Intuiciones Milanesas Miller
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Intuiciones Milanesas Miller
No sin una cierta improvisación, tuve allí algunos pensamientos acerca de lo que
nos ocupa en el psicoanálisis, y no quiero dejar de lado ese momento. Así pues, voy a
hacerles partícipes de mis intuiciones milanesas y empezaré a desarrollarlas. Se referían
a las relaciones entre el inconsciente y la política.
Tomé como punto de partida una frase de Lacan extraída de su Seminario "La
lógica del fantasma", que encontré justo antes de mi partida, en una especie de
psicopatología de la vida política que acaba de publicarse aquí. He aquí la frase: “No digo
la política es el inconsciente, sino simplemente el inconsciente es la política".
El que lo cita deja de lado, pura y simplemente, la segunda fórmula, abrupta y
absurda, según él. La primera la acepta, pero, con reservas. Así tiene al menos el mérito
de captar que estas dos fórmulas no son equivalentes. No es: si A = B, B = A. Sí, dice, hay
algo psíquico en la política, pero la política no es únicamente el inconsciente, aunque es
también inconsciente, o fantasmas, sueños, fallos, angustias...
¿Vale la pena citar a Lacan, si es embotando el filo de su frase para extraer de ella
esto tan pobre? Fantasmas, sueños, fallos y angustias, de eso hay dondequiera que esté
el hombre, en la acción y en la contemplación, en las culturas y en las maneras de hacer,
en el Estado o en la sociedad, en la soledad o en la multitud. No queda nada de Lacan
cuando se hace semejante comentario de su frase, cuando resulta manifiestamente que
en esta frase hay un flash, que sorprende al menos un instante antes de desaparecer en
la noche en la que todos los gatos son pardos. Hay en estas frases de Lacan algo que
merecer ser oído, y precisamente esto es lo que amputa el comentario al que me acabo
de referir.
Ahora bien, el agalma de este dicho es una fórmula, "El inconsciente es la política".
Y al menos se puede observar que es una fórmula que, por su parte, es de la
competencia de un psicoanalista, mientras que la otra, que propone una definición de
la política, es más aventurada cuando la enuncia un psicoanalista, a quien no le
corresponde definir la política. Por eso, ciertamente, Lacan dice "No digo [...], sino
simplemente [...]"
He aquí cómo resumo el tema que los colegas italianos se han propuesto tratar:
los psicoanalistas, ¿están en la Ciudad? Es algo que hay que discutir. De cualquier forma,
el psicoanálisis, por su parte, está en la política. Esto me permitió encontrar un hilo, en
Milán, para exponer el tema a tratar. Retomo, pues, la continuación de mis reflexiones
en el orden en que allí me surgieron.
"Yo no digo", dice Lacan, que sitúa así su frase en los dominios de la negación dice
diciendo que no dice. Digamos que, desde el punto de vista de la lógica, es un enunciado
que Lacan rechaza transformar en tesis y acerca del cual destaca que si fuera una tesis,
llegaría más lejos que el otro.
¿Es acaso, sin embargo, la tesis de nadie, una tesis sin padre? Si esta tesis tuviera
un padre, sería Freud. Freud, que dice algo así como que la política, al menos cuando él
escribe sobre ella, se reduce al inconsciente. Es la tesis que extrajo en su
Massenpsychologie, puesto que allí analiza las formaciones colectivas como
formaciones del inconsciente, con el mismo significante y la misma causa del deseo.
Así, la política se reduce al inconsciente, y por eso esta tesis, aunque se deduce de
Freud, se presta a objeciones, todas ellas del tipo: hay más en la política que lo que
depende del inconsciente. Al encontrarnos ante una tesis reduccionista, las objeciones
son variaciones sobre el tema: "esto sólo es parcial, la cosa es más compleja, más amplia,
etc." He mencionado Massenpsychologie, pero se podría leer El malestar en la cultura y
Moisés y el monoteísmo a la luz de la misma tesis.
