La Patria Titubeante: El Envés de La Guerra de Independencia en La Mujer Del Caudillo (1952), de Nery Russo
La Patria Titubeante: El Envés de La Guerra de Independencia en La Mujer Del Caudillo (1952), de Nery Russo
La Patria Titubeante: El Envés de La Guerra de Independencia en La Mujer Del Caudillo (1952), de Nery Russo
la Guerra de Independencia en
La mujer del caudillo (1952),
de Nery Russo
The hesitation of the motherland: the underside of the War of Independence
in Nery Russo’s La mujer del caudillo (1952)
Abstract: This article examines Nery Russo’s La mujer del caudillo (1952)
in order to explore how this novel portrays the woman as a historical sub-
ject and especially how the scientific discipline called “History” and its notion
of “truth” are treated in this text. In this regard, the following issues are
highlighted: (1) the mechanisms that allow the author to present historio-
graphy as the partitioning of a significant exchange network formulated to
regulate identities, and (2) the strategies by which Russo gives an account of
herself in the Venezuelan cultural field in the early fifties, when the domestic
role of Venezuelan women seemed mandatory.
Cuando voy de paseo con mis padres o las tías, adopto un aire de suficiencia
desconocido hasta por mí misma. Presumo ser como mis compañeras mayores
y yo misma llego a cerciorarme de que hace ya tiempo he dejado de ser una
chiquilla. Las otras niñas que pasan a mi lado me observan, y confrontando
su indumentaria y actitud con las mías, vuélvense como avergonzadas; esto
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
161
me aflige sobre manera e íntimamente inculpo a mis tías y a los demás, que
se ocupan de hacerme creer que soy ya una mujer.
E
l 2 de abril de 1957, el diario español ABC refería la boda
Vallejo-Russo. El texto aparecía en una página dedicada
a reconstruir los aconteceres de la alta sociedad española;
no obstante, el nombre de una mujer venezolana se
colaba entre sus líneas. El texto indicaba:
En Caracas (Venezuela) se celebró el matrimonial enlace del pintor sevillano
Felipe Luis Vallejo con la escritora Nery Russo, de conocida familia vene-
zolana. Fueron padrinos por parte de ella, el presidente de la República de
Venezuela y señora, y por parte de él, el embajador de España y su esposa, la
marquesa de Avella. La feliz pareja salió en viaje de novios para Norteamé-
rica y Europa (S/A “Ecos de sociedad” 38).
Este breve párrafo da cuenta de una serie de elementos manifiestos en la
obra de Nery Russo. Una narradora venezolana que invadió –con su escritura
y su imagen– espacios apartados tradicionalmente para el varón intelectual, sin
perder por ello el aval ni la aceptación del campo cultural. La presente reseña
pareciera evidenciar la cercanía de este sujeto femenino al poder. En el texto,
de hecho, no se menciona el nombre ni de Marcos Pérez Jiménez, por entonces
presidente de Venezuela, ni de su esposa; sin embargo, a Russo se le atribuye el
título de “escritora” y –contrariamente a lo que solía ocurrir cuando se aludía
en prensa a una mujer intelectual– su nombre va seguido de su apellido.
Podría decirse, sin temor a equivocarse, que para 1957, la autora de La
mujer del caudillo ya era admitida –dentro y fuera de Venezuela– como una
representante de las letras nacionales. Las alusiones a sus obras se incluían
frecuentemente en los medios impresos, así como los comentarios sobre su vida
social. Al respecto, resulta sumamente curioso que publicara artículos y reseñas
en distintos e importantes diarios caraqueños, cuyo rasgo más sorprendente era
la diversidad de posturas políticas. Los textos de Russo aparecieron en diarios de
tendencia progresista como Ahora, en el diario pro- perezjimenismo El Heraldo
y en algunas publicaciones de corte menos polarizado, como El Universal y El
Nacional1.
nal del Estado y en el ‘planeamiento racional’ de sus acciones […]. En su discurso de clausura de
la Semana de la Patria, pronunciado el 6 de julio de 1954, en la sede del Centro de Instrucción de
las Fuerzas Armadas […], hablando entre militares, Pérez Jiménez indicó que la filosofía política
del régimen consistía en ‘encauzar la acción pública’, ‘orientar la actividad de la población’ y
‘formar una conciencia nacional para la grandeza y desarrollo de la patria’” (Cartay 9-10).
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
163
políticos que se alternaron en el poder a lo largo del siglo XX. Teniendo en
cuenta esta valoración y el tono rosa que se le atribuye en ocasiones a La mujer
del caudillo, es posible deducir que el cercenamiento de la voz historiográfica
gestado en esta escritura es producto de la saturación simbólica y no de la evasión.
