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¿Por qué tan poca pasión

si nos queremos tanto?


© Ricardo Cariaga, 2020

© Editorial Planeta Chilena S.A., 2020


Avenida Andrés Bello 2115, piso 8
Providencia, Santiago de Chile
www.planetadelibros.cl

Primera edición: julio de 2020


ISBN: 978-956-360-761-1

No se permite la reproducción total o parcial de este


libro, ni su incorporación a un sistema informático,
ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia,
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y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual.

Impreso en Chile / Printed in Chile


Impreso en: Gràfhika Impresores Ltda.
Ricardo Cariaga Guillot

¿Por qué tan poca pasión


si nos queremos tanto?
ÍNDICE

Introducción ..............................................................................9
Siempre somos tres....................................................................15
Nuestro día de suerte.................................................................33
El comienzo de la aventura .......................................................55
El juego en la relación...............................................................63
La complicidad..........................................................................71
Las creencias..............................................................................81
El placer y el sentimiento..........................................................87
La teoría de la mesa y el florero..................................................95
Introducción segunda parte.....................................................101
Las playas nudistas..................................................................113
Los clubes swingers.................................................................133
Infidelidad consentida.............................................................153
El hotel de la complicidad.......................................................163
La ciudad desnuda...................................................................185
Reflexión final.........................................................................191
Introducción

Quienes leyeron mi primer libro, ¿Por qué nuestra


relación no funciona si nos queremos tanto?, conocen la
historia de mi relación con Mónica. Para resumirla, po-
dríamos decir que nos conocemos desde los nueve años,
pololeamos desde los quince y después de siete años nos
casamos. Tuvimos nuestras hijas muy jóvenes, y a los
doce años de relación, vivimos una crisis ocasionada
por mi profundo desencanto del matrimonio. Se había
transformado en un ente insípido en donde casi no que-
daba pasión ni menos complicidad entre nosotros.
Era un matrimonio estable, funcional y satisfactorio
en muchos aspectos, pero… “¿No podría ser mejor? ¿O
esto es todo lo que hay?”, me preguntaba muchas veces.
Pero el problema no era con Mónica, era con la relación.
El cariño por ella era cada día más profundo y mi com-
promiso con la familia, cada vez más consciente… La

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complicación era la falta de pasión, deseo y complicidad
en nuestra relación.
“¿Por qué si la pasión, el deseo y la complicidad son
tan importantes en la relación, terminan casi desvane-
ciéndose con el tiempo? ¿Con qué tendrá que ver?”, me
preguntaba también, y después del conocimiento y ex-
periencia adquirida a través de los años, creo que tiene
relación con que uno no entiende que, cuando termina
la etapa del enamoramiento, inexorablemente desciende
la pasión. Y uno no lo entiende, simplemente porque
nadie te lo enseñó.
Entonces, es necesario replantearse el concepto y en-
tender que es algo que se cultiva, que no fluye solo, y
que además va cambiando en función del crecimiento
de las personas y su relación.
Pienso que la pasión, con el tiempo, debe ir cons-
cientemente migrando desde la pasión “por tu pareja”
a la pasión “con tu pareja”, en donde cada uno satisfaga
sus deseos propios, “sirviéndose” del otro y “colaboran-
do” para que su pareja consiga satisfacer el deseo propio.
Hay que generar un espacio que solo tú y tu pareja
conozcan, un “lado B” en donde puedan fantasear sin
temor, se den permisos que en el “lado A” de sus vidas
no se darían y hacer ese camino sin culpa y sin miedo,
pero por sobre todo con curiosidad e imaginación.
Como decía Einstein: “La imaginación es más im-
portante que el conocimiento. El conocimiento es limi-

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tado. En cambio, la imaginación abarca todo.” Porque
el conocimiento está ahí, y además, gracias a internet,
está al alcance de todos. En cambio, tener imaginación y
atreverse a curiosear requiere muchas veces de una cuota
importante de valentía. No quedarse solo con el conoci-
miento que otros publicaron, sino que cuestionarlo y en
lo posible aportar con conocimiento propio.
Lo que relato en parte de este libro era un viaje a lo
desconocido; pero había que atreverse, porque la gracia
de viajar es vivir experiencias nuevas. Entonces, algu-
nos destinos seguramente nos iban a encantar y, por lo
mismo, íbamos a querer repetírnoslos una y otra vez.
Otros nos gustarían, pero solo para visitarlos una vez,
y a otros no volveríamos jamás, porque no habrían sido
de nuestro agrado, pero formarían parte del anecdotario
de nuestra relación. Y así ha sido, y no me arrepiento
porque nos ha permitido enriquecer nuestras vidas con
experiencias, visiones y emociones diversas. Además,
hemos tenido la suerte de poder transmitir todo ese co-
nocimiento a través de las terapias, las redes sociales, las
entrevistas, los libros y, gracias a ello, ayudar a muchas
personas a creer que cuando una relación no marcha
bien, existe otro camino además de los de separarse o
aguantar.
Finalmente, hice este viaje con Mónica, mi compa-
ñera de vida desde los quince años, como mencioné más

