Vitse, Marc - Un Texto Olvidado Sobre El Tema de La Licitud Del Teatro

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 20

Un texto (casi) olvidado de

la controversia sobre la
licitud del teatro:
las Apologías trágicas de
fray Francisco de Rojas
(1654)
Marc Vitse
p. 705-716

TEXTO NOTAS AUTOR
TEXTO COMPLETO
1Hace unos doce años, en junio de 1995, estaba yo
redactando varias Notices para lo que acabaría siendo
en 1999 el segundo volumen del Théâtre espagnol
du  XVII   siècle publicado en la prestigiosa colección de la
e

Bibliothèque de la Pléiade. Era Robert Marrast quien dirigía y


coordinaba dicho volumen y se dio la casualidad de que, en el
curso de nuestros intercambios telefónicos y epistolares, me
habló de un folleto por él encontrado y que por título
tenía Apologías trágicas. Primera y segunda parte , obra
firmada por un tal fray Francisco de Rojas, con fecha de 1654.
Sabiendo Robert Marrast el interés que yo había mostrado en
mis publicaciones anteriores por la controversia que se dio en
el Siglo de Oro a propósito de la licitud o ilicitud del teatro,
tuvo la extrema generosidad de regalarme el precioso folleto
para que yo lo explotara en cuanto especialista del tema.
 1 A. Vázquez Estévez, Impresos dramáticos españoles de los
siglos XVI y XVII en las bibliotecas de Ba (...)
2Pues bien: hoy, con ocasión del homenaje rendido a mi viejo
compañero y amigo Francis, ha llegado el momento de dar a
conocer este microtratado antiteatral, olvidado o, mejor
dicho, casi olvidado hasta nuestros días, porque en la
página 526 del segundo volumen de sus Impresos dramáticos
españoles de los siglos XVI y XVII en las bibliotecas de
Barcelona, Ana Vázquez Estévez señalaba la existencia de un
ejemplar de este librito en la Biblioteca de Cataluña con la
siguiente signatura: Res 1313-8°, remitiendo por otra parte a
los catálogos de Emilio Cotarelo y Joaquín Montaner1. Pedí
entonces fotocopia del ejemplar barcelonés y la comparación
con el que yo tenía entre manos no dejó lugar a dudas: se
trataba de dos ejemplares, casi idénticos, de la impresión
hecha en 1654. Pero, al mismo tiempo, esta comparación me
permitió ver los errores cometidos por la bibliógrafa catalana
en su descripción del objeto editorial que manipulaba. Su
primer error era la confusión creada por la titulación misma
dada a la entrada correspondiente de su catálogo (vol. II,
p. 526) y que decía:
332
ROJAS ZORRILLA, Francisco

Apologías trágicas
3Así, al olvidar que la dedicatoria la firmaba «Fr. Francisco de
Rojas», la estudiosa atribuyó erróneamente al célebre
dramaturgo, muerto ya en 1648, el libelo de un oscuro e
inhábil teatrófobo. Cosa, por supuesto, imposible, como el
lector podrá comprobar más adelante, cuando emprendamos
la descripción detallada del texto.
 2 Esta hoja no aparece en el ejemplar que me regaló Robert
Marrast. Se trata, salvo error mío, de la (...)
4Pero aquí no paran los fallos de Ana Vázquez Estévez. En la
transcripción posterior del título del folleto, se olvida de
una è entre «minentissimo» e «ilustrissimo»; en la de la
Dedicatoria omite el « » de «Eminentis. » y lee mal la palabra
mo mo