Ante ello, se hace imperioso explorar cómo Russo lee en su novela las
demandas sociales y discursivas que le proponía su entorno, sobre qué premisas
construye personajes femeninos peculiares y bajo qué códigos estos se relacionan
con el poder y con ellos mismos, en qué términos se piensa en esta novela a la
mujer- sujeto histórico y, sobre todo, cómo son tratadas la Historia en tanto
disciplina científica y la noción de “verdad” que debería acompañarla, en la
trama de esta publicación.
Una de las primeras aristas de análisis que surge al leer La mujer del caudillo en
su contexto es la tendencia a la escritura de narrativas de archivo, que determinó
la literatura venezolana en los años cuarenta y cincuenta. Obras como El camino
del dorado (1947), de Arturo Uslar Pietri; Los Riberas (1957), de Mario Briceño
Iragorry; o, inclusive, Cumboto (1950), de Ramón Díaz Sánchez, constituyen
reconstrucciones del pasado que apuntan a un deseo de hacer historia y al diseño
de vías de rememoración.
Uno de los detonantes de esta proliferación de discursos sobre el pasado es
el viraje de la concepción de los estudios históricos acontecido en Venezuela
durante ese mismo período. Se trató de la profesionalización de una antigua
práctica discursiva, que conllevó el diseño de una gama de posicionamientos en
torno al pasado y a la memoria pretendidamente reconstruidos bajo el rótulo
de “Historia nacional”. Así pues, para aproximarse a La mujer del caudillo es
necesario entender cómo y con qué fin se realizaba la práctica historiográfica en
el ámbito nacional para el momento de su publicación. María Elena González
Deluca resume las modificaciones y señala:
La historiografía de las últimas décadas ha tenido un desarrollo cuantita-
tivo considerable, y eso incluye el total de publicaciones y la diversificación
temática […] Estos cambios son los que corresponden al medio siglo que se
inicia en 1950, cuando todavía era dominante la historiografía tradicional
de influencia positivista de las décadas iniciales del siglo XX y también la de
inspiración nacionalista de autores de la época como Mario Briceño Irago-
rry, Mariano Picón Salas y Augusto Mijares, entre otros (147).
Para esta investigadora, la década de los cincuenta supuso un momento de
transición durante el cual la concepción positivista de la Historia se encontraba
penetrada por ciertas prácticas tradicionales de rememoración, dirigidas –en
buena parte– al diseño de una “Patria Ideal”. Resulta entonces sumamente
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
165
trabajar a favor de su proyecto, dado que estos no son capaces de descubrir dónde
se encuentra su propio bienestar. Es decir, la superioridad de Bolívar, según se
muestra en el fragmento, no solo viene dada por sus capacidades intelectuales y de
liderazgo, sino principalmente porque ve con mayor claridad qué desea el pueblo
y, aunque deba emplear la fuerza para lograrlo, le impone ser libre y soberano.
Por más paradójico que luzca a simple vista este planteamiento, adquiere un
sentido definitivo cuando se contrasta con las necesidades de legitimidad que
definían tanto el proyecto desarrollista de nación, perfilado desde el Estado en
los cincuenta, como la alternativa política que planteaba desde la resistencia. En
ambos casos, la defensa de un sujeto modélico, incomprendido por su superiori-
dad, era necesaria y urgente. Esto explicaría el enfrentamiento a las opiniones del
“pueblo” y la ausencia de colectivos sociales como las personas no escolarizadas,
las mujeres o los grupos políticamente divergentes, en la toma de decisiones.
Asimismo, el hecho de que Bolívar hubiera renunciado –aunque de forma
transitoria– a la paz y hubiera sacrificado la vida de algunos venezolanos para
conseguir el bien común, resultaba un argumento sumamente útil para justificar
tanto alzamientos como sumisiones, en la década de los cincuenta. Por ello, Uslar
Pietri se ve en la necesidad de marcar moralmente estas acciones y valorarlas
positiva o negativamente, según los intereses ideológicos que la inspiren:
No me explico cómo ha sido posible interpretar como realismo la rebelión
por el sólo hecho de decirse realista […] En sitios como en los llanos o en los
lejanos campos donde era muy difícil que llegara la voz del sacerdote, donde
apenas se tenían nociones vagas de lo que era el Cristianismo, mal iban a
saber lo que significaba el Rey. Aquellas insurreccionadas montoneras que
iban saqueando y matando blancos, cometiendo sacrilegios en las iglesias,
ensangrentando altares, no podían ser jamás realistas, ni representantes del
orden y la religión. Lo que sucedía era que aquellos hombres abrazaban las
banderas realistas como un pretexto para satisfacer sus odios de clase, para
realizar la libertad social que anhelaban (11).
