Soja, La Organización Política Del Espacio
Soja, La Organización Política Del Espacio
Soja, La Organización Política Del Espacio
https://dx.doi.org/10.5209/geop.85021
Edward W. Soja
Resumen. El objetivo principal de este artículo es explorar la organización política del espacio, las
formas en que el espacio y la interacción humana en el espacio se estructuran para cumplir funciones
políticas, en relación con el tema central de la geografía moderna: la organización espacial de la socie-
dad humana. Este es un tema que, a pesar de su evidente importancia, ha recibido relativamente poca
atención directa y sistemática por parte de los geógrafos u otros científicos sociales. La geografía polí-
tica permanece firmemente anclada en la tradición “estatista” dentro de la geografía, con su énfasis en
la diferenciación de áreas y la descripción de características únicas. Este estudio no pretende sustituir
una nueva ortodoxia por una antigua. Tampoco pretende abarcar toda la amplitud de interés en la geo-
grafía política. Su objetivo fundamental es explorar algunos caminos nuevos y sugerir un marco de
conceptos y temas que posiblemente puedan vincular la geografía política de manera más efectiva con
los desarrollos metodológicos y filosóficos recientes en la propia geografía y en las demás ciencias
sociales. Quizás lo más importante, su objetivo final es involucrar al lector, hacerlo consciente de la
organización política del espacio, de la forma en que él mismo percibe estas organizaciones y cómo
afecta su propia actividad y comportamiento.
Palabras clave: Territorialidad; territorio; Estado; organización espacial; geografía política.
1
[Nota de la redacción] El texto original fue publicado bajo el título The Political Organization of Space en la
colección de Resource Papers de la Commission on College Geography de la Associarion of American Geo-
graphers, en 1971, siendo el número 8 de esa colección. Copyright © Association of American Geographers.
Esta traducción es obra de Adela Despujol y se publica con autorización de la Association of American Geo-
graphers. Se ha respetado la integridad y estructura del texto original, actualizando sólo la organización de los
apartados y la forma de las citas según el sistema estándar adoptado por Geopolítica(s).
Cómo citar: Soja, E. W. (2022). La organización política del espacio. Geopolítica(s). Revista de estu-
dios sobre espacio y poder, 13(2), 385-447. http://dx.doi.org/10.5209/geop.85021
Introducción
Las ideologías, las religiones, las lenguas y las culturas crean líneas divisorias adi-
cionales que estructuran todavía más la interacción, promoviendo actividades dirigi-
das al interior de las entidades que definen a la vez que actúan como barreras para
contactos externos. Cada ser humano crea su propio “espacio de actividad” que se
convierte en el contexto para conocer de forma más pormenorizada su entorno y en
donde lleva a cabo habitualmente la mayoría de sus actividades cotidianas. En la
microescala, cada individuo se rodea de una serie de espacios se pueden trasladar, o
zonas de distancia personal, “burbujas” que guían y configuran su interacción con
otros individuos. Así pues, sin fronteras formales, el espacio se organiza y estructura
en nodos (focal points), áreas nucleares (core areas), redes de interacción, dominios,
esferas de influencia, hinterlands, zonas de amortiguación (buffer zones), tierras de
nadie, patrias culturales, regiones, vecindarios, “territorios” de bandas (gang
“turfs”) y guetos.
El principal objetivo de este trabajo es explorar la organización política del espa-
cio —la forma en que el espacio y la interacción humana en el espacio se estructu-
ran para desempeñar funciones políticas— en la medida en que relaciona con el
tema central de la geografía moderna: la organización espacial de la sociedad hu-
mana. Se trata de un tema que, pese a la importancia indudable que tiene, ha recibido
relativamente poca atención directa y sistemática por parte de los geógrafos o de
otros científicos sociales. La geografía política, quizá por la evidente importancia
contemporánea de las fronteras formales internacionales —y hasta cierto punto las
fronteras de las subdivisiones internas fundamentales—, se ha ocupado tradicional-
mente del Estado soberano: la evolución de sus fronteras, su ubicación distintiva, y
las distintas formas en que los Estados se diferencian entre sí respecto al poder, la
cohesión interna, y otros rasgos principales. Más que otras subdisciplinas de la dis-
ciplina, la geografía política permanece firmemente anclada a la tradición “estatista”
en la geografía, que pone el énfasis en la diferenciación de área y la descripción de
características exclusivas, en “la recogida de datos sobre países y regiones, y el in-
tento de deducir la mejor serie de categorías que les podrían caracterizar” (Berry y
Marble, 1966, p.2). En consecuencia, muchos manuales de geografía política pare-
cen poco más que catálogos de Estados y de sus características (políticas o de otro
tipo), con notas secundarias sobre acontecimientos actuales.
Este estudio no se propone sustituir una antigua ortodoxia por una nueva. Ni pre-
tende abarcar todo el ámbito de interés en la geografía política. Su objetivo funda-
mental consiste en explorar unas cuantas vías nuevas y proponer un marco de refe-
rencia de conceptos y temas que puedan enlazar posiblemente la geografía política
de una forma más efectiva con ciertos avances metodológicos y filosóficos recientes
en la propia geografía y en las demás ciencias sociales. Tendrá un enfoque ecléctico
en lugar de concentrarse en una revisión de la literatura geográfica que, para el tema
en cuestión, es relativamente insuficiente —aunque no sea insignificante—. Tendrá
un estilo divulgativo y especulativo, más preocupado por una serie de ideas bastante
amplias pero interrelacionadas que por los hallazgos específicos de la investigación
sobre temas definidos de forma estricta, en parte porque dicha investigación empírica
exhaustiva rara vez ha implicado una perspectiva espacial explícita. Y lo que quizá
sea más importante, el objetivo fundamental es implicar al lector, hacerle consciente
de la organización política del espacio, de la forma en que él mismo percibe esta
organización y cómo influye en su propia actividad y comportamiento.
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Gran parte de la geografía contemporánea parte de la base de que hay un orden geo-
gráfico inherente a la sociedad humana, una “anatomía” espacial de la organización
y el comportamiento humanos que tiene unas características uniformes y reconoci-
bles. El examen de principios y procesos fundamentales, y modalidades recurrentes
de organización espacial humana aporta una línea divisoria compleja para la inves-
tigación geográfica, línea divisoria que, con pocas excepciones destacadas, no se ha
explorado de forma sistemática hasta hace poco. No obstante, de la literatura cientí-
fica cada vez más abundante que existe es posible deducir una serie de generaliza-
ciones comúnmente aceptadas sobre el comportamiento en el espacio que probable-
mente constituyan los componentes esenciales para la elaboración de la teoría.
Aunque sean relevantes para todos los aspectos de la geografía, estas generalizacio-
nes son de especial importancia para entender los procesos que configuran la orga-
nización política del espacio.
En primer lugar, la actividad humana en el espacio está localizada, en el sentido
de que ocupa espacios únicos y específicos de la superficie terrestre, y cada uno de
ellos tiene un conjunto propio de características o atributos. Expresado de una forma
incluso más simple, toda actividad humana se produce en ubicaciones específicas o
en contextos geográficos particulares. En principio, no se trata de una afirmación
especialmente profunda. Sin embargo, la ubicación es uno de los aspectos más bási-
cos de la sociedad humana. Supone el vínculo esencial entre el ser humano y la tierra
y establece el marco para la interacción espacial humana. Las diferencias entre unos
y otros lugares, tanto en ubicación relativa como absoluta, y respecto a otras carac-
terísticas como el clima, la economía, la lengua, la riqueza y la cultura configuran la
naturaleza e intensidad de las relaciones entre las personas y entre las ubicaciones
que ocupan. En demasiados casos la actividad y la conducta humanas se examinan
como si se produjeran en un entorno “carente de espacio” desprovisto de ubicación
terrestre, de relaciones de distancia y dirección, y de otras características asociadas
a un contexto geográfico localizado que afectan a la creación y las consecuencias de
esta actividad o comportamiento. Así pues, es esencial en todo análisis completo de
comportamiento individual o grupal determinar por lo menos la influencia potencial
de los atributos de la ubicación.
Relacionado con la ubicación de la actividad espacial humana y también con las
interrelaciones entre ubicaciones está el carácter central de la actividad humana en
el espacio. Esto refleja en parte el carácter gregario del ser humano como animal
social y surge en parte de los esfuerzos asociados del ser humano para mantener un
cierto nivel de eficiencia en su comportamiento reduciendo la “fricción” de la dis-
tancia. Por tanto, los seres humanos y sus actividades y estructuras localizadas tien-
den a distribuirse según pautas de agrupación, debido en gran medida al factor de la
distancia y su principal correlato, la accesibilidad.