«frustránea» (‘que no produce el efecto apetecido’, DRAE),


que sustituye por «frustranca», lo que la obliga a añadir un
improcedente «[sic]»; en la del título de la segunda parte de la
obra, añade el importuno vocablo de parte donde no hace
falta, escribiendo «Segunda parte. Apología trágica» en vez
del exacto «Segunda Apología trágica»; un poco más lejos, al
copiar el título del «párrafo» X: «De los grandes
inconuenientes que nacen de oír las Comedias y permitirlas»
(fol.14v), se deja en el tintero el adjetivo «grandes»; y,
finalmente, se equivoca al describir la última hoja, sin
numerar (sería el fol.26r) e ilustrada con un hermoso blasón,
donde se lee «Año de M.DC. LIIII» y no «Año de M.DC. LIII» 2.
5Pero volvamos al territorio de las cosas ciertas, empezando
por dar a conocer el contenido de este violentísimo panfleto
escrito por un religioso fanáticamente enemigo del teatro,
causa para él de todos los males que aquejan a España en el
contexto catastrófico de aquellos «calamitosos tiempos» (fols.
20r, 24v y 25r), por más señas los de la interminable guerra
con Portugal, «en que se andan conduciendo ejércitos para
defenderse este rincón de Castilla de que con asaltos de
tiranos nadie está hoy seguro» (fol.13r).
6Se trata, pues, de dos «Apologías», palabra algo enigmática,
pero que el autor explicita en las últimas líneas de su
tratadito:
que por esto he escrito esta Apología, porque tiene su etimología,
según Tertuliano, de una oración oculta y compendiosa que en
breve comprende las sentencias de los mayores hombres del
mundo, para convencer la pertinacia de los soberbios, como se vio
en el emperador Severo y en su hijo Antonio, los cuales a
Tertuliano no le dejaban hablar en público; y así, en secreto y sin
firmarlo de su nombre, hizo un librito que llamó Apologético, esto
es, razones secretas para concluir y sacar a luz las verdades de la
fe de Cristo, el cual nos alumbre con su gracia (fol.25r-v).

7Definición ésta harto discutible —el Apologeticum es la obra


más importante de Tertuliano—, pero de la que convendrá
recordar dos cosas que tendremos ocasión de repetir a lo
largo de nuestro estudio: 1) que estas Apologías se
constituyen como una acumulación de «sentencias de los
mayores hombres del mundo», o sea, en términos más
rastreros pero más exactos, como un denso centón de
autoridades amontonadas; y 2) que el mismo espíritu de
Tertuliano anima al libelista, dándose una como contracción
temporal que hace de la España del XVII el exacto
equivalente —cuando no peor— de los antiguos tiempos
paganos: «porque se vea si hay abuso en las comedias que no
[lo] haya tomado nuestra España de la bárbara gentilidad»
(fol.2r).
8Parecido esquema de argumentación no lo inventó, por
supuesto, nuestro teatrófobo, ya que forma la estructura
básica de la gran mayoría de los escritos antiteatrales del
Siglo de Oro, interesados, en lo que al teatro se refiere, en
negar toda evolución histórica y en promover la idea de una
absoluta paralización del tiempo, o sea, en afirmar, por
decirlo con las palabras de un miembro de la Junta superior
de 1672, que:
 3 Texto sacado de la Bibliografía de las controversias sobre la
licitud del teatro en España, de E. C (...)

Por estas circunstancias reprenden tan severamente los Santos y


Padres de la Iglesia los espectáculos y representaciones teatrales
de los antiguos y se leen tan al uno pintados en sus palabras más
ha de mil y trescientos años los excesos de las comedias y
representaciones de estos tiempos, que no se descubre diferencia
sustancial que pueda excusarnos de aquella representación (míos
los subrayados)3.

9Por eso, de mayor utilidad será, si queremos descubrir algún


que otro rasgo de originalidad en el opúsculo de fray
Francisco de Rojas, ir estudiando el detalle de los desarrollos
argumentales que se dan en los catorce «párrafos»
(‘apartados’) en que se divide la obra. Para ello, trataremos de
dar un escueto resumen de cada uno de ellos, sabiendo que
los nueve primeros conforman la primera parte o primera
Apología (fols. 1r-14r) y los cinco siguientes la segunda parte
o segunda Apología (fols. 14v-25v).
10¶ I. El título de este primer apartado —es el único en no
llevarlo— podría ser «Orígenes y principios del teatro»;
contiene consideraciones seudohistóricas, encaminadas a
mostrar que el teatro es, desde un principio, obra del
demonio, que supo introducir «aparentes bienes para obrar
inormes males» (fol.1r).
11¶ II. Por qué causa se instituyeron las comedias . El demonio,
siempre al acecho, logra el restablecimiento del teatro —un
tiempo prohibido— a modo de ofrenda a los dioses para que
cese una gran pestilencia, y se alegra en extremo de la
difusión de un arte que es «destruición de los reinos» (fol.3r).
12¶ III. Autoridades de Santos Doctores de la Iglesia contra las
comedias. Se citan, principalmente, a San Agustín (poder del
teatro en la imaginación y corazón de los oyentes), a
Tertuliano (cuya tremendas invectivas antiteatrales se
concibieron, sin embargo, en una época en que todavía no
representaban las mujeres), a San Juan Crisóstomo (en su
denuncia del peligro constituido por las representantas, en un
espectáculo que, calamitosamente, es capaz de rivalizar, y
con éxito, con el sermón y la música sacra) y a San Basilio
(escandalizado por las lecciones de mala vida que dan las
comedias, en especial para el público femenino).
13¶ IV. De los notables daños que se siguen de ver las
representantas. En la misma perspectiva hipermisógina,
«algunas exageraciones de los Santos, no opinión que yo
seguiré —afirma— pero referiré». Se trata de la idea de que
incluso los ángeles cayeron a causa de la hermosura de las
mujeres, como afirman San Ambrosio, San Juan Crisóstomo,
Tertuliano, San Pablo, etc. Y concluye:
Todos estos Santos dicen cosas execrables contra las comedias.
[…] Pues si cuando el mundo estaba tan en su primera inocencia
tales males decían de las comedias, hoy que está la malicia en
sumo grado y que en desenvoltura, trajes y gastos de vestidos de
comediantes gasta un señor mil escudos y un escudero quinientos
y tantos como persiguen y maltratan sus casas y mujeres y pierden
su salud, quietud y honor por comediantas, ¿cómo se han de
permitir con segura conciencia? (fols. 6v-7r).