Estas afirmaciones señalan el desconocimiento del colectivo en torno al
proyecto político que más le convenía, reafirmado por medio del adjetivo “mon-
toneros”. Se trataba entonces de seres incapaces de distinguir la causa ideológica
fundamental de sus acciones. Es decir, para Uslar Pietri, los “rebeldes” enun-
ciaban posiciones políticas poco respetables, dado que no entendían del todo
los alcances o el significado trascendente de los grupos ideológicos a los que se
adscribían. Por ello, era urgente señalarle al pueblo el camino de la verdad, aun-
que éste no fuera capaz de reconocerlo; explicarle cuál es la verdadera ideología
que lo mueve, aunque el actor niegue identificarse con el proyecto en cuestión
y justificar la existencia de una individualidad con este poder simbólico dentro
del mapa subjetivo de la nación, pues Simón Bolívar –el indiscutible padre de
la Patria– ya había desempeñado esas mismas funciones siglo y medio antes de
que los historiadores lo hicieran.
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
167
Con este tipo de afirmaciones, Cova ponía en evidencia que, para la década
de los cincuenta del siglo XX, la construcción de una Historia nacional desem-
peñaba dos funciones principales: la búsqueda de una conciencia que soportara
en el imaginario la definición del “sujeto venezolano” y la reafirmación de un
intelectual, encargado de mediar entre “el pueblo” y la identidad que, categóri-
camente, “el pueblo” debía aceptar como suya. O, lo que es lo mismo, Correa
sugiere como fundamental la enseñanza de la Historia patria para consolidar la
occidentalización del pensamiento venezolano y, a la vez, empoderar a quienes
se encargaban de este proceso.
De esta manera, en el texto se trasluce que el enfrentamiento originario al
imperio español, a partir del cual se estructuraba “la historia de la emancipación”,
debía ser sustituido por un pacto, por un proceso de negociación con un único
término reprochable hacia la cultura europea: la igualdad y no la especificidad del
territorio dominado. Según Correa, el discurso racional debe ir acompañado de
dos elementos más: la búsqueda de una estética que, de algún modo, acerque el
discurso historiográfico a la práctica literaria y la función prospectiva que tiene la
reorganización del pasado. En otras palabras, si bien el autor comenta que Jesús
Antonio Cova es un intelectual de conocimientos probados, también sugiere
que su forma de exhibir este saber es eminentemente narrativa y apasionada,
lo que le permite presentar un supuesto viraje histórico como la continuación
deseable de la dinámica social instituida.
Entonces, se torna por demás curioso que al leer directamente el texto de
Cova emerja una mirada del pasado marcada, en primer lugar, por un patriotismo
básico e indiscutible sobre el cual se fundamenta la identidad y, en segundo
término, por la glorificación de ciertas tipologías sociales –héroes patrios,
intelectuales orgánicos, estereotipos de los diversos sectores socioeconómicos
de la población– conducentes a admitir el orden político como natural y evitar
de ese modo cualquier cuestionamiento. El fragmento del texto que mejor da
cuenta de ello es, curiosamente, un apartado brevísimo, que lleva por título
“Cultura intelectual desde 1890 hasta nuestros días. Venezuela contemporá-
nea”. Tras la declaración de haber iniciado en la última década del siglo XIX
una “verdadera y estable era de paz que ha fructificado en todas y cada una de
nuestras actividades, permitiendo a las Artes, las Ciencias y las Letras, florecer
sin ninguna interrupción” (Cova 192), el autor establece como “hombres de
letras” y “hombres de Historia” a un grupo de intelectuales con un perfil muy
claro. Literalmente, asegura:
En las ciencias históricas y sociales son igualmente notables: Pedro M. de
Arcaya, José Gil Fortoul, José Ladislao Andara, L. Vallenilla Lanz2, Rufino
2 Como se verá posteriormente, los historiadores referidos por Cova en este texto, se agrupan
en torno a una única forma de hacer Historia. Todos se agrupan bajo el signo del conocimiento
positivo que hace de sus discursos verdades incuestionables. En este mapa, la influencia de Lau-
reano Vallenilla Lanz es muy representativa, pues las teorías de este historiador, esbozadas pocos
años antes de que el texto de Cova fuera publicado, ya demostraban los mecanismos de pro-
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
169
se incruste sin empujar la bóveda o el frontón para que se incruste sin dejar
grietas que sea necesario encubrir luego con yeso o masilla (7).
