Capítulo IV El Porfiriato: Gildardo Héctor Campero Cárdenas

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Gildardo Héctor Campero Cárdenas 93

Capítulo IV
EL PORFIRIATO

C omo observa Lorenzo Meyer (2009: 47). Desde los inicios de la guerra de
Independencia en 1810 hasta el triunfo de la rebelión del general Porfirio Díaz, el
panorama político y económico de México indica una anarquía endémica:

Dos invasiones extranjeras –la estadounidense y la francesa– y una lucha civil


ininterrumpida –centralistas contra federalistas, conservadores contra liberales–
casi produjeron la desintegración del antiguo virreinato de la Nueva España. Sin
embargo, a partir de 1876, el escenario cambia dramáticamente. La facción
liberal, después de sobreponerse a la invasión francesa, derrotar al grupo
conservador y superar sus divisiones internas, es capaz de organizar por
primera vez una administración nacional relativamente eficiente y fuerte. Esta
nueva administración se levanta alrededor de la figura del general Porfirio Díaz,
héroe de las luchas contra los conservadores y los ejércitos de Napoleón III.
Después de haber ocupado el poder gracias a un golpe de fuerza en 1876, Díaz
lo consolida rápidamente y permanece hasta 1910 como líder indiscutible y
absoluto del país.

Circunstancia económica
En el desarrollo industrial dominaron los extranjeros y el control por éstos de las nuevas
industrias de México se expandió y solidificó durante los últimos años del porfiriato. El
financiamiento incluso de inversiones ‘nacionales’ se llevaba a cabo frecuentemente, al
menos en forma indirecta, en gran parte por capital no mexicano. (Cockcroft, 1985: 21).

En los últimos nueve años del porfiriato, nuevas inversiones de capitalistas


norteamericanos, ingleses y franceses superaron todas sus inversiones de los
primeros veintitrés años del régimen. El incremento más espectacular fue el de
las inversiones norteamericanas que se quintuplicaron entre 1897 y 1911. Ya en
1900 los extranjeros poseían 172 de los 212 establecimientos comerciales del
Distrito Federal, y en 1911 las participaciones extranjeras alcanzaban dos terceras
partes de la inversión total de México, aparte de la agricultura y las industrias
artesanales (Cockcroft, 1985: 21, citando a Rosenzweig y a Vernon).

Para la élite porfirista la creación de un medio favorable a las transacciones era una
condición indispensable para el progreso. Esto implicaba la eliminación de los excesos
del federalismo juarista, reforzando la potencia coercitiva del gobierno central y, para
lograr un rápido desarrollo económico, crear un mercado nacional. En este proceso un
elemento clave fue tanto la intensa actividad de los ferrocarriles, cuanto el dejar atrás
las alcabalas que obstaculizaban la producción manufacturera y el comercio exterior
(Barry, Carr, en Salgueiro y Rodríguez 1979: 188-189).

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En 1911 casi todos los sectores importantes de la economía se hallaban en manos


extranjeras. El capital británico y estadounidense controlaba casi todas las
grandes empresas mineras y la naciente empresa petrolera. La red ferroviaria,
desde sus inicios fue casi por entero de propiedad extranjera. La mayor parte de
los servicios públicos estaban controlados por capital británico y canadiense,
principalmente. Entre ellos, la industria eléctrica, de tan vital importancia, y los
sistemas de transporte urbano con ella relacionados.

Durante el porfiriato, apunta un estudioso estadounidense (Cockcroft, 1985: 27),


la colaboración de hombres de negocios mexicanos con intereses extranjeros
incluyó préstamos bancarios cuando se consideró necesario. Algunos ejemplos de
financiamiento nacional de inversiones extranjeras, también comunes, reflejaron un
alto grado de cooperación entre hombres de negocios mexicanos y extranjeros. “Así
comenzó el auge del petróleo mexicano para beneficio de los extranjeros pero con el
apoyo de los nacionales”.

Además de los banqueros y latifundistas mexicanos, algunos terratenientes


medianos vendieron sus propiedades a compañías petroleras extranjeras y
vinieron a formar una clase provincial de ‘nuevos ricos’ (López y Fuentes,
citado por Cockcroft, 1985: 27).

Pero los ricos, opinaba Porfirio Díaz en su entrevista con Creelman “…se preocupa[ban]
demasiado en sus riquezas y sus dignidades para poder ser útiles al avance del bienestar
general”. De tal suerte, concluía Díaz:

‘La experiencia me ha convencido de que un gobierno progresista debe tratar de


satisfacer la ambición individual tanto como sea posible; pero de que al mismo
tiempo debe poseer un extinguidor para usarlo sabia y firmemente cuando
la ambición individual arda con demasiada viveza en peligro del bienestar
general’. (Las cursivas y negritas son mías).

