Corazón Ardiente
Corazón Ardiente
Corazón Ardiente
SERIE CORAZÓN, 02
CORAZÓN ARDIENTE
Para todos los niños.
Espero que encuentren amor, alegría y paz.
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ÍNDICE
Capítulo 1............................................................................4
Capítulo 2............................................................................7
Capítulo 3..........................................................................14
Capítulo 4..........................................................................17
Capítulo 5..........................................................................26
Capítulo 6..........................................................................35
Capítulo 7..........................................................................43
Capítulo 8..........................................................................50
Capítulo 9..........................................................................60
Capítulo 10........................................................................67
Capítulo 11........................................................................76
Capítulo 12........................................................................85
Capítulo 13........................................................................93
Capítulo 14........................................................................98
Capítulo 15......................................................................104
Capítulo 16......................................................................114
Capítulo 17......................................................................121
Capítulo 18......................................................................130
Capítulo 19......................................................................137
Capítulo 20......................................................................145
Capítulo 21......................................................................154
Capítulo 22......................................................................162
Capítulo 23......................................................................173
Capítulo 24......................................................................181
Capítulo 25......................................................................188
Capítulo 26......................................................................195
Capítulo 27......................................................................205
Capítulo 28......................................................................216
Capítulo 29......................................................................224
Capítulo 30......................................................................233
Capítulo 31......................................................................240
Epílogo.............................................................................243
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA...............................................245
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Capítulo 1
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escaseado.
«Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo —pensó Corrie mientras el nudo de la
garganta se le hacía cada vez más grande y doloroso—. Ojalá hubiera estado allí
cuando me necesitaste.»
Pero había estado demasiado ocupada con su vida, demasiado ocupada
asistiendo a bailes y veladas sobre los que escribir en su columna. Había estado
demasiado ensimismada en sus cosas para darse cuenta de que Laurel tenía
problemas.
Y ahora su hermana estaba muerta.
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—Me escribió desde Norfolk, sí, pero muy pocas veces. Sólo mantuvimos una
verdadera correspondencia el último mes, tras su regreso a Selkirk Hall.
Según la policía del condado de Wiltshire, cuando Laurel estuvo residiendo en
Selkirk estaba embarazada. Agnes lo había mantenido en secreto hasta que el
embarazo de Laurel se había hecho evidente, luego la envió al norte con Gladys hasta
que nació el bebé. Corrie miró a Krista, que era casi quince centímetros más alta que
ella; una joven hermosa con un busto generoso y preciosos ojos azules, mientras que
Corrie era menuda y con unos ojos color verde intenso. Krista acababa de ser madre,
pero aún dirigía la gaceta, una revista para damas conocida por su talante
reformador.
—La policía cree que se suicidó —dijo Corrie—. Dicen que cogió al niño que
había llevado en su vientre durante nueve largos meses y que saltó al río con él
porque no podía soportar la vergüenza. Yo no me lo creo. Ni por asomo. Mi hermana
jamás haría daño a nadie, y mucho menos a su propio hijo.
En la mirada de Krista asomó un rastro de pena.
—Sé que la querías, Corrie, pero aunque tengas razón, no puedes hacer nada.
Corrie ignoró el sentimiento de pesar que le causaron esas palabras.
—Quizá no.
Pero no estaba del todo convencida. Había reflexionado sobre las circunstancias
que rodeaban la muerte de su hermana desde que recibió la noticia de la tragedia: su
hermana se había ahogado con los restos de un jersey azul de bebé entre las manos.
Corrie se había quedado desolada. Quería a su hermana mayor con locura. No
podía imaginar la vida sin ella.
Se habían dicho atrocidades de Laurel, pero Corrie se negaba a creerlas. La
muerte de Laurel no podía deberse a un suicidio.
Con el tiempo, se descubriría la verdad.
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Capítulo 2
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—No puedes estar hablando en serio, Coralee. Dime que no tienes intención de
sacar a relucir este doloroso asunto una vez más.
Agnes Hatfield estaba sentada en el sofá de terciopelo rosa de una pequeña
salita de la mansión Whitmore. La salita estaba decorada en tonos blancos y rosas con
un estilo femenino y elegante, y daba al jardín de la parte trasera de la casa. Hacía
tres días que habían retirado los crespones negros de las cortinas y de los muebles,
después de tres largos meses de luto.
—Me doy cuenta de que no es una tarea fácil, tía Agnes, pero he estado
pensando mucho en este asunto y no me queda más remedio que actuar.
La tía Agnes, como Corrie siempre la había llamado aunque no tuvieran lazos
de sangre, era una señora de unos sesenta años, rellenita, con el pelo plateado y, hasta
la muerte de su sobrina, siempre sonriente. Sentada a su lado se hallaba la prima de
Laurel, Allison Hatfield, una joven delgada con la nariz recta, la barbilla afilada, el
pelo muy oscuro y unos ojos color avellana que observaban a Corrie con evidente
inquietud. Los padres de Allison habían muerto de cólera, dejándola bajo la tutela de
su anciana tía Gladys.
Ante la invitación del vizconde, ambas habían elegido quedarse en la ciudad en
vez de regresar a Selkirk Hall y a los horribles recuerdos que el lugar tenía para ellas.
—¿Así que pretendes iniciar alguna clase de investigación? —preguntó tía
Agnes.
—Sí.
Allison no hizo comentario alguno. Era una joven tímida y discreta que muy
rara vez se mostraba en desacuerdo ante cualquier cosa que se dijera. Quizá fuera ésa
la razón por la que había aceptado abandonar East Dereham y acompañar a Laurel
de vuelta a Selkirk Hall, haciéndose pasar por la madre del bebé.
O quizás había sido porque Allison estaba cansada de depender de la
generosidad de su anciana tía Gladys, y Laurel le había prometido una considerable
suma y la posibilidad de un futuro mejor a cambio de su ayuda con el bebé.
—En ningún momento he creído la versión que han dado las autoridades sobre
lo ocurrido —dijo Corrie—, y tras considerarlo durante dos meses, he decidido pasar
a la acción. Pienso dar todos los pasos necesarios para descubrir qué le ha ocurrido
de verdad a mi hermana. La tía Gladys, la tía Agnes y tú ayudasteis a Laurel. Ahora
debéis ayudarme a mí a averiguar lo que sucedió con ella y el bebé.
Allison sacó un pañuelito bordado de su ridículo y se dio unos ligeros
toquecitos en los ojos. Había estado muy encariñada de Laurel y del bebé de un mes,
Joshua Michael, igual que Agnes, que también sacó un pañuelito bordado para
hundir en él su nariz empolvada.
La anciana inspiró con fuerza.
—Te ayudaré todo lo que pueda… quizá mi ayuda sirva para descubrir que en
realidad tu hermana no se suicidó.
Corrie agrandó los ojos.
—¿Así que tú tampoco crees que se suicidara! Y si ella no se quitó la vida,
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cercana a Selkirk Hall—. Lord Tremaine nos presentaba sus respetos cada vez que
visitaba la residencia, en ocasiones acompañado por su primo. Su hermano, Charles,
y su cuñada, Rebecca, presentaron sus respetos en alguna ocasión, y siempre nos
visitaban por Navidad.
Corrie frunció el ceño mientras procesaba mentalmente toda esa información.
—¿Lord Tremaine, dices?
—Pues sí. Siempre nos visita al menos una vez cuando está en el campo, pero
nunca se queda demasiado rato.
«Gray, el hijo de Forsythe, conde de Tremaine.» El nombre le trajo a la memoria
al hombre que había heredado el título cinco años atrás. Corrie nunca había visto al
conde, que parecía muy reservado, pero había oído decir que era alto y muy bien
parecido. El hombre tenía una reputación sórdida y escandalosa en lo que a mujeres
se refería, y en su propia sección de cotilleos, «Latidos del corazón», Corrie había
mencionado más de una vez los rumores que circulaban sobre él.
Y si no le fallaba la memoria, el conde estaba a menudo en su residencia, el
Castillo de Tremaine, donde residían su hermano y su cuñada.
—Puedo ver lo que estás pensando —dijo Agnes—. Admito que el conde es un
hombre atractivo, pero también es oscuro y siniestro. No puedo imaginar a tu
hermana interesándose por un hombre así. —Apartó la mirada—. Laurel era siempre
muy alegre y le encantaba divertirse, una joven afectuosa y llena de vida. —Sus ojos
se empañaron y volvió a usar el pañuelo.
Corrie sintió un peso abrumador en el pecho.
—Quizá tengas razón —dijo, decidida a no permitir que sus emociones salieran
a la superficie—. Pero según he oído, ese hombre es realmente despiadado con
respecto a las mujeres. Supongo que si quisiera seducir a una jovencita inocente, le
resultaría bastante fácil.
—Quizás. —Agnes intentó mantener sus emociones bajo control—. Pero
simplemente no puedo… —Negó con la cabeza, arqueando a la vez sus cejas
plateadas—. Su primo, Jason, es muy elegante. También pasa mucho tiempo en la
residencia campestre. Supongo que si pensara… —Se interrumpió de nuevo—. Lo
siento, Coralee, pero sencillamente no puedo imaginarme a ninguno de esos jóvenes
asesinando a nuestra dulce y querida Laurel y al bebé. Es eso lo que estás pensando,
¿no?
—Es una posibilidad. Quizás el hombre del que Laurel se enamoró no la amaba.
Quizá no quería verse forzado a casarse con ella.
—Y quizá, sencillamente, Laurel salió a dar un paseo por la noche y la atacaron
unos salteadores de caminos. Quizás intentaron robarle, pero al descubrir que no
tenía dinero los lanzaron, a ella y al bebé, al río.
Era una posibilidad que Corrie ya había considerado.
—Supongo que podría haber sucedido así. Todo es posible en este momento,
salvo que Laurel se suicidara con su hijo.
—Coralee tiene razón —dijo Allison con suavidad, desde donde estaba sentada,
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como si fuera un pajarillo, en el borde del sofá—. Laurel quería al pequeño Joshua
con cada parte de su ser. No podría haber hecho nada que lo dañara. Y estaba
absolutamente decidida a que nadie averiguara la identidad del padre. Es algo
admirable… —Corrie asintió con la cabeza.
—Ciertamente. —Tía Agnes la miró con recelo—. Odio preguntar esto, pero
supongo que es mi obligación. ¿Podrías decirnos, Coralee, qué es exactamente lo que
piensas hacer?
Corrie enderezó la espalda. En ese momento no estaba segura. Pero iba a hacer
algo. De eso sí que estaba completamente segura.
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Capítulo 3
Una fresca brisa primaveral entraba por las ventanillas abiertas del carruaje que
traqueteaba hacia el pueblo de Castle-On-Avon, un pueblecito pintoresco con un
pequeño mercado y rodeado de verdes campos y casas rurales con tejados de paja. En
la cima de una colina cercana a las afueras del pueblo, Selkirk Hall se cernía
majestuosamente sobre mil doscientos acres de tierras de rico pasto. Era un edificio
de tres plantas construido en estilo georgiano con piedra tostada de Cotswold.
Coralee, tía Agnes y Allison regresaban al campo en el carruaje de Agnes, no en
el elegante coche de cuatro caballos del vizconde. Corrie no podía arriesgarse a que el
cochero le dijera a su padre que había abandonado el vehículo antes de que éste
llegara a Selkirk Hall. De hecho, tenía intención de quedarse en La Gallina y el
Cuervo, una posada cercana, donde alquilaría una habitación para pasar la noche
antes de continuar hacia su destino por la mañana con una nueva identidad.
Había pasado menos de una semana desde que Corrie había ideado un
escandaloso plan. Hacía tres días que se lo había expuesto a tía Agnes y a Allison.
—¡Funcionará… lo sé!
Tía Agnes había retorcido un pañuelo entre sus regordetas manos.
—No lo sé, Coralee… parece muy arriesgado.
—Para empezar, nadie sabrá quién soy —explicó Corrie—. Me haré pasar por
Letty Moss, la esposa de un primo lejano de lord Tremaine, Cyrus. Letty se encuentra
en la miseria al haber sido abandonada por su marido, y necesita desesperadamente
la ayuda del conde. —Una historia que incluso podría ser verdad.
Corrie había hallado esa información durante la investigación del conde y su
familia. A través de una amiga que conocía a un amigo que, a su vez, conocía a uno
de los primos lejanos del conde —un hombre llamado Cyrus Moss—, se había
enterado de que Cyrus había dejado a su joven esposa en su residencia de York y
había partido rumbo a América en busca de fortuna. Después de dos años, Cyrus aún
no había regresado.
Según sus fuentes, lord Tremaine no conocía a Letty Moss y nunca había tenido
contacto con su primo lejano. La información le había proporcionado a Corrie la
tapadera perfecta para infiltrarse en el Castillo de Tremaine. De esa manera podría
descubrir si lord Tremaine era el padre del hijo de Laurel y, si así era, averiguar si
había sido él el responsable de la muerte de su hermana y el pequeño Joshua.
—Funcionará, seguro. Tiene que hacerlo. —Tía Agnes se había apresurado a
discutirlo, pero al final había accedido al plan. Si Corrie conseguía descubrir la
verdad sobre lo que le había ocurrido a su amada sobrina, entonces debería seguir
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Capítulo 4
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Justo entonces, se oyeron voces en el vestíbulo de piedra por el que Corrie había
accedido. Una pertenecía al mayordomo, pero la otra era más profunda y resonante.
—Creo que el conde ha regresado —dijo Rebecca, levantándose con gracia del
sofá. Sonó un leve golpe mientras atravesaba la salita, y un instante después, el
mayordomo abrió la puerta.
—Su señoría ha vuelto —dijo el hombre de pelo gris—. Le he informado de la
visita.
Corrie todavía estaba sentada en el sofá. Fue una suerte.
El hombre que atravesó la puerta no era lo que ella había esperado. Ese hombre,
con el pelo negro recogido en una coleta, no estaba precisamente vestido con levita y
pantalones, sino con unos pantalones negros de montar salpicados de barro, unas
botas negras hasta las rodillas y una camisa blanca de manga larga. Con esos
insondables ojos oscuros, parecía más un bandolero del siglo XVIII que un rico lord
inglés.
—¡Gray! Estaba esperando que volvieras. Tenemos una visita, acaba de llegar…
la esposa de tu primo Cyrus, Letty Moss.
Esos penetrantes ojos miraron en dirección a Corrie y pareció que la dejaban
prisionera en el sofá.
—No sabía que tenía un primo llamado Cyrus.
—Te aseguro que Charles me ha hablado de él. Es hijo de tu difunto primo
tercero, Spencer Moss. Spencer vivía en York, lo mismo que Cyrus, si mal no
recuerdo. La señora Moss ha venido desde muy lejos para verte.
Tremaine no se disculpó por su apariencia más bien desaliñada, sólo se giró
hacia ella para hacer una breve reverencia.
—Señora Moss. Bienvenida al Castillo de Tremaine. Ahora si me disculpa, tengo
varias cosas urgentes de las que ocuparme…
—Me gustaría hablar con usted, milord. —Corrie se levantó del sofá—. Es algo
importante y he hecho un viaje muy largo.
Él arqueó una de sus cejas negras. Quedaba claro que no estaba acostumbrado a
que una mujer se expresara tal como ella lo había hecho. Por un momento se la quedó
mirando, como pensando qué medida debía tomar.
Curvó débilmente los labios.
—Supongo que… ya que ha hecho un viaje muy largo, como usted dice, puedo
dedicarle un momento. —Hubo algo en esa dura sonrisa que provocó que a Corrie se
le formara un nudo en el estómago.
Tremaine miró a su cuñada.
—Si nos disculpas, Becky…
Rebecca esbozó una sonrisa.
—Por supuesto. —Se retiró hacia la puerta, pero no parecía muy feliz de
hacerlo. Corrie tenía la clara impresión de que a la cuñada del conde no le gustaba la
idea de que la esposa provinciana de un empobrecido primo lejano se mudara a la
casa sin importar lo gran de que ésta fuera.
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—Hablaré con Rebecca, para decirle que estaremos encantados de tener con
nosotros a nuestra prima durante una temporada.
—Es usted muy amable, milord. Le aseguro que Cyrus estaría todavía más
agradecido que yo.
Tremaine ignoró el comentario, se giró y se dirigió a la puerta. Tan pronto como
salió de la salita, Corrie se dejó caer sobre el sofá, sus piernas no podían sostenerla
más.
¡Lo había conseguido! ¡Había tenido que mentir como una bellaca para poder
quedarse en el Castillo de Tremaine! Tan pronto como se estableciera, tan pronto
como la familia Forsythe empezara a bajar la guardia y a confiar en ella, comenzaría
su investigación.
Corrie apretó los labios. Gray Forsythe podía ser uno de los hombres más
guapos que jamás había conocido, pero eso no quería decir que fuera inocente de un
asesinato. Y si había matado a su hermana y a su bebé recién nacido, Joshua, el conde
de Tremaine iba a pagar por ello.
Gray recorrió airado los pasillos, estaba todavía de peor humor que antes de
salir de casa. No estaba seguro de qué había sucedido exactamente, pero de alguna
manera, cuando la había visto con esas prendas remendadas, durante esos minutos
en los que ella lo había mirado con ojos suplicantes, unos ojos tan verdes como
esmeraldas y con gruesas pestañas negras, había bajado la guardia y había permitido
que una mujer que no conocía de nada se quedara a vivir en su casa.
No lo comprendía. Se había dado cuenta de su actuación desde el principio, de
esas lágrimas fingidas y de cómo se retorcía las manos, de su mirada suplicante y su
voz temblorosa. Pero durante toda esa farsa él también había percibido el destello de
algo que lo había dejado intrigado. Creía que podía ser desesperación, y estaba
seguro de no haberse equivocado, pero también tenía que ver con la determinación.
De cualquier manera, le había interesado lo suficiente como para permitir que se
quedara.
Gray sacudió la cabeza. Por lo que él sabía, Letty Moss era una embaucadora,
estaba allí para sacarle el dinero, para robarle o para algo peor.
Pensó en la jovencita con esos fogosos rizos color cobre asomando bajo el ala
sucia del sombrero, y casi sonrió. Había sido militar, había tenido a sus órdenes a las
tropas del ejército británico. Si ella era un incordio, sencillamente le sacudiría en lo
que prometía ser un trasero muy atractivo.
Pensar en eso lo enardeció de una manera que no esperaba. Desde que Jillian
había muerto, se había acostado con muy pocas mujeres. Era por los remordimientos
de conciencia, lo sabía, no se dejaba tentar por los placeres de la carne porque se
sentía culpable de que él estuviera vivo y Jillian no. Por no haber estado allí para
protegerla cuando lo había necesitado.
Levantó la vista y vio a Rebecca entrando en el vestíbulo.
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—Espero que te hayas comportado como un caballero —dijo ella con una
sonrisa—, ya sé que esa joven esperaba que le permitieras quedarse en el castillo,
pero…
—Se va a quedar.
—¿¡Qué!?
—No será por mucho tiempo. Pronto heredará un estipendio mensual que será
suficiente hasta que regrese su marido.
—Pero… ni siquiera la conocemos. ¿Cómo puedes dejar que se quede en casa
así sin más?
La sonrisa de él era sardónica.
—Siempre me reprendes por mis modales. Sería el colmo del mal gusto
rechazar a un miembro de la familia y arrojarlo a la calle.
—Sí, pero pensé que le darías dinero, no que la invitarías a quedarse en el
castillo.
Aunque Rebecca era alta para ser mujer, Gray miró por encima de su hombro
hacia la enorme escalinata de madera tallada que conducía a las plantas superiores.
—En esta casa hay dos alas y setenta dormitorios. Acomódala en algún sitio
donde no te moleste.
—Pero…
Él echó a andar.
—No bajaré a cenar. Ocúpate de que nuestra invitada coma algo.
Rebecca era, por lo general, quien ejercía de anfitriona, otra razón por la que le
sorprendía su reacción de aquel día. Por otra parte, él era el conde, algo que su
familia parecía olvidar con demasiada frecuencia. Quizás había llegado el momento
de dejar las cosas claras.
Gray atravesó el vestíbulo, de repente desesperado por volver a salir bajo la luz
del sol, lejos de los gruesos muros de piedra de la casa. Se preguntó de nuevo por
qué le había ofrecido su protección a esa mujer.
No cabía duda de que había sido motivado por el aburrimiento.
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Capítulo 5
—No puedo creer que lo hayas conseguido. —Allison estaba sentada sobre el
taburete tapizado del tocador del dormitorio que les habían asignado. Estaba situado
en el extremo más alejado del ala este de la casa, una habitación que no había sido
remodelada igual que los demás dormitorios por delante de los que había pasado
Corrie.
La cama de columnas talladas en madera maciza parecía pertenecer al siglo
pasado, y la alfombra persa estaba descolorida. Las borlas de las cortinas de
terciopelo verde oscuro estaban deshilachadas en varios lugares, las cortinas eran tan
gruesas y pesadas que bloqueaban los rayos del sol.
Aun así, era algo muy oportuno, ya que al estar en la parte más alejada de la
casa Corrie podría moverse sin llamar la atención. Examinó la estancia. Las sábanas
estaban limpias, y por su expreso deseo habían preparado la habitación contigua
para Allison, que según había explicado Corrie era su acompañante además de su
doncella.
Corrie consideraba todo un éxito haber logrado llegar tan lejos.
—Creo que tu querida prima Rebecca no está precisamente encantada de tener
a otro pariente en la casa —dijo Allison, mientras cogía uno de los vestidos
arreglados de Corrie del baúl y lo colgaba en el armario de palisandro de la esquina.
—Eso parece. —Pero lo cierto era que no le importaba. Corrie había conseguido
entrar en la casa y tenía intención de quedarse allí hasta que obtuviera todas las
respuestas que buscaba o se viera obligada a abandonar.
—¿Qué hacemos ahora?
Corrie había estado pensando mucho en ello.
—Para empezar, se supone que eres mi doncella, así que espero que con el
tiempo el personal te acepte y puedas sonsacarle algo sobre el escándalo de Selkirk
Hall. La muerte de Laurel tiene que haber sido muy comentada por aquí, si bien mi
padre se esforzó en mantener en secreto todo lo relacionado con el bebé en cuanto se
conoció el informe médico. Siempre hay cotilleos en una casa de este tamaño. Si
Laurel mantenía una relación con el conde, quizá lo sepa alguno de los criados.
—Ésa es una idea muy buena, Cor… digo, Letty.
—Y yo investigaré a todos los que viven en la casa. Aún me falta por conocer a
Charles. Me han invitado a cenar, pero he declinado la invitación. No deseaba parecer
demasiado ansiosa. Y quería disponer de algún tiempo para habituarme al lugar,
quizá vaya a dar un paseo por los alrededores de la casa. Mientras tanto, ¿por qué no
vas abajo y cenas algo? Te veré antes de irme a la cama.
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fresco. Fue un largo viaje en carruaje. No pensé que le importase que saliera a pasear.
Él la estudió un momento, luego volvió la mirada a la fuente burbujeante que se
encontraba a unos metros de ellos.
—¿Le gusta pasar el rato al aire libre?
«No demasiado.» A ella lo que le gustaba era bailar en espléndidos salones,
asistir a la ópera, al teatro, y cenar en buenos restaurantes. Al menos, hasta esa noche.
—Es muy agradable estar aquí fuera. Jamás había imaginado cuán puro es el
aire en el campo.
El conde arqueó una de sus cejas negras.
—He hablado con Charles. Por lo que él recuerda, Cyrus Moss vivía en una
granja.
«Oh, Dios bendito.»
—Pues sí… sí, por supuesto, pero… teníamos animales, ya me entiende… y
olían muy mal todas esas vacas y ovejas. —¿Qué demonios le estaba pasando?
Sonaba como si fuera total y absolutamente estúpida. No obstante, quizá fuera mejor
de ese modo. Cuanto menos inteligente pensaran que era, menos amenazadora
parecería.
Tremaine entrecerró los ojos durante un momento, luego curvó levemente las
comisuras de los labios… unos labios llenos y sensuales que le provocaban mariposas
en el estómago.
—Lo cierto es que me cuesta trabajo imaginármela ocupándose de un rebaño de
ovejas.
Jamás se había hecho una afirmación más cierta. Deseaba disponer de más
información sobre Cyrus, pero sencillamente no había tenido tiempo de averiguar
más cosas sobre él.
—Bueno, no me dedicaba a esas cosas. Cyrus era muy protector. Apenas me
permitía salir de la casa.
—Ya veo. ¿Cuánto tiempo ha dicho que vivieron como marido y mujer?
¿Cuánto le había dicho antes? Santo Dios, no estaba segura.
—Algo más de un año.
Por un instante la mirada del conde pareció agudizarse, y Corrie temió no haber
respondido de manera correcta.
—Supongo que lo echa de menos —continuó el conde con suavidad, y ella se
relajó de nuevo antes de volver a asumir su papel.
—Pues sí, claro que sí… —tenía intención de continuar la mentira, pero después
decidió que lo más inteligente sería mantenerse lo más cerca posible de la verdad.
¡No podría echar de menos a un hombre que la hubiera dejado tirada como Cyrus
había hecho con ella!—. Bueno, eso no es del todo cierto. Sé que debería echarlo de
menos, ya que es mi marido, pero Cyrus es mucho mayor que yo, y después de cómo
me abandonó, es difícil sentir otra cosa que resentimiento hacia él.
—Sé cómo se siente. —El conde la evaluó con la mirada, bajando la vista por la
garganta y el pecho de Corrie hasta la cintura, un examen lento y minucioso que la
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Gray observó a la joven de fogosos rizos que casi corría por el camino del jardín.
Bajo la luz de las antorchas era preciosa… esa piel tan delicada como el cristal, los
luminosos ojos verdes, y una exuberante boca del color de las rosas. Era una mujer
muy bella, pequeña pero elegante, el tipo de mujer que hacía que un hombre pensara
en sábanas de seda y en muslos todavía más sedosos, aunque Gray sospechaba que
eso era algo que quizás, ella no sabía. Aun así, ella no era exactamente lo que quería
que él creyera, así que debía andarse con cuidado.
Gray hizo un ruido desagradable con la garganta. Primero le había dicho que
había vivido con su primo menos de un año, y ahora que le había vuelto a preguntar,
le había respondido que había sido un poco más. Era obvio que jamás había vivido
en ningún sitio parecido a una granja. ¿Quién era?, se preguntó de nuevo.
En los últimos dos años, desde que Jillian había muerto, Gray había sentido una
inquietud como nunca antes. Las pocas mujeres con las que se había acostado le
habían proporcionado poca satisfacción, sólo unas breves horas de alivio sexual. Se
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El corazón de Corrie latía como loco mientras se apresuraba por el pasillo que
conducía a su dormitorio. No le gustaba nada esa sensación. Llegó a la habitación,
abrió la puerta y se encontró a Allison esperándola en el interior.
—Pensé que podrías necesitar ayuda para desvestirte —le dijo.
—Gracias, Ally. —Aunque era verdad que podía necesitar ayuda con los
botones y el corsé, a Corrie no le entusiasmó encontrarla allí. No mientras su mente
aún le daba vueltas a los inquietantes momentos que había pasado con el conde en el
jardín.
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Corrie entró en el comedor del desayuno, una alegre estancia decorada en tonos
amarillos y ocres, con una mesa cargada de porcelana con montura de oro y plata.
Unos deliciosos olores se elevaban desde un ornamentado aparador en el que se
encontraba un calientaplatos plateado y las teteras humeantes con café y té.
—Buenos días, prima. —Un hombre rubio y bien parecido se levantó de su silla.
Charles Forsythe era algo más bajo que su hermano, y tan rubio como su esposa, en
vez de moreno como el conde. Tremaine la vio y se levantó también, pero con más
lentitud, con una despreocupada insolencia que parecía ser parte de su naturaleza.
—Soy el primo Charles —continuó el rubio—. Ya ha conocido a mi hermano,
Gray, y a mi esposa, Rebecca.
—Pues sí. Me alegro de conocerle, primo Charles. Buenos días a todos. —No
miró al conde. No le gustaba la sensación de vértigo que experimentaba cada vez que
lo miraba.
—Acompáñenos —dijo Charles—. Debe de estar hambrienta. Se perdió la cena
de anoche.
Corrie esbozó una sonrisa.
—Sí, he descubierto que esta mañana tengo un hambre canina.
Le lanzó a Tremaine una mirada de desafío, vio que sus ojos se oscurecían con
algo que no pudo reconocer, y continuó hacia la silla que Charles había separado
para ella.
—¿Ya se ha instalado? —preguntó—. ¿Su doncella ha encontrado la cocina y ha
conocido a nuestros sirvientes?
—Sí. Es muy amable de su parte permitir que me quede aquí. —Charles sonrió.
Tenía los dientes muy blancos y los ojos color avellana, y, aunque no era tan
imponente como su hermano, resultaba un hombre muy atractivo.
—Le aseguro que Becky disfrutará de la compañía de otra mujer.
Pero cuando Corrie miró a Rebecca, la tensa sonrisa con que la recibió le dejó
claro que la prima Becky hubiera deseado que Letty Moss jamás hubiera llegado al
Castillo de Tremaine.
El desayuno continuó con la agradable conversación de Charles, que resultó
poseer un encanto del que su hermano mayor carecía. Tremaine habló poco, pero
Corrie podía sentir sus ojos en ella, lo que provocó que pequeños escalofríos
nerviosos atravesaran todo su ser. Había algo en él… Y cuanto más tiempo pasaba
con el conde, menos podía imaginar a su hermana disfrutando de su compañía, y
mucho menos enamorándose de él.
Laurel siempre había sido dulce y terriblemente tímida. Un hombre como Gray
Forsythe la habría aterrorizado, no le cabía duda. Pero quizás había otra faceta en ese
hombre que Corrie desconocía.
El conde había llegado antes que el resto de la familia y estaba terminando de
desayunar cuando un sirviente llenó el plato de Corrie y lo dejó sobre el mantel. Era
obvio que era un hombre madrugador. Se terminó los huevos, le dirigió a ella una
última mirada y se excusó ante todos. En cuanto desapareció del comedor, la
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Capítulo 6
Un viento tempestuoso le levantaba los bordes del chal, pero las faldas y
enaguas le protegían las piernas del frío. A Corrie le gustaba pasear por el campo
más de lo que había esperado, observando cuán verdes estaban los prados, y cómo
las flores silvestres parecían danzar en la brisa. Se hizo sombra en los ojos para
obtener una mejor vista del bosquecillo que había en el horizonte y entonces lo vio:
una alta figura masculina que montaba un enorme caballo negro. La silueta que se
perfilaba contra el sol iba ataviada con los pantalones de montar y la camisa blanca
que el conde había llevado el día anterior. Con el pelo recogido hacia atrás, Tremaine
parecía ser de otro tiempo y lugar, como si debiera haber vivido cien años antes. En el
momento que la divisó andando por el camino, el conde hizo girar la montura y echó
a galopar sin prisas en su dirección. El hermoso caballo subió la cuesta sin esfuerzo
alguno y el conde de tuvo al animal a unos metros de ella.
—Señora Moss. Creí que pasaría el día con Rebecca. Y en vez de eso me la
encuentro dando un paseo. —Sonrió, pero no parecía una sonrisa sincera—. Parece
estar pasándolo bien.
—Así es. —Las palabras le salieron con un vergonzoso tono entrecortado y se
puso tensa—. Su cuñada estaba ocupada y aproveché para hacer un poco de ejercicio.
Hace un poco de viento, pero el sol calienta y resulta un día perfecto para dar un
paseo por el campo.
Tremaine frunció el ceño y sus negras cejas formaron una línea.
—¿Dónde está su doncella? —Su voz mostraba un leve indicio de
desaprobación que la irritó al instante.
—El pueblo no está lejos, y no necesito recordarle, milord, que soy una mujer
casada.
El conde apenas curvó los labios.
—No necesita recordármelo, señora Moss. Ya lo recuerdo lo suficiente. —Lo dijo
como sí la frase tuviera un doble sentido, pero ella no pudo adivinar cuál era.
—Me temo que debo marcharme —dijo ella—, tengo que hacer unas compras
en el pueblo y no deseo regresar tarde.
—Quizá debería acompañarla… para asegurarme de que no la molestan.
—¡No! Quiero decir…, gracias. Pero me las arreglaré yo sola. Buenas tardes,
milord.
Corrie continuó caminando, intentando ignorar las mariposas que le
revoloteaban en el estómago. No podía entender por qué ese hombre la afectaba de
esa manera, pero no le gustaba. Y no quería que la acompañara. Tenía preguntas que
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En cuanto Letty Moss desapareció de su vista, Gray hizo detener a Rajá y dirigió
al garañón en dirección opuesta. Manteniéndose a una distancia prudencial, procuró
no ser divisado y siguió a la mujer al pueblo. La vio entrar en una de las tiendas de la
plaza del mercado y, mientras ella estaba dentro, se dirigió a los establos.
—No tardaré —le dijo a uno de los chicos de los establos, entregándole las
riendas del caballo al tiempo que le lanzaba una moneda. Encárgate de él hasta mi
regreso.
Volviendo a High Street, la calle mayor del pueblo, vio a Letty saliendo de una
tienda para dirigirse a la de al lado. Tan pronto como estuvo dentro, Gray se acercó a
la ventana. Dentro de la tienda, Letty estaba examinando rollos de telas, deslizando
el dedo con suavidad por las coloridas muestras de seda. Luego se dirigió a la
dependienta. El conde observó la animada conversación entre ambas mujeres, pero
no pudo oír lo que estaban diciendo.
Letty salió de la tienda y entró en la carnicería, de la que salió al poco rato
comiendo un trozo de jamón. Después pasó por la sombrerería. No parecía estar
comprando mucho, más bien se entretenía echando un vistazo a los artículos, pero
claro, si su historia era cierta, no disponía de mucho dinero para gastar.
Tampoco parecía tener ninguna cita, ningún encuentro ilícito con un hombre; en
realidad no estaba haciendo nada que pudiera levantar sus sospechas.
Se dijo a sí mismo que debía regresar a casa y dejar sola a la mujer, pero algo se
lo impedía. Así que siguió a Letty durante las casi dos horas que ésta anduvo
recorriendo el pueblo, luego fue en busca de Rajá y la siguió al castillo.
La observó caminar por el sendero a través de los verdes pastos, con las caderas
balanceándose como si siguieran el ritmo de una canción silenciosa. Su ingle se tensó.
No podía creer que ese inocente e inconsciente movimiento le pudiera enardecer de
esa manera. Dio un tirón a las riendas del garañón ansioso por alcanzarla.
Ella debió de oír algún ruido a sus espaldas ya que se volvió con rapidez hacia
el sonido y el pie se le quedó trabado en un obstáculo oculto entre la hierba. Corrie
lanzó un chillido impropio de una dama y cayó hacia atrás sobre un enorme canto
rodado. Las faldas ondearon en el aire y sus blancas enaguas de encaje se le subieron
de golpe hasta la barbilla.
Gray se sorprendió a sí mismo al sonreír ampliamente. No podía recordar la
última vez que lo había hecho. Aminoró el paso y, dirigiendo a Rajá a un lado del
camino, se bajó de la silla de montar.
—Venga…, déjeme ayudarla.
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Ella se movió, retorciéndose para intentar poner algo de distancia entre ellos, lo
que lo puso todavía más duro. Gray reprimió un gemido.
—Estése quieta, maldita sea: Sencillamente quédese donde está.
Letty irguió la cabeza.
—No tiene por qué renegar. Como recordará, en primer lugar esto ha sido culpa
suya.
Era cierto que lo había acusado de ello, recordó él con una pizca de diversión.
—Lo siento, lo había olvidado.
No volvieron a hablar hasta que el castillo apareció ante su vista. Gray se dirigió
directamente hacia la parte delantera, donde les esperaba un mozo de cuadra para
tomar las riendas. Gray se bajó de la silla de montar, luego levantó los brazos para
coger a Letty, descubriendo que tenía la cintura tan pequeña que sus manos la
abarcaban por completo.
—Gracias —dijo ella con suavidad. Él notó que ella respiraba un poco más
rápido, y se dio cuenta de que tenía razón sobre ella. Su experiencia con los hombres
era bastante limitada. Cyrus era un hombre mayor. Quizás el deseo por las mujeres
disminuía con los años.
Como Samir había sugerido, quizá las necesidades de Letty acabarían por
aflorar, y si eso ocurría, Gray tendría mucho gusto en complacerla. O al menos lo
haría, se aseguró a sí mismo, cuando es tuviera seguro de que ella no suponía una
amenaza ni para él ni para su familia.
Bajó la vista a la coronilla de Letty, a los fogosos rizos que caían sobre esos
pequeños hombros y cerró tos puños para contener las ganas de tocarlos. Puede que
ella no fuera una mujer de gran intelecto, pero le hacía arder la sangre, y si la tuviera
en la cama, no perdería el tiempo hablando.
Ella lo observó cuando la levantó contra su pecho para subir la escalinata, y otra
oleada de lujuria le golpeó.
Dios Santo. Samir tenía razón. Había pasado demasiado tiempo sin una mujer.
Le enviaría una nota a Bethany Chambers. Gray rezó para que la respuesta llegara
rápido.
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las cartas recibidas tos últimos dieciocho meses, y desató el primero. El año anterior,
su hermana había estado viviendo en Selkirk. En agosto había partido hacia East
Dereham en Norfolk para alojarse con la hermana mayor de Agnes, Gladys. Desde
allí sólo le había enviado una carta cada mes.
Ahora, Corrie sabía que Laurel había estado embarazada y que se habría
sentido cada día más pesada por el bebé. Debía de haberse pasado cada minuto del
día pensando en su hijo, pero aun así, no se había atrevido a contarle nada a Corrie
sobre el niño que traería al mundo.
A Corrie se le llenaron los ojos de lágrimas cuando releyó una de las cartas
fechada el día 20 de marzo cuando Laurel ya se disponía a dejar Selkirk Hall.
Me siento inquieta e insegura. Tenía muchos sueños para el futuro que ahora
parecen desaparecer ensombrecidos por el dolor y la desesperación. Pero ya sé lo
que es el amor. No puedo explicar lo que se siente. El amor hace que todo merezca la
pena.
Aunque ya llegó el otoño, hoy hace sol; los brillantes y cálidos rayos se filtran
entre las ramas de los árboles que hay frente a mi ventana. Las hojas, ya anaranjadas
y amarillentas, comienzan a caer y puedo oír el canto de los pájaros y el chirriar de
los grillos en la hierba seca. Últimamente, el mundo me parece más brillante por
alguna razón, y me despierto maravillada por todo lo que Dios ha creado.
Volviendo la vista atrás, Corrie encontraba una clara diferencia entre las
primeras cartas y esas que había recibido más tarde; algo había cambiado en la vida
de Laurel. Corrie sabía ahora que su hermana estaba esperando un hijo, y estaba
claro por las cartas cuánto anhelaba ser madre, y con qué esperanza miraba hacia el
futuro.
Se le formó un nudo en la garganta al pensar en lo corto que ese futuro había
resultado ser.
Terminó de releer las cartas, pero no encontró ninguna pista sobre el hombre al
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la grata charla, se había dirigido a la salida del pueblo convencida de que sus
sospechas no eran infundadas.
Los cotilleos locales colocaban a uno de los hombres del castillo como el
probable padre del niño de Laurel. Corrie haría alguna comprobación sobre el hijo
del vicario, y sobre Thomas Morton, uno de los cuatro hijos de Squire Morton, ya que
Agnes los había mencionado. Pero era Gray Forsythe, cuya esposa se había ahogado
en el mismo río que Laurel, quien encabezaba la lista de sospechosos.
Y ahora, mientras estaba allí sentada, en medio de la cama, con las cartas de su
hermana dispersas a su alrededor, Corrie recordó la sensación del duro cuerpo del
conde, la calidez y la fuerza de sus brazos cuando la había llevado de vuelta al
castillo con él. No le resultaba difícil imaginar que él hubiera podido seducir a su
tímida e inocente hermana.
Corrie miró el reloj de la repisa de la chimenea. Había comenzado a encajar las
primeras piezas del puzzle. En cuanto tuviera oportunidad, echaría un vistazo a la
casa y vería qué más podía averiguar.
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Capítulo 7
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Rebecca asintió con la cabeza. Salieron al gran vestíbulo y recorrieron uno de los
numerosos corredores.
