refiere de modo
específico a la historia, pues su finalidad es criticar las posiciones del historicismo, en especial
la tesis de que existe un marco general que explica todos los hechos históricos. Si se pudieran
dar explicaciones universales para la historia de la misma manera en que se dan para la
naturaleza, se debería reconocer que esas explicaciones no pueden ser generales, sino sólo
serían posibles para contenidos parciales de la realidad. Si las ciencias naturales han sido tan
exitosas en descubrir las leyes causales de la naturaleza es porque han podido abstraerlas a
partir de una visión total del mundo exterior.

Las ciencias humanas tienen que tratar con las redes del mundo histórico y con los hechos
reales de los seres humanos; así, las explicaciones que son adecuadas para el mundo histórico
tendrán como requisito un análisis de los múltiples contenidos parciales que son pertinentes en

28
Dilthey no usa la expresión ‘ciencias humanas’, sino que se refiere más bien a las ‘ciencias del espíritu’, las
cuales abarcan tanto las humanidades como las ciencias sociales, e incluyen desde disciplinas como la
filología, los estudios literarios, la religión y la psicología, hasta la ciencia política y la economía.
un contexto particular. Estas ciencias tratan con lo que Dilthey llama los ‘sistemas culturales’ y
las ‘organizaciones externas de la sociedad’. Los primeros incluyen todos los aspectos de la
vida social, son asociaciones de individuos reunidos voluntariamente para ciertos propósitos
que solo pueden lograr mediante la cooperación; esos propósitos pueden ser políticos,
económicos, artísticos, científicos o religiosos y no deben estar limitados por intereses locales.
Las organizaciones externas de la sociedad, por el contrario, son las estructuras institucionales,
como la familia y el Estado en las que se nace, y se caracterizan porque en ellas hay “causas
duraderas que limitan las voluntades de muchos en un todo único” dentro del cual pueden
establecerse las relaciones de poder, dependencia y propiedad (p. 84). De allí que las leyes que
se descubran (es decir, las normas y/o reglas) se aplicarán no a la historia en general, sino solo
a sistemas culturales u organizaciones sociales específicos; es decir, las reglas y/o normas no
pueden ser universales al igual que las leyes de las ciencias naturales.

En síntesis, las tesis de Dilthey, que algunos autores llaman tesis hermenéutico-historicistas,
constan de los siguientes aspectos. En primer lugar, rechazo del monismo metodológico y de
la creencia en que las ciencias naturales sean el ideal al que debe adaptarse todo conocimiento
racional de la realidad; en segundo, que las ciencias del espíritu no buscan establecer
generalizaciones explicativas, sino más bien de comprender los rasgos individuales y únicos
de sus objetos. Se trata de prestar atención a lo humano singular, que ha de ser captado para
comprender las acciones y los acontecimientos de nuestra sociedad, cultura e historia. Afirma
que la esfera humana es histórica; el ser humano construye historia, cultura y sociedad como
manifestaciones de su espíritu, que son cambiantes pues son resultado de la libertad y la
voluntad humanas, no de una necesidad natural. El mundo de la historia y de la cultura es un
mundo de significados que han de ser comprendidos.

¿Son ciencias en la misma medida que lo son las naturales? Otra es la cuestión si las sociales
deben considerarse realmente como ciencias; tanto desde dentro como desde fuera de ellas, ha
sido un tema ampliamente debatido. Desde los escritos de los primeros estudiosos de las
ciencias sociales se han manifestado incertidumbres con respecto a su objeto de estudio, sobre
todo del carácter particular de este objeto, lo cual ha tenido repercusiones sobre el estatus de
esas disciplinas. Dice Loubet del Bayle en el léxico mencionado anteriormente que

[…] las características originales de los hechos sociales han llevado e discutir la posibilidad de
proceder a su estudio como se hace a los fenómenos de la naturaleza y así de la posibilidad de
proceder a un estudio científico de la realidad social. De hecho, sin conducir a esta conclusión
extrema, la historia de las ciencias sociales prueba que efectivamente este acercamiento científico a
los fenómenos sociales luchó por imponerse y encontró una serie de obstáculos.

Vale la pena plantearse la interrogante acerca del carácter científico de estas disciplinas puesto
que su discusión nos permite la posibilidad de explorar cada campo, su carácter distintivo y
sus relaciones con otros campos. En un primer momento había exigencias para que las
ciencias humanas siguieran las pautas de las ciencias naturales, es decir, que fueran exactas,
útiles y eficaces. El objeto de estudio de estas últimas, que es la naturaleza, se entendía como
algo carente de voluntad y propósito, de modo que podía subordinarse a la voluntad y
propósito de quienes la explotaban para satisfacer necesidades. El lenguaje de las ciencias
naturales, además, al estar purificado de todo término acerca de propósitos y significados, se
pensaba como un lenguaje objetivo, en el cual sus objetos están impulsados por fuerzas
externas, despojadas de toda intención.

En el momento fundador de las ciencias sociales o ciencias humanas no se hablaba de ellas en


plural puesto que la única que se reconocía era la sociología, cuyo principal objetivo era
demostrar que era posible un estudio de la actividad humana con métodos precisos y objetivos
similares a los de las ciencias de la naturaleza, y que podía obtener conocimientos dotados de
la misma objetividad y exactitud. Como las primeras ciencias que se desarrollaron fueron las
naturales, éstas fueron por ello consideradas como el modelo de toda actividad científica.
Algunos de los primeros científicos sociales, en primer lugar Durkheim, adoptaron este
modelo y trataron de desarrollar algo así como una ciencia natural del comportamiento
humano. La primera regla de lo que Durkheim llamaba el método sociológico era “considerar
los hechos sociales como cosas”; es decir, que se les debía dar un estatus ontológico
independiente de nuestra conciencia. Este autor, uno de los padres fundadores de las ciencias
humanas, adoptó el modelo de ciencia caracterizado por la objetividad, donde el objeto de
estudio estaba separado del sujeto, como si fuera algo exterior que solo podía someterse a la
mirada del sujeto, y que solamente podría describirse por medio de un lenguaje neutro. La
diferencia para él estaba en que los hechos sociales estaban regidos por normas en lugar de
leyes, aunque pensaba las normas como causas materiales y eficientes de la regularidad de la
conducta humana y de la conducta social. Según sus palabras, “debemos considerar los
fenómenos sociales en sí mismos, desprendidos de los sujetos conscientes que se los
representan; es preciso estudiarlos desde fuera como cosas externas, porque así se nos
presentan”. (Durkheim, Las reglas del método sociológico, pp. 68-9) Las normas, a las que
sólo se refería como regularidades sociales, debían verse como la base del orden social; y
como pensaba que la sociología solo podía explicar ese orden por referencia a dichas
regularidades, toda explicación sería en términos de la sociedad por entero y no de la acción
individual, porque pensaba que todas las ideas y categorías del pensamiento se originan de la
conciencia colectiva, que es social, y todos los hechos sociales son representaciones de esa
conciencia colectiva.

Si Durkheim plantea las ciencias sociales como similares a las naturales, su contemporáneo
Max Weber rechaza la idea de que la sociología tenga que adoptar los rasgos de las ciencias de
la naturaleza; y ese rechazo parte de pensar que la realidad humana es diferente de la realidad
natural. Weber, que es heredero de varias tradiciones, como la de Dilthey, el neokantismo y el
marxismo. Frente a la postura de Dilthey, más hermenéutica, Weber no creía que la
investigación sobre lo social debiera limitarse a interpretar significados, a describir y construir
conceptos; es decir, no debía renunciar a la explicación. Pero que esa explicación debía
completarse tomando en cuenta el significado y las conexiones de sentido; en esto se oponía a
la opinión positivista.

Weber argumentaba que la sociedad no podía ser estudiada de la misma manera que el mundo
natural porque el comportamiento social es en muchos aspectos importantes muy diferente del
comportamiento de los hechos naturales; y esa diferencia está en se trata de un
comportamiento significativo ya que, sea lo que sea que los seres humanos hagan, esto
significa algo para ellos mismos y para los demás. Es una característica de los humanos actuar
en contextos de creencias y propósitos, lo cual da sentido a sus acciones y configura la manera
en que se comportan. Los actores humanos cargan sus acciones de significados, por lo cual
necesitan no tanto ser explicadas sino comprendidas; comprender una acción humana,
entonces, significa captar el significado que el actor le confiere. Si los científicos sociales
quieren entender y explicar el comportamiento humano, tienen que tomar en cuenta esos
significados que las personas dan a sus acciones. Por tanto, no se pueden hacer postulados
universales acerca del comportamiento humano porque cada conducta o comportamiento
significa diferentes cosas en distintas sociedades: un comportamiento puede considerarse
normal en una sociedad dada, pero en otra puede ser inaceptable. El comportamiento humano
es también diferente porque las personas piensan acerca de lo que hacen; están por lo menos
parcialmente conscientes de las fuerzas que actúan sobre ellas y pueden resistirse a esas
fuerzas y actuar de manera diferente. El comportamiento no es completamente un vínculo
cultural porque los individuos pueden salir de su cultura y, de hecho, cambiar su cultura. No
obstante, se encuentran claras diferencias de cultura que dan como resultado, por ejemplo,
diferentes hábitos de comer o de edificar sus casas. Pero lo que las personas hacen no es
simplemente sólo un asunto de elección, sino que hay un patrón cultural de comportamiento
social que lo hace más complejo que el mero comportamiento natural. Weber enfatizó
particularmente que la acción humana o, más bien, que el significado de ella, no puede ser
simplemente observado, sino que tiene que ser entendido, comprendido.

La búsqueda de objetividad en las ciencias humanas consiste, desde el punto de vista de


Durkheim, en separar tanto como se pueda al sujeto del objeto investigado; la explicación de
dicho objeto, por tanto, sería el resultado de la búsqueda de leyes, las cuales debían ser
generales. Desde esta perspectiva y por lo general, explicar algo consiste en buscar un hecho o
un acontecimiento que precede a lo que intenta explicar; en otras palabras, la explicación
consiste en representar el hecho que se quiere explicar como una proposición que se deduce de
otra proposición más general, es decir, de una ley. Pero Weber se da cuenta de que cuando esto
mismo se quiere aplicar a la conducta humana, ese tipo de explicación no toma en cuenta el
hecho de que se trata de un acto realizado por una persona, y que ésta pudo elegir esa manera
de actuar entre otras posibles. Y aquí la noción de acción es clave, pues remite a componentes
fundamentales de la realidad social, como el individuo, la intencionalidad, la racionalidad y la
relación social. De éstas, la noción de racionalidad es de gran importancia en este esquema, ya
que en la medida en que el comportamiento es racional se hace comprensible y explicable,
adquiere sentido no sólo para el actor, sino para el observador. La racionalidad tiene interés
explicativo, puesto que, una vez especificado el tipo ideal, puede procederse a la comprensión
explicativa poniendo en claro el vínculo de motivos a través de la comprensión del proceder
de un individuo que usa determinados medios para alcanzar un objetivo concreto.

