Él Está Allí 1

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“Él está allí”

Para celebrar y adorar mejor


Eucharisticum mysterium - Mysterium fidei (San Pablo VI)

1 Motivación

Si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la Iglesia, el Misterio


Eucarístico es como el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia, por ser la fuente de
la vida que nos purifica y nos fortalece de modo que vivamos no ya para nosotros,
sino para Dios, y nos unamos entre nosotros mismos con el estrechísimo vínculo de
la caridad.
DIVERSOS MODOS DE PRESENCIA DE CRISTO. En este sacramento, en efecto, de
modo singular el Cristo total e íntegro, Dios y hombre, se halla presente sustancial
y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies «se dice real no por
exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia»
La catequesis del misterio eucarístico: debe tender a inculcar en los fieles que la
celebración de la Eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana,
tanto para la Iglesia universal como para las comunidades locales de la misma Iglesia.
Porque «los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las
obras de apostolado, están unidos por la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en
la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
en persona».

2. Catequesis

EL SACERDOCIO COMÚN Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA CELEBRACIÓN


EUCARÍSTICA: Esta participación activa y propia de la comunidad será tanto más
consciente y fructuosa cuanto más claramente los fieles conozcan el puesto que
tienen en la asamblea litúrgica y lo que les corresponde hacer en la acción
eucarísticas. En la catequesis, por tanto, se expondrá la doctrina del sacerdocio real
con el que los fieles han sido consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu
Santo. A partir de esto se ilustrará tanto la función del sacerdocio ministerial en la
celebración eucarística -el cual difiere en la esencia y no sólo en el grado del

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sacerdocio común dé los fieles- como las funciones ejercidas por todos los que
realizan algún ministerio.
Mas la acción de los fieles en la Eucaristía consiste en que, celebrando el
memorial de la pasión, la resurrección y la gloria del Señor, dan gracias a Dios y
ofrecen la hostia inmaculada no solamente por las manos del sacerdote, sino en
unión con él; y por la recepción del Cuerpo del Señor se realiza su comunión con
Dios y entre sí, a la cual debe conducir a la participación en el sacrificio de la misa.
CATEQUESIS DE LA MISA A LOS NIÑOS: Los encargados de la formación religiosa
de los niños, especialmente padres, párroco y maestros, procuren dar la debida
importancia a la catequesis de la misa cuando los introducen gradualmente en el
conocimiento del misterio de la salvación. La catequesis sobre la Eucaristía, bien
adaptada a la edad y capacidad de los niños, debe tender a que conozcan la
significación de la misa por medio de los ritos principales y por las oraciones, incluso
lo que atañe a la participación en la vida de la Iglesia.

3. Gestos y signos para cuidar

Aunque en este misterio se encuentra el hecho excelso y único de que el Autor


mismo de la santidad está presente en él, sin embargo, tiene de común con los
demás sacramentos el ser símbolo de una cosa sagrada y forma visible de la gracia
invisible. De donde con tanta más seguridad y eficacia penetrará en el espíritu y en
la vida de los fieles cuanto más aptos y claros sean los signos con que se celebra y
venera.
FACILÍTESE A LOS FIELES EL ACCESO A LAS IGLESIAS: Cuiden los pastores de que
todas las iglesias y oratorios públicos en que se guarde la santísima Eucaristía estén
abiertos por lo menos algunas horas de la mañana y de la tarde, para que los fieles
puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento Y preocúpense los pastores de
ayudar a los fieles que provienen de otras regiones, con medios oportunos, a que
puedan unirse a la comunidad local.
Procurar también que todo aquello que dicen los ministros, según su función, lo
pronuncien o canten de tal modo que los fieles lo perciban claramente y entiendan
su sentido, e incluso tiendan espontáneamente a responder y participar. Sean
preparados para esto los ministros con adecuados ejercicios.
FOTOGRAFÍAS DURANTE LAS CELEBRACIONES EUCARÍSTICAS. Hay que poner
especial empeño para que no se perturben las celebraciones litúrgicas,