—Estuvo allí tres años antes de que James enfermara. Creo que a Gray no le
apetecía regresar. Siempre fue un poco nómada. En cuanto se convirtió en conde, se
vio forzado a sentar cabeza y asumir sus responsabilidades.
Corrie la siguió por el pasillo, pasando ante varías salitas bellamente
amuebladas.
—¿Es ésa la razón por la que se casó?
—Supongo. Su deber era engendrar un heredero, y Gray no es de los que
eluden sus responsabilidades. Jillian era muy hermosa, tenía dinero y una buena
posición social.
El interés de Corrie iba en aumento.
—¿Estaba enamorada de él?
—Creo que estaba más enamorada de la idea de ser condesa. Jillian era algo
infantil para algunas cosas.
Corrie había ido allí buscando respuestas. Siguió insistiendo.
—Poco antes de que Cyrus saliera del país, recibió una carta de uno de sus
amigos. —No era cierto, pero era una manera de sacar a colación el tema sobre el que
más cosas necesitaba averiguar—. Mencionaba la muerte de la condesa.
—Sí. En un accidente de barco. Su muerte fue algo muy duro para Gray.
—La debe de haber amado muchísimo.
Rebecca se giró hacia ella.
—No sé si Gray es capaz de amar. No voy a negar que se preocupaba mucho
por ella. Se culpó de no haber estado aquí cuando aquello ocurrió, por no haber
podido salvarla.
Así que el conde no había estado allí cuando su esposa murió. Más información
que archivar. Ya tendría tiempo de meditarla más tarde.
Avanzaron por el pasillo de la larga galería donde estaban colgados los retratos
de los antepasados del conde, que ocupaban las paredes de suelo a techo. La mayoría
eran rubios o con el pelo castaño claro, y no se parecían en nada a Gray, que tenía el
pelo negro como la medianoche, y los rasgos oscuros, más definidos y masculinos.
—La madre de Gray ha debido de ser muy morena.
Rebecca arqueó una ceja con delicadeza.
—Clarissa Forsythe era exactamente igual que Charles. Ella juraba que Gray
había heredado el color de piel de las mujeres de la familia por la rama materna.
«Jurar.» Interesante elección de palabras. Corrie estudió la pared sin encontrar
ni un solo retrato que se pareciera a Gray ni en lo más remoto. Quizás había alguna
duda sobre el linaje del conde. Quizás era ésa la razón de que su padre y él no se
llevaran bien.
Corrie tomó nota mental para añadir esa información al resto de los datos que
había recabado.
Rebecca le echó un vistazo al reloj.
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—Espero que haya disfrutado de este pequeño recorrido por la casa. Quizás en
otra ocasión pueda enseñarle un poco más. Ahora tendrá que disculparme. Hay
varios asuntos urgentes que requieren mi atención.
—Por supuesto. —Corrie ocultó la sensación de alivio. Aunque Rebecca había
sido muy educada, estaba claro que sentía desagrado hacia ella. Quizá sospechara
que Letty Moss no era lo que parecía, y si era así, Corrie no la podía culpar. O quizá,
simplemente, no quería que otra mujer viviera bajo su techo.
Fuera como fuese, no estaban destinadas a convertirse en grandes amigas, y
teniendo en cuenta la razón de por qué Corrie estaba allí, quizá fuera mejor de ese
modo.
Girando a la izquierda, vagó por el laberinto de pasillos, memorizando dónde
estaban las habitaciones y deslizándose sin prisas de un pasillo a otro, esperando
poder encontrar el camino de vuelta sin ninguna dificultad. Al pasar por la
biblioteca, se detuvo, luego entró en la estancia con estanterías que iban de suelo a
techo y que estaban atestadas de libros.
La biblioteca era impresionante, cada librería de roble contenía volúmenes de
piel de diferentes formas y tamaños. Estaba situada en una de las zonas más antiguas
del castillo, y tenía las paredes de piedra y los suelos de anchas tablas de roble que
estaban desgasta das en algunos lugares por el paso del tiempo. Aun así, la madera
había sido pulida hasta adquirir un brillo lustroso, y las lámparas de latón de las
mesas relucían. Cada una de las largas hileras de estantes había sido cuidadosamente
limpiada, como si los libros que contenían fueran de vital importancia para el dueño
de la casa.
Corrie apreciaba el valor de los libros. Su casa de Londres estaba repleta de
ellos. Incluso en su dormitorio tenía una librería con los libros que más le gustaban.
Era escritora. Y no sólo eso, además era una lectora voraz.
Recorrió la biblioteca, disfrutando de la agradable sensación que transmitía la
estancia y sus familiares volúmenes, el olor ligeramente rancio a papel y tinta. A
Laurel también le habían gustado los libros.
Corrie se preguntó si quizá sería ése el interés que su hermana había
compartido con lord Tremaine. Si era así, la biblioteca podría proporcionarle alguna
pista que indicara una relación entre ellos. Por razones que se negaba a examinar,
pensar eso provocó que un regusto amargo le inundara la boca.
De nuevo tuvo la persistente sensación de que Laurel jamás se habría sentido
atraída por un hombre tan temible como el conde.
Laurel había sido demasiado dulce, demasiado amable, mientras que el conde
era todo lo contrario: fuerte e intenso.
Corrie caviló sobre la infancia de Gray. Su madre había muerto cuando él tenía,
por lo que ella sabía, unos diez años, dejándolo con un padre que… ¿lo creía hijo de
otro hombre? ¿Habría sido Gray mal tratado por su padre? ¿Se habría incorporado al
ejército para librarse de un padre poco cariñoso? ¿Y qué había pasado con su esposa?
Rebecca había dicho que Gray era incapaz de amar, pero Jillian no había tenido
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reparos en casarse con él. ¿Era el conde de alguna manera responsable de su muerte?
¿Era por eso que se sentía culpable?
Corrie vagó por las interminables hileras de estantes, cogiendo un libro aquí y
otro allá, reconociendo la mayoría de ellos. Una sección estaba repleta de textos
romanos clásicos, incluyendo La Eneida de Virgilio y un volumen de poesía de
Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, editados en el latín original. Ambos eran libros
que siempre le habían gustado. Siempre le había gustado la escuela, le había gustado
aprender. Su padre había ignorado las costumbres imperantes y le había
proporcionado los mejores tutores que el dinero podía comprar.
Examinó con detenimiento la siguiente sección, sacó un libro del montón y lo
abrió: La Odisea, de Homero. Había leído ese libro años atrás, una aventura épica que
había impulsado su deseo de escribir. Lo mismo que antaño, las palabras allí
impresas la sedujeron y se encontró releyendo su pasaje favorito. Estaba tan
profundamente inmersa en la historia, que no oyó las fuertes pisadas del conde
amortiguadas por la gruesa alfombra persa.
—¿Ha encontrado algo interesante? —Extendió el brazo y le arrancó el libro de
las manos. Girándolo, leyó las letras doradas impresas en la cubierta de piel—. ¿La
Odisea? —frunció el ceño—. ¿Sabe leer griego?
«Santo cielo.»
—Yo… yo… estaba sólo mirando las letras. Se ven tan distintas de los caracteres
ingleses.
Él le dio la espalda y volvió a colocar el libro en su lugar en el estante.
—Si está en la biblioteca, supongo que le gusta leer. ¿Qué tipo de libro prefiere?
Era Letty Moss, se recordó a sí misma, un familiar pobre que vivía en el campo.
—Hummm, lo cierto es que leo de todo. Principalmente me gusta leer gacetas
para damas… ya sabe, El libro para damas de Godey y cosas por el estilo. —Le dirigió
una sonrisa radiante—. Siempre muestran la última moda.
Gray apretó los labios. Asintió con la cabeza como si no estuviera nada
sorprendido. De alguna manera, esa mirada le pareció peor que cualquier cosa que
pudiera haberle dicho.
—Estoy seguro de que Rebecca tendrá algo que le pueda gustar —le dijo—. ¿Por
qué no le pregunta esta noche en la cena?
—Sí… eso haré. Gracias por la sugerencia.
Seguía allí parado, alto, moreno e imponente, esperando que ella se marchara.
—Me… me gusta leer poesía en ocasiones —dijo ella, buscando una excusa que
le permitiera quedarse en la biblioteca—. Quizá podría encontrar algo para
entretenerme hasta la noche. ¿Le importa que me quede un poco más? Esta estancia
es muy agradable.
Él le escrutó la cara.
—No, no me importa. Yo también paso bastante tiempo aquí dentro.
Ella le dirigió una sonrisa edulcorada y esperó a que saliera. Tan pronto como él
desapareció por la puerta, Corrie se puso manos a la obra. No podía perder más
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tiempo. Tenía que saber qué había en los cajones de la mesa de lectura y examinar el
escritorio de la esquina. Tan pronto como tuviera oportunidad, tenía intención de
visitar el estudio de lord Tremaine, pero ésa era una tarea peligrosa y no era algo que
pudiera llevar a cabo en pleno día.
Corrie se acercó corriendo a la mesa de lectura y comenzó a abrir los cajones.
Había un montón de periódicos antiguos, una pluma con la punta rota y algunos
libros antiguos a los que les faltaban páginas. Se preguntó por qué el conde no había
quemado esos libros y luego recordó cuánto le costaba a ella deshacerse de los textos
que tanto amaba. Quizá, como ya había pensado antes, el conde tenía un lado oculto
que ella aún no había descubierto.
Sin embargo, bien podía ser Charles el que había guardado los libros. Parecía
mucho más sensible.
Se acercó al escritorio. El tintero estaba seco y la pluma necesitaba una punta
nueva. Nadie había escrito nada en ese escritorio desde hacía tiempo y no iba a
encontrar nada de relevancia que pudiera relacionar con Laurel.
Corrie regresó a los estantes de libros. Laurel había amado la poesía. ¿Se habría
reunido con su amante en el castillo, quizá se habían sentado juntos en esa biblioteca?
¿O habían mantenido su aventura en las oscuras sombras del bosque o en algún otro
lugar más apropiado para los amantes? Un estante alto lleno de libros, que estaba un
poco más apartado del resto, atrajo su atención. Quedaba fuera de su alcance, así que
cogió una de las escaleras de mano y, tras acercarla, se subió para poder ver los
volúmenes con mayor claridad, pero no reconoció ninguno.
Kama Sutra era el título de una de las obras. Reconoció un libro del escritor
francés Voltaire, Cándido, un libro erótico y de lo más escandaloso que, según había
oído, ninguna persona decente debería leer. Junto a él, un libro llamado El arte erótico
y los frescos de Pompeya despertó su interés. Le gustaba leer sobre lugares lejanos.
Esperaba poder viajar algún día y escribir historias sobre las personas y los sitios que
visitara. El libro se refería a un pueblo antiguo de Italia, pero tal y como sugería el
título no creía que tratara precisamente sobre temas de viajes. Corrie no pudo evitar
coger el volumen para echarle un rápido vistazo.
Abrió el libro y echó una mirada a las páginas llenas de imágenes. Agrandó los
ojos al ver el primer dibujo que surgió ante su vista. Era un mural de las termas
stabianas, según decía el pie del grabado, donde aparecía una mujer desnuda con
grandes pechos, apoyada sobre manos y piernas. Un hombre desnudo estaba
arrodillado detrás de ella y la mujer echaba la cabeza hacia atrás en lo que parecía ser
una mueca de dolor.
Corrie no podía imaginar qué era lo que estaban haciendo exactamente, pero su
corazón comenzó a palpitar de una manera extraña y sintió que una gota de sudor le
resbalaba entre los pechos. Con rapidez, pasó la página para ver otro mural. En ése,
Mercurio caminaba desnudo con un enorme apéndice despuntando en la entre
pierna. Corrie se lo quedó mirando fijamente.
—Veo que, después de todo, ha encontrado algo. —El conde estaba al pie de la
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escalera de mano. Corrie soltó un grito al ver a la alta figura que la observaba, perdió
el equilibrio y se cayó de la escalerilla. Aterrizó en los brazos del conde y el libro
erótico voló por los aires para caer abierto con un ruido sordo sobre su regazo.
El conde miró la imagen de Mercurio, y Corrie se puso colorada como un
tomate.
—Interesante elección —dijo él, y ella pudo notar el tono divertido de su voz.
—¡Bájeme de inmediato! —Intentó liberarse con todas sus fuerzas para
conseguir recobrar al menos una pizca de dignidad. Pudo sentir la fuerza de los
brazos que la rodeaban, el duro y musculoso pecho de Tremaine, y se le encogió el
estómago. El conde la dejó ponerse de pie, y atrapó el libro antes de que cayera al
suelo. Lo mantuvo abierto y paseó la mirada sobre el grabado.
—Apruebo su elección, señora Moss. Creo que encontrará esto mucho más
interesante que la poesía, aunque también disfruto con un buen poema. Admito, sin
embargo, que no la creía tan atrevida.
Corrie cerró los ojos, sentía que le ardía todo el cuerpo, hasta las puntas de los
pechos.
—Yo… sólo lo cogí. No podía imaginar qué iba a encontrar. —Tensó la espalda
—. Debería avergonzarse, milord, de tener un libro de esta naturaleza en su
biblioteca, donde cualquier persona confiada podría tropezarse accidentalmente con
él.
El conde arqueó una de sus cejas negras.
—Al parecer, esta persona confiada tuvo que subirse a una escalerilla para
cogerlo. No es precisamente un tropiezo accidental, señora Moss. —Curvó la
comisura de la boca—. Aunque si quiere mirar el resto de las imágenes, no se lo diré
a nadie.
—¡Cómo se atreve! —A pesar de la insultante sugerencia, lo cierto era que a ella
le interesaba seguir mirando el libro. ¿Qué estaría haciendo la pareja desnuda?, se
preguntó. ¿Y qué más podría aprender?
—Mis disculpas —dijo Tremaine con un deje de burla—. Sólo pensé que podría
encontrarlo educativo… ya que es una mujer casada y está familiarizada con las
intimidades que comparte una pareja.
La cara de Corrie enrojeció todavía más. Recordó el libro que Krista y ella
habían encontrado en el sótano del dormitorio de la Academia Briarhill. Describía los
fundamentos básicos de hacer el amor, pero poco más. En aquel momento, ambas se
habían quedado horrorizadas al pensar que un hombre y una mujer se unían de esa
manera. Pero Krista le había dicho que hacer el amor era algo maravilloso, y
considerando la reacción de Corrie ante Gray Forsythe, la manera en que se
ruborizaba y se mareaba cada vez que él se le acercaba, se preguntó si realmente
podía ser así. Fuera cual fuese la verdad, eran aterradoras esas sensaciones que él
provocaba en ella.
Y peligrosas.
—Creo que ha llegado el momento de poner fin a esta conversación —dijo ella
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—. Es, en el mejor de los casos, muy poco apropiado hablar de estas cosas. Si me
disculpa, milord…
Tremaine hizo una reverencia formal.
—Por supuesto. Que pase una buena tarde, señora. —La diversión había vuelto
a su voz, pero había algo más.
A Corrie no le pasó desapercibida la cálida mirada del conde y, por un
momento, fue incapaz de apartar la vista. El corazón le tamborileaba como la lluvia
sobre el tejado, y sintió la boca seca.
Intentó imaginar a su hermana con Gray, pero no fue capaz. Laurel habría
necesitado a un amante dulce, alguien que compren diera su timidez, sus tiernos
sentimientos. Corrie no podía imaginarse a Gray Forsythe ejerciendo un papel
comprensivo. Como amante, él sería exigente, no tierno. No estaba segura de cómo lo
sabía, pero lo sabía.
Dándose media vuelta, mantuvo la mirada al frente y salió de la biblioteca.
Aunque ya no podía ver al conde, podía sentir sus ojos sobre ella, tan ardientes como
una llama. Las malas lenguas lo llamaban «el seductor», un maestro de las artes
eróticas. Estaba claro por los libros que había visto que él era un estudioso del arte
erótico.
Ese hombre debía de conocer una docena de maneras de tocar, y cientos de
formas de incrementar las descabelladas sensaciones que recorrían su cuerpo cada
vez que él se acercaba. Había sucumbido al aura de masculinidad que lo rodeaba.
Cada vez que Corrie estaba con él, esas absurdas sensaciones aumentaban.
Pero su esposa estaba muerta, y también Laurel.
El pensamiento arrojó un cubo de agua fría al fuego que corría por las venas de
Corrie.
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Capítulo 8
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numerosos romances. Le dijo que Corrie conocía la reputación del conde con las
mujeres y que bien podía haber seducido a su hermana, y matarla después de dejarla
embarazada para evitar el escándalo.
—Interesante. No se sabe mucho sobre las circunstancias que rodearon la
muerte de la esposa de Tremaine. La familia mantuvo el asunto en secreto.
—Bueno, Coralee ha logrado infiltrarse en el Castillo de Tremaine haciéndose
pasar por la mujer de un primo lejano desaparecido hace años, y ésa es la razón de
que Leif y yo estemos tan preocupados por ella.
—Si el conde fuera culpable de asesinato —añadió Leif—, Coralee podría estar
en grave peligro.
Petersen gruñó.
—Debo decir que la señorita Whitmore tiene muchas agallas. Haré algunas
investigaciones, y veré lo que puedo descubrir. También intentaré averiguar si
Tremaine mantuvo algún tipo de relación con Laurel Whitmore.
—Si no lo hizo —dijo Leif—, averigüe quién lo hizo.
Petersen asintió con la cabeza.
—Lo haré lo mejor pueda. —Se puso en pie, y también lo hicieron Krista y Leif
—. Les informaré tan pronto como descubra algo.
Krista le dirigió una sonrisa de alivio.
—Gracias, señor… Dolph.
Él sonrió.
—Como ya les he dicho, nos mantendremos en contacto.
Krista y Leif se despidieron del investigador y regresaron a la salita.
—Me alegro mucho de que pensaras en contratarle —dijo ella.
—Petersen es un buen hombre. Descubrirá todo lo que pueda sobre el conde.
Krista sabía que lo haría. Sólo esperaba que lo que descubriera no pusiera en
peligro la vida de Coralee.
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«Maldiciones del infierno.» Era otra mujer la que había llamado su atención, y
no se conformaría con ninguna que no fuera ella.
Gray no podía comprenderlo. Era un hombre de fuertes apetitos sexuales. Por
qué ésta había despertado su interés era algo que escapaba a su compresión. Había
algo en ella que le intrigaba, quizá fuera el misterio que la rodeaba. Fuera lo que
fuese, la deseaba, y estaba bastante seguro de que ella también lo deseaba a él.
Ambos eran adultos. Con treinta años, no era demasiado viejo para Letty (o
quienquiera que resultara ser). Lo cierto era que no importaba. Ella no le suponía
ninguna amenaza que él no pudiera resolver. Fuera quien fuese, podría encontrarse
con ella en Londres y convertirla en su amante. Letty necesitaba dinero. Le pondría
una casa de campo en las cercanías. La trataría bien, la mantendría económicamente
y, a cambio, ella cubriría sus necesidades. Gray casi sonrió.
Por la mañana, le enviaría una nota de disculpa a Bethany por no haber acudido
a la cita. Mientras tanto, comenzaría la campaña para atraer a la señora Moss a su
cama.
Con esos pensamientos en la mente, Gray se encaminó hacia las escaleras que
conducían a sus habitaciones en el ala oeste del castillo. La casa estaba oscura. Sólo
las lámparas de gas que Rebecca había instalado estaban prendidas, dar luz suficiente
para encontrar el camino. Subió las escaleras, atravesó con paso rápido el pasillo y
abrió la pesada puerta de su habitación.
Las cortinas estaban corridas y había una lámpara de aceite encendida encima
de la mesilla de noche con la mecha baja. Durante un instante, se figuró que Samir
debía de haber intuido su regreso de esa manera extraña que tenía y había encendido
la lámpara para él. Gray frunció el ceño. Ni siquiera Samir podría haber leído sus
pensamientos esa noche, cuando ni él mismo los tenía muy claros.
Entró silenciosamente en la habitación y examinó el interior. Se le erizó el pelo
de la nuca. El sexto sentido que había desarrollado en el ejército palpitaba en su
interior, advirtiéndole de que en esa habitación había otra persona.
En principio, la estancia parecía estar vacía. Luego fijó la mirada en las pesadas
cortinas de terciopelo dorado iluminadas por la lámpara y vio allí un bulto
antinatural. Por debajo asomaban unos pies… unos pies pequeños, femeninos y, por
lo que parecía, calzados en unas suaves zapatillas de cabritilla. Los zapatos eran
demasiado finos para pertenecer a un criado, pero estaban algo desgastados. Con una
repentina certeza, Gray supo que esos pequeños pies pertenecían a Letty Moss.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Intentaría robarle dinero o alguna otra cosa de
valor? Las gastadas prendas de vestir hacían evidente su desesperada necesidad de
dinero. Clavó la vista en la cortina mientras se le ocurría una pícara idea.
Vestido con su ropa de montar a caballo, Gray se sentó en el taburete delante
del tocador y comenzó a tirar con fuerza de las botas.
Una tras otra, cayeron al suelo con un pesado ruido sordo. Se quitó el abrigo, y
luego la camisa, dejando el pecho al descubierto. Levantándose del taburete, se
dirigió hacia la ventana mientras se desabrochaba el botón de los pantalones de
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montar.
Sonó un jadeo ahogado a través de la cortina cuando los pantalones se le
bajaron un poco sobre las caderas.
—Puede salir, señora Moss…, a menos, claro está, que desee quedarse ahí
mientras termino de desvestirme.
Un leve movimiento hizo ondular la cortina. Con un suspiro de resignación,
Letty apareció de detrás del terciopelo dorado, con el mentón alzado mientras se
enfrentaba a él. Aunque lo miró a la cara, se le agrandaron los ojos ante la visión de
su torso desnudo y el rizado vello negro que lo cubría. Vio el botón desabrochado de
los pantalones y sus mejillas se volvieron de color escarlata.
—¿Puedo preguntarle qué está haciendo en mi habitación? —preguntó él con
calma, aunque sentía cualquier cosa menos calma. Letty se humedeció los labios, y el
calor se le concentró en la ingle.
—Hummm… me he perdido. Salía al jardín, ¿sabe? Subí por la escalera de
servicio y… he debido de girar en la dirección equivocada cuando llegué a la
segunda planta.
—Ah… ha debido de ser eso. Su habitación está en la misma ubicación en el
extremo opuesto de la casa.
—Sí, así es. —Su alivio se transformó en recelo—. ¿Cómo sabe en qué
habitación estoy?
Él le dirigió una sonrisa lobuna.
—Me gusta asegurarme personalmente de que mis invitados estén cómodos. Se
encuentra cómoda aquí, ¿verdad, señora Moss?
Ella entrecerró los ojos.
—No en este momento.
Él acortó la distancia que había entre ellos y se detuvo justo delante de ella. La
cogió por los hombros y la sintió temblar pero a pesar de ello, Letty no retrocedió.
—Quiero saber qué está haciendo en mi habitación, y esta vez quiero la verdad.
—La sacudió suavemente—. ¿Andaba buscando dinero? Sé que tiene poco. Supongo
que podría comprenderlo.
Ella se mantuvo firme.
—No soy una ladrona.
—¿Entonces?
—Yo, sencillamente… —solió un suspiro tembloroso—. Quería saber algo sobre
usted. Me ha permitido quedarme en su casa. Pensé que podría averiguar más de
usted si echaba un vistazo a sus habitaciones.
Le clavó los dedos en los hombros.
—¿Por qué?
Letty lo miró con los ojos más verdes que él había visto nunca.
—Por… varias razones. Y algunas de ellas ni siquiera yo las entiendo. —Las
palabras sonaron con una sinceridad que sorprendió a ambos.
Gray observó la hermosa cara, las cejas rojizas y delicadas, el pequeño hoyuelo
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los ojos, podía recordar su aroma masculino mezclado con la fragancia a sándalo.
Era un consumado seductor, y aun así, tras haber probado su ardiente pasión,
Corrie tenía la firme convicción de que Gray Forsythe no había sido el amante de
Laurel, no era el hombre del que su hermana se había enamorado profundamente, el
hombre que había protegido hasta el final de su vida.
Corrie conocía a Laurel demasiado bien, y comenzaba a conocer al poderoso
conde. Eran completamente opuestos. No era posible que su hermana pudiera haber
resistido la intensidad de un hombre como Gray.
Sin embargo, Corrie no lo podía exonerar hasta encontrar al hombre que Laurel
había amado. El hombre que la podría haber asesinado. Respirando profundamente,
Corrie se colocó los mechones que se le habían soltado del recogido, abrió la puerta y
entró en su dormitorio.
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Capítulo 9
Después de una larga noche, la mayor parte de la cual la pasó sin dormir, Corrie
se despertó en una lluviosa mañana de mayo. Ansiosa por escapar de la casa y evitar
al conde de Tremaine, se saltó el desayuno, y con un vestido sencillo, se dirigió hacia
el pueblo a pesar del cielo oscuro.
El pueblo, que tenía algunos edificios de piedra tan antiguos como el castillo,
estaba tranquilo a esas horas de la mañana. Corrie se paseó entre las tiendas que
empezaban a abrir sus puertas, se tomó un buñuelo y un té en un diminuto salón y
compró una bonita cinta de color azul para sujetarse el pelo. Habló con algunas
mujeres esperando enterarse de algún chismorreo, y luego se dirigió a la iglesia.
Corrie sabía que el vicario Langston había llegado a la diócesis hacía tres años.
Su hijo, Patrick, era actualmente el diácono en el cercano condado de Berkshire, pero
había estado viviendo en el pueblo en la época que Laurel había sido asesinada.
Corrie estaba en el pasillo a unos metros del altar cuando la abordó el vicario, un
hombre con buena planta, de pelo plateado y afables ojos azules.
—¿Qué puedo hacer por usted, señorita?
—Bueno, yo… en realidad, vine a rezar por una amiga mía. Murió hace unos
meses. Se llamaba Laurel Whitmore.
El vicario meneó la cabeza.
—Una horrible tragedia… Mi hijo y yo visitábamos a menudo a Laurel y a su
tía. Era una chica muy dulce, amiga de la prometida de mi hijo, Arial Collingwood.
—¿Su hijo está comprometido?
—Pues sí. Hace ya más de un año. La boda está prevista para el mes que viene.
La señorita Whitmore ayudaba a Arial con sus planes para las nupcias.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Si Laurel era amiga de la prometida de
Patrick Langston, jamás se habría fijado en él. Sencillamente, no habría engañado a su
amiga.
—He oído rumores sobre lo que sucedió —dijo Corrie con cautela—. Sé que
tuvo un hijo. Aún me cuesta creer que Laurel se matara… y me resulta casi imposible
imaginar que pudiera haber hecho algo que dañara a su bebé.
—Sí, nos causó una gran impresión a todos. De algún modo me siento culpable.
Debería haberme dado cuenta de su pena. Después de todo formaba parte de mí
congregación. Por supuesto, no supe nada del niño… hasta mucho más tarde. Fue
algo que no salió a la luz hasta después de que apareciera muerta. La familia intentó
ocultar esa información, pero es difícil mantener un secreto así en un pueblo pequeño
como éste.
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—Me lo imagino. —Dirigió una mirada al altar, donde las luces parpadeantes
de unas velas proyectaban sombras en los muros de piedra—. Siempre he creído que
la identidad del padre del bebé acabaría saliendo a la luz. Pero supongo que nadie
sabe quién es.
—Me temo que no. Quizá jamás supo nada del bebé… o al menos no lo supo
hasta que fue demasiado tarde. Y para entonces ya no tenía demasiada importancia.
Santo cielo, jamás se le había ocurrido pensar en eso. ¿Era posible que Laurel
nunca le hubiera dicho al hombre que amaba que estaba embarazada? Y si así había
sido, ¿por qué no lo había hecho?
—Siento de veras lo de su amiga —dijo el vicario—. Apreciaba muchísimo a la
señorita Whitmore.
—Gracias. Yo también la apreciaba.
Corrie abandonó la iglesia con el corazón en un puño. Laurel estaba muerta, y
hablar de ella con el vicario había hecho salir de nuevo el dolor a la superficie. Al
menos, Corrie podía tachar a otro sospechoso de su lista. No creía que Patrick
Langston fuera el padre del hijo de su hermana, no cuando su prometida había sido
amiga de Laurel.
Corrie siguió pensando en su hermana mientras caminaba por el sendero que
atravesaba los campos, cuando oyó un suave quejido. Se detuvo, buscando con la
mirada el origen del ruido. Oyó un segundo quejido y abandonó el camino para
dirigirse en dirección al lugar de donde provenían los gemidos. No muy lejos, había
un perro mestizo de color gris tumbado sobre la hierba alta, sangrando profusamente
por un corte a la altura de las costillas.
—Tranquilo, chico. —Corrie se arrodilló al lado del perro, y pasó la mano por el
enredado pelaje. Era un animal grande, delgado y feúcho. El can agitó la cola. Estaba
desnutrido y sucio, pero al mirarla mostró unos ojos oscuros e inteligentes, y tan
llenos de dolor y resignación que le partió el corazón.
—Tranquilo, chico. Te vas a poner bien. Yo me encargaré de ti. No dejaré que te
mueras. —No sabía de quién era ese perro, lo más probable era que se hubiera
perdido, pero Corrie no soportaba ver sufrir a un animal.
Levantándose la falda, desgarró una larga tira de la enagua, y luego dos más.
Con mucho cuidado vendó las costillas del perro, atando suavemente cada tira de
tela. Tenía que limpiar la herida y desinfectarla, pero antes debía llevar al animal a
casa.
—Quédate aquí —dijo ella, acariciando la peluda frente gris—. Regresaré tan
pronto como pueda. —Alzándose las faldas, corrió hacia el camino y siguió corriendo
hasta llegar a la casa. Jadeaba cuando alcanzó el interior del establo y se apresuró a
buscar un mozo. Pero a quien encontró fue al conde.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó él, saliendo del establo de Rajá, donde había
estado trabajando—. ¿Está bien?
Ella farfulló unas palabras mientras trataba de recobrar el aliento.
—Necesito una carretilla. Encontré a un perro herido. Necesita ayuda y yo…
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Lord Jason llegó al día siguiente, y resultó ser un demonio muy guapo. Corrie
ya había oído hablar a los sirvientes de él, pero al verlo en persona pensó que sus
comentarios se habían quedado cortos.
De una manera diferente y menos intimidante, Jason Forsythe, el hijo menor del
marqués de Drindle, era todavía más guapo que Gray. Sin embargo, no era tan alto ni
tan fuerte, aunque con el pelo castaño claro y esos sensacionales ojos azules, era la
fantasía de cualquier mujer. Era un hombre de sonrisa fácil con un par de asombrosos
hoyuelos en las mejillas, y que además tenía una risa alegre.
Tenía veinticinco años, le había comentado Allison, sólo dos años más que
Laurel; Ally lo había descubierto gracias a su creciente amistad con los sirvientes. Y
siendo Jason tan fascinante como era, era fácil imaginarlos juntos.
No le costaba imaginar a Laurel enamorada de lord Jason… pero no podía creer
que ese hombre fuera un asesino.
—Si llego a saber la encantadora compañía que encontraría aquí en el castillo —
dijo él tras su primer encuentro—, hubiera vuelto antes a casa. —Hizo una
extravagante reverencia y depositó un beso sobre la mano de Corrie—. Me temo que
jamás he tenido el placer de conocer a su marido, señora Moss, pero debo decir que
tiene un excepcional gusto con las mujeres.
Corrie bajó la mirada, disfrutando demasiado de la adulación del hombre que, a
diferencia del conde, parecía ser muy extrovertido.
—Tan sólo espero que Cyrus esté a salvo —dijo ella, ateniéndose a su papel—.
Es difícil no preocuparse después de llevar tanto tiempo sin noticias de él.
—Imagino que debe de sentirse terriblemente sola —dijo Jason, ofreciéndole el
brazo para acompañarla a la cena—. Quizá podría aligerar esa carga mientras estoy
aquí.
Corrie le dirigió una sonrisa. Al igual que a los demás, Jason le gustaba.
—Estoy segura de que así será.
Entraron en el comedor que la familia destinaba a cenas menos formales, un
precioso espacio dominado por una larga mesa de palisandro con una docena de
sillas a juego con el respaldo alto y tapizadas en un tono verde oscuro. Sólo se había
hecho una instalación de gas para las principales habitaciones y los pasillos, aunque
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no para los dormitorios, pero en esa estancia había una araña de gas que iluminaba el
comedor con un suave resplandor amarillo. Jason la ayudó a sentarse, luego tomó
asiento frente a ella. Rebecca y Charles tomaron asiento en sus lugares habituales,
Rebecca se había puesto un vestido color crema con un tafetán dorado que hacía
juego con los reflejos dorados de su pelo. Corrie intentó no pensar en el vestido que
ella misma llevaba puesto, uno de seda de color turquesa que jamás había estado de
moda. Aunque el vestido le dejaba los hombros al descubierto como estaba de moda,
las rosas bordadas y remendadas de su corpiño le ocultaban la forma de los pechos, y
el dobladillo estaba ligeramente deshilachado.
Por una vez, el conde había decidido unirse a ellos. Ocupando su lugar en la
cabecera de la mesa, le dirigió a Corrie una mirada larga y penetrante. De repente fue
consciente de que a Tremaine no le gustaba que ella le prestara tanta atención a ese
primo tan guapo. Se negó a considerar por qué ese hecho la alegraba de forma tan
desmesurada.
—Rebecca me ha dicho que acaba de volver del Continente. ¿Cuánto tiempo ha
estado allí?
—Sólo los últimos dos meses. Estuve en Italia la mayor parte del tiempo, pero
también visité Francia.
Gray tomó un sorbo de vino.
—La señora Moss está particularmente interesada en la historia italiana. —Los
ojos oscuros la grabaron a fuego—. ¿Llegaste a visitar Pompeya mientras estuviste
allí?
Corrie se atragantó con el vino que estaba tomando.
—¿Se encuentra bien? —Jason estiró el brazo para quitarle la copa de la mano y
dejarla sobre el mantel.
—M… me encuentro bien. Sólo me he atragantado.
—¿Qué ibas a decir, Jason? —continuó Gray, y Corrie sintió deseos de pegarle.
—Me temo que no llegué hasta Pompeya. Estuve en Roma casi todo el tiempo.
Corrie le dirigió a Gray una mirada furiosa, luego centró la atención en Jason.
—Me encantaría ver Roma. La historia del Coliseo es fascinante. He leído que
en sus momentos de máximo esplendor sus gradas albergaban a más de cincuenta
mil personas, y que los juegos inaugurales duraron cien días. Siempre he pensado
que era asombroso que pudieran llenarlo de arena y agua para las batallas navales.
Las ruinas deben de ser increíbles.
Gray frunció el ceño.
—Creía que usted sólo leía gacetas femeninas.
Su tono suspicaz le hizo volver a la realidad. ¡Era Letty Moss, por el amor de
Dios! ¡Letty no leía la historia de Roma en latín!
Corrie compuso una sonrisa.
—Bueno, y es cierto. Lo que quería decir es que tengo una amiga a la que le
fascina la historia. Le gusta particularmente leer sobre Roma. Hablamos de ello en
ocasiones.
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pareció que se le oscurecían los ojos. Era como si él lo supiera, como si hubiera
extendido la mano para tocarla, como si le hubiera ahuecado los pechos con esas
manos morenas y grandes. Ese hombre era un demonio. Corrie se dijo a sí misma que
no era culpa suya que parte de su cuerpo respondiera a él.
Durante el resto de la cena, mantuvo la atención puesta en el primo del conde.
Por lo que a ella concernía, ese conde del demonio podía irse directamente al
infierno.
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Capítulo 10
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En la primera, la madre del conde le decía que lo quería y que si cuando creciera oía
rumores desagradables sobre su nacimiento, debía abrir la segunda carta. Le decía
que debía creer cada palabra que allí ponía, y que jamás debía dudar de ella, que
debía confiar en su corazón para saber que todo lo que decía era cierto.
La fecha de la carta indicaba que lady Tremaine la había escrito poco antes de
morir. Gray tenía diez años en ese momento.
Corrie se dejó caer en la silla, sintiéndose una completa fisgona, pero fue
incapaz de resistirse a leer las palabras de la segunda carta. En ésta, la condesa le
aseguraba a Gray que era hijo del conde de Tremaine.
Corrie leyó la misiva sintiendo una extraña opresión en el pecho. Cuando era
niño, Gray había sufrido los celos infundados de su padre. Había perdido a su madre
y a su esposa. Corrie sintió una punzada de pena ante la soledad que él debía de
haber sufrido en la vida. Se preguntó si quizá Laurel se habría sentido atraída por esa
soledad. Pero a pesar de lo bondadosa que su hermana había sido, Corrie no lograba
imaginarla con Gray.
Dejando de nuevo las cartas cuidadosamente en la caja, y tras devolver ésta a su
estante, Corrie se dirigió a la zona principal del estudio y comenzó a buscar allí,
empezando por el gran escritorio de caoba que dominaba la estancia.
Al no encontrar nada, registró los estantes de libros que cubrían la pared, y
cuando ya estaba a punto de darse por vencida y regresar a su habitación, su mirada
tropezó con un libro que estaba medio escondido entre dos volúmenes, como si
alguien hubiera querido que no se viera. Estirándose para alcanzarlo, cogió el libro
que resultó ser de William Shakespeare, Sonetos y poesía romántica.
Le dio un vuelco el corazón. Corrie conocía ese libro, era una de las obras
favoritas de Laurel. Y la descolorida cubierta de piel le resultaba demasiado familiar.
Le temblaba la mano cuando lo abrió y se quedó mirando fijamente la dedicatoria,
escrita con letra femenina en la primera página del libro.
Mi querido amor:
Hemos compartido muchos bellos momentos. La tarde que leímos juntos este
libro es un recuerdo que siempre llevaré conmigo. Te lo regalo con la esperanza de
que me recuerdes en los años venideros.
Con mi más profundo amor,
LAUREL
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dura y voraz que le dejó el cuerpo débil y la mente obnubilada. La lengua de Gray se
enredó con la suya cuando saqueó su boca mientras ella presionaba las manos
inútilmente contra su pecho.
—Gray… —murmuró ella, buscando fuerzas para detenerlo—. Por favor… no
podemos… no podemos…
—Oh, sí, Letty, claro que podemos. —Con esas palabras sus labios comenzaron
un lento viaje por la mandíbula de la chica, dejando un rastro húmedo y cálido.
Corrie no se percató de que él había logrado desabrocharle la bata hasta que se la
deslizó por los hombros. La boca del conde reclamó la suya mientras tiraba de la
cinta que anudaba el camisón para abrirlo. Los ardientes besos dibujaron un sendero
por su cuello y por su hombro desnudo, marcándola a fuego. Ella gimió mientras él
deslizaba la suave prenda de algodón más abajo hasta que expuso su pecho, y
acercando allí la boca, le lamió la cima del mismo, convirtiéndola en un pequeño
brote arrugado.
—Eres preciosa —susurró él, lamiendo el pezón y rodeándolo con la lengua—.
Te había imaginado así.
Corrie tembló ante la aguda necesidad que la recorrió como un torbellino, un
deseo que amenazaba con abrumarla. Gray aflojó la cinta que aseguraba la trenza y
enredó sus dedos entre los mechones, esparciendo la espesa melena sobre los
hombros de Coralee.
—Es como fuego —dijo él, enterrando la cara entre las hebras cobrizas—. Como
llamas sedosas.
Él le besó el cuello y su cuerpo se tensó de anhelo. Se meció contra él,
apretándose completamente contra el conde, y sintiendo la caliente y dura longitud
de su miembro que presionaba con atrevimiento contra ella y que no dejaba lugar a
dudas sobre la magnitud de su deseo. La oscura cabeza regresó a su seno, llenándose
la boca con aquella plenitud, y el placer la invadió con tal fuerza que pensó que se
desmayaría. Su otro seno palpitaba reclamando sus atenciones, y como si él lo
supiese, los largos dedos se cerraron sobre el pezón, apretándolo con más dureza de
la que ella esperaba y provocando un escalofrío de placer que le recorrió las
extremidades.