14¶ V. Cuán gran deshonra era antiguamente ver comedias . El


constante esquema comparativo entre la gentilidad (la
Antigüedad) y los «infelices tiempos» actuales conduce aquí a
celebrar la honra de algunos antiguos que supieron oponerse
al teatro: Quinto Sinfronio [Sempronio], Quinto Sulpio
[ ¿Sulpicio?], el emperador Dominiciano, el cónsul Marco
Porcio Catón. Con esta conclusión: «¡Oh infelices siglos los
nuestros, donde apenas hay quien imite a este cónsul, ni
persona que no defienda esta escandalosa causa con pretexto
de que cuiden de los pobres de los h [o] spitales!» (fol.8r).
15¶ VI. Decretos de concilios y pontífices que prohíben las
comedias. Otro cúmulo de autoridades convocadas para
condenar a los representantes y que desemboca en esta
declaración:
Y así no es mi intento decir que los comediantes, como se usan en
España, sean infames, ni que no comulguen, ni valgan por
testigos, ni puedan desheredarles. Pero lo que quiero probar es
que, en la forma en que se han introducido las representantas, y
en los tiempos que nos hallamos de tantas calamidades y guerras,
es cosa muy nociva que se represente; y que por lo político, por
ahora, mientras Nuestro Señor nos tiene castigados con tantas
guerras y nuestro católico rey tan fatigado, no [carece] de gran
escrúpulo de pecado el permitirlas (fol.9r; mío el subrayado).

16¶ VII. Si pecan los que permiten las comedias o los que las
oyen. Es el clásico apartado teológico dedicado al examen de
la naturaleza intrínseca del teatro. Éste no es pecado in se o
de suyo, admite fray Francisco de Rojas; pero sí lo es por sus
«accidentes» (bailes lascivos, cantares con gestos livianos,
trajes deshonestos y escandalosos, etc.). Lo que le da pie para
reanudar sus ataques contra los representantes y, en
particular, contra las representantas, multiplicando ejemplos
sacados de la Biblia, de la Antigüedad y de la patrología.
17¶ VIII. Casos espantosos que han sucedido sobre las
comedias. Se cita primero el ejemplo de Atanasio, obispo de
Alejandría y del santo ermitaño Pavón que lloró por anticipar
la pérdida inevitable de una comedianta. Y se cuenta luego la
anécdota de una santa religiosa que, en Écija, durante la
fiesta del Corpus Christi, tuvo una visión de Cristo
ensangrentado y dolorido, y le preguntó:
pues, Señor, en tiempo que os están regocijando y celebrando en
vuestra Iglesia los favores que la hicistes en daros sacramentado,
¿estáis tan dolorido y congojado? A quien el Señor respondió:
Esposa mía, en aquellas representaciones y autos que los
comediantes hacen son tantos los pecados que contra mí se
cometen, haciendo y profanando con indecencias mi casa, que
tornan a renovarme los tormentos de mi Pasión, y con cada pecado
que cometen me vuelven a crucificar (fol.12r).