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especialmente las misas, por la costumbre de sacar fotografías. En donde se dé una
causa razonable se haga con gran discreción y según las normas establecidas por el
Ordinario del lugar (Obispo).
«La casa de oración en la que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía, y se
reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia
del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe de
estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas.»
Pónganse en práctica las reglas y normas establecidas en la Instrucción Inter
Oecumenici sobre la construcción de iglesias y su adaptación a la liturgia instaurada,
sobre la construcción y ornamentación de altares, sobre la colocación apta de los
asientos para el celebrante y los ministros, sobre la preparación de un lugar propio
para la proclamación de las lecturas sagradas, sobre el lugar destinado a los fieles
y al coro de cantores.
Ante todo, de tal manera ha de colocarse y construirse el altar mayor, que
aparezca siempre como signo del mismo Cristo, como lugar en el que se realizan los
misterios salvíficos y como el centro de la congregación de los fieles, al que se le
debe la máxima reverencia.
Favorézcanse las iniciativas que procuren que el domingo «sea también día de
alegría y de liberación del trabajo».
Foméntese con especial interés en la celebración dominical la participación
activa de todo el pueblo que se expresa en el canto.
Y para que, incluso por los signos, se manifieste mejor la comunión como
participación del sacrificio que en aquel momento se celebra, hay que procurar que
los fieles puedan recibirla con hostias consagradas en la misma misa.
MODO DE RECIBIR LA COMUNIÓN. Según la costumbre de la Iglesia, los fieles
pueden recibir la comunión de rodillas o de pie. Elíjase uno u otro modo. Sigan los
fieles de buen grado el modo indicado por los pastores para que la comunión sea
verdaderamente signo de unidad entre todos los comensales en la misma mesa del
Señor. Pero cuando se comulga de pie se recomienda encarecidamente que los que
se acercan procesionalmente hagan una reverencia debida antes de la recepción
del Sacramento en lugar y tiempo oportuno para que no se entorpezca el acceso y
retiro de los fieles.

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Propóngase la Eucaristía a los fieles también «como remedio que nos libra de las
culpas de cada día y nos preserva de los pecados mortales» e indíqueseles el modo
conveniente de aprovecharse de las partes penitenciales de la liturgia de la misa.
Procúrese encarecidamente que los fieles se acostumbren a acudir al sacramento
de la penitencia fuera de la celebración de la misa.
Se recomienda que el sagrario en cuanto sea posible, se coloque en una capilla
que esté separada de la nave central del templo.

4. El modo en que celebramos y adoramos

La misa o Cena del Señor es a la vez inseparablemente:


Sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz.
Memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo: «Haced esto
en memoria mía.»
Banquete sagrado, en el que por la comunión en el Cuerpo y la Sangre
del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes: del sacrificio
pascual, renueva la nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada de
una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la
fe y la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre,
anunciando la muerte del Señor «hasta que vuelva».
En la celebración del misterio de la unidad es donde especialmente los cristianos
deben dolerse de las divisiones que los separan. Dirijan, pues, oraciones a Dios para
que todos los discípulos de Cristo sientan cada vez más profundamente el misterio
de la Eucaristía, según su verdadera voluntad y lo celebren de manera que, hechos
partícipes del Cuerpo de Cristo, formen un solo cuerpo, «unidos con los mismos lazos
con que él quiso constituirlo».
La Iglesia se nutre del pan de vida tanto en la mesa de la palabra de Dios como en
la del Cuerpo de Cristo.
Este sacrificio, como la misma pasión de Cristo, aunque se ofrece por todos, sin
embargo, «no produce su efecto sino en aquellos que se unen a la pasión de Cristo,
por la fe y la caridad... y les aprovecha en diverso grado, según su devoción».

