Discretos Desvergonzados Otras Tramas e
Discretos Desvergonzados Otras Tramas e
Discretos Desvergonzados Otras Tramas e
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Aun cuando fueran estampadas en 1615, las ocho comedias que Cervantes
quiso imprimir para asegurarles la posteridad son un testimonio esencial a la hora de
reconstruir la historia del teatro español en el siglo XVI. No sólo porque casi todas
fueran pergeñadas entre ese siglo y los primeros años del siguiente o porque de varias
de ellas pueda afirmarse sin mucho margen de error que son reinvención y reescritura
de otras piezas compuestas con anterioridad, sino porque nacieron de una concepción
dramática propia de ese siglo y desbancada en el siguiente. Precisamente por ello no
cabe explicar —como tradicionalmente se ha venido haciendo— la producción teatral
de Cervantes a partir no ya de Lope, sino del Lope más dueño de sí y de su nuevo arte.
Más que subrayar lo que le separa o le une a la comedia nueva, sólo nos correspondería
discernir lo que Cervantes hizo en sus comedias a la luz de ellas mismas y del contexto
que les fue verdaderamente propio.
Ese contexto comienza mucho más allá, en el momento de composición de una
tragedia como La Numancia o de una «comedia seria» como El trato de Argel1. Desde
ahí, Cervantes se fue alejando de los modelos más clasicistas y avanzando hacia una idea
de la comedia más rica y espectacular, que no creo difiriera mucho de la que Juan de la
Cueva formuló en el Viaje de Sannio:
1
Para el concepto de «comedia seria», véase Vitse [1988: 326].
2
El propio Cueva [1990: 109] añade de inmediato: «…siempre en la Tragedia mueren,/ un fin della
esperando dolorido;/ en la Comedia muerte no ay qu’esperen,/ aunqu’empieça contino con ruido;/ en la Tragedia
vive la discordia/ i en la Comedia enojos i concordia». Sobre esta fase en la evolución del género escriben Reyes
Peña, Ojeda Calvo y Raynaud [2008: 43]: «Un rasgo en común de todas estas obras es que, en mayor o menor
medida, presentan un alejamiento del modelo clásico que el teatro erudito anterior intentó reconstruir (…).
La mezcla de los elementos caracterizadores de la comedia y de la tragedia es constante: personajes, estilo,
ambientación, materia de la fábula».
3
Véanse otros juicios semejantes en Juliá Martínez [1948: 353], Paz Gago [1993: 258] o Rubiera [2001:
1030].
4
Canavaggio [1977: 230, n. 54 y 231, n. 51] y [1980: 53].
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Según Asensio [1971: 84-85], Cervantes «pinta no entes de una pieza —lo que llamo figuras—, sino seres
con una sombra de complejidad, con una alternancia de sentimientos que con intención moderna tendríamos la
tentación de llamar caracteres». Con lo que viene a coincidir González Maestro [2000: 334-335] desde un punto
de partida muy distinto: «…la comedia cervantina, en lo que se refiere al personaje, se atiene a una concepción
experimental tanto de arquetipos humanos como de formas de conducta renovadoras del personaje teatral».
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adonde a entender le dé
la famosa de la hampa. [II, 1526-1553]
Todos estas figuras adornan sus mentiras con la insolencia para ejercer de bufones
hablando cuando no deben, respondiendo con soltura y poniendo en riesgo sus propias
existencias tan sólo por decir una palabra más. Valga el ejemplo del sacristán de Los
baños, que cuando el moro Cauralí le tilda de «perro», responde: «¿Perro?/ Agora sé que
fue mi madre perra» [I, 89-90]. Y más adelante, cuando don Fernando le manda callar
por el peligro que acecha, asegura: «no sé si podré,/ según el diablo me tienta» [IIII,
2172-2173]. El mismo Madrigal, cuando el cadí le anuncia una condena a muerte si no
se casa con su amante alárabe, afirma con soltura:
Tal exceso verbal tiene su correspondencia en otro exceso moral, que les lleva a
comportarse al margen de las reglas que rigen la existencia de los demás personajes en las
comedias cervantinas. Todos ellos se muestran laxos y dispuestos a atender a sus propias
necesidades sin demasiados miramientos. De hecho, ya en el Trato de Argel aparece el
personaje del cautivo Pedro, que denuncia a Aurelio y Silvia para beneficiarse y engaña
a otro cristiano, haciéndole creer que tiene presta una barca con la que huir:
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10
López Estrada [1994: 61] habla del «tirón de querer vivir sea como sea, todo aquello que podía presentarse
en la escena protegido por el sentido cómico que permitía su expresión sin peligros de heterodoxia religiosa o
política».
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Esa laxitud moral se plasma en la defensa formal de la vida muelle y poltrona, del
epicureísmo como plan de existencia. Y no sólo porque Corinto, que se las promete muy
felices con Angélica en La casa de los celos, huya en cuanto aparece por allí Reinaldos,
después de haber prometido el oro y el moro, sino porque varios de estos personajes
argumentan de modo expreso a favor de una existencia cómoda y cómicamente
anticonformista. Así lo hace Tristán en Los baños cuando el bajá le pregunta por su
oficio en la jornada I:
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El discreto es concordancia
que engendra la habilidad;
el necio, disparidad
que no hace consonancia […]
Lacayo soy, Dios mediante;
pero lacayo discreto.