Sectores de actividad económica


Minería, ferrocarriles, capital extranjero y pobreza masiva parecen compendiar la
economía de la época postrera del régimen del Porfiriato. El proceso de desarrollo
era prácticamente ajeno a la economía pre-revolucionaria, que no podía considerarse
realmente una economía nacional con dinámica propia. La posición acreedora de los
países europeos –muy principalmente de Inglaterra– se reflejaba en la abundancia de
capitales disponibles para la inversión. Estados Unidos, con su economía en pleno
crecimiento, buscaba la penetración económica en América Latina, en dura competencia
con Europa. En los últimos años del régimen de Porfirio Díaz se estimaba que únicamente
las inversiones de propiedad norteamericana representaban más de la mitad de la riqueza
nacional; es decir, que los norteamericanos poseían más, no sólo que el resto de los

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extranjeros, sino más que todos los mexicanos juntos. Los metales eran su principal
materia prima; los ferrocarriles, el medio de transporte (Navarrete R., Alfredo, en Fondo
de Cultura Económica, 1960: 512.)

• Los ferrocarriles

Como apuntamos en el capítulo anterior, la historia del movimiento ferrocarrilero se


remonta a los primeros tiempos del México independiente.

Durante el porfiriato (1877-1880 y 1884-1911) la política económica tuvo, entre


otras características, las de proteger los intereses de la propiedad privada de ciertos
sectores sociales, formados desde la Independencia y sobre los cuales se apoyaba
la clase dirigente, fortaleciendo la gran propiedad territorial del latifundio. Los
objetivos de dicha política serían resumidos en la fórmula de ‘orden y progreso’. La
explotación de una gran parte de los habitantes directamente ligados a la agricultura
de subsistencia, se expandió a la par de la invasión de las tierras comunales por las
haciendas, bajo el amparo de las leyes de desamortización, auxiliada por la supresión de
obstáculos aduanales internos, la construcción de la red ferroviaria y el crecimiento
de la demanda internacional de materias primas mexicanas. (Secretaría del Patrimonio
Nacional…14.15. Las cursivas son mías).

El segundo cuatrienio de Díaz, de 1884 a 1888, prolongó la continuidad gubernamental:

…siguió el control sobre caudillos y caciques, y los que no aceptaron


disciplinarse fueron combatidos; el saneamiento de la hacienda pública; la
construcción de vías férreas y el establecimiento de instituciones bancarias.
Más aún comenzaron a recibirse nuevas inversiones europeas, surgió la
agricultura de exportación, y la minería industrial –especialmente de cobre–
comenzó a desplazar la minería de metales preciosos, como el oro y la plata.
Otra característica de esos años fue la tolerancia concedida… [A]demás de
estabilidad política y crecimiento económico, el país empezó a vivir años de
reconciliación social. Para los renuentes habría represión.

En efecto, consciente Díaz de los enojos que provocaba en la sociedad mexicana


la aplicación de los artículos más jacobinos de la Constitución, como lo prueban
las insurrecciones de 1874, optó por una política de relajación: no derogó ni
modificó tales artículos, pero tampoco los aplicó…lo que traería una auténtica
‘paz orgánica’ (Garciadiego, en Wobeser, von, 2010: 213-214).

Ahora bien, siguiendo a Garciadiego (en Wobeser, von, 2010: 214-216) el periodo de
auge porfiriano abarca desde 1890, aproximadamente, hasta los primeros años del siglo
xx… [y para este] periodo se gobernó ya con un equipo propio, el de los ‘científicos’.

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Los ‘científicos’ propusieron al gobierno de Díaz un proyecto gubernamental,


que en buena medida se cumplió hasta el final del régimen. En materia
económica reconocían la necesidad de inversión extranjera ante la falta
de ahorro interno, aceptaban la conveniencia de exportar productos
naturales y urgían el establecimiento de un sistema racional y nacional
de impuestos, eliminando, en 1896, las alcabalas, especie de pagos por
trasladar productos de una región a otra, lo que había obstaculizado la
integración de la economía nacional.

La estabilidad política, la paz orgánica nacional y el adecuado contexto


internacional coadyuvaron a que durante esos años hubiera en México un
impresionante crecimiento económico: continuó desarrollándose la agricultura
de exportación; con la desaparición de los indígenas levantados en armas, y
gracias al ferrocarril, la ganadería creció en el norte del país, pudiendo abastecer
a poblaciones urbanas distantes; también crecieron la industria mediana en
los ramos textil y papelero, y la minería industrial. Gracias a la instalación
de varios miles de vías férreas, al mejoramiento de los principales puertos, al
desarrollo de las comunicaciones telefónicas y telegráficas y a la desaparición
de las alcabalas, durante aquellos años aumentó notablemente el comercio, tanto
nacional como internacional. De hecho, la exportación de productos naturales
fue superior a la importación de manufacturas, por lo que el país logró tener un
superávit comercial por primera vez en su historia.

Sin embargo, como afirma Teja Zabre (1939: 81-82) las fórmulas del porfirismo de
paz, orden y progreso, se entendían en beneficio de las clases privilegiadas, y casi en
la pura superficie. Los progresos de la educación, de los ferrocarriles, de la cultura en
general, no llegaban a la inmensa mayoría de la población. Las Leyes de Reforma se
nulificaron de hecho, y fueron burladas contando con la benevolencia del Gobierno.
El clero católico, lo mismo que las familias poseedoras de grandes haciendas, dinero,
crédito, casas y rentas recobraron en gran parte su posición y sus ventajas. La protección
decidida a los capitalistas extranjeros formó una casta más de favorecidos, perjudicando
al proletariado con un sistema de explotación agravado por las circunstancias de que el
capital era extranjero, mientras la fuerza de trabajo era nacional. Los ferrocarriles no
se trazaron según los intereses nacionales, sino de acuerdo con los intereses del capital
extranjero. La forma de gobierno del general Díaz se copiaría en casi todos los estados
de la República, en pequeño.