La acción se comprende después de que sucedió y se interpreta como resultado de ciertas


reglas que siguieron los actores para hacer lo que hicieron, sin pensar que esas reglas podrían
producir más de un comportamiento; en todos los casos siempre se podría haber hecho otra
cosa. Las acciones humanas podrían ser diferentes incluso si las circunstancias de la acción y
los motivos siguieran siendo los mismos. Por esa razón, hablar de circunstancias externas o de
leyes generales en el caso de las acciones humanas no es satisfactorio como sí lo es en el caso
de los hechos de la naturaleza. En las acciones humanas, el actor es alguien que toma
decisiones y la acción es el resultado de una decisión.

Weber sostiene que la investigación de los actos humanos debe apuntar hacia la comprensión,
y que la sociología puede ser objetiva; con ello quiere decir que puede alcanzar el
conocimiento objetivo de la realidad humana subjetiva. En resumen, que una mente racional
puede reconocerse en otra mente racional y que, en la medida en que los actos estudiados son
racionales (calculados y orientados hacia un propósito), pueden ser racionalmente entendidos,
es decir, comprendidos y no explicados por medio de causas.

Las ciencias humanas y el sentido común. Quienes reflexionan acerca de los rasgos de las
ciencias, de su estatuto en tanto que ciencias en general, no tienen duda en lo que toca a la
legitimidad de las ciencias naturales, es decir, de que posen un carácter científico, pero
muchos titubean al postular que realmente se pueda hablar de modo estricto de ciencias
legítimas en el caso de las sociales, puesto que no es obvio que en ellas aparezcan aquellos dos
rasgos de la ciencia especificados por el sentido común y que comentamos en páginas previas.
Si, como Weber afirma, a la sociología29 le concierne especialmente la comprensión de lo que
las personas hacen, no se puede menos que plantear la interrogante si hay alguna diferencia
real entre esa disciplina y lo que llamamos normalmente el sentido común. La vida cotidiana
de las personas está demasiado involucrada con lo que ocurre a su alrededor para desprenderse
de ella; están inmersas en sus propias situaciones, sus relaciones de trabajo, sus amigos y sus
patrones de ocio, de lo que da forma a su visión del mundo; su conocimiento del mundo está
limitado a las situaciones que han experimentado, y generalmente interpretan su propio
comportamiento y el de las otras personas en términos de ideas preconcebidas y creencias. Al
hacer esto, hacen muy poca distinción entre la manera como el mundo es y la manera como
piensan que debería ser. Su experiencia está acoplada a estas ideas y creencias, que son
importantes para su sentido de identidad, y son por tanto usualmente muy reluctantes a
alterarlas. Sin embargo, aunque haya muchas cosas compartidas entre los estudios sobre la

29
Weber, en los primeros años del siglo XX, todavía hablaba de sociología para referirse al conjunto de las
ciencias sociales.
sociedad y el sentido común, no son equivalentes y, por tanto, las ciencias sociales no pueden
reducirse al sentido común.

El conocimiento del mundo que tienen los practicantes de las ciencias sociales, como el
sociólogo, el antropólogo, los científicos sociales en general, son diferentes al del hombre
común, pues las ciencias que practican construyen un conocimiento de la sociedad que no se
basa en la experiencia de un individuo, sino que es el producto acumulado de todas las
experiencias previas; ese conocimiento es en muchos aspectos diferente que el que existía en
sociedades de otros tiempos precisamente por ser acumulativo. Por ello, está disponible para el
estudioso toda la experiencia de un gran número de personas, en diferentes situaciones y de
culturas diferentes. Además de ese conocimiento acumulado, los científicos poseen una
competencia que les permite desarrollar sus ideas de una manera lógica, disciplinada y
explícita a través de la construcción de hipótesis y teorías, las cuales son distintas a las
creencias cotidianas del sentido común; esas teorías e hipótesis son explícitas, porque sus
supuestos han sido pensados, justificados y expuestos públicamente. Las conexiones lógicas
entre las diferentes ideas que configuran una teoría o una hipótesis se hacen de manera tal que
se puede seguir el camino de su pensamiento. Por otro lado, esas teorías e hipótesis también
están sometidas al escrutinio de otros estudiosos, quienes críticamente examinan sus supuestos
y verifican la lógica de sus argumentos.

Una clasificación de las ciencias propuesta desde el diseño. Habíamos visto al principio de
este capítulo que una noción fundamental para distinguir las ciencias humanas de las naturales
es la de acción; y según el orden lógico de exposición, aquí sería el momento de tratarla. Sin
embargo, vamos a hacer un paréntesis en ese orden para introducir aquí una propuesta de
clasificación de las ciencias a cargo de uno de los teóricos de los comienzos de los estudios en
diseño.

Bruce Archer habla sobre la división tradicional entre los saberes, tal como la plantean las
instituciones educativas: por un lado, las ciencias, por el otro, las humanidades. Sin embargo,
dice, en esa clasificación tradicional no caben los oficios, las artesanías, la danza, el teatro, la
música, los deportes y la educación física, las cuales son actividades básicas en el sistema
educativo, pero no pertenecen a ninguno de los dos grupos. Por tanto, plantea que debe haber
un tercer grupo en el cual puedan agruparse las mencionadas actividades, las cuales tienen en
común que son todas aspectos diferentes del hacer (making and doing) de la actividad
humana. Esta idea, dice, no es nueva, sino que es parte de una tradición que, a través de
William Morris, se remonta hasta Platón. (The three Rs, p. 18) Esa tercera área se encargaría
de crear en los estudiantes las habilidades para entender, apreciar y valorar las ideas
expresadas por medio del hacer.

El tercer grupo de disciplinas se distingue de los otros dos puesto que las ciencias tratan de
alcanzar “la comprensión basada en la observación, medición, formulación de teorías y de
pruebas por medio de la observación y el experimento”. Los científicos apelan generalmente a
la teoría, que es un conocimiento generalizable, pero no necesariamente tienen la competencia
suficiente o no necesariamente están interesados en una explicación práctica de dicho
conocimiento, “que puede requerir que se tomen en cuenta ciertas consideraciones sociales,
económicas o estéticas”. En el caso de las humanidades, hay cierto acuerdo entre los
investigadores de estas áreas sobre la naturaleza de sus disciplinas, aunque casi todos
concuerdan en que su área es distinta de la de las ciencias. En lo que mayor consenso es que su
actividad se relaciona “con los valores humanos y la expresión del espíritu”. Los objetos
artísticos, en general, estarían dentro de esa tercera área; sin embargo, aunque pueden
ocuparse de los aspectos críticos y filosóficos tanto de las bellas artes como de lo que el autor
llama las artes útiles, excluyen los aspectos relacionados con el hacer en ese dominio de
actividad. En resumen, “lo que se deja fuera de las ciencias y de las humanidades son los
artefactos y la experiencia, sensibilidad y destreza que acompaña su producción y su uso”. (p.
19) Hacia el final de su artículo, Archer propone asignar un nombre a la tercera área de
conocimientos, entendida como “cuerpo de conocimientos prácticos que se basa en la
sensibilidad, la invención, la validación y la implementación”. (p. 20) Ese nombre es el de
‘diseño’, que define como “el área de la experiencia humana, destreza y comprensión que
refleja la preocupación humana con la apreciación y la adaptación del entorno a la luz de las
necesidades materiales y espirituales. En particular, pero no exclusivamente, se relaciona con
la configuración, composición, significado, valor y propósito de los fenómenos construidos”.30

30
Dice Archer en otro ensayo que la actividad de diseñar no sólo es un proceso comparable, aunque diferente,
a los procesos científicos o académicos, pero que también opera a través de un medio, la modelación, que se
compara, pero es distinto del lenguaje verbal o de la notación científica. La modelación, “en sus varias
formas, oculta o manifiesta, constituye el vehículo de otras actividades, normalmente no asociadas con el
diseño, tales como la navegación, la cirugía, la danza…”. (Whatever became of design methodology?, p.
n18)
En un trabajo que toma como objeto de reflexión a la investigación, Archer se interesa por
definir esta actividad en los terrenos de las ciencias y las humanidades. En muchos lugares,
sobre todo en Inglaterra, hay una confusión entre las humanidades y las artes, y hace que a
veces sean términos intercambiables; como cada término se usa para referirse a un grupo de
disciplinas académicas en los que lo humano es el aspecto central, en oposición a las ciencias,
que se ocupan del mundo físico, el autor se propone llamar ‘humanidades’ a un campo amplio
que divide las disciplinas en dos grupos: el primero es el de la “metafísica, que comprende la
teología, la filosofía, la epistemología, la ética, la estética, etc.”, y el segundo, el de las artes,
“que comprende el lenguaje, la literatura, el teatro, la historia, la arquitectura, la música, el
arte, etc.” (The nature of research, p. 8) Dentro de este campo de las artes, hace una distinción
entre, en primer lugar, la práctica de las artes (es decir, la producción de obras literarias, de
teatro, musicales, o montar obras de teatro ya existentes, dar un concierto, etc.) En segundo, el
trabajo académico, tal como investigar los contenidos, la autoría, categorizar las obras en este
campo, etc. Y en tercero la investigación en la actividad de las artes. En este punto aparece una
discusión que vale la pena resaltar.

Algunos practicantes del campo de las artes reclaman que lo que hacen normalmente es
investigar puesto que sus productos constituyen nuevos conocimientos y que la acción de
exhibir, instalar, producir o distribuir sus resultados es una publicación; por tanto, que su
actividad creadora es investigación. Esa actividad, sin embargo, dice el mismo autor, “falla en
cumplir con los criterios que definen la actividad de investigar, que son: búsqueda sistemática
cuya finalidad es un conocimiento comunicable, por lo que no puede clasificarse
apropiadamente como investigación o ser equivalente a la investigación”. (p. 10) Pero
inmediatamente señala que no existe solamente una relación de identidad entre la actividad del
artista y la del investigador, sino que hay otras relaciones posibles: investigación acerca de la
práctica, o investigación para los propósitos de la práctica, o investigación a través de la
práctica.

