Eduardo Roldan - Un Mundo Convulso

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Un mundo convulso

20 agosto, 2019

Con este artículo, Eduardo Roldán, destacado internacionalista, escritor, diplomático y analista
político mexicano, presenta su nuevo libro bajo el sello de la Asociación Mexicana de Estudios
Internacionales (AMEI) que está a la venta en librerías de prestigio con un costo de 259 pesos.
Colaboración invitada, Eduardo Roldán

Estamos viviendo un cambio de régimen y de época. Para entender el cambio, es indispensable recordar
brevemente que en el pasado se dio una situación similar en el mundo convulso de esas épocas.
Revisando la historia, vemos que, para buscar la solución a conflictos ancestrales entre el reino de los
hititas (hoy Turquía) y los egipcios, se firmó un tratado de paz y de cooperación. Este fue el tratado de
Qadesh, en 1259 antes de nuestra era. Dicho documento, firmado por Hattushil III y Ramsés II, es el
tratado de paz y cooperación más antiguo que se conserva.
Más adelante, entre el 27 a. C. y el 476 d. C., las reglas e instituciones fueron impuestas por el Imperio
romano, de modo que sus normas y valores se acataron por casi 500 años. Era un imperio lo que ahora
llamamos elegantemente hegemonía. Sin embargo, el poder absoluto de Roma, capital del imperio, se
fue debilitando con el tiempo. Cayó el Imperio romano y vino un desorden internacional: se generaron
convulsiones, nuevas economías y religiones; rebeliones y conquistas de territorios; hubo nuevos
actores políticos y conflictos sociales. Ello dio origen a una nueva época de incertidumbre y cambio.
Esta situación persistió del año 476 hasta 1648 de nuestra era, pero con la Paz de Westfalia, se puso
fin a múltiples guerras y a la conocida como la guerra de los Treinta Años. Los dos tratados de paz de
Osnabrück y Münster, firmados el 15 de mayo y 24 de octubre de 1648, transformaron la geopolítica
europea del siglo XVII, que dio pauta a un nuevo orden mundial integrado principalmente por principados
y reinados. Toda esta etapa estuvo gobernada por una norma, conocida como el derecho divino de los

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reyes. Dicho periodo se caracterizó por un sistema jerárquico, donde el monarca gobernaba y solo rendía
cuenta a Dios. Este periodo duró hasta 1814-1815, en virtud de que en los años previos fue surgiendo
la idea liberal-republicana, hasta consolidarse con la Revolución francesa de 1789, la cual convulsionó
al ancien régime o viejo orden mundial. Más tarde, Napoleón Bonaparte atentó contra los reinos y dio
pauta a que estos se uniesen y crearan alianzas. Dichas alianzas no pudieron detener el nuevo orden
mundial de la época que dio origen a la expansión de los Estados republicanos y que, con el tiempo,
permitieron la consolidación de las naciones que hoy conocemos como países. Sin éxito, los monarcas
trataron de detener las ideas revolucionarias en plena expansión, con los Congresos de Viena (1814-
1815), Aix-la-Chapelle (1818), Aquisgrán (1818), entre otros.

Con el tiempo, se dio la formación de los nuevos Estados nación, unos republicanos y otros con
limitaciones al monarca. Ello generó una estabilidad que duraría 100 años, es decir, hasta 1914. En
estas fechas, surgieron los nacionalismos extremos, lo cual dio origen a la Primera Guerra Mundial, o
Gran Guerra. Este hecho motivó la creación de la primera cátedra sobre el estudio de las relaciones
internacionales, en la Universidad de Aberystwyth en Gales y se le denominó la cátedra Woodrow
Wilson. Esta fue confiada a Alfred Eckhard Zimmern en 1919, hace ya 100 años. Al final de la Gran
Guerra, se dio una paz precaria, que fue inestable y dio origen a la Segunda Guerra Mundial, la cual
comenzó en 1939 y terminó en 1945.

