Lectio Inauguralis

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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE COLOMBIA


DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES
SEMINARIO SOBRE LA MISIÓN INSTITUCIONAL

LA OPCIÓN 1 POR EL REALISMO METAFÍSICO COMO PRINCIPIO


RECTOR QUE POSIBILITA EL DESARROLLO DE LA MISIÓN
INSTITUCIONAL: UN CAMINO PARA OFRECER LAS
CONDICIONES INTELECTUALES QUE PERMITAN AL HOMBRE
CONOCER Y AMAR A DIOS

Por Édgar Antonio Guarín Ramírez

Introducción

Para empezar, quisiera referirles una situación que tuve que ver en
días pasados. A un pequeño restaurante, en el que estaba
tomando mi almuerzo, llegó un señor de unos 25 años; como hacía
calor, se levantó y prendió un ventilador que había allí;
curiosamente, no lo puso a girar, sino que utilizó el mecanismo
para hacer que el aire le llegara sólo a él. Minutos más tarde,
llegaron tres personas más y se hicieron en la mesa contigua;
como el aire daba de frente fuertemente, una de esas personas se
levantó y puso a girar el ventilador. De inmediato, el señor que
1
Desde la perspectiva realista, toda opción implica un acto de inteligencia y
de voluntad, pues el hombre es uno sólo. El idealismo moderno, al desplegar
una antropología dualista que hace ruptura entre el pensamiento y la
libertad, concibe la opción, como un mero acto de libertad; esa manera de
concebir al hombre y de ver las cosas, es ajena a la realidad y, por ende,
distante del realismo metafísico.
2

había llegado primero se levantó y dejó, nuevamente, estático el


ventilador; acto seguido, el otro se levantó y lo puso a girar, y vino
la confrontación que, solamente, la policía pudo remediar.

Me pareció oportuno traer este hecho a colación como comienzo de


esta reflexión porque, en el marco de la discusión entre estas
personas, escuché decir muchas veces el monosílabo “Yo”: yo
quiero, yo deseo, yo estoy, yo no estoy, yo… yo…. yo; palabra que
se ha vuelto de uso recurrente en nuestro medio familiar, escolar,
universitario, al punto que, en aras de desplegar el libre desarrollo
de su personalidad, cada uno quiere hacer, opinar, decir, lo que le
plazca, y se cree legitimado para hacerlo. Asistimos a una
“explosión del yo”, que ha llevado a un marcado individualismo, en
donde ya no hay verdad ni bien que puedan existir con
independencia del sujeto y, cuando a una persona que vive con
dichas convicciones se le dice que aquello que afirma no es
verdad, o aquello que hace no está bien, de inmediato contesta:
¿y qué es la verdad y qué es el bien? interrogantes lapidarios que
muchas veces nos dejan sin aliento y sin respuestas, no porque no
las tengan, sino porque, a pesar de que se den muchas razones
que, contrastadas con la realidad son válidas, es difícil hacer salir
de su lobreguez y encierro a una mente que se ha enclaustrado en
su propio yo.

Pues bien, mi tesis es que este es el producto de un mundo que


está dominado por una manera de ver las cosas, que ha sido
heredada de la modernidad –aunque ya en la filosofía anterior a
este período, hubo algunos pensadores que manifestaron en sus
ideas dicha tendencia-, en la cual, la ecuación inteligencia-objeto y
voluntad-bien, se invirtió: no es el ser y sus principios el que ahora
gobierna y organiza la actividad intelectual humana, sino que es el
hombre el que determina el ser; tanto el objeto de la inteligencia –
la realidad-, como el de la voluntad –el bien-, son construcciones
3

de la respectiva facultad en el hombre, teniendo ello como


consecuencia, que la trascendencia y la heteronomía, se mudan
en inmanencia y autonomía del sujeto. A esa manera de concebir
al mundo y al hombre, se llama idealismo. Y aunque movimientos
como el fenomenológico hicieron y siguen haciendo un esfuerzo
por volver el intelecto y la voluntad hacia su centro natural, hacia
el objeto de dichas facultades, esto es, hacia la verdad y el bien,
sus esfuerzos no han dado los frutos deseados porque no han
podido escapar del espíritu que orienta esa manera de filosofar: el
poner al hombre como medida y fundamento de las cosas.

Con lo anterior, no pretendo negar el valor de la inteligencia, ni la


honestidad u originalidad de quienes, como filósofos, están
colocados en la posición idealista; si así fuera, dicha actitud no
sería distinta de aquella que inspira y orienta al propio idealismo e,
incluso, no tendría valor ni sentido hacer este ejercicio reflexivo.
No obstante, como lo que constituye la norma suprema de la
valoración de la reflexión filosófica, en cualquiera de los dos
sistemas: realismo o idealismo, es la verdad y no la originalidad,
ni la honestidad, es preciso hacer los énfasis y precisiones que se
encuentran a lo largo de estas líneas; énfasis y precisiones que
orientan la vida y el quehacer educativo de la Universidad Católica
de Colombia, por un querer propio de sus fundadores 2 , y del cual
no nos podemos sustraer.

Para poder desarrollar el fundamento de su misión, la Universidad


Católica, fiel al sentir de la Iglesia, ha querido adoptar, como
principio básico, un sistema de pensamiento filosófico, que le
permita desplegar toda su actividad educativa según sus fines

2
La declaración que contiene los Estatutos de la Universidad Católica de
Colombia, establece que el fundamento de nuestra Misión institucional es
Cristo; considerando a la Iglesia Católica como maestra, de la cual se declara
adicta y fiel a sus principios y enseñanzas.
4

misionales, y vivenciar sus compromisos; ese sistema de


pensamiento es el del realismo metafísico; sistema para el que la
ecuación inteligencia-cosa y voluntad-bien, a la que aludía ut
supra, no está invertida, puesto que para el realismo, el eje sobre
el que gira la reflexión filosófica no es el sujeto, sino el ser. La del
realismo, es un tipo de filosofía que no es “antropocéntrica”, en el
sentido de ser una “filosofía del sujeto (sub-iectum=lo que está
debajo)”, sino que es ontocéntrica –filosofía del ser-, en la cual,
no se minusvalora al hombre, sino que, por el contrario, visto
como persona, tiene un puesto muy importante dentro del conjunto
de los demás seres, por la posesión de las potencias superiores de
la inteligencia y la voluntad, que le permiten ser dueño de sí y
principio de sus propias acciones, tal como lo afirma Tomás de
Aquino en el prólogo de la segunda parte de la suma teológica. De
allí, que en la Universidad Católica de Colombia, no se compartan
ideas tan difundidas hoy en día, como la de la “neutralidad ética”
cuyo basamento es una libertad de indiferencia; ni la del
“imperativo del relativismo” –o “Dictadura del relativismo” como la
llama J. Ratzinger- respecto de la verdad.

