Pub - La Isla Dragon
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JACK WILLIAMSON
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
INDICE
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19.............................................................................................................................................111
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La vida es un río. El protoplasma fluido, la eterna materia de los hombres y los dinosaurios y
los trilobites, ha manado a través de las sucesivas generaciones de mil millones de años, con
sus canales siempre formados por las presiones casuales de la mutación y del ambiente.
Siempre... hasta ahora. Pero ya no. Porque ahora, finalmente, la vida ha hallado sus propias
fuentes secretas en la estructura de los genes. Ahora el hombre puede convertirse en su propio
creador. Puede eliminar los fallos fatales de su propia especie imperfecta, antes de que el flujo
de la vida siga adelante para dejarlo varado sobre las orillas del tiempo junto con los
dinosaurios y los trilobites...; eso, siempre que acepte y utilice la nueva ciencia de la mecánica
genética.
CHARLES KENDREW
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Dane Belfast chocó con este sorprendente impacto cuando abrió la puerta de la habitación que
ocupaba en un hotel de Nueva York, a las siete de la mañana de ese día de marzo. La
inesperada intensidad de esta sensación le cortó el aliento y lo empujó hacia atrás. Se refugió
en el umbral, tanteando con aturdimiento en busca de lo que le había sacudido así.
El pasillo, cubierto con una alfombra roja, estaba vacío. Escuchó, pensando que debía de
haber habido algún disparo o un grito, pero no oyó nada más alarmante que el murmullo
apagado del tránsito en Madison Avenue, veinte pisos más abajo. Olió el aire en busca de
humo, pero no encontró nada más inquietante que los tenues y rancios olores humanos de
tabaco y perfume.
Sus sentidos en tensión no percibieron ninguna amenaza, y al principio trató de no hacer caso
de lo que había experimentado. Era un hombre de ciencia, un investigador de la genética.
Había encontrado suficientes misterios en sus trabajos con genes y cromosomas, en un mundo
donde los iguales generan a los iguales. No disponía de tiempo para lo inexplicable.
Contuvo el aliento, sacudió cuidadosamente una hilacha del abrigo doblado sobre su brazo, y
se encaminó nuevamente con paso resuelto hacia el ascensor. No se necesitaba ser un biólogo
profesional para saber que el peligro, por sí mismo, no tiene sabor ni consistencia, ni
resplandores de alarma; por un momento trató de convencerse de que había sido afectado por
una súbita cinestesia, esa anormalidad de la percepción en la cual los sonidos son vistos con
color, y los colores son saboreados.
Pero no estaba enfermo. Nunca lo había estado, ni siquiera por un resfriado. Aun después de
la aplastante tensión de esos últimos meses, se sentía bastante fuerte y sano para no ceder a
productos enfebrecidos de su imaginación. Tenía apenas veinticinco años y todavía estaba
acorazado por el vigor indestructible de la juventud. Todo había marchado bien hasta el
momento en que había abierto la puerta.
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Ahora intentaba tragar ese sabor acre del mal, pero se pegaba a su lengua. Parpadeó para
hacer desaparecer el resplandor incoloro, pero éste siguió bañando el corredor con su
amenazante hostilidad. Y el peligro volvió a detenerle antes de que pudiese cerrar la puerta de
su habitación. Era una barrera invisible y sin embargo extrañamente efectiva, que lo retrasó
durante algunos molestos segundos..., el tiempo suficiente para que oyese sonar el timbre del
teléfono.
-¿Dane? -preguntó una voz de mujer joven, baja y agradable-. ¿El doctor Dane Belfast?
Hablaba como si le conociese, pero Dane no había estado en el Este desde hacía mucho
tiempo, cuando él y su madre habían acompañado a su padre a un congreso de médicos. No
tenía amigos en Nueva York, y menos aún amigos del sexo femenino.
-Soy Nan Sanderson -dijo ella, pero Dane no recordaba a nadie de ese nombre-. Del Servicio
Sanderson. Estamos en la calle Cuarenta, a pocas manzanas de su hotel. ¿Podría venir a
nuestra oficina esta mañana? ¿Digamos a las once?
Estaba seguro de no haber oído mencionar nunca al Servicio Sanderson, y se preguntó por un
momento cómo había conseguido esta firma su nombre. No le habían anunciado su llegada ni
siquiera a Messenger, el financiero al que pensaba entrevistar-. ¿Qué venden ustedes?
-Nada -respondió ella serenamente-. A menos que quiera llamarlo seguros de vida. Porque
usted corre peligro, doctor Belfast. Y es probable que nosotros podamos salvarlo.
Su voz tenía un tono convincente, y sus palabras hicieron que la oscura iluminación que había
encontrado afuera entrase al cuarto. Ahora esta sensación de peligro dejaba de ser una posible
ilusión. Se había convertido súbitamente en algo real, que él debía aceptar y explicar.
-¡Bastantes! -contestó ella, con una voz contenida que encerraba una urgencia apremiante-.
Enemigos mortales, que trabajan inteligentemente en la sombra, que están bastante
desesperados como para envenenar sus alimentos, asesinarlo a tiros por la espalda o
apuñalarlo mientras duerme.
Cinco minutos antes él se habría reído de esto. Sin embargo, en ese momento sintió que el
aliento helado del peligro se filtraba por la puerta cerrada, y saboreó el veneno del odio
adherido a su lengua.
-Eso me parece muy drástico -comentó él, sin poder contener un estremecimiento-. ¿Quién
podría desear matarme?
Él repitió el nombre. Sonaba extraño, y trató de negar nuevamente toda posibilidad de peligro.
No le había hecho daño a nadie. Los objetivos de sus investigaciones eran desinteresados. No
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tenía en su poder nada que alguien pudiese desear tan desesperadamente como para matarlo
por ello.
Levantó la mano distraídamente para tocar su billetera achatada. La mayoría de sus ahorros
habían servido para pagar cuentas pendientes del laboratorio en quiebra, después de la muerte
de su padre y de la interrupción de las donaciones de Messenger. Los cinco billetes de veinte
que aún tenía no podían tentar a nadie al robo.
-No puedo hablar mucho -dijo la muchacha. Le dio una dirección en la calla Cuarenta-.
¿Estará aquí a las once?
-Pero yo no puedo correr un verdadero peligro -insistió él-. A menos... -se interrumpió
nerviosamente-. ¿Esto se debe a mis investigaciones?
Al igual que su padre, él había estado buscando la forma de llegar a modificar y obtener la
mutación de los genes, de reconstruir los rasgos de la herencia que ellos transmitían. Este
secreto creador podría haber bastado para rodearlo de enemigos codiciosos..., pero él no había
logrado hallarlo.
Los genes, llaves tentadoras de todos los misteriosos poderes y maravillas de la vida, eran
demasiado pequeños para ser tocados y transformados con los procesos que ellos habían
puesto en práctica. Los repetidos fracasos debían haber destruido la confianza de Messenger
en el proyecto, y Dane sabía que habían sido la causa final de la muerte de su padre. Él mismo
había estado a punto de darse por vencido antes de hallar en el escritorio de su padre unas
viejas cartas.
Cartas de Charles Kendrew, escritas en la década de 1930 por este pionero de la genética, en
las que se refería a sus atrevidos planes para esa magnífica ciencia nueva que él llamaba
mecánica genética; cartas de Messenger, fechadas muchos años más tarde, en las que
prometía fondos para llevar adelante el trabajo inconcluso de Kendrew.
Ahora esas cartas estaban en el portafolios de Dane. Las había traído a Nueva York.
Contenían pruebas importantes de que ya había sido descubierto un método viable para crear
mutaciones genéticas útiles, quizá por obra del mismo Kendrew, y de que Messenger había
ganado una fortuna gracias a él.
Precisamente era acerca de estas pruebas circunstanciales que él quería conversar con el
magnate. Esperaba una entrevista tempestuosa. Cualquier proceso para obtener mutaciones
dirigidas podía ser más importante para la humanidad que los métodos para producir la fisión
del átomo. Si Messenger tenía algo que ocultar, las cartas podrían convertirse en una posesión
peligrosa después que él las viera.
Todo lo que deseaba Dane era otra oportunidad para llevar a la realidad el magnífico sueño de
Kendrew. Si Messenger ya estaba explotando algún tosco proceso de mutación, tal como lo
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sugerían las cartas, él quería conocerlo, perfeccionarlo, y verlo aplicado según los ideales de
Kendrew: para beneficio de la humanidad y no de un monopolio.
Sin embargo, Dane no era un enemigo de la propiedad. Consideraba que su propia escasez de
fondos era un contratiempo temporal. Estaba dispuesto a permitir que la compañía de
Messenger obtuviese una ganancia incidental con todas las creaciones de la mecánica
genética, y había tenido bastante confianza en recibir un trato justo, hasta que había abierto la
puerta para encontrarse con ese resplandor siniestro.
-He estado realizando algunas investigaciones genéticas -le explicó a la muchacha por
teléfono-. Podrían haber sido importantes, pero no dieron resultado. Si alguien cree que
descubrí algo digno de ser robado...
-No, Dane. No se trata de eso -lo interrumpió ella rápidamente-. Pero su situación es
verdaderamente grave. Cuídese de Gellian. Y lo estaré esperando a las once.
Sus palabras lo habían convencido de que sus sensaciones perturbadoras tenían un motivo
justificado, ajeno a él mismo. Pero ahora, al apartarse del teléfono, le pareció que ya se estaba
disipando. Comprendió, extrañado, que el resultado neto de ese resplandor y del olor y el
sabor del peligro había sido mantenerlo allí el tiempo necesario para recibir aquella llamada.
Sin embargo, le pareció que hasta que pudiese reunir más datos, la naturaleza de esta
sensación de peligro seguiría siendo una incógnita. Bebió un vaso de agua para librarse de la
sequedad de su garganta, y entonces abrió el portafolios con el súbito temor de que su
contenido hubiese desaparecido junto con todas las claves de aquella ciencia secreta.
Pero encontró a salvo las cartas, amarillentas por efecto del tiempo, escritas con la cuidada
letra de Charles Kendrew, y las notas de Messenger escritas a máquina en el costoso papel con
membrete de la Cadmus Corporation, y los borradores a lápiz o las copias a papel carbón de
algunas de las respuestas de su padre.
Cerró el portafolios, satisfecho, y lo llevó con él cuando volvió a salir. No tropezó con una
nueva alarma; el extraño resplandor siniestro se había apagado cuando llegó al vestíbulo, para
convertirse en un recuerdo intranquilizador.
Ya con su personalidad casi recuperada, comió jamón con huevos en el comedor del hotel, a
pesar de que la sensación de peligro le había dejado un regusto amargo que disminuyó su
apetito. Volvió al vestíbulo, y desde una cabina pública llamó por teléfono a Messenger.
Una voz suave ronroneó que el señor Messenger estaba ausente. El señor Messenger no
llegaba casi nunca antes de las tres de la tarde, y generalmente estaba ocupado a partir de ese
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momento. El horario del señor Messenger no le permitía conceder entrevistas, pero Dane
podía dejar su nombre. Lo dejó, y manifestó que iría a visitar al señor Messenger a las tres.
Todavía disponía de los horas antes de acudir a su cita en el Servicio Sanderson. Con la
esperanza de encontrar algún dato de interés acerca de esta empresa, o de la compañía
Messenger, o incluso de alguien llamado John Gellian, compró una pila de diarios en el
puesto del vestíbulo, y se encaminó hacia el dudoso santuario de su habitación para leerlos.
La pregunta fue hecha con voz suave detrás de él, cuando se estaba alejando del quiosco. Por
algún motivo, despertó momentáneamente un eco de la extraña sensación de peligro. Se
volvió con aprensión, y vio un chispazo de oscura hostilidad que señalaba e identificaba al
hombre alto que lo seguía apresuradamente.
-De la Agencia Gellian -respondió el desconocido, con una sonrisita severa-. ¿Puedo disponer
de su tiempo?
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Dane había retrocedido, a la defensiva, pero el resplandor del peligro ya se había disipado.
John Gellian tenía un aire de cansada buena voluntad. Dane de siguió con una nerviosa
inclinación de cabeza, y se encaminaron hacia un rincón desierto del vestíbulo.
Detrás de la severa cortesía de sus modales había una desesperación velada. Sus movimientos
nerviosos y su ceño fruncido parecían revelar un cruel conflicto interior, una terca obstinación
que duchaba contra los obstáculos aplastantes. Parecía seriamente decidido, y sin embargo
terriblemente asustado.
Quizás estaba enfermo. Mientras esperaba ansiosamente para enterarse de lo que deseaba su
interlocutor, Dane tuvo tiempo de ver el nervioso brillo de sus ojos, el color desagradable de
su piel y los surcos de dolor que se hundían profundamente alrededor de su boca. Dane
decidió que estaba luchando contra una grave enfermedad y que lo atormentaba un miedo
devorador a la muerte.
Llegaron a un grupo de sillones en el rincón vacío, lejos del puesto de diarios, del escritorio y
del ajetreo de los ascensores, pero Gellian no hizo ningún movimiento para sentarse. Giró
bruscamente para enfrentarse a Dane, con sus ojos hundidos inesperadamente penetrantes.
-No esperaba que me reconociese -dijo, y su voz siguió siendo extremadamente suave-.
¿Puede explicarme cómo sabía mi nombre?
-Yo podría preguntarle lo mismo a usted -respondió Dane con una sonrisa alerta.
-La nuestra es una agencia de detectives privados -manifestó Gellian, con una sonrisa
conquistadora-. Le estuvimos investigando con la intención de incorporarlo a nuestro
personal. Cuando nuestros agentes informaron que estaba en la ciudad, decidí discutirlo con
usted.
Dane meneó la cabeza, ligeramente desconcertado. Ya tenía bastantes enigmas para resolver
por su cuenta: la extraña desaparición de Charles Kendrew, la peculiar prosperidad de la
compañía de Messenger, la naturaleza del Servicio Sanderson y el origen de esa misteriosa
sensación de peligro.
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-Le interesará cuando sepa lo que estamos haciendo. La nuestra no es una agencia de tipo
común. No buscamos esposos desaparecidos, ni personas que no han pagado sus cuentas.
Libramos una guerra... -La voz de Gellian estaba cargada de una súbita vehemencia, pero se
contuvo bruscamente para mirar a su alrededor, como si temiera que lo escucharan oídos
indiscretos-. Este trabajo le interesará -agregó, bajando cautelosamente la voz-. Pero antes de
decirle algo más, me gustaría conocer ciertos detalles acerca de sus tareas en el laboratorio
Kendrew.
-No estoy buscando un empleo -insistió Dane-. Pero no hay secretos acerca de nuestras
investigaciones. Casualmente todos los resultados han sido publicados. Estudiábamos las
mutaciones..., los cambios súbitos en los genes que dan origen a nuevos rasgos, no heredados
de ninguno de los padres.
-Lo sé, lo sé -asintió Gellian, con un gesto nervioso-. Nuestros agentes de la costa occidental
comunicaron su fracaso -sus ojos hundidos se entrecerraron-. Lo que no informaron fue dónde
obtuvieron esos los millones.
-Es un secreto de mi padre -dijo Dane, y sintió que sus dedos apretaban el portafolios,
mientras pensaba en las cartas de Messenger que estaban dentro-. Las donaciones eran
anónimas -agregó rápidamente, con la esperanza de que Gellian no hubiese notado su
reacción-. Prometimos no revelar su origen.
A Dane de pareció sentir que el siniestro frío del peligro volvía al vestíbulo, y creyó ver
nuevamente su siniestro resplandor en el rostro cansado de Gellian. Esto lo hizo estremecerse
un poco, pero no encontró nada de malo en la pregunta. Respondió serenamente:
-Kendrew era un viejo amigo de mi padre. Un excelente genetista, nacido antes de tiempo.
Hace cuarenta años, empezó a intentar lo que nosotros no logramos hacer. Pero una tragedia
familiar destruyó su vida. Abandonó el trabajo y desapareció en 1939, varios años antes de
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que yo naciese. Mi padre tenía la esperanza de retomar sus investigaciones donde él las había
dejado.
-¡Pero no las dejó! -exclamó Gellian, con voz cargada de una violencia contenida-. Nunca
abandonó su trabajo. Desapareció deliberadamente, para continuar en secreto sus diabólicos
experimentos.
-Se equivoca -afirmó Dane decididamente-. Yo he leído cartas que Kendrew escribió acerca
de su trabajo, y éste no era satánico. Sé que no tenía ninguna mala intención...
-No conozco sus intenciones -lo interrumpió Gellian, con tono sombrío-. Pero he visto los
resultados.
El helado aliento del peligro flotaba en el ambiente. Dane miró extrañado a Gellian y volvió a
estremecerse. Su presión sobre el portafolios se hizo más rígida. Las cartas de Kendrew
contenían tentadoras insinuaciones de su éxito, pero él no había hallado ninguna prueba
concreta.
-¡Mutantes! -respondió Gellian. Sus ojos profundos tenían un brillo alucinado, pero su voz
parecía razonable-. Pensé que esto le interesaría, Belfast. Lo cierto es que estamos trabajando
en el mismo problema, desde ángulos distintos. ¿No cree que deberíamos unir nuestras
fuerzas?
-Nos rodean por todas partes -exclamó Gellian. Los surcos del dolor parecieron hacerse más
profundos en las mejillas hundidas de Gellian, y miró hacia atrás como un hombre asustado-.
¡Monstruos sobrehumanos! -agregó, con voz estremecida-. Se ocultan entre los hombres, y
esperan el momento de avasallarnos.