Esta tesis, que sería abrupta, absurda, se permiten dejarla de lado apartándola de un
revés... en Milán empecé enervado por tal desenvoltura respecto a esta fórmula que,
por su parte, es más modesta que la primera, puesto que propone una definición del
inconsciente. Así es en Lacan, y es mucho más razonable. El inconsciente, se sabe tan
poco lo que es, es tan poco representable, que resulta inverosímil y muy arriesgado
definir sea lo que sea a partir del inconsciente: por el contrario, siempre es él, el
inconsciente, el que está por definir, porque no se sabe lo que es. Así, en Lacan nunca
es el definiens sino siempre el definiendum. Tomemos la fórmula "el inconsciente está
estructurado como un lenguaje". Es una tesis que supone que se disponga de la
definición del lenguaje. Y, en efecto, Lacan utiliza la que Saussure y Jakobson
produjeron. Sin duda, en el enunciado que hoy comento no está el "como". Entonces, lo
que hay que preguntarse es cómo definir la política, de modo que tenga algún sentido
decir que el inconsciente es la política.
Lo que me divirtió es que tras tropezar con aquel comentario irritante abrí un
segundo libro reciente, La democracia contra ella misma, de un politólogo que, sin duda,
ha leído a Lacan, Marcel Gauchet, y di con una definición de la política: "En esto consiste
específicamente la política: es el lugar de una fractura de la verdad”. Bella definición, al
mismo tiempo infiltrada de lacanismo y quizás, más acá, de un cierto merleau-pontysmo
– “fractura” es un término que le gusta a este autor y que se encuentra también en otra
obra suya de 1992, la expresión de "fractura social", retomada en 1996, con la que dio
una figura de la política francesa, a la que este significante llevó bastante lejos...
De ahí la idea paradójica de que la pacificación del espacio público corre pareja
con un dolor privado, íntimo, subjetivo. Y al mismo tiempo que se celebran las virtudes
del pluralismo, de la tolerancia o del relativismo, se tiene la experiencia de una verdad,
cito, “que sólo se ofrece en el desgarro”. Queda por considerar, de todas formas, el
abordaje que se hace aquí de la política como un asunto de tú o yo.
"El inconsciente es la política" radicaliza la definición del Witz, del chiste como
proceso social que encuentra su reconocimiento y su satisfacción en el Otro, en cuanto
comunidad unificada en el instante de reír.
El análisis freudiano del Witz justifica a Lacan para articular el sujeto del
inconsciente con otro, y para calificar el inconsciente de transindividual. Se puede pasar
de ''el inconsciente es transindividual'' a "el inconsciente es político" en cuanto se pone
de manifiesto que este Otro está dividido, no existe como Uno.
Por este hecho, "el inconsciente es la política" no dice en absoluto lo mismo que
"la política es el inconsciente". "La política es el inconsciente es una reducción, y cuando
Lacan formaliza el discurso del amo, dice al mismo tiempo que es el discurso del
inconsciente. De esta manera aporta una clave para numerosos textos de Freud.
Mientras que "el inconsciente es la política" es lo contrario de una reducción, es una
amplificación, es transportar el inconsciente fuera de la esfera solipsista, para
introducirlo en la Ciudad, hacerlo depender de “la Historia”, de la discordia del discurso
universal en cada momento de la serie que de él se efectúa.
Hoy en día ya o existe “la Ciudad” ésta es imaginaria. SE la entiende como metáfora para
decir la política, pero en la Wirklichkeit, la efectividad histórica, la política ya no se
desarrolla bajo la forma de la ciudad. La Ciudad es una nostalgia, un remanente, es
también imaginaria en el sentido de que hoy día se la busca para encontrarla en la
televisión.
En Milán, en LA REPÚBLICA del día anterior, consagrada a una crítica del Señor
Berlusconi, que posee tres de las seis cadenas de televisión italianas y orienta las tres
que no tiene en calidad de Presidente del Consejo, la televisión era calificada de ágora,
moderna ágora, destacando hasta qué punto está hecha un desastre. El ágora antigua,
el primer movimiento que haría sería votar el ostracismo del Señor Berlusconi. Al mismo
tiempo, el periodista hacía de la televisión el lugar donde se elabora y se difunde un
consenso. Esto pone de relieve, por fuerza, que el ágora de la época del mercado ya no
tiene nada que ver con el ágora antigua, la cual es, por su parte, un lugar de
homogeneidad social que supone la exclusión de aquellos a quienes se les negaba el
privilegio democrático.
Así reciclo una ocurrencia de Lacan en su Seminario. Un día había leído La reina Victoria
de Lytton Strachey, y se le ocurrió hacer reír a su auditorio situando a la reina Victoria
como la causa histórica de Freud. De esta forma esbozaba el vínculo del nacimiento
del psicoanálisis con la sociedad disciplinaría, con una exasperación de dicha sociedad
que planteaba interdicciones poderosas, que censuraba el decir concerniente a la
sexualidad –cosa que es preciso modular, porque siempre existieron formas
transgresivas, pero precisamente como transgresivas: las prohibiciones permanecían en
su sitio.