Lo anterior, no significa que en nuestra institución se tenga una


mentalidad cerrada al diálogo, ni a la aceptación de lo plural; ni
mucho menos, que se atente contra la universalidad del
conocimiento, que hoy en día se predica con tanto ahínco, como
algo propio de la universidad; todo lo contrario, la búsqueda de la
verdad nos da apertura a los otros; nos lanza alcanzar el mayor
conocimiento posible; nos invita a contrastar y a debatir; pero
siempre con ese espíritu de apertura a la verdad y al bien, que es
propio de un realista.

Ciertamente, la vía escogida por nuestra institución, es pedregosa,


toda vez que, como dice Xavier Zubiri (1987), el hombre de hoy
5

vive una de sus peores tragedias porque considera que la verdad


le es algo añadido, le ve como algo ajeno. Esto ha conducido a
hacerle perder su valor; asistimos a la “prostitución de la verdad” -
dice el ilustre filósofo español-, con lo cual se termina
desnaturalizando al hombre porque el ser humano está henchido
de realidad y, sin ella, vive enajenado, fuera de sí. Zubiri resalta el
hecho de que las cosas tienen su “de suyo”, que no depende del
sujeto que las piensa. Pero a la vez, resalta el papel del hombre
que, gracias a su inteligencia, puede conocer ese “de suyo” que –
repito- le pertenece a las cosas y no a él y, con ello, avanza en el
despliegue de esa tendencia que le es natural: la de la búsqueda
de la verdad. Camino pedregoso, porque actualmente, decir que
la verdad y el bien existen con independencia del sujeto –individual
o colectivo-, despierta una actitud casi xenofóbica, en muchos. En
efecto, los altos niveles de violencia que genera esa actitud
egocéntrica e individualista heredada del idealismo moderno y que
es vivida por una buena parte de nuestra sociedad, se hacen más
fuertes frente aquellos que no comparten esa manera de ver las
cosas; por eso, a quienes hablan de la existencia de la verdad
referida a la realidad y no como un mero producto del
pensamiento, se les tilda de “antidemócratas”, “antipluralistas”,
“personas de mente cerrada, anacrónica y anquilosada”, lo cual,
por demás, constituye una abierta contradicción en la que incurren
los seguidores de esta manera pensar porque, si se declaran tan
demócratas y pluralistas ¿cuál es la razón para no aceptar una
manera de ver las cosas distinta de la de ellos?

Este escrito, pretende dar cuenta de las razones por las cuales la
opción por el realismo filosófico, hecha por la universidad Católica
de Colombia, es válida; y busca mostrar las consecuencias que
tiene para toda la comunidad educativa -con nosotros a la cabeza
como Departamento de Humanidades-, el haber hecho esa opción,
6

a través de la caracterización de los dos sistemas: idealismo y


realismo. Para ello, el escrito se halla estructurado en dos partes
fundamentales: en la primera abordo la posición del realismo
metafísico frente a los dos grandes problemas filosóficos: el del
conocimiento y el de la moral; en la segunda, lo hago desde la
perspectiva del idealismo moderno. Al final, muestro algunas
conclusiones importantes de esta reflexión para nuestra vida de
Universidad. De manera transversal, en todo el escrito, se ponen
de presente las múltiples razones que han hecho que nuestra
institución vea en el sistema filosófico del realismo, aquel que
posibilita el desarrollo de su fundamento misional: Cristo.

1. El realismo metafísico y su posición frente a los dos


problemas fundamentales de la filosofía: el gnoseológico
y el moral

El ser humano es un ser de inteligencia y voluntad. Esa es una


realidad que reconocen, tanto idealistas como realistas. Esas dos
facultades, al operativizarse, constituyen los dos movimientos
fundamentales de nuestra vida como personas, los cuales, a la
vez, plantean los dos grandes problemas del pensamiento
filosófico: el primero que refiere a la pregunta por la realidad y la
penetración que tiene el conocimiento humano en ella; el segundo,
que refiere a la actividad práctica e indaga sobre la dirección que
debe tomar el actuar para constituir una acción auténticamente
humana.

Ahora bien, la realidad nos muestra con sus evidencias, que la


cuestión del conocimiento y del ser, son inseparables, al punto que
forman un único problema. Por eso, hablar del valor del
conocimiento, no es otra cosa que referir al ser. Tan intricada es
esta relación conocimiento-realidad, que, como el objeto de la
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inteligencia es el ser, si éste se pierde, se pierde –nada más y


nada menos- que el valor mismo de la inteligencia. Decir que el
objeto de la inteligencia es el ser -la realidad existente-, es afirmar
que el hombre tiene un llamado o vocación especial respecto de
dicho ser; está para su contemplación y penetración, buscando el
mínimo de deformación en la realización de dicha tarea.

Una vez el ser penetra la inteligencia, le impone un deber –su


deber ser- a la voluntad, es decir, a la actividad práctica. Por eso,
la vida moral del ser humano es el resultado de la exigencia misma
del ser. Vistas las cosas de otra manera, el ser termina vaciado y,
con él, el hombre que queda atrapado en su pura inmanencia,
haciendo de la realidad, una mera proyección de su pensar, tanto a
nivel teórico como práctico.

A esa actitud, a ese espíritu de “sometimiento” al ser, de un “estar


atenido” a la realidad, sin considerarla como una proyección de la
propia subjetividad, se le llama realismo metafísico. Esta filosofía
ha encontrado en el curso de la historia innumerables filósofos que
se han inspirado en ella; los dos más grandes son, quizá,
Aristóteles y Tomás de Aquino. Por eso, a este realismo también
se le conoce con el nombre de “realismo aristotélico-tomista” 3 .
3
La Iglesia Católica, de la que nuestra universidad se declara fiel
discípula, ha visto en la figura del Santo Tomás, un maestro, un apóstol
de la verdad. León XIII, en el año de 1880, lo declaró patrono de todos
los estudios católicos; Pío XI, en 1923, publicó una encíclica sobre él, la
Studiorum Ducem. Allí impera que «se tenga a Santo Tomás de Aquino
como guía principal en los estudios superiores». Además, agrega que «
tomen especialmente nuestros jóvenes por dechado a Santo Tomás,
para imitar las grandes virtudes que en él resplandecieron: la humildad
principalmente, fundamento de la vida espiritual, y la castidad.
Aprendan de este hombre de sumo ingenio y ciencia a huir de toda
soberbia de ánimo: a implorar con oración humilde abundancia de luces
del cielo en sus estudios”. Y Juan Pablo Segundo lo declaró “Doctor
8

Hoy en día, ningún filósofo medianamente serio y responsable,


hace una afirmación menospreciativa respecto de la filosofía
antigua o medieval. Es claro ahora, que entre cada una de las
etapas de la historia de la filosofía existe una estrecha relación
que las hace prácticamente inseparables. Eso, nos ha permitido
volver a estudiar con profundidad las etapas anteriores a la
modernidad y descubrir el hontanar de sabiduría que se encuentra
en su manera de filosofar y de interpretar el mundo. Se trata en el
fondo, no de aceptar, sin más, uno u otro tipo de filosofía, como si
constituyeran un cuerpo indubitable de proposiciones que haya
que repetir de manera acrítica, sino de captar y aprender de su
manera de ver la realidad, de penetrar en ella, de estudiarla, lo
cual tiene, sin duda, un “valor permanente y actual”. (Copleston,
1999, p. 16) 4 .

