Jose Eduardo Moreno Self Subjetividad y Persona

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Self, subjetividad y persona1

José Eduardo Moreno

(Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y


Experimental- CIIPME –CONICET)

(Pontificia Universidad Católica Argentina)

Introducción

El conocimiento, la valoración y las creencias que el sujeto tiene acerca de sí


mismo son un tema importante para la psicología y las ciencias sociales. Dejadas
de lado como área de estudio durante muchos años, principalmente de la mano del
conductismo, en la década de los 60 los temas de investigación sobre el sí mismo
(las creencias y la evaluación que un sujeto tiene de sí mismo) volvieron a ser
investigados.
De este modo, las nociones de autoconcepto, autoeficacia, autoimagen,
autoevaluación, autoestima, autopercepción, entre otras, cobraron una notable
relevancia y resurgieron con inusitada fuerza (Moreno, Resett y Schmidt, 2015).
El conductismo en sus orígenes no tuvo en cuenta a la conciencia y no le asignó
relevancia a las nociones de personalidad, yo y sí mismo. De modo semejante,
desde la psicología marxista, tanto en Occidente como en la Unión Soviética, se
cuestionaron las nociones de interioridad, identidad y espiritualidad. Así, por
ejemplo, George Politzer afirma que el “gran mérito de Watson ha sido haber
comprendido finalmente que el ideal de la psicología, ciencia de la naturaleza,
llevaba en sí renuncia absoluta y sin condiciones a la vida interior. Hasta entonces
las psicologías objetivas no lo habían sido más que en sus prefacios, teniendo la
costumbre de reintroducir en el texto nociones introspectivas, con mayor o menor
ingenuidad. Watson ha comprendido que la actitud sinceramente científica exigía
que se hiciese tabla rasa de todo cuanto es introspección y espiritualidad, …”
(Politzer, 1969, pp. 206- 207).
Pero desde la misma postura conductista y desde la psicología experimental,
posteriormente, se empiezan a incluir nociones psicológicas que refieren a la

1 Síntesis de la presentación hecha en el Seminario “Persona, mente y cerebro”


(Instituto de Filosofía, Universidad Austral, 10 de noviembre de 2016).
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interioridad y la subjetividad. Así, por ejemplo, Julian B. Rotter introdujo la noción
de locus o lugar de control, que en psicología se refiere a la percepción que tiene
una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de
su vida. Es el grado en que un sujeto percibe que el origen de eventos, conductas y
de su propio comportamiento es interno o externo a él; se refiere a la posibilidad
de dominar un acontecimiento según se localice el control dentro o fuera de uno
mismo (Rotter, 1954, 1966).
Estas creencias configuran la base para el comportamiento, dado que constituyen
el paso previo para la planificación y ejecución de acciones orientadas a una meta,
al mismo tiempo que determinan las reacciones afectivas consecuentes, causando
estados emocionales de orgullo o vergüenza.
Las personas con un centro de control interno manifiestan una mayor búsqueda
activa de información, decisiones más autónomas y mayor bienestar.
Es importante diferenciar el locus de control vinculado al sentimiento de
competencia o de eficacia (Bandura), del locus de causalidad o sentimiento de
auto-determinación (Rotter).
La teoría del aprendizaje social de Bandura, en comparación con el conductismo,
tiene en cuenta una serie de procesos internos del individuo asumidos
implícitamente, aunque la conducta observable continúe siendo lo más importante.
Desde la psicología social y desde el estudio de las motivaciones se observan
cambios similares, de reconocimiento de la importancia de la interioridad. Así
Bernard Weiner (1985, 1986), en su teoría de la atribución causal, propone tres
dimensiones para explicar las atribuciones que hacen las personas, estas son:
• localización (interna-externa),
• estabilidad,
• capacidad de control (capacidad de cambiar las causas que producen
determinados acontecimientos).

La identidad y el self
Erik H. Erikson denomina inner sameness (o mismidad interna) a la capacidad de
seguir siendo la misma persona internamente, independientemente de las
circunstancias. Erikson ha llamado al factor de continuidad interior como
mismidad, es decir el sentido del ser que va unido a la percepción de continuidad

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de la propia existencia en el tiempo y en el espacio, la cual está unida a la noción de
que otros reconocen tal existencia.
La identidad personal también va ligada a un sentido de pertenencia a distintos
grupos socio-culturales con los que consideramos que compartimos características
en común.
La identidad como un todo supone que existe una especie de acuerdo interior
entre la identidad personal que se centra en la diferencia con respecto a los otros,
en la singularidad, y la identidad social, cultural o colectiva que pone el acento en
la igualdad con los demás, en el ser reconocido por los otros como semejante.
La identidad remite a:
Lo que soy:
• a un núcleo (centralidad) que otorga cohesión y consistencia
• a un límite (membrana, piel) que separa lo interno de lo externo, que
otorga discriminación
Lo que no soy

