Clase Viii Teoría de La Imprevisión-T. Excesiva Onerosidad
Clase Viii Teoría de La Imprevisión-T. Excesiva Onerosidad
Clase Viii Teoría de La Imprevisión-T. Excesiva Onerosidad
Muchas veces hemos escuchado que los pactos son para cumplirse en virtud del principio
de pacta sunt servanda, que obliga a las partes a respetar lo acordado en los contratos,
teniendo en cuenta que las obligaciones contenidas en ellos provienen de la autonomía y
voluntad privada, estipula el artículo 4º del C. Co. El contrato es ley para las partes.
Pero ¿qué ocurre cuando surgen cambios repentinos en la economía? ¿qué pasa con lo
pactado en un escenario de estado de emergencia económica, social y ecológica como el
decretado en Colombia por cuenta del Covid-19?
Actualmente las obligaciones de muchos empresarios, que antes eran normales en el giro
ordinario de sus negocios, resultan extremadamente onerosas.
El Código Civil colombiano (Art 1602) estipula que todo contrato legalmente celebrado es
ley para los contratantes y que este no puede ser invalidado sino por el consentimiento
mutuo de las partes o por causas legales. La ley comercial también advierte que los
contratos deben celebrarse y ejecutarse de buena fe, imponiendo un código de conducta
que implica actuar dentro de los principios de justicia y equidad.
Si bien es cierto que los contratos son para cumplirse, no menos cierto es que ello
depende del mantenimiento de las condiciones y circunstancias normales al momento en
que fueron pactados. “Pacta sunt servanda rebus sic stantibus”: los pactos deben
cumplirse, mientras las cosas sigan en las mismas condiciones al momento en que se
celebró el contrato.
El contrato perfeccionado vincula a las partes según los términos pactados, desde la
celebración hasta su ejecución, incluso si hay modificaciones en las circunstancias que se
tuvieron en cuenta al momento de su celebración.
Como quiera que puede conllevar a la revisión o destrucción del vínculo contractual, se
necesita el cumplimiento de ciertos requisitos:
1. LA EXCESIVA ONEROSIDAD PROCEDE SOLO EN CONTRATOS CONMUTATIVOS
Esta figura se predica solo de los contratos conmutativos, esto es, en aquellos contratos
en donde está previsto desde el inicio los beneficios o perjuicios que les reportará el
contrato a las partes, por lo que se excluyen a los contratos aleatorios.
Otro requisito es que la obligación impuesta llegue a ser “excesivamente onerosa porque
ocurren circunstancias extraordinarias o imprevisibles”.
Los acontecimientos extraordinarios son las situaciones que se encuentran fuera del
orden normal o natural de las cosas, como sucede en los casos de guerra, devaluación
traumática de la moneda, etc.
En fin, no se trata de una previsibilidad cualquiera, dado que siempre es posible prever en
términos generales de que en los próximos años o siglos ocurrirán eventos
extraordinarios, sino se trata de una previsibilidad que exige certeza y especificidad de
grados mayores.
Las partes pueden prever de modo general la ocurrencia de una guerra, o la creación de
nuevos tributos. No obstante, es difícil prever el tiempo de duración de la guerra, o los
países participantes en la misma, así como el monto del tributo.
Por tanto, es necesario tener en cuenta que cuando más específico sea el evento, será
menos previsible (llegando incluso a ser imprevisible). La labor del juez consiste en
determinar, en cada caso concreto, si el acontecimiento extraordinario es imprevisible, en
el sentido, de que las partes no han podido prever el hecho extraordinario en su certeza y
especificidad exigidas.
Los supuestos que dan lugar a la alteración de las circunstancias pueden ser de distinta
índole: incremento del precio del combustible, inflación, alza general de precios,
terremoto, inundaciones, sequias, guerras internas o externas, decisiones de política
económica nacional o internacional, etc.
Estos eventos deben tener una incidencia significativa en la economía del contrato, a fin
de determinar una modificación de las circunstancias en las que se celebró.
Siendo así, el valor actual de la prestación deberá ser comparada con el valor que
presentaba al momento de la celebración del contrato, de modo que, si de la diferencia
entre dichos valores se advierte una diferencia significativa o excesiva, nos
encontraremos frente a un supuesto de excesiva onerosidad.
Lo anterior no podría ser de otra manera si tenemos en cuenta que los contratos no
pueden modificarse frente a cualquier desequilibrio, sino solo frente a un desequilibrio
importante, significativo o grave, pues lo contrario, significaría alterar el contrato
por cualquier circunstancia, vulnerando con ello la seguridad jurídica. Por lo demás,
se debe tener en cuenta que las partes al momento de la celebración del contrato, no solo
tienen en cuenta las circunstancias presentes en ese momento, sino también las
circunstancias futuras, de modo que siempre deberán tener presente que todo contrato
importa un riesgo, sobre todo en los contratos de duración.
Es el caso típico de la devaluación monetaria, en donde, por ejemplo “A” debe una
prestación, y “B” una contraprestación dineraria. La devaluación de la moneda produce
que “A” reciba una contraprestación irrisoria (dineraria), a cambio de ejecutar su
prestación que ha permanecido invariable, configurándose una excesiva onerosidad, toda
vez que la contraprestación (moneda devaluada) que recibe “A” no se encuentra
adecuadamente remunerada respecto de la prestación que debe.
Ahora, bien, “el contratante que ya ha cumplido no podrá por tanto pedir la aplicación del
remedio contra la sobreviniencia por la prestación que ya ha ejecutado, pero podrá valorar
los efectos de la sobreveniencia respecto a aquella que él todavía debe recibir”
Si bien la norma limita su campo de aplicación a los casos en que la parte perjudicada
difirió la ejecución del contrato por dolo o culpa, no obstante, acorde con una
interpretación finalista de aquella, también podríamos incluir a los supuestos en donde la
parte perjudicada por culpa o dolo ocasiono el hecho que dio lugar a la excesiva
onerosidad. Lo anterior, no podría ser de otra manera si tenemos en cuenta que la
excesiva onerosidad es un remedio excepcional, por lo que solo procede su concesión
siempre que el demandante sea de buena fe.
En tal sentido, el juez en principio deberá evaluar si se reúnen las condiciones normativas
previstas para su intervención, deberá realizar el reajuste patrimonial conforme al pedido
de la parte perjudicada, e indicar los términos económicos correspondientes.
La sentencia del juez tiene carácter constitutivo, de modo que a partir de ese momento se
entiende que el contrato se encuentra conformado por las cláusulas iniciales, y las
modificatorias realizadas por el juez, que se integran a aquel, para regular las relaciones
futuras entre las partes del contrato.
Asimismo, la sentencia tiene la calidad de cosa juzgada, por lo que las partes no podrán
plantearse las mismas pretensiones con base en los mismos hechos. Por el contrario,
cabe la posibilidad de una nueva intervención judicial, en caso se acredite la ocurrencia
de nuevos hechos que dan lugar a una excesiva onerosidad.
Ahora bien, en caso la modificación no fuese posible el juez decidirá sobre la resolución
del contrato.