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… yo no considero sabios a los que creen que alabarse a sí mismos es la mayor de las
necedades y de las insolencias. Sea necio, si así lo prefieren con tal que se reconozca
que esta Necedad está muy puesta en su lugar. ¿Hay, en efecto, cosa más natural que el
que la Necedad entone sus propias alabanzas y se dé bombo a sí misma? ¿Quién puede
darme a conocer mejor que yo? (…) En fin, yo me atengo a aquel proverbio que dice:
«Con razón se alaba a sí mismo quien no encuentra nadie que le alabe».
También los de Cervantes son personajes solos, independientes, con una vida
literaria, escénica y moral autónoma, y tan habladores como la Locura o como Lázaro.13
Recuérdese que Autoridades añadía como segunda acepción para discreción la de
«abundancia y fecundidad en la explicación, adornada de dichos oportunos, entretenidos
y gustosos». Y en efecto, la locuacidad y el uso festivo del lenguaje son rasgos que
caracterizan no ya —y como pudiera esperarse— a estudiantes como Tácito, Andronio
o al capigorrón Torrente, sino a pastores como Corinto o a don nadies como Madrigal,
Urdemalas o el sacristán de Los baños de Argel. Todos juegan con los vocablos, dan la
vuelta a las palabras, engañan con la verdad y alardean de sus habilidades lingüísticas. Y
no se trata simplemente de que esa verbosidad sea instrumento esencial en la invención
de mentiras o el engaño desvergonzado a los bobos con que se topan en sus respectivos
12
Probablemente por eso, Cristina le señala luego, con intención burlesca, como «lacayo/ el más discreto
de España» [II, 1759-1760].
13
Respecto a la condición picaresca de Pedro de Urdemalas y en comparación con Lázaro, apunta Ángel
Estévez [1995: 89]: «El uno, pues, narra y el otro manipula; Pedro de Urde, además de narrar y manipular,
actúa».
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caminos, sino que termina por convertirse en antesala de una dimensión inesperada en
estos pícaros desvergonzados como es la de artistas y poetas. De Tristán sabemos que
canta, que «tiene donaire en todo» y que anima a los demás cautivos con su guitarra [III,
2109-2111 y 2882], también el pastor Corinto es aficionado la guitarra [II, 898 Acot]
y, mal que bien, Madrigal se hace pasar por músico y danzante, organiza zarabandas,
chaconas y folías, compone «un romance correntío» con la historia de Catalina de
Oviedo y lo canta «a la loquesca» [III, 2091-2093, 2108-2109 y 2114-2116].
Son todas condiciones propias de esos «poetas bufones» que Victoriano Roncero
[2010: 31] ha señalado como antecedente directo de la picaresca por sus burlas en
verso, su apología del engaño, sus sátiras carnavalescas o sus constantes alusiones al
hambre o a la bebida. No obstante, en el caso cervantino, hacia donde más tira la vena
ingeniosa de estas figuras cómicas es hacia el teatro. Por un lado están los personajes
que representan algo que no son en el transcurso de la realidad representada en escena,
como Corinto, que urde una chanza para engañar a Rústico; Tácito y Andronio, que
fingen una lengua absurda y llena de cultismos para burlarse de los demás; o Buitrago,
que inventa oraciones para agenciarse con qué comer. Pero, más allá, hay otros que
llevan la voz cantante en un artilugio tan propiamente cervantino como es el del teatro
dentro del teatro, al que se reserva un papel determinante en La gran sultana, en Pedro
de Urdemalas, en Los baños de Argel y en La entretenida14.
Madrigal es el encargado de preparar el sarao que ha de celebrarse en el serrallo
y que comienza con un romance suyo, al que siguen las músicas cristianas y el baile de
Catalina. Todavía, cuando la comedia está dando fin, el cautivo anuncia su intención
de volver a Madrid para representar en un corral —reservándose precisamente el papel
de Madrigal— la historia que él está viviendo y que otros se supone están viendo
representada:
[1997: 59-72], Kuhni [1997: 49-58], Arboleda [1991], Hermenegildo [1999: 45-60].
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Ante los gritos lanzados por la muerte de Ocaña, entra un alguacil con su corchete
en la casa y sólo entonces viene a ponerse en pie que la gresca y las heridas habían sido
una chanza urdida por los actores a espaldas de sus propios compañeros:
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Tu presunción y la mía
han llegado a conclusión:
la mía sólo en ficción;
la tuya, como debía.
Hay suertes de mil maneras,
que, entre donaires y burlas,
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Otras veces, como en La entretenida, el engaño afecta por igual a todos los
espectadores de la comedia, ya asistan a la representación desde dentro o fuera del
escenario. En ese paso hacia el embuste perfecto, los personajes de Cervantes llegan a
romper el muro imaginario que los separa de la realidad y eligen como interlocutores
a las personas que contemplan desde el otro lado, integrándolos en el desarrollo de la
acción dramática. En La gran sultana, Madrigal apela «al mosqueterón tan boquiabierto,/
que trague moscas, y aun avispas trague,/ sin echarlo de ver, sólo por verme!» [III,
2924-2926]; Urdemalas, por su parte, anuncia al público el comienzo inminente de la
representación misma que acaba de terminar y su repetición para el siguiente día:
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estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida?» [Cervantes, 2004:
266]. Por eso las comedias de Cervantes no tienen finales felices ni desgraciados, pues
quedan, como la propia vida, suspensas para el futuro. Esa identificación entre literatura
y vida es la que sostiene el artificio del teatro dentro del teatro, pero son esos discretos
desvergonzados los personajes que, desde su completa libertad, pueden romper las
convenciones del género y proyectar la ficción hacia la realidad.
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