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arriba, y estoy profundamente agradecido de que haya
accedido a ser mi compañera de aventuras.
Porque la otra gracia de viajar es compartir, y ¿qué
mejor compañero de viaje, que el amor de tu vida?

Ricardo Cariaga

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Cómo te abrazaré, cuánto te besaré,
mis más ardientes anhelos en ti
realizaré… te morderé los labios, me
llenaré de ti… por eso voy a apagar la
luz, para pensar en ti.
Siempre somos tres

En la relación de pareja, siempre somos tres.


Permítame exponerle la siguiente situación: si lo ci-
tara a una reunión el profesor jefe del colegio de uno
de sus hijos y en ella le dijera que a su niño, el primer
semestre del año, le ha ido pésimo en matemáticas; se
han realizado 14 controles y la mejor nota que ha saca-
do, ha sido un 2,8. ¿Qué sentiría? Seguramente un poco
de culpa por no haberse percatado antes de la situación,
pero además algo de preocupación, ¿no es verdad?
Y si le pregunto: “¿qué haría?”. A ciencia cierta me
contestaría que se haría cargo del asunto.
Ahora supongamos que, cuando el profesor le cuenta
lo de las notas de su hijo en matemáticas, usted le pide
que le muestre las notas del curso y, cuando las ve, se da
cuenta de que, de los treinta alumnos, veintiocho tie-
nen nota promedio bajo tres durante ese semestre. ¿Qué
conclusión sacaría? Exacto: que el problema seguramente

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es la metodología, el profesor, pero en ningún caso su
hijo.
Bueno, en esto de las parejas es parecido. En el mun-
do iberoamericano la mitad de las parejas se separan, y
de la otra mitad, el setenta por ciento considera no estar
realmente contento con la relación. Es decir, que las pa-
rejas exitosas son un poco más del diez por ciento. Un
porcentaje demasiado pequeño, a mi entender.
Cuando conocí esas estadísticas saqué la misma con-
clusión que usted en el ejemplo del colegio: si fuéramos
el diez por ciento las personas a las que nos va mal en
la relación de pareja, estaría bien, porque es esperable
que exista un porcentaje de personas a las que les ocurra
eso. Pero cuando casi al noventa por ciento le va mal,
y además esas personas se emparejan queriendo que les
vaya bien y sustentados en un sentimiento tan poderoso
como es el amor… y no funciona, entonces parece que
el problema no son las personas. Debe haber un proble-
ma más profundo.
Me pasé ese rollo y por supuesto me obsesioné con
intentar buscar la respuesta. Y para hacerla simple, lle-
gué a la conclusión que hay varias cosas que influyen
actualmente en el mal resultado de las relaciones de pa-
reja. Pero tres son los más importantes, y todos igual de
determinantes.
La primera: nadie nos enseña a ser pareja, uno se
sube a este “barco” sin saber nada… a puro improvisar.

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Veamos cuánto sabe usted.
Por ejemplo: el amor de pareja está compuesto por
tres elementos. Uno ellos es el afecto, el cariño. ¿Usted
me quiere a mí? Seguramente no. ¿Por qué no? Porque
no me conoce, sería su respuesta. Exacto, el afecto se
genera solo desde el conocimiento.
De todas las personas por las cuales yo sentía afec-
to, solo con una hice una diferencia: con Mónica. Aquí
está el segundo elemento. Con ella me comprometí.
Hicimos el compromiso de hacer nuestra vida juntos;
de cuidarnos, protegernos, apoyarnos, respetarnos y co-
laborarnos mutuamente, además de lealtad, fidelidad y
un montón de cosas más a las que uno se compromete
y no sabe a ciencia cierta si las va a poder cumplir o no.
Pero se compromete igual.
El último de los tres elementos es la pasión. Pero no
solo la pasión sexual, sino que la pasión por la relación.
Eso que hizo que nos comprometiéramos “porque todas
las cosas que me quedan por conocer, las quiero conocer
contigo y todas las cosas que me quedan por hacer, las
quiero hacer contigo”. La pasión por la relación.
Estos tres elementos, afecto, compromiso y pasión,
son los componentes del amor de pareja. Si uno de ellos
no está… no es amor de pareja. (Esto está súper explica-
do en el primer libro).
Si hacemos una analogía y pensamos que estos tres
elementos son parte de un auto, el afecto sería el motor,