La historia del diseño, por ejemplo, sería una investigación del primer tipo, o el análisis o la
crítica de la pintura; ambos son temas comunes en las humanidades. Los estudios sobre los
materiales y los procesos se realizan por varias disciplinas de las ciencias, así como los
estudios sobre la relación del diseño o del arte con la sociedad se estudiaría por las ciencias
sociales. Y aquí aparece lo que hemos señalado antes: dice el autor que el estudio acerca de la
metodología del arte o del diseño debe ser realizado por la investigación en diseño, que abarca
varios tipos de investigación. Así, “todos los estudios acerca de la práctica, si se reconocen
como investigación, deben emplear métodos y concordar con los principios del grupo al cual
pertenezcan”. (p. 11)

Con respecto al segundo tipo de relación, la investigación realizada para los propósitos de
contribuir a otras actividades prácticas, también se puede realizar por las ciencias o las
humanidades, y debe ser practicada de acuerdo con los principios de esa categoría. Cuando
una investigación que tiene la finalidad de contribuir a una actividad práctica se realiza de
acuerdo con los principios de su campo, y es sistemática y su finalidad es un conocimiento
comunicable, entonces puede llamarse investigación. Pero una investigación que apuntala una
actividad práctica particular en sí misma no puede verse como productora de conocimiento.

Margolin reconoce que Bruce Archer hizo aportes significativos a la investigación en diseño al
reconocer la existencia de dos tipos de ésta: una, directamente relacionada con hacer cosas y,
la otra, que se interesa en comprender no las cosas mismas, sino el medio en el cual fueron
concebidas, hechas y usadas. Aunque dice que la taxonomía de la investigación en diseño de
Archer puede ya no ser válida,

[…] pero el sentido de totalidad representado es algo que se necesita volver a tomar en cuenta.
Archer se interesaba en la práctica (modelación, tecnología, métrica), con la comprensión (historia,
taxonomía, axiología, filosofía y epistemología), y con la enseñanza. Haríamos bien en reconocer la
amplia visión de la investigación en diseño de Archer y retomarla con métodos, temas y propósitos
contemporáneos. (Design research: toward a history, p. 6)

La validez de la propuesta de Archer tendría que tener mayor sustento, puesto que sus
posiciones sobre la manera como caracteriza a las ciencias naturales (incluso a las sociales) no
pueden evitar que se califiquen como simplistas, incluso como positivistas. Para dar más
argumentos, sería necesario investigar por qué el espectro de las ciencias se ha dividido
tradicionalmente en esas dos grandes áreas y cómo se caracterizan; o sea, buscar los rasgos de
las ciencias sociales y cómo se diferencian de las del otro grupo.

A la búsqueda de los modos de conocer, de pensar y de actuar del diseñador (expresado en sus
términos, designerly ways of knowing) le llama la disciplina del diseño, que puede entenderse
como el estudio del diseño en sus términos y dentro de su propia práctica, así como una
ciencia del diseño basado en la práctica reflexiva. En el ensayo citado, (The Three R, 17)
muestra la idea que está detrás de esta concepción de la disciplina y es que existen formas de
conocimiento especiales tanto en el pensar y en el hacer del diseñador que son independientes
de las diferentes competencias de la práctica del diseño. En sus palabras, “existe un modo de
diseñador de pensar y de comunicar (designerly way of thinking and communicating) que es
diferente tanto de los modos científicos como de los académicos de pensar y comunicar, y es
tan poderoso como esos modos científico y académica de búsqueda, cuando se aplica a sus
propios tipos de problemas”. (p. 17) Esa idea fue retomada por Cross en artículos recientes,
sobre todo en el titulado precisamente ‘Designerly ways of knowing: design disciplines versus
design science’, publicado en 2001, del cual hablamos en el segundo capítulo.
2. Objetivo de las ciencias humanas

En general, las ciencias sociales tradicionalmente consideradas tienen como base tres
principios, que establecen, en primer lugar, que los hechos sociales manifiestan por sí mismos
su verdad; en segundo, que la sociedad está formada por individuos aislados que entran en
relación; y, en tercero, que el fundamento de su carácter científico reside en la subjetividad del
individuo. Si sólo usáramos estos principios como base para construir los conceptos, entonces
éstos se reducirían a designar los hechos (puesto que los hechos dicen su verdad), y así el
trabajo científico sería solamente encontrar los medios para expresar tales conceptos en
términos cuantificables. Si se opta con considerar de esta manera a las ciencias sociales (de
hecho, muchas personas así lo hacen; es también como se tienden a pensar las ciencias del
diseño), es posible producir las leyes que regulan su producción, pero esas leyes sólo pueden
obtenerse a través de la observación sistemática; pueden incluso producirse modelos de
análisis a partir de esas leyes. Sin embargo, como se dijo en al capítulo anterior, tanto esas
leyes como los modelos constituyen resultado de una práctica, pero se trata de una práctica
empírica, que no produce explicaciones, sino que simplemente está hecha de observaciones,
mediciones, clasificaciones; a través de ella se establecen relaciones entre fenómenos y se
realizan las verificaciones necesarias. Por eso, toda esta actividad y sus resultados no bastan
para explicar los objetos concretos; de allí que no podamos pensar que ese camino para el
estudio de la sociedad sea verdaderamente científico.31

El estudio de las ciencias sociales, grupo en el que incluimos a las disciplinas del diseño,
requiere pensar en un acercamiento diferente al estudio de la sociedad. Una primera
aproximación nos llevaría a destacar que las sociedades humanas (que a final de cuentas es lo
que el investigador quiere conocer) poseen rasgos como los siguientes:32 primero, que las
31
Con respecto la construcción de modelos, Badiou ha establecido que esta sola actividad no es suficiente,
puesto que siempre surge un conflicto de orden epistemológico “si se pretende hacer de la invención de
modelos la actividad misma de la ciencia, si el conocimiento científico es presentado como conocimiento por
modelos […] Los ‘hechos observados’ de los que el modelo da razón se hallan en un estado de dispersión
neutralizado: son dados como tales, fuera de toda intervención teórica, ya que ésta comienza precisamente
con la construcción del modelo, con el artificio del montaje”. (El concepto de modelo, p. 18) Por su parte,
Bourdieu señala que “los modelos construidos para comprender la realidad corren el riesgo de destruir la
realidad que describen, a menos que se sepa que un modelo no es la realidad”. (Curso de sociología general,
p. 236)
32
En su Curso de sociología general, Bourdieu establece que: “decimos que hay sociedad bajo tres o cuatro
condiciones. Primero, tiene que haber pluralidad, agregado o suma de individuos. Segundo, hace falta cierta
persistencia en el tiempo, ya que la persistencia en el tiempo es la condición para el establecimiento de
fuerzas de integración -que no sabemos muy bien cómo funcionan... de los individuos “que vivieron y
sociedades consisten en un complejo de instituciones interdependientes; segundo, que esas
instituciones están organizadas en diferentes niveles, desde la familia, la comunidad, el estado,
hasta llegar a los niveles globales; un rasgo más es que las sociedades también pueden verse
como estructuras de desigualdad y de dominación; y finalmente (y aquí es donde se articulan
las observaciones de Weber acerca de la comprensión como rasgo fundamental de lo humano),
que existe una dimensión cultural de la sociedad que está constituida por las creencias de las
personas y su representación simbólica en acciones y objetos. Esta aproximación al estudio de
lo social tendría que estar basada -como se argumentó en el segundo capítulo- en una crítica de
las nociones preconstruidas y en la producción de conceptos que permitieran esa crítica y que
condujeran el conocimiento del mundo social. Como se ha dicho, el problema de las ciencias
sociales es el del objeto, la producción de su objeto de estudio. Podríamos comenzar con la
búsqueda de cómo se entendía en sus inicios el estudio de lo social.

Las ciencias humanas tuvieron el objetivo desde su inicio, en especial la sociología, de


explicar las acciones humanas; y ello fue compartido por los fundadores de esta disciplina,
Durkheim y Weber, sobre todo el segundo. Desde que Aristóteles situó la acción como objeto
del conocimiento práctico o moral y la definió como el uso activo de la razón dirigida a lograr
el bien del hombre, la filosofía casi no volvió a tratar este tema de manera sistemática. Solo
después de las transformaciones de la modernidad vuelve a aparecer la preocupación por la
acción, sobre todo en relación con la producción de bienes y la transformación del mundo
físico y social. A partir de Weber, la sociología comenzó a interesarse por esa noción hasta
llegar a ser uno de sus conceptos centrales, aunque la filosofía política desde el siglo XVII ya
había planteado la relación entre la acción humana y la estructura de la sociedad, del Estado y
de la economía, y con ello estableció las premisas de una teoría de la acción social.

Por acción Weber entiende “una conducta humana (bien consista en un hacer externo o
interno, ya en un omitir o permitir) [existe] siempre que el sujeto o los sujetos de la acción
enlacen a ella un sentido subjetivo”. Llama conducta a cualquier tipo de acción humana “que
tome posición frente a un cierto objeto, encontrando en él su término de referencia; de tal
modo se identifica con la acción humana en cuanto condicionada por una situación objetiva”

trabajaron juntos durante suficiente tiempo para haberse organizado”. Tercera propiedad (que se desprende de
esta proposición), hace falta la adaptación recíproca del comportamiento de los individuos. […] Cuarta
propiedad, en algún momento, postularemos la existencia de una conciencia de grupo, de un sentimiento de
unidad”. (p. 185)
(Economía y sociedad, p. 5). Pero añade también que, desde el punto de vista de la sociología,
la conducta pertinente no es la acción humana sino la acción social, es decir, una especie
particular de acción que se refiere a la acción de grupos de individuos. La sociología, según
Weber, es la ciencia que estudia las acciones; por medio de ella se “pretende entender,
interpretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y
efectos”. Y la acción social es aquella en la que el sentido expresado por su sujeto “está
referido a la conducta de otros, orientándose por esta en su desarrollo”. (Ibid.) La continuación
de las propuestas de Weber requiere examinar de manera breve un concepto básico, el de
racionalidad.