-¡No son hombres! -respondió Gellian, siguiéndolo, con las flacas manos crispadas y
estremecidas-. Son una nueva especie. Los llamamos los no-hombres. Nacieron de seres
humanos, gracias a la ciencia maligna de Kendrew. Parecen hombres. Simulan ser hombres.
Pero si usted encontrase a alguno, podría percibir la diferencia.
Dane estaba agazapado cautelosamente. Su olfato había captado una sensación más aguda de
peligro, y el sabor amargo estaba nuevamente en su lengua.
-Le dije que estamos librando una guerra -prosiguió Gellian-. Nuestra agencia está formada
por un pequeño grupo de hombres leales y decididos, organizados para luchar por la
supervivencia contra los engendros de Kendrew, de la misma forma, supongo, que los últimos
hombres de Neanderthal lucharon contra nuestros propios antepasados mutantes del
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Cromagnon, hace cien mil años. Pero nosotros conocemos el peligro. Hemos empezado antes
que los hombres de Neanderthal. A pesar de todas las ventajas y los poderes que Kendrew
concedió a sus monstruos, estamos dispuestos a triunfar.
Pero ¿acaso estaba seguro de eso? En su portafolios tenía las cartas, y él sabía que los
mutantes humanos no eran más imposibles de obtener que las plantas mutantes que la
compañía de Messenger estaba cultivando en Nueva Guinea. Se humedeció los labios, y trató
de tragar esa persistente acritud.
-Espere a conocerlos -lo desafió Gellian-. Son tan inteligentes que es difícil notar la
diferencia, pero la sentirá... como hielo en la médula de los huesos.
-He estado sintiendo... algo -respondió Dane, y no pudo dejar de mirar a sus espaldas, con el
mismo nerviosismo con que lo había hecho Gellian, y tuvo que contener el aliento. ¿Era eso
lo que había percibido..., la hostilidad velada de monstruosas mentes mutantes, que luchaban
con poderes desconocidos para someter a la humanidad?
-El peligro -contestó Dane, meneando la cabeza con turbación-Desde que abrí esta mañana la
puerta de mi habitación. No lo entiendo, porque no tengo motivos para temerle a nadie.
-Sí, los tiene. Usted está en peligro desde el momento en que decidimos incorporarlo a nuestra
agencia. Esos monstruos parecen tener un extraño conocimiento de nuestros planes contra
ellos.
-No sé qué pensar -murmuró Dane nerviosamente-. Estoy seguro de que el viejo Kendrew no
tenía malas intenciones, y me parece demasiado horrible sospechar...
-Vayamos a la oficina, si usted dispone de un minuto -dijo, con voz nuevamente tranquila, ya
recuperado su autocontrol-. Si todavía le quedan dudas acerca de nuestra propuesta, podré
mostrarle todas las pruebas necesarias.
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La empleada era una muchacha negra, delgada y de expresión tímida, cuyos límpidos ojos
parecieron iluminarse con devoción cuando le habló a Gellian. La operadora del conmutador
telefónico era una llamativa rubia nórdica, y la esbelta muchacha que atendía los teletipos era
china.
-Sí, provenimos de todas las razas --comentó Gellian suavemente-. De todas las razas
humanas. Nuestros viejos conflictos raciales resultan estúpidos, ahora que luchamos unidos
contra los monstruos de Kendrew.
Condujo a Dane hasta una cómoda oficina privada. La muchacha china lo siguió para
entregarle una hoja amarilla de mensajes arrancados de la máquina. Él los leyó, mientras los
surcos de dolor se hacían lentamente más profundos en su rostro macilento y enfermizo.
Señaló una silla mientras salía apresuradamente, pero Dane se sentía demasiado excitado para
sentarse. Los ambiguos comentarios de esas cartas habían bastado para traerlo a Nueva York.
Obtener pruebas de los descubrimientos genéticos de Kendrew sería... ¡sensacional!
Dane se resistía todavía a creer que el genetista desaparecido hubiese creado una raza de seres
sobrehumanos para desplazar a la humanidad, pero su ansiedad por ver las pruebas que le
había prometido Gellian le cortaba el aliento. Miró dubitativamente a su alrededor.
Todavía estaba un poco desconcertado por la idea de un conflicto secreto por la supervivencia,
entre los mutantes y los hombres, pero la agencia producía una impresión convincente de
eficiencia. Los empleados atareados parecían tan tranquilos y cuerdos como los de un banco.
Y la organización debía de ser sorprendentemente extensa, si tenía sucursales en Australia.
Su mirada inquisitiva se detuvo sobre los libros alineados detrás del escritorio atestado de
papeles de Gellian. En lugar de volúmenes de criminología y derecho, vio obras recientes de
ciencias biológicas. Incluso había un ejemplar de su propio informe: La bioquímica de la
mutación.
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Apartó la vista de los libros con un encogimiento nervioso de hombros, y entonces sus ojos
fueron atraídos por un mapa. Era un hermoso planisferio que cubría casi por completo una
pared. En él estaban clavadas docenas de alfileres negros; un hilo escarlata saltaba de uno a
otro de ellos y terminaba en un signo de interrogación trazado con tinta negra.
Al mirar el signo meneó la cabeza inexpresivamente. Los alfileres estaban distribuidos como
al azar, por las zonas habitadas de los cinco continentes. No alcanzaba a entender qué
indicaban, y el curso del hilo rojo parecía demasiado intrincado para tener alguna
significación.
Entonces se paseó desconcertado por el cuarto, hasta llegar al árbol. Al principio pensó que
era una decoración que quedaba de la Navidad pasada, y se preguntó por qué no lo habían
tirado muchos meses atrás. Pero parecía brillar, en el rincón en penumbras donde se
encontraba, como si tuviese un reflejo gris del resplandor del peligro.
Era un pino pequeño y de follaje oscuro, plantado en una vulgar maceta roja. Ésta parecía
tener como lastre algunos trozos de roca oscura y fragmentos oxidados de metal. De las ramas
colgaban todavía algunos adornos cubiertos de polvo, y entre ellos había un juguete.
Una nave espacial. Por un momento se preguntó por qué colgaba olvidada allí, tanto tiempo
después de Navidad. Sobre el escritorio de Gellian había visto las fotografías de los criaturas
de ojos oscuros: un varón y una niña. Y la pequeña nave habría hecho las delicias de cualquier
pequeño, con su coraza verde y la perfecta artesanía de su compuerta y del tren de aterrizaje y
los escapes en forma de campana. Se disponía a tocarla, cuando volvió Gellian.
-¡Y usted quiere pruebas de la existencia de los mutantes! -comentó el macilento detective,
con un gesto desanimado-. Éstas son las cosas que nos tienen asustados. Una criatura de ocho
años..., ¡lo bastante inteligente para escapar de nuestros mejores agentes de Australia! Para
resolver estos casos necesitamos hombres con un entrenamiento como el suyo.
-No soy detective -protestó-. No puedo creer que Charles Kendrew haya engendrado
monstruos inhumanos. Indudablemente ésa no era su intención. Mi padre lo conocía -se
adelantó rápidamente-. Pero estoy ansioso por ver cualquier prueba que usted tenga.
Se sentó pesadamente detrás de su escritorio, con la espalda vuelta hacia la ventana y hacia el
horizonte de la ciudad oscurecido por la lluvia. Su mirada preocupada se dirigió hacia el
diseño de alfileres e hilo del mapa mural, y pasó por aquel juguete exquisito que brillaba en el
arbolito, para detenerse por fin tristemente sobre la fotografía de las criaturas que tenía sobre
el escritorio. Por un momento pareció cansado y asustado, y vencido por su enfermedad;
luego su cuerpo consumido se irguió desafiantemente.
-¿Acaso hace cuarenta años Kendrew no estaba tratando de obtener mutaciones controladas? -
preguntó, con la mirada nuevamente endurecida-. ¿Por qué está tan seguro de que fracasó?
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-No estoy seguro de que haya fracasado -dijo Dane-. Supongo que es posible que haya
inventado un proceso de mutación, después de desaparecer en 1939. Pero no era lo bastante
irresponsable, estúpido o malvado para crear algo peligroso para la humanidad.
-Pero mi padre lo conocía -insistió Dane-. Casualmente trabajaron juntos. Cuando mi padre
salió de la Escuela de Medicina, en 1925, Kendrew lo empleó como ayudante para sus
investigaciones.
-Nada -respondió Dane, meneando la cabeza-. Kendrew tenía ideas interesantes acerca de
cosas tales como la similitud de los virus y los genes, según me contó mi padre. Pero el
mundo no estaba preparado para eso. No había microscopios electrónicos ni radioisótopos
para explorar las moléculas vivas acerca de las cuales teorizaba. Después de muchos años de
fracasos mi padre se desanimó, y empezó a practicar como cirujano.
-A pesar de todo -asintió Dane-. Durante los años de la depresión había perdido su respaldo
financiero. Abandonó San Francisco para buscar algún empleo decente, por insignificante que
fuese. Acostumbraba a escribirle a mi padre acerca de su trabajo en miserables laboratorios
escolares o en su hogar, con la única ayuda de su esposa.
-No tenía malas intenciones -protestó Dane-. Estoy seguro de ello, después de haber leído lo
que le escribía a mi padre acerca de sus planes e ilusiones. Si a veces soñaba con cambiar el
mundo, no era para empeorarlo.
Podía oír cómo su propia voz traducía las grandes esperanzas de Kendrew. A pesar del ceño
fruncido de Gellian, se dejó arrastrar por su antiguo entusiasmo.
-¿Qué son los genes? Quizá nada más que moléculas proteínicas, ensartadas como cuentas
para formar los cromosomas. Pero son el molde de la vida. Cuando una célula se divide, los
genes se duplican. Son los modelos vivientes que dan forma a cada nueva vida a semejanza de
la anterior..., excepto cuando la mutación cambia este molde. ¡Piense en lo que ocurriría si
pudiésemos alcanzarlos y transformarlos según nuestra voluntad!
-Lo que intentó hacer -respondió Dane-. ¿Puede culparlo? Piense en el éxito que significaría
eso. Las plantas y los animales..., e incluso los virus, podrían ser transformados. Las especies
útiles serían mejoradas, y las dañinas serían convertidas en útiles. Aplicada al hombre, la
mecánica genética podría eliminar todas las fallas y deformidades hereditarias que
actualmente cada generación humana le endilga a la siguiente. Por lo que escribía a mi padre,
eso es lo que debía proponerse Kendrew. Pero sólo buscaba mejorar al homo sapiens, y no
reemplazarlo.
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-Yo no estaría muy seguro de eso -manifestó Gellian, y sus ojos cansados se entrecerraron
para escudriñarlo-. Pero, ¿qué sabe usted acerca de las circunstancias de su desaparición?
-Su última carta estaba fechada en Albuquerque, en 1939 -explicó Dane, inclinándose para
depositar el portafolios en el suelo. Esas cartas le habrían interesado a Gellian, pero no estaba
dispuesto a mostrárselas-. Su situación debía de ser verdaderamente desesperada. Kendrew no
tenía empleo. Su esposa esperaba otro hijo, y a él le resultaba difícil encontrar leche para el
primero. Sin embargo, conservaba el optimismo, y estaba ocupado escribiendo una especie de
opúsculo acerca de la mecánica genética.
-Supongo que lo consumió el fuego -contestó Dane-. Porque la desgracia ocurrió un día o los
después de escribir la carta. Su esposa enloqueció. Incendió la casa. Asesinó a su hijita, hirió
de tres balazos a Kendrew, y luego se suicidó.
-Mi padre no se enteró nunca -dijo Dane, meneando la cabeza-. Guardó los recortes
periodísticos del caso, pero no explican nada. Margaret Kendrew también había sido una
estudiosa, una parapsicóloga, pero su cariño había sido tan intenso que dejó su carrera al
casarse. Mi padre acostumbraba a contar que ella tenía una mentalidad espléndida, y no
entendía qué era lo que le había hecho perder la cordura.
-¡Estaba cuerda! -afirmó Gellian amargamente-. Yo puedo explicarle lo que ocurrió. Ella era
un ser humano. ¡Descubrió que sus propias criaturas no lo eran! Su hijita fue el primer
monstruo que hubo que matar -apretó las huesudas mandíbulas-. La gran tragedia es que
Kendrew sobrevivió para crear otros mutantes.
-¿Cómo dice?
-¡El rastro del creador! -manifestó Gellian, señalando el hilo rojo que unía a los continentes-.
Cada alfiler marca el lugar de nacimiento de un mutante comprobado. El hilo los une, por
orden cronológico. El primero fue la propia hija de Kendrew, nacida en Albuquerque hace
treinta y cuatro años. El último que hallamos es ese niño prodigio nacido hace ocho años en
Australia.
-¿Kendrew está verdaderamente con vida? -inquirió Dane esperanzado, apartando la vista del
laberinto del hilo, y sin poder contener un estremecimiento al ver el rostro cadavérico de
Gellian-. Quiero decir..., ¿cómo lo relaciona con estos últimos nacimientos?
-Todavía no sabemos cómo son creados los mutantes -dijo el macilento detective con tono
deliberado, frunciendo el ceño como si desaprobara el interés que él manifestaba por Charles
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Kendrew-. Pero parece lógico pensar que el hombre que los creaba estaba cerca cuando eran
concebidos -miró severamente el mapa-. El creador tiene que haber estado en Acapulco en
1940, y en Río de Janeiro los años más tarde, y en Manida en 1945. Kendrew siguió la misma
ruta, trasladándose siempre en la fecha exacta.... dentro de lo que hemos podido comprobar.
-Son pruebas muy endebles -protestó Dane-. Debe de haber miles de viajeros que recorrieron
la misma ruta.
-Sí, pero muy pocos especialistas en genética -respondió Gellian- No hay noticias de nadie
que haya andado hurgando en los genes. Hemos eliminado a muchos miles de sospechosos
antes de encontrar a Kendrew. Según parece él no publicó nunca ningún trabajo, y nunca fue
muy conocido. Pero estoy seguro de que es el creador.
-¿Si ésta es su mejor prueba, cómo sabe que hay un creador? -preguntó-. ¿No cree que pueden
estar investigando casos de mutación natural?
-Las mutaciones naturales son causadas por otros muchos factores, además de las radiaciones
-señaló Dane.
-Es cierto -murmuró-. Si los mutantes son bastante diferentes de los hombres para ser
clasificados como especies nuevas, eso demostraría la manipulación de los genes por algún
ser inteligente.
-¡Por Charles Kendrew! -exclamó Gellian, y sus rasgos consumidos se endurecieron, y sus
ojos enfermizos adquirieron un brillo extraño detrás del resplandor oscuro-. Y los no-nombres
son suficientemente distintos -agregó-. Cuando usted compruebe el grado de diferencia,
lamentará sus esfuerzos para defender ad genio maligno que los forjó.
-Quizá -dijo Dane, y retrocedió con desconfianza. Había empezado a comprender que esta
entrevista podría tener consecuencias desagradables- Pero usted no me mostró ninguna prueba
de que Kendrew engendrara a esos mutantes..., y ni siquiera de que éstos existan. Si tiene
pruebas concretas, expóngalas.
- 17 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Ahora nos estamos entendiendo -asintió Gellian, con una sonrisa fugaz-. Tenemos pruebas
suficientes, y deseo que usted me interrogue. Muchos hombres escépticos pasaron por esta
oficina antes de ingresar en nuestra organización: financieros y políticos y jefes militares. Al
principio, la mayoría de ellos parecían dudar, como usted. Generalmente hacían las mismas
preguntas..., y se aliaban gustosamente con nosotros, después de conocer las respuestas. -Su
fría sonrisa se tornó intranquilizadora-. Los hombres deben unirse a nosotros -agregó
suavemente-, por el solo hecho de ser hombres.
-En la Tierra no hay espacio para dos razas dominantes -explicó GeIlian--. El pasado lo
demuestra..., los viejos hombres de Neanderthal, y todos nuestros otros antepasados.
-Parecen inofensivos -asintió Gellian serenamente-. Tan inofensivos como debieron parecerles
las primeras pisadas humanas a los animales que todavía caminaban a cuatro patas.
-Es cierto que la mayoría de los monstruos contra los que combatimos son jóvenes -dijo
Gellian impacientemente-. Y precisamente su juventud es lo que nos da una probabilidad de
triunfo. -Su rostro severo se puso tenso-. No podemos tener piedad, cuando incluso un
mutante recién nacido lleva la semilla de nuestra destrucción. -Sus ojos alucinados miraron
fijamente a Dane-. ¿No entiende eso?
Dane trató de apartarse del cruel resplandor que brillaba sobre Gellian, y se estremeció al
percibir el frío maligno que se acumulaba en la habitación. El sabor del peligro le hacía arder
la boca, y su olor lo asfixiaba. Pero se irguió desafiantemente. Cualquiera que fuera el peligro
futuro, no estaba dispuesto a participar en una guerra contra los niños, fueran mutantes o no.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Usted es humano, y quiere ser humano -dijo con voz suave y asintió agradablemente-.
Ocurrió al principio con la mayoría de nosotros. Pero la guerra no es humana. No tome
ninguna decisión antes de ver las pruebas.
-Lo son -contestó Gellian, y volvió a señalar nerviosamente el archivador, aunque todavía no
lo abrió-. Ahí tenemos otras pruebas, que yo acostumbraba a mostrar antes de tener algo
mejor. Generalmente, resultaban suficientes.