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Al término de la Segunda Guerra Mundial, dos potencias salieron ganadoras: Estados Unidos y la Unión
Soviética, cada una con ideologías antagónicas, es decir, el capitalismo y el comunismo. Estas
ideologías dieron pauta a la confrontación conocida como la Guerra Fría. Así, se creó un nuevo orden
mundial, con Estados Unidos a la cabeza del sistema capitalista, y se construyeron instituciones como
las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, entre otras. En pocas
palabras, se estableció un nuevo sistema de normas mundiales que mal que bien persiste hasta nuestros
días.

Con la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la desintegración de la Unión Soviética, en 1991, se fue
gestando el nuevo orden mundial que estamos viviendo en la actualidad. Esa es la nítida realidad de
hoy en día y, en esa tesitura, se dio la derrota del sistema socialista, Estados Unidos se convirtió en una
hiperpotencia entre 2000 y 2005, hasta que la Unión Soviética regresó a la palestra internacional
después de haber sufrido su desintegración. Retornó como Rusia y como gran potencia en 2008. No
hay que olvidar también que en todas esas décadas surgieron nuevas potencias hegemónicas, políticas,
económicas y militares, como China, Japón, la Unión Europea y los países emergentes como Brasil,
India y Corea del Sur. Hoy en día, estamos viviendo un profundo cambio, un ajuste de la arquitectura
internacional, donde nuevos actores están surgiendo política y económicamente a nivel mundial, al igual
que nuevas organizaciones no gubernamentales, instituciones financieras, económicas y nuevos países,
en particular en África, que se fueron independizando a partir de la década de 1960.

Estoy convencido de que algunas de las normas que se establecieron después de la Segunda Guerra
Mundial siguen vigentes y otras no, debido al reajuste político internacional. Pues, antes, era la lucha
geopolítica; hoy es la lucha geoeconómica. Ya no es la conquista territorial pura, ahora es la conquista
de los nichos de mercado internacionales, en virtud de que vivimos un mundo global plenamente
capitalista. China está reajustando su fuerza política, económica, militar y se está lentamente
desplazando al lugar que ocupaba antes Estados Unidos. En este tenor resulta claro que Estados Unidos
está tratando de reencontrar y reafirmar su hegemonía frente a China, Rusia y la Unión Europea, en
virtud de que se distrajo con guerras en Medio Oriente y el norte de África, mientras China se consolidaba
en Asia, África y América Latina desde el punto de vista económico. Estamos viendo que, en este
proceso de transición, la era Trump, Estados Unidos busca reafirmar su hegemonía y los espacios
perdidos con mecanismos equivocados. Sin embargo, la misma realidad económica y política
contemporánea le hará pagar un precio.

Hoy en día, estamos viviendo un sistema capitalista de carácter global con todo lo que conlleva:
conflictos en los mercados, lucha por mantener una competitividad e intercambios desiguales. Es
evidente el desplazamiento económico de la hegemonía estadounidense por la de China —de ahí la
actitud de Trump ante esta situación—. China ha estado cosechando positivamente lo que sembró en
los años sesenta. ¿Cómo EEUU podría contener a China sin una estrategia al respecto? La encontró
declarando una guerra comercial que en el fondo es una guerra digital para contener a China en su
carrera por el dominio digital. ¿Lo logrará? Lo dudo. El magnate no ha entendido el grado de integración
que se ha dado en América del Norte producto de la globalización que el mismo Estados Unidos impulsó
a su conveniencia.