A pocos meses del inicio de su mandato, al abrir el Congreso sus sesiones, Porfirio Díaz
mencionó que:

‘La cuestión de ferrocarriles que tanto preocupa, y con razón, a todos los que se
interesan por la prosperidad de México, ha llamado como es debido la atención
del Ejecutivo; y si bien ha tenido que declarar por motivos legales, la caducidad

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de la concesión del Ferrocarril Central, en ella no se ha apartado de su propósito


de favorecer dentro de la órbita de sus facultades, a las empresas que llenan sus
compromisos y contribuyen de esta manera al logro de los vehementes deseos
que el país siente de poseer, en el más corto tiempo posible, vías férreas que
permitan la explotación de sus inagotables fuentes de riqueza’. (Secretaría de
Comunicaciones y Transportes…16).

El ferrocarril transformó la estructura económica poniendo en contacto los


centros económicos con regiones mineras y agrícolas antes inaccesibles que,
con él se abrieron a la explotación. Esto tuvo efectos sobre otros sectores como
el comercio, la industria y las finanzas sirviendo, asimismo, como incentivo
para el desarrollo de otro tipo de infraestructura de comunicación, como serían
las instalaciones portuarias, los telégrafos y el teléfono. La red ferroviaria del
país lo enlazó de norte a sur con sus dos fronteras, así como la Meseta Central
con los principales puertos del Golfo de México. [Porfirio Díaz siempre puso de
relieve la importancia de las comunicaciones como factor clave del desarrollo].
(Secretaría del Patrimonio Nacional…15).

La última gran especulación de Limantour fue la consolidación de los ferrocarriles
Nacional y Central en una sola empresa, con participación mayoritaria del gobierno,
que se denominaría: Ferrocarriles Nacionales de México. El 6 de julio de 1907 fue
expedido el Decreto de constitución de estos últimos. La empresa consolidada arrojó
resultados positivos entre 1909 y 1912, cuando el proceso revolucionario que determinó
la caída de Díaz empezó a mostrar sus efectos.

Cabe subrayar que en 1887 los ferrocarriles de México tenían una extensión de 578
kilómetros, y para 1910, incluyendo los ferrocarriles de los estados, el total era de
24,559 kilómetros (Teja Zabre 1939: 68).

Económicamente, la construcción de ferrocarriles –junto con la industrialización– fue


uno de los procesos innovadores más importantes que motivaron el cambio social en
México durante el porfiriato. El programa de expansión ferrocarrilera de Porfirio Díaz,
que añadió veinticuatro mil kilómetros en vías a los seiscientos cuarenta tendidos
durante la época de los presidentes Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, fue
financiado básicamente con capital extranjero, la mayor parte norteamericano, pero
también inglés y francés (Cockcroft, 1985: 17).

Sin embargo, John Kenneth Turner (1964: 86) afirmaría en su obra México bárbaro,
publicada en 1911, que Porfirio Díaz repartía entre sus gobernadores concesiones
particulares privadas que les permitieron organizar compañías y construir ferrocarriles.
Cada concesión tenía aparejada una fuerte suma como subsidio del Gobierno. Así,
“… el Gobierno federal pagaba el ferrocarril y el gobernador y sus amigos influyentes
eran sus dueños”.

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Durante el primer período de gobierno del presidente Porfirio Díaz (1876-1880) se


promueve la construcción ferroviaria por medio de concesiones a los gobiernos de
los estados y a particulares mexicanos, además de las administradas en forma directa
por el Estado. Bajo concesión a los gobiernos de las entidades se construyeron las
líneas de Celaya-León, Omestuco-Tulancingo, Zacatecas-Guadalupe, Alvarado-Vera-
cruz, Puebla-Izúcar de Matamoros y Mérida-Peto. Bajo concesión a particulares
mexicanos destacan las líneas del Ferrocarril de Hidalgo y las líneas de Yucatán. Por
administración directa del Estado, el Ferrocarril Nacional Esperanza-Tehuacán, el
Ferrocarril Nacional Puebla-San Sebastián Texmelucán y el Ferrocarril Nacional de
Tehuantepec.

Más tarde la mayoría de estas líneas formarían parte de los grandes ferrocarriles de
capital extranjero, o se unirían a los Ferrocarriles Nacionales de México en un período
posterior. Durante la permanencia de Porfirio Díaz en el poder, de 1884 a 1910, se
consolidaron la expansión ferroviaria y las facilidades a la inversión extranjera. Los
principales ferrocarriles fueron:

