Soja, La Organización Política Del Espacio

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CLÁSICOS GEOPOLÍTICOS

Geopolítica(s) Revista de estudios sobre espacio y poder


ISSN: 2172-3958

https://dx.doi.org/10.5209/geop.85021

La organización política del espacio1

Edward W. Soja

Resumen. El objetivo principal de este artículo es explorar la organización política del espacio, las
formas en que el espacio y la interacción humana en el espacio se estructuran para cumplir funciones
políticas, en relación con el tema central de la geografía moderna: la organización espacial de la socie-
dad humana. Este es un tema que, a pesar de su evidente importancia, ha recibido relativamente poca
atención directa y sistemática por parte de los geógrafos u otros científicos sociales. La geografía polí-
tica permanece firmemente anclada en la tradición “estatista” dentro de la geografía, con su énfasis en
la diferenciación de áreas y la descripción de características únicas. Este estudio no pretende sustituir
una nueva ortodoxia por una antigua. Tampoco pretende abarcar toda la amplitud de interés en la geo-
grafía política. Su objetivo fundamental es explorar algunos caminos nuevos y sugerir un marco de
conceptos y temas que posiblemente puedan vincular la geografía política de manera más efectiva con
los desarrollos metodológicos y filosóficos recientes en la propia geografía y en las demás ciencias
sociales. Quizás lo más importante, su objetivo final es involucrar al lector, hacerlo consciente de la
organización política del espacio, de la forma en que él mismo percibe estas organizaciones y cómo
afecta su propia actividad y comportamiento.
Palabras clave: Territorialidad; territorio; Estado; organización espacial; geografía política.

[en] The Political Organization of Space


Abstract. The main purpose of this paper is to explore the political organization of space – the ways in
which space and human interaction in space are structured to fulfill political functions – as it relates to
the central theme or modern geography: the spatial organization of human society. This is a subject
which, despite its obvious importance, has received relatively little direct and systematic attention from
geographers or other social scientists. The political geography remains firmly locked into the “statist”
tradition within geography, with its emphasis on areal differentiation and description of unique charac-
teristics. This study is not aimed at substituting a new orthodoxy for and old one. Nor is it meant to
encompass the full breadth of interest in political geography. Its fundamental objective is to explore a
few new paths and to suggest a framework of concepts and themes which may possibly link political
geography more effectively with recent methodological and philosophical developments in geography
itself and in the other social sciences. Perhaps most important, its ultimate goal is to involve the reader,
to make him aware of the political organization of space, of the way himself perceives this organiza-
tions, and how it affects his own activity and behavior.
Keywords: Territoriality; territory; state; spatial organization; political geography.

1
[Nota de la redacción] El texto original fue publicado bajo el título The Political Organization of Space en la
colección de Resource Papers de la Commission on College Geography de la Associarion of American Geo-
graphers, en 1971, siendo el número 8 de esa colección. Copyright © Association of American Geographers.
Esta traducción es obra de Adela Despujol y se publica con autorización de la Association of American Geo-
graphers. Se ha respetado la integridad y estructura del texto original, actualizando sólo la organización de los
apartados y la forma de las citas según el sistema estándar adoptado por Geopolítica(s).

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[pt] A organização política do espaço


Resumo. O principal objetivo deste artigo é explorar a organização política do espaço – as formas pelas
quais o espaço e a interação humana no espaço são estruturados para cumprir funções políticas – no
que se refere ao tema central da geografia moderna: a organização espacial da sociedade humana. Este
é um assunto que, apesar de sua óbvia importância, recebeu relativamente pouca atenção direta e siste-
mática de geógrafos ou outros cientistas sociais. A geografia política permanece firmemente presa à
tradição “estatista” dentro da geografia, com sua ênfase na diferenciação regional e na descrição de
características únicas. Este estudo não visa substituir uma nova ortodoxia por uma antiga. Tampouco
pretende abranger toda a amplitude do interesse pela geografia política. Seu objetivo fundamental é
explorar alguns novos caminhos e sugerir um quadro de conceitos e temas que possam vincular a geo-
grafia política de forma mais eficaz com os recentes desenvolvimentos metodológicos e filosóficos na
própria geografia e nas outras ciências sociais. Talvez o mais importante, seu objetivo final é envolver
o leitor, torná-lo consciente da organização política do espaço, da maneira como ele percebe essas or-
ganizações e como isso afeta sua própria atividade e comportamento.
Palavras-chave: Territorialidade; território; Estado; organização espacial; geografia política.

Sumario. Introducción. 1 1. Algunas perspectivas y conceptos básicos. 1.1. Organizaciones espaciales


humanas. 1.2. Sociedad y sistema político. 1.3. Las perspectivas sobre la organización política del es-
pacio. 2. La territorialidad humana y la animal. 2.1. El concepto de territorialidad. 2.2. El espacio per-
sonal y la ecología de grupo pequeño. 2.3. La territorialidad en los animales. 2.4. La territorialidad y
las analogías humanas. 2.5. La territorialidad humana y la organización política del espacio. Conclu-
sión. Referencias bibliográficas.

Cómo citar: Soja, E. W. (2022). La organización política del espacio. Geopolítica(s). Revista de estu-
dios sobre espacio y poder, 13(2), 385-447. http://dx.doi.org/10.5209/geop.85021

Introducción

La superficie de la tierra está inmersa en un laberinto de líneas divisorias creado y


mantenido por el ser humano. Insertados en los colores pastel de una fotografía de
satélite de la tierra hay estratos de intrincadas y superpuestas redes de organización
espacial que son invisibles a distancia pero que, a pesar de ello, influyen profunda-
mente en la actividad y el comportamiento humanos. Alrededor de ciento cuarenta
Estados soberanos dividen la superficie terrestre en territorios peculiares, cada uno
de los cuales está compartimentado en divisiones políticas menores. Una infinidad
de unidades administrativas locales modelan el espacio de varias formas para llevar
a cabo funciones muy diversas. En un nivel todavía más local en la mayor parte de
mundo hay una compleja red de líneas de propiedad y modalidades de pertenencia
de la tierra. Si usted tiene la suficiente suerte de estar en lo alto del Empire State
Building en la ciudad de Nueva York en un día despejado y sin contaminación, ¡el
panorama urbano que tiene delante abarcaría tres Estados, quinientos gobiernos au-
tónomos y cerca de mil entidades gubernamentales adicionales con diversas prerro-
gativas legales y funcionales!
Entretejidas en las entidades políticas y administrativas formales que comparti-
mentan la superficie terrestre, y sobre ellas, están las entidades geográficas menos
fácilmente definidas y más dinámicas que perfilan las esferas o “ámbitos” de inter-
acción humana en el espacio. Sin que estén necesariamente reflejados en fronteras
delimitadas de forma precisa, todos los asentamientos humanos —en cuanto focos
de actividad económica, social y política— dominan hinterlands de forma variable.
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Las ideologías, las religiones, las lenguas y las culturas crean líneas divisorias adi-
cionales que estructuran todavía más la interacción, promoviendo actividades dirigi-
das al interior de las entidades que definen a la vez que actúan como barreras para
contactos externos. Cada ser humano crea su propio “espacio de actividad” que se
convierte en el contexto para conocer de forma más pormenorizada su entorno y en
donde lleva a cabo habitualmente la mayoría de sus actividades cotidianas. En la
microescala, cada individuo se rodea de una serie de espacios se pueden trasladar, o
zonas de distancia personal, “burbujas” que guían y configuran su interacción con
otros individuos. Así pues, sin fronteras formales, el espacio se organiza y estructura
en nodos (focal points), áreas nucleares (core areas), redes de interacción, dominios,
esferas de influencia, hinterlands, zonas de amortiguación (buffer zones), tierras de
nadie, patrias culturales, regiones, vecindarios, “territorios” de bandas (gang
“turfs”) y guetos.
El principal objetivo de este trabajo es explorar la organización política del espa-
cio —la forma en que el espacio y la interacción humana en el espacio se estructu-
ran para desempeñar funciones políticas— en la medida en que relaciona con el
tema central de la geografía moderna: la organización espacial de la sociedad hu-
mana. Se trata de un tema que, pese a la importancia indudable que tiene, ha recibido
relativamente poca atención directa y sistemática por parte de los geógrafos o de
otros científicos sociales. La geografía política, quizá por la evidente importancia
contemporánea de las fronteras formales internacionales —y hasta cierto punto las
fronteras de las subdivisiones internas fundamentales—, se ha ocupado tradicional-
mente del Estado soberano: la evolución de sus fronteras, su ubicación distintiva, y
las distintas formas en que los Estados se diferencian entre sí respecto al poder, la
cohesión interna, y otros rasgos principales. Más que otras subdisciplinas de la dis-
ciplina, la geografía política permanece firmemente anclada a la tradición “estatista”
en la geografía, que pone el énfasis en la diferenciación de área y la descripción de
características exclusivas, en “la recogida de datos sobre países y regiones, y el in-
tento de deducir la mejor serie de categorías que les podrían caracterizar” (Berry y
Marble, 1966, p.2). En consecuencia, muchos manuales de geografía política pare-
cen poco más que catálogos de Estados y de sus características (políticas o de otro
tipo), con notas secundarias sobre acontecimientos actuales.
Este estudio no se propone sustituir una antigua ortodoxia por una nueva. Ni pre-
tende abarcar todo el ámbito de interés en la geografía política. Su objetivo funda-
mental consiste en explorar unas cuantas vías nuevas y proponer un marco de refe-
rencia de conceptos y temas que puedan enlazar posiblemente la geografía política
de una forma más efectiva con ciertos avances metodológicos y filosóficos recientes
en la propia geografía y en las demás ciencias sociales. Tendrá un enfoque ecléctico
en lugar de concentrarse en una revisión de la literatura geográfica que, para el tema
en cuestión, es relativamente insuficiente —aunque no sea insignificante—. Tendrá
un estilo divulgativo y especulativo, más preocupado por una serie de ideas bastante
amplias pero interrelacionadas que por los hallazgos específicos de la investigación
sobre temas definidos de forma estricta, en parte porque dicha investigación empírica
exhaustiva rara vez ha implicado una perspectiva espacial explícita. Y lo que quizá
sea más importante, el objetivo fundamental es implicar al lector, hacerle consciente
de la organización política del espacio, de la forma en que él mismo percibe esta
organización y cómo influye en su propia actividad y comportamiento.
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1. Algunas perspectivas y conceptos básicos

1.1. Organizaciones espaciales humanas

Gran parte de la geografía contemporánea parte de la base de que hay un orden geo-
gráfico inherente a la sociedad humana, una “anatomía” espacial de la organización
y el comportamiento humanos que tiene unas características uniformes y reconoci-
bles. El examen de principios y procesos fundamentales, y modalidades recurrentes
de organización espacial humana aporta una línea divisoria compleja para la inves-
tigación geográfica, línea divisoria que, con pocas excepciones destacadas, no se ha
explorado de forma sistemática hasta hace poco. No obstante, de la literatura cientí-
fica cada vez más abundante que existe es posible deducir una serie de generaliza-
ciones comúnmente aceptadas sobre el comportamiento en el espacio que probable-
mente constituyan los componentes esenciales para la elaboración de la teoría.
Aunque sean relevantes para todos los aspectos de la geografía, estas generalizacio-
nes son de especial importancia para entender los procesos que configuran la orga-
nización política del espacio.
En primer lugar, la actividad humana en el espacio está localizada, en el sentido
de que ocupa espacios únicos y específicos de la superficie terrestre, y cada uno de
ellos tiene un conjunto propio de características o atributos. Expresado de una forma
incluso más simple, toda actividad humana se produce en ubicaciones específicas o
en contextos geográficos particulares. En principio, no se trata de una afirmación
especialmente profunda. Sin embargo, la ubicación es uno de los aspectos más bási-
cos de la sociedad humana. Supone el vínculo esencial entre el ser humano y la tierra
y establece el marco para la interacción espacial humana. Las diferencias entre unos
y otros lugares, tanto en ubicación relativa como absoluta, y respecto a otras carac-
terísticas como el clima, la economía, la lengua, la riqueza y la cultura configuran la
naturaleza e intensidad de las relaciones entre las personas y entre las ubicaciones
que ocupan. En demasiados casos la actividad y la conducta humanas se examinan
como si se produjeran en un entorno “carente de espacio” desprovisto de ubicación
terrestre, de relaciones de distancia y dirección, y de otras características asociadas
a un contexto geográfico localizado que afectan a la creación y las consecuencias de
esta actividad o comportamiento. Así pues, es esencial en todo análisis completo de
comportamiento individual o grupal determinar por lo menos la influencia potencial
de los atributos de la ubicación.
Relacionado con la ubicación de la actividad espacial humana y también con las
interrelaciones entre ubicaciones está el carácter central de la actividad humana en
el espacio. Esto refleja en parte el carácter gregario del ser humano como animal
social y surge en parte de los esfuerzos asociados del ser humano para mantener un
cierto nivel de eficiencia en su comportamiento reduciendo la “fricción” de la dis-
tancia. Por tanto, los seres humanos y sus actividades y estructuras localizadas tien-
den a distribuirse según pautas de agrupación, debido en gran medida al factor de la
distancia y su principal correlato, la accesibilidad.
La interacción espacial procede de los atributos diferenciales de los lugares, par-
ticularmente de los que actúan como nodos principales de la actividad humana. En
este caso podemos volver a considerar que la distancia es el factor principal, pero es
una distancia definida en un sentido mucho más amplio que la simple distancia física
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y sus diversas transformaciones directas (por ej., la distancia-tiempo, la distancia-


coste, la distancia percibida). Supone tanto una “distancia” sociocultural y también
lo que podría denominarse una “distancia” funcional. La primera, por ejemplo, im-
plica que es probable que se fomente la interacción cuando la gente que habita en
determinadas ubicaciones comparte atributos culturales similares como la lengua y
las tradiciones, o atributos sociales similares como el nivel de educación, la ocupa-
ción o los ingresos.
La distancia funcional es esencialmente lo que Edward Ullman (1956) ha llamado
complementariedad: la interdependencia potencial derivada de la existencia de una
oferta de alguna cosa en algún lugar y la demanda de esa cosa en otro. Por ejemplo,
es más probable que dos ciudades interactúen más ampliamente si las dos producen
bienes que la otra desea —asumiendo que estos bienes puedan ser intercambiados
con ganancias— que si producen esencialmente las mismas cosas. Estas ofertas y
demandas no tienen por qué ser económicas, sino que también pueden ser sociales,
culturales, políticas, psicológicas y por supuesto biológicas (por ej., parejas poten-
ciales de matrimonios). Una vez más, se parte de la base de que es probable que las
dos localidades interactúen más ampliamente si esta interacción puede satisfacer al-
gún objetivo funcional que tengan las dos.
Indudablemente, hay muchos otros factores que influyen en la interacción espa-
cial, pero parece que los tres que se han mencionado tienen una gran importancia
general: la distancia física y sus diversas transformaciones directas (incluyendo la
accesibilidad y la ubicación relativa); la homogeneidad sociocultural (en la que se
incluye la pertenencia a grupos de parentesco, étnicos, sociales y otros grupos de
“identidad”); y la complementariedad funcional (que, en combinación con el atributo
de ubicación relativa, incluye el importante factor de la oportunidad interviniente)2
Es decir, la interacción humana en el espacio tenderá a ser mayor cuando los puntos
o las personas que interactúan están “más cerca” entre sí físicamente, sociocultural-
mente y en sus necesidades funcionales. Además, en vista de la nodalidad de la ocu-
pación y actividad humanas, todos estos tres modelos de proximidad están probable-
mente muy interrelacionados.
Los atributos diferenciales de las ubicaciones y el patrón de la interacción humana
en el espacio sirven de base para distintas formas de organización espacial humana:
la primera con respecto a lo que se ha llamado en la literatura geográfica “asociación
de área", y la segunda respecto a lo que se ha llamado “estructura espacial”. Los
términos utilizados por Philbrick (1957) para estas dos formas de organización son
“paralelo” y “nodal”. Resultan más familiares para el geógrafo por ser las bases de
las regiones formales y las regiones funcionales.
Las regiones funcionales (o nodales, o polarizadas) proceden de una estructura
o patrón organizados de interacción espacial, que suelen implicar una orientación
hacia un centro o centros comunes que influyen en la interacción por toda un área.
Una región funcional simple, por ejemplo, podría ser el hinterland de un puerto o el
área atendida por un colegio o una biblioteca. La ciudad de Nueva York o Chicago
son los centros de regiones funcionales extensas y dinámicas con líneas divisorias
variables que abarcan partes de varios estados y cientos de entidades municipales.
Más complejo es el territorio donde habita una comunidad nacional unida, que puede

2
En el trabajo de Ullman (1956) sobre el papel del transporte y las bases de la interacción de se puede encontrar
un buen análisis de la complementariedad, la oportunidad interviniente y la transferibilidad.
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coincidir o no con las fronteras definidas legalmente del Estado. Representa una re-
gión funcional porque el flujo de bienes, personas, dinero, mensajes e ideas está es-
tructurado en una red integrada de interacción espacial humana.
Mientras que las regiones funcionales se definen principalmente por sistemas es-
tructurados de interacción espacial, las regiones formales (o uniformes, o homogé-
neas) constituyen una clasificación de áreas según una homogeneidad de atributos
de ubicación, es decir, una asociación de atributos de área en lugar de una estructu-
ración espacial de interacción. El Cinturón de Maíz (Corn Belt) de Estados Unidos
es una región formal en cuanto que todas sus secciones comparten esencialmente los
mismos atributos de ubicación por los que se define la región (por ej., ciertas pro-
porciones de campos de cultivo dedicadas al maíz y a otras cosechas, la existencia
de cierto número de ganado, y quizá una restricción adicional basada en la contigüi-
dad). Asimismo, en el nivel más básico, un estado y sus subdivisiones administrati-
vas son esencialmente regiones formales a pesar del hecho de que la organización
funcional pueda dividir las fronteras formalmente establecidas. Por ejemplo, alguien
está en Illinois, aunque resida en Chicago, Springfield o East St. Louis.
Otro principio importante es el del orden jerárquico. La organización espacial
humana tiende a estar estructurada de forma jerárquica, de forma parecida a la ten-
dencia similar de la organización social humana. De la misma manera que hay un
orden de estatus o categorías en la sociedad, donde todos los diversos “actores” y su
papel están entremezclados en un sistema social más amplio, también hay un orden
jerárquico y entremezclado en la organización espacial. Esta jerarquía adopta dos
formas que pueden coincidir ocasionalmente. La primera surge de la influencia di-
recta de la clasificación social en los modelos espaciales. Así, en muchas sociedades
tradicionales, vivir cerca del jefe o el rey estaba relacionado con un estatus social
elevado. De la misma forma, la administración política a menudo adoptó un modelo
distintivo vinculando distancia, relaciones de parentesco y estatus, siendo los admi-
nistradores que residían más cerca de la capital política los que también eran los más
allegados al liderazgo político. Los estudios de los centros urbanos modernos tam-
bién han revelado un modelo geográfico de categoría social, en que las personas con
un estatus socioeconómico similar tienden a habitar en sectores diferenciados que se
extienden fuera del CBD, el distrito de negocios central (Figura 1).
Además de la diferenciación del espacio como reflejo directo de la organización
social y política, y a menudo conectado con ella, está el desarrollo de las jerarquías
de organización regional, donde elementos regionales más pequeños “anidan” en
otros cada vez mayores. Se nos ocurren claros ejemplos de las jerarquías delimitadas
funcional y formalmente, la primera representada por la jerarquía del lugar central
de las áreas de mercado; la segunda, por la jerarquía política formal de las divisiones
administrativas de Estados Unidos, desde las más locales, pasando por el condado y
el estado, hasta el gobierno federal.
Además de la diferenciación del espacio como reflejo directo de la organización
social y política, y a menudo conectado con ella, está el desarrollo de las jerarquías
de organización regional, donde elementos regionales más pequeños “anidan” en
otros cada vez mayores. Se nos ocurren claros ejemplos de las jerarquías delimitadas
funcional y formalmente, la primera representada por la jerarquía del lugar central
de las áreas de mercado; la segunda, por la jerarquía política formal de las divisiones
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administrativas de Estados Unidos, desde las más locales, pasando por el condado y
el estado, hasta el gobierno federal.

Figura 1. Modelos sectoriales de estatus socioeconómico en Sunderland,


Inglaterra.

Fuente: Adaptado de Robson (1969, p.128).

Ha habido varios intentos en los últimos años de agrupar los diversos componen-
tes de la organización espacial humana en un marco conceptual integrado o para-
digma. Peter Haggett (1966), por ejemplo, estructura el enfoque perceptivo del aná-
lisis de ubicación en la geografía humana que adopta en cinco categorías
interrelacionadas, cada una de las cuales ofrece un núcleo conceptual importante
para la investigación geográfica. Comprende movimientos en el espacio (por ej., la
difusión, la circulación), la organización y la canalización de estos movimientos en
redes, el enfoque de la actividad y la interacción en estas redes en nodos determina-
dos, la diferenciación de estos nodos en una jerarquía, y la configuración general del
espacio por parte de estas influencias en superficies de densidad desigual (Figura 2).
El paradigma de Haggett representa la progresiva creación de una región funcional
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o de nodos contemplada como un sistema espacial (que se ha definido como un con-


junto de lugares, los atributos de estos lugares y las interacciones entre estos lugares
y entre sus atributos). Es decir, el sistema espacial o regional es una sección del
mundo real delimitada de forma arbitraria que tiene algunas relaciones funcionales
comunes —una estructuración de la interacción espacial correspondiente a nuestro
anterior análisis de regiones funcionales)—.