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el compromiso sería la carrocería, lo que lo contiene, y
la pasión sería el combustible, el elemento que permite
que el auto se movilice y cumpla con la función para la
que fue creado. Ese combustible permite que la relación
se desarrolle, crezca y no se estanque, entre otras cosas.
Bueno, la mayoría de las parejas, a poco andar, co-
mienzan a vivir solo con afecto y compromiso, pero sin
nada o con muy poca pasión.
Le pregunto: en algunos años más si un hijo suyo vi-
niera donde usted y le dijera que quiere mucho a su pa-
reja y además siente que está súper comprometido con
ella porque, de hecho, están esperando un segundo hijo
y se acaban de comprar una casa, pero que siente que la
relación ya no vibra como antes, siente que ya no están
conectados, que ya no existe esa “chispa” que antes te-
nían… o sea, ya no hay pasión en esa relación… ¿Sabría
usted qué aconsejarle a su hijo para que recuperara la
pasión y la pudiera mantener treinta o más años?
Para colaborar con usted, le cuento que el principal
elemento de la pasión es la complicidad.
Le pregunto: “¿qué genera complicidad?”.
Por si acaso, también le cuento que salir con su com-
pañero(a) de vida a caminar por el parque o descalzos
por la orilla del mar, o en una tarde lluviosa salir a to-
marse un chocolate caliente en una cafetería o salir a
bailar o a cenar a un bonito restaurante, o hacer un cru-

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cero por el Caribe o incluso hacer el amor con su pare-
ja… nada de eso genera complicidad.
¿Sabría decirle a su hijo qué hacer para que recobrara
la complicidad en su relación?
Si no sabe… entonces quiere decir que no sabe cómo
conseguir el combustible de la relación. Y en esa condi-
ción era difícil que le fuera bien en su relación, al menos
en ese aspecto, que según nuestra visión de terapeutas es
fundamental.
¿Quién te enseña eso?
Nadie. Yo tampoco sabía.
Otras dos preguntas: ¿el erotismo es importante en la
relación de pareja?
Seguramente estará pensando que sí lo es.
¿Es importante sentirse seguro del otro?
Seguramente también estará pensando que sí lo es.
Le quiero contar que las investigaciones que se han
desarrollado en esta área han revelado que el erotismo
es inversamente proporcional a la seguridad. Es decir,
entre más seguro me sienta yo de mi pareja, menos ero-
tismo siento por ella.
Otro ejemplo: usted y su pareja están en una situa-
ción que necesitan dirimir. Usted piensa que la solución
es una y su pareja cree que la solución es hacer todo lo
contrario y vienen a mi consulta para que yo los ayude.
La primera instrucción que les daría sería que lo que

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NO tienen que hacer, por ningún motivo, ninguno de
los dos, es ceder.
“¡¿Pero cómo?!”, estoy seguro me preguntarían sor-
prendidos, y luego agregarían: “Es que alguien siempre
tiene que ceder, a veces cede uno y otras veces el otro,
porque de eso se trata el amor, ¿verdad?”
“NO, no se trata de eso”, les respondería. Eso es lo
que les han enseñado, pero no funciona. Porque cuando
yo cedo, mi pareja queda contenta, pero yo clavo una
espina en mi corazón, y muchas espinas clavadas en el
corazón terminan destruyendo la relación. (El desarro-
llo de este tema está en el libro de la comunicación, el
segundo libro).
Bueno, y así podría dar cien ejemplos de cosas que te
enseñaron que eran y no son. A eso me refiero cuando
digo que uno se sube a este “barco” de las relaciones de
pareja sin saber nada… a puro improvisar.
Sin duda, los tiempos han cambiado. Hace solo me-
dio siglo, por ejemplo, a nadie se le pasaba por la cabeza
la tolerancia que existe hoy por el sexo prematrimonial,
o el vivir juntos sin casarse, y para qué mencionar el
matrimonio homosexual.
Sin embargo, me parece increíble que a pesar de esos
cambios, el espíritu del matrimonio no ha evoluciona-
do para estar a la altura. Todavía las parejas seguimos
muchas de las premisas de nuestros padres y abuelos,