Dane retrocedió, a la expectativa. El visible aumento del resplandor del peligro le lastimaba
los ojos, y era un enigma siniestro que debía ser explicado. No estaba dispuesto a dejarse
convencer de que Kendrew había creado enemigos sobrehumanos del hombre, pero deseaba
desesperadamente averiguar lo que el sabio había hecho en realidad. Ya preveía los peligros
futuros, si se negaba a aliarse a Gellian. Pero él buscaba el secreto de la creación, y cualquier
hecho que descubriese podría constituir una clave útil. Esperó en silencio.
-Aquí hay algo que siempre convenció a los políticos -manifestó Gellian-. Un plan inteligente
y detallado para establecer una dictadura militar en Estados Unidos. Fue hallado entre los
papeles de un brillante alumno de West Point, que murió de un derrame cerebral antes de
graduarse. -Señaló nerviosamente el mapa-. Este ambicioso no-hombre fue el Caso 44. Ahí
está el alfiler que marca su nacimiento..., en Miami, hace veinticuatro años. Aunque no
hallamos más pruebas de los movimientos de Kendrew durante ese año, o a partir del mismo,
el mapa muestra que en esa época se trasladó desde el Japón hasta Sudáfrica, y debió de
haberse detenido en Florida el tiempo necesario para alterar los genes que crearon a este
monstruo... ¡Ojalá supiese cómo!
-De todos modos -agregó-, hay otra prueba que convence a las personas de mentalidad
técnica. Es un informe escrito por un soplón al alcaide de Alcatraz. Describe los planes de
otro convicto para volar la prisión con una bomba de hidruro de litio. El punto técnico
convincente es que la explosión atómica debía ser detonada por el rádium del dial de un reloj
luminoso.
-No es muy convincente -protestó Dane-. Se necesita una bomba de fisión, además de muchos
equipos secretos, para provocar cualquier tipo de reacción fisionada.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Los átomos de rádium se fisionaron -dijo Gellian suavemente-. En este caso, las pruebas
muestran que detonaron una bomba de fusión.
-Cuando partí ayer de San Francisco -manifestó Dane con una mirada escéptica-, Alcatraz aún
estaba sobre la bahía.
-Pero probablemente oyó hablar del estallido y el incendio del año pasado.
-En el laboratorio captamos la sacudida -murmuró Dane, meneando la cabeza-. Debió de ser
un estallido muy fuerte, pero una verdadera bomba H habría devastado toda la superficie de la
bahía.
-Ocultamos los hechos, con la esperanza de impedir que otros no-hombres repitiesen el
experimento -explicó Gellian desapasionadamente-. Pero el incendio fue causado en realidad
por una reacción limitada de fusión, provocada en unos pocos gramos de hidruro de litio por
medio de un proceso que la Comisión de Energía Atómica aún no ha descubierto. El
prisionero murió al producirse el estallido, pero las pruebas son convincentes. Además del
testimonio del soplón, hay que tener en cuenta que toda esa sección de celdas estaba
contaminada con radioisótopos tan activos que los escombros debieron ser lanzados al mar.
-Comparado con los secretos de la mecánica genética, sería inofensivo -lo interrumpió
Gellian-. Pero no trascendió. La explosión destruyó todo rastro de la misma bomba, y la
descripción del delator es muy esquemática. Sin embargo, esto le demuestra lo que pueden
hacer las criaturas de Kendrew, aun en los casos de mutaciones imperfectas.
Pareció dispuesto a alejarse del archivador, pero entonces se volvió con una expresión
preocupada.
-Hay algo más que acostumbraba a mostrar, pero esto resulta aún más asombroso -manifestó-.
Es una carta escrita antes de la última guerra por una paciente internada en un hospital para
enfermos mentales. Estaba dirigida al presidente. Era una protesta contra sus errores
diplomáticos, y describe los resultados futuros, con las fechas y los lugares de todas las
primeras terribles derrotas y catástrofes. Naturalmente, en esa época se la consideró otra carta
de una maniática. Los investigadores confirmaron que la autora era una adolescente,
confinada como un caso incurable de manía depresiva, y la carta fue simplemente archivada.
Cuando llegó a nuestras manos, después que todos esos desastres se hubieron confirmado, la
muchacha se había ahorcado. -Levantó sus ojos enfermizos-. ¿Es asombroso, verdad?
-Para mí no -protestó Dane-. Los seres humanos normales tienen a veces esas visiones del
futuro. Mi propia madre las tenía.
-Tengo miedo -murmuró Gellian-. Aunque no tanto por causa del cadete ambicioso y del
presidiario ingenioso y de la adivina psicópata. Creo que ésas eran creaciones defectuosas.
Deslices de Kendrew. Recuerde que él sigue siendo humano. Capaz de equivocarse, aunque se
haya atribuido funciones divinas.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Lo que me asustan son esos poemas, y la música extraña, y las anotaciones cifradas -agregó
roncamente-. Porque muestran la verdadera e inmensa capacidad de los auténticos no-
hombres. El cadete y el prisionero y la loca no estaban capacitados. Ni siquiera sobrevivieron
hasta la llegada de nuestros agentes. Pero los mutantes mejor creados tienen una capacidad
mayor de supervivencia. -Su rostro macilento volvió a endurecerse- Superará a la nuestra, si
los dejamos desarrollarse.
-Veamos las pruebas -desafió a Gellian- Esos documentos..., o algo más convincente. Usted
todavía no me ha dado motivos suficientes para perseguir a los niños superdotados.
-Aquí tiene pruebas -dijo Gellian, volviéndose súbitamente hacia el pino que Dane había visto
un momento antes-. Nuestro ejemplar más reciente. A primera vista es tan inocente como las
poesías de la criatura ciega. Simplemente un juguete infantil, colgado de un árbol de Navidad.
Pero no dejó de convencer a nadie.
Dane estiró la mano hacia las agujas, y su dedo encontró una punta aguda como el filo de un
vidrio. Toda la planta parecía notablemente pesada y dura.
-Metal -explicó Gellian suavemente-. Las raíces asimilan el metal que hay en la maceta.
Cuando cortamos una rama para analizarla (arruinando para ello una excelente lima),
encontramos un cuarenta por ciento de hierro. Y una docena de otros metales, incluyendo
rastros de uranio. -Sus ojos afiebrados miraron a Dane-. ¿Está dispuesto a creer eso?
-Sí -susurró-. Después de todo, los metales constituyen un elemento esencial para cualquier
forma de vida. Supongo que el hierro de esta planta no es más extraordinario que el que
transporta el oxígeno en nuestros propios glóbulos rojos.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Entonces mire esto-dijo Gellian, y tocó el casco brillante de la nave de juguete, mientras su
sonrisa se desvanecía-. Creció aquí, en el interior de una especie de nuez que logramos
romper. -Su mirada cargada de temor se volvió nuevamente hacia Dane-. ¿Qué opina de esto?
Dane se inclinó para palpar el juguete. El metal era pesado, y sus dedos temblorosos lo
hallaron frío. Todavía tenía pegados algunos fragmentos de una costra oscura y gruesa,
alrededor del duro tallo de metal que lo unía al árbol.
-Creo que lo idearon para ser algo más que un juguete -dijo Gellian, con la voz estremecida
por la emoción-. Seguía creciendo, hasta que le quitamos la tapa. Nuestros contadores Geiger
muestran que en el interior del casco se está concentrando uranio, probablemente para servir
como combustible.
-Creo que estaba destinada a crecer para convertirse en una verdadera nave espacial. Supongo
que los no-hombres ya están asustados por nuestros ataques. Quizás están buscando una
fortaleza en algún otro planeta, fuera `de nuestro alcance.
-Espero que usted pueda resolver ese problema -respondió Gellian-. Es una tarea difícil,
porque los mutantes fueron inteligentemente configurados para ocultarse entre los hombres.
Son en cierta forma más resistentes, rápidos y fuertes que nosotros, y aparentemente inmunes
a la mayoría de las enfermedades, pero los más adultos ya tienen la astucia suficiente para
disimular estas diferencias físicas, lo mismo que sus extrañas dotes mentales.
-Están dadas por su elevada inteligencia -explicó Gellian-. Su cociente de inteligencia medio
es probablemente el doble del nuestro. Tienen una extraordinaria agudeza de los sentidos. Por
las imágenes que empleaba en sus poemas, esa criatura ciega debía de estar en condiciones de
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
oler el color rojo de una rosa y de oír las vibraciones moleculares del calor. Pero la cualidad
que los hace tan peligrosos y tan difíciles de atrapar es su PES.
Gellian asintió.
-No hemos tenido no-hombres en el laboratorio. Por lo menos con vida. No conocemos el
limite de sus dotes psicofisicas. Pero ésta es la única explicación para las fugas de esa
muchacha de todas nuestras trampas. Espero que no estén tan bien dotados -agregó
roncamente-. Pero ese monstruo femenino parece conocer nuestros planes aun antes que
nosotros mismos. Además de eludir todos nuestros intentos para capturarla o matarla, ha
podido prevenir y ocultar a muchos niños sospechosos antes de que pudiéramos atraparlos.
-¿Eso es lo peor que ha hecho? -preguntó Dane-. El rescate de los niños no me parece tan
reprochable...
-¡Es mortalmente peligrosa! -exclamó Gellian coléricamente-. Posee armas aún más
poderosas que la bomba H del presidiario..., porque son más sutiles. Muchos de nuestros
mejores agentes desaparecieron siguiendo su rastro. Por obra de la casualidad, descubrimos lo
que hizo con el último de ellos.
-Se trataba del principal investigador de nuestra oficina de Canberra -agregó Gellian
amargamente-. Un hombre hábil y leal, protegido por todas las armas que estaba a nuestro
alcance proporcionarle. Hace dos meses partió solo para indagar una noticia de un diario
acerca de esta joven prodigiosa. No regresó. Para investigar a un posible mutante se necesita
tiempo y cautela, y después de tres días de ausencia el jefe de esa sección se alarmó lo
bastante para buscarlo. No lo encontró, ni tampoco halló a la joven mutante ni ninguna pista.
Accidentalmente, uno de nuestros agentes, que se ocupaba de otro caso, lo reconoció la
semana pasada, lavando platos en un tugurio del puerto, en Darwin.
-¿Amnesia?
-No del tipo común -contestó Gellian, meneando la cabeza-. Nuestros médicos especialistas
afirman que sufre la enfermedad de Craven: un tipo particular de encefalitis descubierto por
primera vez hace doce años por el médico de una misión, en Nueva Guinea. Es una infección
del cerebro que destruye la memoria permanentemente. Todas las evidencias muestran que el
virus le fue deliberadamente inoculado, quizá por esta mutante.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Esto es a lo que tenemos que enfrentarnos -manifestó Gellian-. Este tipo de guerra biológica
podría destruirnos antes de que nos enterásemos de que fuimos atacados, y sin embargo es
perfectamente segura para los no-hombres, gracias a su inmunidad a las enfermedades.
Comprenderá ahora por qué necesitamos expertos como usted.
-No estoy seguro -murmuró Dane, meneando la cabeza-. Tengo la impresión de que los
mutantes usaron el virus sólo en defensa propia.
-¡Es un arma infernal! -lo interrumpió Gellian-. Pero podríamos aprender a enfrentarnos con
esas armas. Lo que me preocupa no es eso, y ni siquiera la terrible astucia de los no-hombres,
sino sus dotes psicofisicas. Aunque supongo que algunos seres humanos tienen algunas
débiles percepciones extrasensoriales, la capacidad psíquica de estos mutantes es tan extraña y
peligrosa para nosotros como debió de haberlo sido, hace mucho tiempo, la nueva mutación
de la inteligencia humana para los últimos hombres primitivos.
-Este es el peligro -afirmó Gellian, y sus ojos alucinados lo miraron fijamente-. ¿Se unirá a
nosotros?
Dane titubeó. El amargo sabor del peligro volvía a quemarle la lengua. Sería difícil negarse y,
sin embargo, sabía que esta era la actitud que debía adoptar. Trató de ganar tiempo para
decidir sus palabras, y preguntó con tono nervioso:
-Primeramente, que nos ayude a atrapar al creador -explicó Gellian-. Su rastro es demasiado
antiguo para resultarnos verdaderamente útil. -Gesticuló hacia el mapa mural-. Necesitamos
un especialista en genética, para atrapar a otro.
-En eso no podré resultarles muy útil -dijo Dane, pensando en las cartas que había traído de
San Francisco, aunque tuvo el cuidado de no mirar el portafolios que había dejado sobre el
suelo-. De todos modos -agregó con tono de defensa-, no me parece muy razonable perseguir
a Kendrew. Ya debe de ser un anciano inofensivo. O quizás esté muerto si el último mutante
nació hace ocho años.
-Todavía vive -insistió Gellian secamente-. Si puede crear nuevas especies, es indudable que
puede proteger su propia salud. Y él es nuestro candidato lógico para el ataque..., porque es
humano. Sean cuales fueren sus engendros, dudo de que haya podido transformarse a sí
mismo en un ser sobrehumano. Si conseguimos atraparlo con vida, poseemos los medios
necesarios para hacerle decir quiénes son todos los no-hombres y cómo los creó. Quizá
podamos destruirlos con la misma ciencia que los forjó. -Se irguió belicosamente-. Esa será su
misión, Belfast. ¿Está dispuesto a empezar?
-No lo creo -respondió Dane, y huyendo de la mirada de Gellian se volvió titubeante hacia el
juguete que crecía en el árbol mutante-. ¡Todo esto es tremendo! -susurró-. Más excitante que
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
la fisión atómica, porque es un arte creador. Pero creo que usted se alarma innecesariamente. -
Se volvió para enfrentarse seriamente con Gellian-. Si los descubrimientos de Kendrew
cayeron en manos indebidas, yo estoy dispuesto a ayudarles -agregó rápidamente-. Necesito
más informaciones, hay muchas cosas que no entiendo. Pero no veo ningún motivo para
dejarnos dominar por el pánico. ¡Y desde luego no estoy dispuesto a participar en una
matanza de niños!
-Usted lo expone con demasiada crudeza -exclamó, con la voz quebrada por la cólera-. Pero,
sea como fuere, no hay otra solución. ¡No la hay si usted es un hombre!
-Soy humano -respondió Dane secamente-. Deseo ser leal. Pero durante toda mi vida he
estado siguiendo el magnífico sueño de Kendrew. No puedo volverle la espalda, sin tomarme
por lo menos el tiempo necesario para pensar.
-No disponemos de tiempo. Si fracasamos ahora, mientras los no-hombres son jóvenes, no
tendremos otra oportunidad. -Su voz fue estremecida por una súbita exasperación-. ¿No dijo
que podía percibirlos, mientras nos observan con sus extraños sentidos?
-Siento... algo.
La enigmática radiación del peligro se oscureció aún más sobre las mejillas consumidas de
Gellian. Su presencia pareció enfriar el aire, y su sabor se hizo más penetrante sobre su
lengua.
-Algo..., pero no sé lo que es -murmuró nerviosamente-. Quizá es una reacción a alguna forma
de percepción de los poderes psicofísicos de esos mutantes..., si es que son verdaderamente
tan malignos como usted cree. Quizás es otra cosa. De todos modos, todavía es demasiado
vago e indefinido para moverme a actuar. Necesito tiempo para averiguar de qué se trata.
-Mientras se toma su tiempo, será mejor que estudie su propia situación -dijo suavemente-.
Aunque nuestros agentes están convencidos de que usted es un hombre, no olvide que su
padre fue amigo de Kendrew. Este podría convertirse en un hecho desagradable para usted si
se negase a aliarse con nosotros.
-Normalmente, no podría -respondió Gellian, con una mirada desconfiada, y entonces asintió
enérgicamente-. Pero puesto que lo necesita con tanta urgencia, haré una excepción. Si decide
volver, preséntese aquí a las ocho de la mañana.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-No quise ser tan terminante -dijo Gellian casi con tono de disculpa, mientras contemplaba
seriamente el mapa mural-. Estoy convencido de que usted es humano. Sé que el creador
partió de San Francisco muchos años antes de su nacimiento. -Sus ojos afiebrados volvieron a
posarse sobre Dane-. No le estoy amenazando -agregó serenamente-. Simplemente le expongo
lo comprometido de la situación. Tendrá que estar contra nosotros, o con nosotros. Esta es una
guerra, y es justo que así sea.
Dane ahogó deliberadamente una oleada de pánico, y consultó su reloj. Las diez y media.
Todavía tenía tiempo para averiguar lo que deseaba la muchacha, en el Servicio Sanderson,
antes de intentar entrevistarse con Messenger. Se agachó para levantar el portafolios, tratando
de ocultar su nerviosismo, y se volvió rápidamente hacia la puerta.
-A las ocho de la mañana -repitió Gellian suavemente detrás de él.- Espero que decida
regresar.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
No podía regresar. El antiguo sueño de Kendrew se había convertido en una terca obstinación
de su propio ser, enraizada quizás en el desinteresado idealismo de su padre y en el animado
encanto eurasiático de su madre. A pesar de los temores de Gellian, la promesa de la mecánica
genética parecía demasiado hermosa para ser destruida.
Pensó que si toda la sangre de su madre hubiese sido caucásica, probablemente él se habría
sentido muy satisfecho con el mundo tal como era. El tormento del accidente racial había sido
quizá lo que generó su propio vehemente deseo de una revolución genética. Y había
desarrollado en él un desafiante sentido de independencia que no cedería con facilidad al
ultimátum de Gellian.
Porque Tanya de Johg había llevado el caos de su época escrito en sus genes. Su belleza
morena, su sensitiva inteligencia y sus rápidas emociones habían sido la herencia de muchas
razas. Influida por la intranquila melancolía de generaciones apátridas, provenía de rusos
blancos fugitivos de la violencia y de mercaderes holandeses trashumantes, de pueblos
amarillos y bronceados alejados de sus tierras natales por el triunfo pasajero del hombre
blanco, y nuevamente rebelados en el exilio.
