Corazón Ardiente

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Kat Martin

SERIE CORAZÓN, 02

CORAZÓN ARDIENTE
Para todos los niños.
Espero que encuentren amor, alegría y paz.

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ÍNDICE

Capítulo 1............................................................................4
Capítulo 2............................................................................7
Capítulo 3..........................................................................14
Capítulo 4..........................................................................17
Capítulo 5..........................................................................26
Capítulo 6..........................................................................35
Capítulo 7..........................................................................43
Capítulo 8..........................................................................50
Capítulo 9..........................................................................60
Capítulo 10........................................................................67
Capítulo 11........................................................................76
Capítulo 12........................................................................85
Capítulo 13........................................................................93
Capítulo 14........................................................................98
Capítulo 15......................................................................104
Capítulo 16......................................................................114
Capítulo 17......................................................................121
Capítulo 18......................................................................130
Capítulo 19......................................................................137
Capítulo 20......................................................................145
Capítulo 21......................................................................154
Capítulo 22......................................................................162
Capítulo 23......................................................................173
Capítulo 24......................................................................181
Capítulo 25......................................................................188
Capítulo 26......................................................................195
Capítulo 27......................................................................205
Capítulo 28......................................................................216
Capítulo 29......................................................................224
Capítulo 30......................................................................233
Capítulo 31......................................................................240
Epílogo.............................................................................243
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA...............................................245

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 1

Londres, Inglaterra. Enero 1844

Una llovizna helada caía sobre el cementerio de la iglesia. Las tumbas se


hallaban en penumbra y las lápidas resultaban ilegibles entre las sombras de los altos
muros de piedra de la iglesia de St. Michael.
Ataviada con un pesado vestido de crepé negro y la cara oculta bajo el velo de
un sombrero negro de ala ancha, Coralee Whitmore permanecía erguida junto a sus
padres, los vizcondes de Selkirk, escuchando las monótonas palabras del obispo,
pero sin oírlas en realidad.
En el ataúd, al lado de un montículo de tierra húmeda, yacía frío y rígido el
cuerpo de su hermana, recuperado hacía tan sólo unos días de las heladas aguas del
río Avon; según las autoridades, víctima de un suicidio. Laurel, habían dicho, se
había arrojado al río para escapar de la vergüenza.
—Estás temblando. —Un helado viento agitó el pelo cobrizo del vizconde, del
mismo tono ígneo que el de Coralee. Era un hombre de estatura media, cuya
complexión robusta lo hacía parecer más alto—. El obispo ha terminado. Es hora de
volver a casa.
Corrie clavó la mirada en el ataúd, luego la bajó a la rosa blanca de tallo largo
que llevaba en la mano cubierta con un guante negro.
Las lágrimas le nublaron la vista cuando se movió hacia delante, sentía las
piernas rígidas y entumecidas bajo la pesada falda negra, y la fría brisa de febrero le
agitaba el velo del sombrero. Depositó la rosa sobre el ataúd de palisandro.
—No me lo creo —murmuró a la hermana que jamás volvería a ver—. Ni por
asomo. —Corrie se tragó el doloroso nudo que tenía en la garganta—. Adiós, querida
hermanita. Te voy a echar mucho de menos. —Girándose, caminó hacia sus padres: el
padre que ambas compartían y la que era sólo madre de Corrie.
La madre de Laurel había muerto en el parto de ésta. El vizconde se había
vuelto a casar, y Corrie había nacido al poco tiempo. Las dos chicas eran
hermanastras, habían crecido juntas y habían tenido una relación muy estrecha, al
menos hasta los últimos años. Luego, el trabajo de Corrie como editora de la columna
de sociedad en De corazón a corazón, una gaceta para damas londinenses, había
comenzado a absorber, cada vez más, parte de su tiempo.
Laurel, que siempre había preferido la vida tranquila en el campo, había vivido
con su tía Agnes en Selkirk Hall, la hacienda familiar en Wiltshire. Las dos chicas
seguían en contacto por correspondencia, pero en el último año incluso ésta había

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

escaseado.
«Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo —pensó Corrie mientras el nudo de la
garganta se le hacía cada vez más grande y doloroso—. Ojalá hubiera estado allí
cuando me necesitaste.»
Pero había estado demasiado ocupada con su vida, demasiado ocupada
asistiendo a bailes y veladas sobre los que escribir en su columna. Había estado
demasiado ensimismada en sus cosas para darse cuenta de que Laurel tenía
problemas.
Y ahora su hermana estaba muerta.

—¿Estás bien, Coralee?


De pie, en el salón azul de la mansión de los Whitmore en Grosvenor Square,
Corrie se giró al escuchar la voz de su mejor amiga, Krista Hart Draugr, que cruzaba
la estancia hacia ella, donde las cortinas de damasco de color azul claro, así como el
brocado del sofá y las sillas Hepplewhite, habían sido cubiertos por un crespón
negro.
Corrie se levantó el pesado velo negro para enjugarse la lágrima que le
resbalaba por la mejilla.
—Estaré bien. Pero ya la echo de menos, y me siento tan… culpable.
La mayoría de las personas que se habían acercado a ofrecer sus condolencias
—no muchas debido a las circunstancias de la muerte de Laurel— estaban en el salón
canela, un enorme salón decorado en tonos dorados y ocres, con una gran chimenea
de mármol color siena en el rincón. Se había servido un extravagante bufé para los
asistentes, pero Corrie no tenía ánimos para comer.
—No fue culpa tuya, Coralee. No sabías que tu hermana tenía problemas. —
Krista era una belleza rubia y alta; más alta de hecho que la mayoría de los hombres,
salvo su marido, Leif, un gigante rubio que hacía parecer a su esposa una mujer
pequeña y delicada.
Era el hombre más guapo que Corrie había visto nunca. Estaba en el otro
extremo del salón, conversando con su hermano, Thor, que a pesar de ser tan moreno
como Leif rubio, era casi del mismo tamaño, y aunque de una manera más ruda,
parecía incluso más guapo.
—Debería haber sospechado algo cuando dejaron de llegarme sus cartas —dijo
Corrie—. Debería haber sabido que algo no iba bien.
—Tenía veintitrés años, Coralee. Era casi dos años mayor que tú, y era muy
independiente. Y te escribió desde Norfolk, según recuerdo.
El verano anterior, Laurel había viajado a East Dereham en Norfolk para vivir
con su otra tía, Gladys. Aparte de Allison, una prima de la edad de Corrie, eran los
únicos parientes que tenía por parte materna. Laurel jamás se había llevado bien con
la madre de Corrie, pero sus tías, ambas solteronas, la querían como a una hija, y
Laurel había correspondido a ese cariño.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Me escribió desde Norfolk, sí, pero muy pocas veces. Sólo mantuvimos una
verdadera correspondencia el último mes, tras su regreso a Selkirk Hall.
Según la policía del condado de Wiltshire, cuando Laurel estuvo residiendo en
Selkirk estaba embarazada. Agnes lo había mantenido en secreto hasta que el
embarazo de Laurel se había hecho evidente, luego la envió al norte con Gladys hasta
que nació el bebé. Corrie miró a Krista, que era casi quince centímetros más alta que
ella; una joven hermosa con un busto generoso y preciosos ojos azules, mientras que
Corrie era menuda y con unos ojos color verde intenso. Krista acababa de ser madre,
pero aún dirigía la gaceta, una revista para damas conocida por su talante
reformador.
—La policía cree que se suicidó —dijo Corrie—. Dicen que cogió al niño que
había llevado en su vientre durante nueve largos meses y que saltó al río con él
porque no podía soportar la vergüenza. Yo no me lo creo. Ni por asomo. Mi hermana
jamás haría daño a nadie, y mucho menos a su propio hijo.
En la mirada de Krista asomó un rastro de pena.
—Sé que la querías, Corrie, pero aunque tengas razón, no puedes hacer nada.
Corrie ignoró el sentimiento de pesar que le causaron esas palabras.
—Quizá no.
Pero no estaba del todo convencida. Había reflexionado sobre las circunstancias
que rodeaban la muerte de su hermana desde que recibió la noticia de la tragedia: su
hermana se había ahogado con los restos de un jersey azul de bebé entre las manos.
Corrie se había quedado desolada. Quería a su hermana mayor con locura. No
podía imaginar la vida sin ella.
Se habían dicho atrocidades de Laurel, pero Corrie se negaba a creerlas. La
muerte de Laurel no podía deberse a un suicidio.
Con el tiempo, se descubriría la verdad.

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Capítulo 2

Londres. Tres meses después

Las oficinas de la gaceta para damas londinenses De corazón a corazón estaban


localizadas en un edificio de ladrillo cerca de Picadilly. Corrie había comenzado a
trabajar en la gaceta poco después de la muerte de Margaret Chapman Hart, cuando
su hija, Krista, había asumido el control del negocio junto con su padre, el profesor
sir Paxton Hart. El año anterior, Krista se había casado con Leif Draugr, ahora dueño
de una exitosa empresa naviera, y nueve meses después habían tenido un hijo, pero
Krista aún continuaba trabajando casi todos los días en De corazón a corazón, su
orgullo y pasión.
Cuando Corrie entró en la oficina buscando a su amiga, vio a Bessie Briggs, la
recepcionista, trabajando en la enorme prensa Stanhope, el alma de la gaceta,
preparando la siguiente edición. Bessie levantó la vista, sonrió y siguió trabajando sin
prestar atención a la deprimente vestimenta negra que Corrie había llevado durante
los tres últimos meses y que aún llevaría otros tres meses más.
Corrie golpeó la puerta entreabierta de la oficina que Krista ocupaba en la
planta baja.
Su amiga levantó la mirada y sonrió.
—Ya que rara vez llamas a la puerta, supongo que debe de ser algo importante.
Entra, Coralee. —Las rígidas faldas negras hicieron un ruidoso frufrú cuando Corrie
entró y cerró la puerta a sus espaldas.
—Hay algo de lo que me gustaría hablar y como tú eres mi mejor amiga… —
Krista le lanzó una mirada especulativa.
—¿Qué ocurre?
Corrie se sentó y alisó una inexistente arruga de la falda.
—He intentado olvidarme de la muerte de Laurel, pero lo cierto es que,
simplemente, no puedo. Tengo que averiguar la verdad, Krista. Jamás he creído que
Laurel se suicidara con su bebé, y voy a probar que no fue así.
Los rasgos de Krista se suavizaron.
—Sé lo duro que ha sido para ti perder a tu hermana. Sé que te sientes
responsable. Pero Laurel se ha ido y no hay nada que puedas hacer para recuperarla.
—Eso ya lo sé. Pero le fallé una vez cuando más me necesitaba, y no volveré a
hacerlo. Mi hermana no se suicidó, lo que quiere decir que alguien la mató, y tengo
intención de descubrir quién lo hizo.
Krista arqueó una de sus cejas rubias.

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—¿Y cómo piensas hacerlo exactamente?


—Empezaré por averiguar algo aquí mismo, en Londres. Soy buena en eso, ¿no?
Es mi trabajo descubrir hechos y habladurías para mi columna.
—Sí, pero eso no es lo mismo.
—Yo creo que es exactamente lo mismo. Tengo intención de revisar cada una de
las cartas que mi hermana me escribió antes de morir para buscar alguna pista.
Corrie levantó la vista, una mirada implacable asomaba en sus ojos.
—Luego me iré al campo. Voy a averiguar quién es el padre del bebé de Laurel,
y entonces sabré dónde empezar a buscar las respuestas a cómo y por qué murió.
Averiguar el nombre del padre era una pieza clave del enigma, el hombre al que
su hermana debía de haber amado. Ni siquiera la tía Agnes sabía quién era. Según le
había dicho, Laurel se había negado rotundamente a revelar su identidad.
—No tienes que preocuparte por la gaceta —continuó Corrie antes de que
Krista pudiera decir nada—. Ya he pensado en quién podría reemplazarme
temporalmente. Asumiendo que lo apruebes, le pediré a Lindsey Graham que ocupe
mi lugar mientras estoy ausente. —Lindsey era una amiga de la escuela, una
compañera de clase de la Academia Briarhill, donde Krista y Corrie se habían
conocido—. Lindsey se dedica a escribir artículos sobre libros —continuó Corrie—,
algo muy aburrido, creo. Su padre es barón, y está muy bien relacionado, así que no
tendrá ningún problema para moverse libremente entre la alta sociedad. Creo que
hará un buen trabajo.
—Supongo que sí, pero…
—Bueno, lo cierto es que ya pensé en contratar a Lindsey mientras Leif y tú
desaparecisteis en esa isla atroz. —Corrie sonrió—. Llevar la gaceta contigo
desaparecida era una tarea casi imposible. Jamás he sido tan feliz de ver a alguien
como cuando tú regresaste.
La historia de Leif y Krista era un secreto muy bien guardado. Que ese gigante y
su hermano procedieran de una isla situada al norte de Escocia que no figuraba en
ningún mapa y donde la gente todavía vivía según las costumbres de los vikingos
era, en el mejor de los casos, completamente increíble y era mucho mejor no
mencionarlo. Lo único que importaba era que Leif y Krista se habían conocido y que
se amaban con locura. Corrie se preguntó si ella conocería en algún momento al
hombre adecuado. Lo que hizo que volviera a pensar en su hermana. En las primeras
cartas de Laurel desde Selkirk, había mencionado que había conocido a un hombre.
Lo había descrito como alguien virtuoso y había explicado cuánto disfrutaba de su
compañía. Corrie tenía intención de revisar las cartas para ver si había en ellas una
descripción, algo que le pudiera ayudar a averiguar su nombre. ¿Quién había robado
el corazón de Laurel? ¿Quién había tomado su virtud para luego abandonarla?
Corrie se preguntó si el hombre que había engendrado el bebé de Laurel habría
sido el responsable de la muerte de ambos.

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—No puedes estar hablando en serio, Coralee. Dime que no tienes intención de
sacar a relucir este doloroso asunto una vez más.
Agnes Hatfield estaba sentada en el sofá de terciopelo rosa de una pequeña
salita de la mansión Whitmore. La salita estaba decorada en tonos blancos y rosas con
un estilo femenino y elegante, y daba al jardín de la parte trasera de la casa. Hacía
tres días que habían retirado los crespones negros de las cortinas y de los muebles,
después de tres largos meses de luto.
—Me doy cuenta de que no es una tarea fácil, tía Agnes, pero he estado
pensando mucho en este asunto y no me queda más remedio que actuar.
La tía Agnes, como Corrie siempre la había llamado aunque no tuvieran lazos
de sangre, era una señora de unos sesenta años, rellenita, con el pelo plateado y, hasta
la muerte de su sobrina, siempre sonriente. Sentada a su lado se hallaba la prima de
Laurel, Allison Hatfield, una joven delgada con la nariz recta, la barbilla afilada, el
pelo muy oscuro y unos ojos color avellana que observaban a Corrie con evidente
inquietud. Los padres de Allison habían muerto de cólera, dejándola bajo la tutela de
su anciana tía Gladys.
Ante la invitación del vizconde, ambas habían elegido quedarse en la ciudad en
vez de regresar a Selkirk Hall y a los horribles recuerdos que el lugar tenía para ellas.
—¿Así que pretendes iniciar alguna clase de investigación? —preguntó tía
Agnes.
—Sí.
Allison no hizo comentario alguno. Era una joven tímida y discreta que muy
rara vez se mostraba en desacuerdo ante cualquier cosa que se dijera. Quizá fuera ésa
la razón por la que había aceptado abandonar East Dereham y acompañar a Laurel
de vuelta a Selkirk Hall, haciéndose pasar por la madre del bebé.
O quizás había sido porque Allison estaba cansada de depender de la
generosidad de su anciana tía Gladys, y Laurel le había prometido una considerable
suma y la posibilidad de un futuro mejor a cambio de su ayuda con el bebé.
—En ningún momento he creído la versión que han dado las autoridades sobre
lo ocurrido —dijo Corrie—, y tras considerarlo durante dos meses, he decidido pasar
a la acción. Pienso dar todos los pasos necesarios para descubrir qué le ha ocurrido
de verdad a mi hermana. La tía Gladys, la tía Agnes y tú ayudasteis a Laurel. Ahora
debéis ayudarme a mí a averiguar lo que sucedió con ella y el bebé.
Allison sacó un pañuelito bordado de su ridículo y se dio unos ligeros
toquecitos en los ojos. Había estado muy encariñada de Laurel y del bebé de un mes,
Joshua Michael, igual que Agnes, que también sacó un pañuelito bordado para
hundir en él su nariz empolvada.
La anciana inspiró con fuerza.
—Te ayudaré todo lo que pueda… quizá mi ayuda sirva para descubrir que en
realidad tu hermana no se suicidó.
Corrie agrandó los ojos.
—¿Así que tú tampoco crees que se suicidara! Y si ella no se quitó la vida,

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alguien la asesinó. Laurel y el niño fueron víctimas de un crimen. Es la única


explicación.
Desde su lugar en el sofá de terciopelo rosa, la suave voz de Allison atravesó la
habitación en un susurro.
—Hay una cosa… no lo sé con seguridad… pero es posible que Laurel estuviera
con alguien la noche que desapareció. No me dijo adónde iba, pero estaba muy
entusiasmada. No me di cuenta de que se había llevado al bebé con ella hasta más
tarde, cuando entré en la habitación del niño y vi que la cuna estaba vacía.
Corrie sintió que una inmensa tristeza la invadía y sintió el aguijón de las
lágrimas. A propósito se inclinó contra las rígidas varillas de su corsé, y la leve
incomodidad la ayudó a contenerse.
—Por favor… debemos centrarnos.
Agnes se sonó la nariz.
—Tienes razón, por supuesto. Todas hemos llorado más que de sobra. Y no
vamos a encontrar justicia para nuestro querido ángel perdido si nos quedamos aquí
sentadas y llorando.
Corrie clavó la mirada en el pelo oscuro de Allison.
—¿Le dijiste a las autoridades que era posible que Laurel se hubiera reunido
con alguien la noche que murió?
—No parecía importante en ese momento. El agente de policía dijo que se había
tirado al río. La semana anterior, Laurel había estado un poco alterada, aunque no me
dijo por qué. Cuando el agente de policía llegó con las terribles noticias, yo pensé que
quizá… bueno, acepté la explicación de la policía sobre lo que ocurrió.
Corrie tomó nota mental para averiguar qué había sido lo que tanto había
alterado a su hermana la semana anterior a su muerte.
—Has tenido tres meses para pensarlo, Allison. ¿Todavía consideras que Laurel
se suicidó?
Negó con la cabeza.
—Al principio estaba tan afligida que apenas podía pensar con claridad. Laurel
y Joshua habían muerto y no me importaba nada más.
—Bueno, pues sí que importa para mí —dijo Corrie—. Y también es importante
para Laurel. ¿Estás segura, tía Agnes, de que mi hermana no dio ninguna pista sobre
el padre de su hijo?
—Nada. Soy una anciana. Presté poca atención a las idas y venidas de mi
sobrina.
—¿Qué hombres pudieron haber visitado la casa en esas fechas?
—Oh, hubo unos cuantos que nos visitaban de vez en cuando. El hijo del
terrateniente Morton, Thomas, hizo alguna visita. Y el hijo del vicario… oh, señor…
¿cuál es su nombre? Me acordaré en un momento… En cualquier caso, ese chico
también nos visitó en alguna ocasión.
—¿Alguien más?
—Bueno, sí. El Castillo de Tremaine está cerca. —De hecho, era la hacienda más

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cercana a Selkirk Hall—. Lord Tremaine nos presentaba sus respetos cada vez que
visitaba la residencia, en ocasiones acompañado por su primo. Su hermano, Charles,
y su cuñada, Rebecca, presentaron sus respetos en alguna ocasión, y siempre nos
visitaban por Navidad.
Corrie frunció el ceño mientras procesaba mentalmente toda esa información.
—¿Lord Tremaine, dices?
—Pues sí. Siempre nos visita al menos una vez cuando está en el campo, pero
nunca se queda demasiado rato.
«Gray, el hijo de Forsythe, conde de Tremaine.» El nombre le trajo a la memoria
al hombre que había heredado el título cinco años atrás. Corrie nunca había visto al
conde, que parecía muy reservado, pero había oído decir que era alto y muy bien
parecido. El hombre tenía una reputación sórdida y escandalosa en lo que a mujeres
se refería, y en su propia sección de cotilleos, «Latidos del corazón», Corrie había
mencionado más de una vez los rumores que circulaban sobre él.
Y si no le fallaba la memoria, el conde estaba a menudo en su residencia, el
Castillo de Tremaine, donde residían su hermano y su cuñada.
—Puedo ver lo que estás pensando —dijo Agnes—. Admito que el conde es un
hombre atractivo, pero también es oscuro y siniestro. No puedo imaginar a tu
hermana interesándose por un hombre así. —Apartó la mirada—. Laurel era siempre
muy alegre y le encantaba divertirse, una joven afectuosa y llena de vida. —Sus ojos
se empañaron y volvió a usar el pañuelo.
Corrie sintió un peso abrumador en el pecho.
—Quizá tengas razón —dijo, decidida a no permitir que sus emociones salieran
a la superficie—. Pero según he oído, ese hombre es realmente despiadado con
respecto a las mujeres. Supongo que si quisiera seducir a una jovencita inocente, le
resultaría bastante fácil.
—Quizás. —Agnes intentó mantener sus emociones bajo control—. Pero
simplemente no puedo… —Negó con la cabeza, arqueando a la vez sus cejas
plateadas—. Su primo, Jason, es muy elegante. También pasa mucho tiempo en la
residencia campestre. Supongo que si pensara… —Se interrumpió de nuevo—. Lo
siento, Coralee, pero sencillamente no puedo imaginarme a ninguno de esos jóvenes
asesinando a nuestra dulce y querida Laurel y al bebé. Es eso lo que estás pensando,
¿no?
—Es una posibilidad. Quizás el hombre del que Laurel se enamoró no la amaba.
Quizá no quería verse forzado a casarse con ella.
—Y quizá, sencillamente, Laurel salió a dar un paseo por la noche y la atacaron
unos salteadores de caminos. Quizás intentaron robarle, pero al descubrir que no
tenía dinero los lanzaron, a ella y al bebé, al río.
Era una posibilidad que Corrie ya había considerado.
—Supongo que podría haber sucedido así. Todo es posible en este momento,
salvo que Laurel se suicidara con su hijo.
—Coralee tiene razón —dijo Allison con suavidad, desde donde estaba sentada,

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como si fuera un pajarillo, en el borde del sofá—. Laurel quería al pequeño Joshua
con cada parte de su ser. No podría haber hecho nada que lo dañara. Y estaba
absolutamente decidida a que nadie averiguara la identidad del padre. Es algo
admirable… —Corrie asintió con la cabeza.
—Ciertamente. —Tía Agnes la miró con recelo—. Odio preguntar esto, pero
supongo que es mi obligación. ¿Podrías decirnos, Coralee, qué es exactamente lo que
piensas hacer?
Corrie enderezó la espalda. En ese momento no estaba segura. Pero iba a hacer
algo. De eso sí que estaba completamente segura.

Excitada por su descubrimiento, Corrie subió corriendo la escalinata de entrada


de De corazón a corazón y abrió la pesada puerta principal. Cuando entró en el gran
vestíbulo, vio que Krista salía del almacén para dirigirse a su oficina. Corrie la siguió
y cerró la puerta con rapidez.
—¡Krista…, no te vas a creer lo que he averiguado! —Su amiga se giró hacia
ella, al parecer no se había percatado de la presencia de Coralee hasta ese momento.
—Así que sigues hurgando en los trapos sucios. Sé que estás empeñada en
demostrar que Laurel fue asesinada, pero ¿no crees que sería mejor para tu hermana
que simplemente aceptaras su muerte y siguieras con tu vida?
—Dicen que mató a su bebé. ¿Crees que mi hermana querría que todos
pensaran que hizo algo tan atroz?
—La policía no encontró señales de robo, Corrie. No existía ninguna marca
incriminatoria en su cuerpo.
—Llevaba varios días en el agua cuando encontraron su cuerpo. La policía dijo
que era imposible decir con exactitud lo que había ocurrido, pero presentaba una
contusión en un lado de la cabeza.
—Sí, y si no recuerdo mal, la policía creía que debía de haberse golpeado la
cabeza cuando cayó al río. Las autoridades creen que el bebé se ahogó y que el curso
del río lo hizo desaparecer mar adentro.
—Y yo creo que la policía se equivoca. Laurel fue asesinada por alguien que no
quería que se descubriera el secreto del nacimiento del bebé, o por algún otro motivo
igual de siniestro.
Krista suspiró.
—Bueno, también es cierto que se han cometido asesinatos por menos razones
que impedir algún tipo de escándalo.
—Sí, y cuando Agnes mencionó al conde de Tremaine, comencé a darle vueltas
a la cabeza. Hace algunos años, oí algunos cotilleos sobre él. Se rumoreaba que había
tenido un montón de aventuras amorosas, e incluso mencioné su escandalosa
reputación un par de veces en mi columna. Me puse a revisar algunas de nuestras
viejas ediciones. Lady Charlotte Goodnight escribía mi columna, «Latidos del
corazón», cuando tu madre dirigía la gaceta. Les eché un vistazo.

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Por primera vez, Krista mostró curiosidad.


—¿Qué encontraste?
—Algunos artículos mencionaban lo que yo ya había oído; decían que ese
hombre era un completo granuja en lo que a mujeres se refería. Lo llamaban «el
seductor»; al parecer es todo un maestro en el arte del amor. Además, Grayson
Forsythe tenía un cargo en el ejército antes de heredar el título. Pasó varios años en la
India antes de que su hermano mayor cayera enfermo y él regresara para asumir sus
deberes como conde.
Krista sonrió.
—Parece un hombre interesante.
—Sí, bueno, supongo que puede decirse que sí. Pero según iba leyendo sobre él,
recordé algunas cosas…
—¿Como cuáles?
—Esta mañana fui hasta las oficinas del magistrado y busqué los registros a su
nombre y allí estaba… el certificado de su matrimonio con lady Jillian Beecher de
hace tres años.
—Ahora que lo mencionas, recuerdo haber oído algo de eso. Pero Tremaine está
soltero… es uno de los solteros más codiciados de Londres. ¿Qué sucedió con su
esposa?
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar. Hice algunas investigaciones, hablé
con algunas de mis fuentes de información, discretamente, por supuesto. Descubrí
que el conde llevaba casado menos de un año cuando murió lady Tremaine. La
condesa era hija de un barón muy rico, y la heredera de una gran suma de dinero.
Murió dejando al conde con un considerable incremento en su patrimonio… y otra
vez libre para continuar con sus conquistas amorosas.
—No recuerdo haber oído nada de eso.
—Creo que la familia mantuvo el asunto en completo silencio. —A Corrie le
brillaban los ojos—. Y apuesto lo que quieras a que tampoco sabes que… lady
Tremaine se ahogó, Krista… allí mismo, ¡en el río Avon!

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Capítulo 3

Una fresca brisa primaveral entraba por las ventanillas abiertas del carruaje que
traqueteaba hacia el pueblo de Castle-On-Avon, un pueblecito pintoresco con un
pequeño mercado y rodeado de verdes campos y casas rurales con tejados de paja. En
la cima de una colina cercana a las afueras del pueblo, Selkirk Hall se cernía
majestuosamente sobre mil doscientos acres de tierras de rico pasto. Era un edificio
de tres plantas construido en estilo georgiano con piedra tostada de Cotswold.
Coralee, tía Agnes y Allison regresaban al campo en el carruaje de Agnes, no en
el elegante coche de cuatro caballos del vizconde. Corrie no podía arriesgarse a que el
cochero le dijera a su padre que había abandonado el vehículo antes de que éste
llegara a Selkirk Hall. De hecho, tenía intención de quedarse en La Gallina y el
Cuervo, una posada cercana, donde alquilaría una habitación para pasar la noche
antes de continuar hacia su destino por la mañana con una nueva identidad.
Había pasado menos de una semana desde que Corrie había ideado un
escandaloso plan. Hacía tres días que se lo había expuesto a tía Agnes y a Allison.
—¡Funcionará… lo sé!
Tía Agnes había retorcido un pañuelo entre sus regordetas manos.
—No lo sé, Coralee… parece muy arriesgado.
—Para empezar, nadie sabrá quién soy —explicó Corrie—. Me haré pasar por
Letty Moss, la esposa de un primo lejano de lord Tremaine, Cyrus. Letty se encuentra
en la miseria al haber sido abandonada por su marido, y necesita desesperadamente
la ayuda del conde. —Una historia que incluso podría ser verdad.
Corrie había hallado esa información durante la investigación del conde y su
familia. A través de una amiga que conocía a un amigo que, a su vez, conocía a uno
de los primos lejanos del conde —un hombre llamado Cyrus Moss—, se había
enterado de que Cyrus había dejado a su joven esposa en su residencia de York y
había partido rumbo a América en busca de fortuna. Después de dos años, Cyrus aún
no había regresado.
Según sus fuentes, lord Tremaine no conocía a Letty Moss y nunca había tenido
contacto con su primo lejano. La información le había proporcionado a Corrie la
tapadera perfecta para infiltrarse en el Castillo de Tremaine. De esa manera podría
descubrir si lord Tremaine era el padre del hijo de Laurel y, si así era, averiguar si
había sido él el responsable de la muerte de su hermana y el pequeño Joshua.
—Funcionará, seguro. Tiene que hacerlo. —Tía Agnes se había apresurado a
discutirlo, pero al final había accedido al plan. Si Corrie conseguía descubrir la
verdad sobre lo que le había ocurrido a su amada sobrina, entonces debería seguir

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adelante con sus planes.


Corrie observó el cambiante paisaje por la ventanilla del carruaje: las onduladas
colinas bajo las nubes oscuras, un perro ladrando, la carreta de un comerciante tirada
por un caballo con aspecto cansado…
—No sé si lograrás tener éxito —se lamentó la tía Agnes desde el extremo
opuesto del carruaje—. Lo más probable es que alguien de Selkirk Hall, o incluso del
pueblo, te reconozca.
—No he estado en Selkirk desde que tenía doce años. Tanto mi madre como yo
preferimos Londres al campo. Cada vez que Laurel y yo queríamos estar juntas, mi
hermana venía a la ciudad.
Para distanciarse todavía más de los acontecimientos acaecidos en Selkirk,
Corrie había decidido dejare el luto. No quería que nadie la relacionara con la muerte
de Laurel, e ir ataviada con esas atroces prendas negras podía meter ideas en la
cabeza de cualquiera.
Corrie pensaba que a su hermana no le importaría. Creía que Laurel preferiría
que se descubriera la verdad sobre su muerte a que su hermana menor anduviera
vestida con deprimentes ropas de luto, sin molestarse en limpiar su nombre.
Agnes le dirigió a Corrie una mirada inquisitiva.
—Estás resuelta a descubrir la verdad, pero ¿y si al final esa verdad resulta ser
algo que no deseas saber?
Existía la posibilidad, por supuesto, de que la verdad no resultara ser del
agrado de Corrie. Tenía que confiar en que Laurel había sido en todo ese asunto la
doncella seducida que Corrie creía que era.
—Lo afrontaré si resulta ser así.
—¿Y el peligro que corres? —presionó Agnes—. Y si el conde es en verdad un
asesino, ¿qué impedirá que te mate a ti también?
Corrie había intentado por todos los medios que su tía no se preocupara, sin
embargo, esos mismos pensamientos se le habían cruzado por la cabeza.
—Ya te lo he dicho, Tremaine no sabrá quién soy. Además, si asesinó a su
esposa, lo hizo por dinero. Y si mató a Laurel y a Joshua, lo hizo para conservar su
libertad, o quizá para proteger a su familia del escándalo. Como sólo soy una
pariente pobre que está allí de visita, no tendrá ninguna razón para asesinarme.
—Y yo estaré allí con ella —añadió Allison con suavidad, recordándoles a
ambas el papel que le tocaba jugar a ella: el de doncella de Corrie.
—Así es. Allison será mi enlace contigo, y te comunicará cualquier problema
que pueda surgir.
Por fortuna, el tiempo que Allison había permanecido en Selkirk con Laurel se
había hecho pasar por una joven viuda con un bebé recién nacido. Siempre había
vestido de luto, y jamás había ido al pueblo, por lo que estaba a salvo de que la
reconocieran en el Castillo de Tremaine.
Agnes lanzó un profundo suspiro.
—Espero que las dos sepáis lo que estáis haciendo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Corrie sí lo sabía. Al menos sabía que el conde de Tremaine estaba en su


residencia, el Castillo de Tremaine, y que llevaba allí varias semanas. Agnes le había
dicho que el hombre había permanecido en el castillo desde la muerte de Laurel, y
también durante los meses anteriores. Últimamente parecía pasar más tiempo en el
campo que en la ciudad.
Quizás había encontrado una nueva víctima con la que ejercer sus dotes de
seducción.
Ignorando a sus compañeras, Corrie miró por la ventanilla y divisó la posada La
Gallina y el Cuervo un poco más adelante. Un leve estremecimiento de anticipación
la atravesó. Todavía estaba vestida de luto, con la cara oculta bajo un velo de tul
negro, y así sería hasta que abandonara la posada a la mañana siguiente.
Entonces se vestiría con las ropas de una joven que había atravesado tiempos
difíciles; prendas que Allison había encontrado en un mercadillo de ropas usadas:
varios vestidos de viaje pasados de moda, vestidos de día de muselina gastada y
algunos vestidos de noche que servirían perfectamente a pesar de los puños
deshilachados y los dobladillos sucios.
Aunque los vestidos no eran del estilo que Corrie solía usar, no le importaba.
Cualquier cosa era mejor que la deprimente ropa negra que le recordaba de qué
manera le había fallado a su hermana.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 4

Ignorando el crujido del cuero al cambiar de posición en la silla de montar,


Grayson Forsythe, sexto conde de Tremaine, observó su hacienda, las tierras que
rodeaban el Castillo de Tremaine.
Paseó la vista por el bajo muro de piedra a la izquierda, el denso bosquecillo al
fondo, el río que corría a lo largo del perímetro a la derecha y los campos verdes con
colinas ondulantes y la nueva hierba de la primavera, que parecían llamarlo por su
nombre. Bajo él, el enorme garañón negro, Rajá, corcoveaba impaciente por continuar
el paseo que habían comenzado por la mañana temprano. Durante los últimos diez
días, sólo había encontrado la paz recorriendo las colinas a lomos de su caballo,
escapando de los confines de la casa, escapando de su familia y… de los recuerdos.
Como cada año, se aproximaba el temido día, el pasado volvía a rondarle como un
fantasma.
El 19 de mayo, el día que su joven esposa, Jillian, había muerto.
Gray dirigió al garañón colina abajo en un galope desenfrenado que parecía
devorar la tierra. El viento alborotaba su grueso pelo negro, que no seguía la moda
desde hacía mucho tiempo y que llevaba atado en una coleta, y agitaba su camisa
blanca.
Allí fuera podía controlar sus recuerdos, sabiendo que acabarían por
desvanecerse como lo hacían cada año. En el castillo, que se erguía junto al río donde
ella había muerto, no podría hacerlo. Gray siguió cabalgando durante la hora
siguiente, y al alcanzar los límites de su propiedad, hizo girar al garañón y lo guió a
paso lento hacia la casa.
Con el tiempo los recuerdos se desvanecerían. De nuevo se vería absorbido por
los problemas cotidianos de sus arrendatarios y de sus tierras, los libros de cuentas
de la hacienda Tremaine, y los negocios que había heredado junto con el título, y el
pasado volvería a ocupar un rincón de su mente. Pero para el 19 de mayo todavía
faltaba una semana.
Gray se recompuso y urgió a Rajá hacia el antiguo castillo que coronaba la
colina al lado del río.

Corrie miró fijamente a través de la ventanilla del deteriorado carruaje que


había alquilado en La Gallina y el Cuervo. Al final del largo camino de grava, el
Castillo de Tremaine se erigía en lo alto de una colina como la fortaleza que había
sido antaño. Dentro de esos gruesos muros encontraría a Grayson Forsythe, el

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

hombre que podía haber asesinado a su hermana.


—¿Estás segura de esto, Coralee? —Allison se inclinó hacia ella, estrujándose las
manos con nerviosismo sobre el regazo—. Tía Agnes podría estar en lo cierto, lo
sabes. Podemos estar metiéndonos en algo terriblemente peligroso.
—Soy Letty o la señora Moss. Debes recordar llamarme así, Allison. Y no tienen
ningún motivo para hacernos daño. Creerán que soy una pariente lejana caída en
desgracia. Y si ocurre algo que nos dé la más mínima impresión de que podríamos
estar corriendo peligro, nos marcharemos de inmediato.
Allison se alisó la sencilla falda de algodón, incluso más desgastada que el
vestido de color azul claro que Corrie llevaba. Aunque la sobrefalda había sido
adornada con un encaje amarillo pálido, el vestido estaba claramente pasado de
moda. Corrie se ajustó las cintas del sombrero azul a juego, ignorando una mancha
apenas visible en el borde inferior del ala.
Como el resto de las ropas que llevaban en los baúles, los vestidos habían sido
retocados para poder usarlos. Corrie parecía lo que se esperaba de ella, una
provinciana que necesitaba la ayuda urgente de un pariente rico.
Con una sacudida que casi las hizo caer del asiento, el carruaje se detuvo
delante de la enorme estructura de piedra que era el Castillo de Tremaine. El foso
defensivo que en su día había estado lleno de agua, ahora había sido rellenado de
tierra para plantar en él narcisos. El antiguo edificio, que había sido reformado
durante los centenares de años que habían pasado desde su construcción, era
impresionante; con enormes puertas de madera tallada y dos alas de dos plantas a
cada lado de la edificación que en su día había sido el centro neurálgico de la
fortaleza.
La familia Forsythe poseía una considerable fortuna, incrementada por la
oportuna defunción de la esposa de Grayson Forsythe.
El cochero ayudó a descender a Coralee y a Allison del carruaje alquilado, bajó
sus baúles y luego volvió a subir al pescante.
—¿Quieren que me quede aquí hasta que las reciban, señoras?
Corrie negó con la cabeza.
—Estaremos bien. Soy la prima de lord Tremaine, y vengo de visita. —Coralee
quería que el carruaje se marchara de inmediato para que no hubiera manera de que
el conde las despachara con una patada en esos traseros tan desaliñadamente
cubiertos.
Se tranquilizó a sí misma, y esperó a que el cochero se pusiera en marcha. Se
tomó su tiempo hasta que dejó de oír el ruido de las riendas y los arneses cuando el
vehículo desapareció por el largo camino de grava. Ignorando sus temblorosas
rodillas, subió la escalinata hasta la enorme puerta tallada.
Después de llamar a la puerta, un mayordomo, impecablemente vestido con
una librea negra, unos pantalones negros y una impoluta camisa blanca, abrió el
pesado portalón.
—¿En qué puedo ayudarlas?

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Corrie esbozó una sonrisa.


—He venido a ver a lord Tremaine. Puede decirle que la señora Moss, Letty
Moss, la esposa de su primo Cyrus, ha venido a visitarle.
No estaba segura de que el conde fuera a reconocer el nombre, pero esperaba
que le sonara vagamente.
—Me temo que su señoría no se encuentra en este momento en el castillo, pero
su hermano Charles está aquí. Le avisaré de su llegada. Si son tan amables de
acompañarme…
El mayordomo, delgado y con el pelo canoso, las guió, a Allison y a ella, a una
salita amueblada con muy buen gusto. Estaba decorada siguiendo el estilo neoclásico,
con altos techos adornados con molduras blancas, una chimenea de mármol y
elegantes sofás y sillas tapizadas en tonos ocres con adornos de un brillante tono
rubí.
Allison se sentó en una de las sillas, retorciéndose las manos en guantadas sobre
el regazo. Corrie rogó en silencio que a la chica no le diera un ataque de nervios antes
de que comenzara la función.
Sentándose en el sofá de brocado, Corrie se mantuvo sonriente y esperó, luego
se levantó al oír el frufrú de unas pesadas faldas que anunciaban la llegada de una
presencia femenina por el pasillo. Allison se levantó también. Corrie observó que
contenía los nervios.
Una mujer con el cabello dorado peinado en bucles sobre los hombros entró en
la salita. Tenía los ojos azules y unos rasgos muy hermosos. La recién llegada
examinó a las dos mujeres y, observando la ropa sencilla y ligeramente deshilachada
de Corrie, pero de mejor calidad que la de Allison, centró la mirada en ella.
—¿La señora Moss, supongo?
—Sí, la señora de Cyrus Moss. Mi marido es primo de lord Tremaine.
—¿Y esta señorita es su doncella?
—Sí… la señorita Holbrook. —Allison hizo una reverencia que la mujer ignoró
—. He venido a hablar con él sobre un tema de vital importancia.
—Lord Tremaine no ha regresado todavía de su paseo matutino. Como mi
marido está ocupado en estos momentos, quizá yo pueda ayudarlas. Soy Rebecca
Forsythe. Si su marido es primo del conde, también será entonces pariente de
Charles.
—Pues sí. Encantada de conocerla, señora Forsythe. —Corrie le dirigió una
mirada rápida a Allison—. Quizá mi doncella pueda esperar en la cocina mientras
hablamos en privado.
—Por supuesto. —Rebecca llamó al mayordomo—. Señor Flitcroft, conduzca a
la señorita Holbrook a la cocina para que pueda tomar algo. Y sírvanos a nosotras un
té con pastas.
Corrie no dejó de sonreír en ningún momento. Había esperado hablar con el
conde. Al fin y al cabo, sería lord Tremaine quien decidiría si podían o no quedarse.
Pero no podía permitirse el lujo de ignorar a esa mujer en su papel de esposa de un

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

primo de su marido. Corrie tenía que contarle su historia y esperar ganarse la


simpatía de la mujer.
Allison le dirigió una mirada preocupada y siguió al mayordomo fuera de la
salita. Corrie volvió a ocupar su lugar en el sofá y Rebecca se sentó junto a ella.
La rubia sonrió. Era increíblemente bella, no le llevaba más de cinco o seis años
a Corrie, con un busto abundante y una cintura estrecha. Estaba ataviada con un
vestido color agua con rosas bordadas en la falda.
—Me temo que no conozco al primo Cyrus —dijo Rebecca—. Pero creo que
Charles tuvo tratos con su padre. ¿Dónde ha dicho que viven?
—Cyrus y yo vivimos en York… sin embargo, por desgracia, él lleva más de dos
años ausente. Ésa es la razón de que esté aquí.
—Me temo que no la entiendo.
Corrie pensó en Laurel, lo que la ayudó a mostrar una expresión desolada. Sacó
un pañuelo del ridículo y se enjugó los ojos.
—Esto es terriblemente bochornoso.
—Tómese su tiempo —dijo Rebecca en tono alentador.
—Conocí a Cyrus a través de unos amigos de mis padres, y al principio de
nuestro matrimonio éramos muy felices. Al ser casi veinte años mayor que yo, Cyrus
me adoraba. Quizá me amaba demasiado, y ése era el problema. Lo cierto es que
Cyrus tenía poco dinero, sólo el que heredó de su padre, y se lo gastó con rapidez
una vez que nos casamos. Pero Cyrus estaba resuelto a darme las cosas que él creía
que merecía.
La mirada azul de Rebecca se paseó por las prendas usadas que vestía Corrie.
—¿Y dónde está Cyrus ahora?
—Bueno, verá, ése es el quid de la cuestión. Cyrus deseaba darme lo mejor,
razón por la cual, supongo, decidió abandonar Inglaterra y embarcar rumbo a
América en busca de fortuna. Cyrus tenía planes, grandes planes, y allí tenía amigos
que creía que lo ayudarían.
—Recuerdo que Charles mencionó algo sobre un primo lejano que se fue a
América en busca de aventura.
Corrie asintió enérgicamente con la cabeza.
—Ése era Cyrus. Según sus cartas, llegó sin ningún problema. Luego dejé de
recibir correo. No sé nada de mi marido desde hace casi dos años.
—Lamento oír eso, señora Moss.
—Pero peor aún que perder a Cyrus, es que mis fondos se han agotado. Para
serle franca, señora Forsythe, estoy en la más absoluta miseria. Me he tragado el
orgullo y he venido hasta aquí para rogarle al conde que me ofrezca refugio. Si se
niega, no sé qué haré. —Hundió de nuevo la cara en el pañuelo, dispuesta a estallar
en llanto si fuera necesario.
Rebecca frunció el ceño. No era una buena señal.
—¿No querrá venir a vivir aquí?
—Bueno, yo… yo…

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Justo entonces, se oyeron voces en el vestíbulo de piedra por el que Corrie había
accedido. Una pertenecía al mayordomo, pero la otra era más profunda y resonante.
—Creo que el conde ha regresado —dijo Rebecca, levantándose con gracia del
sofá. Sonó un leve golpe mientras atravesaba la salita, y un instante después, el
mayordomo abrió la puerta.
—Su señoría ha vuelto —dijo el hombre de pelo gris—. Le he informado de la
visita.
Corrie todavía estaba sentada en el sofá. Fue una suerte.
El hombre que atravesó la puerta no era lo que ella había esperado. Ese hombre,
con el pelo negro recogido en una coleta, no estaba precisamente vestido con levita y
pantalones, sino con unos pantalones negros de montar salpicados de barro, unas
botas negras hasta las rodillas y una camisa blanca de manga larga. Con esos
insondables ojos oscuros, parecía más un bandolero del siglo XVIII que un rico lord
inglés.
—¡Gray! Estaba esperando que volvieras. Tenemos una visita, acaba de llegar…
la esposa de tu primo Cyrus, Letty Moss.
Esos penetrantes ojos miraron en dirección a Corrie y pareció que la dejaban
prisionera en el sofá.
—No sabía que tenía un primo llamado Cyrus.
—Te aseguro que Charles me ha hablado de él. Es hijo de tu difunto primo
tercero, Spencer Moss. Spencer vivía en York, lo mismo que Cyrus, si mal no
recuerdo. La señora Moss ha venido desde muy lejos para verte.
Tremaine no se disculpó por su apariencia más bien desaliñada, sólo se giró
hacia ella para hacer una breve reverencia.
—Señora Moss. Bienvenida al Castillo de Tremaine. Ahora si me disculpa, tengo
varias cosas urgentes de las que ocuparme…
—Me gustaría hablar con usted, milord. —Corrie se levantó del sofá—. Es algo
importante y he hecho un viaje muy largo.
Él arqueó una de sus cejas negras. Quedaba claro que no estaba acostumbrado a
que una mujer se expresara tal como ella lo había hecho. Por un momento se la quedó
mirando, como pensando qué medida debía tomar.
Curvó débilmente los labios.
—Supongo que… ya que ha hecho un viaje muy largo, como usted dice, puedo
dedicarle un momento. —Hubo algo en esa dura sonrisa que provocó que a Corrie se
le formara un nudo en el estómago.
Tremaine miró a su cuñada.
—Si nos disculpas, Becky…
Rebecca esbozó una sonrisa.
—Por supuesto. —Se retiró hacia la puerta, pero no parecía muy feliz de
hacerlo. Corrie tenía la clara impresión de que a la cuñada del conde no le gustaba la
idea de que la esposa provinciana de un empobrecido primo lejano se mudara a la
casa sin importar lo gran de que ésta fuera.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

El conde esperó hasta que el mayordomo cerró las puertas de la salita.


—Así que desea hablar conmigo. ¿Qué puedo hacer por usted, señora Moss?
No la invitó a sentarse. Estaba claro que él no esperaba que la entrevista durara
demasiado. Corrie tuvo que contener su enojo, empezaba a ponerse nerviosa. El
conde era incluso más guapo de lo que decían los rumores. Era muy alto y tenía los
hombros muy anchos, el estómago plano y las piernas largas y musculosas ceñidas
por los pantalones de montar negros. Mirando directamente a esos ojos oscuros y
penetrantes, le resultó fácil imaginar por qué una joven inocente como su hermana
podía sucumbir ante tal masculinidad.
—No sé cómo empezar… —Corrie reunió valor y se preparó para meterse de
lleno en su papel.
—Simplemente dígame por qué está aquí, señora Moss.
«Estupendo.» Adiós al desgarrador discurso que había planeado dar.
—Bueno, milord, para dejarnos de rodeos, su primo Cyrus, mi marido, me
abandonó a mi suerte y se largó a América en busca de aventura. Llevo casi dos años
esperando su regreso y no he tenido noticias de él. No tengo familia ni nadie que
pueda ayudarme. He gastado mi último penique en el viaje al Castillo de Tremaine,
mi lord, y necesito desesperadamente su ayuda.
Los ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo, tomando nota de ese sencillo
vestido, cuidadosamente arreglado, y haciendo una meticulosa valoración de su
busto, que era abundante para su tamaño y apariencia incluso con ese vestido
abotonado hasta el cuello.
—Como ya le he dicho, jamás había oído hablar de Cyrus Moss. No dudo de
que sea un pariente lejano, tal como mi cuñada ha dicho, pero ¿cómo sé que usted es
realmente su esposa? Y si vamos a eso, ¿cómo sé que él se ha casado?
Corrie había venido preparada para esto. Según sus fuentes, Grayson Forsythe
era un hombre muy inteligente. Había sido comandante en el ejército, un hombre que
había viajado a países muy lejanos. No era una persona fácil de engañar.
Corrie metió la mano en el ridículo y sacó dos hojas de papel dobladas. Un
certificado de matrimonio falso que no había sido ni barato ni fácil de conseguir. Pero
ella estaba metida en el mundo de la prensa y tenía muy buenos contactos.
Atravesó la estancia hacia él y le entregó los papeles, odiando el hecho de tener
que levantar la cabeza para poder mirarlo a la cara.
—El primer documento es un certificado de mi matrimonio con Cyrus Moss
hace tres años, el cual está debidamente registrado en la iglesia. El otro es una carta
de Cyrus, en la que se dirige a mí como su esposa, y que fue enviada desde la ciudad
de Filadelfia en América.
Coralee había escrito ella misma esa tontería, falsificando la enrevesada manera
de escribir de un hombre.
El conde estudió la carta con detenimiento, leyendo cómo Cyrus le profesaba su
amor y le prometía regresar. Para alivio de Corrie, sus fuentes le habían asegurado
que él aún no había vuelto a poner un pie en las costas inglesas.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Cyrus se reunió con su padre en varias ocasiones —dijo ella mientras él


terminaba de examinar los documentos y los volvía a doblar. Corrie esperaba que la
información hubiera sido correcta—. Creo que mi marido lo tenía en alta estima. Ya
que el anterior conde no se encuentra entre nosotros, he venido a usted para solicitar
su ayuda.
Tremaine frunció el ceño cuando ella mencionó a su padre, y Corrie se preguntó
si las relaciones entre los dos hombres no habrían sido tan buenas como ella creía. Él
no parecía demasiado contento cuando le devolvió los documentos, y Corrie contuvo
el aliento.
Finalmente, él suspiró.
—Si me acompaña al estudio, le daré un giro bancario y podrá ponerse en
camino. —Se dio la vuelta y echó a andar.
Corrie luchó contra una oleada de pánico.
—¡Espere!
Lord Tremaine se giró. Centró la atención en la cara de Corrie y ella sintió de
nuevo esa extraña sensación en la boca del estómago.
—Ya le he dicho que le daré dinero. ¿Qué más quiere?
A Corrie se le llenaron los ojos de lágrimas. No le resultó difícil ya que su plan
estaba a punto de fracasar.
—Yo… no tengo un lugar donde quedarme, milord… pero será por poco
tiempo. En sólo unas semanas tomaré posesión de una pequeña herencia. Mi padre
creó un fondo fiduciario al que podré acceder cuando cumpla veintidós años. Para mi
sustento, me legó un estipendio mensual. No es mucho, pero será suficiente para
mantenerme con modestia hasta que regrese Cyrus.
Las fulminantes cejas negras del conde formaron una línea.
—Entonces, ¿sus padres están muertos? ¿No tiene a nadie más que la pueda
ayudar?
—Como ya le he dicho, no tengo parientes vivos. Es una de las razones por las
que me casé con Cyrus. Al no tener a nadie que cuidara de mí, necesitaba su
protección. Por desgracia, su protección no duró demasiado.
—¿Cuánto tiempo vivieron juntos antes de que Cyrus se marchara?
—Algo menos de un año.
El conde la estudió durante largos momentos. Corrie respiró hondo con los ojos
inundados de lágrimas mientras se preparaba para soltar un llanto desgarrador que
esperaba sirviera para persuadirlo. El conde alzó la mano en alto como si hubiera
adivinado su intención.
—No hay necesidad de esto. Puede quedarse… por lo menos hasta que resuelva
qué hacer con usted.
A Corrie se le iluminó la cara. Le dirigió una tímida y radiante sonrisa,
sintiendo un gran alivio por dentro.
—Gracias, milord. Siempre estaré en deuda con usted.
Él simplemente asintió con la cabeza.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Hablaré con Rebecca, para decirle que estaremos encantados de tener con
nosotros a nuestra prima durante una temporada.
—Es usted muy amable, milord. Le aseguro que Cyrus estaría todavía más
agradecido que yo.
Tremaine ignoró el comentario, se giró y se dirigió a la puerta. Tan pronto como
salió de la salita, Corrie se dejó caer sobre el sofá, sus piernas no podían sostenerla
más.
¡Lo había conseguido! ¡Había tenido que mentir como una bellaca para poder
quedarse en el Castillo de Tremaine! Tan pronto como se estableciera, tan pronto
como la familia Forsythe empezara a bajar la guardia y a confiar en ella, comenzaría
su investigación.
Corrie apretó los labios. Gray Forsythe podía ser uno de los hombres más
guapos que jamás había conocido, pero eso no quería decir que fuera inocente de un
asesinato. Y si había matado a su hermana y a su bebé recién nacido, Joshua, el conde
de Tremaine iba a pagar por ello.

Gray recorrió airado los pasillos, estaba todavía de peor humor que antes de
salir de casa. No estaba seguro de qué había sucedido exactamente, pero de alguna
manera, cuando la había visto con esas prendas remendadas, durante esos minutos
en los que ella lo había mirado con ojos suplicantes, unos ojos tan verdes como
esmeraldas y con gruesas pestañas negras, había bajado la guardia y había permitido
que una mujer que no conocía de nada se quedara a vivir en su casa.
No lo comprendía. Se había dado cuenta de su actuación desde el principio, de
esas lágrimas fingidas y de cómo se retorcía las manos, de su mirada suplicante y su
voz temblorosa. Pero durante toda esa farsa él también había percibido el destello de
algo que lo había dejado intrigado. Creía que podía ser desesperación, y estaba
seguro de no haberse equivocado, pero también tenía que ver con la determinación.
De cualquier manera, le había interesado lo suficiente como para permitir que se
quedara.
Gray sacudió la cabeza. Por lo que él sabía, Letty Moss era una embaucadora,
estaba allí para sacarle el dinero, para robarle o para algo peor.
Pensó en la jovencita con esos fogosos rizos color cobre asomando bajo el ala
sucia del sombrero, y casi sonrió. Había sido militar, había tenido a sus órdenes a las
tropas del ejército británico. Si ella era un incordio, sencillamente le sacudiría en lo
que prometía ser un trasero muy atractivo.
Pensar en eso lo enardeció de una manera que no esperaba. Desde que Jillian
había muerto, se había acostado con muy pocas mujeres. Era por los remordimientos
de conciencia, lo sabía, no se dejaba tentar por los placeres de la carne porque se
sentía culpable de que él estuviera vivo y Jillian no. Por no haber estado allí para
protegerla cuando lo había necesitado.
Levantó la vista y vio a Rebecca entrando en el vestíbulo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Espero que te hayas comportado como un caballero —dijo ella con una
sonrisa—, ya sé que esa joven esperaba que le permitieras quedarse en el castillo,
pero…
—Se va a quedar.
—¿¡Qué!?
—No será por mucho tiempo. Pronto heredará un estipendio mensual que será
suficiente hasta que regrese su marido.
—Pero… ni siquiera la conocemos. ¿Cómo puedes dejar que se quede en casa
así sin más?
La sonrisa de él era sardónica.
—Siempre me reprendes por mis modales. Sería el colmo del mal gusto
rechazar a un miembro de la familia y arrojarlo a la calle.
—Sí, pero pensé que le darías dinero, no que la invitarías a quedarse en el
castillo.
Aunque Rebecca era alta para ser mujer, Gray miró por encima de su hombro
hacia la enorme escalinata de madera tallada que conducía a las plantas superiores.
—En esta casa hay dos alas y setenta dormitorios. Acomódala en algún sitio
donde no te moleste.
—Pero…
Él echó a andar.
—No bajaré a cenar. Ocúpate de que nuestra invitada coma algo.
Rebecca era, por lo general, quien ejercía de anfitriona, otra razón por la que le
sorprendía su reacción de aquel día. Por otra parte, él era el conde, algo que su
familia parecía olvidar con demasiada frecuencia. Quizás había llegado el momento
de dejar las cosas claras.
Gray atravesó el vestíbulo, de repente desesperado por volver a salir bajo la luz
del sol, lejos de los gruesos muros de piedra de la casa. Se preguntó de nuevo por
qué le había ofrecido su protección a esa mujer.
No cabía duda de que había sido motivado por el aburrimiento.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 5

—No puedo creer que lo hayas conseguido. —Allison estaba sentada sobre el
taburete tapizado del tocador del dormitorio que les habían asignado. Estaba situado
en el extremo más alejado del ala este de la casa, una habitación que no había sido
remodelada igual que los demás dormitorios por delante de los que había pasado
Corrie.
La cama de columnas talladas en madera maciza parecía pertenecer al siglo
pasado, y la alfombra persa estaba descolorida. Las borlas de las cortinas de
terciopelo verde oscuro estaban deshilachadas en varios lugares, las cortinas eran tan
gruesas y pesadas que bloqueaban los rayos del sol.
Aun así, era algo muy oportuno, ya que al estar en la parte más alejada de la
casa Corrie podría moverse sin llamar la atención. Examinó la estancia. Las sábanas
estaban limpias, y por su expreso deseo habían preparado la habitación contigua
para Allison, que según había explicado Corrie era su acompañante además de su
doncella.
Corrie consideraba todo un éxito haber logrado llegar tan lejos.
—Creo que tu querida prima Rebecca no está precisamente encantada de tener
a otro pariente en la casa —dijo Allison, mientras cogía uno de los vestidos
arreglados de Corrie del baúl y lo colgaba en el armario de palisandro de la esquina.
—Eso parece. —Pero lo cierto era que no le importaba. Corrie había conseguido
entrar en la casa y tenía intención de quedarse allí hasta que obtuviera todas las
respuestas que buscaba o se viera obligada a abandonar.
—¿Qué hacemos ahora?
Corrie había estado pensando mucho en ello.
—Para empezar, se supone que eres mi doncella, así que espero que con el
tiempo el personal te acepte y puedas sonsacarle algo sobre el escándalo de Selkirk
Hall. La muerte de Laurel tiene que haber sido muy comentada por aquí, si bien mi
padre se esforzó en mantener en secreto todo lo relacionado con el bebé en cuanto se
conoció el informe médico. Siempre hay cotilleos en una casa de este tamaño. Si
Laurel mantenía una relación con el conde, quizá lo sepa alguno de los criados.
—Ésa es una idea muy buena, Cor… digo, Letty.
—Y yo investigaré a todos los que viven en la casa. Aún me falta por conocer a
Charles. Me han invitado a cenar, pero he declinado la invitación. No deseaba parecer
demasiado ansiosa. Y quería disponer de algún tiempo para habituarme al lugar,
quizá vaya a dar un paseo por los alrededores de la casa. Mientras tanto, ¿por qué no
vas abajo y cenas algo? Te veré antes de irme a la cama.

- 26 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Allison abandonó el dormitorio, y Corrie, ataviada con un cómodo vestido de


muselina azul y sin sombrero, siguió la alfombra a lo largo del pasillo hasta las
escaleras del ala este. A esas horas, la cena estaría en pleno apogeo y ella podría
moverse de un lado a otro sin levantar sospechas. Aun así, esperaba que no pareciera
que tenía algún motivo ulterior… algo que, por supuesto, tenía.
Con los nervios todavía de punta tras el tenso encuentro con el conde, decidió ir
al jardín. Bajó una estrecha escalera al final del pasillo, y abrió una puerta para salir al
aire fresco de la noche. Era agradable estar fuera de la casa, descubrió mientras
avanzaba por la terraza, sobre todo cuando sentía la imperiosa necesidad de tomar
aire fresco.
Lo primero que observó fue lo distinta que era la noche en el campo. El aire era
limpio y fresco, no había ni siquiera una partícula de hollín en la brisa suave que
soplaba sobre el paisaje.
Hacía tantos años que no pisaba el campo que jamás se le había ocurrido fijarse
en ello hasta esa noche. Incluso las veladas a las que había asistido se habían
celebrado, en la mayoría de las ocasiones, en haciendas cercanas a la ciudad. Aquí, en
cambio, las estrellas eran tan brillantes que podía reconocer aquellas constelaciones
cuyos nombres había aprendido en la Academia Briarhill. Allí estaba Orión, observó
mientras localizaba en silencio cada estrella, y la Osa Mayor.
Se preguntó si Laurel habría mirado las estrellas con Grayson Forsythe.
Pensarlo hizo que el estado de ánimo de Corrie decayera. Salió de la terraza y
comenzó a deambular por uno de los caminos. El jardín estaba en plena floración y
las verdes hojas de los árboles pendían sobre los caminos de grava iluminadas por las
antorchas. No había farolas de gas como en el jardín de la casa que su padre tenía en
la ciudad, y lo cierto era que le gustaba cómo titilaban las luces naranjas y amarillas,
y las sombras danzantes de las hojas.
Corrie vagó por los caminos, intentando ordenar sus pensamientos para planear
su próximo movimiento. Torció una esquina del camino y, de repente, chocó contra
una figura alta que no había visto en la oscuridad. Tomó aire sobresaltada y luchó
por recuperar el equilibrio.
Una mano grande la agarró rápidamente por la cintura, y la sostuvo antes de
que pudiera caer al suelo de manera bochornosa.
—Tranquilícese.
El estómago le dio un vuelco ante el sonido de esa profunda voz masculina.
Levantó la mirada hasta un ancho pecho, y la alzó todavía más para encontrarse con
la oscura y penetrante mirada del conde.
—¿Qué está haciendo aquí fuera? —preguntó él con un leve indicio de
acusación en su tono—. ¿Por qué no está en la casa cenando?
—¿Y por qué no lo está usted? —respondió ella, deseando que ese hombre se
encontrara en cualquier otro sitio que no fuera ése. Corrie se mordió la lengua. No
era una periodista haciendo su trabajo; estaba desempeñando un papel y tenía que
asumirlo—. Quiero decir que no tenía hambre y necesitaba tomar un poco de aire

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

fresco. Fue un largo viaje en carruaje. No pensé que le importase que saliera a pasear.
Él la estudió un momento, luego volvió la mirada a la fuente burbujeante que se
encontraba a unos metros de ellos.
—¿Le gusta pasar el rato al aire libre?
«No demasiado.» A ella lo que le gustaba era bailar en espléndidos salones,
asistir a la ópera, al teatro, y cenar en buenos restaurantes. Al menos, hasta esa noche.
—Es muy agradable estar aquí fuera. Jamás había imaginado cuán puro es el
aire en el campo.
El conde arqueó una de sus cejas negras.
—He hablado con Charles. Por lo que él recuerda, Cyrus Moss vivía en una
granja.
«Oh, Dios bendito.»
—Pues sí… sí, por supuesto, pero… teníamos animales, ya me entiende… y
olían muy mal todas esas vacas y ovejas. —¿Qué demonios le estaba pasando?
Sonaba como si fuera total y absolutamente estúpida. No obstante, quizá fuera mejor
de ese modo. Cuanto menos inteligente pensaran que era, menos amenazadora
parecería.
Tremaine entrecerró los ojos durante un momento, luego curvó levemente las
comisuras de los labios… unos labios llenos y sensuales que le provocaban mariposas
en el estómago.
—Lo cierto es que me cuesta trabajo imaginármela ocupándose de un rebaño de
ovejas.
Jamás se había hecho una afirmación más cierta. Deseaba disponer de más
información sobre Cyrus, pero sencillamente no había tenido tiempo de averiguar
más cosas sobre él.
—Bueno, no me dedicaba a esas cosas. Cyrus era muy protector. Apenas me
permitía salir de la casa.
—Ya veo. ¿Cuánto tiempo ha dicho que vivieron como marido y mujer?
¿Cuánto le había dicho antes? Santo Dios, no estaba segura.
—Algo más de un año.
Por un instante la mirada del conde pareció agudizarse, y Corrie temió no haber
respondido de manera correcta.
—Supongo que lo echa de menos —continuó el conde con suavidad, y ella se
relajó de nuevo antes de volver a asumir su papel.
—Pues sí, claro que sí… —tenía intención de continuar la mentira, pero después
decidió que lo más inteligente sería mantenerse lo más cerca posible de la verdad.
¡No podría echar de menos a un hombre que la hubiera dejado tirada como Cyrus
había hecho con ella!—. Bueno, eso no es del todo cierto. Sé que debería echarlo de
menos, ya que es mi marido, pero Cyrus es mucho mayor que yo, y después de cómo
me abandonó, es difícil sentir otra cosa que resentimiento hacia él.
—Sé cómo se siente. —El conde la evaluó con la mirada, bajando la vista por la
garganta y el pecho de Corrie hasta la cintura, un examen lento y minucioso que la

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

dejó repentinamente sin respiración.


—¿Qué hace…? —Él estaba tan cerca de ella que podía sentir su calor y la
fuerza de su alto cuerpo masculino.
Vestía una camisa blanca y unos pantalones negros bastante ceñidos, tal como
dictaba la moda, pero no se había puesto ni el abrigo ni el chaleco. Llevaba el pelo
recogido en una coleta igual que antes.
Corrie se dio cuenta de que él era un hombre poco dado al convencionalismo.
Eso, sumado a los rumores que había oído, lo convertía en un hombre intrigante.
No creía que se hubiera puesto colonia, pero alcanzó a oler un débil y agradable
aroma a sándalo, y se preguntó de dónde provenía. La fragancia pareció envolverla,
invadiendo cada uno de sus sentidos, y Corrie comenzó a temblar.
—Tiene frío. Quizá debería regresar adentro.
Corrie tragó saliva.
—Sí… sí, creo que será una buena idea. —Pero no tenía frío. De hecho, sentía
bastante calor. El conde le hizo una reverencia, el pelo negro destelló bajo la luz de las
antorchas, y ella sintió un extraño estremecimiento en el vientre.
—Buenas noches, señora Moss.
Ella dio un paso hacia atrás como para protegerse.
—Buenas noches, milord. —Luego Corrie se giró y emprendió el camino de
regreso a la casa.
Estaba acostumbrada a las atenciones de los hombres. Después de todo, era hija
de un vizconde, y a pesar de ser testaruda y no tener pelos en la lengua, sabía que
cuando estuviera lista para el matrimonio, no le faltarían los pretendientes. Le
gustaba la compañía de los hombres, jamás le había dado miedo el sexo masculino,
pero ahora, mientras se apresuraba por el jardín, Corrie tuvo que hacer un gran
esfuerzo para no echar a correr.

Gray observó a la joven de fogosos rizos que casi corría por el camino del jardín.
Bajo la luz de las antorchas era preciosa… esa piel tan delicada como el cristal, los
luminosos ojos verdes, y una exuberante boca del color de las rosas. Era una mujer
muy bella, pequeña pero elegante, el tipo de mujer que hacía que un hombre pensara
en sábanas de seda y en muslos todavía más sedosos, aunque Gray sospechaba que
eso era algo que quizás, ella no sabía. Aun así, ella no era exactamente lo que quería
que él creyera, así que debía andarse con cuidado.
Gray hizo un ruido desagradable con la garganta. Primero le había dicho que
había vivido con su primo menos de un año, y ahora que le había vuelto a preguntar,
le había respondido que había sido un poco más. Era obvio que jamás había vivido
en ningún sitio parecido a una granja. ¿Quién era?, se preguntó de nuevo.
En los últimos dos años, desde que Jillian había muerto, Gray había sentido una
inquietud como nunca antes. Las pocas mujeres con las que se había acostado le
habían proporcionado poca satisfacción, sólo unas breves horas de alivio sexual. Se

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

sentía como si vagara sin rumbo ni propósito.


Al heredar el título de conde, había tenido tantas cosas que hacer que apenas
había tenido tiempo para pensar, al final de cada día había acabado rendido. Había
tenido que aprender a ser conde, y a Gray le había gustado el reto. Le gustaba su
vida, y su soltería. Había tenido innumerables amantes, y aunque se había cansado
de ellas con facilidad, siempre las había recompensado generosamente cuando la
aventura llegaba a su fin. Luego había conocido a Jillian. Era joven y bella, si bien un
poco tímida y más reservada de lo que a él le habría gustado. Pero había llegado el
momento de tomar esposa, el momento de cumplir con su deber y concebir un
heredero, y Jillian y su familia habían parecido deseosos de esa unión. Diez meses
después, su esposa estaba muerta y él de nuevo solo.
Gray avanzó en silencio por el pasillo del ala oeste hacia la suite del conde.
Desde la muerte de Jillian, se había sentido cada vez más inquieto; rondaba por la
hacienda como buscando algo, pero sin saber exactamente qué. Con la llegada de esa
mujer, por primera vez en semanas había sentido interés por algo. Letty Moss era
todo un misterio y Gray tenía intención de resolverlo.
Llegó a sus aposentos, abrió la pesada puerta de madera y entró en las
habitaciones que habían pertenecido a su padre. La salita con sus cortinas de
terciopelo dorado y el oscuro mobiliario de roble le traía desagradables recuerdos y
le agobiaba. La atravesó mientras seguía pensando en Letty Moss y en lo que podría
descubrir sobre ella.
—Buenas noches, sahib. —Su sirviente, Samir Ramaloo, salió del cuarto de baño
anexo al dormitorio. Las volutas de vapor se elevaban desde la bañera de mármol
que había preparado para el baño nocturno de Gray.
—Buenas noches, Samir. —El pequeño hombre moreno había sido el sirviente
de Gray en la India durante los tres años que había prestado servicio en el ejército.
Cada oficial tenía un séquito de sirvientes, un personal necesario para sobrevivir en
un clima tan cálido, árido y exigente.
Con su impecable servicio, Samir se había hecho indispensable para el conde.
Además se había convertido en el maestro de Gray, iniciándolo en las costumbres
sociales de aquella tierra exótica, ofreciéndole una nueva perspectiva de un país tan
distinto al suyo. Más que un criado, Samir era su amigo, y el hombre más sabio que
Gray había conocido nunca.
—Su baño está listo, sire —le dijo ahora, recorriéndolo con unos ojos tan negros
que parecían pozos insondables.
Gray asintió con la cabeza con aire ausente y continuó hacia el cuarto de baño.
—Su mente está en otra parte —dijo el hindú; lo conocía lo suficientemente bien
como para saber cuándo algo le distraía—. Está pensando en esa mujer. La vi esta
mañana cuando llegó y de nuevo por la noche. Es muy bella.
—Sí, lo es. —Era preciosa, como una muñequita de porcelana perfectamente
modelada. Y con toda probabilidad con la misma cabeza hueca. Se había presentado
como una joven esposa con un breve matrimonio a sus espaldas que había sido

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

abandonada por su marido. Gray conocía a las mujeres, y el estado de nerviosismo


en que ésta se encontraba le aseguraba que apenas había disfrutado de las caricias de
un hombre, y que casi con toda probabilidad jamás las había devuelto.
Eso podía haber hecho que su historia fuera convincente, si no fuera porque él
creía que había algo más.
«Interesante esa Letty Moss.»
Samir ayudó a Gray a desvestirse, luego se apartó cuando entró en el agua
vaporosa y apoyó los hombros contra el borde de la bañera de mármol.
—He oído que esa mujer es su prima.
Gray se mofó.
—Por matrimonio, una lejana relación sin sentido.
—¿Está casada?
—Eso parece. Su marido la dejó en la ruina y la abandonó para ir en busca de
fortuna.
—Ah, entonces ella necesita un protector… igual que usted necesita a una
mujer. Está ignorando los deseos de la carne, pero éstos lo están consumiendo como
si fueran una bestia interior. Quizá pueda darle a esa mujer lo que necesita y ella
dárselo a usted.
—La señora Moss tiene la cabeza llena de pájaros —dijo él, intentando
convencerse a sí mismo de que las palabras de Samir no le habían afectado—, y
además, no es lo que parece.
—Ah, es un enigma que usted debe resolver. Eso la hace todavía más
interesante.
—Exacto. No sé por qué está aquí, pero tengo intención de averiguarlo.
—Eso está bien. De ese modo puede permitirse el lujo de darle placer a esa
mujer y de disfrutar de ella mientras lo descubre. Veré qué puedo averiguar.
Gray no le respondió. Necesitaba vigilar de cerca a su supuesta prima, y
asegurarse de que no le causaba ningún problema. La mirada vigilante de Samir
podía serle de ayuda.
Cualquiera que fuera su verdadera historia, Gray pronto descubriría la verdad.
Y quizá, como Samir había sugerido, una vez que la conociera, podría descubrir
cosas más íntimas sobre Letty Moss.

El corazón de Corrie latía como loco mientras se apresuraba por el pasillo que
conducía a su dormitorio. No le gustaba nada esa sensación. Llegó a la habitación,
abrió la puerta y se encontró a Allison esperándola en el interior.
—Pensé que podrías necesitar ayuda para desvestirte —le dijo.
—Gracias, Ally. —Aunque era verdad que podía necesitar ayuda con los
botones y el corsé, a Corrie no le entusiasmó encontrarla allí. No mientras su mente
aún le daba vueltas a los inquietantes momentos que había pasado con el conde en el
jardín.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¿Has averiguado algo útil? —preguntó Allison mientras atravesaba la


estancia.
—¿Qué…? Oh, no, sólo he dado un paseo por el jardín. —Coralee no había
descubierto nada, salvo que Grayson Forsythe ejercía un efecto muy preocupante
sobre ella.
Se giró para que Allison pudiera desabrocharle la espalda del vestido.
—El conde estaba allí. No cenó con Rebecca y su hermano.
Allison levantó la cabeza de repente.
—¿Has hablado con él en el jardín?
—Pues sí.
—Es la segunda vez que hablas con él. ¿Qué te ha parecido?
Corrie se mordió los labios. ¿Cómo describir al conde?
—Es… el conde es un hombre bastante inusual. Además de ser sumamente
guapo, hay algo en él… algo que no logro definir. Es un hombre intenso y está
rodeado por un halo de misterio.
Allison la ayudó a quitarse el vestido y lo puso encima de la cama.
—¿Lo crees capaz de cometer un asesinato?
Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.
—No estoy segura. Pero es un hombre grande y lo suficientemente fuerte como
para llevarlo a cabo si ésa fuera su intención. Es un hombre de mundo capaz de
atraer a cualquier mujer. Tendré que investigar más, y por supuesto, debemos
encontrar alguna prueba de que Laurel y él mantuvieron algún tipo de relación.
Allison comenzó a aflojarle los lazos del corsé y Corrie respiró con alivio.
—Acabas de llegar —le dijo su compañera—. Con el tiempo, averiguarás la
verdad.
—Eso espero. —Tiempo era lo único que necesitaba. Tenía que encontrar
respuestas sobre Laurel, y sobre el conde.
Lo que significaba pasar más tiempo en su compañía.
Corrie ignoró la extraña y ardiente sensación que se le asentó en la boca del,
estómago.

La mañana se presentó borrascosa, el viento batía las ramas de los árboles


contra las ventanas. Tomándose un momento para armarse de valor, Corrie se detuvo
ante la puerta del comedor del desayuno que le había indicado un sirviente pequeño,
delgado y moreno.
Hablaba con un acento que ella no había oído nunca, le había dicho que se
llamaba Samir. Cuando le preguntó de dónde procedía, él había contestado que había
nacido en el distrito Oudh de la India, pero que su familia había muerto y él se había
trasladado a Inglaterra con lord Tremaine.
Un criado hindú. Ese conde cada vez la intrigaba más. No había nadie entre sus
conocidos que fuera como él.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Corrie entró en el comedor del desayuno, una alegre estancia decorada en tonos
amarillos y ocres, con una mesa cargada de porcelana con montura de oro y plata.
Unos deliciosos olores se elevaban desde un ornamentado aparador en el que se
encontraba un calientaplatos plateado y las teteras humeantes con café y té.
—Buenos días, prima. —Un hombre rubio y bien parecido se levantó de su silla.
Charles Forsythe era algo más bajo que su hermano, y tan rubio como su esposa, en
vez de moreno como el conde. Tremaine la vio y se levantó también, pero con más
lentitud, con una despreocupada insolencia que parecía ser parte de su naturaleza.
—Soy el primo Charles —continuó el rubio—. Ya ha conocido a mi hermano,
Gray, y a mi esposa, Rebecca.
—Pues sí. Me alegro de conocerle, primo Charles. Buenos días a todos. —No
miró al conde. No le gustaba la sensación de vértigo que experimentaba cada vez que
lo miraba.
—Acompáñenos —dijo Charles—. Debe de estar hambrienta. Se perdió la cena
de anoche.
Corrie esbozó una sonrisa.
—Sí, he descubierto que esta mañana tengo un hambre canina.
Le lanzó a Tremaine una mirada de desafío, vio que sus ojos se oscurecían con
algo que no pudo reconocer, y continuó hacia la silla que Charles había separado
para ella.
—¿Ya se ha instalado? —preguntó—. ¿Su doncella ha encontrado la cocina y ha
conocido a nuestros sirvientes?
—Sí. Es muy amable de su parte permitir que me quede aquí. —Charles sonrió.
Tenía los dientes muy blancos y los ojos color avellana, y, aunque no era tan
imponente como su hermano, resultaba un hombre muy atractivo.
—Le aseguro que Becky disfrutará de la compañía de otra mujer.
Pero cuando Corrie miró a Rebecca, la tensa sonrisa con que la recibió le dejó
claro que la prima Becky hubiera deseado que Letty Moss jamás hubiera llegado al
Castillo de Tremaine.
El desayuno continuó con la agradable conversación de Charles, que resultó
poseer un encanto del que su hermano mayor carecía. Tremaine habló poco, pero
Corrie podía sentir sus ojos en ella, lo que provocó que pequeños escalofríos
nerviosos atravesaran todo su ser. Había algo en él… Y cuanto más tiempo pasaba
con el conde, menos podía imaginar a su hermana disfrutando de su compañía, y
mucho menos enamorándose de él.
Laurel siempre había sido dulce y terriblemente tímida. Un hombre como Gray
Forsythe la habría aterrorizado, no le cabía duda. Pero quizás había otra faceta en ese
hombre que Corrie desconocía.
El conde había llegado antes que el resto de la familia y estaba terminando de
desayunar cuando un sirviente llenó el plato de Corrie y lo dejó sobre el mantel. Era
obvio que era un hombre madrugador. Se terminó los huevos, le dirigió a ella una
última mirada y se excusó ante todos. En cuanto desapareció del comedor, la

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

opresión en el pecho de Corrie comenzó a desaparecer.