El comentario en cuestión no tiene firma. No obstante, el hecho de que
aparezca en una publicación avalada por el Ministerio de Educación motiva
que los lectores lo asocien, de forma más o menos directa, según el caso, con
las políticas del proyecto desarrollista. Es decir, estas palabras –que a falta de
autoría bien podrían ser comprendidas como universales– establecen que para
conseguir el nuevo ideal nacional se requería la presencia de un pasado único,
definido por un intelectual de corte enciclopedista, capaz de abarcar muchas
–o acaso todas– las áreas de conocimiento humano.
La rememoración se devela entonces como uno de los hilos conductores de
la dinámica social, dado que tiene la capacidad de agrupar a los ciudadanos,
indicarles cuál es su función dentro del mapa cultural del país y, a la vez, diseñar
los límites del espacio geográfico. Es decir, desde esta perspectiva del conoci-
miento, la historia, la historiografía y la escritura de la memoria constituyen
instituciones especializadas, encargadas de distribuir la relevancia y el prestigio
político entre los entes que reconstruye.
Se niega entonces el nexo de reciprocidad entre los sujetos historiados y
los sujetos historiadores para dar cabida a un vínculo de dominación que no
admite revisiones jerárquicas, ni replanteamientos. Pese a ello, el hecho de
que se mantenga una separación clara entre el objeto rememorado y el sujeto
que rememora le niega al pasado la posibilidad de resignificarse a partir de su
circulación en el discurso y, lo que quizás resulta más descriptivo, inhabilita a
quienes lo reconstruyen desde otras posiciones menos centrales a inscribirse en
su propia memoria.
El texto afirma que al reconstruir el pasado de la nación y/o del continente,
si bien debe haber una inquietud por las circunstancias de la opresión y el inicio
de las independencias, también se debe producir un conjunto de nociones des-
criptivas que permitan aplicar las categorías teóricas dominantes. Se debe buscar
la especificidad de la Patria a partir de sus puntos de encuentro con la categoría
“Nación” diseñada desde el pensamiento occidental. Por ello, no es posible
admitir como espacios de conocimiento válidos las incursiones en el pasado
desde registros no oficializados, ni visiones epistemológicas no positivistas.
La mayor paradoja en torno a este planteamiento se concreta hacia el final,
cuando se sugiere la urgencia de “hacer nación”, en la misma medida en que se
niega la capacidad creativa, volitiva y narrativa de la práctica histórica. Quizás
por ello, esta presentación de un modo único de hacer Historia provocó, desde
el inicio de la década de los cincuenta, una réplica dentro de la prensa nacional.
Surgieron entonces una serie de interrogantes en torno a la práctica historio-
gráfica en la Venezuela de los cincuenta y, por extensión, sobre las escrituras de
la contramemoria: ¿hay una demanda de enseñar o de abolir las historias? Si el
pasado es universal y común a todos los hombres ¿los acontecimientos históricos
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
171
femenino, sino que se resume en unos pocos párrafos en los que emerge un “yo”
que registra más que una mujer que experimenta. Luisa expone la alegría y/o
desesperanza de su madre, la emoción de su prometido y los interrogantes de
su hermanito, sin relatar su propia emocionalidad. Aún más, en los primeros
episodios en los que, finalmente, ya se ha convertido en “la mujer del caudillo”,
la protagonista afirma:
Los días posteriores a nuestra llegada fueron para Arismendi de una abso-
luta felicidad. A veces era el hombre adusto, enrevesado con esas cuestiones
que yo jamás hubiese imaginado, a no ser porque más tarde me las ha ido
haciendo conocer con toda la perspicacia de que es capaz un hombre de su
edad. En oportunidades era como un adolescente que abandonaba la Casa
de Gobierno para llegarse hasta la nuestra con cualquier fútil pretexto, el
regalo de un caracol marino, una fruta producida en el patio de la casa, u
otra cosa (112-3).
Por contraste, añade:
Una mañana, mientras nos entregamos a nuestras labores sobre la árida tie-
rra salobre, me he quedado asombrada. No sabía que el fruto de nuestro
trabajo aparecía tan pronto. Juan refiere algo que no escucho porque estoy
perpleja. Tal vez alude a lo bien que se vive cuando podemos olvidar… sobre
todo, cuando se han tenido sufrimientos…
-Mira, Juan. – Interrumpo.- Cómo han ido brotando las plantillas ¿Te acuer-
das que hace a penas unos días dejé entre la tierra unas cuantas semillas?…
Eran de tomate, ¡mira!… Dentro de poco estaremos cosechando […] Ahora
ya puedo decir que hay algo en el mundo verdaderamente mío, creado por
mí misma (113).