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amoldándonos a las reglas, principios y valores que los
regían en ese entonces.
El mundo cambió y las relaciones también deben
cambiar, deben adaptarse a los tiempos actuales. No
hay que tenerle miedo a eso. De hecho, no hace mucho
tiempo la estructura, la forma de ser pareja, era muy dis-
tinta a la actual. Era una estructura patriarcal en donde
“yo soy el hombre, tú me obedeces a mí, no me contro-
las, no me das instrucciones”. Bueno, esa forma de ser
pareja se terminó, porque no iba con los tiempos. Las
mujeres, los hombres y la sociedad cambiaron. No se
sostenía más una relación de pareja en esos términos.
Entonces se creó esta, la que actualmente vivimos, en
donde el amor romántico y los compromisos asociados
a él son el centro de todo.
Bueno, las estadísticas dicen que no funciona. Se tie-
ne que terminar, se va a terminar también porque ese
tipo de relación hoy tampoco va con los tiempos.
Cada pareja debe buscar su propia forma de armar su
relación, en función de su realidad valórica y cultural,
porque cada relación es única. No podemos estar todos
sometidos a una misma estructura.
¿Por qué creemos eso? Por lo siguiente: quienes leye-
ron el primer libro recordarán que Mónica y yo comen-
zamos nuestra relación a los 15 y 17 años respectiva-
mente. Pololeamos 7 años y nos casamos. A los dos años
nació nuestra primera hija, Camila, tres años después

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Fernanda, y a los doce años de matrimonio entramos en
una crisis bastante complicada que no supimos solucio-
nar solos, entonces decidimos buscar ayuda. Fuimos al
psicólogo —a tres, para ser más precisos— y ninguno
de ellos nos pudo ayudar. De hecho, sin decirlo abier-
tamente, nos dieron a entender que el camino era la
separación.
La verdad es que yo no me quería separar.
Yo le decía a Mónica: “Tú eres la mujer de mi vida,
nadie me conoce como tú, nadie me va a querer de la
manera que tú lo haces, contigo tengo una historia, he-
mos construido una familia, tenemos dos hijas maravi-
llosas… en general no nos llevamos mal. Siento que la
relación es una lata, me aburro como ostra, siento que
ya no hay pasión entre nosotros, estamos desconecta-
dos, ya no vibra… pero ¿cómo no va a haber solución?
Entonces nos pusimos a pensar y a investigar, y descu-
brimos cosas interesantes.
Un paréntesis: Entre las cosas que descubrimos,
logramos entender por qué los psicólogos no nos pu-
dieron ayudar. Revisé la malla curricular de todas las
carreras de psicología de este país, ramo por ramo, se-
mestre por semestre, año por año y me di cuenta, para
mi sorpresa, de que no existía ningún ramo dedicado
a las parejas. Concluí entonces que los psicólogos no
saben de parejas. Saben cómo tratar al individuo, pero

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de relaciones de pareja, nada. Entonces, no había que
tomar en cuenta el diagnóstico de ellos.
Bueno, con Mónica nos pusimos pragmáticos y ana-
lizamos: ¿qué es la relación de pareja?
—Algo que construimos, formamos o constituimos
tú y yo —reflexionó ella.
—¿Y qué somos tú y yo? —le pregunté.
—Seres humanos distintos uno del otro, con expec-
tativas, sueños e ideales diferentes… sin embargo, am-
bos con un solo propósito: ser felices. Porque todos los
filósofos han llegado a esa conclusión: el ser humano
anda siempre en busca de la felicidad —me contestó.
—¿Cuál felicidad? —pregunté, para escudriñar un
poco más.
—Difícil, yo creo que…
—¡La propia, Mónica! —interrumpí, un poco acalo-
rado—. ¡La única felicidad que le importa al ser huma-
no es la propia! Ninguna otra.
—Pero es que eso suena muy egoísta —me respon-
dió.
—Bueno, te lo puedo hacer sonar más bonito: lo que
pasa, amor, es que mi felicidad pasa por que tú estés
contenta. ¿Te gusta más así? Pero es lo mismo: MI FE-
LICIDAD PASA… ¿te das cuenta?
—Mira —continué—: la madre Teresa. ¿Por qué ha-
cia lo que hacía? ¿Porque la hacía infeliz ayudar a los
pobres en Calcuta?