Respiró hondo y soltó el aire lentamente, centrando la atención en Charles y
Rebecca y uniéndose a su intrascendental charla.
—Me temo que esta tarde tengo un compromiso anterior —dijo Rebecca—.
Quizá mañana tengamos oportunidad de conocernos mejor.
—Eso sería maravilloso —dijo Corrie, sin esperar ese acontecimiento con ilusión
a pesar de que Rebecca podría proporcionarle información sobre Laurel y el conde.
En el transcurso del desayuno, ni Charles ni Rebecca mencionaron al marido
desaparecido de Letty, Cyrus; una bendición, ya que Corrie no sabía casi nada sobre
él.
Tan pronto como terminó, se excusó y regresó a su habitación. Ya que Rebecca
había evitado su compañía, Corrie tenía intención de aprovechar ese tiempo para ir al
pueblo. No estaba lejos, y ella estaba preparada para comenzar su investigación. No
había ido a Castle-on-Avon desde que era niña. Nadie la reconocería en esas tierras y
ella estaba ansiosa por descubrir qué podía averiguar. Tras ponerse un vestido de
muselina color albaricoque y un chal, y coger su ridículo y un sombrero de paja,
Corrie se encaminó hacia el pueblo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 6

Un viento tempestuoso le levantaba los bordes del chal, pero las faldas y
enaguas le protegían las piernas del frío. A Corrie le gustaba pasear por el campo
más de lo que había esperado, observando cuán verdes estaban los prados, y cómo
las flores silvestres parecían danzar en la brisa. Se hizo sombra en los ojos para
obtener una mejor vista del bosquecillo que había en el horizonte y entonces lo vio:
una alta figura masculina que montaba un enorme caballo negro. La silueta que se
perfilaba contra el sol iba ataviada con los pantalones de montar y la camisa blanca
que el conde había llevado el día anterior. Con el pelo recogido hacia atrás, Tremaine
parecía ser de otro tiempo y lugar, como si debiera haber vivido cien años antes. En el
momento que la divisó andando por el camino, el conde hizo girar la montura y echó
a galopar sin prisas en su dirección. El hermoso caballo subió la cuesta sin esfuerzo
alguno y el conde de tuvo al animal a unos metros de ella.
—Señora Moss. Creí que pasaría el día con Rebecca. Y en vez de eso me la
encuentro dando un paseo. —Sonrió, pero no parecía una sonrisa sincera—. Parece
estar pasándolo bien.
—Así es. —Las palabras le salieron con un vergonzoso tono entrecortado y se
puso tensa—. Su cuñada estaba ocupada y aproveché para hacer un poco de ejercicio.
Hace un poco de viento, pero el sol calienta y resulta un día perfecto para dar un
paseo por el campo.
Tremaine frunció el ceño y sus negras cejas formaron una línea.
—¿Dónde está su doncella? —Su voz mostraba un leve indicio de
desaprobación que la irritó al instante.
—El pueblo no está lejos, y no necesito recordarle, milord, que soy una mujer
casada.
El conde apenas curvó los labios.
—No necesita recordármelo, señora Moss. Ya lo recuerdo lo suficiente. —Lo dijo
como sí la frase tuviera un doble sentido, pero ella no pudo adivinar cuál era.
—Me temo que debo marcharme —dijo ella—, tengo que hacer unas compras
en el pueblo y no deseo regresar tarde.
—Quizá debería acompañarla… para asegurarme de que no la molestan.
—¡No! Quiero decir…, gracias. Pero me las arreglaré yo sola. Buenas tardes,
milord.
Corrie continuó caminando, intentando ignorar las mariposas que le
revoloteaban en el estómago. No podía entender por qué ese hombre la afectaba de
esa manera, pero no le gustaba. Y no quería que la acompañara. Tenía preguntas que

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

hacer, y difícilmente podría hacerlas con el conde pegado a ella.


Mientras continuaba su camino, echó una mirada por encima del hombro y vio
que él se encaminaba en sentido contrario. Suspiró aliviada. Con la mente puesta de
nuevo en las preguntas que tenía intención de hacer, apretó el paso en dirección al
pueblo.

En cuanto Letty Moss desapareció de su vista, Gray hizo detener a Rajá y dirigió
al garañón en dirección opuesta. Manteniéndose a una distancia prudencial, procuró
no ser divisado y siguió a la mujer al pueblo. La vio entrar en una de las tiendas de la
plaza del mercado y, mientras ella estaba dentro, se dirigió a los establos.
—No tardaré —le dijo a uno de los chicos de los establos, entregándole las
riendas del caballo al tiempo que le lanzaba una moneda. Encárgate de él hasta mi
regreso.
Volviendo a High Street, la calle mayor del pueblo, vio a Letty saliendo de una
tienda para dirigirse a la de al lado. Tan pronto como estuvo dentro, Gray se acercó a
la ventana. Dentro de la tienda, Letty estaba examinando rollos de telas, deslizando
el dedo con suavidad por las coloridas muestras de seda. Luego se dirigió a la
dependienta. El conde observó la animada conversación entre ambas mujeres, pero
no pudo oír lo que estaban diciendo.
Letty salió de la tienda y entró en la carnicería, de la que salió al poco rato
comiendo un trozo de jamón. Después pasó por la sombrerería. No parecía estar
comprando mucho, más bien se entretenía echando un vistazo a los artículos, pero
claro, si su historia era cierta, no disponía de mucho dinero para gastar.
Tampoco parecía tener ninguna cita, ningún encuentro ilícito con un hombre; en
realidad no estaba haciendo nada que pudiera levantar sus sospechas.
Se dijo a sí mismo que debía regresar a casa y dejar sola a la mujer, pero algo se
lo impedía. Así que siguió a Letty durante las casi dos horas que ésta anduvo
recorriendo el pueblo, luego fue en busca de Rajá y la siguió al castillo.
La observó caminar por el sendero a través de los verdes pastos, con las caderas
balanceándose como si siguieran el ritmo de una canción silenciosa. Su ingle se tensó.
No podía creer que ese inocente e inconsciente movimiento le pudiera enardecer de
esa manera. Dio un tirón a las riendas del garañón ansioso por alcanzarla.
Ella debió de oír algún ruido a sus espaldas ya que se volvió con rapidez hacia
el sonido y el pie se le quedó trabado en un obstáculo oculto entre la hierba. Corrie
lanzó un chillido impropio de una dama y cayó hacia atrás sobre un enorme canto
rodado. Las faldas ondearon en el aire y sus blancas enaguas de encaje se le subieron
de golpe hasta la barbilla.
Gray se sorprendió a sí mismo al sonreír ampliamente. No podía recordar la
última vez que lo había hecho. Aminoró el paso y, dirigiendo a Rajá a un lado del
camino, se bajó de la silla de montar.
—Venga…, déjeme ayudarla.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Ella apartó de un manotazo la mano que le ofrecía, se bajó las faldas y


apoyándose en los brazos y las rodillas se puso a cuatro patas.
—No necesito su ayuda. Usted es el motivo de que me encuentre en esta
humillante posición.
—¿Cómo puedo ser yo el responsable de que haya tropezado? —La cogió por la
muñeca y la ayudó con torpeza a ponerse en pie.
Ella no se molestó en contestar, sólo le dirigió una mirada que decía todo lo que
pensaba. Se le habían soltado las cintas del sombrero y éste se había caído sobre la
hierba. El glorioso pelo cobrizo se había soltado por un lado y le caía en un amasijo
de rizos sobre el hombro. Gray se resistió al deseo de enterrar los dedos en la espesa
melena y atraer su boca hacia la de él para darle un beso.
Era una locura. Apenas conocía a esa mujer, y estaba claro que no confiaba en
ella. Quizá Samir tenía razón sobre que se había negado la satisfacción sexual
durante demasiado tiempo. Tomó nota mental de visitar a Bethany Chambers, la
esposa del viejo conde de Devane, cuya residencia campestre, Parkside, estaba algo
más allá del siguiente pueblo. Gray había oído que la condesa ya había regresado
para pasar el verano. Aunque no la veía desde hacía varios meses, era una mujer de
fuertes apetitos, y sabía que le daría la bienvenida a su cama.
Letty comenzó a sacudirse el vestido, atrayendo la atención del conde hacia el
busto que presionaba contra el corpiño. Se preguntó si sus pechos serían tan llenos y
tentadores como parecían, y cómo sería sentirlos entre sus manos. Letty no dijo nada,
sencillamente se dio la vuelta para emprender el camino de regreso, luego se
tambaleó al fallarle el tobillo y Gray la atrapó antes de que cayera.
Ella lo miró con esos sorprendentes ojos verdes.
—Creo que me he torcido el tobillo.
—Siéntese en la roca y déjeme echar un vistazo. —Letty se sentó con cuidado y
Gray se arrodilló delante de ella. Le cogió el pie, le quitó la bota de piel de tacón bajo
y comenzó a examinarle el tobillo con suavidad.
—¿Qué hace?
—Estuve en el ejército. Quiero estar seguro de que no es nada grave. —Tenía
agujeros en las medias, observó él, aunque habían sido cuidadosamente remendados.
Por lo menos esa parte de su historia tenía visos de ser verdad. Ciertamente
necesitaba dinero.
—Sólo se me ha torcido —dijo ella, intentando liberar el tobillo de su presa—.
Le aseguro que está bien.
Gray no se lo permitió.
—Deténgase, por favor. Sólo hace que me sea más duro. —No era lo único que
se estaba poniendo duro. Mientras recorría los finos huesos de los pies de Letty con
la mano, se le tensó la ingle. Gray apretó la mandíbula para contener el inoportuno
deseo y continuó tanteando cada huesecito, intentando encontrar cualquier posible
lesión, intentando no pensar cómo sería deslizar la mano hacia arriba sobre la suave
media de seda que cubría esa pantorrilla tan bien proporcionada hasta dentro de los

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

calzones para luego tocar… tensó la mandíbula ante el ramalazo de lujuria y el


doloroso pálpito de su erección. Maldijo en silencio. Necesitaba una mujer, y la
necesitaba ya. Aunque fuera ésta la única que le hacía arder la sangre, no podía
tenerla. Aún no.
El conde sintió que ella se estremecía y se dio cuenta de que aún acunaba el
pequeño pie entre las manos.
Gray se aclaró la garganta.
—No creo que haya huesos rotos.
—Ya se lo dije, estoy bien.
Él le volvió a poner la bota y le ató los cordones, luego, con suavidad, la ayudó a
levantarse de la roca. Ella dio un paso y casi se cayó de nuevo.
—Oh, Señor.
—No puede cargar el peso sobre ese tobillo. Tendrá que regresar a la casa
conmigo.
No le dio tiempo a discutir, simplemente la levantó en brazos y la dejó sobre la
silla de montar con una pierna a cada lado del caballo y las faldas subidas hasta las
rodillas. Rajá se movió a un lado cuando Gray se subió tras ella, pero Letty no parecía
asustada. Al menos, no del caballo.
—Qué animal tan bello —dijo ella, intentando mantener el equilibrio sin tocar al
conde.
Gray casi sonrió. Sus esfuerzos eran inútiles, y como no le que daba más
remedio que dejarla segura en la casa, le pareció que bien podía pasar un buen rato.
Le rodeó la cintura con un brazo y azuzó al garañón para iniciar la marcha. Letty
intentó liberarse y casi los hizo caer a los dos del caballo.
—Le aconsejo que se quede quieta, señora Moss, si no quiere que ambos
acabemos en el suelo.
Ella le miró por encima del hombro.
—¿Qué estaba haciendo aquí? Pensé que había regresado al castillo.
—Por fortuna para usted, aún no estaba preparado para regresar.
Corrie giró la cabeza para mirarle.
—¿Me ha seguido?
—¿Por qué iba a hacer eso?
Letty no respondió, pero no bajó la guardia. Cabalgaron en silencio a lo largo
del camino hasta que el caballo apretó el paso y Letty comenzó a deslizarse de la silla
de montar. Se agarró a las gruesas crines del garañón para mantenerse en su lugar,
pero no le sirvió de nada, su trasero acabó contra los muslos del conde. Incluso a
través de la tela de las faldas y las enaguas, él pudo sentir la calidez y la redondez de
su carne, y se puso duro al pensar en las suaves curvas femeninas que había debajo
del vestido.
—Espero que no esté demasiado incómodo —dijo ella.
«¿Incómodo?» Por Dios, le dolía con cada latido del corazón.
—Me temo que eso es quedarse corto.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Ella se movió, retorciéndose para intentar poner algo de distancia entre ellos, lo
que lo puso todavía más duro. Gray reprimió un gemido.
—Estése quieta, maldita sea: Sencillamente quédese donde está.
Letty irguió la cabeza.
—No tiene por qué renegar. Como recordará, en primer lugar esto ha sido culpa
suya.
Era cierto que lo había acusado de ello, recordó él con una pizca de diversión.
—Lo siento, lo había olvidado.
No volvieron a hablar hasta que el castillo apareció ante su vista. Gray se dirigió
directamente hacia la parte delantera, donde les esperaba un mozo de cuadra para
tomar las riendas. Gray se bajó de la silla de montar, luego levantó los brazos para
coger a Letty, descubriendo que tenía la cintura tan pequeña que sus manos la
abarcaban por completo.
—Gracias —dijo ella con suavidad. Él notó que ella respiraba un poco más
rápido, y se dio cuenta de que tenía razón sobre ella. Su experiencia con los hombres
era bastante limitada. Cyrus era un hombre mayor. Quizás el deseo por las mujeres
disminuía con los años.
Como Samir había sugerido, quizá las necesidades de Letty acabarían por
aflorar, y si eso ocurría, Gray tendría mucho gusto en complacerla. O al menos lo
haría, se aseguró a sí mismo, cuando es tuviera seguro de que ella no suponía una
amenaza ni para él ni para su familia.
Bajó la vista a la coronilla de Letty, a los fogosos rizos que caían sobre esos
pequeños hombros y cerró tos puños para contener las ganas de tocarlos. Puede que
ella no fuera una mujer de gran intelecto, pero le hacía arder la sangre, y si la tuviera
en la cama, no perdería el tiempo hablando.
Ella lo observó cuando la levantó contra su pecho para subir la escalinata, y otra
oleada de lujuria le golpeó.
Dios Santo. Samir tenía razón. Había pasado demasiado tiempo sin una mujer.
Le enviaría una nota a Bethany Chambers. Gray rezó para que la respuesta llegara
rápido.

Envuelta en una bata de raso, Coralee se sentó en medio de la cama de


columnas con las piernas recogidas bajo ella. Había mimado al tobillo durante unos
días y no había tardado en recuperarse. Quizá debería darle las gracias a Gray
Forsythe, pero en ese momento no quería pensar en él.
Así que centró su atención en los paquetes de cartas atados con una cinta de
raso rosa que olían al perfume favorito de Laurel, extendidos sobre la descolorida
colcha. Corrie había traído las cartas desde Londres; eran lo único que le quedaba de
la hermana que tanto había amado.
Le palpitó el corazón cuando extendió la mano para coger una carta; todas
estaban ordenadas por la fecha de llegada. Localizó los dos paquetes que contenían

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las cartas recibidas tos últimos dieciocho meses, y desató el primero. El año anterior,
su hermana había estado viviendo en Selkirk. En agosto había partido hacia East
Dereham en Norfolk para alojarse con la hermana mayor de Agnes, Gladys. Desde
allí sólo le había enviado una carta cada mes.
Ahora, Corrie sabía que Laurel había estado embarazada y que se habría
sentido cada día más pesada por el bebé. Debía de haberse pasado cada minuto del
día pensando en su hijo, pero aun así, no se había atrevido a contarle nada a Corrie
sobre el niño que traería al mundo.
A Corrie se le llenaron los ojos de lágrimas cuando releyó una de las cartas
fechada el día 20 de marzo cuando Laurel ya se disponía a dejar Selkirk Hall.

Me siento inquieta e insegura. Tenía muchos sueños para el futuro que ahora
parecen desaparecer ensombrecidos por el dolor y la desesperación. Pero ya sé lo
que es el amor. No puedo explicar lo que se siente. El amor hace que todo merezca la
pena.

Corrie recordaba haber recibido la carta. Le había contestado preguntándole a


su hermana sobre el hombre del que se había enamorado, y por qué no podían
casarse si se querían tanto. También le había preguntado por el nombre de su amado.
La siguiente carta de Laurel no había llegado hasta un mes más tarde, después
de haberse instalado en East Dereham. Había ignorado todas las preguntas de Corrie
y en lugar de contestarle había escrito de la vida en la granja de su tía.
Corrie había supuesto que su hermana se había olvidado de todo el asunto y
que no había estado realmente enamorada. En ese momento, la vida de Coralee era
un torbellino y no se había preocupado cuando el tema no volvió a surgir. Las
siguientes cartas de Laurel, a pesar de que siguieron escaseando, fueron cada vez
más alegres. El 18 de septiembre había escrito:

Aunque ya llegó el otoño, hoy hace sol; los brillantes y cálidos rayos se filtran
entre las ramas de los árboles que hay frente a mi ventana. Las hojas, ya anaranjadas
y amarillentas, comienzan a caer y puedo oír el canto de los pájaros y el chirriar de
los grillos en la hierba seca. Últimamente, el mundo me parece más brillante por
alguna razón, y me despierto maravillada por todo lo que Dios ha creado.

Volviendo la vista atrás, Corrie encontraba una clara diferencia entre las
primeras cartas y esas que había recibido más tarde; algo había cambiado en la vida
de Laurel. Corrie sabía ahora que su hermana estaba esperando un hijo, y estaba
claro por las cartas cuánto anhelaba ser madre, y con qué esperanza miraba hacia el
futuro.
Se le formó un nudo en la garganta al pensar en lo corto que ese futuro había
resultado ser.
Terminó de releer las cartas, pero no encontró ninguna pista sobre el hombre al

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que Laurel había amado.


¿Había sido Gray Forsythe ese hombre? Cuando estaba cerca de él, a Corrie le
costaba trabajo pensar. Era como si él poseyera algún tipo de poder mágico, alguna
misteriosa cualidad que ella encontraba casi imposible de resistir. ¿Habría sentido
Laurel lo mismo?
Corrie pensó en aquella tarde, dos días atrás, cuando había ido al pueblo.
Mientras fingía ir de compras, había comenzado una sutil investigación sobre la
muerte de Laurel. Como por casualidad había mencionado a la joven de Selkirk que
se había ahogado en el río hacía unos meses y, como suele suceder, la gente había
estado deseosa de cotillear.
—Se mató —había dicho la mujer de la carnicería—. Se dice que perdió la
inocencia con algún hombre y que no pudo soportar la vergüenza que causó a su
familia. —La flaca mujer meneó la cabeza—. No está bien que una jovencita tenga tan
trágico final.
En la sombrerería, la historia había sido similar (aunque le quedó muy claro que
los esfuerzos de su padre por ocultar el secreto del hijo ilegítimo de Laurel no habían
servido de nada).
—Ha debido de ser un golpe terrible para el vizconde… descubrir que su hija
no era tan pura como parecía. —Mientras la corpulenta mujer continuaba trabajando
con el sombrero que estaba confeccionando, se inclinó sobre el mostrador y susurró
—: He oído que tuvo un bebé… y que se ahogó con él.
Corrie sintió una oleada de tristeza seguida de un arrebato de ira por que los
habitantes del pueblo creyeran esas cosas de alguien tan dulce como Laurel.
Recordando la razón de por qué estaba allí, agrandó los ojos, fingiendo sorpresa e
incredulidad.
—Qué cosas tan terribles ocurren. ¿Alguien sabe quién era el padre de la
criatura?
La gruesa mujer prendió una pluma en la cinta de terciopelo del ala del
sombrero.
—He oído por ahí que podría ser del hijo del vicario, pero la mayoría de la
gente no lo cree. Muchos piensan que fue uno de esos caballeros tan sofisticados del
castillo.
A Corrie se le puso un nudo en el estómago.
—¿De quién?
La sombrerera se encogió de hombros.
—Nadie lo sabe con certeza. Hay uno moreno que fascinaría a cualquier mujer.
De eso no cabe duda. —Sin duda alguna, pensó Corrie—. Luego está el casado, pero
su esposa lo tiene muy a raya. —La mujer alisó la pluma y comprobó la posición en la
cinta del sombrero—. Del otro joven, lord Jason, dicen que ha mancillado la virtud de
la mitad de las lecheras del condado. Como ya he dicho, nadie lo sabe con seguridad,
y lo más probable es que no lleguemos a descubrirlo nunca.
Pero Corrie tenía intención de hacerlo. Después de dar las gracias a la mujer por

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la grata charla, se había dirigido a la salida del pueblo convencida de que sus
sospechas no eran infundadas.
Los cotilleos locales colocaban a uno de los hombres del castillo como el
probable padre del niño de Laurel. Corrie haría alguna comprobación sobre el hijo
del vicario, y sobre Thomas Morton, uno de los cuatro hijos de Squire Morton, ya que
Agnes los había mencionado. Pero era Gray Forsythe, cuya esposa se había ahogado
en el mismo río que Laurel, quien encabezaba la lista de sospechosos.
Y ahora, mientras estaba allí sentada, en medio de la cama, con las cartas de su
hermana dispersas a su alrededor, Corrie recordó la sensación del duro cuerpo del
conde, la calidez y la fuerza de sus brazos cuando la había llevado de vuelta al
castillo con él. No le resultaba difícil imaginar que él hubiera podido seducir a su
tímida e inocente hermana.
Corrie miró el reloj de la repisa de la chimenea. Había comenzado a encajar las
primeras piezas del puzzle. En cuanto tuviera oportunidad, echaría un vistazo a la
casa y vería qué más podía averiguar.

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Capítulo 7

Ante la insistencia de Charles, Rebecca acompañó a Corrie a recorrer la casa.


Estaba claro que era lo último que la mujer deseaba hacer. Aun así, se mostró
educada y distante, y Corrie la imitó. Cualquier oportunidad era buena para recabar
información.
—El castillo se construyó en 1233 —dijo Rebecca cuando estaban en la gran sala
que había sido el salón principal de la edificación original. Una enorme chimenea
dominaba una de las paredes, y las pesadas vigas de madera soportaban el suelo del
piso superior. El estilo medieval del castillo había sido conservado a través de los
años, y ahora el espacio servía como comedor de gala—. Por supuesto, el edificio ha
sido remodelado varias veces. La madre de Gray se encargó de modernizarlo. Yo
misma también he hecho algunos cambios. —Había orgullo en la voz de Rebecca
cuando hablaba del castillo, que por otro lado era magnífico, un enorme palacio
medieval con todos los lujos modernos y amueblado de manera elegante.
—¿Desde cuándo vive aquí la familia Forsythe? —preguntó Corrie.
—El castillo pertenece a la familia desde hace más de doscientos años.
—¿Así que el conde pasó aquí la niñez?
—Sí.
—¿Cómo era la familia? Quiero decir, ¿Gray y Charles tuvieron más hermanos?
¿Fueron felices aquí?
Por un momento, Rebecca pareció dudar sobre cuánto debería contarle.
—Eran tres hermanos. No tuvieron hermanas. James era el mayor, el ojito
derecho de su padre. Charles era el pequeño y por tanto fueron más indulgentes con
él.
—¿Y Gray?
Rebecca meneó la cabeza, haciendo balancear los bucles dorados sobre los
hombros. Estaba ataviada con un vestido de seda rosa y blanco. Con ese cutis
cremoso y los ojos azul claro, parecía una bella creación, la perfecta rosa inglesa. Pero
Corrie había detectado un corazón de hierro en su interior.
—Gray era diferente —dijo ella—. Era moreno cuando toda la familia era rubia.
Era muy franco y a menudo testarudo. Él y su padre… no se llevaban demasiado
bien.
—¿Es por eso que se unió al ejército?
Rebecca se encogió de hombros.
—Era el segundón. Es lo que suelen hacer.
—Oí que estuvo en la India.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Rebecca asintió con la cabeza. Salieron al gran vestíbulo y recorrieron uno de los
numerosos corredores.
—Estuvo allí tres años antes de que James enfermara. Creo que a Gray no le
apetecía regresar. Siempre fue un poco nómada. En cuanto se convirtió en conde, se
vio forzado a sentar cabeza y asumir sus responsabilidades.
Corrie la siguió por el pasillo, pasando ante varías salitas bellamente
amuebladas.
—¿Es ésa la razón por la que se casó?
—Supongo. Su deber era engendrar un heredero, y Gray no es de los que
eluden sus responsabilidades. Jillian era muy hermosa, tenía dinero y una buena
posición social.
El interés de Corrie iba en aumento.
—¿Estaba enamorada de él?
—Creo que estaba más enamorada de la idea de ser condesa. Jillian era algo
infantil para algunas cosas.
Corrie había ido allí buscando respuestas. Siguió insistiendo.
—Poco antes de que Cyrus saliera del país, recibió una carta de uno de sus
amigos. —No era cierto, pero era una manera de sacar a colación el tema sobre el que
más cosas necesitaba averiguar—. Mencionaba la muerte de la condesa.
—Sí. En un accidente de barco. Su muerte fue algo muy duro para Gray.
—La debe de haber amado muchísimo.
Rebecca se giró hacia ella.
—No sé si Gray es capaz de amar. No voy a negar que se preocupaba mucho
por ella. Se culpó de no haber estado aquí cuando aquello ocurrió, por no haber
podido salvarla.
Así que el conde no había estado allí cuando su esposa murió. Más información
que archivar. Ya tendría tiempo de meditarla más tarde.
Avanzaron por el pasillo de la larga galería donde estaban colgados los retratos
de los antepasados del conde, que ocupaban las paredes de suelo a techo. La mayoría
eran rubios o con el pelo castaño claro, y no se parecían en nada a Gray, que tenía el
pelo negro como la medianoche, y los rasgos oscuros, más definidos y masculinos.
—La madre de Gray ha debido de ser muy morena.
Rebecca arqueó una ceja con delicadeza.
—Clarissa Forsythe era exactamente igual que Charles. Ella juraba que Gray
había heredado el color de piel de las mujeres de la familia por la rama materna.
«Jurar.» Interesante elección de palabras. Corrie estudió la pared sin encontrar
ni un solo retrato que se pareciera a Gray ni en lo más remoto. Quizás había alguna
duda sobre el linaje del conde. Quizás era ésa la razón de que su padre y él no se
llevaran bien.
Corrie tomó nota mental para añadir esa información al resto de los datos que
había recabado.
Rebecca le echó un vistazo al reloj.

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—Espero que haya disfrutado de este pequeño recorrido por la casa. Quizás en
otra ocasión pueda enseñarle un poco más. Ahora tendrá que disculparme. Hay
varios asuntos urgentes que requieren mi atención.
—Por supuesto. —Corrie ocultó la sensación de alivio. Aunque Rebecca había
sido muy educada, estaba claro que sentía desagrado hacia ella. Quizá sospechara
que Letty Moss no era lo que parecía, y si era así, Corrie no la podía culpar. O quizá,
simplemente, no quería que otra mujer viviera bajo su techo.
Fuera como fuese, no estaban destinadas a convertirse en grandes amigas, y
teniendo en cuenta la razón de por qué Corrie estaba allí, quizá fuera mejor de ese
modo.
Girando a la izquierda, vagó por el laberinto de pasillos, memorizando dónde
estaban las habitaciones y deslizándose sin prisas de un pasillo a otro, esperando
poder encontrar el camino de vuelta sin ninguna dificultad. Al pasar por la
biblioteca, se detuvo, luego entró en la estancia con estanterías que iban de suelo a
techo y que estaban atestadas de libros.
La biblioteca era impresionante, cada librería de roble contenía volúmenes de
piel de diferentes formas y tamaños. Estaba situada en una de las zonas más antiguas
del castillo, y tenía las paredes de piedra y los suelos de anchas tablas de roble que
estaban desgasta das en algunos lugares por el paso del tiempo. Aun así, la madera
había sido pulida hasta adquirir un brillo lustroso, y las lámparas de latón de las
mesas relucían. Cada una de las largas hileras de estantes había sido cuidadosamente
limpiada, como si los libros que contenían fueran de vital importancia para el dueño
de la casa.
Corrie apreciaba el valor de los libros. Su casa de Londres estaba repleta de
ellos. Incluso en su dormitorio tenía una librería con los libros que más le gustaban.
Era escritora. Y no sólo eso, además era una lectora voraz.
Recorrió la biblioteca, disfrutando de la agradable sensación que transmitía la
estancia y sus familiares volúmenes, el olor ligeramente rancio a papel y tinta. A
Laurel también le habían gustado los libros.
Corrie se preguntó si quizá sería ése el interés que su hermana había
compartido con lord Tremaine. Si era así, la biblioteca podría proporcionarle alguna
pista que indicara una relación entre ellos. Por razones que se negaba a examinar,
pensar eso provocó que un regusto amargo le inundara la boca.
De nuevo tuvo la persistente sensación de que Laurel jamás se habría sentido
atraída por un hombre tan temible como el conde.
Laurel había sido demasiado dulce, demasiado amable, mientras que el conde
era todo lo contrario: fuerte e intenso.
Corrie caviló sobre la infancia de Gray. Su madre había muerto cuando él tenía,
por lo que ella sabía, unos diez años, dejándolo con un padre que… ¿lo creía hijo de
otro hombre? ¿Habría sido Gray mal tratado por su padre? ¿Se habría incorporado al
ejército para librarse de un padre poco cariñoso? ¿Y qué había pasado con su esposa?
Rebecca había dicho que Gray era incapaz de amar, pero Jillian no había tenido

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reparos en casarse con él. ¿Era el conde de alguna manera responsable de su muerte?
¿Era por eso que se sentía culpable?
Corrie vagó por las interminables hileras de estantes, cogiendo un libro aquí y
otro allá, reconociendo la mayoría de ellos. Una sección estaba repleta de textos
romanos clásicos, incluyendo La Eneida de Virgilio y un volumen de poesía de
Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, editados en el latín original. Ambos eran libros
que siempre le habían gustado. Siempre le había gustado la escuela, le había gustado
aprender. Su padre había ignorado las costumbres imperantes y le había
proporcionado los mejores tutores que el dinero podía comprar.
Examinó con detenimiento la siguiente sección, sacó un libro del montón y lo
abrió: La Odisea, de Homero. Había leído ese libro años atrás, una aventura épica que
había impulsado su deseo de escribir. Lo mismo que antaño, las palabras allí
impresas la sedujeron y se encontró releyendo su pasaje favorito. Estaba tan
profundamente inmersa en la historia, que no oyó las fuertes pisadas del conde
amortiguadas por la gruesa alfombra persa.
—¿Ha encontrado algo interesante? —Extendió el brazo y le arrancó el libro de
las manos. Girándolo, leyó las letras doradas impresas en la cubierta de piel—. ¿La
Odisea? —frunció el ceño—. ¿Sabe leer griego?
«Santo cielo.»
—Yo… yo… estaba sólo mirando las letras. Se ven tan distintas de los caracteres
ingleses.
Él le dio la espalda y volvió a colocar el libro en su lugar en el estante.
—Si está en la biblioteca, supongo que le gusta leer. ¿Qué tipo de libro prefiere?
Era Letty Moss, se recordó a sí misma, un familiar pobre que vivía en el campo.
—Hummm, lo cierto es que leo de todo. Principalmente me gusta leer gacetas
para damas… ya sabe, El libro para damas de Godey y cosas por el estilo. —Le dirigió
una sonrisa radiante—. Siempre muestran la última moda.
Gray apretó los labios. Asintió con la cabeza como si no estuviera nada
sorprendido. De alguna manera, esa mirada le pareció peor que cualquier cosa que
pudiera haberle dicho.
—Estoy seguro de que Rebecca tendrá algo que le pueda gustar —le dijo—. ¿Por
qué no le pregunta esta noche en la cena?
—Sí… eso haré. Gracias por la sugerencia.
Seguía allí parado, alto, moreno e imponente, esperando que ella se marchara.
—Me… me gusta leer poesía en ocasiones —dijo ella, buscando una excusa que
le permitiera quedarse en la biblioteca—. Quizá podría encontrar algo para
entretenerme hasta la noche. ¿Le importa que me quede un poco más? Esta estancia
es muy agradable.
Él le escrutó la cara.
—No, no me importa. Yo también paso bastante tiempo aquí dentro.
Ella le dirigió una sonrisa edulcorada y esperó a que saliera. Tan pronto como él
desapareció por la puerta, Corrie se puso manos a la obra. No podía perder más

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tiempo. Tenía que saber qué había en los cajones de la mesa de lectura y examinar el
escritorio de la esquina. Tan pronto como tuviera oportunidad, tenía intención de
visitar el estudio de lord Tremaine, pero ésa era una tarea peligrosa y no era algo que
pudiera llevar a cabo en pleno día.
Corrie se acercó corriendo a la mesa de lectura y comenzó a abrir los cajones.
Había un montón de periódicos antiguos, una pluma con la punta rota y algunos
libros antiguos a los que les faltaban páginas. Se preguntó por qué el conde no había
quemado esos libros y luego recordó cuánto le costaba a ella deshacerse de los textos
que tanto amaba. Quizá, como ya había pensado antes, el conde tenía un lado oculto
que ella aún no había descubierto.
Sin embargo, bien podía ser Charles el que había guardado los libros. Parecía
mucho más sensible.
Se acercó al escritorio. El tintero estaba seco y la pluma necesitaba una punta
nueva. Nadie había escrito nada en ese escritorio desde hacía tiempo y no iba a
encontrar nada de relevancia que pudiera relacionar con Laurel.
Corrie regresó a los estantes de libros. Laurel había amado la poesía. ¿Se habría
reunido con su amante en el castillo, quizá se habían sentado juntos en esa biblioteca?
¿O habían mantenido su aventura en las oscuras sombras del bosque o en algún otro
lugar más apropiado para los amantes? Un estante alto lleno de libros, que estaba un
poco más apartado del resto, atrajo su atención. Quedaba fuera de su alcance, así que
cogió una de las escaleras de mano y, tras acercarla, se subió para poder ver los
volúmenes con mayor claridad, pero no reconoció ninguno.
Kama Sutra era el título de una de las obras. Reconoció un libro del escritor
francés Voltaire, Cándido, un libro erótico y de lo más escandaloso que, según había
oído, ninguna persona decente debería leer. Junto a él, un libro llamado El arte erótico
y los frescos de Pompeya despertó su interés. Le gustaba leer sobre lugares lejanos.
Esperaba poder viajar algún día y escribir historias sobre las personas y los sitios que
visitara. El libro se refería a un pueblo antiguo de Italia, pero tal y como sugería el
título no creía que tratara precisamente sobre temas de viajes. Corrie no pudo evitar
coger el volumen para echarle un rápido vistazo.
Abrió el libro y echó una mirada a las páginas llenas de imágenes. Agrandó los
ojos al ver el primer dibujo que surgió ante su vista. Era un mural de las termas
stabianas, según decía el pie del grabado, donde aparecía una mujer desnuda con
grandes pechos, apoyada sobre manos y piernas. Un hombre desnudo estaba
arrodillado detrás de ella y la mujer echaba la cabeza hacia atrás en lo que parecía ser
una mueca de dolor.
Corrie no podía imaginar qué era lo que estaban haciendo exactamente, pero su
corazón comenzó a palpitar de una manera extraña y sintió que una gota de sudor le
resbalaba entre los pechos. Con rapidez, pasó la página para ver otro mural. En ése,
Mercurio caminaba desnudo con un enorme apéndice despuntando en la entre
pierna. Corrie se lo quedó mirando fijamente.
—Veo que, después de todo, ha encontrado algo. —El conde estaba al pie de la

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escalera de mano. Corrie soltó un grito al ver a la alta figura que la observaba, perdió
el equilibrio y se cayó de la escalerilla. Aterrizó en los brazos del conde y el libro
erótico voló por los aires para caer abierto con un ruido sordo sobre su regazo.
El conde miró la imagen de Mercurio, y Corrie se puso colorada como un
tomate.
—Interesante elección —dijo él, y ella pudo notar el tono divertido de su voz.
—¡Bájeme de inmediato! —Intentó liberarse con todas sus fuerzas para
conseguir recobrar al menos una pizca de dignidad. Pudo sentir la fuerza de los
brazos que la rodeaban, el duro y musculoso pecho de Tremaine, y se le encogió el
estómago. El conde la dejó ponerse de pie, y atrapó el libro antes de que cayera al
suelo. Lo mantuvo abierto y paseó la mirada sobre el grabado.
—Apruebo su elección, señora Moss. Creo que encontrará esto mucho más
interesante que la poesía, aunque también disfruto con un buen poema. Admito, sin
embargo, que no la creía tan atrevida.
Corrie cerró los ojos, sentía que le ardía todo el cuerpo, hasta las puntas de los
pechos.
—Yo… sólo lo cogí. No podía imaginar qué iba a encontrar. —Tensó la espalda
—. Debería avergonzarse, milord, de tener un libro de esta naturaleza en su
biblioteca, donde cualquier persona confiada podría tropezarse accidentalmente con
él.
El conde arqueó una de sus cejas negras.
—Al parecer, esta persona confiada tuvo que subirse a una escalerilla para
cogerlo. No es precisamente un tropiezo accidental, señora Moss. —Curvó la
comisura de la boca—. Aunque si quiere mirar el resto de las imágenes, no se lo diré
a nadie.
—¡Cómo se atreve! —A pesar de la insultante sugerencia, lo cierto era que a ella
le interesaba seguir mirando el libro. ¿Qué estaría haciendo la pareja desnuda?, se
preguntó. ¿Y qué más podría aprender?
—Mis disculpas —dijo Tremaine con un deje de burla—. Sólo pensé que podría
encontrarlo educativo… ya que es una mujer casada y está familiarizada con las
intimidades que comparte una pareja.
La cara de Corrie enrojeció todavía más. Recordó el libro que Krista y ella
habían encontrado en el sótano del dormitorio de la Academia Briarhill. Describía los
fundamentos básicos de hacer el amor, pero poco más. En aquel momento, ambas se
habían quedado horrorizadas al pensar que un hombre y una mujer se unían de esa
manera. Pero Krista le había dicho que hacer el amor era algo maravilloso, y
considerando la reacción de Corrie ante Gray Forsythe, la manera en que se
ruborizaba y se mareaba cada vez que él se le acercaba, se preguntó si realmente
podía ser así. Fuera cual fuese la verdad, eran aterradoras esas sensaciones que él
provocaba en ella.
Y peligrosas.
—Creo que ha llegado el momento de poner fin a esta conversación —dijo ella

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—. Es, en el mejor de los casos, muy poco apropiado hablar de estas cosas. Si me
disculpa, milord…
Tremaine hizo una reverencia formal.
—Por supuesto. Que pase una buena tarde, señora. —La diversión había vuelto
a su voz, pero había algo más.
A Corrie no le pasó desapercibida la cálida mirada del conde y, por un
momento, fue incapaz de apartar la vista. El corazón le tamborileaba como la lluvia
sobre el tejado, y sintió la boca seca.
Intentó imaginar a su hermana con Gray, pero no fue capaz. Laurel habría
necesitado a un amante dulce, alguien que compren diera su timidez, sus tiernos
sentimientos. Corrie no podía imaginarse a Gray Forsythe ejerciendo un papel
comprensivo. Como amante, él sería exigente, no tierno. No estaba segura de cómo lo
sabía, pero lo sabía.
Dándose media vuelta, mantuvo la mirada al frente y salió de la biblioteca.
Aunque ya no podía ver al conde, podía sentir sus ojos sobre ella, tan ardientes como
una llama. Las malas lenguas lo llamaban «el seductor», un maestro de las artes
eróticas. Estaba claro por los libros que había visto que él era un estudioso del arte
erótico.
Ese hombre debía de conocer una docena de maneras de tocar, y cientos de
formas de incrementar las descabelladas sensaciones que recorrían su cuerpo cada
vez que él se acercaba. Había sucumbido al aura de masculinidad que lo rodeaba.
Cada vez que Corrie estaba con él, esas absurdas sensaciones aumentaban.
Pero su esposa estaba muerta, y también Laurel.
El pensamiento arrojó un cubo de agua fría al fuego que corría por las venas de
Corrie.

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Capítulo 8

Krista se sentó al lado de Leif en la salita de la casa que habían comprado en


Berkeley Square. Su hijo de cinco meses, Brandon Thomas Draugr, vizconde de
Balfour y heredero del conde de Hampton, estaba con su niñera durmiendo la siesta
en la habitación de los niños.
—Espero que estemos haciendo lo correcto.
—No has dejado de preocuparte por Coralee desde que se marchó. Te sentirás
mejor si haces algo al respecto.
—Ya debería haber hecho algo —dijo Krista—. En primer lugar no debería
haber permitido que se fuera.
Leif se rio. Con la luz que entraba a raudales en la salita, su pelo dorado
destellaba y sus ojos parecían tan azules como el mar.
—Tu amiga se parece bastante a ti, cariño. Una vez que se decide a hacer algo,
no hay quien la haga cambiar de idea.
Krista suspiró. Leif tenía razón. Coralee era tan terca como la propia Krista.
Quizás ésa fuera una de las razones de que se hubieran convertido en tan buenas
amigas.
—Al parecer, Allison ha podido mantenerse en contacto con Agnes Hatfield, la
tía de Laurel —dijo Krista—. Sabemos que, al menos de momento, Coralee está a
salvo, pero está corriendo un riesgo terrible.
Leif no se lo negó.
—Quizás el señor Petersen pueda ayudarla como hizo con nosotros. —Leif
había insistido en contratar al investigador. En esos momentos Krista se alegraba de
que lo hubiera hecho.
Un ruido en la puerta atrajo su atención.
—Su invitado, el señor Petersen, ha llegado —anunció el mayordomo, un
hombre de pelo canoso con impecables credenciales que había comenzado a trabajar
para ellos poco después de que se casaran.
—Hazle pasar, Simmons. —Krista y Leif se levantaron para saludar al
investigador que hacía casi un año que no veían. Dolph Petersen había ayudado a
Krista a descubrir la identidad del hombre que había intentado destruir la gaceta. El
villano había sido un hombre cruel y decidido, capaz de cualquier cosa, incluido el
asesinato. Con ayuda de Dolph, habían podido detenerle. Krista esperaba que el
investigador pudiera ayudarlos otra vez.
Petersen apareció justo en ese momento en el umbral de la puerta; alto y
elegante, tenía una cara bien parecida a pesar del gesto duro. Leif posó la mano

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posesivamente en la cintura de Krista, y Dolph esbozó una de sus raras sonrisas.


—Parece que los recién casados están todavía enamorados. Me alegro de verles
a ambos. Felicidades por el bebé. Oí decir que fue un varón.
—Gracias. —El enorme pecho de Leif se expandió con orgullo. Era un padre
maravilloso, un marido atento y un amante apasionado. Krista sabía lo afortunada
que era.
Lo que le hizo pensar en Corrie y el problema al que se estaba enfrentando, y
por qué Leif había insistido en hablar con el investigador.
—¿Por qué no nos sentamos? —sugirió Krista, guiando a los dos hombres a los
sofás de la salita—. ¿Le gustaría tomar algo, señor Petersen? ¿Un té? ¿Quizás algo
más fuerte?
—Llámeme simplemente Dolph. Creo que a estas alturas ya nos conocemos
bastante bien. No quiero nada, gracias.
Krista y Leif se sentaron en el sofá y el investigador acomodó su delgado cuerpo
en una silla.
—¿Que puedo hacer por ustedes esta vez?
Krista le lanzó una mirada a Leif, que asintió con la cabeza para que comenzara
ella.
—¿Recuerda a la señorita Whitmore? —preguntó—. ¿Mi amiga Coralee?
—Por supuesto.
—Bueno, se ha visto envuelta en una intriga muy peligrosa y esperamos que
pueda ayudarla.
Petersen se inclinó hacia delante en la silla.
—Continúe.
Confiando en la discreción del hombre, Krista y Leif le explicaron durante la
siguiente media hora las circunstancias de la muerte de Laurel Whitmore y de su hijo
ilegítimo. Le dijeron que las autoridades habían concluido que se trataba de un
suicidio, pero que Corrie se negaba rotundamente a creer que su hermana pudiera
hacer nada que dañara a su bebé.
—Cree que su hermana fue asesinada —dijo Leif—. Está convencida de que el
conde de Tremaine es el hombre que la mató.
—¿Grayson Forsythe? —preguntó Petersen con sorpresa.
Leif se enderezó en el sofá, haciendo destacar su increíble estatura.
—¿Conoce a ese hombre?
—Sí. Dejando aparte la escandalosa reputación de Forsythe con las mujeres,
Gray es un hombre honrado. Sirvió al ejército en la India y fue condecorado varias
veces antes de regresar. ¿Por qué la señorita Whitmore cree que el conde ha
asesinado a su hermana?
—Para empezar, la hacienda del conde, el Castillo de Tremaine, está al lado de
Selkirk Hall. Y tanto Laurel como la esposa del conde se ahogaron en el río Avon.
Krista procedió a explicarle que la muerte de Jillian Forsythe había hecho que
Gray heredara una considerable suma de dinero y la posibilidad de reanudar sus

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numerosos romances. Le dijo que Corrie conocía la reputación del conde con las
mujeres y que bien podía haber seducido a su hermana, y matarla después de dejarla
embarazada para evitar el escándalo.
—Interesante. No se sabe mucho sobre las circunstancias que rodearon la
muerte de la esposa de Tremaine. La familia mantuvo el asunto en secreto.
—Bueno, Coralee ha logrado infiltrarse en el Castillo de Tremaine haciéndose
pasar por la mujer de un primo lejano desaparecido hace años, y ésa es la razón de
que Leif y yo estemos tan preocupados por ella.
—Si el conde fuera culpable de asesinato —añadió Leif—, Coralee podría estar
en grave peligro.
Petersen gruñó.
—Debo decir que la señorita Whitmore tiene muchas agallas. Haré algunas
investigaciones, y veré lo que puedo descubrir. También intentaré averiguar si
Tremaine mantuvo algún tipo de relación con Laurel Whitmore.
—Si no lo hizo —dijo Leif—, averigüe quién lo hizo.
Petersen asintió con la cabeza.
—Lo haré lo mejor pueda. —Se puso en pie, y también lo hicieron Krista y Leif
—. Les informaré tan pronto como descubra algo.
Krista le dirigió una sonrisa de alivio.
—Gracias, señor… Dolph.
Él sonrió.
—Como ya les he dicho, nos mantendremos en contacto.
Krista y Leif se despidieron del investigador y regresaron a la salita.
—Me alegro mucho de que pensaras en contratarle —dijo ella.
—Petersen es un buen hombre. Descubrirá todo lo que pueda sobre el conde.
Krista sabía que lo haría. Sólo esperaba que lo que descubriera no pusiera en
peligro la vida de Coralee.

Corrie se sentó en su dormitorio después de la cena. La comida había sido muy


incómoda. Desde su llegada, había notado una cierta tensión entre Charles y su
esposa que parecía ir in crescendo cuando estaban juntos demasiado rato. Gray raras
veces aparecía para la cena. Una hora antes, lo había visto salir de los establos en
dirección al pueblo.
Recordando la reputación que tenía con las mujeres y los libros eróticos que
había encontrado en la biblioteca, supuso que habría ido a buscar compañía
femenina, una idea que ella encontraba extrañamente molesta.
Sonó un ligero golpe en la puerta que comunicaba con la habitación de Allison.
Aliviada de que su amiga hubiera regresado a su dormitorio, Corrie se apresuró a
abrirla.
—He estado muy preocupada por ti —dijo—. ¿Dónde diablos te has metido?
—Estuve hablando con Hilde Pritchard, una de las criadas de la cocina. Esa

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

mujer es una cotilla… algo que agradeceré eternamente.


Allison se dejó caer en el escabel que había a los pies de la enorme cama de
columnas, y Corrie se sentó a su lado.
—¿Qué has averiguado?
Allison se apartó de la cara un mechón de pelo oscuro que se había liberado de
la cofia. Estaba todavía vestida con una sencilla falda negra y la blusa blanca que le
habían proporcionado como doncella de Corrie.
—Hilde es muy simpática. Lleva mucho tiempo trabajando aquí, así que conoce
muchas cosas de la familia. Dice que el conde y su padre no se llevaban nada bien. Al
parecer, después de que muriera su madre, el conde trató a Gray muy mal. Era
castigado por la más leve infracción. Una vez lo llegó a golpear tanto que el ama de
llaves tuvo que llamar a un médico.
«Oh, Señor.»
—¿Por qué le trataría su padre tan cruelmente?
—Según Hilde, el conde creía que Gray no era realmente su hijo… sin embargo,
hasta el día que murió, lady Tremaine juró que siempre le había sido fiel.
La simpatía que Corrie sentía hacia el niño que Gray había sido se acrecentó. Un
niño cuyo padre le odiaba, vivir en un hogar sin amor…
Se obligó a pensar en Laurel, en su embarazo y su posterior abandono, en su
muerte sin sentido. Eso aplastó cualquier atisbo de simpatía.
—¿Le has preguntado a Hilde sobre la esposa del conde? —Allison asintió.
—Al parecer, Rebecca había planeado una excursión para ese día con muchos
invitados. Había preparado un picnic y un viaje en barco por el río. En el último
momento, Gray declinó ir con el resto del grupo. A la media hora de viaje, en la
embarcación se abrió una vía de agua y se fue a pique con rapidez. Charles pudo
ayudar a Rebecca a ponerse a salvo, pero el vestido de Jillian se quedó atrapado en
algún lugar bajo la superficie y se hundió con él con tanta rapidez que nadie pudo
salvarla.
Corrie sintió una inmensa tristeza ante la pérdida de una vida tan joven, pero
luego sintió una punzada de alivio.
—Así que es cierto que fue un accidente.
—Aparentemente sí.
Aun así, Tremaine podía haber asesinado a Laurel. Pero Corrie lo dudaba. Cada
vez sospechaba menos del conde ya que, por alguna razón, no podía imaginar que
Laurel se enamorara de un hombre con ese carácter.
—Quizá no fue el conde —dijo Allison finalmente, como si le hubiera leído el
pensamiento.
—Quizá no. Pero había dos hombres más residiendo en el castillo el año pasado.
Según tía Agnes, tanto Charles como Jason Forsythe, el primo del conde, vivían aquí
cuando Laurel murió. Si no fue el conde, pudo haber sido cualquiera de ellos.
—He oído que lord Jason llegará mañana.
Corrie también lo había oído.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Eso parece. Así tendré oportunidad de conocerlo, de ver cómo es en persona.


Mientras tanto aprovecharé que el conde se ha marchado esta tarde. Si tenemos
suerte, estará fuera toda la noche… por lo que tendré la oportunidad de registrar su
habitación.
—¿Su habitación? Pero si acabas de decir…
—En lo que a mujeres se refiere, Tremaine es un granuja sin conciencia. Tengo
que asegurarme de que no fue el hombre que engendró al niño de Laurel.
Allison agrandó los ojos.
—¿Y si regresa mientras estás allí?
—Estaré atenta, pero no creo que lo haga. No parece el tipo de hombre capaz de
estar mucho tiempo sin compañía femenina, ni siquiera aunque tenga que pagarla. —
Lo cual, siendo él tan bien parecido, dudaba mucho. Corrie ignoró una segunda
punzada de molestia.
—Quizá debería ir contigo —sugirió Allison, pero la incertidumbre en sus ojos
color avellana decía que realmente no quería.
—Tengo menos probabilidades de ser descubierta si voy sola.
Era cierto, y el alivio se reflejó en la cara de Allison.
—Su ayuda de cámara estaba en la cocina cuando salí. Es un hombrecito
interesante. Intentaré entretenerle mientras tú registras la habitación del conde.
—Buena idea.
—Te esperaré. No podré dormir hasta saber que estás a salvo.
Corrie sólo asintió con la cabeza, contenta de que su amiga estuviera con ella en
el castillo.
Mirando una última vez por la ventana para asegurarse de que cierto jinete
solitario no regresaba, se alzó las faldas del soso vestido gris que había elegido para
resultar menos visible y se dirigió hacia la puerta.

Gray desmontó a Rajá en los establos y miró al somnoliento palafrenero.


—No lo esperaba tan temprano, milord —dijo Dickey Michaels con su marcado
acento del East End—. Creí que iba a pasar toda la noche fuera.
—Eso creía yo también, Dickey. —Le dio las riendas al joven de pelo castaño—.
Debes almohazar a Rajá antes de meterlo en el establo.
—Sí, señor. Me aseguraré de hacerlo. —El chico guió al garañón, y Gray tomó el
camino que conducía al castillo.
Estaba a medio camino de Parkside para ver a Bethany Chambers cuando
cambió de idea. Necesitaba alivio sexual, pero, en algún momento a lo largo del
camino, se había acordado de la mala disposición de la dama y de sus constantes
exigencias de atención. En una colina, a pocos kilómetros de su destino, había hecho
detener a Rajá. Tuviera necesidades o no, esa dama causaba demasiados problemas.
Además, se percató de que no sentía el menor deseo por la hermosa lady
Devane.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

«Maldiciones del infierno.» Era otra mujer la que había llamado su atención, y
no se conformaría con ninguna que no fuera ella.
Gray no podía comprenderlo. Era un hombre de fuertes apetitos sexuales. Por
qué ésta había despertado su interés era algo que escapaba a su compresión. Había
algo en ella que le intrigaba, quizá fuera el misterio que la rodeaba. Fuera lo que
fuese, la deseaba, y estaba bastante seguro de que ella también lo deseaba a él.
Ambos eran adultos. Con treinta años, no era demasiado viejo para Letty (o
quienquiera que resultara ser). Lo cierto era que no importaba. Ella no le suponía
ninguna amenaza que él no pudiera resolver. Fuera quien fuese, podría encontrarse
con ella en Londres y convertirla en su amante. Letty necesitaba dinero. Le pondría
una casa de campo en las cercanías. La trataría bien, la mantendría económicamente
y, a cambio, ella cubriría sus necesidades. Gray casi sonrió.
Por la mañana, le enviaría una nota de disculpa a Bethany por no haber acudido
a la cita. Mientras tanto, comenzaría la campaña para atraer a la señora Moss a su
cama.
Con esos pensamientos en la mente, Gray se encaminó hacia las escaleras que
conducían a sus habitaciones en el ala oeste del castillo. La casa estaba oscura. Sólo
las lámparas de gas que Rebecca había instalado estaban prendidas, dar luz suficiente
para encontrar el camino. Subió las escaleras, atravesó con paso rápido el pasillo y
abrió la pesada puerta de su habitación.
Las cortinas estaban corridas y había una lámpara de aceite encendida encima
de la mesilla de noche con la mecha baja. Durante un instante, se figuró que Samir
debía de haber intuido su regreso de esa manera extraña que tenía y había encendido
la lámpara para él. Gray frunció el ceño. Ni siquiera Samir podría haber leído sus
pensamientos esa noche, cuando ni él mismo los tenía muy claros.
Entró silenciosamente en la habitación y examinó el interior. Se le erizó el pelo
de la nuca. El sexto sentido que había desarrollado en el ejército palpitaba en su
interior, advirtiéndole de que en esa habitación había otra persona.
En principio, la estancia parecía estar vacía. Luego fijó la mirada en las pesadas
cortinas de terciopelo dorado iluminadas por la lámpara y vio allí un bulto
antinatural. Por debajo asomaban unos pies… unos pies pequeños, femeninos y, por
lo que parecía, calzados en unas suaves zapatillas de cabritilla. Los zapatos eran
demasiado finos para pertenecer a un criado, pero estaban algo desgastados. Con una
repentina certeza, Gray supo que esos pequeños pies pertenecían a Letty Moss.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Intentaría robarle dinero o alguna otra cosa de
valor? Las gastadas prendas de vestir hacían evidente su desesperada necesidad de
dinero. Clavó la vista en la cortina mientras se le ocurría una pícara idea.
Vestido con su ropa de montar a caballo, Gray se sentó en el taburete delante
del tocador y comenzó a tirar con fuerza de las botas.
Una tras otra, cayeron al suelo con un pesado ruido sordo. Se quitó el abrigo, y
luego la camisa, dejando el pecho al descubierto. Levantándose del taburete, se
dirigió hacia la ventana mientras se desabrochaba el botón de los pantalones de

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

montar.
Sonó un jadeo ahogado a través de la cortina cuando los pantalones se le
bajaron un poco sobre las caderas.
—Puede salir, señora Moss…, a menos, claro está, que desee quedarse ahí
mientras termino de desvestirme.
Un leve movimiento hizo ondular la cortina. Con un suspiro de resignación,
Letty apareció de detrás del terciopelo dorado, con el mentón alzado mientras se
enfrentaba a él. Aunque lo miró a la cara, se le agrandaron los ojos ante la visión de
su torso desnudo y el rizado vello negro que lo cubría. Vio el botón desabrochado de
los pantalones y sus mejillas se volvieron de color escarlata.
—¿Puedo preguntarle qué está haciendo en mi habitación? —preguntó él con
calma, aunque sentía cualquier cosa menos calma. Letty se humedeció los labios, y el
calor se le concentró en la ingle.
—Hummm… me he perdido. Salía al jardín, ¿sabe? Subí por la escalera de
servicio y… he debido de girar en la dirección equivocada cuando llegué a la
segunda planta.
—Ah… ha debido de ser eso. Su habitación está en la misma ubicación en el
extremo opuesto de la casa.
—Sí, así es. —Su alivio se transformó en recelo—. ¿Cómo sabe en qué
habitación estoy?
Él le dirigió una sonrisa lobuna.
—Me gusta asegurarme personalmente de que mis invitados estén cómodos. Se
encuentra cómoda aquí, ¿verdad, señora Moss?
Ella entrecerró los ojos.
—No en este momento.
Él acortó la distancia que había entre ellos y se detuvo justo delante de ella. La
cogió por los hombros y la sintió temblar pero a pesar de ello, Letty no retrocedió.
—Quiero saber qué está haciendo en mi habitación, y esta vez quiero la verdad.
—La sacudió suavemente—. ¿Andaba buscando dinero? Sé que tiene poco. Supongo
que podría comprenderlo.
Ella se mantuvo firme.
—No soy una ladrona.
—¿Entonces?
—Yo, sencillamente… —solió un suspiro tembloroso—. Quería saber algo sobre
usted. Me ha permitido quedarme en su casa. Pensé que podría averiguar más de
usted si echaba un vistazo a sus habitaciones.
Le clavó los dedos en los hombros.
—¿Por qué?
Letty lo miró con los ojos más verdes que él había visto nunca.
—Por… varias razones. Y algunas de ellas ni siquiera yo las entiendo. —Las
palabras sonaron con una sinceridad que sorprendió a ambos.
Gray observó la hermosa cara, las cejas rojizas y delicadas, el pequeño hoyuelo

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

de la barbilla. Se fijó en el movimiento de sus pechos al respirar, y una oleada de


lujuria lo golpeó.
Deseaba a Letty Moss. Con ese precioso pelo cobrizo y ese pequeño pero
voluptuoso cuerpo lo atraía como la luz a una polilla. Gray le deslizó un brazo por la
cintura y la atrajo hacia él. Los ojos de Letty se agrandaron por la sorpresa un
instante antes de que el conde estampara su boca contra la de ella. Por un momento,
Corrie se quedó rígida, con sus pequeñas manos presionando contra el tórax de Gray
mientras intentaba apartarlo, pero él se negó a soltarla.
La calidez de ella lo envolvió y su sabor lo inflamó. La atrajo más hacia él,
envolviéndola entre sus brazos y besándola hasta que su boca comenzó a relajarse
bajo la de él. Letty comenzó a devolverle el beso, y un gemido escapó de lo más
profundo de su garganta. Inclinando la boca sobre la de ella, él continuó su tierno
asalto, inspirando su suave olor a rosas mientras se endurecía hasta el punto de sentir
dolor.
Persuadiéndola para que abriera los labios, él le deslizó la lengua en el interior
de la boca para saborearla por completo, y Letty se derritió contra él, apretando sus
voluptuosos pechos contra su tórax. Todo el cuerpo de Gray se tensó y tuvo que
reprimirse para no abrirle el sencillo vestido y tomar esos cremosos senos en la boca.
Las manos de Letty recorrieron el pecho desnudo de Gray y se deslizaron
alrededor de su cuello mientras se ponía de puntillas para aumentar el contacto. Era
una mujer cálida y entregada, exactamente lo que él necesitaba.
Gray la levantó en brazos y se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta de su
dormitorio… y Letty comenzó a gritar.
—¡Cállese! ¿Qué diablos hace? ¿Quiere despertar a toda la casa y atraer la
atención hacia nosotros?
—¡Suélteme de inmediato! —Durante un largo momento sólo la sostuvo entre
sus brazos, con su cuerpo rugiendo de necesidad y el miembro duro como una roca.
Sólo unos segundos antes, Letty había sido cálida y complaciente. Ahora él sentía su
rigidez y sabía que el fuego que había ardido entre ellos había comenzado a
apagarse.
A regañadientes, la soltó.
—Estaba bastante dispuesta hace sólo un minuto.
Ella apartó la mirada. Bajo la tenue luz de la lámpara, Gray podía ver el rubor
que inundaba sus mejillas.
—No… no sé qué me sucedió. Simplemente… no sabía que me iba a sentir así…
—Letty sacudió la cabeza y Gray frunció el ceño.
A pesar de su apasionada respuesta, él siempre había percibido su inocencia.
¿Había sido su indeseado primo Cyrus un amante tan miserable que jamás se había
molestado en excitarla antes del coito? ¿No habría excitado a su esposa antes de
tomarla?
—Tengo que irme —dijo ella—. Discúlpeme por haber venido aquí. Fue una
estupidez por mi parte. Espero que me perdone.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Escúcheme, Letty Si lo que siente es miedo, no tiene por qué sentirlo. No la


lastimaré de ninguna manera.
—Tengo que irme —repitió ella, dando un paso hacia atrás en dirección a la
puerta—. Mi doncella me estará esperando para ayudarme a desvestirme. —Las
mejillas de Letty volvieron a enrojecer otra vez ante la mención de desvestirse, y Gray
sintió una nueva oleada de lujuria.
Letty se giró hacia la puerta y él no intentó detenerla. Estaba claro que la
seducción iba a llevar más tiempo del que había previsto.
Bueno, al menos no tenía ninguna duda sobre el resultado.
Letty Moss iba a ser suya. Si era por dinero por lo que había venido, se lo daría.
Fuera lo que fuese lo que ella quisiera, él se lo daría.
Eso, y algo mucho más placentero.
Gray sintió el inusual tirón de una sonrisa. Muy pronto, Letty Moss pasaría las
noches en su cama.

«¡Oh, Dios bendito!» Temblando ante el recuerdo de lo que acababa de ocurrir,


Corrie se detuvo delante de la puerta de su dormitorio mientras intentaba recobrar el
aliento. El corazón le martilleaba en el pecho, y había perdido la compostura. Allison
la esperaba dentro. Querría saber qué había sucedido. Ay, Señor, ¿qué le diría Ally si
lo supiera?
Corrie apoyó la cabeza contra la pared y se obligó a esperar un buen rato
mientras se iba tranquilizando. Había hecho lo planeado y había entrado en las
habitaciones privadas del conde, pero no había encontrado nada de interés. Por lo
menos nada que relacionara a Tremaine con Laurel. Procurando no dejar nada fuera
de lugar, había registrado cada cajón del tocador, había mirado dentro de los
armarios de palisandro, en el escritorio, incluso entre la ropa. No había encontrado
nada.
«Nada excepto al propio conde.»
«¡Por todos los santos del cielo!»
¿Cómo podía haber permitido que la besara? ¿Y cómo le había devuelto el beso
de esa manera?
Una cálida oleada la atravesó al recordar la sensación de la boca del conde
moviéndose apasionadamente sobre la suya, los músculos de su torso desnudo
contra sus pechos. Recordó la manera en que los duros pezones comenzaban a
palpitarle con una dolorosa necesidad que jamás había sentido antes. Había querido
tocarlo por todas partes, sentir esos duros músculos contra su propia piel desnuda,
para saborearlo, para…
Interrumpió esos horribles pensamientos. Dios bendito. Ese granuja se había
ganado una reputación escandalosa. Era un demonio con la habilidad de un brujo.
Inconscientemente, se estiró para tocarse los labios hinchados por el beso, los
sintió cosquilleantes y extrañamente tiernos. Todavía podía saborearlo allí. Si cerraba

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los ojos, podía recordar su aroma masculino mezclado con la fragancia a sándalo.
Era un consumado seductor, y aun así, tras haber probado su ardiente pasión,
Corrie tenía la firme convicción de que Gray Forsythe no había sido el amante de
Laurel, no era el hombre del que su hermana se había enamorado profundamente, el
hombre que había protegido hasta el final de su vida.
Corrie conocía a Laurel demasiado bien, y comenzaba a conocer al poderoso
conde. Eran completamente opuestos. No era posible que su hermana pudiera haber
resistido la intensidad de un hombre como Gray.
Sin embargo, Corrie no lo podía exonerar hasta encontrar al hombre que Laurel
había amado. El hombre que la podría haber asesinado. Respirando profundamente,
Corrie se colocó los mechones que se le habían soltado del recogido, abrió la puerta y
entró en su dormitorio.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 9

Después de una larga noche, la mayor parte de la cual la pasó sin dormir, Corrie
se despertó en una lluviosa mañana de mayo. Ansiosa por escapar de la casa y evitar
al conde de Tremaine, se saltó el desayuno, y con un vestido sencillo, se dirigió hacia
el pueblo a pesar del cielo oscuro.
El pueblo, que tenía algunos edificios de piedra tan antiguos como el castillo,
estaba tranquilo a esas horas de la mañana. Corrie se paseó entre las tiendas que
empezaban a abrir sus puertas, se tomó un buñuelo y un té en un diminuto salón y
compró una bonita cinta de color azul para sujetarse el pelo. Habló con algunas
mujeres esperando enterarse de algún chismorreo, y luego se dirigió a la iglesia.
Corrie sabía que el vicario Langston había llegado a la diócesis hacía tres años.
Su hijo, Patrick, era actualmente el diácono en el cercano condado de Berkshire, pero
había estado viviendo en el pueblo en la época que Laurel había sido asesinada.
Corrie estaba en el pasillo a unos metros del altar cuando la abordó el vicario, un
hombre con buena planta, de pelo plateado y afables ojos azules.
—¿Qué puedo hacer por usted, señorita?
—Bueno, yo… en realidad, vine a rezar por una amiga mía. Murió hace unos
meses. Se llamaba Laurel Whitmore.
El vicario meneó la cabeza.
—Una horrible tragedia… Mi hijo y yo visitábamos a menudo a Laurel y a su
tía. Era una chica muy dulce, amiga de la prometida de mi hijo, Arial Collingwood.
—¿Su hijo está comprometido?
—Pues sí. Hace ya más de un año. La boda está prevista para el mes que viene.
La señorita Whitmore ayudaba a Arial con sus planes para las nupcias.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Si Laurel era amiga de la prometida de
Patrick Langston, jamás se habría fijado en él. Sencillamente, no habría engañado a su
amiga.
—He oído rumores sobre lo que sucedió —dijo Corrie con cautela—. Sé que
tuvo un hijo. Aún me cuesta creer que Laurel se matara… y me resulta casi imposible
imaginar que pudiera haber hecho algo que dañara a su bebé.
—Sí, nos causó una gran impresión a todos. De algún modo me siento culpable.
Debería haberme dado cuenta de su pena. Después de todo formaba parte de mí
congregación. Por supuesto, no supe nada del niño… hasta mucho más tarde. Fue
algo que no salió a la luz hasta después de que apareciera muerta. La familia intentó
ocultar esa información, pero es difícil mantener un secreto así en un pueblo pequeño
como éste.

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—Me lo imagino. —Dirigió una mirada al altar, donde las luces parpadeantes
de unas velas proyectaban sombras en los muros de piedra—. Siempre he creído que
la identidad del padre del bebé acabaría saliendo a la luz. Pero supongo que nadie
sabe quién es.
—Me temo que no. Quizá jamás supo nada del bebé… o al menos no lo supo
hasta que fue demasiado tarde. Y para entonces ya no tenía demasiada importancia.
Santo cielo, jamás se le había ocurrido pensar en eso. ¿Era posible que Laurel
nunca le hubiera dicho al hombre que amaba que estaba embarazada? Y si así había
sido, ¿por qué no lo había hecho?
—Siento de veras lo de su amiga —dijo el vicario—. Apreciaba muchísimo a la
señorita Whitmore.
—Gracias. Yo también la apreciaba.
Corrie abandonó la iglesia con el corazón en un puño. Laurel estaba muerta, y
hablar de ella con el vicario había hecho salir de nuevo el dolor a la superficie. Al
menos, Corrie podía tachar a otro sospechoso de su lista. No creía que Patrick
Langston fuera el padre del hijo de su hermana, no cuando su prometida había sido
amiga de Laurel.
Corrie siguió pensando en su hermana mientras caminaba por el sendero que
atravesaba los campos, cuando oyó un suave quejido. Se detuvo, buscando con la
mirada el origen del ruido. Oyó un segundo quejido y abandonó el camino para
dirigirse en dirección al lugar de donde provenían los gemidos. No muy lejos, había
un perro mestizo de color gris tumbado sobre la hierba alta, sangrando profusamente
por un corte a la altura de las costillas.
—Tranquilo, chico. —Corrie se arrodilló al lado del perro, y pasó la mano por el
enredado pelaje. Era un animal grande, delgado y feúcho. El can agitó la cola. Estaba
desnutrido y sucio, pero al mirarla mostró unos ojos oscuros e inteligentes, y tan
llenos de dolor y resignación que le partió el corazón.
—Tranquilo, chico. Te vas a poner bien. Yo me encargaré de ti. No dejaré que te
mueras. —No sabía de quién era ese perro, lo más probable era que se hubiera
perdido, pero Corrie no soportaba ver sufrir a un animal.
Levantándose la falda, desgarró una larga tira de la enagua, y luego dos más.
Con mucho cuidado vendó las costillas del perro, atando suavemente cada tira de
tela. Tenía que limpiar la herida y desinfectarla, pero antes debía llevar al animal a
casa.
—Quédate aquí —dijo ella, acariciando la peluda frente gris—. Regresaré tan
pronto como pueda. —Alzándose las faldas, corrió hacia el camino y siguió corriendo
hasta llegar a la casa. Jadeaba cuando alcanzó el interior del establo y se apresuró a
buscar un mozo. Pero a quien encontró fue al conde.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó él, saliendo del establo de Rajá, donde había
estado trabajando—. ¿Está bien?
Ella farfulló unas palabras mientras trataba de recobrar el aliento.
—Necesito una carretilla. Encontré a un perro herido. Necesita ayuda y yo…

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Espere un minuto… ¿ha corrido hasta reventar por un perro? ¿Y su tobillo?


Podría habérselo lastimado otra vez.
—Mi tobillo está bien, pero el perro está herido. Tengo que traerle hasta aquí
para poder encargarme de él.
El conde estudió la cara de Corrie, percibiendo el miedo que sentía por el
animal. Sus rasgos se suavizaron.
—Venga —le dijo en voz baja—. La ayudaré a traerlo.
El alivio la inundó. El conde la ayudaría. Por razones que ella no podía
comprender, ese hecho no la sorprendía. Tras enganchar uno de los caballos a una
carreta, la ayudó a subir al asiento y salieron a la carretera enlodada. Tomar el camino
sería más rápido, pero era muy estrecho para el carro. Tendrían que dejar el vehículo
en la carretera y llevar el perro hasta allí.
Tan pronto como llegaron al lugar, a medio camino del pueblo, abandonaron la
carreta y cruzaron el campo para llegar al camino. Corrie necesitó un rato para
localizar el lugar donde había dejado al perro. Estaba todavía allí, tumbado sobre el
costado, y con el vendaje provisional manchado en algunos lugares de brillante
sangre roja.
—Ya estoy aquí, chico —dijo Corrie, dejándose caer sobre la hierba al lado del
perro. Le acarició el cuello y le habló con suavidad, luego levantó los ojos hacia el
conde, que tenía una mirada extraña. Estaría preguntándose, supuso ella, por qué
perdía el tiempo con un chucho tan feo.
Tremaine se fijó en el vendaje provisional, se acuclilló y comenzó a palparle
suavemente en busca de huesos rotos, tal como había hecho aquel otro día con ella.
—Me pregunto qué le ha sucedido —dijo ella.
—No lo sé. Sabremos algo más cuando le llevemos a casa y le echemos un
vistazo a la herida. —Gray comprobó el vendaje—. ¿Ha usado sus enaguas? —le dijo
con tono de asombro, al ver la tela manchada de sangre.
—Ya sé que no tengo demasiada ropa, pero no tenía otra opción.
El conde curvó los labios.
—Ninguna otra opción, por supuesto. —Pero la miró como si ninguna de las
mujeres que conocía hubiera sacrificado una de sus prendas de vestir por un perro.
Tremaine se incorporó y con sumo cuidado levantó al animal entre sus brazos.
El perro gimió, pero no intentó liberarse.
—No te preocupes, amigo —dijo—. Te llevaremos a un lugar donde la dama
pueda ocuparse de ti. —El conde bajó la vista hacia ella—. No se haga ilusiones. Ha
perdido demasiada sangre. Puede que no lo supere.
Ella enderezó los hombros.
—No voy a dejarlo morir. —Últimamente había habido demasiada muerte a su
alrededor. Laurel. El pequeño Joshua Michael. No permitiría que ese pobre animal
muriese también.
El conde echó a andar y Corrie se apresuró a ajustar el paso a esas largas
zancadas. Dejó al perro sobre la manta que habían dispuesto en la parte trasera de la

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

carreta, la ayudó a subir al asiento y luego se subió a su lado.


Tremaine no había mencionado la escena de la noche anterior en sus
habitaciones; la trataba, de hecho, como si no hubiera ocurrido nada. En lugar de
sentirse agradecida, Corrie se sentía molesta porque el encuentro no lo hubiera
afectado.
Bueno, la estaba ayudando con el perro. Por ahora era todo lo que importaba.
Llegaron a los establos, y dos mozos se acercaron a toda prisa a la carreta. Uno
llevó al perro a una de las caballerizas y lo dejó con cuidado sobre un jergón de paja.
Corrie se dejó caer a su lado.
—Tranquilo, chico. —Acarició la sucia cabeza del perro mientras el conde le
quitaba los vendajes que le cubrían las costillas.
Uno de los mozos llevó un cubo de agua y un montón de trapos, y Corrie usó
las telas para limpiar la herida, haciendo desaparecer la sangre y la suciedad.
El vestido de Corrie estaba arruinado. Sólo había llevado unos pocos vestidos y
Letty Moss no se podía permitir el lujo de comprar más. Pero cuando el perro apoyó
la pata sobre su mano con lo que ella interpretó una mirada de gratitud, decidió que
bien valía la pena haber echado a perder ese vestido.
—El corte no es demasiado profundo —dijo Tremaine tras evaluar el largo tajo
—, no tiene tan mala pinta como pensaba. Vendaremos la herida, y si descansa y
recupera fuerzas, se pondrá bien.
Corrie levantó la mirada, esperanzada.
—¿Lo cree de verdad?
—Diría que tiene muchas posibilidades. —Ella sonrió con evidente alivio.
—Gracias por ayudarle.
La mirada del conde se encontró con la suya.
—La ayudé a usted, Letty, no al perro. —Pero la ternura que había demostrado
la llevaba a creer que, si hubiera sido él quien encontrara al animal, no lo habría
abandonado allí a su suerte.
—Tenemos que ponerle un nombre —dijo ella—. ¿Cómo cree que deberíamos
llamarle?
—No debería ponerle un nombre hasta que esté segura de que va a vivir. Sólo
hará las cosas más difíciles si finalmente fallece.
—Yo creo que hay que ponérselo ya. —Pasó la mano por el descuidado pelaje—.
Creo que lo llamaré Homero.
—¿Homero? ¿El de La Odisea y La Ilíada?
Oh, Dios, justo el mismo. Ese perro parecía un nómada. Después de haber
encontrado el libro en la biblioteca, el nombre se le había venido a la cabeza. Corrie
pensó con rapidez.
—Homero era el nombre de un perro que tenía en York. ¿Es también un
personaje de esos libros?
Gray sacudió la cabeza.
—Homero era un escritor de la Grecia clásica. Supongo que es un nombre tan

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bueno como cualquier otro.


—Es un nombre maravilloso. —Acarició el enmarañado pelaje del perro—. ¿No
es cierto, Homero?
El animal le lamió la mano como si estuviera de acuerdo. Cuando ella miró al
conde, vio en su expresión una ternura que jamás había visto antes.
—Tiene un buen corazón, Letty Moss. —Se levantó desde su lugar en la paja—.
Hágame saber si necesita más ayuda. —Luego se fue.
Corrie debería haberse sentido aliviada.
Pero se encontró deseando que él se hubiera quedado.