La interacción espacial procede de los atributos diferenciales de los lugares, par-
ticularmente de los que actúan como nodos principales de la actividad humana. En
este caso podemos volver a considerar que la distancia es el factor principal, pero es
una distancia definida en un sentido mucho más amplio que la simple distancia física
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2
En el trabajo de Ullman (1956) sobre el papel del transporte y las bases de la interacción de se puede encontrar
un buen análisis de la complementariedad, la oportunidad interviniente y la transferibilidad.
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coincidir o no con las fronteras definidas legalmente del Estado. Representa una re-
gión funcional porque el flujo de bienes, personas, dinero, mensajes e ideas está es-
tructurado en una red integrada de interacción espacial humana.
Mientras que las regiones funcionales se definen principalmente por sistemas es-
tructurados de interacción espacial, las regiones formales (o uniformes, o homogé-
neas) constituyen una clasificación de áreas según una homogeneidad de atributos
de ubicación, es decir, una asociación de atributos de área en lugar de una estructu-
ración espacial de interacción. El Cinturón de Maíz (Corn Belt) de Estados Unidos
es una región formal en cuanto que todas sus secciones comparten esencialmente los
mismos atributos de ubicación por los que se define la región (por ej., ciertas pro-
porciones de campos de cultivo dedicadas al maíz y a otras cosechas, la existencia
de cierto número de ganado, y quizá una restricción adicional basada en la contigüi-
dad). Asimismo, en el nivel más básico, un estado y sus subdivisiones administrati-
vas son esencialmente regiones formales a pesar del hecho de que la organización
funcional pueda dividir las fronteras formalmente establecidas. Por ejemplo, alguien
está en Illinois, aunque resida en Chicago, Springfield o East St. Louis.
Otro principio importante es el del orden jerárquico. La organización espacial
humana tiende a estar estructurada de forma jerárquica, de forma parecida a la ten-
dencia similar de la organización social humana. De la misma manera que hay un
orden de estatus o categorías en la sociedad, donde todos los diversos “actores” y su
papel están entremezclados en un sistema social más amplio, también hay un orden
jerárquico y entremezclado en la organización espacial. Esta jerarquía adopta dos
formas que pueden coincidir ocasionalmente. La primera surge de la influencia di-
recta de la clasificación social en los modelos espaciales. Así, en muchas sociedades
tradicionales, vivir cerca del jefe o el rey estaba relacionado con un estatus social
elevado. De la misma forma, la administración política a menudo adoptó un modelo
distintivo vinculando distancia, relaciones de parentesco y estatus, siendo los admi-
nistradores que residían más cerca de la capital política los que también eran los más
allegados al liderazgo político. Los estudios de los centros urbanos modernos tam-
bién han revelado un modelo geográfico de categoría social, en que las personas con
un estatus socioeconómico similar tienden a habitar en sectores diferenciados que se
extienden fuera del CBD, el distrito de negocios central (Figura 1).
Además de la diferenciación del espacio como reflejo directo de la organización
social y política, y a menudo conectado con ella, está el desarrollo de las jerarquías
de organización regional, donde elementos regionales más pequeños “anidan” en
otros cada vez mayores. Se nos ocurren claros ejemplos de las jerarquías delimitadas
funcional y formalmente, la primera representada por la jerarquía del lugar central
de las áreas de mercado; la segunda, por la jerarquía política formal de las divisiones
administrativas de Estados Unidos, desde las más locales, pasando por el condado y
el estado, hasta el gobierno federal.
Además de la diferenciación del espacio como reflejo directo de la organización
social y política, y a menudo conectado con ella, está el desarrollo de las jerarquías
de organización regional, donde elementos regionales más pequeños “anidan” en
otros cada vez mayores. Se nos ocurren claros ejemplos de las jerarquías delimitadas
funcional y formalmente, la primera representada por la jerarquía del lugar central
de las áreas de mercado; la segunda, por la jerarquía política formal de las divisiones
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administrativas de Estados Unidos, desde las más locales, pasando por el condado y
el estado, hasta el gobierno federal.
Ha habido varios intentos en los últimos años de agrupar los diversos componen-
tes de la organización espacial humana en un marco conceptual integrado o para-
digma. Peter Haggett (1966), por ejemplo, estructura el enfoque perceptivo del aná-
lisis de ubicación en la geografía humana que adopta en cinco categorías
interrelacionadas, cada una de las cuales ofrece un núcleo conceptual importante
para la investigación geográfica. Comprende movimientos en el espacio (por ej., la
difusión, la circulación), la organización y la canalización de estos movimientos en
redes, el enfoque de la actividad y la interacción en estas redes en nodos determina-
dos, la diferenciación de estos nodos en una jerarquía, y la configuración general del
espacio por parte de estas influencias en superficies de densidad desigual (Figura 2).
El paradigma de Haggett representa la progresiva creación de una región funcional
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han planteado en un marco descriptivo útil. El nivel superior, por ejemplo, representa
un enfoque fundamentalmente espacial que supone poner el acento en las interac-
ciones entre puntos —o ubicaciones en el espacio— y la organización del espacio en
lo que hemos señalado como regiones funcionales o nodales. El nivel inferior se
centra en los atributos de los lugares, las asociaciones de área de estos atributos y la
organización de áreas en regiones formales. Esto es esencialmente equivalente al
análisis de la diferenciación de área, la tendencia dominante tradicionalmente en la
investigación geográfica. Ambos enfoques han existido a lo largo de la historia del
pensamiento geográfico, y virtualmente todos los geógrafos trabajan con una mezcla
distinta de las dos. No obstante, la mayor parte de los principales cambios que se han
producido en la geografía en los últimos quince años han partido fundamentalmente
de la tradición espacial3.
El sistema espacial se sitúa en el centro del diagrama para ilustrar el papel que
tiene como centro integrador de todos los componentes del diagrama. La posición de
los enfoques conductuales (behavioral), sobre la que no se ha puesto de acuerdo en
absoluto la profesión geográfica, está ubicada en el diagrama de manera muy provi-
sional, no tanto por su relación metodológica sino más bien por su papel potencial a
la hora de combinar efectivamente tanto el análisis espacial como el de área.
No es apropiado profundizar en un estudio de este tipo en los diversos esquemas
propuestos como estructuras paradigmáticas para la geografía actual. Lo que es más
importante es destacar que la ubicación de los individuos en regiones formales o
funcionales, los atributos específicos de sus ubicaciones y su posición en las redes
de interacción espacial pueden tener todos importantes implicaciones conductuales.
Además, el carácter global de estas cuestiones representa las características más bá-
sicas de la organización espacial de la sociedad humana.
3
Si se quiere consultar un análisis más minucioso de este marco, véase Soja (1969).
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Estas son, deliberadamente, definiciones muy amplias para que se puedan aplicar
a diversos sistemas políticos y no provoquen una concentración excesiva en el Es-
tado soberano. Se hace hincapié en las funciones políticas en sistemas sociales ma-
yores, sean Estados-nación modernos, pueblos de campesinos aislados, regiones ur-
banas metropolitanas o grupos de cazadores primitivos.
Por tanto, las funciones políticas implican fundamentalmente tres procesos bási-
cos: la competición, el conflicto y la cooperación. En cada caso, al sistema político
le concierne el control y la organización de estos procesos tanto en el seno de las
sociedades y, en la medida que sea posible, entre ellas. Esto no significa que estos
procesos sean exclusivamente políticos, sino que para la sociedad en general se trata
del sector político especializado —el sistema político— que, en parte por el mono-
polio del uso de la fuerza, se reconoce como el foco fundamental de toma de deci-
siones con respecto a estos procesos y como la agencia coordinadora principal para
mantener la integración en el conjunto de la sociedad.