A contrario, basta con pensar en la banalización del espectáculo sexual hoy en día, que
va desde el film pornográfico hasta el libro de la Sra. Catherine Millet, para captar que
estamos en otro régimen de la sexualidad: ¡ya no se trata de la reina Victoria, sino de la
reina Catherine!
No es la primera vez que destaco que todo el aparato conceptual freudiano sigue
llevando la marca de la época disciplinaria: prohibición, represión, censura… Esto
permitió la unión del psicoanálisis con el marxismo, bajo la forma del freudomarxismo o
la protesta al estilo 1968.
Ocurrió, en efecto, preciso es constatarlo, que el Renacimiento lacaniano del
psicoanálisis en los años sesenta y setenta es contemporáneo del momento descrito por
Antonio Negri – que duerme todas las noches en prisión por haber sido, en aquella
época, inspirador de las Brigadas Rojas. En su primer libro, Imperio, trata de dar una
doctrina de la extrema izquierda internacional y advierte, en la página 333 de la edición
francesa: “En el periodo de crisis de los años sesenta y setenta la expansión de la
protección social y de la universalización de la disciplina, tanto en los países dominantes
como en los países dominados, crearon un nuevo margen de libertad para la multitud
laboriosa. Dicho de otra manera, los trabajadores utilizaron la era disciplinaria para
extender los poderes sociales del trabajo, etc.”
Destaca que el conjunto mismo de liberación le debía algo a las formas disciplinarias de
la dominación, y trata de pensar qué seríamos después de aquella sociedad. Lo que él
llama impero, imperio, es un régimen que ya no procede mediante la prohibición y la
represión y que, por supuesto, hace de la transgresión algo problemático, como de la
idea misma de revolución y liberación. Antonio Negri es hijo de Deleuze y Guatari, recicla
el Antiedipo de hace treinta años. Podemos recuperar algo nuestro en lo que de todas
formas es una lectura de Lacan.
Luego viene la transición, en la que Lacan lleva a cabo una subversión de Freud,
vía la subversión del Nombre del Padre, que él pluralizó y que desplazó igualmente
cuando atribuye la operación de la represión no a la prohibición, sino al hecho mismo
del lenguaje; vía la subversión del concepto de deseo vinculado a la prohibición,
concepto que desplaza mediante el de goce -mucho más que en la falta, acentúa lo que
colma la falta; vía la puesta a punto de la función del objeto a, que sigue vinculado al
tema de la falta, pero en el que prevalece aquello que viene a colmar la falta.
Finalmente, está la tercera fase del trabajo de Lacan, en la que el término esencial
es el de goce, en tanto que carece de contrario. Hasta entonces, el goce estaba en
tensión con el significante represor, mortífero y he aquí que este último se convierte en
un operador de goce. El goce estaba en tensión con el placer y, precisamente, la
oposición placer-goce tiende a disolverse -no es que se le sustraiga toda validez, pero el
placer se convierte en un determinado régimen del goce. El nivel de la pulsión, que a
diferencia del deseo no está intrínsecamente articulado a una defensa, es el nivel que
Lacan marcó con la propiedad "el sujeto es siempre feliz", siempre feliz... en el plano de
la pulsión, se entiende, la única cuestión es la de su modalidad -placentera, dolorosa,
etc. -mientras que ella, axiomáticamente, se satisface siempre.
Así pues, la cura, sin duda, está marcada por estos tiempos, los padece. Concebida
primero como un tratamiento que se desmarcaba de lo médico, se ordenó como un
ideal de madurez y una norma de la personalidad. Hasta Lacan tenía que hablar de
culminación de la personalidad o de realización efectiva del Edipo y de la castración. La
realización efectiva del Edipo y de la castración, incluso hablar de desidentificación
fálica, suponen, en efecto, una norma y un ideal que operan. Mientras Lacan estuvo en
esta fase de su enseñanza, la cuestión acuciante que se plantea sobre este punto hace
resaltar tal ordenamiento –negándose, sin duda, pero sin embargo queda atrapada,
ocupada por la insistencia de la norma y del ideal.