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—Por supuesto que no —contestó Mónica.
—Exacto, seguramente le llenaba el alma y el espíri-
tu ayudar a quienes más lo necesitaban. O sea, la hacía
feliz. Pero eso no es malo.
—Ser feliz no es un derecho, es una obligación, por-
que si no, andas contagiando tu amargura a quienes te
rodean, escuché por ahí, no me acuerdo a quién, y me
hizo sentido.
Pero volvamos atrás. Estábamos en que la relación de
pareja era un ente construido por nosotros, pero que no
éramos nosotros. Es decir, en nuestra relación siempre
somos tres: tú, yo y la relación.
Es como si dos personas formaran una empresa con
el propósito de vivir de sus utilidades. Y en este caso, la
“empresa” les tiene que dar utilidades ($) a los dos. Si le
da solo a uno de ellos, no sirve. Y si la empresa empieza
a perder plata, menos sirve. Hay que cerrarla.
En la relación de pareja, las utilidades ($) son la fe-
licidad. Es decir, la relación nos tiene que hacer felices
a los dos. Si te hace feliz a ti y a mí no… no sirve. Y
menos si no nos hace felices a ninguno de los dos. En
ese caso el camino es intentar arreglarla, pero si segui-
mos “perdiendo plata”, es decir, no logramos ser felices,
tenemos que terminarla, porque pierde el sentido para
el que fue creada.
No sé si se fijaron: la relación nos debe hacer felices,
no yo a ti o tú a mí. Y el compromiso con el “socio” es

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trabajar para ayudarle a la “empresa” a que nos dé lo que
ambos necesitamos.
Definido entonces: la empresa es un ente diferente
de los dos y su objetivo es hacernos felices.
Entonces definamos: ¿qué nos hace felices? Aquí está
lo que puede parecer complicado porque, obviamente, a
cada persona le hacen feliz cosas diferentes. Sin embar-
go, hemos concluido que existe un sinnúmero de cosas
que hacen felices a todos quienes forman una relación
de pareja. ¿Cuáles son esas? Una persona que me quiera,
haber tenido hijos a quienes disfrutar, tener un refugio
(hogar) en el cual descansar. En general todas aquellas
que tienen que ver con la familia y su estabilidad.
¿Quiere decir que sirve la estructura de relación que
tenemos actualmente?, nos preguntamos.
Sí, en función del orden y la operación, pero no es
suficiente para hacernos felices emocionalmente.
Los seres humanos necesitamos más que una fami-
lia que funcione operacionalmente de manera perfecta.
Necesitamos emoción, aventura, adrenalina… en resu-
midas cuentas, “sentirnos vivos”, y no solamente como
un engranaje de una estructura a la que denominamos
“familia”.
La estructura que tenemos hoy sirve casi perfecta-
mente para satisfacernos en uno de esos aspectos: la fa-
milia, que es nuestro lado social, por decirlo de alguna
manera. Pero es absolutamente insuficiente para que,

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además, nos sintamos libres de ser auténticos dentro
de ella. Dicho de otra manera, la estructura actual sirve
para la estabilidad, pero no para la emoción.
Ahora, es importantísimo comprender que la emo-
ción sana dentro de la relación se logra solo si existe
estabilidad. Una relación donde hay pura emoción, es
una relación sin base. Entonces, no es necesario cambiar
la estructura, lo que debemos hacer es modificar ciertas
cosas que tienen que ver con creencias, principios y va-
lores que consisten en ideas que hace doscientos, qui-
nientos o dos mil quinientos años alguien tuvo por ahí,
generalmente con un fin práctico, y que el resto de las
personas hemos tenido que seguir como ovejas, aunque
ya esos principios no tengan sentido y ya no se ajusten a
los tiempos actuales.
Les voy a contar una historia: hace unos días estába-
mos con Mónica en el cumpleaños número cincuenta
y tantos de una amiga muy querida. La mesa la com-
partíamos seis parejas, todas de edades parecidas y con
matrimonios de más de veinticinco años, el que menos.
Debo decir que, si bien es cierto que no somos amigos
unos con otros, nos conocemos hace bastante tiempo.
La conversación de a poco fue derivando en una
comparación de los tiempos actuales con los que nos
tocó vivir a nosotros cuando jóvenes, y comenzaron a
aparecer aquellas típicas frases: “¿Se acuerdan cuando
nosotros…?”.