No obstante, es importante establecer claramente qué significa la sociedad. Las
sociedades se han definido como sistemas sociales globales que se diferencian lo
suficiente para ser relativamente autosuficientes. Como todos los sistemas sociales,
una sociedad se mantiene cohesionada gracias a una estructura metódica y persis-
tente de interacción o relación entre los elementos que lo componen. Además, como
Talcott Parsons señaló en Societies, la globalidad y la estabilidad de las sociedades
se basan fundamentalmente en la organización política: “Debe ser fiel tanto a un
sentido de comunidad como a cierta “agencia corporativa” del tipo que normalmente
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importantes de ciencia social y el análisis previo del efecto sobre la interacción es-
pacial de la “distancia” física, funcional y sociocultural. Un paralelismo similar se
puede encontrar en la literatura teórica sobre la integración política, que se ha ocu-
pado sobre todo de tres tipos de integración: la interétnica (incluyendo la integración
de distintos grupos étnicos o culturales), la de masa y élite (incluyendo el vínculo
entre distintos estratos funcionales de la sociedad) y la territorial (que supone el desa-
rrollo de la interacción cohesiva entre áreas). Cada uno de estos tipos se asocia con
mecanismos determinados que suponen la base de la identidad de grupo —aunque,
como ocurre con los propios tipos, estos mecanismos suelen estar interrelacionados
y a menudo se solapan—. Así la integración interétnica se asocia con lo que se ha
llamado “congruencia de valor” o homogeneidad; la integración de masa y élite con
el aumento de la interdependencia funcional, y la integración territorial con un flujo
coordinado de transacciones, o comunicación, en el espacio.
Sería prematuro indicar que esta serie de relaciones paralelas representan un pa-
radigma aceptable para estudiar la organización social y política del espacio. Sin
embargo, resulta útil como marco conceptual amplio que pueda quizá actuar como
foco para el análisis y la posterior investigación, así como el vehículo para introducir
algunas ideas y términos importantes que serán tratados con mayor profundidad más
adelante en este estudio. Además, no solo ilustra la importancia del parentesco y del
contrato para comprender la organización política del espacio, sino que también des-
taca el papel igualmente importante de la dimensión espacial en la organización so-
cial y política de la sociedad.
Este punto de vista del espacio ha ampliado su imagen más allá del contexto local
de la propiedad de la tierra y la posesión de propiedades, en general, para impregnar
todo el espectro de la organización política espacial. Por tanto, el mapa político oc-
cidental convencional es enormemente lineal, increíblemente preciso (por lo menos
en apariencia), dividido en terrenos separados y continuo en el sentido de que, con
solo unas cuantas excepciones (que generalmente incluyen áreas no pobladas), está
totalmente “relleno”. Es más, los compartimentos separados se perciben como si es-
tuvieran impregnados de una sensación de integridad independiente y homogeneidad
interna. El mundo se convierte, en la imagen popular occidental, en un mosaico rí-
gido que se parece no solo a las modalidades locales de propiedad, sino que indica,
al menos en el nivel internacional, las casillas bien defendidas y claramente delimi-
tadas que se encuentran en algunos estudios de territorialidad animal.
La perspectiva occidental se ilustra de forma extrema en las observaciones de
Huckleberry Finn durante su viaje con Tom Sawyer en un globo aerostático: “Esta-
mos justo encima de Illinois todavía (…) Illinois es verde, Indiana es rosa (…) No
miento; lo he visto en el mapa y es rosa”4. Esta percepción del espacio terrestre, tan
influida por el mapa político convencional, no se aleja demasiado de muchas imáge-
nes populares estadounidenses del mundo. Por ejemplo, hay una tendencia a consi-
derar que digamos Francia es un bloque cuadrado compacto en Europa Occidental
donde viven los franceses. Justo al otro lado de sus fronteras viven los belgas, ale-
manes, italianos y españoles —a los que los puristas añadirían los luxemburgueses
y los andorranos—, con sus distintas lenguas, costumbres y características. Con me-
nos conocimiento, se perciben compartimentos aún mayores. Toda África, por ejem-
plo, se suele considerar ocupada por una masa homogénea de “africanos” de piel
negra, básicamente iguales en cultura y comportamiento. Es casi como si el mundo
se considerara un mapa catastral, con fronteras nítidas que separan la “propiedad” de
los franceses y los alemanes, los estadounidenses y los mejicanos, justo como el
mapa catastral delinea la propiedad de los Jones y los Smith, la fábrica y la empresa
de negocios.
En unos de los enfoques más perceptivos de este tema en la literatura actual,
Bohannan compara las conceptualizaciones occidentales del espacio y el territorio
con las que se encuentran en África:
La visión africana del espacio terrestre tiende (hay media docena de excepciones)
a basarse en la regulación de las relaciones sociales. La visión occidental del
mismo espacio está irrevocablemente basada en la explotación (…) La tierra (el
espacio terrestre) es una “cosa” que los occidentales modernos cortan en partes
que llaman parcelas que luego pueden comprar y vender en el mercado. Tal acti-
vidad es muy poco frecuente en las sociedades del mundo —y es reciente en el
nuestro—. Los vecindarios son consecuencia, en la sociedad occidental del siglo
XX, de la compra y la venta, el alquiler y el arrendamiento de los emplazamientos
de casas (homesites). Las comunidades locales son, de hecho, epifenómenos del
mercado. Eso nunca ocurrió en África. Allí una comunidad se basaba y se basa
fundamentalmente en relaciones de grupos sociales fundados sobre algún princi-
pio que no es la “economía”; esa comunidad se sitúa en el espacio, por otras
4
Se trata del viaje descrito en el libro de Mark Twain Tom Sawyer Abroad, publicado en 1894, en el que Huckle-
berry Finn y Tom Sawyer visitan algunas de las maravillas más grandes del mundo [Nota de la traductora].
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característica más llamativa del Estado nacional como organización, en contraste con
organizaciones como empresas o iglesias, que piensa de sí mismo que ocupa, de
forma ‘densa’ y exclusiva, una cierta área del globo” (1969, p.344). Con muy pocas
excepciones, ningún área se podía asociar con más de un Estado. La exclusividad se
convirtió en fundamental en las relaciones internacionales, creando una situación
cargada de conflicto donde la expansión de un Estado solo podía producirse a ex-
pensas de otro Estado. Los Estados se preocuparon de la forma de sus límites, vieron
amenazas potenciales en las anomalías importantes, exigieron más “espacio vital”.
Desde sus orígenes en Europa Occidental tanto la Revolución Industrial como el
sistema de Estados-nación se propagaron de manera desigual por el resto del mundo,
fundamentalmente gracias a la colonización y el imperialismo europeo. Esto supuso
la primera vez en la historia que una “revolución” importante en la organización
social, económica y política humanas se extendió desde una única área central prin-
cipal para influir prácticamente en todo el mundo habitado. No obstante, es impor-
tante señalar que este sistema de Estados-nación extremadamente territorial, aunque
constituyera indudablemente el sistema político predominante, no hizo desaparecer
ni sustituyó sin más otras formas de organización social y política. Es probablemente
más preciso decir que se superpuso en esas formas anteriores, integrándose estrecha-
mente con ellas en algunas áreas a la vez que se asentaba de forma mucho menos
cómoda y estable en otras.
Es un tema muy complejo que requiere mucha más atención de la que puedo
prestarle en este estudio. No obstante, hay muchos puntos fundamentales que se de-
berían derivar de este análisis. Primero, y quizá más importante, es que las concep-
tualizaciones occidentales de la organización política del espacio tienden a ser etno-
céntricas o de carácter cultural. Estas conceptualizaciones, arraigadas en el sentido
de la “propiedad” territorial definida rígida y geométricamente, se han derivado prin-
cipalmente de la excepcional experiencia occidental. Segundo, debido en gran parte
a la omnipresencia de muchos aspectos de esta experiencia por todo el mundo con-
temporáneo, ha habido una tendencia a universalizar los conceptos y las percepcio-
nes occidentales de la organización política espacial, hasta asumir que todas las per-
sonas del mundo los comparten sin tener en cuenta las importantes modalidades de
variación transcultural. En un nivel superficial, es probablemente correcto partir de
la base de que el mapa occidental está siendo adoptado cada vez más por los pueblos
del mundo, pero siguen existiendo muchos “mapas” alternativos que continúan
siendo predominantes o están reconfigurando de forma significativa el modelo occi-
dental.
Como nota final, es interesante conectar este análisis de la organización del espa-
cio con el contexto metodológico de la geografía contemporánea. David Harvey, en
su libro Explanation in Geography, hace la siguiente observación que asimismo re-
fleja el etnocentrismo de las perspectivas espaciales occidentales:
describir los diversos subtipos que existen en cada una de estas categorías (por ej.,
el grupo patrilocal versus el grupo mixto); b) determinar los factores (innovadores y
adoptados) que explican el desarrollo y la elaboración de cada tipo y categoría; y c)
evaluar los aspectos uniformes y las relaciones así descubiertas en el contexto teórico
del cambio cultual contemporáneo.