Ésta concierne a lo que esta época supone de degradación del psicoanálisis. Hay
que decirlo, de todas formas. Los operadores también la experimentan, su acto se
encuentra bajo la amenaza de la degradación, asediado como está el psicoanálisis por la
psicoterapia. ¿Cómo va a quedar clasificado? Si uno se remite a un economista
americano especialmente astuto, los psicoanalistas serán incluidos en la clase de los
attention givers, los que dan atención, en la que se encuentra a los psicoterapeutas,
pero también a los baby sitters, los mayordomos, los profesores e gimnasia privados,
etc. No hay duda de que es una clase en expansión, pero este crecimiento se acompaña
de una descalificación. Esto lleva a cabo cierta degradación de la posición del analista.
Es una proposición esencial –el mismo ideal que anima al estructuralismo de Lacan,
a condición de hacer que el orden y la conexión de los significantes reemplacen al orden
y a la conexión de las ideas. Es lo que Lacan designaba como la combinatoria pura y
simple del significante. Esta combinatoria, se suponía que definía relaciones de
necesidad que se encontraban, iguales, en la realidad. He aquí la concepción del saber
con la que medimos nuestros esfuerzos, puesto que es la concepción de un saber que
no es una representación de la realidad, sino que pretende ser idéntica al principio
mismo del desarrollo efectivo de la realidad, idéntica al principio de su producción, de
su Wirklichkeit.
Con esto nos enfrentamos cuando algo nos alerta, como ha ocurrido
recientemente. Percibimos que nos enfrentamos a la máquina original que pone en
escena al sujeto de la civilización en el momento actual, y esto también condiciona la
experiencia analítica. He aquí lo que se dibuja de una ambición siempre renovada,
esbozada, de recomponer esta máquina original a partir de lo que nos es dado de sus
efectos.
Debo precisar un punto de lo que evoqué la última vez cuando les cité una frase
de Lacan a partir de una cita que de ella se hacía: “Ni siquiera digo la política es el
inconsciente, sino simplemente el inconsciente es la política”. Indiqué que esta frase
había sido extraída de “La lógica del fantasma”, y lo cité sin remitirme a la estenografía.
Luego lo he hecho. Así pues, quisiera añadir aquí, antes de proseguir, algunas
consideraciones sobre este punto. En primer lugar, porque en la estenografía se
encuentra la fórmula “la inconsciencia, es la política”. Pero yo soy partidario de corregir
esta estenografía y entender “el inconsciente, es la política”.
El pasaje que retomé se inscribe en una frase que quisiera trasladarles de un modo
más completo. He aquí lo que decía Lacan: “Si Freud escribió en algún lugar la anatomía
es el destino, quizás en algún momento en que, cuando se vuelva a una sana percepción
de lo que Freud nos descubrió, se dirá: ni siquiera digo, etc.” Este complemento pone
de manifiesto que la matriz de la frase de Lacan es, ciertamente, una fórmula de Freud,
y que Lacan opone aquello que Freud dijo remedando a Napoleón a lo que Freud nos
descubrió, o sea lo que Freud dijo verdaderamente. Lo que Freud dijo verdaderamente
no es lo que Freud dijo. Ahí, sin duda, se concentra la inspiración de toda la enseñanza
de Lacan. Lo que Freud dijo verdaderamente no es que la anatomía es el destino. A lo
que Freud nos remite para tratar de explicar la diferencia subjetiva de la sexuación no
es al cuerpo anatómico. Por otra parte, la anatomía no determina ni siquiera la historia,
puesto que, como Lacan revela en “Televisión”, la conversión histérica no obedece a la
división anatómica.
Lacan indica que proceder de este modo, tener el prejuicio de que es mejor ser
admitido en lo que tú consideras como beneficios, ordenar la operación analítica en base
a esto, puede darle al analista una función persecutoria. Así se pone coto a lo que
supondría darle un valor de forzamiento a aquello que el analista consideraría el
principio de realidad, en vez que considerar como válido en cuanto tal el deseo de ser
rechazado -o sea, de no someterse a la demanda del Otro.
Esto también es indicativo para el momento actual de la civilización, cuando no es
el deseo del Otro lo que está tan presente, sino la insistencia de su demanda, de su
demanda política bajo el aspecto de la democracia y del mercado, considerados como
valores a los que tu bien está vinculado. De tal manera que se torna incomprensible,
hasta monstruoso, algo que se presenta como una preferencia, la preferencia por ser
rechazado del orden de esos beneficios. Ello indica en todo caso una posición de reserva,
para el analista, respecto a esos significantes amo de la demanda propiamente política
del Otro. He aquí lo que quería añadir, modular, respecto a lo que dije el otro día sobre
la frase de Lacan fiándome de la cita que había pescado en un autor.