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De pronto, porque estaba un poquito lateado, inte-
rrumpí el parloteo y, dirigiéndome a la pareja que estaba
frente a mí, les pregunté de sopetón: “¿ustedes tuvieron
relaciones sexuales antes de casarse?”. Se hizo un silencio
en la mesa y luego él contestó que sí, esbozando una
sonrisa incómoda. Haciendo caso omiso de aquello,
miré a cada una de las parejas fijamente: “¿Y ustedes?”
Esperaba la respuesta y continuaba con la siguiente.
Cuando di la vuelta completa, y habiendo recibido por
respuesta siempre un sí, les dije, mirándolos a todos:
“¡Qué feo!”, con gesto de “eso no se hace”.
—¿Qué te pasa? —me soltó uno de los hombres pre-
sentes—. ¡Si tú también lo hacías!
—Sí, es verdad —contesté, calmadamente—, pero
no estoy hablando de eso. Estoy diciendo que eso que
ustedes y nosotros hacíamos, era muy mal visto en ese
tiempo…
—Es que los padres de esa época no cachaban nada
—acotó uno de ellos, interrumpiéndome.
—Sí, pues —señaló otra de las comensales—. Que-
rían que nos casáramos vírgenes.
—Mi mamá todavía se siente orgullosa de haber lle-
gado virgen al matrimonio—. Comentó otra de ellas.
—¿Y qué pasa con sus hijas? —pregunté al grupo,
sabiendo que todos ellos tienen hijas adolescentes—.
¿Tiran con sus pololos?

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—¿Por qué dices “tiran”? ¡Qué feo! —alegó mi ami-
ga.
—Bueno, está bien… ¿Hacen el amor con sus polo-
los? —corregí.
Ahí se generó una suerte de histeria comunicacional:
todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, y ocurrió
igual como en el Chavo del 8, cuando todos hablaban al
mismo tiempo y de repente se callaban, y él terminaba
diciendo una frase completamente inesperada. Bueno,
tal cual: de repente se hizo un silencio y se escuchó de
boca de una de las mujeres presentes:
—Yo le digo a mi hija que, si es con responsabilidad,
que tire lo más posible, porque yo tiré con este no más
—dijo mirando a su marido, lo que provocó una risa
generalizada.
—Entonces —proseguí una vez se acabaron las ri-
sas—, un valor tan incuestionable como la virginidad,
en apenas una generación y media, cambió en 180 gra-
dos.
—Bueno… sí —dijo uno. El resto asintió con ges-
tos de “qué se le va a hacer”—. Hoy los pololos se van
de vacaciones juntos sin problema. El mundo cambió y
habrá que adaptarse no más.
—¿Les cuento lo que viene? —continué— ¿Lo que
también se va a terminar, así como se terminó esto del
valor de la virginidad? —todos me miraron expectantes,
como pensando: “¿Con que nos va a salir ahora?”.

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—Se va a terminar la exclusividad sexual dentro de la
relación. Las personas, al firmar el contrato nupcial, van
a poder elegir si una relación monógama o no.
—¡Estás loco! —gritaron unos por ahí—. ¡Se con-
vertiría en Sodoma y Gomorra! —exclamaron otros.
Entonces, dirigiéndome a mi amiga, la dueña de casa, le
pregunté—: ¿comamos postre?
No seguí profundizando porque no estaban las con-
diciones para sustentar lo que estaba diciendo. En al-
gunos capítulos posteriores les contaré más sobre la no
exclusividad sexual dentro del matrimonio. El mundo
ha cambiado y debemos adaptarnos a él.
Alvin Toffler, un escritor futurista estadounidense,
doctorado en ciencias y varias cosas más, postulaba que
los analfabetos del siglo XXI no iban a ser los que no
supieran leer ni escribir, sino que los que no tuvieran
la capacidad de reaprender: desaprender lo aprendido
para volver a aprender. No podría estar más de acuerdo
con él porque, efectivamente, el conocimiento avanza
tan rápido y los seres humanos están extendiendo tanto
su expectativa de vida, que les va a tocar vivir dos o tres
mundos distintos en su vida. Entonces, los que no ten-
gan la capacidad de desaprender lo aprendido y volver a
aprender, es decir, adaptarse a los nuevos tiempos, van
a sucumbir.
Ok, si eso es así, entonces, “¿A qué hay que adap-
tarse? ¿Qué debemos cambiar? ¿Qué es lo que debemos

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mejorar?”, nos preguntábamos con Mónica, y la verdad
andábamos súper perdidos, no sabíamos por dónde co-
menzar… hasta que tuvimos “nuestro día de suerte”.

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