• Ferrocarril Mexicano, de capital inglés, inaugurado en 1873 de la Ciudad de


México a Veracruz, vía Orizaba con un ramal a Puebla;
• Ferrocarril de Sonora, de capital norteamericano (1881);
• Ferrocarril Central, de capital norteamericano, entre la Ciudad de México y
Ciudad Juárez (Paso del Norte) inaugurado en 1884 con un ramal al Pacífico
por Guadalajara (1888) y otro al Puerto de Tampico por San Luis Potosí (1890);
• Ferrocarril Nacional (1888-1898), de capital norteamericano, de la Ciudad de
México a Nuevo Laredo. Posteriormente, con la compra del Ferrocarril de
Michoacán del Sur, se extendió hasta Apatzingán y por el norte se vinculó a
Matamoros;
• Ferrocarril Nacional de Tehuantepec del Puerto de Salina Cruz en el Océano
Pacífico a Puerto México (Coatzacoalcos) en el Golfo de México, inicialmente
de capital estatal, en 1889 se responsabiliza de su construcción una firma
inglesa. La reconstruye la empresa Pearson en 1894 y se asocia en 1902 con el
gobierno para su explotación. En 1917 se rescinde el contrato a la Pearson y el
gobierno toma a su cargo la línea, anexada a los Ferrocarriles Nacionales de
México en 1924;
• Ferrocarril Internacional, de capital norteamericano, de Piedras Negras a
Durango (1892) con ramal a Tepehuanes (1902);
• Ferrocarril Interoceánico, de capital inglés, de la Ciudad de México a Veracruz,
vía Jalapa, con ramal a Izúcar de Matamoros y Puente de Ixtla;
• Ferrocarril Mexicano del Sur (1892), concesionado a nacionales, construido
con capital inglés, de Puebla a Oaxaca, pasando por Tehuacán;
• Ferrocarril de Occidente, de capital inglés, del Puerto de Altata a Culiacán,
Sinaloa;

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• Ferrocarril Kansas City, México y Oriente (1899, de capital norteamericano,


de Topolobampo a Kansas City, consolidado sólo el trayecto de Topolobampo
a Ojinaga por el Ferrocarril Chihuahua-Pacífico (1940-1961);
• Ferrocarriles Unidos de Yucatán (1902), financiado por empresarios locales;
• Ferrocarril Panamericano (1908), de capital norteamericano y del gobierno
de México, unía la frontera de Guatemala con el Ferrocarril Nacional de
Tehuantepec;
• Ferrocarriles Nacionales de México (1908), conformado por la fusión del
Central, el Nacional y el Internacional, junto con varios ferrocarriles pequeños
que le pertenecían: Hidalgo, Noroeste, Coahuila, Pacífico, y Mexicano del
Pacífico;
• Ferrocarril Mexicano del Pacífico (1909), de capital norteamericano, línea de
Guadalajara a Manzanillo pasando por Colima;
• Ferrocarril Sud-Pacífico, de capital norteamericano, resultado de la unión de
varias líneas. Parte de Empalme, Sonora a Mazatlán (1909) y llega a Guadalajara
(1927);
• Ferrocarril del Noroeste de México (1910) de Ciudad Juárez a la Junta, en el
estado de Chihuahua.

Por su parte, el Ejecutivo ya había opinado ante el Congreso, en 1883, que a medida que
se concluyeran las vías férreas internacionales e interoceánicas, y se ensanchasen
las demás emprendidas o proyectadas, la confianza respecto al movimiento
progresivo del país produciría resultados más completos y satisfactorios. Todo
esto influiría poderosamente en el desarrollo de nuestros elementos de riqueza,
mejorando las condiciones económicas de la República (Secretaría de Hacienda y
Crédito Público… 1976: 162).

Ahora bien, dentro de la política ferrocarrilera se procuró el equilibrio de intereses


extranjeros para evitar que se constituyeran en monopolio. Esta política económica
de intervencionismo estatal equilibrador culminó con la creación de Ferrocarriles
Nacionales, empresa que absorbió más o menos la mitad de los kilómetros de vías
férreas en operación, que entonces sumaban poco más de 20,000 kilómetros. Para
tal efecto, el gobierno adquirió la mayoría de las acciones de las principales líneas,
evitando que algún sector de nuestras comunicaciones fuera absorbido por empresas
de una sola nacionalidad, en este caso norteamericanas (Secretaría del Patrimonio
Nacional… 1976: 23. Las cursivas son mías).

Al respecto, Luis González (El Colegio de México, 2000: 687) nos recuerda que en
1904 se contrata un nuevo empréstito con Europa de 40 millones de dólares…

Una parte del empréstito –escribe Rabasa– debía servir para amortizar obligaciones
emitidas al realizar una obra de trascendencia suma: la nacionalización de los
ferrocarriles. El mago [de las finanzas, Limantour] funde las principales compañías

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ferroviarias y adquiere las acciones requeridas para influir de modo decisivo en la


nueva organización. (Las cursivas son mías).

Con los ferrocarriles cobrarían auge la minería y la agricultura de exportación, pero ya


a principios de siglo surgirían otras actividades productivas tales como las industrias
eléctrica, siderúrgica y petrolera. En el ramo de los energéticos también el carbón mineral
cobró un notable desarrollo para atender las necesidades de la siderurgia implantada en
Monterrey y San Luis Potosí (Secretaría del Patrimonio Nacional, 1976: 21).

El capital forastero controlaría el 90% del capital invertido en minería, electricidad,


petróleo y bancos, haciendo de la República Mexicana un país dependiente por
los empréstitos y las inversiones de los países capitalistas, sobre todo de Estados
Unidos e Inglaterra (González, Luis, en El Colegio de México, 2000: 705. Las
cursivas son mías).

