Diagnóstico en Psicoanálisis. Casale Valentina Adultos
Diagnóstico en Psicoanálisis. Casale Valentina Adultos
Diagnóstico en Psicoanálisis. Casale Valentina Adultos
psicoanálisis.
“En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes
al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f)
fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como
locos (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l)
etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.”
“El idioma analítico de John Wilkins”, en Obras completas. Emecé editores, Buenos
Aires, 1974, p. 706.
Jorge Luis Borges
Casale Valentina
Comisión 7
LU: 42040382
Profesores: Alomo Martín, Yesid García Fabián.
Fecha: 08/06/2022
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Resumen
El presente trabajo abordará al diagnóstico como una conclusión, un resultado de un
proceso, y dicho proceso es lo que diferencia a las distintas disciplinas a la hora de poner
un diagnóstico; distintas disciplinas pero que están insertas en un mismo contexto
institucional y tienen a su vez las mismas demandas.
El diagnóstico siempre requiere una problemática, es un intento de nombrar un real,
aquello que “es” el sujeto, y al mismo tiempo agruparlo con diferentes sujetos en una
misma clasificación.
Se buscará dar cuenta de cómo el psicoanálisis intenta manejar esta problemática
retomando las categorías clínicas tomadas de la psiquiatría clásica y buscando qué papel
tiene el inconsciente allí, pensando así la estructura psíquica del sujeto y no tanto su
“etiqueta diagnóstica”.
A su vez se planteará el peso de esa etiqueta diagnóstica y los efectos que tuvo en el caso
Erica, paciente que formó parte de la presentación de casos del día 01/06/2020.
Introducción
Pensé en el fragmento del ensayo de Jorge Luis Borges porque el hecho de buscar ese
idioma analítico que logre de manera universal categorizar las cosas, es lo que considero
que es el diagnóstico. De algún u otro modo las diferentes disciplinas que comparten el
estudio del campo “psi” han intentado buscar un diagnóstico para el sujeto, nombrarlo en
su totalidad con diferentes categorías que engloben a muchas personas y agruparlas.
Como escribió Borges, (h) incluidos en esta clasificación.
Pero como dice Foucault “diagnosticar es hacer entrar lo singular a lo particular”1, se
podría decir que se olvida de aquello que hace único y particular al sujeto. Eso es lo
imposible de nombrar.
Lacan (1960) afirma que no hay significante que nombre al sujeto, entonces todo lo que
digamos acerca de él será arbitrario y conjetural.
Desarrollo
Considero al diagnóstico como ese intento de nombrar aquello que el sujeto padece, en
algún punto también aquello que el sujeto “es”.
Lacan (1960) en su escrito “Subversión del sujeto” afirma que el S(A) el significante del
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Foucault (2008), El nacimiento de la clínica, una arqueología de la mirada médica, Siglo XXI, Buenos Aires.
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Otro en tanto el Otro en último término no puede formalizarse más que como marcado él
mismo por el significante, dicho de otro modo, en tanto nos impone la renuncia a todo
metalenguaje. El S(A) funciona en relación con este significante de una falta en el Otro,
también inscribe una falta en el orden simbólico, por la inscripción del S(A) en el otro
siempre faltará un significante para dar identidad al sujeto. No hay significante que
nombre al sujeto. Entonces podría pensarse los diferentes diagnósticos como respuestas
posibles ante un mismo real.
Dentro del campo del estudio de la psiquis del sujeto, hay diferentes diálogos e
intercambio de saberes, distintos discursos intentando nombrar ese mismo real. Por un
lado, encontramos teorías descriptivas como la psiquiatría clásica, el DSM y el CIE-10,
aunque Colette Soler (2009) plantea que hay una diferencia entre ambas, ya que el DSM
nace como un instrumento para la investigación y la estadística, en cambio la psiquiatría
clásica intentaba ubicar el padecer del paciente uno por uno. Por otro lado, se encuentra
la clínica de la I.P.A, que han hecho el esfuerzo por crear nuevas categorías diagnósticas
como las “personalidades como sí”, los “borderline”, etc.; también están las psicoterapias
que sustituyen al diagnóstico clínico por el informe, realizado con datos obtenidos en
diferentes tests. En contraposición de las disciplinas anteriormente nombradas se
encuentra la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana, ubicando a los sujetos según
su estructura, cuestión que retomaré más adelante.
Pensar todas estas disciplinas insertas en una misma institución como lo es un hospital
psiquiátrico implica pensar que todas tienen una misma demanda por parte de ésta, un
diagnóstico. A su vez hay una exigencia de respuestas rápidas y eficaces desde la
institución, la sociedad y desde los pacientes mismos. En el Hospital Neuropsiquiátrico
Braulio A. Moyano se requiere un diagnóstico del CIE-10, aunque pocos le conceden un
gran valor clínico para orientar su praxis, acaba teniendo usos burocráticos con fines de
control de asistencia.