En un estudio reciente, The Evolution of Political Society, el antropólogo Morton
H. Fried (1967) planteaba una clasificación alternativa que se parece más o menos a
la estructura tradicional de los evolucionistas culturales, pero que profundiza más en
los mecanismos de cambio y en los modelos de organización básicos en cada una de
las categorías. Resumidamente, Fried señala cuatro tipos de sociedades: 1) las socie-
dades igualitarias (equivalentes esencialmente a los grupos); 2) las sociedades jerár-
quicas (generalmente sociedades basadas en el parentesco no centralizadas que en-
globan la mayoría de los grupos llamados tradicionalmente tribus —término que él
critica enérgicamente por ser inexacto y equívoco en su aplicación—); 3) sociedades
estratificadas (organizaciones de transición sumamente efímeras que se parecen más
o menos a las sociedades de jefatura); y 4) los Estados (“el conjunto de instituciones
por medio de las cuales el poder de la sociedad se organiza en un fundamento supe-
rior al parentesco”). En el esquema de Fried, las dos instituciones que producen cam-
bios más importantes antes de que naciera el Estado son la jerarquización, que nace
de una situación en que hay menos puestos de estatus valorado que personas para
ocuparlos, y la estratificación, un sistema en que los miembros adultos de la sociedad
tienen diferente acceso a los recursos básicos. La estratificación se considera funda-
mentalmente inestable, que conduce bien a un modelo más simple de jerarquización
o al desarrollo institucional más complejo asociado con la creación del Estado.
El Estado podría a su vez subdividirse en el Estado preindustrial y el Estado-
nación moderno, o en una serie de tipologías alternativas que se han propuesto en la
literatura de la ciencia social. Hay un amplio conjunto de textos que, aunque no ten-
gan un carácter estrictamente evolucionista, se han dedicado a desarrollar una clasi-
ficación más minuciosa de los sistemas políticos centralizados ejemplificada por el
Estado. Es posible vincular estas clasificaciones con la clasificación básica de los
evolucionistas culturales. T. B. Bottomore (1963), por ejemplo, distingue además de
las sociedades primitivas, los siguientes tipos: ciudades-Estado, imperios basados en
ciudades-Estado, Estados asiáticos basados en burocracias centralizadas, y Estados-
nación. S. N. Eisenstadt (1963) distingue siete tipos fundamentales: 1) sistemas pri-
mitivos, 2) imperios patrimoniales, 3) imperios nómadas o de conquista, 4) ciudades-
Estado, 5) sistemas feudales, 6) imperios burocráticos históricos centralizados, y 7)
sistemas modernos. El último se subdivide en sistemas democráticos, autocráticos,
totalitarios y subdesarrollados5.
¿Qué relevancia tienen estos esquemas evolucionistas y clasificatorios para la or-
ganización política del espacio? Ante todo, ofrecen una categorización estructurada
de las formas básicas de la sociedad humana que, dadas sus características particu-
lares, es posible que difieran significativamente tanto en el modo en que se organiza
políticamente el espacio como en la forma en que se percibe esta organización polí-
tica. Esto a su vez permite una interpretación más general y transcultural de la orga-
nización política del espacio, que es menos probable que sufra la interferencia del
5
Diversas de tipologías de sistemas políticos, incluyendo los de Bottomore y Eisenstadt, se resumen acertada-
mente en Wiseman (1966).
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6
Un buen ejemplo de sociedades centradas en torno a nodos es el de los tongas de la meseta de Zambia, que
articulan su organización social y espacial en torno a una serie de santuarios de la lluvia bastante permanentes.
Para más información, véase Colson (1948; 1951).
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sociedad. Los clanes y linajes localizados eran frecuentes y, en muchos casos, existía
una noción de territorio de clan o linaje. Había territorios de caza y “vecindarios”
centrados en ubicaciones geográficas reconocidas y relativamente permanentes.
Unos cuantos grupos también tenían una forma de “posesión” individual de la tierra.
Pero en todos los casos, el parentesco predominaba sobre el territorio y el contrato
como forma de integración de la sociedad y acción política; y este predominio se
reflejaba en la organización sociopolítica del espacio.
Uno de los avances más importantes en la organización humana social y política
se produce cuando el parentesco localizado o los grupos de residencia se convierten
en entidades territoriales dentro de un sistema político. Todos los grupos sociales
tienen una dimensión espacial, pero pocos son los grupos característicamente terri-
toriales. Esta transformación probablemente tuvo sus orígenes entre las sociedades
más asentadas y agrícolas “tribales” o “jerárquicas”, donde las pautas residenciales
localizadas y la cooperación mutua basada en la proximidad empezaron a desempe-
ñar, cada vez más, un papel importante para mantener la cohesión de la sociedad. La
residencia relativamente permanente y las modalidades regulares de cultivo (ambos
factores asociados habitualmente con entornos fértiles y poblaciones bastante den-
sas) muy probablemente desembocaron en un intento de estabilizar las fronteras so-
ciales en el espacio para transformar la organización funcional dinámica del espacio
basada principalmente en el parentesco en un sistema delimitado de manera más for-
mal que gire en torno a la “propiedad” privada, el control administrativo y la identi-
dad territorial o de ubicación.
Este proceso se asoció con un aumento de la estratificación y la centralización de
la sociedad y con la eventual aparición del Estado, cuyas instituciones están orienta-
das al mantenimiento del orden existente de la estratificación. En las sociedades de
grupos igualitarios, la familia y la localidad fueron las principales estructuras orga-
nizativas.
En las sociedades jerarquizadas (“tribus” en la tipología tradicional), la impor-
tancia del parentesco aumentó de escala a medida que surgieron más entidades de
parentesco más complejas y numerosas. La sociedad estratificada, asociada habitual-
mente con las sociedades de jefatura, marcó una importante etapa de transición. El
parentesco siguió siendo el principio de organización predominante, pero la necesi-
dad de coordinar la interacción y el intercambio en sociedades que crecían y eran
productivas, y el surgimiento relacionado de la estratificación jerárquica basada en
la riqueza, el prestigio o el poder, propiciaron el control centralizado. Y la centrali-
zación a su vez dio prioridad a una organización territorial estable y más formal
como marco para la administración y el control.
Con los orígenes del Estado, la importancia del parentesco disminuye en relación
con la creciente importancia del territorio y la “propiedad” como bases instituciona-
les de la organización de la sociedad. Al mismo tiempo, el sistema político —el com-
ponente de la sociedad que establecía los objetivos y que mantenía el orden— se
convierte en un su sistema progresivamente más diferenciado y especializado dentro
de la matriz social más amplia. Una de las características fundamentales del Estado
es, de hecho, la evidente emergencia de la comunidad política (polity) como una
entidad definida territorialmente no necesariamente vinculada con otra estructura de
organización. Así pues, se hace más fácil hablar de una organización política frente
a otra organización sociopolítica del espacio.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 407
Más que ninguna otra forma de asociación humana, el Estado se dedica a la ex-
pansión: de su población, de su territorio, de su poder físico e ideológico. No es
de extrañar que haya habido tan pocos Estados prístinos en la historia porque
cuando aparece tal Estado en una zona determinada del mundo no tarda en dedi-
carse a convertir las sociedades vecinas en partes o contrapartes de sí mismo. Por
tanto, la aparición del Estado prístino es el disparador de un movimiento habitual-
mente muy grande para la creación del Estado (1967, p.240).
Así pues, el primer desarrollo de los Estados provocó una difusión a gran escala
que dio lugar a cambios sociales fundamentales en todas las áreas del mundo menos
en las más inaccesibles. Este proceso de difusión fue significativo en términos geo-
gráficos porque resultó en una reestructuración de la organización política del espa-
cio. El espacio político se diferenció claramente del espacio sociocultural más am-
plio y se organizó en un sistema celular de regiones formales que sirvió como forma
de control social, identidad e integración. Como se señalaba anteriormente, surgió
una definición territorial de la sociedad además de la definición social del territorio.