Gray se sentó en el sofá y la atrajo hacia su regazo. Corrie gimió y se movió con
desasosiego ante el agudo dolor que comenzaba a latirle entre las piernas. Una de las
manos del conde se desplazó a la pantorrilla de Corrie y, levantándole el camisón, se
deslizó a lo largo de su muslo, dejando un rastro de fuego allí por donde pasaba.
La mente de Coralee le lanzó una advertencia.
«¡No puedes hacerlo! ¡Debes detenerlo antes de que sea demasiado tarde!»
—¡No! —Corrie se levantó a toda prisa del sofá—. N… no puedo… Oh, Señor,
¿qué estoy haciendo? —Sintiendo las piernas flojas, se subió el camisón para cubrirse
los pechos, y se ató la cinta rosa con manos temblorosas.
Gray se movió hacia ella.
—Está bien, cariño, no voy a hacerte daño. Sólo voy a hacer el amor contigo.
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—¡No vas a hacer nada de eso! —Se apartó de él, con las mejillas ardiendo al
pensar en las vergonzosas libertades que le había permitido tomarse. Y cuánto le
habían gustado—. ¿Cómo lo haces? ¿Qué trucos utilizas?
La diversión provocó que el conde curvara los labios.
—No hay nada malo en hacer el amor. Te lo mostraré, Letty. Ven. No tengas
miedo.
Pero ella ya casi había alcanzado la puerta. La abrió de golpe y salió con rapidez
al pasillo. Oyó cómo Gray maldecía mientras la seguía a grandes zancadas.
—Necesitarás una vela —le dijo mientras le tendía una—. Sin ella podrías
caerte.
Pero Corrie continuó corriendo, con el pelo flotando sobre su espalda, y el
cuerpo latiendo en lugares en los que jamás había sentido nada parecido.
Santo Dios, tenía que tener más cuidado, tenía que mantenerse alejada del
conde y no sucumbir a la fuerte atracción que sentía por él. Pensó en Laurel,
embarazada y sola. Por todos los santos, no quería acabar siendo víctima del deseo de
un hombre.
Pero al pensar en Gray y en las salvajes sensaciones que había provocado en su
interior, no podía dejar de preguntarse si el riesgo bien merecía la pena.
Corrie temblaba en silencio mientras su cuerpo seguía palpitando de necesidad,
sabiendo que, si no tenía cuidado, ese conde del demonio iba a ser su perdición.
Gray recorrió el pasillo hasta el estudio con la mente exhausta y el cuerpo
todavía pulsando por los restos de una necesidad insatisfecha. Le había dicho a Letty
la verdad. Había estado vagando por el jardín y luego se había ido a leer un rato
porque no podía dormir. Le ocurría con demasiada frecuencia. El sexo le
proporcionaba un alivio temporal, pero llevaba semanas sin estar con una mujer.
Gray suspiró. Había quemado sus naves con Bethany. No encontraría alivio allí.
Y, la verdad, sólo deseaba a una mujer. A esa criatura misteriosa que vivía bajo su
propio techo.
En medio de la oscuridad se dirigió hacia una lámpara, encendió la mecha y se
sentó tras el escritorio. Sacando una cuartilla del cajón, cogió una pluma y tinta para
escribir una nota.
Le escribía a un amigo de Londres, un hombre llamado Randolph Petersen al
que conocía desde antes de entrar en el ejército. En ese momento, Dolph trabajaba
para el Ministerio de la Guerra, haciendo unos trabajos de investigación de los cuales
no podía hablar. Poco después, el hombre se había convertido en un exclusivo
investigador privado, el mejor si Gray confiaba en lo que se decía de él. Dolph era el
tipo de hombre que hacía bien su trabajo, sin importar cuánto tiempo le llevara
hacerlo.
En la carta, Gray le decía que quería contratarle para investigar a una mujer
llamada Letty Moss, la supuesta esposa de su primo Cyrus Moss. Le daba a Dolph
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los pocos detalles que conocía, diciéndole que, al parecer, Letty había vivido con
Cyrus cerca de York hasta que éste había abandonado Inglaterra para hacer fortuna
en América, que ella parecía estar en la miseria y necesitar ayuda.
«Averigua lo que puedas y contéstame tan pronto como te sea posible —
finalizó. Luego firmó—: Tu amigo, Gray Forsythe, conde de Tremaine.»
Selló la carta con una gota de cera y la cuñó con el sello de la familia Tremaine
—el emblema de un león con un par de sables cruzados debajo—, y se la llevó a su
suite. Por la mañana, enviaría a Samir en un coche de alquiler a llevar la nota a
Londres.
Tremaine pensaba en ello al entrar en sus aposentos, se preguntaba qué podría
descubrir Dolph, y estaba medio tentado a romper el mensaje en mil pedazos.
Deseaba a Letty Moss. No quería que Petersen descubriera algo desagradable que lo
obligara a deshacerse de ella.
Allí parado, bajo el tenue resplandor de la lámpara, golpeó ligeramente la carta
contra la superficie del tocador, luego la dejó encima, sabiendo que lo único que
faltaba era enviarla.
—Está preocupado —dijo Samir, saliendo silenciosamente de entre las sombras
—. Esa mujer no le ha proporcionado alivio esta noche.
—No.
—Ella lo desea. Se ve en sus ojos cuando lo mira. ¿Qué desea de usted a cambio
de su cuerpo?
Gray casi sonrió. Samir pensaba que cada persona tenía un precio. Sólo hacía
falta descubrir cuál era.
—Creo que ella tiene miedo. Sólo ha estado con su marido, y debió de ser muy
mal amante.
—Eso es obvio. Pero usted es un experto en el arte de la seducción. Podrá
enseñarle todo lo que necesite aprender.
—Supongo… Con el tiempo… —Pero el tiempo era algo que parecía escapársele
de las manos cada vez que estaba con Letty Moss.
Le dio la carta a Samir.
—Entrégala mañana, ¿de acuerdo? Quizá podamos descubrir la verdad sobre la
señora Moss.
Samir se inclinó respetuosamente.
—Como usted desee, sahib. —Y desapareció en la oscuridad, dejando a Gray
solo.
Letty era sólo una mujer, pensó, no muy distinta de cualquier otra con la que
hubiera estado. Pero había algo en ella… algo que le hacía pensar que podía ser algo
más de lo que parecía.
Se rio de sí mismo. Era sólo su cuerpecito delicioso lo que lo atraía, eso, y la
fogosa pasión que había vislumbrado dentro de ella, y que estaba deseando probar.
Sin importar lo que Dolph descubriera de Letty, Gray tenía intención de poseerla.
Una vez que hubiera catado sus encantos, ella sería simplemente otra mujer, una de la
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conseguir que se lo dijeran? Se le ocurrió que los amantes no se habían podido reunir
en el castillo. Quizás alguien de la taberna los había visto juntos.
Enfiló en esa dirección, pasando por delante de las tiendas y de varias carretas.
Homero le ladró a un enorme mastín color canela que había en una de ellas… atado,
gracias a Dios. Dirigiéndose al extremo más alejado del pueblo, Corrie avistó un poco
más adelante la taberna El Dragón Verde.
—Quédate aquí —le dijo a Homero, preguntándose si en realidad lo haría. Luego
Corrie subió las escaleras de madera, abrió la puerta y entró en el interior.
A la izquierda de la entrada de piedra estaba el recinto principal de la taberna,
una cámara con el techo bajo y lleno de humo, con vigas sin desbastar y suelos de
roble. Corrie siguió a una de las criadas, esperando que estuviera dispuesta a hablar a
cambio de dinero.
Corrie sacó una moneda de plata del ridículo y la sostuvo en alto delante de la
cara llana y redonda de la mujer. Era joven, rubia y guapa, con mucho pecho que
mostraba por el escote fruncido de la blusa de algodón. Por un instante, la mente de
Corrie regresó a la noche anterior, cuando había sentido la mano del conde
ahuecándole los pechos, y el calor de su boca sobre la piel.
Intentando no sonrojarse, ahuyentó con fuerza el vergonzoso recuerdo y centró
la atención en la criada.
—¿Te gustaría ganar esta moneda?
La chica la miró con recelo.
—¿Qué tendría que hacer a cambio?
—¿Cómo te llamas?
—Greta. Greta Tweed.
—¿Conoces a los caballeros que viven en el Castillo de Tremaine, Greta?
Ella asintió con la cabeza.
—Allí viven el conde, su hermano y el joven lord Jason la mayor parte del
tiempo. —Trató de coger la moneda, pero Corrie la apartó.
—Uno de ellos se veía con una joven llamada Laurel Whitmore. La chica vivía
en Selkirk Hall. ¿Sabes cuál de ellos fue? —Mantuvo apartada la moneda mientras la
joven la miraba con anhelo.
—Apostaría lo que fuera a que fue lord Jason. —Sonrió ampliamente—. Ese
hombre es como un toro. Podría hacer perder la cabeza a cualquier mujer
simplemente con acercarse a ella. —Estaba claro que hablaba por experiencia, y
Corrie sintió que se ponía roja como un tomate.
—Pero supongo —presionó— que no tienes manera de saberlo con certeza.
Greta encogió unos hombros redondeados y pecosos.
—Los tres son guapos como el pecado. Podría haber sido el propio conde. Él no
paga por sus placeres como el otro joven. La mayoría de las veces se acuesta con las
que se llaman a sí mismas damas. Si yo fuera la hija de un vizconde también lo haría,
pero no parece el tipo de hombre que se liaría con una chica inocente. Diría que se
siente más atraído por mujeres con experiencia.
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Dejando atrás la taberna, Corrie recorrió la calle mayor del pueblo. Parecía
haber algún tipo de altercado en la tienda de comestibles de los Pendergast. La
sorprendió ver al conde hablando con un niño de unos diez años. El propietario de la
tienda también estaba allí, un hombre robusto con rizadas patillas grises.
Sintiendo una gran curiosidad, se dirigió en esa dirección, pero se mantuvo
pegada a los edificios para no llamar la atención.
—¿No sabes que robar es un crimen? —le decía Gray al niño, un granujilla flaco,
con el pelo oscuro y sucio y algunos mechones revueltos y pegados a la cabeza.
—Sí, milord.
—¿Tienes hambre? ¿Por eso robaste el pan?
—Eso no viene al caso —interrumpió el tendero—. Este niño debe recibir un
castigo. Uno bien duro, es la única manera de que aprenda a distinguir entre el bien y
el mal.
El muchacho palideció y los ojos oscuros parecieron aún más grandes en el
delgado rostro. Gray le dirigió al propietario de la tienda de comestibles una mirada
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de advertencia mientras apretaba los dientes. Corrie supuso que debía de estar
recordando las palizas que le habían dado a él de pequeño.
—Te he preguntado por qué robaste el pan.
Una mirada a las duras facciones del conde y Corrie sintió una punzada de
piedad por el niño.
El muchacho lo miró; su expresión era una mezcla de miedo y desafío.
—Mi padre murió de una enfermedad pulmonar. Mi madre y yo hemos venido
desde Londres para quedarnos con la hermana de mamá, pero cuando llegamos, tía
Janie ya se había ido. No teníamos comida. Mamá está débil como un gatito. Yo… yo
no quiero que se muera como papá.
El tendero estalló.
—Voy a buscar un agente de policía. No toleraré los robos, no me importa qué
excusa tenga el muchacho.
—Tranquilo, Pendergast. No es necesario precipitar las cosas. —La orden
implícita en la voz de Tremaine hizo que la demanda sonara como si su palabra fuera
ley. El niño se puso a temblar cuando miró el duro gesto del conde.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Georgie Hobbs, milord.
—¿Dónde está ahora tu madre?
—En la casa donde vivía la tía Janie. A dos kilómetros del pueblo.
—Sabes que robar está mal.
El niño bajó la vista y arrastró la gastada punta del zapato.
—Sí, señor.
—Si vuelves a hacerlo, dejaré que el señor Pendergast llame al agente de policía
para que te encierren. ¿Has entendido?
Georgie Hobbs asintió con la cabeza.
—Sí, señor.
Pendergast abrió la boca para protestar, pero el conde alzó una mano.
—Yo pagaré esa barra de pan que robaste, y también algo de queso y carne. Se
lo llevarás a tu madre. Cuando los dos hayáis comido, irás al castillo y me pagarás la
comida con tu trabajo. Si no apareces, yo mismo te iré a buscar. Entonces sí que te
daré personalmente lo que el señor Pendergast cree que te mereces. ¿Ha quedado
claro?
—Sí, señor.
—¿Tengo tu palabra?
—Sí, milord. ¡Se lo juro por mi honor!
—Déle lo que necesita —le dijo Tremaine al dueño de la tienda—, y apúntelo en
mi cuenta.
—Sí, milord. —El tendero parecía satisfecho de haber hecho una venta con la
que no contaba.
Dejando que el niño siguiera al señor Pendergast, el conde se dio la vuelta y
comenzó a andar en la dirección que estaba Corrie. Dios mío, debería haberse
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—Ha llegado una carta para usted, mensahib. Llegó mientras estaba en el pueblo.
Corrie miró al hombrecillo y frunció el ceño.
—¿Cómo sabía que estaba en el…? No importa. —Tomó la carta dirigida a Letty
Moss—. ¿Me disculpa, milord?
Él hizo una breve reverencia.
—Por supuesto.
Dando media vuelta, Corrie se dirigió a su dormitorio. Las únicas personas que
sabían dónde encontrarla, que conocían esa identidad, eran tía Agnes, Allison, Krista
y Leif. Les escribía a sus padres, por supuesto, pero como no quería que sospecharan
nada, recibía todas sus cartas en Selkirk Hall y era Allison quien se las traía.
Corrie bajó la vista a la carta que llevaba en la mano. Era de Krista, observó
mientras cerraba la puerta del dormitorio y rompía el sello de lacre. El mensaje era
breve.
Su mente era un torbellino. «No había sido Gray. No había sido Gray. No había
sido Gray.»
Las palabras le daban vueltas en la cabeza y sintió un alivio tan profundo que se
mareó. Se dejó caer en el escabel que había a los pies de la cama justo cuando Allison
llamaba a la puerta y entraba en la habitación.
—¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido? —La cofia estaba un poco torcida sobre su
cabello oscuro cuando se apresuró hacia donde Corrie estaba sentada—. ¿Te
encuentras bien? Pareces algo sofocada.
Corrie le tendió la carta.
—No ha sido Gray… quiero decir, lord Tremaine. Estaba con su amante esa
noche. —Y aunque ese hecho la molestaba, se le había quitado un increíble peso de
encima al saber que el hombre que la atraía con tanta ferocidad nunca había sido el
amante de Laurel.
Con lo cual era muy poco probable que él fuera el responsable de lo que le
había sucedido a Laurel y a su bebé aquella noche.
Allison leyó la carta y se la devolvió.
—Pensabas que había sido el conde, pero no lo ha sido, ¿podemos volver ya a
casa?
Corrie suspiró.
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—No fue Gray, pero el libro que encontré en el estudio prueba que Laurel
estaba enamorada de uno de los hombres de esta casa. Todo lo que tenemos que
hacer es averiguar cuál de ellos fue.
—¿Eso es todo lo que tenemos que hacer? —dijo Allison con sarcasmo.
—Está claro que tiene que ser uno de ellos.
—¿Por qué no se lo preguntas? Tal vez el culpable te lo diga.
Santo cielo, ella no podía hacer eso. ¿O sí? La duda la corroía. No le podía
preguntar ni a Jason ni a Charles, pero ¿por qué no a Gray? Confiaba en lo que había
descubierto Dolph Petersen, lo que quería decir que Gray jamás se había relacionado
con Laurel. Pero quizás el conde sabía cuál de los otros dos hombres había sido.
Un estremecimiento de inquietud atravesó a Corrie. Si quería averiguar lo que
sabía el conde, tendría que hablar con él, pasar tiempo con él, ganarse al menos una
parte de su confianza. Santo Dios, ella apenas podía pensar cuando él estaba cerca.
No confiaba en sí misma cuando estaba con él, no confiaba en esos salvajes y
caprichosos sentimientos que Gray despertaba en ella con tanta facilidad.
Pero si manejaba las cosas con mucho tacto, si mantenía bajo control sus
palabras y su cuerpo, quizás él podría decirle lo que Corrie sentía tantos deseos de
saber.
—No me gusta nada esa mirada —dijo Allison, que comenzaba a conocerla
demasiado bien.
—Creo, querida Ally, que acabas de tener una idea buenísima.
—¿Qué? Estaba bromeando, Coralee. ¡Sencillamente no puedes preguntarles!
—No, pero si manejo bien las cosas, quizá pueda sonsacarle la información al
conde.
Allison señaló la carta que Corrie tenía en la mano.
—Tal vez este señor Petersen pueda averiguar cuál de los dos fue.
Corrie asintió con la cabeza.
—Buena idea. Debería habérseme ocurrido a mí antes. Sabía que tenía buenas
razones para que vinieras conmigo.
Dirigiéndose a la cama, se arrodilló y sacó una maleta, la abrió y escondió la
carta en un bolsillo interior.
—Le escribiré a Krista esta misma noche, le explicaré que encontré el libro de
Laurel, y que le encargue al señor Petersen que continúe la investigación con los otros
dos Forsythe. Mientras tanto, veré qué puedo averiguar del conde.
Allison gimió.
Reprimiendo una sonrisa, Corrie se dirigió a la puerta.
—Volveré dentro de un rato.
—¿Estás segura de que sabes lo que estás…?
Corrie cerró la puerta con un suave chasquido, luego se detuvo en el pasillo
para reunir valor. No quería pasar más tiempo con Gray, pero necesitaba información
y, para obtenerla, no le quedaba otra alternativa.
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Capítulo 12
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Señaló en aquella dirección y Corrie divisó una casi tan baja con el tejado de paja de
donde salía una columna de humo por la chimenea.
Gray azuzó al garañón, y Tulip le siguió el paso. Se detuvieron delante de la
pequeña casa blanqueada, y Gray se acercó para ayudar a bajar a Corrie. Ella se tensó
cuando sintió sus manos en la cintura para bajarla del caballo. En lugar de dejarla en
el suelo, la atrajo hacia él, haciéndole sentir la dureza de su cuerpo palmo a palmo.
Corrie se quedó sin aliento. El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.
—Bájame, Gray.
Él curvó suavemente la boca como si hubiera obtenido una pequeña victoria, y
ella se dio cuenta de que lo había llamado por su nombre de pila, como él quería.
—Como desees.
La dejó en el suelo y se dio la vuelta, ató las riendas de los caballos a un poste
delante de la casa, luego la guió hasta la puerta y llamó.
Los recibió un suave gemido.
—¿Señora Cardigan? —preguntó Gray en voz alta.
—Por favor… —susurró una mujer, tan suavemente que casi no se oía—. Por
favor… ayúdeme…
Gray empujó la puerta entreabierta y entró en la casa, Corrie se apresuró a
entrar detrás de él. Con rapidez, cruzaron una sala pequeña pero confortable con
muebles hechos a mano y con tapetes de ganchillo, después pasaron por un área que
servía de cocina hasta un acogedor dormitorio. Había una mujer gimiendo en la
cama, la enorme prominencia de su barriga era visible bajo la sábana; tenía el pelo
oscuro esparcido sobre la almohada que tenía bajo la cabeza.
Tremaine se acercó a su lado y le cogió una mano temblorosa.
—Señora Cardigan, ¿dónde está su marido? ¿Dónde está Peter?
Ella tragó y se mojó los labios resecos.
—Se fue… fue a por la comadrona. Le dije… que no había tiempo, pero… pero
él no sabía qué más hacer. —Gimió de dolor y comenzó a jadear para recobrar el
aliento—. Por favor… ayúdeme.
El conde miró a Corrie.
—Necesitaremos agua caliente y paños limpios. Enciende la estufa. El pozo está
fuera.
—¿Qué… qué vas a hacer?
—Voy a ayudar a la señora Cardigan a tener a su bebé. —Se giró, se quitó la
casaca de montar y la tiró sobre una silla, luego se inclinó para apartar la sábana.
Corrie agrandó los ojos.
—Pero… pero no querrás decir que…
El conde se volvió hacia ella, mirándola con dureza.
—Haz lo que te he dicho. Esta mujer necesita nuestra ayuda. ¡Sal y tráeme lo
que te he pedido! —El tono autoritario de su voz la tranquilizó, y se dispuso a hacer
lo que él quería.
Corrie tragó, aspiró profundamente y asintió con la cabeza.
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—Sí, sí, claro. Agua y paños limpios. Te los traeré tan rápido como pueda.
El conde pareció aliviado. Corrie salió del dormitorio y fue a la diminuta cocina.
Había un fuego encendido en la vieja estufa de hierro, pero no calentaba lo suficiente.
Tras quitarse el sombrero y la chaqueta, añadió algunos troncos, agarró el cubo del
gancho y corrió afuera. Jamás había hecho las tareas de la casa, pero no tardó en
descubrir cómo subir el cubo del fondo del pozo y echar el agua en el que ella había
traído consigo.
Un agudo chillido cortó el aire y Corrie se estremeció con tanta fuerza que casi
derramó el agua. Temiendo por la madre y el niño, llevó el pesado cubo a la cocina y
echó el contenido en una cacerola que había sobre la estufa.
Paños limpios.
Echó un vistazo a su alrededor. Gracias a Dios, había un montón de ropa blanca
y limpia en un extremo de la mesa; aparentemente, la señora Cardigan había hecho
los preparativos para el inminente nacimiento de su hijo.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Nunca había estado con una mujer en el
momento de dar a luz, pero había oído historias sobre los terribles dolores y el
sufrimiento que se padecía. La mujer gritó otra vez, los chillidos eran cada vez más
seguidos, y Corrie pensó en Laurel y el dolor que habría tenido que soportar para
traer a su hijo al mundo. Seguramente, habría hecho cualquier cosa para proteger un
regalo por el que había pagado un precio tan elevado.
Agarrando el montón de paños de la mesa, Corrie entró precipitadamente en el
dormitorio.
—Aquí están los paños. El agua casi… —Se interrumpió con horror cuando se
dio cuenta de que el camisón de la mujer estaba subido hasta la cintura, dejándola
desnuda y con las piernas abiertas sobre la cama. Había sangre en las sábanas y en la
camisa de lino blanca de Gray.
—¡Oh, Dios mío!
Él no le dirigió ni una mirada, pero su voz fue suave cuando le habló.
—Está bien, Letty. Sarah lo está haciendo muy bien.
—Pero… hay tanta sangre.
—Es normal cuando se tiene un bebé. —Levantó la vista con un leve ceño
arrugándole la frente—. Viviendo en una granja, tienes que haber visto el parto de
algún animal.
—Bueno, yo… —aspiró profundamente—. Como ya te he dicho, Cyrus era muy
protector. Creía que no era correcto que una dama viera eso.
Gray sostuvo la mirada de ella durante un instante, luego centró la atención en
la mujer de la cama.
—Todo va bien —le dijo—. Letty y yo te ayudaremos.
Corrie tragó saliva y dejó los paños limpios sobre la mesilla de noche. Sarah
Cardigan gritó de dolor, y Corrie comenzó a rezar. ¡Santo Dios, no tenía ni idea de
cómo ayudar a una mujer a dar a luz!
Se obligó a calmarse. Salió corriendo del dormitorio para ir a por el agua que
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hervía sobre la estufa. Con un cucharón sirvió un poco en un recipiente más pequeño
y lo llevó al dormitorio, luego fue a por agua fría y cogió un paño para limpiar el
sudor de la cara de esa pobre mujer.
Cuando regresó al dormitorio, la piel de la señora Cardigan estaba del color del
papel y empapada de sudor. Corrie le limpió la frente y le pasó el paño por el cuello
y los hombros.
—Gracias —dijo Sarah entre los labios resecos. Corrie extendió la tela húmeda
sobre ellos, para humedecérselos. El conde la miró, vio lo que estaba haciendo y algo
cambió en la expresión de su cara.
Un grito agudo cortó el aire y Corrie se dio cuenta de que la cabeza del bebé
había comenzado a salir del cuerpo de la mujer. Automáticamente, Corrie cogió la
mano de Sarah, cuyos helados dedos se cerraron con la fuerza de una garra de acero.
—Está bien —la tranquilizó Corrie—. El conde sabe lo que hay que hacer.
Gray le dirigió una mirada irónica, luego volvió a centrar la atención en la
mujer. Bueno, parecía saberlo, pensó mientras él instaba a Sarah a empujar en el
momento adecuado, susurrándole palabras de ánimo con una voz tan
profundamente masculina que la hizo estremecer de los pies a la cabeza.
—El bebé ya viene —dijo él—. Busca un cuchillo y asegúrate de que esté limpio.
—¿Un cuchillo?
Él levantó la vista.
—Y un trozo de cordel.
Sin tener ni idea de para qué necesitaría esos utensilios, Coralee corrió a la
cocina y encontró el cuchillo y el cordel en el mismo sitio donde había encontrado los
paños limpios. Cogió el cuchillo, comprobó el filo y lo lavó en el agua hirviendo, y
luego tomó también el trozo de cordel. Volviendo a toda prisa al dormitorio, dejó el
cuchillo y el cordel al lado de los paños, se giró y vio a Tremaine inclinado sobre la
mujer.
Cuando se echó hacia atrás, sujetaba al recién nacido, rodeando los tobillos del
bebé con sus largos dedos. Le dio una rápida palmada en el trasero y el bebé soltó un
largo y agudo chillido. Corrie observó con fascinación mientras él utilizaba el
cuchillo y la cuerda para cortar el largo cordón que unía al niño con la madre, y luego
envolvía al bebé en una toalla de lino y dejaba el bulto en los brazos de Corrie.
—Yo… no sé cómo coger a un bebé —dijo ella con nerviosismo.
Tremaine hizo un sonido con la garganta.
—Todas las mujeres saben cómo coger a los bebés. Creo que es algo innato. —
Miró a la mujer de la cama—. Tienes una hija, Sarah. Una hermosa niña.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la mujer.
—Que Dios les bendiga a ambos por lo que han hecho. —Era una mujer
bastante robusta, pero bonita, con piernas largas y fuertes, el tipo de mujer hecha
para tener bebés con relativa facilidad.
Mientras Tremaine limpiaba al bebé, Corrie cambió las sábanas y ayudó a la
madre a ponerse un camisón limpio. Cuando terminó, levantó la mirada hacia Gray,
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que acunaba a la niña. Había tanta emoción en la cara del conde que Coralee contuvo
el aliento. Ay, Dios bendito, eso no podía ser anhelo. Envolviendo al bebé en una
manta de lana amarilla que encontró doblada sobre el tocador, la acercó a la cama y
la depositó en el brazo de su madre. Corrie observó a Sarah y al bebé, sintiendo una
extraña sensación de ternura en el pecho. Se acercó en silencio hacia ellos.
—Es tan pequeñita. —Extendió la mano, ansiando tocar al bebé, con el corazón
rebosante de emoción—. Es preciosa, Sarah.
—Gracias. Gracias por todo.
El nudo que tenía en la garganta impidió que Corrie le contestara. Parpadeó
para contener las lágrimas. Había ayudado a traer una nueva vida al mundo. Era la
más asombrosa, maravillosa e in creíble experiencia de su vida. Se inclinó hacia Gray
y vio en sus ojos la misma euforia que ella sentía.
Ninguno de los dos dijo nada, no querían romper el momento. Luego, la puerta
se abrió de golpe y Peter Cardigan entró precipitadamente en la habitación.
—La comadrona fue a atender otro parto. Dios todopoderoso, Sarah, ¿cómo
vamos a hacer para…? —Vio al conde y parpadeó, como si no pudiera creer lo que
veía.
—Tienes una hija, Peter. Y después de que descanse un poco, tu esposa estará
perfectamente.
Peter Cardigan simplemente se quedó allí, con una mirada de incredulidad en
su cara colorada y llena de suciedad. Sin decir nada, corrió al lado de su esposa y se
arrodilló junto a la cama.
—Sarah… Dios santo, jamás debería haberte dejado sola.
Su esposa le dirigió una sonrisa cansada pero tranquilizadora.
—Está bien, cariño. Tu hija está bien… gracias al conde y su señora. Todo está
bien.
Peter Cardigan pareció recobrar el uso de la palabra. Miró a Tremaine y
comenzó a darle las gracias una y otra vez. Finalmente, Corrie y el conde recuperaron
sus pertenencias y se escabulleron, dejando a los orgullosos padres con la niña que
iban a llamar Mary Kate.
—Sabías qué hacer ahí dentro —le dijo Corrie al conde mientras se acercaban al
pozo para limpiarse—. Ya has traído más bebés al mundo.
Él asintió con la cabeza y se echó la casaca al hombro.
—En la India. Hubo una mujer… una campesina. La encontré entre los arbustos
al lado de la carretera. No daba tiempo para ir a buscar al médico. Nadie podía
ayudarla salvo yo.
Corrie lo estudió con renovado respeto.
—Cualquier otro hombre la hubiera abandonado.
Él se encogió de hombros.
—Quizá. Pero yo no soy ese tipo de hombre.
Corrie caviló sobre eso, añadiéndolo a la lista de cosas que comenzaba a saber
de él.
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Gray estudió a la mujer que iba a su lado. Una vez que se había sobrepuesto a la
sorpresa del inminente nacimiento, se había abandonado a la tarea sin reservas.
Ninguna de las aristócratas que él conocía habría estado dispuesta a ensuciarse
las manos para ayudar a una simple campesina, pero a Letty parecía no haberle
importado. De hecho, se había sentido fascinada por el milagro del nacimiento.
Letty lo había sorprendido a lo largo del día. Y aún continuaba asombrándolo,
lo cual, suponía, era una de las razones por las que se sentía tan atraído por ella. Eso
y sus respuestas inocentes. Y por supuesto, también estaba esa naturaleza tan
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apasionada y ese delicioso cuerpo. Si pudiera mostrarle lo bien que podían ser las
cosas entre ellos…
Pensando en la frustración que seguía sufriendo, Gray maldijo en silencio.
Letty le había dicho que no se sentía atraída por su primo, y después de que
Gray hubiera superado sus indeseados y completamente inesperados celos, la creía.
Letty le pertenecía de alguna manera, y aunque se opusiera y protestara, era sólo
cuestión de tiempo que admitiera la atracción que había entre ellos y le dejara hacer
el amor con ella.
Volvió a pensar en las preguntas que ella le había hecho sobre su matrimonio.
Era un tema prohibido. No hablaba sobre su fallecida esposa o la pena que había
sufrido cuando murió. La gente que le conocía tenía cuidado y no sacaba a colación
tan doloroso tema, o se arriesgaba a sufrir su cólera.
Pero Letty no se había dado cuenta de que era un tema prohibido, y Gray se
había sorprendido contestando a sus preguntas. No sabía por qué, pero con Letty no
parecía tan difícil hablar como con otras personas.
Gray consideró cuidadosamente la idea mientras caminaba hacia el pozo, con
un ánimo cada vez más oscuro. Después de que su madre muriera, había construido
un muro a su alrededor para proteger sus emociones. Había tenido que hacerlo para
sobrevivir a esos terribles años con su padre.
Incluso después de casarse, eso no había cambiado. Jillian había sido su esposa
y Gray la había cuidado, se había sentido destrozado por haber fracasado en la tarea
de protegerla como debía.
Aun así, nunca la había dejado acercarse demasiado, nunca había bajado la
guardia con su esposa. No había intentado cambiar eso.
No estaba preparado para dejar que nadie, ni siquiera la pequeña y dulce Letty,
llegara hasta el muro interior que le había protegido todos esos años.
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Corrie no era tonta. Incluso aunque la carta de Krista no le hubiera revelado esa
información, habría sabido por esa conversación que la condesa era la amante de
Gray. El conde le dirigió a Rebecca una dura mirada.
—Supongo que podré quedarme hasta después del almuerzo… que, estoy
seguro, habréis planeado las dos juntas.
Rebecca sólo sonrió.
Corrie sintió el estómago revuelto. Se tragó como pudo los huevos, pero le dio
la impresión de que no pasarían de la garganta. El desayuno se le hizo eterno y, tan
pronto como pudo, se excusó cortésmente, y abandonó el comedor.
Se dirigió directamente al jardín, desesperada por tomar un poco de aire fresco.
Era una mañana nublada de finales de primavera, pero el azafrán ya había florecido y
los árboles estaban cargados de hojas en los caminos. Se detuvo junto a la fuente,
respiró profundamente para tranquilizarse y entonces oyó unos pasos familiares a
sus espaldas.
Sin volverse hacia Gray, dijo:
—Por favor, vete.
—Al menos déjame que te explique.
Era una locura sentirse celosa. Sabía qué tipo de hombre era, sabía que era un
granuja total y absoluto que no quería más que disfrutar de su cuerpo. Pero pensar
en Gray con otra mujer le revolvía las entrañas hasta casi sentir náuseas.
—Es tu amante, Gray. —Se giró y lo miró—. ¿Qué hay que explicar?
—La condesa no es mi amante… ya no lo es. —Soltó el aliento con lentitud—.
Después de la muerte de Jillian, no podía… no estaba interesado en más que un
alivio físico. —Apartó la mirada como recordando esos días oscuros—. Bethany y
Rebecca son amigas. La condesa visitaba el castillo a menudo y, al final, me hizo ver
su interés. Quería olvidar el pasado. Bethany sólo fue un medio para conseguirlo.
Pero nuestra relación estaba basada en la necesidad física, nada más. Ni siquiera
hemos sido amigos.
Corrie se sintió sorprendida por las turbulentas emociones que vio aparecer en
esos ojos oscuros, casi como si a él le importara lo que ella pensara, como si se
preocupara por haberla herido.
—La mayor parte del tiempo, Bethany vive en Londres —añadió—. Desde que
regresó a Parkside, hace más de un mes, no la he visto. No lo he intentado siquiera.
Corrie alzó el mentón.
—La relación que mantengas con la condesa es asunto tuyo.
—Puede que sí. Pero sólo quería… quería que supieras que Bethany no significa
nada para mí. Jamás lo ha hecho.
Corrie escrutó su mirada y en su hermoso rostro vio una auténtica
preocupación. ¿Pero por qué le importaría tanto a él lo que ella pensara?
—Gracias por decírmelo.
Él inclinó la cabeza.
—Bethany es más mordaz que Rebecca. No te dejaré sola con ella.
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después de todo.
Gray casi sonrió.
Levantó la vista cuando Samir apareció en silencio en la puerta de la salita. Gray
se excusó y se dirigió a donde estaba esperándolo el hombrecillo.
—¿Qué pasa?
—Siento molestarle, sahib, pero ha llegado un mensaje para usted.
Gray cogió la carta lacrada que Samir sostenía en su mano curtida.
—Gracias, amigo.
Rompió el lacre y leyó la nota.
Gray leyó la nota, luego la releyó. ¿Estaba Dolph vinculado de alguna manera
con Letty? ¿O habría sido contratado por otra persona para investigarla? ¿Y por qué
ese sutil mensaje de que ella no era ninguna amenaza?
Tremaine sintió más curiosidad que nunca, y al mismo tiempo, un profundo
alivio. Confiaba en Dolph Petersen. Si Dolph decía que no debía preocuparse por
Letty, entonces no lo haría. Sencillamente continuaría con la seducción que había
planeado.
Deslizando la nota en el bolsillo de la levita, regresó con los demás. Sólo
esperaba que, en su ausencia, Rebecca y Bethany no hubieran hundido sus afiladas
garras en el dulce y menudo cuerpo de Letty Moss.
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Él levantó la manta hasta que le cubrió los ojos. Letty se movió y el conde pudo
oír el frufrú de la tela. Gray bajó la manta lo suficiente como para ver por encima del
borde superior, y observó con creciente lujuria cómo ella se quitaba el corsé y lo
dejaba a un lado, para acercarse al fuego medio desnuda. Letty se movió y él
vislumbró momentáneamente los pechos desnudos, que eran todavía más perfectos
de lo que él recordaba, pesados y con esas cimas rosadas y llenas. El recuerdo de su
sabor le envió una nueva oleada de sangre a la ingle.
Continuó con los calzones, que por lo que vio no estaban remendados y eran
del más fino y caro algodón. Si tanto los apreciaba, le compraría una docena, aunque
una vez que fuera suya, le prohibiría llevar nada debajo de las faldas. Letty se
desprendió los ligueros de satén rosa, y se inclinó para bajarse las medias.
La visión de ese dulce trasero expuesto tan tentadoramente le hizo la boca agua
y su erección palpitó aún con más fuerza. Por lo general se sentía orgulloso de su
autocontrol, pero éste parecía evaporarse cuando Letty andaba cerca. Entonces ella se
giró, y él no pudo apartar la vista de los brillantes rizos castaño-rojizos que brillaban
entre los pálidos muslos.
El chillido ultrajado de Letty le perforó los tímpanos.
—¡Me diste tu palabra!
Gray levantó la manta a la altura de sus ojos, privándose a regañadientes de la
vista.
—Te di mi palabra de caballero… algo que nunca he sido. Deberías haberme
pedido que te diera mi palabra de soldado. Habría estado obligado a cumplirla por
mi honor.
—Eres un… —explotó ella—, eres un…
Él caminó hacia ella, la rodeó con la manta y sus propios brazos.
—Eres la mujer más deseable que he conocido nunca. Tan hermosa y dulce.
Dios mío; jamás he deseado a nadie de la manera que te deseo a ti.
Y entonces la besó. Atrapada en la manta, Corrie intentó liberarse, pero él siguió
besándola como si no tuviera otra cosa que hacer. Eran unos besos suaves,
provocativos, dulcemente apasionados, que al poco rato se convirtieron en ardientes
y hambrientos, provocando que su erección se pusiera dura como una roca. En el
momento que ella dejó de luchar, cuando sus labios se suavizaron bajo los de él, Gray
suavizó el beso y Letty lo besó en respuesta.
Gray aflojó el abrazo y los brazos de Letty le rodearon el cuello. Él sintió cómo
le deslizaba los dedos entre el pelo mojado.
—Letty… —no le había mentido. No era un caballero y jamás lo sería. Tomaba
lo que deseaba, y ahora deseaba a Letty Moss. A cambio, se ocuparía de ella de la
manera que se merecía. Era un arreglo perfecto para los dos.
Gray bajó el borde de la manta y comenzó a trazar un sendero de besos hacia los
pechos maduros de Letty, decidido a alcanzar el objetivo que se había propuesto. La
seducción acabaría con todas las protestas, y ella sería suya.
Y no había nada más que considerar. Sólo sabía que tenía intención de
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proporcionarle el placer que le había prometido, que haría que lo deseara como él la
deseaba a ella. Gray se puso manos a la obra.
La manta se le deslizó hasta la cintura y Corrie se dejó llevar entre los cálidos
brazos que la rodeaban. Los labios firmes se fundieron con los suyos, y ese cuerpo
caliente y sólido hizo desaparecer los últimos vestigios de frío. Se desvaneció el dolor
de cabeza, y sintió que su mente era invadida por un placer embriagador.
Sabía que estaba mal, sabía que tenía que detenerle, pero no había sentido nada
tan bueno como lo que sentía en ese momento con Gray. Él le acarició el cuello con la
nariz. Ella ladeó la cabeza para permitirle un mejor acceso, y el espeso pelo negro del
conde, libre de la cinta, le acarició la piel. Pensó en cuando lo había visto bajo la
lluvia. Con las piernas abiertas y el pelo alborotado sobre los hombros, Gray parecía
el bandolero que ella siempre había imaginado que era.
Gray profundizó el beso y los músculos de su pecho le presionaron los pechos.
Sintió un hormigueo y se le endurecieron los pezones. Un dolor acuciante palpitó
entre sus piernas. Un calor líquido comenzó a formarse en su vientre y el deseo la
atravesó, tan tentador como la serpiente del paraíso.
Tenía casi veintidós años. Y a pesar de todas las fiestas a las que había asistido,
de todos los hombres que la habían cortejado, jamás había conocido a ninguno como
Gray. No se había sentido enardecida de esa manera por ningún beso, ni ninguno de
ellos la había excitado como él lo hacía.