La idea de Robert Reich es que hay una economía de la atención –una demanda
de atención y una oferta de atención. Y, por lo tanto, un mercado de la atención artificial.
Es en este registro donde inscribe al psicoanálisis, incluyendo lo que indica sobre su
difusión creciente en los Estados Unidos, porque, desde el punto en el que él se
encuentra, no tiene que diferenciar entre el psicoanálisis, la psicoterapia y cualquier otra
forma de psi. Circunscribe, pues, el desarrollo de un sector entero de actividades
especializadas en el servicio de la atención. Lo cual le permite crear una categoría en la
que está presentes también los profesores particulares de gimnasia –personal trainers-
los que van de compras por ti cuando no tienes tiempo –personal shoppers- y todos los
consejeros espirituales, psicológicos. Aísla el sector de los dadores de atención,
attention givers, entre los cuales, sin embargo, se incluye también al personal
doméstico, los baby sitters. Crea esta categoría como economista, e indica que es uno
de los dos sectores que más crecen en la sociedad actual, junto al de los trabajadores
creativos. Profetiza que, en el futuro, al menos en los Estados Unidos –pero para él los
Estados Unidos presagian el porvenir de las sociedades menos desarrolladas que los
Estados Unidos- si no tiene uno lo que es necesario para ser un trabajador creativo,
probablemente, cada vez con más frecuencia, acabe trabajando en el sector de la
atención especializada. Dice: vuestros hijos, si no son creadores, innovadores, acabarán
ocupando un lugar en este sector, que es prometedor pero que al mismo tiempo está
destinado a la descualificación. Si la economía crece esencialmente por sectores –los
creadores y los donadores de atención-, los donadores de atención son los que no
consiguen entrar en el otro sector. Esto también crece, pero dentro de una creciente
descualificación. Con todo, puede resultar tranquilizador que pone a los psicoanalistas
y a los psicólogos entre los trabajadores de alta cualificación, pero a pesar de todo los
inscribe en la misma categoría que los mayordomos y los baby-sitters.
No hay que sorprenderse de que nos encontremos aquí con el no-todo: este no-
todo, Lacan lo introdujo en su escrito “L’étourdit”, donde precisamente responde al
Anti-Edipo de Deleuze y Guattari –como demuestra el final de ese texto-
reconceptualizando lo que dichos autores habían tratado de captar. En efecto, la función
del padre está ligada a la estructura que Lacan encontró también en la sexuación
masculina. Una estructura que comporta un todo, dotado de un elemento
suplementario y antinómico que hace de límite, que le permite al todo, precisamente,
constituirse en cuanto tal. Hace de límite y así permite organización y estabilidad. Esta
estructura es la matriz misma de la relación jerárquica.
El no-todo no es un todo que incluye una falta sino, por el contrario, una serie en
desarrollo, sin límite y sin totalización. Por eso el término globalización es para nosotros
vacilante, porque se trata precisamente de que ya no hay todo y de que, en el proceso
actual, lo que produce todo y hace de límite está amenazado, vacila. Lo que se llama
globalización es un proceso de destotalización que pone todas las estructuras
“totalitarias” (entre comillas) a prueba. Es un proceso en el que ningún elemento está
dotado de un atributo que le sea asegurado por principio y para siempre. No se tiene la
seguridad del atributo, sino que tus atributos, tus propiedades, son adquiri
dos y precarios El no-todo conlleva la precariedad para el elemento.
Se ve todos los días, en efecto, como lo que era el respeto de la tradición cede ante
la atracción por lo nuevo, y este fenómeno, abundantemente descrito, es escenificado
para nosotros por la máquina del no-todo. Por tomar un ejemplo que para nosotros es
muy elocuente, al menos para quienes están al corriente del asunto: el verdadero
martirio de la Iglesia Católica en Estados Unidos. Se ha llegado a ver a un cardenal, un
príncipe de la Iglesia, obligado a acudir a un tribunal y responder a las preguntas –
preguntas a la americana, de las que ustedes se pueden hacer una idea por las novelas
policíacas de Erle Stanley Gardner o de Perry Mason. Ya saben ustedes cómo se
interroga. No hay que hacer alusiones, no se piden discursos, se plantean muchas
pequeñas preguntas factuales que se encadenan unas con otras. Tienes que responder
exactamente a lo que te preguntan con un sí, un no, y luego el otro te lleva por donde
quiere. Pues bien, el cardenal Law –bien llamado- de Boston tuvo que responder, hace
quince días, a este cuestionario. En Internet he encontrado todo este interrogatorio,
turbador para quienes sienten apego por la tradición. Con todas las narices que supone
reclamar a la Iglesia católica transparencia sobre sus operaciones –y la renovada
desconfianza, incluso entre los católicos norteamericanos, respecto al papel que
desempeña en todo ello un potentado que vive en un estado microscópico junto a Italia.
