BATTISTONI La Maldición Del Proyecto
BATTISTONI La Maldición Del Proyecto
BATTISTONI La Maldición Del Proyecto
Año 2021
© AA.VV.
Tercera persona
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Desde las dos de la tarde (salvo unos veinticinco minutos para cenar)
escribo Bovary, estoy en su polvo, de lleno, en la mitad. Este es uno de
los raros días de mi vida que he pasado en la ilusión, completamente,
de cabo a rabo. Esta tarde, a las seis, en el momento en que escribía
“ataque de nervios”, estaba tan excitado, gritaba tan fuerte y sentía tan
hondamente lo que experimentaba mi mujercita, que he temido sufrir
uno yo mismo.21
El lunes 19, al tercer día de su visita, recuerda que el año anterior veía
cómo un escultor checo exilado trabajaba en el pequeño parking frente a la
casa. Jiri se enfrentaba con denuedo a la dureza material de su arte, quería
hacer la estatua de sus sueños, “hermosas mujeres, ciervos, orquídeas,
ángeles, y le salieron cubos, esferas, pirámides… la situación se presta a la
sorna pero en el fondo es lo que nos pasa a todos”, anota Aira en
retrospectiva.67 Sin embargo, el arte es (¿afortunadamente?) la máquina de
defraudar intenciones (Jiri quiere hacer la estatua de sus sueños y le sale
otra; César Aira quiere hacer realismo y le salen chistes: un escritor siempre
quiere ser otro escritor). Si no las extraviara, quizás Aira hubiera escrito,
desangrándose, una larguísima novela sobre un escultor exilado que viajaba
con sus estatuas al hombro, para que, un año después, la casa de un perdido
pueblo medieval de los Alpes le enseñara su equívoco: “el descubrimiento
de los objetos representativos […] me deja ver que Jiri no necesitaba cargar
con las esculturas en sí, pues a efectos del sentido podía llevar, en el
bolsillo, sus reproducciones. Como el museo portátil de mi venerado
Duchamp. El arte como nanotecnología”.68 Los trucos del tahúr le han
proveído un símil para entender que así como la magia de la desaparición
está garantizada por la reducción del tamaño de los objetos manipulados,
las miniaturas de la casa, salidas de las dimensiones reales, abren
(predisponen) hacia la dimensión imaginaria: “con el tamaño real, es
difícil”, aprendió Aira.69 Además, su cuerpo reducido es en cierta forma
análogo al tiempo cerrado del viaje con su principio, medio y fin.
Podríamos decir, incluso, que la miniatura, “versión diminuta y manipulable
de la experiencia”,70 es al espacio lo que el viaje, o cualquier experiencia
autocontenida, es al tiempo.71
El inventario de lo no escrito podría ampliarse: Aira tampoco escribe el
libro sobre el Taladro (“Uno de mis anhelos más caros es escribir un libro
sobre el Taladro, el regreso atorbellinado y metálico de un muerto a la
vida”),72 ni una versión más ingeniosa de Peter Schlemihl en la cual el
precio exigido por el Diablo no sea la sombra del personaje sino el olor de
sus excrementos,73 o de La mandrágora de La Motte-Fouqué, en la que el
precio del dinero, esta vez, deba pagarse con el alma;74 incluso deja sin
escribir su experiencia de la yerra en Pringles a los ocho años, uno de sus
mitos de origen de escritor más potentes.75 La maldición del proyecto es
una gruesa carpeta llena de notas preparatorias y premisas totalizadoras que
suponen una tarea interminable (“no importa cuándo se terminarán, no
pueden terminarse”).76 Las novelas del proyecto nunca jamás serán escritas.
Quedarán clausuradas en el espacio del diario, de las notas preparatorias, o
en el de otras novelas, novelitas del procedimiento que, al mismo tiempo
que se alejan del proyecto, lo anuncian, lo rodean, como si fueran
aproximaciones provisorias cuyo fin último es, precisa ahora el narrador de
la ficción autobiográfica Cumpleaños, entender la vida del autor de la
Enciclopedia.77 En esta tarea infinita, César Aira ha encontrado otra forma
de seguir escribiendo, su tantálico descanso.