La ciudadanía —es decir, la pertenencia a un sistema estatal concreto— llegó a estar
determinada en gran parte por la residencia o el nacimiento en entidades territoriales
7
Ius sanguinis (en latín derecho de sangre) según el que una persona adquiere la nacionalidad de sus ascendientes
por su filiación biológica o adoptiva) aunque haya nacido en otro país. Ius solis (en latín derecho del suelo) es
el derecho a la nacionalidad de un Estado y otros derechos que corresponden a una persona, que se vinculan al
hecho de haber nacido en el territorio de ese Estado [Nota de la traductora].
408 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447
Unidos, los canadienses franceses en Canadá, los galeses y escoceses en Gran Bre-
taña, y los flamencos y valones alternativamente en Bélgica.
Desde una perspectiva distinta, hay muchos que ahora plantean que el Estado-
nación se ha quedado anticuado, que ha dejado de ser adecuado para el contexto
moderno, que la nueva revolución tecnológica ha creado una situación global muy
distinta de la que propició el nacimiento del Estado-nación, una situación que re-
quiere otro paso innovador en la evolución de la sociedad política.
Parece que se está produciendo una reacción similar en las estructuras adminis-
trativas rígidas e inflexibles que han arraigado en muchos Estados-nación. Hemos
señalado antes que la coincidencia entre regiones formales y funcionales es el obje-
tivo ideal del Estado. Pero en tanto que la organización administrativa formal del
espacio pretende la estabilización o el control y tiende a verse afianzada por la inercia
y el poder del Estado, la organización funcional es esencialmente dinámica. Este
conflicto inherente ha creado o exacerbado enormes problemas que han alcanzado
un nivel peligroso en Estados Unidos y en otros lugares. La organización adminis-
trativa en Estados Unidos no se ha mantenido al día de las necesidades cambiantes
y los modelos de interacción de la metrópoli moderna y es reflejo en gran medida de
las circunstancias y exigencias del siglo XIX. En consecuencia, hay una inadecuada
conexión entre los cambios acelerados de organización de la región metropolitana
funcional más amplia y su estructura administrativa formal. Intensificada por pro-
blemas afines que involucran a los cincuenta estados —que han permanecido increí-
blemente estables, al menos en sus fronteras (si no también en sus funciones), a pesar
de los enormes cambios que se han producido en la sociedad estadounidense desde
su origen— la rigidez del sistema administrativo ha hecho fracasar los intentos de
lograr una acción coordinada en actividades como el control de la contaminación, el
desarrollo educativo, la planificación del transporte, el suministro de servicios y la
consecución de la igualdad racial y la justicia.
No se requiere una perspectiva espacial para darse cuenta de que el gobierno local
en Estados Unidos está muy fragmentado en un laberinto de condados, municipios y
distritos especiales que procuran conseguir sus propios intereses localistas sin tener
apenas en consideración la comunidad más extensa. Los centros urbanos, con sus
crecientes guetos étnicos y raciales, se están rodeando de barrios residenciales más
ricos donde habitan “trabajadores” fiables que son capaces de aprovechar las venta-
jas del centro de las ciudades sin contribuir en una medida proporcionada a la solu-
ción de sus problemas. Incluso si aceptamos el paraguas general del Estado-nación,
o algo muy parecido, se está haciendo cada vez más patente que la innovación crea-
tiva se sigue necesitando para posibilitar que el sistema administrativo del Estado-
nación funcione de forma eficaz en la situación moderna.
Para resumir brevemente los principales puntos que hemos tratado en este apar-
tado:
La investigación del espacio personal ha puesto de manifiesto que a cada ser humano
le rodea una serie de “burbujas” espaciales transportables que influyen en el
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 413
Los territorios grupales mantienen alejados a los grupos individuales y así preser-
van la integridad del grupo, mientras que el dominio es la base de las relaciones
intragrupo (…) [Y pasando al nivel de las relaciones políticas, afirma:] La territo-
rialidad grupal se expresa en fronteras nacionales y locales, una segregación en
áreas definidas que reduce el conflicto (1969, pp. 14 y 15).
Aunque admite sin lugar a duda las consecuencias no deseadas que se derivan de
la segregación que un grupo impone a otro, Sommer alega que la segregación terri-
torial, una división del espacio en compartimentos relativamente homogéneos con
fronteras claramente definidas, es un medio fundamental para el acuerdo y la reduc-
ción de conflictos entre grupos. Este autor analiza este medio de resolución de con-
flictos sin cooperación con respecto a fenómenos como la segregación residencial y
laboral de grupos étnicos en una comunidad pequeña estadounidense, el surgimiento
de fronteras rígidas en zonas de contacto interracial en ciudades como Chicago (Ash-
land Avenue) y Nueva York (la calle 96), y el desarrollo de la segregación basada
en la edad entre los mayores y los jóvenes solteros en las comunidades residenciales
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 415
especializadas. Para ilustrar uno de estos ejemplos, cita un artículo de Gene Marine
sobre Chicago:
9
Blockbusting fue una práctica empleada por empresas inmobiliarias y promotores en Estados Unidos con el fin
de fomentar la venta de propiedades en manos de blancos, por la impresión de que las minorías, concretamente
negros, estaban invadiendo sus barrios, que antes habían estado totalmente segregados [Nota de la traductora].
416 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447
Muchas especies de animales, aunque no todas, son territoriales porque los indivi-
duos —y a veces los grupos pequeños— reclaman determinadas áreas y las defien-
den contra la intrusión de miembros de la misma especie. Es curioso que esta impor-
tante faceta del comportamiento animal fuera descrita hace muy poco, en los años
veinte del siglo pasado, por el ornitólogo inglés H.E. Howard. Pero desde entonces
el estudio de la territorialidad se ha convertido en parte integral del campo de la
etología, que ha avanzado considerablemente, y se ha convertido en el tema de bas-
tantes libros populares que tratan de conceptos etológicos y de la relevancia que tie-
nen para el comportamiento humano. La literatura sobre la territorialidad animal es
ahora abundante y compleja, y tiene nuevas interpretaciones y ampliaciones que apa-
recen habitualmente. Debido al objetivo central de este trabajo no es posible revisar
esta literatura de forma exhaustiva. Sin embargo, hay varios rasgos importantes de
la territorialidad animal, especialmente los relacionados con sus funciones y la di-
versidad de formas que adoptan, que probablemente sean relevantes o al menos
orientativos para estudiar la territorialidad humana.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 417
excesiva de ciertas partes del entorno. Mantiene a los animales en una dis-
tancia de comunicación entre sí que les permite señalar la disponibilidad de
comida o la presencia de un depredador. La territorialidad, por medio de la
regulación del distanciamiento y la densidad, proporciona un importante me-
canismo de control de la población y posibilita que el animal actúe de una
forma más eficiente en un nicho ecológico determinado.
d) Estructura y cohesión para el grupo. La territorialidad también proporciona
un marco espacial que ofrece estructura y cohesión a la organización social
animal porque actúa para coordinar las actividades del grupo, preservar su
integridad y en esencia contribuir a controlar, en el nivel individual, los tres
procesos fundamentales mencionados anteriormente con respecto al papel
del sistema político en la sociedad humana: cooperación, conflicto y com-
petición. Si se acepta que la solidaridad de grupo y la organización social
son fundamentales para la supervivencia de una determinada especie animal,
entonces esta función de la territorialidad es esencialmente semejante a las
tres anteriores y probablemente está arraigada en la evolución biológica.
Aparte de las tentadoras analogías con la teoría de los lugares centrales en geo-
grafía, el ejemplo del gorrión molinero indica un número de características generales
de la territorialidad animal individual: que hay uno o más puntos fijos que es proba-
ble que sean defendidos enérgicamente y tienden a estar ubicados en el centro; que
existe un núcleo definible donde las actividades están muy concentradas ; y que en
torno al núcleo hay una amplia zona de menos actividad que puede considerarse de-
limitada en el sitio en que la intensidad de la actividad es significativamente redu-
cida. En condiciones normales, la superposición suele producirse en el área externa
y casi nunca en el núcleo.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 421
ejemplo, muestra los modelos territoriales cambiantes del urogallo rojo escocés con
diversa densidad. Lo que es más importante para nuestros objetivos actuales es el
vínculo que se plantea entre la territorialidad y el espacio de actividad. Aunque la
defensa manifiesta es evidentemente importante, es esporádica y solo es una mani-
festación de territorialidad. Más relevantes y medibles son los modelos manifiestos
de áreas de exclusión y de actividad real. Por consiguiente, parece que una dimensión
principal de la territorialidad es la existencia de una alteración identificable de la
uniformidad regulada por la distancia en los modelos de actividad originados por los
fenómenos sociales frente a los físicos (como las barreras del entorno). Partiendo de
la base de que existe una cierta forma de organización social, podemos concluir que
estas alteraciones configurarán y canalizarán la interacción incluso en condiciones
isotrópicas.
de algún mecanismo territorial. (Una ampliación de esta idea en relación con la te-
rritorialidad se analiza más adelante.)