He aquí un signo de los tiempos, en el que se ve cómo prácticas multiseculares rodeadas
de un respeto universal resultan hoy indescifrables y son rechazadas, apartadas, por el
espíritu de los tiempos.
Ciertamente, se tiene la sensación de que hay ahí una máquina original que está
poniendo en escena obras del todo inéditas, como la del cardenal Law respondiendo
humildemente a las preguntas del procurador, a saber: apellido, nombre, explíquenos
qué es un cardenal, explíquenos qué es una diócesis, etc. Nosotros no hemos llegado a
eso todavía, pero he aquí algo irresistible que se enuncia en esta máquina original.
Mediante cierto cortocircuito, admitir que la máquina que pone en escena lo que
llamamos globalización es el no-todo, supone decir –para Lacan, que lo articula con la
sexualidad femenina- que esto se puede relacionar con el auge de los valores llamados
femeninos en la sociedad, los valores compasionales, la promoción de la actitud de
escucha, de la política de proximidad, que ahora deben afectar los dirigentes políticos.
El espectáculo del mundo se torna quizás indescifrable, más descifrable, si lo
relacionamos con la máquina del no-todo.
Se quisiera que, en esta época de desestructuración de los filtros del saber, como
por milagro, la escuela sea capaz de operar esta simplificación y esta formalización de la
realidad, mientras que todos los aparatos que los soportaban están como
resquebrajados, estropeados, asediados, al menos se encuentran en declive. Lo que los
sociólogos advierten es que la globalización se acompaña de individuación. Lo que está
afectado es la forma de vivir juntos, el vínculo social, que existe en forma de sujetos
desarrumados, dispersos, y que al mismo tiempo induce en cada uno un deber social y
una exigencia subjetiva de invención.
Es la fórmula, muy elocuente, de living my own life -vivir mi propia vida, vivir mi
vida, la mía, precisamente en su diferencia respecto de las demás- lo que pone de relieve
la decadencia, el declive de la organización colectiva de los modelos, y enfrenta al sujeto
a una demanda -asumida por él por cuenta propia- de invención y de valorización de su
estilo de vida individual. Es la época que nosotros habíamos llamado del "Otro que no
existe", mientras que aquello que un Bordieu trató de recomponer como los
mecanismos de la distinción se refería ya a otra época. Hoy día los mecanismos de la
distinción a los que él se refiere se confunden -lo que nos presenta es un mundo
simplificado, casi el mundo de su infancia.
Así, primer movimiento, aislar el significante central. Pero, apenas lo había aislado,
lo pluralizó, lo multiplicó, haciendo oír en la expresión S1 el valor de enjambre (1), para
decir que no hay sólo uno. Hay varios, y nada asegura, por el contrario, que no sean
caóticos, aunque el enjambre se desplace agrupado. Una constelación de significantes
más que una unidad del discurso amo. Y luego Lacan esbozó, junto a este matema del
discurso del amo, el matema del discurso capitalista, modificación de aquél, donde es el
sujeto tachado el que se instala en el lugar de este S1.
¬¬¬¬¬
Aquí no se trata tanto de una promoción de la histeria como de la promoción del sujeto
sin punto de referencia. En función de esta máquina original es como se puede observar,
al igual que hacen los sociólogos, la constitución de zonas restringidas de certidumbres
que, a pequeña escala, aportan esas referencias.