Ella estaba trabajando como técnica de laboratorio en uno de los hospitales de Manila
demolidos por las bombas cuando el doctor Philip Belfast llegó en 1945 como cirujano del
ejército, cansado y solitario después de dejar atrás el tormento de muchas islas. Se
enamoraron. Haciendo oídos sordos a los amigos asustados que le previnieron que su boda
sería desgraciada, quiso casarse con ella.
«Pero ella huyó», dijo en sus oídos la voz de su padre, volviendo hasta él, cargada con el triste
desconcierto con que el anciano médico hablaba siempre de este hecho y de sus
consecuencias. «Abandonó su empleo y me escribió una nota desesperada en la que explicaba
que se iba porque no quería hacerme daño. Yo pensé que el problema consistía sólo en su
preocupación por la diferencia racial, aunque ya habíamos llegado al acuerdo de que ésta no
tendría importancia..., demasiada importancia. Pero fui trasladado a Okinawa antes de poder
hablarle nuevamente, y no quise volver a verla hasta que regresé para buscarla, después de la
guerra. Entonces la encontré trabajando nuevamente en el mismo hospital. Comprendí que
todavía me amaba, a pesar de que yo era norteamericano. No había habido ningún otro
hombre. Pero todavía no quería casarse conmigo..., hasta que la obligué a que me explicase
cuál era su problema. Creía ser intuitiva, y quizá lo era, aunque entonces me burlé de sus
palabras. Afirmó que tenía sueños proféticos. Insistió en que en sus sueños había visto morir a
sus padres, cuando era pequeña, en la misma forma en que murieron verdaderamente durante
el primer ataque aéreo contra Manila. En el sueño que la había apartado de mí, creía haberme
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
visto arrodillado y desgarrado por el dolor junto al lecho de operaciones donde ella yacía
muerta. Estaba convencida de que se hallaba condenada a morir joven, y no quería que yo
sufriese como había sufrido en su sueño. En aquella época yo no le otorgaba mucha
importancia a ningún tipo de percepción extrasensorial. Pensé que estaba un poco trastornada
por todo lo que les había ocurrido a ella y a su familia durante la guerra. Sin embargo, creo
que nunca conseguí apartarla de su convicción acerca de su destino futuro. Finalmente la
convencí de que su huida histérica me había lastimado tanto como cualquier otra desgracia.
Entonces se casó conmigo.»
En su imaginación, Dane volvió a ver la sonrisa del viejo cirujano, iluminada aún en su
recuerdo por un amor indestructible:
«Regresamos a San Francisco. antes de que tú nacieras. Ella prometió olvidar esos sueños y
creo que lo hizo..., por lo menos durante un tiempo.»
Dane frunció el ceño pensativamente en el taxi, procurando olvidar la fría nube de hostilidad
sensorial que lo rodeaba, y trató de sopesar las consecuencias de aquel matrimonio. Debía de
haber afectado a la carrera de su padre. Sabía que su madre se había sentido muchas veces
profundamente lastimada. Sin embargo, ninguno de ellos lo había lamentado nunca.
Su madre había muerto cuando él tenía diez años. Los esnobs raciales no fueron los culpables
de aquello. El motivo había sido terriblemente indescifrable para él en aquella época, aunque
cuando más tarde se enteró de los presentimientos de su madre pensó que su mismo esfuerzo
por torcer el destino había ayudado a que éste se cumpliese, haciéndola conservar en silencio
los síntomas alertadores de su enfermedad tal como había aprendido a callar sus sueños.
Murió de cáncer.
-¿Por qué permitiste que él lo hiciese? -preguntó él, y en su desesperación su tono debió de
ser involuntariamente acusador-. Todos afirman ;que tú eres el mejor cirujano de la ciudad.
¿Por qué dejaste que Huber la matase?
Vio cómo el rostro gris de su padre se ponía rígido, y comprendió que su tono áspero lo había
lastimado.
-Huber no la mató, Dane -contestó su padre, y su voz baja parecía cansada y muy bondadosa-.
El cáncer lo hizo, y ya se había extendido demasiado antes de la primera operación. Hoy
estuve con Huber, y nadie podría haberlo hecho mejor. Tanya no tenía ninguna posibilidad de
salvación.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¿Por qué no? -inquirió él, percibiendo la crueldad de sus palabras, pero sin saber
controlarlas-. Tú eres un buen médico. Sé que la amabas. ¿Por qué..., por qué alguien no le
brindó una oportunidad?
-Porque nadie era capaz -respondió el cirujano. Le tomó suaveniente la mano, y lo alejó de
aquel cuerpo rígido y cubierto por una sábana que era retirado del quirófano-. Porque la
medicina no es todavía una verdadera ciencia. Conocemos muchos hechos, sin entenderlos
suficientemente bien.
Salieron del hospital, abandonando el débil murmullo de la muerte para cambiarlo por la calle
soleada y el viento limpio del mar. Dane sentía grandes remordimientos por sus amargas
preguntas, y se aferró fuertemente a los dedos fríos de su padre, en silencio, hasta que llegaron
a la playa de estacionamiento.
-Pero ¿no puede haber una ciencia de la vida? -preguntó entonces con tono esperanzado-.
¿Algo para que la gente nunca tenga que estar enferma, o sufrir, o morir antes de lo que le
corresponde?
-Quizás existirá algún día -asintió su padre cansadamente, pasando de largo junto al coche
estacionado, como si no lo hubiera visto-. En un tiempo tuve un amigo que soñó con esa
ciencia. Incluso traté de ayudarle en su búsqueda durante muchos años. La llamada mecánica
genética.
-No lo sé -murmuró su padre, y siguió caminando, alejándose del coche, sin que Dane lo
detuviera-. En una oportunidad me escribió que casi había triunfado. Pero entonces la tragedia
destruyó su vida. Desapareció. Nunca supe adónde había ido, pero tengo la impresión de que
fracasó en la conquista de la enfermedad y del dolor y de la muerte. Porque la gente todavía...
Su padre se encaminó nuevamente hacia el auto, preguntándole con voz más suave si no
quería quedarse con los hijos del doctor Huber hasta después del funeral. Pero la gente seguía
muriendo. Incluso las personas como su madre, que deseaban fervientemente seguir en este
mundo.
-No, papá; volveré a casa contigo -respondió él rápidamente-. Pero después de todo no seré
cirujano. Quiero ser un genetista, como ese viejo amigo tuyo. Quiero finalizar la tarea que tú
comenzaste con él..., para que la gente no tenga que morir como murió mamá.
-Ella siempre afirmó que tú harías algo maravilloso -murmuró su padre, maniobrando
torpemente con las llaves del coche, como si hubiese olvidado cómo usarlas. Entonces trató
de sonreír-. Pero me temo que tropezarás en la investigación biológica con las mismas
dificultades que existen en la medicina..., demasiados hechos y muy poca comprensión.
Aquella fue la primera oportunidad en que Dane oyó hablar de Charles Kendrew. Debió de
haber sido aproximadamente en aquella época cuando su padre empezó a encontrar nuevas
claves de los trabajos del sabio desaparecido, porque ese mismo año se retiró para fundar el
Kendrew Memorial Laboratory.
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Aunque su salud lo iba abandonando lentamente, el viejo cirujano trabajó allí con tanta
desesperación como si estuviese decidido a conquistar la muerte antes de morir. Dane pensaba
ahora que su fracaso se había debido a esta dificultad ya prevista. Las muchas ciencias
emparentadas que constituían la biología consistían en más hechos que los que cualquier
mente podía captar sin una especial comprensión para hacerlos entrar en foco.
A su vez, Dane se esforzó tanto como su padre. Demasiado intensamente, quizás, porque
completó su tesis para el doctorado antes de los veintitrés años y remplazó a su padre como
director de investigaciones menos de un año más tarde. Aunque se sentía bastante bien, se
preguntó por un instante si su agotamiento y su fracaso podían ser una parte del motivo de los
trastornos que lo afectaban ese día.
Sabía que las derrotas habían matado a su padre, y había empezado a preguntarse qué era lo
que había apartado de su especialidad al exitoso cirujano para hacerlo volver a la tarea
abandonada. Pero entonces encontró las cartas que ahora estaban en su portafolios. Su padre
le había escrito a Messenger el mismo año de la muerte de su esposa, tal como lo demostraba
una vieja copia de papel carbón:
Desde entonces examiné algunos de los notables productos vegetales que su compañía
está trayendo de Nueva Guinea. Algodón más resistente que el nylon. Látex mejor que
cualquier plástico sintético. Maderas superiores a la caoba y la teca, extraídas de
árboles que ningún botánico describió nunca.
Los orígenes del excéntrico experto que cultivó nuestras plantas mejoradas siguen
siendo un enigma para mí. Le estoy sinceramente agradecido por su sugerencia de
que pueda tratarse de su amigo desaparecido, y lamento sinceramente que llegue con
muchos años de retraso.
Los pocos hechos de interés que conozco son los siguientes: este hombre es
evidentemente norteamericano. Lo conocí por primera vez en Darwin, Australia,
cuando yo prestaba servicios como meteorólogo en la Fuerza Aérea, en 1944, o sea
aproximadamente cinco años después de la desaparición de su amigo. No le agradaba
referirse a su pasado, y se comportaba como si fuese la víctima de una inmensa
desdicha. No quería regresar a su patria, ni siquiera cuando su salud exigió un
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cambio de clima. Aunque se hace llamar Charles Potter, ése es probablemente un nom
de guerre.
La tragedia consiste en que este hombre ya no puede aclaramos nada. Aunque vive
todavía en Nueva Guinea, en nuestra plantación experimental del río Fly superior, su
mente está irremisiblemente trastornada. Recibe los mayores cuidados posibles, pero
me temo que no podrá seguir viviendo por mucho tiempo.
Eso es todo lo que sé, y dejo la conclusión de su cuenta. Sin embargo, la nueva
posibilidad de que este enfermo pueda ser su amigo perdido me lleva a mencionar
algo que quizá le interesará. Desde que Potter perdió la razón, la compañía tiene
interés en establecer un laboratorio donde se puedan continuar sus investigaciones
inconclusas, y donde sus escritos puedan ser editados para su posterior publicación.
La promesa de los documentos de Charles Potter debió de ser suficiente para conquistar a su
padre. Aunque Dane no halló la copia de ninguna respuesta, ese mismo año el cirujano
abandonó por segunda vez su profesión para dedicarse a la investigación, convirtiéndose en
director del nuevo laboratorio.
¿Acaso todas las generosas donaciones del financiero al laboratorio no habían sido nada más
que un plan cínico para sobornar a su padre y para que éste olvidase al sabio desaparecido?
Había procurado en vano borrar esta sospecha dolorosa, desde el momento en que el síncope
de su padre lo sumergió en el desconcertante desorden de los papeles y de los negocios del
viejo cirujano.
Su padre no había sido deshonesto. A pesar de los balances, Dane estaba seguro de ello.
Nunca había sido un exitoso hombre de negocios, y no había sabido llevar la contabilidad ni
limitar los gastos a los fondos del laboratorio. Dane tuvo que vender todo el valioso equipo,
además de invertir la mayor parte de sus propios ahorros en pagar las deudas acumuladas.
Sin embargo, si estas donaciones no habían formado parte de un plan de soborno, ¿por qué
Messenger las había interrumpido tan bruscamente al morir su padre? ¿Y por qué la
correspondencia había permanecido oculta en el cajón del escritorio de su padre,
constituyendo un secreto incluso después que Dane se hubiera convertido en director de
investigaciones? Estas eran las preguntas que Dane se proponía hacerle a Messenger cuando
lograse entrevistar al financiero, y trataba de reservarse sus conjeturas hasta haber oído las
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
respuestas. Ninguna de sus pistas era concluyente. Esperaba encontrar una explicación
inocente del silencio de su padre y echar quizás incluso una ojeada a los papeles de Potter.
Durante los doce años transcurridos desde que Philip Belfast había preguntado por la suerte
de su amigo desaparecido, Cadinus se había desarrollado más que nunca. Actualmente, los
costosos anuncios de la compañía ya no mencionaban los nuevos productos traídos de Nueva
Guinea, sino que se limitaban a propalar sus reconocidas virtudes. La copra, el algodón, el
látex y las maderas duras de Cadmus eran artículos altamente cotizados en el comercio
mundial, y el mismo Dane los había tomado en un tiempo como algo indiscutido.
Sin embargo, a partir de su conversación con Gellian, estas valiosas exportaciones de Nueva
Guinea le preocupaban tanto como el árbol de hierro y su fruto peculiar. Sus esperanzas de un
honesto entendimiento con Messenger empezaron a vacilar. Si Charles Kendrew era
realmente el hombre que Gellian llamaba «el creador» y Messenger era Charles Potter, y si
toda la inmensa riqueza de Cadmus había brotado de una explotación secreta de la mecánica
genética...
Las consecuencias de esta idea resultaban demasiado alarmantes para seguirlas hasta el fin, y
Dane se sintió aliviado cuando pudo huir momentáneamente de ellas, al detenerse el taxi
frente al alto edificio de las oficinas de la calle Cuarenta, donde Nan Sanderson tenía su
domicilio comercial.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
El pequeño recibidor del duodécimo piso estaba desierto cuando él entró, y sin embargo
parecía un santuario. Dane Belfast perdió esa inquietante sensación de peligro al llegar a la
puerta, como si hubiese ingresado en un refugio seguro. Estaba mirando el pulido escritorio
de vidrio y las sillas de cromo y plástico, procurando indagar la naturaleza del Servicio
Sanderson, cuando una muchacha alta salió de la habitación vecina.
-¡Dane! -exclamó ella, y lo miró con una extraña ansiedad, fijamente, para dirigirle luego una
sonrisa de aprobación-. Soy Nan Sanderson.
Él devolvió la sonrisa, contemplando el brillo cordial de sus ojos. Le gustaron los planos
delicados de su rostro bronceado y las suaves ondas de su cabello castaño rojizo y la elegante
sencillez de su traje sastre gris. Pero estos detalles superficiales no bastaban para explicar la
impresión que le producía.
Por algún motivo, ella hizo que en su interior surgiese una inmensa sensación de seguridad y
alivio. Esta impresión le quitó el aliento y le formó un nudo en la garganta, de modo que por
un momento no pudo hablar. Permaneció mirando absorto su encanto tostado, recordando
algo que había ocurrido hacía mucho tiempo en San Francisco.
No entendía por qué pensaba ahora en esto, porque era uno de esos incidentes dolorosos de la
niñez que él siempre trataba de olvidar. Tenía nueve años de edad y había sido invitado a una
fiesta infantil en casa del doctor Huber. los chiquillas estaban escogiendo compañeros para un
juego en el jardín, y lo dejaron solo en un extremo, sin elegirlo. Él se encaminó torpemente
hacia aquella que le parecía que debía quedarse con él, pero la niña sacudió rencorosamente
sus bien peinadas trenzas.
-No te queremos-dijo, y el dolor de este rechazo volvió en sus sueños durante muchos años, e
incluso ahora lo hizo estremecer con su cruda brutalidad-. ¡Tú no eres blanco!
-¡Pero claro que soy blanco! -exclamó él, y extendió indignado las manos para mostrar que no
eran más oscuras que las de ella-. ¡Mi padre es el doctor Belfast, y es tan blanco como
vosotras!
-Pero tu madre no lo es -informó ella duramente-. Y por lo tanto tú tampoco lo eres..., aunque
lo parezcas. -Todas las criaturas se volvían para mirarlo, de la misma forma en que los crueles
espectadores lo mirarían más tarde en sus sueños-. Y mi mamá dice que es una vergüenza que
el doctor Belfast se haya dejado enredar por ella -continuó la despiadada chiquilla- Porque
ella es en parte china y en parte negra y en parte Dios sabe qué. -Irguió orgullosamente la
cabeza-. Es por eso que no te queremos.
Enmudecido por la sorpresa y el dolor, él tuvo conciencia vaga de que los azorados adultos
intentaban disimular el incidente. Su madre no era negra; sólo era parcialmente eurasiática.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Los chicos debían dejarlo jugar porque él era el hijo del doctor Belfast, y de todos modos su
madre era culta y encantadora y medio caucásica. La otra criatura aceptó a regañadientes
escogerlo, pero de pronto él no quiso jugar. Su madre era tan buena como la mejor, y él no
quería disculpas ni compasión. Dijo con toda urbanidad que era hora de que volviese a su
casa, les dio las gracias como correspondía a la señora Huber y a su hijita, y se fue solo,
caminando con paso rígido.
Nunca había hablado de aquello con nadie, ni siquiera con su madre, porque sabía que ella se
sentiría tan lastimada como él; pero recordó que a partir de entonces se había estudiado
repetidamente en el espejo, cuando sabía que estaba solo, nerviosamente satisfecho de que sus
ojos no estuvieran ligeramente sesgados al estilo chino, como los de su madre, y
semiparalizado por el miedo de que su rostro delgado se oscureciese demasiado, en tanto que
lamentaba que su cabello castaño lacio no fuese rojo arenoso como el de su padre.
El tiempo calmó lentamente casi todo este antiguo dolor. La mayoría de la gente debía de
haber olvidado a su madre, después de que ella muriera. En la ciencia él había hallado un
mundo donde los hombres de todas las razas podían encontrarse en el terreno común del
esfuerzo intelectual honesto, y últimamente sus propias investigaciones lo habían mantenido
demasiado ocupado para prestar mucha atención a otras cosas.