18¶ IX. Razones políticas cristianas contra los teatros . Los


males engendrados por el teatro son innumerables: los
padres pobres dejan de alimentar a sus hijos para poder ir a
la comedia; los maridos ricos, fascinados por las
comediantas, desprecian y hasta matan a sus esposas; los
reyes ya no pueden contar con sus vasallos para las guerras,
como es el caso, en la actualidad, con el conflicto entre
Castilla y Portugal; el ruido de las músicas, bailes y fábulas de
la comedia impide que lleguen al cielo las «letanías,
disciplinas y ayunos por los buenos sucesos de Su Majestad»
(fol.13v). Sólo la separación radical de los hombres y las
mujeres (un corral para los hombres, un corral para las
mujeres) permitirá evitar los escándalos, a lo que contribuirá
también la prohibición hecha a las mujeres de representar.
19¶ X. De los grandes inconvenientes que nacen de oír las
comedias y permitirlas. La «tinta negra» del panfletista se
hace «colorado mermellón» (fol.15r) por la vergüenza que le
nace al comprobar el fracaso de la educación de los padres:
«estos llevan a sus hijos y hijas a oírlas [las comedias] y
verlas, donde en públicos teatros aprenden todo género de
vicios, amores, mentiras, tramoyas, trazas impúdicas e
inormes» (fol.15r). Viene a ilustrar esta peligrosidad del teatro
la conducta indigna de algunos personajes de la Antigüedad
(pinturas lascivas, perversión erótica de Artajerjes…). De
modo que la culpa de todo la tienen quienes tienen poder y
capacidad para prohibir y quitar las comedias y no lo hacen.
20¶ XI. Que los perlados de la Iglesia y los predicadores
deben instar se prohíban las comedias. Es el deber
inescapable de los «pedagogos de la Iglesia». Tienen ellos
obligación de clamar contra el teatro hasta obtener su cierre
definitivo. De no cumplir con esta obligación, merecerán el
castigo de Dios, como el que recibió el sacerdote Hely, que,
por no saber poner fin a las lascivas representaciones
organizadas en el templo por sus hijos, cayó de su silla y se
rompió el cerebro.
21¶ XII. De los funestos casos que han sucedido a los
representantes y a los que van a las comedias . Nadie puede
luchar contra el impacto profundísimo del teatro en el
espectador, ya que se quedan «las especies de las ideas en la
imaginación impresas y en sueños representadas» (fol.18v).
Ahí empieza una larga digresión sobre los tres tipos de
sueños —sueño enipnion (‘el que nace de los eventos del
día’), sueño epialtes (‘pesadilla’), sueño oniros (‘profético’)—,
para volver progresivamente al tema anunciado: el castigo
que reciben las mujeres que causan la pérdida de los
hombres (Dalila, Herodias y, sobre todo, comediantas, «unas
cautivas renegando, otras cayendo de las nubes do iban
volando, otras muertas de celos en el vestuario, muchas
puestas en la galera por haber sido causa de infelices
muertes», fol.19v).
22¶ XIII. Remedios saludables contra los muy inclinados a oír
comedias. Capítulo centrado, en realidad, sobre la música. La
música honesta —la «divinal» de la Iglesia y sus templos
— deberá sustituir a la música deshonesta — la profana de los
corrales. Lo prueba el caso de un cortesano que «era tan
aficionado a oír cantar una representanta que, oyéndola un
día, se quedó tan elevado o abobado, abierta la boca, que un
amigo suyo, que tenía a su lado, le metió un higo en ella, y
con él se ahogó y quedó muerto. No es mal remedio este
ejemplo para huir de las comedias profanas» (fol.22v).
23¶ XIV. Que las representantas introducen los trajes
impúdicos e inormes que pierden las repúblicas . Última
impugnación, y de las más violentas, dirigida contra el abuso
de los trajes, o sea, contra «el contagio pestilencial» de la
«profanidad de costosos atavíos, galas, invenciones de trajes»
(fols. 23v y 24r). Por causa de las modas, el hombre se
afemina, el pobre se frustra ( «y él, trabajando de sol a sol, no
alcanza para vestirse de sayal», fol.24v) y el rico se arruina
(que «para las galas de una mujer no tiene el rico hacienda»,
fol.24r).
24Así las cosas: de un amontonamiento de tópicos y
citaciones —en los cortos veinticinco folios de nuestro
tratadito se mencionan un centenar de «autoridades»—,
intentamos, a través de nuestra presentación sintética,
entresacar los elementos indispensables para poder
caracterizar la obrita de fray Francisco de Rojas con relación a
los demás textos de la controversia sobre la licitud del teatro
en el Seiscientos. Tres me parecen ser los rasgos que lo
individualizan.
251. La voluntad férrea de obtener del poder el cierre
definitivo de los teatros, esto es, reanudar la política que,
entre los años 1646 y 1649, condujo a la prohibición de las
comedias. Fray Francisco de Rojas lo dice todo en la
Dedicatoria al arzobispo de Toledo, don Baltasar de Moscoso
y Sandoval: lo que busca nuestro libelista es la intervención
de dicho prelado, a quien recuerda la actuación, en el decenio
anterior, de «otro celoso pastor y perlado grande». Y para ello
multiplicará nuestro autor las alusiones intencionadas
dirigidas a quienes defienden o permiten las comedias (fols.
7r, 9r, 10r, 13r, 15v, 16v, 17v…).
262. El blanco privilegiado de nuestro censor son, a todas
luces, las mujeres, mejor dicho, las «comediantas» o
«representantas». Muchos de los textos citados y de las
observaciones del autor se orientan hacia la denuncia
sistemática de la mujer como principio y fin del pecado, en la
línea de la más radical misoginia paulina:
Si el Apóstol [San Pablo] dijo que el que mira con los ojos lascivos
una mujer ya está su alma muerta, y este peligro de mirarlas
puede acontecer encontrándolas en la calle o en la plaza o en la
iglesia, donde es forzoso ir y verlas, ¿cuánto mayor peligro será
donde no se ven de paso, cubiertas el rostro, sino
desenfrenadamente, mirándolas toda una tarde, y no compuestas,
sino provocando con músicas, versos, enredos de amores y
acciones que hablan dando vida a las palabras? (fol.4v).