Es necesario un apunte final para distinguir entre las formas de territorialidad
expresadas directamente en la superficie terrestre en algún tipo de modalidad identi-
ficable y las formas de territorio transportable que lleva consigo el animal individual.
En este punto entramos en el campo de la proxémica que inició Edward T. Hall
(1966; 1968). De la misma forma que los humanos están rodeados por una serie de
“burbujas” que conforman el comportamiento interpersonal, parece que también los
animales están encapsulados en una serie de zonas de distancia que contribuyen al
comportamiento de distanciamiento y que influyen de forma fundamental en las re-
laciones entre miembros de la misma especie y también de distintas especies. Hall
analiza cuatro de estas distancias: la distancia de vuelo y la distancia crítica se utili-
zan cuando se encuentran especies diferentes, mientras que la distancia personal y la
social se observan en la interacción entre miembros de la misma especie. Las rela-
ciones entre la territorialidad como se expresan en la superficie terrestre y estos mi-
croterritorios transportables son, con probabilidad, extremadamente importantes y
reveladoras, pero actualmente no hay suficiente investigación disponible que pro-
porcione indicios o que establezca conclusiones fiables.
12
Véase, por ejemplo, los diversos ensayos en el libro editado por Ashley Montagu (1968), Man and Aggresion,
así como el trabajo de L. Berkowitz (1969).
13
Adaptado de William Etkin (1967).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 427
defendidas agresivamente contra otros grupos —el hombre primitivo era fundamen-
talmente pacífico— y solían ser muy permeables especialmente en tiempos difíciles.
Probablemente no hubo un estallido desconcertante de territorialidad agresiva
cuando el ser humano se diferenció de otros primates, como suponía Ardrey (1966)
en The Territorial Imperative. En cambio, la territorialidad en la sociedad humana
primitiva muy probablemente representó la culminación de muchas tendencias que
ya se habían desarrollado bastante entre los primates superiores: la existencia de gru-
pos sociales relativamente abiertos, la capacidad de los animales —especialmente
los machos adultos— de cambiar de un grupo a otro sin conflicto, la preponderancia
de encuentros habituales pacíficos y, en general, la mayor permeabilidad de las fron-
teras territoriales.
Solo cuando la sociedad humana empezó a aumentar significativamente en escala
y complejidad reafirmó la territorialidad como un fenómeno potente de comporta-
miento y de organización. Pero esta era una territorialidad cultural y simbólica, no
la primitiva territorialidad de los primates y otros animales. Como Fried señala res-
pecto a la idea evolutiva de la sociedad humana que pasa de un énfasis organizativo
sobre el parentesco a otro basado en el territorio:
ninguna otra especie animal que no sea el ser humano el macho adulto depende tanto
de otros para sobrevivir. Por consiguiente, nada tiene de sorprendente que casi todas
las características que distinguen al ser humano de otros animales (la cultura, el
grado de dependencia del aprendizaje simbólico, el conocimiento de la historia y la
tradición, el desarrollo de formas especializadas de comunicaciones intraespecificas,
incluyendo el lenguaje) estén todas adaptadas al mantenimiento de la integración en
grupos del ser humano.
Para estudiar la territorialidad social en el ser humano, es probablemente más
provechoso examinar la territorialidad humana en el nivel individual o personal, en
lugar de buscar relaciones directas con la territorialidad ya sea individual o grupal
en animales. Esto no descarta las fascinantes cuestiones que plantean los factores
biológicos que comparten la territorialidad humana y animal, sino que advierte fun-
damentalmente contra la precipitación en las interpretaciones biológicas de la terri-
torialidad humana de grupo en ausencia de pruebas científicas sólidas de uno u otro
tipo.
aumento de la densidad de una forma eficaz (exponiendo los animales más débiles
—incluidos los pequeños— a los depredadores o a la inanición) el sistema territorial
se desintegra, llevándose consigo la delicada estructura del orden social. En el pos-
terior desbarajuste, se producen cambios fisiológicos y comportamentales significa-
tivos que tienden a fomentar una mortandad masiva de la población —que no solo
incluye a los menos aptos— que puede servir para restablecer el equilibrio preexis-
tente. Por todo esto, es la densidad de población y no la disponibilidad de comida el
principal factor que limita el número de animales.
Por lo general se acepta que el ser humano creó sustitutos culturales para los me-
canismos fundamentalmente biológicos o instintivos del control de la población, in-
cluyendo la territorialidad. Pero, así como se parte de la base de que la evolución
cultural y política humana funcionó para reducir la efectividad de los medios deri-
vados de la cultura para regular la agresión, también se ha afirmado que el ser hu-
mano se ha ido deshaciendo poco a poco de los mecanismos del control de población
creados en la sociedad humana primitiva. En un artículo del Scientific American,
Wynne-Edward resume esta postura de la siguiente manera:
El hombre primitivo, limitado por la comida que podía conseguir cazando, había
creado un sistema para restringir su número con tradiciones y tabúes tribales, como
prohibir las relaciones sexuales para las madres mientras daban el pecho a un niño,
practicando obligatoriamente el aborto y el infanticidio, ofreciendo sacrificios hu-
manos (…) Estas costumbres, conscientemente o no, conservaron la densidad de
población bien equilibrada frente a la capacidad de alimentarse y a la variedad de
la caza. Después, hace unos 8.000 o 10.000 años, la revolución agrícola eliminó
esa limitación. No había ningún motivo para controlar el tamaño de la tribu; al
contrario, el poder y la riqueza se acumulaban en las tribus que permitían que su
población se multiplicara (…) Los antiguos controles sobre la población se fueron
descartando y olvidando. (...)
Ante las oportunidades para procrear y una baja tasa de mortalidad, la población
humana, ya esté bien alimentada o esté hambrienta, muestra ahora una tendencia
a aumentar sin freno. Al no disponer del sistema homeostático incorporado de las
poblaciones animales, el ser humano no puede buscar ningún proceso natural para
restringir su rápido crecimiento. Si el crecimiento debe reducirse hay que hacerlo
mediante los propios esfuerzos del hombre aplicados socialmente de forma deli-
berada (1964, p.74).
14
La perspectiva del Estado como un organismo vivo está estrechamente asociada con los textos de Friedrich
Ratzel. Véase su estudio sobre las leyes de crecimiento especial de los Estados (Ratzel, 1896 [1969]).
432 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447
En los apartados anteriores hemos explorado algunos de los aspectos más generales
de la territorialidad animal y humana. Es evidente que la cuestión de las posibles
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 433
política del espacio a su vez supone uno los cimientos importantes para la integración
de la sociedad.
Como se señaló en la primera parte, todas las sociedades tienen una dimensión
espacial pero solo algunas giran en torno a grupos definidos territorialmente. No de-
bería interpretarse que este hecho implica que la territorialidad existe solo en unas
cuantas sociedades. Todos los sistemas sociales globales con organización política
reconocible y algún tipo de autoridad autónoma sobre un área tienen cierta forma de
territorialidad en que existen ciertos puntos, líneas o áreas que producen identidades
grupales y engendran un sentido de exclusividad de grupo frente a los forasteros.
Esta es la esencia de la territorialidad humana tanto en el nivel individual como en
el de la sociedad. Estos centros territoriales no tienen por qué estar fijos permanen-
temente (consideren, por ejemplo, los territorios de linajes transportables de los Tiv),
ni son necesariamente los centros más significativos para la integración del grupo.
La distinción principal es la que existe entre las sociedades donde hay una definición
social del territorio y las sociedades donde hay una definición territorial de la socie-
dad.
En la larga historia de la evolución cultural humana, ha habido muy pocas socie-
dades que giraran principalmente en torno a unas entidades territoriales claramente
definidas y relativamente fijas. Con mayor frecuencia, la organización del espacio
era un reflejo de la estructura interna social y económica, y la pertenencia al grupo
dependía menos directamente de la ubicación física donde se estuviera que de la
posición que se tuviera en el sistema social. Estas “fronteras” socialmente definidas
desempeñaron una función muy parecida respecto a la intrusión, la exclusión y la
identidad a la que habrían ejercido si se hubieran expresado o institucionalizado di-
rectamente en el paisaje, pero el espacio que delimitaron no correspondía necesaria-
mente a las propiedades euclídeas del espacio terrestre (por ej., el mapa genealógico
de los Tiv).