• La industria eléctrica

La industria eléctrica se inició en México con la instalación de pequeñas plantas


privadas para uso industrial y con el establecimiento de compañías de capital nacional
que a comienzos de siglo operaban en once ciudades principales. La capacidad
total instalada en 1900 en toda clase de servicio se ha estimado en alrededor de
20 mil kW. Fueron ésos los principios de la industria eléctrica realizados en muy
modesta escala con capital predominantemente nacional. (Lara Beautell, en Fondo
de Cultura Económica, 1969: 243).

La industrialización minera y textil y la aparición del alumbrado para servicios públicos


y domésticos trajeron consigo la electrificación: entre 1887 y 1911 se crearon en
México más de cien compañías de luz y fuerza motriz, con capital predominantemente
extranjero: la Guanajuato Power Company, la Michoacán Parrer Company, la
Compañía Eléctrica e Irrigadora de Chapala, la Compañía de Luz y Fuerza de Pachuca,
la Compañía Hidroeléctrica de Río Alameda, entre otras. También servicios como
los tranvías eléctricos del Distrito Federal y de otras ciudades de la República fueron
encomendados a extranjeros, así como el alumbrado en la capital y en las principales
ciudades del país (Hernández, Octavio A., 1981: 184).

Al consultar el Manual de Organización del Gobierno Federal, Tomo II, Organismos
descentralizados y empresas de participación estatal, elaborado por la Dirección
General de Estudios Administrativos de la Secretaría de la Presidencia (1974: 241-
242), encontramos lo siguiente:

El Presidente de la República, Licenciado Benito Juárez, expidió un decreto


que impuso las condiciones que deberían regir en la distribución de agua para
uso doméstico, irrigación rural o producción de energía.

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En 1879, la firma Asier y Portillo, de la ciudad de León, Guanajuato, inició el


curso de la electricidad en México, instalando en su fábrica textil la primera
planta termoeléctrica, destinada exclusivamente a satisfacer sus necesidades
de tipo industrial. Puede considerarse esa época como el inicio de la industria
eléctrica del país, sobre todo para la explotación de la minería, al multiplicarse
la instalación de plantas en diversas entidades.
En 1881 se instaló en la Ciudad de México la primera empresa dedicada a
la producción y venta de energía eléctrica, empleada preferentemente para el
alumbrado, los transportes urbanos y el uso doméstico.
………
En septiembre de 1889 se puso en operación la que fue probablemente la
primera planta hidroeléctrica en la República, con capacidad de 22 kW en
Batopilas, estado de Chihuahua, para satisfacer una importante demanda en la
explotación de la minería.
De 1887 a 1892 se realizaron importantes avances en el empleo de la energía
eléctrica en los fundos mineros de Santa Ana y el Boleo, en el estado de San
Luis Potosí y en Real de Monte, Hidalgo.
……….
A finales del año de 1889, se encontraban funcionando en el país de 167 a 198
plantas eléctricas, las cuales operaban, en un 80%, con capital nacional, bajo la
dirección de pequeñas empresas; algunas de estas plantas, que se encontraban
establecidas en la Ciudad de México y en sus alrededores, fueron adquiridas
por The Mexican Light and Power Co., financiada con capital proveniente de
Canadá, aun cuando su ascendencia fuera europea, como era el caso de la famosa
Societé Du Necaxa, iniciándose propiamente en esa época, la adquisición de las
empresas eléctricas por capitalistas extranjeros, tales como American Foreign
Power Co., The Monterrey Electric Railway Co., The Jalapa Railroad and
Power Co., y algunas otras.
A partir de 1900, encontramos empresas de relevante importancia enclavadas en
México, Guadalajara, Parral, Guanajuato, Mazatlán, Toluca, y algunas otras de
menor capacidad, con un constante incremento del número de concesionarios,
con el consiguiente aumento en su capacidad productora.

Se estima que para el año de 1910, se tenían instalados en la República


Mexicana un total aproximado de 50,000 kW. Y fue precisamente este año
cuando se promulgó la Ley de Aguas, la cual en su Artículo XXXI ordenaba
que los proyectos y planificación referentes a obras hidroeléctricas y líneas de
transmisión, tendrían que ser sometidos previamente a la sanción de la Secretaría
de Fomento, teniendo que presentar, los concesionarios, una descripción amplia
según los diversos tipos de servicios a prestar y el monto y la procedencia del
capital a invertir.

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Las empresas…laboraban aproximadamente con una inversión en capital de 29


a 34 millones de pesos, lo cual representaba una considerable suma aunada a la
cada vez mayor capacidad generadora.

Entre 1910 y 1915, en la época de la Revolución, se notó una marcada disminu-


ción en el avance de la industria eléctrica y, se puede decir, un retroceso en lo
avanzado, hasta entonces.

