Capítulo IV El Porfiriato: Gildardo Héctor Campero Cárdenas
Capítulo IV El Porfiriato: Gildardo Héctor Campero Cárdenas
Capítulo IV El Porfiriato: Gildardo Héctor Campero Cárdenas
Capítulo IV
EL PORFIRIATO
C omo observa Lorenzo Meyer (2009: 47). Desde los inicios de la guerra de
Independencia en 1810 hasta el triunfo de la rebelión del general Porfirio Díaz, el
panorama político y económico de México indica una anarquía endémica:
Circunstancia económica
En el desarrollo industrial dominaron los extranjeros y el control por éstos de las nuevas
industrias de México se expandió y solidificó durante los últimos años del porfiriato. El
financiamiento incluso de inversiones ‘nacionales’ se llevaba a cabo frecuentemente, al
menos en forma indirecta, en gran parte por capital no mexicano. (Cockcroft, 1985: 21).
Para la élite porfirista la creación de un medio favorable a las transacciones era una
condición indispensable para el progreso. Esto implicaba la eliminación de los excesos
del federalismo juarista, reforzando la potencia coercitiva del gobierno central y, para
lograr un rápido desarrollo económico, crear un mercado nacional. En este proceso un
elemento clave fue tanto la intensa actividad de los ferrocarriles, cuanto el dejar atrás
las alcabalas que obstaculizaban la producción manufacturera y el comercio exterior
(Barry, Carr, en Salgueiro y Rodríguez 1979: 188-189).
Pero los ricos, opinaba Porfirio Díaz en su entrevista con Creelman “…se preocupa[ban]
demasiado en sus riquezas y sus dignidades para poder ser útiles al avance del bienestar
general”. De tal suerte, concluía Díaz:
extranjeros, sino más que todos los mexicanos juntos. Los metales eran su principal
materia prima; los ferrocarriles, el medio de transporte (Navarrete R., Alfredo, en Fondo
de Cultura Económica, 1960: 512.)
• Los ferrocarriles
Ahora bien, siguiendo a Garciadiego (en Wobeser, von, 2010: 214-216) el periodo de
auge porfiriano abarca desde 1890, aproximadamente, hasta los primeros años del siglo
xx… [y para este] periodo se gobernó ya con un equipo propio, el de los ‘científicos’.
Sin embargo, como afirma Teja Zabre (1939: 81-82) las fórmulas del porfirismo de
paz, orden y progreso, se entendían en beneficio de las clases privilegiadas, y casi en
la pura superficie. Los progresos de la educación, de los ferrocarriles, de la cultura en
general, no llegaban a la inmensa mayoría de la población. Las Leyes de Reforma se
nulificaron de hecho, y fueron burladas contando con la benevolencia del Gobierno.
El clero católico, lo mismo que las familias poseedoras de grandes haciendas, dinero,
crédito, casas y rentas recobraron en gran parte su posición y sus ventajas. La protección
decidida a los capitalistas extranjeros formó una casta más de favorecidos, perjudicando
al proletariado con un sistema de explotación agravado por las circunstancias de que el
capital era extranjero, mientras la fuerza de trabajo era nacional. Los ferrocarriles no
se trazaron según los intereses nacionales, sino de acuerdo con los intereses del capital
extranjero. La forma de gobierno del general Díaz se copiaría en casi todos los estados
de la República, en pequeño.
A pocos meses del inicio de su mandato, al abrir el Congreso sus sesiones, Porfirio Díaz
mencionó que:
‘La cuestión de ferrocarriles que tanto preocupa, y con razón, a todos los que se
interesan por la prosperidad de México, ha llamado como es debido la atención
del Ejecutivo; y si bien ha tenido que declarar por motivos legales, la caducidad
Cabe subrayar que en 1887 los ferrocarriles de México tenían una extensión de 578
kilómetros, y para 1910, incluyendo los ferrocarriles de los estados, el total era de
24,559 kilómetros (Teja Zabre 1939: 68).
Sin embargo, John Kenneth Turner (1964: 86) afirmaría en su obra México bárbaro,
publicada en 1911, que Porfirio Díaz repartía entre sus gobernadores concesiones
particulares privadas que les permitieron organizar compañías y construir ferrocarriles.