273. De los medios de que se valen las «representantas», son


los trajes los que son objeto, de parte de nuestro buen fraile,
de una denuncia excepcional por su insistencia e intensidad.
Rojas no solamente dedica un apartado entero al tema —el
XIV o último, a modo de remate y cumbre de su demostración
(lo publicamos, en su mayor parte, en un Apéndice)—, sino
que salpica sus demás capítulos con observaciones o
anotaciones relativas al vestuario teatral (y, especialmente, el
de las mujeres): condena su lujo, su lascivia, su fuerza de
atracción sobre el público, tanto masculino como femenino
(que «no hay traje profano que no saquen las señoras de los
que ven en las comedias», fol.7v), sin hablar del inaceptable
trasvestismo del pecaminoso disfraz a lo varonil ( «Y como
dice Silvester, [sub] verbo foemina, ver a una representanta
vestida de hombre o de ángel, pies y piernas descubiertos, es
imposible que ella no peque venialmente a lo menos, y los
que la miran, y con peligro de mortal», fols. 9v- 10r).
28Nos falta espacio para relacionar estos aspectos —y otros
muchos que no pudimos mencionar— con el conjunto de los
textos de la controversia sobre la licitud del teatro en el Siglo
de Oro. Pero bastará lo dicho para concluir que estamos en
presencia de un teatrófobo fanático. Es verdad que, en el
plano teórico, puede aceptar la idea de la indiferencia moral
del teatro ( «Ni porque no sean las comedias de su naturaleza
intrínsecamente pecado», fol.9v); o reconocer, también, la
«dignidad» estatuaria de los representantes ( «Y así, no es mi
intento decir que los comediantes, como se usan en España,
sean infames, ni que no comulguen, ni valgan por testigos, ni
puedan desheredarles», fol.9r); o, todavía, autorizar las
representaciones con tal que se especialicen los corrales
según el sexo de los oyentes ( «para que, pues hay dos
mesones de comedias, vayan a uno los hombres y a otro
mujeres», fols. 13v-14r); o, finalmente, permitir las
representaciones, con tal que no representen mujeres
(fol.14r). Pero mayor verdad es que, en el plano práctico,
desmiente inmediatamente estas escuetas concesiones,
mostrando la imposibilidad, en la España de su tiempo, de su
aplicación concreta. Y es que, en realidad, su blanco
verdadero es la prohibición definitiva de las comedias,
objetivo que se inscribe en la línea de sus predecesores
recientes:
[…] pero la razón podrá más que la pasión y los ministros della lo
remediarán, prosiguiendo con intento tan cristiano y católico
comenzado, pocos años ha, de prohibir las comedias (fol.14r).

29Para ello adopta el tono vehemente, propio de los


predicadores, cuando éstos, en los años de las derrotas y
catástrofes de la década de los 40, se consideran como
profetas y
 4 La frase es de fray Pedro de Tapia, cuyo texto se reproduce
en Bibliografía…, p. 566.

en sus cláusulas se ve renovado el espíritu de aquellos santos


profetas Isaías y Jeremías llorando los pecados del pueblo y
amenazándole castigos si no se apartaba de sus culpas, y
repitiendo los que el Señor les envió por no querer dar oídos a sus
avisos4.