Figura 2. Etapas en el análisis de los sistemas regionales

Fuente: Adaptado de Haggett (1966).

El concepto de sistema espacial es también fundamental para el empeño de ela-


boración de un paradigma de Brian Berry (1966), que aporta una descripción del
sistema espacial en términos de matriz. No podemos profundizar en este artículo en
la formulación de Berry, pero consiste esencialmente en un intento de vincular dos
series de hechos geográficos: los atributos de las ubicaciones y la interacción entre
ubicaciones. Cada uno puede representarse en forma de matriz, y en el caso de la
matriz de los atributos las ubicaciones están en las filas, y sus diversos atributos en
las columnas; y en la matriz de interacción las parejas de ubicaciones están en las
filas y los tipos de interacción en las columnas. Berry postula que las dos matrices
están asociadas en lo que denomina una “teoría general de campos” y que los mode-
los geográficos fundamentales que sintetizan la estructura y el comportamiento de
los sistemas espaciales son interdependientes e isomórficos.
Se puede interpretar en nuestro contexto actual que el esquema general del para-
digma de Berry destaca dos modalidades distintas pero interrelacionadas de investi-
gación geográfica (Figura 3). El diagrama no es un resumen de las nociones de Berry
sino simplemente un intento de incorporar algunas de las ideas que este autor y otros
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han planteado en un marco descriptivo útil. El nivel superior, por ejemplo, representa
un enfoque fundamentalmente espacial que supone poner el acento en las interac-
ciones entre puntos —o ubicaciones en el espacio— y la organización del espacio en
lo que hemos señalado como regiones funcionales o nodales. El nivel inferior se
centra en los atributos de los lugares, las asociaciones de área de estos atributos y la
organización de áreas en regiones formales. Esto es esencialmente equivalente al
análisis de la diferenciación de área, la tendencia dominante tradicionalmente en la
investigación geográfica. Ambos enfoques han existido a lo largo de la historia del
pensamiento geográfico, y virtualmente todos los geógrafos trabajan con una mezcla
distinta de las dos. No obstante, la mayor parte de los principales cambios que se han
producido en la geografía en los últimos quince años han partido fundamentalmente
de la tradición espacial3.
El sistema espacial se sitúa en el centro del diagrama para ilustrar el papel que
tiene como centro integrador de todos los componentes del diagrama. La posición de
los enfoques conductuales (behavioral), sobre la que no se ha puesto de acuerdo en
absoluto la profesión geográfica, está ubicada en el diagrama de manera muy provi-
sional, no tanto por su relación metodológica sino más bien por su papel potencial a
la hora de combinar efectivamente tanto el análisis espacial como el de área.
No es apropiado profundizar en un estudio de este tipo en los diversos esquemas
propuestos como estructuras paradigmáticas para la geografía actual. Lo que es más
importante es destacar que la ubicación de los individuos en regiones formales o
funcionales, los atributos específicos de sus ubicaciones y su posición en las redes
de interacción espacial pueden tener todos importantes implicaciones conductuales.
Además, el carácter global de estas cuestiones representa las características más bá-
sicas de la organización espacial de la sociedad humana.

Figura 3. Un marco teórico para el análisis geográfico

Fuente: Elaboración propia según Soja (1969).

3
Si se quiere consultar un análisis más minucioso de este marco, véase Soja (1969).
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1.2. Sociedad y sistema político

Como se ha indicado anteriormente, la organización política del espacio refleja la


forma en que se estructura la interacción humana espacial para desempeñar las fun-
ciones políticas. Pero ¿qué son las funciones políticas y cómo se diferencian de otras
funciones de la sociedad? La definición específica de las funciones políticas frente a
las no políticas nunca ha gozado de un acuerdo total por parte de los científicos so-
ciales mucho más allá del convencional “quién consigue qué, dónde y cuándo” —la
definición “dónde-menos” de la política propuesta por Harold Lasswell (1936)—.
Sin embargo, para nuestros objetivos se pueden señalar tres ámbitos funcionales
principales:

1. Control sobre la distribución, adjudicación y posesión de los recursos esca-


sos (entre ellos, la tierra, el dinero y el poder/la aptitud de adoptar decisiones
de autoridad). Se trata en gran medida de una función coordinadora o admi-
nistrativa destinada a cumplir las necesidades del conjunto de la sociedad.
2. El mantenimiento del orden y la observancia de la autoridad. Esta función
gira en torno a la solución de conflictos tanto en las sociedades como entre
ellas.
3. La legitimación de la autoridad por medio de la integración de la sociedad.
En este caso el acento está en la creación y el mantenimiento de las institu-
ciones y las pautas de comportamiento que fomentan la unidad y la cohesión
grupales.

Estas son, deliberadamente, definiciones muy amplias para que se puedan aplicar
a diversos sistemas políticos y no provoquen una concentración excesiva en el Es-
tado soberano. Se hace hincapié en las funciones políticas en sistemas sociales ma-
yores, sean Estados-nación modernos, pueblos de campesinos aislados, regiones ur-
banas metropolitanas o grupos de cazadores primitivos.
Por tanto, las funciones políticas implican fundamentalmente tres procesos bási-
cos: la competición, el conflicto y la cooperación. En cada caso, al sistema político
le concierne el control y la organización de estos procesos tanto en el seno de las
sociedades y, en la medida que sea posible, entre ellas. Esto no significa que estos
procesos sean exclusivamente políticos, sino que para la sociedad en general se trata
del sector político especializado —el sistema político— que, en parte por el mono-
polio del uso de la fuerza, se reconoce como el foco fundamental de toma de deci-
siones con respecto a estos procesos y como la agencia coordinadora principal para
mantener la integración en el conjunto de la sociedad.
No obstante, es importante establecer claramente qué significa la sociedad. Las
sociedades se han definido como sistemas sociales globales que se diferencian lo
suficiente para ser relativamente autosuficientes. Como todos los sistemas sociales,
una sociedad se mantiene cohesionada gracias a una estructura metódica y persis-
tente de interacción o relación entre los elementos que lo componen. Además, como
Talcott Parsons señaló en Societies, la globalidad y la estabilidad de las sociedades
se basan fundamentalmente en la organización política: “Debe ser fiel tanto a un
sentido de comunidad como a cierta “agencia corporativa” del tipo que normalmente
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consideramos gubernamental, y debe establecer un orden normativo relativamente


efectivo en un área territorial (1966, p.2).
De estas observaciones podemos inferir que la organización política del espacio
en parte refleja el orden social y político en las sociedades, es decir, que la organiza-
ción social, política y espacial están interrelacionadas. Por consiguiente, la organi-
zación política del espacio funciona en las sociedades fundamentalmente como
forma de estructurar la interacción entre los elementos que la componen (individuos
y grupos). Su principal objetivo es crear y mantener la solidaridad en la sociedad
configurando los procesos de competición, conflicto y cooperación puesto que fun-
cionan espacialmente.
No obstante, la organización política del espacio no es lo único que mantiene la
integración de la sociedad. La cooperación, el conflicto y la competición son eviden-
temente determinados por otras influencias. En efecto, la mayor parte de la literatura
de la ciencia social teórica, aunque reconozca el fundamento territorial de las socie-
dades y los sistemas políticos, casi nunca aborda explícitamente la dimensión espa-
cial. En esta literatura los mecanismos integradores examinados más importantes han
sido el parentesco (o etnicidad) y la cooperación social que nace de la división fun-
cional del trabajo. No podemos profundizar en esta literatura, pero es importante
analizar estos dos mecanismos de forma resumida puesto que ambos tienen impor-
tantes implicaciones para la organización política del espacio.
Los estudios del parentesco por lo general han destacado que la tendencia a la
interacción y asociación humanas se ve fomentada por una “proximidad biológica”
—real o supuesta—, afianzada por el papel de la familia en la socialización y forma-
ción de valores. Así, las relaciones de parentesco crean vínculos no sólo por los lazos
de sangre sino también como vehículo básico de cultura, que a su vez contribuye a
cimentar la sociedad mediante la lengua y la tradición.
La integración de la sociedad también se basa en la interdependencia funcional
que procede de la división del trabajo. El nivel de diferenciación que es necesario en
la sociedad merma la autosuficiencia individual o familiar creando roles especiali-
zados que son interdependientes. En este caso el énfasis teórico principal se ha
puesto en el concepto de “contrato”: un acuerdo voluntario y mutuo para compro-
meterse con una actividad cooperativa concreta. Las relaciones contractuales permi-
ten la extensión de la sociedad más allá de los grupos de parentesco inmediatos. Los
vínculos de complementariedad funcional involucran a individuos no relacionados
biológicamente en redes coordinadas y cooperativas de actividad social, económica
y política, extendiendo por tanto la escala de la sociedad y sumándose a su variedad
de vínculos integradores.
Desafortunadamente, no ha habido ningún intento de explorar la dimensión espa-
cial de la organización de la sociedad en un nivel parecido al examen extensivo del
parentesco y las relaciones contractuales. Los sistemas sociales y políticos en mu-
chos casos han estado alejados de sus contextos geográficos en la literatura teórica y
se han tratado como si estuvieran flotando en algún tipo de “entorno” abstracto des-
provisto de variables espaciales fundamentales como la ubicación relativa, la distan-
cia y la conectividad. Algunos de los tipos de cuestiones que parecen ser importantes
pero que a pesar de ello rara vez han sido examinados son: ¿cómo la ubicación afecta
al estatus (y viceversa)?, ¿cómo afecta la ubicación relativa en el espacio ocupado
por una sociedad a la intensidad de la interacción social o de la interacción y
396 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

organización políticas?, ¿cuál es el papel desempeñado por la identidad de ubicación


o territorial en el mantenimiento de la solidaridad grupal?, ¿hasta qué punto se refle-
jan regularmente en distintas formas de organización espacial los distintos tipos de
sistemas sociales y políticos?, ¿cuáles son las relaciones, si existen, entre la organi-
zación social y política, por una parte, y la “segregación” territorial, por otra?, ¿cómo
influye la organización política del espacio en las relaciones políticas tanto internas
como externas?, o, en términos más generales, ¿cuál es la relación entre la organiza-
ción sociopolítica y la organización humana espacial?
El olvido generalizado de la dimensión espacial en la literatura de la ciencia social
teórica se pone de manifiesto de forma interesante en un libro reciente, Communal
Organizations, de George A. Hillery (1968). En este examen bastante laborioso de
un modelo de organizaciones comunitarias, Hillery, sociólogo, señala tres modali-
dades recurrentes en la organización e integración de la sociedad: las relaciones fa-
miliares, las relaciones contractuales y las relaciones espaciales. Aunque tiende a
considerar secundaria la variable espacial, advierte, no obstante, que se ha olvidado
en la literatura teórica y empírica, y el grado sorprendente en que surge su importan-
cia de un análisis objetivo de lo que él denomina “villas” (vills): sociedades locales,
que incluyen tanto pueblos tradicionales como ciudades, que se integran “por medio
de las familias y la cooperación” y por las relaciones espaciales implicadas en la
ubicación. Hillery afirma:

Ninguna villa carece de orientación espacial, cooperativa y familiar. Es más, cada


centro del conjunto influye en los demás no solo directamente sino por medio de
los otros componentes del modelo con el que se integra (…) No es posible dar
prioridad a ninguno de los centros en el presente estado del conocimiento (…)
Tampoco se puede pretender argumentar la importancia de ningún centro quitán-
doles importancia a los otros dos. Por ejemplo, es cierto que la cooperación está
presente en todas las villas, pero también lo está el conflicto, y, por tanto, la coope-
ración suele sufrir una seria amenaza para su existencia en las villas. De la misma
manera, se podría considerar el espacio como un medio en vez de como un centro
de la actividad de la comunidad. Y sin embargo una mirada más atenta a las quince
villas demuestra claramente que las relaciones espaciales desempeñan un papel
importante en el mantenimiento de la organización de la comunidad (1968, pp.66-
67).

El presente análisis de la dimensión espacial no está tampoco diseñado para “fo-


mentar” una dimensión de la organización de la sociedad en perjuicio de las demás,
sino fundamentalmente para reafirmar la importancia del espacio y las relaciones
espaciales, y señalar lo necesario que es prestar mayor atención a esta dimensión de
la que se ha dado hasta ahora.
Por consiguiente, podemos indicar que el espacio, el contrato y la familia —lo
que debería ampliarse para incluir la etnicidad y quizá la identidad cultural— son
importantes dimensiones de la organización de la sociedad. Además, su importancia
se basa principalmente en el grado en que influyen y estructuran la interacción hu-
mana, que en sí misma es la base de la sociedad.
Sin incluir necesariamente las tres dimensiones en un paraguas espacial, es in-
teresante destacar el paralelismo entre el breve examen de algunos conceptos
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 397

importantes de ciencia social y el análisis previo del efecto sobre la interacción es-
pacial de la “distancia” física, funcional y sociocultural. Un paralelismo similar se
puede encontrar en la literatura teórica sobre la integración política, que se ha ocu-
pado sobre todo de tres tipos de integración: la interétnica (incluyendo la integración
de distintos grupos étnicos o culturales), la de masa y élite (incluyendo el vínculo
entre distintos estratos funcionales de la sociedad) y la territorial (que supone el desa-
rrollo de la interacción cohesiva entre áreas). Cada uno de estos tipos se asocia con
mecanismos determinados que suponen la base de la identidad de grupo —aunque,
como ocurre con los propios tipos, estos mecanismos suelen estar interrelacionados
y a menudo se solapan—. Así la integración interétnica se asocia con lo que se ha
llamado “congruencia de valor” o homogeneidad; la integración de masa y élite con
el aumento de la interdependencia funcional, y la integración territorial con un flujo
coordinado de transacciones, o comunicación, en el espacio.
Sería prematuro indicar que esta serie de relaciones paralelas representan un pa-
radigma aceptable para estudiar la organización social y política del espacio. Sin
embargo, resulta útil como marco conceptual amplio que pueda quizá actuar como
foco para el análisis y la posterior investigación, así como el vehículo para introducir
algunas ideas y términos importantes que serán tratados con mayor profundidad más
adelante en este estudio. Además, no solo ilustra la importancia del parentesco y del
contrato para comprender la organización política del espacio, sino que también des-
taca el papel igualmente importante de la dimensión espacial en la organización so-
cial y política de la sociedad.

1.3. Las perspectivas sobre la organización política del espacio

En los dos apartados anteriores, hemos introducido varios conceptos y principios


relacionados primero con la organización espacial humana en general, y segundo con
la organización de la sociedad, especialmente el papel del sistema político en el man-
tenimiento de la cohesión de la sociedad. En este apartado se intentará reunir estos
dos análisis en una perspectiva integrada intercultural sobre la organización política
del espacio, una perspectiva que se basa en gran medida en la literatura de la antro-
pología cultural y política.

1.3.1. El “sesgo” occidental del espacio político rígidamente compartimentado

Este es un sesgo o distorsión característico de la forma en que los estadounidenses y


los europeos tienden a percibir la organización política del espacio. Las perspectivas
occidentales convencionales de la organización espacial son conformadas en gran
medida por el concepto de propiedad, en que partes del territorio se contemplan
como “mercancías” capaces de ser compradas, vendidas o intercambiadas en el mer-
cado. Se considera que el espacio se subdivide en compartimentos cuyas fronteras
son determinadas “objetivamente” mediante técnicas topográficas y cartográficas
basadas en las matemáticas y la astronomía. Como señala el antropólogo Paul
Bohannan, “nosotros somos las únicas personas en el mundo que utilizamos instru-
mentos de navegación marítima para determinar cuál es nuestra posición en la tierra”
(1964, p.175).
398 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

Este punto de vista del espacio ha ampliado su imagen más allá del contexto local
de la propiedad de la tierra y la posesión de propiedades, en general, para impregnar
todo el espectro de la organización política espacial. Por tanto, el mapa político oc-
cidental convencional es enormemente lineal, increíblemente preciso (por lo menos
en apariencia), dividido en terrenos separados y continuo en el sentido de que, con
solo unas cuantas excepciones (que generalmente incluyen áreas no pobladas), está
totalmente “relleno”. Es más, los compartimentos separados se perciben como si es-
tuvieran impregnados de una sensación de integridad independiente y homogeneidad
interna. El mundo se convierte, en la imagen popular occidental, en un mosaico rí-
gido que se parece no solo a las modalidades locales de propiedad, sino que indica,
al menos en el nivel internacional, las casillas bien defendidas y claramente delimi-
tadas que se encuentran en algunos estudios de territorialidad animal.
La perspectiva occidental se ilustra de forma extrema en las observaciones de
Huckleberry Finn durante su viaje con Tom Sawyer en un globo aerostático: “Esta-
mos justo encima de Illinois todavía (…) Illinois es verde, Indiana es rosa (…) No
miento; lo he visto en el mapa y es rosa”4. Esta percepción del espacio terrestre, tan
influida por el mapa político convencional, no se aleja demasiado de muchas imáge-
nes populares estadounidenses del mundo. Por ejemplo, hay una tendencia a consi-
derar que digamos Francia es un bloque cuadrado compacto en Europa Occidental
donde viven los franceses. Justo al otro lado de sus fronteras viven los belgas, ale-
manes, italianos y españoles —a los que los puristas añadirían los luxemburgueses
y los andorranos—, con sus distintas lenguas, costumbres y características. Con me-
nos conocimiento, se perciben compartimentos aún mayores. Toda África, por ejem-
plo, se suele considerar ocupada por una masa homogénea de “africanos” de piel
negra, básicamente iguales en cultura y comportamiento. Es casi como si el mundo
se considerara un mapa catastral, con fronteras nítidas que separan la “propiedad” de
los franceses y los alemanes, los estadounidenses y los mejicanos, justo como el
mapa catastral delinea la propiedad de los Jones y los Smith, la fábrica y la empresa
de negocios.
En unos de los enfoques más perceptivos de este tema en la literatura actual,
Bohannan compara las conceptualizaciones occidentales del espacio y el territorio
con las que se encuentran en África:

La visión africana del espacio terrestre tiende (hay media docena de excepciones)
a basarse en la regulación de las relaciones sociales. La visión occidental del
mismo espacio está irrevocablemente basada en la explotación (…) La tierra (el
espacio terrestre) es una “cosa” que los occidentales modernos cortan en partes
que llaman parcelas que luego pueden comprar y vender en el mercado. Tal acti-
vidad es muy poco frecuente en las sociedades del mundo —y es reciente en el
nuestro—. Los vecindarios son consecuencia, en la sociedad occidental del siglo
XX, de la compra y la venta, el alquiler y el arrendamiento de los emplazamientos
de casas (homesites). Las comunidades locales son, de hecho, epifenómenos del
mercado. Eso nunca ocurrió en África. Allí una comunidad se basaba y se basa
fundamentalmente en relaciones de grupos sociales fundados sobre algún princi-
pio que no es la “economía”; esa comunidad se sitúa en el espacio, por otras

4
Se trata del viaje descrito en el libro de Mark Twain Tom Sawyer Abroad, publicado en 1894, en el que Huckle-
berry Finn y Tom Sawyer visitan algunas de las maravillas más grandes del mundo [Nota de la traductora].
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 399

asociaciones además de las de la “propiedad” tal como la conocemos, y explota el


espacio que la rodea (…) El mapa occidental es, en realidad, un tipo de mapa ex-
traño. Todos los pueblos del mundo tienen mapas de uno u otro tipo (generalmente
no están escritos, pero ahí está la materia prima para un “mapa”). Una visión o
imagen del mundo terrestre. Ninguno, excepto la civilización técnica moderna,
tiene mapas en que la precisión sea tan esencial. Hay algunos pueblos que dividen
el mundo utilizando fronteras naturales como ríos o colinas. No obstante, la ma-
yoría lo perciben desde el punto de vista de las relaciones sociales y la yuxtaposi-
ción de grupos sociales (1964, pp.174-176).