La modernidad nos legó la idea de que la concepción del mundo


verdadera es la que proporciona la ciencia y no la filosofía, de
suerte que el papel del filósofo se limitó a la aclaración de
proposiciones y términos; analizar y aclarar, pero no trabajar por
alcanzar la verdad acerca de la realidad, cosa que sí enseña y por
la que propende, el realismo aristotélico-tomista, cuya metafísica
no es la de aquellos que parten de a prioris que dan información
fiel e indubitable sobre el mundo, sino la que enuncia

humanitatis” en 1980, refiriéndose a él como el maestro que necesita la


humanidad y muy especialmente, la actual.

4
Ahora me viene a la memoria mi profesor de filosofía medieval que,
constantemente recordaba un discurso dirigido por el Papa Pío XII a
los alumnos de varios seminarios en el año 1939, en el que les
decía: “La recomendación de la doctrina de Santo Tomás no suprime, sino
que excita más bien y dirige la emulación en la investigación y divulgación de
la verdad”. Eso fue el Aquinate: un hombre buscador de la verdad y del bien.
9

proposiciones generales sobre las cosas que nos son dadas en la


experiencia; así, da cuenta de la estructura esencial de las cosas.
De esta manera, la metafísica no es otra cosa que el esfuerzo del
intelecto humano por alcanzar la unidad, por realizar su vocación
de verdad. Por eso, su objeto primerísimo no es el establecimiento
de axiomas indubitables de los cuales se pueda deducir verdades
absolutas sobre las cosas; todo lo contrario, su objeto es tratar de
comprender la existencia de las cosas finitas y, por esa vía, llegar
a preguntarse por sus razones finales, por la realidad última, por
Dios.

Esta visión general de la filosofía y del papel de filósofo, que tiene


el realismo metafísico, posee un valor permanente, porque su
manera particular de ver las cosas, surge de una tendencia
natural humana, que es ajena a otras especies: el deseo de
comprender la experiencia, el mundo; de comprenderse a sí
mismo. Tendencia que es evidente: el hombre se pregunta por las
cosas (indaga por el qué); busca hallar sus causas (pregunta por el
“por qué” y el “de dónde”); busca comprender su sentido
(cuestiona sobre el “para qué”); y para ello, busca un método de
acceso a ellas (inquiere por el “cómo”). Pero si esas cosas se
consideran un mero producto de su mente, de su pensamiento, el
hombre termina encerrado en sí mismo, en su propia inmanencia,
y vaciado, en definitiva, de su propio ser.

El realismo metafísico es pues, un sistema filosófico que nos


muestra un camino para aprehender la realidad; en el ejercicio de
esa labor, no emplea como punto de partida, la deducción; eso lo
hacen los metafísicos racionalistas que parten de axiomas puros.
Ni Aristóteles, ni Tomás de Aquino, concebían la existencia de
ideas innatas o puras, a partir de las cuales se pudieran hacer
deducciones siguiendo el modelo matemático. El realismo da un
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papel determinante a la experiencia en el conocimiento humano,


pues le considera la forma primaria del mismo; pero a la vez,
subraya la importancia de la potencia cognitiva humana que es
capaz de hacer surgir ideas abstractas, conceptos, juicios,
raciocinios, argumentos; eso sí, siempre teniendo presente que el
objeto de la inteligencia es hallar la naturaleza de la cosa material
(Tomás de Aquino, ST I, 79, art. 2 et ST I, 88, art. 3). Por eso, ni
el empirismo, ni el racionalismo, agotan las posibilidades de la
inteligencia humana.

En ese orden de ideas, para el realismo, si bien la reflexión que


hace el hombre producto de su racionalidad es importante, ella no
es fuente primigenia de conocimiento, como sí lo es la percepción
sensible. Y dentro de esa percepción, está una muy importante: la
del yo. El yo se hace consciente de sí, en la medida en que percibe
cosas distintas de sí y se da cuenta de que esos actos son suyos.
Por eso, para la concepción aristotélico-tomista, no hay intuición
directa del yo como tal. El hombre percibe que vive y existe por el
hecho de que percibe que siente, que comprende algo, lo cual es
anterior a comprender que se comprende. En términos del
Aquiante: “la conciencia de que percibo, depende mi percibir algo”
(Tomás de Aquino, De veritate 10, 8). Lógicamente, Tomás no se
refiere en este aparte de esta quaestio disputata , al conocimiento
de la naturaleza del yo, lo cual implica una segunda reflexión. Se
refiere es al “conocimiento de la existencia del yo”.

Esta concepción de la manera como el hombre conoce, revela una


antropología unitaria, que es fundamental dentro del realismo: el
entendimiento depende de los sentidos para la adquisición de
ideas y conocimientos. Aquí, no cabe ningún tipo de innatismo de
ideas; pero sí, las proposiciones evidentes de suyo; los llamados
principia per se nota, que son necesariamente verdaderos en su
decir de la realidad. Dice Tomás de Aquino: “Es propio de la
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naturaleza intelectual humana el conocer inmediatamente que el


todo es mayor que la parte, adquirida la noción de todo y parte; y
lo mismo sucede con los demás principios; mas el conocimiento de
lo que es parte y todo le viene de las especies inteligibles
recibidas de los objetos externos”. (Tomás de Aquino ST, I-II, 51,
art. 1). Esto significa que, incluso los primeros principios, se
conocen por los sentidos; aquí se ve que claramente que el
realismo metafísico no es deductivista; no parte de proposiciones
evidentes de suyo, para hacer derivar de allí verdades
incontestables. Así, la actividad del metafísico es la de comprender
los datos de la experiencia, considerando las cosas en su aspecto
más amplio; y este proceder, le va orientando hacia el
conocimiento de Dios. Por ende, ser realista metafísico es buscar
ahondar en la estructura categorial de la realidad, sin hacer
abstracción de la realidad.

De otra parte, en ese proceso de adquisición del conocimiento, el


hombre cumple una tarea activa de gran importancia; tan
importante, que gracias a esa actividad humana, la metafísica y la
ciencia son posibles; sin ella, no. El hombre, gracias a su potencia
intelectiva, conoce, interpreta, desentraña y relaciona los datos
que le llegan de la experiencia. El metafísico, a partir de esos
datos, despliega toda una actividad intelectual superior, mediante
la elaboración de imágenes, conceptos, juicios y raciocinios, que le
permiten comprenderla mejor en sus estructuras y fundamentos.
Por esa razón, la metafísica no es una talanquera para la ciencia;
y, así mismo, el desarrollo de la ciencia no vuelve a la metafísica
algo superfluo, sino que el conocer como son las cosas en
particular, ayuda a conocer sus principios estructurales.