Un diagnóstico es una conclusión, es un efecto de diferentes procesos que cada disciplina
pondrá en juego. Es en este proceso que generará un diagnóstico en el cual el psicoanálisis
de orientación lacaniana se diferenciará de las disciplinas antes nombradas. Lacan (1955)
dijo “el psicoanálisis no es una terapéutica como las demás” (p. 322-312). Los
psicoanalistas reciben la misma demanda que los demás psicoterapeutas, demandas que
generan los propios síntomas, pero la diferencia, como remarca Colette Soler (2009), es
que el psicoanálisis transforma esa demanda en otra cosa.
En “dirección de la cura y los principios de su poder” Lacan (1958) nos advierte que
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frente a esa primera demanda hay que frustrar al paciente, porque no es una demanda
verdadera, sino que hay que apuntar a descubrir cual es la segunda demanda, en la cual
estará en juego el deseo del sujeto.
Colette Soler afirma que, en contraposición con la psicoterapia, “el psicoanálisis es una
exploración del inconsciente, consiste en construir, construir con la palabra; consiste en
explorar los significantes, las palabras, los deseos que circulan en el inconsciente. (…) al
mismo tiempo obtiene modificaciones en los síntomas” (Soler, 2009, p.11)
La psiquiatría frente a esos síntomas con los que llega el paciente lo que hace es sumarlos
en una categoría diagnóstica, buscan rasgos cuya frecuencia y constancia deben justificar
al sujeto en una clase, incluirlos en una clasificación; se agrupan sujetos con síntomas
similares bajo un mismo nombre. Luego de hacer este diagnóstico lo que hacen es callar
al síntoma con medicación psiquiátrica, beneficiando así a la industria farmacéutica.
¿Es posible fiarse solo del síntoma en cuanto al diagnóstico? El psicoanálisis nos
demuestra que no. Lo que hace el psicoanálisis es todo lo contrario, no busca callar al
síntoma, sino hacerlo hablar, y para hacerlo hablar es necesario que ese síntoma entre en
transferencia, Lombardi (2009) dice “debemos someter el síntoma a la prueba del
encuentro con el analista” (p.5). Esto es necesario, porque como conceptualiza Freud con
la Teoría de la libido, “toda la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la
transferencia” (Freud, 1917, p. 414). Lo cual tiene por objetivo que la transferencia se
haga operativa, siendo la posición del analista la que hace posible el trabajo del analizante
y empuja al desciframiento de los síntomas.
Lo que conlleva que el psicoanálisis realice esa exploración del inconsciente es pensar al
síntoma en su vertiente de mensaje.
Es por lo que Freud como padre del psicoanálisis a lo largo de su obra va a demostrar lo
incompletos que pueden llegar a estar estos diagnósticos a la hora de dirigir una cura. En
el texto “La querella de los diagnósticos”, Soler (2009) hará un recorrido por lo que
llamará “las variantes de la sintomatología en psicoanálisis”, donde se puede apreciar que
desde los inicios del psicoanálisis Freud se planteó la elaboración de una teoría diferente
a las teorías clínicas de la época. Esto consistió en darle una vuelta más a estos
diagnósticos, de este modo retomaba la nosología de la psiquiatría clásica, tomaba el
mapa de los síntomas, pero se preguntaba cuál es la incidencia, el papel del inconsciente
allí en juego. Lo mismo hace Lacan, repensando todos los fenómenos de la neurosis, la
psicosis y la perversión a partir de la estructura del sujeto; estructura determinada por el
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significante y el discurso, para dar cuenta de esto Lacan (1956) en “De una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” planteará el esquema Z, “La
condición del sujeto S (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro A”
(p. 530), en este esquema se formaliza la estructura del sujeto, esta dependerá si el
significante del nombre del padre está forcluído o no.
El nombre del escrito lacaniano nos indica la importancia de dar cuenta de la estructura
del sujeto como una cuestión preliminar al tratamiento, esto quiere decir que dilucidar la
estructura en juego del sujeto es necesario para que el analista tome su lugar en ella. “Un
diagnóstico consiste en concluir sobre la estructura, no tanto de la persona, sino sobre la
estructura del material clínico que el paciente presenta” (Soler, 1995, p. 34). Ese material
clínico que trae el sujeto es el discurso; el psicoanálisis buscará entonces estar a la escucha
de un discurso en donde la estructura del sujeto se revelará idéntica a su palabra.