30En este sentido, fray Francisco de Rojas participa de la


violencia antiteatral que caracterizaba los escritos de fray
Pedro de Figueroa (1647), de fray Pedro de Tapia (1649), o del
presbítero Luis Crespí de Borja (1649), formando con ellos el
cuarteto de los profetas antiteatrales de los decenios
centrales del siglo XVII.

Apéndice
[23r] XIV. Que las representantas introducen los trajes
impúdicos e inormes que pierden las monarquías  [fols.23r-
25v].
31San Crisóstomo, en la homilía citada, se lamenta y pide al
cielo remedio contra los abusos y trajes profanos que en los
teatros salen cada día, los cuales son anzuelos en que los
simples peces, hombres profanos, se pescan y enlazan en
vicios y torpezas: «Non autem vox aut facies solum muliebres
sed etiam pestem ornamentorum et vestimentorum vocibus
adinvenerunt». ¡Oh infelices tiempos ¡, dice el Santo, donde
ha llegado la vanidad a tal extremo que van los hombres y
mujeres nobles y plebeyas a las comedias, no sólo por ver y
oír las músicas y rostros de los faranduleros, sino que para
sacar como de originales de vanidad y bizarría los trajes e
invenciones de las nuevas galas, como la peste por el
contagio, inficionan la república y el reino. Por eso los
lacedemonios, dice Tito Livio, hicieron ley que solas las
mujeres públicas pudiesen inventar [23v] trajes o traer galas
profanas ni joyas, porque a las mujeres nobles y honradas
sólo la virtud las hermoseaba.
32Y Valerio Máximo dice que a los trescientos y veinte años
de la fundación de Roma concedieron los senadores a las
mujeres poder vestirse de galas profanas y preciosas, por
privarlas del vino, de que fácilmente se tomaban, juzgando
por menor inconveniente el vino que las galas. Mas en estos
tiempos, uno y otro se usa. Y los efectos de las galas
muestran cuánto embriagan a las mujeres, pues la hermosa
Erifile por ellas entregó a la muerte su marido Anfiaro
[Amfiarao] y a su hijo Al [c] meón. Y el jurisconsulto Scaevola
escribe de una mujer que mandó en su testamento la
enterrasen con las galas y joyas que tenía. Y Plutarco dice que
Tarpeya entregó el Capitolio a los albanos por unas joyas y
galas que le dieron. Y San Jerónimo, explicando el
capítulo 2 del profeta Baruch, dice que es pasión inseparable
de las mujeres el andar compuestas y adornadas. Y Valerio
Máximo, y Plinio el menor, y Tito Livio, y Ovidio, Próspero
[ ¿Propercio?] y Virgilio cuentan repúblicas y monarquías que
se han perdido por la profanidad de costosos atavíos, galas,
invencio [24r] nes de trajes, con lo cual se verifica la profecía
de Crisóstomo: «Pestem vestimentorum adinvenerunt».
33Y que sea contagio pestilencial el traje profano y galas
mujeriles, lo dice Demóstones [sic], que afirma ser costumbre
en los antiguos romanos escarnecer y tener por bufones a los
que andaban muy ajustados y peinados y como afeitados los
rostros. Y Cornelio Tácito dice que los poetas hacían sátiras
elegantes contra el hombre que veían traer rizados y crespos
los cabellos. Y Ovidio escribió a la hermosa Fed [r] a, que era
tenida por prudentísima en la república, que toda su opinión
de cuerda perdería si se pagaba (como decían) de las galas y
atavíos de Hipólito. Y Diógenes Sinopeo, viendo a un galán
muy peinado, compuesto y adornado, dijo: «A éste, poco le
falta para mujer o para ser hombre de vil trato». Y Virgilio
escribe haber sido los troyanos vencidos por haber peleado
con trajes y galas femeninas. Y Julio Fírmico afirma que todos
los que se rizan y peinan las caballeras nacen con influjo de
las estrellas que llaman las siete cabrillas en la sexta parte del
signo Tauro. Y Pelagio, con ser un gran hereje, se tapaba los
ojos en topando un galán afeitado, pulido y con el cabello y
co [24v] pete enrizado. Y San Jerónimo afirma que muchas
monarquías se perdieron por los excesivos trajes y galas.
34Concluyo mi discurso con lo que San Crisóstomo dice en la
homilía citada: «In theatro quidem cum aureis ornamentis
callidissima meritrix incedit pauper maerore conficitur, et
dives improbo ardens incendio, domum suam reddiens
deformiorem uxorem despicit». Que de las comedias salen los
ricos y los pobres tristes y melancólicos. El pobre, porque ve
en hombres y mujeres tanta gala, y sin trabajo, sino con
bailes y chanzas y cantares profanos, y él, trabajando de sol a
sol, no alcanza para vestirse de sayal. El rico se atormenta
cuando entra en su casa, habiendo visto en el teatro tanta
gala, tanta profanidad, desenvoltura y vanidad, y ve a su
mujer mal adornada, porque no puede más, según los
calamitosos tiempos que alcanzamos donde para las galas de
una mujer no tiene el rico hacienda.