Lord Jason llegó al día siguiente, y resultó ser un demonio muy guapo. Corrie
ya había oído hablar a los sirvientes de él, pero al verlo en persona pensó que sus
comentarios se habían quedado cortos.
De una manera diferente y menos intimidante, Jason Forsythe, el hijo menor del
marqués de Drindle, era todavía más guapo que Gray. Sin embargo, no era tan alto ni
tan fuerte, aunque con el pelo castaño claro y esos sensacionales ojos azules, era la
fantasía de cualquier mujer. Era un hombre de sonrisa fácil con un par de asombrosos
hoyuelos en las mejillas, y que además tenía una risa alegre.
Tenía veinticinco años, le había comentado Allison, sólo dos años más que
Laurel; Ally lo había descubierto gracias a su creciente amistad con los sirvientes. Y
siendo Jason tan fascinante como era, era fácil imaginarlos juntos.
No le costaba imaginar a Laurel enamorada de lord Jason… pero no podía creer
que ese hombre fuera un asesino.
—Si llego a saber la encantadora compañía que encontraría aquí en el castillo —
dijo él tras su primer encuentro—, hubiera vuelto antes a casa. —Hizo una
extravagante reverencia y depositó un beso sobre la mano de Corrie—. Me temo que
jamás he tenido el placer de conocer a su marido, señora Moss, pero debo decir que
tiene un excepcional gusto con las mujeres.
Corrie bajó la mirada, disfrutando demasiado de la adulación del hombre que, a
diferencia del conde, parecía ser muy extrovertido.
—Tan sólo espero que Cyrus esté a salvo —dijo ella, ateniéndose a su papel—.
Es difícil no preocuparse después de llevar tanto tiempo sin noticias de él.
—Imagino que debe de sentirse terriblemente sola —dijo Jason, ofreciéndole el
brazo para acompañarla a la cena—. Quizá podría aligerar esa carga mientras estoy
aquí.
Corrie le dirigió una sonrisa. Al igual que a los demás, Jason le gustaba.
—Estoy segura de que así será.
Entraron en el comedor que la familia destinaba a cenas menos formales, un
precioso espacio dominado por una larga mesa de palisandro con una docena de
sillas a juego con el respaldo alto y tapizadas en un tono verde oscuro. Sólo se había
hecho una instalación de gas para las principales habitaciones y los pasillos, aunque

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

no para los dormitorios, pero en esa estancia había una araña de gas que iluminaba el
comedor con un suave resplandor amarillo. Jason la ayudó a sentarse, luego tomó
asiento frente a ella. Rebecca y Charles tomaron asiento en sus lugares habituales,
Rebecca se había puesto un vestido color crema con un tafetán dorado que hacía
juego con los reflejos dorados de su pelo. Corrie intentó no pensar en el vestido que
ella misma llevaba puesto, uno de seda de color turquesa que jamás había estado de
moda. Aunque el vestido le dejaba los hombros al descubierto como estaba de moda,
las rosas bordadas y remendadas de su corpiño le ocultaban la forma de los pechos, y
el dobladillo estaba ligeramente deshilachado.
Por una vez, el conde había decidido unirse a ellos. Ocupando su lugar en la
cabecera de la mesa, le dirigió a Corrie una mirada larga y penetrante. De repente fue
consciente de que a Tremaine no le gustaba que ella le prestara tanta atención a ese
primo tan guapo. Se negó a considerar por qué ese hecho la alegraba de forma tan
desmesurada.
—Rebecca me ha dicho que acaba de volver del Continente. ¿Cuánto tiempo ha
estado allí?
—Sólo los últimos dos meses. Estuve en Italia la mayor parte del tiempo, pero
también visité Francia.
Gray tomó un sorbo de vino.
—La señora Moss está particularmente interesada en la historia italiana. —Los
ojos oscuros la grabaron a fuego—. ¿Llegaste a visitar Pompeya mientras estuviste
allí?
Corrie se atragantó con el vino que estaba tomando.
—¿Se encuentra bien? —Jason estiró el brazo para quitarle la copa de la mano y
dejarla sobre el mantel.
—M… me encuentro bien. Sólo me he atragantado.
—¿Qué ibas a decir, Jason? —continuó Gray, y Corrie sintió deseos de pegarle.
—Me temo que no llegué hasta Pompeya. Estuve en Roma casi todo el tiempo.
Corrie le dirigió a Gray una mirada furiosa, luego centró la atención en Jason.
—Me encantaría ver Roma. La historia del Coliseo es fascinante. He leído que
en sus momentos de máximo esplendor sus gradas albergaban a más de cincuenta
mil personas, y que los juegos inaugurales duraron cien días. Siempre he pensado
que era asombroso que pudieran llenarlo de arena y agua para las batallas navales.
Las ruinas deben de ser increíbles.
Gray frunció el ceño.
—Creía que usted sólo leía gacetas femeninas.
Su tono suspicaz le hizo volver a la realidad. ¡Era Letty Moss, por el amor de
Dios! ¡Letty no leía la historia de Roma en latín!
Corrie compuso una sonrisa.
—Bueno, y es cierto. Lo que quería decir es que tengo una amiga a la que le
fascina la historia. Le gusta particularmente leer sobre Roma. Hablamos de ello en
ocasiones.

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—El Coliseo era fascinante —dijo Jason, retomando el hilo de la conversación


(gracias a Dios)—. Tenía celdas y túneles subterráneos donde los romanos mantenían
a los animales y a los gladiadores. Uno casi puede ver a Julio César de pie en el palco.
—Me gustaría verlo algún día. —Mientras cenaban capón relleno y bebían un
caro vino francés, Jason describió su viaje a Roma, y Corrie se sintió cautivada. Le
encantaría viajar allí. Leer sobre un país extranjero no era lo mismo que verlo en
persona.
Le siguió preguntando sobre sus viajes, y él le contó un poco sobre Francia.
Jason le sonrió desde el otro extremo de la mesa.
—Vous êtes une très bellefemme —bromeó él, con un brillo en sus ojos azules. «Es
usted una mujer muy bella.»
—Et vous, monsieur, êtes un flatteur —no pudo resistirse a replicar. «Y usted,
señor, un adulador.»
Gray le dirigió una mirada llena de sospecha.
—Sólo conozco algunas frases hechas —explicó ella con una dulce sonrisa
pesarosa—. Sé contar hasta cincuenta, cómo encontrar el baño de señoras o qué decir
cuando le hacen a una un cumplido. Me encantaría hablar francés… ¡suena tan
romántico! Pero qué le vamos a hacer, jamás he tenido oído para los idiomas.
«Mentirosa». Hablaba fluidamente en francés e italiano, y últimamente, incluso
había aprendido un poco de escandinavo antiguo que el marido de Krista, Leif, le
había enseñado. Siempre había tenido oído para los idiomas. Anhelaba viajar a
Francia y hablar con la gente que vivía allí.
—Gray es el auténtico viajero de la familia, no yo —dijo Jason. Vivió varios años
en el extranjero antes de incorporarse al ejército. ¿Sabía que estuvo destinado en la
India?
Corrie miró a Gray y vio que la estaba observando.
—Sí… Rebecca lo mencionó.
—Quizás él pueda contarle algo en alguna ocasión. —Y a ella le encantaría
escucharlo. Pero el conde no se esforzó en continuar con el tema, sólo se recostó en la
silla y recorrió la mesa con esa mirada tan arrogante que tenía.
Vestido completamente de negro, salvo la impoluta camisa blanca y el chaleco
gris, con el lustroso pelo negro destellando bajo la luz de la araña de gas, era el
hombre más fascinante que había conocido. Se había vuelto a recoger el pelo en una
coleta, acentuando de esa manera la dura línea de la mandíbula y los pómulos
prominentes, y se le ocurrió que lord Jason bien podía ser guapo en el sentido
convencional de la palabra, pero Gray era mucho más viril.
Sintió un estremecimiento y se dio cuenta de que la mirada del conde se había
movido hacia abajo, a la línea de su escote, expuesta por encima del corpiño del
vestido color turquesa. Bajo esa mirada sensual, se le endurecieron los pezones hasta
convertirse en unos pequeños brotes, y cuando alargó la mano para coger la copa, y
calmarse, la parte superior del corsé le rozó los senos. La atención de Gray se dirigió
allí, la sensación fue salvajemente perturbadora. El conde curvó lentamente la boca y

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pareció que se le oscurecían los ojos. Era como si él lo supiera, como si hubiera
extendido la mano para tocarla, como si le hubiera ahuecado los pechos con esas
manos morenas y grandes. Ese hombre era un demonio. Corrie se dijo a sí misma que
no era culpa suya que parte de su cuerpo respondiera a él.
Durante el resto de la cena, mantuvo la atención puesta en el primo del conde.
Por lo que a ella concernía, ese conde del demonio podía irse directamente al
infierno.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 10

La casa estaba en completo silencio, todo el mundo estaba durmiendo. Leyendo


para no dormirse, Corrie esperaba con impaciencia a que el reloj marcara las dos.
Cuando finalmente oyó el suave campanilleo, dejó a un lado el libro y se encaminó
hacia la puerta.
No le había dicho a Allison lo que tenía pensado hacer. Su amiga se
preocuparía, y ella no quería que lo hiciera.
Vestida con un camisón blanco de algodón, y una bata azul abotonada hasta el
cuello, encendió una vela y abrió la puerta para asomarse al pasillo. Era raro que
alguien se aventurara en esa parte de la casa, y menos a esas horas de la noche.
Sosteniendo la vela por delante, Corrie llegó a las escaleras del final del pasillo y bajó
a la planta inferior.
Había memorizado con todo detalle qué pasillo conducía al estudio, una
estancia que había descubierto en sus andanzas, y se dirigió directamente hacia allí.
Nunca había estado antes en el estudio, y mientras entraba sin hacer ruido, se
preguntó si Gray había tenido algo que ver en la elección de los pesados y oscuros
muebles que otorgaban a la estancia un aire severo. De alguna manera creía que no.
No fue hasta que divisó una puerta en una de las paredes del estudio, la abrió y
entró en una habitación más pequeña, que sintió la presencia del conde. Era como si
hubiera penetrado en otro mundo en el mundo lejano de la India. Los muebles eran
mucho más ligeros, la mayoría hechos de mimbre, y el olor suave a sándalo flotaba en
el aire. Reconoció la fragancia agradable y ligeramente almizcleña que asociaba con
Gray, pero que hasta ese momento no había relacionado con la India.
Una gruesa alfombra hindú, con un intrincado estampado en tonos borgoña y
azul marino, cubría el suelo, y unas vasijas de bronce de diferentes estilos y tamaños
decoraban las mesas. Sostuvo en alto la vela, fascinada por los magníficos artículos
que Gray había adquirido en sus viajes. En una vitrina de cristal, había figuras de.
marfil esculpidas con elaborados patrones, y encima de ésta, había un par de sables
cruzados colgando en la pared.
Podía sentir la presencia de Gray Forsythe en esa estancia como si él mismo
estuviera allí, detrás de ella, y por un instante se giró mientras levantaba la vela sólo
para asegurarse de que todavía estaba sola. Aliviada al constatar que así era, se giró
de nuevo y comenzó su búsqueda.
Al moverse por la habitación, encontró varios artículos de interés, sin embargo,
no halló nada que le permitiera vincular a Gray con Laurel.
En una pequeña caja de latón, encontró dos cartas cuidadosamente dobladas.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

En la primera, la madre del conde le decía que lo quería y que si cuando creciera oía
rumores desagradables sobre su nacimiento, debía abrir la segunda carta. Le decía
que debía creer cada palabra que allí ponía, y que jamás debía dudar de ella, que
debía confiar en su corazón para saber que todo lo que decía era cierto.
La fecha de la carta indicaba que lady Tremaine la había escrito poco antes de
morir. Gray tenía diez años en ese momento.
Corrie se dejó caer en la silla, sintiéndose una completa fisgona, pero fue
incapaz de resistirse a leer las palabras de la segunda carta. En ésta, la condesa le
aseguraba a Gray que era hijo del conde de Tremaine.

Jamás le fui infiel a tu padre. No importa lo que él crea, siempre le he amado.


Son sus celos los que lo llevan a comportarse así. Espero que algún día puedas
perdonarle por haber sido tan tonto.

Corrie leyó la misiva sintiendo una extraña opresión en el pecho. Cuando era
niño, Gray había sufrido los celos infundados de su padre. Había perdido a su madre
y a su esposa. Corrie sintió una punzada de pena ante la soledad que él debía de
haber sufrido en la vida. Se preguntó si quizá Laurel se habría sentido atraída por esa
soledad. Pero a pesar de lo bondadosa que su hermana había sido, Corrie no lograba
imaginarla con Gray.
Dejando de nuevo las cartas cuidadosamente en la caja, y tras devolver ésta a su
estante, Corrie se dirigió a la zona principal del estudio y comenzó a buscar allí,
empezando por el gran escritorio de caoba que dominaba la estancia.
Al no encontrar nada, registró los estantes de libros que cubrían la pared, y
cuando ya estaba a punto de darse por vencida y regresar a su habitación, su mirada
tropezó con un libro que estaba medio escondido entre dos volúmenes, como si
alguien hubiera querido que no se viera. Estirándose para alcanzarlo, cogió el libro
que resultó ser de William Shakespeare, Sonetos y poesía romántica.
Le dio un vuelco el corazón. Corrie conocía ese libro, era una de las obras
favoritas de Laurel. Y la descolorida cubierta de piel le resultaba demasiado familiar.
Le temblaba la mano cuando lo abrió y se quedó mirando fijamente la dedicatoria,
escrita con letra femenina en la primera página del libro.

Mi querido amor:
Hemos compartido muchos bellos momentos. La tarde que leímos juntos este
libro es un recuerdo que siempre llevaré conmigo. Te lo regalo con la esperanza de
que me recuerdes en los años venideros.
Con mi más profundo amor,
LAUREL

El corazón de Corrie latió con fuerza. Recuerdos de su hermana la invadieron y


los ojos le ardieron por las lágrimas contenidas. La recordaba sentada en el asiento
junto a la ventana leyendo ese libro, confesándole que esperaba encontrar algún día

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

el tipo de amor que Shakespeare había volcado en esas páginas. Aunque en la


dedicatoria Laurel no mencionaba el nombre del hombre al que había amado, el
hombre al que había regalado el libro que fuera un tesoro para ella, no cabía duda de
que era uno de los habitantes del Castillo de Tremaine.
¿Había sido Gray? Corrie intentó imaginarse a Gray y a Laurel leyendo los
románticos poemas impresos en el libro. Sencillamente, no podía.
Recorrió el estudio con la mirada, deteniéndose en la puerta que daba al
pequeño refugio del conde. Las cosas que parecían más importantes para él las
guardaba en su estudio privado. Si el libro hubiera sido un regalo para Gray, ¿no lo
guardaría allí?
No obstante, quizás ese regalo no significaba nada para el conde de Tremaine.
Pensó en los otros dos hombres de la casa. Charles pasaba mucho tiempo en el
estudio. Era el tipo de hombre en el que podría haberse fijado su hermana, pero
estaba casado. Laurel jamás habría mirado a un hombre casado.
Lo que dejaba al encantador y bien parecido lord Jason. Esa misma tarde,
cuando Corrie había pasado por delante del estudio, Jason estaba sentado detrás del
escritorio.
«¿De cuál de ellos te enamoraste, hermanita?»
«¿Fue este hombre que amaste, el responsable de tu muerte y de la de tu hijo?»
Pero no tenía respuestas a esas preguntas.
Odiando separarse de ese precioso recuerdo, Corrie se puso de puntillas y lo
volvió a dejar en su lugar en el estante. Al menos, su descabellado plan de infiltrarse
en el castillo no había sido del todo una locura. Estaba claro que la investigación iba
por buen camino. Con el tiempo descubriría quién había sido el padre del hijo de
Laurel. Y una vez que lo supiera, averiguaría lo que le había ocurrido a su hermana la
noche en que murió.
Ciñéndose un poco más la bata azul, Corrie dejó el estudio y se apresuró por el
pasillo hacia las escaleras del ala este de la casa. Casi había alcanzado su destino
cuando una voz familiar le provocó un escalofrío de alarma en la espalda.
—Bueno, señora Moss… veo que está inmersa en otra de sus correrías
nocturnas. Sólo por curiosidad, ¿exactamente adónde se dirigía a estas horas?
Ella se giró para ver al conde detrás de ella, su alta figura era inconfundible en
la oscuridad.
—R… regresaba arriba. —Logró esbozar una sonrisa—. No podía dormir. Bajé a
ver si podía conseguir un vaso de leche en la cocina.
—Así que fue a la cocina —dijo Gray con evidente incredulidad.
—Pues, sí. Espero que no le importe. Supongo que después de haberme
encontrado fisgando en su habitación, lo más probable es que crea que bajé a robar la
plata de la familia o algo por el estilo.
La recorrió con la mirada de arriba abajo, provocándole una cálida sensación en
la boca del estomago.
—Algo por el estilo…

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

No había ni el más mínimo rastro de diversión en la voz del conde y ella se


preguntó si todavía seguía molesto por la atención que ella le había prestado a su
primo en la cena dos noches antes.
—Es muy tarde. Debería irme…
—Al contrario —dijo él, con un tono afilado en la voz—. Ya que usted es
incapaz de dormir y yo también, sería estupendo que pudiéramos mantener una
pequeña charla… o algo por el estilo.
El pulso de Corrie se desbocó. Había un gesto duro en los labios de Gray, pero
sus ojos decían qué era exactamente ese «algo por el estilo». Comenzó a protestar,
pero el conde la agarró con firmeza por el brazo y la guió hacia un pasillo en
dirección opuesta. Tras invitarla a entrar en una de las salitas, cerró firmemente la
puerta.
—C… creo que esto no es una buena idea.
—¿Por qué no? Ha dicho que no podía dormir. Sé de una cura infalible para el
insomnio.
Sintió un estremecimiento cuando pasó por su lado hacia la chimenea, donde
los restos de un fuego aún brillaban tras la rejilla. Supuso que él debía de haber
estado en esa estancia mientras ella permanecía en el estudio, y agradeció en silencio
que hubiera estado lo suficientemente lejos para no oírla.
¿O sí la había oído?
Inclinándose frente a la chimenea, el conde añadió un poco de carbón a las
brasas incandescentes. Una parte de ella quería huir mientras aún tenía la
oportunidad de hacerlo, pero la otra se quedó observando con silenciosa fascinación
los músculos flexibles de los muslos del conde, al igual que los músculos de la
espalda que tensaban la tela de su camisa blanca.
Él utilizó el fuelle para reavivar las llamas, luego se incorporó y se acercó a
donde ella estaba parada junto al sofá. Bajó la mirada hacia ella, y la luz que destelló
en los ojos de Gray le hizo pensar en cosas prohibidas.
—Parece nerviosa. ¿Le estoy impidiendo acudir a algún sitio? ¿Quizás a una cita
nocturna con mi primo?
La sorpresa hizo que Corrie agrandara los ojos.
—¿Con su primo? Le he dicho que fui a la cocina a por un vaso de leche. No he
visto a su primo desde hace dos noches.
—¿No? Pues parece que él se ha ganado sus favores.
Ella escrutó la cara del conde buscando una pista de adónde podría conducir
esa conversación, y notó el duro gesto de la mandíbula. Aún estaba molesto. ¡Sin
duda alguna no podía estar celoso!
—Jason es un hombre encantador —dijo ella con cautela—, es natural que me
encuentre a gusto en su compañía.
—Por supuesto. —Había dureza en la voz de Tremaine. Extendió la mano y
atrapó un mechón de cabello que se le había escapado de la trenza, rozándole la
mejilla con los dedos. El calor que desprendían esos dedos, le envió una cálida

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sensación por todo el cuerpo—. Mi duda es… ¿le ha ofrecido ya convertirla en su


amante?
Corrie se tensó y se apartó de su contacto.
—¿De qué está hablando? Su primo siempre se ha comportado como un
caballero. —El conde se encogió de hombros. A primera vista, parecía un gesto
indiferente, pero ella pudo percibir la tensión en esos amplios hombros.
—Usted necesita dinero —expuso el conde en tono casual—. Jason tiene de
sobra. Es obvio que usted se siente atraída por él. Es lógico pensar…
Ella intentó controlar su temperamento, pero las palabras salieron en tropel.
—Seguro que pensar no es algo que usted haga a menudo, milord.
Los oscuros ojos de Tremaine se entrecerraron peligrosamente.
—Si lo hiciese, sabría que no me siento en absoluto atraída por su primo.
—¿Está segura de eso?
—Muy segura. —Corrie alzó el mentón, reprendiéndose a sí misma por haberse
olvidado momentáneamente de su papel—. Además, soy una mujer casada y no de
esas que se dedican a flirtear con otro hombre.
La expresión del conde cambió y la tensión pareció disminuir. Ahora había algo
diferente en esos ojos, algo cálido que él había conseguido ocultar hasta ese
momento.
—Y la otra noche, cuando me devolviste los besos, y con una sorprendente
pasión debo añadir, ¿también eras esa mujer?
El rubor inundó las mejillas de Corrie.
—Bueno, me… pilló desprevenida, milord.
—Gray —la corrigió él con suavidad—. Vamos, Letty… así que te cogí
desprevenida, por eso cuando te besé, tú me devolviste el beso como una tigresa en
celo. Y querías que siguiera, cariño. —La mirada del conde se detuvo en los labios de
Coralee—. Creo que aún lo quieres.
Ella abrió la boca para protestar, pero el conde selló con sus labios los de ella,
silenciando sus palabras. Fue un saqueo, un beso cautivador y arrasador, en parte
cólera y en parte necesidad. El conde era un hombre viril, todo fuerza y dominación,
y su aroma a sándalo la envolvió. Se dijo a sí misma que pensara en Laurel, en el libro
que había encontrado, y lo que eso significaba, pero cuando intentó imaginar a Gray
con su hermana, su mente se negó.
En su lugar, se vio a sí misma en sus brazos como estaba ahora, y el deseo que
sintió por él rugió por sus venas. Jamás había experimentado la pasión, nunca la
había comprendido, pero ahora sí lo hacía. Le pareció que otra mujer se había
apoderado de su cuerpo, una criatura depravada que ardía con el mismo deseo
agudo que manifestaba Gray.
—Te deseo —susurró él, depositándole unos besos ardientes en el cuello—. Te
deseo, Letty Moss, y tengo intención de poseerte.
Corrie movió la cabeza de un lado a otro, negándose. Gray capturó su cara entre
las palmas, inclinó de nuevo la cabeza y la besó otra vez, fue una caricia húmeda,

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dura y voraz que le dejó el cuerpo débil y la mente obnubilada. La lengua de Gray se
enredó con la suya cuando saqueó su boca mientras ella presionaba las manos
inútilmente contra su pecho.
—Gray… —murmuró ella, buscando fuerzas para detenerlo—. Por favor… no
podemos… no podemos…
—Oh, sí, Letty, claro que podemos. —Con esas palabras sus labios comenzaron
un lento viaje por la mandíbula de la chica, dejando un rastro húmedo y cálido.
Corrie no se percató de que él había logrado desabrocharle la bata hasta que se la
deslizó por los hombros. La boca del conde reclamó la suya mientras tiraba de la
cinta que anudaba el camisón para abrirlo. Los ardientes besos dibujaron un sendero
por su cuello y por su hombro desnudo, marcándola a fuego. Ella gimió mientras él
deslizaba la suave prenda de algodón más abajo hasta que expuso su pecho, y
acercando allí la boca, le lamió la cima del mismo, convirtiéndola en un pequeño
brote arrugado.
—Eres preciosa —susurró él, lamiendo el pezón y rodeándolo con la lengua—.
Te había imaginado así.
Corrie tembló ante la aguda necesidad que la recorrió como un torbellino, un
deseo que amenazaba con abrumarla. Gray aflojó la cinta que aseguraba la trenza y
enredó sus dedos entre los mechones, esparciendo la espesa melena sobre los
hombros de Coralee.
—Es como fuego —dijo él, enterrando la cara entre las hebras cobrizas—. Como
llamas sedosas.
Él le besó el cuello y su cuerpo se tensó de anhelo. Se meció contra él,
apretándose completamente contra el conde, y sintiendo la caliente y dura longitud
de su miembro que presionaba con atrevimiento contra ella y que no dejaba lugar a
dudas sobre la magnitud de su deseo. La oscura cabeza regresó a su seno, llenándose
la boca con aquella plenitud, y el placer la invadió con tal fuerza que pensó que se
desmayaría. Su otro seno palpitaba reclamando sus atenciones, y como si él lo
supiese, los largos dedos se cerraron sobre el pezón, apretándolo con más dureza de
la que ella esperaba y provocando un escalofrío de placer que le recorrió las
extremidades.
Gray se sentó en el sofá y la atrajo hacia su regazo. Corrie gimió y se movió con
desasosiego ante el agudo dolor que comenzaba a latirle entre las piernas. Una de las
manos del conde se desplazó a la pantorrilla de Corrie y, levantándole el camisón, se
deslizó a lo largo de su muslo, dejando un rastro de fuego allí por donde pasaba.
La mente de Coralee le lanzó una advertencia.
«¡No puedes hacerlo! ¡Debes detenerlo antes de que sea demasiado tarde!»
—¡No! —Corrie se levantó a toda prisa del sofá—. N… no puedo… Oh, Señor,
¿qué estoy haciendo? —Sintiendo las piernas flojas, se subió el camisón para cubrirse
los pechos, y se ató la cinta rosa con manos temblorosas.
Gray se movió hacia ella.
—Está bien, cariño, no voy a hacerte daño. Sólo voy a hacer el amor contigo.

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—¡No vas a hacer nada de eso! —Se apartó de él, con las mejillas ardiendo al
pensar en las vergonzosas libertades que le había permitido tomarse. Y cuánto le
habían gustado—. ¿Cómo lo haces? ¿Qué trucos utilizas?
La diversión provocó que el conde curvara los labios.
—No hay nada malo en hacer el amor. Te lo mostraré, Letty. Ven. No tengas
miedo.
Pero ella ya casi había alcanzado la puerta. La abrió de golpe y salió con rapidez
al pasillo. Oyó cómo Gray maldecía mientras la seguía a grandes zancadas.
—Necesitarás una vela —le dijo mientras le tendía una—. Sin ella podrías
caerte.
Pero Corrie continuó corriendo, con el pelo flotando sobre su espalda, y el
cuerpo latiendo en lugares en los que jamás había sentido nada parecido.
Santo Dios, tenía que tener más cuidado, tenía que mantenerse alejada del
conde y no sucumbir a la fuerte atracción que sentía por él. Pensó en Laurel,
embarazada y sola. Por todos los santos, no quería acabar siendo víctima del deseo de
un hombre.
Pero al pensar en Gray y en las salvajes sensaciones que había provocado en su
interior, no podía dejar de preguntarse si el riesgo bien merecía la pena.
Corrie temblaba en silencio mientras su cuerpo seguía palpitando de necesidad,
sabiendo que, si no tenía cuidado, ese conde del demonio iba a ser su perdición.
Gray recorrió el pasillo hasta el estudio con la mente exhausta y el cuerpo
todavía pulsando por los restos de una necesidad insatisfecha. Le había dicho a Letty
la verdad. Había estado vagando por el jardín y luego se había ido a leer un rato
porque no podía dormir. Le ocurría con demasiada frecuencia. El sexo le
proporcionaba un alivio temporal, pero llevaba semanas sin estar con una mujer.

Gray suspiró. Había quemado sus naves con Bethany. No encontraría alivio allí.
Y, la verdad, sólo deseaba a una mujer. A esa criatura misteriosa que vivía bajo su
propio techo.
En medio de la oscuridad se dirigió hacia una lámpara, encendió la mecha y se
sentó tras el escritorio. Sacando una cuartilla del cajón, cogió una pluma y tinta para
escribir una nota.
Le escribía a un amigo de Londres, un hombre llamado Randolph Petersen al
que conocía desde antes de entrar en el ejército. En ese momento, Dolph trabajaba
para el Ministerio de la Guerra, haciendo unos trabajos de investigación de los cuales
no podía hablar. Poco después, el hombre se había convertido en un exclusivo
investigador privado, el mejor si Gray confiaba en lo que se decía de él. Dolph era el
tipo de hombre que hacía bien su trabajo, sin importar cuánto tiempo le llevara
hacerlo.
En la carta, Gray le decía que quería contratarle para investigar a una mujer
llamada Letty Moss, la supuesta esposa de su primo Cyrus Moss. Le daba a Dolph

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los pocos detalles que conocía, diciéndole que, al parecer, Letty había vivido con
Cyrus cerca de York hasta que éste había abandonado Inglaterra para hacer fortuna
en América, que ella parecía estar en la miseria y necesitar ayuda.
«Averigua lo que puedas y contéstame tan pronto como te sea posible —
finalizó. Luego firmó—: Tu amigo, Gray Forsythe, conde de Tremaine.»
Selló la carta con una gota de cera y la cuñó con el sello de la familia Tremaine
—el emblema de un león con un par de sables cruzados debajo—, y se la llevó a su
suite. Por la mañana, enviaría a Samir en un coche de alquiler a llevar la nota a
Londres.
Tremaine pensaba en ello al entrar en sus aposentos, se preguntaba qué podría
descubrir Dolph, y estaba medio tentado a romper el mensaje en mil pedazos.
Deseaba a Letty Moss. No quería que Petersen descubriera algo desagradable que lo
obligara a deshacerse de ella.
Allí parado, bajo el tenue resplandor de la lámpara, golpeó ligeramente la carta
contra la superficie del tocador, luego la dejó encima, sabiendo que lo único que
faltaba era enviarla.
—Está preocupado —dijo Samir, saliendo silenciosamente de entre las sombras
—. Esa mujer no le ha proporcionado alivio esta noche.
—No.
—Ella lo desea. Se ve en sus ojos cuando lo mira. ¿Qué desea de usted a cambio
de su cuerpo?
Gray casi sonrió. Samir pensaba que cada persona tenía un precio. Sólo hacía
falta descubrir cuál era.
—Creo que ella tiene miedo. Sólo ha estado con su marido, y debió de ser muy
mal amante.
—Eso es obvio. Pero usted es un experto en el arte de la seducción. Podrá
enseñarle todo lo que necesite aprender.
—Supongo… Con el tiempo… —Pero el tiempo era algo que parecía escapársele
de las manos cada vez que estaba con Letty Moss.
Le dio la carta a Samir.
—Entrégala mañana, ¿de acuerdo? Quizá podamos descubrir la verdad sobre la
señora Moss.
Samir se inclinó respetuosamente.
—Como usted desee, sahib. —Y desapareció en la oscuridad, dejando a Gray
solo.
Letty era sólo una mujer, pensó, no muy distinta de cualquier otra con la que
hubiera estado. Pero había algo en ella… algo que le hacía pensar que podía ser algo
más de lo que parecía.
Se rio de sí mismo. Era sólo su cuerpecito delicioso lo que lo atraía, eso, y la
fogosa pasión que había vislumbrado dentro de ella, y que estaba deseando probar.
Sin importar lo que Dolph descubriera de Letty, Gray tenía intención de poseerla.
Una vez que hubiera catado sus encantos, ella sería simplemente otra mujer, una de la

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que podría cansarse y, con el tiempo, olvidar.


Gray pensó en la vida que había llevado, en los países que había visitado, en las
mujeres que había conocido. Hasta que regresó a Inglaterra, jamás había sentido esa
inquietud, ese vacío que amenazaba con devorarlo.
O quizá sí lo había sentido antes. Quizá todos esos años que había pasando
viajando, los años que había vivido en la India, lo había sentido en lo más profundo.
Pero no fue hasta después de que Jillian hubiese muerto que ya no había podido
ignorarlo más.
¿Qué era lo que estaba buscando? ¿Qué era eso que quería pero que lo eludía,
que siempre parecía revolotear fuera de su alcance? No lo sabía, y quizá fuera mejor
así.
Gray suspiró de nuevo. Cerró la mente a esos pensamientos no deseados, se
desvistió, apagó de un soplo la lámpara y se subió a la cama vacía.

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Capítulo 11

Cuando Allison entró precipitadamente en su dormitorio a primera hora de la


mañana siguiente, Corrie estaba todavía atontada por otra noche de sueño inquieto.
—¡Venga! ¡Levántate! Hay una mujer que quiere verte, una costurera recién
llegada de Londres. Todo el mundo habla de ello.
Corrie abrió los ojos y miró parpadeando la luz del sol que entraba a raudales
por la ventana.
—¡Date prisa! —Allison retiró las mantas y la agarró de la mano tirando con
fuerza.
—Por el amor de Dios, ¿qué estás haciendo? —Medio dormida, Corrie deslizó
las piernas por un lado del colchón. Tras su encuentro con el conde la noche anterior,
estaba exhausta. Incluso después de irse a la cama, le había resultado imposible
dormirse.
—Te he dicho que ha llegado una modista de Londres, una diseñadora de ropa
francesa. El conde la ha hecho venir. Tienes que vestirte. Te están esperando ella y…
el conde.
—¿Qué?
Allison comenzó a moverse a toda prisa por el dormitorio, recogiendo la ropa
interior y escogiendo un vestido de muselina de un suave color melocotón y las
pequeñas zapatillas a juego.
—Al parecer, el conde le dijo a Rebecca que ya que formas parte de la familia, es
obligación suya que vayas adecuadamente vestida. Según parece, discutieron al
respecto. El conde simplemente la ignoró.
Corrie pensó en el decidido hombre con el que se había topado en el pasillo la
noche anterior.
—No me sorprende. Está demasiado acostumbrado a salirse con la suya.
—Quizá deberías decírselo tú misma cuando bajes.
—No pienso bajar. —Después del encuentro apasionado que habían tenido, la
última persona que Corrie deseaba ver era a lord Tremaine.
—El ama de llaves me dijo que si no bajabas, el conde y la modista subirían a tu
habitación.
—¡Demonios!
—Exacto. Deberíamos apresurarnos.
Tan rápidamente como pudo, Corrie se puso la ropa interior, las medias y las
zapatillas, luego se puso el vestido de muselina color melocotón. Allison le cepilló el
pelo enredado y con rapidez se lo sujetó a los lados con un par de peinetas de carey.

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—No me lo puedo creer —se quejó Corrie—. En Londres, tengo un armario


lleno de ropa. No necesito más.
—No, pero el conde no lo sabe. Cree que eres Letty, ¿recuerdas? —Corrie gimió
—. Tienes que hacerlo lo mejor posible.
Resignándose, aspiró profundamente y se dirigió a la puerta. Al pie de las
escaleras se encontró con el ama de llaves, la señora Kittrick, una mujer robusta, con
un enorme busto y el pelo gris oscuro.
—La están esperando en la salita azul cielo. —Se trataba de una salita cuyo
techo se había pintado durante el Renacimiento con querubines flotando en unas
mullidas nubes blancas en medio del cielo azul—. Sígame, por favor.
Siguió a la robusta mujer que raras veces subía las escaleras. Siempre estaba
ocupada trabajando, y parecía muy eficiente. Corrie dudaba que Rebecca esperara
otra cosa del personal. Buscando valor para enfrentarse al conde, Corrie acompañó al
ama de llaves a la salita. Tremaine esperaba al lado de una mujer alta, esbelta, con la
cara ligeramente arrugada y el pelo oscuro que comenzaba a encanecer.
—Aquí estoy… tal como ha insistido —dijo Corrie—. Pero no necesito que me
compre ropa. —Se obligó a mirarle, negándose a pensar en la noche anterior, y rezó
para no ruborizarse.
—Lo cierto es que sí lo necesitas —dijo él—. Por si no lo recuerdas, estropeaste
un vestido el día que salvaste a ese perro sarnoso. Dudo que hayas traído muchos
contigo, y aunque lo hayas hecho, no te durarán mucho tiempo más. —La dura
mirada del conde se suavizó—. Déjame hacer esto por ti, Letty. Puedo permitirme el
lujo. Me gustaría regalarte unos vestidos.
Ella se sintió una auténtica estafadora. Tenía uno de los mejores ajuares de
Londres. De hecho, se sentía muy orgullosa de su guardarropa. ¿Cómo iba a dejar
que el conde se gastara su dinero en una mujer que poseía ropa de sobra y que había
ido allí con la firme intención de acusarlo de asesinato?
Intentó pensar qué haría Letty, o por lo menos la Letty que ella fingía ser.
Extendiendo el brazo, lo cogió de la mano.
—Por favor, milord. Ya me he humillado bastante al verme forzada a venir aquí
para solicitar su ayuda. Me tomaría como un favor personal que no me hiciera sentir
peor obligándome a aceptar más generosidad por su parte. No necesito tanta ropa.
Gray parecía aturdido, como si ninguna de las mujeres que él conocía hubiera
rechazado jamás un regalo como ése.
—Necesitas vestidos, Letty.
—Pronto recibiré mi estipendio. En cuanto disponga de ese dinero, podré
comprarme lo que necesite.
El conde frunció el ceño.
—¿Está segura? La mayoría de las mujeres aceptarían encantadas mi regalo.
—Yo no soy como la mayoría de las mujeres, milord.
—No —dijo él con suavidad, con esa voz profunda que le provocaba escalofríos
—. Estoy seguro de que no lo eres. —Se volvió hacia la modista—. Por supuesto, le

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abonaré por su tiempo, más una generosa gratificación.


La modista asintió con la cabeza, parecía satisfecha.
—Gracias, milord.
Corrie observó cómo la mujer recogía su cesta de costura y esperaba mientras su
ayudante recogía las telas de muestra. Luego ambas abandonaron la estancia.
—Gracias, milord —dijo Corrie. Gray sólo inclinó la cabeza. Tenía una mirada
que jamás le había visto antes; brillaba de admiración.
Por primera vez, Corrie se dio cuenta de cuánto deseaba que Gray Forsythe
resultara ser inocente del asesinato de su hermana.

La mañana amaneció lluviosa, pero para cuando Corrie estuvo vestida y


preparada para ir al pueblo, brillaba un sol radiante sobre los verdes prados.
Agradecida por ese día que la ayudaba a disipar su persistente mal humor, se
pasó por los establos para ver cómo se encontraba Homero, que merodeaba ansioso
por la caballeriza donde estaba bien atendido.
—Necesita hacer ejercicio, señorita. —El mozo, un joven llamado, Dickey
Michaels, se acercó a la puerta de la casilla—. Homero se siente un poco enjaulado. —
El larguirucho joven rascó las orejas del perro, y quedó claro que el animal había
hecho un nuevo amigo.
Ella sonrió.
—Voy de camino al pueblo. ¿Crees que Homero estará lo suficientemente bien
para venir conmigo?
Dickey abrió la puerta de la casilla y el perro salió corriendo, ladrando
alegremente y saltando alrededor de las piernas de Corrie y el mozo.
—Parece que se encuentra de maravilla. Creo que un paseo le sentaría la mar de
bien.
—¿Y si se escapa?
Dickey se encogió de hombros.
—Supongo que si quiere ser libre, es nuestro deber dejarlo en libertad.
—Sí, supongo que sí.
Pero Homero parecía muy contento mientras correteaba delante de ella,
persiguiendo de vez en cuando a una mariposa, olisqueando alguna flor o excavando
en la suave tierra húmeda. Corrie le acarició el pelaje grisáceo, ahora limpio gracias a
Dickey.
—Quizás obtengamos alguna respuesta esta vez —le dijo al perro mientras se
alejaban de la casa. Sin embargo, claro está, Homero no contestó.
Tras el descubrimiento del libro dedicado de Laurel, Corrie sabía que la
sombrerera había estado en lo cierto. Uno de los caballeros del Castillo de Tremaine
había sido el hombre del que Laurel se había enamorado. La pregunta era: ¿cuál de
ellos?
Quizá lo supiera alguien del pueblo, pero si era así, ¿quién? ¿Y cómo podría

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conseguir que se lo dijeran? Se le ocurrió que los amantes no se habían podido reunir
en el castillo. Quizás alguien de la taberna los había visto juntos.
Enfiló en esa dirección, pasando por delante de las tiendas y de varias carretas.
Homero le ladró a un enorme mastín color canela que había en una de ellas… atado,
gracias a Dios. Dirigiéndose al extremo más alejado del pueblo, Corrie avistó un poco
más adelante la taberna El Dragón Verde.
—Quédate aquí —le dijo a Homero, preguntándose si en realidad lo haría. Luego
Corrie subió las escaleras de madera, abrió la puerta y entró en el interior.
A la izquierda de la entrada de piedra estaba el recinto principal de la taberna,
una cámara con el techo bajo y lleno de humo, con vigas sin desbastar y suelos de
roble. Corrie siguió a una de las criadas, esperando que estuviera dispuesta a hablar a
cambio de dinero.
Corrie sacó una moneda de plata del ridículo y la sostuvo en alto delante de la
cara llana y redonda de la mujer. Era joven, rubia y guapa, con mucho pecho que
mostraba por el escote fruncido de la blusa de algodón. Por un instante, la mente de
Corrie regresó a la noche anterior, cuando había sentido la mano del conde
ahuecándole los pechos, y el calor de su boca sobre la piel.
Intentando no sonrojarse, ahuyentó con fuerza el vergonzoso recuerdo y centró
la atención en la criada.
—¿Te gustaría ganar esta moneda?
La chica la miró con recelo.
—¿Qué tendría que hacer a cambio?
—¿Cómo te llamas?
—Greta. Greta Tweed.
—¿Conoces a los caballeros que viven en el Castillo de Tremaine, Greta?
Ella asintió con la cabeza.
—Allí viven el conde, su hermano y el joven lord Jason la mayor parte del
tiempo. —Trató de coger la moneda, pero Corrie la apartó.
—Uno de ellos se veía con una joven llamada Laurel Whitmore. La chica vivía
en Selkirk Hall. ¿Sabes cuál de ellos fue? —Mantuvo apartada la moneda mientras la
joven la miraba con anhelo.
—Apostaría lo que fuera a que fue lord Jason. —Sonrió ampliamente—. Ese
hombre es como un toro. Podría hacer perder la cabeza a cualquier mujer
simplemente con acercarse a ella. —Estaba claro que hablaba por experiencia, y
Corrie sintió que se ponía roja como un tomate.
—Pero supongo —presionó— que no tienes manera de saberlo con certeza.
Greta encogió unos hombros redondeados y pecosos.
—Los tres son guapos como el pecado. Podría haber sido el propio conde. Él no
paga por sus placeres como el otro joven. La mayoría de las veces se acuesta con las
que se llaman a sí mismas damas. Si yo fuera la hija de un vizconde también lo haría,
pero no parece el tipo de hombre que se liaría con una chica inocente. Diría que se
siente más atraído por mujeres con experiencia.

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Greta se acercó más.


—Por lo que he oído, es como un garañón. Dicen que se convirtió en todo un
estudioso de las artes eróticas cuando estuvo en la India. Que sabe cómo darle placer
a una mujer. —Sonrió ampliamente—. No me importaría comprobarlo por mí misma.
Con la cara ardiendo y deseando poder dar media vuelta y correr hacia la
puerta, Corrie le dio la moneda a la chica.
—¿Hay a alguien que pueda saber con certeza cuál de los tres fue?
—Normalmente sé todo lo que pasa por aquí. Si uno de los tres se acostó con la
chica, lo mantiene en secreto.
—Gracias por tu ayuda, Greta. —Girándose, Corrie se dirigió a la puerta,
ignorando las miradas de curiosidad de los hombres de la taberna mientras ella salía
a la brillante luz del sol.
No debería haber ido. No era correcto que una mujer entrara sin acompañante
en una taberna, pero era la clase de sitio donde se solía encontrar información a
cambio de dinero, y tenía que intentarlo.
¿Habría sido Gray? Se preguntó a sí misma por centésima vez. ¿Habría usado
esos poderes demoníacos que tenía para atraer a la inocente Laurel? Tras el encuentro
nocturno de la noche anterior, o le cabía duda de que tenía la habilidad suficiente.
Un ladrido al pie de los escalones reclamó su atención. Homero estaba sentado
esperando su regreso con la lengua colgando. Enderezó las orejas cuando la vio, y
Corrie sonrió, feliz de que el chucho hubiera decidido quedarse. Era bueno tener
amigos cerca —aunque fueran seres peludos— en una casa donde había tantas
intrigas tejiéndose alrededor de ella. Pensó en el conde y sintió una punzada de
culpabilidad ante lo que había permitido que pasara. Quizá fuera cierto eso que
decían del deseo. Que era algo que te escogía, no a la inversa.

Dejando atrás la taberna, Corrie recorrió la calle mayor del pueblo. Parecía
haber algún tipo de altercado en la tienda de comestibles de los Pendergast. La
sorprendió ver al conde hablando con un niño de unos diez años. El propietario de la
tienda también estaba allí, un hombre robusto con rizadas patillas grises.
Sintiendo una gran curiosidad, se dirigió en esa dirección, pero se mantuvo
pegada a los edificios para no llamar la atención.
—¿No sabes que robar es un crimen? —le decía Gray al niño, un granujilla flaco,
con el pelo oscuro y sucio y algunos mechones revueltos y pegados a la cabeza.
—Sí, milord.
—¿Tienes hambre? ¿Por eso robaste el pan?
—Eso no viene al caso —interrumpió el tendero—. Este niño debe recibir un
castigo. Uno bien duro, es la única manera de que aprenda a distinguir entre el bien y
el mal.
El muchacho palideció y los ojos oscuros parecieron aún más grandes en el
delgado rostro. Gray le dirigió al propietario de la tienda de comestibles una mirada

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de advertencia mientras apretaba los dientes. Corrie supuso que debía de estar
recordando las palizas que le habían dado a él de pequeño.
—Te he preguntado por qué robaste el pan.
Una mirada a las duras facciones del conde y Corrie sintió una punzada de
piedad por el niño.
El muchacho lo miró; su expresión era una mezcla de miedo y desafío.
—Mi padre murió de una enfermedad pulmonar. Mi madre y yo hemos venido
desde Londres para quedarnos con la hermana de mamá, pero cuando llegamos, tía
Janie ya se había ido. No teníamos comida. Mamá está débil como un gatito. Yo… yo
no quiero que se muera como papá.
El tendero estalló.
—Voy a buscar un agente de policía. No toleraré los robos, no me importa qué
excusa tenga el muchacho.
—Tranquilo, Pendergast. No es necesario precipitar las cosas. —La orden
implícita en la voz de Tremaine hizo que la demanda sonara como si su palabra fuera
ley. El niño se puso a temblar cuando miró el duro gesto del conde.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Georgie Hobbs, milord.
—¿Dónde está ahora tu madre?
—En la casa donde vivía la tía Janie. A dos kilómetros del pueblo.
—Sabes que robar está mal.
El niño bajó la vista y arrastró la gastada punta del zapato.
—Sí, señor.
—Si vuelves a hacerlo, dejaré que el señor Pendergast llame al agente de policía
para que te encierren. ¿Has entendido?
Georgie Hobbs asintió con la cabeza.
—Sí, señor.
Pendergast abrió la boca para protestar, pero el conde alzó una mano.
—Yo pagaré esa barra de pan que robaste, y también algo de queso y carne. Se
lo llevarás a tu madre. Cuando los dos hayáis comido, irás al castillo y me pagarás la
comida con tu trabajo. Si no apareces, yo mismo te iré a buscar. Entonces sí que te
daré personalmente lo que el señor Pendergast cree que te mereces. ¿Ha quedado
claro?
—Sí, señor.
—¿Tengo tu palabra?
—Sí, milord. ¡Se lo juro por mi honor!
—Déle lo que necesita —le dijo Tremaine al dueño de la tienda—, y apúntelo en
mi cuenta.
—Sí, milord. —El tendero parecía satisfecho de haber hecho una venta con la
que no contaba.
Dejando que el niño siguiera al señor Pendergast, el conde se dio la vuelta y
comenzó a andar en la dirección que estaba Corrie. Dios mío, debería haberse

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marchado antes. Ahora él iba hacia ella y no tenía escapatoria.


Gray irguió la cabeza cuando la vio.
—Señora Moss… no creía que te volvería a ver tan pronto.
Tras el encontronazo con la modista, supuse que estarías encerrada en el
dormitorio durante varios días, ocultándote como un conejo asustado.
Sintió cómo la irritación la invadía. No era cobarde, y jamás lo había sido.
—Entonces estaba muy equivocado, milord. —El conde arqueó una ceja y a
Corrie se le ocurrió que era Coralee Whitmore la que no era cobarde, Letty Moss no
era tan valiente—. Quiero decir… me doy cuenta de que lo que sucedió no ha sido
culpa suya.
—¿No?
—Bueno, después de todo estoy casada. No debería haber permitido que las
cosas llegaran tan lejos.
Tremaine no respondió, pero estaba claro que él no se arrepentía en absoluto de
lo sucedido.
Homero se acercó justo en ese momento, ladrando y suplicando atención.
Agradecida por la distracción, Corrie se inclinó y le palmeó la cabeza.
—Ya es hora de volver —dijo ella—. Justo ahora me dirigía al castillo. —Le echó
una mirada a la tienda de comestibles y soltó un cumplido reticente—. Ha estado
bien lo que ha hecho, milord. No me parece apropiado castigar a un niño por intentar
alimentar a su madre.
—No. Pero, igualmente, robar tampoco es la solución. No podré mantener mi
promesa si el muchacho no cumple con su palabra.
Corrie no lo dudaba. Tremaine había sido comandante en el ejército. La
disciplina y el honor habían formado parte de su vida. El honor. ¿Cuándo había ella
comenzado a pensar en que ese conde del demonio era un hombre con honor?
—Yo también me dirigía a casa —dijo él—. Te acompañaré para asegurarme de
que llegues sana y salva.
Corrie contuvo el impulso de rechazar su escolta, de decirle que ella no le
necesitaba ni deseaba tenerlo cerca. Ya era bastante perturbador vivir en el mismo
lugar que él. Aun así, ella era su invitada. No le quedaba más remedio que aceptar su
compañía. El conde recuperó el caballo y luego caminó junto a Corrie por el sendero,
con Homero a la zaga. Ninguno de ellos habló mucho durante el paseo, y ella
encontró el silencio inesperadamente agradable.
—Parece gustarte el pueblo —dijo él finalmente—. Pasas bastante tiempo allí.
Ella se encogió de hombros, no quería que él se hubiera dado cuenta de ello.
—Me gusta pasear por allí. Los habitantes del pueblo son gente amigable.
Dejaron al garañón y al perro con Dickey, que esperaba delante de los establos.
Tremaine la tomó del codo para ayudarla a subir los empinados escalones de piedra
que conducían a la puerta, la cual se abrió antes de que llegaran. Cuando entraron, el
criado de Gray, el moreno hindú, los estaba esperando.
—¿Qué sucede, Samir? —preguntó Tremaine.

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—Ha llegado una carta para usted, mensahib. Llegó mientras estaba en el pueblo.
Corrie miró al hombrecillo y frunció el ceño.
—¿Cómo sabía que estaba en el…? No importa. —Tomó la carta dirigida a Letty
Moss—. ¿Me disculpa, milord?
Él hizo una breve reverencia.
—Por supuesto.
Dando media vuelta, Corrie se dirigió a su dormitorio. Las únicas personas que
sabían dónde encontrarla, que conocían esa identidad, eran tía Agnes, Allison, Krista
y Leif. Les escribía a sus padres, por supuesto, pero como no quería que sospecharan
nada, recibía todas sus cartas en Selkirk Hall y era Allison quien se las traía.
Corrie bajó la vista a la carta que llevaba en la mano. Era de Krista, observó
mientras cerraba la puerta del dormitorio y rompía el sello de lacre. El mensaje era
breve.

Leif contrató a Dolph Petersen para investigar a Grayson Forsythe. El señor


Petersen dice que la muerte de la condesa fue debida a un accidente de barco. No
encontró ninguna prueba incriminatoria. Dice que el conde estaba con Bethany
Chambers, condesa de Devane, la noche que Laurel murió. No abandonó su casa
hasta la mañana siguiente. Dolph dice que Tremaine apenas conocía a Laurel. Por
favor, vuelve a casa.
Tus amigos,
KRISTA Y LEIF

Su mente era un torbellino. «No había sido Gray. No había sido Gray. No había
sido Gray.»
Las palabras le daban vueltas en la cabeza y sintió un alivio tan profundo que se
mareó. Se dejó caer en el escabel que había a los pies de la cama justo cuando Allison
llamaba a la puerta y entraba en la habitación.
—¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido? —La cofia estaba un poco torcida sobre su
cabello oscuro cuando se apresuró hacia donde Corrie estaba sentada—. ¿Te
encuentras bien? Pareces algo sofocada.
Corrie le tendió la carta.
—No ha sido Gray… quiero decir, lord Tremaine. Estaba con su amante esa
noche. —Y aunque ese hecho la molestaba, se le había quitado un increíble peso de
encima al saber que el hombre que la atraía con tanta ferocidad nunca había sido el
amante de Laurel.
Con lo cual era muy poco probable que él fuera el responsable de lo que le
había sucedido a Laurel y a su bebé aquella noche.
Allison leyó la carta y se la devolvió.
—Pensabas que había sido el conde, pero no lo ha sido, ¿podemos volver ya a
casa?
Corrie suspiró.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—No fue Gray, pero el libro que encontré en el estudio prueba que Laurel
estaba enamorada de uno de los hombres de esta casa. Todo lo que tenemos que
hacer es averiguar cuál de ellos fue.
—¿Eso es todo lo que tenemos que hacer? —dijo Allison con sarcasmo.
—Está claro que tiene que ser uno de ellos.
—¿Por qué no se lo preguntas? Tal vez el culpable te lo diga.
Santo cielo, ella no podía hacer eso. ¿O sí? La duda la corroía. No le podía
preguntar ni a Jason ni a Charles, pero ¿por qué no a Gray? Confiaba en lo que había
descubierto Dolph Petersen, lo que quería decir que Gray jamás se había relacionado
con Laurel. Pero quizás el conde sabía cuál de los otros dos hombres había sido.
Un estremecimiento de inquietud atravesó a Corrie. Si quería averiguar lo que
sabía el conde, tendría que hablar con él, pasar tiempo con él, ganarse al menos una
parte de su confianza. Santo Dios, ella apenas podía pensar cuando él estaba cerca.
No confiaba en sí misma cuando estaba con él, no confiaba en esos salvajes y
caprichosos sentimientos que Gray despertaba en ella con tanta facilidad.
Pero si manejaba las cosas con mucho tacto, si mantenía bajo control sus
palabras y su cuerpo, quizás él podría decirle lo que Corrie sentía tantos deseos de
saber.
—No me gusta nada esa mirada —dijo Allison, que comenzaba a conocerla
demasiado bien.
—Creo, querida Ally, que acabas de tener una idea buenísima.
—¿Qué? Estaba bromeando, Coralee. ¡Sencillamente no puedes preguntarles!
—No, pero si manejo bien las cosas, quizá pueda sonsacarle la información al
conde.
Allison señaló la carta que Corrie tenía en la mano.
—Tal vez este señor Petersen pueda averiguar cuál de los dos fue.
Corrie asintió con la cabeza.
—Buena idea. Debería habérseme ocurrido a mí antes. Sabía que tenía buenas
razones para que vinieras conmigo.
Dirigiéndose a la cama, se arrodilló y sacó una maleta, la abrió y escondió la
carta en un bolsillo interior.
—Le escribiré a Krista esta misma noche, le explicaré que encontré el libro de
Laurel, y que le encargue al señor Petersen que continúe la investigación con los otros
dos Forsythe. Mientras tanto, veré qué puedo averiguar del conde.
Allison gimió.
Reprimiendo una sonrisa, Corrie se dirigió a la puerta.
—Volveré dentro de un rato.
—¿Estás segura de que sabes lo que estás…?
Corrie cerró la puerta con un suave chasquido, luego se detuvo en el pasillo
para reunir valor. No quería pasar más tiempo con Gray, pero necesitaba información
y, para obtenerla, no le quedaba otra alternativa.

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Capítulo 12

Corrie encontró al conde en el establo, almohazando a su enorme caballo negro.


Él no pareció notar su llegada, así que se quedó allí observándole, intentando reunir
valor para acercarse donde estaba él cepillando al garañón, al que luego colocó una
manta sobre el lomo antes de depositar encima la silla de montar de piel.
Aunque era un hombre alto y ancho de hombros, denotaba cierta gracia sutil y
economía de movimientos. Se le había soltado un mechón de pelo de la cinta de
terciopelo negro con el que lo sujetaba en la nuca, rozándole uno de los cincelados
pómulos, y a Corrie se le contrajo el estómago.
Sintió el extraño deseo de soltar la cinta y deslizar las manos por el lustroso pelo
para descubrir si era tan sedoso como parecía. Deseó que la envolviera entre sus
brazos y que la besara de la misma manera que la había besado la otra noche.
¡Demonios! Estaba ocurriendo de nuevo, y ¡ni siquiera estaba cerca de él!
—Si sigues mirándome de ese modo, haré exactamente lo que estás pensando.
Ella dio un salto y un rubor culpable le cubrió las mejillas.
—Yo… sólo pensaba que… lo cierto es que hace un día muy agradable para
montar a caballo.
Gray hizo una pausa mientras apretaba la cincha.
—¿Quieres montar a caballo, Letty?
—Sí, pero no soy demasiado buena. —Había recibido lecciones, por supuesto. A
Krista le gustaba mucho montar y era una amazona experta, pero Corrie había
montado sobre todo por el parque como dictaba la moda.
—Estás en el campo —dijo él—. Creo que hoy será un buen día para que
comiences a desarrollar tus habilidades.
—Pero no es posible…
—Has vivido en una granja. Sin duda alguna tendrás un traje de montar.
—Bueno, sí… por supuesto. —Allison había insistido en que llevara uno. Como
se suponía que Letty vivía en una granja, había sido, sin lugar a dudas, una buena
idea.
—Esperaré aquí mientras entras y te cambias.
Corrie vaciló al pensar en una tarde de equitación con Tremaine, a solas con él,
sintiendo esos extraños e inconvenientes deseos que parecía no poder controlar.
Por otro lado, necesitaba ganarse su confianza. No podría hacerlo a menos que
pasara más tiempo con él.
Era un pensamiento aterrador.
Se controló y esbozó una sonrisa.

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—Como usted desee, milord.


Homero ladró a su lado mientras volvía con rapidez al castillo.
Con la ayuda de Allison, consiguió estar de vuelta en los establos veinte
minutos más tarde vestida con un traje de montar de terciopelo de color verde oscuro
y un poco desgastado. Una pequeña yegua alazana estaba parada dócilmente al lado
de la enorme montura oscura del conde. Movió las orejas cuando Corrie se acercó.
—Es preciosa.
—Tulip es muy dócil. —Tremaine deslizó una mano por el cuello lustroso de la
yegua, y Corrie sintió como si la tocara a ella—. No te dará problemas.
—Estoy segura de que se portará bien. —Tenía claro que si alguien le iba a dar
problemas ése sería el conde de Tremaine.
Se acercó a la yegua y le palmeó el cuello, procurando mantener la distancia con
Gray, y levantó la mirada hacia el garañón negro.
—¿Qué pasará con Rajá? ¿No molestará a Tulip?
—La yegua no está en celo —dijo él con franqueza, provocando que el rubor
inundara las mejillas de Corrie—. Se portará bien.
Ella sólo pedía que Gray también se comportara.
—¿Adónde vamos?
—Tengo que visitar a uno de mis arrendatarios. Su esposa está embarazada y
quiero asegurarme de que no les falte de nada.
Así que se preocupaba por sus arrendatarios. Eso la sorprendió. Para ella, él era
ese conde del demonio, pero los demonios no se preocupaban por los demás.
—¿Lista? —preguntó él, y ella asintió con la cabeza. Acercándose a ella, le
colocó las manos en la cintura y la levantó sobre la silla de amazona. Corrie tuvo que
acordarse de soltar el aliento que contenía. Incluso a través del corsé, sintió el calor de
las manos del conde mucho tiempo después de que él la hubiera soltado.
Gray se subió al caballo negro y lo guió hacia la salida del establo, y Tulip lo
siguió. Corrie llevaba meses sin montar, pero no tardó en recordar las lecciones que
había recibido a lo largo de los años, y se sintió cada vez más cómoda en la silla de
amazona. Las riendas de cuero encajaban perfectamente entre sus dedos
enguantados, y el sol le calentaba el cuello.
—Monta muy bien, señora Moss —dijo Tremaine con una sonrisa cuando se
pusieron a la par. Había un destello en sus ojos que sugería que la monta a la que se
refería no tenía nada que ver con la equitación. O quizá sí.
Se sonrojó levemente y esperó que Gray no se fijara.
—Gracias —contestó ella con educada formalidad.
Los caballos avanzaron dócilmente a través de los extensos prados verdes, y una
vez que el conde se sintió satisfecho con sus habilidades, al igual que ella, apretó el
paso. Tulip iba a medio galope como si no existiera ninguna preocupación en el
mundo, y Tremaine obligó a su garañón a mantener el mismo ritmo.
Llevaban cabalgando casi una hora cuando él se detuvo en lo alto de una colina.
—Ésa es la casa de Peter y Sarah Cardigan, ahí, justo en la linde del bosque. —

- 87 -
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Señaló en aquella dirección y Corrie divisó una casi tan baja con el tejado de paja de
donde salía una columna de humo por la chimenea.
Gray azuzó al garañón, y Tulip le siguió el paso. Se detuvieron delante de la
pequeña casa blanqueada, y Gray se acercó para ayudar a bajar a Corrie. Ella se tensó
cuando sintió sus manos en la cintura para bajarla del caballo. En lugar de dejarla en
el suelo, la atrajo hacia él, haciéndole sentir la dureza de su cuerpo palmo a palmo.
Corrie se quedó sin aliento. El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.
—Bájame, Gray.
Él curvó suavemente la boca como si hubiera obtenido una pequeña victoria, y
ella se dio cuenta de que lo había llamado por su nombre de pila, como él quería.
—Como desees.
La dejó en el suelo y se dio la vuelta, ató las riendas de los caballos a un poste
delante de la casa, luego la guió hasta la puerta y llamó.
Los recibió un suave gemido.
—¿Señora Cardigan? —preguntó Gray en voz alta.
—Por favor… —susurró una mujer, tan suavemente que casi no se oía—. Por
favor… ayúdeme…
Gray empujó la puerta entreabierta y entró en la casa, Corrie se apresuró a
entrar detrás de él. Con rapidez, cruzaron una sala pequeña pero confortable con
muebles hechos a mano y con tapetes de ganchillo, después pasaron por un área que
servía de cocina hasta un acogedor dormitorio. Había una mujer gimiendo en la
cama, la enorme prominencia de su barriga era visible bajo la sábana; tenía el pelo
oscuro esparcido sobre la almohada que tenía bajo la cabeza.
Tremaine se acercó a su lado y le cogió una mano temblorosa.
—Señora Cardigan, ¿dónde está su marido? ¿Dónde está Peter?
Ella tragó y se mojó los labios resecos.
—Se fue… fue a por la comadrona. Le dije… que no había tiempo, pero… pero
él no sabía qué más hacer. —Gimió de dolor y comenzó a jadear para recobrar el
aliento—. Por favor… ayúdeme.
El conde miró a Corrie.
—Necesitaremos agua caliente y paños limpios. Enciende la estufa. El pozo está
fuera.
—¿Qué… qué vas a hacer?
—Voy a ayudar a la señora Cardigan a tener a su bebé. —Se giró, se quitó la
casaca de montar y la tiró sobre una silla, luego se inclinó para apartar la sábana.
Corrie agrandó los ojos.
—Pero… pero no querrás decir que…
El conde se volvió hacia ella, mirándola con dureza.
—Haz lo que te he dicho. Esta mujer necesita nuestra ayuda. ¡Sal y tráeme lo
que te he pedido! —El tono autoritario de su voz la tranquilizó, y se dispuso a hacer
lo que él quería.
Corrie tragó, aspiró profundamente y asintió con la cabeza.

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—Sí, sí, claro. Agua y paños limpios. Te los traeré tan rápido como pueda.
El conde pareció aliviado. Corrie salió del dormitorio y fue a la diminuta cocina.
Había un fuego encendido en la vieja estufa de hierro, pero no calentaba lo suficiente.
Tras quitarse el sombrero y la chaqueta, añadió algunos troncos, agarró el cubo del
gancho y corrió afuera. Jamás había hecho las tareas de la casa, pero no tardó en
descubrir cómo subir el cubo del fondo del pozo y echar el agua en el que ella había
traído consigo.
Un agudo chillido cortó el aire y Corrie se estremeció con tanta fuerza que casi
derramó el agua. Temiendo por la madre y el niño, llevó el pesado cubo a la cocina y
echó el contenido en una cacerola que había sobre la estufa.
Paños limpios.
Echó un vistazo a su alrededor. Gracias a Dios, había un montón de ropa blanca
y limpia en un extremo de la mesa; aparentemente, la señora Cardigan había hecho
los preparativos para el inminente nacimiento de su hijo.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Nunca había estado con una mujer en el
momento de dar a luz, pero había oído historias sobre los terribles dolores y el
sufrimiento que se padecía. La mujer gritó otra vez, los chillidos eran cada vez más
seguidos, y Corrie pensó en Laurel y el dolor que habría tenido que soportar para
traer a su hijo al mundo. Seguramente, habría hecho cualquier cosa para proteger un
regalo por el que había pagado un precio tan elevado.
Agarrando el montón de paños de la mesa, Corrie entró precipitadamente en el
dormitorio.
—Aquí están los paños. El agua casi… —Se interrumpió con horror cuando se
dio cuenta de que el camisón de la mujer estaba subido hasta la cintura, dejándola
desnuda y con las piernas abiertas sobre la cama. Había sangre en las sábanas y en la
camisa de lino blanca de Gray.
—¡Oh, Dios mío!
Él no le dirigió ni una mirada, pero su voz fue suave cuando le habló.
—Está bien, Letty. Sarah lo está haciendo muy bien.
—Pero… hay tanta sangre.
—Es normal cuando se tiene un bebé. —Levantó la vista con un leve ceño
arrugándole la frente—. Viviendo en una granja, tienes que haber visto el parto de
algún animal.
—Bueno, yo… —aspiró profundamente—. Como ya te he dicho, Cyrus era muy
protector. Creía que no era correcto que una dama viera eso.
Gray sostuvo la mirada de ella durante un instante, luego centró la atención en
la mujer de la cama.
—Todo va bien —le dijo—. Letty y yo te ayudaremos.
Corrie tragó saliva y dejó los paños limpios sobre la mesilla de noche. Sarah
Cardigan gritó de dolor, y Corrie comenzó a rezar. ¡Santo Dios, no tenía ni idea de
cómo ayudar a una mujer a dar a luz!
Se obligó a calmarse. Salió corriendo del dormitorio para ir a por el agua que

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hervía sobre la estufa. Con un cucharón sirvió un poco en un recipiente más pequeño
y lo llevó al dormitorio, luego fue a por agua fría y cogió un paño para limpiar el
sudor de la cara de esa pobre mujer.
Cuando regresó al dormitorio, la piel de la señora Cardigan estaba del color del
papel y empapada de sudor. Corrie le limpió la frente y le pasó el paño por el cuello
y los hombros.
—Gracias —dijo Sarah entre los labios resecos. Corrie extendió la tela húmeda
sobre ellos, para humedecérselos. El conde la miró, vio lo que estaba haciendo y algo
cambió en la expresión de su cara.
Un grito agudo cortó el aire y Corrie se dio cuenta de que la cabeza del bebé
había comenzado a salir del cuerpo de la mujer. Automáticamente, Corrie cogió la
mano de Sarah, cuyos helados dedos se cerraron con la fuerza de una garra de acero.
—Está bien —la tranquilizó Corrie—. El conde sabe lo que hay que hacer.
Gray le dirigió una mirada irónica, luego volvió a centrar la atención en la
mujer. Bueno, parecía saberlo, pensó mientras él instaba a Sarah a empujar en el
momento adecuado, susurrándole palabras de ánimo con una voz tan
profundamente masculina que la hizo estremecer de los pies a la cabeza.
—El bebé ya viene —dijo él—. Busca un cuchillo y asegúrate de que esté limpio.
—¿Un cuchillo?
Él levantó la vista.
—Y un trozo de cordel.
Sin tener ni idea de para qué necesitaría esos utensilios, Coralee corrió a la
cocina y encontró el cuchillo y el cordel en el mismo sitio donde había encontrado los
paños limpios. Cogió el cuchillo, comprobó el filo y lo lavó en el agua hirviendo, y
luego tomó también el trozo de cordel. Volviendo a toda prisa al dormitorio, dejó el
cuchillo y el cordel al lado de los paños, se giró y vio a Tremaine inclinado sobre la
mujer.
Cuando se echó hacia atrás, sujetaba al recién nacido, rodeando los tobillos del
bebé con sus largos dedos. Le dio una rápida palmada en el trasero y el bebé soltó un
largo y agudo chillido. Corrie observó con fascinación mientras él utilizaba el
cuchillo y la cuerda para cortar el largo cordón que unía al niño con la madre, y luego
envolvía al bebé en una toalla de lino y dejaba el bulto en los brazos de Corrie.
—Yo… no sé cómo coger a un bebé —dijo ella con nerviosismo.
Tremaine hizo un sonido con la garganta.
—Todas las mujeres saben cómo coger a los bebés. Creo que es algo innato. —
Miró a la mujer de la cama—. Tienes una hija, Sarah. Una hermosa niña.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la mujer.
—Que Dios les bendiga a ambos por lo que han hecho. —Era una mujer
bastante robusta, pero bonita, con piernas largas y fuertes, el tipo de mujer hecha
para tener bebés con relativa facilidad.
Mientras Tremaine limpiaba al bebé, Corrie cambió las sábanas y ayudó a la
madre a ponerse un camisón limpio. Cuando terminó, levantó la mirada hacia Gray,

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que acunaba a la niña. Había tanta emoción en la cara del conde que Coralee contuvo
el aliento. Ay, Dios bendito, eso no podía ser anhelo. Envolviendo al bebé en una
manta de lana amarilla que encontró doblada sobre el tocador, la acercó a la cama y
la depositó en el brazo de su madre. Corrie observó a Sarah y al bebé, sintiendo una
extraña sensación de ternura en el pecho. Se acercó en silencio hacia ellos.
—Es tan pequeñita. —Extendió la mano, ansiando tocar al bebé, con el corazón
rebosante de emoción—. Es preciosa, Sarah.
—Gracias. Gracias por todo.
El nudo que tenía en la garganta impidió que Corrie le contestara. Parpadeó
para contener las lágrimas. Había ayudado a traer una nueva vida al mundo. Era la
más asombrosa, maravillosa e in creíble experiencia de su vida. Se inclinó hacia Gray
y vio en sus ojos la misma euforia que ella sentía.
Ninguno de los dos dijo nada, no querían romper el momento. Luego, la puerta
se abrió de golpe y Peter Cardigan entró precipitadamente en la habitación.
—La comadrona fue a atender otro parto. Dios todopoderoso, Sarah, ¿cómo
vamos a hacer para…? —Vio al conde y parpadeó, como si no pudiera creer lo que
veía.
—Tienes una hija, Peter. Y después de que descanse un poco, tu esposa estará
perfectamente.
Peter Cardigan simplemente se quedó allí, con una mirada de incredulidad en
su cara colorada y llena de suciedad. Sin decir nada, corrió al lado de su esposa y se
arrodilló junto a la cama.
—Sarah… Dios santo, jamás debería haberte dejado sola.
Su esposa le dirigió una sonrisa cansada pero tranquilizadora.
—Está bien, cariño. Tu hija está bien… gracias al conde y su señora. Todo está
bien.
Peter Cardigan pareció recobrar el uso de la palabra. Miró a Tremaine y
comenzó a darle las gracias una y otra vez. Finalmente, Corrie y el conde recuperaron
sus pertenencias y se escabulleron, dejando a los orgullosos padres con la niña que
iban a llamar Mary Kate.
—Sabías qué hacer ahí dentro —le dijo Corrie al conde mientras se acercaban al
pozo para limpiarse—. Ya has traído más bebés al mundo.
Él asintió con la cabeza y se echó la casaca al hombro.
—En la India. Hubo una mujer… una campesina. La encontré entre los arbustos
al lado de la carretera. No daba tiempo para ir a buscar al médico. Nadie podía
ayudarla salvo yo.
Corrie lo estudió con renovado respeto.
—Cualquier otro hombre la hubiera abandonado.
Él se encogió de hombros.
—Quizá. Pero yo no soy ese tipo de hombre.
Corrie caviló sobre eso, añadiéndolo a la lista de cosas que comenzaba a saber
de él.

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—¿Qué les sucedió? ¿Estaban bien?


—Lo estaban la última vez que los vi, poco antes de dejar la India para volver a
Inglaterra.
El conde le estaba hablando, abriéndole el corazón. Corrie necesitaba que él
continuara.
—Parecías muy cómodo con el bebé. ¿Querías tener hijos cuando estuviste
casado?
Tremaine se detuvo en seco. Corrie contuvo el aliento, esperando a ver qué
contestaba.
—Quería tener hijos… luego, ya no.
—¿Por qué no?
—No estoy hecho para ser padre. Debería haberme dado cuenta antes de
casarme. No sabría educar a un niño.
Ella lo miró.
—Porque jamás has tenido un padre de verdad. —El conde tensó la mandíbula
—. He oído las historias. Sé que el anterior conde te trató muy mal.
Gray hizo un gesto de burla como si ella se hubiera quedado corta.
—Douglas Forsythe era un verdadero bastardo.
Ella debería haberse escandalizado por su lenguaje. Pero al pensar en las palizas
que debía de haber sufrido, en la casa sin amor en la que había crecido, no pudo por
menos que estar de acuerdo.
—No importa cómo haya sido tu padre, te he visto ahí dentro con Sarah y su
bebé, y creo que serías un padre maravilloso.
—Bueno, pues eso no va a pasar. No tengo intención de volver a casarme, así
que deja de preocuparte.
—Pero…
—Ya basta, Letty. —Cuando Gray echó a andar, apretaba la mandíbula con tanta
fuerza como nunca antes lo había hecho. Pero se había abierto a ella un poco. Con el
tiempo, quizá podría lograr que hablara de su hermano y su primo.
Mientras caminaba a su lado, ella pensó en lo que él había dicho sobre que
jamás volvería a casarse, que ya no quería tener familia.
No debería haberla molestado, pero lo había hecho.

Gray estudió a la mujer que iba a su lado. Una vez que se había sobrepuesto a la
sorpresa del inminente nacimiento, se había abandonado a la tarea sin reservas.
Ninguna de las aristócratas que él conocía habría estado dispuesta a ensuciarse
las manos para ayudar a una simple campesina, pero a Letty parecía no haberle
importado. De hecho, se había sentido fascinada por el milagro del nacimiento.
Letty lo había sorprendido a lo largo del día. Y aún continuaba asombrándolo,
lo cual, suponía, era una de las razones por las que se sentía tan atraído por ella. Eso
y sus respuestas inocentes. Y por supuesto, también estaba esa naturaleza tan

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apasionada y ese delicioso cuerpo. Si pudiera mostrarle lo bien que podían ser las
cosas entre ellos…
Pensando en la frustración que seguía sufriendo, Gray maldijo en silencio.
Letty le había dicho que no se sentía atraída por su primo, y después de que
Gray hubiera superado sus indeseados y completamente inesperados celos, la creía.
Letty le pertenecía de alguna manera, y aunque se opusiera y protestara, era sólo
cuestión de tiempo que admitiera la atracción que había entre ellos y le dejara hacer
el amor con ella.
Volvió a pensar en las preguntas que ella le había hecho sobre su matrimonio.
Era un tema prohibido. No hablaba sobre su fallecida esposa o la pena que había
sufrido cuando murió. La gente que le conocía tenía cuidado y no sacaba a colación
tan doloroso tema, o se arriesgaba a sufrir su cólera.
Pero Letty no se había dado cuenta de que era un tema prohibido, y Gray se
había sorprendido contestando a sus preguntas. No sabía por qué, pero con Letty no
parecía tan difícil hablar como con otras personas.
Gray consideró cuidadosamente la idea mientras caminaba hacia el pozo, con
un ánimo cada vez más oscuro. Después de que su madre muriera, había construido
un muro a su alrededor para proteger sus emociones. Había tenido que hacerlo para
sobrevivir a esos terribles años con su padre.
Incluso después de casarse, eso no había cambiado. Jillian había sido su esposa
y Gray la había cuidado, se había sentido destrozado por haber fracasado en la tarea
de protegerla como debía.
Aun así, nunca la había dejado acercarse demasiado, nunca había bajado la
guardia con su esposa. No había intentado cambiar eso.
No estaba preparado para dejar que nadie, ni siquiera la pequeña y dulce Letty,
llegara hasta el muro interior que le había protegido todos esos años.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 13

Corrie estudió los rasgos sombríos de Gray mientras se acercaban al pozo.