Todas las nociones relacionadas con la razón (tales como racional, racionalidad, etc.), que
configuran un campo semántico más o menos bien definido, están, todas ellas, muy cargadas
de sentido común; de allí que casi todos tengamos una idea razonablemente clara de cómo
entenderlas, aunque no siempre de la manera adecuada; por ejemplo, comúnmente se califica
de racional a una persona que piensa las cosas antes de actuar, que recurre a la lógica antes que
a la intuición o a los sentimientos; y aunque esto no sea incorrecto, sí es parcial.

Noción de comunidad. Weber toma otro camino para enfocar la idea de lo racional y es el
camino que considera, aun cuando sea de un modo incipiente, la cuestión del significado; para
ello asume como punto de partida la noción de comunidad.33 Una comunidad es para él un
conjunto de personas que se caracterizan por concordar, por un lado, respecto de algo sobre lo
cual tal vez otras personas no están de acuerdo, y, por otro, en la autoridad concedida al
acuerdo por encima de cualquier cosa. La idea compartida que sustenta todas las demás es que
el conjunto en cuestión es realmente una comunidad; que las opiniones y actitudes son o
deberían ser compartidas y, si alguna de ellas difiere, siempre es posible llegar a un acuerdo;
esta disposición para llegar a acuerdos es una actitud básica y natural de todos los miembros

33
Giddens llama ‘comunidad’ a un “grupo de personas que conviven en una localidad determinada o que
mantienen un cierto interés compartido, y que se implican en interacciones sistemáticas entre sí”. (2015, p.
154) Aunque no se considera muy científico, este término agrupa dos significados: la primera, basada en la
noción de ‘comunidades de intereses’, donde “las que las personas y grupos pueden estar dispersos
geográficamente y no haberse conocido nunca en persona, pero aun así mantienen intereses compartidos”; y
la segunda que sostiene que “las comunidades son grupos sociales con una base territorial, constituidos por
redes de parentesco, vecinos, empresas y amigos, especialmente cuando estas comunidades tienen un tamaño
reducido”. (p. 155) Como se verá, la línea que tomamos en este escrito, la de Weber, sintetiza ambos puntos
de vista.
de la comunidad.34 El grupo formado es siempre una comunidad de significados y el sentido
de pertenencia es más fuerte y seguro porque no se elige, porque no se hace nada para crearlo
o no se puede hacer nada para destruirlo. Weber usa también el concepto de ‘actuar en
comunidad’ cuando “la acción humana se refiere de manera subjetivamente provista de sentido
a la conducta de otros hombres” (Ensayos sobre metodología sociológica, p. 189).

Para que exista comunidad lo importante es el consenso, pero no es necesario que los
participantes de ésta se conozcan; la única base de ese actuar por consenso es la validez
unívoca, en cada caso distinta, del consenso, y no una constelación de intereses internos o
externos que provoque alguna otra cosa y cuya existencia pueda estar condicionada por
estados interiores y fines individuales, por lo demás muy heterogéneos entre sí. También ve la
comunidad como una unión racional de fines que está basada en “un pacto expreso en cuanto a
medios, fines y ordenamientos”, y que perdura aunque sus participantes cambien
continuamente. La comunidad es el resultado de este actuar que se caracteriza por el hecho de
que, “a partir de la presencia de ciertas circunstancias objetivas en una persona, se espera de
esta, y se lo espera por cierto en promedio con derecho de que participe en el actuar en
comunidad y, en particular, que actúe en vista de los ordenamientos” (Ensayos sobre
metodología sociológica, pp. 208 y 213). Finalmente, dice que la comunidad solo existe
“cuando sobre la base de este sentimiento [de la situación común y de sus consecuencias] la
acción está recíprocamente referida —no bastando la acción de todos y cada uno de ellos
frente a la misma circunstancia— y en la medida en que esta referencia traduce el sentimiento
de formar un todo” (Economía y sociedad, p. 34).

Además de estas agrupaciones que son las comunidades, reconoce otras, a las que llama
organizaciones o corporaciones; estas se distinguen de las anteriores en el hecho de que sus
integrantes se reúnen solo para la realización de tareas definidas; como sus propósitos son
limitados, también son limitadas las pretensiones de influir sobre el tiempo, la atención y la
disciplina de sus miembros. Estos grupos son creados deliberadamente y, en ellos, el papel de
la tradición en la comunidad se sustituye por el propósito de la tarea, en función del cual se
establece la disciplina y el compromiso de sus integrantes. En estos grupos por objetivos que
son las organizaciones, los individuos no participan como personas completas sino que solo
34
“Llamamos comunidad a una relación social cuando y en la medida en que la actitud en la acción social [...]
se inspira en el sentimiento subjetivo (afectivo o tradicional) de los partícipes en constituir un todo” (Weber,
Economía y sociedad, p. 33).
desempeñan papeles; como son grupos especializados por las tareas que realizan, también lo
son sus integrantes según su contribución a la tarea. El papel de cada uno es distinto del que
desempeñan los otros miembros del grupo, así como de los otros papeles que pueda
desempeñar cada individuo en otras organizaciones. Una organización, pues, se compone de
roles o papeles y no de personas. Los individuos son integrantes de una comunidad como
personas totales, pero en las organizaciones no cuentan como totalidades sino solo por su
destreza para una función particular o su disposición para realizarla; es decir, son
intercambiables. Se espera que todo miembro de una organización se dedique íntegramente a
desempeñar su papel, que se identifique con él, pero también que se distinga, que no confunda
los derechos y deberes de ese papel con los de otra actividad o lugar.

Carácter racional de la modernidad. A principios del siglo XX hay una proliferación de


organizaciones en la sociedad, hecho que Weber identifica como una señal de la creciente
racionalización de la vida social. En uno de sus escritos más conocidos,35 hace un recuento de
varios fenómenos culturales que son propios del Occidente moderno. Éstos son, primer lugar,
el desarrollo de las ciencias que tienen en nuestra época una gran coherencia y sistematización
conceptual. Es el caso también para el campo de las artes y de los medios de representación
como la pintura y el dibujo. Otro es el desarrollo de la institución universitaria que, aunque se
originó en la Edad Media, en la civilización actual se caracteriza por el cultivo sistematizado y
racional de las especialidades científicas y la formación académica de especialistas. Un
elemento más es el desarrollo del Estado moderno y de la economía, que basa en el creciente
proceso de racionalización, y uno de cuyos resultados es el funcionario especializado: nunca
antes estuvimos condenados, como ahora, “a encasillar toda nuestra existencia, todos los
supuestos básicos de orden político, técnico y económico de nuestras vidas, en los estrechos
moldes de una organización de funcionarios”. (Weber, Economía y sociedad, p. 33) También
el crecimiento de las asociaciones políticas, organizadas en un ‘estado estamental’; solo en la
modernidad ha existido un parlamento con representantes elegidos, así como un Estado como
organización política, con una constitución y un derecho racionalmente articulado, y con una
administración de funcionarios especializados guiada por reglas racionales, las leyes.

35
La ética protestante y el espíritu del capitalismo, publicado como libro separado, pero que en realidad es la
introducción a los Ensayos sobre sociología de la religión.
El capitalismo ha tenido en Occidente una importancia, tipos, formas y direcciones que no han
existido de esa manera antes; dos de sus elementos fundamentales han sido la organización
racional del trabajo y la organización racional de la empresa, donde la segunda ha sido posible
gracias a la separación entre la economía doméstica y la empresarial, por un lado, y a la
existencia de una contabilidad racional, por otro. El capitalismo ha estado determinado por los
avances de la técnica; su racionalidad está condicionada por la capacidad de cálculo de los
factores y, por tanto, de las ciencias con base matemática, pero lo racional también está en su
desarrollo del derecho y de la administración (Weber, Ensayos sobre sociología de la religión,
I, pp. 11-24).

En resumen, el carácter racional de la cultura occidental está indicado, en primer lugar, por la
ciencia moderna, que da forma matemática al saber teórico y lo somete a prueba por medio de
experimentos controlados; después, por la creciente especialización del saber con la
organización universitaria; por el cultivo del arte institucionalizado; por la música armónica;
en pintura, por el uso de la perspectiva lineal y los principios constructivos de la arquitectura.
Por la sistematización de la teoría del derecho y de sus instituciones, así como del comercio
regulado por el derecho privado que dispone de sistemas de contabilidad y de organización del
trabajo, que usa el conocimiento científico para aumentar la eficiencia productiva y su propia
organización interna; por la administración estatal con su organización de funcionarios;
finalmente, por la ética económica capitalista que impone un modo racional de vida.

El proceso de racionalización se manifiesta en cuatro esferas coincidentes en el tiempo y que


se refuerzan mutuamente: la taylorización y organización del trabajo en la empresa capitalista,
y la concentración de empresas en grandes conglomerados; el desarrollo de la legislación
social, que produce un aumento en la burocracia administrativa encargada de la regulación
estatal de los problemas sociales; el desarrollo de la intervención del Estado en la economía
mediante la nacionalización de los sectores clave; y el desarrollo de los partidos de masas, con
su burocracia interna que asegura su organización y éxito. Con ello se produce la ampliación
de las estructuras burocráticas en la industria, pero sobre todo un cambio importante en la
organización dentro de la fábrica: el trabajo en cadena, la organización y división del trabajo,
así como la medición de tiempos y movimientos.
Este proceso de racionalización está también presente en el ámbito de la cultura: una cultura
racional supone la separación y diferenciación de tres esferas de valor: la de la ciencia y la
técnica, la del arte, y la del derecho y la moral, cada una con su propia lógica interna. El
desarrollo de la ciencia y la técnica viene junto con la racionalización de las explicaciones
generales del universo y el desencantamiento de las visiones del mundo. El arte se constituye
en una esfera propia y autónoma, y la ética sufre un doble proceso de diferenciación: por un
lado, separación de la moral y del derecho frente a la religión, y, por el otro, de la moral y del
derecho entre sí. Esto da lugar al desarrollo del derecho formal y a éticas basadas en principios
generales. Con este proceso se institucionaliza la acción racional tanto en la organización de la
vida de los individuos, como la acción económica que hace posible el desarrollo de la empresa
capitalista y la acción administrativa que hace posible la constitución del Estado moderno. Y
de aquí, el desarrollo de visiones racionales del mundo.