Sólo cuando nace el Estado y hay un crecimiento asociado de un sistema político
especializado empieza la sociedad a definirse en gran parte territorialmente. El sis-
tema político en las sociedades basadas en el Estado es una entidad territorial encar-
gada de la responsabilidad, entre otras cosas, de mantener su integridad territorial y
estructurar administrativamente su dominio interno en una serie integrada de com-
partimentos territoriales. No se permite que ningún área permanezca fuera del sis-
tema administrativo y en un nivel determinado de funciones no se permite ninguna
superposición geográfica. Hay que llenar el espacio y trazar fronteras precisas, por-
que la jurisdicción y la autoridad se ejercen fundamentalmente sobre porciones del
territorio y no sobre las personas.
El apogeo de la territorialidad humana definida políticamente se alcanza, como
se ha señalado antes, con el sistema de Estados-nación moderno. El sistema de Esta-
dos-nación, arraigado en la lógica aristotélica y la geometría griega, vinculado con
los conceptos occidentales de la propiedad privada, reforzado por la perspectiva ca-
racterística resultante de la organización del espacio y centrado en alcanzar una con-
fianza completa entre la región funcional ocupada por la comunidad nacional y la
región formal definida por el Estado —la que sea más grande, según parece—, ha
sido impuesto en todo el mundo habitable. En efecto, se ha extendido hasta incluir
grandes extensiones de agua, hielo y aire. Por primera vez en la historia humana se
desarrolló un sistema controlado de fronteras territoriales imponiendo a los pueblos
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 435
del mundo un único sistema político territorial que, como casi todos los demás, se
estructuró internamente en virtud de una jerarquía reconocible de dominio.
En el contexto formal-funcional utilizado antes en este estudio, podemos afirmar
que el nacimiento del Estado señaló la primera vez que la organización territorial de
la sociedad se definió de forma generalizada en relación con las regiones delimitadas
formalmente. El Estado se convirtió en un individuo corporativo y difundió muchas
de las ideas de la territorialidad individual y el espacio personal al nivel de la socie-
dad más extenso. Este desarrollo inició una interrelación compleja entre la estructura
estática de las regiones políticas formales y los sistemas de comportamiento dinámi-
cos de la actividad y la identidad que caracterizan la organización funcional del es-
pacio y la sociedad, un avance que configuró poderosamente las relaciones políticas
en el espacio cultural occidental y sus derivados.
Aunque rara vez se ha formulado exactamente en los mismos términos, la inter-
acción entre la organización política formal y la funcional ha constituido un tema
fundamental en la geografía política durante cuarenta años por lo menos. El “enfoque
funcional” de Richard Hartshorne (1950), por ejemplo, y el énfasis que pone en las
fuerzas centrífugas y las centrípetas se originó en la insatisfacción que le producían
los enfoques históricos y morfológicos más tradicionales de la geografía política,
claramente centrados en el crecimiento de la organización política funcional y en el
grado de coincidencia entre la nación y el Estado. El análisis de Jean Gottman (1952)
de la “división política del mundo” se refería a las fuerzas contrastadas de la circu-
lación, el traslado dinámico de productos, personas e ideas que permite que el espa-
cio se organice pero que a la vez propicia la fluidez y el cambio; y de la iconografía,
el conjunto de fenómenos simbólicos que se opone al cambio ocasionado por el mo-
vimiento para favorecer un cierto orden o pauta establecida. La “teoría de campo
unificada” de Stephen Jones (1954) hizo hincapié en la relación entre áreas políticas
(esencialmente regiones políticas formales) y los “campos de circulación” (básica-
mente funcionales) y la asociación de ambos con las ideas políticas y la toma de
decisiones. Las áreas políticas establecidas se consideraban agentes que condicionan
los campos de circulación y otros vínculos en lo que Jones llamó la cadena Idea-
Área (idea política-decisión-movimiento-campo-área política), mientras que todos
los vínculos precedentes funcionan en un proceso de control y creación respecto al
crecimiento de las áreas políticas.
Así pues, es posible incorporar muchas de las perspectivas más tradicionales de
la geografía política en el marco y enfoque utilizado en este estudio. Recomiendo al
estudiante que lea las obras de geógrafos políticos tales como Hartshorne, Gottmann
y Jones por la visión perspicaz y ejemplos ilustrativos que proporcionan para analizar
la organización política del espacio, especialmente respecto a las relaciones de im-
portancia fundamental entre la organización política formal y la funcional.
regiones globales de gran escala. En tanto que el animal individual territorial perte-
nece a un único tipo de sociedad, que vive en un grupo —o en ocasiones se cambian
entre grupos equivalentes— que se reorganiza en distintas subfases para cada una de
sus principales actividades (es decir, alimentarse, dormir y aparearse), el ser humano
puede formar diferentes grupos para actividades especializadas y, en muchos casos,
pasar de uno a otro a voluntad. Por consiguiente, el ser humano puede ser y suele ser
miembro al mismo tiempo de muchas sociedades organizadas territorialmente dife-
rentes. Por ejemplo, puede desarrollar lealtades intensas y compatibles con su vecin-
dario, su provincia o ciudad-región y su Estado-nación.
En vista de esta diversidad, es importante indicar claramente los ingredientes
esenciales de la territorialidad grupal humana porque intervienen en varias escalas
geográficas y sociales. Parece que hay tres ingredientes principales. El primero es un
sentido de la identidad espacial, que de muchas maneras representa una ampliación
del espacio personal a una esfera socioespacial mayor y se suele manifestar en el
desarrollo de un simbolismo o iconografía territorial (banderas, imágenes, insignias,
ciertas estructuras físicas o ubicaciones, etc.). Es muy raro el individuo que no com-
parte con otros individuos un sentimiento de pertenencia a un lugar o área determi-
nada, aunque no resida allí.
El segundo, hay un correspondiente desarrollo de un sentido de exclusividad res-
pecto al territorio. Incluso más que el sentido de identidad, la exclusividad a menudo
está latente en cuanto que debe activarse por una supuesta “invasión” de individuos
inaceptables o estilos de uso de la tierra en un vecindario residencial, de “forasteros”
indeseables en una parte de la ciudad región (incluyendo, por ejemplo, ciertas indus-
trias o el aeropuerto), o de grupos enteros de gente (“extranjeros”) en el espacio na-
cional, así como por la amenaza real de un ataque militar. Como ocurre entre los
animales territoriales, la defensa territorial constante y rígida no es absolutamente
necesaria, ya que el principal factor es un medio organizativo generalizado de incluir
o excluir de forma selectiva a ciertos individuos. De esta forma, la territorialidad
humana se suele asociar con una homogeneización de área que tiene varios rasgos
distintivos: raza, grupo étnico, clase económica e ideología política.
Una tercera característica es la compartimentación o canalización de la interac-
ción humana en el espacio. La territorialidad se asocia con la concentración de acti-
vidades y la comunicación en áreas localizadas, insertando ahora fronteras igual que
antes era normal que la distancia condujese a la desintegración. En este punto reto-
mamos nuestro análisis anterior del territorio de los gorriones molineros (véase la
Figura 9). El principal elemento es la existencia de una alteración reconocible en la
regularidad ordenada por la distancia de los modelos de actividades ocasionada por
los fenómenos sociales y no por los ecológicos.
Todos los casos en que se produce semejante reestructuración de los modelos de
interacción pueden no ser necesariamente el reflejo de la territorialidad social. Por
ejemplo, se puede pensar que tendrán influencia otros factores: la estructura de la
tarifa del transporte dividida en fases para varios medios de transporte, las zonas de
tarificación parecidas para llamadas de teléfono y otras formas de discriminación de
precios y “salidas nocturnas” por área. Pero incluso éstas son en parte producto de
una sociedad esencialmente territorial. No obstante, es probable que la territorialidad
no sea bien definida exclusivamente por esta característica, sino que tiene que impli-
car algún elemento de identidad y también exclusividad de tipo espacial. Como se
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 437
entre capitales), Russet encontró asociaciones muy estrechas entre las regiones mun-
diales basadas en la proximidad física y las regiones que provienen del fundamento
de la homogeneidad social y cultural, el comportamiento de voto en las Naciones
Unidas, la interdependencia económica basada en el comercio y la pertenencia a or-
ganizaciones internacionales. Estas agrupaciones regionales no eran en absoluto
idénticas y contenían muchos miembros que no eran contiguos, pero la estrecha co-
rrelación entre las medidas de distancia rudimentarias y las demás indica claramente
que está funcionando un mecanismo territorial o “efecto de vecindario” que organiza
el espacio global en regiones macrogeográficas.