Sorprendentemente, no ha habido muchos estudios descriptivos y comparativos


sobre los orígenes de la propiedad y los conceptos de la propiedad en la cultura oc-
cidental. Lo que indican los estudios que existen es que estos fenómenos están muy
arraigados y que, efectivamente, algunos elementos de las relaciones de propiedad
están presentes en todas las sociedades. Sin embargo, en las sociedades occidentales,
quizá en mayor medida que en otras, “la propiedad” ha pasado a definirse en térmi-
nos rígidos y territoriales, ha desarrollado una existencia independiente de las formas
predominantes de organización social y cultural, y ha impregnado la percepción de
cómo está organizado políticamente el espacio más amplio. Se ha convertido en ex-
tremadamente difícil de aceptar el hecho de que no todas las personas del mundo
comparten esta percepción del espacio, que en muchas sociedades las fronteras cla-
ramente delimitadas a las que se suponía cierta permanencia eran, hasta hace poco,
prácticamente desconocidas, y que amplias áreas pudieron permanecer y permane-
cieron de una forma aceptable carentes de organización y fuera de la jurisdicción de
cualquier grupo.
La repercusión que tuvo la Revolución Industrial, y especialmente el nacimiento
relacionado del Estado-nación como forma predominante de organización política
en Occidente, fue fundamental para la propagación de esta imagen etnocéntrica oc-
cidental. Las relaciones de propiedad claramente definidas permitieron que el prin-
cipio del contrato funcionara de una forma más fácil, ampliando los fundamentos de
la organización social y política más allá de los vínculos del parentesco, estatus y
lealtad, y acelerando la diferenciación funcional y la interdependencia de la sociedad
que era necesaria para que la industrialización se hiciera rápidamente y a gran escala.
La Revolución Industrial creó las sociedades más especializadas y diferenciadas
funcionalmente que el mundo ha conocido. Por medio de este proceso la autosufi-
ciencia local casi desapareció y surgieron nuevas instituciones para coordinar y man-
tener el alto grado de interdependencia que se requería para que el sistema siguiera
funcionando. Era preciso que las masas se implicaran e identificaran con las socie-
dades industriales emergentes. El nacionalismo fue una respuesta a esta necesidad,
y el Estado-nación surgió como la forma organizativa más potente para iniciar, dise-
minar y perpetuar los modos de vida industriales modernos.
El desarrollo de las naciones también implicó la redefinición del concepto de pa-
rentesco, que definiría la nación como una especie de “super-familia” que se com-
pone de “padres” (¿George Washington?), “hijos”, “hermanos” y “hermanas”. Ade-
más, el centro principal de identidad grupal se convirtió en el territorio del Estado-
nación, pedazos de “territorio” (turf) global que fueron definidos de forma precisa y
defendidos enérgicamente. Como señala Kenneth Boulding, “es quizá la
400 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

característica más llamativa del Estado nacional como organización, en contraste con
organizaciones como empresas o iglesias, que piensa de sí mismo que ocupa, de
forma ‘densa’ y exclusiva, una cierta área del globo” (1969, p.344). Con muy pocas
excepciones, ningún área se podía asociar con más de un Estado. La exclusividad se
convirtió en fundamental en las relaciones internacionales, creando una situación
cargada de conflicto donde la expansión de un Estado solo podía producirse a ex-
pensas de otro Estado. Los Estados se preocuparon de la forma de sus límites, vieron
amenazas potenciales en las anomalías importantes, exigieron más “espacio vital”.
Desde sus orígenes en Europa Occidental tanto la Revolución Industrial como el
sistema de Estados-nación se propagaron de manera desigual por el resto del mundo,
fundamentalmente gracias a la colonización y el imperialismo europeo. Esto supuso
la primera vez en la historia que una “revolución” importante en la organización
social, económica y política humanas se extendió desde una única área central prin-
cipal para influir prácticamente en todo el mundo habitado. No obstante, es impor-
tante señalar que este sistema de Estados-nación extremadamente territorial, aunque
constituyera indudablemente el sistema político predominante, no hizo desaparecer
ni sustituyó sin más otras formas de organización social y política. Es probablemente
más preciso decir que se superpuso en esas formas anteriores, integrándose estrecha-
mente con ellas en algunas áreas a la vez que se asentaba de forma mucho menos
cómoda y estable en otras.
Es un tema muy complejo que requiere mucha más atención de la que puedo
prestarle en este estudio. No obstante, hay muchos puntos fundamentales que se de-
berían derivar de este análisis. Primero, y quizá más importante, es que las concep-
tualizaciones occidentales de la organización política del espacio tienden a ser etno-
céntricas o de carácter cultural. Estas conceptualizaciones, arraigadas en el sentido
de la “propiedad” territorial definida rígida y geométricamente, se han derivado prin-
cipalmente de la excepcional experiencia occidental. Segundo, debido en gran parte
a la omnipresencia de muchos aspectos de esta experiencia por todo el mundo con-
temporáneo, ha habido una tendencia a universalizar los conceptos y las percepcio-
nes occidentales de la organización política espacial, hasta asumir que todas las per-
sonas del mundo los comparten sin tener en cuenta las importantes modalidades de
variación transcultural. En un nivel superficial, es probablemente correcto partir de
la base de que el mapa occidental está siendo adoptado cada vez más por los pueblos
del mundo, pero siguen existiendo muchos “mapas” alternativos que continúan
siendo predominantes o están reconfigurando de forma significativa el modelo occi-
dental.
Como nota final, es interesante conectar este análisis de la organización del espa-
cio con el contexto metodológico de la geografía contemporánea. David Harvey, en
su libro Explanation in Geography, hace la siguiente observación que asimismo re-
fleja el etnocentrismo de las perspectivas espaciales occidentales:

En el nivel de representación la aparición de conceptos espaciales está estrecha-


mente ligado a la estructura de la cultura en que dichos conceptos espaciales se
están desarrollando (…) Es imposible comprender los conceptos geográficos del
espacio sin referencia a los conceptos del espacio desarrollados en la lengua, el
arte y la ciencia de una cultura determinada. Las nociones geográficas peculiares
del espacio están insertadas en cierta experiencia cultural más amplia (…) Gran
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 401

parte de la filosofía de la geografía (…) tiene su origen en una visión de “contene-


dor” del espacio que está particularmente asociada con los conceptos de Newton
y Kant (1969, pp.193, 227-228, 208).

1.3.2. La organización espacial y la evolución de la sociedad política

La tendencia a generalizar lo que es quizá una conceptualización característicamente


occidental de la organización política territorial ha complicado la comprensión más
amplia de la organización política del espacio y es, al menos en parte, responsable
por el excesivo énfasis de la geografía política en el Estado soberano como unidad
de análisis. En este apartado se intentará desarrollar una perspectiva que trascienda
el etnocentrismo occidental y el énfasis en el Estado-nación, perspectiva que es po-
tencialmente aplicable a diversos niveles de organización y en una amplia gama de
culturas y periodos temporales. Aunque esta perspectiva se derive en parte de la ac-
tual literatura de la geografía política, sus fundamentos se encuentran más en la lite-
ratura de la ciencia social de carácter más general, especialmente la que se ocupa del
desarrollo cultural y político.
Los científicos sociales llevan tiempo interesándose por intentar encontrar un or-
den u órdenes secuenciales en el desarrollo social del ser humano. Sin embargo, gran
parte de los primeros trabajos sobre la evolución social o cultural, tendían a proponer
una serie determinada de “etapas” gracias a las que se suponía que todas las socie-
dades progresaban, una teoría lineal del desarrollo cultural que fue definida de forma
rígida y, que pronto se averiguó, era fácilmente rebatible. Durante la mayor parte de
este siglo los antropólogos estaban, por lo general, desencantados con la teoría de la
evolución, que recibió relativamente poca atención. Sin embargo, en los últimos años
ha habido un interés renovado en la evolución cultural provocado por los avances en
las ciencias sociales y naturales, por los acuciantes problemas del cambio social y la
modernización planteada en los países en desarrollo, y por el reconocimiento de que
muchas cuestiones básicas planteadas por los teóricos evolucionistas relacionadas
con el modo en que cambian las culturas siguen sin respuesta.
El estudio de la evolución cultural se propone ofrecer una base para explicar las
aparentes diferencias y similitudes en las culturas del ser humano de una forma muy
parecida a la que la evolución biológica se ocupa de entender las causas de las dife-
rencias físicas en el ser humano. Se basa fundamentalmente en una clasificación cul-
tural que identifica pautas y procesos característicos en la organización y el desarro-
llo sociales y culturales humanos. El Estado centralizado como forma de
organización, por ejemplo, se considera solo una de un número mayor de tipos ge-
nerales, inclusivos y primarios de organizaciones sociopolíticas creadas por el ser
humano. La clasificación de la evolución estándar, derivada de los trabajos de evo-
lucionistas culturales punteros como Steward, Sahlins, Service y White, postula la
existencia de al menos cuatro tipos básicos de sociedades humanas: 1) el grupo ca-
zador y recolector de tamaño reducido (que ha sido la forma de la sociedad predo-
minante durante casi toda la historia humana); 2) la sociedad étnica basada en el
parentesco, normalmente llamada “tribu”; 3) la sociedad de jefatura, que tiene una
centralización política mayor pero donde sigue predominando el parentesco; y 4) el
Estado totalmente centralizado, a menudo étnicamente heterogéneo. La mayor parte
de la investigación en antropología de la evolución se ha ocupado de: a) señalar y
402 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

describir los diversos subtipos que existen en cada una de estas categorías (por ej.,
el grupo patrilocal versus el grupo mixto); b) determinar los factores (innovadores y
adoptados) que explican el desarrollo y la elaboración de cada tipo y categoría; y c)
evaluar los aspectos uniformes y las relaciones así descubiertas en el contexto teórico
del cambio cultual contemporáneo.
En un estudio reciente, The Evolution of Political Society, el antropólogo Morton
H. Fried (1967) planteaba una clasificación alternativa que se parece más o menos a
la estructura tradicional de los evolucionistas culturales, pero que profundiza más en
los mecanismos de cambio y en los modelos de organización básicos en cada una de
las categorías. Resumidamente, Fried señala cuatro tipos de sociedades: 1) las socie-
dades igualitarias (equivalentes esencialmente a los grupos); 2) las sociedades jerár-
quicas (generalmente sociedades basadas en el parentesco no centralizadas que en-
globan la mayoría de los grupos llamados tradicionalmente tribus —término que él
critica enérgicamente por ser inexacto y equívoco en su aplicación—); 3) sociedades
estratificadas (organizaciones de transición sumamente efímeras que se parecen más
o menos a las sociedades de jefatura); y 4) los Estados (“el conjunto de instituciones
por medio de las cuales el poder de la sociedad se organiza en un fundamento supe-
rior al parentesco”). En el esquema de Fried, las dos instituciones que producen cam-
bios más importantes antes de que naciera el Estado son la jerarquización, que nace
de una situación en que hay menos puestos de estatus valorado que personas para
ocuparlos, y la estratificación, un sistema en que los miembros adultos de la sociedad
tienen diferente acceso a los recursos básicos. La estratificación se considera funda-
mentalmente inestable, que conduce bien a un modelo más simple de jerarquización
o al desarrollo institucional más complejo asociado con la creación del Estado.
El Estado podría a su vez subdividirse en el Estado preindustrial y el Estado-
nación moderno, o en una serie de tipologías alternativas que se han propuesto en la
literatura de la ciencia social. Hay un amplio conjunto de textos que, aunque no ten-
gan un carácter estrictamente evolucionista, se han dedicado a desarrollar una clasi-
ficación más minuciosa de los sistemas políticos centralizados ejemplificada por el
Estado. Es posible vincular estas clasificaciones con la clasificación básica de los
evolucionistas culturales. T. B. Bottomore (1963), por ejemplo, distingue además de
las sociedades primitivas, los siguientes tipos: ciudades-Estado, imperios basados en
ciudades-Estado, Estados asiáticos basados en burocracias centralizadas, y Estados-
nación. S. N. Eisenstadt (1963) distingue siete tipos fundamentales: 1) sistemas pri-
mitivos, 2) imperios patrimoniales, 3) imperios nómadas o de conquista, 4) ciudades-
Estado, 5) sistemas feudales, 6) imperios burocráticos históricos centralizados, y 7)
sistemas modernos. El último se subdivide en sistemas democráticos, autocráticos,
totalitarios y subdesarrollados5.
¿Qué relevancia tienen estos esquemas evolucionistas y clasificatorios para la or-
ganización política del espacio? Ante todo, ofrecen una categorización estructurada
de las formas básicas de la sociedad humana que, dadas sus características particu-
lares, es posible que difieran significativamente tanto en el modo en que se organiza
políticamente el espacio como en la forma en que se percibe esta organización polí-
tica. Esto a su vez permite una interpretación más general y transcultural de la orga-
nización política del espacio, que es menos probable que sufra la interferencia del

5
Diversas de tipologías de sistemas políticos, incluyendo los de Bottomore y Eisenstadt, se resumen acertada-
mente en Wiseman (1966).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 403

sesgo espacial occidental y que amplía el foco de atención de la geografía política


que tradicionalmente se limitaba al Estado soberano. Aunque el mundo contempo-
ráneo está dominado por el sistema de Estados-nación, hay muchos remanentes de
anteriores formas de organización sociopolítica, especialmente respecto a los víncu-
los todavía influyentes de la etnicidad, que pueden contribuir a explicar algunas de
las variaciones en la organización política espacial que existen hoy en el mundo.
Es también central para el trabajo de los evolucionistas culturales y de otros teó-
ricos sociales orientados al desarrollo el intento de señalar las dimensiones principa-
les a lo largo de las que se producen la transformación cultural y de la sociedad. Este
examen ha tendido a centrarse en las mismas tres dimensiones analizadas en el apar-
tado anterior: las relaciones espaciales; el papel de la familia, el parentesco y la et-
nicidad; y los modelos de interdependencia funcional que surgen de la división del
trabajo y el principio del contrato. Y de la misma forma, la teoría del desarrollo ha
tendido a ser la más frágil en la dimensión espacial. Por ejemplo, Wiseman, en su
interesante análisis sumario de las muchas tipologías existentes de los sistemas polí-
ticos, señala que “…el papel del parentesco como forma de unidad social parece
haber sido exagerado y que el papel del ‘vínculo territorial’, subestimado” (1966,
p.48).
La observación de Wiseman introduce el que quizá es el componente de compor-
tamiento más importante de la dimensión espacial de la organización sociopolítica:
la territorialidad grupal humana. La territorialidad en las sociedades humanas es un
tema que merece una investigación mucho mayor de la que ha recibido hasta ahora.
Debido a su importancia decisiva, el papel de la territorialidad en la organización
política del espacio será abordado de forma independiente y de forma exhaustiva en
la segunda parte de este documento.
Pero, mientras que la territorialidad sorprendentemente ha recibido muy poca
atención de parte de los geógrafos es posible tratar muchos de sus aspectos principa-
les en el contexto familiar de las regiones formales y funcionales, asumiendo que la
identidad territorial en la sociedad humana implicará una u otra forma de organiza-
ción regional. Por consiguiente, la distinción formal-funcional puede suministrar un
puente entre la literatura existente de geografía política y algunos de los enfoques de
la organización política del espacio relativamente olvidados que hemos mencionado
en este documento. Así pues, el resto de este apartado se dedicará a realizar una
descripción general de la dimensión espacial en la evolución sociopolítica, funda-
mentalmente porque refleja la cambiante importancia relativa del espacio, la familia
y el contrato, y porque se manifiesta en la organización del espacio tanto formal
como funcional.
En la mayor parte de las sociedades tradicionales, no centralizadas, la organiza-
ción política del espacio se basaba en una disposición fluida de las regiones funcio-
nales configuradas por el carácter y la estructura del sistema del parentesco, por fac-
tores ecológicos locales y por el modelo de relaciones intergrupales. La localidad y
el linaje suponían los centros más importantes de la organización sociopolítica, aun-
que el linaje predominaba claramente para el conjunto de la sociedad. Los grupos de
descendencia, como los linajes, ocuparon determinadas áreas, pero en la mayoría de
los casos el espacio no se dividió en territorios inmutables de linajes con existencia
propia. La coincidencia entre el grupo de la localidad y el grupo de descendencia era
considerada favorable, pero puesto que el linaje —o su equivalente— era
404 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

considerado el depositario de los derechos de propiedad de la organización y por


tanto el elemento legítimo para llevar a cabo la acción política, el grupo de linaje
prevalecía por lo general sobre cualquier otra agrupación geográfica o de la localidad
como fundamento de la organización espacial. En esencia, la organización espacial
era una imagen de espejo de la organización sociopolítica basada principalmente en
relaciones de parentesco. La ubicación, cuando funcionaba independientemente de
las modalidades de linaje, servía fundamentalmente para crear un tipo de “vecinda-
rio” de cooperación mutua basado en la proximidad física. Sin embargo, estos “ve-
cindarios” en raras ocasiones o en ninguna estaban delimitados formalmente, pero
se caracterizaban por la misma fluidez que las regiones sociopolíticas derivadas del
linaje. Así, aunque en estas sociedades hubiera un componente espacial importante,
no se basan en el territorio, en el sentido de que la pertenencia grupal y la acción
política giraban en torno al vínculo del parentesco más que en la residencia en un
territorio determinado.
Como Bohannan señala para los Tiv de Nigeria, incluso hoy “el idioma del linaje
y la genealogía no solo constituye la base del grupo de linaje, sino también de la
agrupación territorial” (1964, p.197). Además, este “mapa genealógico” de los Tiv
se mueve por el espacio físico en respuesta a influencias tanto internas como exter-
nas. La sociedad y el espacio se interrelacionan por la definición del elemento del
parentesco como entidad, espacial abstracta, “trasladada” en cierto modo por el
grupo allí donde va. Los “derechos” individuales a la tierra no se concretan en una
ubicación determinada, sino que pueden invocarse allí donde el linaje del individuo
se encuentre en cualquier momento. Como se mencionó anteriormente, el mapa oc-
cidental es rígido y preciso para permitir que el principio del contrato funcione con
mayor facilidad. En cambio, “el mapa del Tiv está cambiando continuamente tanto
en referencia a sí mismo como en su conexión con la tierra, permitiendo así que
funcione el principio de la agrupación del parentesco” (Bohannan, 1964, p.178)
(véase la Figura 4).
Las áreas ocupadas por segmentos de sociedades como la Tiv son, o fueron, re-
giones funcionales porque son sistemas organizados de interacción espacial. El flujo
de productos, personas e información se guía por las relaciones de parentesco, así
como la distancia, en donde surgen nodos que reflejan la ubicación de individuos, de
grupos pequeños o de clanes y linajes completos a los que se asignaron los estatus
superiores o determinadas capacidades organizativas o mágico-religiosas. En otras
sociedades ciertos puntos nodales del espacio terrestre (pozos, altares, tumbas de los
antepasados) lograron un estatus permanente y en consecuencia funcionaron confi-
gurando las relaciones sociales y espaciales6. No obstante, en la mayoría de los casos
el espacio terrestre se organizó de manera flexible y cambiaba continuamente, y los
límites sociopolíticos se desplazaban o trasladaban en el espacio en respuesta al cam-
bio de las situaciones. La guerra, el conflicto, el aumento de la población, la emigra-
ción, la innovación, todos estos factores influyeron en la dirección e intensidad de
los vínculos en el marco básico del parentesco posibilitando la modificación de los
límites sociales y políticos como se manifestaban espacialmente.

6
Un buen ejemplo de sociedades centradas en torno a nodos es el de los tongas de la meseta de Zambia, que
articulan su organización social y espacial en torno a una serie de santuarios de la lluvia bastante permanentes.
Para más información, véase Colson (1948; 1951).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 405

Figura 4. Linaje y territorio entre los Tiv de Nigeria

Fuente: Adaptado de Bohannan (1954).

No se ha producido un intento sistemático de categorizar la gran diversidad de


formas en que la organización social se expresa espacialmente en las sociedades acé-
falas. Resultaría indudablemente una tarea enorme dada la complejidad y variación
en dichas formas de organización y el grado en que se han modificado en el contexto
moderno. Sin embargo, parece seguro generalizar que en casi todas estas sociedades
había una definición social del territorio en lugar de una definición territorial de la
406 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

sociedad. Los clanes y linajes localizados eran frecuentes y, en muchos casos, existía
una noción de territorio de clan o linaje. Había territorios de caza y “vecindarios”
centrados en ubicaciones geográficas reconocidas y relativamente permanentes.
Unos cuantos grupos también tenían una forma de “posesión” individual de la tierra.
Pero en todos los casos, el parentesco predominaba sobre el territorio y el contrato
como forma de integración de la sociedad y acción política; y este predominio se
reflejaba en la organización sociopolítica del espacio.
Uno de los avances más importantes en la organización humana social y política
se produce cuando el parentesco localizado o los grupos de residencia se convierten
en entidades territoriales dentro de un sistema político. Todos los grupos sociales
tienen una dimensión espacial, pero pocos son los grupos característicamente terri-
toriales. Esta transformación probablemente tuvo sus orígenes entre las sociedades
más asentadas y agrícolas “tribales” o “jerárquicas”, donde las pautas residenciales
localizadas y la cooperación mutua basada en la proximidad empezaron a desempe-
ñar, cada vez más, un papel importante para mantener la cohesión de la sociedad. La
residencia relativamente permanente y las modalidades regulares de cultivo (ambos
factores asociados habitualmente con entornos fértiles y poblaciones bastante den-
sas) muy probablemente desembocaron en un intento de estabilizar las fronteras so-
ciales en el espacio para transformar la organización funcional dinámica del espacio
basada principalmente en el parentesco en un sistema delimitado de manera más for-
mal que gire en torno a la “propiedad” privada, el control administrativo y la identi-
dad territorial o de ubicación.
Este proceso se asoció con un aumento de la estratificación y la centralización de
la sociedad y con la eventual aparición del Estado, cuyas instituciones están orienta-
das al mantenimiento del orden existente de la estratificación. En las sociedades de
grupos igualitarios, la familia y la localidad fueron las principales estructuras orga-
nizativas.
En las sociedades jerarquizadas (“tribus” en la tipología tradicional), la impor-
tancia del parentesco aumentó de escala a medida que surgieron más entidades de
parentesco más complejas y numerosas. La sociedad estratificada, asociada habitual-
mente con las sociedades de jefatura, marcó una importante etapa de transición. El
parentesco siguió siendo el principio de organización predominante, pero la necesi-
dad de coordinar la interacción y el intercambio en sociedades que crecían y eran
productivas, y el surgimiento relacionado de la estratificación jerárquica basada en
la riqueza, el prestigio o el poder, propiciaron el control centralizado. Y la centrali-
zación a su vez dio prioridad a una organización territorial estable y más formal
como marco para la administración y el control.
Con los orígenes del Estado, la importancia del parentesco disminuye en relación
con la creciente importancia del territorio y la “propiedad” como bases instituciona-
les de la organización de la sociedad. Al mismo tiempo, el sistema político —el com-
ponente de la sociedad que establecía los objetivos y que mantenía el orden— se
convierte en un su sistema progresivamente más diferenciado y especializado dentro
de la matriz social más amplia. Una de las características fundamentales del Estado
es, de hecho, la evidente emergencia de la comunidad política (polity) como una
entidad definida territorialmente no necesariamente vinculada con otra estructura de
organización. Así pues, se hace más fácil hablar de una organización política frente
a otra organización sociopolítica del espacio.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 407

Los primeros Estados probablemente aparecieron hace 5.000 años en Mesopota-


mia, y algo más tarde en los valles del Nilo, el Indo y el Río Amarillo. Otros centros
“independientes” existieron en partes del Nuevo Mundo y posiblemente en África al
sur del Sahara. En opinión de Fried, todos los subsiguientes Estados son secundarios
o se derivan de la reacción en cadena/difusión iniciada por lo que llama creación
“prístina” del Estado:

Más que ninguna otra forma de asociación humana, el Estado se dedica a la ex-
pansión: de su población, de su territorio, de su poder físico e ideológico. No es
de extrañar que haya habido tan pocos Estados prístinos en la historia porque
cuando aparece tal Estado en una zona determinada del mundo no tarda en dedi-
carse a convertir las sociedades vecinas en partes o contrapartes de sí mismo. Por
tanto, la aparición del Estado prístino es el disparador de un movimiento habitual-
mente muy grande para la creación del Estado (1967, p.240).