El proceso de aumento en la racionalidad se muestra como una creciente disciplinarización,


que se aprecia tanto en la industria como en la administración y en el aparato militar, que
funcionan como gigantescas máquinas: la máquina administrativa, la del trabajo en la industria
y la de la guerra. Allí, el individuo no es sino un engranaje más en ese ejército de trabajadores
de la administración pública o al de empleados acoplados a las máquinas o a las mesas en las
oficinas de las empresas, o de individuos convertidos en soldados.

En el proceso de racionalización de la producción desempeñaron un papel fundamental el


taylorismo36 y el fordismo. A principios del siglo XX, Taylor estudió detalladamente los
procesos industriales para dividirlos en operaciones simples que pudieran sincronizarse y
organizarse con precisión, lo cual tuvo gran impacto en la organización de la producción y de
la tecnología industrial; sin embargo, aunque la intención era mejorar la eficacia industrial, por
sí solo el taylorismo no podía lograr la transformación para llegar a la producción masiva, que
requiere mercados de masas. El llamado fordismo amplió los principios de organización
científica de Taylor para llegar al sistema de producción masiva.37
36
Se llama taylorismo al sistema de producción cuyo objetivo es maximizar el rendimiento industrial; tiene
como antecedente las ideas de Adam Smith sobre la división del trabajo como factor para incrementar la
productividad.
37
Henry Ford concibió su primera fábrica de automóviles en 1908 con el fin de fabricar un único producto, el
modelo T. Ello permitió el uso de herramienta y maquinaria especializadas, ideadas para trabajar de forma
rápida, precisa y simple. Una de sus innovaciones fue la construcción de una cadena de montaje móvil,
inspirada en los rastros de Chicago, donde los animales se desmontaban pieza por pieza en una cadena móvil.
Cada trabajador de la cadena de montaje tenía una tarea específica en el ensamble de cada pieza.
Relación entre acción y racionalidad. En el habla cotidiana, se dice que es racional toda
aseveración que está fundamentada; lo mismo se dice de una actividad que llega a su término
de una manera eficaz; son racionales porque están respaldadas por la razón o se basan en
razones. Pero Weber no aplica el atributo de racional a los sujetos sino a las acciones. Una
acción es racional cuando, de entre las diversas maneras posibles de actuar, el actor elige la
que le parece más adecuada para lograr los fines que se propone; los medios para lograrla se
seleccionan de acuerdo con lo exigido por los fines. También se da el caso de que el actor
dispone de ciertos medios que pueden ser usados para diferentes propósitos, y selecciona el
que considera de más valor (el más atractivo o deseable, o el que está vinculado con la mayor
necesidad). En ambos casos se miden los medios por los fines y su verdadera o supuesta
correspondencia mutua se considera como el criterio último en la elección entre la decisión
correcta y la errónea. La acción racional, dice Weber, es voluntaria si el actor ha elegido
libremente y no ha sido empujado por hábitos que no controla o por pasiones ciegas.

A diferencia de otras acciones, como la acción tradicional, basada en hábitos y costumbres, y


la afectiva, la acción racional se define como aquella en la que el fin que se quiere alcanzar
está claramente formulado y en la cual los actores concentran sus pensamientos y sus
esfuerzos en seleccionar los medios que parecen ser más eficaces y económicos. El segundo
tipo de comunidad ya mencionado, la organización (o burocracia, como también la llama
Weber) es la adaptación a las exigencias de la acción racional; es, de hecho, el método más
adecuado para lograr fines. Así, el rasgo más importante de la racionalidad es que está
orientada hacia fines, es decir, que orienta su acción por los fines, pero también los medios y
las consecuencias implicados; actuar racionalmente es lo opuesto a actuar afectiva o
emotivamente o hacerlo de acuerdo con la tradición (Economía y sociedad, p. 21).

Lo que caracteriza las acciones es que están sometidas a reglas (o normas), a diferencia de los
simples comportamientos. A veces se piensa que muchos comportamientos siguen una regla
porque se repiten regularmente; pero las regularidades solo pueden ser observadas y descritas,
mientra que las acciones requieren la comprensión, es decir, es necesario saber de qué reglas
son producto. Percibir una acción supone la comprensión de una regla, y su interpretación se
realiza con base en ella.
Para que una regla exista debe ser reconocida como tal por al menos dos sujetos y tener igual
significado para ambos. Los diferentes tipos de reglas hace que existan también diferentes
clases de acciones. Weber, sin embargo, solo habló de una de ellas: las acciones orientadas
hacia fines u orientadas hacia el éxito. Un grupo de estas acciones orientadas hacia fines es el
de las que usan las reglas que expresan un saber sobre las leyes de la naturaleza: un obrero o
un artesano conoce las reglas (que son reglas técnicas) para usar ciertos materiales o ciertos
procedimientos; la acción basada en estas reglas se llama acción instrumental, y se reduce a la
manipulación de objetos orientada a lograr un determinado fin. El saber implícito de las reglas
técnicas se expresa de manera explícita como tecnología, que se compone de imperativos que
prescriben cómo organizar los medios de una forma racional para conseguir el fin deseado.

Las acciones instrumentales, como toda acción, están basadas en reglas o normas que son
siempre aprendidas. Su aplicación exige una actitud objetivante ante el mundo, donde el sujeto
adopta frente a los objetos una relación unilateral, pues sólo se orienta a conseguir el fin
propuesto. La acción instrumental, además de observar reglas técnicas, se evalúa su eficacia en
la intervención de un estado físico.

A pesar de haber planteado la necesidad de combinar el comportamiento externo del con la


comprensión del significado interno o subjetivo de la acción (es decir, al postular el sentido
como concepto central), Weber habló de un solo tipo de acción, la orientada a fines o hacia el
éxito, cuya comprensión se obtiene por medio de la interpretación del comportamiento dentro
de un contexto de propósitos, valores, necesidades y deseos. Una acción es significativa (y por
tanto inteligible), dice, si se puede relacionar con un contexto adecuado de medios y fines, es
decir, si se puede entender desde una razón; de allí que su significado no se pueda explicar
como respuesta a un estímulo externo.

El giro lingüístico. Weber introduce el concepto de significado como elemento central de su


teoría de la acción y por medio de él distingue las acciones de los meros comportamientos
observables. Pero no consiguió dar el paso hacia una teoría del significado, pues sus supuestos
filosóficos no lo permitan; de hecho, Weber no relaciona el significado con el medio
lingüístico para una posible comprensión sino que lo hace con las creencias e intenciones de
un sujeto actuante tomado en principio de manera aislada; no considera que el significado
pueda ser producto de una relación interpersonal de al menos dos sujetos, sino como la
actividad de un sujeto solitario orientada hacia un fin; en síntesis, asume que el individuo
razona solo desde su propio punto de vista, lo cual reduce a los seres humanos a ser simples
portadores presociales de necesidades y deseos; y no sólo como todavía no sociales, sino
incluso como previos a su carácter de individuo; de allí que no pueda ver los significados
como públicos y compartidos. Para dar ese paso hacia las teorías del significado hace falta
tomar en consideración el cambio en la filosofía y las ciencias humanas que se conoce como el
giro lingüístico.

Este cambio, que también hace posible una nueva concepción del conocimiento y una
posibilidad de examinar la cuestión de la identidad desde otros ángulos, ocurrió a principios
del siglo XX, aunque comenzó a gestarse en todos los ámbitos desde el siglo anterior. Desde
Descartes hasta esa época, varias corrientes filosóficas habían puesto la cuestión del sujeto en
el centro de sus preocupaciones. Algunos estudiosos actuales engloban esas corrientes bajo el
nombre de ‘filosofías de la conciencia’, que se caracterizan en que piensan que el problema
central es cómo un sujeto aislado puede conocer objetos y personas que están fuera de su
mente. Esta pregunta ha estado presente en todas esas filosofías y se basa en el dualismo
conceptual postulado por Descartes entre sujeto y objeto (en otros términos, entre mente y
materia).

En la visión cartesiana, el conocimiento se concibe como algo que presupone la recepción


pasiva de las impresiones del mundo exterior; ve que el conocimiento es dependiente de una
cierta relación entre esos componentes del mundo exterior y ciertos estados internos,
originados por esa realidad externa. Concebir así al sujeto, pensar así la relación sujeto-objeto
con respecto al conocimiento, conduce a posiciones erróneas ya que excluye formas de razón,
acción y experiencia dialógicas. Este modo cartesiano fue cuestionado al menos desde
principios del siglo XIX por reflejar la actitud de un observador aislado. Aunque en esa visión
se puede considerar que el agente coordina sus acciones con las de los demás, no puede dar
cuenta de lo que requiere una gran cantidad de acciones, que es no de un agente individual,
sino de un agente integrado porque las acciones son dialógicas, realizadas por agentes no
individuales,

[...] lo cual significa que, para los que están implicados en ella, la identidad de esta acción, en tanto
que acción dialógica, depende esencialmente del hecho de que la posición de agente sea compartida.
Estas acciones son constituidas como tales por una comprensión común a quienes componen el
agente común. (Charles Taylor, Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje
y la modernidad, p. 229).

El conocimiento del otro, de los seres humanos en general y de la diversidad de las culturas,
requiere, pues, una concepción dialógica, superar aquella visión del conocer, puesto que no es
posible entender la vida humana solamente en términos de sujetos individuales que forman
representaciones acerca de los demás y responden unos a otros; gran parte de la vida y de las
acciones humanas en general, solo es posible en la medida en que el agente se entiende y se
constituye como una parte integrante de un ‘nosotros’.

En la filosofía del siglo XX se asiste a un cambio que deja a un lado la experiencia psicológica
y se vuelve hacia el lenguaje como el lugar adecuado para investigar el conocimiento. Con
ello, los problemas de lo que existe, de lo que puede ser conocido y de cómo se puede conocer,
ahora se pueden entender como problemas del significado, de aquello a lo que nos referimos y
cómo lo hacemos. Es a este cambio lo que se denomina como giro lingüístico, que, en general
se manifiesta como un alejamiento de las filosofías de la conciencia, centradas en el sujeto,
que no ven que la vida humana tiene una naturaleza fundamentalmente intersubjetiva, ni el
papel de las habilidades comunicativas para crear y sustentar la vida social, ya que para ellas,
como se dijo, el problema central es cómo un sujeto aislado puede adquirir conocimientos de
objetos y personas exteriores a su mente.