• El petróleo

La historia de la industria petrolera, en México, –nos recuerda José Mancisidor (1959:


24)– nació en el siglo xx y está ligada a los nombres de Weetman Dickinson Pearson
(inglés) y Edward L. Doheny (norteamericano). Al poco tiempo, los monopolios
más poderosos del mundo: la Standard Oil (norteamericano) y la Royal Dutch Shell
(holandés) hincaron también sus raíces en nuestro suelo. Agrega Mancisidor que:

No obstante, ya con anterioridad, México había sido campo de exploraciones


petroleras. En 1869 se organizó la Compañía Explotadora del Golfo Mexicano
y, a finales del siglo [diez y nueve], se constituyeron la London Oil Trust y la
Mexican Oil Corporation, pero fracasados estos intentos, no fue, sino hasta
principios de la era actual [siglo veinte], cuando la historia del petróleo empezó
a escribirse (Mancisidor, José, 1959: 24-25).

En su obra México bárbaro el periodista norteamericano Turner (1908: 92) hace


referencia a la firma S. Pearson & Son, la cual había recibido tantas concesiones valiosas
en México que a ellas se debe que se le llame ‘los socios de Díaz’. Y agrega enseguida:

Por medio de tales concesiones se halla en posesión de vastos terrenos


petrolíferos, en su mayoría aún no explotados; pero en la actualidad tiene
tantos en producción que la compañía declaró hace poco que en adelante podría
abastecer a todos sus clientes con petróleo mexicano. Su compañía distribuidora
‘El Águila’ mantiene entre sus directores a algunos de los más íntimos amigos
de Díaz. (Turner, 1908: 92).

En el reciente libro que lleva por título Las raíces del nacionalismo petrolero en México,
Lorenzo Meyer (2009: 31) nos recuerda que los primeros intentos de las “chapopoteras”
mexicanas datan de 1863, pero sólo dos décadas más tarde estas tentativas adquirieron
un carácter más serio. Para entonces estadounidenses e ingleses se encontraban al frente
de la empresa.

La aparición de los primeros exploradores estadounidenses que vinieron


en busca de petróleo se explica por varias razones: en primer lugar, porque
la demanda del combustible era ya importante, sobre todo en los países

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industriales; en segundo término, porque México constituía la prolongación


natural de los campos petroleros texanos; y, por último, porque al finalizar el
siglo xix, Estados Unidos era definitivamente un país exportador de capitales y
México un país bien dispuesto a recibirlos. Durante el periodo en que el petróleo
mexicano fue dominado por el capital externo –es decir, de fines del siglo xix
hasta 1938– Estados Unidos produjo las dos terceras partes del petróleo extraído
en el mundo; pero su demanda interna, en general, fue cubierta por su propia
producción. En este sentido, el petróleo mexicano no le era esencial; pero
dado el carácter mundial de los mercados abastecidos por la industria petrolera
estadounidense, la producción de México y otras regiones era necesaria si se
quería satisfacer una demanda mundial siempre en aumento. (Meyer, 2009: 31).

Por su parte, Miguel Alemán Valdés (2007: 18-19) se ocuparía del tema en su obra
La verdad del petróleo en México, donde nos hace saber que “El gobierno de Benito
Juárez mantuvo, sin ningún eufemismo, el principio de la propiedad de la nación sobre
el subsuelo…[y lo mismo haría Maximiliano al decretar]: Nadie puede explotar minas
de … ‘betún, petróleo’…, sin haber obtenido antes la concesión expresa y formal de
las autoridades competentes y con aprobación del Ministerio de Fomento…”. Por lo
contrario:

Porfirio Díaz deroga, el 4 de julio de 1892, el Código de Minas de 1884. No se


acomodan aquellas prescripciones a la política económica de los ‘científicos’.
La legislación minera de los últimos dieciocho años de la etapa porfiriana,
mantiene derogado el denuncio y dispone, en su artículo 4º. ‘El dueño del
subsuelo lo explotará libremente, sin necesidad de concesión especial en
ningún caso, las substancias minerales siguientes: los combustibles minerales,
los aceites…’ y en este mismo artículo establece que ‘la producción minera
legalmente adquirida, y la que en lo sucesivo se adquiera con arreglo a esta Ley
será irrevocable y perpetua’. (Alemán, 2007: 19-20).

Para el ex Presidente Alemán Valdés:



No se detiene el porfirismo en las liviandades consagradas por la Ley de 1892,
va más lejos; en la que expide el 24 de diciembre de 1901, específicamente
destinada al petróleo, que faculta al Ejecutivo para otorgar en concesión, a
las compañías que se establezcan en México, los baldíos y terrenos que…
tiene reservados la nación. Concede privilegios insólitos a los perforadores
con suerte, hasta incluir en ellos la expropiación a su favor de los terrenos
petrolíferos; se exime el pago de impuestos de importación al equipo que
introduzcan al país, así como de cualquier gravamen por la exportación de
sus productos; el capital que inviertan queda exento, por diez años, de toda
obligación fiscal a favor de la Federación.

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También López Portillo y Weber nos dice que:


Por consejo de Limantour, Porfirio puso los ojos entonces, en el inglés
Weetman Dickinson Pearson…lo llamó, y Pearson triunfó donde otros habían
fracasado. Le encargó después las obras de Veracruz. Y, al fin, las del ferrocarril
de Tehuantepec. Cuando trabajaba en éstas, los ingenieros le informaron que
habían encontrado petróleo…
Porfirio tenía grande afecto por este inglés. Y para demostrarlo hizo dictar la Ley del 24
de diciembre de 1901 (Alemán, 2007: 20-21):

…en que se autorizaba la explotación petrolera en los terrenos baldíos y
nacionales, zonas federales y lechos corrientes y masas de agua en México,
concediendo por diez años libre importación de maquinaria; libre exportación
de productos, exención de todo impuesto sobre la inversión; derecho para
comprar terrenos nacionales al precio de baldíos; para expropiar los particulares
que necesitare; derecho de paso por terrenos particulares;… etcétera.