—Eres diferente a como pensaba que eras. Eres todo un enigma.
Él levantó la cabeza. La dureza abandonó su expresión.
—Tú también eres un enigma.
Bueno, eso era de agradecer, pensó ella. No quería ni imaginar lo furioso que se
pondría Tremaine si llegaba a saber quién era ella en realidad y por qué había ido a
su casa.
—Supiste ponerte a la altura de las circunstancias ahí dentro —dijo Gray—. La
mayoría de las mujeres que conozco se hubieran desmayado ante la visión de toda
esa sangre.
Corrie intentó no parecer encantada.
—Como bien has dicho, Sarah necesitaba nuestra ayuda.
Tremaine se detuvo junto al pozo, dejó la casaca a un lado e izó el cubo de agua.
Corrie no se dio cuenta de su intención hasta que agarró el dobladillo de la camisa
manchada de sangre y se la sacó por la cabeza. Una piel suave y morena cubría el
pecho ancho y musculado. Estaba cubierto por una espesa capa de vello oscuro que
descendía por el estómago plano y musculoso para desaparecer por la cinturilla de
los ceñidos pantalones de montar negros.
Una oleada de deseo la atravesó, y se asentó en lo más profundo del corazón de
Corrie. La enorme protuberancia masculina de la bragueta de los pantalones captó su
atención, y Coralee recordó las palabras de la chica de la taberna.
«Por lo que he oído, es como un garañón».
—No me mires de ese modo, Letty. O tendrás lo que estás buscando.
El rubor inundó las mejillas de Corrie.
—No te estaba mirando, y tú, milord, estás siendo un presuntuoso. Además, si
te miro no es culpa mía, ya que te andas quitando la ropa a la menor oportunidad.
Él sonrió ampliamente ante su respuesta. Corrie contuvo el aliento ante los
cambios que esa sonrisa produjo en su cara. Parecía más joven y era incluso mejor
parecido, y cuando la sonrisa se desvaneció lentamente, ella se preguntó qué aspecto
tendría si se echara a reír. ¿Tendría arruguitas en las comisuras de los ojos? ¿Sonaría
su risa tan profunda, ronca y suave como lo hacía su voz tan a menudo?
—Lo siento —dijo él con voz risueña—. Olvidé tus delicados sentimientos. Por
desgracia, no se me ocurrió traer una camisa limpia. Echó agua encima de la ropa
manchada para limpiar la sangre, se lavó la cara y el pecho y luego se volvió a poner
la camisa mojada.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¿Satisface esto tu modestia? —preguntó él, a pesar de que la prenda húmeda


se pegaba a cada músculo y tendón de su pecho, y resultaba tan transparente que ella
podía observar sus planas tetillas color bronce. Una cálida sensación se asentó en su
vientre y Corrie tuvo que apartar la mirada. Se lavó la cara y las manos lo mejor que
pudo y luego se secó con el pañuelo que él le tendió.
Temiendo su propia reacción si lo miraba, oteó el horizonte donde las colinas
ondulantes se encontraban con el brillante cielo azul.
—Es hora de volver al castillo.
Corrie pudo sentir los ojos del conde sobre su cuerpo.
—Supongo que tienes razón.
Tomándola de la mano, la condujo de vuelta a los caballos y la subió en Tulip
luego se montó en el garañón negro. Tras un infructuoso esfuerzo por volver a
ponerse el sombrero, él se lo quitó de las manos y lo metió en la alforja de su silla,
luego se pusieron en marcha hacia el castillo. En lo que a Coralee concernía, había
sido una tarde larguísima.
Gray hizo que Rajá emprendiera un trote suave y Tulip le siguió el paso. La
hermosa tarde que él había tenido en mente no había finalizado de manera fructífera.
Había pensado que tras una breve parada para saber sobre sus arrendatarios,
compartiría el almuerzo y un poco de vino con Letty, y que luego haría el amor con
ella hasta que por fin se sintiera satisfecho.
Gray suspiró mientras cabalgaba. Si los planes de un hombre se podían
desbaratar en un instante, ciertamente encontrarse con una mujer a punto de dar a
luz había sido más efectivo que cualquier otra cosa que él pudiera haber imaginado.
Pero a pesar de ello, cuando divisó el retirado bosque donde había pensado
llevar a cabo la seducción, se le ocurrió que quizá sus planes no se habían
desbaratado del todo.
Con sólo pensar en hacer el amor con Letty se ponía duro. Gray hizo cambiar al
caballo de dirección, y Letty le siguió a la arboleda. Tras tirar de las riendas de Rajá
para detenerlo, se bajó de la silla de montar.
—¿Por qué nos detenemos?
Gray se dirigió a grandes zancadas hacia ella.
—Hemos cabalgado mucho tiempo. Parece que necesitas un descanso.
—Me encuentro bien. No necesito descansar.
—Tengo algo de carne y queso en las alforjas. No has comido nada desde que
salimos.
—Ya te he dicho que estoy bien.
Ignorando sus protestas, le deslizó las manos por la cintura, y la bajó de la silla
de amazona para que cayera directamente en sus brazos.
—Letty… —Inclinando la cabeza, cubrió suavemente la boca de Corrie con la
suya. Sus labios eran tan dulces como el cielo, y el perfume de la mujer le despertó
los sentidos. Le trazó con la lengua las comisuras de la boca, persuadiéndola para
que la abriera, y el sabor de Corrie lo puso todavía más duro.

- 95 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Pudo sentir su resistencia, su incertidumbre en la leve presión de sus manos


contra el pecho. Gray ignoró la sutil protesta, besándola hasta que ella emitió un
suave suspiro de placer, se puso de puntillas y le devolvió el beso. Él gimió para sus
adentros. La calidez de esa mujer, la sensación de sus suaves curvas contra su cuerpo,
le hizo arder la sangre. La apretó contra sus piernas, haciéndole notar lo duro que
estaba, cuánto la deseaba, cuánto necesitaba estar dentro de ella.
—Gray… —susurró ella mientras la besaba en el cuello, y le mordisqueaba el
lóbulo de la oreja.
—Te necesito, Letty. —La besó de nuevo, esta vez más profundamente, y el
cuerpo de Corrie pareció fundirse con el de él.
La necesidad lo atravesó, junto con un intenso deseo de hacer la suya.
—Déjame encargarme de ti —susurró Gray—. Te buscaré un agradable lugar
donde vivir… ahuecó los pechos y se los amasó suavemente—. Una casita no
demasiado lejos del castillo…
Otro beso abrasador la hizo temblar contra él.
—Te daré lo que quieras —dijo él con suavidad—. Sea lo que sea.
Por fin, pareció que comprendía sus palabras. Pero en lugar de mirarle como si
fuera su salvador, Letty se apartó de él violentamente como si la acabara de abofetear.
—¿No estarás sugiriendo…? ¿No pensarás que voy a convertirme en tu amante?
Gray atrapó sus manos, odiando la mirada de traición en sus ojos.
—Tu marido ha desaparecido. No tienes ni idea de cuándo volverá, o si
regresará algún día. Necesitas un hombre que te proteja. ¿Sería tan terrible que yo
fuera ese hombre?
A Corrie le ardieron las mejillas.
—No… no estoy interesada en ese tipo de arreglo. En unas semanas podré
disponer de mi herencia, y para entonces será mejor que me vaya de aquí.
Apartó la mirada y él pudo notar que la había herido. Lo cual era lo último que
había tenido intención de hacer.
—He sido una tonta por dejarte tomar estas libertades —concluyó ella—. Siento
haberte causado una falsa impresión.
Él captó el destello de las lágrimas un instante antes de que ella se diera la
vuelta y se alejara.
—¡Letty!
Ella lo ignoró, tomó las riendas de su caballo y condujo a la yegua hasta un
tronco para volver a montar.
¡Maldiciones del infierno! Gray la alcanzó y la giró hacia sí, desesperado por
que lo entendiera.
—Me deseas, Letty. No puedes negarlo. Déjame hacer el amor contigo. Te puedo
mostrar un placer mayor que cualquier cosa que hayas soñado.
Corrie dio un paso atrás, como para protegerse de él.
—Lo siento, milord, no puedo.
Gray le levantó la barbilla con los dedos.

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—¿Estás segura? —Inclinando la cabeza, la besó con suavidad en los labios—.


Estaremos bien juntos, Letty. Te lo prometo.
Corrie lo miró fijamente durante largos segundos, y de nuevo renacieron las
esperanzas del conde.
Entonces, ella negó con la cabeza.
—Ya te lo he dicho… no puedo.
Ocultando firmemente su decepción, Gray no dijo nada más. Se resistió al deseo
de volver a retenerla, de intentar una vez más que accediera a su deseo.
Así que la subió a la silla de amazona con un humor más oscuro que el de antes.
Su miembro latía por la necesidad no consumada, y cada vez que miraba a Letty, el
filo de la lujuria lo asaltaba. No obtendría satisfacción alguna ese día, lo sabía. Pero ni
siquiera la categórica negativa de Letty a convertirse en su amante lo hacía flaquear
en la creencia de que pronto la seduciría con éxito.
Le haría la corte, la tomaría, se juró a sí mismo, le daría el placer que le había
prometido.
Y una vez que fuera suya, no se negaría de nuevo.
Gray apretó los dientes con fuerza. Letty Moss se le había metido bajo la piel, y
no se libraría de ella hasta que la hubiera poseído. Una vez que hubiera saboreado su
tímida pasión, una vez que hubiera satisfecho su deseo por ella, sería libre de ese
misterioso poder que ella ejercía sobre él.
Le dirigió una mirada, percibió el brillo de ese pelo fogoso, y sus ijares se
hincharon con fuerza. Deseaba a Letty Moss y tenía intención de poseerla.
Lo de ese día sólo había sido una pequeña escaramuza de lo que él tenía
intención que fuera una corta campaña.
Homero ladró atado a una correa y meneó con fuerza la cola, cuando Corrie y el
conde entraron en el patio. Gray detuvo el caballo y, tras bajarse, se dirigió hacia
Corrie y la ayudó a descender. Ella le dio la espalda en cuanto sus pies tocaron el
suelo.
No había estado preparada para la indecente propuesta del conde, ni para su
propio deseo salvaje de aceptarla. Era ridículo. No era Letty Moss, la orgullosa,
empobrecida y abandonada esposa. Era Coralee Whitmore, la hija de un vizconde, y
no perdería la virtud a manos de un sinvergüenza como el conde de Tremaine, no
importaba lo atractivo que éste fuera.
No había olvidado lo que había escrito sobre el mujeriego granuja en su
columna, ni su reciente arreglo con lady Devane. Ese hombre era un canalla
escandaloso que no quería otra cosa que usar su cuerpo. Era una locura sentir aquel
ridículo deseo por él.
Acercándose deprisa al perro, lo desató y acarició su pelaje gris.
—¿Me has echado de menos, chico? —Le rascó la cabeza teniendo mucho
cuidado de no mirar a Gray. Homero le ladró una vez más, y luego echó a correr en
busca de un conejo o de cualquier otra cosa que pudiera encontrar en el campo.
—Volverá —dijo Dickey—. Es un perro feliz. Ha encontrado un hogar. No creo

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que nunca haya tenido uno antes.


—Quizá no. —Le vino el recuerdo de su conversación con Gray, y Corrie se
preguntó si quizá la razón por la que él no quería tener una familia era porque jamás
había tenido realmente una. Había perdido a su madre cuando era niño, había sido
criado por un padre que no le amaba y luego se había casado y perdido a su esposa.
Quizá temía que, si se volvía a casar, podría perder algo precioso otra vez.
Pensar eso suavizó la cólera que sentía hacia él, y se giró ante el sonido de su
profunda voz.
—Gracias por tu ayuda esta tarde. No te invité para que me ayudaras en un
parto, pero me alegro de que estuvieras allí.
Un renuente placer la invadió.
—Apenas hice nada. Tú fuiste el que se ocupó de todo lo que importaba en
realidad.
—Habría sido bastante más difícil sin ti. —Le cogió la mano—. Había previsto
un picnic tranquilo. Las cosas no salieron así, pero quizá pueda compensarte mañana.
Ella se apresuró a negar con la cabeza.
—Ya sabes lo que pienso, Gray.
—¿Incluso si prometo no tocarte?
Corrie se sentía destrozada por dentro. Si quería descubrir el nombre del
amante de Laurel, necesitaba pasar tiempo con el conde. Pero su indecente
proposición aún la molestaba. No estaba preparada para desafiar tan pronto de
nuevo al león, y no podía dominar siquiera sus propias emociones.
Corrie le dirigió una sonrisa demasiado brillante.
—Valoro tu ofrecimiento, milord, pero tu primo Jason se ha ofrecido a
mostrarme los alrededores. Parece tener bastante interés en las flores.
Un músculo palpitó en la dura mandíbula de Tremaine.
—El único interés que tiene Jason es colarse debajo de tus faldas.
La sonrisa forzada de Corrie desapareció, siendo sustituida por un arranque de
cólera que hizo enrojecer sus mejillas.
—¿Eso crees? Entonces parece que los dos tenéis algo en común.
¡Ese hombre era incorregible! Decía lo que le parecía sin preocuparse por el
decoro.
Aunque ése era uno de los rasgos que lo hacían tan atractivo.
Dándole la espalda, se dirigió a la casa.
—Esto no ha acabado, Letty.
Ella lo miró por encima del hombro, con la sonrisa forzada de nuevo en la cara.
—Oh, claro que sí, milord.
A sus espaldas, oyó la suave maldición del conde.

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Capítulo 14

Corrie se sentó enfrente de Charles y al lado de Jason, en el comedor del


desayuno. Cuando entró, Gray le lanzó una mirada oscura y hosca, y ocupó su lugar
en la cabecera de la mesa.
Rebecca entró con un aire frívolo en la estancia y los hombres se levantaron por
cortesía. Charles le separó la silla que había a su lado.
—Gracias, cariño.
Charles sirvió un plato de embutido y huevos del aparador que luego colocó
delante de su esposa. Ella le dirigió a Gray una breve mirada y curvó la boca en una
sonrisa felina.
—Espero que todos estéis para el almuerzo —dijo—. La condesa de Devane nos
visitará esta mañana.
Corrie sintió un nudo en el estómago. Lady Devane era la mujer con la que Gray
había estado la noche del asesinato de Laurel. ¡La condesa era la amante de Gray! Le
dirigió al conde una mirada de reojo y observó que tenía el ceño fruncido.
—La condesa es amiga de Becky —aclaró Charles—. Su hacienda, Parkside, está
a menos de una hora a caballo.
Coralee sabía quién era esa mujer, aunque jamás las habían presentado. Lady
Devane era bien conocida entre la sociedad.
Le pareció que Gray tensaba la mandíbula.
—Me temo que he hecho planes para hoy. —Le dirigió a Corrie una mirada—.
La señora Cardigan tuvo ayer un bebé. Pienso llevarles a ella y a su marido una cesta
con comida, y de paso enterarme cómo está el recién nacido.
Aunque la preocupación que mostraba por sus arrendatarios la complacía,
Corrie no dijo nada. La amante del conde estaría allí a la hora del almuerzo. Santo
Dios, ella tendría que sonreír, conversar e intentar no pensar en las cosas que los dos
habrían hecho juntos.
—Bueno, tu visita bien puede esperar a mañana —dijo Rebecca—. He planeado
una agradable comida en la terraza. ¿No querrás ofender a la condesa?
—Tienes que venir, Gray, por piedad —bromeó Jason—. Sabes que la única
razón de que venga la condesa es para verte a ti.
—Jason, compórtate —lo reprendió Rebecca—. La condesa está casada.
Jason sonrió, apareciéndole unos atractivos hoyuelos en las mejillas.
—Una mujer casada con un marido tan viejo como Matusalén.
Rebecca intentó dirigirle una mirada de reproche, pero Corrie pensó en secreto
que Becky parecía feliz de que Jason hubiera dejado clara la naturaleza de la relación.

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Corrie no era tonta. Incluso aunque la carta de Krista no le hubiera revelado esa
información, habría sabido por esa conversación que la condesa era la amante de
Gray. El conde le dirigió a Rebecca una dura mirada.
—Supongo que podré quedarme hasta después del almuerzo… que, estoy
seguro, habréis planeado las dos juntas.
Rebecca sólo sonrió.
Corrie sintió el estómago revuelto. Se tragó como pudo los huevos, pero le dio
la impresión de que no pasarían de la garganta. El desayuno se le hizo eterno y, tan
pronto como pudo, se excusó cortésmente, y abandonó el comedor.
Se dirigió directamente al jardín, desesperada por tomar un poco de aire fresco.
Era una mañana nublada de finales de primavera, pero el azafrán ya había florecido y
los árboles estaban cargados de hojas en los caminos. Se detuvo junto a la fuente,
respiró profundamente para tranquilizarse y entonces oyó unos pasos familiares a
sus espaldas.
Sin volverse hacia Gray, dijo:
—Por favor, vete.
—Al menos déjame que te explique.
Era una locura sentirse celosa. Sabía qué tipo de hombre era, sabía que era un
granuja total y absoluto que no quería más que disfrutar de su cuerpo. Pero pensar
en Gray con otra mujer le revolvía las entrañas hasta casi sentir náuseas.
—Es tu amante, Gray. —Se giró y lo miró—. ¿Qué hay que explicar?
—La condesa no es mi amante… ya no lo es. —Soltó el aliento con lentitud—.
Después de la muerte de Jillian, no podía… no estaba interesado en más que un
alivio físico. —Apartó la mirada como recordando esos días oscuros—. Bethany y
Rebecca son amigas. La condesa visitaba el castillo a menudo y, al final, me hizo ver
su interés. Quería olvidar el pasado. Bethany sólo fue un medio para conseguirlo.
Pero nuestra relación estaba basada en la necesidad física, nada más. Ni siquiera
hemos sido amigos.
Corrie se sintió sorprendida por las turbulentas emociones que vio aparecer en
esos ojos oscuros, casi como si a él le importara lo que ella pensara, como si se
preocupara por haberla herido.
—La mayor parte del tiempo, Bethany vive en Londres —añadió—. Desde que
regresó a Parkside, hace más de un mes, no la he visto. No lo he intentado siquiera.
Corrie alzó el mentón.
—La relación que mantengas con la condesa es asunto tuyo.
—Puede que sí. Pero sólo quería… quería que supieras que Bethany no significa
nada para mí. Jamás lo ha hecho.
Corrie escrutó su mirada y en su hermoso rostro vio una auténtica
preocupación. ¿Pero por qué le importaría tanto a él lo que ella pensara?
—Gracias por decírmelo.
Él inclinó la cabeza.
—Bethany es más mordaz que Rebecca. No te dejaré sola con ella.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Así que Gray había notado el comportamiento de su cuñada; un trato que


rayaba casi la rudeza.
—Supongo que debería estarte agradecida, pero creo que no lo estoy.
Gray curvó levemente la boca.
—Esperaba que lo estuvieras. Podría enseñarte cómo recompensarme.
Ella presionó una mano contra los labios de Gray, sintió el calor de su aliento
contra las yemas de los dedos.
Él se apartó de ella y le hizo una reverencia.
—Te veré en el almuerzo, señora Moss.
Corrie lo observó marcharse, pensando en cómo debía de haber sufrido tras la
muerte de su esposa, sintiendo que la debía de haber amado a su manera. Pensó en lo
solo que parecía a menudo, y deseó no sentir ese agudo deseo de consolarle. El
hombre era un reconocido granuja. Quería tener su cuerpo, no su corazón.
Pero últimamente, cuando la miraba, veía en él una necesidad que no había
visto antes. La atraía, la hacía querer abrazarle, borrar el dolor que había sufrido a lo
largo de los años. La hacía querer darle lo único que nunca había tenido. Amor.
La verdad estalló dentro de ella, dejándola sin aliento. ¡Santo Dios, no podía
amar a Gray! No se podía permitir amarle. Ese hombre la arruinaría sin volver la
vista atrás. Jamás correspondería a ese amor… estaba segura de que ni siquiera sabría
cómo hacerlo. Si se enamoraba del conde de Tremaine, él le rompería el corazón en
mil pedazos.
Corrie tomó aliento. No estaba enamorada de Gray, y de ahora en adelante no le
dejaría tomarse más libertades. No le dejaría acercarse, ni se dejaría conmover por
esas miradas anhelantes y persuasivas.
Ante todo tenía que proteger su corazón.

Gray observó a Letty en la salita. Bethany acababa de llegar en el carruaje de su


marido, con un vestido de seda azul pálido con encaje de marfil y un corpiño
demasiado escotado para un almuerzo. Con esos rizos color caoba, las cejas finas y
arqueadas, y el cremoso busto que exhibía el vestido, tenía toda la apariencia del
título que ostentaba.
De pie al lado de Bethany, Letty estaba ataviada con un vestido de gasa amarilla
que él ya le había visto; estaba algo pasado de moda, y tenía los puños un poco
deshilachados. Era más baja, mucho más menuda que la condesa, algo más insegura
dadas las circunstancias y, a sus ojos, mucho más deseable de lo que Bethany lo sería
nunca.
Letty parecía dulce, preciosa e inocente, y él la deseó más que nunca.
—Así que está usted casada con un primo de Gray. —La condesa alzó el mentón
para poder echarle una mirada a la fina y recta nariz de Letty.
—Así es. En este momento mi marido se encuentra de viaje. Pensé que podía
aprovechar para hacer una visita.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Bethany esbozó una sonrisa ladina.


—Sí, bueno, Gray es conocido por acoger a niños desvalidos.
Él maldijo interiormente. Bethany había sacado las uñas, pero Letty fingió no
darse cuenta.
—Por desgracia, no me quedaré mucho tiempo. —Sonrió como si fuera ella la
que le estaba haciendo el favor—. Pronto me iré a Londres.
Gray casi sonrió. Letty se mantenía firme, algo que no le sorprendía mucho.
Puede que no tuviera tanta educación o que no estuviera tan versada en las normas
sociales como muchas de las mujeres que él había conocido, pero no era tonta.
Los ojos azules de Bethany evaluaron el vestido amarillo y desgastado.
—Quizá cuando esté en Londres, tenga oportunidad de ir de compras. Es difícil
tener un guardarropa a la moda cuando una vive lejos de la ciudad.
Un leve rubor inundó las mejillas de Letty, pero sólo sonrió.
—Sí, así es.
No entraba al trapo, y ese hecho, de alguna manera, parecía ponerla por encima
de ella.
—¿Y tú que piensas, Gray? —dijo Rebecca, intentando introducirle en la
conversación.
Desafortunadamente, había estado tan pendiente de Letty, que se había perdido
lo que había dicho la condesa. Se dirigió al grupo, acercándose al lado de Letty, y
percibió un leve atisbo de su suave perfume a rosas.
—Lo siento, estaba pensando en otras cosas. ¿Qué ha dicho, lady Devane?
—Decía que estaba pensando en organizar un baile de máscaras. Arturo todavía
está en la ciudad y me siento bastante sola en el campo.
—Tiene más de cincuenta sirvientes, condesa. Difícilmente puede decir que está
sola.
La sonrisa de Bethany se desvaneció un poco.
—Ya, pero a pesar de eso pienso que es una buena idea organizar un baile.
—Yo también —la apoyó Rebecca—. Me disfrazaré de María Antonieta.
—Y yo de Diana Cazadora. —Bethany le dirigió una seductora sonrisa que
dejaba a las claras a quién pensaba cazar, y que Gray maldijo interiormente. No
comprendía cómo, en otros tiempos, podía haber encontrado atractiva a esa mujer.
Entonces apareció en la puerta de la salita un lacayo anunciando el almuerzo, y
Gray agradeció en silencio la oportuna interrupción.
—¿Vamos? —sugirió él, logrando esbozar una sonrisa y ofreciéndole el brazo a
la condesa, la mujer de mayor rango en la estancia.
Ella le devolvió una sonrisa voraz y apoyó la mano enguantada en la manga de
la levita.
—Sí, vamos. Acabo de descubrir que me muero de hambre. Y quedó más que
claro para Gray el apetito que ella deseaba saciar. Cuando miró a Letty, había una
inusual chispa en los brillantes ojos verdes. Esperaba que fueran celos, y pensó que
quizás, el que la condesa hubiera acudido a almorzar no era una idea tan mala

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

después de todo.
Gray casi sonrió.
Levantó la vista cuando Samir apareció en silencio en la puerta de la salita. Gray
se excusó y se dirigió a donde estaba esperándolo el hombrecillo.
—¿Qué pasa?
—Siento molestarle, sahib, pero ha llegado un mensaje para usted.
Gray cogió la carta lacrada que Samir sostenía en su mano curtida.
—Gracias, amigo.
Rompió el lacre y leyó la nota.

En lo que respecta a la investigación de la señora Letty Moss, lamento mucho


decepcionarle, milord, pero no tengo libertad para aceptar el encargo, ya que me
vería envuelto en un conflicto de intereses.
Respetuosamente, su amigo,
DOLPH PETERSEN

Había una posdata:

No me preocuparía demasiado por la señora Moss.

Gray leyó la nota, luego la releyó. ¿Estaba Dolph vinculado de alguna manera
con Letty? ¿O habría sido contratado por otra persona para investigarla? ¿Y por qué
ese sutil mensaje de que ella no era ninguna amenaza?
Tremaine sintió más curiosidad que nunca, y al mismo tiempo, un profundo
alivio. Confiaba en Dolph Petersen. Si Dolph decía que no debía preocuparse por
Letty, entonces no lo haría. Sencillamente continuaría con la seducción que había
planeado.
Deslizando la nota en el bolsillo de la levita, regresó con los demás. Sólo
esperaba que, en su ausencia, Rebecca y Bethany no hubieran hundido sus afiladas
garras en el dulce y menudo cuerpo de Letty Moss.

Tenía que escapar. Sentada frente a Gray y la condesa, el almuerzo le había


parecido interminable. Cada vez que aquella mujer dirigía al conde una de esas
miradas provocativas, cada vez que se humedecía aquellos labios color rubí o le
sonreía como si él fuera un suculento trozo de carne, Corrie habría querido arrancar
el brillante pelo oscuro de esa maliciosa mujer.
Esa mujer era una diablesa, la pareja perfecta para ese conde del demonio.
En cuanto la comida terminó, Corrie se excusó y se dirigió a su habitación para
ponerse el traje de montar. El día anterior había descubierto que allí disfrutaba
cabalgando más de lo que lo hacía en la ciudad. Confiaba en Tulip se sentía capaz de
relajarse y de pasar un buen rato. El día anterior, había montado con Gray. Pero ahora

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

tenía intención de deshacerse de su obsesiva imagen.


En el establo, le pidió a Dickey Michaels que ensillara a Tulip, luego esperó
mientras él cumplía sus deseos. Él almohazó al caballo, lo ensilló y lo preparó, luego
frunció el ceño cuando observó el cielo.
—No sé, señora. Parece que se aproxima una tormenta. Quizá sería mejor
esperar a mañana para montar.
—Me voy ya, Dickey.
Él asintió con la cabeza.
—Lo que usted diga. No me llevará más de un minuto ensillar otro caballo.
Estaré listo en un momento.
—Espera, Dickey… te lo agradezco, de verdad, pero no es necesario que vengas
conmigo. No me pasará nada.
El joven arqueó sus cejas pelirrojas.
—Es que su señoría me desollará vivo si la dejo ir sola.
—Me temo que no tienes elección. Puedes decirle lo que te he dicho si ves que
tienes problemas con él. Estaré de regreso en un par de horas.
Homero ladró a su lado y meneó la cola, deseando ir con ella.
—Esta vez no, chico. —Miró al mozo. —Sujétalo, Dickey, hasta que esté fuera de
su vista.
Necesitaba estar sola. En ese momento ni siquiera quería la compañía de
Homero.
Poniendo a Tulip al trote, atravesó el patio y se dirigió en la misma dirección que
había seguido el día anterior con Gray, creyendo que de esa manera no le costaría
encontrar el camino de regreso al castillo. Se había levantado viento y el cielo estaba
algo oscuro, pero la tormenta parecía estar a bastante distancia.
No permanecería fuera demasiado tiempo, se dijo a sí misma. Sólo quería estar
un momento a solas para despejarse la cabeza y poner bajo control esas turbulentas
emociones. No era la primera vez desde que había llegado al castillo que sentía
deseos de marcharse a casa.
Corrie suspiró mientras cabalgaba a lo largo del camino. En Londres sería libre
de Gray y de esos desconcertantes sentimientos que él le provocaba, libre de regresar
a la vida que había vivido antes. Londres y su trabajo en De corazón a corazón jamás le
habían parecido más atractivos, pero sencillamente no estaba preparada aún para
darse por vencida. Le había prometido a su hermana que descubriría la verdad.
Corrie había hecho algunos progresos, pero no era suficiente. Tenía que continuar
y… lo haría.
Todo lo que necesitaba era estar un rato alejada del Castillo, lejos de la
expresión socarrona de Rebecca y de las sonrisas relamidas de la condesa, lejos de
Gray y de los indeseados sentimientos que él le provocaba.
Así que cuando el viento empeoró, simplemente se encogió de hombros.
Cuando Tulip se sobresaltó por un conejo y casi se cayó, no le importó. Sólo puso a la
yegua al galope, sintiéndose libre por primera vez en días.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

No estaba preparada para regresar, todavía no.


No hasta que hubiera tenido tiempo de prepararse para enfrentarse a ese conde
del demonio.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 15

Gray buscó a Letty en el castillo. La buscó en el jardín. Para cuando pensó en


Homero y consideró que podría haber ido al establo para ver al escuálido perro
mestizo, había pasado casi una hora.
—¿Has visto a la señora Moss? —le preguntó a Dickey Michaels, que barría el
suelo de tierra de uno de los establos.
—Sí, milord. La señora ha salido con Tulip hace un rato.
—¿Sola?
El chico asintió con la cabeza.
—Intenté que me dejara acompañarla, pero no quiso. Ni siquiera permitió que
Homero fuera con ella.
Gray soltó un juramento. No era culpa de Dickey, era culpa suya. Debería haber
sabido que estaría molesta tras ese deprimente almuerzo con su antigua amante al
que se había visto obligada a asistir. Sólo que no había esperado que hiciera eso.
—¿Qué dirección tomó?
—La misma por la que fue ayer con usted. Le dije que se acercaba una tormenta.
Me dijo que estaría de regreso en un par de horas.
Gray observó las oscuras nubes que se apelotonaban en el horizonte.
—Ensilla a Rajá. Yo la traeré de vuelta. —Y de paso le retorcería el cuello por
ponerse en peligro.
«Condenada mujer testaruda».
Pensó en la oferta de hacerla su amante. Letty se había sentido insultada,
aunque era una buena solución a sus problemas. «Era demasiado orgullosa para su
propio bien. Y también demasiado ingenua».
Miró al cielo mientras Dickey ensillaba al garañón y le tendía las riendas.
—Si regresa, dile que he ido a buscarla. Dile que tengo intención de hablar con
ella en cuanto regrese.
Dickey arqueó una ceja, preocupado.
—Sí, milord.
¿Por qué les daba miedo a todos menos a Letty Moss?
Gray apretó los dientes y se dirigió hacia la casita de los Cardigan, esperando
alcanzarla cuando ella ya estuviera de regreso.
Pero pasó una hora, y luego otra. El viento comenzó a rugir, arrastrando las
hojas y las hierbas, y comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Se detuvo en la
casa de los Cardigan el tiempo suficiente para asegurarse de que el bebé estaba bien y
que Letty no había pasado por allí; luego se puso a buscarla de nuevo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Si Letty no había abandonado el camino, ya habría sobrepasado la casita. El


camino conducía hasta un viejo pabellón de caza, una estructura que se había
edificado algunos años después del castillo.
Se dirigió en esa dirección, preguntándose si la habría pasado de largo y ya se
encontraría a salvo en el castillo. Pero el sexto sentido de Gray le advertía de que eso
no había ocurrido. Era fácil perderse por allí, en especial en una tormenta. El paisaje
parecía diferente, las ramas de los árboles se veían distorsionadas por el viento, los
caminos se ocultaban entre la hierba.
Comenzaba a llover en serio, el viento rugió a través de los árboles, y le arrancó
la cinta del pelo. Los negros y espesos mechones le abofetearon la cara con inusitada
fuerza, imitando la ferocidad de la tormenta, y haciendo que su preocupación fuera
en aumento.
Letty era una amazona apenas aceptable. ¿Y si se había caído? ¿Y si Tulip había
tropezado y la había tirado? ¿Y si Letty estaba herida y a merced de la tormenta en
alguna parte?
Se le aceleró el pulso. La preocupación le formó un nudo en las entrañas. Gritó
su nombre una y otra vez, pero el viento ahogaba sus palabras.
Ojalá se le hubiera ocurrido llevarse a Homero. El perro quería a Letty y podría
haberla encontrado.
Una forma oscura se movía entre los árboles de delante. Era Tulip, Gray la vio y
se le puso el corazón en un puño. La yegua estaba sin jinete, la silla de montar había
desaparecido y arrastraba las riendas sobre la tierra mientras se abría paso hacia el
castillo. Tulip conocía el camino a casa… pero, santo Dios, ¿qué le había ocurrido a
Letty?
Se dirigió hacia la yegua alazana, y cogió las riendas. No parecía estar herida, ni
haberse caído, pero ¿por qué no llevaba puesta la silla de montar?
—¿Dónde está? —preguntó Gray, palmeando el lomo mojado de la yegua—.
¿Dónde has dejado a nuestra chica?
La alazana lo observó como si quisiera contestarle. Guiando a Tulip Gray se
dirigió en la dirección por la que había venido, buscando cualquier señal de Letty en
el camino. A lo lejos vio un murete de piedra, al lado del camino principal. Cuando la
yegua alzó las orejas y lo miró de nuevo, Gray puso a Rajá al galope y se dirigió hacia
el murete de piedra.
Se le contrajo el corazón cuando divisó a Letty, blanca como el papel, tendida en
el suelo al otro lado del muro. Apeándose con rapidez, se dirigió hacia ella, con el
miedo agarrado a la nuca. «Que esté bien. Por favor, que esté bien». Se sintió invadido
por los recuerdos del día que Jillian había muerto, y el amargo sabor de la bilis le
inundó la boca. Arrodillándose en la hierba mojada, tomó la pálida mano de Letty.
Estaba fría como la muerte.
—Letty… Letty, ¿me oyes? —Durante un instante, pensó que estaba muerta, y
se sintió invadido por una oleada de náuseas. Le tomó el pulso con mano temblorosa.
Allí estaba, fuerte y estable, y el nudo del estómago comenzó a aflojarse. Ella

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

respiraba con regularidad, y la dolorosa opresión que sentía en el pecho disminuyó.


La examinó en busca de huesos rotos, sin encontrar ninguno, y cuando terminó,
Letty comenzó a abrir los párpados.
—¡Letty! ¡Letty, soy Gray!
—¿Gray…?
Él se inclinó y le cogió la mano.
—Aquí estoy, cariño. ¿Estás herida? Dime dónde te duele. —Ella tragó e intentó
levantar la cabeza—. Tranquila… sólo dime dónde te duele.
A lo lejos estalló un relámpago, advirtiéndole de la proximidad de la tormenta y
acto seguido se oyó el trueno.
—El viento estaba… azotándonos —dijo ella—. Galopábamos y yo me sentía…
tan libre. El muro estaba ahí, y pensé que podríamos saltar. Si la cincha no se hubiera
roto…
—¡Maldita sea, Letty, dime dónde te duele!
Los brillantes ojos verdes se detuvieron finalmente en la cara de Gray.
—Me duele un poco la cabeza. Me la debí de golpear cuando caí. Salvo eso, creo
que estoy bien.
Se sintió invadido por una oleada de alivio, seguida por un fuerte
estremecimiento. Soltó el aire que estaba conteniendo.
—Bien. Eso es bueno.
Vieron otro relámpago, seguido de inmediato por el retumbar de un trueno. La
tormenta estaba acercándose, casi la tenían encima. Tenían que buscar un refugio.
Gray miró hacia el horizonte y vislumbró la silueta del viejo pabellón de caza
bajo la luz de otro relámpago.
—Tenemos que ponernos a salvo antes de que llegue la tormenta. Voy a
levantarte. Dime si te lastimo. —Inclinándose, Gray la alzó suavemente entre sus
brazos—. ¿Va todo bien?
Ella asintió y luego recostó la cabeza contra su pecho. Él la depositó en la silla
de montar y luego se subió detrás de ella.
—Sólo apóyate en mí. Conozco un lugar donde estaremos a salvo.
Ella no protestó cuando él dirigió a Rajá hacia el pabellón de caza al tiempo que
tiraba de las riendas de Tulip en la misma dirección. No tardaron en alcanzar la
rústica estructura. Gray se bajó, tomó a Letty entre sus brazos y se dirigió a grandes
zancadas hacia el edificio que había sido su refugio cuando era niño, y que aún lo era
a menudo.
La pesada puerta de madera nunca estaba cerrada con llave. Levantó el pasador
y abrió la puerta con la bota, metiendo a Letty dentro, después la cerró de una patada
para protegerse de la lluvia.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor. No creo que me haya roto nada.
Gray había estado muerto de preocupación. El miedo se convirtió en cólera ante
la falta de prudencia de Corrie, y le comenzó a palpitar un músculo en la mandíbula.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Es asombroso que no te partieras ese precioso cuello montando de esa


manera. Te juro que te voy a dar una paliza por asustarme de esa manera.
Corrie se sonrojó, pero no replicó. Gray la depositó suavemente en el sofá de
piel que había delante de la chimenea.
—Iré a acomodar a los caballos y traeré algo de madera para encender el fuego.
Letty siguió sin decir nada, y Gray no supo si estaba agradecida de que la
hubiera encontrado o si deseaba que no lo hubiera hecho.
Metió a los animales en el cobertizo anejo al pabellón, les dio un poco de avena
que allí guardaba y luego volvió a la casa cargando unos troncos. No tardó en
encender un fuego caliente, y el calor que desprendía comenzó a disipar el frío de la
estancia.
El alojamiento no era grande. Sólo era una habitación con el techo bajo de
madera. Había una cocina de hierro y una vieja mesa de roble a un lado. La parte
central estaba provista de un sofá de piel y unas cuantas sillas cerca de la enorme
chimenea de piedra, y una cama de columnas en la esquina.
Gray encendió un fuego en la cocina de hierro para proporcionarles más calor,
dejó una tetera con agua para que hirviera y luego regresó a donde Letty estaba
descansando, mojada y manchada de barro, en el sofá.
—Tenemos que quitarnos estas ropas mojadas.
Letty temblaba cuando negó con la cabeza.
—No puedo. No tengo nada que ponerme.
Él se dirigió hacia un armario y sacó un par de mantas de lana.
—Esto tendrá que valer. —Le lanzó una que cayó al lado de ella en el sofá.
Dirigiéndose hacia la chimenea, comenzó a quitarse la levita, el chaleco y la
camisa. Letty simplemente se quedó allí, procurando no mirarle.
—Estoy bien tal como estoy —dijo ella—. Al final mi ropa acabará por secarse.
—Y para entonces, tendrás una fiebre del demonio.
Corrie alzó el mentón con rapidez.
—Y si me la quito, tendré que pactar con el mismo demonio.
Él curvó los labios. No tenía que preguntar a quién se refería. Aun así, la salud
era más importante que la modestia.
—Lo siento, cariño, pero no vas a ganar esta discusión. O te quitas esa ropa
mojada o te la quito yo. ¿Qué prefieres?
—¡No te atreverás!
Comenzó a quitarse las botas.
—Sabes que lo haré. No creo que tengas ni la más mínima duda.
Los ojos de Letty relampaguearon de cólera. ¿Por qué había veces que Letty
parecía como si fuera dos mujeres diferentes, una dulce y dócil, y otra llena de fuego?
Ella masculló algo. Pero no creía que fuera un juramento.
—Eres un auténtico demonio —dijo ella. Apartó la mirada mientras él
terminaba de desvestirse, cogía una de las mantas y se la envolvía alrededor de la
cintura, remetiéndosela para que no se le cayera.

- 109 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Tu turno —dijo él.


Letty se incorporó lentamente y Gray la ayudó a ponerse de pie.
—¿Cómo te sientes? ¿Estás mareada?
—Estaba bien hasta que me ordenaste que me quitara la ropa.
Gray contuvo una sonrisa. Había sonreído en pocas ocasiones desde que Jillian
había muerto, pero Letty lograba que lo hiciera con mucha facilidad.
—Simplemente quédate de pie, y yo haré el resto del trabajo. —Intentó
desabrocharle los botones del corpiño del traje de montar de color verde oscuro, pero
ella le apartó las manos.
—Puedo hacerlo yo sola.
Él retrocedió un paso, dejando que ella recobrara su orgullo, y esperó a que se
desabrochara los botones con dedos temblorosos. La ayudó a quitarse el corpiño,
dejándola sólo con la camisola y colgó la prenda en un gancho al lado del fuego.
Luego, Letty se abrió los botones de la falda que cayó a sus pies y se tambaleó
mientras intentaba salir de ella.
—Tranquila. —Gray la agarró del brazo para sujetarla y ella no protestó, aunque
quedaba claro por la rigidez de su espalda que deseaba que apartara las manos de
ella.
Las enaguas fueron lo siguiente. Completamente empapadas, formaron un
montón de algodón blanco y mojado a sus pies.
La ayudó a salirse de ellas, dejándola con la ropa interior mojada y pegada a su
cuerpo, y casi transparente.
Él estaba intentando comportarse con todas sus fuerzas, después de todo, la
señora se había caído, pero sus instintos masculinos estaban volviendo a la vida,
junto con la parte más viril de su cuerpo. La camisola apenas ocultaba la dulce curva
del trasero de Letty, y Gray comenzó a excitarse.
Aclarándose la garganta, tiró de las cintas húmedas del corsé, las aflojó, y dio
un paso atrás. Pensó que podría confiar en sí mismo. Letty se había hecho daño,
aunque fuera levemente. Pero mientras estudiaba la femenina curva de la espalda y la
tentadora turgencia de las caderas, comenzó a dudar de su fuerza de voluntad. Dios,
cómo la deseaba. Su erección palpitaba con cada latido.
Un rayo iluminó la habitación y el viento azotó con fuerza las contraventanas.
—¿Puedes darme la manta, por favor?
—¿Qué?
—Necesito la manta. ¿Me la puedes dar, por favor?
—Lo siento. —Sacudió la segunda manta y la sostuvo en alto delante de sí
mismo—. Tienes que quitarte el resto. Te prometo que no miraré.
—No me fío de ti.
—Yo tampoco me fiaría de mí, pero lo haré lo mejor que pueda.
Gray creyó oírla reír.
—Quiero tu palabra de caballero —dijo ella.
—De acuerdo, te doy mi palabra de caballero.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Él levantó la manta hasta que le cubrió los ojos. Letty se movió y el conde pudo
oír el frufrú de la tela. Gray bajó la manta lo suficiente como para ver por encima del
borde superior, y observó con creciente lujuria cómo ella se quitaba el corsé y lo
dejaba a un lado, para acercarse al fuego medio desnuda. Letty se movió y él
vislumbró momentáneamente los pechos desnudos, que eran todavía más perfectos
de lo que él recordaba, pesados y con esas cimas rosadas y llenas. El recuerdo de su
sabor le envió una nueva oleada de sangre a la ingle.
Continuó con los calzones, que por lo que vio no estaban remendados y eran
del más fino y caro algodón. Si tanto los apreciaba, le compraría una docena, aunque
una vez que fuera suya, le prohibiría llevar nada debajo de las faldas. Letty se
desprendió los ligueros de satén rosa, y se inclinó para bajarse las medias.
La visión de ese dulce trasero expuesto tan tentadoramente le hizo la boca agua
y su erección palpitó aún con más fuerza. Por lo general se sentía orgulloso de su
autocontrol, pero éste parecía evaporarse cuando Letty andaba cerca. Entonces ella se
giró, y él no pudo apartar la vista de los brillantes rizos castaño-rojizos que brillaban
entre los pálidos muslos.
El chillido ultrajado de Letty le perforó los tímpanos.
—¡Me diste tu palabra!
Gray levantó la manta a la altura de sus ojos, privándose a regañadientes de la
vista.
—Te di mi palabra de caballero… algo que nunca he sido. Deberías haberme
pedido que te diera mi palabra de soldado. Habría estado obligado a cumplirla por
mi honor.
—Eres un… —explotó ella—, eres un…
Él caminó hacia ella, la rodeó con la manta y sus propios brazos.
—Eres la mujer más deseable que he conocido nunca. Tan hermosa y dulce.
Dios mío; jamás he deseado a nadie de la manera que te deseo a ti.
Y entonces la besó. Atrapada en la manta, Corrie intentó liberarse, pero él siguió
besándola como si no tuviera otra cosa que hacer. Eran unos besos suaves,
provocativos, dulcemente apasionados, que al poco rato se convirtieron en ardientes
y hambrientos, provocando que su erección se pusiera dura como una roca. En el
momento que ella dejó de luchar, cuando sus labios se suavizaron bajo los de él, Gray
suavizó el beso y Letty lo besó en respuesta.
Gray aflojó el abrazo y los brazos de Letty le rodearon el cuello. Él sintió cómo
le deslizaba los dedos entre el pelo mojado.
—Letty… —no le había mentido. No era un caballero y jamás lo sería. Tomaba
lo que deseaba, y ahora deseaba a Letty Moss. A cambio, se ocuparía de ella de la
manera que se merecía. Era un arreglo perfecto para los dos.
Gray bajó el borde de la manta y comenzó a trazar un sendero de besos hacia los
pechos maduros de Letty, decidido a alcanzar el objetivo que se había propuesto. La
seducción acabaría con todas las protestas, y ella sería suya.
Y no había nada más que considerar. Sólo sabía que tenía intención de

- 111 -
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proporcionarle el placer que le había prometido, que haría que lo deseara como él la
deseaba a ella. Gray se puso manos a la obra.

La manta se le deslizó hasta la cintura y Corrie se dejó llevar entre los cálidos
brazos que la rodeaban. Los labios firmes se fundieron con los suyos, y ese cuerpo
caliente y sólido hizo desaparecer los últimos vestigios de frío. Se desvaneció el dolor
de cabeza, y sintió que su mente era invadida por un placer embriagador.
Sabía que estaba mal, sabía que tenía que detenerle, pero no había sentido nada
tan bueno como lo que sentía en ese momento con Gray. Él le acarició el cuello con la
nariz. Ella ladeó la cabeza para permitirle un mejor acceso, y el espeso pelo negro del
conde, libre de la cinta, le acarició la piel. Pensó en cuando lo había visto bajo la
lluvia. Con las piernas abiertas y el pelo alborotado sobre los hombros, Gray parecía
el bandolero que ella siempre había imaginado que era.
Gray profundizó el beso y los músculos de su pecho le presionaron los pechos.
Sintió un hormigueo y se le endurecieron los pezones. Un dolor acuciante palpitó
entre sus piernas. Un calor líquido comenzó a formarse en su vientre y el deseo la
atravesó, tan tentador como la serpiente del paraíso.
Tenía casi veintidós años. Y a pesar de todas las fiestas a las que había asistido,
de todos los hombres que la habían cortejado, jamás había conocido a ninguno como
Gray. No se había sentido enardecida de esa manera por ningún beso, ni ninguno de
ellos la había excitado como él lo hacía.
Pensó en el hombre que era Gray, recordó el encuentro con el perro y cómo él la
había ayudado con el animal, y cómo había rescatado al chico del pueblo. Pensó en el
bebé que había traído al mundo, con qué ternura había tratado a la madre y al recién
nacido. Recordó el dolor que había padecido, las pérdidas que había sufrido. La
manta se deslizó más abajo y ella sintió el calor de la boca de Gray en los senos, el
tirón de sus dientes, y una arrebatadora sensación de placer la atravesó. La lasciva
criatura que vivía en su interior se rebeló, desafiándola a que se dejara llevar y
experimentara lo que ningún otro hombre podía darle.
Y era verdad, se percató. Si se negaba ahora, jamás podría experimentar el tipo
de éxtasis que Gray le ofrecía. No tenía intención de casarse pronto, había
demasiadas cosas que quería hacer. Incluso después de casarse, podría no encontrar
en su marido el tipo de pasión que Gray le hacía sentir.
Tremaine le deslizó las manos por el pelo húmedo, arrancando las horquillas.
Luego enterró los dedos en las pesadas hebras, extendiéndoselas sobre los hombros.
—Adoro tu pelo —le susurró al oído—. Adoro cada dulce curva de tu hermoso
cuerpo.
Las palabras la sedujeron tanto como las manos que recorrían su carne
desnuda, rozándola y acariciándola, haciendo que su piel ardiera ante el más leve
contacto. Su boca reclamó la de ella en otro beso embriagador, su lengua profundizó
en su boca, provocándola para que le respondiera.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Ella se arqueó, pegándose a su cuerpo y se dio cuenta de que las dos mantas
habían caído al suelo. Los dos estaban completamente desnudos. Pudo sentir el deseo
de Gray, el duro miembro masculino que tanto le intrigaba, y se echó un poco hacia
atrás para poder verlo.
Agrandó los ojos ante el grueso miembro que empujaba hacia ella, recordándole
la imagen de Mercurio, que había visto en aquel libro erótico.
—¡Oh, cielos!
Gray curvó la boca.
—No pasa nada. Simplemente nos tomaremos el tiempo necesario.
Era ahora o nunca. Si no lo detenía en ese momento, sería demasiado tarde. Lo
observó, vio el deseo que ardía en sus ojos, y algo más, un anhelo tan profundo que
parecía envolverla. Se sintió fascinada, atrapada e incapaz de rechazarlo.
—Te necesito, Letty —susurró él, atrayéndola a sus brazos y besándola de
nuevo—. Te necesito tanto.
El anhelo estaba presente en su voz, lo mismo que la soledad. La mente de
Corrie comenzó a dar vueltas, luchando por descubrir por qué ese sentimiento la
conmovía tanto, la convertía en su esclava.
Y entonces lo descubrió, estaba tan claro que no podía creer que no se hubiera
dado cuenta antes. ¡Santo Dios, estaba enamorada de él! No era un encaprichamiento
como se había temido antes, era un amor totalmente apasionado.
Era demasiado tarde para proteger su corazón, demasiado tarde para salvarse, y
como no podía hacerlo, su única opción era salvarlo a él.
Lo miró, y las lágrimas ardieron en sus ojos.
—Yo también te necesito, Gray.
Algo atravesó esos rasgos oscuros y turbulentos. Gray se la quedó mirando con
una intensidad que jamás le había visto antes. El beso fue duro y profundo, ya no era
para seducirla. Era el beso apasionado de un hombre reclamando a su compañera, y
Corrie respondió con total abandono.
Los besos, húmedos y sensuales, la dejaron sin aliento. Las caricias, cálidas y
apasionadas, hicieron arder su corazón. La tocó, le acarició esa sensible piel. Examinó
suavemente los rizos en la unión de sus piernas con los dedos y la tocó como jamás la
había tocado otro hombre.
Un deseo arrebatador la invadió. Eso era lo que ella necesitaba, lo que llevaba
esperando toda su vida.
—Hazme el amor, Gray.
Ella oyó el profundo gemido de la satisfacción masculina.
Luego la levantó entre sus brazos para llevarla a la cama de la esquina y se
tendió con ella en el suave colchón de plumas, besándola incluso más profundamente
que antes. Corrie ardió para él, ansiando más del abrasador placer que su duro
cuerpo prometía.
Pero ella ya no era la joven ingenua que había crecido en Londres.
—Un momento, Gray ¿Qué pasará si me quedo embarazada?

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Él acarició el húmedo pelo revuelto de la sien de Corrie.


—Hay maneras de impedirlo. Condones, y otras cosas. Tomaré precauciones. Y
si aun así te dejara embarazada, me encargaría de ti.
Que Dios la ayudara, lo creía. Quizás era tonta de verdad.
Ocurriera lo que ocurriese, ya no importaba. Lo amaba y lo deseaba. Lo besó
con todo el amor recién descubierto que sentía por él, y dejó que la envolviera con su
magia.

***
Gray trató de recordar las habilidades que había adquirido en la India, las
docenas de trucos con los que se podía dar placer a una mujer, pero su mente estaba
obnubilada a causa de la necesidad que sentía por Letty. Había esperado demasiado
tiempo, la deseaba con demasiado ímpetu. La besó profundamente, la acarició hasta
que estuvo húmeda y preparada, retorciéndose bajo él, rogándole que la tomara.
Abriéndole las piernas con las rodillas, se cernió sobre ella, encontró la entrada a su
pasaje y comenzó a deslizarse dentro del objetivo.
Era estrecha. Asombrosamente estrecha, pero habían pasado dos años desde
que ella había estado con su marido. Gray la besó lenta y profundamente, y ella le
devolvió el beso, introduciendo su pequeña lengua en la boca de él y llevándolo a la
locura. Gray se sentía orgulloso de su autocontrol y habilidad haciendo el amor, pero
sólo podía pensar en Letty y en lo mucho que necesitaba estar dentro de ella. Podía
sentir la estrechez de la envoltura femenina y el deseo lo abrumó.
—Gray… —susurró ella, deslizándole los dedos en el pelo húmedo, y atrayendo
su boca hacia la de ella para otro beso ardiente.
El poco control que Gray poseía se resquebrajó, y luego desapareció por
completo. Con un único y duro envite, se introdujo en ella, empalando toda su
longitud en el dulce cuerpecito de Letty. Cuando Letty gritó, a su cerebro, sumergido
en la lujuria, le llevó un momento darse cuenta de que la había lastimado, que la
delgada barrera que había sentido e ignorado era su himen. Que la señora Letty Moss
era virgen.
—¿Qué diablos? —La furia lo atravesó como un relámpago. Se incorporó lo
suficiente para mirar los ojos húmedos de ella—. ¡No estás casada! ¿Quién diantres
eres, Letty? ¿Es ése tu nombre?
Ella tragó y alargó una mano temblorosa para acariciarle la cara. Por un
momento pareció dudar, como si quisiera decirle algo. Luego se estremeció y negó
con la cabeza.
—Nunca… hicimos el amor. Cyrus era demasiado viejo. Debería habértelo
dicho.
Gray extendió la mano y le enjugó las lágrimas de las mejillas. Tenía sentido. Él
había notado su inocencia desde el principio. Y de pronto, se sintió feliz de que su
primo hubiera sido un viejo tonto.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Si lo hubiera sabido, hubiera tenido más cuidado. —Se inclinó y la besó muy
suavemente—. Siento haberte lastimado.
Ella le dedicó una tierna sonrisa.
—Bueno, ya no me duele, sólo me siento llena… de ti.
El alivio se mezcló con un extraño sentimiento de protección.
—Eres una mujer asombrosa, Letty Moss. —Y lo era para él, una esposa virgen.
La amante perfecta.
Gray la besó suavemente, tomándose su tiempo, buscando excitarla otra vez. El
sudor le inundó la frente y le dolieron los músculos de los hombros en su esfuerzo de
controlarse. Quería complacerla, satisfacerla.
—Por favor, Gray —susurró ella, arqueándose bajo él, instándole a darle lo que
necesitaba, y en el mismo momento que Corrie pronunció esas palabras, él se puso en
movimiento.
Un único empuje profundo y Letty se vio arrebatada por un clímax destructivo.
Él apenas se lo podía creer. Sintió una sensación de triunfo por haber sido el hombre
que lo había conseguido, pero no se detuvo, sino que siguió penetrándola hasta que
ella alcanzó el orgasmo otra vez mientras le clavaba las uñas en los hombros y le
despojaba del último jirón de autocontrol.
Los golpes duros y profundos le hicieron arder la sangre; las pesadas estocadas
de su miembro lo llevaron al límite. Su cuerpo se estremeció por el comienzo del
clímax y le costó Dios y ayuda salir de su calidez acogedora antes de derramar su
semilla.
Había prometido protegerla y tenía intención de mantener su palabra. Tenía
condones en el cajón de su tocador. La próxima vez los utilizaría.
Gray sonrió tendido al lado de Letty en la cama y la atrajo hacia su cuerpo. No
podía recordar la última vez que se había sentido tan completamente relajado, tan
absolutamente saciado.
La inquietud había desaparecido, al menos de momento. La satisfacción lo
invadía de una manera que no podía explicar.
La besó en la sien.
—Todo saldrá bien, cariño. Te lo prometo.
Gray cerró los ojos, disfrutando de la suave sensación de la mujer entre sus
brazos. Anochecía y la tormenta todavía rugía fuera del pabellón de caza. Letty se
sumergió exhausta en el sueño y aunque él quería excitarla de nuevo, volver a hacer
el amor con ella, pensó en su inocencia y la dejó tranquila.
Debió de quedarse dormido. Cuando se despertó, le sorprendió descubrir que
había dormido de un tirón hasta el amanecer.
Era la primera noche que dormía tranquilo desde que Jillian había muerto.

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Capítulo 16

—¿Dónde está, Charles? ¡Dónde demonios está mi hija! —Justin Whitmore,


vizconde de Selkirk, estaba en el vestíbulo del Castillo de Tremaine con el abrigo y el
sombrero mojados.
Cuando Charles caminó hacia él, observó la angustia de Justin, y su sonrisa de
bienvenida desapareció lentamente.
—¿De qué demonios hablas? No te estarás refiriendo a Laurel, ¿verdad? Su
muerte fue un duro golpe para todos nosotros, pero…
—¡Hablo de Coralee! Está en tu casa, haciéndose pasar por la esposa de un
primo lejano del conde. Exijo verla, Charles. ¡Ahora mismo!
Charles Forsythe pareció aturdido. Por primera vez, Justin se dio cuenta de lo
lejos que había llegado su hija en esa charada.
No importaba. Era una joven soltera y de buena cuna. No pintaba nada en el
campo inmersa en ese descabellado intento de redimir el honor perdido de su
hermana.
Charles se aclaró la garganta.
—Supongo que te refieres a la joven que dice llamarse Letty Moss.
—Sí, acabamos de descubrir su treta. Su madre y yo estábamos cada vez más
preocupados por ella. Sus cartas eran escasas, y en ellas no nos contaba nada sobre su
bienestar. A Coralee jamás le gustó el campo, pero lleva aquí varias semanas.
Decidimos venir a ver cómo estaba, y en lugar de eso descubrimos que no estaba en
Selkirk Hall y que nunca lo había estado.
—Ya veo. Bueno, por supuesto no tenía ni idea. —Las cejas rubias se arquearon
sobre los ojos color avellana—. ¿Por qué motivo, exactamente, planeó tu hija tan
elaborado engaño?
—No lo sé con certeza.
Charles hizo una seña para que el mayordomo se encargara del abrigo y del
sombrero que el vizconde, en su prisa por ver a Coralee, aún llevaba puestos.
—Quizá sería mejor discutirlo en privado —propuso Charles.
—Sí, será lo mejor.
—Si no te importa seguirme. —Entró en una salita y Justin lo siguió. Cuando los
dos hombres se acomodaron, el mayordomo cerró la puerta.
—Debo decirte que tu hija es una actriz consumada —dijo Charles—. Coralee
era sólo una niña la última vez que la vimos. No puedes culparnos de no habernos
dado cuenta de quién era.
—No, la culpa no es vuestra, Charles. De hecho, debes aceptar mis más sinceras

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

disculpas por todos los problemas que os ha causado. Y puedes creerme cuando te
digo que pienso tener una larga conversación con ella. Ahora, si puedes pedirle que
venga aquí…
Charles bajó la mirada.
—Me temo que, por el momento, eso no será posible.
Justin se sintió alarmado.
—¿Qué quieres decir?
—Tu hija salió a montar poco antes de que estallara la tormenta. Gray estaba
preocupado, así que salió tras ella. Estoy seguro de que la encontró, porque no ha
regresado a casa. Han debido de refugiarse en alguna parte hasta que pase la
tormenta.
—¿Y si no la encontró? ¿Y si está ahí fuera herida… o algo peor?
—Gracias a Dios había insistido en que Constance lo esperara en Selkirk Hall. Si
supiera que su hija había pasado la noche fuera, estaría profundamente preocupada.
—Mi hermano era comandante en el ejército. Si no la hubiera encontrado,
habría vuelto en busca de ayuda. Lo mejor será darles tiempo para que lleguen a
casa. Si no están de vuelta en las próximas horas, reuniremos un pelotón de
búsqueda para encontrarlos.
A Justin le irritaba esperar. Su hija estaba ahí fuera, herida o algo peor; pero
esperar era una alternativa mejor que ir a buscarla sin saber por dónde empezar.
—¿De verdad crees que tu hermano la encontró?
—Estoy seguro. Como ya te he dicho, Gray estuvo en el ejército. Es un hombre
muy capaz.
Justin pensó en el joven y bien parecido conde con el que se había encontrado
en Londres en varias ocasiones. Y en la escandalosa reputación que le precedía. Una
idea desagradable le cruzó por la cabeza.
—Si pasaron la noche juntos, comprenderás lo que eso implica.
Charles levantó su rubia cabeza.
—Por Dios… tendrá que casarse con ella.
Justin apretó los dientes. Una de sus hijas había sido mancillada, un escándalo
que su familia y él sufrirían durante los años venideros. No toleraría otro. Si ese
granuja había pasado la noche con ella, se casaría con Coralee.
Justin pensó en la independencia de su hija, en su terca y rebelde naturaleza.
¡Se casaría con el conde… quisiera o no!

Corrie estaba montada sobre Rajá delante de Gray mientras Tulip los seguía.
Después de que hubieran hecho apasionadamente el amor, habían dormido toda la
noche. Gray se había levantado temprano y había salido a ocuparse de los caballos.
Con la cincha rota, la silla de amazona había quedado inutilizada. Pensaba enviar a
Dickey Michaels a recogerla.
Sentada delante de Gray mientras se dirigían al castillo, Corrie se preguntaba

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

qué pensaría él sobre la noche anterior. Se le ocurrió que un hombre con esa
reputación podría repudiarla ahora que ella le había entregado su virtud. Si lo hacía,
no sería el hombre que creía que era, y estaría mejor sin él.
Ese pensamiento, le formó un nudo en las entrañas. Estaba enamorada de Gray.
No quería perderle. Pero, ¿qué haría él cuando descubriera que ella no era quien creía
que era y que había acudido a su casa para buscar alguna prueba que lo implicara en
el asesinato de su hermana?
Durante todo el camino de regreso al castillo, esos inquietantes pensamientos le
rondaron en la cabeza. Ninguno de los dos habló cuando salieron del establo y
entraron en el castillo por la puerta de atrás.
Samir los estaba esperando.
—Hay problemas, sahib. Lamento haberle fallado.
—¿De qué hablas, Samir?
—La mujer… debería haberme esforzado más para descubrir la verdad.
—No te andes con rodeos, amigo. Dime…
—¡Gray! Gracias a Dios que has vuelto. —Charles se encaminaba hacia ellos a
paso vivo—. Y sano y salvo, por lo que veo.
Corrie pudo sentir el rubor que inundaba sus mejillas y esperó que el hermano
de Gray no lo viera. Estaba segura de que ya no parecía la joven inocente que había
sido la tarde anterior.
—La cincha de Letty se rompió y se cayó. Tiene suerte de no estar gravemente
herida.
Charles le dirigió a ella una mirada que Corrie no supo interpretar.
—Sí, bueno, me alegro de que esté bien. Sin embargo, hay un asunto que
requiere tu atención y también la de… Letty. Si me seguís…
—No soy una compañía adecuada para nadie —dijo Corrie, deseando escapar a
su habitación—. Necesito cambiarme de ropa y ponerme algo más presentable. Si me
disculpas… Charles. —Pasó junto a los dos hombres, pero Charles la cogió por el
brazo.
—Me temo que esto no puede esperar.
Gray le dirigió una mirada inquieta y Corrie sintió un escalofrío de alarma. En
silencio, siguieron a Charles por el pasillo hasta la salita esmeralda, una sala
extravagante de llamativos colores y muebles dorados. Era la habitación favorita de
Rebecca y Corrie muy rara vez entraba allí.
Entró en la sala, vio a su padre, y casi se desmayó. Gray se dio cuenta y
extendió la mano para agarrarla por la cintura.
—¿Te encuentras bien? Quizá, después de todo, sí que te hiciste daño y los
síntomas están apareciendo ahora.
—No… estoy bien.
—Buenos días, Coralee. —Su padre se dirigió hacia ella, tenía la expresión más
furiosa que le hubiera visto nunca.
—Buenos días… papá.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Los ojos de Gray fueron de ella al vizconde.


—¿Selkirk? —Volvió a mirar a Corrie—. ¿Qué diantres pasa aquí?
Corrie tragó saliva y se sintió mareada de nuevo.
—Muy buena pregunta, milord —dijo su padre—. ¿Te importaría explicárnoslo,
Coralee?
Los penetrantes ojos oscuros de Gray se clavaron en la cara de Corrie.
—¿Coralee? ¿Es ése tu nombre?
—Iba a decírtelo, Gray, te lo juro. Quise decírtelo anoche. Sencillamente… no
pude. Todavía no.
—Coralee es mi hija —comenzó el vizconde—. Era una niña la última vez que la
viste. Ya se ha hecho mayor, como puedes observar. De hecho, deduzco por su
aspecto desaliñado que lo has descubierto por ti mismo.
Corrie contuvo el aliento.
—Papá, por favor…
—No eres Letty Moss —dijo Gray en tono sombrío—. Eres Coralee Whitmore, la
hija del vizconde.
—Sí… —La palabra le salió casi en un susurro. Le palpitaba el corazón y cada
latido le retumbaba en el pecho. Santo Dios, ¿qué estaría pensando Gray? ¿Cómo se
lo iba a explicar?
—¿Por qué viniste aquí? —preguntó—. ¿Por qué te hiciste pasar por otra
persona?
—Estaba… —dijo con nerviosismo, humedeciéndose los labios—. Estaba
tratando de averiguar quién mató a mi hermana.
Charles intervino justo en ese momento.
—Eso es absurdo. Laurel se suicidó. Se tiró al río.
Corrie se volvió hacia él.
—Mi hermana no haría tal cosa. Creo que la asesinaron. —Charles palideció.
La oscura mirada de Gray la taladró.
—Dime que no has venido aquí porque crees que su muerte tuvo algo que ver
con uno de nosotros.
Ella tragó.
—Creí… creí que habías sido tú. —Cerró los ojos para no ver la furia que
oscurecía su rostro—. Descubrí que tu esposa se había ahogado como Laurel. Vine
para probar que la habías matado.
—¡Maldita seas!
—Luego descubrí que no fuiste tú. Me enteré de que estabas con la condesa esa
noche, así que sé que no tuviste nada que ver.
La mandíbula de Gray pareció convertirse en granito.
—Tu hermana tuvo un hijo ilegítimo. Fue la comidilla del pueblo. Se suicidó
cuando su amante se negó a casarse con ella. Lamento tu pérdida, lady Whitmore,
pero eso no justifica lo que has hecho.
Girándose, el conde echó a andar, pero la voz afilada del padre de Coralee lo

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detuvo.
—Ni cambia las circunstancias presentes. —Gray se volvió con los ojos duros y
brillantes—. Coralee es una joven inocente de una de las mejores familias de Londres,
una familia que ya se ha visto sometida a bastantes escándalos. Pronto se sabrá que
habéis pasado la noche juntos. El honor te obliga, Tremaine, a casarte con mi hija.
Corrie contuvo el aliento. Tuvo que hacer acopio de valor para no encogerse de
miedo ante la feroz mirada de Gray.
—¿Esperas que me case con ella? ¿Después de las mentiras que ha dicho?
¿Después de la manera en que nos engañó a todos?
Corrie sintió el afilado aguijón de las lágrimas. Por primera vez se dio cuenta de
las desastrosas consecuencias de su engaño.
—Lo siento, Gray, de veras que lo siento. Tenía intención de contarte la verdad,
pero, sencillamente… prometí sobre la tumba de Laurel que averiguaría lo que
sucedió. No podía romper mi promesa.
El conde bajó la vista hacia ella y algo cruzó por su rostro. Corrie creyó que era
decepción.
—No eres lo que pareces. Ni eres dulce, ni amable, ni cortés ni cariñosa. Eres
una mentirosa y una embaucadora, una cruel marisabidilla capaz de cualquier cosa
para obtener lo que quiere.
Corrie palideció.
—Ya basta —dijo el vizconde—. No te permito que le hables a mi hija de esa
manera.
El conde lo ignoró.
—Ahora te recuerdo. Eres esa pequeña arpía que escribió sobre mí en la
columna de la gaceta. A ver si me acuerdo… ¿cómo me habías llamado? «Un
seductor sin moral ni conciencia.» Sí, creo que fue así. —La recorrió con una mirada
fría, un recordatorio silencioso de las intimidades que había compartido esa noche—.
Supongo que tenías razón.
Echó a andar de nuevo, pero se detuvo ante la acerada voz del padre de Corrie.
—Entonces admites que te aprovechaste de mi hija.
Él se giró otra vez.
—Seduje a Letty Moss, la preciosa, empobrecida y joven esposa de un primo
lejano. No conozco a esta mujer.
Un gemido ahogado quedó atrapado en la garganta de Corrie mientras
observaba salir a Gray. Quiso llamarle, decirle que Letty y ella eran facetas distintas
de la misma persona, pero sabía que no la creería. Todo había acabado entre ellos.
Corrie se sintió como si le hubieran atravesado el corazón con un cuchillo.

Gray salió de la casa y se dirigió hacia los establos. Por Dios, qué tonto había
sido. Debería haber sabido que la joven dulce e inocente con la que había hecho el
amor la noche anterior no existía. Sencillamente, era demasiado buena para ser

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verdad. La ingenua y dulce Letty era producto de su imaginación.


—Detente, Tremaine.
Ante el sonido de la voz del vizconde, Gray se detuvo en el camino de piedra y
se giró para enfrentarse a él. Siempre había respetado a ese hombre. No era culpa
suya que su hija fuera una zorrita con la conciencia de una puta.
—Sé que mi hija te engañó. Espero que intentes entender lo afectada que estaba
Coralee por la muerte de su hermana. Hasta hace poco las dos eran inseparables.
Coralee se negó desde el principio a creer que Laurel se había suicidado. Según su
tía, estaba convencida de que eras el hombre que habías seducido a su hermana y que
posteriormente la había matado, y vino aquí para probarlo.
Gray ignoró el reticente respeto que sintió al considerar el riesgo que Corrie
había corrido.
—Por lo que se ve, probó justo lo contrario —continuó el vizconde—. Si no
hubiera creído que eras inocente, nada en la tierra la habría inducido a entregarse a ti,
como parece que ha hecho.
Gray permaneció en silencio. Una sensación de pérdida lo atravesó al asumir
que Letty no existía, que la noche que había pasado con ella entre sus brazos no había
sido más que una fantasía.
—Ha habido demasiados escándalos en mi familia para dejar esto sin resolver
—continuó el vizconde—. Espero que hagas lo correcto con mi hija, Tremaine. Si te
niegas, tendré que retarte.
«Cristo». Un duelo con Selkirk era lo último que quería. Ese hombre y su esposa
ya habían sufrido bastante escándalo y pena. Incluso ahora, de pie delante de él,
estaba vestido con las ropas negras de luto.
Por el rabillo del ojo, Gray divisó una pequeña figura familiar que se apresuraba
por el camino hacia ellos. Se parecía a Letty, pero sabía que no era en absoluto la
dulce criatura que le había hecho arder la noche anterior.
Llegó hasta ellos con rapidez y lo agarró por el brazo; Gray ignoró un ramalazo
de simpatía cuando observó los ojos llorosos.
—Por favor, no aceptes —dijo ella—. No tienes que casarte conmigo. Le dije que
no me casaría contigo ni aunque me lo pidieras. Sólo por favor… por favor, no
aceptes.
Él bajó la vista y algo se removió en su interior. Era Letty, pero no lo era. La
cólera le ardió como una caldera hirviente en el estómago. Deseó hacerla pagar por
todas las mentiras que le había dicho al tiempo que sentía un agudo deseo de
enterrar su duro miembro en ella.
—¿Así que no te casarías conmigo aunque te lo pidiera?
Ella tragó.
—Trabajo en Londres. Además, hay cosas que deseo hacer, lugares que quiero
conocer. No estoy preparada aún para el matrimonio.
Él arqueó una ceja.
—¿De veras? —Se volvió a su padre—. Obtén la licencia. Nos casaremos en

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cuanto todo esté preparado.


—¿¡Qué!?
Gray se dirigió a grandes zancadas hacia el castillo con una sensación de triunfo
extendiéndose por el pecho. Le haría pagar por su engaño, y de paso satisfaría ese
inexplicable deseo que una noche de amor con ella no había logrado satisfacer.
—¡No me casaré contigo! —dijo ella, recogiéndose las faldas y corriendo detrás
de él.
Gray se detuvo y la miró.
—Te casarás conmigo. No tienes elección.
Corrie se quedó boquiabierta cuando él se alejó. Gray creyó oírla maldecir.
Una sombría sonrisa apareció en sus labios. Era una zorrita, pero la pasión que
había despertado en ella la noche anterior era real. No importaba qué clase de esposa
resultara ser, tenía intención de poseerla hasta quedar saciado.
Luego la enviaría de regreso a Londres.

—¡No me casaré con él!


—Como que hay Dios que lo harás. Si te niegas te juro que te encerraré, como
debería haber hecho cuando eras niña.
Corrie no se lo podía creer. Su padre siempre había sido indulgente con ella. ¿Y
ahora le decía que tenía que casarse con un hombre que la despreciaba?
—No puedo casarme con el conde —discutió—. Tengo un empleo. Trabajo en
De corazón a corazón. ¿Acaso eso no importa?
—Jamás deberías haber aceptado ese trabajo. Te rebajas haciendo ese tipo de
labor. Además, tenías que casarte tarde o temprano. Después de lo que ha ocurrido,
no te queda más remedio que hacerlo ya.
—¡Pero Gray me odia! ¡En cuanto sea su esposa, lo más probable es que me
pegue!
—Bien por él. Si lo hubiera hecho yo, quizá tendría una hija tranquila y
respetuosa en lugar de una bruja testaruda que parece decidida no sólo a arruinarse
ella sola, sino también a la familia.
Eso hizo callar a Corrie. Había visto lo que las habladurías habían hecho a su
madre y a su abuela, y al resto de la familia cuando Laurel había muerto.
Sencillamente no podía dejar que las personas que amaba volvieran a pasar por lo
mismo. Si Gray tenía intención de castigarla por engañarlo, que así fuera. Lo cierto
era que no podía negar que se lo mereciera.
Aspiró profundamente y soltó el aire lentamente.
—Está bien, me casaré con él.
La oscura mirada de su padre se desvaneció lentamente.
—No te habrías entregado al conde si no te importara, Coralee. No eres esa clase
de mujer.
No se lo discutió. Estaba enamorada de Gray. O al menos del hombre que había

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llegado a conocer. No reconocía al desconocido de rostro duro en que se había


convertido.
—Con el tiempo todo se arreglará —dijo el vizconde.
Corrie esbozó una sonrisa forzada.
—Seguro que tienes razón, papá.
Pero estaba bastante segura de que no sería así. Últimamente, nada parecía salir
como ella había pensado.

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Capítulo 17

Llevó sólo tres días sacar una licencia especial y hacer los arreglos necesarios
para una boda apresurada. Se casaría con Grayson Forsythe esa misma mañana en la
capilla de los jardines de Selkirk Hall, luego regresaría al castillo como esposa de
Gray, la condesa de Tremaine.
Pensar en ello la dejó helada hasta los huesos.
—Creo que no puedo hacerlo —le dijo a Allison mientras paseaba
frenéticamente ante la ventana de la habitación. Vestida sólo con la ropa interior
blanca de encaje y una faja de raso azul, se giró y siguió paseando de un lado a otro
—. Después de lo que hice, no creo que pueda mirarle a la cara ni a él ni a su familia
de nuevo.
Allison y ella habían llegado a Selkirk Hall poco después del horrible
enfrentamiento en el Castillo de Tremaine. Era increíble lo rápido que habían pasado
los días, y ahora Allison estaba allí para ayudarla a vestirse para la boda.
—No tienes elección —le dijo su amiga, diciéndole lo que pensaba como muy
rara vez hacía—. Se lo debes a tu familia. La muerte de Laurel los dejó destrozados.
Tu padre no lo demuestra, pero aún está afligido. Y tú no quieres que tus padres
pasen por otro escándalo.
—Oh, Dios mío. —Corrie se dejó caer en el taburete tapizado del tocador de
palisandro. El dormitorio, decorado en colores blanco y malva, era mucho más
elegante que la descuidada habitación que Rebecca le había asignado en el Castillo de
Tremaine. A Corrie se le formó un nudo en el estómago al pensar que pasaría la
noche en las habitaciones de la condesa, que comunicaban con el dormitorio de Gray.
—Quizá después de la boda consigas que el conde comprenda por qué te
comportaste de la manera en que lo hiciste. Es posible que con el tiempo llegue a
perdonarte.
Ella negó con la cabeza.
—No creo que Gray sea un hombre muy compasivo. Quizá si yo fuera
realmente Letty Moss me perdonaría con el tiempo. Creo que ella le importaba
bastante. Por desgracia, yo soy Coralee. Soy franca, terca y decidida. No soy la clase
de mujer con la que a Gray le gustaría casarse.
—Basta. Letty y Coralee son la misma persona. Eres amable y considerada. Eres
leal y justa. Con el tiempo, tu marido verá eso, y se percatará de que eres todo lo que
él creía y mucho más.
Corrie la miró, parpadeando para contener las lágrimas.
—¿De veras lo crees?

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Allison la envolvió en un abrazo.