Cada concesión tenía aparejada una fuerte suma como subsidio del Gobierno. Así,
“… el Gobierno federal pagaba el ferrocarril y el gobernador y sus amigos influyentes
eran sus dueños”.
Más tarde la mayoría de estas líneas formarían parte de los grandes ferrocarriles de
capital extranjero, o se unirían a los Ferrocarriles Nacionales de México en un período
posterior. Durante la permanencia de Porfirio Díaz en el poder, de 1884 a 1910, se
consolidaron la expansión ferroviaria y las facilidades a la inversión extranjera. Los
principales ferrocarriles fueron:
Por su parte, el Ejecutivo ya había opinado ante el Congreso, en 1883, que a medida que
se concluyeran las vías férreas internacionales e interoceánicas, y se ensanchasen
las demás emprendidas o proyectadas, la confianza respecto al movimiento
progresivo del país produciría resultados más completos y satisfactorios. Todo
esto influiría poderosamente en el desarrollo de nuestros elementos de riqueza,
mejorando las condiciones económicas de la República (Secretaría de Hacienda y
Crédito Público… 1976: 162).
Al respecto, Luis González (El Colegio de México, 2000: 687) nos recuerda que en
1904 se contrata un nuevo empréstito con Europa de 40 millones de dólares…
Una parte del empréstito –escribe Rabasa– debía servir para amortizar obligaciones
emitidas al realizar una obra de trascendencia suma: la nacionalización de los
ferrocarriles. El mago [de las finanzas, Limantour] funde las principales compañías
• La industria eléctrica
• El petróleo
En el reciente libro que lleva por título Las raíces del nacionalismo petrolero en México,
Lorenzo Meyer (2009: 31) nos recuerda que los primeros intentos de las “chapopoteras”
mexicanas datan de 1863, pero sólo dos décadas más tarde estas tentativas adquirieron
un carácter más serio. Para entonces estadounidenses e ingleses se encontraban al frente
de la empresa.
Por su parte, Miguel Alemán Valdés (2007: 18-19) se ocuparía del tema en su obra
La verdad del petróleo en México, donde nos hace saber que “El gobierno de Benito
Juárez mantuvo, sin ningún eufemismo, el principio de la propiedad de la nación sobre
el subsuelo…[y lo mismo haría Maximiliano al decretar]: Nadie puede explotar minas
de … ‘betún, petróleo’…, sin haber obtenido antes la concesión expresa y formal de
las autoridades competentes y con aprobación del Ministerio de Fomento…”. Por lo
contrario:
Era sin duda una ley generosa para ayudar a una industria nueva… Ya sólo
le queda conseguir [a Pearson], en forma nítida, fuera de la más leve duda,
que se integre el subsuelo a la propiedad sobre la superficie. Lo consigue el
25 de noviembre de 1905, con la ley de esa fecha que declara ‘de la exclusiva
propiedad del dueño del suelo: Los criaderos o depósitos de combustibles
minerales, bajo todas sus formas y variedades’ (Alemán, 2007: 23).
También nos recuerda Alemán Valdés (2007: 25) que tres años después el
estadounidense Edward L. Doheny adquiere a bajo precio, “prevalido también
de la ignorancia o de la necesidad de los campesinos mexicanos”, grandes áreas
supuestamente petrolíferas, y consigue que Porfirio Díaz le extienda privilegios
idénticos a los que goza el inglés Pearson.
Cuando el petróleo comienza a usarse como combustible en las calderas, pasa a ser el
elemento más importante del desarrollo. En Estados Unidos se inicia la expansión a
escala mundial de los grandes consorcios internacionales del petróleo.
Porfirio Díaz se entera de la identidad de los trusts estadounidenses con el gobierno del
país vecino. Rockefeller, dueño de “La Standard Oil Co., con el nombre de Waters-Pierce,
matriz de muchas sociedades subsidiarias, controla la mayor parte de la producción de
petróleo crudo en México y también la mayor parte del comercio al mayoreo y menudeo
de ese combustible; según sus directores, el 90%” (Turner, 1908: 160 y 164).