Las reglas y la competencia. Con esto en mente, podemos regresar a la noción de acción. La
actividad de cualquier sujeto, por ejemplo la de un sujeto que lee, o la de un obrero de la
construcción que levanta una pared o del héroe que rescata a la princesa en los cuentos
populares, o, para los propósitos, para la actividad de un diseñador, es en todos los casos una
acción ya que lo que se produce con ella es un resultado que tiene sentido, por lo que es
necesaria la interpretación y la comprensión, cuya condición sine qua non es tener conciencia
de las reglas subyacentes. Lo que caracteriza las acciones es que están sometidas a reglas, a
diferencia de los simples comportamientos, como se dijo antes. Un comportamiento, incluso
repetido regularmente puede hacer creer que sigue una regla; la acción, por el contrario,
necesita comprensión, debe ser entendida, lo que lleva a buscar la regla de la cual es resultado.
En resumen, percibir una acción presupone la comprensión de una regla, y su interpretación se
realiza a la luz de esa regla entendida. Y para que exista una regla es necesario que sea
reconocida como ella misma por al menos dos sujetos y que para ambos tenga una identidad
de significado.

Una primera clasificación de las reglas es la que John Searle propone; dice que hay dos tipos;
en primer lugar, las que regulan formas de comportamiento que existen previamente, es decir
actividades independientes de las reglas mismas; a éstas las denomina regulativas, porque su
carácter normativo se orienta hacia formas de conducta independiente y previamente
existentes; las reglas de etiqueta, por ejemplo, regulan relaciones interpersonales que son
independientes de tales reglas. El segundo tipo es el de las reglas constitutivas, las cuales no
solo regulan sino que hacen posibles las formas de actividad que regulan; son constitutivas de
esas formas de actividad (Actos de habla, pp. 41-42).

Actuar de acuerdo con reglas del segundo tipo produce la actividad que se regula; son las
reglas mismas las que crean o definen nuevas formas de conducta. La mera posibilidad de
jugar ajedrez, por ejemplo, depende de que existan las reglas para este juego; de igual manera,
las reglas del fútbol no regulan simplemente el hecho de jugarlo, sino que crean, por así
decirlo, la posibilidad misma de su existencia, pues hay varias actividades, como los juegos,
que están constituidas por el hecho de actuar de acuerdo con las reglas apropiadas. Las reglas
del primer tipo regulan una actividad previamente existente, cuya existencia es lógicamente
independiente de las reglas. Las del segundo tipo se llaman constitutivas porque conforman (y
también regulan) una actividad cuya existencia es lógicamente dependiente de ellas. Una
actividad de particular importancia basada en reglas constitutivas es hablar una lengua; hablar
es realizar actos de acuerdo con reglas constitutivas; como dice Searle,

La estructura semántica de una lengua es una realización convencional de conjuntos de reglas


constitutivas subyacentes; los actos de habla son actos realizados característicamente de acuerdo
con esos conjuntos de reglas constitutivas” (Mind, language and society. Philosophy in the real
world, p. 123).

Las reglas de la gramática, como las reglas de los juegos, son constitutivas pues no regulan
comportamientos que existan con independencia de ellas, sino que son ellas mismas las que
introducen una nueva categoría de formas de comportamiento. La finalidad con la que esas
reglas generativas pueden ponerse en relación no se constituye sino mediante esas mismas
reglas.
Habría que añadir que existe una distinción entre dos tipos de saber: know how y know that,
que sería algo así como entre saber cómo y saber qué (o saber eso). Se sabe cómo tocar piano
o cómo podar árboles, pero se sabe que el caballo es animal cuadrúpedo o que navaja se dice
knife en inglés. La diferencia está en que saber cómo es saber las reglas que gobiernan esa
actividad; sin embargo, esto no quiere decir que cuando se toca piano o se sabe podar árboles,
quien lo hace es capaz de hacer explícitas las reglas que orientan tales actividades. Es el
mismo caso que hablar una lengua: se habla español cuando se dominan las reglas
fonológicas, sintácticas, semánticas, etc., de esa lengua, pero no todos los hablantes son
capaces de hacer explícitas esas reglas.

Saber cómo (know how) es saber las reglas, es ser competente en esa actividad. Pero saber
hacer algo no es igual a hacer explícitas las reglas que gobiernan esa actividad. De hecho, se
puede ser competente en un juego sin haber oído o leído las reglas: por la observación de los
movimientos de los demás y de cuáles de ellos son aceptados o rechazados, se puede adquirir
la competencia de jugar correctamente. De esa manera aprendemos las reglas elementales de
la gramática o las de la lógica: lo hacemos por la práctica, por el ejemplo, por la enseñanza,
pero a menudo lo hacemos sin ninguna ayuda.

Casi todos podemos producir o entender frases con sentido, pero esto se hace normalmente sin
la conciencia de las reglas que gobiernan esa capacidad. Sin embargo, por el hecho mismo de
entender las frases se posee un saber implícito de las reglas, y por medio de ese saber es
posible determinar si la frase está correctamente construida; es decir, se puede determinar si su
producto está orientado por las reglas o si se desvía de ellas; incluso se puede determinar el
grado de desviación de esas reglas.

Por tanto, se entiende el significado de una acción simbólica particular, como una jugada de
ajedrez o un enunciado verbal, cuando se dominan las reglas que gobiernan el uso de las
piezas del ajedrez o de los elementos de la lengua; es decir, se comprende una acción
simbólica cuando se tiene competencia para seguir ciertas reglas; y sabemos que seguir una
regla significa en cada caso particular seguir la misma regla. La identidad de una regla en sus
múltiples realizaciones no se debe a la presencia de ciertas constantes observables, sino al
hecho de que sea válida intersubjetivamente. Es decir, para que alguien pueda seguir una regla
(la misma regla), debe ser válida por lo menos para dos personas.
Cuando alguien sabe algo, cuando domina las reglas de esa actividad, sea hablar o jugar
futbol, se dice que es competente en esa actividad. Un aspecto central de la competencia es
que un jugador no usa las reglas para aplicarlas a jugadas que existan antes, sino que el uso de
las reglas produce tales jugadas. Lo importante de una regla no es su descripción sino el hecho
de que se sabe usar, de que se tiene una competencia de ella. En este hecho de saber usarla se
expresa la posibilidad de aplicar una regla aprendida para producir resultados nuevos. Lo
específico de una regla se expresa en la competencia de aquel que la domina. Entender un
juego significa que se entiende de algo, que se puede algo. Entender significa dominar una
técnica y en este dominar se expresa el hecho de que se puede aplicar una regla aprendida, y
con ello también la creatividad de la generación de nuevos casos y de ejemplos de
cumplimiento de la regla. Saber una regla produce cada vez resultados nuevos; a esto se
refiere Chomsky al hablar de la ‘creatividad’ del lenguaje.
3. El diseño como una ciencia social

Como se dijo en páginas anteriores, nuestro punto de partida para el estudio de lo social es
pensar que una sociedad es un conjunto complejo de instituciones conectadas entre ellas e
interdependientes; esas instituciones están organizadas en niveles, desde la familia hasta los
niveles globales; toda sociedad consiste en ciertas estructuras de desigualdad y de dominación;
finalmente, lo que más importa aquí destacar, es que toda sociedad posee una dimensión que
se puede llamar cultural, formada por las creencias y su representación simbólica en acciones
y objetos.

La ciencia del diseño como una ciencia social. Una característica central de toda actividad
humana es que está asociada con significados, con sentidos que lo son tanto para el que la
ejecuta como para los demás, y que para determinar esos significado se tiene que realizar un
trabajo interpretativo. Dentro de la amplia gama de acciones humanas, es decir, de actividades
realizadas por humanos, existe una de particular importancia, que es aquella que se encamina
hacia la producción o construcción del entorno humano, del marco de vida, y a esa actividad
es a la que hemos dado el nombre genérico de ‘diseño’ o de actividad proyectual, cuya función
es construir el espacio social. Esta actividad es muy diversa en sus formas de manifestarse, por
lo que no puede estudiarse por una sola disciplinas sino que requiere ser estudiada por varias,
cuyo conjunto conforma lo que antes llamamos como disciplinas del diseño; cada una de ellas
a su manera y desde su posición particular, como se dijo antes, se ocupa de construir una
porción de ese marco de vida.

Si las ciencias sociales y/o humanas tienen por función el estudio de las acciones humanas, de
todo lo que hace el ser humano, si todas ellas están asociadas con significados, por tanto, si la
construcción de nuestro entorno, si la producción del marco donde se desarrolla nuestra
existencia es la función primordial de la práctica proyectual, esa producción es por excelencia
generadora de sentidos; de allí que este conjunto de disciplinas denominados como ‘diseño’
deba tener su lugar dentro del campo mayor de las ciencias sociales.

En consecuencia, al asumir que las disciplinas del diseño forman parte del campo de las
ciencias sociales y/o humanas, entonces es posible extender a esos estudios la misma
convicción acerca de la importancia de la comprensión de las ciencias sociales: su
entendimiento nos permite entender el mundo en el que vivimos y saber nuestro lugar en ese
mundo; con ello, podemos estar capacitados para poder entender a los demás y para
entendernos a nosotros mismos. También nos da la posibilidad para enfrentarnos a los
problemas sociales y nos conduce a interesarnos por los orígenes de estos problemas en la
estructura de la sociedad y qué es lo que hace que ciertas clases de comportamientos se
definan como problemas. Gracias a su comprensión podemos entender qué es la sociedad.

Si las ciencias sociales y humanas, es decir, las del hombre y de la sociedad, tienen en el
nombre su calificación como disciplinas de las científicas, entonces, de la misma manera que
las ciencias del grupo de las naturales y físicas tienen el atributo de la objetividad y de la
sistematicidad, también en las ciencias sociales y/o humanas, la teoría debe ocupar un lugar
fundamental; de igual forma, también en estas disciplinas las teorías se tienen que probar de
manera igualmente objetiva y sistemática. El científico social no asume que conoce las
respuestas o que su teoría es la correcta, sino que, de la misma manera que en las ciencias de la
naturaleza, iene que demostrar la verdad de sus ideas por medio de la recolección apropiada de
los datos empíricos; para ello usa una amplia variedad de métodos y técnicas para hacerlo, que
pueden ir desde encuestas en gran escala hasta la observación participante de situaciones
particulares en profundidad. De la misma manera que en las ciencias de la naturaleza, en estas
otras ciencias el investigador también tiene que demostrar la verdad de sus ideas por medio de
la recolección apropiada de los datos empíricos, para lo cual tiene a su disposición varios
métodos y técnicas, que son apropiados para diferentes temas y situaciones, pero también
pueden usarse para complementar y comprobarse unas a las otras. Los estudiosos de lo social,
incluyendo aquí los investigadores en diseño, aprovechan muchas fuentes diferentes de
material, y, de la misma manera que las teorías involucradas en sus disciplinas, también los
métodos y las maneras en que interpretan sus datos están abiertos al escrutinio de los demás
integrantes de su comunidad. En resumen, estas ciencias, como todas las demás, se basan en
métodos sistemáticos de observación y en la construcción explícita de teorías. Como se puede
extrapolar a partir de allí, todo esto que se dice de las ciencias sociales en general, es válido
también para los estudios sobre el diseño.