En este contrapunteo de los protagonistas enmarcado en la experimenta-
ción de la vida de casados, se hace más obvio el desplazamiento mencionado.
El héroe patrio jerarquiza la cotidianidad, la improductividad y el intercambio
amoroso por encima de la emancipación y la organización del territorio que
debía desarrollar como Gobernador. Paralelamente, esta paradoja que –no sin
ironía– muestra la autora genera un punto de reflexión inevitable en torno a
la discrecionalidad en la construcción de la Historia. Según el perfil que se le
ha asignado a cada personaje, la elección de los temas y las prácticas sociales
que cimentarán el funcionamiento de un ser en sociedad son absolutamente
arbitrarias y no estarán marcadas genéricamente.
Es decir, ni el General Arismendi, ahora reducido a la categoría de “Juan”, está
en la obligación de aferrar su conducta social a la improductividad manifiesta
en “regalar unos caracoles”, ni Luisa Cáceres, ahora convertida en “la mujer del
caudillo”, debe reconstruirse desde el proceso de producción de alimentos que
ha presentado como el fin de sus acciones, y aunque –a simple vista– la lectura
que hace cada uno de la vida de casados pareciera invertir los roles tradicionales
asignados al hombre y a la mujer, ninguno de los dos sujetos resultará más o
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
173
su esposa y la encierran bajo la custodia de la familia Amnés. Una vez detenida,
las voces femeninas encargadas de vigilarla cuestionan la existencia real de la
autoridad y, lo que es aún más interesante, se preguntan por la legitimidad del
supuesto delito. Así se refuerza la tendencia a feminizar la historia que ha pre-
sentado la autora desde el comienzo del texto:
aguzo mis oídos y escucho cómo reprenden a Germana; entonces es cuando
sé cómo se llama la joven amiga; la voz del señor Amnés resuena nerviosa:
- ¿No les he prohibido de manera terminante que se acerquen al cuarto de
esa señora?… ¿Por qué me desobedecen?
Angustiada la joven protesta lloriqueando:
- Pero, padre; no veo qué pueda haber de maldad en eso. Después de todo,
no es más que una pobre mujer afligida que está muriendo de tristeza […]
¿Cómo es posible que no comprenda cuándo está padeciendo esa infeliz? Y
nosotros que somos mujeres ¿cómo pretende usted que vayamos a mirarla
como un animal?
- Todo eso lo reconozco quizás con mayor claridad que ustedes, pero, el total
es que no debemos comprometernos. Imaginémonos cómo nos tratarían
si nos pescasen en un momento cualquiera en buen trato con la prisionera
(137- 8).
En esta primera fase acerca del encierro de Luisa Cáceres, la cárcel adquiere
un simbolismo peculiar, pues se trata, sencillamente, de una casa de familia
donde los roles enraizados en cada género se conservan a la perfección. Como es
obvio, ni la niña que se supone dueña del espacio de confinamiento ni el padre
encargado de “vigilar” a la protagonista se muestran como personajes autóno-
mos, con capacidad de movimiento y decisión. Aún más, Russo no imprime
diferencias importantes entre las privaciones que se le imponen a Germana y
las que padece su prisionera. Con ello, además, se le resta poder simbólico al
personaje encargado de reprimir, frente a aquel permanentemente vigilado. En
esta obra, ambas funciones se confunden y desestabilizan los lugares de poder
desde donde se ejercen.
De igual forma, cuando hacia el final de La mujer del caudillo, Luisa Cáceres
termina encerrada en un convento confiesa que en compañía de la abadesa se
siente más segura que bajo el dominio seglar. Demuestra, entonces, una com-
plejidad subjetiva que evitará su incorporación a cualquier archivo histórico.
La singularización del significante “mujer” o, en ocasiones, del significante
“pueblo” convierte la experiencia vivida y relatada por el personaje en un hecho
desconocido para la Historia nacional y, por lo tanto, imposible de medir con
los otros sucesos registrados en la primera mitad del siglo XIX. Puede verse en
este gesto de rememorar en el encierro, un deseo de revisar los límites del pasado
y su capacidad performativa. No por casualidad cuando Luisa es obligada a
abandonar el convento, una vez más, se renueva esta idea:
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
175
otro que, un siglo después, escribe “como un hombre letrado” y contamina el
espacio de la alta cultura con formas que hasta ahora no le eran fáciles de asir.