Porfirio Díaz recibe con entrañable satisfacción en 1908, la noticia sobre la fusión
de la Royal Dutch holandesa con la empresa naviera inglesa Shell, y se acoge a sus
brazos. En 1910, el trust anglo-holandés controla las dos terceras partes de la industria
petrolera que opera en México. El 39.2 restante corresponde a los consorcios de los
Estados Unidos. En los diez primeros años amortizan el capital invertido. Para algo la
dictadura los ha obsequiado con exenciones y otros privilegios, y ésta se siente feliz
(Alemán, 2007: 35).
Los llamados y favorecidos pueden estar tranquilos. El régimen lo está. Los
obreros, pacientes, no se quejan. En una pastoral, el Obispo de Guadalajara,
Francisco Orozco y Jiménez, expone la doctrina que apoya, por igual, a la
dictadura y los petroleros: Como toda autoridad se deriva de Dios, el trabajador
cristiano debe santificar y hacer sublime su obediencia, sirviendo a Dios en la
persona de sus amos. De esta manera, la obediencia no es humillante ni difícil.
No servimos al hombre; servimos a Dios, y quien sirve a Dios, no dejará de ser
recompensado. Vosotros los pobres amad vuestra humildad y vuestro trabajo;
volved la mirada hacia el cielo; allí encontraréis la verdadera riqueza. Sólo
una cosa os pido: a los ricos, amor; a los pobres, resignación. (Alemán, 2007:
24-25. Las cursivas son mías).
Sin embargo la realidad era muy distinta, como señalara Luis Cabrera en su Carta
abierta a Francisco I. Madero (1977: 12-13), en los albores del siglo xx persistía
el descontento popular y entre las causas del conflicto se encontraba la servidumbre
económica del obrero fabril y del peón del campo frente al privilegio económico y
político del patrón, con el amparo oficial. Además del acaparamiento comercial y
financiero, así como la competencia ventajosa que ejercían los grandes negocios
sobre los pequeños, a la sombra del desigual impuesto, sumados al “extranjerismo”,
es decir, a la preeminencia que ejercían en todo tipo de actividades los extranjeros
sobre los nacionales, con la desmedida protección de las autoridades, además del apoyo
y vigilancia de sus representantes diplomáticos. Por consiguiente, en otro momento
(1960: 2-3), Luis Cabrera afirmaría que:
Díaz había roto con los pruritos igualitarios del liberalismo juarista e instauró un
régimen de privilegio para la clase dominante en que los grandes terratenientes
compartían el favor del dictador con los comerciantes, industriales, mineros y
medianos terratenientes. Al otro lado de la balanza se encontraban todos los grupos
dominados, cuya situación socioeconómica tendió a agravarse a lo largo del periodo.
Además, la entrada del capital extranjero desplazó a grupos de propietarios nacionales
en la minería, la industria y el comercio, y que controlaba nuevas actividades como
el transporte ferroviario o la extracción del petróleo. Por consiguiente, admitió la
vasta y profunda penetración de los recursos extranjeros como base de la prosperidad
económica (Cámara de Diputados… s/f: 235).
Cabe recordar, para los efectos del tema que nos ocupa, a saber, La evolución de la
administración paraestatal, cómo en la convención antirreeleccionista, del 15 de
abril de 1910, entre otras propuestas estaría la de fomentar la agricultura mediante la
fundación de bancos refaccionarios e hipotecarios, según lo menciona Luis González,
Bibliografía
Alemán Valdés, Miguel (2007), La verdad del petróleo en México. México, Biblioteca
Mexicana de la Fundación Miguel Alemán, A.C., Imprenta de Juan Pablos, S.A.
Barry, Carr (1976), “El movimiento obrero y la política en México 1910-1929”, en
Salgueiro Acosta, Roberto y Rodríguez Guerra, Ella (1979), Antología de autores
críticos de la historia de México (1824-1910). México, Editorial Guajardo, S.A.
Garciadiego, Javier (2010), “El porfiriato (1876-1911)”, en Wobeser, von, Gisela (2010),
Historia de México, Fondo de Cultura Económica-Presidencia de la República-
Secretaría de Educación Pública.
Fuentes electrónicas