—Sí, claro. Estuviste dispuesta a correr un grave peligro porque amabas a tu
hermana. Y amas al conde. Con el tiempo, él se dará cuenta y te aceptará como la
mujer que eres de verdad.
Corrie alzó la mirada a la cara de Allison.
—¿Cómo… cómo has sabido que lo amo?
—Hemos llegado a ser amigas, Coralee. No creo que te hubieras entregado al
conde si no lo amaras.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Corrie.
—Gray cree que lo he traicionado, y en cierto modo lo hice. Me hice pasar por
alguien que no era.
—Sólo fingiste un poco.
Suspiró.
—Quizá. Pero ya le han hecho daño antes y protege su corazón contra todo. No
sé si alguna vez conseguiré tener otra oportunidad de llegar a él.
—Si le amas, tienes que intentarlo.
Corrie se tragó el nudo de la garganta, y se dio cuenta de que su amiga tenía
razón.
—Tienes que ponerte el vestido de novia —dijo Allison, recordándole lo pronto
que iba a cambiar su vida.
—Necesito un momento, Ally, si no te importa.
Allison asintió con la cabeza.
—Por supuesto. —La dejó para ir a vestirse para la ceremonia con la promesa de
que volvería a ayudar a Corrie a ponerse el vestido de novia.
Había pasado sólo un momento desde su marcha, cuando un suave golpe sonó
en la puerta. Corrie se dirigió a abrirla y soltó un grito de sorpresa cuando vio a su
mejor amiga, la alta y rubia Krista Hart Draugr, en el umbral.
—¡Krista! —Corrie se lanzó a sus brazos y ambas mujeres se abrazaron—. ¡Estoy
tan contenta de verte! Sabía que harías todo lo posible por venir, pero temía que te
hubiera surgido algún contratiempo y que no pudieras hacerlo.
—No tenías que haberte preocupado. Dejé Londres tan pronto como recibí tu
carta. Las carreteras aún están enlodadas tras esa terrible tormenta y nos ha llevado
más tiempo de lo esperado. Leif, Thor y mi padre están abajo. Todos estábamos
preocupados por ti. ¿Estás segura de esto? ¿Estás segura realmente de que esto es lo
que quieres?
Corrie suspiró.
—Jamás he estado menos segura de algo en mi vida.
—Entonces quizá deberías rechazar la propuesta del conde.
Soltó una risita histérica.
—Fue más una orden que una propuesta. Está claro que no lo conoces. Me
estremezco al pensar lo que haría él si de verdad tuviera valor para rechazarlo.
—Como te he dicho, Leif y Thor están abajo. Si el conde causa algún

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

problema…
—No es culpa del conde. Lo cierto es que todo esto es culpa mía. Incluso si fuera
lo suficientemente egoísta como para querer ver a mi familia envuelta en otro
escándalo, no desearía que eso le sucediera a lord Tremaine. Casándose conmigo, lo
desee o no, acallará las malas lenguas. No es el hombre horrible que yo creía que era.
No asesinó ni a su mujer ni a mi hermana, y no merece que su reputación se empañe
más de lo que ya está.
Krista le cogió la mano.
—Parece que te importa… al menos un poco.
Corrie levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo amo, Krista. Es intenso, difícil y demasiado exigente, pero estoy locamente
enamorada de él. Por desgracia, Gray no me ama. De hecho, me odia por haberle
engañado.
—Ya veo. —Pareció cavilar sobre la situación—. Supongo que el conde está
enojado y que tiene todo el derecho del mundo a estarlo. Pero lo más seguro es que
con el tiempo comprenda por qué te comportaste de esa manera.
—Quizá. —Corrie se miró en el espejo, notando la inusual palidez de su rostro.
Lanzó un tembloroso suspiro y se volvió hacia su amiga—. Además de casarme con
un hombre que me desprecia, no sé qué pasará con mi empleo.
—Lindsey está haciendo un excelente trabajo en tu ausencia. Quería
acompañarnos a tu boda, pero alguien tenía que quedarse y supervisar la edición de
esta semana. Te aseguro que está dispuesta a continuar hasta que tú decidas qué es lo
que vas a hacer.
Corrie levantó la vista.
—¿Crees que podré regresar? Me gusta trabajar en la gaceta. Me gusta trabajar
contigo, Krista. No estoy preparada para el matrimonio.
Krista le cogió la mano.
—No estabas preparada para enamorarte, punto. Algunas veces las cosas
ocurren sin más.
Como le había sucedido a Krista, recordó Corrie. Al principio, su relación con
Leif había sido un desastre. Ahora eran increíblemente felices. Corrie pensó en Gray
y le dolió el repentino vacío que sintió.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la ventana. Desde el jardín le llegaban las
voces de los invitados que ya habían llegado.
—Jamás descubriré lo que le sucedió a mi hermana.
Krista se unió a ella en la ventana.
—Recibí tu carta. Sé que piensas que uno de los hombres del castillo era su
amante. Pero eso no quiere decir que la haya matado.
—Lo sé. Me lo he dicho a mí misma una y otra vez.
—Hoy es el día de tu boda. No es el momento para pensar en el pasado. Tu
hermana querría que fueras feliz.
A Corrie se le oprimió el corazón. Laurel habría querido que se casara con un

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

hombre que la amase. Eso no iba a ocurrir.


—Gray buscará alguna clase de justicia. Vive de acuerdo con sus propias reglas,
pero, a su manera, es un hombre honorable.
—Y tú eres una mujer valiente y digna. Con el tiempo se dará cuenta.
Pero Corrie no lo creía. Fuera lo que fuese lo que Gray había sentido por ella,
había dejado de existir la mañana que Letty Moss se esfumó.

Ataviada con un vestido de tres capas de organdí gris paloma adornado con
cintas de seda color malva, y el pelo cobrizo cayéndole en bucles sobre los hombros,
Corrie se detuvo en la puerta que daba al jardín. Tenía planeado vestir de luto al
menos otro mes más, como era la costumbre, y había escogido el vestido de novia con
ese propósito en mente.
—El conde aún no ha llegado. —Su madre, una mujer de pelo castaño de casi
cincuenta años, vestida sólo con medio luto para la boda, estaba a su lado
retorciéndose las manos—. Santo Dios, quizá no venga.
Corrie sintió una opresión en el pecho. Era posible. Quizá dejarla plantada en el
altar era el castigo que el conde tenía planeado para hacerle pagar por las semanas de
engaño. Por el bien de sus padres, rezó para que él no le hiciera esa humillación
pública.
—Sólo se retrasa unos minutos —dijo, tratando de evitar que su madre se
echara a llorar—. Quizá tuvo problemas en el camino. —Pero creía que se trataba más
de una advertencia del conde. Si acudía, habría quedado claro que no era un novio
ansioso.
—¡Ya está aquí! —Krista le dio la espalda a la ventana y se apresuró hacia ellas
—. Acaba de entrar en el jardín.
—Gracias a Dios —exclamó su madre. Corrie se acercó a ella y le dio un abrazo
tranquilizador, aunque no estaba segura de cuál de las dos lo necesitaba más.
—Todo va a salir bien, mamá.
La mujer esbozó una temblorosa sonrisa.
—Sí, por supuesto que sí. Después de todo, te casas con un conde. Con el
tiempo, a la gente se le olvidará lo precipitado de esta boda.
Corrie sintió una fría punzada de culpabilidad. Si hubiera escuchado a Krista y
hubiera permanecido en Londres, nada de eso habría ocurrido.
—Ha llegado el momento, Coralee. —El suave recordatorio de su amiga envió
un estremecimiento por todo su cuerpo.
Aspiró profundamente para tranquilizarse y se dispuso a enfrentarse a la dura
prueba que tenía por delante. Krista se arrodilló y enderezó la cola del vestido de
organdí, luego abrió la puerta. Aunque los invitados eran pocos, la capilla había sido
decorada con enormes macetas llenas de crisantemos blancos y malvas. Una alfombra
blanca conducía hasta el altar.
Leif y Thor esperaban en la puerta. Uno rubio, otro moreno, ambos enormes y

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

con la mirada más triste que Corrie les había visto nunca.
Leif se inclinó y la besó en la mejilla.
—Estás preciosa. Tu conde es un hombre afortunado.
Corrie esbozó una sonrisa temblorosa.
—Gracias.
—Si no te trata bien —dijo Thor en tono sombrío—, sólo tienes que decírmelo.
Las lágrimas le ardieron en los ojos. Tenía suerte de tener tan buenos amigos.
—Gracias. Recordaré tu ofrecimiento, Thor. —Ella sabía muy bien qué había
querido decir.
Thor Draugr procedía de la misma isla desconocida que su hermano. Había
sido tan analfabeto y atrasado como Leif la primera vez que llegó. Pero el profesor
Hart había logrado con Thor el mismo milagro que con Leif. Era asombroso el
progreso que había realizado el enorme noruego.
—Deberías ir ya. —Krista le dio un último abrazo antes de volver con su
marido. Ver la manera en que ellos se miraban provocó que a Corrie se le llenara el
corazón de anhelo. Ojalá Gray la mirara con ese amor en los ojos… pero no creía que
lo hiciera nunca.
Su padre la estaba esperando.
—Eres una novia preciosa, Coralee. —Se inclinó y la besó en la mejilla, con el
pelo cobrizo, del mismo color que su hija, destellando—. No importa lo que pienses
de mis acciones, sabes que eso no quiere decir que no te quiera.
—Lo sé, papá. Yo también te quiero.
Él le cogió la mano enguantada y se la besó.
—Pase lo que pase, estoy orgulloso de tu fuerza, Coralee. Y de tu lealtad. El
conde va a tener una esposa maravillosa.
Ella sencillamente asintió con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta y no
podía pronunciar las palabras que quería. Luego dirigió la mirada al altar, y vio al
hombre que pronto sería su marido, el moreno y alto conde de Tremaine. Tenía la
mandíbula apretada y los ojos duros y oscuros como el ónice.
Trató de recordar al hombre compasivo que había ido a buscar la bajo una lluvia
torrencial, el hombre que la había amado con ternura, pero no había ni rastro de él.
—¿Lista? —preguntó su padre.
Ella asintió con la cabeza. Fue todo lo que pudo hacer.
Corrie intentó no temblar mientras recorría el pasillo. Vio algunas caras
conocidas: Allison al lado de la tía Agnes, que se retorcía las manos con inquietud;
Rebecca y Charles al lado de Jason, quien parecía casi divertido.
Corrie tenía una abuela a la que adoraba, pero estaba demasiado delicada para
viajar desde Londres. Su madre esperaba al final del pasillo a que su marido
entregara a la novia y se reuniera con ella. En el otro lado, sir Paxton Hart, el padre
de Krista, permanecía de pie junto a Krista, Leif y Thor.
Corrie volvió a mirar al altar, donde el conde estaba esperándola. Su padre le
dirigió una mirada que contenía una señal de advertencia, luego la dejó bajo su

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protección. Sintió las manos heladas dentro de los guantes cuando miró fijamente las
duras líneas de su cara.
—Lo lamento —dijo ella suavemente—, jamás pensé que ocurriría algo así.
El conde arqueó una ceja negra.
—Supongo que, de alguna manera, yo también lo lamento. Si no hubiera
deseado tu precioso cuerpo, todavía serías virgen y no me vería forzado a casarme
contigo.
Ella se encogió ante el recuerdo. Gray siempre había sido rudo, pero hoy
prefería que se guardara sus puyas hasta que estuvieran a solas.
—¿Estamos listos para empezar? —El vicario Langston estaba de pie en el altar
delante de ellos. Le dirigió a Corrie una mirada de simpatía y una sonrisa
tranquilizadora—. Algunas veces el Señor actúa de maneras misteriosas. Espero que
ambos tengáis puesta vuestra confianza en él.
Ella sintió el aguijón de las lágrimas, pero las contuvo. No iba a llorar. No
delante de Gray. Para él ya había caído bastante bajo.
—Me complacería que os dierais las manos.
Gray tomó los dedos enguantados de Corrie y ella pudo sentir la cólera
reprimida que bullía en él.
—Queridos hermanos —comenzó el vicario—, estamos aquí reunidos, para unir
a este hombre, Grayson Morgan Forsythe, sexto conde de Tremaine, y a esta mujer,
Coralee Meredith Whitmore, en santo matrimonio ante Dios y según las leyes de
Inglaterra…
El vicario continuó pronunciando las palabras que la unirían a Gray, pero
Coralee apenas las oyó. Por dentro, estaba temblando, su corazón sufría ante el
incierto futuro que se extendía ante ella. Gray creía que había perdido a Letty.
Cuando la ceremonia llegó al final y él la tomó en sus brazos para darle un beso
duro y castigador, Corrie supo con certeza que había perdido a Gray.

La boda terminó por fin. El pequeño cortejo nupcial se trasladó al comedor,


donde se había preparado un generoso bufé con carne, cordero asado con salsa,
salmón escalfado y una mezcla de verduras, quesos y fruta. En una mesa aparte
estaban los postres: puding de pan de jengibre, crema pastelera, natillas, tartas y
pasteles. Su madre no había escatimado en gastos y los invitados parecían
impresionados ante el suntuoso despliegue de comida.
Desempeñando el papel de novio solícito, Gray llenó un plato para Corrie y lo
llevó a la mesa con un mantel de lino donde estaban sentados, pero ella no tenía
apetito. No cuando cada una de las miradas que su marido le dirigía parecía más
oscura que la anterior.
Gray recorrió con la vista el vestido de novia gris. No se anduvo con rodeos.
—Estás preciosa hoy, pero si crees que vas a volver a llevar luto por tu hermana,
ya te puedes ir olvidando. No quiero que mi esposa ande como un alma en pena por

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la casa, recordando la muerte a mi familia. Ya la has llorado bastante. Tu hermana


está muerta y lo pasado, pasado está.
—Pero…
—No hay nada más que decir, Coralee.
No discutió. Odiaba ponerse esas ropas tan deprimentes que no servían más
que para mantener vivo el recuerdo de la muerte de Laurel. En verdad, por primera
vez desde que se había casado, estaba agradecida por algo.
Gray se reclinó en la silla.
—Al menos tus habitaciones serán mejores que las que ocupaste la última vez.
—Sí… ya lo había pensado.
Gray apretó los labios.
—Por supuesto, a Letty no parecía importarle.
El temperamento de Corrie se inflamó un poco. Dejó la copa sobre el mantel con
más dureza de la que quería, y varias gotas se derramaron por el borde.
—Sé que piensas lo peor de mí. Pero no soy la criatura mimada y egoísta que
crees que soy.
—¿No lo eres?
—No. —Echó un vistazo alrededor para asegurarse de que nadie la estaba
escuchando—. No me disculparé porque mi familia tenga riquezas y estatus social.
No elegí nacer siendo hija de un vizconde más de lo que tú elegiste ser conde.
Gray la observaba ahora con interés, y ella lo vio como una oportunidad para
explicar al menos algunas cosas que habían ocurrido.
—Sé que estás enfadado por un montón de cosas, una de las cuales es por lo
que escribí sobre ti en mi columna. Ahí, mencioné lo que se decía de ti en ese
momento. Pero era mi trabajo reflejar lo que había oído.
Él se reclinó en la silla.
—Y lo hiciste bastante bien. Después de todo, no eres la simple esposa
provinciana por la que te hiciste pasar. —Frunció el ceño como si se le hubiera
ocurrido algo de repente—. Lo llamaste Homero por La Odisea, ¿no?
—Sí.
Gray le dirigió una mirada afilada.
—Entonces admites que sabes latín.
Corrie alzó el mentón un poco.
—También sé griego. No es un crimen, ¿sabes?
—¡Y es probable que hasta hables francés!
Jason debió de percibir el veneno que destilaba la voz de Gray. Se detuvo a su
lado y los felicitó en esa lengua. Corrie aceptó las felicitaciones, contestando en un
francés impecable, dirigiéndole a Gray una mirada casi tan oscura como las que ella
había estado recibiendo de él.
Gray intercambió una dura mirada con su primo.
—Ten cuidado con lo que le dices a mi esposa —le advirtió—. Recuerda que yo
también hablo esa lengua.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Jason sonrió, y los hoyuelos aparecieron en sus mejillas.


—Vaya, y pensar que creía que sólo tenías celos de nuestra pobre primita. Qué
interesante.
El conde apretó los dientes cuando el joven se dio la vuelta.
—Parece que mi primo aún te pretende. Al parecer no le importa qué nombre
tengas.
—No seas ridículo. Sólo estaba siendo educado.
—Ahora eres mi esposa, Coralee. Harías muy bien en recordarlo.
—Ya te lo he dicho, Jason no me interesa. —Se acercó más a él—. Si recuerdas
bien, fue a ti y no a él a quien dejé entrar en mi cama. ¿O se te ha olvidado ya?
Los ojos oscuros parecieron brillar intensamente.
—No se me ha olvidado. Ni se te olvidará a ti en cuanto lleguemos a casa.
Corrie contuvo el aliento. Quizá provocar la ira de ese conde del demonio en su
noche de bodas no era una buena idea. Santo Dios, ¿cuándo aprendería a morderse la
lengua?
La fiesta iba a terminar demasiado pronto para gusto de Coralee, pero por las
tórridas miradas que le lanzó el conde, no sería lo suficientemente pronto para él.
—Coge el abrigo —dijo él—. Nos vamos.
—Pero…
—¡Ya!
Corrie se apresuró a acatar la orden. Quiso recordarle que no era Letty. No tenía
que bailar al son que él tocara. Pero Gray tenía derecho a estar enfadado, y estaba
claro que esa noche él tenía intención de hacerle pagar por los problemas que le había
causado.
Un estremecimiento de inquietud la atravesó. No conocía al hombre con el que
se había casado, era diferente al hombre con el que había hecho el amor bajo la
tormenta. ¿Qué planes tenía para ella? ¿Qué esperaría él que hiciera?
Su incertidumbre iba en aumento. Apenas notó cuándo la envolvió en su capa y
la guió hacia la puerta, dejándole sólo el tiempo suficiente para despedirse
brevemente de su familia y amigos.
Cuando pasó junto a Thor, él la cogió de la mano.
—Recuerda lo que te dije.
La mirada que él le dirigió a Gray no dejaba lugar a dudas de lo que quería
decir y Corrie se sintió agradecida de que fuera su amigo.
—No lo olvidaré.
Gray la empujó otra vez hacia la puerta. En el carruaje, él se recostó contra el
asiento frente a ella, con los ojos ardiendo de cólera y pasión, la cara de un demonio
con una furia imponente. Corrie tuvo que recurrir a todo su valor para sostener esa
mirada dura y no apartar la vista.
—Soy tu esposa —dijo ella al fin—. No voy a eludir mis deberes en nuestra
noche de bodas, pero no permitiré que me hagas daño.
Gray arqueó las cejas negras con sorpresa.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¿Es eso lo que piensas? ¿Que tengo intención de lastimarte?


Ella se estremeció.
—Está claro que me odias. Sé que tienes intención de castigarme por lo que he
hecho.
Por primera vez, la dura mirada del conde se suavizó.
—Jamás te haría daño, Coralee, no importa lo enfadado que esté. —Se relajó
contra el asiento—. De hecho, los planes que tengo para ti esta noche, no tienen nada
que ver con el dolor… aunque he aprendido que a veces puede ser utilizado de
maneras muy interesantes. Esta noche el placer es lo único que tengo en mente.
Pero la dureza había regresado a sus rasgos, haciendo difícil que Corrie creyera
en sus palabras.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 18

El sol ya se había ocultado. La oscuridad rodeaba el castillo mientras fuera rugía


un fuerte viento. Corrie estaba sentada con rigidez en el taburete del tocador del
dormitorio de la condesa, contiguo a las habitaciones del conde.
Era una suite, y como Tremaine había predicho, era mucho más elegante que las
habitaciones que había ocupado antes. Estaba de corada con muebles de palisandro
estilo francés y cortinas y colcha de seda color verde claro; la estancia era preciosa,
pero no podía evitar sentirse una intrusa en un dormitorio que debía de haber
pertenecido a la anterior esposa del conde.
Como Allison ya no ejercería más de doncella, Gray había prometido asignar la
tarea a una de las criadas. La chica aún no había llegado, y Corrie se movió con
nerviosismo mientras la esperaba. El fuego de la chimenea estaba encendido y
caldeaba la habitación, pero ella se sentía fría por dentro. Pronto llegaría Gray.
No estaba segura de qué esperaba de ella, sólo sabía que hacer el amor con él
esta vez sería diferente a como lo habían hecho antes. No habría suavidad, ni ternura,
ni le importarían sus sentimientos.
Pensarlo le oprimió el corazón.
Estaba temiendo la noche que tenía por delante y deseando que llegara la
doncella, cuando se abrió la puerta y Gray entró sin llamar. Él recorrió la estancia con
la mirada y frunció el ceño, como si fuera la primera vez que se percatara de dónde
estaba.
—No puedes quedarte aquí. No hasta que se reforme la habitación. Este
dormitorio era de Jillian, y no quiero que haya nada aquí que me la recuerde.
Parecía como si le hubiera lanzado adrede el más grave insulto, y a Corrie se le
oprimió más el corazón, al tiempo que alzaba el mentón.
—Fue el ama de llaves quien me condujo hasta aquí.
Él frunció el ceño de nuevo mientras se acercaba a ella.
—No fue culpa suya —explicó Corrie con rapidez—. Sólo hizo lo que creía que
tú deseabas.
El conde arqueó una ceja.
—¿Crees que voy a despedirla por un simple error? ¿Es ésa la opinión que
tienes de mí?
Corrie tragó.
—Antes eras distinto. Ya no te conozco.
—Yo tampoco conozco a la mujer con la que me he casado. —Le deslizó un
dedo por la mejilla—. Quizás esta noche podamos cambiar eso un poco.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Gray dirigió la mirada hacia la puerta que conducía al dormitorio del conde.
—Puedes decorar esta habitación como te parezca, pero permanecerás en mis
habitaciones hasta que se terminen todos los arreglos.
A Corrie se le puso un nudo en el estómago.
—N… necesito un poco de intimidad… y a la doncella que me prometiste.
Seguro que no es demasiado pedir.
Una dura sonrisa asomó a los labios de Gray.
—Esta noche yo ejerceré de doncella. Ya encontraré después a alguien que te
ayude. —Le tendió la mano—. Ven. Es hora de ir a la cama.
Ella no podía moverse. Le parecía que los pies se le habían que dado pegados al
suelo. Lo miró e intentó no temblar.
—¿Qué pasa?
Corrie pensó que ya le había mentido bastante.
—Tengo miedo, Gray. Antes confiaba en ti. Ahora… —Apartó la mirada,
intentando no llorar. Jamás había sido cobarde, pero esa noche se sentía la mujer más
cobarde del mundo.
—Maldita sea. —Dirigiéndose a grandes zancadas hacia ella, se inclinó y la
cogió en brazos. Aunque ya había retirado la cola del vestido, las capas de su falda de
organdí cayeron en pliegues vaporosos a su alrededor. Tras pasar el umbral con ella
en brazos, la dejó delante del tocador y comenzó a quitarle las horquillas del pelo.
Ella permaneció rígida mientras él le pasaba los dedos entre los bucles,
extendiéndolos sobre los hombros. Gray no dijo nada mientras le desabrochaba los
botones del vestido de novia, luego la ayudó a salir de la falda y las enaguas. Corrie
se quedó en corsé, calzones y medias, mientras Gray permanecía vestido con los
pantalones negros y la camisa blanca que había llevado en la boda. Se había quitado
la levita y el chaleco, tenía el pelo despeinado por el viento, y ella pensó en el
bandolero que le había robado el corazón. Ojalá estuviera allí.
Gray se inclinó y la besó en el cuello, y Corrie comenzó a temblar. Era una
locura. Ya no era virgen. Gray le había dicho que no le haría daño, y aun así…
Había amado al granuja que la había despojado de su inocencia la noche de la
tormenta. Ése no era el mismo hombre. Cerró los ojos, pero no pudo contener las
lágrimas que se colaron bajo las pestañas. Gray las vio y alzó la cabeza.
—Por el amor de Dios, Cora, ya no eres virgen. Te he dicho que no te lastimaría.
¿Qué diantres te pasa?
Ella tragó, intentando reunir valor.
—No eres él… eso es lo que pasa. Tú deseabas a Letty. Y yo quiero que regrese
el hombre que eras antes. —Soltó una risita histérica—. No deja de ser justicia divina,
¿verdad?
Esos ojos oscuros la observaron. Soltó una maldición que Corrie apenas oyó, le
dio la espalda y se acercó al aparador de la pared. Unos minutos más tarde, regresó
con una copa de vino.
—Bebe esto.

- 134 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¿Qué es?
—En la India lo llaman «elixir sagrado».
—¿Qué lleva?
—Unos polvos hechos con granos de priyala machacados y kumhara, una especie
de higo, y algo llamado murahari. Los he mezclado con vino para que te ayude a
relajarte.
Cuando lo miró, él extendió la mano para ahuecarle la cara. Era la primera
muestra de ternura que había tenido desde la mañana que había descubierto la
verdadera identidad de Corrie.
—No lleva nada malo. Te doy mi palabra.
Ella lo miró con recelo.
—¿Como soldado o como caballero?
Gray curvó los labios, fue una débil grieta en el muro que había construido a su
alrededor.
—Como soldado —dijo él con suavidad. Y ella levantó la copa y se bebió hasta
la última gota de ese vino ligeramente amargo.

Demonios, Gray había tenido intención de castigarla, de hacerle pagar de


alguna manera por las mentiras que le había dicho y el daño que había causado. Pero
cuando lo miró con esos preciosos ojos verdes llenos de lágrimas, cuando vio que le
temblaban esos suaves labios, en lo único que pudo pensar fue en cuánto la deseaba.
No lo comprendía. No era la dulce esposa provinciana que había creído que era,
la joven sencilla cuya inocente pasión deseaba.
Era una criatura sagaz y calculadora que había estado intrigando y mintiendo
sobre sus afectos. Recorrió con la mirada esas curvas suaves, esos rasgos preciosos y
femeninos, y el pelo sedoso del color de las llamas.
Era hermosa como una diosa, sensual como una sirena. Era la reencarnación de
Maya, la diosa hindú de la ilusión. No era nada de lo que él había creído, pero la
deseaba como nunca había deseado a otra mujer.
Pero Maya también era una diablesa, creadora de las artes mágicas.
Esa mujer era una bruja. ¿De qué otra manera si no, habría logrado hechizarle
hasta el punto de que cualquier castigo, cualquier dolor que le infligiera, fuera mucho
más doloroso para él que para ella?
Se acercó a ella y le recorrió la mejilla con la yema del dedo, sintiendo la suave
cremosidad de su piel. Le hirvió la sangre. Quería saborearla, acariciarla por todas
partes hasta enterrarse en su cuerpo.
Corrie le devolvió la copa y su mano ya no temblaba, y él se dio cuenta de que
el afrodisíaco comenzaba a surtir efecto.
Ya no había temor en sus ojos, sino una mirada lánguida, suave y acogedora. La
tensión había abandonado el cuerpo de Corrie, y cuando él dejó la copa en el tocador,
ella se inclinó hacia él con la mirada fija en su boca. Cuando Corrie se humedeció los

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

labios con esa pequeña lengua rosada, a Gray se le contrajo el vientre y su miembro
se puso duro como una roca.
La poción había hecho efecto. Corrie era suya, una compañera más que
dispuesta para que hiciera con ella lo que quisiera. La giró hacia el espejo y observó
cómo lo miraba mientras la despojaba del resto de las prendas que aún llevaba
puestas.
La nuca de Corrie lo atraía, elegante y pálida, salpicada con un suave vello
cobrizo. La besó allí, sintiendo el suave cosquilleo de las sedosas hebras contra la
mejilla, y se puso todavía más duro, inclinándose, le subió un pie al taburete, se
arrodilló y le quitó las medias al mismo tiempo que le besaba la pantorrilla. Le lamió
el arco del pie y oyó su gemido.
Sólo quedaban los calzones y el corsé. Recordando la fantasía del día que se
había torcido el tobillo, le deslizó la palma de la mano por la torneada pierna, por el
muslo, hasta que alcanzó la abertura de los calzones. Deslizó dentro la mano, y
comenzó a acariciarla suavemente; estaba húmeda y resbaladiza, como él sabía que
estaría.
La droga había hecho el trabajo por él. Intentó no pensar cuánto prefería su
respuesta natural a esas que se conseguían gracias a una de las pociones que Samir
había preparado con ingredientes traídos de la India.
Corrie se movió contra su mano y él se detuvo, negándose a provocar su
liberación tan pronto. En su lugar, se puso de pie y deslizó las manos entre la espesa
mata de pelo, le inclinó la cabeza y la besó. En respuesta, ella se apretó contra él, se
puso de puntillas y le devolvió el beso. Cuando enterró la lengua en su boca, Gray
sintió un estremecimiento de placer que lo recorrió de pies a cabeza.
Quiso dejarse caer con ella en el suelo, abrirse los pantalones y tomarla allí
mismo, penetrando en ella hasta que no pudiera contener su simiente.
Pero se reprimió, le quitó el resto de la ropa, besando cada centímetro de piel
que iba quedando expuesto, aspirando su esencia suave a flores que se mezclaba con
el olor almizcleño del deseo. Levantándola en brazos, la depositó en la cama,
dejándola sola el tiempo necesario para quitarse sus propias ropas; luego se unió a
ella sobre el colchón.
En el momento que yació junto a ella, Corrie se echó a sus brazos, besándolo
apasionadamente y Gray casi perdió el control. Sabía que la droga era potente, por
eso le había dado sólo una pequeña dosis. Se le ocurrió que aquella pasión no sólo
era debida a la poción, sino a la mujer a la que se la había dado. Su nombre podía ser
Coralee y no Letty, pero ésta era la misma criatura apasionada que le había
respondido con tanta avidez la vez anterior.
Algo pareció ceder dentro él. Quizá no la conociera, no estaba seguro de si
podría vivir con ella. No era un hombre que diera su confianza a la ligera, y la poca
que le había dado a Letty, Coralee la había destruido.
Sin embargo, cuando se ofreció a él, dándole la bienvenida a su cuerpo, cuando
se movió dentro de ella, y Corrie levantó las caderas para tomar más de él, Gray

- 136 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

sintió una profunda y conmovedora sensación en su interior que no había esperado


sentir.
La besó con avidez, como si no tuviera suficiente de ella, y Corrie le respondió
con similar abandono. Los pesados envites lo llevaron más alto y bombeó las caderas,
conduciéndola más cerca del límite. Gray no cedió a su poderosa necesidad hasta que
ella alcanzó el orgasmo y gritó su nombre; no cedió hasta que volvió a alcanzar el
éxtasis. Luego el deseo lo alcanzó y el placer lo atravesó, tan feroz que se le tensaron
los músculos y tuvo que apretar los dientes.
Pasó mucho rato antes de que remitiera el placer. Gray yacía acostado junto a
esa esposa que no conocía, y sintió que su erección volvía a la vida otra vez. Se dijo a
sí mismo que no era posible que pudiera desearla de nuevo tan pronto.

El miedo había desaparecido. En su lugar, Corrie sentía un fuego que parecía no


poder extinguirse. Había esperado la cólera de Gray, su necesidad de venganza, no
esa desenfrenada pasión que él no parecía poder controlar. Se inflamó su deseo. No
podía apagar las llamas.
Se dijo a sí misma que era la droga, pero en su corazón sabía que no era cierto.
La poción era sólo una excusa para hacer lo que quería. Desde la primera noche,
había soñado con besarle, con tocarle por todas partes, con sentir los movimientos de
sus músculos, conocer la textura de su piel.
Mientras él yacía a su lado, ella se colocó sobre él, rozando los senos contra el
oscuro vello rizado de su pecho, frotando sus pezones duros como diamantes contra
las planas tetillas color bronce. Lo besó profundamente, en la frente, en los ojos, en la
línea de la mandíbula.
—Coralee… —susurró él, pronunciando su nombre como ella tanto había
deseado oírle, y sintiendo que el corazón se le llenaba de esperanza.
Enterrando los dedos en el espeso pelo negro, se inclinó sobre él, capturando su
boca en un beso ardiente y voraz que Gray devolvió introduciéndole la lengua en la
boca e incendiando de nuevo su cuerpo.
Adoraba el sabor de Gray, su calor y masculinidad, la fuerza de los brazos que
la rodeaban. Sintió sus manos en la cintura y cómo la levantaba encima de él, con el
pelo balanceándose hacia delante, formando una cortina que pareció dejar fuera al
resto del mundo.
—Gray… —susurró ella. Lo había amado una vez… cuando él era un hombre
diferente y ella una mujer distinta.
Gray la besó profundamente y la levantó de nuevo, ella sintió el duro miembro
buscando la entrada. Comprendiendo, tomó el control y descendió sobre su pene,
sintiendo la exquisita plenitud en su interior.
El calor la inundó, un feroz y ardiente deseo que la arrastraba hasta la cima
donde la había conducido antes. Se movió, se levantó para hundirse de nuevo y sintió
una sensación de triunfo y una oleada de increíble placer cuando él gimió. Gray tensó

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

los músculos mientras luchaba por controlarse, y por primera vez, ella reconoció el
poder que tenía sobre él.
Corrie continuó, aprendiendo el ritmo, moviéndose firmemente hacia la meta
que ambos deseaban alcanzar. El viento gemía fuera mientras Corrie jadeaba y sentía
un placer cada vez más intenso. Gray siseó cuando ella lo tomó más profundamente,
comenzando a moverse más rápido, hundiéndose con más fuerza, con más
profundidad.
—Santa Madre de Dios —gruñó Gray, agarrándola por las caderas para
mantenerla quieta y empujar en ella una y otra vez hasta que los condujo a ambos al
éxtasis.
El clímax fue rápido y duro, una liberación destructiva que la hizo gritar de
nuevo su nombre. Gray alcanzó la cima un instante después y ambos cayeron por el
precipicio.
Corrie se dejó caer encima del fornido pecho de Gray, sorprendiéndose cuando
sintió sus labios contra la frente. La bajó de encima de su cuerpo y luego la abrazó.
Gray no dijo nada, y ella tampoco, ambos temían destruir ese frágil momento.
Permanecieron tumbados. Su último pensamiento fue que fuera lo que fuese lo
que ocurriera entre ellos, ella ya no le temía.

Corrie se despertó cuando la primera débil luz del amanecer sembró de


púrpura la tierra detrás de la ventana. Sentía la mente un poco confusa y los
músculos laxos. Había un cuerpo duro y masculino a su lado. Gray.
Giró la cabeza para mirarle, observando las gruesas pestañas negras que se
desplegaban en abanico sobre las enjutas mejillas, la dura línea de la mandíbula, la
leve sombra de la barba.
Tenía las sábanas alrededor de las caderas, estaba desnudo hasta la cintura y
ella centró allí la atención. Él tenía un cuerpo magnífico, todo tendones y duros
músculos, el abdomen plano, salvo por los huesos de las caderas. Le había hecho el
amor la noche anterior, y aunque no había sido como la otra vez, le había
proporcionado el placer que le había prometido.
La poción había cumplido su trabajo y ella se había relajado. No, mucho más
que relajado. Había respondido como la tigresa con la que la había comparado una
vez. Se sonrojó al pensar que prácticamente lo había atacado.
Se le formó un nudo en las entrañas al pensarlo. Quizás ése sería su castigo.
Cuando él se despertara, se burlaría de su comportamiento, recordándole la lasciva
criatura en la que se había convertido.
Corrie suspiró. Fuera lo que fuese lo que él había echado al vino, había servido
para hacer desaparecer sus miedos, pero no podía echar completamente la culpa de
su salvaje respuesta a eso.
Miró al hombre con el que se había casado. A pesar de que había disfrutado del
placer que le había proporcionado, le había gustado más su manera de hacer el amor

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

cuando la pasión que bullía entre ellos era provocada por el simple deseo.
Eso no había ocurrido la noche anterior, pero quizá podrían alcanzar un tácito
acuerdo. Él era un hombre y ella una mujer. Se deseaban mutuamente. Tendría que
ser suficiente.
—¿Has dormido bien? —le preguntó él desde el otro lado de la cama; el tono
duro había regresado a su voz.
Corrie se tensó.
—Muy bien, gracias.
—¿Aún tienes miedo?
—No.
Él arqueó una ceja. Sin dejar de examinarla, se acercó, le ahuecó un pecho y
comenzó a frotarle el pezón. Se excitó al instante y comenzó a sentir un latido entre
las piernas. Gray movió la mano allí como si lo supiera, y Corrie emitió un suave
gemido.
—Bueno, al menos tenemos esto. —No había mofa en su voz, ni rastro de
reproche, y ella se relajó cuando él se colocó encima de ella, besándola
profundamente, excitándola con una facilidad que debería sorprenderla pero que no
lo hacía. Ella se dejó llevar por el fuego que Gray provocaba, dejándose guiar por él,
siguiendo el ritmo de sus movimientos mientras pensaba que él tenía razón. Al
menos tenían eso. Pero en su corazón, ella sabía que no sería suficiente.

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Capítulo 19

Los rayos del sol se filtraban por las cortinas de las ventanas del dormitorio de
Gray. Corrie se dio la vuelta para abrazarlo, pero su lado de la cama estaba frío, Gray
ya se había ido. Se recostó contra la almohada, mirando fijamente el pesado dosel de
terciopelo dorado por encima de ella. Aunque una parte de ella se alegraba de no
tener que enfrentarse a él, otra deseaba que hubiera estado allí para hacer el amor
cuando se despertara.
Un ligero golpe en la puerta atrajo su atención, y una joven con falda negra,
blusa blanca y cofia entró en el dormitorio.
—Me envía el conde —dijo—. Soy Anna, su nueva doncella. —Alta, muy
delgada, con la piel dorada y el pelo rubio, Anna sonrió con simpatía—. Si le parece
bien, milady. —Aparentaba algo más de treinta años, pero esos rasgos claros la
hacían parecer bastante atractiva.
—Muy bien, Anna. Mi ropa está en los aposentos de la condesa. ¿Por qué no
vamos allí y me ayudas a escoger el vestido?
—Sí, milady.
Media hora después, Corrie estaba vestida y sentada en el comedor del
desayuno frente a Rebecca, inmersa en la primera conversación que mantenía con ella
desde la boda.
—Así que ahora te quedarás aquí para siempre. O al menos hasta que Gray se
canse de ti.
Corrie se puso tensa. Desde el momento que había empezado a llenar su plato
en el aparador, Rebecca se había mostrado tan desagradable como Corrie se había
temido.
—¿Qué quieres decir? Estamos casados. Ahora soy la esposa de Gray. —Lo cual
se había encargado él de demostrarle a conciencia con su apasionada manera de
hacerle el amor la noche anterior.
—Sin duda alguna, te darás cuenta de que su interés por ti es sólo pasajero.
Tenía intención de convertirte en su amante, no de casarse contigo.
Era cierto. Se había casado con ella porque las circunstancias no le habían
dejado otra opción.
—Incluso así, es mi marido.
Rebecca tomó un sorbo del oscuro té que llenaba su taza de porcelana. Estaba
vestida con la misma elegancia de siempre, con un vestido de seda azul claro que
hacía juego con el azul de sus ojos. Los bucles rubios y brillantes le caían sobre los
hombros.

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—Gray es un hombre de fuertes apetitos sexuales —dijo Rebecca—. Tras la


muerte de Jillian, se sintió culpable y enterró sus deseos, pero Bethany puso fin a su
celibato. Luego llegaste tú. Estoy segura de que sabes que no serás la última.
Corrie logró tragarse el bocado de huevos que se había llevado a la boca,
aunque ya no tenía hambre.
—Como ya te he dicho, estamos casados. Espero que el conde respete los votos
matrimoniales. —Y mientras decía esas palabras se dio cuenta de que eran verdad. Si
Gray no le era fiel, lo dejaría. Pensar en ello le oprimió el corazón.
Rebecca sólo se rio.
—Si es fidelidad lo que esperas, querida, entonces eres tonta. ¿Qué hombre
cumple sus votos matrimoniales? Tarde o temprano, Gray se quedará prendado de
otra mujer y te enviará a alguna de sus haciendas. Quizá, si tienes suerte, puedas
establecerte en la casa de Londres. Por lo menos así podrás seguir escribiendo esa
ridícula columna tuya.
Corrie apretó los dientes. Ahora que estaba casada con Gray, los últimos restos
de cortesía de Rebecca se habían desvanecido. Estaba claramente furiosa por no ser
ya la mujer que dirigiera el Castillo de Tremaine.
—Escribir en la gaceta es mi trabajo. Pero supongo que eres de las que piensan
que cualquier trabajo significa rebajarse. —Lo que le recordó que si quería tener
algún tipo de privacidad, tendría que remodelar las habitaciones de la condesa.
Se levantó de la mesa sin apenas haber tocado el plato.
—Tengo que irme. Tengo que hacer varias cosas esta mañana. Si me disculpas…
Una tensa sonrisa se extendió por la cara de Rebecca. No tenía importancia.
Jamás habían sido amigas y eso no iba a cambiar.
Mientras Corrie avanzaba por el pasillo para recoger su capa, pensó en el
proyecto que tenía por delante. Esa mañana al despertar, se había dado cuenta de lo
deprimentes que eran las habitaciones de Gray: los muebles oscuros de madera
maciza, las pesadas cortinas que tapaban la luz del sol, la oscura alfombra color café.
Después de haber estado en el soleado estudio —la habitación hindú, como
había decidido llamarla—, donde él tenía la mayor parte de sus efectos personales,
estaba segura de que el dormitorio no le gustaba. Le preguntaría primero, por
supuesto, pero si le daba permiso cambiaría esa deprimente suite junto con la suya.
Lo encontró en su estudio privado, enfrascado en los libros de cuentas abiertos
sobre el escritorio. Jamás lo había visto en esa estancia, y ahora que lo hacía se dio
cuenta de lo importante que habían sido sus viajes para él. Parecía muy a gusto
sentado ante ese ligero escritorio de mimbre y en medio de esos colores llamativos,
con las vasijas de bronce y los esencieros de sándalo. De hecho, parecía más en su
ambiente que en ningún otro rincón del castillo.
Preparándose mentalmente para cualquiera que fuera su estado de ánimo, ella
golpeó la puerta abierta, compuso una sonrisa y entró. Gray levantó la vista de los
libros de cuentas, la vio y frunció el ceño. No era una buena señal.
—Buenos días, milord.

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Los ojos del conde recorrieron el vestido de muselina color albaricoque.


—Pensaba que sólo Letty se vestía con sencilla muselina.
Corrie intentó ignorar sus palabras.
—Tengo trabajo que hacer. Por eso estoy aquí. Seda y raso no serían adecuados.
¿Qué quieres?
—Me sugeriste ayer que hiciera cambios en mis habitaciones privadas. Me
preguntaba… si estarías de acuerdo en que hiciera algunos cambios también en las
tuyas. Por supuesto, si las prefieres como están ahora…
—Haz lo que quieras. —Volvió a enfrascarse en su trabajo, inclinando la cabeza
sobre la tarea como si ella ya se hubiera ido.
A Letty podría no haberle importado que la despacharan con cajas
destempladas, pero Coralee Whitmore no estaba acostumbrada a un trato tan rudo.
Rodeando el escritorio, se acercó a donde él estaba sentado.
Gray alzó la cabeza como si se hubiera percatado que ella todavía estaba allí.
—¿Querías algo más?
No se había dado cuenta desde la puerta, pero ahora, al ver las tensas líneas de
la cara de Gray, el gesto torcido de sus labios, le quedó claro que él quería que se
marchara sin importar lo que ella deseara.
—Quizá sí. —Se lo pensó un momento—. Soy tu esposa, ¿no? Llevamos casados
un día. Creo que una recién casada se merece un beso de buenos días.
Notó la expresión estupefacta de la cara de Gray cuando se inclinó y le depositó
un cálido beso en los labios. Él permaneció sentado con aspecto aturdido mientras
ella se giraba y salía del estudio.
—Que tengas un buen día, milord —le dijo por encima del hombro.
Al salir por la puerta, Corrie sonrió incapaz de contener una pequeña sensación
de triunfo.

El proyecto de reforma estaba en marcha. Tan pronto como abandonó el estudio


de Gray, Corrie se encaminó al pueblo para con tratar a los trabajadores y encargar
nuevos muebles para ambos dormitorios.
Al principio, había considerado ir en carruaje, ya que ella era, después de todo,
la condesa de Tremaine. Pero, sencillamente, el día era demasiado agradable y los
rayos de sol le calentaban los hombros.
Cuando pasaba por delante del establo de camino al pueblo Homero llegó
trotando hacia ella.
—¡Homero! —Se acuclilló ante el desaliñado perro gris y le rodeó el cuello con
los brazos—. Te he echado de menos, chico. —Le acarició el pelaje enmarañado—.
¿Quieres dar un paseo conmigo?
Le ladró como si la entendiera, y Corrie se rio mientras echaba a andar en
dirección al pueblo. Al menos, podía contar con un amigo en el castillo.
Las hierbas del camino estaban aún más crecidas que el mes anterior, y le

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rozaban el dobladillo de las faldas. Había comenzado su primera tarea como lady
Tremaine, pero tenía un asunto mucho más importante en mente, uno que había
intentado dejar a un lado, pero que, simplemente, no podía. «No te he olvidado,
hermanita».
En los últimos días, había logrado ignorar los pensamientos sobre Laurel. Con
la boda forzada y sus preocupaciones sobre Gray, Corrie había tenido poco tiempo
para pensar en cualquier otra cosa.
Ahora que era una habitante más del castillo, se le ocurrió que de manera casual
se le había presentado la situación perfecta. Aunque le resultaba imposible creer que
Charles o Jason fueran capaces de asesinar a nadie, al encontrar el libro de Laurel se
había convencido de que uno de los hombres del castillo había sido el amante de
Laurel.
Rebecca había hecho una observación sobre la infidelidad de los hombres.
Quizás ella lo sabía de primera mano.
Y Jason… Jason era un joven encantador, exactamente la clase de hombre del
que su hermana se habría enamorado.
Como parte de la familia, Corrie podría ir a donde quisiera. Con un poco más
de investigación, podría averiguar a cuál de los dos hombres debería vigilar. Una vez
que supiera con certeza quién de los dos era, lo presionaría para conseguir
respuestas, para encontrar alguna pista de lo que realmente le había ocurrido a
Laurel y a su hijo recién nacido.
Corrie apretó el paso. Tan pronto como regresara del pueblo, continuaría su
búsqueda de la verdad.

Gray estaba delante de la ventana del dormitorio. Tras su encuentro con Coralee
en el estudio, se encontró subiendo las escaleras mientras pensaba que, si eran besos
lo que su pequeña esposa quería, él se los daría… eso y mucho más.
Pero la habitación estaba vacía, e intentó convencerse a sí mismo de que no
estaba decepcionado. Mirando por la ventana, vio a su esposa en el patio de los
establos, detrás del castillo. Le molestó verla arrodillarse y rodear con los brazos el
cuello del enorme perro mestizo de pelaje gris.
¿Qué diablos estaba haciendo? No era Letty Moss. Era una mujer de corazón
duro que le había calumniado en su columna, una mujer que se ganaba la vida
descubriendo secretos de otras personas y exponiéndolos al mundo. Le había
mentido, había fingido ser dulce e ingenua cuando estaba claro que no lo era.
Y aun así…
Gray la observó con el perro y se preguntó: ¿sería posible que Cora y Letty no
fueran tan diferentes como él creía?
Era un pensamiento perturbador. Una cosa era sentirse muy atraído por una
amante, cuidarla de una manera distante. Pero otra cosa era quedarse completamente
cautivado por su propia esposa. Durante el año que estuvo casado, había mantenido

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

las distancias con Jillian, jamás había deseado en realidad ningún tipo de cercanía.
Pero había algo diferente en Coralee, algo que le atraía y que hacía que se sintiera
invadido por un extraño anhelo.
Gray contuvo el deseo de acompañarla en su paseo al pueblo. Él era un solitario.
Lo había sido de niño y tenía intención de seguir siéndolo ahora. No iba a permitir
que esa pequeña pelirroja embelesara su corazón con engaños.
Le dio la espalda a la ventana cuando sonó un suave golpe en la puerta. Se
encaminó hacia allí mientras Samir giraba el pomo y entraba en la habitación.
—Lamento molestarle, sahib, pero tiene visita. Sus amigos, el señor Petersen y el
coronel Rayburn le esperan en el estudio.
—¿El coronel está abajo?
Timothy Rayburn había sido su comandante cuando Gray estaba en la India, era
uno de sus mejores amigos.
El hombrecillo sonrió ampliamente, revelando los huecos entre los dientes.
—Sí, sahib. —A Samir siempre le había gustado Rayburn.
Gray no pudo contener una sonrisa, algo que rara vez le ocurría esos días.
—Diles que ahora bajo. —Se alegró ante la inesperada llegada de sus amigos,
sin embargo, le sorprendió que llegaran juntos. Timothy Rayburn era un militar de
los pies a la cabeza, había sido comandante (ahora era coronel) en el noventa y nueve
regimiento de infantería destinado en la India, donde Gray lo había conocido. Dolph
estaba retirado de no se sabía qué puesto extraoficial que había ocupado en el
Ministerio de Guerra.
Quizá, después de todo, no fuera tan sorprendente.
Gray bajó las escaleras y encontró a ambos hombres sentados en unas grandes
orejeras de cuero delante de una chimenea apagada, saboreando las copas de brandy
que Samir les había servido.
—Timothy. Dolph. Me alegro de veros. —Ambos hombres se levantaron para
estrecharle la mano—. Felicidades por el ascenso, coronel. Lo cierto es que te lo
merecías.
Rayburn sonrió ampliamente.
—Sí, bueno, me llevó mucho tiempo. —Era un hombre de mejillas rubicundas y
cara pecosa, espeso pelo rojizo y de carácter reservado. Era también el tipo de militar
al que un hombre podría confiar su vida… como Gray había hecho en más de una
ocasión.
—¿Qué os ha traído por aquí? —preguntó.
—Unos negocios en Bristol —contestó el coronel—. Un nuevo contrato que
involucra a la Compañía East India y la necesidad de pólvora para el ejército.
Gray asintió con la cabeza. El salitre, uno de los ingredientes imprescindibles,
había sido exportado desde la India desde principios del siglo XVII.
—Negocios y la oportunidad de recibir un pequeño consejo de un amigo —
añadió Dolph.
Gray le dirigió una mirada dura al hombre alto, de pelo oscuro y cara angulosa.

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—¿Consejo? ¿Como el que tú me diste? Según recuerdo, recibí un mensaje tuyo


diciéndome que no me preocupara por Letty Moss.
Dolph sólo sonrió.
—Esa señora no es una amenaza. Querías contratarme para investigarla, pero en
ese momento, ya había sido contratado por ella para investigarte a ti. He estado
alejado de Londres unos días, pero supongo que ya has averiguado la verdadera
identidad de la señora Moss.
Gray se encaminó al aparador, le quitó el tapón a una licorera de cristal y se
sirvió una copa.
—Quizá deberías habérmelo dicho. Si lo hubiera sabido, puede que ahora no
fuera mi esposa.
Dolph se atragantó con el sorbo de brandy que estaba tomando.
—¿Te has casado con ella?
Gray se encogió de hombros.
—Letty Moss era un delicioso bocado. Pensé convertirla en mi amante. El
vizconde tenía una opinión diferente… dado que la chica era su hija.
Dolph contuvo una sonrisa.
—Felicidades.
—¡Sí, señor! —dijo Timothy Rayburn, alzando la copa de brandy para brindar.
La expresión de Dolph se tomó seria al desvanecerse las arruguitas provocadas
por la risa.
—Es una buena chica, Gray. Será una excelente esposa.
Gray no respondió. No quería una esposa. Ya había tenido una, y perderla le
había provocado un dolor insoportable.
Llevó la bebida al sofá y se sentó frente a sus amigos.
—Bueno… ¿qué consejo buscabais?
Fue el coronel quien respondió.
—Gray, tú conoces la India mejor que cualquier otro inglés que conozca. Corren
rumores de posibles revueltas. Nos gustaría conocer tu opinión sobre el tema.
—Hablas por los dos. —Miró a Dolph fijamente—. Creía que tú estabas
retirado.
—Lo estoy. Pero en ocasiones hago algún pequeño trabajo para la Compañía
East India. Y este tema es de vital importancia para sus intereses en aquel país.
—Ya veo. —Gray se reclinó en la silla mientras el coronel llevaba el peso de la
conversación y lo ponía al tanto de la situación actual de la India, cinco años después
de que Gray hubiera abandonado aquel país.
Lo escuchó con atención. Desde el momento en que había pisado suelo hindú,
desde el instante que había aspirado el primer soplo de ese cálido aire perfumado
con frangipani, cuando se hubo sentado y observado a aquellos niños morenos con
amplias sonrisas blancas, y esas mujeres con los ojos pintados de kolh, había sentido
un vínculo especial con aquel país.
Samir le había sido asignado unas semanas después de su llegada, y el

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hombrecillo sentía pasión por su tierra. El hindú le había presentado a Talita, una
bella y exótica nativa, cuyo marido había muerto, y una semana más tarde, se había
convertido en su amante.
Talita estaba bien instruida en sus deberes, habilidades que había aprendido del
Kama Sutra, la guía hindú para la vida y el arte del amor. Ella le había guiado,
enseñado y mostrado cómo lograr el placer de su pareja. Él había sido un alumno
apasionado y ansioso, y había aprendido bien.
A través de su amante hindú, también había conocido la India, había
experimentado imágenes y sonidos, colores y diversidad de un lugar diferente a
cualquier otro del mundo.
—Estamos preocupados, Gray —decía el coronel—. Hay rumores de rebelión.
Los altos cargos de Bombay y Madrás están inquietos, pero son las fuerzas bengalíes
lo que más nos preocupa.
Gray se incorporó en su silla.
—En mi opinión, que aparentemente es la razón de esta visita, el ejército tiene
razones para estar preocupado. Hasta el fiasco en Kabul hace dos años, el ejército
británico era considerado invencible, casi como un dios omnipotente. La aniquilación
de la guarnición de Elphinstone y la retirada de Kabul pusieron fin a esa realidad.
El coronel arqueó sus cejas rojizas.
—Por el amor de Dios, hombre, ya sabes cómo es ese lugar. Es una zona infame,
con un clima insoportable. Las tropas no murieron en la batalla, lo hicieron de calor,
enfermedad y falta de suministros.
—Sin mencionar —añadió Gray con sequedad— a los oficiales mal elegidos e
incapaces de llevar a cabo una campaña en condiciones.
Rayburn no lo negó.
—Aun así, creo que un duro castigo por parte del ejército servirá para
redimirnos ante la población local.
—Ojalá fuera tan fácil. Pero son gente que no olvida. Me temo que el daño no
será reparado con tanta facilidad. —Gray tomó un sorbo de brandy—. Por otra parte,
no creo que esto vaya a ocurrir de forma inmediata. Los insurgentes avanzan
lentamente. Pueden pasar años antes de que el ejército sufra las consecuencias de su
imprudente guerra con Afganistán.
El coronel dio un sorbo a su copa.
—Agradezco tus palabras y tus conocimientos. No exageraba cuando dije que
conoces la India mejor que cualquier otro hombre que conozco.
Mucho mejor que la mayoría de los ingleses. En los tres años que había vivido
allí, Gray había tenido como objetivo aprender tanto como pudiera de la gente y sus
costumbres. Desde que se había marchado, se había mantenido al día de lo que
estaba ocurriendo allí.
Sonrió.
—Ya no estoy en el ejército. Mis opiniones no son importantes.
Rayburn se rio entre dientes.

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—Buena observación.
—Espero que os quedéis a pasar la noche. Rebecca ha gastado una fortuna en el
chef francés que contrató. Su comida es increíble. Y esperamos a Derek esta tarde.
Supongo que hace tiempo que no lo veis.
Derek Stiles era el hermanastro de Gray, cuya existencia había descubierto algún
tiempo después de la muerte de su padre.
—Nos encantará quedarnos —dijo el coronel—. No estamos muy lejos de
Bristol.
—Hace años que no veo a Derek —añadió Dolph—. Además, he venido por otra
razón. Me gustaría hablar con tu esposa.
Gray dirigió una mirada a su amigo, a sus rasgos enjutos y su piel morena. Era
un hombre duro tal y como reflejaba su cara, y tenía algo que atraía a las mujeres.
Gray decidió que esa conversación no tendría lugar en privado.
—Ha ido al pueblo. Iré a ver si ha regresado. —Gray dejó a los dos hombres,
preguntándose de qué quería hablar Dolph con Coralee. Deseó no estar tan contento
de tener una excusa para salir a buscarla.
Pensó en la mujer con la que se había casado. Su amante hindú le había
enseñado a tener paciencia, una habilidad esencial en las artes eróticas. Pero en lo
que se refería a Coralee esas habilidades parecían eludirle. Cada vez que hacía el
amor con ella, acababa consumido por un deseo diferente a cualquier otro que
hubiera conocido nunca.
Estaba resuelto a que todo cambiara esa noche. Tenía intención de recuperar su
legendario control, de usar sus habilidades en vez de dejar que lo guiaran las
emociones. Se preguntó si, sin la influencia de la droga que le había dado, su esposa
sería una alumna tan aplicada como había sido la noche anterior.

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Capítulo 20

Al terminar sus recados, Corrie se encaminó de vuelta al castillo, deteniéndose


brevemente en los establos para dejar a Homero allí, en el lugar donde éste era más
feliz. La sorprendió ver al joven Georgie Hobbs, el chico que había robado el pan,
limpiando una de las caballerizas.
—Hola, Georgie.
El muchacho alzó la oscura cabeza. Miró alrededor con cautela, como si
estuviera buscando al conde.
—No está aquí. No te preocupes.
El chico soltó un suspiro.
—He venido a trabajar todos los días. Pero no sé si él lo sabe.
—Supongo que sí. Parece saber todo lo que ocurre por aquí.
El chico levantó la horquilla llena de paja sucia y la descargó en la carretilla.
—Cree… que, si trabajo mucho y pago mi deuda, ¿me contratará para trabajar
en el castillo?
Ella se mordisqueó los labios. No tenía autoridad para interferir en las
decisiones de Gray. No obstante, era su esposa, y para disgusto de su marido, no era
la mujer tímida que él deseaba.
—Puede ser. ¿Por qué no se lo preguntas?
El muchacho palideció visiblemente.
—De todas maneras, lo más probable es que no necesite ayuda.
—La verdad es que sí que la necesito. —Gray se dirigió a grandes zancadas
hacia ellos, alto, masculino e increíblemente atractivo.
Un recuerdo fugaz de ese duro cuerpo presionando el suyo contra el colchón la
noche anterior, del ímpetu de esas estrechas caderas musculosas, hizo que se le
contrajera el vientre.
—¿Cómo está tu madre? —le preguntó Gray al chico.
—Se encuentra mucho mejor, milord. ¿Qué quería decir sobre mi trabajo?
—Ya has trabajado suficiente para pagar tu deuda. Te pagaré un pequeño
sueldo a partir de la semana que viene, lo suficiente para que tu madre y tú subsistáis
hasta que esté bien otra vez.
Un brillo acuoso apareció en los ojos del jovencito.
—Gracias, milord. Muchas gracias.
—Si sigues trabajando como hasta ahora, Georgie, te ganarás un trabajo fijo en
el castillo.
El chico miró a Corrie y, cuando sonrió ampliamente, ella pudo ver el hueco de

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un diente caído. Le devolvió la sonrisa y sintió una extraña plenitud en el pecho.


Georgie regresó al trabajo, y cuando ella miró de nuevo a Gray, lo pilló observándola
de una manera que no había hecho desde que había descubierto que ella no era Letty
Moss.
—Perros extraviados y chicos perdidos. Admito que me dejas sorprendido,
condesa.
¿Le sorprendía que fuera amable con un pequeño granuja? ¿Qué tipo de arpía
sin corazón creía que era?
—¿Se supone que ha sido un cumplido?
Él extendió la mano y le acarició la mejilla.
—Supongo que, de alguna manera, lo es. —Le cogió la mano—. Ven. Tenemos
invitados. Uno de ellos es amigo tuyo.
—¿Amigo mío?
—Bueno, resulta que también es amigo mío. Randolph Petersen. —El tono
áspero regresó a su voz—. El hombre que contrataste para declararme culpable de
asesinato.

Corrie acompañó a Gray a la salita donde Dolph Petersen esperaba. En realidad


no había sido ella la persona que lo contrató, Sino Leif y Krista, pero aun así le había
escrito a Krista para preguntarle si el investigador continuaría con su trabajo incluso
después de haber descubierto que Gray era inocente.
El corazón se le aceleró. Quizás el señor Petersen traía información para ella.
Lo vio en cuanto entró por la puerta, con las amplias faldas haciendo frufrú en
torno a sus tobillos. Era casi tan alto como Gray, y tan duro y atractivo como ella
recordaba.
—Señor Petersen, me alegro de verle. —Le tomó la mano entre las suyas, y él se
inclinó y la besó en la mejilla.
—Su marido me ha contado lo de su matrimonio. Mi enhorabuena por la boda,
les deseo a ambos lo mejor.
Ella se sonrojó al pensar en lo que Gray le podría haber dicho.
—Gracias.
—Había esperado poder hablar con usted a solas. —Le dirigió a Gray una
mirada, pero debió de observar su gesto implacable—. Ya que ahora es una mujer
casada, me encuentro en un dilema.
—Quizá no. Quizá ya va siendo hora de que mi marido sepa por qué me quedé
aquí incluso después de saber que él no estaba involucrado en lo que le sucedió a mi
hermana.
Gray arqueó una ceja negra.
—Y pensar que creía que te habías quedado porque estabas locamente
enamorada de mí.
Corrie ignoró el sarcástico comentario.

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—Me quedé para averiguar la verdad. Y para eso necesitaba descubrir si había
sido Charles o Jason el amante de mi hermana.
Gray endureció la mandíbula.
—¿De qué demonios hablas?
—Hablo del hombre que dejó embarazada a mi hermana, y luego la abandonó.
Si no os importa seguirme, os mostraré la prueba que he encontrado.
Corrie abandonó la salita y ambos hombres la siguieron. Pudo sentir cómo la ira
de Gray le llegaba en oleadas, y se preguntó qué daño estaría haciendo a su ya de por
sí frágil relación al acusar a un miembro de su familia de un acto tan atroz.
Tras dirigirse al estudio, tomó una escalerilla de mano para recuperar el libro
que había encontrado. Frunció el ceño al descubrir un espacio vacío en el sitio donde
había estado. Escudriñando el estante, leyó las doradas letras de los lomos de los
volúmenes, luego movió la escalerilla y miró de nuevo, aunque ya sabía con certeza
que el libro había desaparecido.
—Estaba aquí. Hace sólo unos días que lo encontré. Lo volví a dejar en su lugar
para que nadie supiera que lo había descubierto.
Los rasgos de Gray parecieron tensarse.
—¿Qué encontraste? Lo que dices no tiene sentido, Coralee.
—Encontré un libro que perteneció a Laurel, un volumen de sonetos que ella
apreciaba mucho. Se lo había regalado al hombre que amaba. Tenía escrita una
dedicatoria en la primera página.
—Si tenía una dedicatoria, entonces sabrás el nombre del hombre.
—No escribió su nombre. Se refería a él como su querido amor. Mencionaba que
habían leído el libro juntos. Decía que lo amaba.
Gray no dijo nada. Estaba segura de que no la creía, y se giró para que él no
viera las lágrimas que le anegaron repentinamente los ojos.
Se las enjugó con la punta del dedo, aspiró profundamente y se volvió hacia él.
—Dado que tú no eres el hombre que tomó su inocencia, tiene que ser o Jason o
Charles.
—Pudo haber sido cualquier otro hombre —sostuvo Gray—. Hay docenas de
hombres que visitan el castillo. Quizá tu hermana se enamoró de alguno de mis
invitados.
—Si hubieras conocido a Laurel, sabrías que jamás entregaría sus afectos con
ligereza. Tiene que haber conocido profundamente a ese hombre, tuvo que respetarle
y amarle. Y eso lleva tiempo.
La voz de Dolph Petersen los interrumpió con suavidad.
—Eso es lo que yo quería decir. —Miró a Gray—. Sé que no quieres oír esto,
pero como ha dicho tu esposa, quizá va siendo hora de que lo hagas.
Dolph volvió su atención a Corrie.
—Otro hombre frecuentó el castillo en los meses anteriores a que su hermana se
quedara embarazada. De hecho, pasa aquí mucho tiempo. Derek Stiles es
hermanastro de Gray. Al parecer, llegará esta misma tarde.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Sobre la estancia cayó un largo silencio. Sólo se oía el tictac del reloj de la repisa
de la chimenea. ¿Por qué nadie se lo había dicho a Corrie? ¿Por qué nunca había oído
ese nombre?
Pero a ella le sonaba, ahora que lo recordaba. Algunos años antes, había
escuchado algunas habladurías sobre Derek Stiles, el hijo bastardo del último conde
de Tremaine. Derek tenía la misma reputación de Gray con las mujeres. Pero,
sencillamente, a Corrie jamás se le había ocurrido que un hijo ilegítimo fuera
bienvenido en el castillo.
—Estáis locos. —Su marido le dirigió a ella una mirada penetrante y luego se
dirigió a la puerta.
—Creo que tu esposa tiene razón —dijo Dolph, haciendo que se detuviera antes
de que alcanzara el umbral—. Creo que la condesa encontró el libro, como ha dicho,
y si es así, entonces uno de los hombres de tu familia es el padre del hijo de Laurel
Whitmore. Ahora que Laurel está muerta, sí tiene importancia averiguar quién fue.
Un músculo palpitó en la mejilla de Gray.
—¿Qué insinúas, Dolph?
—Nada. Pero Coralee cree que su hermana fue asesinada. Y si eso es cierto,
merece que se haga justicia. Si Laurel tuvo una aventura con uno de tus parientes,
quizás él sepa algo que nos lleve a descubrir lo que le ocurrió a ella y a su hijo aquella
noche.
Gray miró a Corrie fijamente.
—Lo que ocurrió es que Laurel Whitmore se suicidó. Punto. Si alguno de mis
hermanos o mi primo estuvo involucrado con ella de alguna manera, ya ha sufrido
bastante por su indiscreción. Pero ninguno de ellos es un asesino. —Miró a Dolph—.
Lo que se ha dicho en esta habitación queda entre nosotros tres.
—Eso no hace falta decirlo.
Gray se volvió hacia Corrie con los rasgos todavía más duros que antes.
—Eres mi esposa, Coralee. Quiero que termines con esta locura aquí y ahora. Tú
y esa obsesión por la muerte de tu hermana no habéis sido más que un incordio.
Salió de la estancia, y Corrie luchó por contener las lágrimas. Le dolía el
corazón y tenía un nudo en la garganta que le impedía tragar. «Que no era más que
un incordio.» Eso era lo que él pensaba de su matrimonio… que era un incordio. Un
incordio que no le había causado más que problemas.
Sintió la mano de Dolph en el hombro.
—Lo siento, milady. Quizá debería haber manejado esto de una manera
diferente.
Ella negó con la cabeza.
—No ha sido culpa suya. Iba a decírselo de todas maneras. Pensé que quizás
estaría dispuesto a ayudarme.
—Déle tiempo. Gray es un hombre duro, pero justo. Y hacer justicia es algo muy
importante para él.
Pensó en todo el bien que había hecho desde que lo conocía. Gray había sido y

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

era justo. Quizá con el tiempo entendería por qué descubrir la verdad era tan
importante.
Mientras abandonaba el estudio, intentó convencerse de ello sin éxito.

***
Tal como esperaban, Derek Stiles llegó al castillo esa misma tarde. Parecía más o
menos de la edad de Gray, no más de treinta años; otro hombre atractivo que podría
haber sido el amante de Laurel. Derek compartía el mismo cabello rubio de Charles,
sólo que más dorado. Tenía la misma nariz recta que Gray y los mismos ojos oscuros,
aunque los suyos eran más leonados.
Ya en el primer encuentro quedó claro que era tan encantador como su primo
Jason y tan solícito como Charles, quienes estaban allí para saludarle.
—Así que has logrado alejarte de las damas el tiempo suficiente para venir a
conocer a tu nueva cuñada —bromeó con él Jason durante las presentaciones en la
salita azul cielo.
Derek se llevó la mano enguantada de Corrie a los labios.
—Lamento haberme perdido la boda. Supongo que mi invitación se perdió por
el camino.
Corrie enrojeció levemente.
—No hubo mucho tiempo.
Gray sólo gruñó.
—Fue una ceremonia discreta, y además, odias las bodas.
—Sólo la mía —dijo Derek con una amplia y pícara sonrisa.
Corrie pensó en Laurel y se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar ese
hombre para evitar el matrimonio. Intentó no pensar que Gray había hecho lo más
honorable sólo porque su padre había impedido que se negara.
Rebecca se acercó entonces a ellos, mirando a Derek con sus ojos azules.
—Déjalo ya, sinvergüenza. Como ha dicho Coralee, apenas hubo tiempo para
nada, pero estás invitado a la recepción que daré en honor de los recién casados.
Gray abrió la boca, pero Rebecca lo cortó antes de que pudiera protestar.
—Vamos, Gray. Sabes que es una vieja tradición familiar invitar a la gente del
pueblo a la celebración de las nupcias del señor del castillo cuando se casa.
Y Rebecca querría poner fin a cualquier habladuría que pudieran haber
provocado las acciones de Gray (o la estupidez de Corrie al no detener la seducción
cuando había tenido oportunidad).
—¿Verdad que no te importa, Gray? —lo presionó su cuñada—. No deja de ser
una tradición y ayudará a acallar las malas lenguas.
—Haz lo que te plazca —dijo él de mal humor.
—Gracias. —Rebecca sonrió—. Celebraremos la recepción dentro de dos
semanas. Ah, casi me olvido… llegó una invitación esta mañana para el baile de
máscaras de lady Devane. Será el último sábado del mes. Ya le he enviado nuestra

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

aceptación.
Gray la miró con el ceño fruncido.
—Podrías haber preguntado.
—Ahora estás casado. Tienes obligación de presentar a tu esposa en sociedad…
ya que está aquí. —Pareció que se le quebraba la sonrisa—. No querrás que alguien
piense que ya te has cansado de ella.
La mirada de Gray se encontró con la de Coralee y ella pudo percibir el ardor, el
hambre. Estaba segura de que él aún no se había cansado de ella.
El conde curvó la boca.
—No, no quiero que piensen eso. Dile a la condesa que iremos. —Miró a Derek
—. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
—Hasta que te canses de mi compañía. Pensaba quedarme al menos hasta
finales de la semana que viene.
Algo cambió en los rasgos de Rebecca antes de que la sonrisa volviera a su cara.
—Sabes que eres bienvenido todo el tiempo que desees.
Charles sonrió.
—Tenemos más invitados en la casa. Dolph Petersen está aquí, y también el
coronel Timothy Rayburn. Creo que los conoces a ambos. Se reunirán con nosotros en
la cena. Quizá podamos convencerlos de que se queden más tiempo y organizar una
cacería. ¿Qué te parece?
—Una espléndida idea —afirmó Derek—. Tenemos que hacerlo.
Corrie dejó a los hombres discutiendo sobre las actividades de la semana.
Mientras se dirigía a la biblioteca en busca de algo para leer, intentó imaginarse a
Derek Stiles con su hermana.
A tenor de sus comentarios sobre el matrimonio, era algo que le resultaba
bastante difícil de hacer.

Con un vestido de noche de seda color esmeralda, que le dejaba al descubierto


los hombros y el escote, Corrie se sentó enfrente de Gray en la mesa del comedor.
Bajo las arañas de gas, los invitados cenaban ante una mesa con mantelería de lino y
en la que habían dispuestos unos platos con borde dorado, la cubertería de plata de
la familia Tremaine y unas brillantes copas de cristal. Dos lacayos servían la opípara
cena preparada por el chef francés de Rebecca.
—Tenías razón —dijo el coronel, metiendo la cuchara en una exquisita crema de
ostras—. La comida es deliciosa. Por supuesto, un militar agradece cualquier cosa
que no sea pan y carne hervida.
Jason esbozó una sonrisa y Charles se rio entre dientes. Incluso Gray sonrió.
Petersen y Rayburn eran hombres muy interesantes, pensó Corrie mientras
avanzaba la cena; bien educados, no temían discutir de temas que no fueran las
fiestas de moda de Londres y el clima. Como ella había esperado, al final, la
conversación se centró en la India.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Gray vivió entre los nativos —dijo el coronel—, algo que pocos ingleses están
dispuestos a hacer. Creo que se quedó prendado de ese lugar. Se dedicó a aprender
de ese país tanto como pudo.
—Es diferente a cualquier otro lugar del mundo —comento Gray entre bocados
de patatas con cordero asado y perejil, sacando a colación un tema sobre el que
Corrie quería oírle hablar—. Es primitivo y salvaje, aún conservan algunas
costumbres increíblemente bárbaras. Al mismo tiempo la gente posee una sabiduría
que no he visto en ninguna otra parte del mundo.
Corrie comenzó a hacerle preguntas, y Gray la asombró contestándole. A
continuación mantuvieron un vivo debate sobre el futuro de la India, y qué acciones
deberían tomar para garantizar los intereses británicos.
—No estarán siempre bajo nuestro dominio —dijo Gray—. Un día exigirán la
independencia e Inglaterra se verá forzada a dársela.
—Disparates —declaró Rayburn—. Son una colonia y siempre lo serán. Son
como niños, dependen de que los británicos nos encarguemos de ellos.
Cuando terminó el debate, Corrie había descubierto una faceta de su marido
que aún no había visto. Él tenía una mente mucho más abierta de lo que ella había
pensado, y era muy elocuente a la hora de presentar sus puntos de vista. Debería
ocupar su escaño en la Cámara de los Lores, pensó, aunque dudaba que ella lo
pudiera convencer de ello.
La cena fue mucho más agradable de lo que había esperado, salvo por las
miradas oscuras y penetrantes que recibió de Gray. Estaba claro que él aún estaba
molesto por sus anteriores acusaciones. Pero los demás hombres compensaron los
ocasionales silencios del conde, manteniendo entretenidas a las mujeres.
Por deferencia a las señoras, los hombres declinaron el brandy y los cigarros, y
Derek sugirió un juego de naipes.
—Me temo que no podemos quedarnos —dijo el coronel, tras rechazar la
invitación para ir de cacería—. Nuestros negocios en Bristol no pueden esperar, lo
que quiere decir que necesitamos madrugar.
—Agradecemos tu hospitalidad, Gray —añadió Dolph—. Buenas noches,
damas y caballeros.
Los dos hombres se encaminaron a sus dormitorios, pero el resto del grupo se
dirigió a la sala de juegos. Al entrar en la estancia, Gray permaneció
sorprendentemente al lado de Corrie, incluso se ofreció para ser su pareja en el whist.
Con él sentado a su izquierda, Corrie no pudo evitar observar lo bien que le
sentaba el traje negro hecho a medida, y cómo la corbata blanca hacía resaltar el pelo
oscuro y el rostro moreno. Ella podía sentir el poder de su masculinidad, la fuerza de
su mirada como si él la estuviera tocando, y le tembló la mano cuando cogió los
naipes.
—Bien, ¿podemos empezar? —Charles dispuso sus cartas, ansioso por iniciar la
partida.
Apartando los pensamientos de Gray, Corrie se obligó a concentrarse en el

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juego.
Era buena, lo sabía, y quedó demostrado cuando ganó la primera mano. En
silencio, agradeció que Leif Draugr, un experto jugador la hubiera ayudado a mejorar
sus habilidades. Según progresó la velada y Corrie se anotó otra mano ganadora,
Derek bromeó sobre su habilidad.
—¿Estás segura de que no estás haciendo trampas? Juegas como un hombre.
Gray la recorrió con la mirada.
—¿Otro de tus talentos ocultos, cariño? Me pregunto qué otras habilidades
interesantes me ocultas.
Ella ignoró la sutil burla. Letty había fingido ser una jugadora pésima. Corrie
era mejor que la mayoría de los hombres. Otro recordatorio de su engaño.
Coralee esbozó una sonrisa.
—El marido de mi amiga, Leif Draugr, me ayudó a mejorar mi juego. Es muy
buen jugador. Los tres hemos jugado con frecuencia.
—Conozco a Draugr —dijo Derek, con el cabello rubio brillando bajo la luz de
la lámpara, dorado como un tesoro pirata—. Ha hecho una fortuna en las mesas de
juego. Pero nadie sabe mucho de él.
—Su esposa, Krista, es mi mejor amiga. Trabajamos juntas en De corazón a
corazón. Es una gaceta para damas. Quizás hayas oído hablar de ella.
Derek pareció divertido.
—La he leído.
—¿En serio? —No se sintió sorprendida. Había muchos hombres que leían la
gaceta, o por lo menos algunas secciones.
—Tengo una amiga que es admiradora de ella. Quienquiera que escriba los
editoriales hace un buen trabajo.
La sonrisa de Coralee fue sincera esta vez.
—La mayoría son de Krista. Yo los escribí mientras estuvo ausente. He hecho
entrevistas a los líderes de la reforma, incluyendo una con Feargus O’Conner, la
mayoría para apoyar varias leyes ante el Parlamento.
Los ojos oscuros de Gray no se apartaron de la cara de Corrie.
—Becky está suscrita a la gaceta. Es difícil conseguir noticias aquí, así que la leo
a menudo. ¿Escribiste tú esos artículos?
Ella se envaró, seguro que le soltaba alguna ironía viperina.
—Sí… como ya he dicho, dirigí la gaceta durante el tiempo que Krista estuvo
ausente.
—Estaban muy bien escritos —dijo él con suavidad, atrayendo su mirada—.
Hiciste válidas unas ideas bastante extremas.
Ella le devolvió la mirada, con el corazón oprimido dolorosamente.
—La gaceta no sólo se dedica a la moda y los cotilleos. Hacemos un trabajo
importante. Espero, con el tiempo, poder volver a contribuir a ello.
Derek le dirigió a Gray una amplia y pícara sonrisa.
—¿A que no sabías que te habías casado con una reformista, hermanito?

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Gray se puso tenso y volvió a mostrar una mirada sombría.


—Hay bastantes cosas que desconozco de mi esposa. Pero, sin embargo, sé la
maravillosa pareja de cama que es, así que si nos disculpas, ha llegado el momento
de retirarnos.
—¡Gray! —La cara de Corrie se puso roja como un tomate cuando él retiró la
silla hacia atrás.
—Tu esposa es una dama —dijo Charles—. No debería ser necesario
recordártelo.
Gray hizo una reverencia burlona, pero no parecía nada arrepentido.
—Mis disculpas, milady. —Tirando con fuerza de su brazo, la instó a abandonar
la estancia con las mejillas aún teñidas de rubor.
Estaba claro que Gray había lanzado una sutil advertencia a su primo. Corrie ya
había notado la posesividad de su marido durante toda la velada, pero no tenía ni
idea de qué significaba.
Dejando a los demás en la sala de juegos, se dirigieron a las escaleras.
Antes de llegar a los aposentos del conde, ella sintió un sutil cambio en él: el
control que parecía rodearlo como un manto protector comenzaba a esfumarse.
La inquietud cayó sobre ella cuando él abrió la puerta y esperó a que ella
entrara.