De allí que yo esté convencido de que la ciencia, sea uno de los


más grandes aliados del realismo: ella aporta al filósofo el
conocimiento de la realidad particular, sin el cual el cual es
imposible filosofar, a menos que por filosofar se entienda
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elucubrar; y el filósofo da al científico principios heurísticos


generales que orientan su labor y la dotan de sentido. La ruptura
entre la ciencia y la metafísica, que es otra herencia de la
modernidad, nos tiene hoy en riesgo como humanidad, pues, como
bien se dice de manera recurrente: la ciencia sin conciencia, es la
ruina del hombre 5 .

El análisis metafísico sobre el hombre, nos invita a pensar en que


su inteligencia tiene una finalidad, se una inteligencia para algo:
para aprehender lo inteligible, esto se, para aprehender la
realidad, pues toda la realidad es inteligible; y como su inteligencia
es encarnada –insisto con ello en la antropología unitaria propia
del realismo-, el hombre requiere de la percepción sensible para la
adquisición del conocimiento 6 . Y una vez se tiene el contacto
empírico, empieza el hombre a hacer trabajar facultad racional.

5
La reflexión que hace el filósofo sobre los datos de la experiencia, lo lleva a
Dios, visto, no como una Idea, sino como un ser REAL. Por eso Tomás de
Aquino insiste en que la metafísica –que estudia la realidad, el ser- conduce a
Dios. Por ejemplo, la reflexión atenta respecto del significado de la
generación y corrupción de las cosas, revela su relación de dependencia con
algo que no es ellas mismas, algo que las trasciende. Las pruebas de la
existencia de Dios de Tomás de Aquino son el resultado de su análisis
metafísico: “todos los agentes cognoscitivos conocen a Dios implícitamente en
todo aquello que conocen” Tomás de Aquino, De veritate 22, 2, ad 1.

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“Nuestro conocimiento natural tiene su principio en los sentidos y, por eso,
sólo puede alcanzar hasta donde puede llevarle lo sensible” (Tomás de
Aquino, ST., I, 12, 12) “Lo que no cae bajo la actuación del sentido tiene la
imposibilidad de ser aprehendido por el entendimiento humano, sino en tanto
es deducido de lo sensible” (Tomás de Aquio C.G., I, 3).
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Es justo en el acto de aprehender la realidad, que el hombre se da


cuenta de que tiene una vocación a la verdad; verdad que se
predica primariamente de la proposiciones y, por eso, no hay duda
de que la verdad del conocimiento, es un resultado de la actividad
de la inteligencia. Sin embargo, no es cualquier resultado; es el
resultado que dice de la cosa lo que ella es – verdad de la cosa -. Si
yo digo: “en este momento estoy en un zoológico”, es claro que el
juicio que hago es producto de mi entendimiento; pero eso no
significa que el juicio sea verdadero, que esté diciendo la verdad:
se requiere ir a la realidad para corroborar si es así o no ( veritas
est proportionem eius ad rem ), pues a la naturaleza del
entendimiento pertenece el conformarse a la realidad, a las cosas
(Tomás de Aquino De veritate I, 9). Por eso, para el realismo la
verdad sí existe; no es relativa, pues no está en el acto del
entendimiento, sino en las cosas mismas; y se dirá que un juicio
es verdadero, siempre que haya conformidad entre dicho juicio y
la realidad (verdad).

El darse cuenta de lo dicho, no es algo restringido para los


filósofos: el hombre común y corriente lo sabe. El filósofo no tiene
ningún medio extraordinario para demostrar la existencia de la
realidad; no necesitamos ninguna otra garantía de nuestra
capacidad para alcanzar la verdad, como no sea el hecho de que
realmente la alcanzamos cuando decimos de las cosas lo que ellas
son y no lo que ellas no son. Aunque vivió cuatro siglos antes que
Descartes, Tomás de Aquino en un texto del De Veritate (10, 12)
da respuesta al famoso “cogito ergo sum” cartesiano, diciendo que
aunque uno pueda dudar de que su existencia no es real, nadie le
da su asentimiento, porque lo ven . Eso de empezar por un
entendimiento del yo, y luego probar la existencia de cosas
distintas a mí, es un procedimiento artificial propio del idealismo y
no del realismo.
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Ahora bien, uno puede pensar que ha alcanzado la verdad sobre


algo que ha percibido y, sin embargo, puede que ello no sea cierto.
Es un hecho real, que muchas veces enunciamos proposiciones
falsas, creyéndolas verdaderas, lo cual muestra que el error, al
momento en que entramos en contacto con las cosas por medio de
los sentidos, es posible. No obstante, el que haya dicha posibilidad
de errar, no significa que los sentidos nos engañen en todo
momento, pues eso llevaría, indefectiblemente, o al escepticismo
(actitud que, desde mi perspectiva, deviene como contra-natura,
dada la tendencia natural a la verdad que tiene el hombre) o al
inmanentismo del sujeto, que se presenta como el único ser capaz
de dar unidad, orden, síntesis, al caos que nos viene producto del
contacto con la experiencia. Para el realismo, cuando hay error
en lo que se percibe, lo que hay que hacer es seguir buscando
(facientes veritatem ) hasta hallar la verdad. El camino propuesto
por Tomás de Aquino frente a estas situaciones de duda, es el de
la resolución a los primeros principios, entre ellos, el más
importante, el de ir a las cosas mismas, mediante los sentidos (De
Veritate 12, 3); luego vendrán los principios de la lógica.
Pongamos un ejemplo para evidenciar la verdad de lo dicho: veo a
lo lejos y creo que viene una moto; empero, no estoy cierto de si
es una moto o es otra cosa, como una bicicleta o un triciclo. ¿Qué
he de hacer? La respuesta es sencilla para alguien con espíritu
realista: pues ir a mirar bien qué es lo que viene y se acabó el
problema. Y cuando la veo bien y la palpo, sé que es una moto y
no una bicicleta; y lo sé porque hay cosas en ese ser –llamado
moto- que subyacen, de las cuales cualquier persona normal puede
darse cuenta, y en las que el metafísico repara; esas cosas, me
permiten diferenciar ese ser “moto”, de otros seres como la
bicicleta y el triciclo. No olvidemos nunca que filosofar es reparar
en las cosas cotidianas; es atenerse a la realidad; comprenderla,
penetrarla; es buscar la verdad mediante un esfuerzo paciente y
constante. Filosofar no es vivir en un mundo eidético, producto de
la propia fantasía, al que algunos creen que puede entrar
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enajenando la mente. Eso lo repito constantemente, cuando dicto


clase a los alumnos de primer semestre de filosofía.

En este sentido, Copleston (1960, p. 54) afirma: “Santo Tomás


sentiría gran compasión por los filósofos modernos que examinan
con la ayuda del lenguaje qué es lo que se pregunta cuando se
pregunta si todo lo que consideramos conocimiento no es otra
cosa, si toda percepción sensible no es algo ilusorio, si toda
experiencia no es un sueño….”. Yo creo, como persona que ha
dedicado sus últimos años al estudio del pensamiento de Santo
Tomás, que estas apreciaciones de Coplestos, son verdaderas; y lo
son porque para el de Aquino, en el conocer algo, sabemos que
conocemos; las cosas son cognoscible; y son cognoscibles pues
tienen ser, y el ser es inteligible, lo cual se revela en el acto mismo
de conocer. Por eso, Tomás de Aquino tuvo la convicción de que el
entendimiento avanza en la investigación de la realidad de manera
confiada, sea en la ciencia o en la filosofía; y eso, lo ha convertido
en uno de los pensadores más importantes de la historia de la
humanidad.

