Naturaleza de Los Sacramentos
Naturaleza de Los Sacramentos
Naturaleza de Los Sacramentos
A. Definición nominal
La palabra latina "sacramentum" significa etimológicamente algo que santifica (res sacrans), y
equivale en griego a la voz "misterio" (musthrion: casa sacra, oculta o secreta).
Del significado nominal se ve claro que el sentido de la palabra es muy amplio: significa
cualquier cosa sagrada o religiosa. En esta concepción amplia reciben el nombre de
sacramento también las realidades sagradas del Antiguo Testamento, es decir, anteriores a la
venida de Cristo (p. ej., el Cordero Pascual, los sacrificios, la circuncisión, etc.). Sin embargo, es
importante tener claro que estas realidades difieren esencialmente de los sacramentos de la
Nueva Ley, porque no producían la gracia, sino sólo figuraban la que había de venir por la
Pasión de Cristo.
En este sentido amplio, la palabra sacramento se puede aplicar también a la misma Iglesia,
como lo enseña el Concilio Vaticano II: La Iglesia es un Cristo como un sacramento; o sea, signo
e instrumento de la unión con Dios, y de la unidad de todo el g‚nero humano (Const. Lumen
gentium, n. 1).
B. Definición real
O, en definición equivalente del Catecismo Romano (parte II, cap. I, n. 11), una cosa sensible
que por institución divina tiene la virtud tanto de significar como de conferir la gracia
santificante.
2) esa cosa sensible es, además, "signo" de otra realidad (la "gracia" o "vida divina");
4) que tenga eficacia sobrenatural para producir la gracia en el alma del que lo recibe. No sólo
significa la gracia sino sobre todo la produce de hecho;
5) como los sacramentos han sido confiados a la Iglesia, se dice que "los sacramentos son de la
Iglesia" (Catecismo, n. 1118). Esto tiene un doble sentido: existen "por ella" y "para ella".
Existen "por la Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella
gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la Iglesia" porque ellos son "sacramentos
que constituyen la Iglesia" (Catecismo, n. 1118).
Sin embargo Dios, creador de la naturaleza humana, ha querido acomodarse a ella al darnos su
gracia. Jesús, p. ej., realizaba de ordinario los milagros sirvi‚ndose de algunos elementos
materiales, o de algunos gestos y palabras: tocó con su mano al leproso y le dijo: quiero, queda
limpio… (Mt. 8, 3); untó con barro los ojos del ciego de nacimiento; éste se lavó despu‚s y
recuperó la vista (Jn. 9, 6-7); diciendo esto, sopló y les dijo: recibid el Espíritu Santo… (Jn. 20,
22).
Del mismo modo, quiso Jesús en los sacramentos unir su gracia a signos externos en los que se
encarna, se materializa, la acción invisible del Espíritu Santo. La pedagogía divina ha querido
comunicar al hombre la gracia sobrenatural a trav‚s de las mismas realidades materiales que
usamos en nuestra vida ordinaria, dándoles una significación m s alta y una eficacia que de
suyo no tiene ni pueden tener.
No eligió, sin embargo, una realidad material cualquiera, sino aquella que ya en el plano
natural sirve para un fin similar al que Dios quiere producir sobrenaturalmente: el agua, para
lavar; el aceite, para fortificar el cuerpo; el pan, para alimentar, etc. Luego determinó que,
mediante unas palabras pronunciadas con su autoridad, estas realidades materiales
significaran y causaran un efecto santificador: el agua lava la mancha del pecado en el alma.
El elemento material se llama materia del sacramento, y las palabras que lo completan y dan
su eficacia a la materia se denomina forma. Cuando la forma es pronunciada por el ministro
con la intención de hacer lo que hace la Iglesia, Dios confiere su gracia a través del sacramento,
que es el instrumento del que se sirve para santificarnos. Tenemos ahí el signo externo de la
gracia (materia y forma) y la gracia conferida.
La Sagrada Escritura hace resaltar esos dos elementos esenciales (cfr. Ef. 5, 26; Mt. 26, 26 ss.;
28, 19; Hechos 6, 6; 8, 15; Sant. 5, 14, etc.). Del mismo modo, la Tradición da testimonio de
que los sacramentos se administraron siempre por medio de una acción sensible y de unas
palabras que acompañan a la ceremonia. Por ejemplo, dice San Agustín refiriándose al
bautismo: Si quitas las palabras, ¿qué es entonces el agua, sin agua? Si al elemento se añaden
las palabras, entonces se origina el sacramento (In Io. tr. 80, 3; cfr. S. Th. III, q. 60, a. 6).
Hemos dicho que esa realidad sensible tiene una característica: es un signo de otra realidad,
significa algo ulterior, en este caso, algo sagrado.
Pero, ¿qué clase de signos son los sacramentos? Un ejemplo puede servirnos: el abanderado
avanza, con la bandera en alto, y los dem s la saludan con gesto enérgico, porque en el l baro
está significada la patria; pero la bandera, es obvio para todos, no es la patria. De igual modo,
cuando el artista dibuja un anagrama de Cristo, comprendemos muy bien que ahí no está Dios.
Los sacramentos de la Nueva Ley, pues, no sólo significan la gracia, sino sobre todo la
producen de hecho en las almas. No son signos convencionales o ineficaces, sino que
verdaderamente obran siempre aquello que significan de un modo infalible, en aquel que los
recibe con las debidas disposiciones. Esta idea se expresa diciendo que obran ex opere operato
(por la obra realizada), con independencia de las personas y en dependencia absoluta de la
voluntad divina que los ha instituido. Este es el cuarto aspecto de la noción del sacramento
mencionado arriba, esencial para la comprensión del mismo, y sobre el que volveremos en el
inciso 1.2.3.
Sobre el primer punto, hay que decir que es posible que la gracia llegue al hombre tambi‚n de
otros modos:
Dios puede comunicarla sin los sacramentos, de manera puramente espiritual. Por eso, no
existía en El la ineludible necesidad de instituirlos ya que, como señala Santo Tom s (S. Th. III,
q. 76, a. 6, ad. 1), "virtus divina non est alligata sacramentis" (el poder de Dios no est ligado a
los sacramentos). Sin embargo, considerando la naturaleza a la vez material y espiritual del
hombre, tal institución era muy conveniente: así se nos hace participar de lo invisible a trav‚s
de lo visible.
Por lo que respecta a la segunda cuestión, hay que decir que no todos los sacramentos son
necesarios para cada persona, pero como Cristo vinculó a ellos la comunicación de la gracia, y
por tanto la consecución de la vida eterna, todos los hombres tienen necesidad de algunos de
ellos para salvarse.
Para todos es absolutamente necesario recibir el bautismo y, para quienes han pecado
mortalmente después de bautizarse, es imprescindible también recibir el sacramento de la
penitencia o reconciliación (cfr. Dz. 388, 413, 847, 996, 1071). La recepción de la Eucaristía se
precisa además para aquellos bautizados que han llegado al uso de razón (cfr. Jn. 6, 53. Para
este tema, ver inciso 4.1.5).
La recepción efectiva o real de estos sacramentos puede sustituirse, en algunos casos, por el
deseo de recibir el sacramento (votum sacramenti).
Los demás sacramentos son necesarios en cuanto que con ellos es más fácil conseguir la
salvación.6666666666666