En los Estados preindustriales más centralizados, y particularmente en el sistema


de Estados-nación occidentales considerablemente especializados, la crítica necesi-
dad de contar con mecanismos efectivos de coordinación, integración y administra-
ción (que surgen de la creciente diferenciación social, del tamaño de la población,
de la complejidad económica y de la heterogeneidad cultural) originó una estabiliza-
ción de la organización funcional dinámica del espacio en un sistema de entidades
de áreas rígidas y claramente delimitadas que definen ellas mismas las fronteras de
la sociedad y de la política. Con el cambio del ius sanguinis al ius solis7, y especial-
mente con la aparición del nacionalismo occidental, la comunidad política pasó a
definirse en términos territoriales. Como señala Sahlins en su libro Tribesmen:

El avance crucial no fue el establecimiento de la territorialidad en la sociedad, sino


el establecimiento de la sociedad como un territorio. El Estado y sus subdivisiones
se organizan como territorios —entidades territoriales sometidas a las autoridades
públicas— en lugar de entidades de parentesco sometidas a jefes de linaje (…)
desde el “Rey de los Francos” merovingio al “Rey de Francia” capeto (1968, pp.5-
6).

Así pues, el primer desarrollo de los Estados provocó una difusión a gran escala
que dio lugar a cambios sociales fundamentales en todas las áreas del mundo menos
en las más inaccesibles. Este proceso de difusión fue significativo en términos geo-
gráficos porque resultó en una reestructuración de la organización política del espa-
cio. El espacio político se diferenció claramente del espacio sociocultural más am-
plio y se organizó en un sistema celular de regiones formales que sirvió como forma
de control social, identidad e integración. Como se señalaba anteriormente, surgió
una definición territorial de la sociedad además de la definición social del territorio.
La ciudadanía —es decir, la pertenencia a un sistema estatal concreto— llegó a estar
determinada en gran parte por la residencia o el nacimiento en entidades territoriales

7
Ius sanguinis (en latín derecho de sangre) según el que una persona adquiere la nacionalidad de sus ascendientes
por su filiación biológica o adoptiva) aunque haya nacido en otro país. Ius solis (en latín derecho del suelo) es
el derecho a la nacionalidad de un Estado y otros derechos que corresponden a una persona, que se vinculan al
hecho de haber nacido en el territorio de ese Estado [Nota de la traductora].
408 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

delimitadas formalmente. El espacio en el Estado se dividió en distintas parcelas y


se estructuró en una jerarquía administrativa que reside en el lugar principal de la
soberanía, el gobierno del Estado.
El crecimiento y la difusión de los Estados también puso en marcha una búsqueda
de mecanismos efectivos para mantener la integración social en sociedades cada vez
de mayor escala y heterogéneas culturalmente. Todas los Estados deben mantenerse
tanto interna como externamente. Hacerlo ha requerido en muchas ocasiones el uso
de la fuerza, que ha sido típicamente reivindicada como un monopolio del Estado.
Como alternativa, la historia de la creación del Estado ha sido la de un experimento
con medios ideológicos de establecer una identidad común entre los elementos que
componen el Estado. Podemos interpretar que este proceso supone el intento de ha-
cer coincidente la organización funcional del espacio en sistemas dinámicos de in-
teracción humana y la organización formal del espacio en áreas administrativas pre-
cisamente delimitadas: crear un sentido de identidad de la sociedad con un territorio
particular basada en las tendencias de creación de comunidades de proximidad geo-
gráfica, interdependencia funcional y homogeneidad de actitudes y valores.
Esto nos retrotrae al análisis del apartado anterior sobre el Estado-nación como
extensión especializada de los principios territoriales y de parentesco en la organiza-
ción política del espacio y la sociedad. Como ya se ha señalado, su crecimiento se
asociaba con las transformaciones sociales de gran alcance desencadenadas por la
Revolución Industrial, aunque sus raíces se remontan esencialmente a los orígenes
del Estado. El Estado-nación se ha convertido en la estructura organizativa más ex-
tendida en la historia humana. Su historia de “éxito” en la evolución política se basa
en el establecimiento de un centro, definido territorialmente, de identidad de masas
y acción política que tenía una escala suficientemente amplia para permitir la dife-
renciación, especialización y participación de la sociedad necesarias para que se pro-
dujeran los cambios masivos originados por la industrialización.
El Estado-nación es probablemente la más territorial de las organizaciones polí-
ticas humanas. Su fuerza ideológica básica, el nacionalismo, es básicamente el im-
pulso de un grupo concreto para tener un Estado-territorio-propio. Desde sus oríge-
nes europeos, esta forma de organización política y espacial se exportó al resto del
mundo, principalmente como subproducto del colonialismo europeo. Pero igual que
Fried (1967) distingue entre Estados prístinos y secundarios, hay también una im-
portante distinción entre el Estado-nación occidental, o europeo, y sus diversos des-
cendientes globales, especialmente porque estos se han superpuesto sobre una gran
variedad de formas de organización preexistentes.

1.3.3. Algunas conclusiones tentativas

Algunos de los problemas más importantes y peligrosos del mundo contemporáneo


nacen de las relaciones irregulares e inestables entre el Estado nacional definido for-
malmente y otras estructuras organizativas sobre las que se ha impuesto. Las identi-
dades nacionales compiten con las lealtades étnicas y religiosas en toda África,
Oriente Medio y el Sur y el Este de Asia. Efectivamente, incluso en los Estados-
nación más antiguos de Europa y América del Norte, los grupos de identidad étnica
y racial han seguido cuestionando el orden convencional: los negros en Estados
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 409

Unidos, los canadienses franceses en Canadá, los galeses y escoceses en Gran Bre-
taña, y los flamencos y valones alternativamente en Bélgica.
Desde una perspectiva distinta, hay muchos que ahora plantean que el Estado-
nación se ha quedado anticuado, que ha dejado de ser adecuado para el contexto
moderno, que la nueva revolución tecnológica ha creado una situación global muy
distinta de la que propició el nacimiento del Estado-nación, una situación que re-
quiere otro paso innovador en la evolución de la sociedad política.
Parece que se está produciendo una reacción similar en las estructuras adminis-
trativas rígidas e inflexibles que han arraigado en muchos Estados-nación. Hemos
señalado antes que la coincidencia entre regiones formales y funcionales es el obje-
tivo ideal del Estado. Pero en tanto que la organización administrativa formal del
espacio pretende la estabilización o el control y tiende a verse afianzada por la inercia
y el poder del Estado, la organización funcional es esencialmente dinámica. Este
conflicto inherente ha creado o exacerbado enormes problemas que han alcanzado
un nivel peligroso en Estados Unidos y en otros lugares. La organización adminis-
trativa en Estados Unidos no se ha mantenido al día de las necesidades cambiantes
y los modelos de interacción de la metrópoli moderna y es reflejo en gran medida de
las circunstancias y exigencias del siglo XIX. En consecuencia, hay una inadecuada
conexión entre los cambios acelerados de organización de la región metropolitana
funcional más amplia y su estructura administrativa formal. Intensificada por pro-
blemas afines que involucran a los cincuenta estados —que han permanecido increí-
blemente estables, al menos en sus fronteras (si no también en sus funciones), a pesar
de los enormes cambios que se han producido en la sociedad estadounidense desde
su origen— la rigidez del sistema administrativo ha hecho fracasar los intentos de
lograr una acción coordinada en actividades como el control de la contaminación, el
desarrollo educativo, la planificación del transporte, el suministro de servicios y la
consecución de la igualdad racial y la justicia.
No se requiere una perspectiva espacial para darse cuenta de que el gobierno local
en Estados Unidos está muy fragmentado en un laberinto de condados, municipios y
distritos especiales que procuran conseguir sus propios intereses localistas sin tener
apenas en consideración la comunidad más extensa. Los centros urbanos, con sus
crecientes guetos étnicos y raciales, se están rodeando de barrios residenciales más
ricos donde habitan “trabajadores” fiables que son capaces de aprovechar las venta-
jas del centro de las ciudades sin contribuir en una medida proporcionada a la solu-
ción de sus problemas. Incluso si aceptamos el paraguas general del Estado-nación,
o algo muy parecido, se está haciendo cada vez más patente que la innovación crea-
tiva se sigue necesitando para posibilitar que el sistema administrativo del Estado-
nación funcione de forma eficaz en la situación moderna.
Para resumir brevemente los principales puntos que hemos tratado en este apar-
tado:

1. Las concepciones occidentales de la organización política del espacio están


considerablemente sesgadas por una imagen etnocéntrica basada en la rígida
estructura territorial del Estado-nación occidental.
2. Se ha producido una tendencia a universalizar estas concepciones y a asumir
que explican de forma adecuada el modo en que el espacio se organiza polí-
ticamente en todo el mundo.
410 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

3. Una perspectiva más general, y ampliamente aplicable, de la organización


política del espacio puede derivarse del examen de la evolución histórica de
la sociedad política considerada en el contexto de las regiones formales y
funcionales.
4. Todas las sociedades tienen una dimensión espacial, pero solo unas cuantas
giran en torno a grupos definidos territorialmente. Por tanto, en muchas so-
ciedades tradicionales no centralizadas, el territorio es socialmente definido
para permitir que funcione el principio del parentesco. Sin embargo, en el
Estado centralizado, la sociedad se define territorialmente para propiciar el
funcionamiento del principio del contrato.
5. El Estado-nación occidental es una forma muy especializada de sociedad
basada en el Estado que, a su vez, no es nada más que una forma de la di-
versidad de estructuras organizativas que han existido en la historia humana.
6. Aunque se ha convertido en el elemento decisivo de la organización social
y política en el mundo moderno, fundamentalmente como consecuencia del
colonialismo, el Estado-nación muestra una gran variabilidad en el grado en
que ha empezado a aceptarse y conectarse con otras formas de organización
social y espacial en el contexto global. En muchas áreas continúa estando
subordinado a otras formas de organización.
7. Es posible que el Estado-nación en su forma actual deje de ser apropiado
para la situación radicalmente distinta del mundo contemporáneo. Pueden
llegar a necesitarse nuevas estructuras organizativas y nuevos fundamentos
de identidad social para enfrentarse a los problemas globales contemporá-
neos.
8. Asimismo, parece que es muy necesario desarrollar sistemas administrativos
más flexibles para hacer frente al aumento de los problemas en los Estados-
nación. Se puede considerar que estos problemas surgen de la estabilidad
inherente a las regiones administrativas formales en relación con el dina-
mismo de la organización funcional, política y de otro tipo del espacio.

2. La territorialidad humana y la animal

En la primera parte se planteaba que la organización política del espacio refleja y


también influye en los procesos básicos de competición, conflicto y cooperación que
intervienen en todas las sociedades. Influye en estos procesos funcionando como un
medio (hay muchos otros) de controlar la asignación y la distribución de bienes, ser-
vicios y categorías de estatus valiosos; de prevenir o resolver los conflictos internos
y combatir las amenazas externas; y de crear y mantener la cohesión y la identidad
del grupo. En este sentido es una herramienta fundamental del sistema político, que
sirve para manejar sustancialmente estos procesos para el conjunto de la sociedad.
Puesto que hay otros mecanismos para controlar la competición, el conflicto y la
cooperación (principalmente en los ámbitos de las relaciones parentesco-étnicas y el
cumplimiento de las obligaciones contractuales), la organización política del espacio
también reflejará el funcionamiento de estos mecanismos porque configuran el pa-
trón de las actividades políticas en el espacio.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 411

El resumen de estas conclusiones generales exige más elaboración y aclaración.


Hasta ahora nos hemos ocupado de presentar una serie de perspectivas y conceptos
básicos y de intentar crear un modelo de relaciones entre ellos, principalmente en el
contexto de las organizaciones formales y funcionales. No obstante, para que estas
relaciones tengan más fundamento se debe prestar más atención al vínculo entre la
organización política del espacio y las pautas reales de actividad y comportamiento
políticos. Por ejemplo, ¿cómo funciona la organización política del espacio para re-
solver conflictos o crear identidad?
En la segunda parte, el análisis anterior será evaluado una vez más en el contexto
de la territorialidad humana grupal, un fenómeno de importancia fundamental teó-
rica y comportamental en la organización espacial de la sociedad humana. Se plan-
teará que la territorialidad suministra el vínculo central entre el sistema político y el
espacio geográfico en que está integrado —que representa tanto el componente prin-
cipal de comportamiento en la organización política del espacio como una fuerza
principal para conformar las pautas de interacción espacial humana—.
Sin embargo, habría que hacer hincapié en que no existe todavía un análisis ex-
haustivo y sistemático del papel de la territorialidad humana grupal en la organiza-
ción política del espacio. Tampoco hay muchos estudios empíricos que examinen
explícitamente las implicaciones geográficas del comportamiento territorial humano.
Así pues, el siguiente texto es más una exploración preliminar de las relaciones que
una serie de conclusiones sustanciales. El hecho de que hay un vínculo entre la terri-
torialidad y la organización política espacial probablemente sea incuestionable. La
naturaleza precisa de este vínculo, los mecanismos de comportamiento que supone
y la metodología para medirlos deben esperar futuras investigaciones.

2.1. El concepto de territorialidad

La territorialidad, como la utilizaremos en este texto, es un fenómeno de comporta-


miento asociado a la organización del espacio en esferas de influencia o territorios
claramente delimitados que se convierten en distintivos y cuyos ocupantes o quienes
los definen los consideran al menos parcialmente exclusivos. Su manifestación geo-
gráfica más evidente es un patrón reconocible de relaciones espaciales que origina
el confinamiento de ciertas actividades en determinadas áreas y la exclusión de cier-
tas categorías de individuos del espacio individual o grupal del territorio.
El ser humano es un animal territorial y la territorialidad influye en el comporta-
miento humano en todas las escalas de la actividad social. En el nivel individual, por
ejemplo, uno de los ejemplos más claros de la territorialidad humana se encuentra
en el concepto occidental de la propiedad privada de la tierra. Las fronteras definidas
circunscriben terrenos espaciales que son en muchos casos personalizados por sus
dueños y marcados con setos, vallas o carteles de “Prohibido Pasar” para disuadir a
los intrusos indeseados. Las “burbujas” de espacio personal examinadas por Edward
T. Hall, y analizadas por Saarinen (1969) en Perception of Environment, constituyen
otro ejemplo de territorialidad individual o personal, que en este caso suponen un
conjunto de microterritorios transportables que se consideran privativos de forma
selectiva dependiendo de la naturaleza y el contexto de la relación social.
La territorialidad también opera en una escala social más amplia como forma de
regular la interacción social y como foco de la pertenencia e identidad grupales.
412 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

Desde las pandillas urbanas y sus “terrenos” y la diversidad de vecindarios étnicos y


económicos en la ciudad —todos implican contactos personales bastante estrechos—
hasta los modelos de regionalismo territorial y el sistema de Estados-nación en que
se divide el mundo moderno, las modalidades dinámicas de interacción humana se
estructuran por medio de una organización territorial del espacio que expresa y con-
tribuye a mantener la integridad del grupo. Es en esta escala social donde las institu-
ciones formales e informales se desarrollan para mantener un sistema social donde
la territorialidad representa un componente esencial en la organización política del
espacio.
La territorialidad humana, a pesar de la evidente importancia que ha tenido en el
comportamiento espacial de la sociedad humana y de la afirmación de que la geo-
grafía política se ha “preocupado constantemente por la expresión del sentido de la
territorialidad en el ser humano” (Ad Hoc Committee on Geography, 1965), ha reci-
bido relativamente poca atención en la geografía. La mayor parte de lo que se ha
escrito sobre la territorialidad humana procede de dos fuentes: la etología (el estudio
comparativo del comportamiento animal) y los estudios socioculturales y psicológi-
cos del espacio personal y la ecología de los grupos pequeños. Ambas fuentes se
concentran en el nivel de lo individual y, en consecuencia, se ha prestado menos
atención proporcionalmente a las macroformas de la territorialidad humana. Ade-
más, las interpretaciones etológicas de la territorialidad humana —que han influido
considerablemente en el estudio del espacio personal en el ser humano— tienden a
estar impregnadas de matices biológicos y se han convertido en el centro de una gran
controversia sobre el grado en que el comportamiento humano se puede inferir di-
rectamente del comportamiento de los animales. Por consiguiente, nuestro conoci-
miento de la territorialidad de la sociedad se basa en gran medida en la ampliación
de la literatura sobre el comportamiento animal y el espacio personal humano, una
situación que puede desembocar fácilmente en una interpretación falaz debido a: a)
los peligros de hacer analogías directas entre el comportamiento animal y el humano,
y b) los problemas metodológicos que supone inferir el comportamiento grupal o de
conjunto del comportamiento individual.
Por tanto, es importante distinguir conceptualmente entre la territorialidad animal
y la territorialidad humana, y entre la individual y la grupal (o social), lo que no
implica que no existan relaciones atravesando los límites de estas categorías. Aunque
la prioridad en los siguientes apartados es la territorialidad humana en el nivel de la
sociedad como fundamento de la organización política del espacio, será necesario
hacer un hincapié considerable en los modelos territoriales en el nivel individual
tanto de los animales como del ser humano. Pero debe admitirse que hay que ser
muy cauto cuando se pasa de una de estas categorías a la otra. Gran parte de la con-
fusión y controversia que existe en la literatura de la territorialidad es el resultado de
“saltar” (hop-scotching) intelectualmente desde formas de territorialidad animales a
las humanas, y de las individuales a las sociales sin prestar suficiente atención a los
“efectos del límite” de las categorías.

2.2. El espacio personal y la ecología de grupo pequeño

La investigación del espacio personal ha puesto de manifiesto que a cada ser humano
le rodea una serie de “burbujas” espaciales transportables que influyen en el
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 413

comportamiento y las comunicaciones interpersonales, y en ciertas circunstancias


(como la disposición de los asientos en una biblioteca o en una cafetería) pueden
funcionar para regular el espacio y la densidad. Se ha descubierto que este territorio
transportable, que se traslada con el individuo, existe tanto en el ser humano como
en los animales. Sus dimensiones varían de tamaño y forma (es decir, puede diferir
en la parte frontal, la parte trasera y la parte lateral del individuo) de una situación a
otra y, en el caso de los seres humanos, de una cultura a otra.
Saarinen (1969) ha mencionado estas modalidades por la influencia que tienen en
la percepción del entorno, especialmente en lo que respecta al trabajo del antropó-
logo Edward T. Hall. Hall (1959) se interesa fundamentalmente por la forma en que
las culturas se diferencian en la forma y la interpretación de la comunicación tanto
verbal como no verbal. La comunicación no verbal, que incluye el papel del espacio
y la distancia personal, crea básicamente un “lenguaje silencioso” que varía de una
cultura a otra. La idea de que “el espacio habla” —que, por ejemplo, la distancia que
adoptan dos individuos cuando se relacionan entre sí transmite información sobre el
tipo de relación— se desarrolla en mayor profundidad por parte de Hall (1966) en
The Hidden Dimensión, donde presenta el término “proxémica” para referirse al es-
tudio de la percepción del ser humano y la utilización del espacio como componente
especializado de la cultura.
Hall no se ha ocupado directamente de ampliar sus estudios de proxémica indivi-
dual al nivel grupal más amplio, aunque ha especulado sobre las posibles implica-
ciones de las relaciones proxémicas individuales para la arquitectura y el diseño ur-
bano, y para los problemas de superpoblación en las ciudades. No obstante, lo que
es más relevante para lo que nos interesa ahora es la demostración evidente que hace
de que el espacio personal varía transculturalmente. Es probable que no sea impru-
dente inferir, por analogía, que los modelos macroespaciales de territorialidad tam-
bién variarán transculturalmente; que los estadounidenses, por ejemplo, perciben la
división del espacio terrestre en Estados nacionales de forma diferente que los chinos
o los nigerianos, tema que ha sido investigado con cierta atención en la primera
parte8.
Otro trabajo destacado sobre lo que podría llamarse microterritorialidad indivi-
dual es Personal Space-The Behavioral Basis of Design de Robert Sommer (1969).
Sommer, psicólogo social, se ocupa del espacio personal en dos sentidos: primero,
en cuanto atañe a la zona cargada emocionalmente en torno a los individuos que
puede regular el distanciamiento (esencialmente las “burbujas” de Hall), y segundo,
en cuanto se relaciona con el proceso del señalamiento y la personalización del es-
pacio. Así, el espacio personal se refiere a “un área con fronteras invisibles que ro-
dean el cuerpo de una persona donde no pueden penetrar intrusos” —un territorio
transportable—. Sommer se ocupa principalmente del espacio personal porque in-
fluye en la ecología del grupo pequeño, especialmente en los “sistemas de entorno
humano” tales como hospitales mentales, aulas escolares, tabernas y dormitorios de
colegio mayor. Aunque estos estudios concretos no se relacionan directamente con
la escala macroespacial (es decir, más allá del nivel del contacto cara a cara entre los
individuos), los capítulos introductorios contienen varias disquisiciones perspicaces
sobre la territorialidad social y sus implicaciones políticas. Conviene destacar algu-
nos de esos comentarios ahora, dado que nos referiremos a ellos más adelante.
8
Véase, por ejemplo, los trabajos de Herman (1959) y de Ginsburg (1968).
414 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

Sommer analiza la territorialidad en conjunción con otra modalidad de organiza-


ción humana y animal llamada comportamiento de dominio: la jerarquía de relacio-
nes dominante-subordinado que caracterizan fenómenos tales como el orden jerár-
quico de los pollos y las clasificaciones sociales y las jerarquías de estatus en las
sociedades humanas. La territorialidad y el comportamiento de dominio son consi-
derados interdependientes y complementarios:

Ambos procesos frenan la agresión, porque un individuo o bien se abstiene de ir


donde es probable que se vea envuelto en una pelea o bien, basándose en su cono-
cimiento de quién está por encima o por debajo de él, participa en un comporta-
miento dominante-subordinado ritualizado en vez de en un verdadero combate
(…) [Los estudios animales] demuestran que tanto la territorialidad como el com-
portamiento de dominio son formas de mantener el orden social, y cuando un sis-
tema no funciona, el otro toma el relevo (Sommer, 1969, p. 12).