Sin embargo, ahora, Nan Sanderson resucitaba ese viejo recuerdo. La cruel hostilidad de
aquellas criaturas había sido tan incomprensible para él como esa percepción de un odio
invisible que lo había rodeado durante todo el día, y el inmenso alivio que se apoderó de él
cuando ella le sonrió fue una sensación idéntica a la que le producía la desinteresada
aceptación que él había hallado siempre junto a su madre.
-Dane Belfast -respondió, tragando el nudo de su garganta. Cedió a su impulso de dar una
explicación, porque sus serenos ojos azules le paredan inmensamente comprensivos-. No fue
mi intención mirarla de esta forma, pero usted me produce una sensación muy extraña.
-No sé qué es lo que me tiene trastornado durante el día de hoy -manifestó él, dirigiéndole una
mirada cargada de esperanza-. Desde un momento antes de que usted me llamase, estoy
experimentando las sensaciones más extrañas. De peligro. No puedo estar seguro de que se
trate de algo real, pero, sin embargo, estas impresiones son tan vívidas que me asustan. Me
parece ver el peligro, como un fuego oscuro, y sentirlo como un viento frío, si es que puede
usted imaginar algo parecido. Viene y se va, pero me siguió hasta aquí. Sin embargo, cuando
la vi a usted, me sentí súbitamente... bien..., seguro.
Hizo una pausa, asustado por lo que ella podría pensar, pero la muchacha estaba haciendo un
lento gesto afirmativo.
-¿Qué clase de peligro? -inquirió él, y no pudo dejar de mirar hacia el vacío que tenía a su
espalda-. ¿Y cómo me salvará?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Antes de que pueda explicárselo -respondió ella, meneando la cabeza-, usted tendrá que
justificar su derecho a gozar de nuestro servicio.
-Contestará a mis preguntas y aprobará un test. -Se volvió hacia la puerta que estaba detrás de
ella-. Pase.
Él la siguió ansiosamente, animado por la extraña confianza de que podría contestar cualquier
pregunta y aprobar cualquier test. La habitación de elegante sencillez a la que entró podría
haber sido la oficina de un psicoanalista afortunado, pero allí no había nada que le indicase la
naturaleza del Servicio Sanderson. La muchacha le indicó una silla, y se volvió para sacar una
ancha tarjeta azul de un archivador metálico.
-Primero repasemos su ficha. -Estudió la tarjeta pensativamente-. Dane Belfast. Raza: blanca.
Lugar de nacimiento: San Francisco. Padre: doctor Philip Belfast, cirujano y bioquímico.
Madre: Tanya de John Belfast. -Ella levantó los ojos celestes-. ¿Todo esto es correcto?
-Casi todo -respondió él, y una oleada inesperada de amargura lo sacudió y lo ahogó,
obligándole a tragar saliva-. Todo, excepto la raza.
Sus propias palabras lo asustaron. Hasta ese día había pasado mucho tiempo sin que pensase
en su mezcla de sangres, porque eso no había parecido importar en el tolerante mundo de la
ciencia. Pero ahora el antiguo temor volvió a apoderarse de él como si durante todos aquellos
años hubiese permanecido oculto en su subconsciente.
-No..., no soy completamente blanco. -No quería relatarle la verdad a Nan Sanderson; temía
inmensamente que este descubrimiento quebrase su serena cordialidad. No obstante, tenía que
hablar. Su voz tembló y sus ojos se apartaron de los de ella-. Mi madre era eurasiática. Una
cuarta parte china. Una octava parte javanesa y otro tanto filipina. En su parte restante era
blanca: rusa y holandesa.
-Así lo tenemos nosotros-dijo ella, y cuando Dane se atrevió a levantar la vista, descubrió que
ella estaba estudiando tranquilamente la tarjeta- Ahora, en cuanto a sus títulos universitarios...
-¿Eso no tiene importancia? -1a interrumpió él roncamente, sin poder contenerse-. Me refiero
a la sangre eurasiática.
-Para nosotros no -contestó ella, con sus ojos inocentemente dilatados-. De todos modos,
ninguna raza es verdaderamente pura. Yo tengo un octavo de cherokee. -Sonrió y su rostro
delicado adquirió una cálida tonalidad dorada-. ¿Eso le molesta?
Él sólo atinó a menear la cabeza, porque sentía la garganta nuevamente cerrada. De alguna
forma ella había despertado el viejo tormento, que debía de haber permanecido latente debajo
de su umbral de conciencia durante los años en los que lo había creído olvidado. Ahora, al
aceptarlo, había ayudado a curar las viejas heridas.
-Todas las razas pueden aportar genes muy útiles -afirmó ella. Estaba estudiando nuevamente
la tarjeta, como si hubiese apartado la mirada de él para respetar la intimidad de sus
emociones-. Pero ahora nos interesan las cualidades de una especie completamente distinta.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Ella no dijo dónde había hallado las informaciones, pero la ficha incluía una lista completa de
sus títulos biológicos de Stanford y su doctorado en bioquímica del Instituto Tecnológico de
California, e incluso sus dos años como director de investigaciones en el Kendrew Memorial.
Lo interrogó acerca de las enfermedades comunes de la niñez y pareció satisfecha al enterarse
de que no las había sufrido.
-¿Me aprobará? -preguntó, mirándola con perpleja impaciencia, mientras ella anotaba algo en
la tarjeta.
Él estuvo a punto de lanzar una exclamación. Esa extraña sensación de seguridad había
alejado su primera vaga noción de que ella podía ser uno de los mutantes que Gellian buscaba,
pero esto le devolvió su sospecha, con una tremenda fuerza de convicción. Al recuperarse de
su involuntario sobresalto, la estudió atentamente.
Ella seguía ocupada con el microscopio. Su rostro delicado estaba seriamente concentrado, y
la fría luz del norte se entibiaba sobre su cabellera. Parecía completa y fascinantemente
humana. Pero según la desconcertante teoría de Gellian, todas las criaturas transmutadas
estaban especialmente dotadas para ocultarse entre los hombres.
Dane hizo un gesto de asentimiento. Por todo lo que él sabía, esta muchacha podía ser uno de
aquellos «monstruos» evasivos y peligrosos. Y sin embargo, aunque resultara extraño, no
sentía repugnancia ni temor. En cambio, estaba inmensamente interesado, fascinado por su
velada diferenciación y ansioso por descubrir su dotes de mutante. Y también lo afectó una
rápida compasión cuando la imaginó como un ser solitario y extraño, que se batía
valientemente contra sus perseguidores humanos.
Esta fugaz sospecha hizo que la naturaleza de su trabajo le resultase súbitamente clara. Ella
debía de estar buscando a sus congéneres, dispersos a lo largo del rastro del creador, para
prevenirlos y ayudarlos contra los exterminadores de Gellian. Comprendió que el Servicio
Sanderson existía sin duda para ayudar solamente a los no-hombres. ¡Y estos tests estaban
destinados a hallarlos!
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
para escogerlo para estos tests, exceptuando la antigua amistad de su padre con Charles
Kendrew. Su propio nacimiento había sucedido con demasiados años de retraso para que esa
relación pudiese adquirir alguna importancia.
-¿Y bien? -inquirió, al ver que ella se volvía del microscopio, tratando de disimular con esta
indiferente pregunta todo su temor y su desconcierto-. ¿Cómo me encuentra?
-Bastante bien -contestó ella con un gesto de aprobación. Entonces llevó los lápices afilados
hasta la mesita donde le había hecho sentar-. Ahora empezará con los tests psicológicos.
La psicología era una de las ciencias biológicas, y él conocía todos los tests comunes. Sin
embargo, éstos eran distintos, y los más difíciles con los que había tropezado. Durante la hora
siguiente, mientras la muchacha consultaba un cronómetro y marcaba sus hojas, él luchó
denodadamente con problemas cada vez más intrincados.
-Eso no dañaría sus probabilidades -respondió ella, y con una vaga sonrisa estudió la
puntuación anotada en la tarjeta-. Pero está en condiciones de pasar a la prueba final.
Mientras él esperaba, tamborileando con el lápiz, en un esfuerzo por ocultar la tensa emoción
de su expectativa, ella colocó una pantalla de madera sobre la mesa, frente a él.
-Voy a mezclarlos y a distribuirlos fuera del alcance de su vista -dijo, mostrándole un delgado
mazo de naipes, con sencillas figuras geométricas impresas-. Quiero que los describa a
medida que vayan cayendo.
Mientras se esforzaba por parecer tranquilo, oyó que la punta del lápiz se quebraba entre sus
dedos agarrotados. Porque conocía los naipes. Era el mazo común para PES, diseñado hacía
muchos años para las investigaciones de parapsicología de la universidad de Duke. Gellian
había dicho que la percepción extrasensorial era la característica de los mutantes.
Al investigar esta nueva frontera en expansión de las ciencias de la vida, a veces había
descubierto intrigantes síntomas de una verdadera facultad metapsíquica..., una inexplicable
proyección de su mente fuera del alcance de todo sentido o de toda capacidad física
conocidos; pero esto había sido muy poco frecuente, y similar a las premoniciones maternas
de tragedias futuras. Sus intuiciones se referían siempre a otros, y nunca a él mismo.
-¡Por favor! -exclamó él, sorprendido por la ansiedad de su propia voz-. ¿No podemos pasar
esto por alto?
-Este es el test que deberá aprobar -respondió ella, pero sus ojos cálidos lo animaron-. Creo
que tendrá éxito. Esa sensación de peligro de la que me habló..., creo que es una verdadera
percepción de un peligro que existe.
Él asintió, desganadamente. Ese frío resplandor de malicia que se extendía sobre todo, fuera
de aquel extraño refugio, debía de ser prueba de algo. Se irguió en la silla, esperando
nerviosamente a que ella continuase.
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-¿Listo? -inquirió ella, y se sentó detrás de la pantalla, donde él no podía verla-. Aquí está la
primera baraja, boca abajo sobre la mesa. Tómese su tiempo y trate de decirme cuál es.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Él se esforzó todo lo que pudo. El ligero resplandor hostil que llegaba desde fuera de la
ventana seguía distrayéndolo, sin embargo, aun cuando cerraba los ojos. Todo lo que
conseguía ver era su rostro, transformado por su mente en una máscara de marfil tallado,
hermosa pero en cierta forma inhumana, mientras sus ojos se volvían lentamente hostiles,
como si se hubiesen entrecerrado contra su mirada penetrante.
-Nombre a la que tiene en la mente -le urgió ella por fin-. Acertará.
Ella volvió a bajar una carta y él siguió adivinando al azar. No tenía esperanzas de ser
aprobado. Ni siquiera debería haberlo intentado, porque el éxito lo marcaría para los verdugos
de Gellian. Sin embargo, a pesar de sí mismo, lo que más le asustaba era el fracaso. Y aunque
temía que el miedo mismo le hiciera equivocarse, no pudo detener el sudor ansioso que le
enfriaba la frente y que le ponía pegajosas las manos, ni tampoco consiguió evadirse de ese
despiadado reflejo pálido del cielo gris exterior.
-¿Por qué se angustia tanto? -preguntó ella. Se levantó cuando terminó la serie, meneando la
cabeza para reprocharle su nerviosismo-. ¿Por qué no fuma mientras estudio los resultados?
-Bastante bueno -contestó ella, pero en su voz hubo un tono desilusionado-. Repetiremos la
prueba.
-Lo lamento inmensamente, doctor Belfast -dijo, y él captó la fría formalidad que había
aparecido en su voz-. Estaba segura de que aprobaría el test, y no entiendo su fracaso.
-Hice lo posible -afirmó él. Esa cruel luminosidad se hizo súbitamente más intensa en el
cuarto, convirtiendo a la joven en algo pálido y severo. Sabía que ella se disponía a
desalojarlo de aquel extraño refugio-. Quizá me esforcé demasiado. -Una inexplicable alarma
estremeció su voz-. Por favor, no me rechace sin otra prueba.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Sería inútil -murmuró ella con voz remota, y meneó la cabeza cansadamente-. A menos que
su capacidad psíquica haya sido turbada por alguna conmoción emocional. -sus ojos celestes
se hicieron penetrantes, y algo apagó su voz-. ¿Vio al hombre que mencioné? -susurró
súbitamente-. ¿John Gellian?
-Me encontró en el vestíbulo de mi hotel, una hora después de que usted me llamara. Me llevó
a su oficina, me contó una historia y me ofreció un trabajo.
Su cuerpo bronceado pareció petrificarse. Sus ojos fríos como el resplandor exterior volvieron
a estudiarlo antes de inquirir:
-¿Lo aceptó?
-Todavía no -contestó él, con un extraño alivio al descubrir que su percepción de mutante no
le informaba todo..., si ella era una mutante. Dane se serenó un poco-. Lo que me contó era
demasiado importante para asimilarlo en una sola entrevista -agregó-. Lo pensaré hasta las
ocho de la mañana.
-¿Le dijo que yo soy algo extraño? -susurró débilmente-. ¿Algo... monstruoso?
-¡No le crea! -exclamó ella, y el hielo de su voz se derritió con una cálida vehemencia-.
Conozco ese horrible relato, y no es cierto. Ese hombre está enfermo. Tiene esos monstruosos
desvaríos. Lo convierten en un ser peligroso..., tanto para usted como para mí.
De pronto ella se sentó sobre el borde de la mesita que sostenía la pantalla, como si sus
emociones la hubiesen debilitado. Súbitamente sus grandes ojos parecieron demasiado
inocentes.
-No me extraña que haya fracasado en los tests..., si creyó en las absurdas mentiras de Gellian
-exclamó ella, y le sonrió, con un ligero alivio-. Confíe en mí, Dane. Pregúnteme cualquier
cosa que desee saber.
-Muy bien -asintió él, y se inclinó un poco hacia delante, contemplándola ansiosamente-.
Explíqueme quién es usted.
-Nadie que pueda despertar interés -contestó ella secamente, y volvió a alejarse-.
Simplemente una mujer que se dedica a los negocios.
-Yo... quiero conocerla, Nan --murmuró él, y una oleada de emoción rompió su propia
reserva, un impulso urgente que él no entendía con claridad, y que quizás había nacido de
aquella sensación de seguridad y de su temor a perderla-. Por favor, hábleme de usted.
Imagine que yo estoy llenando su ficha azul.
-Si lo desea así -respondió ella, y su boca roja sonreía vagamente, pero sus ojos se
mantuvieron velados y distantes-. Mi padre era ingeniero de minas y mi madre una maestra
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
que él conoció en Montana. Nací en Anaconda. Ahora él está retirado, y viven en una granja
de medio acre cerca de San Diego.
-¿Y... usted?
-No soy nada extraordinaria -contestó ella, encogiéndose de hombros-. Viví en aburridas
ciudades mineras, donde trabajaba mi padre. Fui al colegio. Hubo dos o tres hombres que
creyeron que me amaban. Algunos empleos sin importancia. Incluyendo éste...
-Pero éste tiene importancia -protestó Dane instantáneamente-. Si está dispuesta a decir la
verdad, quiero saber algo acerca del Servicio Sanderson.
-Lo lamento -manifestó ella secamente-. No estoy autorizada para discutir nuestro servicio
con personas no aprobadas.
-Sin embargo, sé algo acerca de él -dijo Dane-. Gellian me explicó que se dedican a buscar y a
ayudar a otros no-hombres. -La estudió detenidamente-. ¿Este es el servicio que prestan?
-¡Gellian se equivoca! -exclamó ella, con voz amarga y vehemente-Su imaginación enfermiza
ha deformado los hechos hasta convertirlos en una horrible mentira. Pero comprendo que
debo explicarle algo.
-¿No lo repetirá?-inquirió ella, dirigiéndole una mirada implorante- ¿Ni siquiera a Gellian?
¡Especialmente no se lo cuente a él!
Ella le hizo una seña para que le siguiera. Volvieron a la oficina y Nan se sentó cansadamente.
Sin mirarlo, se inclinó distraídamente hacia delante para enderezar el tintero, el calendario y
el reloj y luego limpió mecánicamente una partícula invisible de polvo.
-Usted verá. Yo también soy especialista en genética -dijo ella finalmente-. Estoy
contribuyendo a realizar un sensacional experimento con la genética humana. Este servicio
forma parte de él.
-¿Cuál es su objetivo?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¿Kendrew? -repitió ella, y sus ojos se dilataron inocentemente-. No, nuestro proceso no
consiste en la mecánica genética. Usamos el mismo método sencillo que los hombres
emplearon siempre para mejorar cualquier raza. Seleccionamos individuos con rasgos
adecuados y los unimos para que se casen y se reproduzcan. -Sus largos dedos volvieron a
mover el tintero, sin dirección-. Entre los genes que exigimos -agregó finalmente-, están los
de la capacidad metapsíquica.
Ella titubeó. Por un momento a él le pareció que su rostro tenía una expresión melancólica,
pero entonces giró rápidamente la cabeza hacia el despiadado resplandor que llegaba desde
fuera. Esto borró todo sentimiento de sus rasgos, dejándolos impasibles y fríos.
-Es cierto -contestó ella. Se levantó rápidamente, encaminándose hacia la puerta-. Me alegro
de que lo entienda, y estoy convencida de que respetará su promesa. Adiós, doctor Belfast.
-Pensaba dársela -respondió ella, y sus ojos melancólicos volvieron a posarse sobre él-. Pero
ahora comprendo que usted no nos servirá. Por favor, disculpe mi error. Y váyase... ¡antes de
que corra más peligro!