El realismo metafísico constituye, así, un sistema filosófico en el


que la realidad se impone al entendimiento y no en el que el
entendimiento impone un sistema a la realidad, tal como sucede
con el idealismo moderno. Ese entendimiento, una vez capta la
realidad, impera sobre la voluntad, es decir, sobre la actividad
humana práctica, sobre la vida moral. De allí que el realismo
proclame con gran fuerza ante las lamentables circunstancias
actuales, que la vida moral del ser humano es el resultado de la
exigencia misma del ser, y no un mero producto de una autonomía,
hoy por hoy, muy mal entendida. En efecto, para el realismo, el
bien -así como se ha referido respecto de la verdad-, no depende
del sujeto; lo bueno es aquello que contribuye a la plenificación de
las potencias humanas y, por eso, se presenta como algo querido,
apetecido. Se trata de un heteronomismo moral, en el cual, el ser,
16

con sus exigencias, determina lo moralmente bueno. Allí, la


voluntad quiere (volo-vis-vult=querer) aquello que le presenta el
entendimiento y que lo hace trascender como humano. Es una
voluntad insertada en el ser a través de la inteligencia y, por eso,
es una voluntad que tiene como telos al mismo Dios, que es el
sumo bien. De allí que inteligencia y voluntad, desde el realismo,
además de formar una completa unidad, tienden al ser
sobrenatural, de suerte que la plenitud ontológica del hombre se
logra integrándose a Dios (Tomás de Aquino C.G, I, 4).

Esta relación entre la metafísica y la ética, nos muestra que el


perfeccionamiento moral, es un estadio de la totalidad del
movimiento del hombre hacia el desarrollo y perfección de su ser.
Dentro de esta manera de concebir las cosas, los valores no son
meros ideales de comportamiento, ajenos y distantes de la realidad
humana; al contrario, ellos se fundan en la realidad misma del
hombre como único ser capaz de buscar la felicidad, de suerte que
el mal moral, así como la ignorancia, constituyen una doble
oscuridad para el hombre; doble oscuridad que termina siendo un
no-ser y, por eso, debemos trabajar incesantemente por la verdad
y el bien, cuya consecución sí es posible (Cárdenas y Guarín,
2006). ¡Cuánta falta nos hace hoy en día tener presente esta
realidad!, porque vivimos en un mundo consumido por el
relativismo gnoseológico y moral y, en el cual, constantemente
escuchamos voces que nos quieren hacer creer que nuestra
realidad humana, nuestro ser, se muestra en lo que es, cuando se
vive sumergido en los vicios. Por eso, para justificar la propia
conducta, son de frecuente uso frases como las de “¿no ve que soy
humano?”. Con ello, no estoy diciendo que el hombre sea
perfecto; estoy aseverando que su ser le exige trabajar por la
perfección, porque allí está su verdadera felicidad y porque, desde
la perspectiva cristiana que ha acogido la Universidad Católica, al
ser imagen y semejanza de la perfección divina, está llamado a
ella.
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2. La posición del idealismo moderno

El otro gran sistema filosófico de la historia del pensamiento, es el


idealismo; un sistema para el que el mundo exterior existe por
cuenta del sujeto pensante; un sistema que se centra en el nosse
(conocer) y no en el esse (ser); una filosofía en la que la
inteligencia humana está impedida para conocer las cosas en sí y
en el que el valor del conocimiento, no se halla en su conformidad
con la realidad, sino en el conocimiento mismo, que opera como un
tribunal que juzga lo que puede conocer la razón,
independientemente de toda experiencia (Gilson, 1974).

Para caracterizar el idealismo –tomando un criterio convencional-


voy a referirme, de manera sucinta, a la filosofía cartesiana y a la
filosofía kantiana. Sin lugar a dudas, Descartes con su “ cogito”,
introduce en el orden gnoseológico y moral un cambio respecto de
lo que hasta él, se venía sosteniendo mayoritariamente en
filosofía, tanto en el método, como en la noción misma de
conocimiento, y que va a ser desarrollado por una buena parte del
pensamiento posterior a él, especialmente, por Inmanuel Kant a
quien se le llama, por parte de algunos, el “gran pedagogo” del
idealismo.

Descartes, que era más un matemático que un filósofo, encuentra


en la duda el camino para hallar la verdad clara y distinta que le
permitirá re-fundar la filosofía; por eso, se muestra dubitativo aún
respecto de lo más evidente, con lo cual, en su pensamiento se da
una ruptura con la realidad, de suerte que es en la conciencia pura
–inmanente-, en donde se decide y resuelve la suerte del ser. La
antropología cartesiana es dualista; nos muestra un hombre
“subordinado” a la inteligencia y subsistente por ella; incluso llega
18

a definirlo en la cuarta parte de su discurso, como una substancia 7


pensante. Se inaugura así, una nueva etapa de la historia del
pensamiento humano –no creo que sea un simple cambio de
énfasis-, en la que ya no será el ser quien determinará a la
inteligencia y a la voluntad, sino al revés: la inteligencia, desde su
propia inmanencia, será la que gobierne y dictamine sobre el ser.
Con la filosofía cartesiana, se pierde el valor ontológico del
conocimiento; el subjetivismo se abre paso; la inteligencia queda
encerrada en sí misma porque sacrifica el ser, que es, nada más y
nada menos, su propio objeto, su razón de ser.

La incidencia de esta manera de filosofar en la orientación del


pensamiento moderno, ha sido fundamental; sobre todo en la
actitud, en el espíritu que la anima. Nadie duda de la noble
intención que tenía Descartes: “salvar la inteligencia”, y dar a la
filosofía y a la ciencia unas bases inquebrantables. No obstante,
dicho esfuerzo, si bien ha arrojado algunos resultados positivos en
lo que tiene que ver con el avance la ciencia, ha dejado secuelas
respecto de la indagación filosófica sobre el hombre, el
conocimiento, la verdad, el bien, Dios, etc., que, sin temor a
equivocarme, constituyen toda una tragedia que hoy tenemos que
vivir. La idea realista de que la inteligencia es una facultad
incapaz de pensar nada, si no es apoyada en el realidad extra-
mental, distinta del propio pensamiento, con lo cual se muestra un
espíritu en el filosofar que va de afuera hacia adentro, es
reemplazada por la idea de que la inteligencia es la que proyecta e
ilumina el ser; se trata de una filosofía de adentro hacia fuera y no
de afuera hacia adentro. Lógicamente, esa actitud, conlleva el
problema de establecer el lazo de unión entre el sujeto pensante y
el objeto pensado; en el caso de Descartes, él construyó ese
7
Como lo refiere acertadamente R. Verneaux en su texto sobe la historia de la
filosofía moderna, el hecho de que Descartes aún hable de substancia muestra
que allí, en los albores del idealismo moderno, aún se conservaba la idea de
que la inteligencia humana puede ir más allá del fenómeno, puede ir al ser.
(Verneaux, 1984, p. 25)
19

puente sobre la veracidad divina, pero una veracidad de la que la


misma inteligencia es autora, porque ella construye sus propios
objetos. Dios empieza a ser, a partir de este momento, un
producto más de la mente humana, una idea; o, en el mejor de los
casos, un “algo” al que se le puede tener fe, pero al que no
podemos conocer porque escapa a lo observable, medible,
cuantificable, que desde este instante de la historia, será lo que
interesa al conocimiento, que se vuelve conocimiento científico.
Esa desarticulación hombre-ser que se comienza a fraguar con
Descartes y que va a caracterizar al idealismo moderno, terminó
aislando al hombre de todo contacto real con el orden superior y
sobrenatural.