Una concepción similar de los papeles complementarios de la territorialidad y el


comportamiento de dominio se halla en The Human Use of the Earth de Philip Wag-
ner (1960), uno de los escasos geógrafos que ha analizado la territorialidad. Wagner
concibe la división política como la expresión geográfica de la territorialidad y la
jerarquía (o categoría) humanas. Esta relación es especialmente llamativa, según
Wagner, en la división del mundo en entidades políticas soberanas, capaz cada una
de ellas de interacción pacífica o belicosa. En este nivel el sistema político tiene una
base territorial, y mediante los subsistemas administrativos y legales actúa como un
importante mecanismo para mantener el orden social y regular las relaciones entre
individuos y grupos —cuya propia participación en el sistema está definida por lí-
mites territoriales—.
En este caso podemos ver el procedimiento convencional de ampliar los concep-
tos y las modalidades del comportamiento territorial del nivel individual a los grupos
sociales y políticos más amplios. Desarrollando más estas ideas, Sommer plantea:

Los territorios grupales mantienen alejados a los grupos individuales y así preser-
van la integridad del grupo, mientras que el dominio es la base de las relaciones
intragrupo (…) [Y pasando al nivel de las relaciones políticas, afirma:] La territo-
rialidad grupal se expresa en fronteras nacionales y locales, una segregación en
áreas definidas que reduce el conflicto (1969, pp. 14 y 15).

Aunque admite sin lugar a duda las consecuencias no deseadas que se derivan de
la segregación que un grupo impone a otro, Sommer alega que la segregación terri-
torial, una división del espacio en compartimentos relativamente homogéneos con
fronteras claramente definidas, es un medio fundamental para el acuerdo y la reduc-
ción de conflictos entre grupos. Este autor analiza este medio de resolución de con-
flictos sin cooperación con respecto a fenómenos como la segregación residencial y
laboral de grupos étnicos en una comunidad pequeña estadounidense, el surgimiento
de fronteras rígidas en zonas de contacto interracial en ciudades como Chicago (Ash-
land Avenue) y Nueva York (la calle 96), y el desarrollo de la segregación basada
en la edad entre los mayores y los jóvenes solteros en las comunidades residenciales
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 415

especializadas. Para ilustrar uno de estos ejemplos, cita un artículo de Gene Marine
sobre Chicago:

La Sesenta y tres desde Justine con Ashland es un bloque cualquiera de gueto en


Estados Unidos. Sammy’s Lounge, a tres puertas de Ashland, llama la atención la
presencia de un trío de rhythm and blues; al otro lado de la calle un restaurante sin
nombre con movimiento vende costillas. En frente hay una iglesia, una tienda de
bebidas con más vino que güisqui en el escaparate, una peluquería de comercio
intensivo de pelucas. En una tarde húmeda de agosto la gente (gente negra) pasea
sin rumbo o se reúne ociosamente en pequeños grupos.
El próximo bloque, desde Ashland a Marchfield, es también típico. Los tres bares
llevan todos ellos orgullosos nombres irlandeses. Adolescentes rubias escudriñan
con avidez una enorme selección de revistas de rock and roll y de peinados en la
droguería. Una cafetería muy iluminada con aire acondicionado ofrece jamón y
huevos a un precio de ganga hasta las 11 a.m. En ese bloque, también la gente
(gente blanca) está de pie o pasea (Sommer, 1969, p. 15).

Aunque estos comentarios quizá pasan demasiado fácilmente desde el comporta-


miento individual al grupal, plantean un conjunto de ideas sugerentes sobre el papel
de la territorialidad macroespacial en la organización política del espacio. En la so-
ciedad occidental moderna, por lo menos, parece haber un aura de inestabilidad
donde las fronteras de la sociedad particularmente importantes siguen siendo difusas
e indefinidas. Un ejemplo que pone Sommer son los disturbios generalizados en las
zonas de fronteras raciales de las ciudades del norte que contrastan con la relativa
paz urbana en el sur segregado de forma más rígida. No es un gran paso plantear que
se asocia a una inestabilidad similar con zonas principales de contacto ideológicas y
culturales o ambas en el nivel internacional, argumento que Saul Cohen (1964) trata
desde puntos de vista algo diferentes en Geography and Politics in a World Divided.
El “acuerdo” de la Avenida Ashland de Chicago por tanto equivaldría en la política
internacional a símbolos de equilibrio territorial como el Muro de Berlín, el Telón
de Acero, el Telón de Bambú y las diversas líneas de “tregua” que rodean los centros
prevalentes de poder político en el mundo contemporáneo, desde Corea a Cuba. Aun-
que nos extendamos a dichas especulaciones, ¿no podemos comparar también la psi-
cología del “block-busting”9 en zonas de confrontación racial de las ciudades esta-
dounidenses con la psicología que subyace tras la “teoría de dominó” en el Sudeste
asiático y otras zonas?
Tenemos que apresurarnos a señalar, como Sommer, que la segregación territorial
(sea la compartimentación racial y étnica de las ciudades estadounidenses, el apart-
heid en Sudáfrica o la compartimentación de Europa) es un medio temporal de
acuerdo y no una solución a los conflictos intergrupales. En particular, en un mundo
en que la tecnología moderna, la mejora de las comunicaciones y las exigencias del
desarrollo económico y político requieren una mayor cooperación intergrupal, y no
simplemente el acuerdo, es imperativo que se identifiquen y se eliminen las fuentes

9
Blockbusting fue una práctica empleada por empresas inmobiliarias y promotores en Estados Unidos con el fin
de fomentar la venta de propiedades en manos de blancos, por la impresión de que las minorías, concretamente
negros, estaban invadiendo sus barrios, que antes habían estado totalmente segregados [Nota de la traductora].
416 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

del conflicto en vez de recurrir al recurso temporal y, a largo plazo, ineficaz de la


rígida segregación territorial. Como afirma Sommer:

Hay señales de que el orden dominante aceptado previamente se está debilitando.


Sigue habiendo gente rica y pobre y naciones industrializadas y subdesarrolladas,
pero por primera vez la legitimidad del sistema está siendo seriamente cuestio-
nada. Hay pocas explicaciones plausibles y moralmente defendibles de por qué
una persona, familia o nación deberían vivir opulentamente mientras que otros
viven en la pobreza de generación en generación. Como guía para el futuro, pode-
mos sacar cierta analogía del trabajo experimental en que el deterioro de las rela-
ciones de dominio en un sistema social origina que haya una mayor confianza en
los derechos territoriales. Una sociedad compensa las distinciones sociales impre-
cisas con distinciones espaciales claras (barreras físicas, carteles prohibiendo la
entrada y las restricciones de las propiedades). Aunque hay indicios de que se estén
produciendo algunas de estas circunstancias, no es probable que dure un orden
espacial rígido en vista del aumento de la densidad de población (1969, p.23).

Habría que reconocer el carácter especulativo de los comentarios precedentes,


como habría que admitir la llamativa facilidad con que se pueden establecer analo-
gías entre la territorialidad individual y la social sin justificaciones precisas respecto
a las relaciones causa-efecto y los vínculos directos de los procesos. No obstante, la
literatura que se está desarrollando sobre el espacio personal y la ecología de grupo
pequeño proporciona mucho conocimiento de las formas y las funciones de la terri-
torialidad humana en la escala de la sociedad, especialmente en relación con el papel
de la segregación. Supone un fundamento importante para explorar de forma inten-
siva las bases conductuales de la organización política del espacio, tema que exami-
naremos a continuación junto con la segunda fuente fundamental de información
sobre la territorialidad social humana, los modelos de comportamiento territorial en
animales.

2.3. La territorialidad en los animales

Muchas especies de animales, aunque no todas, son territoriales porque los indivi-
duos —y a veces los grupos pequeños— reclaman determinadas áreas y las defien-
den contra la intrusión de miembros de la misma especie. Es curioso que esta impor-
tante faceta del comportamiento animal fuera descrita hace muy poco, en los años
veinte del siglo pasado, por el ornitólogo inglés H.E. Howard. Pero desde entonces
el estudio de la territorialidad se ha convertido en parte integral del campo de la
etología, que ha avanzado considerablemente, y se ha convertido en el tema de bas-
tantes libros populares que tratan de conceptos etológicos y de la relevancia que tie-
nen para el comportamiento humano. La literatura sobre la territorialidad animal es
ahora abundante y compleja, y tiene nuevas interpretaciones y ampliaciones que apa-
recen habitualmente. Debido al objetivo central de este trabajo no es posible revisar
esta literatura de forma exhaustiva. Sin embargo, hay varios rasgos importantes de
la territorialidad animal, especialmente los relacionados con sus funciones y la di-
versidad de formas que adoptan, que probablemente sean relevantes o al menos
orientativos para estudiar la territorialidad humana.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 417

2.3.1. Funciones de la territorialidad animal

Actualmente se cree que la territorialidad animal ha evolucionado de una forma muy


parecida a otros modelos de comportamiento instintivos: para asegurar la propaga-
ción y la preservación de determinadas especies. De momento no se ha llegado a un
acuerdo claro del motivo por el que la territorialidad es tan importante en algunas
especies animales, y prácticamente inexistente en otras. Ni se ha estudiado dema-
siado los factores que provocan la amplia gama de modelos de comportamiento te-
rritorial en distintas especies animales. Pero ha habido bastantes intentos de distin-
guir los tipos de funciones que cumple la territorialidad animal, y merece la pena
resumir estos estudios10
En un sentido más amplio, la territorialidad actúa para preservar las especies y
para regular las relaciones sociales. De forma más específica, cumple estos objetivos
proporcionando:

a) Seguridad y protección para los habitantes del territorio. La ocupación de


un territorio concreto permite que un animal conozca en profundidad el en-
torno y al mismo tiempo cree un repertorio de reacciones reflejas a las ca-
racterísticas del paisaje y las señales del entorno (puntos estratégicos, escon-
drijos, etc.), que propician respuestas rápidas y efectivas ante el peligro y el
ataque. Combinada con las que pueden ser ventajas psicológicas, esta situa-
ción produce el efecto de “base de acción” (home base) por el que los ani-
males más débiles son capaces de defenderse de adversarios más fuertes
cuando están en el territorio donde viven. Este efecto de base de acción es
un tema que se ha tratado frecuentemente en cierta literatura sobre la terri-
torialidad humana, relacionándose con fenómenos tan distintos como el
éxito que suelen tener los equipos de casa en competiciones atléticas, y la
capacidad de ciertos países para enfrentarse a una invasión externa pese al
poder abrumador del rival. La analogía en este caso es interesante, pero es
extremadamente difícil de probar empíricamente.
b) Marco para la cría selectiva. Además de ofrecer lugares para procrear de
forma segura y cierta protección grupal de los depredadores, el comporta-
miento territorial también expone a los que no son capaces de establecer y
mantener un territorio (normalmente los más débiles y menos aptos) a esos
mismos depredadores. Sin embargo, a la vez, el efecto de base de acción
permite una cierta flexibilidad en la jerarquía de dominio (basada general-
mente en características como tamaño, fuerza, sexo y edad en las especies
animales), posibilitando que los miembros subordinados se defiendan a sí
mismos y así procrear con éxito en sus propios territorios. De este modo,
aunque los más débiles tengan menos probabilidades de sobrevivir, todos
los animales capaces de establecer un territorio contribuyen a la población
reproductora y evitan que los animales dominantes controlen por completo
la tendencia de la evolución.
c) Regulación del distanciamiento y la densidad. La división del espacio en
territorios propicia una distribución más equitativa de la comida y de otros
recursos, contribuye al control de la superpoblación e impide la explotación
10
El psicólogo C. R. Carpenter (1958), por ejemplo, distingue treinta y dos funciones de la territorialidad animal.
418 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

excesiva de ciertas partes del entorno. Mantiene a los animales en una dis-
tancia de comunicación entre sí que les permite señalar la disponibilidad de
comida o la presencia de un depredador. La territorialidad, por medio de la
regulación del distanciamiento y la densidad, proporciona un importante me-
canismo de control de la población y posibilita que el animal actúe de una
forma más eficiente en un nicho ecológico determinado.
d) Estructura y cohesión para el grupo. La territorialidad también proporciona
un marco espacial que ofrece estructura y cohesión a la organización social
animal porque actúa para coordinar las actividades del grupo, preservar su
integridad y en esencia contribuir a controlar, en el nivel individual, los tres
procesos fundamentales mencionados anteriormente con respecto al papel
del sistema político en la sociedad humana: cooperación, conflicto y com-
petición. Si se acepta que la solidaridad de grupo y la organización social
son fundamentales para la supervivencia de una determinada especie animal,
entonces esta función de la territorialidad es esencialmente semejante a las
tres anteriores y probablemente está arraigada en la evolución biológica.

La territorialidad sirve de base a la organización social —y sin duda también en


lo que respecta a las otras tres funciones— en su relación con el comportamiento de
dominio. Las pautas de distanciamiento mencionadas antes en relación con el ajuste
ecológico y el control de la población asumen funciones sociales igualmente impor-
tantes, particularmente en la medida en que la territorialidad actúa como un estándar
para definir el estatus social. La posición en una jerarquía de dominio (es decir, “el
orden jerárquico” familiar), el dominio territorial y en muchos casos el tamaño y la
ubicación territoriales están todos entremezclados para crear una trama básica de
sociedades animales. El conflicto interno se limita evitando la intrusión territorial o
mediante el comportamiento dominador-subordinado ritualizado. El grupo conserva
su integridad e “identidad” mediante la separación territorial de otros grupos, mien-
tras el sistema —basado habitualmente en el territorio— de relaciones dominador-
subordinado configura la competición y la cohesión internas. Como se ha señalado
antes, la mayoría de los estudios del comportamiento animal han demostrado que la
territorialidad y el comportamiento de dominio son complementarios y un medio
interrelacionado de mantener el orden social. Cuando uno de ellos es incapaz de fun-
cionar, el otro tiende a desempeñar un papel más importante.

2.3.2. Tipos de territorialidad animal

Como se ha señalado antes, la territorialidad en animales se puede considerar una


forma de comportamiento de distanciamiento que implica el mantenimiento de cier-
tas áreas libres de otros individuos, habitualmente de la misma especie, como base
para la protección, la cría selectiva, el control de la población y la organización so-
cial. No obstante, las pautas territoriales adoptan una gran diversidad de formas. Hay
territorios de grupos o de hordas y hay territorios individuales. Hay territorios fijos
y transportables. Algunos territorios están marcados de forma clara (en muchos casos
utilizando alguna secreción glandular) y son defendidos siempre; otros son muy
“confusos” y solo pueden ser defendidos en circunstancias muy concretas. Además,
los modelos territoriales suelen ser “progresivos” en cuanto que pueden variar
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 419

significativamente según la estación del año o de una actividad a otra. Aunque se ha


intentado clasificar diferentes tipos de comportamiento de distanciamiento y territo-
rialidad11, solo es posible ofrecer un pequeño número de modelos generales que
puede que no se relacionen de forma precisa con territorios animales concretos en
todas las circunstancias, pero que parecen aproximarse en un gran número de casos.
En la Figura 5 se ofrece una buena ilustración de algunos de estos tipos territoriales.

Figura 5. Cuatro tipos básicos de modalidades territoriales


(Arriba están dos tipos de territorios ocupados por machos solos y sus compañeras.
Abajo están tipos ocupados por animales que viven en colonias. Uno es prácticamente
exclusivo; el otro se superpone.)

Fuente: Adaptado de Wynne-Edward (1964).

En un extremo está el “área defendida” claramente delimitada que se considera


generalizada entre los vertebrados, especialmente los osteíctios (peces óseos), los
reptiles, los pájaros y algunos mamíferos. En este sistema las fronteras están
11
Uno de los ejemplos más interesantes lo proporciona Glen McBride (1968).
420 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

marcadas y son conocidas y prácticamente toda intrusión se rechaza. A menudo el


término territorialidad se reserva exclusivamente para este sistema de área defen-
dida, aunque es probable que este sistema en su forma más pura no sea tan prevalente
como se suele asumir. Efectivamente, es tentador, a partir de un examen más minu-
cioso de enfoques específicos de la territorialidad animal en la literatura, sugerir que
la predilección occidental por fronteras lineales precisas analizada en la primera
parte se ha hecho sentir incluso en la literatura del comportamiento animal.
Más común es el sistema territorial que se superpone, donde existe un área defi-
nida en torno al nido u hogar rodeada por una esfera de influencia que depende de la
distancia. La base de acción bien puede marcarse y defenderse, pero los encuentros
más allá de esta área se clasifican según la ubicación del encuentro respecto a la
misma y, cuando existe, a la posición de los individuos relevantes en la jerarquía del
dominio social. El grado de superposición puede variar enormemente. En la Figura
5-B el grado de superposición es grande, aunque todo territorio tiene al menos parte
de su área en exclusiva para sí mismo —sin embargo, no hay información sobre si
el nido o cualquier otra cosa de importancia están ubicados en esta área—. En otros
casos, parecidos a la Figura 5-C, la superposición es mucho menor y las fronteras
pueden surgir como líneas de equilibrio —algo muy parecido a las zonas interiores
que tienen una superposición circular de lugares centrales que hipotéticamente se
resuelven en un sistema hexagonal delimitado—.
Otro medio de representar el sistema territorial superpuesto se muestra en la Fi-
gura 6 que muestra, en el caso de los gorriones molineros, la ubicación y la utiliza-
ción de los espacios de actividad total de los machos, las ubicaciones de los espacios
de actividad de las hembras y la ubicación del lugar de los nidos. Como es cierto en
nuestra definición, la territorialidad en este caso no necesita defensa, sino que se
centra en el confinamiento de la actividad en áreas identificables y en las modalida-
des de exclusión de otros individuos. J. S. Weeden, al interpretar los resultados de su
estudio de la territorialidad del gorrión molinero, comenta:

La inspección de los espacios de actividad total indicaba la existencia de un núcleo


de utilización concentrada que tiene una corteza exterior donde las visitas eran
escasas. La naturaleza de este núcleo era por lo general un polígono regular. Sin
embargo, a veces la forma del núcleo era claramente asimétrica. A veces el núcleo
se dividía en dos fracciones por un área de utilización ligera o moderada (…) Por
lo general, la corteza se extiende más o menos por igual en torno al núcleo de
forma que el núcleo está ubicado en el centro del espacio de total actividad. No
obstante, en unos cuantos casos, el núcleo no está en el centro (1965, pp.196-197).

Aparte de las tentadoras analogías con la teoría de los lugares centrales en geo-
grafía, el ejemplo del gorrión molinero indica un número de características generales
de la territorialidad animal individual: que hay uno o más puntos fijos que es proba-
ble que sean defendidos enérgicamente y tienden a estar ubicados en el centro; que
existe un núcleo definible donde las actividades están muy concentradas ; y que en
torno al núcleo hay una amplia zona de menos actividad que puede considerarse de-
limitada en el sitio en que la intensidad de la actividad es significativamente redu-
cida. En condiciones normales, la superposición suele producirse en el área externa
y casi nunca en el núcleo.
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 421

Figura 6. Ubicación y utilización de los espacios de actividad total de los


gorriones molineros machos
(La ubicación de los espacios de actividad total de las hembras y las ubicaciones de los
emplazamientos de nidificación en el área de estudio en 1962)

Fuente: Adaptado de Weeden (1965).