Pensó en el hombre que era Gray, recordó el encuentro con el perro y cómo él la
había ayudado con el animal, y cómo había rescatado al chico del pueblo. Pensó en el
bebé que había traído al mundo, con qué ternura había tratado a la madre y al recién
nacido. Recordó el dolor que había padecido, las pérdidas que había sufrido. La
manta se deslizó más abajo y ella sintió el calor de la boca de Gray en los senos, el
tirón de sus dientes, y una arrebatadora sensación de placer la atravesó. La lasciva
criatura que vivía en su interior se rebeló, desafiándola a que se dejara llevar y
experimentara lo que ningún otro hombre podía darle.
Y era verdad, se percató. Si se negaba ahora, jamás podría experimentar el tipo
de éxtasis que Gray le ofrecía. No tenía intención de casarse pronto, había
demasiadas cosas que quería hacer. Incluso después de casarse, podría no encontrar
en su marido el tipo de pasión que Gray le hacía sentir.
Tremaine le deslizó las manos por el pelo húmedo, arrancando las horquillas.
Luego enterró los dedos en las pesadas hebras, extendiéndoselas sobre los hombros.
—Adoro tu pelo —le susurró al oído—. Adoro cada dulce curva de tu hermoso
cuerpo.
Las palabras la sedujeron tanto como las manos que recorrían su carne
desnuda, rozándola y acariciándola, haciendo que su piel ardiera ante el más leve
contacto. Su boca reclamó la de ella en otro beso embriagador, su lengua profundizó
en su boca, provocándola para que le respondiera.
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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE
Ella se arqueó, pegándose a su cuerpo y se dio cuenta de que las dos mantas
habían caído al suelo. Los dos estaban completamente desnudos. Pudo sentir el deseo
de Gray, el duro miembro masculino que tanto le intrigaba, y se echó un poco hacia
atrás para poder verlo.
Agrandó los ojos ante el grueso miembro que empujaba hacia ella, recordándole
la imagen de Mercurio, que había visto en aquel libro erótico.
—¡Oh, cielos!
Gray curvó la boca.
—No pasa nada. Simplemente nos tomaremos el tiempo necesario.
Era ahora o nunca. Si no lo detenía en ese momento, sería demasiado tarde. Lo
observó, vio el deseo que ardía en sus ojos, y algo más, un anhelo tan profundo que
parecía envolverla. Se sintió fascinada, atrapada e incapaz de rechazarlo.
—Te necesito, Letty —susurró él, atrayéndola a sus brazos y besándola de
nuevo—. Te necesito tanto.
El anhelo estaba presente en su voz, lo mismo que la soledad. La mente de
Corrie comenzó a dar vueltas, luchando por descubrir por qué ese sentimiento la
conmovía tanto, la convertía en su esclava.
Y entonces lo descubrió, estaba tan claro que no podía creer que no se hubiera
dado cuenta antes. ¡Santo Dios, estaba enamorada de él! No era un encaprichamiento
como se había temido antes, era un amor totalmente apasionado.
Era demasiado tarde para proteger su corazón, demasiado tarde para salvarse, y
como no podía hacerlo, su única opción era salvarlo a él.
Lo miró, y las lágrimas ardieron en sus ojos.
—Yo también te necesito, Gray.
Algo atravesó esos rasgos oscuros y turbulentos. Gray se la quedó mirando con
una intensidad que jamás le había visto antes. El beso fue duro y profundo, ya no era
para seducirla. Era el beso apasionado de un hombre reclamando a su compañera, y
Corrie respondió con total abandono.
Los besos, húmedos y sensuales, la dejaron sin aliento. Las caricias, cálidas y
apasionadas, hicieron arder su corazón. La tocó, le acarició esa sensible piel. Examinó
suavemente los rizos en la unión de sus piernas con los dedos y la tocó como jamás la
había tocado otro hombre.
Un deseo arrebatador la invadió. Eso era lo que ella necesitaba, lo que llevaba
esperando toda su vida.
—Hazme el amor, Gray.
Ella oyó el profundo gemido de la satisfacción masculina.
Luego la levantó entre sus brazos para llevarla a la cama de la esquina y se
tendió con ella en el suave colchón de plumas, besándola incluso más profundamente
que antes. Corrie ardió para él, ansiando más del abrasador placer que su duro
cuerpo prometía.
Pero ella ya no era la joven ingenua que había crecido en Londres.
—Un momento, Gray ¿Qué pasará si me quedo embarazada?
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***
Gray trató de recordar las habilidades que había adquirido en la India, las
docenas de trucos con los que se podía dar placer a una mujer, pero su mente estaba
obnubilada a causa de la necesidad que sentía por Letty. Había esperado demasiado
tiempo, la deseaba con demasiado ímpetu. La besó profundamente, la acarició hasta
que estuvo húmeda y preparada, retorciéndose bajo él, rogándole que la tomara.
Abriéndole las piernas con las rodillas, se cernió sobre ella, encontró la entrada a su
pasaje y comenzó a deslizarse dentro del objetivo.
Era estrecha. Asombrosamente estrecha, pero habían pasado dos años desde
que ella había estado con su marido. Gray la besó lenta y profundamente, y ella le
devolvió el beso, introduciendo su pequeña lengua en la boca de él y llevándolo a la
locura. Gray se sentía orgulloso de su autocontrol y habilidad haciendo el amor, pero
sólo podía pensar en Letty y en lo mucho que necesitaba estar dentro de ella. Podía
sentir la estrechez de la envoltura femenina y el deseo lo abrumó.
—Gray… —susurró ella, deslizándole los dedos en el pelo húmedo, y atrayendo
su boca hacia la de ella para otro beso ardiente.
El poco control que Gray poseía se resquebrajó, y luego desapareció por
completo. Con un único y duro envite, se introdujo en ella, empalando toda su
longitud en el dulce cuerpecito de Letty. Cuando Letty gritó, a su cerebro, sumergido
en la lujuria, le llevó un momento darse cuenta de que la había lastimado, que la
delgada barrera que había sentido e ignorado era su himen. Que la señora Letty Moss
era virgen.
—¿Qué diablos? —La furia lo atravesó como un relámpago. Se incorporó lo
suficiente para mirar los ojos húmedos de ella—. ¡No estás casada! ¿Quién diantres
eres, Letty? ¿Es ése tu nombre?
Ella tragó y alargó una mano temblorosa para acariciarle la cara. Por un
momento pareció dudar, como si quisiera decirle algo. Luego se estremeció y negó
con la cabeza.
—Nunca… hicimos el amor. Cyrus era demasiado viejo. Debería habértelo
dicho.
Gray extendió la mano y le enjugó las lágrimas de las mejillas. Tenía sentido. Él
había notado su inocencia desde el principio. Y de pronto, se sintió feliz de que su
primo hubiera sido un viejo tonto.
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—Si lo hubiera sabido, hubiera tenido más cuidado. —Se inclinó y la besó muy
suavemente—. Siento haberte lastimado.
Ella le dedicó una tierna sonrisa.
—Bueno, ya no me duele, sólo me siento llena… de ti.
El alivio se mezcló con un extraño sentimiento de protección.
—Eres una mujer asombrosa, Letty Moss. —Y lo era para él, una esposa virgen.
La amante perfecta.
Gray la besó suavemente, tomándose su tiempo, buscando excitarla otra vez. El
sudor le inundó la frente y le dolieron los músculos de los hombros en su esfuerzo de
controlarse. Quería complacerla, satisfacerla.
—Por favor, Gray —susurró ella, arqueándose bajo él, instándole a darle lo que
necesitaba, y en el mismo momento que Corrie pronunció esas palabras, él se puso en
movimiento.
Un único empuje profundo y Letty se vio arrebatada por un clímax destructivo.
Él apenas se lo podía creer. Sintió una sensación de triunfo por haber sido el hombre
que lo había conseguido, pero no se detuvo, sino que siguió penetrándola hasta que
ella alcanzó el orgasmo otra vez mientras le clavaba las uñas en los hombros y le
despojaba del último jirón de autocontrol.
Los golpes duros y profundos le hicieron arder la sangre; las pesadas estocadas
de su miembro lo llevaron al límite. Su cuerpo se estremeció por el comienzo del
clímax y le costó Dios y ayuda salir de su calidez acogedora antes de derramar su
semilla.
Había prometido protegerla y tenía intención de mantener su palabra. Tenía
condones en el cajón de su tocador. La próxima vez los utilizaría.
Gray sonrió tendido al lado de Letty en la cama y la atrajo hacia su cuerpo. No
podía recordar la última vez que se había sentido tan completamente relajado, tan
absolutamente saciado.
La inquietud había desaparecido, al menos de momento. La satisfacción lo
invadía de una manera que no podía explicar.
La besó en la sien.
—Todo saldrá bien, cariño. Te lo prometo.
Gray cerró los ojos, disfrutando de la suave sensación de la mujer entre sus
brazos. Anochecía y la tormenta todavía rugía fuera del pabellón de caza. Letty se
sumergió exhausta en el sueño y aunque él quería excitarla de nuevo, volver a hacer
el amor con ella, pensó en su inocencia y la dejó tranquila.
Debió de quedarse dormido. Cuando se despertó, le sorprendió descubrir que
había dormido de un tirón hasta el amanecer.
Era la primera noche que dormía tranquilo desde que Jillian había muerto.
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Capítulo 16
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disculpas por todos los problemas que os ha causado. Y puedes creerme cuando te
digo que pienso tener una larga conversación con ella. Ahora, si puedes pedirle que
venga aquí…
Charles bajó la mirada.
—Me temo que, por el momento, eso no será posible.
Justin se sintió alarmado.
—¿Qué quieres decir?
—Tu hija salió a montar poco antes de que estallara la tormenta. Gray estaba
preocupado, así que salió tras ella. Estoy seguro de que la encontró, porque no ha
regresado a casa. Han debido de refugiarse en alguna parte hasta que pase la
tormenta.
—¿Y si no la encontró? ¿Y si está ahí fuera herida… o algo peor?
—Gracias a Dios había insistido en que Constance lo esperara en Selkirk Hall. Si
supiera que su hija había pasado la noche fuera, estaría profundamente preocupada.
—Mi hermano era comandante en el ejército. Si no la hubiera encontrado,
habría vuelto en busca de ayuda. Lo mejor será darles tiempo para que lleguen a
casa. Si no están de vuelta en las próximas horas, reuniremos un pelotón de
búsqueda para encontrarlos.
A Justin le irritaba esperar. Su hija estaba ahí fuera, herida o algo peor; pero
esperar era una alternativa mejor que ir a buscarla sin saber por dónde empezar.
—¿De verdad crees que tu hermano la encontró?
—Estoy seguro. Como ya te he dicho, Gray estuvo en el ejército. Es un hombre
muy capaz.
Justin pensó en el joven y bien parecido conde con el que se había encontrado
en Londres en varias ocasiones. Y en la escandalosa reputación que le precedía. Una
idea desagradable le cruzó por la cabeza.
—Si pasaron la noche juntos, comprenderás lo que eso implica.
Charles levantó su rubia cabeza.
—Por Dios… tendrá que casarse con ella.
Justin apretó los dientes. Una de sus hijas había sido mancillada, un escándalo
que su familia y él sufrirían durante los años venideros. No toleraría otro. Si ese
granuja había pasado la noche con ella, se casaría con Coralee.
Justin pensó en la independencia de su hija, en su terca y rebelde naturaleza.
¡Se casaría con el conde… quisiera o no!
Corrie estaba montada sobre Rajá delante de Gray mientras Tulip los seguía.
Después de que hubieran hecho apasionadamente el amor, habían dormido toda la
noche. Gray se había levantado temprano y había salido a ocuparse de los caballos.
Con la cincha rota, la silla de amazona había quedado inutilizada. Pensaba enviar a
Dickey Michaels a recogerla.
Sentada delante de Gray mientras se dirigían al castillo, Corrie se preguntaba
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qué pensaría él sobre la noche anterior. Se le ocurrió que un hombre con esa
reputación podría repudiarla ahora que ella le había entregado su virtud. Si lo hacía,
no sería el hombre que creía que era, y estaría mejor sin él.
Ese pensamiento, le formó un nudo en las entrañas. Estaba enamorada de Gray.
No quería perderle. Pero, ¿qué haría él cuando descubriera que ella no era quien creía
que era y que había acudido a su casa para buscar alguna prueba que lo implicara en
el asesinato de su hermana?
Durante todo el camino de regreso al castillo, esos inquietantes pensamientos le
rondaron en la cabeza. Ninguno de los dos habló cuando salieron del establo y
entraron en el castillo por la puerta de atrás.
Samir los estaba esperando.
—Hay problemas, sahib. Lamento haberle fallado.
—¿De qué hablas, Samir?
—La mujer… debería haberme esforzado más para descubrir la verdad.
—No te andes con rodeos, amigo. Dime…
—¡Gray! Gracias a Dios que has vuelto. —Charles se encaminaba hacia ellos a
paso vivo—. Y sano y salvo, por lo que veo.
Corrie pudo sentir el rubor que inundaba sus mejillas y esperó que el hermano
de Gray no lo viera. Estaba segura de que ya no parecía la joven inocente que había
sido la tarde anterior.
—La cincha de Letty se rompió y se cayó. Tiene suerte de no estar gravemente
herida.
Charles le dirigió a ella una mirada que Corrie no supo interpretar.
—Sí, bueno, me alegro de que esté bien. Sin embargo, hay un asunto que
requiere tu atención y también la de… Letty. Si me seguís…
—No soy una compañía adecuada para nadie —dijo Corrie, deseando escapar a
su habitación—. Necesito cambiarme de ropa y ponerme algo más presentable. Si me
disculpas… Charles. —Pasó junto a los dos hombres, pero Charles la cogió por el
brazo.
—Me temo que esto no puede esperar.
Gray le dirigió una mirada inquieta y Corrie sintió un escalofrío de alarma. En
silencio, siguieron a Charles por el pasillo hasta la salita esmeralda, una sala
extravagante de llamativos colores y muebles dorados. Era la habitación favorita de
Rebecca y Corrie muy rara vez entraba allí.
Entró en la sala, vio a su padre, y casi se desmayó. Gray se dio cuenta y
extendió la mano para agarrarla por la cintura.
—¿Te encuentras bien? Quizá, después de todo, sí que te hiciste daño y los
síntomas están apareciendo ahora.
—No… estoy bien.
—Buenos días, Coralee. —Su padre se dirigió hacia ella, tenía la expresión más
furiosa que le hubiera visto nunca.
—Buenos días… papá.
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detuvo.
—Ni cambia las circunstancias presentes. —Gray se volvió con los ojos duros y
brillantes—. Coralee es una joven inocente de una de las mejores familias de Londres,
una familia que ya se ha visto sometida a bastantes escándalos. Pronto se sabrá que
habéis pasado la noche juntos. El honor te obliga, Tremaine, a casarte con mi hija.
Corrie contuvo el aliento. Tuvo que hacer acopio de valor para no encogerse de
miedo ante la feroz mirada de Gray.
—¿Esperas que me case con ella? ¿Después de las mentiras que ha dicho?
¿Después de la manera en que nos engañó a todos?
Corrie sintió el afilado aguijón de las lágrimas. Por primera vez se dio cuenta de
las desastrosas consecuencias de su engaño.
—Lo siento, Gray, de veras que lo siento. Tenía intención de contarte la verdad,
pero, sencillamente… prometí sobre la tumba de Laurel que averiguaría lo que
sucedió. No podía romper mi promesa.
El conde bajó la vista hacia ella y algo cruzó por su rostro. Corrie creyó que era
decepción.
—No eres lo que pareces. Ni eres dulce, ni amable, ni cortés ni cariñosa. Eres
una mentirosa y una embaucadora, una cruel marisabidilla capaz de cualquier cosa
para obtener lo que quiere.
Corrie palideció.
—Ya basta —dijo el vizconde—. No te permito que le hables a mi hija de esa
manera.
El conde lo ignoró.
—Ahora te recuerdo. Eres esa pequeña arpía que escribió sobre mí en la
columna de la gaceta. A ver si me acuerdo… ¿cómo me habías llamado? «Un
seductor sin moral ni conciencia.» Sí, creo que fue así. —La recorrió con una mirada
fría, un recordatorio silencioso de las intimidades que había compartido esa noche—.
Supongo que tenías razón.
Echó a andar de nuevo, pero se detuvo ante la acerada voz del padre de Corrie.
—Entonces admites que te aprovechaste de mi hija.
Él se giró otra vez.
—Seduje a Letty Moss, la preciosa, empobrecida y joven esposa de un primo
lejano. No conozco a esta mujer.
Un gemido ahogado quedó atrapado en la garganta de Corrie mientras
observaba salir a Gray. Quiso llamarle, decirle que Letty y ella eran facetas distintas
de la misma persona, pero sabía que no la creería. Todo había acabado entre ellos.
Corrie se sintió como si le hubieran atravesado el corazón con un cuchillo.
Gray salió de la casa y se dirigió hacia los establos. Por Dios, qué tonto había
sido. Debería haber sabido que la joven dulce e inocente con la que había hecho el
amor la noche anterior no existía. Sencillamente, era demasiado buena para ser
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Capítulo 17
Llevó sólo tres días sacar una licencia especial y hacer los arreglos necesarios
para una boda apresurada. Se casaría con Grayson Forsythe esa misma mañana en la
capilla de los jardines de Selkirk Hall, luego regresaría al castillo como esposa de
Gray, la condesa de Tremaine.
Pensar en ello la dejó helada hasta los huesos.
—Creo que no puedo hacerlo —le dijo a Allison mientras paseaba
frenéticamente ante la ventana de la habitación. Vestida sólo con la ropa interior
blanca de encaje y una faja de raso azul, se giró y siguió paseando de un lado a otro
—. Después de lo que hice, no creo que pueda mirarle a la cara ni a él ni a su familia
de nuevo.
Allison y ella habían llegado a Selkirk Hall poco después del horrible
enfrentamiento en el Castillo de Tremaine. Era increíble lo rápido que habían pasado
los días, y ahora Allison estaba allí para ayudarla a vestirse para la boda.
—No tienes elección —le dijo su amiga, diciéndole lo que pensaba como muy
rara vez hacía—. Se lo debes a tu familia. La muerte de Laurel los dejó destrozados.
Tu padre no lo demuestra, pero aún está afligido. Y tú no quieres que tus padres
pasen por otro escándalo.
—Oh, Dios mío. —Corrie se dejó caer en el taburete tapizado del tocador de
palisandro. El dormitorio, decorado en colores blanco y malva, era mucho más
elegante que la descuidada habitación que Rebecca le había asignado en el Castillo de
Tremaine. A Corrie se le formó un nudo en el estómago al pensar que pasaría la
noche en las habitaciones de la condesa, que comunicaban con el dormitorio de Gray.
—Quizá después de la boda consigas que el conde comprenda por qué te
comportaste de la manera en que lo hiciste. Es posible que con el tiempo llegue a
perdonarte.
Ella negó con la cabeza.
—No creo que Gray sea un hombre muy compasivo. Quizá si yo fuera
realmente Letty Moss me perdonaría con el tiempo. Creo que ella le importaba
bastante. Por desgracia, yo soy Coralee. Soy franca, terca y decidida. No soy la clase
de mujer con la que a Gray le gustaría casarse.
—Basta. Letty y Coralee son la misma persona. Eres amable y considerada. Eres
leal y justa. Con el tiempo, tu marido verá eso, y se percatará de que eres todo lo que
él creía y mucho más.
Corrie la miró, parpadeando para contener las lágrimas.
—¿De veras lo crees?
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problema…
—No es culpa del conde. Lo cierto es que todo esto es culpa mía. Incluso si fuera
lo suficientemente egoísta como para querer ver a mi familia envuelta en otro
escándalo, no desearía que eso le sucediera a lord Tremaine. Casándose conmigo, lo
desee o no, acallará las malas lenguas. No es el hombre horrible que yo creía que era.
No asesinó ni a su mujer ni a mi hermana, y no merece que su reputación se empañe
más de lo que ya está.
Krista le cogió la mano.
—Parece que te importa… al menos un poco.
Corrie levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo amo, Krista. Es intenso, difícil y demasiado exigente, pero estoy locamente
enamorada de él. Por desgracia, Gray no me ama. De hecho, me odia por haberle
engañado.
—Ya veo. —Pareció cavilar sobre la situación—. Supongo que el conde está
enojado y que tiene todo el derecho del mundo a estarlo. Pero lo más seguro es que
con el tiempo comprenda por qué te comportaste de esa manera.
—Quizá. —Corrie se miró en el espejo, notando la inusual palidez de su rostro.
Lanzó un tembloroso suspiro y se volvió hacia su amiga—. Además de casarme con
un hombre que me desprecia, no sé qué pasará con mi empleo.
—Lindsey está haciendo un excelente trabajo en tu ausencia. Quería
acompañarnos a tu boda, pero alguien tenía que quedarse y supervisar la edición de
esta semana. Te aseguro que está dispuesta a continuar hasta que tú decidas qué es lo
que vas a hacer.
Corrie levantó la vista.
—¿Crees que podré regresar? Me gusta trabajar en la gaceta. Me gusta trabajar
contigo, Krista. No estoy preparada para el matrimonio.
Krista le cogió la mano.
—No estabas preparada para enamorarte, punto. Algunas veces las cosas
ocurren sin más.
Como le había sucedido a Krista, recordó Corrie. Al principio, su relación con
Leif había sido un desastre. Ahora eran increíblemente felices. Corrie pensó en Gray
y le dolió el repentino vacío que sintió.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la ventana. Desde el jardín le llegaban las
voces de los invitados que ya habían llegado.
—Jamás descubriré lo que le sucedió a mi hermana.
Krista se unió a ella en la ventana.
—Recibí tu carta. Sé que piensas que uno de los hombres del castillo era su
amante. Pero eso no quiere decir que la haya matado.
—Lo sé. Me lo he dicho a mí misma una y otra vez.
—Hoy es el día de tu boda. No es el momento para pensar en el pasado. Tu
hermana querría que fueras feliz.
A Corrie se le oprimió el corazón. Laurel habría querido que se casara con un
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Ataviada con un vestido de tres capas de organdí gris paloma adornado con
cintas de seda color malva, y el pelo cobrizo cayéndole en bucles sobre los hombros,
Corrie se detuvo en la puerta que daba al jardín. Tenía planeado vestir de luto al
menos otro mes más, como era la costumbre, y había escogido el vestido de novia con
ese propósito en mente.
—El conde aún no ha llegado. —Su madre, una mujer de pelo castaño de casi
cincuenta años, vestida sólo con medio luto para la boda, estaba a su lado
retorciéndose las manos—. Santo Dios, quizá no venga.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Era posible. Quizá dejarla plantada en el
altar era el castigo que el conde tenía planeado para hacerle pagar por las semanas de
engaño. Por el bien de sus padres, rezó para que él no le hiciera esa humillación
pública.
—Sólo se retrasa unos minutos —dijo, tratando de evitar que su madre se
echara a llorar—. Quizá tuvo problemas en el camino. —Pero creía que se trataba más
de una advertencia del conde. Si acudía, habría quedado claro que no era un novio
ansioso.
—¡Ya está aquí! —Krista le dio la espalda a la ventana y se apresuró hacia ellas
—. Acaba de entrar en el jardín.
—Gracias a Dios —exclamó su madre. Corrie se acercó a ella y le dio un abrazo
tranquilizador, aunque no estaba segura de cuál de las dos lo necesitaba más.
—Todo va a salir bien, mamá.
La mujer esbozó una temblorosa sonrisa.
—Sí, por supuesto que sí. Después de todo, te casas con un conde. Con el
tiempo, a la gente se le olvidará lo precipitado de esta boda.
Corrie sintió una fría punzada de culpabilidad. Si hubiera escuchado a Krista y
hubiera permanecido en Londres, nada de eso habría ocurrido.
—Ha llegado el momento, Coralee. —El suave recordatorio de su amiga envió
un estremecimiento por todo su cuerpo.
Aspiró profundamente para tranquilizarse y se dispuso a enfrentarse a la dura
prueba que tenía por delante. Krista se arrodilló y enderezó la cola del vestido de
organdí, luego abrió la puerta. Aunque los invitados eran pocos, la capilla había sido
decorada con enormes macetas llenas de crisantemos blancos y malvas. Una alfombra
blanca conducía hasta el altar.
Leif y Thor esperaban en la puerta. Uno rubio, otro moreno, ambos enormes y
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con la mirada más triste que Corrie les había visto nunca.
Leif se inclinó y la besó en la mejilla.
—Estás preciosa. Tu conde es un hombre afortunado.
Corrie esbozó una sonrisa temblorosa.
—Gracias.
—Si no te trata bien —dijo Thor en tono sombrío—, sólo tienes que decírmelo.
Las lágrimas le ardieron en los ojos. Tenía suerte de tener tan buenos amigos.
—Gracias. Recordaré tu ofrecimiento, Thor. —Ella sabía muy bien qué había
querido decir.
Thor Draugr procedía de la misma isla desconocida que su hermano. Había
sido tan analfabeto y atrasado como Leif la primera vez que llegó. Pero el profesor
Hart había logrado con Thor el mismo milagro que con Leif. Era asombroso el
progreso que había realizado el enorme noruego.
—Deberías ir ya. —Krista le dio un último abrazo antes de volver con su
marido. Ver la manera en que ellos se miraban provocó que a Corrie se le llenara el
corazón de anhelo. Ojalá Gray la mirara con ese amor en los ojos… pero no creía que
lo hiciera nunca.
Su padre la estaba esperando.
—Eres una novia preciosa, Coralee. —Se inclinó y la besó en la mejilla, con el
pelo cobrizo, del mismo color que su hija, destellando—. No importa lo que pienses
de mis acciones, sabes que eso no quiere decir que no te quiera.
—Lo sé, papá. Yo también te quiero.
Él le cogió la mano enguantada y se la besó.
—Pase lo que pase, estoy orgulloso de tu fuerza, Coralee. Y de tu lealtad. El
conde va a tener una esposa maravillosa.
Ella sencillamente asintió con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta y no
podía pronunciar las palabras que quería. Luego dirigió la mirada al altar, y vio al
hombre que pronto sería su marido, el moreno y alto conde de Tremaine. Tenía la
mandíbula apretada y los ojos duros y oscuros como el ónice.
Trató de recordar al hombre compasivo que había ido a buscar la bajo una lluvia
torrencial, el hombre que la había amado con ternura, pero no había ni rastro de él.
—¿Lista? —preguntó su padre.
Ella asintió con la cabeza. Fue todo lo que pudo hacer.
Corrie intentó no temblar mientras recorría el pasillo. Vio algunas caras
conocidas: Allison al lado de la tía Agnes, que se retorcía las manos con inquietud;
Rebecca y Charles al lado de Jason, quien parecía casi divertido.
Corrie tenía una abuela a la que adoraba, pero estaba demasiado delicada para
viajar desde Londres. Su madre esperaba al final del pasillo a que su marido
entregara a la novia y se reuniera con ella. En el otro lado, sir Paxton Hart, el padre
de Krista, permanecía de pie junto a Krista, Leif y Thor.
Corrie volvió a mirar al altar, donde el conde estaba esperándola. Su padre le
dirigió una mirada que contenía una señal de advertencia, luego la dejó bajo su
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protección. Sintió las manos heladas dentro de los guantes cuando miró fijamente las
duras líneas de su cara.
—Lo lamento —dijo ella suavemente—, jamás pensé que ocurriría algo así.
El conde arqueó una ceja negra.
—Supongo que, de alguna manera, yo también lo lamento. Si no hubiera
deseado tu precioso cuerpo, todavía serías virgen y no me vería forzado a casarme
contigo.
Ella se encogió ante el recuerdo. Gray siempre había sido rudo, pero hoy
prefería que se guardara sus puyas hasta que estuvieran a solas.
—¿Estamos listos para empezar? —El vicario Langston estaba de pie en el altar
delante de ellos. Le dirigió a Corrie una mirada de simpatía y una sonrisa
tranquilizadora—. Algunas veces el Señor actúa de maneras misteriosas. Espero que
ambos tengáis puesta vuestra confianza en él.
Ella sintió el aguijón de las lágrimas, pero las contuvo. No iba a llorar. No
delante de Gray. Para él ya había caído bastante bajo.
—Me complacería que os dierais las manos.
Gray tomó los dedos enguantados de Corrie y ella pudo sentir la cólera
reprimida que bullía en él.
—Queridos hermanos —comenzó el vicario—, estamos aquí reunidos, para unir
a este hombre, Grayson Morgan Forsythe, sexto conde de Tremaine, y a esta mujer,
Coralee Meredith Whitmore, en santo matrimonio ante Dios y según las leyes de
Inglaterra…
El vicario continuó pronunciando las palabras que la unirían a Gray, pero
Coralee apenas las oyó. Por dentro, estaba temblando, su corazón sufría ante el
incierto futuro que se extendía ante ella. Gray creía que había perdido a Letty.
Cuando la ceremonia llegó al final y él la tomó en sus brazos para darle un beso
duro y castigador, Corrie supo con certeza que había perdido a Gray.
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Capítulo 18
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Gray dirigió la mirada hacia la puerta que conducía al dormitorio del conde.
—Puedes decorar esta habitación como te parezca, pero permanecerás en mis
habitaciones hasta que se terminen todos los arreglos.
A Corrie se le puso un nudo en el estómago.
—N… necesito un poco de intimidad… y a la doncella que me prometiste.
Seguro que no es demasiado pedir.
Una dura sonrisa asomó a los labios de Gray.
—Esta noche yo ejerceré de doncella. Ya encontraré después a alguien que te
ayude. —Le tendió la mano—. Ven. Es hora de ir a la cama.
Ella no podía moverse. Le parecía que los pies se le habían que dado pegados al
suelo. Lo miró e intentó no temblar.
—¿Qué pasa?
Corrie pensó que ya le había mentido bastante.
—Tengo miedo, Gray. Antes confiaba en ti. Ahora… —Apartó la mirada,
intentando no llorar. Jamás había sido cobarde, pero esa noche se sentía la mujer más
cobarde del mundo.
—Maldita sea. —Dirigiéndose a grandes zancadas hacia ella, se inclinó y la
cogió en brazos. Aunque ya había retirado la cola del vestido, las capas de su falda de
organdí cayeron en pliegues vaporosos a su alrededor. Tras pasar el umbral con ella
en brazos, la dejó delante del tocador y comenzó a quitarle las horquillas del pelo.
Ella permaneció rígida mientras él le pasaba los dedos entre los bucles,
extendiéndolos sobre los hombros. Gray no dijo nada mientras le desabrochaba los
botones del vestido de novia, luego la ayudó a salir de la falda y las enaguas. Corrie
se quedó en corsé, calzones y medias, mientras Gray permanecía vestido con los
pantalones negros y la camisa blanca que había llevado en la boda. Se había quitado
la levita y el chaleco, tenía el pelo despeinado por el viento, y ella pensó en el
bandolero que le había robado el corazón. Ojalá estuviera allí.
Gray se inclinó y la besó en el cuello, y Corrie comenzó a temblar. Era una
locura. Ya no era virgen. Gray le había dicho que no le haría daño, y aun así…
Había amado al granuja que la había despojado de su inocencia la noche de la
tormenta. Ése no era el mismo hombre. Cerró los ojos, pero no pudo contener las
lágrimas que se colaron bajo las pestañas. Gray las vio y alzó la cabeza.
—Por el amor de Dios, Cora, ya no eres virgen. Te he dicho que no te lastimaría.
¿Qué diantres te pasa?
Ella tragó, intentando reunir valor.
—No eres él… eso es lo que pasa. Tú deseabas a Letty. Y yo quiero que regrese
el hombre que eras antes. —Soltó una risita histérica—. No deja de ser justicia divina,
¿verdad?
Esos ojos oscuros la observaron. Soltó una maldición que Corrie apenas oyó, le
dio la espalda y se acercó al aparador de la pared. Unos minutos más tarde, regresó
con una copa de vino.
—Bebe esto.
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—¿Qué es?
—En la India lo llaman «elixir sagrado».
—¿Qué lleva?
—Unos polvos hechos con granos de priyala machacados y kumhara, una especie
de higo, y algo llamado murahari. Los he mezclado con vino para que te ayude a
relajarte.
Cuando lo miró, él extendió la mano para ahuecarle la cara. Era la primera
muestra de ternura que había tenido desde la mañana que había descubierto la
verdadera identidad de Corrie.
—No lleva nada malo. Te doy mi palabra.
Ella lo miró con recelo.
—¿Como soldado o como caballero?
Gray curvó los labios, fue una débil grieta en el muro que había construido a su
alrededor.
—Como soldado —dijo él con suavidad. Y ella levantó la copa y se bebió hasta
la última gota de ese vino ligeramente amargo.
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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE
labios con esa pequeña lengua rosada, a Gray se le contrajo el vientre y su miembro
se puso duro como una roca.
La poción había hecho efecto. Corrie era suya, una compañera más que
dispuesta para que hiciera con ella lo que quisiera. La giró hacia el espejo y observó
cómo lo miraba mientras la despojaba del resto de las prendas que aún llevaba
puestas.
La nuca de Corrie lo atraía, elegante y pálida, salpicada con un suave vello
cobrizo. La besó allí, sintiendo el suave cosquilleo de las sedosas hebras contra la
mejilla, y se puso todavía más duro, inclinándose, le subió un pie al taburete, se
arrodilló y le quitó las medias al mismo tiempo que le besaba la pantorrilla. Le lamió
el arco del pie y oyó su gemido.
Sólo quedaban los calzones y el corsé. Recordando la fantasía del día que se
había torcido el tobillo, le deslizó la palma de la mano por la torneada pierna, por el
muslo, hasta que alcanzó la abertura de los calzones. Deslizó dentro la mano, y
comenzó a acariciarla suavemente; estaba húmeda y resbaladiza, como él sabía que
estaría.
La droga había hecho el trabajo por él. Intentó no pensar cuánto prefería su
respuesta natural a esas que se conseguían gracias a una de las pociones que Samir
había preparado con ingredientes traídos de la India.
Corrie se movió contra su mano y él se detuvo, negándose a provocar su
liberación tan pronto. En su lugar, se puso de pie y deslizó las manos entre la espesa
mata de pelo, le inclinó la cabeza y la besó. En respuesta, ella se apretó contra él, se
puso de puntillas y le devolvió el beso. Cuando enterró la lengua en su boca, Gray
sintió un estremecimiento de placer que lo recorrió de pies a cabeza.
Quiso dejarse caer con ella en el suelo, abrirse los pantalones y tomarla allí
mismo, penetrando en ella hasta que no pudiera contener su simiente.
Pero se reprimió, le quitó el resto de la ropa, besando cada centímetro de piel
que iba quedando expuesto, aspirando su esencia suave a flores que se mezclaba con
el olor almizcleño del deseo. Levantándola en brazos, la depositó en la cama,
dejándola sola el tiempo necesario para quitarse sus propias ropas; luego se unió a
ella sobre el colchón.
En el momento que yació junto a ella, Corrie se echó a sus brazos, besándolo
apasionadamente y Gray casi perdió el control. Sabía que la droga era potente, por
eso le había dado sólo una pequeña dosis. Se le ocurrió que aquella pasión no sólo
era debida a la poción, sino a la mujer a la que se la había dado. Su nombre podía ser
Coralee y no Letty, pero ésta era la misma criatura apasionada que le había
respondido con tanta avidez la vez anterior.
Algo pareció ceder dentro él. Quizá no la conociera, no estaba seguro de si
podría vivir con ella. No era un hombre que diera su confianza a la ligera, y la poca
que le había dado a Letty, Coralee la había destruido.
Sin embargo, cuando se ofreció a él, dándole la bienvenida a su cuerpo, cuando
se movió dentro de ella, y Corrie levantó las caderas para tomar más de él, Gray
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los músculos mientras luchaba por controlarse, y por primera vez, ella reconoció el
poder que tenía sobre él.
Corrie continuó, aprendiendo el ritmo, moviéndose firmemente hacia la meta
que ambos deseaban alcanzar. El viento gemía fuera mientras Corrie jadeaba y sentía
un placer cada vez más intenso. Gray siseó cuando ella lo tomó más profundamente,
comenzando a moverse más rápido, hundiéndose con más fuerza, con más
profundidad.
—Santa Madre de Dios —gruñó Gray, agarrándola por las caderas para
mantenerla quieta y empujar en ella una y otra vez hasta que los condujo a ambos al
éxtasis.
El clímax fue rápido y duro, una liberación destructiva que la hizo gritar de
nuevo su nombre. Gray alcanzó la cima un instante después y ambos cayeron por el
precipicio.
Corrie se dejó caer encima del fornido pecho de Gray, sorprendiéndose cuando
sintió sus labios contra la frente. La bajó de encima de su cuerpo y luego la abrazó.
Gray no dijo nada, y ella tampoco, ambos temían destruir ese frágil momento.
Permanecieron tumbados. Su último pensamiento fue que fuera lo que fuese lo
que ocurriera entre ellos, ella ya no le temía.
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cuando la pasión que bullía entre ellos era provocada por el simple deseo.
Eso no había ocurrido la noche anterior, pero quizá podrían alcanzar un tácito
acuerdo. Él era un hombre y ella una mujer. Se deseaban mutuamente. Tendría que
ser suficiente.
—¿Has dormido bien? —le preguntó él desde el otro lado de la cama; el tono
duro había regresado a su voz.
Corrie se tensó.
—Muy bien, gracias.
—¿Aún tienes miedo?
—No.
Él arqueó una ceja. Sin dejar de examinarla, se acercó, le ahuecó un pecho y
comenzó a frotarle el pezón. Se excitó al instante y comenzó a sentir un latido entre
las piernas. Gray movió la mano allí como si lo supiera, y Corrie emitió un suave
gemido.
—Bueno, al menos tenemos esto. —No había mofa en su voz, ni rastro de
reproche, y ella se relajó cuando él se colocó encima de ella, besándola
profundamente, excitándola con una facilidad que debería sorprenderla pero que no
lo hacía. Ella se dejó llevar por el fuego que Gray provocaba, dejándose guiar por él,
siguiendo el ritmo de sus movimientos mientras pensaba que él tenía razón. Al
menos tenían eso. Pero en su corazón, ella sabía que no sería suficiente.
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Capítulo 19
Los rayos del sol se filtraban por las cortinas de las ventanas del dormitorio de
Gray. Corrie se dio la vuelta para abrazarlo, pero su lado de la cama estaba frío, Gray
ya se había ido. Se recostó contra la almohada, mirando fijamente el pesado dosel de
terciopelo dorado por encima de ella. Aunque una parte de ella se alegraba de no
tener que enfrentarse a él, otra deseaba que hubiera estado allí para hacer el amor
cuando se despertara.
Un ligero golpe en la puerta atrajo su atención, y una joven con falda negra,
blusa blanca y cofia entró en el dormitorio.
—Me envía el conde —dijo—. Soy Anna, su nueva doncella. —Alta, muy
delgada, con la piel dorada y el pelo rubio, Anna sonrió con simpatía—. Si le parece
bien, milady. —Aparentaba algo más de treinta años, pero esos rasgos claros la
hacían parecer bastante atractiva.
—Muy bien, Anna. Mi ropa está en los aposentos de la condesa. ¿Por qué no
vamos allí y me ayudas a escoger el vestido?
—Sí, milady.
Media hora después, Corrie estaba vestida y sentada en el comedor del
desayuno frente a Rebecca, inmersa en la primera conversación que mantenía con ella
desde la boda.
—Así que ahora te quedarás aquí para siempre. O al menos hasta que Gray se
canse de ti.
Corrie se puso tensa. Desde el momento que había empezado a llenar su plato
en el aparador, Rebecca se había mostrado tan desagradable como Corrie se había
temido.
—¿Qué quieres decir? Estamos casados. Ahora soy la esposa de Gray. —Lo cual
se había encargado él de demostrarle a conciencia con su apasionada manera de
hacerle el amor la noche anterior.
—Sin duda alguna, te darás cuenta de que su interés por ti es sólo pasajero.
Tenía intención de convertirte en su amante, no de casarse contigo.
Era cierto. Se había casado con ella porque las circunstancias no le habían
dejado otra opción.
—Incluso así, es mi marido.
Rebecca tomó un sorbo del oscuro té que llenaba su taza de porcelana. Estaba
vestida con la misma elegancia de siempre, con un vestido de seda azul claro que
hacía juego con el azul de sus ojos. Los bucles rubios y brillantes le caían sobre los
hombros.