Comienza así, una nueva era en la filosofía que pone al hombre, a


su pensamiento, como fundamento de las cosas: una filosofía del
sujeto; una filosofía gnoseológica que rechaza abiertamente
cualquier esfuerzo metafísico por considerarlo inocuo e
improductivo. La concepción de que idea-objeto formaban una
unidad, y de que las sensaciones, las imágenes, los conceptos, los
juicios, los raciocinios, eran medios para penetrar el ser, propia
del realismo, se sacrificó. El espíritu ontológico mutó en espíritu
trascendental, tal como lo llamará Kant.

Quienes han acuñado ese espíritu propio del idealismo, ven en


quienes hablan de la verdad y del bien como realidades
independientes del sujeto, una actitud dogmatista. El propio
Descartes decía de la escolástica, que allí predominaba el
dogmatismo. Por eso, en una actitud de auténtica veneración por
las matemáticas en las que veía el prototipo del conocimiento
humano, y buscando despojarse de todo conocimiento inseguro,
duda de los sentidos, duda de lo que le enseñaron, duda de los
libros e, incluso, duda de su propia existencia, de la cual sólo
puede tener certeza porque piensa. Como método, el ejercicio
20

cartesiano es válido; empero, al ser contrastado con la realidad,


Descartes se derrumba. Y no es que el realismo filosófico reste
importancia al valor de la duda en filosofía; lo que pasa es que ese
dudar tiene sentido en la medida en que se desprende de un objeto
porque no hay actividad de la inteligencia que no se apoye en el
ser; sin el ser la duda es vana; el dudar supone la realidad. A la
postre, si Descartes hubiera sido realmente riguroso y coherente
con su método, también hubiera tenido que dudar de que
“pensaba”.

Los frutos del idealismo se reflejan en las tendencias positivistas,


subjetivistas y pragmatistas que emergen, cada vez con más
fuerza. El positivismo que, centrado en los hechos y sus
relaciones, en lo particular, se empeña en mostrar la esterilidad de
los esfuerzos de la razón humana por alcanzar los universal y
necesario; el subjetivismo que hace depender la verdad de las
leyes psicológicas del pensamiento humano, convirtiéndola en un
mero parecer del sujeto; el pragmatismo que vuelve a la práctica,
al contexto, a la suma de subjetividades, el criterio máximo de
verdad y de bien. Asistimos al descrédito de la filosofía pues no
sigue el camino riguroso y seguro de la ciencia. (García Morente,
1982)

Muchos plantean como solución a esta desorientación de la


filosofía, una “vuelta a Kant”. Sin embargo, los realistas sabemos
que volver a Kant es volver sobre el mismo espíritu que condujo a
la pérdida de órbita. En el filósofo Alemán, se evidencia la postura
de recelo, duda, y crítica respecto de la realidad. Una mente que
puede incurrir en contradicciones y unos sentidos que engañan,
tal como lo plantea Kant, no pueden darnos cuenta de la realidad.
En fin de cuentas, fue el propio filósofo de Königsberg el que vio
en la ciencia una tabla de salvación para el conocimiento
espontáneo e inseguro que brindaban otros tipos de saber. A
través de un profundo esfuerzo reflexivo, Kant busca representar
21

la realidad verdadera; ese “representar” significa que el objeto de


la inteligencia ya no será más el mundo sensible, al que considera
aparente; ese objeto será el conocimiento que de ese mundo se ha
adquirido y el método para alcanzar tal finalidad. Por eso, también
en Kant, como en Descartes, la filosofía deja de ser “filosofía del
ser” y se vuelve “filosofía del sujeto”.

No sería honesto dejar de reconocer que las nociones de proceso y


progreso de las ciencias y de la historia, se le deben a esta forma
de filosofar; tampoco sería justo el negar su profundo esfuerzo por
alcanzar una unidad sistemática del conocimiento humano, hoy
puesta en riesgo por el excesivo pluralismo y relativismo. Empero,
fue el idealismo kantiano el que, atacando la actitud de quienes
pretenden conocer el ser sin previamente hacer crítica de la
posibilidad de conocer, nos sumió en una filosofía que terminó
prescindiendo de dicho ser.

Kant, al distinguir el origen de los juicios singulares del origen de


los analíticos (los unos son productos de la experiencia, los otros
no), enfatiza en que el conocer es un acto o proceso psicológico
de elaboración; y el conocimiento, es el resultado de esa
elaboración. A él le va a interesar el resultado y no la facultad. La
crítica kantiana, que, entre otras cosas, separa el conocimiento de
la moral, va a demostrar que los principios de la ciencia
(matemática y física, estética y analítica trascendental,
respectivamente) son condiciones a priori del conocimiento, a la
vez que son, condiciones del objeto . Con esto, se eleva a su
máximo nivel el inmanentismo del sujeto, toda vez que los
principios sintéticos a priori, fundan la ciencia y la realidad misma.
Por eso, con Kant desaparece el concepto de trascendencia del ser
y aparece el de la trascendentalidad del sujeto. Trascendental
significa que las propiedades de una cosa, o mejor, de un objeto
(ob-jectum=una cosa es aquello que es para el sujeto), pertenecen
22

a él porque pertenecen al conocimiento que de él se tiene; a partir


de este momento no habrá mas ser que el “ser percibido”. Y si las
propiedades de un objeto le pertenecen porque pertenecen al
conocimiento que de él tenemos, quedamos encarcelados en las
categorías del sujeto que conoce.

Kant afirma en los albores de su Crítica a la razón pura: “No cabe


duda de que todo nuestro conocimiento comienza con la
experiencia”, lo cual nos haría pensar de él que es un realista;
empero, luego añade: “pero eso no significa que todo él se origine
en la experiencia”, con lo cual se lanza a buscar el origen del
conocimiento en una realidad distinta de la experiencia, hallándolo
en el pensamiento humano, con prescindencia del ser (Kant, 1977).
El conocer algo para Kant, no es captarlo a partir de la
experiencia; es referirlo al concepto al que pertenece; es
reconocerlo –como diría Platón-, descubrir en él, el concepto. El
filósofo Alemán dirá, entonces, que conocer es hacer conceptos,
pero con independencia del ser mismo de las cosas de las que sólo
podemos captar apariencia, disgregación, fenómeno.