-Por parte de todas las personas que no piensan y que no participan en nuestro experimento. -
La ansiedad le hizo levantar la voz-. Por parte de las personas que creen erróneamente que
estamos violando la ética cristiana y la filosofía democrática de que todos los hombres son
hermanos. ¿Entiende?
-Entiendo -asintió él, estudiando su pálida angustia-. ¿Gellian no es más que un abanderado
de la vieja raza, celoso y resentido de la generación superior que ustedes están creando?
-Si desea expresarlo así... Ese es el peligro. El motivo por el cual debe irse ahora, y no tratar
de visitarme nunca más.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Tambaleante después de esta consideración, su débil convicción fue barrida por completo
cuando pensó en el árbol metálico, que debía de haber sido hallado en uno de los refugios de
los no-hombres. Quizás ella todavía creía que Gellian no había descubierto nada
extraordinario debajo del disfraz festivo, o que no había relacionado la planta con los hombres
mutantes.
Ella había abierto la puerta, esperando que él saliese. Dane seguía indeciso y sin deseos de
abandonar el santuario antes de haber averiguado qué era lo que lo dotaba de aquellas
cualidades protectoras, y se detuvo para mirar esperanzado. Todo lo que vio fue el resplandor
de afuera sobre su rostro tostado, un brillo extraño y cruel, más inexplicable que nunca.
-Adiós, Dane dijo ella con voz contenida y tensa-. Será mejor que se vaya.
-Carece de las condiciones necesarias -respondió, y por debajo de esa hostilidad reflejada, ella
se había retirado incluso fuera del alcance de su compasión-. Su fracaso es definitivo -agregó
secamente-. Y mi tiempo es limitado.
El de él también. A las ocho de la mañana tendría que unirse a sus cazadores, o resignarse a
ser cazado junto con ella. En las pocas horas que todavía le quedaban libres tendría que
entrevistarse con Messenger y resolver muchos enigmas, y debería tomar esa difícil
resolución. Salió con paso rígido, impulsado por una urgencia aplastante, y la oyó correr el
cerrojo detrás de él.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
A pesar del poco tiempo de que disponía, Dane no podía hacer nada más antes de entrevistarse
con Messenger. Mientras esperaba que fueran las tres de la tarde, hora en que sería recibido
por el viejo magnate, almorzó con forzada deliberación y volvió nerviosamente a su cuarto
para hurgar nuevamente entre las vagas pistas de aquellas antiguas cartas.
Consiguió serenarse un poco en el taxi, mientras viajaba por las calles húmedas, pero esa
sensación de ataque despiadado volvió a posarse sobre él, cuando llegó a la dirección de
Messenger. Desconcertado por el impacto, se detuvo en la vereda para buscar su origen.
La torre inmensa, severamente funcional, con su estructura de vidrio y granito, había sido
audazmente levantada en un barrio bastante pobre, de negocios y edificios de oficinas más
pequeñas, entre el distrito financiero y las secciones más elegantes y nuevas del Rockefeller
Center, como si sus arquitectos hubiesen querido convertirse en los pioneros de Nueva York
tal como lo habían hecho en Nueva Guinea. Lo que llamaba la atención en el edificio era la
placa de bronce y vidrio coloreado colocada sobre la entrada.
El vidrio verde llenaba una silueta dorada de Nueva Guinea, con la forma de un dragón de
grandes fauces desdentadas y muy abiertas. Contra ese fondo, y en altorrelieve, se veía una
figura de bronce de Cadmus, el matador de dragones del antiguo mito griego, con los brazos
desplegados para sembrar los dientes del monstruo que echaban raíces inmediatamente, según
lo relataba la leyenda, para convertirse en hombres. Debajo del dragón moribundo, grandes
letras doradas anunciaban: CADMUS INC.
Este símbolo le había parecido siempre inofensivo en los anuncios de la compañía y en los
membretes de Messenger; era una referencia natural a la forma del gran mapa de la isla,
semejante a un dragón, y el gigante triunfal representaba a la compañía, que sembraba esas
nuevas plantaciones. Sin embargo, ahora se había convertido en un símbolo intranquilizador
de las creaciones sobrehumanas del transformador de genes.
-¿Sí, señor? -le interrogó un hombre pálido y corpulento desde la fortaleza de vidrio y granito
de un escritorio, que montaba guardia junto a los ascensores. ¿En qué puedo servirle, señor?
-Soy Dane Belfast. Vengo a ver al señor Messenger -dijo él-. Esta mañana dejé mi nombre.
El hombre pálido debía de ser un detective retirado. Estudió a Belfast con fríos ojos opacos
como si tratase de recordarlo para alguna identificación policial, y sólo después tomó el
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Toda aquella inexplicable sensación de peligro acechante pareció apartarse de Dane mientras
subía en el ascensor, de modo que estaba casi nuevamente sereno cuando una secretaria rubia
pronunció su nombre por un teléfono interno, para conducirlo luego con gracia felina entre los
escritorios desocupados hasta una larga y lujosa habitación.
J. D. Messenger, un hombre inmenso, feo y curtido por la intemperie, dio un rodeo con paso
vacilante a su inmenso escritorio de madera de Nueva Guinea, para estrechar su mano con
inesperada cordialidad.
Dane rechazó el cigarro, pero se sentó agradecido en un enorme sillón de cuero, tratando de
vencer la instantánea simpatía que emanaba de Messenger. Había venido preparado para
encontrarse con la imagen humana de aquella fría fortaleza y del invencible poder de Cadmus,
y quería desconfiar de esta amistosa recepción.
Pero Dane permaneció en silencio, mirando cómo Messenger volvía con trabajosos
movimientos a su sillón. Viejo, adiposo y evidentemente enfermo, el financiero tenía todavía
una libertad de acción sorprendente, e incluso una especie de atractivo personal. La historia de
una vida activa, consumida casi hasta el fin, estaba escrita en su sereno rostro macizo, en sus
viejas cicatrices, en las enfermizas manchas rojas y en los fofos pliegues amarillentos de su
piel. Sin embargo, sus astutos ojos azules sonreían serenamente.
-Me alegro de verle -dijo el anciano, casi jadeando, y se interrumpió como si el trabajo de
sentarse le hubiese quitado todas sus fuerzas-. Admiraba a su padre. Estaba interesado en sus
investigaciones. Muy interesado. Lamento haber tenido que interrumpir la subvención.
La radiante cordialidad hizo que Dane se sintiese molesto por las preguntas que tendría que
hacer, y revisó apresuradamente sus planes. Lógicamente, Messenger tenía que estar enterado
de la existencia tanto de Nan Sanderson como de Gellian. Después de ordeñar su inmensa
fortuna en sus plantas mutantes, debía de haber aprendido indudablemente algo más acerca de
los planes de largo alcance del creador. Y la implacable cacería de los no-hombres llevada a
cabo por Gellian, y que cubría Australia, también tenía que haber llegado seguramente a
Nueva Guinea. Sin embargo, la feliz inocencia de Messenger le hacía dudar de que el magnate
estuviese enredado con alguno de ellos. Por un instante, puso en duda incluso las pruebas de
que el financiero había engañado o sobornado a su padre.
-¿Y bien? -repitió Messenger. Sentado detrás del escritorio, con los dedos entrelazados sobre
el vientre, Messenger parecía dotado de una paciencia infinita-. Si desea algo, joven, dígame
de qué se trata.
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-Deseo algo -asintió Dane. Aquella sonrisa agrietada había empezado a serenar a Dane, aun
para hacer las desagradables preguntas que tenía que haces-. Se trata de algo que usted le
prometió a mi padre cuando hizo la primera donación para el laboratorio. -Esperó
nerviosamente la reacción del magnate-. Si fuese posible, me agradaría ver las notas de
Charles Potter.
-Lo lamento, pero es imposible -respondió Messenger, meneando la cabeza-. El pobre viejo
Potter era muy excéntrico, como usted sabe. No confiaba en nadie. Después de su muerte,
encontramos todos sus papeles destruidos.
-¿Su muerte? -exclamó Dane. Había esperado esta revelación, pero sin embargo lo
conmovió-. ¿Cuándo murió?
-Déjeme pensar -murmuró Messenger. Escudriñó sus gordos pulgares azulados-. Debió de
haber sido el año pesado... No, hace dos años. En Nueva Guinea. El viejo chiflado no quería
oír hablar de volver a la civilización, ni siquiera para morir.
-Lo dudo -contestó Messenger, y se encogió de hombros con una inmensa indiferencia-. El
viejo Potter había dilapidado todo su dinero en drogas y bebidas y experimentos fracasados.
Había alejado a todos los amigos que tenía fuera de la compañía. Carecía de parientes. Parecía
odiar a la humanidad. No creo que a nadie le importara...
-Mi padre no se alejó nunca de él -le interrumpió rápidamente Dane-. Sé que le interesaba su
suerte, porque Charles Potter... o Charles Kendrew, era su más viejo amigo. -Miró
escrutadoramente al financiero- Lo que no entiendo es por qué no me informó nunca de que
su investigador botánico era su amigo desaparecido.
-Porque probablemente no lo era -murmuró Messenger, levantando lentamente sus ojos claros
y pequeños-. ¿De dónde sacó esa idea?
-De los papeles de mi padre. Cartas que le había dirigido Kendrew. Incluso una carta suya. -
Las acusaciones no servirían para nada, y Dane trató de suavizar su tono-. ¿Usted no pensaba
que Potter era Kendrew cuando hizo la donación al laboratorio?
-Fue una idea de su padre --contestó Messenger, estudiando sus intranquilos pulgares-, antes
de saber nada acerca de Potter. Pensé que quizás estaba en lo cierto, hasta que me enteré de
nuevos datos acerca de Kendrew. Entonces llegamos al acuerdo de que el sabio desaparecido
y el misántropo chiflado que se estaba muriendo en Nueva Guinea no podían ser la misma
persona. Supimos que no era él cuando su padre fracasó, lo mismo que usted, en su intento de
convertir las teorías más ambiciosas de Kendrew incluso en los modestos resultados prácticos
de Potter.
- 46 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Este gordo jovial, todavía jadeante, no se parecía mucho a un asesino interesado. Sin
embargo, él y sus socios habían sido los únicos beneficiarios de aquellos sensacionales
descubrimientos. La culpabilidad de Messenger podía explicar sus generosas donaciones para
asegurar el silencio de su padre, y su presente insistencia en que su investigador no había sido
Kendrew.
-No lamento los millones que invertimos en sus estudios -afirmó el magnate-. Entienda que no
le guardamos rencor. -Se encogió de hombros con un gesto simpático-. Apostamos a una carta
perdedora. Lo único que lamento es que no hayamos estado en condiciones de seguir
invirtiendo dinero.
Este no era ni el lugar ni el momento de hacer acusaciones sin fundamento. Dane frunció el
ceño, preguntándose cómo podría obtener las mayores informaciones con el menor riesgo.
-Usted verá, éste fue un mal año para la compañía. -Las manos gordas y violáceas de
Messenger hicieron un gesto de disculpa por encima de la superficie pulida del escritorio-.
Hubo inundaciones en Nueva Guinea. Y tuve dificultades personales -agregó secamente-. Los
abogados de mi última esposa me están chupando la sangre.
-Pero podríamos continuar las investigaciones sin muchos gastos -insistió Dane-. Aun cuando
su experto quemara todos los papeles, todavía debe de haber un registro del proceso... en los
genes de las plantas que creó para usted.
-Lo lamento, Belfast -respondió Messenger, y meneó la cabeza, apretando sus gruesos labios
azules-. Su padre también pidió algunos ejemplares, pero no podemos embarcar plantas vivas.
Es una disposición de la compañía.
-¡Imposible! -exclamó Messenger. El brillo cordial había desaparecido de sus ojos, dejándolos
fríos y opacos y quizá demasiado pequeños para ese enorme rostro fofo y manchado-. Mis
socios no lo aceptarían.
-No tengo la intención de robar sus secretos -afirmó Dane, irguiéndose a medias, impulsado
por la ansiedad-. Pero creo que esas plantas son mutaciones controladas..., fuera quien fuese
Potter. Si supiésemos cómo las obtenía, podríamos lograr... cualquier cosa. Virus mutantes
especializados, por ejemplo, para barrer los gérmenes de nuestras enfermedades. -Miró
fijamente el rostro malsano de Messenger-. ¿Iría eso contra sus reglamentos?
Los ojillos del viejo se encontraron por un momento con los de Dane, con un sorprendente
brillo de agudeza, antes de que volviesen a caer cansadamente en su lecho de grasa.
-Yo organicé la empresa Cadmus hace más de veinte años, para explotar minas y plantaciones
en Nueva Guinea -dijo lentamente, economizando su aliento-. Necesitábamos plantas
adaptadas al clima adverso de esa región, y contraté a ese Charles Potter para que las
obtuviera. El lo logró, sin explicarme el método. Y dilapidó su parte de las ganancias,
dedicándose a suicidarse lentamente. Le dimos todo lo que le habíamos prometido, y esa
transacción está concluida. Actualmente nuestra política consiste sencillamente en proteger y
desarrollar las enormes inversiones que tenemos en Nueva Guinea. Sus ojillos miraron a
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Dane, como duras bolas de hielo debajo de los párpados hinchados y caídos-. Cadmus es un
negocio limpio -agregó tercamente-. Nuestras exportaciones ascienden a miles de millones
anuales. Pagamos nuestros impuestos, y tasas de concesión y dividendos. Nuestros
empleados, tanto los administrativos de cuello blanco de aquí como los kanakas desnudos de
la jungla, reciben un trato excelente y un sueldo muy bueno. La riqueza que creamos beneficia
a todo el mundo. -Contuvo su ronco aliento-. ¿Eso no es suficiente?
-Para mí no -espetó Dane impulsivamente-. No, si usted oculta y explota esos magníficos
descubrimientos que Kendrew pensaba hacer. No, si usted es culpable de... eso.
Asesinato, era lo que había querido decir. Asesinato de la ciencia recién nacida, y de su
infortunado descubridor. Pero este viejo zorro no había traicionado ningún secreto, y aquellas
acusaciones habrían sido poco tácticas. Dame contuvo su estallido y trató de dulcificar su voz.
-Disculpe que lo haya molestado -murmuró-. Gracias por la ayuda que le brindó a mi padre.
El financiero estaba de pie cuando Dane se volvió, y oscilaba peligrosamente detrás del
escritorio, sonriendo con aquella simpatía quebrada que transformaba su voluminoso cuerpo y
redimía su fealdad cicatrizada y manchada. Dane volvió lentamente sobre sus pasos.
-No-respondió Messenger, con una sonrisa casi simpática-. La mitad de la tarea de cualquier
agente de prensa consiste en evitar la mala publicidad.
Dane pensó en el otro empleo que le estaba esperando, en la Agencia Gellian. Con la
esperanza de que Messenger pudiese salvarlo todavía de ese terrible dilema de convertirse en
cazador o en cazado, trató de convencerse de que el astuto magnate parecía demasiado sincero
y cordial para ser completamente malo.
-La gente envidia nuestro éxito -explicó el financiero-. Lanzan rumores maliciosos, y tratan de
inmiscuirse en nuestros asuntos privados y de robarnos los secretos de marca. Su tarea
consistirá en luchar contra esas interferencias.
-¿Quiere que le ayude a ocultar las mismas cosas que yo quiero descubrir?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Si lo desea, expréselo así -asintió Messenger alegremente-. Preséntese aquí a las diez de la
mañana, si quiere empezar a trabajar. Su sueldo inicial será de trescientos dólares semanales.
Dane se puso rígido al oír aquella cifra fantástica, preguntándose si Messenger se proponía
sobornarlo, de la misma forma en que creía que lo había hecho con su padre.
-Es mucho dinero -comentó-. ¿Qué tendré que hacer para ganarlo?
-Cadmus gasta millones de dólares al año para obtener una opinión pública favorable -
continuó Messenger-. Contratamos a expertos agentes profesionales de la publicidad, y
compramos toda clase de anuncios. Pero en nuestro caso especial eso no es suficiente.
Dane meneó la cabeza. Aquel empleo ya le parecía tan desagradable como el ofrecido por
Gellian.
¿Incluyendo el asesinato?
Esta idea abrió súbitamente la amplia habitación a un intenso resplandor de peligro, que
convirtió la madera pálida de Nueva Guinea en algo tan frío como el metal. El humo del
cigarro de Messenger tuvo bruscamente un sabor amargo de muerte. Belfast cambió
incómodamente de posición, preguntándose si esta oferta sería tan difícil de rechazar como la
de Gellian.
-Por ser ésa su especialidad -agregó Messenger tranquilamente-, usted estará directamente
bajo mis órdenes. Yo le encomendaré sus misiones personalmente, y usted me informará en
privado sobre el éxito obtenido. No debe haber fracasos. La señorita Falk le pagará su sueldo
y sus dietas en efectivo, pero usted no discutirá su trabajo con ella ni con ninguna otra
persona. ¿Entiende?
-Es una precaución necesaria -jadeó el gordo magnate-. Y lo aceptará cuando sepa cuál será su
primera misión.
Dane escuchó nerviosamente, convencido de que Messenger nunca habría sido tan explícito,
salvo que se tratara de la prevención de que debería olvidar lo que ya sabía.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-No bromee -respondió Messenger, y un dolorido reproche puso rígidos sus rasgos-. ¿No le
expliqué que nuestras actividades son perfectamente legales? En eso consiste la peculiar
dificultad del trabajo. Sus métodos deberán ser totalmente honestos.
-Si un hombre está escribiendo la verdad -dijo Dane secamente-, ¿cómo se le puede hacer
callar... honestamente?