En el nivel más local, particularmente en las sociedades industrializadas moder-
nas, la territorialidad de grupo también parece que está establecida menos formal-
mente que en el nivel de Estados-nación y en sus principales subdivisiones. Por tanto,
tiene una influencia menos directa y claramente reconocible sobre los modelos de
interacción, enterrada en una compleja red de cadenas sociales y económicas no de-
finidas territorialmente. Pero de nuevo se puede reconocer una influencia territorial
profunda. El papel de la territorialidad como marco de las relaciones sociales en las
barriadas urbanas se ha resaltado de forma inequívoca en la literatura. La territoria-
lidad de las bandas existe y puede interpretarse fácilmente como un medio de regular
la competición, el conflicto y la cooperación en un estrato social completo basado
en la edad15.
Sin embargo, un argumento generalizado en la literatura sociológica es que el
habitante de la ciudad moderna es muy móvil y prefiere el anonimato a los lazos de
unión de la pertenencia a las comunidades territoriales de pequeña escala. El com-
portamiento ya no está principalmente arraigado en la localidad. Las paredes, las
calles y las vallas son barreras para el individuo y su familia contra la presión para
que interactúen con los vecinos, especialmente desde que el coche, los transportes
colectivos y los medios de comunicación de masas le permiten satisfacer casi todas
sus necesidades fuera de su barrio. Por consiguiente, el vínculo territorial local se ha
convertido en una influencia insignificante en las relaciones sociales urbanas.
Por otro lado, se ha considerado que la territorialidad local se restringe a ciertos
grupos. Según este punto de vista, ejemplificado en los textos de Melvin Webber
(1963; 1964), se produce más claramente entre las comunidades de rentas inferiores
en forma de territorios de bandas y vecindarios de base económica o étnica y racial.
Por ejemplo, se admite cada vez más que el gueto negro es un poderoso centro de
identidad territorial, y gran parte del movimiento de derechos civiles dirigido por
negros, especialmente en el énfasis que ponen en el poder negro y el nacionalismo
negro, representa un intento por obtener un dominio local mayor sobre los asuntos y
los progresos de la comunidad territorial. Como Harold Rose (1970) señala, este
proceso de consolidar las identidades (espaciales y raciales) y exigir un aumento del
control local es muy parecido al nacionalismo territorial en el nivel global. Podría-
mos añadir que las áreas suburbiales que son blancas y ricas también manifiestan
identidades territoriales profundas y sentimientos de exclusividad, aunque los mo-
delos de interacción en este caso se orientan externamente y las identidades son más
evidentes solo ante el “desafío” externo (por ejemplo, la anexión o la inmigración de
grupos de rentas más bajas).
15
Véanse Thrasher (1963), Fried y Gleischer (1961) y Suttles (1968).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 439
comercialización de nivel local, se encontró con una feroz resistencia y se vio obli-
gado a aplazar sus planes.
Lo que es especialmente interesante sobre esta territorialidad local era que tendía
a ajustarse en la mayoría de China a lo que Walter Christaller denominó el “principio
administrativo” en el ordenamiento jerárquico de los sistemas de lugares centrales.
Sin profundizar en la teoría de los lugares centrales16, Christaller admitió tres prin-
cipios organizativos básicos que influyen en la disposición horizontal de los asenta-
mientos: el de comercialización, el de transporte y el administrativo (Figura 10). El
principio de comercialización tiene como resultado el número máximo de lugares
centrales en la estructura hexagonal de las áreas de mercado, posibilitando de este
modo que los lugares centrales estén lo más cerca posible del consumidor; esto es,
permite que el espacio esté “lleno” del mayor número de áreas de mercado y merca-
dos. El principio de transporte o de tráfico supone una disposición que contiene tan-
tos lugares importantes como es posible en una ruta directa de transporte entre las
ciudades mayores. En ambos casos todos los pueblos están ubicados en las fronteras
de las áreas de mercado de centros de un orden superior. En el principio administra-
tivo, o principio de separación, se mantiene cierta eficiencia comercializadora, pero
todos los lugares de orden inmediatamente inferior están completamente dentro de
la zona interna del mercado del siguiente centro mayor.
En la China rural, Skinner descubrió que los órdenes superiores del sistema de
comercialización variaban según los principios de comercialización o de transporte.
Estas fronteras de comercialización se parecían de muchas formas a la jerarquía ad-
ministrativa formal del gobierno central, aunque la coincidencia de área entre los dos
sistemas no era muy común. Sin embargo, en el nivel local las áreas comerciales
estándar estaban separadas geográficamente y, por lo general, se componían de alre-
dedor de 19 pueblos (el pueblo central y círculos que lo rodeaban de 6 o 12 pueblos
en conformidad directa con una extensión del principio administrativo). Solo la
16
Se pueden encontrar buenas introducciones a la teoría de los lugares centrales en Berry (1967), y Berry y Pred
(1961).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 441
propia ciudad mercado estándar estaba ubicada en las fronteras del área de mercado
del siguiente orden superior. De este modo el área comercial estándar informalmente
cumplía las dos funciones: la administrativa y la económica. Diferente estructural-
mente de los sistemas de orden superior, constituyó tanto un marco para la identidad
local como un medio de integrar estas entidades locales dentro de los sistemas urba-
nos más amplios, de comercialización y administrativos.
Parece que existen en otros lugares del mundo situaciones similares, en que los
sistemas de comercialización locales establecen y mantienen identidades territoriales
locales sólidas mientras que al mismo tiempo enlazan el nivel local con estructuras
de escala más amplias. Aquí tenemos un ejemplo de un grado medible de territoria-
lidad en sistemas de lugares centrales. Explicando lo que hemos indicado en la Fi-
gura 9, puede existir una discontinuidad notable en los modelos de interacción espa-
cial que distorsiona la disminución de la atracción del lugar según aumentan las
distancias regulares, incluso en el marco teórico aceptable de los lugares centrales.
La Figura 11-A representa una situación no territorial con un lugar Q situado en una
frontera de equilibrio entre los centros X y Y. La interacción teóricamente continúa
al otro lado de la frontera según la disminución regular de la distancia de los centros
principales. Sin embargo, en la Figura 11-B la frontera señala una acusada disminu-
ción en la interacción. En la situación china, es probable que un pueblo esté en con-
tacto más estrecho con otro pueblo que esté a cierta distancia al otro lado del área de
comercialización que con uno que esté muy cerca, pero al otro lado de la frontera del
mercado. En vista de esta situación también puede ser probable que la interacción en
las fronteras de mercado tienda a nivelarse, pareciéndose así aún más a los modelos
territoriales ilustrados en la Figura 9.
Estas observaciones son evidentemente muy especulativas y orientativas, y no
pretenden ser modificaciones significativas de la teoría de los lugares centrales. No
obstante, ofrecen una vía posiblemente fructífera para la futura investigación que
conecte la organización política con la organización económica del espacio.
Conclusión
Este estudio ha intentado explorar muchos rasgos de la organización política del es-
pacio. Empezando con una amplia descripción de las relaciones entre la organización
espacial humana y de la sociedad, pasó en primer lugar a examinar las perspectivas
transculturales de la organización política del espacio, y después a repasar de forma
resumida el nacimiento del Estado-nación como expresión espacial distinta. La or-
ganización política espacial se consideró un producto del intento de las sociedades
humanas y sus instituciones de controlar y dirigir los procesos políticos fundamen-
tales de competición, conflicto y cooperación.
La segunda parte se dedicó principalmente al examen del concepto de territoria-
lidad, su evolución histórica en el ser humano y sus implicaciones contemporáneas
para la sociedad humana. La territorialidad constituye un vínculo esencial e ignorado
durante mucho tiempo entre el comportamiento humano y la organización política
del espacio. La territorialidad en el nivel de la sociedad, por su influencia en los
sentimientos de identidad espacial, en el desarrollo de la sensación de exclusividad
y selección geográficas y en los modelos de área de la interacción humana añade
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