Esquema corporal Autoconocimiento


Base de la Identidad

Espejo materno - Yo Vínculo con el otro


auxiliar materno Reconocimiento social

Funciones maternas tempranas y el sí mismo


1- Especular
Cognición – Creencias – Autoconocimiento – El bebé de este modo comienza
también a conocerse a sí mismo en el vínculo con el otro y no sólo mediante sus
experiencias y percepciones corporales.
2- De protección y contención afectiva
Autorregulación emocional – tolerancia a la frustración y a la ausencia – Deseos y
motivos – Permite la aceptación y autoposesión de sí mismo.

El reconocimiento de uno mismo en el espejo tiene tres momentos:


I - Confusión reflejo-realidad. Cuando un adulto enfrenta al niño ante el
espejo confunde el reflejo con la realidad, así trata de aprehender la imagen, de

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mirar detrás del espejo para ver quién se esconde detrás. Tampoco discrimina en
el espejo los reflejos de él en relación a los de su acompañante.
Además, se trata de un cuerpo fragmentado, que precisa de una imagen ortopédica
que le dé una unidad.
II - Noción de imagen. Identifica el reflejo como una imagen, es decir la
discrimina como tal, distingue al objeto del objeto reflejado y, por lo tanto, cesan
sus intentos de aprehender la imagen reflejada en el espejo.
III - Imagen de sí mismo. Reconoce a esta imagen como suya y la diferencia
de la de su acompañante. Comienzan a partir de ese momento los clásicos juegos
frente al espejo de moverse para identificar los movimientos de su propio cuerpo
(18 meses).

El desarrollo del Sí Mismo


Uno de los más importantes aportes actuales a la noción de sí mismo desde la
psicología es el de Daniel Stern.
Stern considera como un supuesto básico de su postura el que algunos sentidos del
sí mismo existen desde mucho antes que la autopercatación y el lenguaje. Entre
esos sentidos se cuentan el de ser agente, el de la cohesión física, el de la
continuidad en el tiempo, el de tener intenciones en la mente (Stern, 1991).
El sentido de un sí mismo emergente (0-3 meses): durante este primer periodo de
la vida el infante establece las primeras conexiones entre las distintas experiencias
que vive día a día. Stern plantea que el bebé experimenta tanto el proceso de la
organización que emerge, como el resultado, y es ese primer nivel del proceso de
organización lo que denomina "sentido de un sí mismo emergente".
La percatación de la experiencia en este momento por parte del bebé no es
reflexiva; aquí se habla del nivel de la experiencia directa, por eso no habla aún de
la existencia de un sí mismo consciente. La emergencia de una organización en este
momento tan temprano de la vida se experimenta a través de las competencias
perceptivas que posee el bebé, y del encuentro con los cuidadores y cuidadoras
primarios (López, 2011).
El sentido de un sí mismo nuclear (2-3 a 7-9 meses): hay cuatro experiencias que
vive el bebé a los tres-cuatro meses que permiten la emergencia del sentido de un
sí mismo nuclear y que denominada las cuatro invariantes del sí mismo:

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• "agencia",
• "coherencia",
• "afectividad" e
• "historia del sí-mismo".
Para que emerja el sentido del sí mismo nuclear, son necesarias dos cosas: las
oportunidades adecuadas de hallar las invariantes, y las capacidades para
identificar esas invariantes e integrarlas en una perspectiva subjetiva social.
Las oportunidades para hallar las invariantes se dan en las interacciones bebé-
cuidadores y cuidadoras, y hay dos características de esas interacciones que
permiten crear dichas oportunidades. La primera, son las conductas sociales
exageradas y moderadamente estereotípicas de los cuidadores y cuidadoras frente
a sus hijos e hijas: imitación del habla del bebé, los gestos y las conductas de
mirada. La segunda, la constituyen la importancia del orden y la repetición de las
conductas, gestos y sonidos en la interacción con los bebés.
Para identificarse como "agencia" -agente de las acciones propias-, el niño cuenta
con las capacidades de la volición (que aparece muy temprano en el periodo
neonatal), la retroalimentación propioceptiva que guía los actos del bebé desde
muy temprano, y la capacidad de percibir las consecuencias de sus acciones
corporales.
Las capacidades para identificar la "coherencia" (sentirse no fragmentado), las
constituyen fundamentalmente las capacidades perceptuales a través de las cuales
puede identificar la unidad de lugar y la coherencia de movimiento, de estructura
temporal, de estructura de la intensidad, y finalmente de la forma.
Para experimentar la "afectividad" -experimentar cualidades internas pautadas de
sentimiento- el infante tiene tantas experiencias a cada instante con muchos de los
afectos, que llega a reconocer para cada emoción un conjunto de sucesos:
"retroalimentación propioceptiva de particulares pautas motoras eferentes que
desembocan en el rostro, la respiración y el aparato vocal; las sensaciones
internamente pautadas de excitación o activación; y las cualidades del sentimiento
específicas de cada emoción". Para Stern los afectos son una de las invariantes por
excelencia del sí mismo. Basado en la teoría de Izard y en las investigaciones de
Ekman, reconoce el carácter de estabilidad relativa que los afectos tienen en el
desarrollo.