Curiosamente, la aparición de estas dos identidades desencadena una mayor
violencia. En las últimas páginas del texto, la exclusión simbólica ejercida sobre
Luisa Cáceres es mucho más frontal hasta llegar a entremezclarse con el disci-
plinamiento físico, hecho paradójico que provoca una reafirmación permanente
de su individualidad como sujeto histórico y de su capacidad para producir
discursos de la memoria.
Incluso, podría afirmarse que la presencia de Luisa Cáceres fuera, dentro y
más dentro aún del hogar durante el enfrentamiento bélico, le brinda la posibi-
lidad de emitir un discurso acerca de un territorio necesario pero desconocido
para la autoridad de su esposo, Juan Bautista Arismendi o, lo que es lo mismo, la
lleva a cumplir funciones de cronista que, como tal, debe responder a los intereses
del receptor que consume su discurso y del sistema ideológico que lo demanda.
Entonces, la mujer del caudillo concluye su travesía épica como “una pobre
niña”. Sin embargo, la imposición del relato le brinda la posibilidad de elegir
un territorio dentro del discurso, dentro del pasado y dentro de la práctica his-
tórica. La autoridad del cronista, habitualmente fundamentada en su condición
de viajero y traductor, en este caso es usurpada por una mujer que dice y, como
tal, tiene la posibilidad de revisar categorías fundamentales. No se trata pues
de una viajera tradicional que clasifica y ordena un territorio desconocido, sino
de una voz errante que se pronuncia sobre hechos aceptados en el imaginario
como verdaderos.
Desde esta perspectiva, la novela La mujer del caudillo no constituiría una
crónica extra-territorial, sino una incorporación de otras voces y otros signifi-
cados a un lugar geográfico e histórico definido casi de manera irreversible. Del
mismo modo, esta expresión servirá para dejar claro que, si bien cualquier sujeto
histórico venezolano debe padecer la construcción de su origen, no tiene por qué
pertenecer de manera crítica al relato canonizado en torno a él.
Por ello, es lógico que Russo señale la incomodidad de los sujetos modélicos
nacionales ante la emergencia de ciertas heroicidades femeninas. Lo que resulta
más expresivo a este respecto es que la autora muestra a Luisa Cáceres como
un sujeto reivindicable por la Historia, desde el momento mismo de su libe-
ración. Es decir, empleando los argumentos del ejército patriota –y de quienes
lo reconstruían en la década de los cincuenta–, la narradora expone que este
colectivo no “representaba” a los venezolanos en su totalidad, sino que pretendía
“normalizarlos” a partir de un proyecto político.
Hay pues un distanciamiento de la utopía bolivariana por demás infrecuente
para el momento de publicación de la novela de Russo que permite pensar –a la
vez– en una nueva ética. Luisa Cáceres de Arismendi, como personaje, se realiza
a partir de la experiencia tangible y no desde el discurso de su marido –a quien,
por cierto, casi no conoce para el momento en que emprende su viaje–, lo que
convierte todo el proceso de enunciación contenido en la obra en un acto de
4 Aunque la década de los cincuenta constituye el territorio ideal para este proceso de des- y rehis-
torización de la nación desde una mirada femenina y, como consecuencia de ello, periférica, es
indudable que en Venezuela existieron desde finales del siglo XIX una buena cantidad de ante-
cedentes de este gesto, manifiestos en voces como las de Lucila Palacios, Blanca Rosa López,
Belén Valarino Sucre o Ana Mercedes Pérez, por sólo mencionar algunos ejemplos.
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
177
IV. A la manera de Luisa: la rehistorización de las identidades
El diálogo con las políticas de Estado desde la escritura narrativa –así provenga
de un grupo humano estigmatizado o de un colectivo más azaroso que racio-
nal– constituye un caldo de cultivo para que las subjetividades (ex)céntricas se
fortalezcan y persistan. Estas “escrituras del debate” permiten, además, el desa-
rrollo de morales públicas alternativas contenedoras de un pacto de convivencia
renovado, según el cual –la mayoría de las veces– ciertas omisiones que podían
parecer despreocupaciones inocentes pasan a ser leídas como actos de violencia
epistémica, como incurias que impiden la integración social de subjetividades
no heroicas a los procesos oficiales de historización nacional.