A pesar de las diferencias entre las ciencias naturales y físicas y las sociales y humanas, el
trabajo que hacen los estudiosos de la sociedad es del mismo orden que los estudiosos de la
naturaleza; en ambos casos se trata de un trabajo científico puesto que hacen uso de teorías
explícitas y de maneras de recolectar datos de manera objetiva y sistemática; las teorías en las
ciencias humanas, como las de las ciencias naturales, están abiertas a la verificación y a la
revisión. Es verdad que su trabajo difiere de lo que se hace en aquellas ciencias puesto que hay
importantes diferencias entre los mundos social y natural vistos como objetos de estudio,
diferencias que realmente requieren que quien estudia la sociedad tenga que ir más allá de lo
que los métodos de las ciencias naturales permiten. El trabajo que se realiza en los límites de
una ciencia social difiere del que se hace en una ciencia natural, pero aun así las ciencias
sociales son ciencias en toda la extensión del término. Consecuentemente, si el campo de los
estudios acerca del diseño está dentro del campo más amplio de los estudios sobre la sociedad,
también los estudios que en él se realicen puede recibir el calificativo de científicos.

Las ciencias sociales y las humanas. Para propósitos de esta discusión, pensamos que es más
importante establecer cuál es la función de las ciencias sociales y/o humanas, qué hacen, por
lo cual no vamos a hacer distinciones entre ambas clases de ciencias, las sociales y las
humanas. Según dice Bauman (Thinking sociologically), las ciencias sociales y/o humanas se
ocupan todas ellas del mundo hecho por el hombre, o del aspecto del mundo que lleva la
huella de la actividad humana; todas ellas son cuerpos de conocimientos que discuten las
acciones humanas y sus consecuencias. En este punto, el autor se pregunta qué es lo que hace
que se hable de ciencias, en plural, y por qué, si todas hablan de lo mismo, tienen nombres
diferentes (por ejemplo, sociología, etnología, etc.) Una respuesta inmediata, pero que no
resiste el análisis, es que ello se debe a que las acciones humanas, o algunos de sus aspectos,
efectivamente difieren entre sí y que, por tanto, las divisiones entre las ciencias simplemente
expresan este hecho. Si así fuera, la historia y la sociología tendrían sus propios campos de
estudio (por ejemplo, como dicen los libros de texto, de las acciones de los hombres del
pasado para la historia, y de las acciones en las sociedades actuales para la sociología); de
igual manera se dice que la sociología se ocupa de las sociedades actuales mientras que la
antropología lo hace de acciones humanas en sociedades distantes. Se trata, como se puede
verificar, de una respuesta inmediata del sentido común, que tendríamos que poner en
cuestión. También Bourdieu se interesa por ese tema cuando señala que la separación entre la
sociología y la historia es una división falsa y totalmente desprovista de justificación
epistemológica. En su artículo ‘Los usos sociales de la ciencia’, incluido en el libro del mismo
título, dice que “la distinción entre etnología y sociología es un ejemplo de frontera falsa, es
un producto de la historia colonial que no tiene ninguna justificación lógica”. (p. 8)
Estas afirmaciones refuerzan el argumento de Bauman, quien dice que el hecho de dividir el
mundo de lo social en tipos diferentes es algo a lo cual nos hemos poco a poco acostumbrado
por la institución escolar, pero que lo que esa división nos da a conocer no es ya el mundo en
sí mismo, tal cual es, sino que la imagen del mundo que obtenemos es algo que nuestras
propias prácticas han construido en función de la manera en fuimos conformados por esa
costumbre. Según Bauman (Thinking sociologically, pp. 3-4), se trata de

[…] un modelo que viene junto con los bloques de experiencia derivados de las relaciones entre
lenguaje y experiencia. Así, no hay división natural del mundo humano que se refleje en las
diferentes disciplinas escolares. Es, por el contrario, una división del trabajo entre los académicos
que examinan las acciones humanas y que está reforzada por la separación mutua de los respectivos
expertos, junto con los derechos exclusivos de que cada grupo disfruta para decidir qué es lo que
pertenece y qué es lo que no a sus áreas de competencia.

Nuestra experiencia cotidiana muestra que el mundo de lo social no se divide naturalmente en


los compartimentos de las disciplinas universitarias, aunque podamos separar esos dominios
en nuestra experiencia; es decir, si se dice que tal acción pertenece a la política mientras que
tal otra a la economía, es porque hemos aprendido a hacer esas distinciones. En otras palabras,
las distintas disciplinas del currículo académico no reflejan la división del mundo humano sino
al contrario, la división del trabajo académico que se ocupa de las acciones humanas se
proyecta sobre el mapa del mundo humano que tenemos en la mente y después desplegamos
en nuestros actos. Es esta separación del trabajo la que da estructura al mundo en que vivimos.
De allí que, si queremos descubrir lo que establece la diferencia entre las disciplinas, sea
necesario observar las prácticas de las disciplinas mismas, que antes pensábamos que
simplemente reflejaban la estructura del mundo.

Examinadas de cerca, existen pocas diferencias entre las prácticas de las diversas ramas de
estudio de lo social; igualmente, existe muy poca o ninguna diferencia entre sus actitudes
hacia sus objetos de estudio. De acuerdo con Bauman, todas obedecen a las mismas reglas de
conducta cuando tratan sus objetos; todas se esfuerzan por reunir los hechos pertinentes; todas
aseguran que sus hechos son correctos y que la información es confiable; todas formulan sus
propuestas acerca de los hechos de modo no ambiguo; en resumen, todas tratan de obtener y
presentar sus resultados, de manera responsable, de la manera que se llega a la verdad. Los
practicantes de estas ciencias despliegan estrategias similares para recoger y procesar sus
hechos, y comparten las mismas reglas lógicas para extraer y validar las conclusiones que se
desprenden de los hechos. Estas afirmaciones son compartidas por Bourdieu en el pasaje
donde postula que:

[…] las ciencias sociales están sometidas a reglas que valen para todas las demás ciencias: se trata
de producir sistemas explicativos coherentes, hipótesis o proposiciones organizadas en modelos
capaces de dar cuenta de un amplio número de hechos observables empíricamente y susceptibles de
ser refutados por modelos más poderosos, que obedecen a las mismas condiciones de coherencia
lógica, de sistematicidad y refutabilidad empírica (Una invitación a la sociología reflexiva, p. 159).

Parecería que la posibilidad de encontrar la buscada diferencia estuviera en el tipo de


preguntas que hace cada rama de la investigación, preguntas que son las que determinan los
puntos de vista, es decir, las perspectivas cognoscitivas desde las que se contemplan, se
exploran y se describen las acciones humanas, de los principios de orden de la información
generada por la pregunta y de la forma de organizarla en un modelo de un determinado
aspecto de la vida humana. Cada una de las disciplinas sociales y/o humanas tiene su propia
perspectiva cognoscitiva, su propia serie de preguntas para indagar las acciones humanas y su
propia batería de principios de interpretación. Por tanto, en una primera aproximación, lo que
da identidad a las diferentes ciencias de la sociedad, lo que le da sus rasgos distintivos, es el
hábito de considerar las acciones humanas como elementos de elaboraciones más amplias, es
decir, de una disposición no aleatoria de actores, en una red de dependencia mutua. Son esas
preguntas lo que constituye el dominio de investigación de cada disciplina social y que la
define como una rama de las ciencias humanas. De allí su conclusión de que cada disciplina
social es una manera de pensar el mundo humano.

Las ciencias sociales y Auguste Comte. La división del estudio de lo humano y de la sociedad,
el establecimiento de fronteras entre sus diversos acercamientos es, pues, algo arbitrario; éstas,
según afirma Bourdieu en el mismo lugar,

[…] son el resultado de la reproducción académica y que no tienen fundamento epistemológico


entre la sociología y la antropología, la sociología y la historia, la sociología y la lingüística, la
sociología del arte y la sociología de la educación... Aquí una vez más tenemos una situación en la
que la transgresión de las fronteras disciplinarias es prerrequisito del avance científico (pp. 215-6).

Y uno de las más poderosos pilares que sostienen esta concepción es la todavía vigente tabla
jerárquica de las ciencias establecida por Auguste Comte; se trata, pues, de un legado del
positivismo. Desde muy joven, Comte pensaba que se podían aplicar los métodos de la física o
de las ciencias naturales en general a los problemas sociales y que con ellos se obtendrían
resultados tan precisos como en aquellas disciplinas. Según él, eso era posible porque creía
que todos los fenómenos, incluidos los humanos y sociales, estaban sometidos a leyes
naturales invariables. En el caso los problemas sociales y humanos, esas leyes se podían
determinar por la ciencia de la sociedad, que la consideraba como una física social, que se
ocupaba del estudio objetivo y positivo de la sociedad.

El positivismo está relacionado con la emergencia de la etapa de la ciencia característica de lo


que Comte llama el “estado positivo”, que es el tercero de los tres estados de los que habla en
su ley, expuesta en su Curso de filosofía positiva (publicado entre 1830 y 1842). Dicho de
manera resumida, en la primera etapa, la mente humana, en busca de las causas finales de los
fenómenos, explica las aparentes anomalías en el universo como intervenciones de agentes
sobrenaturales; en la segunda las cuestiones permanecen igual, pero en las respuestas los
agentes sobre naturales se remplazan por entidades abstractas. En la tercera etapa, la positiva,
la mente deja de buscar las causas de los fenómenos y se limita estrictamente a las leyes que
los gobiernan; de la misma manera, las nociones absolutas se sustituyen por nociones
relativas; por tanto, que la actividad científica proporciona siempre un conocimiento
aproximado puesto que se acerca cada vez más a la verdad, pero sin alcanzarla nunca; no hay
lugar para la verdad absoluta.