Comentario
35San Juan Crisóstomo no es solamente el que abre y cierra,
antes de la Conclusión propiamente dicha de la segunda
Apología, este apartado dedicado al vestuario teatral. Es
también el autor más citado por fray Francisco de Rojas en su
corto libelo. Son más de veinte las menciones de este «gran
Padre de la Iglesia griega» (fol.16r), cuyos textos se citan y
comentan, a veces de manera muy extensa, en no pocas de
estas traducciones-adaptaciones-glosas tan características
del uso de los textos ajenos en los tratadistas del Siglo de
Oro. En nuestro folleto, ocupan estas manipulaciones de las
Homilías del Santo unas 7 páginas de las 50 (25 folios) del
conjunto, o sea, el 14 % del texto total.
36Pero dicha preeminencia otorgada a Crisóstomo —es rasgo
nada infrecuente, aunque no tan pronunciado, entre los
teatrófobos áureos— no significa que nuestro libelista tenga
de la obra de dicho Santo un conocimiento correcto y que sus
citaciones sean fidedignas. Miremos, para ejemplificarlo, la
primera cita textual en latín hecha en el apartado que
publicamos (y transcrita a continuación en la forma precisa en
que aparece), cita que se saca de la Homilía 69 sobre el
Capítulo 21 del Evangelio según San Mateo y que es la
continuación de otra hecha en el apartado XIII ( «Ameretricum
igitur cantibus statim cupidinis flama incendit auditores» ,
fol 22r):
Non autem vox, aut facies solum muliebres, sed etiam pestem
ornamentorum, et vestimentorum vocibus adinvenerunt.

37No es necesario saber mucho latín para darse cuenta de


que esta frase, por mal copiada, no tiene sentido.
Comparémosla con el texto exacto tal como nos lo presentan
Pedro Hurtado de Mendoza (1631) y Francisco Moya y Correa
(1751), participantes ambos, en sus respectivas centurias, en
la controversia ética, y escritores ambos mucho más
escrupulosos que el descuidado plumista de 1654:
 5 Pedro Hurtado de Mendoza, Scholasticae et morales
disputationes… . De fide, Salamanca, Jacinto Tabe (...)
A meretricum igitur cantibus [cantu  1751] statim cupidinis flamma
incendit auditores; et quasi non sufficiat ad inflammandam
mentem aspectus ac facies mulieris, pestem quoque vocis
adinvenerunt. Non autem vox ac [aut  1751] facies solum
muliebres [muliebris  1751], verum etiam multo magis vestitus
adinvenerunt5.

38Texto éste de los más manejados por los enemigos del


teatro y que, ya en 1600, traducía, de manera bastante fiel,
fray José de Jesús María:
El canto de las rameras levanta luego la llama de la torpeza para
abrasar a los que le oyen. Y como si no bastase para inflamar la
concupiscible vista y el rostro de las mujeres, añaden la pestilencia
de sus voces; y no sólo la voz y el rostro, mas también las galas
que son cebo mayor de la concupiscencia ( Bibliografía…, p. 282,
como las demás citas de las Excelencias de la virtud de la
castidad).

39De modo que fray Francisco revela ser un manipulador con


poquísimo respeto a los santos textos de que echa mano.
Aquí se inventa el «pestem ornamentorum et vestimentorum»,
que repite abreviándolo un poco más lejos. Pero, en otras
partes, no vacilará en atribuir a la Homilía 57 un pasaje de
la 69, como es el caso con la frase « Ubi sunt qui diaboli
choreis et perditis cantibus in scaena quotidie
sedent» ( «¿Adónde están los que son asistentes en el teatro
de las comedias para hallarse presentes a los coros del
demonio y a los cantares deshonestos?», según José de Jesús
María). Y tampoco vacilará en aplicar, decontextualizándola y
reescribiéndola descaradamente, la declaración púdica que
añadía Crisóstomo al pasaje que acabamos de citar:
Pudet me certe verba de illis facere, verumtamen necesse est mihi
propter infirmitatem vestram ( «Tengo vergüenza de hablar de
esto, pero es necesario no callarlo», siempre según la traducción,
algo infiel en este caso, de José de Jesús María),