Es algo que han aislado en Japón. Son siempre categorías que se pueden considerar
sospechosas, pero que no por ello son menos indicativas. Esto concierne a un
comportamiento de adolescentes, o de adolescentes mayores –ya no se sabe dónde
termina esto, por otra parte- que se convierten en fanáticos de una zona muy restringida
de las nuevas tecnologías. Se convierten en completos especialistas de algo que parece
un fenómeno del todo fútil de la sociedad mediática, como ciertos tipos de Manga,
historias ilustradas, o bien un ídolo, como se suele decir –actor, modelo, etc.-, o una
tecnología, por lo general más o menos vinculada con el ordenador, o videojuegos, sobre
lo cual acumulan un saber lo más completo posible, manteniéndose siempre al corriente
del último grito. Se advierte, entonces, el completo desinterés que sienten, aparte de
esto, por sus contemporáneos, hasta tal punto que se dice, en Japón, que no miran a la
gente a la cara. “Un otaku prefiere permanecer solo para desarrollar en paz su hobby.
Se consagra de forma obsesiva a un solo sector de interés. Los objetos de su pasión
pertenecen por lo general a la cultura pop”. También hay objetos militares –es Japón.
“La esencia, dice el sociólogo en cuestión, un tal Grassmuck, del estilo de vida otaku no
tiene nada que ver con un argumento específico, sino que está ligada a la forma de ser
en relación a un tema”. Esta categoría, que parece estar en uso en Japón, no está
construida en referencia al tema del interés, sino a la forma de tener relación con dicho
tema. “El otaku tiene una personalidad monomaniaca. Su estrategia es recoger
informaciones reservadas a una sola sección del saber humano y dejar de lado el resto.
El otaku busca una pequeña zona de conocimiento de la que quiere saberlo todo”.
Cuando nos interesamos en todo aquello que es del orden de las adicciones, se
observa clínicamente el frenesí del no-todo, patologías en las que se destaca
precisamente el sin-límite de la serie. Se observa al mismo tiempo la menor efectividad
de la metáfora paterna y la pluralización de los S1, su pulverización incluso, de tal modo
que, desde ya hace años, hemos reconocido la crisis de nuestras clasificaciones.
Tomemos tan solo la categoría de la perversión, a la que estamos vinculados por la
enseñanza que hemos recibido y por la que hemos distribuido, debido a la misma
potencia de dicha categoría: forzoso es decir que es una categoría que experimenta un
rechazo social masivo. Es asimilada a un estigma. No se puede borrar de la categoría de
la perversión el hecho de que hace referencia a una norma, pertenece al régimen
anterior en que normas e ideales prevalecían.
Antes teníamos una combinatoria clínica, centrada en el Nombre del Padre, por
decirlo rápido, y cuyos estados eran discontinuos, lo cual nos daba categorías estancas.
Es evidente que –y no es que esto no tenga validez- situar la clínica respecto al nudo nos
da sin duda disposiciones diferentes pero que están en continuidad las unas con las
otras. Se ha perdido la seguridad de lo discontinuo y de lo estanco, y el resultado es que
es el síntoma el que se convierte en la unidad elemental de la clínica, no ya lo que se
llamaba la estructura clínica, que era una clase. Es el síntoma lo que se convierte en la
unidad elemental de la clínica y, después de todo, el síntoma, lo que Lacan llamó el
síntoma al final de su enseñanza, es la versión lacaniana de lo que es la fragmentación
de las entidades clínicas en el DSM. No es la misma fragmentación, pero es el mismo
movimiento de desestructuración de las entidades el que se observa en la segunda
clínica de Lacan.
La segunda clínica era una clínica centrada en el fantasma, es decir, una vez más,
en una historia, pero esta vez una historia concebida como un guión inconsciente y
centrada en la relación del sujeto con el meollo de goce que colma su falta constitutiva.
Pues bien, la última clínica de Lacan tiene como punto central el síntoma, y en esta
clínica lo absoluto, la substancia, es el goce. Para remitirnos a la referencia a Spinoza
que introduje al comienzo, es verdaderamente Deus sirve natura, sirve goce. O sea, no
hay sino goce en detrimento de la verdad y del sentido. En este momento, ya no se trata
de curación para el final del análisis, tampoco es ya cuestión de atravesamiento, se trata
sólo del paso de un régimen de goce a otro, de un régimen de goce a un régimen de
placer.
Sin duda es en este contexto donde hay que pensar la formación analítica. Al
mismo tiempo, ésta revela ser difícil de determinar, porque en adelante es necesario
pensarla fuera de todo ideal a alcanzar, fuera de la problemática misma del ideal y de la
norma. Se trata, pues, de que la formación tiende a ser captada más como la
comunicación de un estilo de vida que como el acceso a la realización de un ideal.
NOTAS