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rozaban el dobladillo de las faldas. Había comenzado su primera tarea como lady
Tremaine, pero tenía un asunto mucho más importante en mente, uno que había
intentado dejar a un lado, pero que, simplemente, no podía. «No te he olvidado,
hermanita».
En los últimos días, había logrado ignorar los pensamientos sobre Laurel. Con
la boda forzada y sus preocupaciones sobre Gray, Corrie había tenido poco tiempo
para pensar en cualquier otra cosa.
Ahora que era una habitante más del castillo, se le ocurrió que de manera casual
se le había presentado la situación perfecta. Aunque le resultaba imposible creer que
Charles o Jason fueran capaces de asesinar a nadie, al encontrar el libro de Laurel se
había convencido de que uno de los hombres del castillo había sido el amante de
Laurel.
Rebecca había hecho una observación sobre la infidelidad de los hombres.
Quizás ella lo sabía de primera mano.
Y Jason… Jason era un joven encantador, exactamente la clase de hombre del
que su hermana se habría enamorado.
Como parte de la familia, Corrie podría ir a donde quisiera. Con un poco más
de investigación, podría averiguar a cuál de los dos hombres debería vigilar. Una vez
que supiera con certeza quién de los dos era, lo presionaría para conseguir
respuestas, para encontrar alguna pista de lo que realmente le había ocurrido a
Laurel y a su hijo recién nacido.
Corrie apretó el paso. Tan pronto como regresara del pueblo, continuaría su
búsqueda de la verdad.
Gray estaba delante de la ventana del dormitorio. Tras su encuentro con Coralee
en el estudio, se encontró subiendo las escaleras mientras pensaba que, si eran besos
lo que su pequeña esposa quería, él se los daría… eso y mucho más.
Pero la habitación estaba vacía, e intentó convencerse a sí mismo de que no
estaba decepcionado. Mirando por la ventana, vio a su esposa en el patio de los
establos, detrás del castillo. Le molestó verla arrodillarse y rodear con los brazos el
cuello del enorme perro mestizo de pelaje gris.
¿Qué diablos estaba haciendo? No era Letty Moss. Era una mujer de corazón
duro que le había calumniado en su columna, una mujer que se ganaba la vida
descubriendo secretos de otras personas y exponiéndolos al mundo. Le había
mentido, había fingido ser dulce e ingenua cuando estaba claro que no lo era.
Y aun así…
Gray la observó con el perro y se preguntó: ¿sería posible que Cora y Letty no
fueran tan diferentes como él creía?
Era un pensamiento perturbador. Una cosa era sentirse muy atraído por una
amante, cuidarla de una manera distante. Pero otra cosa era quedarse completamente
cautivado por su propia esposa. Durante el año que estuvo casado, había mantenido
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las distancias con Jillian, jamás había deseado en realidad ningún tipo de cercanía.
Pero había algo diferente en Coralee, algo que le atraía y que hacía que se sintiera
invadido por un extraño anhelo.
Gray contuvo el deseo de acompañarla en su paseo al pueblo. Él era un solitario.
Lo había sido de niño y tenía intención de seguir siéndolo ahora. No iba a permitir
que esa pequeña pelirroja embelesara su corazón con engaños.
Le dio la espalda a la ventana cuando sonó un suave golpe en la puerta. Se
encaminó hacia allí mientras Samir giraba el pomo y entraba en la habitación.
—Lamento molestarle, sahib, pero tiene visita. Sus amigos, el señor Petersen y el
coronel Rayburn le esperan en el estudio.
—¿El coronel está abajo?
Timothy Rayburn había sido su comandante cuando Gray estaba en la India, era
uno de sus mejores amigos.
El hombrecillo sonrió ampliamente, revelando los huecos entre los dientes.
—Sí, sahib. —A Samir siempre le había gustado Rayburn.
Gray no pudo contener una sonrisa, algo que rara vez le ocurría esos días.
—Diles que ahora bajo. —Se alegró ante la inesperada llegada de sus amigos,
sin embargo, le sorprendió que llegaran juntos. Timothy Rayburn era un militar de
los pies a la cabeza, había sido comandante (ahora era coronel) en el noventa y nueve
regimiento de infantería destinado en la India, donde Gray lo había conocido. Dolph
estaba retirado de no se sabía qué puesto extraoficial que había ocupado en el
Ministerio de Guerra.
Quizá, después de todo, no fuera tan sorprendente.
Gray bajó las escaleras y encontró a ambos hombres sentados en unas grandes
orejeras de cuero delante de una chimenea apagada, saboreando las copas de brandy
que Samir les había servido.
—Timothy. Dolph. Me alegro de veros. —Ambos hombres se levantaron para
estrecharle la mano—. Felicidades por el ascenso, coronel. Lo cierto es que te lo
merecías.
Rayburn sonrió ampliamente.
—Sí, bueno, me llevó mucho tiempo. —Era un hombre de mejillas rubicundas y
cara pecosa, espeso pelo rojizo y de carácter reservado. Era también el tipo de militar
al que un hombre podría confiar su vida… como Gray había hecho en más de una
ocasión.
—¿Qué os ha traído por aquí? —preguntó.
—Unos negocios en Bristol —contestó el coronel—. Un nuevo contrato que
involucra a la Compañía East India y la necesidad de pólvora para el ejército.
Gray asintió con la cabeza. El salitre, uno de los ingredientes imprescindibles,
había sido exportado desde la India desde principios del siglo XVII.
—Negocios y la oportunidad de recibir un pequeño consejo de un amigo —
añadió Dolph.
Gray le dirigió una mirada dura al hombre alto, de pelo oscuro y cara angulosa.
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hombrecillo sentía pasión por su tierra. El hindú le había presentado a Talita, una
bella y exótica nativa, cuyo marido había muerto, y una semana más tarde, se había
convertido en su amante.
Talita estaba bien instruida en sus deberes, habilidades que había aprendido del
Kama Sutra, la guía hindú para la vida y el arte del amor. Ella le había guiado,
enseñado y mostrado cómo lograr el placer de su pareja. Él había sido un alumno
apasionado y ansioso, y había aprendido bien.
A través de su amante hindú, también había conocido la India, había
experimentado imágenes y sonidos, colores y diversidad de un lugar diferente a
cualquier otro del mundo.
—Estamos preocupados, Gray —decía el coronel—. Hay rumores de rebelión.
Los altos cargos de Bombay y Madrás están inquietos, pero son las fuerzas bengalíes
lo que más nos preocupa.
Gray se incorporó en su silla.
—En mi opinión, que aparentemente es la razón de esta visita, el ejército tiene
razones para estar preocupado. Hasta el fiasco en Kabul hace dos años, el ejército
británico era considerado invencible, casi como un dios omnipotente. La aniquilación
de la guarnición de Elphinstone y la retirada de Kabul pusieron fin a esa realidad.
El coronel arqueó sus cejas rojizas.
—Por el amor de Dios, hombre, ya sabes cómo es ese lugar. Es una zona infame,
con un clima insoportable. Las tropas no murieron en la batalla, lo hicieron de calor,
enfermedad y falta de suministros.
—Sin mencionar —añadió Gray con sequedad— a los oficiales mal elegidos e
incapaces de llevar a cabo una campaña en condiciones.
Rayburn no lo negó.
—Aun así, creo que un duro castigo por parte del ejército servirá para
redimirnos ante la población local.
—Ojalá fuera tan fácil. Pero son gente que no olvida. Me temo que el daño no
será reparado con tanta facilidad. —Gray tomó un sorbo de brandy—. Por otra parte,
no creo que esto vaya a ocurrir de forma inmediata. Los insurgentes avanzan
lentamente. Pueden pasar años antes de que el ejército sufra las consecuencias de su
imprudente guerra con Afganistán.
El coronel dio un sorbo a su copa.
—Agradezco tus palabras y tus conocimientos. No exageraba cuando dije que
conoces la India mejor que cualquier otro hombre que conozco.
Mucho mejor que la mayoría de los ingleses. En los tres años que había vivido
allí, Gray había tenido como objetivo aprender tanto como pudiera de la gente y sus
costumbres. Desde que se había marchado, se había mantenido al día de lo que
estaba ocurriendo allí.
Sonrió.
—Ya no estoy en el ejército. Mis opiniones no son importantes.
Rayburn se rio entre dientes.
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—Buena observación.
—Espero que os quedéis a pasar la noche. Rebecca ha gastado una fortuna en el
chef francés que contrató. Su comida es increíble. Y esperamos a Derek esta tarde.
Supongo que hace tiempo que no lo veis.
Derek Stiles era el hermanastro de Gray, cuya existencia había descubierto algún
tiempo después de la muerte de su padre.
—Nos encantará quedarnos —dijo el coronel—. No estamos muy lejos de
Bristol.
—Hace años que no veo a Derek —añadió Dolph—. Además, he venido por otra
razón. Me gustaría hablar con tu esposa.
Gray dirigió una mirada a su amigo, a sus rasgos enjutos y su piel morena. Era
un hombre duro tal y como reflejaba su cara, y tenía algo que atraía a las mujeres.
Gray decidió que esa conversación no tendría lugar en privado.
—Ha ido al pueblo. Iré a ver si ha regresado. —Gray dejó a los dos hombres,
preguntándose de qué quería hablar Dolph con Coralee. Deseó no estar tan contento
de tener una excusa para salir a buscarla.
Pensó en la mujer con la que se había casado. Su amante hindú le había
enseñado a tener paciencia, una habilidad esencial en las artes eróticas. Pero en lo
que se refería a Coralee esas habilidades parecían eludirle. Cada vez que hacía el
amor con ella, acababa consumido por un deseo diferente a cualquier otro que
hubiera conocido nunca.
Estaba resuelto a que todo cambiara esa noche. Tenía intención de recuperar su
legendario control, de usar sus habilidades en vez de dejar que lo guiaran las
emociones. Se preguntó si, sin la influencia de la droga que le había dado, su esposa
sería una alumna tan aplicada como había sido la noche anterior.
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Capítulo 20
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—Me quedé para averiguar la verdad. Y para eso necesitaba descubrir si había
sido Charles o Jason el amante de mi hermana.
Gray endureció la mandíbula.
—¿De qué demonios hablas?
—Hablo del hombre que dejó embarazada a mi hermana, y luego la abandonó.
Si no os importa seguirme, os mostraré la prueba que he encontrado.
Corrie abandonó la salita y ambos hombres la siguieron. Pudo sentir cómo la ira
de Gray le llegaba en oleadas, y se preguntó qué daño estaría haciendo a su ya de por
sí frágil relación al acusar a un miembro de su familia de un acto tan atroz.
Tras dirigirse al estudio, tomó una escalerilla de mano para recuperar el libro
que había encontrado. Frunció el ceño al descubrir un espacio vacío en el sitio donde
había estado. Escudriñando el estante, leyó las doradas letras de los lomos de los
volúmenes, luego movió la escalerilla y miró de nuevo, aunque ya sabía con certeza
que el libro había desaparecido.
—Estaba aquí. Hace sólo unos días que lo encontré. Lo volví a dejar en su lugar
para que nadie supiera que lo había descubierto.
Los rasgos de Gray parecieron tensarse.
—¿Qué encontraste? Lo que dices no tiene sentido, Coralee.
—Encontré un libro que perteneció a Laurel, un volumen de sonetos que ella
apreciaba mucho. Se lo había regalado al hombre que amaba. Tenía escrita una
dedicatoria en la primera página.
—Si tenía una dedicatoria, entonces sabrás el nombre del hombre.
—No escribió su nombre. Se refería a él como su querido amor. Mencionaba que
habían leído el libro juntos. Decía que lo amaba.
Gray no dijo nada. Estaba segura de que no la creía, y se giró para que él no
viera las lágrimas que le anegaron repentinamente los ojos.
Se las enjugó con la punta del dedo, aspiró profundamente y se volvió hacia él.
—Dado que tú no eres el hombre que tomó su inocencia, tiene que ser o Jason o
Charles.
—Pudo haber sido cualquier otro hombre —sostuvo Gray—. Hay docenas de
hombres que visitan el castillo. Quizá tu hermana se enamoró de alguno de mis
invitados.
—Si hubieras conocido a Laurel, sabrías que jamás entregaría sus afectos con
ligereza. Tiene que haber conocido profundamente a ese hombre, tuvo que respetarle
y amarle. Y eso lleva tiempo.
La voz de Dolph Petersen los interrumpió con suavidad.
—Eso es lo que yo quería decir. —Miró a Gray—. Sé que no quieres oír esto,
pero como ha dicho tu esposa, quizá va siendo hora de que lo hagas.
Dolph volvió su atención a Corrie.
—Otro hombre frecuentó el castillo en los meses anteriores a que su hermana se
quedara embarazada. De hecho, pasa aquí mucho tiempo. Derek Stiles es
hermanastro de Gray. Al parecer, llegará esta misma tarde.
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Sobre la estancia cayó un largo silencio. Sólo se oía el tictac del reloj de la repisa
de la chimenea. ¿Por qué nadie se lo había dicho a Corrie? ¿Por qué nunca había oído
ese nombre?
Pero a ella le sonaba, ahora que lo recordaba. Algunos años antes, había
escuchado algunas habladurías sobre Derek Stiles, el hijo bastardo del último conde
de Tremaine. Derek tenía la misma reputación de Gray con las mujeres. Pero,
sencillamente, a Corrie jamás se le había ocurrido que un hijo ilegítimo fuera
bienvenido en el castillo.
—Estáis locos. —Su marido le dirigió a ella una mirada penetrante y luego se
dirigió a la puerta.
—Creo que tu esposa tiene razón —dijo Dolph, haciendo que se detuviera antes
de que alcanzara el umbral—. Creo que la condesa encontró el libro, como ha dicho,
y si es así, entonces uno de los hombres de tu familia es el padre del hijo de Laurel
Whitmore. Ahora que Laurel está muerta, sí tiene importancia averiguar quién fue.
Un músculo palpitó en la mejilla de Gray.
—¿Qué insinúas, Dolph?
—Nada. Pero Coralee cree que su hermana fue asesinada. Y si eso es cierto,
merece que se haga justicia. Si Laurel tuvo una aventura con uno de tus parientes,
quizás él sepa algo que nos lleve a descubrir lo que le ocurrió a ella y a su hijo aquella
noche.
Gray miró a Corrie fijamente.
—Lo que ocurrió es que Laurel Whitmore se suicidó. Punto. Si alguno de mis
hermanos o mi primo estuvo involucrado con ella de alguna manera, ya ha sufrido
bastante por su indiscreción. Pero ninguno de ellos es un asesino. —Miró a Dolph—.
Lo que se ha dicho en esta habitación queda entre nosotros tres.
—Eso no hace falta decirlo.
Gray se volvió hacia Corrie con los rasgos todavía más duros que antes.
—Eres mi esposa, Coralee. Quiero que termines con esta locura aquí y ahora. Tú
y esa obsesión por la muerte de tu hermana no habéis sido más que un incordio.
Salió de la estancia, y Corrie luchó por contener las lágrimas. Le dolía el
corazón y tenía un nudo en la garganta que le impedía tragar. «Que no era más que
un incordio.» Eso era lo que él pensaba de su matrimonio… que era un incordio. Un
incordio que no le había causado más que problemas.
Sintió la mano de Dolph en el hombro.
—Lo siento, milady. Quizá debería haber manejado esto de una manera
diferente.
Ella negó con la cabeza.
—No ha sido culpa suya. Iba a decírselo de todas maneras. Pensé que quizás
estaría dispuesto a ayudarme.
—Déle tiempo. Gray es un hombre duro, pero justo. Y hacer justicia es algo muy
importante para él.
Pensó en todo el bien que había hecho desde que lo conocía. Gray había sido y
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era justo. Quizá con el tiempo entendería por qué descubrir la verdad era tan
importante.
Mientras abandonaba el estudio, intentó convencerse de ello sin éxito.
***
Tal como esperaban, Derek Stiles llegó al castillo esa misma tarde. Parecía más o
menos de la edad de Gray, no más de treinta años; otro hombre atractivo que podría
haber sido el amante de Laurel. Derek compartía el mismo cabello rubio de Charles,
sólo que más dorado. Tenía la misma nariz recta que Gray y los mismos ojos oscuros,
aunque los suyos eran más leonados.
Ya en el primer encuentro quedó claro que era tan encantador como su primo
Jason y tan solícito como Charles, quienes estaban allí para saludarle.
—Así que has logrado alejarte de las damas el tiempo suficiente para venir a
conocer a tu nueva cuñada —bromeó con él Jason durante las presentaciones en la
salita azul cielo.
Derek se llevó la mano enguantada de Corrie a los labios.
—Lamento haberme perdido la boda. Supongo que mi invitación se perdió por
el camino.
Corrie enrojeció levemente.
—No hubo mucho tiempo.
Gray sólo gruñó.
—Fue una ceremonia discreta, y además, odias las bodas.
—Sólo la mía —dijo Derek con una amplia y pícara sonrisa.
Corrie pensó en Laurel y se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar ese
hombre para evitar el matrimonio. Intentó no pensar que Gray había hecho lo más
honorable sólo porque su padre había impedido que se negara.
Rebecca se acercó entonces a ellos, mirando a Derek con sus ojos azules.
—Déjalo ya, sinvergüenza. Como ha dicho Coralee, apenas hubo tiempo para
nada, pero estás invitado a la recepción que daré en honor de los recién casados.
Gray abrió la boca, pero Rebecca lo cortó antes de que pudiera protestar.
—Vamos, Gray. Sabes que es una vieja tradición familiar invitar a la gente del
pueblo a la celebración de las nupcias del señor del castillo cuando se casa.
Y Rebecca querría poner fin a cualquier habladuría que pudieran haber
provocado las acciones de Gray (o la estupidez de Corrie al no detener la seducción
cuando había tenido oportunidad).
—¿Verdad que no te importa, Gray? —lo presionó su cuñada—. No deja de ser
una tradición y ayudará a acallar las malas lenguas.
—Haz lo que te plazca —dijo él de mal humor.
—Gracias. —Rebecca sonrió—. Celebraremos la recepción dentro de dos
semanas. Ah, casi me olvido… llegó una invitación esta mañana para el baile de
máscaras de lady Devane. Será el último sábado del mes. Ya le he enviado nuestra
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aceptación.
Gray la miró con el ceño fruncido.
—Podrías haber preguntado.
—Ahora estás casado. Tienes obligación de presentar a tu esposa en sociedad…
ya que está aquí. —Pareció que se le quebraba la sonrisa—. No querrás que alguien
piense que ya te has cansado de ella.
La mirada de Gray se encontró con la de Coralee y ella pudo percibir el ardor, el
hambre. Estaba segura de que él aún no se había cansado de ella.
El conde curvó la boca.
—No, no quiero que piensen eso. Dile a la condesa que iremos. —Miró a Derek
—. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
—Hasta que te canses de mi compañía. Pensaba quedarme al menos hasta
finales de la semana que viene.
Algo cambió en los rasgos de Rebecca antes de que la sonrisa volviera a su cara.
—Sabes que eres bienvenido todo el tiempo que desees.
Charles sonrió.
—Tenemos más invitados en la casa. Dolph Petersen está aquí, y también el
coronel Timothy Rayburn. Creo que los conoces a ambos. Se reunirán con nosotros en
la cena. Quizá podamos convencerlos de que se queden más tiempo y organizar una
cacería. ¿Qué te parece?
—Una espléndida idea —afirmó Derek—. Tenemos que hacerlo.
Corrie dejó a los hombres discutiendo sobre las actividades de la semana.
Mientras se dirigía a la biblioteca en busca de algo para leer, intentó imaginarse a
Derek Stiles con su hermana.
A tenor de sus comentarios sobre el matrimonio, era algo que le resultaba
bastante difícil de hacer.
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—Gray vivió entre los nativos —dijo el coronel—, algo que pocos ingleses están
dispuestos a hacer. Creo que se quedó prendado de ese lugar. Se dedicó a aprender
de ese país tanto como pudo.
—Es diferente a cualquier otro lugar del mundo —comento Gray entre bocados
de patatas con cordero asado y perejil, sacando a colación un tema sobre el que
Corrie quería oírle hablar—. Es primitivo y salvaje, aún conservan algunas
costumbres increíblemente bárbaras. Al mismo tiempo la gente posee una sabiduría
que no he visto en ninguna otra parte del mundo.
Corrie comenzó a hacerle preguntas, y Gray la asombró contestándole. A
continuación mantuvieron un vivo debate sobre el futuro de la India, y qué acciones
deberían tomar para garantizar los intereses británicos.
—No estarán siempre bajo nuestro dominio —dijo Gray—. Un día exigirán la
independencia e Inglaterra se verá forzada a dársela.
—Disparates —declaró Rayburn—. Son una colonia y siempre lo serán. Son
como niños, dependen de que los británicos nos encarguemos de ellos.
Cuando terminó el debate, Corrie había descubierto una faceta de su marido
que aún no había visto. Él tenía una mente mucho más abierta de lo que ella había
pensado, y era muy elocuente a la hora de presentar sus puntos de vista. Debería
ocupar su escaño en la Cámara de los Lores, pensó, aunque dudaba que ella lo
pudiera convencer de ello.
La cena fue mucho más agradable de lo que había esperado, salvo por las
miradas oscuras y penetrantes que recibió de Gray. Estaba claro que él aún estaba
molesto por sus anteriores acusaciones. Pero los demás hombres compensaron los
ocasionales silencios del conde, manteniendo entretenidas a las mujeres.
Por deferencia a las señoras, los hombres declinaron el brandy y los cigarros, y
Derek sugirió un juego de naipes.
—Me temo que no podemos quedarnos —dijo el coronel, tras rechazar la
invitación para ir de cacería—. Nuestros negocios en Bristol no pueden esperar, lo
que quiere decir que necesitamos madrugar.
—Agradecemos tu hospitalidad, Gray —añadió Dolph—. Buenas noches,
damas y caballeros.
Los dos hombres se encaminaron a sus dormitorios, pero el resto del grupo se
dirigió a la sala de juegos. Al entrar en la estancia, Gray permaneció
sorprendentemente al lado de Corrie, incluso se ofreció para ser su pareja en el whist.
Con él sentado a su izquierda, Corrie no pudo evitar observar lo bien que le
sentaba el traje negro hecho a medida, y cómo la corbata blanca hacía resaltar el pelo
oscuro y el rostro moreno. Ella podía sentir el poder de su masculinidad, la fuerza de
su mirada como si él la estuviera tocando, y le tembló la mano cuando cogió los
naipes.
—Bien, ¿podemos empezar? —Charles dispuso sus cartas, ansioso por iniciar la
partida.
Apartando los pensamientos de Gray, Corrie se obligó a concentrarse en el
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juego.
Era buena, lo sabía, y quedó demostrado cuando ganó la primera mano. En
silencio, agradeció que Leif Draugr, un experto jugador la hubiera ayudado a mejorar
sus habilidades. Según progresó la velada y Corrie se anotó otra mano ganadora,
Derek bromeó sobre su habilidad.
—¿Estás segura de que no estás haciendo trampas? Juegas como un hombre.
Gray la recorrió con la mirada.
—¿Otro de tus talentos ocultos, cariño? Me pregunto qué otras habilidades
interesantes me ocultas.
Ella ignoró la sutil burla. Letty había fingido ser una jugadora pésima. Corrie
era mejor que la mayoría de los hombres. Otro recordatorio de su engaño.
Coralee esbozó una sonrisa.
—El marido de mi amiga, Leif Draugr, me ayudó a mejorar mi juego. Es muy
buen jugador. Los tres hemos jugado con frecuencia.
—Conozco a Draugr —dijo Derek, con el cabello rubio brillando bajo la luz de
la lámpara, dorado como un tesoro pirata—. Ha hecho una fortuna en las mesas de
juego. Pero nadie sabe mucho de él.
—Su esposa, Krista, es mi mejor amiga. Trabajamos juntas en De corazón a
corazón. Es una gaceta para damas. Quizás hayas oído hablar de ella.
Derek pareció divertido.
—La he leído.
—¿En serio? —No se sintió sorprendida. Había muchos hombres que leían la
gaceta, o por lo menos algunas secciones.
—Tengo una amiga que es admiradora de ella. Quienquiera que escriba los
editoriales hace un buen trabajo.
La sonrisa de Coralee fue sincera esta vez.
—La mayoría son de Krista. Yo los escribí mientras estuvo ausente. He hecho
entrevistas a los líderes de la reforma, incluyendo una con Feargus O’Conner, la
mayoría para apoyar varias leyes ante el Parlamento.
Los ojos oscuros de Gray no se apartaron de la cara de Corrie.
—Becky está suscrita a la gaceta. Es difícil conseguir noticias aquí, así que la leo
a menudo. ¿Escribiste tú esos artículos?
Ella se envaró, seguro que le soltaba alguna ironía viperina.
—Sí… como ya he dicho, dirigí la gaceta durante el tiempo que Krista estuvo
ausente.
—Estaban muy bien escritos —dijo él con suavidad, atrayendo su mirada—.
Hiciste válidas unas ideas bastante extremas.
Ella le devolvió la mirada, con el corazón oprimido dolorosamente.
—La gaceta no sólo se dedica a la moda y los cotilleos. Hacemos un trabajo
importante. Espero, con el tiempo, poder volver a contribuir a ello.
Derek le dirigió a Gray una amplia y pícara sonrisa.
—¿A que no sabías que te habías casado con una reformista, hermanito?
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Capítulo 21
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cogiéndola de los brazos como si tuviera intención de apartarla. Pero Corrie siguió
besándole, enterrando los dedos en el espeso y sedoso pelo negro, deshaciéndose de
la cinta de terciopelo y apretando los senos contra el pecho de Gray.
Gray gimió suavemente.
Y luego le devolvió el beso como un poseso, abriéndole los labios con la lengua,
penetrando en la boca de Corrie profundamente, ahuecándole el trasero para
presionarla contra su excitación. La rígida protuberancia se endureció aún más, y
comenzó a pulsar insistentemente contra ella. Corrie desabrochó los botones de la
bragueta, abrió los pantalones y tomó el duro miembro en la palma de la mano. Lo
sintió enorme, cálido y pesado contra los dedos. Cuando apretó su presa, Gray dio
un brinco de sorpresa, y la pasión le oscureció la cara.
—Lo siento —dijo ella—. ¿Te… te he hecho daño?
—No… —él negó con la cabeza—. Por Dios, cómo te deseo. —Y luego la volvió
a besar de nuevo, unos besos profundos y salvajes que la dejaron jadeante y
entregada, tan ardientes y húmedos que no le cupo duda de sus intenciones. En ese
momento, reconoció al hombre que había sido aquella noche bajo la tormenta. Al
hombre fogoso y apasionado que tomaba lo que deseaba, pero que también se daba a
sí mismo.
Alzándola, la llevó a la cama y la depositó en medio del colchón. Durante un
instante, se quedó allí de pie con la mirada fija en ella. Suspiró temblorosamente con
los puños cerrados como si luchara por controlarse, luego se apartó de ella para
desnudarse.
Desapareció por un momento, luego reapareció desnudo y se encaminó a
grandes zancadas hacia la cama. Los poderosos músculos le ondeaban en los
hombros y el pecho y se tensaban en el abdomen. Los largos tendones de los muslos
se flexionaron al acercarse.
Tenía algo en las manos, observó Corrie. Varias cintas de seda roja colgaban
desde sus palmas hasta casi rozar el suelo. Se acercó a la cama, le cogió los brazos y le
ató las cintas a las muñecas. Ella no se resistió cuando le levantó los brazos sobre la
cabeza y se los ató a una de las columnas labradas del cabecero.
—¿Qué… qué estás haciendo?
—Relájate. Te gustará, te lo prometo.
El tono distante había regresado. Santo Dios, ¿acaso no lograría nunca llegar
hasta él? Reprimió un sollozo pensando en el hombre del que se había enamorado, el
hombre que no había vuelto a ver.
Gray se inclinó sobre ella y la besó, fue un beso suave, profundo, sensual, que
nada tenía que ver con el salvaje desenfreno de unos momentos antes. Por primera
vez, Corrie se dio cuenta de con cuánta ferocidad reprimía él sus deseos, de lo
controlados que eran cada uno de sus movimientos.
Gray siguió besándola, excitando su cuerpo, tomando el control por completo.
Con una repentina intuición, Corrie se dio cuenta de que al atarla, él podía
mantenerse distanciado de ella. Que podía controlar su propia respuesta ante ella.
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***
Era temprano, aunque los sirvientes estaban ya levantados y enfrascados en sus
tareas diarias. En la cocina, Gray tomó una bolsa llena con carne fría, pan y queso que
el cocinero había preparado para él. Luego se dirigió hacia el establo. Necesitaba un
largo y vigoroso paseo matutino sobre el lomo de Rajá entre los campos cubiertos de
rocío. Necesitaba librarse de esos desconcertantes sentimientos sobre la mujer que
yacía en su cama.
«¡Maldiciones del infierno!»
No podía creer lo que había sucedido, no podía creer lo cerca que había estado
de perder el control. No lo comprendía. Su esposa era muy hermosa, pero había
estado con mujeres más bellas, con amantes más hábiles. ¿Qué tenía ella?
Recorría el camino a paso vivo hacia el establo, con la mente centrada en
Coralee y en la mejor forma de tratar a la mujer que tenía por esposa, cuando divisó a
Dickey Michaels que se dirigía hacia él a toda velocidad.
—¡Milord! Gracias al cielo que ha venido. He estado esperando una hora
adecuada para hablar con usted.
Gray frunció el ceño.
—¿Qué sucede, Dickey? ¿Qué ha ocurrido?
—Necesito enseñarle algo. Venga, milord. —El larguirucho joven corrió a toda
velocidad hacia el establo—. Se trata de su señora, milord. El día después de que se
cayera, fui a buscar la silla de amazona, como usted me dijo. No me acordé más de
ella hasta este momento. Esta mañana, cuando me dispuse a colocarle una cincha
nueva, me encontré con esto.
Dickey sostuvo en alto la cincha rota para que Gray la inspeccionara.
—Está cortada, ¿ve? No se rompió como pensé. Lo que significa que alguien la
cortó a propósito.
Gray examinó la cincha, no estaba desgarrada como habría quedado tras una
rotura accidental, sino que había sido seccionada de un extremo a otro. Una
sensación helada le bajó por la espalda.
—¿Quién más usaba esta silla de montar, Dickey? Tal vez mi esposa no era el
blanco.
—Nadie la usa, milord. Su cuñada la usó alguna vez hace tiempo, antes de que
llegase la elegante silla acolchada que usa desde hace meses. Nadie la ha usado hasta
que ensillé a Tulip para su señoría las dos veces que montó en ella. Dado que la
cincha no se rompió el primer día que montó, alguien tuvo que cortarla después.
«Y quien lo hubiera hecho, pensó que Coralee la usaría de nuevo».
—Además de ti y de los mozos, ¿quién tiene acceso al cuarto de los arreos?
—La puerta no suele estar cerrada. Podría entrar cualquiera, incluso alguien del
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pueblo.
«Y Coralee había estado en el pueblo haciendo preguntas». Por primera vez,
Gray consideró que quizá su esposa tenía razón y que alguien había asesinado a su
hermana. Pero seguía sin creer que hubiera podido ser alguien de su familia. Aunque
uno de sus hermanos o su primo hubiera seducido a la chica, ninguno de ellos
asesinaría a una mujer y a un bebé inocente.
Lo más probable era que el asesino —si había alguno— fuera un salteador de
caminos o un criminal. Quizás alguien del pueblo había cometido el asesinato y le
enviaba a Coralee la advertencia de que dejara de hacer preguntas.
—Gracias, Dickey. De ahora en adelante, deja cerrada la puerta del cuarto de
arreos, ¿vale? Y mantened los ojos abiertos por si veis a alguien que no debería estar
por aquí.
—Sí, milord. Puede contar con Dickey Michaels.
Gray simplemente inclinó la cabeza, con la mente dividida entre escapar del
castillo y la preocupación por su esposa. Esa mujer había sido un incordio desde el
día que llegó. Y un incordio mucho más grave desde el día que se había visto forzado
a casarse con ella. Y el estómago se le contrajo ante el temor de que le pudiera ocurrir
algo.
Durante todo el día, Corrie se dedicó a los planes para remodelar las suites del
piso de arriba, lo que le hizo pasar bastante tiempo con los sirvientes. Decidida a
continuar buscando información, preguntó con sutileza al ama de llaves, al
mayordomo, y a las doncellas de la planta baja y a las del primer piso, incluidas las
criadas de la cocina. Si uno de los hombres de la familia había estado liado con
Laurel, los sirvientes no lo sabían.
Para su sorpresa, recabar la información fue más difícil de lo que Corrie había
esperado. Cada vez que levantaba la vista, Gray andaba cerca. Estaba en las estancias
del conde cuando el encargado de las cortinas, con ayuda de un par de lacayos,
colgaba unas nuevas cortinas de seda en las ventanas. Apareció en la puerta de la
cocina cuando Corrie se acercó allí para tomar un vaso de leche.
Se dirigía al pueblo para preguntar por la llegada de los muebles que había
encargado cuando su marido detuvo en el camino su faetón de dos ruedas e insistió
en que la dejara llevarla hasta allí.
Jamás había estado más atento. Incluso cordial. Aun así, por la noche seguía
siendo el mismo amante distante que había sido desde la boda. A pesar del intenso
placer que le daba, siempre estaba ese algo que echaba en falta.
Lo extraño era que creía que Gray también lo sentía.
Había pasado casi una semana cuando los primeros muebles llegaron al castillo.
Los mozos retiraron los pesados muebles de roble de las habitaciones de Gray,
reemplazándolos por unos de teca y bambú, mucho más livianos, que había
encargado a un distribuidor de Londres.
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incapaz de amar.
Con un suspiro, cruzó la terraza y entró en la casa. El misterioso pasadizo la
atraía de manera irremediable, los sitios adonde la podría conducir y lo que
encontraría una vez que llegara allí.
Corrie apresuró el paso mientras subía la ancha escalinata.
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Capítulo 22
Por suerte, tanto Samir como Anna estaban ocupados en otra parte de la casa,
así que los aposentos del conde estaban vacíos. Corrie soltó un suspiro de alivio y se
apresuró hacia el tocador, donde encendió una vela que colocó en un candelero de
plata. En silencio se dirigió hacia el panel de madera.
Los muebles recién llegados estaban cubiertos por sábanas blancas, ocultos para
Gray hasta que el proyecto estuviera totalmente terminado. Quería sorprenderle,
esperaba que estuviera encantado con lo que ella había hecho. Pero no lo sabría hasta
que él lo viera. Mientras tanto, el pasadizo la atraía. Corrie presionó con suavidad el
lugar que había marcado y el panel se abrió sin hacer ruido. Esperaba encontrar
telarañas y arañas, pero, cuando introdujo la vela dentro de la abertura, el estrecho
pasadizo reveló simplemente una profunda oscuridad polvorienta.
Tras echar una rápida mirada alrededor, aspiró profundamente para armarse de
valor, y entró en el hueco sin cerrar el panel. Planeaba volver a la habitación mucho
antes de que Gray regresara de su paseo vespertino. Además, lo último que quería
era quedarse atrapada en ese estrecho pasadizo sin ninguna vía de escape.
Mientras recorría el negro corredor, la vela arrojaba una débil luz amarilla por
delante de ella, y proyectaba sombras amenazadoras en las paredes. No sabría decir
con exactitud cuán largo era el pasillo, pero a lo largo de la ruta la vela reveló lo que
parecían ser varias aberturas… ojalá pudiera descubrir cómo abrirlas.
Ignorando el frío que invadía el pasadizo y que le provocaba escalofríos en la
espalda, continuó avanzando hasta que alcanzó unas escaleras. La vela titiló y Corrie
se detuvo, con el corazón latiéndole a toda velocidad al pensar que la llama pudiera
apagarse, dejándola en la más completa oscuridad.
Las amplias faldas de su vestido verde manzana hacían un frufrú al rozarse
contra las paredes mientras descendía hacia la planta baja. No estaba segura de
dónde estaba, pero oyó el sonido apagado de unas voces.
Corrie se acercó al sonido, deteniéndose para poder oír lo que estaban diciendo.
Pero los gruesos muros ahogaban las voces hasta tal punto que no podía saber quién
hablaba, sólo que parecía una conversación entre un hombre y una mujer.
—Es mío, ¿verdad? —decía el hombre.
—Por supuesto, cariño. Charles jamás ha sido lo suficiente hombre para
engendrar un niño.
Corrie contuvo el aliento. Era Rebecca. Tenía que serlo.
—Siempre supe que no era culpa mía —dijo ella—, y tú lo has probado. Siempre
estaré en deuda contigo por este presente.
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Corrie oyó el sonido apagado de unos pasos (el hombre debía de pasearse de un
lado a otro sobre la alfombra).
—¿No sospecha nada?
—Claro que no, cariño. Desea tanto tener un niño que no ha hecho demasiadas
preguntas. Lo último que Charles querría saber es que este niño no es suyo.
Corrie sintió una punzada de simpatía por Charles Forsythe, por haber sido
engañado de esa manera. También sintió un inmenso alivio. El bebé de Laurel no
había sido de Charles. Aunque Rebecca y él habían intentado tener hijos, Charles no
había sido capaz de engendrar un bebé. Lo que quería decir que no podía ser el
amante de Laurel.
A Corrie le caía bien Charles Forsythe. Le alegraba saber que no había seducido
a una joven inocente para luego abandonarla.
—Lo criará bien —decía el hombre—. Quiero decir que Charles será un buen
padre, yo no lo sería.
«¿Quién eres?», preguntó Corrie en silencio, incapaz todavía de reconocer la voz
del interlocutor de Rebecca. «¿Jason o Derek?»
Se le ocurrió una idea desagradable… quizá podría ser Gray.
Se mordió los labios. No podía ser. Se negaba a creer eso. Gray jamás había
mostrado el más leve interés por Rebecca. Y Corrie no creía, ni por asomo, que fuera
la clase de hombre que le podía poner los cuernos a su hermano.
—Te echo de menos. Quiero que estemos juntos otra vez. —La voz del hombre
apenas lograba atravesar el muro de la pared.
A Corrie se le ocurrió una idea: ¿Y si era Thomas Morton? Era un hombre
atractivo, y era amigo de Rebecca. Quizás era algo más que un amigo. Y estaba allí
mismo, en el castillo.
—Ya hemos discutido sobre eso —dijo ella—. Se acabó. Sabes que esto tenía que
terminar.
—No quiero que termine. No entiendo por qué no podemos seguir como
estábamos.
Corrie se esforzó por oír la respuesta de Rebecca, pero los dos se estaban
alejando del muro. Todo lo que Corrie podía oír eran susurros, y al rato, sólo silencio.
Creyó oír abrirse y cerrarse una puerta, pero no estaba segura.
Por un momento, se quedó allí de pie en el pasadizo, con la vela titilando y
amenazando con apagarse. Respiró hondo y volvió por donde había venido. Cuando
alcanzó la diminuta escalera que llevaba hacia arriba, se recogió las faldas y las
enaguas y la subió con rapidez, ansiosa por abandonar el deprimente corredor y
reflexionar sobre lo que había descubierto.
Las cosas en el Castillo de Tremaine no eran como parecían y jamás lo habían
sido.
Se preguntó qué diría Gray si lo supiera.
También era posible que ya lo supiera.
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Tal y como había hecho todas las tardes de esa semana, Gray montó a Rajá tan
rápido como pudo a través de los campos. Pero, a pesar de ello, no podía librarse de
los pensamientos sobre Coralee. Le preocupaba que le pudiera ocurrir algo.
Salvo por algunas horas que dedicaba a sus cosas cuando Cora estaba en el
castillo y él sabía que estaba a salvo, no la perdía de vista. Incluso ahora, la
preocupación por ella lo invadía. Detuvo a Rajá en lo alto de una colina, hizo girar al
caballo y emprendió el camino de regreso a casa.
Mientras cruzaba los campos, sus pensamientos pasaron de Coralee al anuncio
que su cuñada había hecho esa tarde. Antes de que terminara el año, Charles sería
padre. Si el recién nacido era un varón, el título y la fortuna de los Tremaine tendrían
un heredero. Y Charles sería un padre estupendo.
Por primera vez, Gray se vio forzado a considerar la idea de que Coralee
también pudiera estar embarazada.