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Capítulo 21

Las mantas pulcramente plegadas de la enorme cama con dosel y la lámpara


encendida del tocador esperaban la llegada del conde y su esposa. Un suave
resplandor amarillo iluminaba la estancia y el débil olor a sándalo flotaba en el aire.
El corazón de Corrie palpitó en silencio. Sabía con exactitud qué le esperaba, y
las agudas sensaciones despertaron en ella.
—Tengo que llamar a Anna —dijo, esperando ganar un poco de tiempo. Se
dirigió hacia el cordón con borlas doradas de la campanilla, pero Gray la tomó del
brazo.
—No vas a necesitar a tu doncella. —Se quitó la levita negra y el chaleco y los
lanzó sobre una silla—. Date la vuelta —ordenó, y el tono duro de su voz le provocó
una oleada de calor en el vientre.
Hizo lo que le pedía, permitiendo que la desnudara. La anticipación la hizo
temblar cuando él le quitó las horquillas del pelo. Se tomó su tiempo, besándole los
hombros, el cuello, mordiéndole el lóbulo de la oreja mientras le desabrochaba los
botones de la espalda del vestido de seda color esmeralda. El cálido aliento de Gray le
rozó la piel, y todo ese calor se concentró en su vientre.
Gray la despojó de cada capa de tela, besando las áreas que iba exponiendo, y
aun así había un extraño desapego en cada uno de sus movimientos, un control
férreo que parecía decidido a mantener.
Sabía exactamente dónde besarla para hacerla temblar, cómo acariciar y
moldear sus pechos, con qué dureza morderle el pezón hasta que ella contuviera el
aliento. El calor iba en aumento, y su cuerpo respondía. El placer la inundó, tan
intensamente que se mordió el labio para no gemir.
Miró a Gray, observó el duro bulto de su sexo haciendo presión contra la
bragueta de los pantalones negros y supo que estaba excitado y que la deseaba tanto
como ella le deseaba a él.
Pero aun así había algo que faltaba, algo que había estado presente cuando
había hecho el amor con ella la noche de la tormenta, y que ahora parecía que sólo
había sido cosa de su imaginación. Su noche de bodas había sido intensa y
desenfrenada, pero había existido poca emoción en la manera que su marido le había
hecho el amor. Al parecer esa noche sería más de lo mismo.
A menos que ella hiciera algo al respecto.
En el momento en que él le quitó la última prenda de vestir, Corrie se giró y le
deslizó los brazos alrededor del cuello. Apretándose contra él, atrajo su boca hacia la
suya para darle un beso profundo y ardiente. Durante un instante, Gray se resistió,

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cogiéndola de los brazos como si tuviera intención de apartarla. Pero Corrie siguió
besándole, enterrando los dedos en el espeso y sedoso pelo negro, deshaciéndose de
la cinta de terciopelo y apretando los senos contra el pecho de Gray.
Gray gimió suavemente.
Y luego le devolvió el beso como un poseso, abriéndole los labios con la lengua,
penetrando en la boca de Corrie profundamente, ahuecándole el trasero para
presionarla contra su excitación. La rígida protuberancia se endureció aún más, y
comenzó a pulsar insistentemente contra ella. Corrie desabrochó los botones de la
bragueta, abrió los pantalones y tomó el duro miembro en la palma de la mano. Lo
sintió enorme, cálido y pesado contra los dedos. Cuando apretó su presa, Gray dio
un brinco de sorpresa, y la pasión le oscureció la cara.
—Lo siento —dijo ella—. ¿Te… te he hecho daño?
—No… —él negó con la cabeza—. Por Dios, cómo te deseo. —Y luego la volvió
a besar de nuevo, unos besos profundos y salvajes que la dejaron jadeante y
entregada, tan ardientes y húmedos que no le cupo duda de sus intenciones. En ese
momento, reconoció al hombre que había sido aquella noche bajo la tormenta. Al
hombre fogoso y apasionado que tomaba lo que deseaba, pero que también se daba a
sí mismo.
Alzándola, la llevó a la cama y la depositó en medio del colchón. Durante un
instante, se quedó allí de pie con la mirada fija en ella. Suspiró temblorosamente con
los puños cerrados como si luchara por controlarse, luego se apartó de ella para
desnudarse.
Desapareció por un momento, luego reapareció desnudo y se encaminó a
grandes zancadas hacia la cama. Los poderosos músculos le ondeaban en los
hombros y el pecho y se tensaban en el abdomen. Los largos tendones de los muslos
se flexionaron al acercarse.
Tenía algo en las manos, observó Corrie. Varias cintas de seda roja colgaban
desde sus palmas hasta casi rozar el suelo. Se acercó a la cama, le cogió los brazos y le
ató las cintas a las muñecas. Ella no se resistió cuando le levantó los brazos sobre la
cabeza y se los ató a una de las columnas labradas del cabecero.
—¿Qué… qué estás haciendo?
—Relájate. Te gustará, te lo prometo.
El tono distante había regresado. Santo Dios, ¿acaso no lograría nunca llegar
hasta él? Reprimió un sollozo pensando en el hombre del que se había enamorado, el
hombre que no había vuelto a ver.
Gray se inclinó sobre ella y la besó, fue un beso suave, profundo, sensual, que
nada tenía que ver con el salvaje desenfreno de unos momentos antes. Por primera
vez, Corrie se dio cuenta de con cuánta ferocidad reprimía él sus deseos, de lo
controlados que eran cada uno de sus movimientos.
Gray siguió besándola, excitando su cuerpo, tomando el control por completo.
Con una repentina intuición, Corrie se dio cuenta de que al atarla, él podía
mantenerse distanciado de ella. Que podía controlar su propia respuesta ante ella.

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Que si lo envolvía entre sus brazos, él corría peligro de perder el control.


Saber que ella podía afectarlo de manera tan profunda hizo que en su corazón
brotara la esperanza.
Gray se subió a la cama y cubrió su boca con la suya. Eran unos besos largos,
profundos y eróticos, y Corrie se abandonó a ellos.
No era lo que quería, no era lo que necesitaba de él, pero no se negaría el placer
que esa ardiente experiencia prometía.
Ella se arqueó ante la sensación de la boca de Gray en sus pechos, de los ásperos
tirones de sus blancos dientes en los pezones. Sus manos comenzaron a ejercer su
magia, jugueteando y acariciándola, recorriéndole el cuerpo de arriba abajo,
deslizándolas firmemente entre las piernas de Corrie. Ella se retorció en la cama con
desasosiego, tirando de las cintas de seda, emitiendo gemidos ahogados ante la suave
y cálida penetración de sus dedos. El deseo creció y se enroscó como una cálida
espiral en su vientre.
Lo deseaba, deseaba sentirlo dentro.
—Te necesito, Gray… por favor.
—Todavía no.
Ella se estremeció cuando bajó su boca y su lengua se deslizó en la depresión
del ombligo. Se ubicó entre sus piernas, y le besó el interior de los muslos. Ella se
retorció.
—Te necesito… —se humedeció los labios—. Quiero sentirte dentro de mí.
—Pronto —dijo él, y situó la boca para una nueva tarea.
Corrie se retorció y se arqueó contra la dulce invasión de su lengua, tensando su
cuerpo ante las agudas sensaciones que ya no podía reprimir más. Gritó cuando un
clímax intenso la estremeció, dejándola sin respiración. El placer la atravesó, tan feroz
que no pudo contener un grito.
El orgasmo de Corrie comenzaba a decrecer cuando él entró en ella. Las cintas
le sujetaban las muñecas, haciendo imposible su huida, impidiendo que lo tocara.
Santo Dios, lo necesitaba. Jamás había deseado nada tanto.
Quizá fuera ésa la razón por la que su cuerpo se abrió para él al instante, y
empezara a escalar la cima que ya había alcanzado antes. Pudo sentir su dureza
dentro de ella, su anchura y longitud, la fuerza de su masculinidad. Gray embistió en
ella una y otra vez, y las oleadas de sensaciones la atravesaron de pies a cabeza.
Corrie se mordió los labios para no gritar su nombre, y luego comenzó a
remontar, a arquearse bajo Gray mientras él la penetraba con más dureza y
profundidad hasta que alcanzó su liberación.
Ella se dejó llevar a la deriva en un mar de satisfacción. No se dio cuenta de
cuándo él desató las cintas de seda, y sólo se movió un poco cuando él curvó su duro
cuerpo alrededor de ella.
Debió de quedarse dormida un rato. Era medianoche cuando se despertó ante la
presión de la boca de Gray en su pecho, de sus manos acariciándole suavemente
entre las piernas. De nuevo, la pasión se encendió en ella y le acogió en su cuerpo.

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Luego, se durmió otra vez.


Por la mañana, Gray se había ido.

***
Era temprano, aunque los sirvientes estaban ya levantados y enfrascados en sus
tareas diarias. En la cocina, Gray tomó una bolsa llena con carne fría, pan y queso que
el cocinero había preparado para él. Luego se dirigió hacia el establo. Necesitaba un
largo y vigoroso paseo matutino sobre el lomo de Rajá entre los campos cubiertos de
rocío. Necesitaba librarse de esos desconcertantes sentimientos sobre la mujer que
yacía en su cama.
«¡Maldiciones del infierno!»
No podía creer lo que había sucedido, no podía creer lo cerca que había estado
de perder el control. No lo comprendía. Su esposa era muy hermosa, pero había
estado con mujeres más bellas, con amantes más hábiles. ¿Qué tenía ella?
Recorría el camino a paso vivo hacia el establo, con la mente centrada en
Coralee y en la mejor forma de tratar a la mujer que tenía por esposa, cuando divisó a
Dickey Michaels que se dirigía hacia él a toda velocidad.
—¡Milord! Gracias al cielo que ha venido. He estado esperando una hora
adecuada para hablar con usted.
Gray frunció el ceño.
—¿Qué sucede, Dickey? ¿Qué ha ocurrido?
—Necesito enseñarle algo. Venga, milord. —El larguirucho joven corrió a toda
velocidad hacia el establo—. Se trata de su señora, milord. El día después de que se
cayera, fui a buscar la silla de amazona, como usted me dijo. No me acordé más de
ella hasta este momento. Esta mañana, cuando me dispuse a colocarle una cincha
nueva, me encontré con esto.
Dickey sostuvo en alto la cincha rota para que Gray la inspeccionara.
—Está cortada, ¿ve? No se rompió como pensé. Lo que significa que alguien la
cortó a propósito.
Gray examinó la cincha, no estaba desgarrada como habría quedado tras una
rotura accidental, sino que había sido seccionada de un extremo a otro. Una
sensación helada le bajó por la espalda.
—¿Quién más usaba esta silla de montar, Dickey? Tal vez mi esposa no era el
blanco.
—Nadie la usa, milord. Su cuñada la usó alguna vez hace tiempo, antes de que
llegase la elegante silla acolchada que usa desde hace meses. Nadie la ha usado hasta
que ensillé a Tulip para su señoría las dos veces que montó en ella. Dado que la
cincha no se rompió el primer día que montó, alguien tuvo que cortarla después.
«Y quien lo hubiera hecho, pensó que Coralee la usaría de nuevo».
—Además de ti y de los mozos, ¿quién tiene acceso al cuarto de los arreos?
—La puerta no suele estar cerrada. Podría entrar cualquiera, incluso alguien del

- 160 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

pueblo.
«Y Coralee había estado en el pueblo haciendo preguntas». Por primera vez,
Gray consideró que quizá su esposa tenía razón y que alguien había asesinado a su
hermana. Pero seguía sin creer que hubiera podido ser alguien de su familia. Aunque
uno de sus hermanos o su primo hubiera seducido a la chica, ninguno de ellos
asesinaría a una mujer y a un bebé inocente.
Lo más probable era que el asesino —si había alguno— fuera un salteador de
caminos o un criminal. Quizás alguien del pueblo había cometido el asesinato y le
enviaba a Coralee la advertencia de que dejara de hacer preguntas.
—Gracias, Dickey. De ahora en adelante, deja cerrada la puerta del cuarto de
arreos, ¿vale? Y mantened los ojos abiertos por si veis a alguien que no debería estar
por aquí.
—Sí, milord. Puede contar con Dickey Michaels.
Gray simplemente inclinó la cabeza, con la mente dividida entre escapar del
castillo y la preocupación por su esposa. Esa mujer había sido un incordio desde el
día que llegó. Y un incordio mucho más grave desde el día que se había visto forzado
a casarse con ella. Y el estómago se le contrajo ante el temor de que le pudiera ocurrir
algo.

Durante todo el día, Corrie se dedicó a los planes para remodelar las suites del
piso de arriba, lo que le hizo pasar bastante tiempo con los sirvientes. Decidida a
continuar buscando información, preguntó con sutileza al ama de llaves, al
mayordomo, y a las doncellas de la planta baja y a las del primer piso, incluidas las
criadas de la cocina. Si uno de los hombres de la familia había estado liado con
Laurel, los sirvientes no lo sabían.
Para su sorpresa, recabar la información fue más difícil de lo que Corrie había
esperado. Cada vez que levantaba la vista, Gray andaba cerca. Estaba en las estancias
del conde cuando el encargado de las cortinas, con ayuda de un par de lacayos,
colgaba unas nuevas cortinas de seda en las ventanas. Apareció en la puerta de la
cocina cuando Corrie se acercó allí para tomar un vaso de leche.
Se dirigía al pueblo para preguntar por la llegada de los muebles que había
encargado cuando su marido detuvo en el camino su faetón de dos ruedas e insistió
en que la dejara llevarla hasta allí.
Jamás había estado más atento. Incluso cordial. Aun así, por la noche seguía
siendo el mismo amante distante que había sido desde la boda. A pesar del intenso
placer que le daba, siempre estaba ese algo que echaba en falta.
Lo extraño era que creía que Gray también lo sentía.
Había pasado casi una semana cuando los primeros muebles llegaron al castillo.
Los mozos retiraron los pesados muebles de roble de las habitaciones de Gray,
reemplazándolos por unos de teca y bambú, mucho más livianos, que había
encargado a un distribuidor de Londres.

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Había un tocador de palisandro tallado con intrincados diseños, un cofre de


caoba delicadamente esculpido con incrustaciones de marfil y una cómoda de teca
con cajones negros.
Estaba previsto que a finales de semana llegaran unos biombos Con delicadas
filigranas, junto con unas lámparas de latón y varios jarrones antiguos.
Siguiendo las instrucciones de Corrie, uno de los trabajadores enrolló la fea
alfombra marrón y extendió otras nuevas con un diseño en vivos colores azules,
verdes intensos y borgoña.
Las paredes en tono ámbar y las cortinas, livianas y recogidas para dejar pasar
la luz del sol, hacían juego con el cubrecama de seda en color borgoña y los cojines
con coloridos diseños en tonos azules y verdes que había pensado colocar sobre la
cama con dosel, el único mueble de los originales que ella había conservado.
Estaba dirigiendo la maniobra del hombre que trasladaba el pesado tocador de
roble para reemplazarlo por la cómoda de teca, cuando se tropezó con una otomana
que no se había ubicado todavía y cayó hacia atrás contra la pared de paneles.
Cuando se apartó, el panel se abrió con un chasquido, y para su asombro, reveló
un pasadizo detrás de la pared. Mirando a su alrededor para asegurarse que nadie lo
había visto, acercó con rapidez la otomana contra el panel. Cuando los trabajadores
hubieron acabado de colocar el mobiliario, y se marcharon para traer otra carga,
examinó con rapidez la cerradura a fin de saber cómo abrirla cuando el panel
estuviera cerrado.
¿Adónde conduciría ese pasadizo?
Corrie se juró que en cuanto tuviera la oportunidad, lo descubriría.

Gray decidió no contarle a Coralee lo de la cincha. No estaba seguro de que la


correa cortada significara que estuviera corriendo un peligro real, y no quería
preocuparla.
Y tampoco quería que ella sacara conclusiones, aunque fueran las mismas que él
había sacado tan precipitadamente. No quería que volviera a surgir de nuevo el tema
de la muerte de su hermana.
Así que le escribió a Dolph Petersen a Bristol, contándole lo de la cincha y el
peligro que podía estar corriendo Coralee, al tiempo que le solicitaba que regresara a
Castle-on-Avon para continuar la investigación sobre el posible asesinato de Laurel
Whitmore.
Mientras tanto, Gray comenzó a investigar por sí mismo, indagando un poco
por el pueblo, viendo qué podía averiguar. Habló con el vicario Langston y descubrió
que Laurel Whitmore le había visitado no mucho después de su regreso de East
Dereham. Sin embargo, no parecía preocupada en esos momentos, le había dicho el
vicario, no parecía una persona que estuviera pensando en el suicidio.
En la taberna El Dragón Verde, una criada llamada Greta le informó —por un
módico precio— que, según las habladurías, uno de los hombres del castillo había

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tenido una aventura con la hija del vizconde Selkirk.


—Pensaba que eras tú, guapetón —dijo ella, sonriéndole ampliamente—. Eres el
que yo escogería.
Gray le pagó por su información, añadiendo un extra por el cumplido, y se
encaminó de regreso a casa. Había intentado convencerse a sí mismo de que ni sus
hermanos ni su primo habían estado relacionados con Laurel Whitmore. Pero Cora
creía que sí. Dolph también lo creía, y las habladurías lo corroboraban.
A Gray le molestaba pensar que uno de sus familiares pudiera haber seducido a
una joven inocente para después abandonarla.
Pero aun así, seducir a una mujer era muy distinto a asesinarla. Si no hubiera
sido por la cincha, Gray habría seguido convencido de que la chica se había matado.
Pero no podía ignorar lo que había encontrado Dickey Michaels, y ahora se
preguntaba…
¿Habría sido un salteador de caminos el que atacara a la joven aquella noche
cuando ella paseaba con su bebé junto al río? Quizás había intentado robarle, y las
cosas se habían vuelto violentas. Si Laurel había sido como Coralee, se habría
defendido del asaltante. En la refriega, Laurel y el bebé podrían haber caído al agua.
O el hombre podría haberla empujado.
Coralee había estado haciendo preguntas. Quizás el responsable temía ser
descubierto. No cabía duda de que querría ocultar el crimen.
¿Hasta dónde llegaría un hombre desesperado por librarse de la horca? Con dos
muertes a sus espaldas, otra más no sería una preocupación.
Gray pensó en Coralee y el miedo le puso un nudo en el estómago.
La noticia, completamente inesperada, fue anunciada en el almuerzo del día
siguiente y dejó a toda la familia conmocionada Corrie, Gray y el resto de la familia
estaban sentados alrededor de la mesa que había en la terraza disfrutando del sol de
la tarde de junio. Tenían invitados: Squire Morton y su esposa, Mary, así como dos de
sus hijos, Thomas y James.
Corrie estudió a Thomas con atención, ya que tía Agnes había mencionado sus
frecuentes visitas a Selkirk Hall. Era el segundón, aparentaba unos treinta y cinco
años; era un hombre grande con espeso pelo oscuro y la piel morena. A pesar de la
imperceptible cicatriz de la barbilla, podía considerarse apuesto. Era educado y tenía
buenos modales, el tipo de hombre que Laurel podría haber encontrado atractivo.
Aunque el libro que Corrie había encontrado en el estudio dejaba claro que
Laurel se había enamorado de uno de los hombres del castillo.
Mientras el grupo degustaba un vino blanco y salmón ahumado con ensalada
de pepino, Rebecca se inclinó hacia Charles y le susurró algo al oído. Él hizo sonar la
copa para atraer la atención de los comensales.
—Tenemos una noticia que compartir con vosotros —dijo él para luego animar a
Rebecca—: ¿Por qué no lo anuncias tú, querida?
Ataviada elegantemente con un vestido de seda color crema y rosa, Rebecca
miró detenidamente a los amigos y familiares que ocupaban la mesa y sonrió.

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—Vamos a tener un niño. Durante años, Charles y yo hemos esperado… rezado


para que esto ocurriera. Ahora, después de todo este tiempo, finalmente Dios nos ha
bendecido. —Las lágrimas anegaban sus brillantes ojos azules y se las secó con la
yema del dedo.
—Bueno, eso sí que es una maravillosa noticia —dijo el musculoso Squire
Morton.
Gray estaba sentado en la cabecera de la mesa, moreno y adusto, totalmente
diferente al resto de su rubia familia.
—Es una noticia estupenda. Enhorabuena a los dos. Sé cuánto queríais tener un
niño.
Había algo en su expresión que Corrie no logró descifrar, algo profundo y
atribulado. Él había querido tener hijos. Quizá todavía quería, pero había jurado no
tenerlos jamás.
—Yo… mi esposa y yo —se corrigió Gray— no podríamos estar más felices por
vosotros.
—Un brindis —dijo Jason, levantando la copa—, por los futuros papás Forsythe.
—¡Chin, chin! —intervino Derek—. Por un bebé saludable y que vengan
muchos más.
Los brindis fueron aceptados con cortesía mientras Rebecca sonreía todo el rato
y Charles permanecía en silencio sonriendo igual que su esposa. Corrie añadió su
propia felicitación, feliz por Rebecca aunque no fueran amigas, y encantada por
Charles, de quien estaba segura que sería un padre excelente.
Tras el almuerzo, el grupo se dispersó y cada cual tomó una dirección distinta,
según sus prioridades.
—¿Cuáles son tus planes para esta tarde? —le preguntó Gray a Corrie con la
misma atención que había mostrado toda la semana.
—Tengo que tomar algunas medidas en las habitaciones. —Era una pequeña
mentira. Tenía intención de explorar el pasadizo secreto, lo que quería decir que
realmente tendría que estar arriba en los dormitorios—. ¿Por qué me lo preguntas?
—¿No entra en tus planes acercarte al pueblo? —Había un leve rastro de
preocupación en su expresión. Algo que llevaba allí toda la semana.
—No, pero…
—Bien, entonces daré un paseo a caballo. No te metas en problemas, ¿vale? —
Durante un instante, pensó que la iba a besar, sin embargo, Gray se giró y se dirigió a
paso vivo hacia la parte trasera del castillo.
Corrie observó desaparecer la alta figura mientras el anhelo invadía su corazón.
Había intentado convencerse a sí misma de que ya no estaba enamorada de Gray, que
el hombre con el que se había casado era totalmente diferente, pero no era verdad.
Día tras día, la necesidad que ella veía en la cara de su marido, el anhelo que él
intentaba ocultar, le robaba un poco más el corazón.
Pensó en el hombre solitario que era y en la vida solitaria que llevaba. Pensó en
todo lo que él había perdido, y que era el temor a perder aún más lo que le hacía

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incapaz de amar.
Con un suspiro, cruzó la terraza y entró en la casa. El misterioso pasadizo la
atraía de manera irremediable, los sitios adonde la podría conducir y lo que
encontraría una vez que llegara allí.
Corrie apresuró el paso mientras subía la ancha escalinata.

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Capítulo 22

Por suerte, tanto Samir como Anna estaban ocupados en otra parte de la casa,
así que los aposentos del conde estaban vacíos. Corrie soltó un suspiro de alivio y se
apresuró hacia el tocador, donde encendió una vela que colocó en un candelero de
plata. En silencio se dirigió hacia el panel de madera.
Los muebles recién llegados estaban cubiertos por sábanas blancas, ocultos para
Gray hasta que el proyecto estuviera totalmente terminado. Quería sorprenderle,
esperaba que estuviera encantado con lo que ella había hecho. Pero no lo sabría hasta
que él lo viera. Mientras tanto, el pasadizo la atraía. Corrie presionó con suavidad el
lugar que había marcado y el panel se abrió sin hacer ruido. Esperaba encontrar
telarañas y arañas, pero, cuando introdujo la vela dentro de la abertura, el estrecho
pasadizo reveló simplemente una profunda oscuridad polvorienta.
Tras echar una rápida mirada alrededor, aspiró profundamente para armarse de
valor, y entró en el hueco sin cerrar el panel. Planeaba volver a la habitación mucho
antes de que Gray regresara de su paseo vespertino. Además, lo último que quería
era quedarse atrapada en ese estrecho pasadizo sin ninguna vía de escape.
Mientras recorría el negro corredor, la vela arrojaba una débil luz amarilla por
delante de ella, y proyectaba sombras amenazadoras en las paredes. No sabría decir
con exactitud cuán largo era el pasillo, pero a lo largo de la ruta la vela reveló lo que
parecían ser varias aberturas… ojalá pudiera descubrir cómo abrirlas.
Ignorando el frío que invadía el pasadizo y que le provocaba escalofríos en la
espalda, continuó avanzando hasta que alcanzó unas escaleras. La vela titiló y Corrie
se detuvo, con el corazón latiéndole a toda velocidad al pensar que la llama pudiera
apagarse, dejándola en la más completa oscuridad.
Las amplias faldas de su vestido verde manzana hacían un frufrú al rozarse
contra las paredes mientras descendía hacia la planta baja. No estaba segura de
dónde estaba, pero oyó el sonido apagado de unas voces.
Corrie se acercó al sonido, deteniéndose para poder oír lo que estaban diciendo.
Pero los gruesos muros ahogaban las voces hasta tal punto que no podía saber quién
hablaba, sólo que parecía una conversación entre un hombre y una mujer.
—Es mío, ¿verdad? —decía el hombre.
—Por supuesto, cariño. Charles jamás ha sido lo suficiente hombre para
engendrar un niño.
Corrie contuvo el aliento. Era Rebecca. Tenía que serlo.
—Siempre supe que no era culpa mía —dijo ella—, y tú lo has probado. Siempre
estaré en deuda contigo por este presente.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Corrie oyó el sonido apagado de unos pasos (el hombre debía de pasearse de un
lado a otro sobre la alfombra).
—¿No sospecha nada?
—Claro que no, cariño. Desea tanto tener un niño que no ha hecho demasiadas
preguntas. Lo último que Charles querría saber es que este niño no es suyo.
Corrie sintió una punzada de simpatía por Charles Forsythe, por haber sido
engañado de esa manera. También sintió un inmenso alivio. El bebé de Laurel no
había sido de Charles. Aunque Rebecca y él habían intentado tener hijos, Charles no
había sido capaz de engendrar un bebé. Lo que quería decir que no podía ser el
amante de Laurel.
A Corrie le caía bien Charles Forsythe. Le alegraba saber que no había seducido
a una joven inocente para luego abandonarla.
—Lo criará bien —decía el hombre—. Quiero decir que Charles será un buen
padre, yo no lo sería.
«¿Quién eres?», preguntó Corrie en silencio, incapaz todavía de reconocer la voz
del interlocutor de Rebecca. «¿Jason o Derek?»
Se le ocurrió una idea desagradable… quizá podría ser Gray.
Se mordió los labios. No podía ser. Se negaba a creer eso. Gray jamás había
mostrado el más leve interés por Rebecca. Y Corrie no creía, ni por asomo, que fuera
la clase de hombre que le podía poner los cuernos a su hermano.
—Te echo de menos. Quiero que estemos juntos otra vez. —La voz del hombre
apenas lograba atravesar el muro de la pared.
A Corrie se le ocurrió una idea: ¿Y si era Thomas Morton? Era un hombre
atractivo, y era amigo de Rebecca. Quizás era algo más que un amigo. Y estaba allí
mismo, en el castillo.
—Ya hemos discutido sobre eso —dijo ella—. Se acabó. Sabes que esto tenía que
terminar.
—No quiero que termine. No entiendo por qué no podemos seguir como
estábamos.
Corrie se esforzó por oír la respuesta de Rebecca, pero los dos se estaban
alejando del muro. Todo lo que Corrie podía oír eran susurros, y al rato, sólo silencio.
Creyó oír abrirse y cerrarse una puerta, pero no estaba segura.
Por un momento, se quedó allí de pie en el pasadizo, con la vela titilando y
amenazando con apagarse. Respiró hondo y volvió por donde había venido. Cuando
alcanzó la diminuta escalera que llevaba hacia arriba, se recogió las faldas y las
enaguas y la subió con rapidez, ansiosa por abandonar el deprimente corredor y
reflexionar sobre lo que había descubierto.
Las cosas en el Castillo de Tremaine no eran como parecían y jamás lo habían
sido.
Se preguntó qué diría Gray si lo supiera.
También era posible que ya lo supiera.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Tal y como había hecho todas las tardes de esa semana, Gray montó a Rajá tan
rápido como pudo a través de los campos. Pero, a pesar de ello, no podía librarse de
los pensamientos sobre Coralee. Le preocupaba que le pudiera ocurrir algo.
Salvo por algunas horas que dedicaba a sus cosas cuando Cora estaba en el
castillo y él sabía que estaba a salvo, no la perdía de vista. Incluso ahora, la
preocupación por ella lo invadía. Detuvo a Rajá en lo alto de una colina, hizo girar al
caballo y emprendió el camino de regreso a casa.
Mientras cruzaba los campos, sus pensamientos pasaron de Coralee al anuncio
que su cuñada había hecho esa tarde. Antes de que terminara el año, Charles sería
padre. Si el recién nacido era un varón, el título y la fortuna de los Tremaine tendrían
un heredero. Y Charles sería un padre estupendo.
Por primera vez, Gray se vio forzado a considerar la idea de que Coralee
también pudiera estar embarazada.
Era un pensamiento aterrador.
Absolutamente aterrador.
Gray jamás había tenido un padre cariñoso y comprensivo. No tenía ni idea de
cómo tratar a un niño. Maldición, no sabría por dónde empezar. Pensó en Jillian y el
poco tiempo que habían estado casados. Acababa de heredar el condado, y como
cualquier otro noble con título, había creído que era su deber tener un heredero.
Sabía con certeza que sería algo que acabaría ocurriendo con el tiempo, pero, aparte
de eso, no había pensado demasiado sobre el asunto.
Después había muerto Jillian, y se había sentido culpable. Su esposa había
muerto por culpa suya. Si hubiera estado en el barco con ella ese día, podría haberla
salvado. No lo dudaba ni por un momento.
Se sintió invadido por las náuseas. Le había fallado a Jillian, y si tenía un hijo,
podría fallarle también. Por un instante, pensó que se pondría enfermo.
No podría superar fallarle a un hijo, o fallarle a Coralee. No sería justo para
ninguno de ellos.
A partir de ese momento, decidió, iba a tomar medidas para impedir que Cora
concibiera. Sabía cómo hacerlo, aunque también podría no funcionar. Si no había
concebido ya, era el momento adecuado para impedir que ocurriera.
Cuando alcanzó la casa, Gray ya estaba convencido. Dejó al garañón con Dickey,
y se encaminó hacia el castillo. La preocupación que sentía por ella le hizo comenzar
a buscarla, esperando que aún estuviera concentrada en el proyecto de redecoración y
alejada de cualquier peligro posible.
—¿Has visto a la condesa? —le preguntó a Samir.
El pequeño hindú esbozó una sonrisa.
—Lo espera arriba, sahib —Samir no había dicho nada sobre la mujer con la que
Gray se había casado. Era un hombre paciente y no juzgaba a las personas con
rapidez, pero Gray estaba seguro de que había percibido un indicio de aprobación en
las arrugadas líneas de la morena cara del hombre. Si era así, Gray se preguntó qué

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habría hecho su esposa para ganarse el favor de un hombre tan sabio.


Llamó a Coralee mientras abría la puerta de sus habitaciones particulares y
entraba. Gray supo al instante por qué Samir parecía tan contento.
Sintió una opresión en el pecho. Durante un instante, pensó que había salido de
Inglaterra y había regresado al pasado. No quedaba nada de la antigua estancia. Los
muebles de roble macizo y las pesadas cortinas doradas, siempre tan opresivas,
habían desaparecido y, con ellos, los oscuros recuerdos que parecían guardar de su
padre.
Con la luz del sol entrando por las ventanas, vio los muebles de teca y bambú,
un tocador de palisandro bellamente labrado, un arcón de caoba con incrustaciones
de marfil, una cómoda con cajones negros y biombos con delicadas filigranas
alineados en una de las paredes. Había bellas lámparas de latón y algunas vasijas
antiguas que no había vuelto a ver desde que había dejado la India.
Entró en el dormitorio con el corazón palpitando, y observó que ambas
estancias estaban decoradas en ricos tonos verdes y azules con algún toque en
borgoña, y que las paredes y las cortinas eran de un suave color crema.
Sólo había conservado la cama, pero con el cubrecama de color borgoña y los
coloridos cojines verdes y azules parecía distinta. Era como si su esposa hubiera
mirado en el interior de su alma, como si comprendiera el mundo que lo había hecho
más feliz.
—¿Te gusta?
Se volvió ante el sonido de su voz y la vio a unos metros de distancia. Estaba tan
hermosa que sintió un nudo en la garganta.
—Me has leído el pensamiento —le dijo.
Con los ojos llenos de lágrimas, Corrie se dirigió a donde Gray se había parado,
se acercó a él y, suavemente, le deslizó los brazos alrededor del cuello.
—Esperaba que te gustara. Quería que te sintieras a gusto en tu casa.
Él la abrazó. Sólo la abrazó. Y ella, curvó su pequeño cuerpo contra el suyo para
llenarlo de calor. Él supo que debía soltarla. Sabía que era peligroso permitir que esos
sentimientos hacia ella se convirtieran en algo más. Aspiró profundamente y se
apartó, pero no pudo soltarle la mano.
—Es precioso. No podría estar más complacido. Gracias por un regalo tan
maravilloso.
Corrie sólo asintió con la cabeza. En silencio, agarrándolo de la mano, lo
condujo hacia la puerta que comunicaba ambos dormitorios y la abrió. Ambas
estancias eran idénticas. Los tonos que ella había escogido para su propio dormitorio
eran algo más suaves, pero no cabía duda de la influencia hindú.
—¿No te importa? Hace que parezca un lugar muy especial.
—No me importa.
—Me gustaría ir a la India algún día.
Él negó con la cabeza.
—Es un país asombroso, pero no es lugar para una inglesa.

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Ella simplemente se encogió de hombros.


—Siempre he querido viajar. Me hacía ilusión escribir un libro sobre los lugares
que visitara. —Le soltó la mano y apartó la mirada—. Eso era antes, por supuesto.
—Antes de casarte conmigo.
Corrie lo miró a los ojos.
—Sí.
—Supongo que los dos perdimos algo.
—Supongo que nuestra libertad.
Eso era lo que él había pensado, pero ahora se preguntaba si… quizás había
ganado a cambio algo más valioso.
Gray se aclaró la garganta.
—Me encantan las habitaciones —repitió sólo por decir algo.
—Me alegro.
La sonrisa de Cora fue tan dulce que se le oprimió el corazón. Maldición, eso no
podía continuar así. Tenía que hacer algo antes de caer al vacío en el precipicio hacia
el que parecía avanzar lenta e inexorablemente.
—Los dormitorios son preciosos, pero me gusta que duermas en mi cama, bien
cerca por si te deseo. Cuando nos vayamos a dormir, continuarás acostándote
conmigo.
Corrie se envaró como él sabía que haría, y el encanto del momento se perdió.
—Tengo una cama. Sólo porque sea tu esposa no quiere decir que puedas
darme órdenes como si fuera uno de tus soldados.
Dando gracias por encontrarse en un terreno más familiar, se mantuvo en sus
trece.
—No obstante, pasarás la noche en mi cama. Si te niegas, sencillamente te
meteré allí dentro y te ataré a las columnas como hice la otra noche.
Ella soltó un gruñido, y él casi sonrió. Era tan ardiente como el fuego.
Nada que ver con Letty.
Pero en las cosas que realmente importaban, seguía siendo igual que ella.
Pensar eso le molestó, considerando los sentimientos que había albergado por la
pequeña esposa provinciana. En lugar de cogerla en brazos y arrastrarla a la cama
para hacer el amor con ella con tanta ternura como deseaba, Gray se giró y salió de la
estancia, dejándola sola en el dormitorio.
Al igual que antes, se le ocurrió que quizá debería contarle lo de la cincha
cortada. Si no tenía noticias de Dolph en los próximos dos días, lo haría. Gray
valoraba la perspicacia de Coralee. Podría ser interesante oír lo que ella tenía que
decir.
Mientras tanto, él la protegería.
Dirigió una última mirada a la puerta del dormitorio y forzó a sus pies para que
siguieran adelante.

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La cena acababa de terminar. Los hombres sugirieron jugar a las cartas, pero
Rebecca pretextó un dolor de cabeza y rehusó. Corrie aprovechó la oportunidad y
también se negó, luego se dirigió arriba para volver a investigar el pasadizo. Había
sustraído una de las herramientas de los trabajadores de la redecoración, y esperaba
poder usarla para abrir los paneles del corredor secreto.
Anna la ayudó a cambiarse el vestido de noche por un camisón. Corrie se movió
con nerviosismo mientras la doncella le quitaba las horquillas del pelo y lo cepillaba.
—Gracias, Anna, eso es todo por esta noche.
—¿No quiere que se lo trence?
—Yo misma me encargaré de ello. —No tenía mucho tiempo. Se lo trenzaría
cuando regresara.
—Buenas noches, milady. —La delgada mujer salió en silencio, y en cuanto
desapareció, Corrie encendió la vela y se dirigió al pasadizo. Presionando el punto
que había marcado, dio un paso atrás cuando el panel se abrió, entonces, con rapidez,
entró en el oscuro pasillo.
La última vez que había entrado era de día. El corredor no estaba más oscuro
ahora, pero lo parecía. Cada uno de sus pasos chirriantes la ponía más nerviosa. El
extraño susurro del aire que atravesaba el pasadizo la hizo estremecer.
Avanzó por el corredor, con la vela por delante, tanteando las paredes para
encontrar cualquier grieta que indicara que allí podía haber una abertura. Le parecía
que el aire era cada vez más frío, y la oscuridad más densa. Tembló y deseó haberse
puesto una bata. Algunos metros más adelante, encontró la primera abertura e
intentó adivinar a qué dormitorio conducía.
Apretó el panel, pasó la mano de un lado a otro y de arriba abajo, pero no
encontró ninguna manera de abrirlo. Probó con la herramienta, pero no era lo
suficientemente dura para agrietar la madera, y la puerta continuó sólidamente
cerrada.
Se debatía entre usar más fuerza cuando la luz de la vela incidió en una pieza
de metal brillante en la que no se había fijado antes. Levantó el largo pasador que
tanto tiempo llevaba sin usarse y el panel se abrió de pronto con un chasquido.
Pudo ver el resplandor de la luz de una lámpara y se apretó contra la pared del
pasadizo, temerosa de que pudiera haber alguien en la estancia. La lámpara estaba
sobre el tocador, y la mecha estaba baja, pero, cuando se inclinó hacia delante para
asomarse a la habitación, vio que el dormitorio estaba vacío.
Sin saber cuánto tiempo tenía, traspasó la abertura, que no era tan alta como
ella, y revisó el dormitorio con rapidez.
Había una bolsa de piel sobre el suelo, y reconoció alguna ropa de Derek en el
armario. Sombreros y guantes, trajes y brillantes zapatos negros… también había
varios pantalones y levitas hechas a medida, pero nada que lo vinculara con Laurel.
Corrie se acercó a la bolsa, la abrió y rebuscó en su interior, esperando encontrar
cualquier cosa que le sirviera de prueba. No encontró nada.
Había una fusta sobre el tocador, y un par de botas de montar al lado, en el

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

suelo. Estaba claro que Derek viajaba ligero de equipaje y que allí no iba a encontrar
nada útil.
No sabía cuánto tiempo había pasado ni cuánto continuarían los hombres
jugando a las cartas, pero prefirió no correr riesgos. Regresó al corredor secreto, se
inclinó y cerró el panel, y continuó avanzando por la profunda negrura. La segunda
puerta parecía estar a muchos kilómetros de distancia, pero sabía que debía de
pertenecer a uno de los dormitorios del pasillo del primer piso.
Con mucho más cuidado que antes, presionó la oreja contra la pared,
intentando oír si alguien se movía al otro lado.
Cuando estuvo relativamente segura de que la habitación estaba vacía, buscó el
pasador de metal, y contuvo el aliento cuando el panel se abrió de pronto con un
chasquido.
No había ninguna lámpara encendida esta vez. Cruzó la estancia, dejó la vela en
el tocador y comenzó a registrar el lugar bajo el suave resplandor amarillo de la vela.
Estaba ocupada registrando el armario cuando se abrió la puerta del dormitorio sin
previo aviso, y Jason Forsythe entró en la habitación.
—Te veré por la mañana —le dijo a alguien del pasillo, luego se giró y se detuvo
en seco ante la visión de Corrie en camisón delante del armario.
—Bueno, cherie, admito que eres un regalo que no había esperado encontrar. Sin
embargo, hubiera sido mejor para los dos que hubieras venido cuando tu marido no
estuviera en la puerta. —La diversión le curvó los labios—. Así que ambos tendremos
suerte si logramos escapar con vida.
Corrie se quedó sin aliento cuando Gray entró en la habitación con una mirada
aterradora en los ojos oscuros.
—¿Qué demonios estás haciendo en la habitación de mi primo?
Jason alzó una mano.
—Tranquilo, Gray. Quizá simplemente se ha perdido.
Gray la taladró con la mirada.
—Sin duda alguna, puedes inventarte algo mejor que eso, cariño.
Corrie tragó. Gray ya estaba furioso, pero la verdad sería mejor que lo que él
estaba pensando.
—Yo… —se giró y señaló el panel abierto que conducía al pasadizo secreto—
encontré un corredor oculto detrás de la pared de la sala de tu suite. Quería ver
adónde conducía.
Gray miró el oscuro y prohibido hueco que daba entrada al corredor, y frunció
el ceño.
—¿Y esperas que me crea que te metiste en ese túnel sombrío sólo para saber
adónde conducía?
—Bueno, yo…
—La verdad, Coralee.
—¡Vale! Estaba buscando pistas. Pensé que todos estaríais ocupados jugando a
las cartas y, mientras, yo podría intentar averiguar algo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¡Tu hermana otra vez! ¡Maldita sea!


—¿Alguien podría decirme qué está ocurriendo? —Jason se acercó a examinar
la abertura, disfrutando de la situación ahora que estaba seguro de que Gray no lo iba
a matar. Por supuesto, pensó Corrie, su marido aún podría hacerle daño a ella.
Gray centró la atención en Jason.
—Coralee vino aquí para probar que yo había asesinado a su hermana, algo que
ya sabes. Al parecer, descubrió que yo era inocente o no me habría permitido
acostarme con ella. —Corrie se sonrojó—. Por desgracia, ahora está convencida de
que alguno de los demás hombres del castillo era el amante de Laurel Whitmore. Está
tratando de descubrir quién fue.
Jason arqueó las cejas doradas.
—Interesante. Me cuesta imaginarte con grilletes, Gray, pero creo que comienzo
a comprender. Lo cierto es que no tienes que preocuparte de que tu matrimonio sea
aburrido.
Gray tensó los rasgos.
—Ya que discutimos sobre seducción, quizá debería preguntártelo. ¿Laurel y tú
fuisteis amantes?
Jason negó con la cabeza.
—La conocí. Me gustaba. No me hubiera importado acostarme con ella, pero no
estoy preparado para el matrimonio, y estaba seguro de que eso es lo que me hubiera
esperado.
Gray se echó hacia atrás un mechón de pelo negro que se le había soltado de la
cinta. Volvió su oscura mirada a Corrie.
—¿Satisfecha?
—Supongo que sí.
Se acercó al pasadizo, se inclinó para mirar en su interior, luego cerró el panel.
Cuando volvió al centro de la estancia, agarró a Corrie de la muñeca y comenzó a
arrastrarla hacia la puerta.
—Te agradecería que guardaras en secreto la pequeña aventura de mi esposa.
Jason se rio entre dientes.
—Por supuesto.
Gray empujó a Corrie al pasillo y recorrieron la alfombra hasta las estancias del
conde, con el camisón flotando en torno a los tobillos de Corrie mientras lo seguía
medio corriendo. La metió en la salita de la suite y dio un portazo.
—Pequeña insensata, te juro que te voy a dar una paliza. —Bajó la mirada hasta
el trasero de Corrie, protegido solamente por el fino camisón blanco—. Pero lo más
probable es que me guste demasiado. —Con unas furiosas zancadas se acercó al
panel que ella había dejado abierto como vía de escape.
—¿Lo conocías? —le preguntó.
—No. —Intentó ver dentro del pasadizo, pero estaba oscuro como boca del lobo
—. ¿Adónde conduce?
—No lo sé. Pasa por los dormitorios de este lado del pasillo, se puede entrar en

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algunos de ellos, y también hay una escalera que conduce a la planta de abajo. Bajé e
investigué un poco, pero ya ves lo oscuro que está. No estaba segura de dónde estaba,
así que regresé arriba.
Gray apretó los dientes.
—Podrías haberte hecho daño, Coralee. Si te hubieras lastimado mientras
estabas ahí dentro, jamás te habríamos encontrado. —Se acercó hasta donde ella
estaba—. Maldición, prométeme que no volverás a hacer nada tan tonto como esto.
—Dejé el panel abierto. No corría peligro.
—Podrías haberlo corrido. —Gray suspiró, se quitó la cinta del pelo y se pasó
los dedos. El espeso cabello negro le cayó sobre los hombros, haciendo que pareciera
el bandolero que algunas veces parecía—. El día de la tormenta, la cincha no se
rompió… estaba cortada.
—¿Cortada? No entiendo qué quieres decir.
—Que alguien quería que te cayeras. Hiciste demasiadas preguntas. Quizás era
una advertencia, no lo sé. Hasta que lo averigüemos, tendremos que tomar todas las
precauciones posibles para que no ocurra de nuevo.
Corrie miró hacia la ventana, pensando en el día que se había caído bajo la
lluvia.
—¿Crees que alguien intentó matarme?
—Al menos intentó lastimarte.
Ella reflexionó sobre la información y alzó el mentón.
—Si eso es así, prueba que tengo razón. Mi hermana fue asesinada, y
quienquiera que cortara la cincha quiere impedir que averigüe quién la mató.
Gray exhaló lentamente y, para asombro de Corrie, asintió.
—Es posible. —Miró al pasadizo, y señaló la ominosa oscuridad de la abertura
—. Si tienes razón, con otra hazaña como ésa se lo estarás poniendo en bandeja a
quienquiera que sea. —Estaba enojado de nuevo. Y también preocupado. Se veía en
sus ojos.
La cólera venció.
—Es hora de acostarse. —Tras cerrar el panel, la agarró de la mano y la arrastró
por la alfombra hacia el dormitorio—. Quiero tomarte desde atrás. Sube al colchón.
No sabía de qué hablaba, y se lo quedó mirando fijamente.
—A la cama —le exigió él, como si tuviera todo el derecho del mundo. Lo cual,
como marido suyo, tenía.
Ella echó una mirada en esa dirección, pero aún no se movió. Podría tener todo
el derecho que quisiera, pero no le gustaba ni el tono de su voz ni la manera de
intimidarla.
—No soy tuya para que me des órdenes de esa manera, y además, no sé qué
quieres que haga. —Gray pareció sólo un poco sorprendido por el desafío de Corrie.
Quizá comenzaba a conocerla, después de todo. Era un hombre difícil, caprichoso y a
menudo siniestro, pero no creía que tuviera intención de lastimarla.
La dureza de la mirada de Gray fue desapareciendo gradualmente.

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—Te lo enseñaré —le dijo con suavidad—. Nos gustará a los dos. Confía en mí.
Y lo hacía, se percató. No le cabía duda de que confiaba en él. Comenzó a
aflojarse la cinta del cuello del camisón, pero Gray le detuvo la mano.
—Déjalo —le dijo él con brusquedad.
Bastante intrigada, hizo lo que él quería y subiéndose a la cama de columnas,
observó cómo Gray se desnudaba. Se apartó un momento y luego se reunió desnudo
con ella en la cama. Tomándole la cara entre las manos, la besó, fue un beso largo,
húmedo y exigente que le envió una oleada de calor al vientre y luego el deseo se
extendió por sus extremidades.
Gray se ubicó detrás de ella, amoldando su cuerpo fornido contra la espalda y
las caderas de Corrie. A través del camisón, ella pudo sentir el calor de la ingle de
Gray contra el trasero, y maldijo en silencio la tela que formaba una barrera entre los
dos. Una de las grandes manos de Gray se deslizó por su pelo, que caía en suaves
bucles sobre los hombros. Le peinó las pesadas hebras con los dedos para exponer la
nuca de Corrie.
Ella sintió su boca contra la nuca cuando él extendió las manos para acariciarle
los pechos, para juguetear y ahuecarlos a través del suave algodón blanco, y los
pezones se endurecieron contra sus palmas.
Deseó librarse del camisón.
—Necesito sentirte, Gray.
—Pronto.
—Pero necesito…
Él se incorporó y le atrapó la barbilla para depositar un beso sobre su boca y
silenciar así sus protestas.
—Voy a darte exactamente lo que necesitas —le prometió Gray con una voz
ronca y profunda.
Pero en lugar de quitarle el camisón, se lo subió sobre las caderas, enrollando la
tela alrededor de su cintura. Le rozó el trasero con las manos, luego las movió entre
sus piernas donde comenzó a acariciarla.
Se le formó un nudo en las entrañas. Ese hombre conocía todos los trucos, sabía
que cuanto más tiempo tuviera puesto el camisón, más aumentaría su deseo, y más
excitada estaría. Gimió cuando él abrió su carne ardiente para comenzar a acariciarla.
—Eres mía —dijo Gray—. No quiero volver a verte en el dormitorio de otro
hombre.
Ella intentó concentrarse en sus palabras, pero el placer aumentaba por
momentos. Se mordió el labio para no rogarle que la tomara ya.
—Yo no…
Gray le pellizcó el trasero desnudo, provocándole un escalofrío de placer.
—Eres una mujer de lo más incordiante —siguió acariciándola—. Maldita sea,
aun así te deseo tanto.
Introduciéndose en la húmeda calidez de Corrie, la llenó lentamente, hasta que
la empaló por completo, luego la sujetó por las caderas y comenzó a moverse.

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Una ardiente sensación la atravesó. Dios, aquello era el paraíso. Corrie se arqueó
para tomarlo más profundamente, y Gray soltó un gruñido. Aumentó el ritmo,
empujando con fuerza y haciéndola caer en una hoguera ardiente. Corrie supo que el
deseo de Gray era tan fuerte como el de ella. A pesar de ello, podía sentir cómo se
controlaba.
Pero su propio control era algo distinto, atrapada entre el calor y la necesidad, el
deseo la abrasaba como una llama. Flexionaba los músculos de las nalgas cuando él
chocaba contra ella. Los duros brazos la rodeaban. Él agarró el camisón con los puños
y desgarró la tela.
Corrie soltó un gemido. Por fin estaba desnuda y quiso sollozar de alivio. En su
lugar, se abandonó a la sensación caliente de una piel contra otra, de los profundos
envites de su carne.
Gritó el nombre de Gray cuando fue atravesada por un intenso clímax, pero él
no se detuvo. No hasta que otra oleada de placer la atravesó, disolviendo toda
necesidad. Luego Gray tensó los músculos y también alcanzó su liberación.
Pasaron unos segundos. Luego se dejaron caer lentamente. Gray se acurrucó
contra ella, y cuando ella se giró hacia él, observó que se quitaba algo de su todavía
firme erección.
—¿Qué es eso?
—Un condón —dijo Gray distraídamente.
Corrie se puso rígida.
—Me… me dijiste que se usan para impedir los embarazos.
Él la miró.
—Sí.
—Pero ahora estamos casados. Los niños forman parte del matrimonio.
Gray apartó la mirada.
—No estoy preparado para ser padre, Coralee. No sé si alguna lo estaré.
Corrie tragó saliva. No podía creer lo que acababa de oír. Se le llenaron los ojos
de lágrimas.
—Eres mi marido, Gray. ¿Me vas a negar la alegría de tener un hijo tuyo?
La mirada de Gray buscó la de ella, turbulenta y por primera vez insegura.
Corrie continuó.
—¿Y tu deber como conde?
—El hijo de Charles podrá heredar el condado.
—Pero a mí me encantan los niños, Gray. Creo que serías un padre excelente.
Por favor, no me prives… no nos prives de esto.
La siguió mirando a los ojos.
—No pensé que fuera tan importante para ti.
¿No pensó que fuera importante? Se le puso un nudo en la garganta. Ella lo
amaba. Era su marido. Por supuesto que era importante.
—Quiero tener hijos tuyos, Gray… más que nada en el mundo.
Gray extendió la mano para tocarle la cara, y ella se sintió sorprendida del

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pequeño temblor que sintió en ella. Inclinándose, la besó muy suavemente.


—De acuerdo, si eso es lo que quieres, te daré un bebé. O al menos lo intentaré.
—Luego la cubrió con su cuerpo, llenándola de nuevo y haciéndole rugir la sangre.
Corrie se entregó a él por completo, sintiendo que su amor por él crecía en su
corazón.
No sabía si él correspondería alguna vez a ese amor, pero esa noche habían
hablado del futuro, habían hablado de niños y de familia.
Quizá fuera un comienzo.

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Capítulo 23

La fiesta en honor del matrimonio de los condes de Tremaine se celebró una


soleada tarde de junio. Rebecca había trabajado sin descanso durante casi dos
semanas, y cuando Corrie le echó un vistazo a los verdes prados que rodeaban el
castillo, donde se iba a celebrar la fiesta, todo parecía estar en perfecto orden.
Estaba previsto que la reunión comenzara a las cuatro y que continuara a lo
largo de la tarde. Los farolillos de papel de diferentes colores colgaban de los árboles.
Las velas se encenderían en cuanto comenzara a oscurecer. Se habían traído grandes
barriles de cerveza para los habitantes del pueblo, así como limonada y jarras de
vino. Las largas hileras de mesas se habían situado bajo los árboles y estaban
provistas de escandalosas cantidades de comida: cochinillo asado, pierna de cordero,
suculentos pichones asados. También había pan y queso, bandejas de verdura y
pudin, y un asombroso plantel de postres.
Era un día en el que la plebe se mezclaría con la aristocracia, una celebración
que no quería perderse nadie.
Aunque los padres de Corrie habían optado por no hacer el largo y tedioso
viaje, la tía Agnes y Allison sí estarían allí.
Desde la boda de Corrie, se habían visto pocas veces. No querían apartarla de su
marido.
A Corrie le hacía gracia la idea. Lo único que le importaba a Gray era tenerla
dispuesta cuando quisiera disfrutar de su cuerpo, lo que hacía con una asombrosa
frecuencia. Por supuesto, ella no iba a negar que disfrutaba de sus diestras
atenciones. Lo único que faltaba era que Gray compartiera un poco de sí mismo
cuando hacían el amor.
La fiesta comenzó y la cerveza empezó a fluir. Se sacaron más bandejas de
comida que fueron consumidas por el alegre gentío sobre el césped. Krista, Leif y
Thor habían sido invitados, pero con Corrie fuera y siendo Lindsey nueva en el
trabajo de editora, Krista no podía faltar en la gaceta. Leif y ella se habían visto
obligados de mala gana a rechazar la invitación, pero habían prometido visitarlos el
mes siguiente, algo que Corrie prefería, ya que podrían pasar más tiempo juntos.
La tarde avanzaba de manera perfecta tal y como había previsto Rebecca, que se
había ataviado con un vestido de seda en tonos crema y ámbar. Corrie había elegido
un vestido verde pálido, con una falda plisada en el frente, y con un cordón de seda
verde ribeteando el corpiño y el dobladillo. Las amplias enaguas le rozaban los
tobillos mientras se paseaba entre, la multitud del brazo de su marido.
Con una levita azul marino un chaleco de cuello cerrado, unos pantalones

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grises y una corbata de seda blanca, Gray estaba muy guapo y elegante. Su ondulado
pelo negro, atado con pulcritud en la nuca, brillaba bajo el sol de la tarde. Corrie no
pudo evitar percibir las provocativas miradas que él recibía de algunas mujeres.
Si él se dio cuenta, no lo demostró. Estaba jugando a ser el marido fiel y
obediente, y si se dejaba llevar, ella casi se lo podía imaginar de esa manera. Aunque
lo cierto era que sólo era una pantomima. No debía olvidar que Gray aún tenía que
aceptarla como algo más que una compañera de cama.
Corrie observó el mar de invitados que se arremolinaban en el césped. Todos los
vecinos de varios kilómetros a la redonda se habían dado cita allí: el magistrado del
pueblo, el vicario y su familia, Squire Morton, su esposa y sus hijos, dos de los cuales
estaban casados y tenían sus propios hijos.
La familia Forsythe estaba bien representada por Charles y Rebecca, el
hermanastro de Gray, Derek, y su primo, el muy solicitado Jason. Corrie miró al
apuesto hombre de los hoyuelos profundos y el pelo castaño claro. Jason había
negado haber tenido una relación con Laurel y había sido muy convincente.
Lo que dejaba a Derek Stiles como el principal sospechoso.
Corrie suspiró, ya no estaba tan segura de que fuera uno de ellos. Sin el libro
que había encontrado como prueba, había comenzado a dudar de su juicio. Quizá se
había equivocado en todas sus conclusiones.
No obstante, estaban la cincha cortada y la caída que había sufrido.
Pasaron varias horas desde que la fiesta había empezado y se habían hecho
todas las presentaciones cuando Gray permitió que Corrie se reuniera con sus
amigas.
—¡Estoy muy contenta de veros! —Corrie abrazó a la tía Agnes y luego a
Allison—. Vivimos muy cerca, pero parece que jamás tenemos tiempo de visitarnos.
—Ahora estás casada —dijo la corpulenta tía Agnes, que se había vuelto a vestir
de luto después de la boda de Corrie. Tras la orden de Gray, Corrie no se había vuelto
a poner las deprimentes prendas negras. No podía decir que lo lamentara—. Tienes
que ocuparte de tu marido —continuó la tía Agnes—, tal como debe ser. Necesitáis
tiempo para conoceros.
Corrie sólo sonrió.
—Aun así, os haré una visita la semana que viene. Así tendré una excusa para
salir un rato.
Allison se acercó y le apretó la mano.
—¿Cómo te va con el conde? ¿Habéis comenzado a resolver vuestras
diferencias?
La mirada de Corrie se dirigió hacia donde Gray conversaba con Jason.
—Supongo. Por lo menos ya no está enfadado. Aunque no creo que me haya
perdonado del todo.
—Dale tiempo —dijo Allison.
Corrie asintió con la cabeza. ¿Qué otra opción tenía?
Su amiga estaba muy hermosa, un poco delgada, pero con ese pelo oscuro y los

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pómulos marcados, parecía muy elegante. Corrie jamás se había fijado antes.
Derek, en cambio, sí se fijó. Según avanzaba la tarde, se presentó a Allison, y
Corrie los vio después a ambos compartiendo un plato sobre una manta al lado del
río.
Se le revolvió el estómago. ¿Y si había sido Derek el amante de Laurel? ¿Y si
había sido él quien la sedujo y abandonó cuando se quedó embarazada? Quizás
había estado involucrado en la muerte de Laurel y de su hijo.
¿Estaría Allison corriendo peligro?
—Tienes el ceño fruncido. —Era la profunda voz de Gray. Se volvió para verlo a
su lado—. ¿Qué sucede?
—Nada. Sólo… —lo miró. Ella ya no era la dulce y pequeña Letty. No tenía por
qué callarse—. Estoy preocupada por Allison. Derek parece interesado en ella, y
existe la posibilidad de que sea el hombre que dejó embarazada a mi hermana. No
quiero que le haga daño a Allison.
Corrie pensó que Gray se enfadaría. Sin embargo, siguió con su oscura mirada a
la pareja que reía sobre la manta.
—A Derek siempre le ha gustado la compañía de una bella mujer. Y hay que
reconocer que, sin la cofia, tu amiga Allison es muy hermosa. Hablaré con él, le
dejaré claro que la chica es de la familia y que por lo tanto está prohibida. —Le
dirigió una mirada a Corrie—. Yo hablaré con Derek, pero será mejor que tú hables
con tu prima.
Asintió con la cabeza, sabiendo que él tenía razón aunque podría no ser lo más
acertado. Derek era rubio, guapo y encantador. ¿Qué mujer no se sentiría atraída por
él? Quizá Corrie estaba sacando conclusiones precipitadas.
—Lo haré. Gracias.
Él extendió la mano y le rozó la cara, luego se giró y se marchó.
No lo vio de nuevo hasta que se acercó a ella para acompañarla a la cena. Tras
llenar su plato con toda clase de viandas deliciosas, Gray se sentó con Corrie en la
mesa preparada para los novios.
La comida era exquisita. Cuando terminó de comer, estaba tan llena que no se lo
podía creer, se reclinó y suspiró satisfecha. El vino era tan bueno como la comida, y
también bebió bastante, y no tardó mucho en quedar atrapada por las cálidas
miradas de Gray. Ansiaba escabullirse con él, quería que la arrastrara a sus
habitaciones e hiciera el amor con ella.
Sintiéndose un poquito perversa, estaba a punto de sugerirle exactamente eso,
cuando sintió un mareo. Tambaleándose un poco, se recostó en la silla.
Gray arqueó las cejas.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
—No…, me pondré bien. Sólo… —se sintió invadida por un nuevo mareo y se
apoyó en la mesa—. Creo que he bebido demasiado vino.
Él asintió con la cabeza.
—Presentaré nuestras excusas y subiremos arriba. —Su ardiente mirada le dijo

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con exactitud lo que tenía en mente para cuando estuvieran a solas. Corrie sonrió
mientras él se dirigía hacia Charles y Rebecca para darles las gracias por la fiesta y
despedirse.
Cuando regresó, Corrie ya no sonreía.
—Me encuentro mal, milord. Lo siento mucho.
—No pasa nada. Ya he observado que no sueles beber mucho. —Ayudándola a
levantarse, la condujo a la casa. Por suerte, como casi todo el mundo sentía en sí
mismo los efectos de la comida y la bebida, no les prestaron atención.
Por desgracia, cuando Corrie llegó a sus aposentos, se sentía muy mal. Estaba
realmente enferma. Atravesando el dormitorio a toda velocidad, vació el contenido
del estómago en un bacín. Todo le daba vueltas e intentó controlar el mareo. Vio que
Gray se dirigía hacia ella, y se sintió avergonzada.
—Ten, bebe esto —dijo, tendiéndole un vaso de agua. Ella lo bebió y utilizó la
toalla que le dio para secarse el sudor de la cara.
—No… no pensé que hubiera bebido tanto. —Se sentó en una silla, sintiéndose
muy cansada de repente—. Estaré bien en un momento. Sólo… sólo necesito
descansar un rato. —Los ojos se le cerraban. Se quedó casi dormida al apoyarse
contra el respaldo de la silla.
Gray la sacudió, pero ella apenas se movió.
—¿Coralee? Coralee, ¿te encuentras bien?
Ella intentó asentir, pero la cabeza se le cayó hacia un lado. Todo lo que quería
era dormir. No podía recordar haberse sentido tan cansada.
—¡Maldita sea, Coralee, despierta!
Gray la sacudió de nuevo, y Corrie abrió los ojos despacio. Lo miró fijamente
con una mirada cansada.
—Lo siento… no quiero más que… dormir. —Los párpados se le cerraron de
nuevo y oyó la maldición de Gray.
Corrie gimió cuando él la puso en pie.
Gray le examinó las pupilas, y debió de ver algo que no le gustó.
—No creo que se trate de la bebida. —Le alzó el mentón y la miró directamente
a los ojos—. Creo que te han drogado. —La sacudió de nuevo y ella abrió los ojos—.
¿Has oído lo que te he dicho? Te han drogado.
—¿Drogado…?
—Te han dado opio. La droga actúa de esta manera cuando alguien toma
demasiada cantidad. Alguien debió de echar láudano, o algo parecido, en tu vino o
en tu comida. Si te duermes, no creo que te vuelvas a despertar.
Ella se espabiló un poco al oírlo, levantó la cabeza y el corazón le palpitó en el
pecho.
—¿Están tratando de matarme?
La mandíbula de Gray se endureció como el acero.
—No va a ocurrir. —La dejó en la silla un momento, se acercó a grandes
zancadas al cordón de la campanilla, y tiró con fuerza.

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—En pie —le dijo, acercándose de nuevo a ella y forzándola a abrir los ojos—.
Tarde o temprano, los efectos desaparecerán. Hasta entonces, tienes que seguir
despierta.
—No… creo que pueda.
Gray le acarició la mejilla con suavidad.
—Yo te ayudaré, cariño. Apóyate en mí. —Y fue lo que hizo, sentía el cuerpo sin
fuerzas, como si fuera gelatina, y los pies apenas se sostenían sobre el suelo.
No supo con exactitud cuándo llegó Samir al dormitorio, sólo oyó a Gray
hablándole en un tono profundo y preocupado.
—Le han administrado una sobredosis de opio —dijo Gray—. ¿Tienes algo que
la pueda ayudar?
Antes de que los ojos se le cerraran de nuevo, pudo ver cómo el hombrecillo
asentía con la cabeza.
—Haré lo que pueda. Pero necesito tiempo para hacer la mezcla.
—Pues hazlo tan rápido como puedas. —Cuando el hindú desapareció, Gray la
sujetó con fuerza—. Vamos —le ordenó, instándola a moverse otra vez, arrastrándola
como si fuera una muñeca de trapo de tamaño real.
Corrie se sentía muy cansada. Estaba sin fuerzas, había perdido el control de su
cuerpo.
—¿No puedo… descansar… sólo un momento? Luego me levantaré… te lo
prometo.
Ella comenzó a dejarse caer, pero Gray la enderezó.
—Sigue caminando. No voy a dejarte morir, maldita sea.
Y eso fue lo que hizo. Caminó y caminó, con el cuerpo pesado como el plomo,
con los párpados apenas abiertos. No supo cuánto tiempo estuvieron así, Gray
guiándola por la habitación, utilizando su cuerpo duro y sus brazos firmes para
impedir que se derrumbara a sus pies.
—Venga, cariño. Bebe esto. —Gray había acercado un vaso a los labios de Corrie
y lo inclinaba para obligarla a tragar el líquido amargo que Samir había traído—.
Tómalo todo. —Ella hizo lo que le ordenaba, sabiendo que no la dejaría negarse.
Siguieron moviéndose sin detenerse, una interminable marcha durante horas,
con las manecillas del reloj moviéndose incluso más despacio que sus piernas. Al
final, poco a poco, pudo sostener la cabeza en alto y levantar los pies con más
ligereza. Llegó la madrugada, pero Gray no se detuvo. Corrie sabía que estaba tan
exhausto como ella, pero se mantenía firme.
Eran las cuatro de la madrugada cuando por fin pudo mirar el reloj sin ver los
números borrosos.
—Necesito sentarme, Gray. Te prometo que no me quedaré dormida.
—¿Estás segura?
Corrie asintió con la cabeza, con los ojos, por primera vez, completamente
abiertos. Gray se inclinó sobre ella y la besó en la frente.
—Siéntate un rato. Yo estaré a tu lado. —La condujo al sofá en frente de la

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chimenea, y se sentó a su lado, rodeándola con un brazo, observando cualquier señal


de que ella pudiera estar deslizándose en la inconsciencia.
Corrie extendió la mano y le cogió la muñeca.
—Me has salvado la vida esta noche. Si no hubieras estado aquí…
—Estaba aquí y eso es lo que cuenta. —Gray se llevó la mano de Corrie a los
labios y le besó la palma. Luego apretó la mandíbula y apartó la mirada—. Voy a
averiguar quién lo hizo. Y cuando lo haga, ese bastardo pagará por ello.

El sol ya había salido cuando Gray permitió que Coralee se acostara. Dejó a la
doncella en la silla a su lado, con instrucciones para despertarla cada hora. Si había
algún problema, Anna debía ir a buscarlo de inmediato.
Gray aún seguía preocupado. Cuando se sentó tras el escritorio de su estudio y
recordó lo sucedido, un sudor frío le cubrió la frente. ¿Qué hubiera ocurrido si no
hubiera subido con ella? ¿Y si se hubiera distraído y no hubiera notado el estado en el
que la había sumido la droga hasta que fuera demasiado tarde?
Coralee podría estar muerta.
Gray sintió una opresión en el pecho al pensar en perderla. Se dijo a sí mismo
que era porque se trataba de su esposa y era responsabilidad suya protegerla. Se
recordó a sí mismo que le había fallado a Jillian y no quería volver a fallar otra vez.
Se estaba mintiendo y lo sabía. De alguna manera, en las semanas que Coralee
llevaba formando parte de su vida, había llegado hasta su corazón, algo que nadie
jamás había logrado. Le había dicho que quería tener un hijo suyo. De él. Como si no
le valiese ningún otro hombre.
No creía en el amor. Se decía a sí mismo que no amaba a Coralee. Pero sería
capaz de matar para protegerla. Lo había descubierto en el momento que la había
visto en el dormitorio, apenas capaz de mantenerse en pie, vulnerable como rara vez
la había visto.
Cuando se dirigió al primer piso, Gray pensó en la manera en que ella se había
confiado a su cuidado y cómo lo había hecho sentir esa confianza. Corrie estaba en
grave peligro… de eso no cabía duda. Pero cuando él la miraba y sentía cómo se le
aceleraba el corazón, se daba cuenta de que él también lo estaba.

—¿Qué demonios estabas pensando? Por el amor de Dios, ha sido una auténtica
tontería, una verdadera estupidez. —Rebecca caminaba de un lado a otro, se detuvo y
miró la fuente del jardín.
—Había que detenerla. Tarde o temprano dará con alguien que vio u oyó algo.
Sumará dos más dos, y resolverá lo que le sucedió a su hermana aquella noche.
Rebecca se giró para mirarle.
—Dijiste que deberíamos advertirla de alguna manera de que abandonara sus
pesquisas y estuve de acuerdo, pero no accedí a esto.

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El hombre tomó un sorbo de brandy.


—Si hubiera funcionado, la condesa ya no sería una amenaza.
—Pero no funcionó… y estoy empezando a pensar que tú te has olvidado de
nuestro objetivo.
Estaban de pie en la terraza. Parecía una conversación educada con un buen
amigo. Estaban seguros, pues Charles había ido al pueblo.
—No es de la esposa de Gray de quien tenemos que deshacernos —continuó
Rebecca—. Es del propio Tremaine. En cuanto todo este desagradable asunto esté
zanjado, Charles será conde y yo condesa. Con la fortuna Tremaine a mi disposición,
podré pagarte la considerable suma que te prometí.
El hombre agitó el brandy en su copa, y tomó un trago.
—Créeme, no se me ha olvidado.
—¿Qué tienes pensado hacer?
Él apuró la copa y la depositó en la mesa de hierro forjado al lado de la
balaustrada.
—Tengo intención de hacer lo que te dije que haría.
Rebecca le lanzó una mirada especulativa.
—¿Sabes? todas estas tentativas que hemos llevado a cabo con la esposa de Gray
podrían jugar a nuestro favor. Si él muriera en un accidente que pareciera destinado a
ella…
Por primera vez, su acompañante sonrió.
—No sólo eres hermosa, también eres inteligente.
—O mejor aún, ambos deben perecer.
Asintió con la cabeza.
—Sí, será lo más seguro. Hablaré con Biggs, pensaré en la mejor manera de
proceder. Pero creo que has dado con la solución correcta.
Era lo que Rebecca esperaba. Durante años se había ocupado de la familia del
conde, había asumido los deberes de la condesa sin ninguna de las compensaciones
económicas. Ahora, su puesto había sido usurpado por una intrusa que había cazado
a Tremaine con una charada, y tarde o temprano Rebecca lo perdería todo.
Estaba cansada de depender de la caridad de su cuñado. Por fortuna, el hombre
que tenía al lado disfrutaba viviendo bien, y para eso le hacía falta dinero.
Él también estaba cansado de esperar.

Corrie durmió todo el día y parte de la noche. No bajó para comer. Anna le
subió una bandeja a la habitación.
No estaba de humor para enfrentarse a Gray y a sus miradas oscuras y
preocupadas, ni para escuchar a Rebecca parloteando sobre los cotilleos de Londres.
No estaba interesada ni en los juguetones coqueteos de Jason, ni en lo que Derek
tenía que decir de la tarde que había pasado con Allison. Lo único que echaba de
menos era la bondad de Charles. Siempre había sido capaz de aliviar la discordia

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entre Rebecca y ella, o la tensión entre Gray y ella.


Hasta ese momento, nadie sabía las causas de su enfermedad. Corrie había
decidido dejar en manos de Gray qué iban a decir. Sabía que él se esforzaría en
descubrir al culpable, y rezó para que tuviera éxito. Todo señalaba al hombre que ya
había cometido un doble asesinato y, hasta el momento, había logrado evadir todo
tipo de responsabilidades. Corrie era su mayor amenaza.
Sintió un escalofrío. En cuanto ella estuviera muerta, él estaría a salvo. Mientras
atardecía, escribió una carta a sus padres, omitiendo los atentados contra su vida;
escribió una carta similar a Krista, y luego sacó su diario de debajo de la cama.
Nunca sabía cómo empezar, pero no importaba. Era la propia escritura lo que
importaba. Amaba las palabras, le gustaba utilizar las para formar frases interesantes.
Le encantaba escribir su columna en De corazón a corazón, pero su verdadera ambición
era escribir una novela.
Y lo haría, se prometió a sí misma. Ahora que estaba casada, jamás conseguiría
viajar como había planeado, pero podía escribir sobre otras cosas.
«Algún día», pensó con un suspiro. Introduciendo la pluma en el tintero,
comenzó a escribir sobre los oscuros acontecimientos que daban vueltas en su
cabeza: el panel secreto y la conversación que había oído por casualidad sobre
Rebecca y su bebé, la cincha cortada, y la sobredosis de opio. Corrie se estremeció al
pensar en el culpable de atentar contra su vida. Y en lo que haría la próxima vez para
lograr sus propósitos.

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Capítulo 24

Corrie recibió un recado de su marido para acudir al estudio a las tres de la


tarde. Cuando entró en la estancia, vio a Gray sentado tras el escritorio, a su
hermanastro, el rubio y alto Derek Stiles de pie frente a él y al lado de Charles, que
tenía a Jason a su otro lado. Con los tres hombres rubios estaba Dolph Petersen.
—Coralee —dijo Gray, rodeando el escritorio para acercarse a ella. Le dirigió
una mirada de preocupación al observar que aún estaba un poco pálida—. ¿Te
encuentras mejor?
—Mucho mejor, gracias. —No dijo nada más. Esperaba que Gray le explicara el
motivo de la reunión, pero él simplemente se volvió a sentar detrás del escritorio. Los
demás tomaron asiento en la fila de sillas colocadas enfrente de Gray.
—Agradezco que hayáis venido. Como ya sabéis, mi esposa ha estado enferma
estos últimos días. Lo que no sabéis es que alguien intentó matarla.
—¿Qué? —dijo Charles, que medio se levantó de la silla.
—Es una acusación muy grave —dijo Jason—. ¿Estás seguro, Gray?
—Segurísimo. Le dieron una sobredosis de opio durante la fiesta en honor a
nuestra boda. Cuando estaba en la India, vi los efectos de esa droga en varias
ocasiones. Un hombre de mi regimiento murió por esa causa.
—Quizá fue un accidente —sugirió Charles—. A lo mejor alguien le echó la
droga en la comida por equivocación.
—Podría creerlo si no fuera porque es la segunda vez que atentan contra su
vida.
Charles se apoyó en el respaldo, claramente impresionado.
—¿Sabes quién lo hizo? —preguntó Derek con la mandíbula tensa. De los
Forsythe era el que tenía el carácter más temperamental.
—Aún no. Os he convocado aquí para ver si podríais ayudarme.
—Por supuesto —dijo Charles—. Te ayudaremos en lo que podamos.
—¿Por qué quieren matar a Coralee? —preguntó Jason, que aún seguía
desconcertado.
—Mi esposa llegó al Castillo de Tremaine convencida de que su hermana había
sido asesinada. Ha estado tratando de encontrar al hombre que lo hizo.
—Creí que ese tema estaba resuelto —dijo Charles sorprendido. Como el resto
de la familia, había asumido que Corrie había abandonado la búsqueda después de
que se descubriera su verdadera identidad y se hubiera casado con Gray—. Nunca se
encontró ninguna evidencia que demostrara que la señorita Whitmore fue asesinada
—añadió—. Las autoridades creen que fue un suicidio.