El sistema territorial de la superposición probablemente representa el desarrollo


de varios mecanismos distintivos que dividen el espacio de actividad u hogar de un
animal de modo que, en lo que en geografía se llaman circunstancias isotrópicas (es
decir, una llanura sin rasgos con una equilibrada distribución de recursos e igual
facilidad de movimiento en todas las direcciones), la actividad o interacción no dis-
minuya frecuentemente con la distancia desde un punto determinado. En cambio,
algunos puntos, líneas o áreas asumen una importancia particular en el confina-
miento de la actividad de los animales —o el marcaje de discontinuidades identifi-
cables en estas actividades— o en la definición de los centros de dominio y exclu-
sión. La defensa territorial solo es una manifestación de este patrón y está
básicamente latente. Los límites territoriales pueden definirse más claramente
cuando se produce de hecho la defensa, pero estas fronteras pueden modificarse con
el tiempo o relacionarse con modelos de dominio y, por tanto, son variables en cada
encuentro —al menos en el sistema de superposición—. No obstante, si se parte de
422 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

la base de condiciones normales el sistema se mantiene principalmente por medio de


los modelos de organización social, especialmente, la jerarquía de dominio y evi-
tando de forma habitual la intrusión —ambos suelen ser expresados por una diversi-
dad de respuestas fisiológicas y comportamentales—. Cuando se perturba el equili-
brio ecológico o social (por ej., con una densidad de población mayor), es probable
que la defensa y la agresión territoriales se conviertan en comportamientos más ex-
tendidos y manifiestos.

Figura 7. Modelos de espacios de actividad totales del gorrión molinero macho


(Se muestra el área central de utilización más intensa, y las áreas externas
concéntricas de utilización moderada y escasa)

Fuente: Adaptado de Weeden (1965).

Otro hallazgo de Weeden ilustra la diversidad de modelos territoriales en condi-


ciones cambiantes e indica de qué forma puede funcionar la territorialidad como me-
dio de control cuando aumenta la densidad global. La Figura 7 es un modelo gene-
ralizado de territorios de gorrión molinero en tres épocas con diferentes
circunstancias de densidad de población. Durante el periodo de densidad más alta, el
tamaño medio del territorio se reduce, pero el núcleo de actividad intensa se extiende
hasta casi llenar el territorio —es decir, la zona de dominio y exclusión aumenta
probablemente para salvaguardar al ocupante territorial—. En estas condiciones, el
sistema territorial de superposición empieza a parecerse más al sistema fijo de de-
fensa. Weeden plantea que la territorialidad en el gorrión molinero y quizá en otras
especies cumple dos objetivos distintos en estos casos: en condiciones de densidad
normal, funciona para distanciar a los animales eficazmente en relación con los re-
cursos. Con alta densidad funciona como un mecanismo de control de la población.
Las fronteras se delimitan más claramente —y es probable que sean defendidas ri-
gurosamente—, la superposición es menos extensiva, se produce un aumento de ac-
tividad por parte del habitante territorial —probablemente con escasa consideración
por la disponibilidad general de comida—. El animal, en esencia, “está decidido a
resistir” más firmemente para garantizar su posición en condiciones estresantes.
No debemos hacer un hincapié excesivo en el gorrión molinero y generalizar a
partir de un único ejemplo. No obstante, el modelo del gorrión molinero parece que
es análogo en muchos aspectos al de otras especies y es probable que, en líneas ge-
nerales, represente un tipo básico de comportamiento territorial. La Figura 8, por
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 423

ejemplo, muestra los modelos territoriales cambiantes del urogallo rojo escocés con
diversa densidad. Lo que es más importante para nuestros objetivos actuales es el
vínculo que se plantea entre la territorialidad y el espacio de actividad. Aunque la
defensa manifiesta es evidentemente importante, es esporádica y solo es una mani-
festación de territorialidad. Más relevantes y medibles son los modelos manifiestos
de áreas de exclusión y de actividad real. Por consiguiente, parece que una dimensión
principal de la territorialidad es la existencia de una alteración identificable de la
uniformidad regulada por la distancia en los modelos de actividad originados por los
fenómenos sociales frente a los físicos (como las barreras del entorno). Partiendo de
la base de que existe una cierta forma de organización social, podemos concluir que
estas alteraciones configurarán y canalizarán la interacción incluso en condiciones
isotrópicas.

Figura 8. El control de la población y las variaciones territoriales del urogallo


rojo escocés en cuatro primaveras sucesivas (1958-1961)
(Algunos de los territorios más pequeños, señalados con puntos, los ocupan machos que
seguían sin aparearse)

Fuente: Adaptado de Wynne-Edwards (1964).

En vista de la interpretación anterior (que no se ha analizado demasiado en la


literatura sobre comportamiento animal) nos gustaría plantear que los modelos terri-
toriales se extienden en un continuo desde el sistema fijo defendido (en que todas las
partes del territorio son defendidas por igual), pasando por una gran diversidad de
sistemas territoriales superpuestos que difieren en la conformación y el grado en que
424 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

se expresan los campos territoriales en un patrón de actividad espacial claramente


identificable, hasta lo que se ha denominado el “sistema de autonomía doméstica”
(home range system). El sistema de autonomía doméstica, utilizado en este texto en
un sentido más restringido de lo habitual en la literatura, generalmente implica el
mantenimiento de una “esfera personal” abierta a los vecinos conocidos, pero a me-
nudo cerrada a los extraños. Aunque determinados territorios pueden ser ocupados
en este sistema, tienden a estar mal señalados y casi nunca defendidos si es que lo
están alguna vez —excepto, quizá, el propio nido—. Como ocurre con los sistemas
territoriales claramente delimitados, hay un confinamiento y concentración de acti-
vidad en áreas concretas, centradas en torno a un nodo o nodos relativamente fijos,
pero las modalidades de actividad manifiestan un descenso bastante uniforme con la
distancia —alterados por las características del entorno físico y de los recursos—.

Figura 9. Las modalidades de actividad territorial y no territorial

Fuente: Elaboración propia.

Esta interpretación de la territorialidad se debe tomar como algo preliminar y un


poco especulativo. Sin embargo, plantea una definición del comportamiento territo-
rial más operativa, que es potencialmente aplicable al ser humano. Lo que se propone
fundamentalmente es que la territorialidad produce interrupciones y “mesetas” si-
guiendo pautas, que se espera que sean normales, de interacción y actividad espacia-
les, situación descrita de una forma muy aproximada en la Figura 9. Las líneas con-
tinuas representan dos tipos de comportamiento no territorial —la intensidad de la
actividad disminuye de una forma bastante regular con la distancia desde algún
punto—. El comportamiento territorial se expresa en las curvas de líneas disconti-
nuas. Hay caídas abruptas de actividad en puntos particulares y zonas de gran dis-
tancia en que la intensidad de la actividad es aproximadamente la misma de principio
a fin. Aunque no se propone que la territorialidad se base solamente en esta estruc-
turación de la actividad, es muy posible que su existencia señale el funcionamiento
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 425

de algún mecanismo territorial. (Una ampliación de esta idea en relación con la te-
rritorialidad se analiza más adelante.)
Es necesario un apunte final para distinguir entre las formas de territorialidad
expresadas directamente en la superficie terrestre en algún tipo de modalidad identi-
ficable y las formas de territorio transportable que lleva consigo el animal individual.
En este punto entramos en el campo de la proxémica que inició Edward T. Hall
(1966; 1968). De la misma forma que los humanos están rodeados por una serie de
“burbujas” que conforman el comportamiento interpersonal, parece que también los
animales están encapsulados en una serie de zonas de distancia que contribuyen al
comportamiento de distanciamiento y que influyen de forma fundamental en las re-
laciones entre miembros de la misma especie y también de distintas especies. Hall
analiza cuatro de estas distancias: la distancia de vuelo y la distancia crítica se utili-
zan cuando se encuentran especies diferentes, mientras que la distancia personal y la
social se observan en la interacción entre miembros de la misma especie. Las rela-
ciones entre la territorialidad como se expresan en la superficie terrestre y estos mi-
croterritorios transportables son, con probabilidad, extremadamente importantes y
reveladoras, pero actualmente no hay suficiente investigación disponible que pro-
porcione indicios o que establezca conclusiones fiables.

2.4. La territorialidad y las analogías humanas

El grado en que el comportamiento humano se relaciona con el comportamiento de


los animales no humanos, especialmente el de otros primates, ha fascinado al ser
humano desde sus orígenes. No es de extrañar que las observaciones del comporta-
miento territorial evidente en animales hayan desencadenado intentos de vincular el
conjunto de rasgos y funciones de la territorialidad animal con equivalentes huma-
nos. En los últimos años obras tales como On Aggresion, de un destacado etólogo,
Konrad Lorenz (1966), y The Territorial Imperative, de Robert Ardrey (1966), han
involucrado el estudio de la territorialidad humana en un acalorado argumento sobre
esta relación, que se ha centrado en dos cuestiones estrechamente asociadas. La pri-
mera es el grado en que se pueden hacer analogías o inferencias directas del com-
portamiento animal al comportamiento del ser humano. Por ejemplo, ¿hasta qué
punto podemos asumir que la territorialidad humana es comparable en su forma y
funcionamiento con la territorialidad en los animales? En segundo lugar, ¿la territo-
rialidad en el ser humano —cuya existencia no se suele cuestionar— es instintiva
(genética, precodificada) y, básicamente, no erradicable salvo que ocurra un impor-
tante cambio en la evolución? O, por el contrario, ¿es fruto de la experiencia o tiene
su origen en la cultura, y, por tanto, es susceptible de ser suprimida, sustituida o
eliminada por la socialización infantil o los cambios culturales?
Si estas preguntas fueran simplemente parte de un ejercicio académico o alimento
para la imaginación humana, su importancia sería relativamente limitada. Pero el
carácter y las bases de la territorialidad humana se han asociado con dos de los pro-
blemas más cruciales a que se enfrenta el género humano: la naturaleza de la agresión
humana y el crecimiento cada vez más acelerado de la población humana, popular-
mente simbolizados quizá por la Bomba H y la Bomba de la población. Por consi-
guiente, es imposible analizar la territorialidad humana sin referirnos a estos proble-
mas de importancia capital de nuestra época.
426 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

2.4.1. Sobre la agresión y los imperativos territoriales

La controversia sobre la naturaleza y la base de la territorialidad humana ha cristali-


zado en torno a una serie de libros populares que se ocupan de las relaciones entre el
comportamiento territorial y la agresión humana. En estos estudios, muchos de los
cuales han interpretado mal (por exceso o por defecto) la literatura sobre la etología,
la agresión humana se considera un impulso innato que no se puede erradicar, vin-
culado con los orígenes animales del ser humano y asociado en gran parte con el
establecimiento y mantenimiento del comportamiento territorial. La territorialidad
humana es, a su vez, considerada como el correspondiente impulso instintivo para
poseer y defender un área concreta como forma de satisfacer ciertas necesidades bio-
lógicas o evolutivas, la más destacada de las cuales es el control y la canalización
positiva de la agresión. Ha habido algunas críticas excelentes de esta literatura12 y,
por tanto, no nos detendremos en los principales argumentos. No obstante, es impor-
tante examinar los orígenes teóricos de lo que podría llamarse la “etología popular”,
porque ha sido la forma en que la literatura etológica se ha interpretado respecto al
ser humano la que ha provocado la mayor parte de las críticas y la controversia —en
lugar de la propia literatura científica—.
La gran mayoría de los etólogos no infravaloran las enormes diferencias entre los
modelos de comportamiento animales y humanos. En lugar de limitarse a aceptar
estas diferencias como algo determinado, muchos etólogos se han dedicado a inter-
pretar los sistemas de comportamiento humanos desde un punto de vista compara-
tivo, evolutivo y adaptativo. En muchos casos su trabajo ha contribuido a dar una
información sobre el estudio del ser humano de la que han carecido las ciencias so-
ciales que, con algunas excepciones, se han inclinado tradicionalmente a pasar por
alto o incluso negar el papel de los factores biológicos innatos en el comportamiento
humano —o, alternativamente, a considerar el aprendizaje como algo exclusiva-
mente humano—. Efectivamente, muchos de los estudios del comportamiento ani-
mal han originado las principales reevaluaciones de la propia definición del ser hu-
mano porque bastantes logros humanos, hasta ahora considerados exclusivos del
animal cultural, se han encontrado entre sus parientes sin cultura.
El enfoque etológico básico sobre la territorialidad y la agresión animales se pue-
den resumir de la siguiente forma13: en la moderna biología se acepta por lo general
que el principal motor tras el cambio evolutivo es la selección natural; por tanto, es
probable que prácticamente todas las características anatómicas, fisiológicas y de
comportamiento que persisten —incluyendo la organización social— sean adaptati-
vas porque propician la supervivencia de la especie. Sin embargo, los procesos evo-
lutivos tienden a favorecer —al menos en los vertebrados— un comportamiento
competitivo o agresivo en el nivel individual. Puesto que se podría esperar que este
tipo de comportamiento deteriore la vida social y la cooperación grupal, tiene que
haber algún mecanismo en los vertebrados que pueda apoyar la formación del grupo
controlando la agresión intraespecífica. Los dos que parecen más generalizados en
grupos sociales vertebrados son el comportamiento dominante, basado en el recono-
cimiento del estatus de un animal individual dentro del grupo, y la territorialidad,

12
Véase, por ejemplo, los diversos ensayos en el libro editado por Ashley Montagu (1968), Man and Aggresion,
así como el trabajo de L. Berkowitz (1969).
13
Adaptado de William Etkin (1967).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 427

que limita y confina geográficamente el comportamiento agresivo y otros comporta-


mientos potencialmente perjudiciales. Como se mencionaba anteriormente, el indi-
viduo, conociendo su posición en la jerarquía de dominación, o bien participa en un
comportamiento dominador-subordinado ritualizado en vez de cometer agresiones,
o bien se abstiene de ir a un área en donde es probable que se vea involucrado en un
enfrentamiento. En términos muy simples, la jerarquía de dominio compartimenta la
sociedad animal verticalmente en su organización social en tanto que la territoriali-
dad compartimenta la sociedad desde el punto de vista del espacio que ocupa. La
creación y el mantenimiento de las “fronteras” estabiliza las relaciones sociales re-
duciendo el conflicto intragrupo y consolidando las normas de comportamiento es-
tablecidas.
Hay indudablemente muchas implicaciones para el comportamiento humano en
la perspectiva evolutiva de la etología. No obstante, en el examen de las causas de
ciertos tipos de comportamiento humano, el papel de los determinantes biológicos
incorporados debe ser medido cuidadosamente en comparación con la influencia mu-
cho más poderosa del aprendizaje simbólico, la cultura y el entorno. El desarrollo y
la diferenciación cultural en el ser humano le ha aportado una variedad de oportuni-
dades adaptativas sin parangón en los animales. Así pues, es posible que la territo-
rialidad humana y el comportamiento de dominio —ambas claramente evidentes en
el ser humano— tengan muchas causas, adopten muchas formas diferentes y cum-
plan una gran diversidad de funciones. Lo mismo se puede decir de la agresión hu-
mana. Puede haber perfectamente un instinto territorial en el ser humano como pa-
rece haberlo en la mayoría de los animales vertebrados. Pero el comportamiento
territorial en el ser humano, especialmente en el nivel del grupo más grande, está
probablemente más directamente arraigado en la evolución social y cultural humanas
inicial, cuando los antepasados del ser humano se trasladaron del tupido bosque para
convertirse en bandas de cazadores en la sabana abierta, antes que en cierto “impe-
rativo” primitivo y genético que no se pueda eliminar y que sea rastreable hasta los
orígenes animales del ser humano.
Las nuevas circunstancias asociadas con el traslado del bosque del ser humano
(el advenimiento de los hábitos carnívoros, el uso de las armas, la competición in-
tensiva entre grupos por los recursos y la protección) estimularon reajustes sociales
y culturales importantes para limitar la agresión intraespecífica y para promover aún
más la solidaridad grupal. Como ha señalado J. H. Crook, un importante crítico del
enfoque de Ardrey-Lorenz de la territorialidad agresiva:

El desarrollo de la propiedad sobre las herramientas, la vivienda y los animales


domésticos habría aumentado considerablemente las oportunidades de conflicto
en las comunidades, convirtiéndose estas cosas de hecho en extensiones de la “dis-
tancia individual” de la persona. Los modelos complejos de comportamiento ordi-
nario (en el sentido habitual de la palabra) surgirían, dando paso a su debido
tiempo a leyes codificadas relacionadas con la propiedad y el intercambio de la
propiedad. Se puede concebir que la conducta internacional es la ampliación de
este principio al nivel de la comunidad y al nivel político (1968, p.172).

Por medio de un proceso indudablemente parecido a esta codificación del com-


portamiento ordinario mencionada por Crook surgió el sistema político y sus
428 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

diversas instituciones. El sistema político con el tiempo desarrollaría una existencia


especializada propia con la formación del Estado, pero en la mayor parte de la his-
toria humana permaneció estrechamente vinculado con los otros subsistemas distin-
tivos de la sociedad (económico, social, de parentesco, religioso). No obstante, a
pesar de su naturaleza indiferenciada, el sistema político en todas las épocas sirvió
para controlar la competición, el conflicto y la cooperación —funciones que en las
sociedades animales eran suministradas por la territorialidad basada principalmente
en la biología y la jerarquía de dominación, pero que en la sociedad humana pasaron
a girar en torno a modos de organización sociopolítica basados culturalmente y ex-
presados simbólicamente—.
La territorialidad no desapareció, pero su naturaleza y papel cambiaron de forma
significativa. En tanto que forma de integración de la sociedad, su importancia rela-
tiva disminuyó considerablemente cuando el hombre primitivo desarrolló una gran
variedad de mecanismos socioculturales y simbólicos para fomentar la solidaridad
grupal y de intercambio —y por tanto el control de la agresión—. Por ejemplo, el
tabú del incesto contribuyó a controlar la sexualidad de los primates y a estabilizar
la familia como entidad social y económica humana básica. Por consiguiente, mu-
chas de las funciones principales de la territorialidad animal fueron en definitiva sus-
tituidas por regulaciones y convenciones culturales no territoriales.
Sin embargo, a la vez surgió una forma de territorialidad totalmente nueva, de
escala más amplia y expresada simbólica o socialmente, que se institucionalizó como
parte del sistema político. En parte esta macroterritorialidad simbólica englobaba la
diversidad de actitudes hacia la tierra, el espacio y el territorio que existía en el nivel
del individuo o del grupo pequeño junto con las funciones potencialmente integra-
doras que cumplía. Pero también desarrolló nuevas dimensiones como mecanismo
regulador para el conjunto de la sociedad (como centro de la identidad y pertenencia
de grupo, como expresión de la organización social y económica, como base para la
explotación del entorno y como medio de conformar y canalizar la interacción espa-
cial humana).
Como corolario al argumento anterior, la territorialidad social —si no también
los remanentes del comportamiento territorial individual— se convirtió en algo cul-
turalmente específico. Es decir, los modelos, procesos y funciones de la territoriali-
dad se diferenciaron de una sociedad a otra y de una época a otra. El trabajo de Hall
(1966; 1968) sobre la proxémica ha demostrado de forma clara esta variabilidad in-
tercultural respecto a las “burbujas” microterritoriales transportables que todos los
seres humanos llevan consigo, aunque parte de la variedad cultural en las percepcio-
nes de la organización política del espacio se ha analizado en la primera parte de este
estudio.
Además, como se analizará más adelante, hay motivos para creer que la territo-
rialidad en las sociedades humanas primitivas, en las que los seres humanos se orga-
nizaban en pequeños grupos de cazadores y recolectores, puede que no haya sido tan
distinta cualitativamente de las formas más flexibles del comportamiento territorial
entre los primates superiores, especialmente el gorila y el chimpancé, los primates
más cercanos al ser humano. Las entidades sociales básicas entre los cazadores y
recolectores primitivos eran extremadamente flexibles y considerablemente iguali-
tarias, cambiando la pertenencia al grupo con el cambio de las circunstancias. Los
territorios definidos existían, pero las fronteras territoriales casi nunca fueron
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 429

defendidas agresivamente contra otros grupos —el hombre primitivo era fundamen-
talmente pacífico— y solían ser muy permeables especialmente en tiempos difíciles.
Probablemente no hubo un estallido desconcertante de territorialidad agresiva
cuando el ser humano se diferenció de otros primates, como suponía Ardrey (1966)
en The Territorial Imperative. En cambio, la territorialidad en la sociedad humana
primitiva muy probablemente representó la culminación de muchas tendencias que
ya se habían desarrollado bastante entre los primates superiores: la existencia de gru-
pos sociales relativamente abiertos, la capacidad de los animales —especialmente
los machos adultos— de cambiar de un grupo a otro sin conflicto, la preponderancia
de encuentros habituales pacíficos y, en general, la mayor permeabilidad de las fron-
teras territoriales.
Solo cuando la sociedad humana empezó a aumentar significativamente en escala
y complejidad reafirmó la territorialidad como un fenómeno potente de comporta-
miento y de organización. Pero esta era una territorialidad cultural y simbólica, no
la primitiva territorialidad de los primates y otros animales. Como Fried señala res-
pecto a la idea evolutiva de la sociedad humana que pasa de un énfasis organizativo
sobre el parentesco a otro basado en el territorio:

Lo que no podemos aceptar es la implicación de que la territorialidad que subyace


tras la formación del Estado tiene algún parecido superficial con el tipo de territo-
rialidad que parece, de forma bastante definitiva, ser mucho más antigua que el
reconocimiento cultural del parentesco (1967, p.46).