Lo peor es que Estados Unidos está destruyendo aquello que cimentó después de la Segunda Guerra
Mundial, a través de instituciones, normas y valores. Por ello, ya estamos en un cambio de régimen y
de época. El mundo convulso de hoy refleja una nueva configuración del poder internacional. Esta no es
más que un nuevo periodo mundial donde se han estado generando cambios dramáticos en las
concepciones geopolíticas y geoeconómicas. Todo ello se ha dado en la búsqueda de un reajuste de
poderes militares, políticos y económicos, de coordinación, cooperación o confrontación entre las
grandes potencias del orbe: Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea, India, entre otras. Estamos

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viviendo un mundo convulso salpicado de crisis sociales, económicas, políticas y de valores, como
producto de la perversión, de la corrupción y del incremento de la desigualdad en la distribución de la
riqueza mundial, donde solo una élite de diez hombres detenta 50 por ciento de ella. En este sentido, la
mayoría de la población en general, y de la clase media en particular, ha visto disminuir sus derechos
sociales, sus pensiones, sus bienes. Grupos sociales conviven indignados, protestando en la calle, en
la desesperanza y el empobrecimiento, mientras se multiplica la delincuencia y la corrupción política
queda impune, en medio de una profunda corrupción estructural que nos ha llevado a la polarización
mundial. Además, el gasto de armamento, en 2018, fue el más alto desde la Guerra Fría, con un monto
total de más de mil 739 billones de dólares (2.2 por ciento del PIB mundial) y cuyos cinco vendedores
más importantes son Estados Unidos (34 %), Rusia (22 %), Francia (6.7 %), Alemania (5.8 %) y China
(5.7 %). Estas son las verdaderas causas del mundo convulso que nos tocó vivir.

El mismo G20, integrado por las economías más desarrolladas del orbe, teme un debilitamiento mundial
de la economía por contagio de los países ricos. En su reunión del 12 de abril de 2019 en Washington
DC, alertaron sobre la necesidad de frenar riesgos y tomar medidas para reducirlos. En dicha reunión,
el ministro de Finanzas de Japón, Taro Aso, expresó: “La expansión del crecimiento global continúa,
pero a un ritmo más lento que el previsto. Además, el balance de riesgo sigue sesgado a la baja.
Reconocemos el riesgo de que las perspectivas de crecimiento puedan deteriorarse.”

Pricewaterhouse Coopers señala que, si México hace bien las cosas, a partir de la coyuntura de cambio
de régimen por la que transita, el país podría pasar de ser la decimoquinta a la octava economía del
mundo. El futuro está en la innovación tecnológica y en la creatividad de los estudiantes y de sus
profesionistas. México se encuentra en el lugar 56 en el índice de innovación tecnológica, por lo que
debe tener en mente la visión de innovar, pues, ¿cómo transformar un país sin innovación tecnológica?
Los grandes ejes de la nueva relación de México con el mundo deberían ser el comercio, la inversión,
el intercambio educativo masivo y la innovación tecnológica.

México debe seguir participando activamente en organismos internacionales multilaterales y auspiciar


un nuevo orden internacional. Esto considerando que en un mundo globalizado es imprescindible
contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, como la extrema pobreza, el
calentamiento global, la corrupción, el lavado de dinero, las migraciones mundiales, la discriminación, el
menoscabo a los derechos humanos, y las pandemias. Todo ello se debe tratar con base en la Agenda
2030 y sus 17 objetivos de desarrollo sostenible, desde una visión de cooperación internacional y
enfatizando en el desarrollo y la seguridad humana.

Por lo anterior, la acción debe de ser contundente, determinante y sin confrontaciones. La situación
exige actuar con inteligencia, diligencia y estrategia, fortaleciendo integralmente las relaciones de tipo
cultural, político, diplomático, turístico y económico. Pero lo fundamental es migrar de la diplomacia de
extorsión y chantaje, de la diplomacia disminuida del pasado reciente, a una diplomacia basada en el
pundonor. Es necesario establecer negociaciones menos confrontacionistas; de coordinación, más que
de subordinación. En el mundo convulso en que vivimos, resulta inaceptable que México siga pagando
altos costos políticos por decisiones externas que ha aceptado como propias. Por todo lo anterior, es
indispensable tener en mente al pionero de la informática, Alan Kay, quien dijera: “La mejor manera de
predecir el futuro es creándolo.”

http://www.protocolo.com.mx/internacional/un-mundo-convulso/

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