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—Eso es lo que yo pensaba también —dijo Gray—, hasta que intentaron matar a
Coralee por segunda vez. Ahora creo que es probable que mi esposa tenga razón.
Dolph Petersen también lo cree.
Petersen se giró en la silla, centrando su atención en los otros.
—Creo que los últimos acontecimientos hablan por sí solos. Mientras la condesa
permanezca con vida, el asesino corre peligro de ser descubierto. La condena sería la
pena de muerte.
Charles no se movió.
Jason y Derek parecieron considerar las palabras de Dolph.
El silencio se prolongó hasta que Gray habló de nuevo.
—La razón por la que estáis aquí es porque necesito saber la verdad. Hubiera
hablado con cada uno de vosotros en privado, pero creo que el tema es demasiado
importante. También creo que Coralee tiene derecho a oír lo que tengáis que decir.
La oscura mirada de Gray recorrió la habitación.
—Jason ya respondió a la cuestión, así que os toca a vosotros, Charles, Derek.
Los dos estabais en el castillo durante los meses anteriores a que Laurel Whitmore
partiera a East Dereham embarazada de un bebé ilegítimo. Lo que quiero saber es si
alguno de vosotros era el padre de ese niño.
Coralee se inclinó hacia delante en su asiento. Como Charles no podía tener
hijos, tenía que ser Derek. Se preguntó si sería lo bastante hombre para admitir la
verdad.
Pero fue Charles el que habló con un tono ronco en la voz.
—No fue así como pasó. —Tragó saliva y su nuez se movió de arriba abajo—.
Amaba a Laurel y ella me amaba a mí. Jamás tuve intención de hacerle daño de
ninguna manera.
No era posible. Rebecca había insinuado que Charles no podía tener hijos. Pero
con una sola mirada a la expresión pálida y desencajada de Charles, Corrie supo la
verdad.
La cólera casi la hizo levantarse de la silla de un salto.
—¡Charles, estás casado! ¿Cómo pudiste seducir a una joven inocente? ¿Cómo
pudiste hacerlo?
—Nunca quise que ocurriera —dijo con voz ronca por la emoción—. Nos
conocimos una mañana cuando salí a montar. El caballo de Laurel tenía una piedra
en la herradura. La acompañé caminando de vuelta a su casa. Empezamos a charlar.
Con ella era sencillo hablar de cualquier tema. Teníamos muchas cosas en común. —
Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Acudí al mismo lugar al día siguiente,
esperando que viniera otra vez, y allí estaba. Hablamos y hablamos. Parecía que
siempre teníamos algo que decir. Nos reuníamos cada vez que podíamos. Creo que
ninguno de los dos pensó que aquello se convertiría en algo más que una amistad.
Sacudió la cabeza y las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
—Y luego, un día, pasó.
Miró a Corrie, y había tanto sufrimiento en su cara que a ella se le puso el

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corazón en un puño.
—Tu hermana era la persona más preciosa y más amable que haya conocido
nunca. Habría muerto en su lugar sin dudarlo.
Corrie ignoró la piedad que sentía.
—La abandonaste, Charles. La dejaste sola cuando más te necesitaba.
Él se puso rígido.
—No sabía lo del niño. Nunca me lo dijo. Laurel sabía que estaba casado. No
quería que mi familia sufriera por lo que habíamos hecho. Me dijo que necesitaba
tiempo para aclarar sus ideas. Pensé que quizá tenía razón. —Tragó saliva—. Debí
haber impedido que se marchara. Si lo hubiera hecho, quizá todavía estaría viva. —
Luego se echó a llorar con grandes sollozos que le hicieron sacudir los hombros, algo
que no era propio de él.
El corazón de Corrie sufrió con él. Ella también había perdido a Laurel y había
sufrido tanto como Charles debía de haberlo hecho. Se puso de pie y se acercó a él, le
rodeó el cuello con los brazos y simplemente lo abrazó. Por un momento, Charles se
apoyó en ella.
—Lo siento —murmuró él—. No sabes cómo lo siento.
Aspirando profundamente, se apartó de ella, y se dirigió a Gray y al resto de los
hombres de la estancia.
—Yo nunca tuve intención de causar tal tragedia. Laurel y yo… jamás quisimos
hacer daño a nadie.
Gray tomó e control, permitiendo que su hermano recobrara la compostura, y
Corrie se volvió a sentar.
—Así que no te dijo lo del bebé —le dijo.
Charles negó con la cabeza.
—Vi a Laurel sólo una vez después de que regresara de East Dereham.
—¿Y qué pasó?
—Lo mismo que antes. Todavía la amaba y ella todavía me amaba a mí. Le dije
que quería dejar a Rebecca y casarme con ella.
Corrie sintió que se le oprimía el corazón. Debería haber sabido antes que
Charles era el hombre que su hermana había amado. Y debería haberse dado cuenta
de que Charles le correspondía.
—¿Qué te contestó Laurel? —preguntó Gray.
—Me dijo que tenía que estar seguro de que eso era lo que quería, que tenía que
estar muy seguro de que eso era lo correcto. Le dije que convertirla en mi esposa era
lo que yo quería. Que era lo correcto.
—¿Quién además de Laurel sabía lo que pretendías hacer? —preguntó Corrie.
—Nadie. Sólo lo discutimos entre nosotros.
—¿Así que jamás le hablaste de divorcio a tu esposa?
Derek se levantó de la silla.
—Sin duda alguna no estarás insinuando…
—Rebecca nunca llegó a saberlo —dijo Charles—. Esperaba la ocasión para

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hablar con Laurel y hacer planes. En vez de eso… llegó el agente de policía para
decirnos que ella… —Tragó saliva y el brillo de las lágrimas apareció de nuevo en sus
ojos—. Que ella se había ahogado y que había tenido un hijo. —Charles cerró los ojos
con fuerza y Corrie pudo sentir su dolor como si fuera suyo.
—Nadie es perfecto —dijo Gray en voz baja—. Tu matrimonio con Rebecca fue
concertado cuando los dos erais unos niños. Laurel y tú os enamorasteis. Son cosas
que pasan.
Jason intervino justo en ese momento.
—Está claro que Charles no tuvo nada que ver con la muerte de Laurel
Whitmore. Estaba enamorado de ella. No puedo imaginar que le hiciera daño. Me
parece que si, tal como tu esposa dice, Laurel fue asesinada, debió de ser víctima de
un salteador de caminos o un ladrón.
—Jason tiene razón —convino Derek—. Durante la celebración de tu boda, todo
el pueblo estuvo presente. La persona que drogó a Coralee pudo haber sido
cualquiera.
—¿Sabes qué hacía Laurel en el río aquella noche? —le preguntó Corrie a
Charles.
Él negó con la cabeza.
—No se alejaba demasiado de Selkirk Hall. Quizás ella quería pensar con
detenimiento las cosas, aclarar sus ideas. Quizás había decidido contarme lo del bebé,
no lo sé. Puede que todo lo sucedido haya sido una casualidad, un salteador se topó
con ella, lucharon y luego… —Tragó saliva y apartó la mirada.
—Ocurriera lo que ocurriese —dijo Gray con un brillo feroz en los ojos—, mi
esposa no se convertirá en otra víctima. Voy a averiguar quién fue el asesino para
impedir que vuelva a matar de nuevo.

Ante la insistencia de Gray, Corrie pasó la semana cerca de la casa. Pospuso la


visita a Selkirk Hall. Incluso aunque sólo fuera al jardín, Gray la acompañaba.
Mientras tanto, Dolph Petersen se hospedaba en la taberna El Dragón Verde,
intentando recabar información en el pueblo.
Corrie se preguntó si Greta le ofrecería algo más que información a ese hombre
de rasgos duros, y si así era, si él aceptaría la invitación. Se preguntó qué nueva
información podría sacarle a la mujer, si al final lo hacía.
Rebecca había sido informada sobre los atentados contra la vida de Corrie, pero
no había quedado convencida.
—¿Sabes?, quizá se trate sólo de una coincidencia. La cincha se rompió. Más
tarde comiste algo que no te sentó bien, y tuviste una especie de reacción.
Corrie no discutió con ella. La opinión de Rebecca no importaba mucho. Se le
había informado por pura necesidad, pero no le habían contado la relación que
Charles había mantenido con Laurel.
Corrie había debatido consigo misma si contarle o no a Gray lo de la aventura

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de Rebecca y el niño que iba a tener, pero Corrie no tenía ni idea de quién podía ser el
amante de Rebecca y no parecía que tuviera relación con todo lo acontecido. Incluso
aunque se lo dijera, no estaba totalmente segura de que Gray la creyera. Con tanto
revuelo en la familia, decidió continuar guardando silencio, al menos de momento
sería lo más conveniente.
Estaba considerando su decisión cuando Charles se acercó a ella en la terraza
después de la cena.
—Le pregunté a Gray si podría hablar contigo en privado —le dijo, saliendo de
las sombras hasta quedar iluminado por la luz de las antorchas.
—¿Qué pasa, Charles?
—Quería hablar contigo de tu hermana. Quería que supieras cuánto la amaba, y
cuánto lamento todo lo que ha sucedido.
Corrie lo miró. Todavía se percibían las líneas de pesar en su cara. Debía de
haber requerido un inmenso control ocultarlo durante tanto tiempo.
—Me alegra que fueras tú —dijo ella—. Me alegro de que fueras el hombre del
que se enamoró mi hermana.
—¿Qué quieres decir?
—Eres un buen hombre, Charles, no importan las circunstancias de tu relación
con Laurel.
A Charles se le nublaron los ojos.
—Lo significaba todo para mí. Todo.
Corrie asintió con la cabeza.
—Ya lo veo.
—Cuando descubrí quién eras, pensé que estabas perturbada, loca de pena,
como yo, por su pérdida. Ahora… al descubrir que Laurel realmente podría haber
sido asesinada… me resulta casi insoportable pensarlo.
—Descubriremos al asesino. Ahora que todos trabajamos juntos… daremos con
él.
Charles bajó la mirada a los pies, como si tuviera que decir algo muy
importante, y tratara de armarse de valor para hacerlo.
—Nunca lo he preguntado. Suponía que no soportaría saberlo. ¿Fue un niño o
una niña?
A ella le dio un vuelco el corazón.
—Tuviste un hijo, Charles. Laurel lo llamó Joshua Michael.
Los ojos azules de Charles se llenaron de dolor.
—Ése era el nombre de mi mejor amigo. Murió de gripe cuando estábamos en el
internado. Laurel sabía lo importante que había sido para mí. —Había una tristeza
abrumadora en la cara de Charles—. Eres muy valiente. Si yo hubiese tenido la
misma valentía…
—Tú no la mataste, Charles. No fue culpa tuya. —Él no dijo nada, sólo asintió
con la cabeza como si intentara convencerse, luego se giró y se marchó. La dejó en la
terraza, siguiéndole con la mirada, sintiendo su dolor y su pena.

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Gray se reunió con ella unos momentos después.


—Mi hermano es un buen hombre.
—Sí, lo es.
—Entonces, ¿no crees que haya tenido nada que ver en la muerte de tu
hermana?
—No. Pero me hubiese gustado que la información que nos ha dado hubiera
sido de más utilidad.
Un músculo palpitó en la mejilla de Gray.
—Igual que a mí.

Dolph Petersen regresó al castillo varios días más tarde. Por desgracia, Corrie
no fue invitada a reunirse con ellos a puerta cerrada en el estudio.
Aun así, no pudo resistirse a escuchar a escondidas. En cuanto los hombres
estuvieron dentro, se acercó a la puerta y presionó la oreja contra ella. Le sorprendió
oírlos discutir sobre la condesa de Devane y el baile de máscaras que iba a celebrar.
—Creo que deberíais ir —decía Dolph.
—¿Estás loco? Ya viste lo que sucedió en el último acontecimiento al que
Coralee asistió.
—Esta vez tendremos hombres dentro y fuera de la casa. Tu esposa estará
completamente protegida.
—No. Ni siquiera lo voy a considerar.
—Si no encuentras a ese hombre, Gray, tarde o temprano tendrá éxito. Tienes
que atraparle antes de que lo consiga, y a menos que tengas una idea mejor, tenemos
que desenmascararlo.
—Con mi esposa como cebo. La respuesta es no.
Corrie abrió la puerta y entró en el estudio.
—Siento mucho entrometerme, milord, pero el señor Petersen tiene razón. No
puedo vivir toda mi vida como una prisionera. Ahora no puedo ni montar a caballo,
no puedo visitar a mi familia. Ni siquiera puedo salir a pasear al jardín. No quiero
seguir así. Sencillamente no puedo.
—Puesto que estabas escuchando a escondidas, ya has oído lo que he dicho. Es
demasiado peligroso.
—Sólo si no lo encontramos.
Gray contuvo el aliento. Durante un largo momento no dijo nada. Luego le
dirigió a Dolph una dura mirada.
—Bien, lo haremos a tu manera. Pero como algo salga mal…
—Nada va a salir mal. No lo permitiremos. Si nuestra teoría es correcta, el
culpable es alguien del pueblo. Lo que quiere decir que no estará entre los invitados,
pero podría ser contratado por el personal de la condesa para ayudar en los
preparativos del baile.
—Lo que significa que podría ser un lacayo, un mozo de cuadra o una criada.

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¡Maldición, hasta podría ser el cocinero!


—Como ya te he dicho, tendremos cuidado. Y tú estarás con tu esposa todo el
rato.
Gray le dirigió a Corrie una dura mirada.
—Puedes estar seguro de ello.
Bueno, era obvio que estaba preocupado. Sabía que sentía remordimientos por
la muerte de su primera esposa. Estaba resuelto a que no ocurriera de nuevo. Pero
estaba claro que no albergaba ningún tipo de sentimiento especial por ella. Desde que
Charles había confesado el profundo amor que había sentido por Laurel, Gray había
estado más distante que nunca. Incluso el deseo que sentía por ella parecía haber
disminuido.
Cuando hacían el amor controlaba su pasión de manera minuciosa. Usaba sus
habilidades para proporcionarle placer a ella y a sí mismo, pero sus emociones
permanecían bajo llave.
Sólo la preocupación que Corrie veía en los ojos del conde le daba un leve atisbo
de esperanza.

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Capítulo 25

Se dispusieron a llevar a cabo los planes. Dolph hizo venir de Londres un


pequeño ejército de guardaespaldas. Aunque los lacayos y el personal de lady
Devane vestían con librea azul claro, los hombres que Petersen infiltraría en la velada
estarían ataviados con sencillas ropas de campesino, y pasarían inadvertidos entre los
mozos de cuadra y el resto de la servidumbre.
Habían contratado tanto personal extra para la ocasión que los hombres
podrían moverse con total libertad. Eso le proporcionaría a Corrie cierta seguridad,
pero aun así estaba preocupada.
Igual que Gray, por lo que ella sabía, a pesar de que hacía horas que no lo veía.
Estaba revisándolo todo, haciendo cambios de última hora, utilizando todo su poder
para garantizar que ella estuviera a salvo. Charles, Jason y Derek conocían los planes
y habían acordado estar atentos a cualquier cosa que pudiera resultar sospechosa.
A las siete de la tarde, estaban preparados y listos para subir a los carruajes que
los conducirían a Parkside. Todos menos Corrie, que se había retrasado un poco al
vestirse.
—¿Está segura, milady? —Anna la miraba con inquietud—. Me dijo que iba a
disfrazarse de Julia Augusta, la emperatriz de Roma.
Y lo iba a hacer. Había buscado la túnica blanca y las sandalias doradas que
había utilizado en un baile de Londres, pero había encontrado otro vestido en sus
baúles.
—He cambiado de idea.
—Pero al ser la condesa…
—Voy disfrazada de esposa provinciana. ¿Qué hay de malo en ello?
Anna se mordió los labios.
—Pues… nada, milady. —Pero vestida con la muselina gastada color
albaricoque y un sencillo sombrero de paja no parecía más que Letty Moss, que era
exactamente lo que pretendía. No tenía ni idea de adónde quería llegar con eso, pero
una vez que se le había metido la idea en la cabeza, no fue capaz de hacerla
desaparecer.
No sabía de qué iría disfrazado Gray, ni qué reacción tendría cuando la viera.
Quizá fuera ésa la razón por la que estaba tan resuelta a ir vestida así. Dejó Anna en
el dormitorio y recorrió el pasillo hasta las escaleras, con la sencilla falda de muselina
y las enaguas gastadas susurrando contra sus piernas. Cuando alcanzó el escalón
superior, se detuvo.
Al pie de las escaleras estaba el hombre más guapo que había visto nunca, y el

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corazón se le aceleró. Era alto y ancho de hombros, y vestía unos ceñidos pantalones
de montar negros con unas botas de caña alta hasta las rodillas, y una camisa blanca.
Tenía el pelo recogido en una coleta. Una máscara negra le ocultaba la parte superior
de la cara, cubriendo todo menos los intensos ojos oscuros.
Iba disfrazado de bandolero, tal como ella lo había imaginado desde la primera
vez que lo vio. Era el hombre del que se había enamorado. Sintió que le flaqueaban
las piernas cuando él levantó la vista para mirarla, detenida en lo alto de las escaleras.
Se preguntó si estaría enfadado por el disfraz que ella había escogido, sin embargo,
Gray curvó la boca en una leve sonrisa. Esperó en silencio mientras Corrie avanzaba
hacia él; luego la cogió de la mano al bajar el último escalón.
—Creo que ya nos hemos visto antes —dijo él, haciendo una profunda
reverencia.
—Soy la señora Moss —dijo ella—. Letty Moss, milord.
A través de los agujeros de la máscara, los ojos oscuros destellaron como si
quisieran devorarla. ¿Estaba realmente tan diferente? ¿O serían simplemente los
recuerdos de la mujer lo que suavizaba la mirada de Gray cuando la observaba?
—Creo que el carruaje espera —dijo él—. ¿Vamos, señora Moss?
Ofreciéndole el brazo la condujo hasta la fila de carruajes que se alineaban
delante de la casa. Los demás ya estaban allí, y al verla comenzaron a subir a los
coches. Los hombres de Petersen montaron en los pescantes, y los hombres armados
que fingían ser lacayos, en la parte de atrás.
Dentro de los carruajes, todos estaban vestidos para la fiesta:
Rebecca iba disfrazada de María Antonieta con un traje de noche de raso azul
con pedrería y cuentas de oro. La falda era amplia y abierta sobre un miriñaque,
como la moda de esa época. Se había puesto una alta peluca plateada con adornos
también de oro.
Charles iba disfrazado del rey francés Luis XVI. Jason iba ataviado con una
casaca roja y un gorro de cazador y parecía como si en cualquier momento fuera a
llevar a los perros de caza, y Derek era un pirata con un pendiente de oro en la oreja,
un parche en el ojo y una espada colgando de la cintura.
Todos estaban disfrazados y preparados para la velada que tenían por delante,
pero aun así había una inconfundible tensión entre los hombres. Se habían nombrado
a sí mismos los guardianes de Corrie.
Ella no creía que evadieran sus deberes esa noche.
Les llevó casi una hora atravesar el pueblo y recorrer el camino hasta Parkside,
la magnífica hacienda georgiana de lady Devane. Cuando el carruaje se detuvo
delante, Corrie observó que había una lámpara encendida en cada habitación de la
casa. Media docena de lacayos con librea se apresuraron para ayudarles a descender
a la alfombra roja que conducía al vestíbulo de la mansión.
—Quiero que te quedes a mi lado —dijo Gray—. No te alejes por ahí sola.
Ella asintió con la cabeza con aire distraído, atraída por la pompa y
extravagancia del acontecimiento. Llevaba una máscara con plumas que sujetaba con

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una varilla. La sostuvo sobre la cara y miró con atención a través de los agujeros de
los ojos.
Gray la tomó del mentón para obligarla a mirarle.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
—Si ves cualquier cosa, si notas algo, quiero que me lo digas de inmediato.
—No soy tonta, Gray.
Gray curvó la boca.
—No. Jamás lo has sido. —Le cogió la mano para apoyársela en el brazo y
caminaron hacia la cola de recepción.
Lady Devane estaba en el vestíbulo disfrazada de la diosa Diana. Centró en
Gray su aguda mirada.
—Querido… me alegro de verte. Soy muy feliz de que tú… —se interrumpió
sorprendida al ver las sencillas ropas de Corrie—, de que tú y tu esposa hayáis
podido asistir.
Gray simplemente sonrió.
—Estoy seguro de que lo pasaremos bien. —Condujo rápidamente a Corrie
hacia el interior dejando a la condesa, que los seguía con la mirada, con la palabra la
boca, cortando de raíz cualquier palabra mordaz que hubiera podido decir.
La decoración era espléndida, la mansión tenía la apariencia de una antigua
ciudad griega, con columnas blancas por doquier e hiedra colgando por las paredes.
Estaba claro que la condesa no había reparado en gastos. Comenzó a tocar una
orquesta de diez músicos vestidos con togas blancas, y Gray condujo a Corrie hacia el
sonido de las notas de un vals.
—¿Te gustaría bailar?
Ella lo miró con sorpresa. Jamás había bailado con su marido. Le parecía algo
extraño, y conociendo a Gray, le sorprendió que se lo pidiera.
Sonrió con deleite.
—Me encantaría bailar, milord.
Los ojos de Gray le recorrieron el rostro para detenerse al fin en sus labios, y
una suave calidez la atravesó. Le puso la mano en la cintura, la guió a la pista de
baile, y ella lo siguió en tos pasos del vals.
Bailaba con la misma gracia que ya había observado en él cuando montaba a
caballo, y aunque era mucho más alto que ella, se movieron con soltura, con un ritmo
bien marcado. Debajo de la mano, Corrie podía sentir los duros músculos de su
hombro, y cuando captó el leve aroma a sándalo, se sintió invadida por el deseo.
Gray lo debió de sentir también, porque cuando la miró, la excitación asomaba a sus
ojos.
Percibió la misma mirada a lo largo de la velada. Aunque la vigiló como un
halcón, se prodigó en caricias sutiles y miradas ardientes durante toda la noche. Un
poco después de medianoche, se reunieron con el resto de la familia y se dirigieron a
la larga galería donde se celebraría la suntuosa cena.

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—¿Has visto algo? —le preguntó Gray a Jason.


—Nada.
—¿Derek?
Él negó con la cabeza, haciendo oscilar el diminuto aro dorado de su oreja.
Gray apretó la mandíbula.
—Me encantaría rodear el cuello de ese bastardo con las manos y apretar hasta
quitarle la vida.
Gray miró a Corrie y suavizó la expresión.
—Lo siento, cariño. No tenía intención de sonar tan sediento de sangre.
Pero ella estaba segura de que sentía cada palabra que había dicho.
Cenaron faisán y langosta servidas en un bufé, por lo que era seguro comer, y
degustaron el champán de una fuente, aunque ninguno bebió demasiado.
Según avanzó la velada, Corrie comenzó a relajarse. Tenía la certeza de que el
hombre que buscaban no estaba allí. Quizá no había encontrado la manera de entrar,
o sencillamente no quería volver a intentarlo tan pronto. La tensión de Gray
disminuyó al llegar a la misma conclusión, y cada una de sus miradas se fue
haciendo más ardiente que la anterior. Vestido de bandolero era el hombre más
atractivo de la estancia, y Corrie volvió a sentir la misma atracción, la misma oleada
de amor que había sentido por él la noche de la tormenta.
Estaban de pie junto a las escaleras, tomándose un pequeño descanso del baile,
cuando Corrie se inclinó hacia él.
—Quiero hacer el amor contigo.
La sorpresa asomó a la cara de Gray.
—¿Quieres decir aquí? ¿Ahora?
Ella le dirigió una mirada traviesa.
—Hay mucha gente. Estoy segura de que podremos desaparecer un rato sin que
nadie lo note.
Los ojos de Gray se pusieron más oscuros si cabe y apareció en ellos un fuego
abrasador. No la había mirado así desde la noche de la tormenta.
La tomó de la mano, y lanzando una mirada alrededor la empujó escaleras
arriba. Había algunas parejas en el pasillo —algunas conocidas—, disfrutando de sus
propias citas amorosas. Gray pasó entre ellas hacia el final del corredor, guiándola
hacia otro pasillo que estaba completamente vacío. Abrió una puerta, se aseguró de
que la estancia estaba vacía, y luego la empujó al interior y cerró con llave.
Corrie se puso de puntillas para tirar de las cintas que aseguraban la máscara
negra de seda de Gray.
—Bésame.
Gray la miró con fiereza. Apartó la máscara de plumas y atrajo la boca de Corrie
hacia la suya en un beso profundo y ardiente.
—Te deseo —le dijo, besándola hasta que ella se sintió demasiado débil para
estar de pie.
Ella tiró de la cinta de terciopelo negro que recogía el pelo de Gray, liberando

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las largas hebras negras.


—Yo también te deseo. Te deseo tal como fuiste la noche de la tormenta.
Él extendió la mano para ahuecarle la mejilla.
—¿Cómo fui esa noche?
Los ojos de Corrie se llenaron repentinamente de lágrimas.
—Fuiste apasionado y tierno. Fuiste el hombre de mis sueños.

Gray sintió una opresión en el pecho. Durante unos largos instantes, sólo miró
fijamente a la mujer que deseaba por encima de todas las cosas.
—Santo Dios, Coralee.
Le temblaban las manos cuando la cogió entre sus brazos. Estaba tan hermosa
esa noche, parecía tan ingenua y sincera. La deseaba demasiado. Acunándole la cara
entre las manos, la besó, con delicadeza al principio, luego con profundidad. Algo
poderoso ardió dentro de él, y los besos se volvieron salvajes, ardientes,
convirtiéndose en un feroz saqueo que parecía no tener fin.
Se había contenido durante semanas, se había obligado a guardarlas distancias
aun cuando estaban en la cama. Sabía que su manera de hacer el amor había sido
diferente: lo había hecho a propósito, quería mantener un rígido control. Pero no se
había dado cuenta de que su esposa había sentido la diferencia. Que ella lo había
lamentado tanto como él.
Ahora, esas suaves palabras y el anhelo de sus ojos lo alcanzaron como ninguna
otra cosa podía haber hecho. Dentro de su pecho, sintió que se le oprimía el corazón
y que se le aceleraba la respiración. Sintió una sacudida completamente fuera de
control, como si ya no pudiera ignorar su destino.
Como si ya no quisiera hacerlo.
Agarrándola de los hombros, atrapó su boca, e introdujo la lengua dentro para
reclamar la dulzura que poseía, la besó de una manera que no se había permitido
hacer desde la mañana después de la tormenta. La miró, pensó cuánto la deseaba,
cuánto la necesitaba.
Depositó en los labios de Corrie otro beso ardiente, absorbiendo su esencia, e
inspiró el suave perfume a rosas hasta que el cuerpo le dolió, exigiendo la liberación.
Apoyándola contra la pared, le levantó las faldas y buscó la abertura de los
calzones para comenzar a acariciarla. Estaba húmeda y preparada, con un deseo tan
intenso como el suyo.
—No tenemos mucho tiempo —dijo contra la boca de ella, mordisqueándole los
labios antes de besarla de nuevo.
—Ni lo necesitamos —contestó ella entre jadeos, extendiendo la mano para
desabrocharle la bragueta de los pantalones de montar. Gray la ayudó a liberar su
erección, la izó contra la pared e hizo que le rodeara la cintura con las piernas. La
penetró profundamente, sintió las manos de Corrie en el pelo y oyó su suave gemido
de placer.

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La embistió una y otra vez, completamente fuera de control. Ya no le importaba.


Eso era lo que quería, lo que necesitaba de la mujer que tenía entre sus brazos, esa
pasión desatada tan diferente a la manera de hacer el amor que habían compartido
desde la boda. Una consumación ardiente y salvaje que no había conocido desde la
no che de la tormenta.
—Te necesito —dijo, penetrándola una y otra vez—. Jamás he deseado tanto a
una mujer.
—Gray… —lo besó como si no tuviera suficiente de él, deslizándole la lengua
en la boca.
Gray soltó un gemido desde lo más profundo de su garganta. Intentó
contenerse, se dijo a sí mismo que era demasiado pronto, pero cuando sintió que la
vagina de Corrie se cerraba a su alrededor sin tiendo las primeras y dulces
contracciones, no pudo contenerse más. Un intenso clímax sacudió su cuerpo,
haciéndole tensar los músculos y apretar los dientes para reprimir un grito salvaje.
—Letty… —gimió, penetrándola una última vez, y abrazándola con fuerza
contra su cuerpo—. Mi más dulce amor…
Gray sintió cómo Corrie se tensaba. Se apartó de él, contuvo el aliento e intentó
liberarse con todas sus fuerzas.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella estaba temblando, luchando por
no llorar. Soltando sus piernas de la cintura, la dejó en el suelo.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Te he hecho daño?
Ella lo miró mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
—Me has hecho daño, Gray. Me has roto el corazón. —Luego se dio la vuelta,
abrió el cerrojo y salió de la estancia dando un portazo.
Durante un instante, Gray se quedó allí, completamente aturdido. ¿Qué
demonios había hecho?
«La llamaste Letty, estúpido».
El nombre, sencillamente, se le había escapado; no sabía por qué. Pero no tenía
importancia.
Fuera como fuese, su esposa estaba bajo su protección y tenía que encontrarla.
Se abrochó con rapidez los pantalones, salió de la habitación y se dirigió al
vestíbulo. A Coralee no se la veía por ninguna parte. Al pie de las escaleras, vio a
Charles y a Jason, y se dirigió hacia ellos.
—¿Habéis visto a Coralee? Estaba conmigo, pero la he perdido.
—Te ayudaremos a buscarla —dijo Jason—. Yo iré arriba. Vosotros buscad aquí
abajo.
—¡Tenemos que encontrarla! —exclamó Gray—. Sólo Dios sabe qué podría
ocurrirle si no lo hacemos.
Su hermano debió de percibir el pánico en su mirada. Charles lo sujetó por el
brazo.
—La encontraremos. Vamos a pedirle a Derek que nos ayude.
Pero apenas habían empezado a buscarla cuando Coralee se acercó a Gray como

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si regresara de dar un paseo vespertino. Estaba pálida y temblorosa y Gray sintió que
se le oprimía el corazón. La preocupación dio paso a la cólera.
—Por el amor de Dios, Coralee, ¿dónde demonios te has metido? Me has dado
un susto de muerte.
Ella suspiró temblorosa y se puso todavía más pálida. La expresión de su cara le
rompió el corazón.
—Me temo que no me encuentro bien, milord. Me gustaría volver a casa.
La preocupación atravesó a Gray.
—¿Estás enferma? ¿Ha ocurrido algo?
—No, no pasó nada. Yo, sencillamente…, quiero volver a casa.
—Bien, es una buena idea. —Le llevó unos minutos recuperar la capa y
despedirse de sus hermanos, Rebecca y Jason antes de salir de la mansión. Los
guardas ocuparon su lugar en el carruaje cuando la pareja subió al vehículo.
Durante todo el camino de regreso al Castillo de Tremaine, Gray observó a
Coralee, pero ella no mencionó lo sucedido en la habitación de arriba.
Quizá le había hecho daño con su manera incontenible y salvaje de hacer el
amor.
—Dime qué hice —le dijo mientras el carruaje avanzaba en la oscuridad—. Si
fue por la manera en que hicimos el amor…
Ella negó con la cabeza.
—Fue maravilloso. Fuiste exactamente el hombre que recordaba. —Pero cuando
levantó la mirada hacia él, había más lágrimas en sus ojos.
—Dime…
—Fuiste tal y como recordaba. Pero yo no soy Letty y nunca lo seré. —Corrie no
dijo nada más, ni siquiera cuando subieron para acostarse en la suite; no abrió la boca
hasta que le dijo que quería pasar la noche en su propia cama, sola.
Gray se lo permitió. Dentro del pecho, le dolía el corazón. Ella se había vestido
como Letty y él la había llamado con ese nombre. No comprendía por qué la hería
tanto oír ese nombre. Y Gray no tenía ni idea de cómo reparar el daño que le había
hecho. Fuera como fuese, lo arreglaría, se dijo a sí mismo. Se disculparía y aclararía
las cosas por la mañana.
Pero a la mañana siguiente, cuando le preguntó a la doncella de Corrie si ésta se
sentía mejor, descubrió que Coralee se había ido.

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Capítulo 26

Londres bullía de actividad cuando el sencillo carruaje negro recorrió las calles
abarrotadas. A Corrie se le había olvidado lo ruidosa que era la ciudad, y lo lleno de
hollín que estaba el aire. Había viajado durante todo el día, esperando llegar a
Londres antes del anochecer, pero se había hecho de noche hacía más o menos una
hora.
Suspiró, reclinándose en el asiento de terciopelo. Cuando se había marchado
del castillo esa mañana temprano, en lo único que podía pensar era en alejarse de
Gray y del daño que le había causado. Durante el largo viaje, había tenido tiempo de
pensar en lo que haría en cuanto llegara a la ciudad.
Gray tenía una casa en Londres. Como condesa de Tremaine, tenía todo el
derecho a usarla, pero Gray podía seguirla. Era, después de todo, un hombre muy
protector. Fuera lo que fuese lo que sentía por ella, era su esposa y se sentía
responsable de ella.
Corrie no estaba preparada para enfrentarse a él.
Era probable que ahora, que se había marchado del campo, corriese menos
peligro. Pero siempre cabía la posibilidad de que la siguieran y el único lugar donde
se sentiría realmente segura sería con Krista y Leif. Corrie odiaba pedirles ayuda,
pero necesitaba el consejo de su mejor amiga, y sabía que con Leif y Thor cerca no
debería tener miedo.
Ya había pasado la hora de la cena cuando el carruaje se detuvo delante de la
casa de ladrillo de dos plantas de los Draugr. Corrie subió la escalinata y llamó a la
puerta.
El mayordomo abrió la puerta.
—¿Puedo ayudarla, señora?
Ella logró sonreír.
—¿Se acuerda de mí…? Soy Coralee Whitmore. Ahora soy la condesa de
Tremaine.
—Pues claro, milady. Por favor, pase. —Era un hombre de mediana edad con el
pelo blanco. Según recordaba se llamaba Simmons.
—Si me acompaña a la salita, les diré a los señores Draugr que ha llegado.
—Gracias.
Siguió al mayordomo a una sala decorada en tonos rojos y dorados, con
lámparas de flecos en las mesitas ornamentadas y un estante con una asombrosa
cantidad de cachivaches, así como cestos con un buen número de gacetas
londinenses.

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La decoración seguía la última moda victoriana; lo más seguro era que no fuera
obra de Krista, que siempre estaba demasiado ocupada para preocuparse por ese tipo
de cosas.
A pesar de estar en la casa de su mejor amiga, se dio cuenta de que estaba
nerviosa. Por un instante, deseó no haber ido allí.
Luego apareció Krista atravesando la estancia con esas largas piernas que tenía
para envolverla en un afectuoso y reconfortante abrazo. Corrie se apretó contra ella,
agradeciendo su amistad incondicional, y reprimiendo las lágrimas. Krista debió de
sentirla temblar, pues se separó un poco de ella.
—Coralee, ¿qué diablos te ha ocurrido?
Leif estaba en el otro extremo de la salita, justo en el umbral de la puerta. Corrie
percibió la presencia de la oscura y alta figura de Thor antes de que Leif cerrase la
puerta, dándoles la privacidad que debió de pensar que necesitaban.
—¿Ha sido el conde? —preguntó Krista, conduciéndola hacia el sofá, donde las
dos tomaron asiento—. ¿Te ha hecho daño? Si te ha hecho…
—No me ha hecho daño. No de la manera que sugieres.
Krista extendió el brazo y le cogió la mano.
—Cuéntame, querida. ¿Qué ha ocurrido para que abandones a tu marido?
Durante la siguiente media hora, Coralee le contó a su amiga lo profundamente
que se había enamorado de Gray y cómo, después de casarse, había intentado
convencerse a sí misma de que él ya no era el hombre que creía que era, que ya no lo
percibía de la misma manera que antes, y que finalmente había aceptado la verdad.
—Lo amo tanto… —dijo, aceptando el pañuelo que Krista le tendía para que se
enjugara las lágrimas de las mejillas—. Es un hombre duro, pero puede ser muy
tierno. Gray es inteligente y leal. Es un ser solitario y está necesitado de amor.
Cuando me toca, yo…
—Apartó la mirada, sonrojándose al pensar en lo que Gray podía hacerle sentir
con sólo un beso o una caricia de esas hábiles manos.
Tomó aliento temblorosamente.
—El problema es que no está enamorado de mí. Está enamorado de una mujer
que no existe. Está enamorado de Letty Moss.
—Oh, Coralee…
—Es cierto, Krista.
Corrie le contó después a su amiga cómo habían sido las cosas desde que se
habían casado. Krista escuchó con paciencia, aunque estaba claro que no estaba
totalmente convencida. Ni siquiera cuando Corrie le comentó lo que había pasado la
noche anterior en el baile de máscaras.
—Por primera vez desde la boda, dejó de controlarse y me hizo el amor como si
yo le importase de verdad. Luego me llamó: «Letty, mi más dulce amor».
Krista le apretó la mano.
—Pero eso es comprensible. Dijiste que te habías vestido como Letty. Quizá, por
un momento, se sintió confundido.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Yo no lo creo. Estoy segura de que deseaba que Letty Moss estuviera allí de
verdad en mi lugar.
Hablaron durante varias horas, Leif fue lo suficientemente amable para dejarlas
a solas. Luego sonó un golpe seco en la puerta y el enorme y rubio marido de Krista
abrió la puerta de la salita.
—Lamento interrumpir. Coralee, tu marido está aquí, y si no le permito entrar a
verte, Thor y él van a llegar a las manos en la entrada.
Corrie se levantó del sofá. Había pensado que Gray la seguiría. Se sentía
obligado a protegerla. ¡Pero no había pensado que llegaría en mitad de la noche!
La puerta se abrió más y Gray entró a grandes zancadas en la salita. Llevaba
unos pantalones de montar arrugados y unas botas negras de caña alta manchadas
de barro. Tenía el pelo negro atado, pero algunos mechones le caían sobre los
hombros como si el viento se los hubiera soltado. Estaba claro que había cabalgado
sin descanso para compensar la ventaja que ella tendría cuando él había descubierto
su huida.
Ignoró la emoción que sintió al saber que él había ido a buscarla con tal rapidez;
se dijo a sí misma que Gray sólo estaba haciendo lo que consideraba su deber.
Se detuvo ante ella, con los ojos oscuros y brillantes.
—¿Qué demonios estás haciendo en Londres?
Así mostraba su preocupación.
—Necesitaba tiempo para pensar. Éste es el único lugar donde podía hacerlo.
—¿Y qué hay del peligro, Coralee? ¿Tienes alguna idea de lo que podía haberte
ocurrido mientras venías hacia aquí? —Antes de que ella pudiera contestar, Gray
miró a Leif y a Thor, que estaban detrás de ellos con las piernas abiertas como si
estuvieran dispuestos a presentar batalla—. ¿Os ha dicho que su vida corre peligro?
¿Os ha comentado mi pequeña e impulsiva esposa que casi la han matado dos veces?
Leif frunció el ceño y arqueó las doradas cejas.
—Deberías habérnoslo dicho, Coralee.
Thor la miró de manera desaprobadora.
—Si eso es así, no deberías haber venido. Pero ahora no debes tener miedo.
Nosotros nos ocuparemos de que estés a salvo.
Los ojos azules de Leif se clavaron en Gray.
—¿Por qué quieren matar a Coralee?
—Por la determinación que muestra en encontrar al hombre que asesinó a su
hermana.
Krista alzó la cabeza de repente.
—¡Pensaba que habías terminado con eso, Coralee!
—Díselo, Gray. Diles que tenía razón… que Laurel fue asesinada.
—Eso parece, aunque aún no hemos encontrado pruebas. Pero el hecho de que
alguien intente asesinar a Coralee da crédito a esa teoría. Dolph Petersen ha
continuado con la investigación, y está convencido de que eso fue lo que pasó. —Gray
centró en Corrie su fiera mirada—. ¡Y lo último que necesitamos es que andes por ahí

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

sola y sin la más mínima protección!


Se acercó a ella. Corrie reculó hasta que dio con la espalda contra el empapelado
rojo de la pared.
—Basta de tonterías. Te vuelves a casa conmigo. No voy a dejarte aquí.
—No voy a ir contigo, Gray. Krista me ha dicho que puedo quedarme, y eso es
lo que voy a hacer.
—¡No tienes elección! —La agarró por el brazo y la arrastró por la habitación
hacia la puerta.
Thor se interpuso en su camino.
—Tu esposa no desea marcharse.
—Ya os lo he dicho, su vida corre peligro. Soy su marido. Es mi deber
protegerla.
—Coralee estará a salvo aquí con mi hermano y conmigo.
Corrie sintió una oleada de cariño hacia el guapo vikingo de pelo oscuro. En los
meses transcurridos después de la boda de Krista, Corrie y Thor se habían convertido
en buenos amigos a pesar de que él había pasado mucho tiempo en Heartland con el
profesor Hart estudiando el idioma y las costumbres inglesas.
Corrie había llegado a apreciarlo mucho, y parecía que el sentimiento era
recíproco. Además, era amiga de Krista, y eso la incluía en el círculo familiar. Como
Leif, Thor era sumamente protector con su familia y sus amigos.
—No me voy a ir sin ella —dijo Gray, volviendo la cabeza para dirigirse a Thor,
que era por lo menos diez centímetros más alto que él y bastante más corpulento.
Corrie se interpuso entre ellos.
—Necesito tiempo, Gray.
—Eres mi esposa, Coralee.
—Puede que sea tu esposa, pero no me amas. Necesito tiempo para asimilarlo.
Gray abrió la boca, pero no emitió palabra alguna. Ella podía leer en su
expresión turbulenta la responsabilidad que sentía de protegerla. Pero no era un
mentiroso, por lo que al final no dijo nada.
—Estos hombres son guerreros —continuó Corrie, ocultando su decepción—.
Seguramente te darás cuenta de que estaré a salvo con ellos.
—Eres responsabilidad mía.
—No estoy preparada para irme.
Él se apartó, anduvo de un lado a otro por la salita y luego volvió a donde
estaba ella.
—Esto no me gusta… ni una pizca.
—Voy a quedarme aquí, Gray.
Él se volvió para dirigirle una dura mirada a Thor.
—Si la dejo a vuestro cargo, ¿me juráis que la protegeréis?
—Te doy mi palabra de guerrero.
Gray podía aceptar eso.
—¿Y también me das tu palabra de que tratarás a mi esposa con el debido

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respeto, y que no intentarás nada con ella?


Thor curvó la boca.
—Es muy hermosa, pero es tuya.
Gray miró a Coralee.
—Volveré mañana. Tenemos que hablar de muchas cosas.
Ella se preguntó qué tendría que decirle e intentó no crearse ilusiones.
—De acuerdo.
Gray se dirigió hacia la puerta, a medio camino se detuvo y regresó a grandes
zancadas. La cogió en sus brazos y la besó a fondo. Fue un beso fiero y posesivo, y
cuando la soltó, a Corrie le temblaron las piernas.
—Volveré —dijo con brusquedad, y luego se fue.
Corrie no dijo nada, permaneció allí, roja como un tomate ante su escandaloso
comportamiento.
Krista se acercó a ella.
—Lo siento, Coralee, pero no creo que un hombre que bese de esa manera a su
mujer, no la ame.
A Corrie se le formó un nudo en la garganta.
—Gray no sabe cómo amar.
Krista miró al hermoso gigante rubio que tenía por marido, un hombre que
había llegado a Londres incapaz incluso de hablar su idioma. No había sabido nada
de las costumbres inglesas y no tenía ni idea de cómo ganarse la vida. Hoy, estaba
casado con la nieta de un conde, tenía un hijo de ocho meses y era el propietario de
una exitosa compañía naviera.
Krista sólo sonrió.
—Es asombroso lo que un hombre puede llegar a aprender.

Gray seguía despierto pasada la medianoche, intentando sin ningún éxito leer
hasta quedarse dormido.
Se sorprendió al oír que llamaban a la puerta y que ésta se abría. Samir entró en
la habitación en silencio, como si hubiera aparecido por arte de magia.
—Viajé tan rápido como pude. Pensé que podría necesitarme.
Ese hombre era demasiado intuitivo.
—Gracias por venir, Samir. Tenía pensado quedarme sólo una noche y regresar
con mi esposa por la mañana. Parece que eso no va a ocurrir.
—¿Se niega a regresar con usted?
Gray asintió con la cabeza.
—Es una mujer. Se comporta como tal.
—Y usted no la obliga, como podría hacer.
Gray suspiró en medio del silencio.
—Dice que necesita tiempo. Considerando todo lo que ha pasado, no creo que
sea mucho pedir.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Ella lo ama.
Él apartó la mirada. Ni siquiera sabía lo que era el amor. Su madre le había
amado, pero había sido hacía mucho tiempo, y no se acordaba. Y aun así, cuando
Samir dijo esas palabras, el corazón de Gray anheló que fueran verdad.
—Debe demostrarle qué siente por ella.
Gray sacudió la cabeza.
—No sé cómo hacerlo.
—Podría decirle cómo se siente.
—No le mentiré. No sería justo.
—No he dicho que le mienta.
Gray no dijo nada. Fuera lo que fuese lo que sentía por Coralee era diferente a lo
que había sentido por las demás mujeres. ¿Era amor? Se rio de sí mismo. Él no era el
tipo de hombre que amaba.
—Si no sabe cómo decírselo, debe demostrárselo. Nunca ha intentado… ¿cómo
llaman los ingleses al hecho de seducir a una mujer con regalos y pequeños placeres?
Gray sonrió.
—Cortejar.
—Eso es lo que debe hacer.
—Estoy demasiado ocupado intentando mantenerla viva. Apenas tengo tiempo
para nada más.
El pequeño hindú se encogió de hombros.
—Eso depende de usted.
Pero por la mañana Gray había llegado a la conclusión de que Samir, como
siempre, tenía razón. Primero le escribió a Charles, Jason y Derek para decirles que
permanecería en Londres como mínimo una semana. Sabía que se preocuparían y se
pondrían en camino si no sabían lo que pasaba. Así que les pidió que permanecieran
en la hacienda y que continuaran trabajando con Dolph para encontrar al hombre que
había amenazado la vida de Coralee.
Su siguiente tarea fue detenerse en una floristería. Allí encargó media docena de
ramos de rosas amarillas y ordenó que las enviaran a la casa de los Draugr, luego
compró un ramo de rosas rojas para llevarlas él mismo.
El suave perfume le recordó a Coralee, y se las llevó a la nariz al acabar las
compras. Cuando se puso en camino hacia la residencia donde ella estaba, no estaba
seguro de qué le diría, ni cómo iba a con seguir que su esposa regresara, pero sabía
que quería tenerla pronto de vuelta. Su lugar era en su casa, en su cama.
Y Gray era un hombre que siempre conseguía lo que quería.

Corrie bajó las escaleras para reunirse con Krista en el comedor, y se encontró el
vestíbulo lleno de rosas amarillas. Y había más en los floreros de la salita, y, cuando
entró a desayunar, había un florero con rosas rojas en medio de la mesa.
La profunda voz de Leif le llegó desde la cabecera de la mesa.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Está claro que a tu marido le importas más de lo que crees.


El corazón le dio un brinco. ¿Sería posible?
—¿Gray ha enviado… ha enviado todas estas…? —Indicó con la cabeza los
ramos de rosas que llenaban la casa.
—Miré una de las tarjetas —dijo Krista, sonriendo—. Me moría de curiosidad.
—Pero no es el tipo de hombre que mandaría flores a una mujer.
—Al parecer, sí lo es —dijo su amiga con aire satisfecho—. Y según recuerdo,
las rosas son tus flores favoritas.
—No es posible que él lo supiera.
Thor se burló de ella.
—Hueles a rosas. Cualquier hombre lo sabría. —Con el espeso pelo negro
pulcramente cortado, y un poco largo en la nuca; con esa mandíbula cuadrada y los
ojos increíblemente azules, era uno de los hombres más guapos que Corrie había
visto.
Pero era Gray quien la atraía, era a Gray a quien ella amaba. Mientras
desayunaban huevos y salchichas, Corrie les puso al corriente de los atentados contra
su vida y los esfuerzos para atrapar al hombre que deseaba verla muerta.
—Intentamos cazarle en el baile de máscaras de la condesa de Devane. No
funcionó, pero la fiesta fue bastante espectacular. —Le dio un sorbo al té—. Yo…,
hummm, he pensado que podría escribir un artículo sobre ello para la siguiente
edición de la gaceta.
Krista emitió un gritito de alegría. Se levantó de la silla, se acercó corriendo a
ella y la abrazó.
—Oh, Coralee, es maravilloso. Lindsey lo está haciendo muy bien, pero está
trabajando demasiado. Ese artículo le permitiría tomarse un pequeño descanso.
Thor hizo un sonido despectivo.
—Esa mujer necesita más que un pequeño descanso. Necesita un hombre que se
ocupe de ella.
Krista puso los ojos en blanco.
—Se pelean como niños. No sé por qué no pueden llevarse bien.
—No sabe cuál es el lugar que le corresponde —se quejó.
—Y tú aún vives en el siglo XVI, Thor Draugr.
Él ni se molestó en discutir. Había llegado con su hermano de una isla al norte
de Escocia, un lugar que no aparecía en ninguna carta de navegación. Habían vivido
allí de la misma manera que sus antepasados vikingos vivían hacía más de
trescientos años.
Había sido sólo por casualidad que Corrie y Krista habían encontrado a Leif,
que tras sobrevivir a un naufragio y haber sido arrastrado por la corriente a las costas
inglesas, había sido liberado por ellas de los hombres que lo mantenían preso. El
padre de Krista, sir Paxton Hart, le había ayudado a forjarse una nueva vida allí, en
Londres, y durante ese tiempo Krista y Leif se habían enamorado. Posteriormente,
Thor se había reunido con su hermano en Inglaterra, y sir Paxton lo estaba

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

instruyendo y ayudando a convertirse en un caballero… algo difícil para Thor. Por el


momento, trabajaba en De corazón a corazón, pero también trabajaba con su hermano
en la compañía naviera.
Apareció el mayordomo en la puerta, y se dirigió a Corrie.
—Lamento molestarla, lady Tremaine, pero su marido…
—Tenemos que hablar —dijo Gray, entrando en el comedor—. Lamento la
interrupción —les dijo a los demás sin parecer arrepentido en absoluto—, pero
necesito hablar con mi esposa. —Al ver que Corrie tenía ya el plato vacío, la urgió a
levantarse de la silla—. Si nos disculpáis…
Era más una orden que una petición. Era, después de todo, el conde de
Tremaine, y solía salirse con la suya.
—Por supuesto —dijo Krista diplomáticamente, mientras Thor fulminaba a
Gray con la mirada.
Corrie no protestó. Quería oír qué tenía que decir.
—Disculpadnos —repitió, y permitió que la condujera fuera del comedor.
—Me recuerda a alguien que conozco —le murmuró Krista a Leif al oído
mientras salían al pasillo.
Su marido sólo gruñó.
Cuando Corrie entró en la salita, Gray lanzó una mirada a sus espaldas.
—Los hermanos Draugr son inusuales. Supongo que tendrán una historia
interesante. Quizá puedas contármela algún día.
—Quizá. —Pero por el momento había otras cosas que discutir. Lo acompañó al
sofá y los dos se sentaron—. Gracias por las flores. Me ha sorprendido que me las
enviaras.
Él apartó la mirada.
—Te he observado en el jardín. Pensé que te gustarían.
—Las rosas son mis flores favoritas.
Gray curvó la boca.
—Lo supuse.
Así que él había notado a qué olía su perfume.
—¿De qué querías hablar conmigo?
Gray la miró directamente a los ojos.
—De Letty Moss.
Corrie intentó no hacer una mueca. Gray siempre había sido muy directo.
—¿Qué… qué ocurre con ella?
—¿Por qué te molestó tanto que dijera ese nombre?
Corrie bajó la mirada, y se alisó la falda.
—Porque siempre ha sido a Letty a quien tú querías. Siempre ha sido ella y no
yo. Esperaba que eso cambiase, pero es obvio que no ha sido así.
Gray le cogió la mano. Corrie sintió la calidez de sus dedos cuando le rodeó los
suyos, y la miró con vehemencia.
—Letty Moss era una mujer que quería llevarme a la cama. Jamás me habría

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casado con ella.


—¿No?
—No.
—¿Por su posición social? Nunca pensé que fueras un hombre que se
preocupara por esas cosas.
—No por ser quien era. Sino por quien no era. La Letty Moss que interpretaste
me habría satisfecho en la cama, pero nada más. Necesito a una mujer inteligente e
interesante, una mujer leal y de ideas firmes, una mujer con la que pueda contar.
Necesito una mujer que no tema enfrentarse a mí. Sé que no soy un hombre fácil.
Ella sonrió.
—No, eres terco y duro. Eres posesivo y dominante.
Él sonrió ampliamente.
—Pero soy muy hábil en la cama.
Corrie se sonrojó.
—Sí, lo eres, granuja, aunque eres mucho mejor cuando bajas la guardia y dejas
aflorar tus sentimientos.
—También prefiero que tú seas de esa manera.
—¿Sí?
Gray se llevó la mano de Coralee a los labios y la besó en la palma. Ella sintió
una cálida sensación.
—Ven conmigo, Coralee. Empezaremos de nuevo, nos esforzaremos en
conocernos como deberíamos haber hecho desde el principio.
Corrie se sintió invadida por la esperanza. Pero aún no confiaba en él.
—Dame un poco más de tiempo.
—Maldita sea, Coralee.
—Por favor, Gray.
—Te quiero en mi cama. Estás simplemente ahí sentada, y ya me cuesta trabajo
mantener mis manos apartadas de ti. —Como para corroborar sus palabras, cerró
uno de sus puños inconscientemente.
—Quiero ir contigo, Gray… no sabes cuánto lo deseo. Pero aún no estoy
preparada.
Él le escrutó la cara.
—¿Estás segura?
—Lo necesito, Gray.
Él asintió con la cabeza.
—Bueno, te daré el tiempo que necesitas con una condición.
—¿Cuál?
Gray sonrió, haciéndole parecer tan guapo que tuvo que contener el aliento.
—Tienes que dar una vuelta conmigo en carruaje esta tarde.
Se sintió invadida por el placer y por una leve preocupación.
—¿Crees que será seguro?
—No iremos solos. Llevaré al menos a dos hombres conmigo.

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Corrie asintió con la cabeza.


—Entonces estaré encantada de pasear contigo en carruaje.
Gray se inclinó hacia ella y la besó. Lo que comenzó con un leve y cortés roce de
labios se convirtió en un profundo y arrollador beso que los dejó a los dos jadeantes y
excitados.
—Te vendré a recoger a las cuatro —dijo Gray con brusquedad levantándose
para irse.
Cuando lo observó caminar hacia la puerta, Corrie pensó en cómo la había
sorprendido su marido. Le daba el tiempo que le había pedido. No había creído que
sus deseos fueran tan importantes para él.
«Te quiero en mi cama», había dicho. Pero Corrie necesitaba estar segura de que
ella era la mujer que él quería de verdad, y no una imagen obsesiva que jamás había
existido.
Cuando recordó los acontecimientos de los últimos dos días, se le ocurrió que
quizá Gray no la amara, pero parecía que le importaba más de lo que creía.
Corrie se aferró a esa esperanza cuando se dirigió arriba para escribir el artículo
sobre el baile de máscaras de lady Devane.

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Capítulo 27

Cada tarde, Gray llevó a Corrie a pasear en carruaje por la ciudad. Era tan
atento con ella como pocas veces lo había visto, llevándole las compras o
comprándole regalos y dulces. Se negó a comprarle otro perfume que no fuera la
fragancia de rosas que ella usaba normalmente, y Corrie, por alguna razón, lo
encontró encantador. Se sintió especial al estar con él, disfrutaba de las atenciones
que él le prodigaba.
Y eso le preocupaba, ya que ella estaba cada vez más enamorada de él. Era su
marido. Si quería que su matrimonio funcionara, tenía que correr el riesgo de amarle.
Gray la recogía todas las tardes, pero por las mañanas, antes de que él llegase,
mientras Leif iba a trabajar en su compañía, Valhalla Shipping, Thor las acompañaba
a Krista y a ella a De corazón a corazón. Corrie terminó el artículo sobre el baile de
máscaras de la condesa, ocultando únicamente los nombres de las personas a los que
había sorprendido en su cita amorosa cuando había subido a la planta superior.
Luego escribió un artículo sobre las alegrías de vivir en el campo, algo que jamás
había imaginado que sería posible hasta que llegó al Castillo de Tremaine.
Aunque le gustaba trabajar de nuevo, pensó en lo mucho que ella había
cambiado en los meses transcurridos desde que se había ido. Ya no estaba tan
fascinada con la sociedad y las reuniones sociales como lo había estado antes, y ahora
sabía por Gray cuánto daño podían hacer las habladurías infundadas.
Como siempre, era divertido trabajar con Krista, y le divertía observar cómo se
relacionaban Thor y Lindsey Graham, la amiga de la escuela que había sustituido a
Corrie. Lindsey y Thor se evitaban cuidadosamente, como si no fueran capaces de
estar en la misma habitación a la vez.
Lindsey era delgada, con el pelo del color de la miel y los ojos dorados, era
enérgica y dinámica, una mujer que tenía muy claros sus objetivos y ambiciones.
Thor pensaba que el lugar de una mujer estaba en casa (desollando pieles, tejiendo o
moliendo trigo, supuso Corrie).
Y a pesar de eso, el aire crepitaba en torno a ellos cada vez que accidentalmente
se veían forzados a estar juntos.
«Interesante», pensó ella cuando salió de las oficinas con Gray, que había venido
a recogerla para dar su paseo por la ciudad. Aunque el clima veraniego era el ideal —
hacía calor, pero no demasiado—, y las flores del parque habían florecido cubriendo
los campos de brillantes tonos dorados y rosados, Gray se negó a retirar la cubierta
del cabriolé victoriano que los transportaba en sus paseos.
—Te convertiría en un blanco demasiado fácil —dijo él—, y no estoy dispuesto a

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correr el riesgo. —Y así como sabía que llevaban dos guardas armados en el pescante
fingiendo ser lacayos, supo que Gray también iba armado.
Se acomodaron en el interior y permitieron que el relajante traqueteo de las
ruedas les sirviera de música de fondo.
—He disfrutado mucho del tiempo que hemos pasado juntos esta semana —
dijo Corrie, intentando no notar la manera en que él la observaba, ni el ardor que
mostraban sus ojos y que él no se esforzaba en ocultar—. Desde que nos casamos ha
sido la primera vez que hemos tenido realmente tiempo para conocernos. —Lo miró
sentado en el asiento del carruaje—. Pero aún tenemos que hablar de tu primera
esposa, Gray. ¿Me hablarás de ella?
Durante un largo momento él no dijo nada. Luego, suspiró Y apoyó la cabeza
hacia atrás en el asiento; renuente, diría Corrie, pero resignado.
—Jillian era joven y bella. Yo acababa de heredar el título. Creía que necesitaba
una esposa, y Jillian parecía adecuada.
—¿Adecuada? ¿Fue ésa la razón por la que te casaste con ella?
Él se encogió de hombros.
—Me pareció una buena razón.
—¿Qué sucedió el día que murió?
Él apartó la mirada y la dirigió hacia las tiendas que bordeaban la calle. Un niño
fue a buscar una pelota y luego regresó a donde le esperaba su compañero de juegos.
—Rebecca había organizado un paseo en barco —dijo Gray—. Había invitado a
mucha gente. En el último momento decidí no asistir. Me sentía inquieto. No podía
soportar la idea de pasar el día mostrándome educado y fingiendo un interés que no
sentía. En lugar de ello fui a montar a caballo. Cuando regresé al castillo ya era de
noche y Charles me estaba esperando. Me dijo que en el barco se había abierto una
vía de agua al poco de alejarse del muelle y que se fue a pique con rapidez. Todos se
salvaron excepto Jillian.
—Oh, Gray, lo siento tanto.
Él miró por la ventanilla, pero no parecía ver los carruajes que pasaban o las
personas que recorrían la calle.
—Charles me dijo que se hundió y no volvió a salir a la superficie. Supongo que
las faldas se le enredaron en algún sitio, no lo sé. La buscaron durante horas. No
encontramos su cuerpo hasta el día siguiente.
Gray la había encontrado, y Corrie pudo ver el dolor en su cara.
—Si hubiera estado allí, podría haberla salvado. Era su marido. Se suponía que
debía protegerla.
Corrie se inclinó hacia él, extendió la mano y le acarició la mejilla.
—No eres más culpable de la muerte de Jillian de lo que yo lo soy de la de
Laurel. Durante meses me eché la culpa por no haber estado allí cuando me
necesitaba. Pensaba que, si me hubiera confiado lo del bebé, podría haberla ayudado
de alguna manera. Pero lo cierto es que la vida está llena de desgracias. Sólo
podemos vivir lo mejor que sepamos. Eso es todo lo que Dios espera de nosotros.

- 211 -
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Gray la miró. Había algo en sus ojos, una vulnerabilidad que raras veces
mostraba. Él apartó la vista, y cuando la miró de nuevo, su expresión había
cambiado, y también cambió de tema.
—Ha llegado el momento de que vuelvas a casa.
A Corrie no le gustó la determinación que vio en los feroces ojos oscuros.
—Pero…, es que me gusta que me cortejes, ya que es eso lo que has estado
haciendo, ¿no?
A Gray se le encendieron las mejillas.
—Estoy tratando de hacerte feliz. ¿Acaso no son éstas las cosas que les gustan a
las mujeres? —Le dirigió una mirada ardiente—. Por supuesto, hay otras maneras de
complacerte. —Bajó la mirada a sus pechos—. Todo lo que tienes que hacer es venir a
casa.
Corrie se quedó sin aliento cuando la tomó en sus brazos y la besó a conciencia,
con la ardiente promesa de lo que ocurriría si cedía a sus demandas. Se sintió
tentada. Muy tentada… y excitada cuando la soltó.
Pero lo cierto era que aún no estaba dispuesta a regresar.
—No puedo, Gray. Todavía no.
—Te lo advierto, Coralee. No soy un hombre conocido por su paciencia. Y estás
poniéndome a prueba.
Sabía que lo estaba haciendo. Se sentía como si hubiera desafiado a un león que
estuviera a punto de romper la correa.
—Sólo unos días más.
Gray soltó un gruñido que pareció no poder contener.
—Sé qué palabras quieres oír… las que todas las mujeres quieren escuchar. Pero
no sé nada del amor, Coralee. Sólo sé que me importas mucho. Que te necesito,
Corrie. Por favor, vuelve a casa.
«Me importas mucho.» Las palabras conmovieron el corazón de Corrie.
Viniendo de un hombre como Gray, que dudaba de sus emociones y que no sabía
cómo manejarlas, eran palabras a tener en cuenta. Le había dado más de lo que nunca
había creído que le daría.
Coralee se tragó el nudo de la garganta.
—Está bien. Volveré a casa contigo, Gray.
Él cerró los ojos con alivio.
—Gracias a Dios.
La estrechó entre sus brazos y la besó. Corrie pudo sentir su hambre, su
profunda necesidad, hasta que lentamente la soltó. Gray alargó la mano y le acarició
un mechón de cabello que le había caí do sobre la mejilla.
—A pesar de lo mucho que deseo volver al castillo, pienso que deberíamos
quedarnos en la ciudad algo más de tiempo. Mi familia y Dolph están buscando al
hombre que intentó matarte, pero hasta que lo encuentren, creo que estarás más
segura aquí.
Ella había pensado lo mismo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Es probable.
—Y ya que nos quedamos aquí, podemos pasarlo bien. He hecho los arreglos
necesarios para que vayamos al teatro esta noche… si te apetece ir.
—¿Al teatro?
Gray debió de ver la sorpresa en su cara, pues sonrió.
—¿Sabes?, no me paso todo el tiempo en el campo. Y nunca esperé que tú lo
hicieras.
A ella siempre le había gustado la ciudad. Se descubrió devolviéndole la
sonrisa.
—Adoro el teatro. Claro que me gustaría ir.
Gray pareció alegrarse.
—Llevaremos a los hombres con nosotros, así no tendrás que preocuparte por
nada. —Se reclinó en el asiento—. Esta noche iremos al teatro. Después regresarás a
mi cama.
Se sintió invadida por una ardiente excitación. Había echado de menos la
manera de hacer el amor de Gray, se sentía perdida sin dormir en la misma cama que
él.
Esa noche iría a casa.
Se preguntó cuándo había comenzado a pensar que estar con Gray era como
estar en casa.

El teatro estaba abarrotado de damas y caballeros vestidos con elegancia para la


ocasión. Corrie no había vuelto al Teatro Royal desde que habían remodelado el
interior con un empapelado dorado. También habían pintado el techo de color
dorado y añadido unas arañas de cristal.
El palco privado del conde estaba en el segundo piso, el interior estaba
resguardado con pesadas cortinas de terciopelo dorado y amueblado con sillas a
juego con las cortinas. En cuanto los dejaron allí seguros, los dos guardas que les
habían escoltado volvieron al carruaje para aguardar el final de la función.
Gray ayudó a Corrie a sentarse y luego se sentó en la silla a su lado. Queriendo
complacerle, Corrie había escogido un traje de noche de seda color verde mar que le
dejaba los hombros al descubierto y exhibía una buena parte del busto. La amplia
falda tenía una profunda uve en la parte delantera que hacía que su cintura pareciera
muy pequeña, y se había puesto un precioso collar de perlas que Gray le había
comprado en Harrington’s, una cara joyería de Bond Street.
Había dedicado mucho cuidado a su pelo, dejando los tirabuzones cobrizos
sueltos sobre sus hombros. Parecía haber elegido bien. Los ojos de Gray se deslizaban
por sus pechos una y otra vez, provocando que los pezones de Corrie se endurecieran
contra las ballenas del corsé. Se estremeció ante el hambre que él exhibía tan
atrevidamente, y sintió que su propia excitación aumentaba en respuesta. La
necesidad que sentía crecía cada segundo que pasaba sentada junto a él en el palco.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Vestido, casi completamente de negro, con el pelo oscuro, los intensos ojos castaños,
y una corbata blanca, estaba tan apuesto que apenas podía concentrarse en la obra de
teatro. Esa noche, él llevaba un bastón con el puño de plata, lo que contribuía a darle
una apariencia todavía más varonil, y que había impresionado con toda claridad a las
damas junto a las que había pasado.
La obra teatral, una comedia llamada The Lark, cuyo primer acto se desarrollaba
en Viena, era muy entretenida y Gray no dejó de reírse. Corrie sintió un arrebato de
amor al observarlo, y cuando la vio mirarlo, él se inclinó y la besó.
Gray le pasó la yema del dedo por el labio inferior.
—Gracias por lo que me has dicho hoy.
Que no debía culparse por lo que le había ocurrido a Jillian. Quizás ésa era la
razón de que fuera capaz de reírse esa noche. Quizás había dado el primer paso para
perdonarse a sí mismo, el primer paso hacia la curación de su alma.
La obra fue una delicia, pero cuando se acabó, Gray ya no se reía. De hecho la
miraba como si quisiera raptarla allí mismo, en el palco, y Corrie quería que hiciera
precisamente eso.
—Me ha gustado la obra —dijo él—, pero en cuanto lleguemos a casa tengo
intención de hacer algo que me va a gustar mucho más.
«Contigo», decían sus oscuros ojos, y una deliciosa calidez la invadió.
Corrie sonreía cuando se abrieron paso entre las pesadas cortinas de terciopelo
hacia el abarrotado pasillo. Luego un hombre se acercó a su espalda y le apretó algo
contra las costillas. Ella bajó la mirada y se quedó sin aliento al ver una pistola.
El hombre se la presionó de nuevo contra el cuerpo.
—Cuando lleguen al final del pasillo, verán una puerta. Saldrán por ella del
edificio.
El corazón se le aceleró. ¿Era éste el hombre que había intentado matarla? Santo
Dios, ¿cómo había sabido dónde encontrarla?
—No voy…, no pienso ir a ninguna parte con… —un agudo pinchazo
interrumpió sus palabras.
—Será mejor que hagan lo que les digo. —El hombre tenía las manos huesudas,
el pelo sucio y despedía olor a licor rancio.
Se estremeció al mirar a Gray.
—Haz exactamente lo que te dice, Coralee.
Un segundo hombre, más grande que el primero, se había acercado a Gray, y
Corrie pudo vislumbrar una segunda arma. Gray le apretó la mano que mantenía
temblorosa en su brazo, advirtiéndole que mantuviera la calma. En sus ojos no había
temor, estaba aguardando el momento oportuno, esperando la oportunidad de
atacarlos.
Se movieron entre la multitud sin que nadie percibiera nada extraño aunque
esos hombres estaban mucho peor vestidos que los caballeros que salían de los
palcos. Era tarde y todos estaban cansados, ansiosos por llegar a sus casas, como
Corrie había estado hacía sólo unos minutos.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Gray empujó la puerta del final del corredor y, al abrirla, vieron una escalera
exterior que daba al callejón trasero del teatro. Llegaron abajo sin que nadie se
percatara, y en el mismo momento que los pies de Corrie pisaron el suelo, Gray la
apartó de un empujón.
—¡Corre! —le gritó. Se oyó un disparo y Corrie gritó cuando Gray y el hombre
de mayor tamaño comenzaron a rodar por el suelo, con uno de ellos gimiendo de
dolor.
«Por favor, Dios mío, que no sea Gray», rezó Corrie, y lo vio ponerse en pie de
un salto en el mismo instante en que el segundo hombre apuntaba su arma.
—¡Gray! —gritó Corrie, mientras se lanzaba contra el hombre, haciéndole
tambalear. El arma salió disparada de sus manos.
Él la hizo girar bruscamente y la abofeteó en la cara, enviándola contra la áspera
pared de ladrillo. Luego, Gray se lanzó contra el hombre y le pegó un puñetazo,
haciéndole caer al suelo. Gray recuperó el bastón con el puño de plata de donde
había caído, y lo empuñó, desenvainando un cuchillo. Presionó la hoja, que destelló
bajo la luz de una lámpara de gas cerca de la entrada trasera para los actores, contra
el cuello del hombre.
Corrie se quedó inmóvil, cubriéndose la boca con una mano, observando el
drama que se desarrollaba ante ella como si fuera parte de una obra teatral.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Gray con arrugas de preocupación en la
frente.
Asintió con la cabeza, mientras se las ingeniaba para pasarse un pañuelo sobre
el hilo de sangre que brotaba de sus labios con una mano temblorosa.
Él volvió a centrarse en el hombre que estaba en el suelo.
—¿Quién eres? —Como el hombre no contestó, Gray le apretó el filo del cuchillo
contra la garganta—. Quiero que me digas vuestros nombres.
—Él es Biggs, yo me llamo Wilkins.
Biggs no se movía. Tenía una gran mancha carmesí sobre el pecho, que
destacaba contra la suciedad del callejón.
—Parece que tu amigo Biggs está muerto. Y si no contestas a mis preguntas,
pronto le harás compañía. —El hombre se humedeció los labios, pero no movió la
cabeza—. ¿Fuisteis Biggs y tú los que matasteis a Laurel Whitmore?
—Nosotros no, amigo. Pero Biggs trabajaba para el hombre que lo hizo.
—¿Quién es?
—No lo conozco. Biggs iba a pagarme por deshacerme de ustedes. Es todo lo
que sé.
—¿Te iban a pagar por matarnos? —Como el hombre no contestó, Gray le
apretó el cuchillo contra la piel, y Wilkins gimió cuan do la sangre goteó sobre el
cuello sucio de su camisa.
—Teníamos que deshacernos de ustedes. Es todo lo que dijo.
—¿Cómo sabíais dónde encontrarnos?
—Biggs sabía dónde vivíais. Llevamos vigilándoos toda la semana.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Gray maldijo entre dientes, tensando la mano en torno al puño de plata.


Durante un instante, Corrie se temió que clavara el cuchillo en el flaco cuello del
hombre.
—No lo haga, amigo —imploró Wilkins.
Corrie se apoyó contra la pared, con la mejilla palpitando, y el corazón
martilleando con fuerza.
—Quiero hacer un trato con ustedes —dijo el hombre, mientras las gotas de
sudor le penaban la frente—. Tengo cierta información… una muy valiosa. Se la diré
si me promete que me dejarán marchar.
Gray no vaciló.
—¿Esa información vale lo mismo que tu inútil vida?
Wilkins asintió levemente con la cabeza.
—Cuéntame. Si vale la pena, te dejaré marchar.
El hombre tragó saliva.
—El bebé… el que estaba con la chica aquella noche en el río. Está todavía
vivo… por lo menos que yo sepa.
Corrie se apartó bruscamente de la pared.
—¡Mientes! ¡Lo dices para salvar la vida!
—¡Es verdad, muchacha, lo juro! Biggs me dijo que el hombre que mató a la
chica no fue capaz de asesinar a un bebé inocente. Pagó a Biggs para que llevara al
niño a un hogar de acogida de la ciudad.
Gray le dirigió a Corrie una mirada.
—¿No lo habías pensado?
Corrie estaba temblando de pies a cabeza como una hoja en el viento.
—Me… me lo llegué a plantear. Pero me daba miedo hacerme ilusiones y temía
pensar qué podía estar ocurriéndole al bebé si continuaba con vida. Oh, Gray, ¿crees
que es verdad?
Gray apartó el cuchillo unos centímetros, y el hombre resopló de alivio.
—Si ese bebé está vivo, ¿dónde está?
—No lo sé. Biggs no me lo dijo.
Luego se abrió de golpe la puerta del segundo piso por donde habían salido y
uno de los guardas llamado Franklin —un hombre grueso con patillas— bajó
corriendo las escaleras de madera.
—¡Milord…, gracias a Dios que los hemos encontrado! Deavers y yo nos
preocupamos al ver que la condesa y usted no salían con los demás y llevamos un
rato buscándoos.
Deavers, un hombre musculoso con los rasgos duros y mal cutis, bajó detrás de
él con la pistola en la mano.
—¡Lord Tremaine… gracias a Dios!
—¿Puedo marcharme? —preguntó Wilkins esperanzado.
Gray tensó la mandíbula.
—Lo siento, amigo. Intentaste matarnos. No cumplo las promesas hechas a

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

asesinos.
—Nosotros nos lo llevaremos, milord —dijo Deavers—. La policía se alegrará de
haberlo atrapado.
Deavers apuntó con la pistola a Wilkins mientras Franklin iba a buscar a la
policía, y Gray se acercó a Coralee. Cuando la tomó en sus brazos, vio la magulladura
que se le comenzaba a formar en la mejilla.
—Ese bastardo te pegó. Sólo por eso debería haberlo matado.
Corrie tembló ante la dureza de la cara de Gray.
—Estoy bien. —Lo agarró del brazo—. Oh, Gray, ¿crees de verdad que el bebé
de Laurel todavía está vivo?
—Si lo está, te prometo que lo encontraremos.
—Su cuerpo jamás fue recuperado.
—No. He llegado a pensar que era posible que alguien se hubiera llevado al
niño, pero no quería que te preocuparas también por eso.
Ella volvió a sus brazos. Ahora que todo había acabado, se había puesto a
temblar y luchaba por no llorar.
Gray apretó la mejilla contra su pelo.
—Sabía que podía contar contigo —susurró él.
—¿De veras? ¿Por qué?
Bajó la vista hacia ella sonriendo tan suavemente que el corazón de Corrie se
saltó un latido.
—Porque eres Coralee y no Letty. —Y con la misma suavidad, la besó.

—Ya he avisado a la policía —dijo el guarda llamado Franklin al regresar al


callejón—. El carruaje está dando la vuelta para recogerlos.
Gray miró a Corrie.
—Ese hombre, Wilkins, nos ha dado la prueba de que tu hermana fue
asesinada. Podemos utilizarlo para que la policía encuentre al hombre que lo hizo, y
también para ayudar a que Charles encuentre a su hijo.
Ella le devolvió la mirada.
—Siempre he pensado en Joshua Michael como hijo de Laurel. Pero también es
de Charles. Tenemos que encontrarlo, Gray.
Él le apretó la mano.
—Si está vivo, lo encontraremos. Pero ya han pasado cinco meses, cariño. Esos
lugares son trampas mortales. Es donde llevan a los niños ilegítimos para deshacerse
de ellos. La mayoría mueren. Tienes que tener en cuenta esa posibilidad.
Corrie se tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Laurel era fuerte, y también lo es Charles. Quizás el bebé he redó la fortaleza
de sus padres.
—Por ahora, es lo que debemos creer. —Cuando el carruaje apareció en el
callejón, Gray miró a los hombres que retenían a Wilkins—. Nos vamos a casa.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Decidle a la policía que vengan a hablar con nosotros por la mañana.


Deavers asintió con la cabeza.
—Nosotros nos encargaremos de todo, milord. En cuanto acabemos aquí, nos
iremos a su casa para montar guardia.
—Han estado espiando la casa. Alguien sabía dónde encontrar nos. Manteneos
alerta.
—Sí, milord.
Corrie sintió la mano de Gray en la cintura cuando la guió hacia el carruaje. Se
iba a casa. No de la manera que había planeado, pero era el único lugar donde quería
estar.
El mayordomo abrió la puerta, y Gray condujo a su esposa hacia la entrada de
su casa en Mayfair. Podía sentir cómo temblaba. Gray apretó los dientes al pensar en
los bastardos que los habían atacado. Cualquier otra mujer se hubiera desmoronado
ante tal despliegue de muerte y violencia. Pero no su pequeña y valiente Coralee.
La miró y la preocupación le oprimió el pecho. Tenía que encontrar al causante
de esos ataques y tenía que hacerlo pronto.