Así pues, aunque la territorialidad “cultural” comienza fundamentalmente con los


orígenes del primate con cultura, el ser humano, no adquiere una importancia prin-
cipal en la sociedad hasta la aparición del Estado. Y probablemente alcanza su mo-
mento álgido como base organizativa de la sociedad en el sistema de Estados-nación
estructurado formalmente, compartimentado rígidamente y defendido ferozmente de
nuestros días.
En consecuencia, ¿qué podemos concluir sobre la relación entre la territorialidad
animal y la humana y el papel de los factores instintivos en la territorialidad humana
y la agresión? En primer lugar, hay muy pocas dudas de que el comportamiento hu-
mano es influido por la experiencia y las características biológicas heredadas. Pero
cualesquiera impulsos que el ser humano pudiera tener para conservar el territorio o
ser agresivo, pueden ser modificados o controlados por el aprendizaje y la socializa-
ción en una cultura determinada. La naturaleza y la crianza no constituyen una dico-
tomía estricta, sino que interactúan conjuntamente con circunstancias ecológicas y
sociales específicas para configurar los modelos de comportamiento individual y
grupal en el ser humano. La agresión y la territorialidad pueden ser características
de la especie humana pero no son inevitables, ni invariables y se pueden erradicar.
En segundo lugar, la territorialidad animal se relaciona con la territorialidad hu-
mana principalmente por analogía y no por homogeneidad. Es decir, es probable que
haya algunas similitudes interesantes en forma y función, pero las motivaciones pue-
den variar considerablemente y las similitudes que existen probablemente no se re-
montan directamente a un origen de desarrollo o evolución común.
En tercer lugar, las mayores diferencias básicas entre el ser humano y el animal
se hallan probablemente en el nivel del grupo más amplio o de la sociedad. En
430 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

ninguna otra especie animal que no sea el ser humano el macho adulto depende tanto
de otros para sobrevivir. Por consiguiente, nada tiene de sorprendente que casi todas
las características que distinguen al ser humano de otros animales (la cultura, el
grado de dependencia del aprendizaje simbólico, el conocimiento de la historia y la
tradición, el desarrollo de formas especializadas de comunicaciones intraespecificas,
incluyendo el lenguaje) estén todas adaptadas al mantenimiento de la integración en
grupos del ser humano.
Para estudiar la territorialidad social en el ser humano, es probablemente más
provechoso examinar la territorialidad humana en el nivel individual o personal, en
lugar de buscar relaciones directas con la territorialidad ya sea individual o grupal
en animales. Esto no descarta las fascinantes cuestiones que plantean los factores
biológicos que comparten la territorialidad humana y animal, sino que advierte fun-
damentalmente contra la precipitación en las interpretaciones biológicas de la terri-
torialidad humana de grupo en ausencia de pruebas científicas sólidas de uno u otro
tipo.

2.4.2. La territorialidad y la explosión de la población humana

El papel de la territorialidad como mecanismo de control demográfico en muchas


especies animales se ha tratado superficialmente en esta ponencia, y está amplia-
mente implantado en la literatura del comportamiento animal, especialmente en la
obra clásica de V. C. Wynne-Edwards (1962), Animal Dispersión in Relation to So-
cial Behavior. A diferencia del ser humano, la mayoría de los animales mantienen
niveles de población muy parecidos, que parecen estar regulados no por los depre-
dadores, el hambre, los accidentes o las enfermedades, sino fundamentalmente por
diversos mecanismos fisiológicos y comportamentales, y algunos de los más impor-
tantes de ellos están relacionados con la territorialidad. Mucho antes de que se al-
cancen los límites de la disponibilidad de alimentos, estos mecanismos se ponen en
marcha para reducir el número de individuos existente y evitar una sobreexplotación
desastrosa de los recursos disponibles, restableciendo así la densidad de población
en un nivel equilibrado que sea eficiente.
¿Por qué es el ser humano moderno único entre los animales en su incapacidad
aparente de controlar su número? ¿Ha indicado el crecimiento descontrolado de la
población humana el comienzo de las catástrofes fisiológicas y sociales como una
reacción “natural” contra la sobrepoblación? ¿Son los desastres ecológicos origina-
dos por un mundo atestado un resultado inevitable de la espiral en el crecimiento de
la población? Estas cuestiones y otras relacionadas han vuelto a conectar el estudio
de la territorialidad humana con la controversia sobre las analogías entre el compor-
tamiento humano y animal, y también han originado un número de estudios popula-
res que delimitan las potenciales calamidades biológicas y evolutivas integradas en
las circunstancias actuales.
Mucho de lo que hemos dicho respecto a la territorialidad y la agresión humana
resulta cierto para la relación entre la territorialidad y el control de la población. Hay
pocas dudas de que el comportamiento territorial en animales sirve en muchos casos
para regular los números de la población. Cuando aumenta la densidad los sistemas
territoriales anteriormente flexibles parece que se hacen más rígidos para garantizar
la supervivencia de los más “aptos”. Cuando esta situación no logra controlar el
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 431

aumento de la densidad de una forma eficaz (exponiendo los animales más débiles
—incluidos los pequeños— a los depredadores o a la inanición) el sistema territorial
se desintegra, llevándose consigo la delicada estructura del orden social. En el pos-
terior desbarajuste, se producen cambios fisiológicos y comportamentales significa-
tivos que tienden a fomentar una mortandad masiva de la población —que no solo
incluye a los menos aptos— que puede servir para restablecer el equilibrio preexis-
tente. Por todo esto, es la densidad de población y no la disponibilidad de comida el
principal factor que limita el número de animales.
Por lo general se acepta que el ser humano creó sustitutos culturales para los me-
canismos fundamentalmente biológicos o instintivos del control de la población, in-
cluyendo la territorialidad. Pero, así como se parte de la base de que la evolución
cultural y política humana funcionó para reducir la efectividad de los medios deri-
vados de la cultura para regular la agresión, también se ha afirmado que el ser hu-
mano se ha ido deshaciendo poco a poco de los mecanismos del control de población
creados en la sociedad humana primitiva. En un artículo del Scientific American,
Wynne-Edward resume esta postura de la siguiente manera:

El hombre primitivo, limitado por la comida que podía conseguir cazando, había
creado un sistema para restringir su número con tradiciones y tabúes tribales, como
prohibir las relaciones sexuales para las madres mientras daban el pecho a un niño,
practicando obligatoriamente el aborto y el infanticidio, ofreciendo sacrificios hu-
manos (…) Estas costumbres, conscientemente o no, conservaron la densidad de
población bien equilibrada frente a la capacidad de alimentarse y a la variedad de
la caza. Después, hace unos 8.000 o 10.000 años, la revolución agrícola eliminó
esa limitación. No había ningún motivo para controlar el tamaño de la tribu; al
contrario, el poder y la riqueza se acumulaban en las tribus que permitían que su
población se multiplicara (…) Los antiguos controles sobre la población se fueron
descartando y olvidando. (...)
Ante las oportunidades para procrear y una baja tasa de mortalidad, la población
humana, ya esté bien alimentada o esté hambrienta, muestra ahora una tendencia
a aumentar sin freno. Al no disponer del sistema homeostático incorporado de las
poblaciones animales, el ser humano no puede buscar ningún proceso natural para
restringir su rápido crecimiento. Si el crecimiento debe reducirse hay que hacerlo
mediante los propios esfuerzos del hombre aplicados socialmente de forma deli-
berada (1964, p.74).

Es tentador atribuir a la guerra y las consecuencias que tiene en la sociedad hu-


mana el funcionamiento de algunos mecanismos macroterritoriales de control de la
población, que funcionan para reducir el tamaño de la misma, garantizar la supervi-
vencia de las sociedades más poderosas y mejor organizadas y asegurar así la propa-
gación más eficaz de la especie humana. Este tipo de lógica se parece a la que sub-
yace tras el “enfoque orgánico” de la geografía política que originó la Escuela
alemana de la Geopolitik. Ésta, entre otros programas, intentó racionalizar la expan-
sión alemana como una búsqueda imperativa del “espacio vital” (Lebensraum), que
consideraba que el Estado es un organismo natural que debe crecer o morir14.

14
La perspectiva del Estado como un organismo vivo está estrechamente asociada con los textos de Friedrich
Ratzel. Véase su estudio sobre las leyes de crecimiento especial de los Estados (Ratzel, 1896 [1969]).
432 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

La interpretación refleja el grado en que las nociones de la territorialidad indivi-


dual y la propiedad privada se han incorporado en las percepciones de la organiza-
ción política del espacio en el sistema de Estados-nación. Pero en vez de ser un tipo
de imperativo biológico inevitable, la interpretación del Estado-como-organismo-
viviente de la territorialidad es una idea de origen cultural —o, en ocasiones, ideo-
lógica—. Esto no reduce su importancia como factor que influye en las relaciones
internacionales, porque efectivamente continúa representando un rasgo destacado en
las concepciones occidentales de la organización espacial y tiene que ser estudiado
como tal. Sin embargo, el hecho de sus orígenes culturales, como ocurre con la te-
rritorialidad y la agresión, invalida la idea de que sea inevitable y que no se pueda
erradicar. En resumen, la guerra no es inevitable. Los Estados pueden sobrevivir sin
expansión territorial. Sean cuales sean las funciones que tenga la guerra, se pueden
encontrar sustitutos.
Las relaciones entre el control de la población y la microterritorialidad son mucho
más difíciles de evaluar. ¿La densidad creciente “quebranta” la estructura microte-
rritorial de las “burbujas” espaciales personales, originando cambios fisiológicos y
comportamentales parecidos a los que ocurren en grupos superpoblados de anima-
les? ¿El estrés de la sobrepoblación hace que se inflamen letalmente las glándulas
suprarrenales humanas como lo hacen en el ciervo sica? ¿Se están convirtiendo nues-
tras ciudades en “antros”, donde abundan los comportamientos enfermizos, o en
“zoos humanos”? En un libro nuevo, The Social Contract, Robert Ardrey (1970)
explora las alternativas que se le ofrecen al ser humano si no se adoptara algún mé-
todo socialmente aceptable de control global de la natalidad y los números de la
población humana continuaran aumentando sin control. Entre estas alternativas, to-
das las que equivalen a la “muerte por stress” característica de las sociedades anima-
les que han aumentado sin control de forma normal, él incluye los accidentes de
coche, la adicción a las drogas, las enfermedades cardíacas y otras causadas por el
estrés, la homosexualidad, el suicidio y los diversos trastornos psicológicos y socia-
les asociados con la sobrepoblación urbana. (Él considera que la guerra convencional
es menos importante a estos efectos, puesto que se ha convertido sobre todo en una
costosa maquinaria para el despilfarro y, por tanto, ha dejado de matar suficientes
seres humanos como para influir en el número de población total.)
Aceptemos o no las alarmantes observaciones de Ardrey y otros etólogos divul-
gadores, no cabe duda de que la sobrepoblación ha creado circunstancias enorme-
mente estresantes en el mundo moderno. En tanto que la territorialidad social a gran
escala en el ser humano es casi seguramente un fenómeno cultural y en consecuencia
está abierta a modificación o sustitución, la ausencia de una base biológica sólida de
la microterritorialidad no está en absoluto igual de consolidada. Lo único que ocurre
es que no contamos con suficiente información sobre las consecuencias fisiológicas,
psicológicas y sociales de la sobrepoblación en el ser humano. Por consiguiente, mu-
chas de las preguntas de los apartados anteriores continúan sin respuesta en el mo-
mento presente.

2.5. La territorialidad humana y la organización política del espacio

En los apartados anteriores hemos explorado algunos de los aspectos más generales
de la territorialidad animal y humana. Es evidente que la cuestión de las posibles
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 433

analogías entre el comportamiento animal y el humano y entre el espacio personal y


la territorialidad social merece ser tratada de forma más amplia de lo que es posible
en este estudio. No obstante, del análisis realizado se puede derivar una serie de ob-
servaciones fundamentalmente relevantes respecto a la naturaleza de la territoriali-
dad del grupo humano y su relación con nuestro tema principal, la organización po-
lítica del espacio.

2.5.1. El examen y la perspectiva general

Aunque la influencia biológica probablemente no desapareció, la macroterritoriali-


dad en el ser humano se desarrolló principalmente con la evolución de la sociedad y
la cultura humanas como una importante faceta de organización y comportamiento
social. En esta escala representa una característica especializada de la organización
espacial de la sociedad y un marco de referencia para las relaciones tanto de intra-
grupo como de intergrupo. La proximidad geográfica junto con las relaciones de la-
zos de sangre y la diferenciación social según las ocupaciones y el estatus (es decir,
la división del trabajo y el equivalente humano de la jerarquía de dominio) siempre
han sido fuerzas poderosas e interrelacionadas que configuran la interacción humana
y que, por tanto, confieren estructura, cohesión e identidad a los grupos humanos.
Igual que el ser humano desarrolló muchas variaciones sobre el tema de la organiza-
ción del parentesco y la estratificación social, así también ha improvisado e innovado
en el contexto de la organización espacial o territorial. Por tanto, la territorialidad
social es un fenómeno cultural que varía en su estructura y en sus funciones de una
sociedad a otra y de una época a otra. Como la organización del parentesco y la
jerarquía dominador-subordinado, está probablemente arraigada principalmente en
factores biológicos, pero como las otras bases organizativas de la territorialidad de
la sociedad se estudia de forma más productiva como parte del desarrollo cultural
humano.
La territorialidad proporciona un nexo básico entre la sociedad y el espacio que
ocupa, fundamentalmente por la repercusión que tiene en la interacción humana y el
desarrollo de las identidades espaciales grupales. Las sociedades y las culturas hu-
manas han organizado el espacio en una red cambiante de compartimentos distinti-
vos que, aunque a veces se superpongan, canalizan y estructuran las comunicaciones
humanas. Esto se lleva a cabo en gran medida con el establecimiento y manteni-
miento de las discontinuidades espaciales identificables, que actúan para confinar las
actividades grupales, fomentar la orientación y cohesión internas y crear las barreras
para impedir el contacto con el exterior. Como hemos destacado, estos sistemas de
fronteras no se expresan siempre formal y rígidamente como líneas claras en la su-
perficie terrestre. Además, se basan solo en parte en el elevado potencial de interac-
ción de la proximidad geográfica. Es importante volver a hacer hincapié en que la
territorialidad social puede surgir de diversas influencias comportamentales: la simi-
litud étnica o lingüística, las características económicas comunes, los lazos de inter-
dependencia funcional, etc. Pero sean cuales sean los criterios que la definen, la te-
rritorialidad social es una base fundamental para la organización política del espacio,
descrita al principio de este trabajo como la forma en que se estructuran el espacio y
la interacción humana para desempeñar las funciones políticas. La organización
434 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

política del espacio a su vez supone uno los cimientos importantes para la integración
de la sociedad.
Como se señaló en la primera parte, todas las sociedades tienen una dimensión
espacial pero solo algunas giran en torno a grupos definidos territorialmente. No de-
bería interpretarse que este hecho implica que la territorialidad existe solo en unas
cuantas sociedades. Todos los sistemas sociales globales con organización política
reconocible y algún tipo de autoridad autónoma sobre un área tienen cierta forma de
territorialidad en que existen ciertos puntos, líneas o áreas que producen identidades
grupales y engendran un sentido de exclusividad de grupo frente a los forasteros.
Esta es la esencia de la territorialidad humana tanto en el nivel individual como en
el de la sociedad. Estos centros territoriales no tienen por qué estar fijos permanen-
temente (consideren, por ejemplo, los territorios de linajes transportables de los Tiv),
ni son necesariamente los centros más significativos para la integración del grupo.
La distinción principal es la que existe entre las sociedades donde hay una definición
social del territorio y las sociedades donde hay una definición territorial de la socie-
dad.
En la larga historia de la evolución cultural humana, ha habido muy pocas socie-
dades que giraran principalmente en torno a unas entidades territoriales claramente
definidas y relativamente fijas. Con mayor frecuencia, la organización del espacio
era un reflejo de la estructura interna social y económica, y la pertenencia al grupo
dependía menos directamente de la ubicación física donde se estuviera que de la
posición que se tuviera en el sistema social. Estas “fronteras” socialmente definidas
desempeñaron una función muy parecida respecto a la intrusión, la exclusión y la
identidad a la que habrían ejercido si se hubieran expresado o institucionalizado di-
rectamente en el paisaje, pero el espacio que delimitaron no correspondía necesaria-
mente a las propiedades euclídeas del espacio terrestre (por ej., el mapa genealógico
de los Tiv).
Sólo cuando nace el Estado y hay un crecimiento asociado de un sistema político
especializado empieza la sociedad a definirse en gran parte territorialmente. El sis-
tema político en las sociedades basadas en el Estado es una entidad territorial encar-
gada de la responsabilidad, entre otras cosas, de mantener su integridad territorial y
estructurar administrativamente su dominio interno en una serie integrada de com-
partimentos territoriales. No se permite que ningún área permanezca fuera del sis-
tema administrativo y en un nivel determinado de funciones no se permite ninguna
superposición geográfica. Hay que llenar el espacio y trazar fronteras precisas, por-
que la jurisdicción y la autoridad se ejercen fundamentalmente sobre porciones del
territorio y no sobre las personas.
El apogeo de la territorialidad humana definida políticamente se alcanza, como
se ha señalado antes, con el sistema de Estados-nación moderno. El sistema de Esta-
dos-nación, arraigado en la lógica aristotélica y la geometría griega, vinculado con
los conceptos occidentales de la propiedad privada, reforzado por la perspectiva ca-
racterística resultante de la organización del espacio y centrado en alcanzar una con-
fianza completa entre la región funcional ocupada por la comunidad nacional y la
región formal definida por el Estado —la que sea más grande, según parece—, ha
sido impuesto en todo el mundo habitable. En efecto, se ha extendido hasta incluir
grandes extensiones de agua, hielo y aire. Por primera vez en la historia humana se
desarrolló un sistema controlado de fronteras territoriales imponiendo a los pueblos
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 435

del mundo un único sistema político territorial que, como casi todos los demás, se
estructuró internamente en virtud de una jerarquía reconocible de dominio.
En el contexto formal-funcional utilizado antes en este estudio, podemos afirmar
que el nacimiento del Estado señaló la primera vez que la organización territorial de
la sociedad se definió de forma generalizada en relación con las regiones delimitadas
formalmente. El Estado se convirtió en un individuo corporativo y difundió muchas
de las ideas de la territorialidad individual y el espacio personal al nivel de la socie-
dad más extenso. Este desarrollo inició una interrelación compleja entre la estructura
estática de las regiones políticas formales y los sistemas de comportamiento dinámi-
cos de la actividad y la identidad que caracterizan la organización funcional del es-
pacio y la sociedad, un avance que configuró poderosamente las relaciones políticas
en el espacio cultural occidental y sus derivados.
Aunque rara vez se ha formulado exactamente en los mismos términos, la inter-
acción entre la organización política formal y la funcional ha constituido un tema
fundamental en la geografía política durante cuarenta años por lo menos. El “enfoque
funcional” de Richard Hartshorne (1950), por ejemplo, y el énfasis que pone en las
fuerzas centrífugas y las centrípetas se originó en la insatisfacción que le producían
los enfoques históricos y morfológicos más tradicionales de la geografía política,
claramente centrados en el crecimiento de la organización política funcional y en el
grado de coincidencia entre la nación y el Estado. El análisis de Jean Gottman (1952)
de la “división política del mundo” se refería a las fuerzas contrastadas de la circu-
lación, el traslado dinámico de productos, personas e ideas que permite que el espa-
cio se organice pero que a la vez propicia la fluidez y el cambio; y de la iconografía,
el conjunto de fenómenos simbólicos que se opone al cambio ocasionado por el mo-
vimiento para favorecer un cierto orden o pauta establecida. La “teoría de campo
unificada” de Stephen Jones (1954) hizo hincapié en la relación entre áreas políticas
(esencialmente regiones políticas formales) y los “campos de circulación” (básica-
mente funcionales) y la asociación de ambos con las ideas políticas y la toma de
decisiones. Las áreas políticas establecidas se consideraban agentes que condicionan
los campos de circulación y otros vínculos en lo que Jones llamó la cadena Idea-
Área (idea política-decisión-movimiento-campo-área política), mientras que todos
los vínculos precedentes funcionan en un proceso de control y creación respecto al
crecimiento de las áreas políticas.
Así pues, es posible incorporar muchas de las perspectivas más tradicionales de
la geografía política en el marco y enfoque utilizado en este estudio. Recomiendo al
estudiante que lea las obras de geógrafos políticos tales como Hartshorne, Gottmann
y Jones por la visión perspicaz y ejemplos ilustrativos que proporcionan para analizar
la organización política del espacio, especialmente respecto a las relaciones de im-
portancia fundamental entre la organización política formal y la funcional.