Sabemos que el diagnóstico es necesario y útil, ya que como nombré anteriormente hay
una demanda desde la institución y muchas veces una demanda del paciente, que como
menciona Lacan (1966), el paciente a veces demanda que se lo autentifique como enfermo
(p. 89).
Pero este diagnóstico, como nos advierte Soler (1996), puede tener malos efectos para el
paciente y también para el terapeuta. Para el paciente cuando funciona como una
taxonomía, consistiendo en “colocar una pequeña etiqueta sobre el paciente: psicótico,
histérico, homosexual, etc”. Y para el terapeuta, ya sea que se podría generar en él
inhibiciones o excesivos cuidados ante un caso de psicosis o excesivo alivio ante una
neurosis (p. 23).
Es importante señalar que un diagnóstico conlleva una problemática ya que al colocárselo
a un sujeto tiene efectos determinantes para él. Los diagnósticos pueden convertirse en
insultos, cuántas veces hemos escuchado “¡histérica!” “¡paranoico!” con intención de
ofender. Cuando utilizamos un significante para alcanzar al ser del sujeto lo agredimos.
También lo petrificamos bajo el significante puesto sobre él. Esa etiqueta lo objetiva, lo
alienamos y hasta incluso podemos marcar su destino con ese diagnóstico.
Un diagnóstico psiquiátrico puede convertirse en una dificultad para la vida cotidiana, ya
que al otorgarlo se está planteando que la persona tiene una alteración mental y eso hará
que tenga dificultades a la hora de trabajar. Así es el caso de Erica, que con sus palabras
afirma que el diagnóstico “la aplastó”. El hecho de tener un diagnóstico hizo que haya
perdido el puesto de trabajo. Ella era maestra de educación especial y trabajaba con niños,
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ella afirma que por “el sello de la psiquiatría” la trasladaron a bibliotecaria, donde perdió
todo contacto con sus alumnos y se volvió pasiva. Afirma que se aburre mucho, que ese
trabajo no le gusta.
La paciente se presentó (moi) de la siguiente manera: “soy maestra de educación especial,
tengo dos hijos y la etiqueta que llevo es trastorno límite de la personalidad”. Ese
diagnóstico que ella llama etiqueta en cierto punto le ha hecho perder todo lo demás que
ella “era”, ya que no puede ejercer como maestra y a su vez le quitaron la tenencia de sus
hijos.
Erica afirma que hace 20 años es paciente del Moyano, pero que ahora “está dejando el
hospital”, empezó un tratamiento homeopático y por reglamentos de la institución sus
médicos ya no pueden atenderla más si está haciendo un tratamiento alternativo. En
diciembre ella se despide del hospital con una carta.
Considero este modo de actuar para con el hospital psiquiátrico como un modo de
liberarse de las etiquetas diagnósticas y de los medicamentos psiquiátricos. Ella dice “al
hospital lo amo y lo odio”, el hospital le salvó la vida, pero también se la aplastó.
Conclusión
Como conclusión me gustaría poder invitar a interrogarnos: si los diagnósticos son
intentos por nombrar un real, ¿Qué tan preciso es como para definir que una persona tiene
una discapacidad? ¿Qué tan certeros son como para declarar que una persona no puede
realizar correctamente su trabajo?
Hay que tomar en consideración que un diagnóstico no es tan solo una palabra escrita en
un papel; es una etiqueta que tendrá efectos en el sujeto, por lo tanto, es de suma
importancia el estudio del uno por uno. A su vez es necesario observar la subjetividad de
los casos, y tener en cuenta que un concepto medico no puede nombrar a un sujeto en su
totalidad.
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José Monseny (1996), La ética psicoanalítica del diagnóstico. en Revista Freudiana,
XVI (pp.17), Barcelona, Publicación de la Escuela Europea de Psicoanálisis de
Catalunya.
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A su vez me gustaría resaltar la importancia de hacer hablar al síntoma. El abuso de
diagnósticos genera a su vez un abuso de medicación, lo que hace que ese síntoma que
hay que escuchar se silencie, no exista más.
Hay algo más allá de las características que se pueden ver de una persona, hay
subjetividad, y es ese real, eso mismo que no podemos nombrar. El diagnóstico plantea
una fuerte problemática que es necesario resolver, porque al mismo tiempo que busca
sanar está perjudicando al sujeto, como es en el caso Erica.
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Bibliografía
Freud, S. (1917). 28° Conferencia. La terapia analítica. Vol. XVI. Buenos Aires:
Amorrortu.
Lacan, J.: (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, in Escritos 2,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1975.
Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano.
En Escritos, Tomo II, ob.cit.
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