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IMPLICACIONES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA COTIDIANA DE LOS
FIELES Cada uno «sea solícito en hacer buenas obras, en agradar a Dios, en vivir
rectamente, entregado a la Iglesia, practicando lo que ha aprendido y progresando
en el servicio de Dios», trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y
también constituyéndose en testigo de Cristo «en todo momento en medio de la
comunidad humana».
Sean invitados los fieles a participar en la misa frecuentemente, incluso en los
días feriales; más aún, cada día. Se recomienda esto especialmente en determinadas
ferias que conviene celebrar con especial interés, particularmente en Cuaresma y
Adviento, igualmente en las fiestas menores del Señor, en determinadas fiestas de
santa María Virgen y de los santos que gocen de un honor especial en la Iglesia
universal o particular.
LA COMUNIÓN FRECUENTE Y DIARIA «Es evidente que por medio de la recepción
frecuente o diaria de la santísima Eucaristía se aumenta la unión con Cristo, se
alimenta abundantemente la vida espiritual, el alma se enriquece con las virtudes y
se da al que la recibe una prenda más segura de la felicidad eterna; por eso los
párrocos, confesores y predicadores... exhorten al pueblo cristiano, frecuente y
encarecidamente, a tan religiosa y tan saludable costumbre.»
Viene bien aquí leer a Eduardo Galeano en el bello poema Ventana sobre los Ciclos:
“La gente, hecha de maíz, hace el maíz.
La gente creada de la carne y los colores del maíz,
cava una curva para el maíz
y lo cubre de buena tierra
y lo limpia de malas hierbas
y lo riega y le habla palabras que lo quieren.
Y cuando el maíz está crecido,
la gente de maíz lo muele sobre la piedra
y lo alza y lo aplaude
y lo acuesta al amor del fuego y se lo come,
para que en la gente de maíz
siga el maíz caminando sobre la tierra.”

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LA ORACIÓN EN PRIVADO DESPUÉS DE LA COMUNIÓN. Por la participación del
Cuerpo y Sangre del Señor se derrama sobre cada uno el don del Espíritu como
agua viva, con tal de que los reciban sacramental y espiritualmente; es decir, en
la fe viva que obra por la caridad. Pero la unión espiritual con Cristo, a la que se
ordena el mismo Sacramento, no se ha de buscar únicamente en el tiempo de la
celebración eucarística, sino que ha de extenderse a toda la vida cristiana de
modo que los fieles de Cristo, contemplando, asiduamente en la fe el don
recibido, y guiados por el Espíritu Santo, vivan su vida ordinaria en acción de
gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad. Para que puedan
continuar más fácilmente en esta acción de gracias, que de un modo eminente se
da a Dios en la misa, se recomienda a los que han sido alimentados con la sagrada
comunión que permanezcan algún tiempo en oración.»
EL VIÁTICO. La comunión recibida como viático ha de ser tenida como un signo
especial de participación en el misterio que se celebra en el sacrificio de la misa,
esto es, en la muerte del Señor y su tránsito al Padre. Con ella el fiel, al dejar esta
vida, fortalecido con el Cuerpo de Cristo, recibe la prenda de la resurrección. Que
la administración de este Sacramento no se difiera, sino que los fieles sean
alimentados con él cuando están aún en plena posesión de sus facultades.
EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA HAY QUE OBSERVAR FIELMENTE LAS NORMAS
DE LA IGLESIA. A nadie le es permitido, ni siquiera al sacerdote, añadir, quitar a
cambiar nada por propia iniciativa en la liturgia, particularmente en la
celebración de la Eucaristía.
LOS FINES DE LA RESERVA DE LA EUCARISTÍA FUERA DE LA MISA:
El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera de la misa
es la administración del viático; los fines secundarios son la distribución de la
comunión fuera de la misa y la adoración de nuestro Señor Jesucristo.
Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su
corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la
salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo,
sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad.
Traten, pues, los fieles de venerar a Cristo, el Señor, en el Sacramento, de acuerdo
con su propio modo de vida. Y los pastores en este punto vayan delante con su
ejemplo y exhórtenlos con sus palabras.

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5. En la tradición de la Iglesia

San Buenaventura:
«Que Cristo está en el sacramento como signo, no ofrece dificultad
alguna;
pero que esté verdaderamente en el sacramento, como en el cielo,
he ahí la grandísima dificultad;
creer esto, pues, es muy meritorio»
Síntesis y punto central: por el misterio eucarístico se representa de manera
admirable el sacrificio de la Cruz consumado de una vez para siempre en el
Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el
perdón de los pecados que diariamente cometemos.
La Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con
Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece
en él. Porque esta doctrina, en efecto, es muy apta para alimentar la piedad
eucarística, para enaltecer la dignidad de todos los fieles y para estimular a
las almas a llegar a la cumbre de la santidad, que no consiste sino en
entregarse por completo al servicio de la divina Majestad con
generosa oblación de sí mismo.
La naturaleza pública y social de toda misa: Porque toda misa, aunque sea
celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción
de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse
a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero
la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz.
Con paternal insistencia, recomendamos a los sacerdotes —que de un
modo particular constituyen nuestro gozo y nuestra corona en el Señor— que,
recordando la potestad, que recibieron del obispo que los consagró para
ofrecer a Dios el sacrificio y celebrar misas tanto por los vivos como por los
difuntos en nombre del Señor, celebren cada día la misa digna y devotamente,
de suerte que tanto ellos mismos como los demás cristianos puedan gozar en
abundancia de la aplicación de los frutos que brotan del sacrificio de la Cruz.
Así también contribuyen en grado sumo a la salvación del género humano.

Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, que por


ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción, el más
bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya que contiene al
mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los
sacramentos.

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Cuando el Señor llama cuerpo suyo al pan integrado por la unión de muchos
granos, El está indicando la unión de nuestro pueblo , a quien El sostenía;
y cuando llama sangre suya al vino exprimido de muchos granos y racimos y
que unidos forman una cosa, indica igualmente nuestra grey, compuesta de
una multitud reunida entre sí» [san Cipriano].
Teodoro de Mopsuestia, fiel testigo en esta materia de la fe de la Iglesia,
decía al pueblo: «Porque el Señor no dijo: Esto es un símbolo de mi cuerpo,
y esto un símbolo de mi sangre, sino: Esto es mi cuerpo y mi sangre. Nos
enseña a no considerar la naturaleza de la cosa propuesta a los sentidos, ya
que con la acción de gracias y las palabras pronunciadas sobre ella se ha
cambiado en su carne y sangre»
Contienen una nueva realidad que con razón denominamos ontológica.
Porque bajo dichas especies ya no existe lo que antes había, sino una cosa
completamente diversa.
San Juan Crisóstomo: «No es el hombre quien convierte las cosas ofrecidas
en el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue
crucificado. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia aquellas palabras, pero
su virtud y la gracia son de Dios».
“La palabra de Cristo, que ha podido hacer de la nada lo que no existía,
¿no puede acaso cambiar las cosas que ya existen, en lo que no eran? Pues
no es menos dar a las cosas su propia naturaleza, que cambiársela”. (San
Ambrosio)
San Agustín: «El que quiere vivir tiene dónde y de dónde vivir. Que se
acerque, que crea, que se incorpore para ser vivificado. Que no renuncie a la
cohesión de los miembros, que no sea un miembro podrido digno de ser
cortado, ni un miembro deforme de modo que se tenga que avergonzar: que
sea un miembro hermoso, apto, sano; que se adhiera al cuerpo, que
viva de Dios para Dios; que trabaje ahora en la tierra para poder reinar
después en el cielo».
Diariamente, como es de desear, los fieles en gran número participen
activamente en el sacrificio de la Misa, se alimenten pura y santamente con la
sagrada Comunión, y den gracias a Cristo Nuestro Señor por tan gran don.
San Pío X: «El deseo de Jesús y de la Iglesia de que todos los fieles se
acerquen diariamente al sagrado banquete, consiste sobre todo en esto:
que los fieles, unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza
para dominar la sensualidad, para purificar de las leves culpas cotidianas y
para evitar los pecados graves a los que está sujeto la humana fragilidad».
Mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es
verdaderamente el Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros». Porque día y
noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y
de verdad; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los

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afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos que a Él se
acercan, de modo que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes
de corazón, y a buscar no ya las cosas propias, sino las de Dios .
Y así todo el que se vuelve hacia el augusto sacramento eucarístico con
particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad
a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin
gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida
con Cristo en Dios y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce,
nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.
El culto de la divina Eucaristía mueve muy fuertemente el ánimo a cultivar
el amor social, por el cual anteponemos al bien privado el bien común;
hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia, de la Iglesia
universal, y extendemos la caridad a todo el mundo.

“Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto
(cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de
distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de la oración1 », ¿cómo
no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual,
en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo
Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta
experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” (San Juan Pablo
II, Ecclesia Eucharistia n. 25)

1Las hermanas clarisas de Resistencia tienen un bello camino pedagógico para compartir con quien desea
aprender a contemplar. Está en https://sites.google.com/view/clarasresistencia/

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