-Eso corre por su cuenta -murmuró Messenger-. Aunque nosotros podemos ayudarle con
fondos ilimitados y con un personal de inteligentes especialistas que han resuelto muchos
problemas parecidos, sin que nunca un incidente manchase el buen nombre de Cadmus. -Los
ojillos desteñidos lo miraron fijamente a través del humo gris del cigarro-. ¿Está eso claro?
-Será mejor que lo piense -dijo el magnate parpadeando soñolientamente, y él sintió el peligro
como un liquido helado que estuviese goteando sobre su nuca-. Vuelva mañana, si cambia de
idea. La oferta estará en pie hasta las diez.
-Lo pensaré -asintió Dane-. Pero he recibido otra oferta que es aún más difícil de rechazar.
-Será mejor que cuide sus pasos -le previno Messenger con una expresión de cordial
preocupación-. Esta gente que trata de robar nuestros secretos no se detendrá ante nada.
Algunas informaciones accidentales acerca de nuestra compañía le costaron la vida a muchos
hombres.
-Gracias -respondió Dane con un gesto irónico de sentimiento-. Trataré de estar alerta.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Una oscura incertidumbre lo siguió al salir del edificio, al pasar frente a la severa secretaria
rubia y al hombre pálido que vigilaba los ascensores, y el rugido del peligro invisible volvió a
recibirlo cuando salió a la calle azotada por el viento.
El sabor de la hospitalidad volvió a posarse como una seca acritud sobre su lengua, y sintió
nuevamente un peso frío sobre la parte posterior del cráneo. La alarma era una sirena
silenciosa que cubría el ruido atronador del tránsito. El olor del odio era nauseabundo, y tuvo
que entrecerrar los ojos, encandilado por el oscuro brillo siniestro.
Aquella sensación no podía ser real..., pero lo era. Durante un instante de pánico, y a pesar de
las pruebas de Nan Sanderson, se preguntó si ésta podía ser una verdadera percepción de la
proximidad de los especialistas de Messenger o de los verdugos de Gellian, o incluso de las
creaciones inhumanas de Kendrew, y se volvió bruscamente, tratando de tomar por sorpresa a
algún seguidor malintencionado.
La gente que vio tenía un aspecto inofensivo: algunos empleados y oficinistas, que se
protegían cautelosamente del penetrable viento del este, y que no se fijaban en él. Sin
embargo, ese descolorido resplandor del peligro hacía que todos los rostros pareciesen
igualmente grises y alertas.
Estaba empezando a llover, y no encontró ningún taxi. Con los hombros encorvados contra las
gotas impulsadas por la lluvia, se encaminó hacia la entrada del metro de la esquina,
preguntándose desesperadamente qué debía hacer.
De los dos empleos que no deseaba, el de Cadmus parecía el preferible. Por lo menos, así no
se colocaría entre los verdugos de la nueva raza de Nan Sanderson. Pero ninguna de las los
posiciones parecía inmunizarlo contra las desagradables consecuencias de no aceptar la otra, y
empezó a bajar por la escalinata del metro con tanta ansiedad como si estuviera huyendo de la
necesidad de adoptar una decisión.
El hedor sofocante del peligro lo detuvo nuevamente en la escalinata, porque abajo era aún
más intenso. Retrocedió confundido, y volvió a salir y empezó a caminar bajo la lluvia en
dirección a su hotel, buscando torpemente algo en qué distraerse.
El sentido común le decía que debía abandonarlo todo y huir. Pero sabía que a partir de la
conversación con Gellian en el vestíbulo, ya era demasiado tarde para eso. Quizás incluso a
partir de la llamada telefónica de Nan Sanderon. No tenía adónde ir para colocarse fuera del
alcance de los hombres de Gellian o de Messenger. Si los mutantes eran los que provocaban
esa sensación de peligro, debían de estar en todas partes.
Sin embargo, ahora ni siquiera quería huir. El arte asombroso que le había dado forma a
aquella planta metálica valía cualquier riesgo posible.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
La fortuna de Cadmus no era más que una muestra de lo que podía producir. Allí estaba la
meta de toda su vida, demasiado próxima y concreta para ser abandonada.
Era muy poco probable que la policía creyese lo que él pudiera decir acerca de los asesinatos
de Nueva Guinea, de los no-hombres de Nueva York o incluso a salvo en la inexpugnable
fortaleza de su compañía; por otra parte, las actividades de Gellian estaban evidentemente
fuera y por encima de la ley.
No pudo dejar de pensar con satisfacción en la agradable sensación de seguridad que había
hallado en el Servicio Sanderson, pero incluso aquel extraño santuario estaba cerrado ahora
para él. La muchacha perseguida había dicho claramente que lo clasificaría entre sus
adversarios humanos, puesto que había fracasado en la prueba.
El no tenía dinero para contratar un guardaespaldas, o para financiar una investigación por su
cuenta. Se sentía más que nunca un extraño en Nueva York, y no recordaba ningún hombre o
mujer hacia quien pudiera volverse..., exceptuando, quizás, aquel periodista desconocido al
que Messenger planeaba hacer callar.
Castigado por la tormenta, Broadway estaba atestado ahora por la primera oleada de
empleados y clientes de las tiendas que regresaban a sus hogares, en medio de una sinfonía de
bocinas, silbatos policiales y chirridos de frenos húmedos. Todo el color y el encanto de la
calle que él recordaba habían desaparecido, desde aquella época lejana en que la había visto
junto con sus padres, y ahora la encontraba gris y fría y fea bajo el helado resplandor.
Seguía caminando hacia el norte, demasiado turbado incluso para hacerles señas a los taxis
que pasaban bajo la lluvia, cuando sus pensamientos atribulados se volvieron hacia el
anónimo reportero. Quería saber lo que había descubierto este hombre en Nueva Guinea, pero
no se le ocurría la forma de averiguarlo. Meneó la cabeza cansadamente, y vio el cambio de
tono del brillo que pendía sobre él.
Antes, ese resplandor descolorido había parecido arder uniformemente sobre toda la ciudad
inhóspita, pero ahora se disipó y fluyó, condensándose en una ominosa columna, al este de
donde él se encontraba.
En la esquina siguiente se volvió dubitativamente hacia la columna oscura. Porque este brusco
cambio era por lo menos otro indicio de que la sensación venía de algo exterior a su mente
turbada, de algo más que su propia fatiga y su tensión y de la pretérita crueldad de la chiquilla
que no le había dejado jugar, argumentando que no era blanco. Si conseguía encontrar su
fuente verdadera, en ese mismo instante, quizá lograría hallar la clave de todos aquellos
enigmas.
Se inclinó para marchar contra el latigazo del viento, y siguió la oscura columna los calles
hacia el este, viendo cómo se disipaba lentamente de encima de las pobres callejuelas que
tenía al frente, hasta desaparecer por completo. Se detuvo en la esquina para estudiar el
terreno, pero el resplandor gris parecía nuevamente difuso, sin un lugar de origen.
Estremeciéndose bajo las ropas húmedas, se volvió hacia Broadway.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
No tenía una pista mejor para seguir, y no le quedaba nada por hacer. Se sentía cansado,
demasiado agotado para seguir pensando. Quería encontrar la seca tibieza de su cuarto de
hotel, y sin embargo sintió un súbito temor de volver a él, porque pensaba que los hombres de
Messenger o de Gellian podían estar esperándolo allí.
Nuevamente deseó poder encontrar al hombre llegado de Nueva Guinea. Pero el audaz
periodista, que indudablemente tenía excelentes motivos para huir de los especialistas de
Cadmus, debía de estar oculto, fuera del alcance de su búsqueda...
El resplandor empezó a disiparse frente a él. Vio con desconcierto que la oscura iluminación
se movía nuevamente, alejándose de Broadway, para condensarse sobre una calle miserable
que partía lateralmente de la que estaba a sus espaldas. Se volvió nuevamente hacia ella,
impulsado por una vehemente urgencia.
El rayo inexplicable, que se disipaba y volvió a brillar con cada cambio de sus pensamientos,
se mantenía siempre sobre la misma calleja miserable hasta que él llegó a la misma, y
entonces su animoso reflejo pareció enfocar el portal de una fonda barata. Dane entró con
gran excitación al estrecho vestíbulo, procurando no respirar el poderoso hedor amenazante.
-Lo lamento, señor -dijo el muchacho pelirrojo y de cara triste que atendía el mostrador,
mirando con desconfianza sus manos vacías y su ropa empapada-. No tenemos cuartos
desocupados.
-Quería ver a uno de sus huéspedes. Un periodista que acaba de regresar de Nueva Guinea. -
La ansiedad le cortó la respiración-. No sé su nombre..., ¿pero acaso la persona a la que me
refiero se aloja aquí?
-En el cinco-once tenemos un tipo raro -asintió-. Se llama... -Se interrumpió para hojear el
manoseado registro-. Se llama Nicholas Venn. Está tostado por el sol, y viene de algún país
tropical. Está escribiendo a máquina en su habitación. ¿Es la persona que usted busca?
El empleado tomó el billete y señaló con un gesto el antiguo ascensor automático. El tecleo de
una máquina de escribir se interrumpió cuando Dane golpeó la puerta cerrada de la habitación
511, pero tuvo que esperar medio minuto hasta que se abrió cautelosamente todo lo que
permitía la corta cadena. Una voz nasal, cansada, le preguntó quién era.
-Nadie que usted conozca -contestó-. Pero quizá le interese saber quién no soy. No soy un
experto de Cadmus. Creo que eso nos da algo en común. ¿Puedo entrar?
- 53 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Después de otro medio minuto de titubeo, Nicholas Venn retiró la cadena de la puerta. Era un
hombrecillo nervioso, mal vestido, de aspecto macilento, que volvió a cerrar la puerta antes de
volverse hacia Belfast, con un brillo de intrigada desconfianza en sus ojos entrecerrados.
Giró para estudiar aquella celda húmeda, que se abría sobre un oscuro pozo de aire. El
resplandor del peligro, más intenso que la luz de la lamparita desnuda colgada del cielo raso,
bañaba las paredes manchadas y la cómoda raquítica y la maleta maltrecha semioculta debajo
de la cama. Dane percibió un movimiento temeroso detrás de él, y se volvió para ver el
gastado puñal que había observado sobre la cómoda, y que ahora estaba al alcance de la mano
estirada de Venn. El hombrecillo era un fugitivo desesperado y barbudo, con un traje tropical
arrugado y botas altas cubiertas todavía por una costra de arcilla roja, como si hubiese tenido
demasiada prisa para limpiarlas después de partir de los pantanos de Nueva Guinea; parecía
más alarmado que alarmante. Sin embargo, ese fuego oscuro se reflejaba sobre el largo
cuchillo de la jungla con el brillo mismo de la muerte.
-¿Y bien? -preguntó Venn, mirándolo temerosamente-. ¿Cómo puedo saber que usted no es en
realidad un agente de Cadmus?
-Soy un experto en genética. Deseo hablar con usted acerca de esas plantas mutantes de
Nueva Guinea. Tengo algunos papeles... -Dane se había inclinado para abrir el portafolios,
pero se detuvo cuando la mano huesuda y sucia de Venn se acercó velozmente al puñal-.
Solamente papeles.
Dane se quitó su abrigo mojado para mostrar que no estaba armado y el hombrecillo soltó la
afilada arna con un gesto de disculpa.
-Supongo que estoy muy nervioso -murmuró. Los ojos inyectados en sangre de Venn
volvieron a entrecerrarse-. Pero ¿cómo llegó aquí, si Messenger no lo puso sobre mi pista?
-En cierta forma lo hizo -respondió Dane, decidiendo no mencionar la columna oscura de
fuego que lo había guiado, aunque todavía esperaba encontrar el origen de la misma en algo
que estuviese allí-. Cuando intentó contratarme.
-Sí, he estado allí -asintió Venn cansadamente-. Necesito ayuda. Especialmente de un técnico
en genética. -Señaló la única silla-. Siéntese y hablaremos.
Dane retiró una botella vacía de leche y un cenicero repleto de encima de la silla, y se instaló
en ella.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Podrá examinar algo que traje -dijo el hombrecillo, y se acercó cojeando rápidamente al
borde de la cama desordenada y se sentó allí. Su voz cautelosa se hizo áspera y vehemente-.
¡Y entonces me ayudará a exterminar a la pandilla de Méssenger!
-¿Algo que trajo de Nueva Guinea? -exclamó Dane, conteniendo el aliento-. ¿Un espécimen?
-No sé lo que es -respondió Venn, frunciendo el ceño-. Por eso necesito un experto. Ya estaba
muerto cuando lo encontré, flotando en el Mamberamo.
-Veamos -dijo Dane, y la ansiedad le hizo levantarse de la incómoda silla-. Si es una especie
de planta mutante, nos dará algún indicio de la mecánica genética..., el método que Messenger
obtuvo del amigo asesinado de mi padre.
-Podría ser un mutante -asintió el hombrecillo asustado, con un brillo de temor en sus ojos
hundidos, y Dane empezó a percibir la cuerda inteligencia y la audacia desafiante con que
enfrentaba el peligro que lo perseguía-. Pero no es una planta..., o, por lo menos, no lo es por
completo.
-¿Puedo examinarlo?
-Creo que antes tendremos que conocernos mejor-contestó Venn, y una cansada desconfianza
apareció en sus ojos insomnes-. Muéstreme sus papeles.
-Muy bien, Belfast -dijo, dirigiéndole una sonrisa de aprobación-. Usted comprenderá por qué
tenía que asegurarme tanto cuando sepa todo lo que he pasado.
-Más tarde -respondió Venn, sonriendo cansadamente al comprobar su excitación-. Pero esa
«cosa» ni siquiera está completa. No tendrá mucho significado para usted, hasta que sepa
cómo la obtuve.
-Entonces cuéntemelo todo -pidió Dane, y volvió a sentarse impacientemente para escuchar.
Encendió un cigarrillo, con la esperanza de que el tabaco le ayudase a cubrir el olor acre de la
hostilidad que todavía flotaba en el cuarto. Vio el brillo codicioso de los ojos inyectados en
sangre de Venn, y le ofreció el paquete.
-¡Gracias! -murmuró Venn, mientras sus dedos sucios y de uñas rotas temblaban con el
fósforo-. Me quedé sin tabaco -bajó la voz, mirando hacia la puerta-. Porque tengo miedo de
salir de la habitación para comprar lo que necesito. Incluso para comer. Le explicaré el
motivo, si usted quiere correr el riesgo de que lo degüellen por lo que sabe.
- 55 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
10
Belfast tuvo un estremecimiento. Venn había colgado su abrigo húmedo sobre el respaldo de
la cama, pero el frío de la calle había penetrado profundamente en él, y la misteriosa
sensación helada de su columna vertebral resultaba aún más fría.
-Es difícil creer que Messenger pueda atreverse a asesinar a alguien -comentó débilmente,
argumentando contra sus propios temores-. Después de todo, Cadmus es una empresa
comercial respetable.
-¿Usted cree eso? -inquirió Venn, meneando la cabeza-. Se equivoca. -Miró nerviosamente
hacia la puerta y bajó nuevamente la voz- Me puse sobre la pista accidentalmente. Fue hace
un par de años. Yo estaba escribiendo una serie de artículos acerca de los magnates de las
finanzas. Me había ocupado de los principales dirigentes de la General Motors y la General
Electric y la U. S. Steel. Llegué a J. D. Messenger, y mis jefes me ordenaron tacharlo de la
lista. La cuenta publicitaria de Cadmus llegaba a los cien mil dólares anuales, según me
explicaron, pero a la compañía no le gustaba la propaganda gratuita. Un hombre más
inteligente que yo habría abandonado esa tarea, pero yo no obedecí. Tengo buen olfato para
los granujas. Cadmus apestaba, y yo empecé a indagar. La tarea no era fácil. La mayoría de
las personas no sabían nada. Las pocas que sabían algo se enriquecían con su silencio. Pero
seguí a mi nariz. A pesar de los consejos amistosos, seguí preguntando. Llegué hasta el mismo
Edificio Cadmus. Los agentes de prensa de la compañía me hicieron una calurosa bienvenida.
Me llevaron a un bar privado para llenarme de buen whisky y de estadísticas deslumbrantes.
Millones de toneladas de copra y caucho, y maderas, y algodón, y azúcar, y petróleo. Millones
de onzas de oro puro. Miles de millones pagados a los afortunados inversores. Parecieron
considerar que yo estaba ofendiendo su hospitalidad cuando les pregunté de dónde venía
Messenger y cómo había iniciado su negocio, y por qué había aniquilado a sus competidores.
Nadie quiso explicarme mucho, ni siquiera el mismo Messenger. Este fue un tipo duro para
entrevistar. Quería hacer personalmente todas las preguntas. Insistió en que no era más que un
empleado de los grandes banqueros que forman el consejo de administración, de hombres
como Zwiedeineck y Ryling y Jones. Cuando no me tragué el anzuelo, me ofreció el doble de
lo que estaba ganando para que me ocupase de la publicidad de Cadmus. Rechacé la oferta
porque ya había visitado a esos banqueros. No me gustó la forma en que me dijeron que
dejase mi crónica. Además, había empezado a captar rumores.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Una palabra aquí y un indicio allá -explicó el hombrecillo-. La mayoría provenían de otras
personas que desconfiaban de Cadmus y que habían sido atemorizadas o sobornadas para no
entrometerse. Uno de los mismos agentes publicitarios de Cadmus me contó por qué la
compañía no tenía problemas laborales en Nueva Guinea..., esto, después de haber bebido en
exceso su propio whisky.