La sensación, para Kant, es producto de impresiones subjetivas,


por eso, no nos da un conocimiento necesario y universal. La
ciencia, sí nos da ese conocimiento universal y necesario, pero lo
hace, porque ella está informada por las intuiciones puras del
espacio y el tiempo. Así, el verdadero objeto del conocimiento no
es la realidad que captamos primeramente por los sentidos, sino
un “algo” al que se le atribuyen impresiones sin confundirse con la
suma de ellas; un “algo” gracias al cual, las impresiones se
enlazan, se dotan de sentido; eses “algo” da unidad sintética a las
sensaciones (Vid. García Morente, 1982). Por eso, hablar de
objetividad desde la perspectiva del idealismo kantiano, es hablar
de unidad sintética, del lazo que mantiene y sostiene las
propiedades del objeto, de algo que es producto del sujeto y no de
las cosas. Allí se confunden lo objetivo y lo subjetivo, pues el
23

entendimiento, el pensamiento, es el fundamento o supositum de


la unidad sintética: el ser será en adelante, es el ser pensado, tal
como lo afirmara Parménides en una de sus famosas sentencias.

Unidad, pluralidad, totalidad, realidad, negación, limitación,


sustancia, causalidad, comunidad, posibilidad, existencia y
necesidad, son para Kant las formas primeras de toda objetividad
en general; son las categorías o conceptos puros del
entendimiento. Estas categorías kantianas distan muchísimo de
las categorías aristotélicas porque para el estagirita ellas no son
conceptos puros, a priori, sino conceptos generales sacados de la
realidad misma.

Kant, al enfrentarse a la dificultad de tener que hacer concordar la


realidad con lo que de ella se piensa, acude a la deducción
trascendental que es la unidad concordante de la consciencia
(Verdaux, 1984, p. 156). Como la experiencia sensible muestra
una amalgama de cosas carentes de unidad y orden, el sujeto
pensante se las da; esa unidad y coherencia constituyen lo real y
verdadero. Así, la verdad para el idealismo kantiano sí existe,
pero en el sujeto. Lo real y verdadero es el orden –las reglas- que
son introducidas por el hombre; lo real es el pensamiento, mientras
que el mundo sensible es ilusorio y engañoso.

La sentencia kantiana es paladina: el conocer no es captar la


realidad que nos es dada con independencia nuestra, con
antelación, sino que conocer es pensar la realidad. El
conocimiento sensible nos muestra fenómenos, apariencias; pero
lo que son las cosas en sí, no lo podemos conocer, pues son
ideas. De allí la crítica kantiana a la metafísica; una crítica que ha
trascendido la historia y que hoy tenemos que soportar. Por eso,
cuando hablamos en la Universidad Católica de una opción por el
24

realismo metafísico, se nos ve con cierta prevención. La metafísica


es mera y vacía especulación, pues busca dar a la idea, realidad; y
en cuanto idea, es irreal. La bondad de creer –pues no queda otro
camino que creer- en la existencia de esas ideas, es que ellas
excitan a la consciencia a no saciarse nunca de conocimiento. Las
ideas o cosas en sí no son cognoscibles, pero guían nuestro
conocimiento y, por ende, tienen validez en la actividad espiritual
humana. Será tarea del metafísico de aquí en adelante, ocuparse
de ideas y no de realidades: ideas como la de la inmortalidad del
alma, la existencia de Dios y la naturaleza del universo. Pero a
ninguna de estas tres ideas corresponde intuición alguna, ni pura –
como la del espacio y el tiempo- ni, mucho menos, empírica. Por
ende, la metafísica es una pseudociencia, una ilusión; sus
demostraciones son inaceptables y entrañan sofismas.

Y es en la indagación sobre Dios en donde culminan los vanos


esfuerzos de la metafísica. Como la existencia en Kant depende de
la entrada de la cosa en la unidad sintética –en el pensamiento-,
que sale de la percepción o intuición, y Dios no es intuido, ni
percibido, Dios no es otra cosa que una idea: la idea de lo
omnisciente y omnisapiente; de la absoluta integridad del saber
humano; del principio único y supremo. En cuanto idea, sirve de
norte a la labor del conocimiento, pero no se puede hacer más con
él. En definitiva, es la afirmación según la cual a Dios se le puede
pensar, pero no conocer y, por ende, no nos queda más que
tenerle fe. Ese es, para mí, el más nefasto resultado de la
dialéctica trascedental kantiana, que ahora nos hace vivir en un
mundo sin Dios o con una idea de Dios desfigurada. Ahora queda
mucho más claro el porqué, si la Universidad Católica de Colombia
ha puesto como fundamento de su misión a Cristo –Dios-, no
puede optar por el idealismo filosófico como principio que le
permita desarrollar dicho fundamento.
25

La labor quedó terminada: la crítica de Kant a la metafísica


inaugura una nueva era del pensamiento moderno en donde los
objetos de la metafísica han dejado de ser entes existentes –seres-
y se han vuelto ideas. Así, el conocimiento queda definido como
procedimiento infinito hacia un ideal. Y, como la actividad humana
no es sólo actividad científica sino actividad del obrar, también la
filosofía de Kant llega hasta lo bueno y lo bello, pero no como
dependientes del ser –un ser que no existe realmente según lo
explicado- sino como un simple aprecio o valoración que hacemos
de ciertas cosas, según la idea que tengamos de lo que es ser
bueno o de lo que es ser bello. La armonía que le pertenece a las
cosas y que las hace ser percibidas como bellas, ha desaparecido.
Por eso, vivimos en un completo subjetivismo moral y estético.
Resultado: ahora tenemos que vivir en una sociedad que le rinde
culto a lo feo y a lo protervo.

3. Conclusión

Por las razones expuestas, la Universidad Católica de Colombia ve


en el realismo metafísico, el sistema que le sirve para desarrollar
su fundamento: Cristo, verdadero Dios. Pero un Dios, no visto
como una entelequia, una idea a la que nos entregamos con fe, tal
como lo ve el idealismo; no. El Dios en el que creemos los
realistas es un ser real, que se muestra, que se revela, al que
podemos conocer, pues su divinidad se hace presente en nuestra
humanidad y, por eso, conociéndole, le podemos amar, seguir y
servir. Un Dios al que, además, podemos experimentar en la
oración que nos es una mera proyección subjetiva, sino un
encuentro íntimo entre dos seres reales: Dios y el hombre.