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Finalmente, para experimentar la "historia del sí mismo" -como ser que perdura en
el tiempo- el bebé cuenta fundamentalmente con la memoria. Con base en los
descubrimientos relacionados con la memoria en los primeros días y meses de vida
del infante, Stern plantea que el infante tiene las aptitudes para mantener una
historia puesta al día de sus sí mismos "motor", "perceptual" y "afectivo", es decir,
de su propia agencia, coherencia y afectividad.
Estas cuatro invariantes de la experiencia del sí mismo se integran gracias a la
memoria episódica (relacionada con los sucesos autobiográficos: momentos,
lugares, emociones asociadas y demás conocimientos contextuales que pueden
evocarse de forma explícita), que utiliza las representaciones de interacción
generalizadas RIG como unidades mnémicas básicas. Y esta integración es lo que
posibilita la percatación de la experiencia tanto del sí mismo como de los otros
como una unidad, como un núcleo: el sentido de un sí mismo nuclear.
El sentido de un sí-mismo subjetivo (7-9 a 15-18 meses): el infante de esta edad
se da cuenta de que existen otras mentes diferentes a la de él, es decir, se da cuenta
de que es un ser que posee deseos, intenciones, afectos, pero el punto crucial es el
percatarse de que los otros también los poseen y de que pueden ser diferentes a
los suyos.
Hay tres estados mentales que tienen importancia para el mundo interpersonal y
que aparecen aproximadamente a los nueve meses de edad: poder compartir la
atención, las intenciones, y los estados afectivos. La emergencia de la subjetividad
se da a partir de estos elementos.
Otro elemento fundamental en este proceso es el denominado "entonamiento
afectivo", definido como la capacidad de "compartir o alinear estados internos".
Dicho entonamiento afectivo surge en el intercambio infante-
cuidadores/cuidadoras, cuando estos últimos emiten conductas -sin percatación
consciente, y constantemente- que expresan el carácter compartido de los
sentimientos (afectos discretos y de la vitalidad) con su hijo o hija. Cuando los
gestos del cuidador o cuidadora se corresponden con las expresiones del bebé, se
puede decir que están compartiendo o alineando estados internos.
Y esto es posible gracias a las propiedades amodales y las representaciones
abstractas de las cualidades de la percepción señaladas por Bower (1974):
intensidad, pauta espacial, tiempo, movimiento y número.

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El entonamiento afectivo -sobre todo de los afectos de la vitalidad- le permite al
infante tener la experiencia de sentir que "están con él", en el sentido de que siente
que comparten a cada instante sus vivencias interiores. Esta experiencia de
comunión interpersonal cumple un rol fundamental para que el niño o niña llegue
a reconocer que los estados emocionales internos son, primero, una forma de la
experiencia humana y, segundo, se pueden compartir con otros seres humanos.
Esto es lo que marca el inicio de la intersubjetividad en el sentido psicológico.
El sentido de un sí-mismo verbal (15-18 a 24 meses): tres hechos cambian el
sentido del sí mismo en este momento de la vida del infante: la capacidad para
convertir el sí mismo en objeto de reflexión, para participar en acciones simbólicas,
y para comunicarse verbalmente.
La objetivación del sí mismo en el infante se prueba a través de tres sucesos:
Primero, que el niño o niña pueda reconocer el rostro que ve en el espejo como
suyo a los dieciocho meses de vida; segundo, el uso del pronombre "yo", "mi, mío",
y el nombre propio; tercero, el surgimiento de los primeros actos empáticos.
A partir de esa nueva capacidad para comprender el sí mismo como algo objetivo, y
para coordinar diferentes esquemas mentales y de acción, se reconoce una nueva:
la capacidad para participar en juegos simbólicos. El infante ya puede compartir
con otros tanto el conocimiento que tiene del mundo, como la experiencia
interpersonal, y además puede "jugar" con ellos en la imaginación.