Era un pensamiento aterrador.
Absolutamente aterrador.
Gray jamás había tenido un padre cariñoso y comprensivo. No tenía ni idea de
cómo tratar a un niño. Maldición, no sabría por dónde empezar. Pensó en Jillian y el
poco tiempo que habían estado casados. Acababa de heredar el condado, y como
cualquier otro noble con título, había creído que era su deber tener un heredero.
Sabía con certeza que sería algo que acabaría ocurriendo con el tiempo, pero, aparte
de eso, no había pensado demasiado sobre el asunto.
Después había muerto Jillian, y se había sentido culpable. Su esposa había
muerto por culpa suya. Si hubiera estado en el barco con ella ese día, podría haberla
salvado. No lo dudaba ni por un momento.
Se sintió invadido por las náuseas. Le había fallado a Jillian, y si tenía un hijo,
podría fallarle también. Por un instante, pensó que se pondría enfermo.
No podría superar fallarle a un hijo, o fallarle a Coralee. No sería justo para
ninguno de ellos.
A partir de ese momento, decidió, iba a tomar medidas para impedir que Cora
concibiera. Sabía cómo hacerlo, aunque también podría no funcionar. Si no había
concebido ya, era el momento adecuado para impedir que ocurriera.
Cuando alcanzó la casa, Gray ya estaba convencido. Dejó al garañón con Dickey,
y se encaminó hacia el castillo. La preocupación que sentía por ella le hizo comenzar
a buscarla, esperando que aún estuviera concentrada en el proyecto de redecoración y
alejada de cualquier peligro posible.
—¿Has visto a la condesa? —le preguntó a Samir.
El pequeño hindú esbozó una sonrisa.
—Lo espera arriba, sahib —Samir no había dicho nada sobre la mujer con la que
Gray se había casado. Era un hombre paciente y no juzgaba a las personas con
rapidez, pero Gray estaba seguro de que había percibido un indicio de aprobación en
las arrugadas líneas de la morena cara del hombre. Si era así, Gray se preguntó qué
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La cena acababa de terminar. Los hombres sugirieron jugar a las cartas, pero
Rebecca pretextó un dolor de cabeza y rehusó. Corrie aprovechó la oportunidad y
también se negó, luego se dirigió arriba para volver a investigar el pasadizo. Había
sustraído una de las herramientas de los trabajadores de la redecoración, y esperaba
poder usarla para abrir los paneles del corredor secreto.
Anna la ayudó a cambiarse el vestido de noche por un camisón. Corrie se movió
con nerviosismo mientras la doncella le quitaba las horquillas del pelo y lo cepillaba.
—Gracias, Anna, eso es todo por esta noche.
—¿No quiere que se lo trence?
—Yo misma me encargaré de ello. —No tenía mucho tiempo. Se lo trenzaría
cuando regresara.
—Buenas noches, milady. —La delgada mujer salió en silencio, y en cuanto
desapareció, Corrie encendió la vela y se dirigió al pasadizo. Presionando el punto
que había marcado, dio un paso atrás cuando el panel se abrió, entonces, con rapidez,
entró en el oscuro pasillo.
La última vez que había entrado era de día. El corredor no estaba más oscuro
ahora, pero lo parecía. Cada uno de sus pasos chirriantes la ponía más nerviosa. El
extraño susurro del aire que atravesaba el pasadizo la hizo estremecer.
Avanzó por el corredor, con la vela por delante, tanteando las paredes para
encontrar cualquier grieta que indicara que allí podía haber una abertura. Le parecía
que el aire era cada vez más frío, y la oscuridad más densa. Tembló y deseó haberse
puesto una bata. Algunos metros más adelante, encontró la primera abertura e
intentó adivinar a qué dormitorio conducía.
Apretó el panel, pasó la mano de un lado a otro y de arriba abajo, pero no
encontró ninguna manera de abrirlo. Probó con la herramienta, pero no era lo
suficientemente dura para agrietar la madera, y la puerta continuó sólidamente
cerrada.
Se debatía entre usar más fuerza cuando la luz de la vela incidió en una pieza
de metal brillante en la que no se había fijado antes. Levantó el largo pasador que
tanto tiempo llevaba sin usarse y el panel se abrió de pronto con un chasquido.
Pudo ver el resplandor de la luz de una lámpara y se apretó contra la pared del
pasadizo, temerosa de que pudiera haber alguien en la estancia. La lámpara estaba
sobre el tocador, y la mecha estaba baja, pero, cuando se inclinó hacia delante para
asomarse a la habitación, vio que el dormitorio estaba vacío.
Sin saber cuánto tiempo tenía, traspasó la abertura, que no era tan alta como
ella, y revisó el dormitorio con rapidez.
Había una bolsa de piel sobre el suelo, y reconoció alguna ropa de Derek en el
armario. Sombreros y guantes, trajes y brillantes zapatos negros… también había
varios pantalones y levitas hechas a medida, pero nada que lo vinculara con Laurel.
Corrie se acercó a la bolsa, la abrió y rebuscó en su interior, esperando encontrar
cualquier cosa que le sirviera de prueba. No encontró nada.
Había una fusta sobre el tocador, y un par de botas de montar al lado, en el
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suelo. Estaba claro que Derek viajaba ligero de equipaje y que allí no iba a encontrar
nada útil.
No sabía cuánto tiempo había pasado ni cuánto continuarían los hombres
jugando a las cartas, pero prefirió no correr riesgos. Regresó al corredor secreto, se
inclinó y cerró el panel, y continuó avanzando por la profunda negrura. La segunda
puerta parecía estar a muchos kilómetros de distancia, pero sabía que debía de
pertenecer a uno de los dormitorios del pasillo del primer piso.
Con mucho más cuidado que antes, presionó la oreja contra la pared,
intentando oír si alguien se movía al otro lado.
Cuando estuvo relativamente segura de que la habitación estaba vacía, buscó el
pasador de metal, y contuvo el aliento cuando el panel se abrió de pronto con un
chasquido.
No había ninguna lámpara encendida esta vez. Cruzó la estancia, dejó la vela en
el tocador y comenzó a registrar el lugar bajo el suave resplandor amarillo de la vela.
Estaba ocupada registrando el armario cuando se abrió la puerta del dormitorio sin
previo aviso, y Jason Forsythe entró en la habitación.
—Te veré por la mañana —le dijo a alguien del pasillo, luego se giró y se detuvo
en seco ante la visión de Corrie en camisón delante del armario.
—Bueno, cherie, admito que eres un regalo que no había esperado encontrar. Sin
embargo, hubiera sido mejor para los dos que hubieras venido cuando tu marido no
estuviera en la puerta. —La diversión le curvó los labios—. Así que ambos tendremos
suerte si logramos escapar con vida.
Corrie se quedó sin aliento cuando Gray entró en la habitación con una mirada
aterradora en los ojos oscuros.
—¿Qué demonios estás haciendo en la habitación de mi primo?
Jason alzó una mano.
—Tranquilo, Gray. Quizá simplemente se ha perdido.
Gray la taladró con la mirada.
—Sin duda alguna, puedes inventarte algo mejor que eso, cariño.
Corrie tragó. Gray ya estaba furioso, pero la verdad sería mejor que lo que él
estaba pensando.
—Yo… —se giró y señaló el panel abierto que conducía al pasadizo secreto—
encontré un corredor oculto detrás de la pared de la sala de tu suite. Quería ver
adónde conducía.
Gray miró el oscuro y prohibido hueco que daba entrada al corredor, y frunció
el ceño.
—¿Y esperas que me crea que te metiste en ese túnel sombrío sólo para saber
adónde conducía?
—Bueno, yo…
—La verdad, Coralee.
—¡Vale! Estaba buscando pistas. Pensé que todos estaríais ocupados jugando a
las cartas y, mientras, yo podría intentar averiguar algo.
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algunos de ellos, y también hay una escalera que conduce a la planta de abajo. Bajé e
investigué un poco, pero ya ves lo oscuro que está. No estaba segura de dónde estaba,
así que regresé arriba.
Gray apretó los dientes.
—Podrías haberte hecho daño, Coralee. Si te hubieras lastimado mientras
estabas ahí dentro, jamás te habríamos encontrado. —Se acercó hasta donde ella
estaba—. Maldición, prométeme que no volverás a hacer nada tan tonto como esto.
—Dejé el panel abierto. No corría peligro.
—Podrías haberlo corrido. —Gray suspiró, se quitó la cinta del pelo y se pasó
los dedos. El espeso cabello negro le cayó sobre los hombros, haciendo que pareciera
el bandolero que algunas veces parecía—. El día de la tormenta, la cincha no se
rompió… estaba cortada.
—¿Cortada? No entiendo qué quieres decir.
—Que alguien quería que te cayeras. Hiciste demasiadas preguntas. Quizás era
una advertencia, no lo sé. Hasta que lo averigüemos, tendremos que tomar todas las
precauciones posibles para que no ocurra de nuevo.
Corrie miró hacia la ventana, pensando en el día que se había caído bajo la
lluvia.
—¿Crees que alguien intentó matarme?
—Al menos intentó lastimarte.
Ella reflexionó sobre la información y alzó el mentón.
—Si eso es así, prueba que tengo razón. Mi hermana fue asesinada, y
quienquiera que cortara la cincha quiere impedir que averigüe quién la mató.
Gray exhaló lentamente y, para asombro de Corrie, asintió.
—Es posible. —Miró al pasadizo, y señaló la ominosa oscuridad de la abertura
—. Si tienes razón, con otra hazaña como ésa se lo estarás poniendo en bandeja a
quienquiera que sea. —Estaba enojado de nuevo. Y también preocupado. Se veía en
sus ojos.
La cólera venció.
—Es hora de acostarse. —Tras cerrar el panel, la agarró de la mano y la arrastró
por la alfombra hacia el dormitorio—. Quiero tomarte desde atrás. Sube al colchón.
No sabía de qué hablaba, y se lo quedó mirando fijamente.
—A la cama —le exigió él, como si tuviera todo el derecho del mundo. Lo cual,
como marido suyo, tenía.
Ella echó una mirada en esa dirección, pero aún no se movió. Podría tener todo
el derecho que quisiera, pero no le gustaba ni el tono de su voz ni la manera de
intimidarla.
—No soy tuya para que me des órdenes de esa manera, y además, no sé qué
quieres que haga. —Gray pareció sólo un poco sorprendido por el desafío de Corrie.
Quizá comenzaba a conocerla, después de todo. Era un hombre difícil, caprichoso y a
menudo siniestro, pero no creía que tuviera intención de lastimarla.
La dureza de la mirada de Gray fue desapareciendo gradualmente.
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—Te lo enseñaré —le dijo con suavidad—. Nos gustará a los dos. Confía en mí.
Y lo hacía, se percató. No le cabía duda de que confiaba en él. Comenzó a
aflojarse la cinta del cuello del camisón, pero Gray le detuvo la mano.
—Déjalo —le dijo él con brusquedad.
Bastante intrigada, hizo lo que él quería y subiéndose a la cama de columnas,
observó cómo Gray se desnudaba. Se apartó un momento y luego se reunió desnudo
con ella en la cama. Tomándole la cara entre las manos, la besó, fue un beso largo,
húmedo y exigente que le envió una oleada de calor al vientre y luego el deseo se
extendió por sus extremidades.
Gray se ubicó detrás de ella, amoldando su cuerpo fornido contra la espalda y
las caderas de Corrie. A través del camisón, ella pudo sentir el calor de la ingle de
Gray contra el trasero, y maldijo en silencio la tela que formaba una barrera entre los
dos. Una de las grandes manos de Gray se deslizó por su pelo, que caía en suaves
bucles sobre los hombros. Le peinó las pesadas hebras con los dedos para exponer la
nuca de Corrie.
Ella sintió su boca contra la nuca cuando él extendió las manos para acariciarle
los pechos, para juguetear y ahuecarlos a través del suave algodón blanco, y los
pezones se endurecieron contra sus palmas.
Deseó librarse del camisón.
—Necesito sentirte, Gray.
—Pronto.
—Pero necesito…
Él se incorporó y le atrapó la barbilla para depositar un beso sobre su boca y
silenciar así sus protestas.
—Voy a darte exactamente lo que necesitas —le prometió Gray con una voz
ronca y profunda.
Pero en lugar de quitarle el camisón, se lo subió sobre las caderas, enrollando la
tela alrededor de su cintura. Le rozó el trasero con las manos, luego las movió entre
sus piernas donde comenzó a acariciarla.
Se le formó un nudo en las entrañas. Ese hombre conocía todos los trucos, sabía
que cuanto más tiempo tuviera puesto el camisón, más aumentaría su deseo, y más
excitada estaría. Gimió cuando él abrió su carne ardiente para comenzar a acariciarla.
—Eres mía —dijo Gray—. No quiero volver a verte en el dormitorio de otro
hombre.
Ella intentó concentrarse en sus palabras, pero el placer aumentaba por
momentos. Se mordió el labio para no rogarle que la tomara ya.
—Yo no…
Gray le pellizcó el trasero desnudo, provocándole un escalofrío de placer.
—Eres una mujer de lo más incordiante —siguió acariciándola—. Maldita sea,
aun así te deseo tanto.
Introduciéndose en la húmeda calidez de Corrie, la llenó lentamente, hasta que
la empaló por completo, luego la sujetó por las caderas y comenzó a moverse.
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Una ardiente sensación la atravesó. Dios, aquello era el paraíso. Corrie se arqueó
para tomarlo más profundamente, y Gray soltó un gruñido. Aumentó el ritmo,
empujando con fuerza y haciéndola caer en una hoguera ardiente. Corrie supo que el
deseo de Gray era tan fuerte como el de ella. A pesar de ello, podía sentir cómo se
controlaba.
Pero su propio control era algo distinto, atrapada entre el calor y la necesidad, el
deseo la abrasaba como una llama. Flexionaba los músculos de las nalgas cuando él
chocaba contra ella. Los duros brazos la rodeaban. Él agarró el camisón con los puños
y desgarró la tela.
Corrie soltó un gemido. Por fin estaba desnuda y quiso sollozar de alivio. En su
lugar, se abandonó a la sensación caliente de una piel contra otra, de los profundos
envites de su carne.
Gritó el nombre de Gray cuando fue atravesada por un intenso clímax, pero él
no se detuvo. No hasta que otra oleada de placer la atravesó, disolviendo toda
necesidad. Luego Gray tensó los músculos y también alcanzó su liberación.
Pasaron unos segundos. Luego se dejaron caer lentamente. Gray se acurrucó
contra ella, y cuando ella se giró hacia él, observó que se quitaba algo de su todavía
firme erección.
—¿Qué es eso?
—Un condón —dijo Gray distraídamente.
Corrie se puso rígida.
—Me… me dijiste que se usan para impedir los embarazos.
Él la miró.
—Sí.
—Pero ahora estamos casados. Los niños forman parte del matrimonio.
Gray apartó la mirada.
—No estoy preparado para ser padre, Coralee. No sé si alguna lo estaré.
Corrie tragó saliva. No podía creer lo que acababa de oír. Se le llenaron los ojos
de lágrimas.
—Eres mi marido, Gray. ¿Me vas a negar la alegría de tener un hijo tuyo?
La mirada de Gray buscó la de ella, turbulenta y por primera vez insegura.
Corrie continuó.
—¿Y tu deber como conde?
—El hijo de Charles podrá heredar el condado.
—Pero a mí me encantan los niños, Gray. Creo que serías un padre excelente.
Por favor, no me prives… no nos prives de esto.
La siguió mirando a los ojos.
—No pensé que fuera tan importante para ti.
¿No pensó que fuera importante? Se le puso un nudo en la garganta. Ella lo
amaba. Era su marido. Por supuesto que era importante.
—Quiero tener hijos tuyos, Gray… más que nada en el mundo.
Gray extendió la mano para tocarle la cara, y ella se sintió sorprendida del
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Capítulo 23
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grises y una corbata de seda blanca, Gray estaba muy guapo y elegante. Su ondulado
pelo negro, atado con pulcritud en la nuca, brillaba bajo el sol de la tarde. Corrie no
pudo evitar percibir las provocativas miradas que él recibía de algunas mujeres.
Si él se dio cuenta, no lo demostró. Estaba jugando a ser el marido fiel y
obediente, y si se dejaba llevar, ella casi se lo podía imaginar de esa manera. Aunque
lo cierto era que sólo era una pantomima. No debía olvidar que Gray aún tenía que
aceptarla como algo más que una compañera de cama.
Corrie observó el mar de invitados que se arremolinaban en el césped. Todos los
vecinos de varios kilómetros a la redonda se habían dado cita allí: el magistrado del
pueblo, el vicario y su familia, Squire Morton, su esposa y sus hijos, dos de los cuales
estaban casados y tenían sus propios hijos.
La familia Forsythe estaba bien representada por Charles y Rebecca, el
hermanastro de Gray, Derek, y su primo, el muy solicitado Jason. Corrie miró al
apuesto hombre de los hoyuelos profundos y el pelo castaño claro. Jason había
negado haber tenido una relación con Laurel y había sido muy convincente.
Lo que dejaba a Derek Stiles como el principal sospechoso.
Corrie suspiró, ya no estaba tan segura de que fuera uno de ellos. Sin el libro
que había encontrado como prueba, había comenzado a dudar de su juicio. Quizá se
había equivocado en todas sus conclusiones.
No obstante, estaban la cincha cortada y la caída que había sufrido.
Pasaron varias horas desde que la fiesta había empezado y se habían hecho
todas las presentaciones cuando Gray permitió que Corrie se reuniera con sus
amigas.
—¡Estoy muy contenta de veros! —Corrie abrazó a la tía Agnes y luego a
Allison—. Vivimos muy cerca, pero parece que jamás tenemos tiempo de visitarnos.
—Ahora estás casada —dijo la corpulenta tía Agnes, que se había vuelto a vestir
de luto después de la boda de Corrie. Tras la orden de Gray, Corrie no se había vuelto
a poner las deprimentes prendas negras. No podía decir que lo lamentara—. Tienes
que ocuparte de tu marido —continuó la tía Agnes—, tal como debe ser. Necesitáis
tiempo para conoceros.
Corrie sólo sonrió.
—Aun así, os haré una visita la semana que viene. Así tendré una excusa para
salir un rato.
Allison se acercó y le apretó la mano.
—¿Cómo te va con el conde? ¿Habéis comenzado a resolver vuestras
diferencias?
La mirada de Corrie se dirigió hacia donde Gray conversaba con Jason.
—Supongo. Por lo menos ya no está enfadado. Aunque no creo que me haya
perdonado del todo.
—Dale tiempo —dijo Allison.
Corrie asintió con la cabeza. ¿Qué otra opción tenía?
Su amiga estaba muy hermosa, un poco delgada, pero con ese pelo oscuro y los
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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE
pómulos marcados, parecía muy elegante. Corrie jamás se había fijado antes.
Derek, en cambio, sí se fijó. Según avanzaba la tarde, se presentó a Allison, y
Corrie los vio después a ambos compartiendo un plato sobre una manta al lado del
río.
Se le revolvió el estómago. ¿Y si había sido Derek el amante de Laurel? ¿Y si
había sido él quien la sedujo y abandonó cuando se quedó embarazada? Quizás
había estado involucrado en la muerte de Laurel y de su hijo.
¿Estaría Allison corriendo peligro?
—Tienes el ceño fruncido. —Era la profunda voz de Gray. Se volvió para verlo a
su lado—. ¿Qué sucede?
—Nada. Sólo… —lo miró. Ella ya no era la dulce y pequeña Letty. No tenía por
qué callarse—. Estoy preocupada por Allison. Derek parece interesado en ella, y
existe la posibilidad de que sea el hombre que dejó embarazada a mi hermana. No
quiero que le haga daño a Allison.
Corrie pensó que Gray se enfadaría. Sin embargo, siguió con su oscura mirada a
la pareja que reía sobre la manta.
—A Derek siempre le ha gustado la compañía de una bella mujer. Y hay que
reconocer que, sin la cofia, tu amiga Allison es muy hermosa. Hablaré con él, le
dejaré claro que la chica es de la familia y que por lo tanto está prohibida. —Le
dirigió una mirada a Corrie—. Yo hablaré con Derek, pero será mejor que tú hables
con tu prima.
Asintió con la cabeza, sabiendo que él tenía razón aunque podría no ser lo más
acertado. Derek era rubio, guapo y encantador. ¿Qué mujer no se sentiría atraída por
él? Quizá Corrie estaba sacando conclusiones precipitadas.
—Lo haré. Gracias.
Él extendió la mano y le rozó la cara, luego se giró y se marchó.
No lo vio de nuevo hasta que se acercó a ella para acompañarla a la cena. Tras
llenar su plato con toda clase de viandas deliciosas, Gray se sentó con Corrie en la
mesa preparada para los novios.
La comida era exquisita. Cuando terminó de comer, estaba tan llena que no se lo
podía creer, se reclinó y suspiró satisfecha. El vino era tan bueno como la comida, y
también bebió bastante, y no tardó mucho en quedar atrapada por las cálidas
miradas de Gray. Ansiaba escabullirse con él, quería que la arrastrara a sus
habitaciones e hiciera el amor con ella.
Sintiéndose un poquito perversa, estaba a punto de sugerirle exactamente eso,
cuando sintió un mareo. Tambaleándose un poco, se recostó en la silla.
Gray arqueó las cejas.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
—No…, me pondré bien. Sólo… —se sintió invadida por un nuevo mareo y se
apoyó en la mesa—. Creo que he bebido demasiado vino.
Él asintió con la cabeza.
—Presentaré nuestras excusas y subiremos arriba. —Su ardiente mirada le dijo
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con exactitud lo que tenía en mente para cuando estuvieran a solas. Corrie sonrió
mientras él se dirigía hacia Charles y Rebecca para darles las gracias por la fiesta y
despedirse.
Cuando regresó, Corrie ya no sonreía.
—Me encuentro mal, milord. Lo siento mucho.
—No pasa nada. Ya he observado que no sueles beber mucho. —Ayudándola a
levantarse, la condujo a la casa. Por suerte, como casi todo el mundo sentía en sí
mismo los efectos de la comida y la bebida, no les prestaron atención.
Por desgracia, cuando Corrie llegó a sus aposentos, se sentía muy mal. Estaba
realmente enferma. Atravesando el dormitorio a toda velocidad, vació el contenido
del estómago en un bacín. Todo le daba vueltas e intentó controlar el mareo. Vio que
Gray se dirigía hacia ella, y se sintió avergonzada.
—Ten, bebe esto —dijo, tendiéndole un vaso de agua. Ella lo bebió y utilizó la
toalla que le dio para secarse el sudor de la cara.
—No… no pensé que hubiera bebido tanto. —Se sentó en una silla, sintiéndose
muy cansada de repente—. Estaré bien en un momento. Sólo… sólo necesito
descansar un rato. —Los ojos se le cerraban. Se quedó casi dormida al apoyarse
contra el respaldo de la silla.
Gray la sacudió, pero ella apenas se movió.
—¿Coralee? Coralee, ¿te encuentras bien?
Ella intentó asentir, pero la cabeza se le cayó hacia un lado. Todo lo que quería
era dormir. No podía recordar haberse sentido tan cansada.
—¡Maldita sea, Coralee, despierta!
Gray la sacudió de nuevo, y Corrie abrió los ojos despacio. Lo miró fijamente
con una mirada cansada.
—Lo siento… no quiero más que… dormir. —Los párpados se le cerraron de
nuevo y oyó la maldición de Gray.
Corrie gimió cuando él la puso en pie.
Gray le examinó las pupilas, y debió de ver algo que no le gustó.
—No creo que se trate de la bebida. —Le alzó el mentón y la miró directamente
a los ojos—. Creo que te han drogado. —La sacudió de nuevo y ella abrió los ojos—.
¿Has oído lo que te he dicho? Te han drogado.
—¿Drogado…?
—Te han dado opio. La droga actúa de esta manera cuando alguien toma
demasiada cantidad. Alguien debió de echar láudano, o algo parecido, en tu vino o
en tu comida. Si te duermes, no creo que te vuelvas a despertar.
Ella se espabiló un poco al oírlo, levantó la cabeza y el corazón le palpitó en el
pecho.
—¿Están tratando de matarme?
La mandíbula de Gray se endureció como el acero.
—No va a ocurrir. —La dejó en la silla un momento, se acercó a grandes
zancadas al cordón de la campanilla, y tiró con fuerza.
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—En pie —le dijo, acercándose de nuevo a ella y forzándola a abrir los ojos—.
Tarde o temprano, los efectos desaparecerán. Hasta entonces, tienes que seguir
despierta.
—No… creo que pueda.
Gray le acarició la mejilla con suavidad.
—Yo te ayudaré, cariño. Apóyate en mí. —Y fue lo que hizo, sentía el cuerpo sin
fuerzas, como si fuera gelatina, y los pies apenas se sostenían sobre el suelo.
No supo con exactitud cuándo llegó Samir al dormitorio, sólo oyó a Gray
hablándole en un tono profundo y preocupado.
—Le han administrado una sobredosis de opio —dijo Gray—. ¿Tienes algo que
la pueda ayudar?
Antes de que los ojos se le cerraran de nuevo, pudo ver cómo el hombrecillo
asentía con la cabeza.
—Haré lo que pueda. Pero necesito tiempo para hacer la mezcla.
—Pues hazlo tan rápido como puedas. —Cuando el hindú desapareció, Gray la
sujetó con fuerza—. Vamos —le ordenó, instándola a moverse otra vez, arrastrándola
como si fuera una muñeca de trapo de tamaño real.
Corrie se sentía muy cansada. Estaba sin fuerzas, había perdido el control de su
cuerpo.
—¿No puedo… descansar… sólo un momento? Luego me levantaré… te lo
prometo.
Ella comenzó a dejarse caer, pero Gray la enderezó.
—Sigue caminando. No voy a dejarte morir, maldita sea.
Y eso fue lo que hizo. Caminó y caminó, con el cuerpo pesado como el plomo,
con los párpados apenas abiertos. No supo cuánto tiempo estuvieron así, Gray
guiándola por la habitación, utilizando su cuerpo duro y sus brazos firmes para
impedir que se derrumbara a sus pies.
—Venga, cariño. Bebe esto. —Gray había acercado un vaso a los labios de Corrie
y lo inclinaba para obligarla a tragar el líquido amargo que Samir había traído—.
Tómalo todo. —Ella hizo lo que le ordenaba, sabiendo que no la dejaría negarse.
Siguieron moviéndose sin detenerse, una interminable marcha durante horas,
con las manecillas del reloj moviéndose incluso más despacio que sus piernas. Al
final, poco a poco, pudo sostener la cabeza en alto y levantar los pies con más
ligereza. Llegó la madrugada, pero Gray no se detuvo. Corrie sabía que estaba tan
exhausto como ella, pero se mantenía firme.
Eran las cuatro de la madrugada cuando por fin pudo mirar el reloj sin ver los
números borrosos.
—Necesito sentarme, Gray. Te prometo que no me quedaré dormida.
—¿Estás segura?
Corrie asintió con la cabeza, con los ojos, por primera vez, completamente
abiertos. Gray se inclinó sobre ella y la besó en la frente.
—Siéntate un rato. Yo estaré a tu lado. —La condujo al sofá en frente de la
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El sol ya había salido cuando Gray permitió que Coralee se acostara. Dejó a la
doncella en la silla a su lado, con instrucciones para despertarla cada hora. Si había
algún problema, Anna debía ir a buscarlo de inmediato.
Gray aún seguía preocupado. Cuando se sentó tras el escritorio de su estudio y
recordó lo sucedido, un sudor frío le cubrió la frente. ¿Qué hubiera ocurrido si no
hubiera subido con ella? ¿Y si se hubiera distraído y no hubiera notado el estado en el
que la había sumido la droga hasta que fuera demasiado tarde?
Coralee podría estar muerta.
Gray sintió una opresión en el pecho al pensar en perderla. Se dijo a sí mismo
que era porque se trataba de su esposa y era responsabilidad suya protegerla. Se
recordó a sí mismo que le había fallado a Jillian y no quería volver a fallar otra vez.
Se estaba mintiendo y lo sabía. De alguna manera, en las semanas que Coralee
llevaba formando parte de su vida, había llegado hasta su corazón, algo que nadie
jamás había logrado. Le había dicho que quería tener un hijo suyo. De él. Como si no
le valiese ningún otro hombre.
No creía en el amor. Se decía a sí mismo que no amaba a Coralee. Pero sería
capaz de matar para protegerla. Lo había descubierto en el momento que la había
visto en el dormitorio, apenas capaz de mantenerse en pie, vulnerable como rara vez
la había visto.
Cuando se dirigió al primer piso, Gray pensó en la manera en que ella se había
confiado a su cuidado y cómo lo había hecho sentir esa confianza. Corrie estaba en
grave peligro… de eso no cabía duda. Pero cuando él la miraba y sentía cómo se le
aceleraba el corazón, se daba cuenta de que él también lo estaba.
—¿Qué demonios estabas pensando? Por el amor de Dios, ha sido una auténtica
tontería, una verdadera estupidez. —Rebecca caminaba de un lado a otro, se detuvo y
miró la fuente del jardín.
—Había que detenerla. Tarde o temprano dará con alguien que vio u oyó algo.
Sumará dos más dos, y resolverá lo que le sucedió a su hermana aquella noche.
Rebecca se giró para mirarle.
—Dijiste que deberíamos advertirla de alguna manera de que abandonara sus
pesquisas y estuve de acuerdo, pero no accedí a esto.
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Corrie durmió todo el día y parte de la noche. No bajó para comer. Anna le
subió una bandeja a la habitación.
No estaba de humor para enfrentarse a Gray y a sus miradas oscuras y
preocupadas, ni para escuchar a Rebecca parloteando sobre los cotilleos de Londres.
No estaba interesada ni en los juguetones coqueteos de Jason, ni en lo que Derek
tenía que decir de la tarde que había pasado con Allison. Lo único que echaba de
menos era la bondad de Charles. Siempre había sido capaz de aliviar la discordia
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Capítulo 24
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—Eso es lo que yo pensaba también —dijo Gray—, hasta que intentaron matar a
Coralee por segunda vez. Ahora creo que es probable que mi esposa tenga razón.
Dolph Petersen también lo cree.
Petersen se giró en la silla, centrando su atención en los otros.
—Creo que los últimos acontecimientos hablan por sí solos. Mientras la condesa
permanezca con vida, el asesino corre peligro de ser descubierto. La condena sería la
pena de muerte.
Charles no se movió.
Jason y Derek parecieron considerar las palabras de Dolph.
El silencio se prolongó hasta que Gray habló de nuevo.
—La razón por la que estáis aquí es porque necesito saber la verdad. Hubiera
hablado con cada uno de vosotros en privado, pero creo que el tema es demasiado
importante. También creo que Coralee tiene derecho a oír lo que tengáis que decir.
La oscura mirada de Gray recorrió la habitación.
—Jason ya respondió a la cuestión, así que os toca a vosotros, Charles, Derek.
Los dos estabais en el castillo durante los meses anteriores a que Laurel Whitmore
partiera a East Dereham embarazada de un bebé ilegítimo. Lo que quiero saber es si
alguno de vosotros era el padre de ese niño.
Coralee se inclinó hacia delante en su asiento. Como Charles no podía tener
hijos, tenía que ser Derek. Se preguntó si sería lo bastante hombre para admitir la
verdad.
Pero fue Charles el que habló con un tono ronco en la voz.
—No fue así como pasó. —Tragó saliva y su nuez se movió de arriba abajo—.
Amaba a Laurel y ella me amaba a mí. Jamás tuve intención de hacerle daño de
ninguna manera.
No era posible. Rebecca había insinuado que Charles no podía tener hijos. Pero
con una sola mirada a la expresión pálida y desencajada de Charles, Corrie supo la
verdad.
La cólera casi la hizo levantarse de la silla de un salto.
—¡Charles, estás casado! ¿Cómo pudiste seducir a una joven inocente? ¿Cómo
pudiste hacerlo?
—Nunca quise que ocurriera —dijo con voz ronca por la emoción—. Nos
conocimos una mañana cuando salí a montar. El caballo de Laurel tenía una piedra
en la herradura. La acompañé caminando de vuelta a su casa. Empezamos a charlar.
Con ella era sencillo hablar de cualquier tema. Teníamos muchas cosas en común. —
Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Acudí al mismo lugar al día siguiente,
esperando que viniera otra vez, y allí estaba. Hablamos y hablamos. Parecía que
siempre teníamos algo que decir. Nos reuníamos cada vez que podíamos. Creo que
ninguno de los dos pensó que aquello se convertiría en algo más que una amistad.
Sacudió la cabeza y las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
—Y luego, un día, pasó.
Miró a Corrie, y había tanto sufrimiento en su cara que a ella se le puso el
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corazón en un puño.
—Tu hermana era la persona más preciosa y más amable que haya conocido
nunca. Habría muerto en su lugar sin dudarlo.
Corrie ignoró la piedad que sentía.
—La abandonaste, Charles. La dejaste sola cuando más te necesitaba.
Él se puso rígido.
—No sabía lo del niño. Nunca me lo dijo. Laurel sabía que estaba casado. No
quería que mi familia sufriera por lo que habíamos hecho. Me dijo que necesitaba
tiempo para aclarar sus ideas. Pensé que quizá tenía razón. —Tragó saliva—. Debí
haber impedido que se marchara. Si lo hubiera hecho, quizá todavía estaría viva. —
Luego se echó a llorar con grandes sollozos que le hicieron sacudir los hombros, algo
que no era propio de él.
El corazón de Corrie sufrió con él. Ella también había perdido a Laurel y había
sufrido tanto como Charles debía de haberlo hecho. Se puso de pie y se acercó a él, le
rodeó el cuello con los brazos y simplemente lo abrazó. Por un momento, Charles se
apoyó en ella.
—Lo siento —murmuró él—. No sabes cómo lo siento.
Aspirando profundamente, se apartó de ella, y se dirigió a Gray y al resto de los
hombres de la estancia.
—Yo nunca tuve intención de causar tal tragedia. Laurel y yo… jamás quisimos
hacer daño a nadie.
Gray tomó e control, permitiendo que su hermano recobrara la compostura, y
Corrie se volvió a sentar.
—Así que no te dijo lo del bebé —le dijo.
Charles negó con la cabeza.
—Vi a Laurel sólo una vez después de que regresara de East Dereham.
—¿Y qué pasó?
—Lo mismo que antes. Todavía la amaba y ella todavía me amaba a mí. Le dije
que quería dejar a Rebecca y casarme con ella.
Corrie sintió que se le oprimía el corazón. Debería haber sabido antes que
Charles era el hombre que su hermana había amado. Y debería haberse dado cuenta
de que Charles le correspondía.
—¿Qué te contestó Laurel? —preguntó Gray.
—Me dijo que tenía que estar seguro de que eso era lo que quería, que tenía que
estar muy seguro de que eso era lo correcto. Le dije que convertirla en mi esposa era
lo que yo quería. Que era lo correcto.
—¿Quién además de Laurel sabía lo que pretendías hacer? —preguntó Corrie.
—Nadie. Sólo lo discutimos entre nosotros.
—¿Así que jamás le hablaste de divorcio a tu esposa?
Derek se levantó de la silla.
—Sin duda alguna no estarás insinuando…
—Rebecca nunca llegó a saberlo —dijo Charles—. Esperaba la ocasión para
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hablar con Laurel y hacer planes. En vez de eso… llegó el agente de policía para
decirnos que ella… —Tragó saliva y el brillo de las lágrimas apareció de nuevo en sus
ojos—. Que ella se había ahogado y que había tenido un hijo. —Charles cerró los ojos
con fuerza y Corrie pudo sentir su dolor como si fuera suyo.
—Nadie es perfecto —dijo Gray en voz baja—. Tu matrimonio con Rebecca fue
concertado cuando los dos erais unos niños. Laurel y tú os enamorasteis. Son cosas
que pasan.
Jason intervino justo en ese momento.
—Está claro que Charles no tuvo nada que ver con la muerte de Laurel
Whitmore. Estaba enamorado de ella. No puedo imaginar que le hiciera daño. Me
parece que si, tal como tu esposa dice, Laurel fue asesinada, debió de ser víctima de
un salteador de caminos o un ladrón.
—Jason tiene razón —convino Derek—. Durante la celebración de tu boda, todo
el pueblo estuvo presente. La persona que drogó a Coralee pudo haber sido
cualquiera.
—¿Sabes qué hacía Laurel en el río aquella noche? —le preguntó Corrie a
Charles.
Él negó con la cabeza.
—No se alejaba demasiado de Selkirk Hall. Quizás ella quería pensar con
detenimiento las cosas, aclarar sus ideas. Quizás había decidido contarme lo del bebé,
no lo sé. Puede que todo lo sucedido haya sido una casualidad, un salteador se topó
con ella, lucharon y luego… —Tragó saliva y apartó la mirada.
—Ocurriera lo que ocurriese —dijo Gray con un brillo feroz en los ojos—, mi
esposa no se convertirá en otra víctima. Voy a averiguar quién fue el asesino para
impedir que vuelva a matar de nuevo.
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de Rebecca y el niño que iba a tener, pero Corrie no tenía ni idea de quién podía ser el
amante de Rebecca y no parecía que tuviera relación con todo lo acontecido. Incluso
aunque se lo dijera, no estaba totalmente segura de que Gray la creyera. Con tanto
revuelo en la familia, decidió continuar guardando silencio, al menos de momento
sería lo más conveniente.
Estaba considerando su decisión cuando Charles se acercó a ella en la terraza
después de la cena.
—Le pregunté a Gray si podría hablar contigo en privado —le dijo, saliendo de
las sombras hasta quedar iluminado por la luz de las antorchas.
—¿Qué pasa, Charles?
—Quería hablar contigo de tu hermana. Quería que supieras cuánto la amaba, y
cuánto lamento todo lo que ha sucedido.
Corrie lo miró. Todavía se percibían las líneas de pesar en su cara. Debía de
haber requerido un inmenso control ocultarlo durante tanto tiempo.
—Me alegra que fueras tú —dijo ella—. Me alegro de que fueras el hombre del
que se enamoró mi hermana.
—¿Qué quieres decir?
—Eres un buen hombre, Charles, no importan las circunstancias de tu relación
con Laurel.
A Charles se le nublaron los ojos.
—Lo significaba todo para mí. Todo.
Corrie asintió con la cabeza.
—Ya lo veo.
—Cuando descubrí quién eras, pensé que estabas perturbada, loca de pena,
como yo, por su pérdida. Ahora… al descubrir que Laurel realmente podría haber
sido asesinada… me resulta casi insoportable pensarlo.
—Descubriremos al asesino. Ahora que todos trabajamos juntos… daremos con
él.
Charles bajó la mirada a los pies, como si tuviera que decir algo muy
importante, y tratara de armarse de valor para hacerlo.
—Nunca lo he preguntado. Suponía que no soportaría saberlo. ¿Fue un niño o
una niña?
A ella le dio un vuelco el corazón.
—Tuviste un hijo, Charles. Laurel lo llamó Joshua Michael.
Los ojos azules de Charles se llenaron de dolor.
—Ése era el nombre de mi mejor amigo. Murió de gripe cuando estábamos en el
internado. Laurel sabía lo importante que había sido para mí. —Había una tristeza
abrumadora en la cara de Charles—. Eres muy valiente. Si yo hubiese tenido la
misma valentía…
—Tú no la mataste, Charles. No fue culpa tuya. —Él no dijo nada, sólo asintió
con la cabeza como si intentara convencerse, luego se giró y se marchó. La dejó en la
terraza, siguiéndole con la mirada, sintiendo su dolor y su pena.
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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE
Dolph Petersen regresó al castillo varios días más tarde. Por desgracia, Corrie
no fue invitada a reunirse con ellos a puerta cerrada en el estudio.
Aun así, no pudo resistirse a escuchar a escondidas. En cuanto los hombres
estuvieron dentro, se acercó a la puerta y presionó la oreja contra ella. Le sorprendió
oírlos discutir sobre la condesa de Devane y el baile de máscaras que iba a celebrar.
—Creo que deberíais ir —decía Dolph.
—¿Estás loco? Ya viste lo que sucedió en el último acontecimiento al que
Coralee asistió.
—Esta vez tendremos hombres dentro y fuera de la casa. Tu esposa estará
completamente protegida.