Comte toma como punto de partida el hecho que “los fenómenos observables pueden
clasificarse en un muy pequeño número de categorías naturales” que corresponden a las
diferentes ciencias, y propone una clasificación racional a partir de una comparación de esos
diferentes fenómenos. (A. Comte, Cours de philosophie positive. Edición electrónica en
www.uqac.uquebec.ca/zone30/Classiques_des_sciences_sociales/index.html) En efecto, para
él, existe entre ellos una dependencia. De esta manera, propone el orden siguiente: las
matemáticas, la astronomía, la física, la química, la biología y, al final, la sociología; cada
ciencia (o cada fenómeno que esta ciencia observa) depende de los precedentes sin que ésta
esté bajo su dependencia. De acuerdo con esta jerarquía (entendida en sentido positivo y no
normativo), las ciencias se clasifican desde lo más abstracto, general, simple, avanzado y
alejado, hasta lo más concreto y “lo que interesa directamente para el hombre”.

Además de la ley de los tres estados, el segundo pilar del positivismo es el de la clasificación
de las ciencias; con ello quiere hacer justicia a la diversidad de éstas sin perder su unidad, y
así, evitar la fragmentación del conocimiento. Las ciencias, de ese modo, se relacionaron unas
con otras en una escala que va de lo general a lo particular y de lo simple a lo complejo; desde
las matemáticas hasta la sociología, la generalidad disminuye y la complejidad aumenta. Esta
ley también tiene un aspecto histórico pues proporciona el orden en el cual se desarrollan las
ciencias: la astronomía requiere de las matemáticas y la química de la física. Cada ciencia
descansa sobre la que le precede, depende de ella, aunque no sea su resultado. Finalmente,
aquí también está el origen de la fuerte presencia del método en el modo positivista de
pensamiento. Según Comte, hay una diferencia sistemática entre método y doctrina, que se
oponen de la misma manera que el punto de vista lógico y el punto de vista científico. El
método se presenta como superior a la doctrina: las doctrinas científicas cambian (es lo que
significa ‘progreso’), pero el valor de la ciencia está en sus métodos. El método positivo se
manifiesta en diferentes formas, de acuerdo con la ciencia a la que se aplique: en astronomía
es la observación, en física la experimentación, en biología la comparación. Esta presencia del
método también la señala Bourdieu al hablar de las ciencias actuales, donde

[…] buena parte del trabajo de investigación empírica sigue dirigido a problemas que son antes
producto del “sentido común académico” que de un pensar científico serio. Y dicha investigación
suele justificarse a sí misma por la “metodología”, concebida con demasiada frecuencia como una
especialidad en sí misma que consiste en una colección de recetas y preceptos técnicos que uno
debe respetar no para conocer el objeto sino para ser visto como alguien que sabe cómo conocer el
objeto (Una invitación a la sociología reflexiva, p. 250).

En las instituciones universitarias, en los centros de investigación, en los órganos nacionales


encargados de dictar las políticas que rigen la investigación; en fin, en todos estos espacios
permanece de algún modo válida la propuesta de Comte, y, por consiguiente, actúan como si la
definición de las áreas de estudio o de las disciplinas estuviera dictada por razones naturales y,
por tanto, como si fueran estancos no susceptibles de modificación, con límites estrictos e
inamovibles; de allí que no consigan ver esas áreas o campos de estudio como productos de
convenciones, como compartimentos artificiales que están en continua transformación.

Ya hemos aclarado que las unidades deducidas analíticamente en una práctica que todavía no
es científica se denominan nociones; las leyes y los modelos definidos por medio de ese
trabajo son sólo es, nociones, es decir, generalizaciones producidas por abstracción. Y las
nociones no explican, sino que son ellas mismas las que requieren ser explicadas por medio de
un nuevo trabajo, que es precisamente el trabajo teórico. La identificación de un fenómeno, su
designación y generalización, son momentos de un trabajo que todavía no es científico, puesto
que por sí solas no explican los fenómenos. Este tipo de actividad, que es la que generalmente
encontramos en muchos de los libros que tratan de la sociedad (y en general en los que tratan
sobre diseño), es más bien una práctica precientífica o preteórica, que descubre por medio del
análisis las regularidades propias de un dominio determinado de fenómenos; es decir, obtiene
información sistemática de las realidades concretas, pero no da el siguiente paso, el de
transformar esas nociones en conceptos, y elaborar una teoría.

Incluso otras ciencias sociales más desarrolladas, como la sociología, al menos en sus
vertientes más empíricas, carece del trabajo teórico que les proporcione el atributo de
disciplina científica. Bourdieu (El oficio de sociólogo pp. 38 y 52), cuando habla de estas
corrientes de la sociología y de sus practicantes, señala que, “por no someter el lenguaje
común, primer instrumento de la ‘construcción del mundo de los objetos’, a una crítica
metódica, se está predispuesto a tomar por datos, objetos preconstruidos en y por la lengua
común. Y, más adelante, habla de los datos concretos que, si “no se imponen por su sola
evidencia, es porque nada se opone más a las evidencias del sentido común que la diferencia
entre objeto ‘real’, preconstruido por la percepción, y objeto científico, como sistema de
relaciones expresamente construido”.

Para Bauman, el arte de pensar desde lo social o, como él dice, de pensar de manera
sociológica, es lo que nos puede hacer libres, aunque esto no quiere decir que los estudios
acerca del mundo social no puedan aprender nada de la ciencia; puede aprender mucho de ella,
pero la ciencia sola no basta (Thinking sociologically, p.)
Entre la investigación empírica y la teoría hay, indudablemente, muy estrechas relaciones,
aunque tal vez esto no sea visible desde la perspectiva del diseñador en su tarea cotidiana; por
ello habría que preguntarse si, en una investigación dentro de este campo se tiene que acudir a
teorías elaboradas fuera de su campo de conocimiento, en el campo más general de las
ciencias sociales o el de las naturales, o si esa teoría debe ser elaborada desde dentro del
propio campo. Hasta ahora los esfuerzos de quienes reflexionan sobre el diseño se han
encaminado en el primer sentido, es decir, buscar afuera, lo cual es un avance importante, pues
es lo que ha ocurrido siempre en todas las disciplinas en proceso de formación, pero tenemos
la convicción de que toda acción teórica que no conduzca a un conocimiento autónomo,
propio, que no oriente la investigación hacia la propia disciplina y no construya explicaciones
amplias, no puede tomarse todavía como teoría del diseño. Por todo ello, es importante
conocer la situación o del lugar de la disciplina del diseño en el campo más amplio de las
ciencias sociales, deslindar las relaciones entre el conocimiento del ser humano y de la
sociedad, por un lado, y el conocimiento del campo de lo proyectual por el otro.
Con respecto al objeto de estudio de una ciencia, dice Bourdieu que “nada se opone más a las
evidencias del sentido común que la diferencia entre objeto ‘real’, preconstruido por la
percepción, y objeto científico, como sistema de relaciones expresamente construido”. (2002,
52) Por ello, la construcción del objeto de una ciencia (de toda ciencia) requiere, antes que
nada, romper con el sentido común, con las representaciones compartidas por todos, que es lo
que él llama “lo preconstruido”, que puede estar formado por los lugares comunes de la
existencia cotidiana o las representaciones oficiales que están inscritas en las instituciones y
presentes de ese modo tanto en la objetividad de las organizaciones sociales como en las
mentes de sus participantes. Lo preconstruido está en todas partes. (p. 327)
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Índice
Capítulo I
Caracterización del diseño
1. Introducción
2. La actividad de diseñar y la disciplina que la estudia
Qué es lo específico de la actividad de diseñar
Características del campo de estudio del diseño
Producción de objetos/ producción de conocimientos
Las propuestas de los diseñadores (desde dentro del campo)
3. El diseño: producción del espacio social
Breve discusión del concepto de espacio social
Dificultades del estudio del espacio social
4. Los estudios sobre diseño: el campo de conocimiento
La ‘ciencia’ del diseño
Rasgos de las ciencias en general
Necesidad de la teoría
Resistencia a la teoría en el diseño

Capítulo II
La teoría en el campo del diseño (27)
1. Qué entendemos por el término ‘teoría’ (27)
El concepto (28)
Lo empírico y lo teórico (30)
Las prenociones (32)
El sentido común como obstáculo (34)
2. Hacia la construcción de la teoría (36)
Función de las prenociones (36)
El discurso teórico (38)
La ruptura (41)
3. El objeto teórico (45)
El conocimiento como objeto de transformación (46)
Propuestas de objeto teórico desde dentro del diseño (49)
La ruptura en las ciencias físicas y naturales (y en una ciencia social) (53)
4. La cuestión del (de los) método(s) (60)
El método en las posiciones empiristas (61)
La vigilancia epistemológica (63)
No puede existir ‘el’ método de la ciencia (64)
Cómo se entiende el método en los estudios de diseño (66)

Capítulo III

El diseño y las ciencias sociales

1. La división tradicional de las ciencias


Diferencias entre ciencias naturales y ciencias sociales
¿Son ciencias en la misma medida que lo son las naturales?
Las ciencias humanas y el sentido común
Una clasificación de las ciencias propuesta desde el diseño

2. Objetivo de las ciencias sociales y/o humanas


La noción de comunidad
Carácter racional de la modernidad
Relación entre acción y racionalidad
Las reglas y la competencia

K. R. Popper entiende las teorías científicas como conjunto de enunciados cuya naturaleza es
la de ser conjeturas acerca del mundo. Las teorías son hipótesis que no son definitivamente
confirmadas por los hechos. Son conjeturas que han de ser puestas a prueba siendo
susceptibles de ser falsadas o corroboradas por contrastación empírica. Nunca podremos estar
definitivamente seguros de la verdad de nuestras teorías; no hay forma humana de alcanzar
esta seguridad, pero sí que podemos saber que las teorías que han ido sobreviviendo a la
falsación son las mejores de las que disponemos. Somos falibles y nuestras teorías también,
pero las teorías que arriesgamos en los hechos, y no son falsadas, son las más verosímiles. No
hay ningún método científico que nos permita alcanzar la verdad y la certeza, y sólo podemos
proceder entre conjeturas y refutaciones a través del método crítico

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