Finalmente, también es interesante para la reflexión acerca del sí mismo


considerar los estudios de Sarah Landy (2009), que describe las etapas del
autoconcepto y de la autovaloración del siguiente modo:
Del nacimiento a los 3 meses
- Sensación física o sensomotora de que se está estableciendo el sí mismo.
- Empieza a distinguir entre su yo y el yo del otro.
- Comienza a reconocerse a sí mismo como ser capaz de hacer que
determinadas cosas sucedan.
4 a 8 meses
- Creciente sentido de sí mismo como ser capaz de hacer que las cosas
funcionen.
- Empieza a entender la relación causa - efecto.

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- Está interesado en mirar al espejo. Sonreirá y vocalizará frente a un espejo,
lo tocará y jugará con él.
- Todavía tiene un interés más sostenido en el reconocimiento de la imagen
de la madre en el espejo.
9 a 18 meses
- Desarrolla la capacidad de comprender los pensamientos y sentimientos de
los demás.
- Aún evalúa su sí mismo en términos de lo que puede lograr.
- Diferencia claramente frente a un espejo entre su imagen reflejada y la de
otra persona.
19 a 24 meses
- Cada vez tiene mayor conciencia de sí mismo y de que uno sigue siendo el
mismo a través del tiempo.
- Utiliza los pronombres yo y mí y frases tales como yo quiero y mío cuando
quiere algo.
- Demuestra orgullo cuando hace una tarea, le gusta mirarse en el espejo, se
admira.
- Desarrolla un sentimiento de omnipotencia.
- Puede distinguir que es él y nombrarse, cuando percibe su imagen en fotos.
- Comienza a mostrar preocupación empática por los demás.
2 a 3 años
- Muestra vergüenza al ver algo que no se ajusta a la imagen que tiene de sí
mismo.
- Tiene la capacidad de sentir y expresar emociones autoconscientes de
orgullo, de vergüenza o de culpa.
- Habla de sí mismo y de sus acciones (“Le di una patada a la pelota”).
- Puede mostrar vergüenza por no ser capaz de hacer una tarea.
3 a 5 años
- Evalúa su rendimiento (“Yo construí una torre alta”).
- Puede comparar sus acciones con las de otros (“Hice un buen dibujo; él hizo
mal su dibujo”).
- Demuestra orgullo cuando hace algo bien o cuando gana.
6 a 8 años

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- A los 8 años es capaz de evaluarse a sí mismo en varias de sus dimensiones.
- Es capaz de conocer y de comunicar cuáles son las áreas en las que puede
irle bien, tener éxito.
- Compara su desempeño con el de los demás, especialmente a medida que es
más consciente de la necesidad de lograr habilidades como aprender a leer y
escribir su nombre.

A modo de conclusión, la psicología del desarrollo nos muestra que el saber que el
hombre tiene de sí no es resultado de un acto único y total, sino de un proceso que
se distiende en el tiempo. Además, el ser humano se individualiza a sí mismo en el
sentido de tener conciencia de sí mismo y se diferencia de los animales que están
fundamentalmente volcados hacia afuera porque no tienen desarrollado un en sí
donde estar.

Referencias bibliográficas
Bower, T. G. R. (1974). Development in infancy. San Francisco, California: Freeman.
Landy, Sarah (2009). Pathways to competence: Encouraging healthy social and
emotional development in young children. Baltimore: Paul H. Brookes
Publishing.
López, M. I. (2011). Tomasello y Stern. Dos perspectivas actuales incluyentes del
Desarrollo Infantil. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y
Juventud, 2 (9), 509 – 521.
Moreno, J. E., Resett, S. A. y Schmidt, A. (2015). El sí mismo. Una noción clave de la
psicología de la persona humana. Buenos Aires: EDUCA.
Politzer, George (1969). Crítica de los fundamentos de la psicología. Barcelona:
Martínez Roca.
Rotter, Julian B. (1954). Social Learning and Clinical Psychology. Englewood Cliffs,
N.J.: Prentice Hall.
Rotter, Julian B. (1966). Generalized expectancies for internal versus external
control of reinforcement. Psychological Monographs, 80 (Whole N° 609).
Stern, D. (1991). El Mundo Interpersonal del Infante. Una perspectiva desde el
psicoanálisis y la psicología evolutiva. Barcelona: Editorial Paidós.

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Weiner, Bernard (1985). An attributional theory of achievement motivation and
emotion. Psychological Review, 92(4): 548-573.
Weiner, Bernard (1986). An attributional theory of motivation and emotion. New
York: Springer-Verlag.

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