—No. Ni siquiera lo voy a considerar.
—Si no encuentras a ese hombre, Gray, tarde o temprano tendrá éxito. Tienes
que atraparle antes de que lo consiga, y a menos que tengas una idea mejor, tenemos
que desenmascararlo.
—Con mi esposa como cebo. La respuesta es no.
Corrie abrió la puerta y entró en el estudio.
—Siento mucho entrometerme, milord, pero el señor Petersen tiene razón. No
puedo vivir toda mi vida como una prisionera. Ahora no puedo ni montar a caballo,
no puedo visitar a mi familia. Ni siquiera puedo salir a pasear al jardín. No quiero
seguir así. Sencillamente no puedo.
—Puesto que estabas escuchando a escondidas, ya has oído lo que he dicho. Es
demasiado peligroso.
—Sólo si no lo encontramos.
Gray contuvo el aliento. Durante un largo momento no dijo nada. Luego le
dirigió a Dolph una dura mirada.
—Bien, lo haremos a tu manera. Pero como algo salga mal…
—Nada va a salir mal. No lo permitiremos. Si nuestra teoría es correcta, el
culpable es alguien del pueblo. Lo que quiere decir que no estará entre los invitados,
pero podría ser contratado por el personal de la condesa para ayudar en los
preparativos del baile.
—Lo que significa que podría ser un lacayo, un mozo de cuadra o una criada.
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Capítulo 25
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corazón se le aceleró. Era alto y ancho de hombros, y vestía unos ceñidos pantalones
de montar negros con unas botas de caña alta hasta las rodillas, y una camisa blanca.
Tenía el pelo recogido en una coleta. Una máscara negra le ocultaba la parte superior
de la cara, cubriendo todo menos los intensos ojos oscuros.
Iba disfrazado de bandolero, tal como ella lo había imaginado desde la primera
vez que lo vio. Era el hombre del que se había enamorado. Sintió que le flaqueaban
las piernas cuando él levantó la vista para mirarla, detenida en lo alto de las escaleras.
Se preguntó si estaría enfadado por el disfraz que ella había escogido, sin embargo,
Gray curvó la boca en una leve sonrisa. Esperó en silencio mientras Corrie avanzaba
hacia él; luego la cogió de la mano al bajar el último escalón.
—Creo que ya nos hemos visto antes —dijo él, haciendo una profunda
reverencia.
—Soy la señora Moss —dijo ella—. Letty Moss, milord.
A través de los agujeros de la máscara, los ojos oscuros destellaron como si
quisieran devorarla. ¿Estaba realmente tan diferente? ¿O serían simplemente los
recuerdos de la mujer lo que suavizaba la mirada de Gray cuando la observaba?
—Creo que el carruaje espera —dijo él—. ¿Vamos, señora Moss?
Ofreciéndole el brazo la condujo hasta la fila de carruajes que se alineaban
delante de la casa. Los demás ya estaban allí, y al verla comenzaron a subir a los
coches. Los hombres de Petersen montaron en los pescantes, y los hombres armados
que fingían ser lacayos, en la parte de atrás.
Dentro de los carruajes, todos estaban vestidos para la fiesta:
Rebecca iba disfrazada de María Antonieta con un traje de noche de raso azul
con pedrería y cuentas de oro. La falda era amplia y abierta sobre un miriñaque,
como la moda de esa época. Se había puesto una alta peluca plateada con adornos
también de oro.
Charles iba disfrazado del rey francés Luis XVI. Jason iba ataviado con una
casaca roja y un gorro de cazador y parecía como si en cualquier momento fuera a
llevar a los perros de caza, y Derek era un pirata con un pendiente de oro en la oreja,
un parche en el ojo y una espada colgando de la cintura.
Todos estaban disfrazados y preparados para la velada que tenían por delante,
pero aun así había una inconfundible tensión entre los hombres. Se habían nombrado
a sí mismos los guardianes de Corrie.
Ella no creía que evadieran sus deberes esa noche.
Les llevó casi una hora atravesar el pueblo y recorrer el camino hasta Parkside,
la magnífica hacienda georgiana de lady Devane. Cuando el carruaje se detuvo
delante, Corrie observó que había una lámpara encendida en cada habitación de la
casa. Media docena de lacayos con librea se apresuraron para ayudarles a descender
a la alfombra roja que conducía al vestíbulo de la mansión.
—Quiero que te quedes a mi lado —dijo Gray—. No te alejes por ahí sola.
Ella asintió con la cabeza con aire distraído, atraída por la pompa y
extravagancia del acontecimiento. Llevaba una máscara con plumas que sujetaba con
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una varilla. La sostuvo sobre la cara y miró con atención a través de los agujeros de
los ojos.
Gray la tomó del mentón para obligarla a mirarle.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
—Si ves cualquier cosa, si notas algo, quiero que me lo digas de inmediato.
—No soy tonta, Gray.
Gray curvó la boca.
—No. Jamás lo has sido. —Le cogió la mano para apoyársela en el brazo y
caminaron hacia la cola de recepción.
Lady Devane estaba en el vestíbulo disfrazada de la diosa Diana. Centró en
Gray su aguda mirada.
—Querido… me alegro de verte. Soy muy feliz de que tú… —se interrumpió
sorprendida al ver las sencillas ropas de Corrie—, de que tú y tu esposa hayáis
podido asistir.
Gray simplemente sonrió.
—Estoy seguro de que lo pasaremos bien. —Condujo rápidamente a Corrie
hacia el interior dejando a la condesa, que los seguía con la mirada, con la palabra la
boca, cortando de raíz cualquier palabra mordaz que hubiera podido decir.
La decoración era espléndida, la mansión tenía la apariencia de una antigua
ciudad griega, con columnas blancas por doquier e hiedra colgando por las paredes.
Estaba claro que la condesa no había reparado en gastos. Comenzó a tocar una
orquesta de diez músicos vestidos con togas blancas, y Gray condujo a Corrie hacia el
sonido de las notas de un vals.
—¿Te gustaría bailar?
Ella lo miró con sorpresa. Jamás había bailado con su marido. Le parecía algo
extraño, y conociendo a Gray, le sorprendió que se lo pidiera.
Sonrió con deleite.
—Me encantaría bailar, milord.
Los ojos de Gray le recorrieron el rostro para detenerse al fin en sus labios, y
una suave calidez la atravesó. Le puso la mano en la cintura, la guió a la pista de
baile, y ella lo siguió en tos pasos del vals.
Bailaba con la misma gracia que ya había observado en él cuando montaba a
caballo, y aunque era mucho más alto que ella, se movieron con soltura, con un ritmo
bien marcado. Debajo de la mano, Corrie podía sentir los duros músculos de su
hombro, y cuando captó el leve aroma a sándalo, se sintió invadida por el deseo.
Gray lo debió de sentir también, porque cuando la miró, la excitación asomaba a sus
ojos.
Percibió la misma mirada a lo largo de la velada. Aunque la vigiló como un
halcón, se prodigó en caricias sutiles y miradas ardientes durante toda la noche. Un
poco después de medianoche, se reunieron con el resto de la familia y se dirigieron a
la larga galería donde se celebraría la suntuosa cena.
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Gray sintió una opresión en el pecho. Durante unos largos instantes, sólo miró
fijamente a la mujer que deseaba por encima de todas las cosas.
—Santo Dios, Coralee.
Le temblaban las manos cuando la cogió entre sus brazos. Estaba tan hermosa
esa noche, parecía tan ingenua y sincera. La deseaba demasiado. Acunándole la cara
entre las manos, la besó, con delicadeza al principio, luego con profundidad. Algo
poderoso ardió dentro de él, y los besos se volvieron salvajes, ardientes,
convirtiéndose en un feroz saqueo que parecía no tener fin.
Se había contenido durante semanas, se había obligado a guardarlas distancias
aun cuando estaban en la cama. Sabía que su manera de hacer el amor había sido
diferente: lo había hecho a propósito, quería mantener un rígido control. Pero no se
había dado cuenta de que su esposa había sentido la diferencia. Que ella lo había
lamentado tanto como él.
Ahora, esas suaves palabras y el anhelo de sus ojos lo alcanzaron como ninguna
otra cosa podía haber hecho. Dentro de su pecho, sintió que se le oprimía el corazón
y que se le aceleraba la respiración. Sintió una sacudida completamente fuera de
control, como si ya no pudiera ignorar su destino.
Como si ya no quisiera hacerlo.
Agarrándola de los hombros, atrapó su boca, e introdujo la lengua dentro para
reclamar la dulzura que poseía, la besó de una manera que no se había permitido
hacer desde la mañana después de la tormenta. La miró, pensó cuánto la deseaba,
cuánto la necesitaba.
Depositó en los labios de Corrie otro beso ardiente, absorbiendo su esencia, e
inspiró el suave perfume a rosas hasta que el cuerpo le dolió, exigiendo la liberación.
Apoyándola contra la pared, le levantó las faldas y buscó la abertura de los
calzones para comenzar a acariciarla. Estaba húmeda y preparada, con un deseo tan
intenso como el suyo.
—No tenemos mucho tiempo —dijo contra la boca de ella, mordisqueándole los
labios antes de besarla de nuevo.
—Ni lo necesitamos —contestó ella entre jadeos, extendiendo la mano para
desabrocharle la bragueta de los pantalones de montar. Gray la ayudó a liberar su
erección, la izó contra la pared e hizo que le rodeara la cintura con las piernas. La
penetró profundamente, sintió las manos de Corrie en el pelo y oyó su suave gemido
de placer.
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si regresara de dar un paseo vespertino. Estaba pálida y temblorosa y Gray sintió que
se le oprimía el corazón. La preocupación dio paso a la cólera.
—Por el amor de Dios, Coralee, ¿dónde demonios te has metido? Me has dado
un susto de muerte.
Ella suspiró temblorosa y se puso todavía más pálida. La expresión de su cara le
rompió el corazón.
—Me temo que no me encuentro bien, milord. Me gustaría volver a casa.
La preocupación atravesó a Gray.
—¿Estás enferma? ¿Ha ocurrido algo?
—No, no pasó nada. Yo, sencillamente…, quiero volver a casa.
—Bien, es una buena idea. —Le llevó unos minutos recuperar la capa y
despedirse de sus hermanos, Rebecca y Jason antes de salir de la mansión. Los
guardas ocuparon su lugar en el carruaje cuando la pareja subió al vehículo.
Durante todo el camino de regreso al Castillo de Tremaine, Gray observó a
Coralee, pero ella no mencionó lo sucedido en la habitación de arriba.
Quizá le había hecho daño con su manera incontenible y salvaje de hacer el
amor.
—Dime qué hice —le dijo mientras el carruaje avanzaba en la oscuridad—. Si
fue por la manera en que hicimos el amor…
Ella negó con la cabeza.
—Fue maravilloso. Fuiste exactamente el hombre que recordaba. —Pero cuando
levantó la mirada hacia él, había más lágrimas en sus ojos.
—Dime…
—Fuiste tal y como recordaba. Pero yo no soy Letty y nunca lo seré. —Corrie no
dijo nada más, ni siquiera cuando subieron para acostarse en la suite; no abrió la boca
hasta que le dijo que quería pasar la noche en su propia cama, sola.
Gray se lo permitió. Dentro del pecho, le dolía el corazón. Ella se había vestido
como Letty y él la había llamado con ese nombre. No comprendía por qué la hería
tanto oír ese nombre. Y Gray no tenía ni idea de cómo reparar el daño que le había
hecho. Fuera como fuese, lo arreglaría, se dijo a sí mismo. Se disculparía y aclararía
las cosas por la mañana.
Pero a la mañana siguiente, cuando le preguntó a la doncella de Corrie si ésta se
sentía mejor, descubrió que Coralee se había ido.
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Capítulo 26
Londres bullía de actividad cuando el sencillo carruaje negro recorrió las calles
abarrotadas. A Corrie se le había olvidado lo ruidosa que era la ciudad, y lo lleno de
hollín que estaba el aire. Había viajado durante todo el día, esperando llegar a
Londres antes del anochecer, pero se había hecho de noche hacía más o menos una
hora.
Suspiró, reclinándose en el asiento de terciopelo. Cuando se había marchado
del castillo esa mañana temprano, en lo único que podía pensar era en alejarse de
Gray y del daño que le había causado. Durante el largo viaje, había tenido tiempo de
pensar en lo que haría en cuanto llegara a la ciudad.
Gray tenía una casa en Londres. Como condesa de Tremaine, tenía todo el
derecho a usarla, pero Gray podía seguirla. Era, después de todo, un hombre muy
protector. Fuera lo que fuese lo que sentía por ella, era su esposa y se sentía
responsable de ella.
Corrie no estaba preparada para enfrentarse a él.
Era probable que ahora, que se había marchado del campo, corriese menos
peligro. Pero siempre cabía la posibilidad de que la siguieran y el único lugar donde
se sentiría realmente segura sería con Krista y Leif. Corrie odiaba pedirles ayuda,
pero necesitaba el consejo de su mejor amiga, y sabía que con Leif y Thor cerca no
debería tener miedo.
Ya había pasado la hora de la cena cuando el carruaje se detuvo delante de la
casa de ladrillo de dos plantas de los Draugr. Corrie subió la escalinata y llamó a la
puerta.
El mayordomo abrió la puerta.
—¿Puedo ayudarla, señora?
Ella logró sonreír.
—¿Se acuerda de mí…? Soy Coralee Whitmore. Ahora soy la condesa de
Tremaine.
—Pues claro, milady. Por favor, pase. —Era un hombre de mediana edad con el
pelo blanco. Según recordaba se llamaba Simmons.
—Si me acompaña a la salita, les diré a los señores Draugr que ha llegado.
—Gracias.
Siguió al mayordomo a una sala decorada en tonos rojos y dorados, con
lámparas de flecos en las mesitas ornamentadas y un estante con una asombrosa
cantidad de cachivaches, así como cestos con un buen número de gacetas
londinenses.
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La decoración seguía la última moda victoriana; lo más seguro era que no fuera
obra de Krista, que siempre estaba demasiado ocupada para preocuparse por ese tipo
de cosas.
A pesar de estar en la casa de su mejor amiga, se dio cuenta de que estaba
nerviosa. Por un instante, deseó no haber ido allí.
Luego apareció Krista atravesando la estancia con esas largas piernas que tenía
para envolverla en un afectuoso y reconfortante abrazo. Corrie se apretó contra ella,
agradeciendo su amistad incondicional, y reprimiendo las lágrimas. Krista debió de
sentirla temblar, pues se separó un poco de ella.
—Coralee, ¿qué diablos te ha ocurrido?
Leif estaba en el otro extremo de la salita, justo en el umbral de la puerta. Corrie
percibió la presencia de la oscura y alta figura de Thor antes de que Leif cerrase la
puerta, dándoles la privacidad que debió de pensar que necesitaban.
—¿Ha sido el conde? —preguntó Krista, conduciéndola hacia el sofá, donde las
dos tomaron asiento—. ¿Te ha hecho daño? Si te ha hecho…
—No me ha hecho daño. No de la manera que sugieres.
Krista extendió el brazo y le cogió la mano.
—Cuéntame, querida. ¿Qué ha ocurrido para que abandones a tu marido?
Durante la siguiente media hora, Coralee le contó a su amiga lo profundamente
que se había enamorado de Gray y cómo, después de casarse, había intentado
convencerse a sí misma de que él ya no era el hombre que creía que era, que ya no lo
percibía de la misma manera que antes, y que finalmente había aceptado la verdad.
—Lo amo tanto… —dijo, aceptando el pañuelo que Krista le tendía para que se
enjugara las lágrimas de las mejillas—. Es un hombre duro, pero puede ser muy
tierno. Gray es inteligente y leal. Es un ser solitario y está necesitado de amor.
Cuando me toca, yo…
—Apartó la mirada, sonrojándose al pensar en lo que Gray podía hacerle sentir
con sólo un beso o una caricia de esas hábiles manos.
Tomó aliento temblorosamente.
—El problema es que no está enamorado de mí. Está enamorado de una mujer
que no existe. Está enamorado de Letty Moss.
—Oh, Coralee…
—Es cierto, Krista.
Corrie le contó después a su amiga cómo habían sido las cosas desde que se
habían casado. Krista escuchó con paciencia, aunque estaba claro que no estaba
totalmente convencida. Ni siquiera cuando Corrie le comentó lo que había pasado la
noche anterior en el baile de máscaras.
—Por primera vez desde la boda, dejó de controlarse y me hizo el amor como si
yo le importase de verdad. Luego me llamó: «Letty, mi más dulce amor».
Krista le apretó la mano.
—Pero eso es comprensible. Dijiste que te habías vestido como Letty. Quizá, por
un momento, se sintió confundido.
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—Yo no lo creo. Estoy segura de que deseaba que Letty Moss estuviera allí de
verdad en mi lugar.
Hablaron durante varias horas, Leif fue lo suficientemente amable para dejarlas
a solas. Luego sonó un golpe seco en la puerta y el enorme y rubio marido de Krista
abrió la puerta de la salita.
—Lamento interrumpir. Coralee, tu marido está aquí, y si no le permito entrar a
verte, Thor y él van a llegar a las manos en la entrada.
Corrie se levantó del sofá. Había pensado que Gray la seguiría. Se sentía
obligado a protegerla. ¡Pero no había pensado que llegaría en mitad de la noche!
La puerta se abrió más y Gray entró a grandes zancadas en la salita. Llevaba
unos pantalones de montar arrugados y unas botas negras de caña alta manchadas
de barro. Tenía el pelo negro atado, pero algunos mechones le caían sobre los
hombros como si el viento se los hubiera soltado. Estaba claro que había cabalgado
sin descanso para compensar la ventaja que ella tendría cuando él había descubierto
su huida.
Ignoró la emoción que sintió al saber que él había ido a buscarla con tal rapidez;
se dijo a sí misma que Gray sólo estaba haciendo lo que consideraba su deber.
Se detuvo ante ella, con los ojos oscuros y brillantes.
—¿Qué demonios estás haciendo en Londres?
Así mostraba su preocupación.
—Necesitaba tiempo para pensar. Éste es el único lugar donde podía hacerlo.
—¿Y qué hay del peligro, Coralee? ¿Tienes alguna idea de lo que podía haberte
ocurrido mientras venías hacia aquí? —Antes de que ella pudiera contestar, Gray
miró a Leif y a Thor, que estaban detrás de ellos con las piernas abiertas como si
estuvieran dispuestos a presentar batalla—. ¿Os ha dicho que su vida corre peligro?
¿Os ha comentado mi pequeña e impulsiva esposa que casi la han matado dos veces?
Leif frunció el ceño y arqueó las doradas cejas.
—Deberías habérnoslo dicho, Coralee.
Thor la miró de manera desaprobadora.
—Si eso es así, no deberías haber venido. Pero ahora no debes tener miedo.
Nosotros nos ocuparemos de que estés a salvo.
Los ojos azules de Leif se clavaron en Gray.
—¿Por qué quieren matar a Coralee?
—Por la determinación que muestra en encontrar al hombre que asesinó a su
hermana.
Krista alzó la cabeza de repente.
—¡Pensaba que habías terminado con eso, Coralee!
—Díselo, Gray. Diles que tenía razón… que Laurel fue asesinada.
—Eso parece, aunque aún no hemos encontrado pruebas. Pero el hecho de que
alguien intente asesinar a Coralee da crédito a esa teoría. Dolph Petersen ha
continuado con la investigación, y está convencido de que eso fue lo que pasó. —Gray
centró en Corrie su fiera mirada—. ¡Y lo último que necesitamos es que andes por ahí
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Gray seguía despierto pasada la medianoche, intentando sin ningún éxito leer
hasta quedarse dormido.
Se sorprendió al oír que llamaban a la puerta y que ésta se abría. Samir entró en
la habitación en silencio, como si hubiera aparecido por arte de magia.
—Viajé tan rápido como pude. Pensé que podría necesitarme.
Ese hombre era demasiado intuitivo.
—Gracias por venir, Samir. Tenía pensado quedarme sólo una noche y regresar
con mi esposa por la mañana. Parece que eso no va a ocurrir.
—¿Se niega a regresar con usted?
Gray asintió con la cabeza.
—Es una mujer. Se comporta como tal.
—Y usted no la obliga, como podría hacer.
Gray suspiró en medio del silencio.
—Dice que necesita tiempo. Considerando todo lo que ha pasado, no creo que
sea mucho pedir.
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—Ella lo ama.
Él apartó la mirada. Ni siquiera sabía lo que era el amor. Su madre le había
amado, pero había sido hacía mucho tiempo, y no se acordaba. Y aun así, cuando
Samir dijo esas palabras, el corazón de Gray anheló que fueran verdad.
—Debe demostrarle qué siente por ella.
Gray sacudió la cabeza.
—No sé cómo hacerlo.
—Podría decirle cómo se siente.
—No le mentiré. No sería justo.
—No he dicho que le mienta.
Gray no dijo nada. Fuera lo que fuese lo que sentía por Coralee era diferente a lo
que había sentido por las demás mujeres. ¿Era amor? Se rio de sí mismo. Él no era el
tipo de hombre que amaba.
—Si no sabe cómo decírselo, debe demostrárselo. Nunca ha intentado… ¿cómo
llaman los ingleses al hecho de seducir a una mujer con regalos y pequeños placeres?
Gray sonrió.
—Cortejar.
—Eso es lo que debe hacer.
—Estoy demasiado ocupado intentando mantenerla viva. Apenas tengo tiempo
para nada más.
El pequeño hindú se encogió de hombros.
—Eso depende de usted.
Pero por la mañana Gray había llegado a la conclusión de que Samir, como
siempre, tenía razón. Primero le escribió a Charles, Jason y Derek para decirles que
permanecería en Londres como mínimo una semana. Sabía que se preocuparían y se
pondrían en camino si no sabían lo que pasaba. Así que les pidió que permanecieran
en la hacienda y que continuaran trabajando con Dolph para encontrar al hombre que
había amenazado la vida de Coralee.
Su siguiente tarea fue detenerse en una floristería. Allí encargó media docena de
ramos de rosas amarillas y ordenó que las enviaran a la casa de los Draugr, luego
compró un ramo de rosas rojas para llevarlas él mismo.
El suave perfume le recordó a Coralee, y se las llevó a la nariz al acabar las
compras. Cuando se puso en camino hacia la residencia donde ella estaba, no estaba
seguro de qué le diría, ni cómo iba a con seguir que su esposa regresara, pero sabía
que quería tenerla pronto de vuelta. Su lugar era en su casa, en su cama.
Y Gray era un hombre que siempre conseguía lo que quería.
Corrie bajó las escaleras para reunirse con Krista en el comedor, y se encontró el
vestíbulo lleno de rosas amarillas. Y había más en los floreros de la salita, y, cuando
entró a desayunar, había un florero con rosas rojas en medio de la mesa.
La profunda voz de Leif le llegó desde la cabecera de la mesa.
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Capítulo 27
Cada tarde, Gray llevó a Corrie a pasear en carruaje por la ciudad. Era tan
atento con ella como pocas veces lo había visto, llevándole las compras o
comprándole regalos y dulces. Se negó a comprarle otro perfume que no fuera la
fragancia de rosas que ella usaba normalmente, y Corrie, por alguna razón, lo
encontró encantador. Se sintió especial al estar con él, disfrutaba de las atenciones
que él le prodigaba.
Y eso le preocupaba, ya que ella estaba cada vez más enamorada de él. Era su
marido. Si quería que su matrimonio funcionara, tenía que correr el riesgo de amarle.
Gray la recogía todas las tardes, pero por las mañanas, antes de que él llegase,
mientras Leif iba a trabajar en su compañía, Valhalla Shipping, Thor las acompañaba
a Krista y a ella a De corazón a corazón. Corrie terminó el artículo sobre el baile de
máscaras de la condesa, ocultando únicamente los nombres de las personas a los que
había sorprendido en su cita amorosa cuando había subido a la planta superior.
Luego escribió un artículo sobre las alegrías de vivir en el campo, algo que jamás
había imaginado que sería posible hasta que llegó al Castillo de Tremaine.
Aunque le gustaba trabajar de nuevo, pensó en lo mucho que ella había
cambiado en los meses transcurridos desde que se había ido. Ya no estaba tan
fascinada con la sociedad y las reuniones sociales como lo había estado antes, y ahora
sabía por Gray cuánto daño podían hacer las habladurías infundadas.
Como siempre, era divertido trabajar con Krista, y le divertía observar cómo se
relacionaban Thor y Lindsey Graham, la amiga de la escuela que había sustituido a
Corrie. Lindsey y Thor se evitaban cuidadosamente, como si no fueran capaces de
estar en la misma habitación a la vez.
Lindsey era delgada, con el pelo del color de la miel y los ojos dorados, era
enérgica y dinámica, una mujer que tenía muy claros sus objetivos y ambiciones.
Thor pensaba que el lugar de una mujer estaba en casa (desollando pieles, tejiendo o
moliendo trigo, supuso Corrie).
Y a pesar de eso, el aire crepitaba en torno a ellos cada vez que accidentalmente
se veían forzados a estar juntos.
«Interesante», pensó ella cuando salió de las oficinas con Gray, que había venido
a recogerla para dar su paseo por la ciudad. Aunque el clima veraniego era el ideal —
hacía calor, pero no demasiado—, y las flores del parque habían florecido cubriendo
los campos de brillantes tonos dorados y rosados, Gray se negó a retirar la cubierta
del cabriolé victoriano que los transportaba en sus paseos.
—Te convertiría en un blanco demasiado fácil —dijo él—, y no estoy dispuesto a
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correr el riesgo. —Y así como sabía que llevaban dos guardas armados en el pescante
fingiendo ser lacayos, supo que Gray también iba armado.
Se acomodaron en el interior y permitieron que el relajante traqueteo de las
ruedas les sirviera de música de fondo.
—He disfrutado mucho del tiempo que hemos pasado juntos esta semana —
dijo Corrie, intentando no notar la manera en que él la observaba, ni el ardor que
mostraban sus ojos y que él no se esforzaba en ocultar—. Desde que nos casamos ha
sido la primera vez que hemos tenido realmente tiempo para conocernos. —Lo miró
sentado en el asiento del carruaje—. Pero aún tenemos que hablar de tu primera
esposa, Gray. ¿Me hablarás de ella?
Durante un largo momento él no dijo nada. Luego, suspiró Y apoyó la cabeza
hacia atrás en el asiento; renuente, diría Corrie, pero resignado.
—Jillian era joven y bella. Yo acababa de heredar el título. Creía que necesitaba
una esposa, y Jillian parecía adecuada.
—¿Adecuada? ¿Fue ésa la razón por la que te casaste con ella?
Él se encogió de hombros.
—Me pareció una buena razón.
—¿Qué sucedió el día que murió?
Él apartó la mirada y la dirigió hacia las tiendas que bordeaban la calle. Un niño
fue a buscar una pelota y luego regresó a donde le esperaba su compañero de juegos.
—Rebecca había organizado un paseo en barco —dijo Gray—. Había invitado a
mucha gente. En el último momento decidí no asistir. Me sentía inquieto. No podía
soportar la idea de pasar el día mostrándome educado y fingiendo un interés que no
sentía. En lugar de ello fui a montar a caballo. Cuando regresé al castillo ya era de
noche y Charles me estaba esperando. Me dijo que en el barco se había abierto una
vía de agua al poco de alejarse del muelle y que se fue a pique con rapidez. Todos se
salvaron excepto Jillian.
—Oh, Gray, lo siento tanto.
Él miró por la ventanilla, pero no parecía ver los carruajes que pasaban o las
personas que recorrían la calle.
—Charles me dijo que se hundió y no volvió a salir a la superficie. Supongo que
las faldas se le enredaron en algún sitio, no lo sé. La buscaron durante horas. No
encontramos su cuerpo hasta el día siguiente.
Gray la había encontrado, y Corrie pudo ver el dolor en su cara.
—Si hubiera estado allí, podría haberla salvado. Era su marido. Se suponía que
debía protegerla.
Corrie se inclinó hacia él, extendió la mano y le acarició la mejilla.
—No eres más culpable de la muerte de Jillian de lo que yo lo soy de la de
Laurel. Durante meses me eché la culpa por no haber estado allí cuando me
necesitaba. Pensaba que, si me hubiera confiado lo del bebé, podría haberla ayudado
de alguna manera. Pero lo cierto es que la vida está llena de desgracias. Sólo
podemos vivir lo mejor que sepamos. Eso es todo lo que Dios espera de nosotros.
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Gray la miró. Había algo en sus ojos, una vulnerabilidad que raras veces
mostraba. Él apartó la vista, y cuando la miró de nuevo, su expresión había
cambiado, y también cambió de tema.
—Ha llegado el momento de que vuelvas a casa.
A Corrie no le gustó la determinación que vio en los feroces ojos oscuros.
—Pero…, es que me gusta que me cortejes, ya que es eso lo que has estado
haciendo, ¿no?
A Gray se le encendieron las mejillas.
—Estoy tratando de hacerte feliz. ¿Acaso no son éstas las cosas que les gustan a
las mujeres? —Le dirigió una mirada ardiente—. Por supuesto, hay otras maneras de
complacerte. —Bajó la mirada a sus pechos—. Todo lo que tienes que hacer es venir a
casa.
Corrie se quedó sin aliento cuando la tomó en sus brazos y la besó a conciencia,
con la ardiente promesa de lo que ocurriría si cedía a sus demandas. Se sintió
tentada. Muy tentada… y excitada cuando la soltó.
Pero lo cierto era que aún no estaba dispuesta a regresar.
—No puedo, Gray. Todavía no.
—Te lo advierto, Coralee. No soy un hombre conocido por su paciencia. Y estás
poniéndome a prueba.
Sabía que lo estaba haciendo. Se sentía como si hubiera desafiado a un león que
estuviera a punto de romper la correa.
—Sólo unos días más.
Gray soltó un gruñido que pareció no poder contener.
—Sé qué palabras quieres oír… las que todas las mujeres quieren escuchar. Pero
no sé nada del amor, Coralee. Sólo sé que me importas mucho. Que te necesito,
Corrie. Por favor, vuelve a casa.
«Me importas mucho.» Las palabras conmovieron el corazón de Corrie.
Viniendo de un hombre como Gray, que dudaba de sus emociones y que no sabía
cómo manejarlas, eran palabras a tener en cuenta. Le había dado más de lo que nunca
había creído que le daría.
Coralee se tragó el nudo de la garganta.
—Está bien. Volveré a casa contigo, Gray.
Él cerró los ojos con alivio.
—Gracias a Dios.
La estrechó entre sus brazos y la besó. Corrie pudo sentir su hambre, su
profunda necesidad, hasta que lentamente la soltó. Gray alargó la mano y le acarició
un mechón de cabello que le había caí do sobre la mejilla.
—A pesar de lo mucho que deseo volver al castillo, pienso que deberíamos
quedarnos en la ciudad algo más de tiempo. Mi familia y Dolph están buscando al
hombre que intentó matarte, pero hasta que lo encuentren, creo que estarás más
segura aquí.
Ella había pensado lo mismo.
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—Es probable.
—Y ya que nos quedamos aquí, podemos pasarlo bien. He hecho los arreglos
necesarios para que vayamos al teatro esta noche… si te apetece ir.
—¿Al teatro?
Gray debió de ver la sorpresa en su cara, pues sonrió.
—¿Sabes?, no me paso todo el tiempo en el campo. Y nunca esperé que tú lo
hicieras.
A ella siempre le había gustado la ciudad. Se descubrió devolviéndole la
sonrisa.
—Adoro el teatro. Claro que me gustaría ir.
Gray pareció alegrarse.
—Llevaremos a los hombres con nosotros, así no tendrás que preocuparte por
nada. —Se reclinó en el asiento—. Esta noche iremos al teatro. Después regresarás a
mi cama.
Se sintió invadida por una ardiente excitación. Había echado de menos la
manera de hacer el amor de Gray, se sentía perdida sin dormir en la misma cama que
él.
Esa noche iría a casa.
Se preguntó cuándo había comenzado a pensar que estar con Gray era como
estar en casa.
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Vestido, casi completamente de negro, con el pelo oscuro, los intensos ojos castaños,
y una corbata blanca, estaba tan apuesto que apenas podía concentrarse en la obra de
teatro. Esa noche, él llevaba un bastón con el puño de plata, lo que contribuía a darle
una apariencia todavía más varonil, y que había impresionado con toda claridad a las
damas junto a las que había pasado.
La obra teatral, una comedia llamada The Lark, cuyo primer acto se desarrollaba
en Viena, era muy entretenida y Gray no dejó de reírse. Corrie sintió un arrebato de
amor al observarlo, y cuando la vio mirarlo, él se inclinó y la besó.
Gray le pasó la yema del dedo por el labio inferior.
—Gracias por lo que me has dicho hoy.
Que no debía culparse por lo que le había ocurrido a Jillian. Quizás ésa era la
razón de que fuera capaz de reírse esa noche. Quizás había dado el primer paso para
perdonarse a sí mismo, el primer paso hacia la curación de su alma.
La obra fue una delicia, pero cuando se acabó, Gray ya no se reía. De hecho la
miraba como si quisiera raptarla allí mismo, en el palco, y Corrie quería que hiciera
precisamente eso.
—Me ha gustado la obra —dijo él—, pero en cuanto lleguemos a casa tengo
intención de hacer algo que me va a gustar mucho más.
«Contigo», decían sus oscuros ojos, y una deliciosa calidez la invadió.
Corrie sonreía cuando se abrieron paso entre las pesadas cortinas de terciopelo
hacia el abarrotado pasillo. Luego un hombre se acercó a su espalda y le apretó algo
contra las costillas. Ella bajó la mirada y se quedó sin aliento al ver una pistola.
El hombre se la presionó de nuevo contra el cuerpo.
—Cuando lleguen al final del pasillo, verán una puerta. Saldrán por ella del
edificio.
El corazón se le aceleró. ¿Era éste el hombre que había intentado matarla? Santo
Dios, ¿cómo había sabido dónde encontrarla?
—No voy…, no pienso ir a ninguna parte con… —un agudo pinchazo
interrumpió sus palabras.
—Será mejor que hagan lo que les digo. —El hombre tenía las manos huesudas,
el pelo sucio y despedía olor a licor rancio.
Se estremeció al mirar a Gray.
—Haz exactamente lo que te dice, Coralee.
Un segundo hombre, más grande que el primero, se había acercado a Gray, y
Corrie pudo vislumbrar una segunda arma. Gray le apretó la mano que mantenía
temblorosa en su brazo, advirtiéndole que mantuviera la calma. En sus ojos no había
temor, estaba aguardando el momento oportuno, esperando la oportunidad de
atacarlos.
Se movieron entre la multitud sin que nadie percibiera nada extraño aunque
esos hombres estaban mucho peor vestidos que los caballeros que salían de los
palcos. Era tarde y todos estaban cansados, ansiosos por llegar a sus casas, como
Corrie había estado hacía sólo unos minutos.
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Gray empujó la puerta del final del corredor y, al abrirla, vieron una escalera
exterior que daba al callejón trasero del teatro. Llegaron abajo sin que nadie se
percatara, y en el mismo momento que los pies de Corrie pisaron el suelo, Gray la
apartó de un empujón.
—¡Corre! —le gritó. Se oyó un disparo y Corrie gritó cuando Gray y el hombre
de mayor tamaño comenzaron a rodar por el suelo, con uno de ellos gimiendo de
dolor.
«Por favor, Dios mío, que no sea Gray», rezó Corrie, y lo vio ponerse en pie de
un salto en el mismo instante en que el segundo hombre apuntaba su arma.
—¡Gray! —gritó Corrie, mientras se lanzaba contra el hombre, haciéndole
tambalear. El arma salió disparada de sus manos.
Él la hizo girar bruscamente y la abofeteó en la cara, enviándola contra la áspera
pared de ladrillo. Luego, Gray se lanzó contra el hombre y le pegó un puñetazo,
haciéndole caer al suelo. Gray recuperó el bastón con el puño de plata de donde
había caído, y lo empuñó, desenvainando un cuchillo. Presionó la hoja, que destelló
bajo la luz de una lámpara de gas cerca de la entrada trasera para los actores, contra
el cuello del hombre.
Corrie se quedó inmóvil, cubriéndose la boca con una mano, observando el
drama que se desarrollaba ante ella como si fuera parte de una obra teatral.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Gray con arrugas de preocupación en la
frente.
Asintió con la cabeza, mientras se las ingeniaba para pasarse un pañuelo sobre
el hilo de sangre que brotaba de sus labios con una mano temblorosa.
Él volvió a centrarse en el hombre que estaba en el suelo.
—¿Quién eres? —Como el hombre no contestó, Gray le apretó el filo del cuchillo
contra la garganta—. Quiero que me digas vuestros nombres.
—Él es Biggs, yo me llamo Wilkins.
Biggs no se movía. Tenía una gran mancha carmesí sobre el pecho, que
destacaba contra la suciedad del callejón.
—Parece que tu amigo Biggs está muerto. Y si no contestas a mis preguntas,
pronto le harás compañía. —El hombre se humedeció los labios, pero no movió la
cabeza—. ¿Fuisteis Biggs y tú los que matasteis a Laurel Whitmore?
—Nosotros no, amigo. Pero Biggs trabajaba para el hombre que lo hizo.
—¿Quién es?
—No lo conozco. Biggs iba a pagarme por deshacerme de ustedes. Es todo lo
que sé.
—¿Te iban a pagar por matarnos? —Como el hombre no contestó, Gray le
apretó el cuchillo contra la piel, y Wilkins gimió cuan do la sangre goteó sobre el
cuello sucio de su camisa.
—Teníamos que deshacernos de ustedes. Es todo lo que dijo.
—¿Cómo sabíais dónde encontrarnos?
—Biggs sabía dónde vivíais. Llevamos vigilándoos toda la semana.
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asesinos.
—Nosotros nos lo llevaremos, milord —dijo Deavers—. La policía se alegrará de
haberlo atrapado.
Deavers apuntó con la pistola a Wilkins mientras Franklin iba a buscar a la
policía, y Gray se acercó a Coralee. Cuando la tomó en sus brazos, vio la magulladura
que se le comenzaba a formar en la mejilla.
—Ese bastardo te pegó. Sólo por eso debería haberlo matado.
Corrie tembló ante la dureza de la cara de Gray.
—Estoy bien. —Lo agarró del brazo—. Oh, Gray, ¿crees de verdad que el bebé
de Laurel todavía está vivo?
—Si lo está, te prometo que lo encontraremos.
—Su cuerpo jamás fue recuperado.
—No. He llegado a pensar que era posible que alguien se hubiera llevado al
niño, pero no quería que te preocuparas también por eso.
Ella volvió a sus brazos. Ahora que todo había acabado, se había puesto a
temblar y luchaba por no llorar.
Gray apretó la mejilla contra su pelo.
—Sabía que podía contar contigo —susurró él.
—¿De veras? ¿Por qué?
Bajó la vista hacia ella sonriendo tan suavemente que el corazón de Corrie se
saltó un latido.
—Porque eres Coralee y no Letty. —Y con la misma suavidad, la besó.
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comenzó a quitarle la ropa. El vestido de seda color verde mar estaba sucio y roto en
varios lugares y Corrie tenía una raspadura en el hombro por los ásperos ladrillos de
la pared contra la que la había enviado aquel bastardo. Gray inclinó la cabeza y
depositó un suave beso sobre la sensible piel, conteniendo un arranque de cólera,
deseando no haber tenido piedad de él.
—Hay un pequeño vestidor al lado del dormitorio —dijo Gray—. Es donde me
baño y me visto. Samir ha preparado allí un baño.
El conde la cogió por la barbilla, obligándola a mirarle.
—Me sentí muy orgulloso de ti esta noche. Fuiste muy valiente y muy lista.
Jamás he conocido a otra mujer como tú.
Ella levantó la vista con los ojos verdes brillantes por las lágrimas.
—Gray…
La atrajo hacia sus brazos y simplemente la abrazó, rezando por que ella supiera
cuánto significaba para él. Luego se apartó.
Quitándose a la vez la levita y el chaleco, se enrolló las mangas de la camisa.
—Bueno, vamos a bañarte y luego a la cama. —El deseo lo invadía. La deseaba.