El mayordomo cogió el sombrero y el abrigo de Gray junto con el bastón con el


mango de plata que había llevado con el mismo propósito para el que había servido,
y Gray aspiró profundamente para tranquilizarse.
—Coralee, éste es Stewart —dijo—. Stewart, ésta es la condesa.
El canoso mayordomo se inclinó de manera respetuosa.
—Milady.
—Hemos tenido algunos problemas esta noche. —Miró fijamente la sangre que
le manchaba el abrigo de paño negro, y luego la magulladura en la preciosa cara de
Coralee—. Necesitaremos que nos suban agua caliente.
—Creo que Samir les ha preparado un baño en el piso de arriba.
Gray asintió con la cabeza. El hombrecillo siempre iba un paso por delante de
él. Gray condujo a Coralee hacia las escaleras, sintió que tropezaba y la levantó en sus
brazos.
—Está bien, cariño, ya te tengo. —No estaba dispuesto a soltarla de nuevo. Esos
días que habían estado separados le habían bastado para darse cuenta del precioso
don que había recibido. No la merecía, lo sabía, nunca entendería cómo había tenido
tanta suerte, pero le pertenecía, y no tenía intención de dejarla ir.
Se apresuró a subir las escaleras mientras Corrie le rodeaba el cuello con los
brazos, acurrucándose contra él, y volvió a pensar en lo agradecido que estaba de que
estuviera de vuelta. Tras el ataque de esa noche, ese deseo que sentía por ella era más
fuerte que nunca, esa necesidad de reclamarla, de probarse a sí mismo que era suya.
Había soñado con hacer el amor con ella esa noche, pero ahora sólo quería cuidarla,
quería asegurarse de que estaba bien.
Cerrando la puerta con el pie, la dejó suavemente delante del tocador y

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

comenzó a quitarle la ropa. El vestido de seda color verde mar estaba sucio y roto en
varios lugares y Corrie tenía una raspadura en el hombro por los ásperos ladrillos de
la pared contra la que la había enviado aquel bastardo. Gray inclinó la cabeza y
depositó un suave beso sobre la sensible piel, conteniendo un arranque de cólera,
deseando no haber tenido piedad de él.
—Hay un pequeño vestidor al lado del dormitorio —dijo Gray—. Es donde me
baño y me visto. Samir ha preparado allí un baño.
El conde la cogió por la barbilla, obligándola a mirarle.
—Me sentí muy orgulloso de ti esta noche. Fuiste muy valiente y muy lista.
Jamás he conocido a otra mujer como tú.
Ella levantó la vista con los ojos verdes brillantes por las lágrimas.
—Gray…
La atrajo hacia sus brazos y simplemente la abrazó, rezando por que ella supiera
cuánto significaba para él. Luego se apartó.
Quitándose a la vez la levita y el chaleco, se enrolló las mangas de la camisa.
—Bueno, vamos a bañarte y luego a la cama. —El deseo lo invadía. La deseaba.
Parecía que siempre la deseaba. Pero estaba re suelto a mantener encerrada bajo llave
a la bestia que tenía en su interior.
Quitándole el resto de la ropa, hasta dejarla sólo con la camisola, le arrancó las
horquillas del flamígero pelo, y lo dejó caer en cascada sobre sus hombros, luego la
llevó al vestidor. Como Samir había prometido, allí estaba la bañera de la que salían
volutas de vapor. Gray le quitó la camisola, la alzó y la metió en la bañera.
Incluso con la magulladura de la mejilla, estaba muy hermosa. Se le tensaron
todos los músculos. Está herida, se dijo a sí mismo, sabiendo que si no tenía cuidado,
podría llegar a perder el control.
En vez de dejarse llevar, se arrodilló al lado de la bañera y la bañó con suavidad,
enjabonó un paño y se lo pasó por esos pechos tentadores. Por un instante, la bestia
se liberó y le deslizó el paño entre las piernas, sintiendo el roce de los rojizos rizos en
la unión de sus muslos. Su miembro se irguió y el deseo le hizo hervir la sangre.
Maldiciendo, soltó el paño.
—Lo siento. Sé que estás lastimada y que lo último que necesitas es…
—Tú eres exactamente lo que necesito, Gray.
Coralee se levantó en la bañera con el agua cayendo en cascada por las
deliciosas curvas de su cuerpo. Se echó a sus brazos; era una ninfa mojada, desnuda,
y el deseo de Gray se incrementó hasta el punto de dolerle.
—Yo, sencillamente… te deseo tanto. Te he echado mucho de menos. —
Entonces la besó; fue un beso suave, pero se transformó en algo caliente, a pesar de
su determinación, que lo hizo arder corno una llama.
Coralee gimió. Le deslizó los dedos por el pelo, lo liberó de la cinta, y los
pesados mechones le cayeron sobre la cara. Lo besó con toda la pasión que él había
imaginado, lo besó como si no tuviera bastante de él, y el deseo rugió por la sangre
de Gray.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Llevándola al dormitorio, la depositó en el borde de la cama y la tendió sobre el


colchón, luego se colocó entre sus muslos. La deseaba ya. No se molestó en quitarse
los pantalones, sólo se los desabrochó y se liberó, situó su miembro y entró en casa.
Ella estaba mojada, apretada y le daba la bienvenida. Gimió ante la apremiante y
cálida sensación, y tuvo que apretar los dientes para no perder el control.
No le resultó fácil. No era el hombre que había sido hasta entonces, uno que
podía ignorar sus emociones y disfrutar del placer desde lejos. No quería volver a ser
ese hombre.
—Santo Dios, Gray… —le susurró Corrie, mientras la penetraba una y otra vez.
Gritó su nombre al encontrar la liberación. Estirándose, le rodeó el cuello con los
brazos y atrajo sus labios a los de ella para darle un beso ardiente. Al sentir su
pequeña lengua dentro de la boca, perdió los últimos vestigios de control y la siguió
hacia el clímax.
Durante unos largos momentos, permaneció unido a ella. Se sentía tan bien al
estar dentro de Corrie, al saber que era suya…
Luego recordó los malos tratos que ella había sufrido esa misma noche, y se
apartó del seductor calor de Coralee.
—Diantres, no debería haberlo hecho. Después de todo lo que has sufrido,
debería haber sido más paciente, debería haber tenido más cuidado contigo.
Ella le rodeó el cuello con los brazos.
—Fuiste perfecto.
Gray se inclinó y la besó.
—Como tú. —Tan perfecta que le sorprendía no haberse dado cuenta antes.
Ayudándola a acurrucarse bajo las mantas, se las subió hasta la barbilla. Estaba
dormida cuando terminó de taparla.
Gray no se unió a ella.
En su lugar sacó la pistola de un cajón del tocador, se sentó en la silla que había
junto a la cama y se colocó el arma en el regazo.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 28

Gray habló con la policía a la mañana siguiente, proporcionándoles toda la


información que pudo sobre el ataque y su relación con la muerte de Laurel
Whitmore. Corrie añadió su versión de los hechos.
Después, Gray insistió en acompañarla a las oficinas de De corazón a corazón.
Necesitaban información sobre las casas de acogida de la ciudad, y Krista, que estaba
al corriente de la reforma social, podría orientarlos en la dirección correcta. No
fueron solos. Tanto Franklin como Deavers, los guardaespaldas que había con tratado
Gray, los acompañaron.
Corrie sabía que Gray tomaría todas las precauciones que considerara
necesarias hasta que hubieran apresado al hombre que estaba detrás de los ataques.
Traspasaron el umbral de la gaceta y se vio envuelta en los familiares olores a tinta,
aceite y papel de periódico. La enorme prensa Stanhope ocupaba una gran parte de
la planta baja del edificio, y captó de inmediato el interés de Gray.
—Me gustaría verla funcionar en alguna ocasión.
—Solemos imprimir los jueves.
Gray le dedicó a la máquina un momento más de atención y luego siguió a
Corrie a través de la puerta entreabierta que conducía al despacho de Krista.
—Muy buenos días. —La hermosa y rubia Krista se levantó de detrás del
escritorio. No era tan alta como Gray, pero sí era mucho más alta que Corrie—. Me
sorprende veros aquí a los dos. —Debió de pensar que se pasarían la mañana en la
cama, como deberían haber hecho—. ¿Qué tal os lo pasasteis en el teatro?
—Me temo que no exactamente como planeamos —dijo Gray.
Durante la siguiente media hora, Corrie y él pusieron a Krista al tanto de lo que
había sucedido la noche anterior, cuando casi los habían matado en el teatro, y de las
noticias de que el niño de Laurel todavía podía estar vivo.
—Uno de los hombres que nos atacó sabía que Laurel había sido asesinada —
dijo Corrie—. No conocía al hombre que había cometido el crimen, pero nos dijo que
el pequeño Joshua Michael había sido llevado a un hogar de acogida.
—Oh, Dios mío.
—Exacto —dijo Gray con tono sombrío.
—Esos lugares son una vergüenza. —Krista se alejó del escritorio y se acercó a
la ventana para mirar a la calle—. Me han pedido que me una a un movimiento que
intenta que se prohíban esa clase de sitios. Ahora tengo una razón para hacerlo.
—¿Qué puedes contarnos sobre ellos? —preguntó Corrie con el estómago
revuelto al pensar que el bebé de su hermana podría estar sufriendo en alguno de

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

esos lugares.
—Los hogares de acogida fueron el resultado de una ley para la reforma de la
asistencia pública que se aprobó hace diez años. Fue un intento de restaurar la
moralidad de las mujeres y absolver a los padres de los niños ilegítimos de cualquier
tipo de responsabilidad. Según esa ley, las madres son las únicas responsables de
cuidar y dar de comer a sus hijos. Supongo que pensaron que a las mujeres no les
haría gracia verse envueltas en esa clase de circunstancias.
—No tenía ni idea —dijo Corrie.
—La mayoría de la gente tampoco. Puesto que la mayor parte de las madres
trabajan y no ganan suficiente dinero para mantener se a sí mismas, la única solución
es deshacerse del niño.
Gray tensó la mandíbula.
—¿Cómo puede una madre hacer eso? —susurró Corrie—. ¿Cómo puede
renunciar a su bebé?
—Ahí quiero llegar —dijo Krista—. Los hogares de acogida están dirigidos en
su mayoría por mujeres. Según los anuncios de los periódicos se supone que gracias a
una módica cantidad, que a menudo dona el padre, ese niño será entregado a una
familia cariñosa. Pero la única manera de que los hogares de acogida obtengan algún
tipo de ganancia es que el bebé muera antes de que se acabe el dinero que recibieron.
A Corrie se le oprimió el corazón hasta dolerle.
—Santo Dios.
—La mayoría de los bebés están desnutridos, o son drogados con láudano.
Algunas veces son alimentados con leche aguada. Los niños se mueren lentamente de
hambre o de alguna enfermedad provocada por los malos tratos. Lo siento, Coralee,
pero casi ninguno sobrevive más de dos meses. —Corrie no dijo nada. Tenía un nudo
tan grande en la garganta que no podía hablar. Krista suspiró—. Sé que esto no es
fácil de oír.
Corrie enderezó la espalda.
—Necesito saberlo, Krista.
Su amiga regresó a la silla detrás del escritorio.
—Algunas veces uno de los padres paga una retribución mensual por el
mantenimiento del bebé. Esos niños tienen más probabilidades de sobrevivir, ya que
esas pagas, por pequeñas que sean, seguirán llegando mientras el niño esté vivo. Aun
así, son mantenidos en el nivel más bajo de subsistencia y la mayoría de ellos muere
antes de alcanzar el primer año.
Corrie pensó en el pequeño Joshua Michael y se sintió invadida por la
desesperación.
—No puedo imaginarme a un asesino pagando para mantener vivo a un niño.
—Miró a Gray con los ojos anegados de lágrimas.
—Aún hay esperanza, Coralee.
—Si está vivo, tenemos que encontrarle antes de que sea demasiado tarde.
Gray extendió la mano para coger la de ella.

- 222 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—Seguiremos buscándolo, cariño, hasta saber lo que le ha sucedido. —Acercó la


silla un poco más al escritorio, un poco más cerca de Corrie—. ¿Por dónde tenemos
que empezar a buscar? —le preguntó a Krista.
—Como ya os he dicho, esas mujeres ponen anuncios en todos los periódicos.
Nos hemos negado a imprimirlos en De corazón a corazón, pero hay al menos una
docena en el Daily Telegraph y en el Domestic Times.
—Compraremos ejemplares de todos los periódicos —dijo Gray—. Seguiremos
la pista de cualquier persona involucrada en esta clase de acuerdos y ofreceremos
una recompensa a cualquiera que nos ayude a encontrar al niño. Sabemos que el bebé
fue entregado sobre el 30 de enero, la noche que murió tu hermana. Dijiste que en ese
momento tenía un mes.
—Así es —dijo Corrie.
—Por lo que estarnos buscando un bebé de unos seis meses.
—¿Cómo sabrás que has encontrado al niño correcto? —preguntó Krista.
—Allison dijo que era un bebé adorable —dijo Corrie—. Nació con el pelo y los
ojos oscuros, pero el pelo y los ojos de un bebé pueden cambiar. En este momento
podría tener el cabello rubio y los ojos azules.
—Como su padre y su madre —dijo Gray.
—O podría ser más moreno, como tú —añadió Corrie, mirándole directamente.
Había leído la carta de la madre de Gray y había creído lo que la condesa decía,
estaba claro que Gray había heredado su aspecto por el lado materno de la familia, lo
que quería decir que el hijo de Charles también podía haber heredado esos rasgos
morenos.
Gray le devolvió la mirada, comprendiendo el mensaje: que no tenía nada de
qué avergonzarse, ni ahora ni nunca.
El conde se aclaró la garganta.
—Así que sabemos la edad, pero no su aspecto. Para reclamar la recompensa,
requeriremos algún tipo de prueba de quienquiera que cuide de él. Quizás un
documento de quién lo llevó o de quién pagó por sus cuidados, algo de ese tipo.
—Hay probabilidades de que tenga una marca en el hombro izquierdo —dijo
Corrie—. Allison nunca mencionó haberla visto, pero mi padre la tiene. Yo no,
aunque mi hermana sí la tenía.
Gray se acercó más a ella y le cogió la mano de nuevo.
—Comenzaremos hoy mismo. Gracias a Krista, ya sabemos por dónde empezar.

—Quiero que te quedes aquí, donde estás a salvo.


Estaban en el estudio de la casa de los Tremaine. Durante los últimos tres días,
habían estado mirando los anuncios de los periódicos para localizar a las mujeres que
los habían publicado, algo que no había resultado nada fácil.
Quienes acogían a los niños tendían a ser cautelosos. A pesar de que en algunos
lugares se hacían cargo de un solo niño, Corrie había descubierto que en otros

- 223 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

hogares se había producido la muerte de cincuenta o sesenta niños a lo largo del


tiempo. Y quizá se quedaran cortos, puesto que no había forma de saber cuántas
mujeres solteras habían entregado su descendencia no deseada.
—Voy a ir —dijo Corrie—. Este niño es mi sobrino. Si… si está vivo, cuando lo
encontremos va a necesitar los cuidados de una mujer. Además, me siento más
segura estando contigo que permaneciendo aquí sin hacer nada, no importa a quién
pagues para protegerme.
Gray se pasó la mano por el pelo, soltándose la cinta de tercio pelo negro.
Maldijo entre dientes, tomó la cinta y se volvió a recoger los gruesos mechones.
—Sé que estás molesto porque sabes que tengo razón… que estaré más segura si
estoy contigo.
Gray miró por la ventana. Uno de los guardas vigilaba el jardín, el otro cubría la
calle. Gray se volvió hacia ella.
—Vale, maldita sea. Tienes razón, estarás mejor conmigo que aquí al cuidado de
otras personas.
Ella le sonrió.
—Eres un hombre muy listo.
—Y tú eres un incordio, milady. Pero lo cierto es que siempre lo has sido.
Antes de que él hubiera ido a Londres a buscarla, a Corrie le habían herido esas
palabras. Ahora, se daba cuenta de que él se las decía con cariño. Se preguntó si con
el tiempo ese cariño podría convertirse en algo más.
—¿Estás seguro de que no deberíamos decírselo a Charles? Si lo supiera, lo más
seguro es que quisiera ayudarnos a encontrarlo.
—Ya lo hemos discutido, Coralee. Charles ya ha sufrido bastante. Si tuviéramos
más probabilidades de encontrar al niño…
Ella sintió un nudo en la garganta.
—Lo sé.
Gray se dirigió hacia ella.
—¿Estás segura de que podrás soportarlo? Sólo Dios sabe qué encontraremos en
esos lugares.
Ella tragó saliva, temiendo imaginar qué horrores podrían llegar a ver.
—Tengo que hacerlo, Gray.
Él simplemente asintió con la cabeza.
—Bueno, entonces pongámonos en marcha. Tenemos un largo día por delante.

Con Deavers y Franklinen la parte trasera del carruaje, comenzaron la


búsqueda, lo que los condujo a los bajos fondos de la ciudad, desde Southwark a los
distritos de Turnbull y Cow Cross, pasando por Holburn y St. Giles.
La mayoría de las veces tenían que llamar a varias puertas de la zona antes de
localizar a la persona que buscaban. Una vez que encontraban la casa correcta, raras
veces entraban. Sólo con decir la edad del niño que buscaban, las mujeres negaban

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con la cabeza.
—Lo siento, pero no puedo ayudarles —les dijo una viuda llamada Cummins
en el porche de una casa de Bedford Street—. Aquí no hay ningún niño de esa edad.
Lo que quería decir que no tenía bebés a su cargo que hubieran sobrevivido a
los seis meses.
—¿Es posible que acogiera a un bebé a primeros de febrero? —preguntó Gray,
como hacía en cada uno de los lugares—. Habría llegado de la zona de Castle-On-
Avon y lo habría traído un hombre llamado Biggs. Si fue así, y tiene alguna prueba, le
daré cien libras.
La mujer, con su cabello blanco sucio y despeinado, levantó la vista agrandando
los ojos.
—¿Cien libras? ¿Incluso si el bebé está muerto?
A Corrie se le puso un nudo en el estómago por décima vez en el día.
—Sí —dijo Gray—. Si puede probar que es el niño que estamos buscando.
La mirada de la viuda se volvió sagaz.
—Yo no lo acogí, pero preguntaré por ahí, y veré lo que puedo averiguar.
Gray le dio una tarjeta de visita.
—Si consigue cualquier información, nos puede encontrar aquí. Si lo hace, será
bien recompensada.
La conversación fue casi similar en todas las casas que visitaron. Entraron en
algunas, pero los bebés estaban en las habitaciones de arriba, y Corrie no pudo ver a
esas pobres criaturas. Aun así, podía oír sus llantos lastimeros de hambre e imaginar
su terrible sufrimiento.
Lloraba cuando abandonaron la última casa.
—No puedo soportarlo, Gray. Todas esas pobres criaturas inocentes. Tenemos
que hacer algo para ayudarlos.
Gray parecía casi tan trastornado como ella.
—Hablaremos con Krista para saber cuál será la mejor manera de proceder.
Regresaron al carruaje. Con un suspiro de cansancio, la ayudó a subir, luego
entró tras ella.
—Por hoy ya hemos hecho bastante. Vamos a casa.
Corrie volvió la mirada a la casa que acababan de dejar.
—Hay un nombre más en nuestra lista. Nos coge de camino. Joshua Michael
podría estar allí.
Gray le ahuecó la mejilla con la mano.
—¿Estás segura, cariño? Es evidente lo mucho que esto te está afectando.
—Por favor, Gray.
Él apretó los dientes y asintió. Y ella supo que todo eso le afectaba casi tanto
como a ella.
La casa que buscaban estaba en Golden Lane, era vieja y descuidada, con la
pintura descascarillada y las contraventanas colgando de las ventanas. Cuando
subieron al porche, los escalones rechinaron y Gray se detuvo, temiendo que se

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rompieran bajo su peso.


Tuvieron que llamar varias veces a la puerta antes de que alguien los atendiera.
La puerta se abrió con un chirrido y una mujer con una cofia y sin dientes delanteros
apareció en el umbral.
—¿Es usted la señora Burney? —preguntó Gray.
—¿Quién lo pregunta?
—Estamos buscando a un bebé de unos seis meses.
Un bebé se echó a llorar con un sonido tan desgarrador que a Corrie se le
oprimió el pecho dolorosamente.
—Aquí sólo hay uno y no es tan mayor.
Era la misma historia de nuevo. Sencillamente, los bebés que iban a parar a esos
lugares no vivían demasiado tiempo. Corrie luchó por contener las lágrimas.
—Ofrezco una recompensa por el niño que buscamos. —Gray le dio a la mujer
los detalles del bebé que estaban buscando y le entregó una tarjeta.
Cuando terminó, el niño lloraba otra vez, unos sollozos tan débiles y
desconsolados, que sencillamente, abrió de golpe la puerta y entró en la casa.
—¡Vuelva aquí! ¡Alto!
Corrie siguió caminando. En la sala, vio las ásperas tablas de madera que
servían de cuna al bebé. Bajó la vista para observar el cuerpecito desnudo que
reposaba allí sin ni siquiera el calor de una manta. Aunque era probable que el bebé
tuviera dos meses, estaba tan encogido que parecía incluso menor.
—¿Qué demonios está haciendo? —dijo la señora Burney dirigiéndose hacia
ella.
Corrie la ignoró, se inclinó y levantó al niño contra su pecho. Lo rodeó con los
brazos para intentar transmitirle calor.
—¿Es suyo este bebé?
—Sólo lo estoy cuidando.
Corrie apretó al niño con fuerza.
—No, eso no es cierto. Lo está matando y no voy a dejar que siga haciéndolo.
—Coralee… cariño… —Gray se acercó a ella.
—Me lo llevo, Gray. No voy a dejar que este pobre niño sufra ni un minuto más.
—No es tuyo, cariño. —La voz de Gray era tan suave, su expresión tan tierna,
que el pecho de Corrie se oprimió hasta el punto de que apenas podía respirar.
—Tampoco es de ella. —Lo miró y las lágrimas se le deslizaron por las mejillas
—. No puedo dejarlo aquí, Gray. Lo más probable es que no haya comido desde hace
días. Está muerto de hambre y no puedo dejar morir a otro niño. Por favor, no me lo
pidas. —Sostuvo el pequeño cuerpo contra el suyo, sintiendo la débil respiración y el
roce del fino pelo del bebé contra la mejilla. No lo dejaría morir, se juró a sí misma.
Encontraría la manera de salvarlo.
Gray se enderezó y se volvió para mirar con firmeza a la mujer.
—¿Cuánto quiere por el niño?
—No está en venta.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—¿¡Cuánto!?
—Déme veinte libras, y es suyo.
Gray sacó una bolsita con monedas del bolsillo interior del abrigo y le tiró
veinte monedas de oro.
—¿Cómo se llama?
—Jonathan. Simplemente Jonathan.
Gray se quitó el abrigo y Corrie envolvió al bebé entre los suaves pliegues que
aún conservaban el calor de Gray.
—Ya tiene mi tarjeta —dijo—. Si consigue la información que buscamos,
también le pagaremos por ella.
Corrie sintió la mano de Gray en la cintura, urgiéndola hacia la puerta, y ella se
dirigió hacia allí agradecida. Subieron al carruaje, que se puso en movimiento al
instante, haciendo que la triste criatura se pusiera a llorar de nuevo.
—Necesita leche —dijo Corrie.
—He contratado a una nodriza, una mujer llamada Lawsen, por si
encontrábamos al hijo de Charles. Enviaré a uno de los sirvientes a buscarla en
cuanto lleguemos a casa. Y mandaré a buscar a un médico.
Corrie miró a Gray y su corazón se desbordó. Se preguntó si él notaría el amor
que ella sentía por él brillando en sus ojos.
—Gracias, Gray. Jamás olvidaré lo que has hecho hoy.
Él extendió la mano y le tocó la mejilla.
—Está muy enfermo, cariño. No te hagas demasiadas ilusiones.
Corrie asintió con la cabeza y se tragó el nudo que tenía en la garganta. Era un
niño pequeño y débil, y había sido maltratado. Con el bebé en los brazos, demasiado
débil incluso para llorar, Corrie rezó para que el precioso niño de Laurel pudiera
salvarse.
—Por favor, Señor ayúdanos a encontrar al pequeño Joshua Michael —susurró
—. Que no sea demasiado tarde.

El bebé no sobrevivió a la noche. Estaba tan terriblemente débil y desnutrido


que falleció en silencio mientras dormía. Al menos no había vuelto a pasar ni hambre
ni frío, y cuando murió no sintió dolor.
Corrie lloró por el bebé fallecido y por los demás niños que se guían sufriendo
en los terribles lugares que había visto. En recuerdo del niño, Gray prometió
establecer un fondo para ayudar a las madres solteras a cuidar de sus hijos.
Aunque eso no ayudó a que la muerte del diminuto bebé les fuera más
llevadera.
Y no consiguió que la preocupación de Corrie por su sobrino se desvaneciera.
—¿No renunciaremos, verdad? —Tras regresar del breve servicio que se había
celebrado en la iglesia de St. Andrews, Corrie miró a Gray. Tenía los ojos rojos e
hinchados, y las lágrimas le corrían por las mejillas. Se las enjugó con un pañuelo que

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él le dio—. ¿No nos de tendremos hasta estar seguros de qué fue lo que le sucedió,
verdad?
—No, no nos detendremos, cariño. No hasta haber hecho todo lo posible para
encontrarle.
Y fue cuando decidieron poner un anuncio en De corazón a corazón. En él
especificaban la edad del niño, la fecha en que lo habían llevado a Londres y el
nombre del hombre que lo entregó. Ofrecían una recompensa por la información,
más cien libras si recuperaban al niño.
—Merece la pena intentarlo —dijo Krista, estudiando el anuncio para
asegurarse de que se leía correctamente.
—Por cien libras —dijo Leif—, si el niño está vivo, alguien responderá.
Pero pasó otra semana, y aunque apareció un considerable número de mujeres
en su puerta, ninguna tenía una información creíble y ninguna llegó con el niño.
Estaban desesperados, y la pena cubría a Corrie con el peso de una mortaja.
Sólo el tierno cariño de Gray servía para mantener a raya la pena y la preocupación.
Él parecía comprender su dolor, e incluso compartirlo.
También tuvieron otras visitas. El coronel Timothy Rayburn se detuvo a
saludarlos en Londres unos días antes de regresar a la India. Gray lo puso al tanto de
lo que había ocurrido desde su estancia en el Castillo de Tremaine, los atentados
contra la vida de Coralee y el ataque que habían sufrido en el teatro.
—Sabía que Dolph estaba dedicándose a un caso que involucraba a la hermana
de la condesa —dijo el coronel cuando se sentaron en la salita después de la cena—.
Me apena profundamente oír que aún no se haya podido atrapar al villano que la
mató.
Gray se inclinó hacia delante en su silla.
—Conseguiremos atraparlo, Timothy. Ninguno de nosotros estará seguro hasta
que lo hagamos.
—Me gustaría quedarme más tiempo por aquí. Podría ayudaros.
—Ciertamente, tu presencia sería de ayuda, pero eres mucho más necesario en
la India.
El coronel le dirigió a Gray una mirada especulativa.
—¿Y tú tienes pensado regresar? Siempre me pareció que estabas más a gusto
allí que aquí.
Gray agitó el brandy en su copa pero no lo bebió.
—Hubo un tiempo en el que quería regresar allí. Me alisté en el ejército para
escapar de mi padre, me sentía atrapado en este país. Odiaba tener que regresar. —
Miró a Corrie—. Ahora, sin embargo, soy feliz aquí.
A Corrie se le hinchó el corazón ante la tierna mirada de sus ojos.
Rayburn se rio entre dientes.
—No me extraña nada.
Corrie observó el intercambio, sin estar completamente segura de lo que el
coronel quería decir. Exhausta y todavía afectada por la pérdida del niño, se despidió

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del oficial y se dirigió al dormitorio que compartía con Gray.


«Mañana tendremos buenas noticias», se dijo a sí misma. Pero cada día era igual
al anterior, sin noticias de Dolph ni de la familia de Gray, y sin ningún nuevo dato
sobre el bebé de Laurel.

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Capítulo 29

Gray permanecía de pie ante la ventana del estudio de la casa de la ciudad. El


jardín de la parte de atrás estaba lleno de flores de brillantes colores como era
habitual en esa época del año. Gray apenas lo advertía. Tenía la mente centrada en su
esposa y en el peligro que todavía corría —que quizá corrían los dos—, y ahora, para
colmo de males, estaba el problema del bebé perdido.
No se lo había dicho a Coralee, pero había contratado a otro investigador, un
hombre llamado Robert Andrews, que tenía una excelente reputación y contaba con
más de media docena de hombres. Gray había contratado a la firma para recabar
información del bebé de Laurel. Hasta ese momento no habían encontrado nada.
Se apartó de la ventana. Cada vez que pensaba en Coralee, le dolía el corazón.
Estaba asustado por ella, y no podía soportar recordar el dolor de su rostro cuando
murió el niño. Quizá no debería haberle permitido traer al bebé a casa. La muerte de
esa diminuta criatura sólo le había causado más pena. Pero no pudo negarse, no
pudo obligarla a abandonar al bebé enfermo, no importaban las consecuencias.
Como hacía cada vez con más frecuencia, Gray pensó en cuánto se preocupaba
por la mujer con la que se había casado. ¿Era eso amor? Había intentado convencerse
a sí mismo de que él no era el tipo de hombre capaz de enamorarse, pero la ardiente
pasión que sentía cuando ella entraba en una habitación, el intenso deseo de
protegerla de cualquier dolor o peligro, le hacía preguntarse…
¿Era amor lo que sentía por Coralee?
Y si lo era, ¿qué sentía ella por él?
Se había visto obligada a casarse con él. ¿Y si él la amaba, pero ella no
correspondía a ese amor?
Sintió una dolorosa opresión en el pecho. Había amado a su padre y, a cambio,
sólo había recibido odio.
No estaba seguro de si era capaz de sentir amor, y aun así, cuando miraba a
Coralee y veía esos preciosos ojos verdes llenos de lágrimas, sentía que haría
cualquier cosa, fuera lo que fuese, para borrar ese dolor y hacerla sonreír de nuevo.
Gray recordó la manera en que la había encontrado dormida la noche anterior,
acurrucada en medio de la cama, con rastros de lágrimas secas en las mejillas. Hacía
días que no hacía el amor con ella, desde la noche que habían sufrido el asalto en el
teatro. Aun que deseaba tocarla, perderse en su interior, no sabía cómo recibiría ella
sus avances, y se negaba a presionarla para conseguir algo que no estaba preparada
para dar.
Estaba perdido en sus pensamientos, sin saber qué paso dar a continuación,

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cuando oyó un golpe en la puerta.


Gray cruzó el estudio y la abrió.
—Samir… ¿qué ocurre?
—Venga con rapidez, sahib. Ha llegado una mujer. Tiene noticias del niño que
buscan.
El corazón se le aceleró. ¿Sería posible? ¿O sería otra charlatana que sólo
buscaba el dinero que ofrecían, como habían hecho todas las demás?
Gray se apresuró por el pasillo y bajó las escaleras.
Cuando llegó a la salita, se sorprendió al encontrar a la viuda con la que habían
hablado en Bedford Street, con el pelo canoso tan sucio y descuidado como antes.
—Señora Cummins, si mal no recuerdo. ¿Qué noticias me trae?
—El niño que buscan… está vivo. Puedo enseñarles dónde encontrarlo.
El pulso se le aceleró de nuevo.
—¿Qué prueba tiene de que sea el mismo bebé que estamos buscando?
Ella le entregó un papel doblado con un borde mellado, como si hubiera sido
arrancado de un libro. Tenía escrita una fecha —la fecha en que el niño había llegado
a Londres, el 2 de febrero—, y un nombre de pila, Joshua. El nombre del hombre que
lo había lleva do estaba escrito justo debajo: Sylvester Biggs.
—Éstos son los datos que nosotros le dimos. ¿Es ésta su prueba?
Ella le dio un segundo papel.
—Esto es un giro bancario de ayer mismo. Es de quince chelines. —No era
mucho, lo justo para aliviar la conciencia.
—Éste es el nombre del hombre que hace el pago. Aquí está su firma. —Señaló
con un dedo mugriento un nombre garabateado en tinta azul, y el cuerpo de Gray se
puso en tensión.
«Thomas Morton».
Se sintió invadido por una oleada de furia tan fuerte que por un instante se le
nubló la vista.
—¿Dónde está ahora este niño?
Ella le dirigió una mirada astuta.
—¿Cuánto me dará si se lo digo?
—Cincuenta libras.
Le brillaban los ojos cuando asintió con la cabeza.
—Les llevaré hasta allí.
Gray miró a Samir, que observaba desde el pasillo.
—Necesitaremos el carruaje. Que lo preparen y lo traigan a la puerta.
—Ya está allí, sahib. He preparado unas mantas para el niño. Ese hombre jamás
dejaba de asombrarle.
—Gracias. —Miró a la viuda—. ¿Vamos?
La voz de Coralee, proveniente de la parte superior de las escaleras, le llegó
antes de que bajara la escalinata de entrada.
—Ésa es la mujer con la que hablamos en Bedford Street. —Se acercó hasta la

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entrada—. ¿Adónde te lleva?


Gray deseó mentirle. Si el bebé estaba tan enfermo como los de más… Si todo
resultaba ser un engaño…
—Dímelo, Gray.
—La señora Cummins cree haber encontrado a Joshua Michael. Tiene una
prueba. —Le dio a Corrie la página arrancada del libro—. Si tiene razón, éste puede
ser el nombre del asesino de tu hermana.
A Corrie le tembló la mano mientras cogía la segunda hoja, la leyó y lo miró.
—¿Thomas Morton? ¿El hijo de Squire Morton? Santo Dios, ¿por qué querría
matar a Laurel?
—Eso es lo que vamos a descubrir. Pero primero tenemos que encontrar al niño.
Corrie se giró hacia la puerta, pero Gray la cogió por el brazo.
—Esto puede ser todavía peor que la otra vez. ¿Estás segura de estar preparada
para pasar por ello de nuevo?
Ella alzó el mentón.
—No tengo otra elección.
Coralee cogió la capa antes de dirigirse al carruaje, y Gray la ayudó a ella y a la
viuda a subir al vehículo. Regresó a la casa para coger la pistola, se la metió en el
bolsillo del abrigo, y luego les ordenó a Deavers y Franklin que se unieran a ellos.
Si era Morton el hombre que había secuestrado al niño, había muchas
probabilidades de que fuera el hombre que había asesinado a Laurel. Además, existía
la posibilidad de que hubiera visto los anuncios en los periódicos o que se hubiera
enterado de alguna otra manera de sus esfuerzos por encontrar al bebé. Si era así, ésta
podía ser la manera de conducirlos a una trampa.
Gray deseó haber podido dejar a su esposa en casa, pero sabía que Corrie no lo
hubiera permitido. Y lo cierto era que merecía estar presente.
Sentado frente a ella, metió la mano en el abrigo para comprobar que la pistola
seguía en el bolsillo.

Corrie pudo oler el hedor a podredumbre y desperdicios antes de llegar a la


casa. Era el tipo de lugar donde proliferaba el tifus y las personas vivían inmersas en
la desesperación y la pobreza sin fin; donde los niños pasaban hambre.
Cerró los ojos, intentando no pensar en lo que los bebés tenían que soportar allí,
lo que el niño de Laurel podría estar soportando en ese mismo momento. Intentó
concentrarse en que encontrarían al niño vivo, y de cómo, una vez que lo hicieran, lo
cuidaría hasta que recuperara la salud. No sería como la última vez. Dios no iba a
permitir que lo encontraran sólo para que muriera en sus brazos una vez que lo
llevaran a casa. Esta vez, no sería demasiado tarde.
La viuda se movió en el asiento, a su lado, y le vino un olor similar al de la calle.
—Deténganse ahí.
Era una casa con ventanas de madera y dos pisos en un barrio de carteristas y

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prostitutas. El carruaje se detuvo, y Corrie tomó aire para tranquilizarse y prepararse


para lo que les esperaba, aun que sabía que jamás estaría realmente preparada.
—Nos quedaremos en el carruaje hasta que Franklin y Deavers se aseguren de
que no es una trampa —dijo Gray cuando Corrie se inclinó hacia la puerta, ansiosa
por ver al bebé, rezando para que fuera de verdad el hijo de Laurel.
—No es una trampa —dijo la viuda, pero Gray la ignoró.
Los dos guardas rodearon la casa. Se acercaron a la puerta y llamaron, luego
entraron. Reaparecieron unos minutos más tarde, se dirigieron hacia el carruaje y
abrieron la puerta.
—Todo parece en orden, milord —dijo Deavers—. Aun así… en un lugar como
éste, es mejor tener cuidado.
Gray asintió con la cabeza y miró a Coralee.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte en el carruaje? —Ella abrió la boca
—. No importa. Vamos. —Le cogió la mano y la ayudó a bajar, luego ayudó a la
viuda.
—La mujer nos espera —dijo la señora Cummins—. Quiere la recompensa. No
dará ningún problema.
Corrie no esperó más. Sólo quería coger al bebé y volver a casa.
Gray abrió la puerta principal, que estaba algo torcida y chirrió contra el suelo
de madera cuando entraron. La casa estaba tan sucia como el resto del barrio, en la
mesa había platos sin lavar, una sartén sucia en la cocina y una rata muerta en una
esquina encima de un montón de harapos.
Lloriqueó un bebé, un sonido débil y doloroso que a Corrie le recordó al
pequeño Jonathan. Se le encogió el corazón cuando el bebé tosió y comenzó a llorar, y
se le llenó la boca de bilis.
—¿Dónde está? —preguntó. Gray debió de notar el leve temblor de su voz,
porque le cogió la mano para tranquilizarla.
—Lo traerá enseguida.
Justo entonces, apareció una mujer en la estancia; era gruesa y desaliñada, con
un delantal atado alrededor de la amplia cintura y con un bebé, envuelto en una
sucia manta de lana entre los gruesos brazos.
—Éste es… Joshua. —Sostuvo al niño contra sus grandes senos.
—Tenemos que verlo bien —dijo Gray.
La mujer apartó la manta para mostrar a un niño de cabello rubio y ojos castaño
oscuro. Era más pequeño de lo que Corrie había pensado, estaba muy delgado.
Estaba claro que nunca lo habían alimentado correctamente y que no le habían
demostrado cariño. Tenía las mejillas hundidas y la piel cetrina; los ojos hundidos y
la cabeza apoyada débilmente sobre la mano de la mujer.
A Corrie se le retorció el corazón. Acercándose, tiró del borde de la manta, y allí
estaba la diminuta marca de nacimiento de Laurel en el hombro del niño. A Corrie se
le llenaron los ojos de lágrimas y sintió una férrea determinación.
—Démelo —exigió.

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—No hasta que me den el dinero.


—Ahora le daremos su maldito dinero —dijo ella, mirando a Gray con los ojos
llenos de dolor. Él le dio a la mujer una bolsita con monedas de oro y un giro
bancario con el resto de la recompensa, y la mujer le pasó el bebé a Coralee.
—Está bien, cariño. —Depositó un beso en la mejilla del niño, le temblaron las
manos cuando lo apretó suavemente contra el hombro—. Ahora vamos a casa. Nadie
te volverá a hacer daño.
Tan rápido como pudo, Gray terminó la transacción y salieron de la casa.
Dentro del carruaje, Corrie se deshizo de la sucia manta tirándola por la ventanilla, y
Gray la ayudó a envolver al bebé en una suave manta de lana limpia que Samir había
dejado sobre el asiento.
El bebé pareció acurrucarse contra la suavidad de ésta, y a Corrie le dolió el
corazón al verlo. Como si esa pequeña comodidad fuera lo único bueno que le había
ocurrido en toda su corta vida.
—Tiene la marca de mi padre —dijo ella suavemente mientras el coche rodaba
por las sucias calles hacia Mayfair—. Tiene que ser Joshua Michael.
Los ojos de Gray se encontraron con los suyos.
—Incluso aunque no lo fuera, no lo habría dejado allí. No después de haber
visto cómo lo mirabas.
Ella apartó la mirada, pensando lo profundamente que amaba a ese hombre con
el que se había casado. Sólo le faltaba encontrar el valor para decírselo.
Pero lo único que hizo fue acariciar con la nariz la suave mejilla del bebé.
—Te vas a poner bien, cariño. Vas a ponerte fuerte como tu papá. —Giró la
cabeza y vio que Gray miraba al niño con una ternura que jamás había visto antes en
su cara—. Se va a poner bien, Gray. No puedo ver cómo muere otro niño.
Él levantó con cuidado la manta hasta cubrir al bebé.
—Joshua no va a morir. Ha sobrevivido a lo más difícil. Ahora te tiene a ti y a su
familia para que le den cariño. Vamos a asegurarnos de que crezca sano y fuerte.
El corazón le tembló en el pecho. Cómo amaba a ese hombre. Y cómo amaba ya
al niño que llevaba en los brazos. Le dio otro beso en la cabeza y se recostó contra el
asiento de terciopelo, susurrándole las mismas tiernas palabras de cariño que su
hermana debía de haber dicho.
«Lo he encontrado —le dijo a Laurel en silencio—. He encontrado a tu hijo,
querida. Pronto podrás descansar en paz».

Gray se paseó por la estancia con impaciencia. Quería dejar Londres y volver al
campo. Tenían algo que arreglar con Thomas Morton, algo muy personal. Tan
personal, de hecho, que ni siquiera le había escrito a Dolph o a los hombres de su
familia. Quería estar allí para enfrentarse a Morton él mismo, quería oírle decir qué le
había sucedido a Laurel la noche que fue asesinada. Quería ver cómo ese bastardo
acababa en la cárcel.

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Como mínimo, Morton era culpable de secuestrar aun bebé inocente y apartarlo
de su familia. Gray estaba seguro de que también era él quien estaba detrás de los
atentados contra la vida de Coralee.
Sólo por eso, Gray quería verlo colgado.
Pero todavía no podía dejar la ciudad. Tenía que tener en cuenta a Coralee, así
como a su sobrino. No se iría sin ellos. No quería arriesgarse a que Morton pudiera
tener algún otro plan en marcha para deshacerse de la amenaza que suponían.
Sabía que Coralee estaba tan ansiosa de partir como él. Quería que se hiciera
justicia con su hermana y quería que Charles conociera a su hijo. Durante el día
anterior y toda la noche, la señora Lawsen y ella habían velado por el bebé. La
nodriza lo había alimentado tanto como era posible, y Coralee lo había sostenido en
sus brazos, lo había arrullado y lo había arropado. Su esposa estaba ahora
durmiendo, pero sabía que no descansaría demasiado tiempo. Estaba resuelta a darle
al niño lo que más necesitaba y que nunca había tenido: amor.
Gray sintió una extraña presión en el pecho. Corrie sería una madre
maravillosa. Se sentía encantado de que quisiera tener un hijo, y se preguntó si en ese
momento podría estar ya embarazada. Entrando en la habitación de los niños, bajó la
vista al niñito que dormía en la cuna que Samir había encontrado en el ático, y pensó
cómo sería tener un hijo o hija con ella.
Levantó la vista cuando Coralee entró en la estancia, y se sintió abrumado por la
emoción. Incluso cansada y preocupada, estaba hermosa.
—El niño está durmiendo —dijo Gray con suavidad—. Le dije a la señora
Lawsen que no te despertara. Le dije que yo me quedaría hasta que tú te levantaras.
Corrie se acercó a él y sonrió al llegar a su lado. Gray quiso ahuecarle la cara
entre las manos para besarla hasta hacer desaparecer las preocupaciones que leía en
sus ojos; quería abrazarla y decirle lo feliz que estaba de que formara parte de su
vida.
—Gracias por quedarte con él —dijo ella. Él bajó la vista hacia el bebé dormido,
que tenía un puño diminuto contra la boca, y sintió algo en su interior—. Tenemos
que llevarlo a casa, Gray.
Él alzó la cabeza. Era lo que más quería, pero no si era un riesgo para el niño.
—¿Crees que será seguro para él viajar ahora?
—Hace calor y no llueve. Con tal de que la señora Lawsen venga con nosotros,
no veo razón alguna para que Joshua no haga el viaje. Dormirá casi todo el rato, y no
está tan débil… como el pobre Jonathan. —Ella apartó la mirada y él supo que estaba
pensando en el niño que había muerto aquella noche en sus brazos. Volvió a mirar a
Gray—. Creo que Joshua se recuperará más rápido con el aire del campo.
Él asintió con la cabeza, agradeciendo que pronto estarían en camino, y más
ansioso por llegar a su hogar de lo que nunca lo había estado antes.
—Bueno, saldremos mañana por la mañana. Eso le dará un día más para
recuperarse.
Y le daría tiempo a Gray para enviar una nota a Dolph, contándole la

- 235 -
KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

participación de Thomas Morton en el asesinato y el plan que tenía Gray para


desenmascararlo una vez que llegara a Castle-On-Avon.
Apretó la mandíbula. En un par de días, Morton estaría en prisión y Coralee ya
no correría peligro.
En poco tiempo, ese villano colgaría de una soga.

***
—¿De qué quieres hablar? ¿Estás loco? —Rebecca recorría de arriba abajo el
camino de grava que conducía al jardín de la parte trasera de la casa. Era media tarde
y se habían reunido en un lugar seguro lejos de la casa—. Estamos juntos en esto.
Todo lo que tenemos que hacer es deshacernos de Tremaine…
—Biggs está muerto. Su compinche, Wilkins, está preso. A estas alturas no
tengo la menor duda de que Tremaine habrá contratado un pequeño ejército de
guardaespaldas. No los volveremos a coger desprevenidos.
Ella se paseaba de un lado a otro a lo largo del camino.
—Quizá tengas razón. Sería mejor esperar un poco, dejar enfriar las cosas.
Charles dice que ese hombre, Petersen, no ha descubierto nada. Esperar un poco más
no importa. Aguardaremos el momento oportuno, y planearemos la manera más
correcta…
—No sé, Rebecca. Creo que sería mejor desaparecer.
Ella se giró hacia él.
—¡Dios me libre de que hagas algo tan estúpido! Que desaparezcas sólo
levantará sospechas. Tenemos que guardar las apariencias, continuar haciendo lo
mismo que hemos hecho hasta ahora.
Rebecca se acercó hasta él, contoneando las caderas, aunque Thomas no era tan
fácil de manejar como otros. Aun así, sabía qué efecto tenía sobre él. Extendiendo la
mano, le acarició la mejilla.
—Piensa en la recompensa, querido. Nunca heredarás nada. Esa pequeña casa
es todo lo que recibirás de tu padre. Si hacemos esto, tú conseguirás la fortuna que te
prometí. Y yo tendré el título y el dinero que me merezco.
Thomas no dijo nada. Sus instintos le decían que huyera, mientras la avaricia lo
instaba a quedarse.
—¿Thomas?
—Me quedaré —decidió. Al menos un poco más. Como la dama había dicho,
había una fortuna en juego.

El viaje estaba siendo largo, pero no desagradable. El clima era benigno, el sol
brillaba y las carreteras estaban secas. Corrie y la señora Lawsen iban en el primer
carruaje, Gray iba la mayor parte del tiempo montado en su garañón. Un segundo
carruaje los seguía; en él iban Samir, una niñera llamada Emma Beasley, a quien

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Coralee había contratado para encargarse del bebé en cuanto llegaran al castillo, y los
niños de la señora Lawsen, uno de dos años y un bebé de apenas tres meses.
A la señora Lawsen, una mujer con abundante busto y con aspecto saludable, de
unos treinta años, le sobraba leche para los dos bebés, y tenía una manera suave de
tratarlos que Corrie se prometió recordar cuando tuviera su propio hijo. El marido de
la mujer, que trabajaba como dependiente en Londres, se quedaría en la ciudad con
sus otros dos vástagos.
—Tiene una gran familia —dijo Corrie con una sonrisa, disfrutando de la
compañía de la mujer.
—He tenido suerte. Todos nacieron sanos. Mi marido y yo queríamos tener una
familia numerosa y Dios nos ha concedido nuestro deseo.
Corrie no le respondió. Gray le había dicho que le daría un bebé. Cuando había
acunado a su sobrino contra su pecho, se había dado cuenta de que eso era lo que
quería más que nada en el mundo. Quería tener un bebé con Gray. Y quería que él la
amara.
En los días pasados desde que habían llegado a Londres, él había parecido
distinto, como si realmente le importara ella.
Quizá con el tiempo…
Gray se acercó a la ventanilla en ese momento.
—Pronto oscurecerá. No falta mucho para que lleguemos. —Señaló al bebé con
la cabeza—. ¿Cómo está?
—Duerme casi todo el rato. Casi nunca llora. Es un bebé muy dulce.
Gray sonrió, casi fue una sonrisa amplia.
—No cuentes con que un niño mío vaya a ser tan tranquilo. —Apartándose de
la ventanilla, puso al garañón al galope y se adelantó al carruaje.
Corrie lo siguió con la mirada, incapaz de creer lo que acababa de oír.
—Su marido la ama muchísimo.
Corrie giró la cabeza hacia la nodriza.
—¿Por qué dice eso?
—Se le ve en los ojos cada vez que la mira. Probablemente ya se lo habrá dicho.
Ella negó con la cabeza.
—No estoy segura de qué siente Gray por mí.
—¿Le ha dicho usted lo que siente por él?
—Lo amo, pero…
—¿Pero?
—Pero me da miedo decírselo.
—¿Por qué?
¿Por qué estaba tan asustada?
—Gray no cree en el amor. Lo más probable es que me considere una tonta.
—O quizás a él le gustaría saber que lo ama, tanto como le gustaría saberlo a
usted.
¿Sería posible? Rebecca le había dicho que Gray no sabía cómo amar, pero, en el

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tiempo que habían estado juntos, Gray le había mostrado de cien maneras diferentes
cuánto se preocupaba por ella.
Querer a Gray era fácil. Decírselo era difícil. Pero podía ser, como decía la
señora Lawsen, que él necesitara su amor tanto como ella necesitaba el suyo.
Acunando al bebé un poco más cerca del pecho, se reclinó contra el asiento,
decidida a decirle cómo se sentía. De alguna manera encontraría el valor. Quizás esa
misma noche, pensó. Después de que hubiera reunido a Charles con su hijo. Cuando
Gray y ella es tuvieran en la cama…
Un cálido anhelo la atravesó. Gray no había hecho el amor con ella desde la
noche que habían ido al teatro. Esa misma noche, le haría saber cuánto lo deseaba. Y
luego le diría que estaba enamorada de él. La incertidumbre la invadió. Santo Dios,
¿qué diría Gray cuando lo hiciera?

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Capítulo 30

Gray cabalgaba delante de los carruajes. Había anochecido y las farolas del
paseo de grava iluminaban el camino. Azuzó a Rajá hacia el castillo, se bajó y le dio
las riendas al mozo.
—Bienvenido a casa, milord.
—Gracias, Dickey. —Era bueno estar de regreso, no importaba cuáles fueran las
circunstancias. Se preguntó cuándo ese lugar que con mucho gusto hubiera dejado
atrás en otro tiempo se había convertido en un verdadero hogar para él.
Tensó la mandíbula. Estaba de regreso, pero esa noche no permanecería allí
mucho rato. Tan pronto como hubiera reunido a Charles con su hijo y se hubiera
ocupado de la seguridad de Coralee, saldría de nuevo. Tenía una cita pendiente con
Thomas Morton, y no estaba dispuesto a esperar al día siguiente.
Se abrió la puerta principal y un par de lacayos se apresuraron a bajar la
escalinata. El mayordomo tenía una mirada de sorpresa ante la inesperada aparición
del amo del castillo.
Quizá debería haber avisado de su llegada, pensó Gray, quizá debería haber
preparado a Charles para la llegada de su hijo. Quizá, de forma inconsciente,
intentaba retrasar el enfrentamiento que su hermano tendría con Rebecca por la
existencia de ese niño.
Gray no sabía qué haría su cuñada cuando se enterara de que el niño que traían
era el hijo ilegítimo de su marido.
No importaba. Gray sabía lo que Charles querría. Querría que ese niño se criara
bajo la tutela de su padre, no importaba lo que Rebecca dijera.
Gray esperó mientras un lacayo ayudaba a Coralee a bajar del carruaje. El feo
perro mestizo, Homero, se puso a ladrar al verla, y ella se inclinó para acariciarle el
desaliñado pelaje, muy contenta de verle.
—Vamos, milady —dijo Gray con una débil sonrisa mientras la acompañaba
hasta la escalinata con el bebé en brazos. El resto de la comitiva los siguió.
—Señora Lawsen, usted y la niñera Beasley deben llevar a Joshua a la habitación
de los niños —ordenó Gray en cuanto el grupo traspasó la entrada—. El ama de
llaves, la señora Kittrick, les mostrará dónde está.
—¿Gray…?
Gray oyó la incertidumbre en la voz de Coralee y leyó la pregunta en sus
bonitos ojos verdes.
—Tenemos que manejar las cosas con mucho cuidado, cariño, y darle a Charles
un poco de tiempo para que se reponga de la impresión; para ello hay que hacer las

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cosas bien. —Ella asintió con la cabeza. Conocía a Rebecca y comprendía lo que Gray
quería decir. Le entregó el bebé a la señora Lawsen, que siguió al ama de llaves
escaleras arriba, seguida por la niñera.
—La familia está cenando —dijo el mayordomo—. La señora Forsythe da un
pequeño ágape esta noche.
—Ya veo. —Gray suspiró—. Dígale a mi hermano que necesito hablar con él.
Dígale que es importante.
—Sí, milord.
—Lo esperaremos en la salita azul cielo.
—Sí, milord. —El canoso hombre atravesó deprisa el vestíbulo y desapareció. El
comedor estaba en la otra ala del castillo. Pasaron unos momentos antes de que
llegara su hermano.
—Gracias a Dios que los dos estáis en casa sanos y salvos —dijo Charles cuando
entró en la salita donde Gray lo aguardaba con Coralee—. Hemos estado muy
preocupados por vosotros.
—Es una larga historia, Charles. Lamento haber interrumpido la cena, pero esto
es urgente. Creo que deberías sentarte.
La preocupación invadió lentamente los rasgos de su hermano mientras se
sentaba en una silla, y Gray y Coralee tomaron asiento en el sofá. Durante los
siguientes quince minutos, Gray lo puso al corriente de lo que había ocurrido en el
tiempo que habían pasado en Londres, con la intención de dejar el tema del bebé
para el final.
—Deberías habernos escrito, deberías habernos dicho que estabais corriendo
peligro —dijo Charles—. Habríamos acudido inmediatamente. Nosotros tres
podríamos haber hecho algo.
—Ya hacíais algo importante aquí. Suponía que tarde o temprano averiguaríais
algo que nos conduciría al asesino de Laurel. Sin embargo, encontramos la respuesta
en Londres.
Charles se inclinó hacia delante en su asiento.
—¿Sabéis quién mató a Laurel?
Coralee se acercó a Gray y le cogió la mano, advirtiéndole que fuera con tacto.
Charles había amado a su hermana. Su asesinato podría no ser fácil de digerir. Y la
sorpresa de saber que tenía un hijo sería todavía más difícil de aceptar.
—No lo sabemos con seguridad —dijo Corrie—, pero sabemos que Thomas
Morton estaba allí la noche que mataron a Laurel.
—¿Thomas? Dios mío, ¿Thomas estaba allí esa noche con Laurel? Pero si apenas
lo conocía. No… entiendo.
—Sabemos que estaba allí —continuó Gray—. No sabemos el motivo, pero
creemos que puede ser el hombre que la mató. Esta noche planeo hacerle una visita.
Tengo intención de averiguar qué sucedió aquella noche.
Charles se levantó de la silla con la expresión más dura que Gray le había visto
nunca.

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—No tendrás que ir demasiado lejos. Thomas está aquí. Es uno de los invitados
de Rebecca.
Gray le dirigió una mirada a Coralee, pensando en la cincha cortada, en la
noche que la habían drogado, en el ataque que había sufrido en el teatro. La furia lo
inundó como una bestia.
—Bien, me ha ahorrado un viaje. —Envuelto en una neblina de furia, se puso de
pie y atravesó a grandes zancadas la salita, dirigiéndose hacia el comedor.
La rabia que sentía lo impulsaba. Abrió con fuerza la puerta del comedor para
descubrir a Rebecca sentada en su sitio habitual, a Jason al lado de la condesa de
Devane, y a Derek junto a Allison Hatfield, al parecer su pareja en la velada. Thomas
Morton estaba sentado serenamente frente a la silla vacía de Charles.
—¡Gray! —Rebecca sonrió—. No sabía que volverías a casa esta noche.
—Buenas noches a todos. —Intentó controlar la furia que lo invadía y la cólera
de su voz—. Especialmente a ti, Thomas. Tenía pensado hacerte una visita esta noche.
Me alegro de que me hayas ahorrado el viaje.
Morton dejó el tenedor sobre el plato, y lo miró con cautela.
—¿Deseabas verme esta noche? Debe de ser por algo muy importante.
—Podría decirse que sí. Implica a Laurel Whitmore y al niño que enviaste a una
casa de acogida en Londres.
El hombre palideció visiblemente.
—¿De qué hablas?
—Hablo de asesinato, Thomas.
Tanto Derek como Jason se pusieron alerta, tensándose en sus asientos.
—Eso es una locura —dijo Thomas.
—¿Lo es? Contrataste a un hombre llamado Biggs para que entregara al niño a
un hogar de acogida. Supongo que lo hiciste para aliviar tu conciencia. Seguro que
pensabas que en estos momentos ese niño estaría muerto.
Rebecca se puso de pie, apartando la silla con tanta fuerza que ésta se cayó
sobre la alfombra. Tenía las mejillas rojas y en los ojos una mirada salvaje. Clavó los
ojos en Thomas Morton como si se le hubiera pegado algo en la suela de su zapato.
—¡Eres idiota! —Tenía los puños apretados—. Se suponía que debías deshacerte
de él. Dijiste que te encargarías de todo. ¡Que tú te desharías de él! ¡Y mira lo que has
hecho!
—Siéntate, Rebecca —la advirtió Morton.
—Entonces, ¿hiciste todo esto por ella? —le preguntó Gray, no tan sorprendido
de que su cuñada estuviera implicada como debería haber estado. Centró su dura
mirada en Rebecca, intentando encajar las piezas del puzzle—. ¿Qué sucedió, Becky?
¿Te enteraste del lío de Charles con esa chica y decidiste deshacerte de ella y del
bebé?
—Cállate —le ordenó Morton, mirándola fijamente. Miró a los demás
comensales que permanecían en silencio, anonadados—. Está loca. No sé de qué
habla. No sé nada de esto.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Gray luchó por controlar su temperamento.


—Tenemos pruebas, Morton. Sabemos que tú estabas allí. ¿La mataste tú? ¿O
fue Rebecca la que la empujó al río?
Jason empujó la silla hacia atrás. La luz de la lámpara de gas se reflejó en su
pelo castaño claro y, bajo la suave iluminación, su rostro parecía aún más pálido.
Rebecca se acercó a Jason con rapidez, con la cara deformada por la furia.
—¡Yo no la maté… lo hizo él! —señaló a Morton con un dedo, tan enfadada que
temblaba—. Si hubiera terminado el trabajo por el que cobró, el mocoso habría
muerto como ella y nadie se habría enterado nunca.
La profunda voz de Charles temblaba cuando dijo:
—¿Conocías mi relación con Laurel?
Por el rabillo del ojo, Gray vio a su hermano en la puerta, pálido como un
cadáver.
—Por supuesto que la conocía… Por el amor de Dios, Charles, eres tan
transparente, tan bobo. Cualquier idiota se habría dado cuenta de que estabas
enamorado. Pensé que todo se había acabado cuando ella se fue, pero luego, seis
meses más tarde, regresó. Te oí esa noche. Oí cómo le decías que ibas a conseguir el
divorcio. No podía dejar que eso ocurriera.
—Así que en vez de aceptar un divorcio, contrataste a Thomas Morton para que
la asesinara. —Charles parecía a punto de perder el control.
Los labios de Rebecca se estrecharon hasta formar una línea desagradable.
—Teníamos un acuerdo. Intercepté una nota que ella te envió. Quería que te
encontraras con ella en el río. No sabía que había dado a luz a tu bastardo, pero al
parecer, pretendía contártelo todo esa noche.
Rebecca le lanzó una mirada indignada a Thomas.
—Si se hubiera deshecho del niño, como se suponía que haría, nadie lo hubiera
descubierto.
—No pienso cargar solo con la culpa, milady. —Morton se puso de pie en toda
su estatura, un hombre alto que lo parecía aún más por la cólera que tensaba su
espalda. En frente de él, la condesa de Devane estaba paralizada. Allison temblaba.
Jason y Derek permanecían sentados en el borde de sus asientos, preparados para
saltar en caso de que Morton intentara escapar.
—¿Por qué querías deshacerte de Coralee? —preguntó Gray con tono duro,
intentando descubrir toda la historia. Sintió una pequeña mano en el brazo y se dio
cuenta de que Corrie se había colocado a su lado. Maldita sea, había querido que ella
se mantuviera apartada de todo eso.
—Ella no dejaba las cosas tranquilas —dijo Morton—. Siempre estaba
indagando, revolviendo las cosas. Tarde o temprano habría descubierto algo por
casualidad… lo cual fue exactamente lo que ocurrió en Londres.
Gray se quedó paralizado cuando vio cómo Morton sacaba una pistola del
bolsillo interior de su levita. Maldición, no había esperado que ese hombre fuera
armado a una cena.

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Pero claro, Morton no era un hombre normal, era un asesino. Thomas empuñó
la pistola con firmeza. Era obvio que no dudaría en utilizarla.
—Ahora que hemos aclarado las cosas, me marcho.
Rebecca arqueó con rapidez las cejas rubias.
—¿De qué hablas? ¡No puedes marcharte!
—Si piensas que voy a ir a la horca por ti, cariño, estás muy equivocada. Soy un
hombre de negocios. Y ahora, nuestro negocio ha terminado.
En lugar de apuntar a Charles o Gray, Morton apuntó a Coralee con la pistola.
—No puedo acabar con todos de un solo disparo, pero lady Tremaine no vivirá
un día más si alguien se acerca a mí.
Allison soltó un gemido ahogado, captando la atención de Morton. Derek se
tensó, pero el arma jamás vaciló.
El miedo embargaba a Gray, que luchaba por mantener el control.
—Por favor —rogó Charles—, que nadie se mueva.
—Muy sensato, Charles —dijo Thomas—. Pero claro, tú siempre has sido un
hombre sensato. —Miró a los demás—. Quedaos donde estáis y nadie morirá.
Simplemente me iré y jamás me volveréis a ver otra vez.
Retrocediendo, se dirigió a la puerta que conducía a la cocina, con el arma
apuntando al corazón de Coralee.
El corazón de Gray martilleaba. Un movimiento en falso y su esposa moriría.
Morton siguió retrocediendo con cautela. Apenas había llegado a la puerta,
cuando ésta se abrió de repente a sus espaldas, haciéndole perder el equilibrio. Gray
aprovechó la oportunidad. Cargó hacia delante y golpeó a Morton enviándolo al
suelo, viendo por el rabillo del ojo a Samir mientras lo hacía.
La pistola se disparó y Coralee gritó. Rebecca cayó encima de la alfombra, entre
un montón de seda rosada y tirabuzones rubios.
—¡Becky!
Gray oyó la voz de Jason un instante antes de que su propio puño chocase
contra el mentón de Morton y liberase a la bestia de su interior. Levantó a Morton por
las solapas y le golpeó de nuevo, incrustándole el puño en la cara. Morton
contraatacó, arreando un golpe en la mandíbula de Gray. Era un hombre grande y
golpeaba duro, pero la furia de Gray le hacía invencible. Volvió a golpear fuertemente
en el cuerpo de Thomas Morton, y luego se centró en la cara del hombre.
Hubiera continuado golpeándole si Charles no hubiera estrellado un florero
chino sobre la cabeza de Thomas, dejándolo inconsciente.
Con los nudillos ensangrentados, Gray se levantó y dio unos tambaleantes
pasos hacia atrás.
—¡Gray! —Coralee se lanzó a su brazos. La abrazó con fuerza. No había nada
mejor que ser abrazado por Coralee.
—Está bien, cariño… ya se ha acabado.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Rebecca está muerta. Morton disparó sin control y la bala le perforó el cuello.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Él miró a su alrededor para ver a Jason arrodillado al lado de la hermosa rubia


vestida de seda rosa. Charles se acercó hasta ellos, lo mismo que Gray y Coralee.
—Está muerta… Charles. —Jason se veía pálido y afectado.
—El bebé… —Charles se quedó mirando fijamente a su mujer.
Jason tragó y apartó la mirada.
—No era tuyo, Charles. Lo siento… era mío. —Tomó la mano de Rebecca y la
ahuecó suavemente entre las suyas—. Jamás tuve intención de traicionarte… lo juro.
Yo, sencillamente… me enamoré de ella.
Los ojos de Charles encontraron la mirada torturada de su primo.
—Rebecca siempre ha sido muy discreta con sus aventuras, pero sabía desde el
principio que ese niño no era mío. Quería tanto tener un hijo que no me importó.
A Jason se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me dijo que tú no podrías darle el hijo que tanto quería. Me rogó que la
ayudara. Sabía que esperaba ser condesa algún día. Jamás se me ocurrió que sería
capaz de matar para conseguirlo. —Negó con la cabeza—. Lo siento, Charles, lo
siento mucho. Quizá puedas perdonarme algún día.
Jason se levantó y abandonó el comedor con el rostro inexpresivo; todo el
mundo pareció salir del trance que los mantenía inmóviles.
—Qué horrible suceso —dijo lady Devane, meneando tristemente la cabeza—.
Por otra parte, ahora tengo tantas cosas que contar que podré mantener a todo
Londres entretenido durante años.
Gray giró la cabeza hacia ella.
—Si dices una sola palabra de lo que ha sucedido aquí, Bethany, todo Londres
se enterará de tus gustos morbosos en la cama.
La condesa abrió la boca, pero luego la cerró.
—Bueno —dijo al fin—. Se hará como tú digas.
Derek parecía conmocionado, aunque se contenía. Se pasó una mano por el
espeso cabello dorado, y le dijo algo reconfortante a Allison; luego los dos se
acercaron a Gray.
—Todo esto ocurría en el castillo, y yo sin enterarme de nada —dijo Derek—.
Siento haberte fallado, Gray. Lo siento.
—Todo lo que ha ocurrido se debe a la avaricia de una mujer. No tienes la culpa.
Allison se acercó a Corrie y la abrazó.
—Tenía tanto miedo por ti, Corrie. Para serte sincera, nunca estuve totalmente
convencida de que Laurel fuera asesinada. Jamás volveré a dudar de ti.
Gray se dio cuenta de que su esposa quería contarle a su amiga lo del bebé, pero
era a Charles a quien tenían que informar en primer lugar.
Derek señaló con la cabeza al hombre que estaba inconsciente en el suelo.
—Enviaré a buscar un agente de policía. Mientras tanto, será mejor que lo
atemos.
—Supongo que esto servirá. —Dolph Petersen atravesó el umbral con un cordón
dorado de las cortinas colgando de su mano. Tenía una sombría sonrisa en los labios

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

—. Me parece que llego un poco tarde a nuestra cita, milord.


—Si Morton no hubiera estado invitado a cenar, habrías llegado justo a tiempo.
—Sí… bueno, después de recibir tu carta, encajaron todas las piezas. —Le dio el
cordón a Derek, que se dispuso a atar al hombre inconsciente del suelo.
—¿Qué…?
—Todo esto ha ocurrido porque tu cuñada quería ser la condesa de Tremaine.
—Eso es lo que dijo Jason. Supongo que por eso el ataque en el teatro fue contra
los dos. Conmigo fuera de juego, Charles heredaría el título y Rebecca sería condesa.
—Eso mismo, y si el plan de Rebecca hubiera tenido éxito, habrías muerto hace
mucho tiempo. Para tu información, Gray, la hermosa Rebecca fue quien planeó el
accidente del barco en el que murió tu primera esposa. Pero eras tú el blanco, no ella.
A Gray le bajó un escalofrío por la espalda. Coralee le cogió la mano en silencio;
se sentía repentinamente helado.
—Eso no tiene sentido. Ni siquiera iba en el barco.
—No, pero decidiste no ir en el último momento. Para entonces, los planes ya
estaban en marcha, y no había tiempo para detenerlos. Al parecer, un cómplice de
Morton, el hombre llamado Biggs al que disparaste en el teatro, estaba entre los
miembros de la tripulación, tenía que dejarte inconsciente antes de que el barco se
hundiera. Jillian fue una víctima que nadie esperaba.
Gray no dijo nada. Durante años, se había culpado a sí mismo por la muerte de
su esposa. Y durante todo ese tiempo, había sido Rebecca la responsable. Si no
estuviese muerta ya, la mataría él mismo.
—Todo ha terminado, Gray. —Coralee le apretó la mano—. Se ha acabado y
podemos seguir con nuestras vidas. —Ella se giró y él buscó con la mirada a Charles,
que estaba arrodillado al lado de Rebecca en el suelo.
—Jamás fue feliz —dijo Charles—. Quería casarse con un hombre con título. Es
probable que lo hubiera hecho si nuestros padres no hubieran sido tan amigos.
Cuando James murió y tú te convertiste en conde, debió de ver la oportunidad para
convertir su sueño en realidad. —Se puso de pie—. La compadezco, pero no puedo
llevar luto por ella, no después de todo lo que ha hecho. Quizá su muerte haya sido
voluntad de un acto de justicia divina ante todo lo que ha ocurrido aquí esta noche.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Capítulo 31

Faltaba por llegar el agente de policía. En cuanto lo hiciera, tendrían que prestar
declaración y luego se llevarían a Morton a la cárcel. En medio de toda la confusión,
nadie le había preguntado a Gray por el niño que había mencionado, y que ahora
dormía en el piso superior.
Corrie creía que Charles estaba demasiado abrumado por los acontecimientos
para darse cuenta de la importancia de las palabras de su hermano, para entender
que su hijo estaba vivo y que lo habían traído al castillo.
—Tenemos que decírselo —le dijo Corrie a Gray mientras estaban de pie al lado
de la balaustrada de la terraza. La noche era oscura y tranquila, ideal para apaciguar
sus nervios—. Tenemos que explicarle al agente de policía cómo descubrimos que
Thomas Morton era el asesino. Tendremos que decirle lo del bebé.
Gray simplemente asintió con la cabeza. Bajo la luz parpadeante de las
antorchas, parecía desconsolado y rendido. Corrie ansiaba llevarlo arriba para
meterle en la cama, acurrucarse a su lado y rodearlo con sus brazos.
Esa noche, su familia se había roto. Ya ella le dolía lo que él debía de estar
sintiendo.
—Hubiera querido decírselo en otro momento —dijo—. Charles ya ha tenido
bastante por hoy.
Sintió un nudo en la garganta. Pobre y querido Charles. Cuando había salido
del comedor, había parecido perdido y completamente solo.
Gray la cogió de la mano y se dispusieron a buscarlo, pero al cruzar la terraza,
Charles se acercó a ellos.
—Justo ahora íbamos a buscarte —dijo Gray.
—Pensé que Jason podría estar aquí fuera.
—No lo hemos visto.
—Tengo que hablar con él, tengo que arreglar las cosas entre nosotros. Yo tengo
mi parte de culpa. Me niego a reprocharle a Jason el mismo pecado que yo cometí.
Corrie logró sonreír.
—Me alegro de que pienses así. Sé que los dos resolveréis las cosas. Pero
mientras tanto, hay alguien que debes conocer.
Charles frunció el ceño.
—¿Esta noche?
—Habíamos esperado que fuera una ocasión más alegre —dijo Gray—, pero sí,
Charles, tiene que ser ahora.
Entraron por la parte trasera de la casa y se dirigieron hacia las escaleras con

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Charles tras ellos.


—¿Adónde vamos? —preguntó.
—A la habitación de los niños —dijo Gray, y Charles se quedó paralizado en
medio de un escalón.
—¿A la habitación de los niños? No… no entiendo.
Corrie se acercó a él y lo cogió de la mano.
—Todo está bien, Charles, te vamos a presentar a tu hijo.
Corrie sintió que los dedos de Charles temblaban entre los suyos.
—¿Mi hijo…? —Arqueó las rubias cejas mientras en su mente encajaban todas
las piezas—. Antes… dijisteis algo sobre el bebé de Laurel. Luego todo se lió, y
después hubo ese tiroteo, y Rebecca, y yo… yo… —vaciló, luego comenzó a subir las
escaleras corriendo, por lo que tuvieron que apresurarse tras él para alcanzarle.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación del bebé, se detuvo.
—¿Está…? Por el amor de Dios, decidme que está bien. Que no le han
maltratado ni… nada por el estilo.
—Se va a poner bien —dijo Gray con firmeza—. Sólo necesita amor y cuidados.
Y de eso va a tener de sobra.
Charles se quedó allí parado, demasiado emocionado para hablar. Gray abrió la
puerta y empujó a su hermano a una habitación iluminada por la suave luz de una
lámpara. La niñera, la señorita Beasley, salió en silencio de la estancia mientras ellos
se acercaban a la cuna. Dentro, acurrucado entre los cálidos pliegues de una manta,
yacía el rubio hijo de Charles.
—Dios mío… —dijo con voz cargada de emoción cuando Corrie se inclinó y
cogió al bebé suavemente de la cuna para depositarlo entre los brazos de su padre—.
Mi hijo… —Charles lo dijo con tal ternura que a Corrie se le puso un doloroso nudo
en la garganta—. No me lo puedo creer. —Besó la coronilla de la cabeza rubia del
bebé—. Por fin estás en casa, hijo. —Levantó la vista como si pudiera ver el cielo—. Ya
puedes descansar en paz, cariño. Tu hijo está en casa, y puede estar segura de que
crecerá siendo amado.
Como si de alguna manera supiera lo que su padre decía, el bebé apartó la
manta y cerró su pequeña mano alrededor de un dedo de su padre. Charles se llevó
los diminutos deditos a los labios.
—Te contaré todo sobre tu madre —le prometió. Miró a Coralee—. Tu tía y yo te
contaremos lo hermosa y buena que era, y cuánto te amaba.
Corrie se enjugó las lágrimas que le caían por las mejillas. Entonces se echó a los
brazos de su marido, y durante un momento, él simplemente la abrazó. Luego los
dos se marcharon en silencio para dejar a solas al padre y al hijo.
—Tu hermana ya puede descansar en paz —dijo Gray mientras permanecían de
pie en el pasillo—. Has cumplido tu promesa.
—Sin ti, no podría haberlo hecho. —Corrie lo miró, con el corazón desbordado
—. Te amo, Gray. Te amo tanto.
La rodeó con sus brazos y la apretó contra su cuerpo como si nunca quisiera

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soltarla.
—Coralee… —tomando su cara entre las manos, la besó con suavidad—.
Llegaste a mi vida y llenaste el vacío de mi corazón. Jamás pensé que podría amar,
pero, santo Dios, Coralee, yo también te amo.

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Epílogo

Un mes más tarde

El viento inflaba las velas del barco que surcaba el mar rumbo a Francia. Había
amanecido, el sol sólo era una bola ígnea en el horizonte. Acababan de hacer el amor.
Corrie estaba tumbada al lado de su alto y bien parecido marido en la amplia litera
de la cabina del propietario del barco, Dragón del Mar, el buque insignia de Leif,
sintiendo como si su mundo, por fin, estuviera completo.
—Atracaremos a última hora de la mañana —dijo Gray. Le rodeaba los hombros
con un brazo, estrechándola contra su cuerpo—. ¿No estás deseando llegar?
Ella se volvió hacia él y sonrió.
—He estado deseando llegar desde el momento que me dijiste que íbamos a
venir. Oh, Gray, siempre he querido ver París. —No era la India, pero era un
comienzo. Además de ir a Francia, Gray había prometido llevarla a Italia. No podía
esperar a ver Roma.
Gray la recostó sobre su cuerpo y la besó en la frente.
—Recuerdo que prometiste escribir sobre el viaje cuando regresáramos a casa.
—Bueno, en realidad, tengo intención de empezar mientras estamos de viaje.
Krista me ha pedido que redacte una serie de artículos sobre mis viajes.
—Entonces, supongo que tendré que asegurarme de que tienes suficiente
material para los artículos.
Y Corrie estaba segura de que lo tendría. Él tenía tantas ganas de viajar como
ella. Un viaje era exactamente lo que necesitaban después de todo lo que había
ocurrido en sus vidas. Habían sucedido tantas cosas desde que su hermana había
muerto.
Thomas Morton había sido sentenciado a la horca, justo lo que se merecía.
Charles ejercía de padre, y mimaba a su hijo más que cualquier niñera.
Tanto Jason como Derek habían abandonado el castillo para regresar a Londres.
Según Allison, Derek le había prometido que regresaría, pero Corrie no estaba
segura. Esperaba que su amiga no se sintiera demasiado mal si al final las cosas no
funcionaban con el pícaro hermanastro de Gray.
Quizá la noticia más excitante fuera que Gray había decidido ocupar su escaño
en la Cámara de los Lores.
—Es necesario cambiar algunas leyes —había dicho—. No puedo ignorar mi
deber por más tiempo.
Sabía que hablaba del terrible negocio que suponían las casas de acogida, pero

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había más injusticias con las que lidiar, y Corrie creía que Gray era el hombre
adecuado para hacerlo. Cumplir su deber siempre había formado parte de él. Sólo le
sorprendía que hubiera tardado tanto en ponerse manos a la obra.
Se acurrucó más cerca de él, disfrutando de la sólida calidez de su cuerpo, de
sus músculos firmes cada vez que él se movía.
—Me preguntaba una cosa…
Gray arqueó una de sus oscuras cejas.
—¿Qué?
—Rebecca dijo que Charles no podía tener hijos, y está claro que sí puede.
—Charles estaba enamorado de tu hermana. Quizás eso marcó la diferencia.
—Sí, supongo que sería eso. —Deslizó un dedo por el espeso vello oscuro del
pecho de Gray y sintió el rápido latir de su corazón.
—Estás jugando con fuego, cariño. —El tono ronco de su voz le hizo sonreír.
—Y si el amor fue realmente la causa, ha sido una buena idea habernos ido
ahora de viaje, porque te amo con desesperación… lo que quiere decir que muy
pronto estaré…
Gray la interrumpió con un beso.
—Que muy pronto estarás redonda y pesada por mi bebé. Te amo, lady
incordio. Y creo que lo mejor será que intentemos de nuevo crear ese bebé.
Ella se rio cuando él se colocó sobre ella y de manera concienzuda se dispuso a
convertirse en padre.
Corrie tuvo la extraña sensación de que esa vez sus esfuerzos tendrían éxito.
Y sonrió para sus adentros.

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
KAT MARTIN
Kat Martin es autora de numerosas novelas románticas de éxito —entre
ellas Pasiones peligrosas, publicada por Vergara— que han sido traducidas a
una docena de idiomas y han vendido más de tres millones de ejemplares en
todo el mundo. Vive en Missoula, Montana y Bakersfield, California, y ama
la historia, los viajes y el esquí. Autora, entre otros títulos, de La aventurera
(Javier Vergara, 2001) y Pecado perfecto.
Nació en el gran valle central de California el 14 de junio y es
descendiente de pioneros. Creció en el ambiente agrícola de la cría de
ganado y el manejo de ranchos.
Se graduó en la sede de Santa Bárbara de la Universidad de California donde ella se
especializó en Antropología e Historia.
Antes de comenzar a escribir en 1985, Kat trabajó en relaciones públicas. Durante ese
tiempo, conoció a su marido, Larry Jay Martin, también escritor y fotógrafo.
Ella y Larry investigan a menudo en las áreas donde sus novelas tienen lugar.
Kat ama la historia, los viajes y el esquí.
Es miembro de Romance Writers of America y sus libros han sido traducidos a una
docena de idiomas.

CORAZÓN ARDIENTE
Como hija de un vizconde, la vivaz Coralee Whitmore está perfectamente situada para
escribir acerca de a élite de Londres en la descarada gaceta para damas Heart to Heart. Pero
bajo su elegante fachada late un corazón de una verdadera periodista.
De modo que cuando la muerte de su hermana queda descartada como un suicidio,
Corrie jura descubrir la verdad, sospechando el que célebre conde de Tremaine era el amante
de Laurel y el padre de su hijo ilegítimo. Corrie se infiltra en el castillo Tremaine fingiendo
ser una ingenua pariente cuya encantadora figura, y precarias circunstancias, la hacen
irresistible para el redomado granuja. Pero Corrie descubre que el conde no es lo que parece...
ni ella es inmune a sus encantos, a pesar de lo mucho que desprecie su comportamiento
libertino. Lejos de la columna de sociedad, la vida de Corrie se parece más a un culebrón de
Dickens. Pero el peligro de su ardid difícilmente es ficticio: alguien está empeñado en
asegurarse de que las preguntas de Corrie queden sin respuesta... y sin ser formuladas.

SERIE CORAZÓN
1. Heart of Honor – Corazón leal.
2. Heart of Fire – Corazón ardiente
3. Heart of Courage

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KAT MARTIN CORAZÓN ARDIENTE

Título original: Heart of Fire.


© 2008 by Kat Martin
© Ediciones B, S. A., 2008
ISBN: 978-84-666-3800-5
Depósito legal: B. 30.294-2008

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