En el caso particular de las mujeres venezolanas que se han abocado a recons-
truir el pasado de la Patria surgen algunas particularidades dignas de reflexión,
cuya presencia, además, ayuda a pensar la obra de Nery Russo como un camino
enrevesado donde se da cuenta, al mismo tiempo, de varias generaciones de
sujetos femeninos. Por ejemplo, en su trabajo De médicos, idilios y otras historias
(2000), Paulette Silva señala que desde el siglo XIX, las venezolanas tuvieron
un lugar en la rememoración del pasado, a pesar de ello, aclara que
En la medida en que lo histórico es patriótico, en que la historia se concibe
como una manera de representar e imaginar la patria, las mujeres están inclui-
das a finales de siglo [XIX], si no es que ellas son la representación misma de
la república, la patria y sus virtudes, como creo. De hecho, como maestras de
las nuevas escuelas que comenzaron a multiplicarse a raíz del famoso decreto
de instrucción pública, las mujeres enseñaron historia y geografía para lo cual
unas pocas, como Antonia Esteller, redactaron sus propios textos para el uso
de sus alumnas. Más aún: los libros escritos por Esteller sobre este asunto,
Catecismo de Historia de Venezuela y Apuntes de Historia patria, fueron
declarados para la enseñanza de la materia en Venezuela (162).
Miguel Gomes, por su parte, hace un aporte que pudiera parecer contrario
al de Silva cuando asegura que “el lugar de enunciación [que] solían elegir las
narradoras nacionales [decimonónicas]: es el de la ucronía, donde futuro, presente
y pasado son categorías borrosas” (555).
Si se trata de armonizar estas dos posturas, se estaría hablando de un proceso
descrito por varios teóricos de la cultura, para quienes la discursivización exce-
siva de un individuo, si bien puede crear un espejismo de inclusión, acaba por
convertirse en una reducción del sujeto a un lugar rígido e incuestionable en el
imaginario. Es decir, más que una integración de voces, la relación mujer-patria
estaría funcionando como un ejercicio de objetivación de las venezolanas cuya
recurrencia se mantiene aún en el siglo XXI.
A pesar de ello, Silva también indica la concepción de un desplazamiento
de funciones en apariencia inofensivo –pues solo involucra a un público infan-
til– pero con posibilidades de registrar la existencia de un sujeto femenino que
selecciona, ordena y describe sucesos del pasado, con el aval del Estado. Es decir,
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
179
alcanzar un telos extratextual: el reconocimiento de un colectivo femenino
en la Venezuela de mediados del siglo XX, con posibilidades interpretativas y
discursivas suficientes para atribuirle a la nación un origen no bélico, no mas-
culino y no militar.
Esta voz señala entonces, con su sola presencia, una fuente alternativa para
la identidad, que altera el orden de los acontecimientos y erige la nacionalidad
como un hecho precedente a cualquier enfrentamiento fundacional. Es decir,
la Guerra de Independencia si bien determinó el principio de la Patria para
quienes tomaron parte en ella, no era necesaria ni conclusiva para que otros
sujetos identificaran los límites de su nación y se definieran a partir de ellos. La
venezolanidad de Luisa Cáceres –y, por consiguiente, la de la voz que la cons-
truye dentro de esta obra– no es una herencia de los grandes héroes nacionales,
sino que existe de forma autónoma y simultánea a la vida los mismos. Por ello,
en este texto no es posible leer una interpretación social de la Guerra, sino un
señalamiento somero, su construcción como telón de fondo a otros orígenes,
otros momentos y otras figuras.
Es importante tener en cuenta que este universo delineado por Nery Russo
no se basa en la existencia de un pasado primitivo ni mucho menos en un terri-
torio ajeno a la idea republicana, sino que está fundamentado en la existencia
de una “sociedad humana”, que se sabe venezolana, pero que no se encuentra
estratificada a partir de una lógica bélica o de un pensamiento militar. Se trata
de la representación de un espacio históricamente definible que desnaturaliza
la Guerra de Independencia como el origen de la nación, aunque en ningún
momento niegue su existencia, su importancia o el carácter estructural de sus
protagonistas.
Ante el replanteamiento de las nociones “desde cuándo” y “para dónde”, la
recuperación de un sujeto letrado que se desenvuelve en medio de una travesía
épica sirve en La mujer del caudillo para descentrar la escritura historiográfica
y para agenciarse los métodos y la organización de esta disciplina. El resultado
es una fabulación que amplía los límites de la civilidad, hasta el punto en que
una abuelita viuda, que permaneció buena parte de su vida en el encierro, puede
figurar en esta narración.