Parecía que siempre la deseaba. Pero estaba re suelto a mantener encerrada bajo llave
a la bestia que tenía en su interior.
Quitándole el resto de la ropa, hasta dejarla sólo con la camisola, le arrancó las
horquillas del flamígero pelo, y lo dejó caer en cascada sobre sus hombros, luego la
llevó al vestidor. Como Samir había prometido, allí estaba la bañera de la que salían
volutas de vapor. Gray le quitó la camisola, la alzó y la metió en la bañera.
Incluso con la magulladura de la mejilla, estaba muy hermosa. Se le tensaron
todos los músculos. Está herida, se dijo a sí mismo, sabiendo que si no tenía cuidado,
podría llegar a perder el control.
En vez de dejarse llevar, se arrodilló al lado de la bañera y la bañó con suavidad,
enjabonó un paño y se lo pasó por esos pechos tentadores. Por un instante, la bestia
se liberó y le deslizó el paño entre las piernas, sintiendo el roce de los rojizos rizos en
la unión de sus muslos. Su miembro se irguió y el deseo le hizo hervir la sangre.
Maldiciendo, soltó el paño.
—Lo siento. Sé que estás lastimada y que lo último que necesitas es…
—Tú eres exactamente lo que necesito, Gray.
Coralee se levantó en la bañera con el agua cayendo en cascada por las
deliciosas curvas de su cuerpo. Se echó a sus brazos; era una ninfa mojada, desnuda,
y el deseo de Gray se incrementó hasta el punto de dolerle.
—Yo, sencillamente… te deseo tanto. Te he echado mucho de menos. —
Entonces la besó; fue un beso suave, pero se transformó en algo caliente, a pesar de
su determinación, que lo hizo arder corno una llama.
Coralee gimió. Le deslizó los dedos por el pelo, lo liberó de la cinta, y los
pesados mechones le cayeron sobre la cara. Lo besó con toda la pasión que él había
imaginado, lo besó como si no tuviera bastante de él, y el deseo rugió por la sangre
de Gray.
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Capítulo 28
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esos lugares.
—Los hogares de acogida fueron el resultado de una ley para la reforma de la
asistencia pública que se aprobó hace diez años. Fue un intento de restaurar la
moralidad de las mujeres y absolver a los padres de los niños ilegítimos de cualquier
tipo de responsabilidad. Según esa ley, las madres son las únicas responsables de
cuidar y dar de comer a sus hijos. Supongo que pensaron que a las mujeres no les
haría gracia verse envueltas en esa clase de circunstancias.
—No tenía ni idea —dijo Corrie.
—La mayoría de la gente tampoco. Puesto que la mayor parte de las madres
trabajan y no ganan suficiente dinero para mantener se a sí mismas, la única solución
es deshacerse del niño.
Gray tensó la mandíbula.
—¿Cómo puede una madre hacer eso? —susurró Corrie—. ¿Cómo puede
renunciar a su bebé?
—Ahí quiero llegar —dijo Krista—. Los hogares de acogida están dirigidos en
su mayoría por mujeres. Según los anuncios de los periódicos se supone que gracias a
una módica cantidad, que a menudo dona el padre, ese niño será entregado a una
familia cariñosa. Pero la única manera de que los hogares de acogida obtengan algún
tipo de ganancia es que el bebé muera antes de que se acabe el dinero que recibieron.
A Corrie se le oprimió el corazón hasta dolerle.
—Santo Dios.
—La mayoría de los bebés están desnutridos, o son drogados con láudano.
Algunas veces son alimentados con leche aguada. Los niños se mueren lentamente de
hambre o de alguna enfermedad provocada por los malos tratos. Lo siento, Coralee,
pero casi ninguno sobrevive más de dos meses. —Corrie no dijo nada. Tenía un nudo
tan grande en la garganta que no podía hablar. Krista suspiró—. Sé que esto no es
fácil de oír.
Corrie enderezó la espalda.
—Necesito saberlo, Krista.
Su amiga regresó a la silla detrás del escritorio.
—Algunas veces uno de los padres paga una retribución mensual por el
mantenimiento del bebé. Esos niños tienen más probabilidades de sobrevivir, ya que
esas pagas, por pequeñas que sean, seguirán llegando mientras el niño esté vivo. Aun
así, son mantenidos en el nivel más bajo de subsistencia y la mayoría de ellos muere
antes de alcanzar el primer año.
Corrie pensó en el pequeño Joshua Michael y se sintió invadida por la
desesperación.
—No puedo imaginarme a un asesino pagando para mantener vivo a un niño.
—Miró a Gray con los ojos anegados de lágrimas.
—Aún hay esperanza, Coralee.
—Si está vivo, tenemos que encontrarle antes de que sea demasiado tarde.
Gray extendió la mano para coger la de ella.
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con la cabeza.
—Lo siento, pero no puedo ayudarles —les dijo una viuda llamada Cummins
en el porche de una casa de Bedford Street—. Aquí no hay ningún niño de esa edad.
Lo que quería decir que no tenía bebés a su cargo que hubieran sobrevivido a
los seis meses.
—¿Es posible que acogiera a un bebé a primeros de febrero? —preguntó Gray,
como hacía en cada uno de los lugares—. Habría llegado de la zona de Castle-On-
Avon y lo habría traído un hombre llamado Biggs. Si fue así, y tiene alguna prueba, le
daré cien libras.
La mujer, con su cabello blanco sucio y despeinado, levantó la vista agrandando
los ojos.
—¿Cien libras? ¿Incluso si el bebé está muerto?
A Corrie se le puso un nudo en el estómago por décima vez en el día.
—Sí —dijo Gray—. Si puede probar que es el niño que estamos buscando.
La mirada de la viuda se volvió sagaz.
—Yo no lo acogí, pero preguntaré por ahí, y veré lo que puedo averiguar.
Gray le dio una tarjeta de visita.
—Si consigue cualquier información, nos puede encontrar aquí. Si lo hace, será
bien recompensada.
La conversación fue casi similar en todas las casas que visitaron. Entraron en
algunas, pero los bebés estaban en las habitaciones de arriba, y Corrie no pudo ver a
esas pobres criaturas. Aun así, podía oír sus llantos lastimeros de hambre e imaginar
su terrible sufrimiento.
Lloraba cuando abandonaron la última casa.
—No puedo soportarlo, Gray. Todas esas pobres criaturas inocentes. Tenemos
que hacer algo para ayudarlos.
Gray parecía casi tan trastornado como ella.
—Hablaremos con Krista para saber cuál será la mejor manera de proceder.
Regresaron al carruaje. Con un suspiro de cansancio, la ayudó a subir, luego
entró tras ella.
—Por hoy ya hemos hecho bastante. Vamos a casa.
Corrie volvió la mirada a la casa que acababan de dejar.
—Hay un nombre más en nuestra lista. Nos coge de camino. Joshua Michael
podría estar allí.
Gray le ahuecó la mejilla con la mano.
—¿Estás segura, cariño? Es evidente lo mucho que esto te está afectando.
—Por favor, Gray.
Él apretó los dientes y asintió. Y ella supo que todo eso le afectaba casi tanto
como a ella.
La casa que buscaban estaba en Golden Lane, era vieja y descuidada, con la
pintura descascarillada y las contraventanas colgando de las ventanas. Cuando
subieron al porche, los escalones rechinaron y Gray se detuvo, temiendo que se
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—¿¡Cuánto!?
—Déme veinte libras, y es suyo.
Gray sacó una bolsita con monedas del bolsillo interior del abrigo y le tiró
veinte monedas de oro.
—¿Cómo se llama?
—Jonathan. Simplemente Jonathan.
Gray se quitó el abrigo y Corrie envolvió al bebé entre los suaves pliegues que
aún conservaban el calor de Gray.
—Ya tiene mi tarjeta —dijo—. Si consigue la información que buscamos,
también le pagaremos por ella.
Corrie sintió la mano de Gray en la cintura, urgiéndola hacia la puerta, y ella se
dirigió hacia allí agradecida. Subieron al carruaje, que se puso en movimiento al
instante, haciendo que la triste criatura se pusiera a llorar de nuevo.
—Necesita leche —dijo Corrie.
—He contratado a una nodriza, una mujer llamada Lawsen, por si
encontrábamos al hijo de Charles. Enviaré a uno de los sirvientes a buscarla en
cuanto lleguemos a casa. Y mandaré a buscar a un médico.
Corrie miró a Gray y su corazón se desbordó. Se preguntó si él notaría el amor
que ella sentía por él brillando en sus ojos.
—Gracias, Gray. Jamás olvidaré lo que has hecho hoy.
Él extendió la mano y le tocó la mejilla.
—Está muy enfermo, cariño. No te hagas demasiadas ilusiones.
Corrie asintió con la cabeza y se tragó el nudo que tenía en la garganta. Era un
niño pequeño y débil, y había sido maltratado. Con el bebé en los brazos, demasiado
débil incluso para llorar, Corrie rezó para que el precioso niño de Laurel pudiera
salvarse.
—Por favor, Señor ayúdanos a encontrar al pequeño Joshua Michael —susurró
—. Que no sea demasiado tarde.
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él le dio—. ¿No nos de tendremos hasta estar seguros de qué fue lo que le sucedió,
verdad?
—No, no nos detendremos, cariño. No hasta haber hecho todo lo posible para
encontrarle.
Y fue cuando decidieron poner un anuncio en De corazón a corazón. En él
especificaban la edad del niño, la fecha en que lo habían llevado a Londres y el
nombre del hombre que lo entregó. Ofrecían una recompensa por la información,
más cien libras si recuperaban al niño.
—Merece la pena intentarlo —dijo Krista, estudiando el anuncio para
asegurarse de que se leía correctamente.
—Por cien libras —dijo Leif—, si el niño está vivo, alguien responderá.
Pero pasó otra semana, y aunque apareció un considerable número de mujeres
en su puerta, ninguna tenía una información creíble y ninguna llegó con el niño.
Estaban desesperados, y la pena cubría a Corrie con el peso de una mortaja.
Sólo el tierno cariño de Gray servía para mantener a raya la pena y la preocupación.
Él parecía comprender su dolor, e incluso compartirlo.
También tuvieron otras visitas. El coronel Timothy Rayburn se detuvo a
saludarlos en Londres unos días antes de regresar a la India. Gray lo puso al tanto de
lo que había ocurrido desde su estancia en el Castillo de Tremaine, los atentados
contra la vida de Coralee y el ataque que habían sufrido en el teatro.
—Sabía que Dolph estaba dedicándose a un caso que involucraba a la hermana
de la condesa —dijo el coronel cuando se sentaron en la salita después de la cena—.
Me apena profundamente oír que aún no se haya podido atrapar al villano que la
mató.
Gray se inclinó hacia delante en su silla.
—Conseguiremos atraparlo, Timothy. Ninguno de nosotros estará seguro hasta
que lo hagamos.
—Me gustaría quedarme más tiempo por aquí. Podría ayudaros.
—Ciertamente, tu presencia sería de ayuda, pero eres mucho más necesario en
la India.
El coronel le dirigió a Gray una mirada especulativa.
—¿Y tú tienes pensado regresar? Siempre me pareció que estabas más a gusto
allí que aquí.
Gray agitó el brandy en su copa pero no lo bebió.
—Hubo un tiempo en el que quería regresar allí. Me alisté en el ejército para
escapar de mi padre, me sentía atrapado en este país. Odiaba tener que regresar. —
Miró a Corrie—. Ahora, sin embargo, soy feliz aquí.
A Corrie se le hinchó el corazón ante la tierna mirada de sus ojos.
Rayburn se rio entre dientes.
—No me extraña nada.
Corrie observó el intercambio, sin estar completamente segura de lo que el
coronel quería decir. Exhausta y todavía afectada por la pérdida del niño, se despidió
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Capítulo 29
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Gray se paseó por la estancia con impaciencia. Quería dejar Londres y volver al
campo. Tenían algo que arreglar con Thomas Morton, algo muy personal. Tan
personal, de hecho, que ni siquiera le había escrito a Dolph o a los hombres de su
familia. Quería estar allí para enfrentarse a Morton él mismo, quería oírle decir qué le
había sucedido a Laurel la noche que fue asesinada. Quería ver cómo ese bastardo
acababa en la cárcel.
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Como mínimo, Morton era culpable de secuestrar aun bebé inocente y apartarlo
de su familia. Gray estaba seguro de que también era él quien estaba detrás de los
atentados contra la vida de Coralee.
Sólo por eso, Gray quería verlo colgado.
Pero todavía no podía dejar la ciudad. Tenía que tener en cuenta a Coralee, así
como a su sobrino. No se iría sin ellos. No quería arriesgarse a que Morton pudiera
tener algún otro plan en marcha para deshacerse de la amenaza que suponían.
Sabía que Coralee estaba tan ansiosa de partir como él. Quería que se hiciera
justicia con su hermana y quería que Charles conociera a su hijo. Durante el día
anterior y toda la noche, la señora Lawsen y ella habían velado por el bebé. La
nodriza lo había alimentado tanto como era posible, y Coralee lo había sostenido en
sus brazos, lo había arrullado y lo había arropado. Su esposa estaba ahora
durmiendo, pero sabía que no descansaría demasiado tiempo. Estaba resuelta a darle
al niño lo que más necesitaba y que nunca había tenido: amor.
Gray sintió una extraña presión en el pecho. Corrie sería una madre
maravillosa. Se sentía encantado de que quisiera tener un hijo, y se preguntó si en ese
momento podría estar ya embarazada. Entrando en la habitación de los niños, bajó la
vista al niñito que dormía en la cuna que Samir había encontrado en el ático, y pensó
cómo sería tener un hijo o hija con ella.
Levantó la vista cuando Coralee entró en la estancia, y se sintió abrumado por la
emoción. Incluso cansada y preocupada, estaba hermosa.
—El niño está durmiendo —dijo Gray con suavidad—. Le dije a la señora
Lawsen que no te despertara. Le dije que yo me quedaría hasta que tú te levantaras.
Corrie se acercó a él y sonrió al llegar a su lado. Gray quiso ahuecarle la cara
entre las manos para besarla hasta hacer desaparecer las preocupaciones que leía en
sus ojos; quería abrazarla y decirle lo feliz que estaba de que formara parte de su
vida.
—Gracias por quedarte con él —dijo ella. Él bajó la vista hacia el bebé dormido,
que tenía un puño diminuto contra la boca, y sintió algo en su interior—. Tenemos
que llevarlo a casa, Gray.
Él alzó la cabeza. Era lo que más quería, pero no si era un riesgo para el niño.
—¿Crees que será seguro para él viajar ahora?
—Hace calor y no llueve. Con tal de que la señora Lawsen venga con nosotros,
no veo razón alguna para que Joshua no haga el viaje. Dormirá casi todo el rato, y no
está tan débil… como el pobre Jonathan. —Ella apartó la mirada y él supo que estaba
pensando en el niño que había muerto aquella noche en sus brazos. Volvió a mirar a
Gray—. Creo que Joshua se recuperará más rápido con el aire del campo.
Él asintió con la cabeza, agradeciendo que pronto estarían en camino, y más
ansioso por llegar a su hogar de lo que nunca lo había estado antes.
—Bueno, saldremos mañana por la mañana. Eso le dará un día más para
recuperarse.
Y le daría tiempo a Gray para enviar una nota a Dolph, contándole la
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***
—¿De qué quieres hablar? ¿Estás loco? —Rebecca recorría de arriba abajo el
camino de grava que conducía al jardín de la parte trasera de la casa. Era media tarde
y se habían reunido en un lugar seguro lejos de la casa—. Estamos juntos en esto.
Todo lo que tenemos que hacer es deshacernos de Tremaine…
—Biggs está muerto. Su compinche, Wilkins, está preso. A estas alturas no
tengo la menor duda de que Tremaine habrá contratado un pequeño ejército de
guardaespaldas. No los volveremos a coger desprevenidos.
Ella se paseaba de un lado a otro a lo largo del camino.
—Quizá tengas razón. Sería mejor esperar un poco, dejar enfriar las cosas.
Charles dice que ese hombre, Petersen, no ha descubierto nada. Esperar un poco más
no importa. Aguardaremos el momento oportuno, y planearemos la manera más
correcta…
—No sé, Rebecca. Creo que sería mejor desaparecer.
Ella se giró hacia él.
—¡Dios me libre de que hagas algo tan estúpido! Que desaparezcas sólo
levantará sospechas. Tenemos que guardar las apariencias, continuar haciendo lo
mismo que hemos hecho hasta ahora.
Rebecca se acercó hasta él, contoneando las caderas, aunque Thomas no era tan
fácil de manejar como otros. Aun así, sabía qué efecto tenía sobre él. Extendiendo la
mano, le acarició la mejilla.
—Piensa en la recompensa, querido. Nunca heredarás nada. Esa pequeña casa
es todo lo que recibirás de tu padre. Si hacemos esto, tú conseguirás la fortuna que te
prometí. Y yo tendré el título y el dinero que me merezco.
Thomas no dijo nada. Sus instintos le decían que huyera, mientras la avaricia lo
instaba a quedarse.
—¿Thomas?
—Me quedaré —decidió. Al menos un poco más. Como la dama había dicho,
había una fortuna en juego.
El viaje estaba siendo largo, pero no desagradable. El clima era benigno, el sol
brillaba y las carreteras estaban secas. Corrie y la señora Lawsen iban en el primer
carruaje, Gray iba la mayor parte del tiempo montado en su garañón. Un segundo
carruaje los seguía; en él iban Samir, una niñera llamada Emma Beasley, a quien
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Coralee había contratado para encargarse del bebé en cuanto llegaran al castillo, y los
niños de la señora Lawsen, uno de dos años y un bebé de apenas tres meses.
A la señora Lawsen, una mujer con abundante busto y con aspecto saludable, de
unos treinta años, le sobraba leche para los dos bebés, y tenía una manera suave de
tratarlos que Corrie se prometió recordar cuando tuviera su propio hijo. El marido de
la mujer, que trabajaba como dependiente en Londres, se quedaría en la ciudad con
sus otros dos vástagos.
—Tiene una gran familia —dijo Corrie con una sonrisa, disfrutando de la
compañía de la mujer.
—He tenido suerte. Todos nacieron sanos. Mi marido y yo queríamos tener una
familia numerosa y Dios nos ha concedido nuestro deseo.
Corrie no le respondió. Gray le había dicho que le daría un bebé. Cuando había
acunado a su sobrino contra su pecho, se había dado cuenta de que eso era lo que
quería más que nada en el mundo. Quería tener un bebé con Gray. Y quería que él la
amara.
En los días pasados desde que habían llegado a Londres, él había parecido
distinto, como si realmente le importara ella.
Quizá con el tiempo…
Gray se acercó a la ventanilla en ese momento.
—Pronto oscurecerá. No falta mucho para que lleguemos. —Señaló al bebé con
la cabeza—. ¿Cómo está?
—Duerme casi todo el rato. Casi nunca llora. Es un bebé muy dulce.
Gray sonrió, casi fue una sonrisa amplia.
—No cuentes con que un niño mío vaya a ser tan tranquilo. —Apartándose de
la ventanilla, puso al garañón al galope y se adelantó al carruaje.
Corrie lo siguió con la mirada, incapaz de creer lo que acababa de oír.
—Su marido la ama muchísimo.
Corrie giró la cabeza hacia la nodriza.
—¿Por qué dice eso?
—Se le ve en los ojos cada vez que la mira. Probablemente ya se lo habrá dicho.
Ella negó con la cabeza.
—No estoy segura de qué siente Gray por mí.
—¿Le ha dicho usted lo que siente por él?
—Lo amo, pero…
—¿Pero?
—Pero me da miedo decírselo.
—¿Por qué?
¿Por qué estaba tan asustada?
—Gray no cree en el amor. Lo más probable es que me considere una tonta.
—O quizás a él le gustaría saber que lo ama, tanto como le gustaría saberlo a
usted.
¿Sería posible? Rebecca le había dicho que Gray no sabía cómo amar, pero, en el
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tiempo que habían estado juntos, Gray le había mostrado de cien maneras diferentes
cuánto se preocupaba por ella.
Querer a Gray era fácil. Decírselo era difícil. Pero podía ser, como decía la
señora Lawsen, que él necesitara su amor tanto como ella necesitaba el suyo.
Acunando al bebé un poco más cerca del pecho, se reclinó contra el asiento,
decidida a decirle cómo se sentía. De alguna manera encontraría el valor. Quizás esa
misma noche, pensó. Después de que hubiera reunido a Charles con su hijo. Cuando
Gray y ella es tuvieran en la cama…
Un cálido anhelo la atravesó. Gray no había hecho el amor con ella desde la
noche que habían ido al teatro. Esa misma noche, le haría saber cuánto lo deseaba. Y
luego le diría que estaba enamorada de él. La incertidumbre la invadió. Santo Dios,
¿qué diría Gray cuando lo hiciera?
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Capítulo 30
Gray cabalgaba delante de los carruajes. Había anochecido y las farolas del
paseo de grava iluminaban el camino. Azuzó a Rajá hacia el castillo, se bajó y le dio
las riendas al mozo.
—Bienvenido a casa, milord.
—Gracias, Dickey. —Era bueno estar de regreso, no importaba cuáles fueran las
circunstancias. Se preguntó cuándo ese lugar que con mucho gusto hubiera dejado
atrás en otro tiempo se había convertido en un verdadero hogar para él.
Tensó la mandíbula. Estaba de regreso, pero esa noche no permanecería allí
mucho rato. Tan pronto como hubiera reunido a Charles con su hijo y se hubiera
ocupado de la seguridad de Coralee, saldría de nuevo. Tenía una cita pendiente con
Thomas Morton, y no estaba dispuesto a esperar al día siguiente.
Se abrió la puerta principal y un par de lacayos se apresuraron a bajar la
escalinata. El mayordomo tenía una mirada de sorpresa ante la inesperada aparición
del amo del castillo.
Quizá debería haber avisado de su llegada, pensó Gray, quizá debería haber
preparado a Charles para la llegada de su hijo. Quizá, de forma inconsciente,
intentaba retrasar el enfrentamiento que su hermano tendría con Rebecca por la
existencia de ese niño.
Gray no sabía qué haría su cuñada cuando se enterara de que el niño que traían
era el hijo ilegítimo de su marido.
No importaba. Gray sabía lo que Charles querría. Querría que ese niño se criara
bajo la tutela de su padre, no importaba lo que Rebecca dijera.
Gray esperó mientras un lacayo ayudaba a Coralee a bajar del carruaje. El feo
perro mestizo, Homero, se puso a ladrar al verla, y ella se inclinó para acariciarle el
desaliñado pelaje, muy contenta de verle.
—Vamos, milady —dijo Gray con una débil sonrisa mientras la acompañaba
hasta la escalinata con el bebé en brazos. El resto de la comitiva los siguió.
—Señora Lawsen, usted y la niñera Beasley deben llevar a Joshua a la habitación
de los niños —ordenó Gray en cuanto el grupo traspasó la entrada—. El ama de
llaves, la señora Kittrick, les mostrará dónde está.
—¿Gray…?
Gray oyó la incertidumbre en la voz de Coralee y leyó la pregunta en sus
bonitos ojos verdes.
—Tenemos que manejar las cosas con mucho cuidado, cariño, y darle a Charles
un poco de tiempo para que se reponga de la impresión; para ello hay que hacer las
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cosas bien. —Ella asintió con la cabeza. Conocía a Rebecca y comprendía lo que Gray
quería decir. Le entregó el bebé a la señora Lawsen, que siguió al ama de llaves
escaleras arriba, seguida por la niñera.
—La familia está cenando —dijo el mayordomo—. La señora Forsythe da un
pequeño ágape esta noche.
—Ya veo. —Gray suspiró—. Dígale a mi hermano que necesito hablar con él.
Dígale que es importante.
—Sí, milord.
—Lo esperaremos en la salita azul cielo.
—Sí, milord. —El canoso hombre atravesó deprisa el vestíbulo y desapareció. El
comedor estaba en la otra ala del castillo. Pasaron unos momentos antes de que
llegara su hermano.
—Gracias a Dios que los dos estáis en casa sanos y salvos —dijo Charles cuando
entró en la salita donde Gray lo aguardaba con Coralee—. Hemos estado muy
preocupados por vosotros.
—Es una larga historia, Charles. Lamento haber interrumpido la cena, pero esto
es urgente. Creo que deberías sentarte.
La preocupación invadió lentamente los rasgos de su hermano mientras se
sentaba en una silla, y Gray y Coralee tomaron asiento en el sofá. Durante los
siguientes quince minutos, Gray lo puso al corriente de lo que había ocurrido en el
tiempo que habían pasado en Londres, con la intención de dejar el tema del bebé
para el final.
—Deberías habernos escrito, deberías habernos dicho que estabais corriendo
peligro —dijo Charles—. Habríamos acudido inmediatamente. Nosotros tres
podríamos haber hecho algo.
—Ya hacíais algo importante aquí. Suponía que tarde o temprano averiguaríais
algo que nos conduciría al asesino de Laurel. Sin embargo, encontramos la respuesta
en Londres.
Charles se inclinó hacia delante en su asiento.
—¿Sabéis quién mató a Laurel?
Coralee se acercó a Gray y le cogió la mano, advirtiéndole que fuera con tacto.
Charles había amado a su hermana. Su asesinato podría no ser fácil de digerir. Y la
sorpresa de saber que tenía un hijo sería todavía más difícil de aceptar.
—No lo sabemos con seguridad —dijo Corrie—, pero sabemos que Thomas
Morton estaba allí la noche que mataron a Laurel.
—¿Thomas? Dios mío, ¿Thomas estaba allí esa noche con Laurel? Pero si apenas
lo conocía. No… entiendo.
—Sabemos que estaba allí —continuó Gray—. No sabemos el motivo, pero
creemos que puede ser el hombre que la mató. Esta noche planeo hacerle una visita.
Tengo intención de averiguar qué sucedió aquella noche.
Charles se levantó de la silla con la expresión más dura que Gray le había visto
nunca.
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—No tendrás que ir demasiado lejos. Thomas está aquí. Es uno de los invitados
de Rebecca.
Gray le dirigió una mirada a Coralee, pensando en la cincha cortada, en la
noche que la habían drogado, en el ataque que había sufrido en el teatro. La furia lo
inundó como una bestia.
—Bien, me ha ahorrado un viaje. —Envuelto en una neblina de furia, se puso de
pie y atravesó a grandes zancadas la salita, dirigiéndose hacia el comedor.
La rabia que sentía lo impulsaba. Abrió con fuerza la puerta del comedor para
descubrir a Rebecca sentada en su sitio habitual, a Jason al lado de la condesa de
Devane, y a Derek junto a Allison Hatfield, al parecer su pareja en la velada. Thomas
Morton estaba sentado serenamente frente a la silla vacía de Charles.
—¡Gray! —Rebecca sonrió—. No sabía que volverías a casa esta noche.
—Buenas noches a todos. —Intentó controlar la furia que lo invadía y la cólera
de su voz—. Especialmente a ti, Thomas. Tenía pensado hacerte una visita esta noche.
Me alegro de que me hayas ahorrado el viaje.
Morton dejó el tenedor sobre el plato, y lo miró con cautela.
—¿Deseabas verme esta noche? Debe de ser por algo muy importante.
—Podría decirse que sí. Implica a Laurel Whitmore y al niño que enviaste a una
casa de acogida en Londres.
El hombre palideció visiblemente.
—¿De qué hablas?
—Hablo de asesinato, Thomas.
Tanto Derek como Jason se pusieron alerta, tensándose en sus asientos.
—Eso es una locura —dijo Thomas.
—¿Lo es? Contrataste a un hombre llamado Biggs para que entregara al niño a
un hogar de acogida. Supongo que lo hiciste para aliviar tu conciencia. Seguro que
pensabas que en estos momentos ese niño estaría muerto.
Rebecca se puso de pie, apartando la silla con tanta fuerza que ésta se cayó
sobre la alfombra. Tenía las mejillas rojas y en los ojos una mirada salvaje. Clavó los
ojos en Thomas Morton como si se le hubiera pegado algo en la suela de su zapato.
—¡Eres idiota! —Tenía los puños apretados—. Se suponía que debías deshacerte
de él. Dijiste que te encargarías de todo. ¡Que tú te desharías de él! ¡Y mira lo que has
hecho!
—Siéntate, Rebecca —la advirtió Morton.
—Entonces, ¿hiciste todo esto por ella? —le preguntó Gray, no tan sorprendido
de que su cuñada estuviera implicada como debería haber estado. Centró su dura
mirada en Rebecca, intentando encajar las piezas del puzzle—. ¿Qué sucedió, Becky?
¿Te enteraste del lío de Charles con esa chica y decidiste deshacerte de ella y del
bebé?
—Cállate —le ordenó Morton, mirándola fijamente. Miró a los demás
comensales que permanecían en silencio, anonadados—. Está loca. No sé de qué
habla. No sé nada de esto.
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Pero claro, Morton no era un hombre normal, era un asesino. Thomas empuñó
la pistola con firmeza. Era obvio que no dudaría en utilizarla.
—Ahora que hemos aclarado las cosas, me marcho.
Rebecca arqueó con rapidez las cejas rubias.
—¿De qué hablas? ¡No puedes marcharte!
—Si piensas que voy a ir a la horca por ti, cariño, estás muy equivocada. Soy un
hombre de negocios. Y ahora, nuestro negocio ha terminado.
En lugar de apuntar a Charles o Gray, Morton apuntó a Coralee con la pistola.
—No puedo acabar con todos de un solo disparo, pero lady Tremaine no vivirá
un día más si alguien se acerca a mí.
Allison soltó un gemido ahogado, captando la atención de Morton. Derek se
tensó, pero el arma jamás vaciló.
El miedo embargaba a Gray, que luchaba por mantener el control.
—Por favor —rogó Charles—, que nadie se mueva.
—Muy sensato, Charles —dijo Thomas—. Pero claro, tú siempre has sido un
hombre sensato. —Miró a los demás—. Quedaos donde estáis y nadie morirá.
Simplemente me iré y jamás me volveréis a ver otra vez.
Retrocediendo, se dirigió a la puerta que conducía a la cocina, con el arma
apuntando al corazón de Coralee.
El corazón de Gray martilleaba. Un movimiento en falso y su esposa moriría.
Morton siguió retrocediendo con cautela. Apenas había llegado a la puerta,
cuando ésta se abrió de repente a sus espaldas, haciéndole perder el equilibrio. Gray
aprovechó la oportunidad. Cargó hacia delante y golpeó a Morton enviándolo al
suelo, viendo por el rabillo del ojo a Samir mientras lo hacía.
La pistola se disparó y Coralee gritó. Rebecca cayó encima de la alfombra, entre
un montón de seda rosada y tirabuzones rubios.
—¡Becky!
Gray oyó la voz de Jason un instante antes de que su propio puño chocase
contra el mentón de Morton y liberase a la bestia de su interior. Levantó a Morton por
las solapas y le golpeó de nuevo, incrustándole el puño en la cara. Morton
contraatacó, arreando un golpe en la mandíbula de Gray. Era un hombre grande y
golpeaba duro, pero la furia de Gray le hacía invencible. Volvió a golpear fuertemente
en el cuerpo de Thomas Morton, y luego se centró en la cara del hombre.
Hubiera continuado golpeándole si Charles no hubiera estrellado un florero
chino sobre la cabeza de Thomas, dejándolo inconsciente.
Con los nudillos ensangrentados, Gray se levantó y dio unos tambaleantes
pasos hacia atrás.
—¡Gray! —Coralee se lanzó a su brazos. La abrazó con fuerza. No había nada
mejor que ser abrazado por Coralee.
—Está bien, cariño… ya se ha acabado.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Rebecca está muerta. Morton disparó sin control y la bala le perforó el cuello.
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Capítulo 31
Faltaba por llegar el agente de policía. En cuanto lo hiciera, tendrían que prestar
declaración y luego se llevarían a Morton a la cárcel. En medio de toda la confusión,
nadie le había preguntado a Gray por el niño que había mencionado, y que ahora
dormía en el piso superior.
Corrie creía que Charles estaba demasiado abrumado por los acontecimientos
para darse cuenta de la importancia de las palabras de su hermano, para entender
que su hijo estaba vivo y que lo habían traído al castillo.
—Tenemos que decírselo —le dijo Corrie a Gray mientras estaban de pie al lado
de la balaustrada de la terraza. La noche era oscura y tranquila, ideal para apaciguar
sus nervios—. Tenemos que explicarle al agente de policía cómo descubrimos que
Thomas Morton era el asesino. Tendremos que decirle lo del bebé.
Gray simplemente asintió con la cabeza. Bajo la luz parpadeante de las
antorchas, parecía desconsolado y rendido. Corrie ansiaba llevarlo arriba para
meterle en la cama, acurrucarse a su lado y rodearlo con sus brazos.
Esa noche, su familia se había roto. Ya ella le dolía lo que él debía de estar
sintiendo.
—Hubiera querido decírselo en otro momento —dijo—. Charles ya ha tenido
bastante por hoy.
Sintió un nudo en la garganta. Pobre y querido Charles. Cuando había salido
del comedor, había parecido perdido y completamente solo.
Gray la cogió de la mano y se dispusieron a buscarlo, pero al cruzar la terraza,
Charles se acercó a ellos.
—Justo ahora íbamos a buscarte —dijo Gray.
—Pensé que Jason podría estar aquí fuera.
—No lo hemos visto.
—Tengo que hablar con él, tengo que arreglar las cosas entre nosotros. Yo tengo
mi parte de culpa. Me niego a reprocharle a Jason el mismo pecado que yo cometí.
Corrie logró sonreír.
—Me alegro de que pienses así. Sé que los dos resolveréis las cosas. Pero
mientras tanto, hay alguien que debes conocer.
Charles frunció el ceño.
—¿Esta noche?
—Habíamos esperado que fuera una ocasión más alegre —dijo Gray—, pero sí,
Charles, tiene que ser ahora.
Entraron por la parte trasera de la casa y se dirigieron hacia las escaleras con
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soltarla.
—Coralee… —tomando su cara entre las manos, la besó con suavidad—.
Llegaste a mi vida y llenaste el vacío de mi corazón. Jamás pensé que podría amar,
pero, santo Dios, Coralee, yo también te amo.
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Epílogo
El viento inflaba las velas del barco que surcaba el mar rumbo a Francia. Había
amanecido, el sol sólo era una bola ígnea en el horizonte. Acababan de hacer el amor.
Corrie estaba tumbada al lado de su alto y bien parecido marido en la amplia litera
de la cabina del propietario del barco, Dragón del Mar, el buque insignia de Leif,
sintiendo como si su mundo, por fin, estuviera completo.
—Atracaremos a última hora de la mañana —dijo Gray. Le rodeaba los hombros
con un brazo, estrechándola contra su cuerpo—. ¿No estás deseando llegar?
Ella se volvió hacia él y sonrió.
—He estado deseando llegar desde el momento que me dijiste que íbamos a
venir. Oh, Gray, siempre he querido ver París. —No era la India, pero era un
comienzo. Además de ir a Francia, Gray había prometido llevarla a Italia. No podía
esperar a ver Roma.
Gray la recostó sobre su cuerpo y la besó en la frente.
—Recuerdo que prometiste escribir sobre el viaje cuando regresáramos a casa.
—Bueno, en realidad, tengo intención de empezar mientras estamos de viaje.
Krista me ha pedido que redacte una serie de artículos sobre mis viajes.
—Entonces, supongo que tendré que asegurarme de que tienes suficiente
material para los artículos.
Y Corrie estaba segura de que lo tendría. Él tenía tantas ganas de viajar como
ella. Un viaje era exactamente lo que necesitaban después de todo lo que había
ocurrido en sus vidas. Habían sucedido tantas cosas desde que su hermana había
muerto.
Thomas Morton había sido sentenciado a la horca, justo lo que se merecía.
Charles ejercía de padre, y mimaba a su hijo más que cualquier niñera.
Tanto Jason como Derek habían abandonado el castillo para regresar a Londres.
Según Allison, Derek le había prometido que regresaría, pero Corrie no estaba
segura. Esperaba que su amiga no se sintiera demasiado mal si al final las cosas no
funcionaban con el pícaro hermanastro de Gray.
Quizá la noticia más excitante fuera que Gray había decidido ocupar su escaño
en la Cámara de los Lores.
—Es necesario cambiar algunas leyes —había dicho—. No puedo ignorar mi
deber por más tiempo.
Sabía que hablaba del terrible negocio que suponían las casas de acogida, pero
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había más injusticias con las que lidiar, y Corrie creía que Gray era el hombre
adecuado para hacerlo. Cumplir su deber siempre había formado parte de él. Sólo le
sorprendía que hubiera tardado tanto en ponerse manos a la obra.
Se acurrucó más cerca de él, disfrutando de la sólida calidez de su cuerpo, de
sus músculos firmes cada vez que él se movía.
—Me preguntaba una cosa…
Gray arqueó una de sus oscuras cejas.
—¿Qué?
—Rebecca dijo que Charles no podía tener hijos, y está claro que sí puede.
—Charles estaba enamorado de tu hermana. Quizás eso marcó la diferencia.
—Sí, supongo que sería eso. —Deslizó un dedo por el espeso vello oscuro del
pecho de Gray y sintió el rápido latir de su corazón.
—Estás jugando con fuego, cariño. —El tono ronco de su voz le hizo sonreír.
—Y si el amor fue realmente la causa, ha sido una buena idea habernos ido
ahora de viaje, porque te amo con desesperación… lo que quiere decir que muy
pronto estaré…
Gray la interrumpió con un beso.
—Que muy pronto estarás redonda y pesada por mi bebé. Te amo, lady
incordio. Y creo que lo mejor será que intentemos de nuevo crear ese bebé.
Ella se rio cuando él se colocó sobre ella y de manera concienzuda se dispuso a
convertirse en padre.
Corrie tuvo la extraña sensación de que esa vez sus esfuerzos tendrían éxito.
Y sonrió para sus adentros.
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
KAT MARTIN
Kat Martin es autora de numerosas novelas románticas de éxito —entre
ellas Pasiones peligrosas, publicada por Vergara— que han sido traducidas a
una docena de idiomas y han vendido más de tres millones de ejemplares en
todo el mundo. Vive en Missoula, Montana y Bakersfield, California, y ama
la historia, los viajes y el esquí. Autora, entre otros títulos, de La aventurera
(Javier Vergara, 2001) y Pecado perfecto.
Nació en el gran valle central de California el 14 de junio y es
descendiente de pioneros. Creció en el ambiente agrícola de la cría de
ganado y el manejo de ranchos.
Se graduó en la sede de Santa Bárbara de la Universidad de California donde ella se
especializó en Antropología e Historia.
Antes de comenzar a escribir en 1985, Kat trabajó en relaciones públicas. Durante ese
tiempo, conoció a su marido, Larry Jay Martin, también escritor y fotógrafo.
Ella y Larry investigan a menudo en las áreas donde sus novelas tienen lugar.
Kat ama la historia, los viajes y el esquí.
Es miembro de Romance Writers of America y sus libros han sido traducidos a una
docena de idiomas.
CORAZÓN ARDIENTE
Como hija de un vizconde, la vivaz Coralee Whitmore está perfectamente situada para
escribir acerca de a élite de Londres en la descarada gaceta para damas Heart to Heart. Pero
bajo su elegante fachada late un corazón de una verdadera periodista.
De modo que cuando la muerte de su hermana queda descartada como un suicidio,
Corrie jura descubrir la verdad, sospechando el que célebre conde de Tremaine era el amante
de Laurel y el padre de su hijo ilegítimo. Corrie se infiltra en el castillo Tremaine fingiendo
ser una ingenua pariente cuya encantadora figura, y precarias circunstancias, la hacen
irresistible para el redomado granuja. Pero Corrie descubre que el conde no es lo que parece...
ni ella es inmune a sus encantos, a pesar de lo mucho que desprecie su comportamiento
libertino. Lejos de la columna de sociedad, la vida de Corrie se parece más a un culebrón de
Dickens. Pero el peligro de su ardid difícilmente es ficticio: alguien está empeñado en
asegurarse de que las preguntas de Corrie queden sin respuesta... y sin ser formuladas.
SERIE CORAZÓN
1. Heart of Honor – Corazón leal.
2. Heart of Fire – Corazón ardiente
3. Heart of Courage
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