2.5.2. Las principales dimensiones de la territorialidad de la sociedad

Habría que destacar que la territorialidad de la sociedad no se limita al nivel de lo


que podría denominarse el grupo colectivo principal, hoy representado fundamental-
mente por el Estado-nación y, en algunos casos, por el grupo étnico. A pesar de que
nos hayamos concentrado en este nivel hasta ahora, la territorialidad es un fenómeno
importante en todas las escalas de la sociedad humana desde la familia hasta las
436 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

regiones globales de gran escala. En tanto que el animal individual territorial perte-
nece a un único tipo de sociedad, que vive en un grupo —o en ocasiones se cambian
entre grupos equivalentes— que se reorganiza en distintas subfases para cada una de
sus principales actividades (es decir, alimentarse, dormir y aparearse), el ser humano
puede formar diferentes grupos para actividades especializadas y, en muchos casos,
pasar de uno a otro a voluntad. Por consiguiente, el ser humano puede ser y suele ser
miembro al mismo tiempo de muchas sociedades organizadas territorialmente dife-
rentes. Por ejemplo, puede desarrollar lealtades intensas y compatibles con su vecin-
dario, su provincia o ciudad-región y su Estado-nación.
En vista de esta diversidad, es importante indicar claramente los ingredientes
esenciales de la territorialidad grupal humana porque intervienen en varias escalas
geográficas y sociales. Parece que hay tres ingredientes principales. El primero es un
sentido de la identidad espacial, que de muchas maneras representa una ampliación
del espacio personal a una esfera socioespacial mayor y se suele manifestar en el
desarrollo de un simbolismo o iconografía territorial (banderas, imágenes, insignias,
ciertas estructuras físicas o ubicaciones, etc.). Es muy raro el individuo que no com-
parte con otros individuos un sentimiento de pertenencia a un lugar o área determi-
nada, aunque no resida allí.
El segundo, hay un correspondiente desarrollo de un sentido de exclusividad res-
pecto al territorio. Incluso más que el sentido de identidad, la exclusividad a menudo
está latente en cuanto que debe activarse por una supuesta “invasión” de individuos
inaceptables o estilos de uso de la tierra en un vecindario residencial, de “forasteros”
indeseables en una parte de la ciudad región (incluyendo, por ejemplo, ciertas indus-
trias o el aeropuerto), o de grupos enteros de gente (“extranjeros”) en el espacio na-
cional, así como por la amenaza real de un ataque militar. Como ocurre entre los
animales territoriales, la defensa territorial constante y rígida no es absolutamente
necesaria, ya que el principal factor es un medio organizativo generalizado de incluir
o excluir de forma selectiva a ciertos individuos. De esta forma, la territorialidad
humana se suele asociar con una homogeneización de área que tiene varios rasgos
distintivos: raza, grupo étnico, clase económica e ideología política.
Una tercera característica es la compartimentación o canalización de la interac-
ción humana en el espacio. La territorialidad se asocia con la concentración de acti-
vidades y la comunicación en áreas localizadas, insertando ahora fronteras igual que
antes era normal que la distancia condujese a la desintegración. En este punto reto-
mamos nuestro análisis anterior del territorio de los gorriones molineros (véase la
Figura 9). El principal elemento es la existencia de una alteración reconocible en la
regularidad ordenada por la distancia de los modelos de actividades ocasionada por
los fenómenos sociales y no por los ecológicos.
Todos los casos en que se produce semejante reestructuración de los modelos de
interacción pueden no ser necesariamente el reflejo de la territorialidad social. Por
ejemplo, se puede pensar que tendrán influencia otros factores: la estructura de la
tarifa del transporte dividida en fases para varios medios de transporte, las zonas de
tarificación parecidas para llamadas de teléfono y otras formas de discriminación de
precios y “salidas nocturnas” por área. Pero incluso éstas son en parte producto de
una sociedad esencialmente territorial. No obstante, es probable que la territorialidad
no sea bien definida exclusivamente por esta característica, sino que tiene que impli-
car algún elemento de identidad y también exclusividad de tipo espacial. Como se
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 437

apuntaba antes, la estructura territorial de interacción característica no es la única


base de la territorialidad, sino que probablemente exprese el funcionamiento de al-
gún mecanismo de comportamiento territorial.
Estos tres aspectos de la territorialidad humana de grupo son originados por varias
fuerzas, las más prominentes de las cuales son: la proximidad física o residencial; la
homogeneidad de atributos sociales, culturales, económicos y políticos; y las exi-
gencias o el resultado de la interdependencia funcional —los mecanismos funda-
mentales de la integración de la sociedad analizados en la primera parte—. La defi-
nición del territorio puede ser impuesta desde arriba mediante el funcionamiento de
los sistemas políticos o puede surgir internamente por así decirlo a través del desa-
rrollo de los grupos colectivos cohesivos con cierto control autónomo sobre la orga-
nización del espacio. La primera representa, al menos inicialmente, una región for-
mal, y la segunda, una funcional, aunque la poderosa impronta de las fronteras
formales sobre la interacción humana es en muchos casos suficiente para reestructu-
rar la interacción humana y moldear la organización funcional del espacio para ajus-
tarse a la estructura regional formal. En cada caso, ya sea manipulada por un sistema
político especializado, ya sea originada por la dinámica de las relaciones intergrupa-
les e intragrupales, la territorialidad sirve para regular modelos de competición, con-
flicto y cooperación espaciales como cimiento comportamental principal para la or-
ganización política del espacio.
Hay muchos tipos de territorios grupales humanos que se hallan en la jerarquía
de la organización política espacial. Hemos analizado el sistema territorial suma-
mente importante del Estado-nación con cierta profundidad. En una escala todavía
más amplia hay regiones del mundo diversamente definidas que estructuran los mo-
delos globales de interacción e inculcan sentimientos —un tanto esporádicos pero
reales— de identidad y exclusión de tipo macroterritorial: Europa Occidental y
Oriental, Oriente Medio, América Central, África Tropical. No existe facilidad de
definición, coincidencia clara de múltiples sistemas de fronteras ni tampoco necesa-
riamente contigüidad de ubicación del Estado-nación. Bastantes indicativos distintos
de modelos de interacción (por ejemplo, el comercio, la inmigración, los intercam-
bios diplomáticos y otros intercambios políticos, el tráfico de telecomunicaciones,
etc.) pueden producir conjuntos distintos de regiones, como lo puede hacer un aná-
lisis de variables de atributos esenciales (el nivel de desarrollo económico, la ideo-
logía política, el idioma y la cultura). Pero igual que ocurre con tantos modelos de
comportamiento territorial en el ser humano y los animales, hay áreas nucleares re-
conocibles que actúan como nodos (focal points) de identidad territorial y actividad
concentrada, rodeadas de zonas de influencia irregulares y definidas de forma de-
sigual. Estas regiones globales frecuentemente se superponen y no llenan por com-
pleto todo el espacio terrestre —bastantes áreas probablemente no se pueden asignar
a regiones concretas—. El sistema territorial es muy complejo y difícil de medir con
precisión, pero no se puede negar la existencia de amplias homogeneidades regiona-
les, sentimientos de identidad regional y exclusividad selectiva, y señaladas discon-
tinuidades en la interacción espacial en el nivel supranacional.
Bruce Russet (1967) en International Regions and the International System: A
Study in Political Ecology realiza un intento excelente de analizar e identificar las
regiones internacionales que debería ser de interés para todos los geógrafos políticos.
Utilizando una medida rudimentaria de la distancia física (la distancia de aerolínea
438 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

entre capitales), Russet encontró asociaciones muy estrechas entre las regiones mun-
diales basadas en la proximidad física y las regiones que provienen del fundamento
de la homogeneidad social y cultural, el comportamiento de voto en las Naciones
Unidas, la interdependencia económica basada en el comercio y la pertenencia a or-
ganizaciones internacionales. Estas agrupaciones regionales no eran en absoluto
idénticas y contenían muchos miembros que no eran contiguos, pero la estrecha co-
rrelación entre las medidas de distancia rudimentarias y las demás indica claramente
que está funcionando un mecanismo territorial o “efecto de vecindario” que organiza
el espacio global en regiones macrogeográficas.
En el nivel más local, particularmente en las sociedades industrializadas moder-
nas, la territorialidad de grupo también parece que está establecida menos formal-
mente que en el nivel de Estados-nación y en sus principales subdivisiones. Por tanto,
tiene una influencia menos directa y claramente reconocible sobre los modelos de
interacción, enterrada en una compleja red de cadenas sociales y económicas no de-
finidas territorialmente. Pero de nuevo se puede reconocer una influencia territorial
profunda. El papel de la territorialidad como marco de las relaciones sociales en las
barriadas urbanas se ha resaltado de forma inequívoca en la literatura. La territoria-
lidad de las bandas existe y puede interpretarse fácilmente como un medio de regular
la competición, el conflicto y la cooperación en un estrato social completo basado
en la edad15.
Sin embargo, un argumento generalizado en la literatura sociológica es que el
habitante de la ciudad moderna es muy móvil y prefiere el anonimato a los lazos de
unión de la pertenencia a las comunidades territoriales de pequeña escala. El com-
portamiento ya no está principalmente arraigado en la localidad. Las paredes, las
calles y las vallas son barreras para el individuo y su familia contra la presión para
que interactúen con los vecinos, especialmente desde que el coche, los transportes
colectivos y los medios de comunicación de masas le permiten satisfacer casi todas
sus necesidades fuera de su barrio. Por consiguiente, el vínculo territorial local se ha
convertido en una influencia insignificante en las relaciones sociales urbanas.
Por otro lado, se ha considerado que la territorialidad local se restringe a ciertos
grupos. Según este punto de vista, ejemplificado en los textos de Melvin Webber
(1963; 1964), se produce más claramente entre las comunidades de rentas inferiores
en forma de territorios de bandas y vecindarios de base económica o étnica y racial.
Por ejemplo, se admite cada vez más que el gueto negro es un poderoso centro de
identidad territorial, y gran parte del movimiento de derechos civiles dirigido por
negros, especialmente en el énfasis que ponen en el poder negro y el nacionalismo
negro, representa un intento por obtener un dominio local mayor sobre los asuntos y
los progresos de la comunidad territorial. Como Harold Rose (1970) señala, este
proceso de consolidar las identidades (espaciales y raciales) y exigir un aumento del
control local es muy parecido al nacionalismo territorial en el nivel global. Podría-
mos añadir que las áreas suburbiales que son blancas y ricas también manifiestan
identidades territoriales profundas y sentimientos de exclusividad, aunque los mo-
delos de interacción en este caso se orientan externamente y las identidades son más
evidentes solo ante el “desafío” externo (por ejemplo, la anexión o la inmigración de
grupos de rentas más bajas).

15
Véanse Thrasher (1963), Fried y Gleischer (1961) y Suttles (1968).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 439

No obstante, lo que es más probable es que sencillamente la territorialidad se haya


convertido en más complicada, difusa y discontinua en el nivel local, mientras que
continúa siendo una influencia importante en el comportamiento individual o de
grupo pequeño. El grado en que las identidades ubicadas, sentimientos de exclusión
y fronteras definidas socialmente actúan para estructurar el “espacio de acción” de
los individuos en la ciudad moderna es claramente variable —y difícil de medir—.
Pero la existencia de vecindarios reconocidos y nombrados; de áreas de modelos
residenciales segregados y homogéneos y estructuras ocupacionales étnicas y reli-
giosas; y de las barreras y fronteras marcadas para la interacción humana que no se
basan solamente en características físicas, todos estos factores atestiguan el continuo
funcionamiento de mecanismos territoriales locales sólidos en el contexto urbano
moderno.
Incluso la “élite intelectual”, que muchos han considerado que no es territorial,
muestra aspectos destacados de comportamiento territorial. Como hemos mencio-
nado previamente, tanto la territorialidad animal como la humana pueden ser nodales
y se superponen en lugar de centrarse en un área claramente definida y defendida.
Así, incluso con su prodigiosa movilidad, se puede describir que la élite rica moderna
tiene una forma de comportamiento territorial centrada en puntos determinados o
pequeñas áreas (la casa, el club o centro social, el lugar de trabajo) que como otras
formas de comportamiento territorial presentan modelos de “personalización”, iden-
tidad, exclusión selectiva y una estructura distintiva de modelos de actividad. Los
miembros de la comunidad que comparten estos centros territoriales no tienen por
qué tener una ubicación contigua. Puede que no haya “vecindarios” reconocibles en
el paisaje. No obstante, pueden distinguirse las dimensiones principales del compor-
tamiento territorial.
Se necesita mucha más investigación sobre el papel de la territorialidad local en
la ciudad antes de que se puedan ofrecer conclusiones que no sean las más provisio-
nales. Esto es particularmente cierto para el escurridizo concepto de “vecindario”,
que en su diversidad de utilización y definición —y el fracaso en reconocer sus va-
riaciones de escala según la situación— compite con los conceptos de raza, tribu y
nación en la inadecuada utilización que de forma generalizada se hace de ellos en la
literatura.
Asimismo, se precisa de más investigación sobre la territorialidad local en el con-
texto rural. Como ejemplo de las líneas posibles que pudiera adoptar esta investiga-
ción, tenemos el estimulante estudio de los sistemas de comercialización en la China
rural realizado por G.W. Skinner (1964). Una de las entidades territoriales locales
más generalizadas en China, al menos antes de 1949, era el “área comercial estándar”
(standard marketing area), un grupo de aldeas que rodean a un pueblo localmente
importante desde el punto de vista comercial. La comunidad de comercial de estos
pueblos formaba una entidad con su área específica. Ninguna aldea o pueblo comer-
ciaba fuera de ella y la vida social y política, así como la económica, se centraban en
la ciudad mercado estándar. En vista del confinamiento territorial de la actividad, la
comunidad local se convirtió en una entidad sociopolítica muy unida. El matrimonio
era endógamo, los lazos de linaje antiguamente independientes se amalgamaron en
linajes integrados centrados en el área local, y una diversidad de grupos (de trabajo,
religiosos, de ocio) adoptó la estructura de la comunidad de comercialización como
su centro. Cuando el gobierno comunista intentó reorganizar la administración y la
440 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

comercialización de nivel local, se encontró con una feroz resistencia y se vio obli-
gado a aplazar sus planes.

Figura 10. Principios organizativos que influyen en la disposición horizontal de


las poblaciones

Fuente: Elaboración propia.

Lo que es especialmente interesante sobre esta territorialidad local era que tendía
a ajustarse en la mayoría de China a lo que Walter Christaller denominó el “principio
administrativo” en el ordenamiento jerárquico de los sistemas de lugares centrales.
Sin profundizar en la teoría de los lugares centrales16, Christaller admitió tres prin-
cipios organizativos básicos que influyen en la disposición horizontal de los asenta-
mientos: el de comercialización, el de transporte y el administrativo (Figura 10). El
principio de comercialización tiene como resultado el número máximo de lugares
centrales en la estructura hexagonal de las áreas de mercado, posibilitando de este
modo que los lugares centrales estén lo más cerca posible del consumidor; esto es,
permite que el espacio esté “lleno” del mayor número de áreas de mercado y merca-
dos. El principio de transporte o de tráfico supone una disposición que contiene tan-
tos lugares importantes como es posible en una ruta directa de transporte entre las
ciudades mayores. En ambos casos todos los pueblos están ubicados en las fronteras
de las áreas de mercado de centros de un orden superior. En el principio administra-
tivo, o principio de separación, se mantiene cierta eficiencia comercializadora, pero
todos los lugares de orden inmediatamente inferior están completamente dentro de
la zona interna del mercado del siguiente centro mayor.
En la China rural, Skinner descubrió que los órdenes superiores del sistema de
comercialización variaban según los principios de comercialización o de transporte.
Estas fronteras de comercialización se parecían de muchas formas a la jerarquía ad-
ministrativa formal del gobierno central, aunque la coincidencia de área entre los dos
sistemas no era muy común. Sin embargo, en el nivel local las áreas comerciales
estándar estaban separadas geográficamente y, por lo general, se componían de alre-
dedor de 19 pueblos (el pueblo central y círculos que lo rodeaban de 6 o 12 pueblos
en conformidad directa con una extensión del principio administrativo). Solo la

16
Se pueden encontrar buenas introducciones a la teoría de los lugares centrales en Berry (1967), y Berry y Pred
(1961).
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 441

propia ciudad mercado estándar estaba ubicada en las fronteras del área de mercado
del siguiente orden superior. De este modo el área comercial estándar informalmente
cumplía las dos funciones: la administrativa y la económica. Diferente estructural-
mente de los sistemas de orden superior, constituyó tanto un marco para la identidad
local como un medio de integrar estas entidades locales dentro de los sistemas urba-
nos más amplios, de comercialización y administrativos.
Parece que existen en otros lugares del mundo situaciones similares, en que los
sistemas de comercialización locales establecen y mantienen identidades territoriales
locales sólidas mientras que al mismo tiempo enlazan el nivel local con estructuras
de escala más amplias. Aquí tenemos un ejemplo de un grado medible de territoria-
lidad en sistemas de lugares centrales. Explicando lo que hemos indicado en la Fi-
gura 9, puede existir una discontinuidad notable en los modelos de interacción espa-
cial que distorsiona la disminución de la atracción del lugar según aumentan las
distancias regulares, incluso en el marco teórico aceptable de los lugares centrales.
La Figura 11-A representa una situación no territorial con un lugar Q situado en una
frontera de equilibrio entre los centros X y Y. La interacción teóricamente continúa
al otro lado de la frontera según la disminución regular de la distancia de los centros
principales. Sin embargo, en la Figura 11-B la frontera señala una acusada disminu-
ción en la interacción. En la situación china, es probable que un pueblo esté en con-
tacto más estrecho con otro pueblo que esté a cierta distancia al otro lado del área de
comercialización que con uno que esté muy cerca, pero al otro lado de la frontera del
mercado. En vista de esta situación también puede ser probable que la interacción en
las fronteras de mercado tienda a nivelarse, pareciéndose así aún más a los modelos
territoriales ilustrados en la Figura 9.
Estas observaciones son evidentemente muy especulativas y orientativas, y no
pretenden ser modificaciones significativas de la teoría de los lugares centrales. No
obstante, ofrecen una vía posiblemente fructífera para la futura investigación que
conecte la organización política con la organización económica del espacio.

Conclusión

Este estudio ha intentado explorar muchos rasgos de la organización política del es-
pacio. Empezando con una amplia descripción de las relaciones entre la organización
espacial humana y de la sociedad, pasó en primer lugar a examinar las perspectivas
transculturales de la organización política del espacio, y después a repasar de forma
resumida el nacimiento del Estado-nación como expresión espacial distinta. La or-
ganización política espacial se consideró un producto del intento de las sociedades
humanas y sus instituciones de controlar y dirigir los procesos políticos fundamen-
tales de competición, conflicto y cooperación.
La segunda parte se dedicó principalmente al examen del concepto de territoria-
lidad, su evolución histórica en el ser humano y sus implicaciones contemporáneas
para la sociedad humana. La territorialidad constituye un vínculo esencial e ignorado
durante mucho tiempo entre el comportamiento humano y la organización política
del espacio. La territorialidad en el nivel de la sociedad, por su influencia en los
sentimientos de identidad espacial, en el desarrollo de la sensación de exclusividad
y selección geográficas y en los modelos de área de la interacción humana añade
442 Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447

significado e interpretabilidad a la compleja estratificación de regiones formales y


funcionales que cubre densamente la superficie terrestre. Además, implanta firme-
mente el análisis de la organización política espacial en un marco global interdisci-
plinario y comportamental.

Figura 11. Modelos de actividad territoriales y no territoriales en torno a


los lugares centrales

Fuente: Elaboración propia.

La relación entre las principales características de la territorialidad humana y los


procesos de competición, conflicto y cooperación en el espacio suministra un con-
texto conceptual pleno de contenido estimulante para el campo de la geografía polí-
tica. También exige que los geógrafos políticos superen el énfasis restrictivo y en
muchos casos de carácter cultural sobre el Estado-nación para desarrollar un modo
de análisis más comparativo y transcultural. En efecto, si el foco central de la
Soja, E. W. Geopolítica(s) 13(2) 2022: 385-447 443

geografía política es la interacción del área geográfica y el proceso político, o el


análisis espacial de los sistemas políticos, tiene que explorar sistemática y compara-
tivamente la gran variedad de organizaciones políticas que tienen una expresión es-
pacial. Entre ellas no están sólo Alemania y Australia, Idaho y Silesia, Detroit y el
Tirol; también que tienen que incluir a las tribus bosquimanas y a la confederación
de los ashanti, las castas indias y los linajes africanos, las comunidades de pueblos
mayas y yugoslavos, las cofradías medievales y las corporaciones estadounidenses,
el gueto y la pandilla.
La organización política del espacio (sus modelos estructurales, objetivos funciona-
les y fundamentos comportamentales) representa un límite relativamente inexplo-
rado para el estudio geográfico contemporáneo. No es posible todavía trazar este
límite minuciosamente, porque los hitos necesarios en forma de estudios empíricos
y teóricos perspicaces que surjan de la corriente principal de la geografía moderna
son todavía demasiado escasos. En consecuencia, este estudio, en mayor medida que
la mayoría de las demás ponencias de la serie en la que se publica, ha tendido a ser
más orientativo que asertivo, y especulativo y experimental, en lugar de limitarse a
ser un repaso exhaustivo de la literatura. Afortunadamente, la participación en una
red más amplia en la búsqueda de las relaciones entre el espacio geográfico y el
proceso político puede estimular al lector a profundizar aún más en la diversidad de
temas introducidos para consolidar o refutar los argumentos presentados; ampliar,
complementar o reestructurar el enfoque ofrecido; y, lo que es más importante, com-
prender más a fondo la poderosa repercusión que tiene la organización política del
espacio sobre el comportamiento humano.

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