Para nosotros, es claro que el cristianismo no es una filosofía, sino


una religión que busca ligar al hombre con Dios; empero, no lo es
26

menos, que existen filosofías que pueden ser más compatibles


con el cristianismo que otras. No olvidemos que los sistemas
filosóficos perduran o declinan por sus propios méritos o falencias:
“por sus frutos los conoceréis”, como dice el Evangelio. El realismo
muestra sus buenos frutos; el idealismo, no. Lo dicho es
importante para mostrar que el realismo no es parte integrante de
la fe cristiana; sin embargo, es el sistema más compatible con la
vocación sobrenatural del hombre. Un hombre que es persona y,
en cuanto tal, un ser capaz de sentido, de felicidad, de
bienaventuranza, la cual logra en la medida en que, producto de la
educatio de sus potencias intelectivas y volitivas, adquiere la
sindéresis que le hace capaz de ser dueño de sí, principio de sus
propias acciones, y no un mero resultado del medio.

Cuando la universidad católica refiere de manera expresa que uno


de sus compromisos es brindar las condiciones intelectuales para
que sus docentes, administrativos y estudiantes puedan hacer una
opción por Dios, no está buscando otra cosa que formar en cada
uno de nosotros una consciencia clara respecto de lo que son
nuestras facultades intelectivas y volitivas, con sus objetos (verdad
y bien) que no son producto del pensamiento, tal como se ha
explicitado a lo largo de estas líneas. Dar condiciones intelectuales
a los dicentes, es enseñarles a estar apegados a la realidad; a ser
equilibrados; a no dejarse persuadir por discursos fundamentados
en la simple retórica para demostrar su validez; a tener rigor y
exactitud en las reflexiones a fin de ser, no dueños la verdad ni del
bien, sino sus buscadores. Ser un docente o un estudiante
realista, es asumir la actitud de humildad propia de quien tiene un
espíritu de apertura al otro y a las cosas; es tener la convicción de
que el objeto de nuestra inteligencia es el ser y no el conocer y,
por eso, el realista descubre en Dios, en ese ser que se muestra,
aquel de quien es imagen y semejanza, su más grande
bienaventuranza. Eso lo debemos tener claro quienes hacemos
parte de la Universidad Católica de Colombia.
27

La desarticulación de la inteligencia y de la voluntad respecto de la


verdad y del bien, propia del idealismo, condujo a la pérdida de
solidez y fecundidad en la reflexión filosófica, pues el estatuto
epistemológico de la filosofía fue reemplazado por el de la ciencia.
El idealismo moderno reemplaza la verdad por la originalidad y la
celebridad; sustituye el bien, por la autonomía; y sin verdad ni
bien, no hay valor de discernimiento en filosofía; sin el ser hay
carencia de unidad, hay dispersión; el conocer sin el ser no supera
el nivel de la doxa. El hombre moderno, reducido a su
pensamiento, exaltado sobre el ser y sobre el mismo Dios, termina
arruinado y arrojado al mundo de los fenómenos, cerrado a toda
posibilidad de trascendencia: esa prepotencia del hombre, ahora
nos está llevando a la auto-destrucción. Por eso, no nos debe
extrañar el que vivamos en una sociedad de riesgo en donde el
hombre, expoliado de su propio ser, vive en el sin sentido, en la
pérdida de lo profundo, en el empobrecimiento espiritual,
consumido por la técnica, desplegando su autonomía (libertad)
con indiferencia frente al bien o al mal. De allí la importancia que
tiene el que nuestra misión institucional esté centrada en la
persona, concebida, eso sí, desde la perspectiva del realismo
metafísico.

No quiero finalizar esta reflexión sin recalcar una vez más, que el
realismo y el idealismo son dos filosofías de difieren
sustancialmente por su espíritu . Y eso, no es dogmatismo, ni
carencia de apertura. La puerta de entrada al realismo es la
aprehensión del ser como principio primero, en donde la
experiencia juega un papel determinante; la puesta de entrada al
idealismo es la reflexión sobre el conocer, en donde la experiencia
tiene un valor ínfimo (Gilson, 1974). Cada uno de nosotros puede
elegir la puerta por la que quiere entrar. Lo cierto, es que si
pertenecemos a la Universidad Católica de Colombia, estamos
llamados a asumir una actitud existencial que nos lleve a no
28

creernos poseedores de una inteligencia absoluta; a asumir


siempre una actitud humilde y sincera frente a la verdad,
buscándola en las cosas mismas; a “no convertir el conocer en
condición del ser”, como lo hace el idealismo (Gilson, 1974, p. 61).
Nuestra actitud como realistas frente a quienes militan en el
idealismo –que hoy son un gran número, quizá sin ser conscientes
de ello-, no puede ser de temor, ni de alarma. Si los pensadores
son serios, no hay razón para alarmarse. Hemos de estudiarlos, de
examinar lo que dicen con criterio abierto, pero, eso sí,
contrastando siempre sus juicios con la realidad, que es el único
baremo para medir la validez de los mismos , tal como lo hizo
Tomás de Aquino en su tiempo, cuando se acercó al, en aquel
entonces, mirado con recelo, Aristóteles. Lógicamente para poder
hacer eso se tiene que tener plena consciencia de que la realidad
existe con independencia del sujeto que la piensa; de que el ser,
no es algo así como un “virus” que contamina la puridad del
pensamiento; de que los sentidos no nos engañan en todo
momento; de que no existe supremacía del pensamiento sobre la
idea; de que la idea no gobierna y determina el ser, sino que el ser
es quien determina a la inteligencia y a la voluntad, pues “nadie
escapa a la jurisdicción del ser” (Breton, 1976, p. 75).

BIBLIOGRAFÍA

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derecho: Tomás de Aquino diálogo con Kelsen, Hart, Dworkin y
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Copleston, F.C., (1960): El pensamiento de Santo Tomás, Fondo


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29

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García Morente, Manuel (1982): La filosofía de Kant

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Suma Contra gentiles: Texto latino al cuidado de la Orden de
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Suma teológica: Texto latino de la edición crítica leonina con


traducción al español presidida por Francisco Barbado Viejo, O.P.
y dirigida por Santiago Ramírez, O.P., BAC, Madrid, 1954 (16
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Opúsculos:

BAC Maior, Opúsculos y cuestiones selectas, Coordinación Antonio


Ossuna Fernández-Largo, Madrid, 2003. (De Veritate, De regno)

Comentarios:

Tomás de Aquino y Pedro de Alvernia, Comentario a la Política de


Aristóteles, EUNSA, Navarra (Pamplona), 2001 (Traducción y
prólogo de Ana Mallea, notas de Mallea y Celia A. Lértora.)
30

Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, EUNSA, Navarra,


(Pamplona), 2001 (2da edición) Traducción de Ana Mallea, estudio
preliminar y notas de Celia A. Lértora Mendoza.

Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, EUNSA, Navarra


(Pamplona), 2004, Núm. 36 (Vol. I/2), edición preparada por Juan
Cruz Cruz

Comentario al libro VI de la Metafísica de Aristóteles, EUNSA,


Pamplona (Navarra), Lecciones I, II, III y IV (pp. 9-43 de la
traducción).

Vernaux, Roger (1984): Historia de la filosofía moderna, Herder,


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Zubiri, Xavier. Zubiri, X. El hombre y la Verdad. Alianza Editoria,


1987, Madrid, p. 7 ss

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