Era sin duda una ley generosa para ayudar a una industria nueva… Ya sólo
le queda conseguir [a Pearson], en forma nítida, fuera de la más leve duda,
que se integre el subsuelo a la propiedad sobre la superficie. Lo consigue el
25 de noviembre de 1905, con la ley de esa fecha que declara ‘de la exclusiva
propiedad del dueño del suelo: Los criaderos o depósitos de combustibles
minerales, bajo todas sus formas y variedades’ (Alemán, 2007: 23).

Al respecto John H. Elliott (2009: 154), historiador de la Universidad de Oxford, nos


recuerda:

Aunque los derechos del subsuelo en España y sus territorios de ultramar


pertenecían a la Corona, se descartaba de antemano la imposición de un
monopolio estatal en la explotación de la minería en el Nuevo Mundo. La
monarquía necesitaba la plata con urgencia y, si el objetivo era encontrar
nuevos yacimientos y explotarlos con eficacia, sólo se podría lograr mediante
la empresa privada.

También nos recuerda Alemán Valdés (2007: 25) que tres años después el
estadounidense Edward L. Doheny adquiere a bajo precio, “prevalido también
de la ignorancia o de la necesidad de los campesinos mexicanos”, grandes áreas
supuestamente petrolíferas, y consigue que Porfirio Díaz le extienda privilegios
idénticos a los que goza el inglés Pearson.

Cuando el petróleo comienza a usarse como combustible en las calderas, pasa a ser el
elemento más importante del desarrollo. En Estados Unidos se inicia la expansión a
escala mundial de los grandes consorcios internacionales del petróleo.

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Porfirio Díaz se entera de la identidad de los trusts estadounidenses con el gobierno del
país vecino. Rockefeller, dueño de “La Standard Oil Co., con el nombre de Waters-Pierce,
matriz de muchas sociedades subsidiarias, controla la mayor parte de la producción de
petróleo crudo en México y también la mayor parte del comercio al mayoreo y menudeo
de ese combustible; según sus directores, el 90%” (Turner, 1908: 160 y 164).

El peligro no es ilusorio, tampoco es inglés. El porfiriato prefiere a los ingleses. Considera


que Londres está más lejos. La estimación favorece las aspiraciones de Pearson, y le
abre las puertas al capital británico. Los ‘científicos’ se entienden mejor con los ingleses.
El Secretario de Relaciones Exteriores, Enrique C. Creel, es presidente de la Compañía
Mexicana de Petróleo ‘El Águila’. Guillermo de Landa y Escandón, secretario de Guerra
y Marina, es consejero del mismo consorcio británico (Alemán, 2007: 34).

Porfirio Díaz recibe con entrañable satisfacción en 1908, la noticia sobre la fusión
de la Royal Dutch holandesa con la empresa naviera inglesa Shell, y se acoge a sus
brazos. En 1910, el trust anglo-holandés controla las dos terceras partes de la industria
petrolera que opera en México. El 39.2 restante corresponde a los consorcios de los
Estados Unidos. En los diez primeros años amortizan el capital invertido. Para algo la
dictadura los ha obsequiado con exenciones y otros privilegios, y ésta se siente feliz
(Alemán, 2007: 35).

Los llamados y favorecidos pueden estar tranquilos. El régimen lo está. Los
obreros, pacientes, no se quejan. En una pastoral, el Obispo de Guadalajara,
Francisco Orozco y Jiménez, expone la doctrina que apoya, por igual, a la
dictadura y los petroleros: Como toda autoridad se deriva de Dios, el trabajador
cristiano debe santificar y hacer sublime su obediencia, sirviendo a Dios en la
persona de sus amos. De esta manera, la obediencia no es humillante ni difícil.
No servimos al hombre; servimos a Dios, y quien sirve a Dios, no dejará de ser
recompensado. Vosotros los pobres amad vuestra humildad y vuestro trabajo;
volved la mirada hacia el cielo; allí encontraréis la verdadera riqueza. Sólo
una cosa os pido: a los ricos, amor; a los pobres, resignación. (Alemán, 2007:
24-25. Las cursivas son mías).