Si el cuerpo de Luisa Cáceres como sujeto femenino, su propia voz y la voz de
la autora que la revive se erigen en este relato como las superficies donde recaen
los significados históricos y patrióticos ¿qué posibilidades quedan de leer la
nación sin tener en cuenta estas figuras? Es decir, ¿cómo se pueden comprender
estas identidades sin inscribirlas y/o derivarlas en/del pasado de la nación? Y
lo que es más inquietante ¿cómo se pueden distinguir algunos elementos de la
historia venezolana que no hayan sido contaminados por la presencia de sujetos
femeninos, civiles y portadores de una discursividad?
La historiografía se reduce en esta obra a la compartimentación de una
red de intercambios significantes formulada para reglamentar las identidades
posteriores a su creación. De ahí que con esta biografía novelada Nery Russo
Referencias bibliográficas
“Bibliografía - La mujer del caudillo - Editorial Ávila Gráfica”. Elite 1399 (1952):
39.
Cabrices, Fernando. “El discurso del comandante Marcos Pérez Jiménez”. El
Heraldo XXVIII. 82 (1950): 1.
Cartay, Rafael “La filosofía del régimen Perezjimenista: el nuevo ideal nacional”.
Economía XXIV.15 (1999): 7-24.
Correa, Luis “Las enseñanzas de la historia”. En Historia de Venezuela. Desde el
descubrimiento hasta nuestros días. Jesús Antonio Cova (Caracas): Distribui-
dora escolar, Caracas, 1955.11-14.
Cova, Jesús Antonio. Historia de Venezuela. Desde el descubrimiento hasta nues-
tros días. Caracas: Distribuidora escolar, 1955.
Gomes, Miguel. “Narradoras e historia: apuntes para la descripción de un pro-
ceso”. En Nación y literatura: itinerarios de la palabra escrita en la cultura
venezolana. Edit. Carlos Pacheco, Luis Barrera Linares y Beatriz González
Stephan. Caracas: Equinoccio Universidad Simón Bolívar; Fundación Bigott,
2006. 549-568.
González Deluca, María Elena. Historia e historiadores de Venezuela en la segunda
mitad del siglo XX. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2007.
González Stephan, Beatriz. “La resistencia de la memoria”. La historia en la
mirada. La conciencia histórica y la intrahistoria en la narrativa de Ana
Teresa Torres, Laura Antillano y Milagros Mata Gil. Edit. Luz Marina Rivas.
Ciudad Bolívar: Ediciones de la Casa, 1997. 19- 34.
Mancera Galletti, Ángel. ¿Quiénes narran y cuentan en Venezuela? Caracas;
México: Ediciones Caribe, 1958.
Morales Carrión, Arturo. “Sobre la enseñanza de la Historia”. El Heraldo XXVIII.
90 (1950): 4.
Parra, Ericka Helena. Discursos neofeministas en los testimonios de Elvia Alva-
rado, María Elena Moyano, Domitilia Barrios de Chungara y María Teresa
Tula (1975- 1995). Miami: University of Florida, 2006. En línea. Consultado
el 30 marzo de 2012.
Parra Pérez, Caracciolo. Trazos de la historia venezolana. Caracas: Ediciones del
Ministerio de Educación, Dirección de cultura y Bellas Artes, 1957.
Russo, Nery. La mujer del Caudillo. Caracas: Ávila Gráfica, 1952.
S/A “Bibliografía”. Elite 1399 (1952): 39.
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
181
S/A “Ecos de sociedad”. Diario ABC (1957): 38. En línea. Consultado el 14 de
febrero de 2012.
Silva, Paulette. De médicos, idilios y otras historias. Trabajo de ascenso para optar
a la categoría de profesor Asociado. Inédito Valle de Sartenejas: Universidad
Simón Bolívar, 2000.
Uslar Pietri, Juan. Historia de la rebelión popular de 1814. Contribución al estudio
de la historia de Venezuela. París: Ediciones Soberbia, 1954.
Vallenilla Lanz, Laureano. Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblio-
teca Ayacucho, 1991.
Velásquez, Ramón J. “Domingo B. Castillo. La Venezuela errante y soñadora.
(A propósito de la Memoria de Mano Lobo)”. Elite 1500 (1956): 42-47 y 76.
Werz, Nikolaus. Pensamiento sociopolítico moderno en América Latina. Trad.
Gustavo Ortiz. Caracas: Nueva Sociedad, 1995.
White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Paidós, 2003.
XVII.1-2 (diciembre 2013) ISSN 1851-4669 | La patria titubeante: el envés de la Guerra de Independencia…: 161-183
183