frase que ahora se convierte en «Pudet me certe de scaenis


verba facere, verumtamen necesse est mihi propter
infirmitatem jugiter introductam», y va referida inhábilmente
a la Conclusión de la segunda Apología, con este mentiroso
comentario: «San Crisóstomo da fin a esta segunda Apología
trágica, diciendo contra los que defienden las
comedias: Pudet me…».
40Y podrían darse más ejemplos aún de parecidas
alteraciones cometidas por fray Francisco, como el libérrimo
uso de unas exclamaciones interrogativas del Santo ( « Quid
hoc magis ridiculum? Quid indignius? »), pronunciadas por
Crisóstomo ante el espectáculo, desolador para él, de unos
padres que llevaban a sus hijos al teatro, y que nuestro
desaprensivo fraile adapta para servir de comentario a los
torpes amores del rey Artajerjes:
El rey persiano Artajerjes Longimano, que por ser notablemente
inclinado a ver representaciones y comedias en los teatros, donde
se pintan al vivo fabulosas historias y adulterios ingeniosos, el tal
rey se amancebó con su sobrina Artainta, y recuestó a su cuñada y
a sus sobrinas, y a su misma hija recuestaba, y vino a ser tan
profano deshonesto que con un plátano hermosísimo tenía amores
y torpezas: «Quid hoc magis ridiculum? Quid indignius? » dice San
Juan Crisóstomo (fol.16r).

41La cause est entendue. La libertad más o menos controlada


que reinaba, en el Siglo de Oro, en el manejo de las
«autoridades» se hace, en fray Francisco de Rojas, licencia
desenfrenada, por no decir inverecunda. La cosa, en realidad,
no es nada sorprendente en quien aparece finalmente como
uno de los más mediocres controversistas antiteatrales de la
centuria. El paso, en el apartado XIV, del tema de los trajes de
las mujeres al del afeminamiento de los hombres sería ya
prueba suficiente de la flojedad de los razonamientos de
nuestro publicista si no se dieran por añadidura, en el texto
impreso, un montón de erratas «inormes», consecuencia sin
duda de una letra endemoniada y de un pésimo conocimiento
del latín, a no ser que se trate de una desidia poco esperable
en un fraile tan preocupado por criticar a los demás. En
aquellos «calamitosos tiempos», y antes del nuevo
surgimiento de grandes textos de la controversia en el último
cuarto del XVII, los frailes, decididamente, ya no fueron lo que
eran.
NOTAS
1 A. Vázquez Estévez, Impresos dramáticos españoles de los
siglos XVI y XVII en las bibliotecas de Barcelona. La transmisión
teatral impresa, Kassel, Reichenberger, 1995, 3 vols.; E. Cotarelo y
Mori, Catálogo abreviado de una colección dramática española ,
Madrid, Imp. V. e H. de J. Ratés, 1930; J.Montaner, La colección
teatral de D. Arturo Sedó, Barcelona, Imp. Seix i Barral, 1951.

2 Esta hoja no aparece en el ejemplar que me regaló Robert


Marrast. Se trata, salvo error mío, de la única diferencia entre los
dos ejemplares que pude manejar.

3 Texto sacado de la Bibliografía de las controversias sobre la


licitud del teatro en España, de E. Cotarelo y Mori (Madrid,
Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1904,
p. 388; en adelante: Bibliografía…) y reproducido en el capítulo
que dedico a la controversia ética en mis Éléments pour une
théorie du théâtre espagnol du XVII   siècle, Toulouse, PUM/France-
e

Ibérie Recherche, 1990, p. 29-86; véase la cita en la p. 50.

4 La frase es de fray Pedro de Tapia, cuyo texto se reproduce


en Bibliografía…, p. 566.
5 Pedro Hurtado de Mendoza, Scholasticae et morales
disputationes… . De fide, Salamanca, Jacinto Taberniel, 1631,
p. 1567-1568; Francisco Moya y Correa (bajo el seudónimo de
Ramiro Cayorc y Fonseca), Triunfo sagrado de la conciencia…,
Salamanca, Antonio Josef Villagordo y Alcaraz, 1751, p. 124.

También podría gustarte