El descontento popular y sus causas

Sin embargo la realidad era muy distinta, como señalara Luis Cabrera en su Carta
abierta a Francisco I. Madero (1977: 12-13), en los albores del siglo xx persistía
el descontento popular y entre las causas del conflicto se encontraba la servidumbre
económica del obrero fabril y del peón del campo frente al privilegio económico y
político del patrón, con el amparo oficial. Además del acaparamiento comercial y
financiero, así como la competencia ventajosa que ejercían los grandes negocios
sobre los pequeños, a la sombra del desigual impuesto, sumados al “extranjerismo”,
es decir, a la preeminencia que ejercían en todo tipo de actividades los extranjeros

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sobre los nacionales, con la desmedida protección de las autoridades, además del apoyo
y vigilancia de sus representantes diplomáticos. Por consiguiente, en otro momento
(1960: 2-3), Luis Cabrera afirmaría que:

Los propósitos de una revolución son siempre transformar un régimen


económico, social o político, reconocidamente injusto, por otro que se cree
más apropiado para el desarrollo futuro del país. Las revoluciones, en fin,
son movimientos sociales profundos, más que políticos, y sus fines no son tan
mezquinos que se conformen con un cambio de gobierno, sino que aspiran a la
derogación de las grandes inquietudes sociales y económicas que son la causa
de su servidumbre. (Las cursivas son mías).

Díaz había roto con los pruritos igualitarios del liberalismo juarista e instauró un
régimen de privilegio para la clase dominante en que los grandes terratenientes
compartían el favor del dictador con los comerciantes, industriales, mineros y
medianos terratenientes. Al otro lado de la balanza se encontraban todos los grupos
dominados, cuya situación socioeconómica tendió a agravarse a lo largo del periodo.
Además, la entrada del capital extranjero desplazó a grupos de propietarios nacionales
en la minería, la industria y el comercio, y que controlaba nuevas actividades como
el transporte ferroviario o la extracción del petróleo. Por consiguiente, admitió la
vasta y profunda penetración de los recursos extranjeros como base de la prosperidad
económica (Cámara de Diputados… s/f: 235).

Pero la situación empeoró a partir de 1908 y dio alas a la multitud de descontento e


impaciencia. El bienio 1908-1909 fue de marcha atrás en casi todos los órdenes…
El deterioro de la vida material intensificó el disgusto social, ya tan fuerte antes de la
crisis. El Club Central Anti-Reeleccionista, fundado a la mitad de 1909, discurre un
programa cuyo lema será: ‘Efectividad del Sufragio y no-reelección’, y propala un
manifiesto del 16 de junio, donde se lee:

La justicia ampara al más fuerte; la instrucción pública se imparte sólo a una


minoría…; los mexicanos son postergados a los extranjeros aún en compañías
en donde el gobierno tiene el control…; los obreros mexicanos emigran al
extranjero en busca de más garantías y mejores salarios; hay guerras costosas,
sangrientas e inútiles contra los yaquis y los mayas y está el espíritu público
aletargado y el valor cívico deprimido…’ (González, Luis, en El Colegio de
México, 2000: 693-694. Las cursivas son mías).

Cabe recordar, para los efectos del tema que nos ocupa, a saber, La evolución de la
administración paraestatal, cómo en la convención antirreeleccionista, del 15 de
abril de 1910, entre otras propuestas estaría la de fomentar la agricultura mediante la
fundación de bancos refaccionarios e hipotecarios, según lo menciona Luis González,

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en su estudio sobre “El liberalismo triunfante” dentro de la obra Historia general de


México (El Colegio de México, 2000: 696).
En su “Balance del liberalismo mexicano”, Luis González concluye lo siguiente:
La prosperidad porfírica no alcanzó a la gran mayoría de la población. Los
millones de pesos quedaron en poder de una aristocracia poco numerosa y
vestida de levita, y de una clase media cada vez más poblada, con medio millón
de socios vestidos de chaqueta y pantalón. No llegó nada o casi nada, de la
deslumbrante riqueza de México a la muchedumbre de camisa y calzón blanco.
Y así fue no sólo por la maldad atribuida a los ricos y a los riquillos; también
porque no funcionó la teoría de la pirámide social, tan cara a los liberales. Para
éstos era seguro que la lluvia de la riqueza caída en la punta de la pirámide se
escurriría hacia abajo hasta cubrir el valle de los pobres. Como dice Daniel
Cosío Villegas…En México la base de la pirámide era anchísima y de escasa
altura, de modo que el escurrimiento se hacía muy lentamente por una línea muy
próxima a la horizontal. Y más que nada –prosigue don Daniel– porque entre las
tres capas de la pirámide mexicana había una gruesa losa impermeable, como
de concreto, que ocasionaba que la lluvia caída en la cresta de la montaña se
estancara allí, sin escurrir nada o poco a las porciones inferiores de la pirámide
(El Colegio de México, 2000: 704).
Por otra parte, en la obra desarrollada por la Auditoría Superior de la Federación,
cuyo título es 1824-2004: 180 años de rendición de cuentas y fiscalización en México,
encontramos el siguiente juicio:

Pero aún en medio de estas contradicciones, Porfirio Díaz logró mantener el


orden y fomentar el desarrollo económico del país durante sus gestiones, aunque
a un enorme costo social y una gran dependencia. [El] aspecto positivo de la
obra porfirista consiste en el progreso material y económico, sin precedentes
en toda la historia anterior de la nación independiente, ya que el crecimiento
logrado benefició a las comunicaciones, la minería, las industrias extractivas y
textiles, el petróleo, la agricultura de exportación, la circulación de la moneda, el
comercio, las obras públicas y las artesanías. Fue, en definitiva, la iniciación de
la verdadera era capitalista en nuestro medio (Cámara de Diputados-Auditoría
Superior de la Federación… s/f: 235).

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