-No -respondió Venn, meneando la cabeza-. Yo estaba tratando de averiguar cómo había
conseguido Messenger que Cadmus se levantase en veinte años hasta la cumbre de las
finanzas. Interrogaba constantemente a todas las personas que encontraba acerca de los
métodos de producción y las relaciones laborales y los métodos de venta. Lo que descubrí
finalmente fue algo que nadie habría sospechado.
Belfast aguardó nerviosamente, mientras Venn empujaba distraídamente con el pie la gastada
maleta, metiéndola más aún debajo de la cama.
-No son los que rebuznan. Se trata de una especie de iguana mansa, según dijo el agente de
prensa, que un hombre llamado Potter encontró en un valle desconocido del Fly superior. Son
más inteligentes que los elefantes, pero lo bastante tontas para no formar sindicatos. El clima
no les hace daño, y trabajan hasta caer muertas... Supongo que por eso es que los llaman
«mulos».
-Me pregunto si Potter los encontró verdaderamente -murmuró Dane, pensando en la marca
registrada de Cadmus..., el gigante de bronce que sembraba los dientes del dragón moribundo,
que según el mito se habían convertido en hombres-. Quizá los creó él mismo.
-El proceso de mutación puede dar resultado en los animales, lo mismo que en las plantas -
explicó Dane. Los no-hombres de Gellian eran un ejemplo de ello, pero decidió no
mencionarlos por el momento. Miró ansiosamente la maleta que aún se veía debajo de la
cama-. ¿Trajo usted uno de esos mulos?
Mientras esperaba, Dane buscó mecánicamente otro cigarrillo, y Venn estiró la mano
ansiosamente hacia el paquete.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-La humedad arruinó los míos en el Mamberamo. Hubo momentos en que Messenger podría
haberme comprado con un cigarrillo seco.
-Entonces fui primeramente a Australia. Crucé hasta la isla en una cañonera del gobierno,
acompañando a una expedición oficial salida de Canberra para inspeccionar las reservas
nativas al oeste de Moresby. Todavía no había entrado a la concesión de Cadmus, pero
permanecí en tierra. Traté de contratar guías nativos, pero la propiedad de la compañía es
tabú, y los kanakas están aterrorizados ante los «hombres-chiquitos, hombres-verdes,
hombres-diablos», según llaman en su idioma a los lagartos de Potter. Finalmente encontré a
un misionero desanimado que quería volver a los Estados Unidos, y cambió mi pasaje de
regreso por una maltrecha lancha a motor. Yo tenía la intención de navegar por el Fly, al oeste
de la reserva, y echar un vistazo por los fondos de la propiedad de Messenger.
-La mala suerte me acompañó desde el comienzo -dijo Venn. Le dio una última chupada al
cigarrillo, y lo aplastó tristemente en el cenicero- El Fly es un río más caudaloso de lo que uno
espera encontrar en cualquier isla. Me perdí durante una semana en los islotes de mangles del
estuario. Nunca avancé mucho ni encontré nada más que mosquitos y cocodrilos y largas
millas de aguas fangosas. Una lancha de la policía nativa me recogió cuando se me agotó la
gasolina. Resultó que el falso misionero le había robado la lancha a la compañía, y pasé tres
meses en una maloliente cárcel nativa hasta que los hombres de Cadmus vinieron a buscarme.
¡Qué amables! -agregó Venn, con una risa burlona-. Según el contrato de la concesión,
Cadmus paga todos los gastos de la reserva, lo que convierte a cualquier empleado de la
compañía en un pequeño dios de latón. Estos se mostraron cordiales y arrepentidos.
Consiguieron que mi caso fuese resuelto favorablemente, y se ofrecieron para pagarme el
viaje de regreso. Contesté que estaba demasiado enfermo para el viaje. Me enviaron al
hospital de Darwin, con los gastos a cargo de la compañía, para que me curase de la malaria y
de las infecciones de hongos que traje como recuerdo del Fly. Salí del hospital sin un centavo,
y viajé hasta Manila, para poder entrar por la puerta del fondo.
Dane sentía cada vez más admiración por la obstinada tenacidad del hombrecillo asustado y
macilento. Entonces preguntó:
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Cadmus había despertado la curiosidad de mucha gente -explicó Venn-. Encontré hombres
dispuestos a pagar por lo que sabía, y decididos a arriesgar sus vidas para averiguar algo más.
Un pequeño grupo unimos las fuerzas para regresar. Teníamos las teorías más variadas acerca
de la prosperidad y la reserva de Cadmus. La mayoría opinaba que la compañía había hallado
uranio y había construido una pequeña central atómica para dominar la jungla. Uno de ellos,
un francés llamado Lambeau, afirmaba que la compañía utilizaba rayos de uranio para
cultivar plantas nuevas. Otros buscaban diamantes y oro. Lo que yo quería, en esa época, era
encontrar uno de los mulos de Potter. Acostumbrábamos a reunirnos en la trastienda de un
sucio bar de Manila, para acumular los dólares y los rumores que habíamos reunido.
Necesitamos varios meses para ponernos en marcha, pero finalmente contratamos una lancha
pesquera para que nos dejase de contrabando en la costa norte, al oeste de la bahía Humboldt,
donde la jungla es demasiado espesa, incluso para los guardias nativos de la compañía.
Venn se interrumpió bruscamente, escuchando las pisadas que se acercaban por el pasillo. En
su rostro chupado brotó el sudor, pero se serenó cuando los pasos siguieron de largo. Entonces
volvió a tomar ansiosamente el paquete de cigarrillos.
-Nada agradable -respondió Venn-. Conseguimos esquivar las lanchas de la compañía en los
ríos y las torres de guardia de los gendarmes en tierra y las patrullas aéreas que volaban a lo
largo de la costa, pero Nueva Guinea nos derrotó. Los mosquitos y las sanguijuelas y los
hongos de la jungla. -Meneó la cabeza tristemente-. La malaria y el tifus y la disentería. Las
lianas y las regiones montañosas y los pantanos y la lluvia que no cesa nunca. Esa isla no es
habitable para los seres humanos. ¡Supongo que necesitábamos un ejército de esos lagartos
domesticados!
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-Quizás usted pueda explicarme lo que es -dijo Venn, y con una cansada sonrisa de triunfo se
arrodilló y sacó la desvencijada maleta de debajo de la cama. La abrió y extrajo de debajo de
las camisas y la ropa interior sucia un paquete pesado y de olor penetrante, con el que volvió a
incorporarse.
Empezó a desenrollar las capas de material plástico, resistente y transparente, que envolvían
algo que se parecía desagradablemente al cuerpo de una criatura.
Lo que extrajo de aquel paquete no era ni un ser humano, ni un saurio, ni se parecía a nada
que Dane pudiese recordar. Su color era negro verdoso brillante, y su olor pesado y penetrante
se mezcló con el que ya flotaba en la habitación, anunciando el peligro.
-No se descompone -explicó Venn, con tono de desconcierto-. La noche que lo pesqué del
agua estaba demasiado enfermo para utilizar el formol que llevaba conmigo, y al día siguiente
descubrí que no lo necesitaba. -Levantó la vista bruscamente-. ¿Sabe de qué se trata?
Dane se arrodilló junto a él sobre el suelo, volviendo y palpando cuidadosamente aquella cosa
extraña y arrugada, y meneó la cabeza torpemente. Aquella criatura había sido bípeda, con
delgadas manos de tres dedos y con una cabeza larga y ovoidea. Su armadura brillante y
oscura se parecía en parte al caparazón quitinoso de los insectos y los crustáceos, y las
pequeñas masas de tejidos secos y quebradizos de la espalda parecían vestigios de alas. El
resto de ese ser era incomprensible.
-Algo nuevo -respondió Dane, mirando con el ceño fruncido el huevo extrañamente liso que
formaba la cabeza-. Algo que no entiendo. Como ve, no tiene boca. Ni mandíbulas. Tiene
ojos, pero no orejas visibles. Carece de orificios nasales, aunque debe de tener alguna forma
de aparato respiratorio para poder vivir. No hay señales de sistema digestivo, ni tampoco de
órganos de reproducción. -Se inclinó para volver a mirar y palpar, y finalmente se encogió de
hombros, perplejo-. Indudablemente no es una iguana. No es más lagarto que hombre. El
hecho de que no se descomponga, y su olor, hacen pensar en un metabolismo vital
completamente distinto al nuestro. -Finalmente se incorporó, volviéndose hacia Venn-. Esto es
emocionante -comentó- Demuestra que alguien está creando un tipo de vida completamente
nuevo en Nueva Guinea. Quizá nos dé incluso algún indicio acerca del método que emplean,
aunque necesitaré tiempo y un equipo adecuado para examinarlo detenidamente. -Miró la
maleta y preguntó con tono esperanzado-: ¿No trajo nada más?
-No -respondió el hombrecillo, frunciendo el ceño al volver a mirar aquel repugnante ser
verde-. Había algo más -confesó desganadamente-. Algo más extraño que el mulo. No tenía
intención de mencionarlo, porque se trata de algo que usted no creerá.
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Dane esperó impacientemente, mirando cómo Nicholas Venn envolvía a la criatura verde
muerta en las hojas de material plástico, para sepultarla nuevamente debajo de la ropa sucia.
-No la traje conmigo -respondió Venn, y empujó con nerviosismo la maleta debajo de la
cama-. Tenía miedo de traerla -confesó-. Ahora está en el fondo del Mamberamo.
-¿Qué era?
-Simplemente una rama -explicó Venn, y con un movimiento inquieto tomó el último
cigarrillo del paquete de Dane-. Nada más que la rama de un árbol.
-Era pesada como el hierro. En realidad era en su mayor parte de hierro, según creo, porque
tenía un alto poder magnético. -Venn le dirigió una mirada incierta, consumiendo
nerviosamente el cigarrillo-. Quizá me creerá después de que le hable del árbol en el cual
crecía.
-Continúe.
-¿La malaria?
-La malaria... y algo más. Por aquel entonces todos sabíamos un poco de medicina de la
jungla, pero Heemskirk no pudo explicarme muy claramente qué era lo que los había dejado
en ese estado. Estaba parcialmente delirante, y hablaba de montes de arbustos espinosos que
habían atravesado en los valles inferiores, y de raras moscas negras que los habían picado, y
de ese árbol extraño.
-¿El árbol?
-Crece en un valle alto, más allá de las espinas y de las moscas y de los glaciares -explicó el
hombrecillo-. El holandés mascullaba y gritaba acerca de ese árbol, día y noche, hasta que
cedió su fiebre. Brilla por la noche con un frío resplandor azul. Él balbuceaba algo acerca de
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ese brillo, y afirmaba que tenía el color de la muerte. El árbol activaba el contador Geiger,
como si hubiese echado raíces en el yacimiento madre de todo el uranio de la Tierra. Pero el
árbol en sí era de hierro.
-¿Cómo? -preguntó Dane, y sintió que la sensación de su columna vertebral se tornaba aún
más fría-. ¿De hierro?
-No quería decírselo -manifestó Venn, meneando la cabeza con expresión de disculpa-. No
esperaba que lo creyese.
-Pero le creo.
-Todo ser viviente tiene una parte metálica -le explicó sobriamente a Venn-. Ese mulo verde
me parece una mutación más radical, aunque me gustaría saber por qué el árbol fue ideado
para asimilar uranio y cantidades tan grandes de hierro. Lamento que no haya traído la rama.
-Me asustó -confesó Venn roncamente-. Todavía tenía bastante radiactividad como para brillar
en la oscuridad. Cuando descubrí eso, y vi el estado en que habían dejado los rayos a mis los
compañeros, la tiré al río. Demasiado tarde. -Se encogió de hombros-. Ahora tanto Heemskirk
como Lambeau están en un hospital de Manila, con una amnesia total.
-La amnesia no es un resultado común de las enfermedades por radiación -comentó Dane-.
Hay una encefalitis endémica de Nueva Guinea, que destruye la memoria. Quizás eso fue lo
que contaminó a su amigos. Quizás era transmitida por esas moscas que los picaron.
-¡Es un virus muy conveniente para la compañía de Messenger! -exclamó Venn entrecerrando
los ojos-. ¿Cree que se trata de otra mutación?
-Es muy probable -asintió Dane, y pensó en el investigador de Gellian afectado por el mismo
virus-. No creo que su existencia haya sido descubierta antes de la llegada de la compañía de
Messenger a la isla, y muy pocos casos aislados se presentaron en otros lugares. No se sabe
mucho al respecto, ni acerca de cómo se propaga la enfermedad. Sería un arma biológica muy
efectiva.
-Nunca oí hablar de eso -murmuró Venn-. Lamento haber tirado la rama, pero mi situación se
estaba haciendo desesperada.
-Es una suerte que haya logrado escapar con el mulo -asintió Dane-. Bastará para probar que
Cadmus utiliza un proceso de mutación directa.
-¿Me ayudará a probarlo? -preguntó Venn, mirándolo ansiosamente con sus ojos velados-. ¿A
probarle al público cuáles son las intenciones de Messenger y su pandilla?
-Haré todo lo que esté en mis manos-respondió Dane rápidamente- Porque estoy convencido
de que mataron al viejo amigo de mi padre para apoderarse del proceso. Quiero recuperarlo.
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Kendrew tenía la intención de enriquecer con él a todo el mundo, y no sólo a unos pocos
banqueros.
-Quizás usted podría obtener mejores resultados sin mi -le previno Dane-. Puedo convertirme
en un compañero peligroso.
-No se preocupe demasiado por los especialistas de Messenger -dijo Venn, y una afiebrada
decisión iluminó sus ojos cansados y estremeció su voz ronca-. Porque ahora podremos
ahuyentar a esas alimañas. He aniquilado a otras bandas con campañas periodísticas..., aunque
ninguna era tan peligrosa. Yo sé utilizar la publicidad.
-Messenger también -murmuró Dane con tono preocupado-. Pero además yo tendré problemas
con otro grupo. Se trata de una agencia de detectives privados que busca a los hombres
mutantes engendrados por el mismo proceso para matarlos. Me negué a colaborar en la
cacería..., y después de las ocho de la mañana yo seré otra de sus víctimas marcadas.
-¿Hombres mutantes, eh? -comentó Venn, y con una mirada de prevención volvió a escuchar
si había pasos en el pasillo-. ¿No hay límites para la expansión de este proceso?
-Puede liberar los poderes latentes de la vida -afirmó Dane sobriamente-. Y los limites de la
vida no han sido alcanzados nunca.
-Aun así, todavía disponemos de esta noche -manifestó Venn, y se encogió de hombros, como
para alejar todos sus temores. Usted podrá examinar nuevamente el mulo y describírselo a los
hombres de ciencia. Prepararé una campaña periodística. ¡A las siete de la mañana daremos
una conferencia de prensa!
-Esa es mi especialidad -agregó Venn, con nuevas energías en su voz cansada-. Invitaré a
bastantes periodistas y fotógrafos, como para que Messenger no pueda intimidarlos a todos.
Tendremos preparadas copias de nuestra información, para hacerla cablegrafiar. Usted podrá
mostrarles el mulo a los fotógrafos, y contestar las preguntas de los cronistas de las secciones
de ciencia. Obligaremos a Messenger a ponerse en fuga antes de las ocho. La muralla de la
publicidad nos protegerá de él..., y de cualquier otro.
-No estoy seguro de que Messenger huya -contestó Dane, titubeando-. Me pareció un
candidato muy duro. Y todavía le tengo miedo a Gellian. Aunque, según creo, está demasiado
alarmado por los mutantes, es evidente que posee una organización poderosa y muy amplia.
-No -confesó Dane, meneando la cabeza-. No veo qué otra cosa podemos hacer.
-Entonces pongamos manos a la obra ahora mismo -dijo Venn, y se levantó impacientemente
del borde de la cama-. En primer lugar... -En su rostro alucinado apareció una expresión de
ansiedad-. ¡Espero que usted tenga dinero!
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-Oh -exclamó Dane, comprendiendo que Venn debía de tener hambre-. Vamos a comer a
alguna parte.
-Necesito alimentarme -asintió Venn, señalando la botella vacía de leche-. Esto es de ayer.
Pero tengo miedo de salir. Tráigame algo cuando vuelva... y cuídese, por si alguien ya está
vigilando.
Dane volvió a salir a la calle, que le pareció ahora más cordial que la miserable habitación de
Venn. Había dejado de llover, y el resplandor gris estaba más pálido en la penumbra nocturna.
Se enfrentó al viento cortante del este, y aspiró satisfecho el aire, lejos de aquel desagradable
olor de algo más que el mulo verde muerto.
Caminó tres calles, estudiando los escaparates de los negocios, sin encontrar máquinas para
oficina en alquiler o el equipo de laboratorio que necesitaba para examinar el mulo. Decidió
hacer los pedidos por teléfono, y se volvió, deteniéndose en una rotisería para comprar carne
fría y un pan y un recipiente con café caliente.
Había caído la noche en la media hora transcurrida desde su salida del hotel, y ahora las luces
de la ciudad brillaban con un mortecino resplandor rojo contra las nubes bajas y desgarradas
por el viento. El descolorido fuego oscuro pareció concentrarse nuevamente sobre el hotel
miserable cuando se acercó al mismo, y el olor desagradable y penetrante volvió a recibirlo en
el vestíbulo.
El empleado pelirrojo lo miró con desconfianza por encima de una gastada revista de
historietas mientras él llevaba los paquetes hasta el ascensor automático. El quinto piso
resultó demasiado silencioso, y ese silencio hizo que la muda alarma volviese a palpitar en su
mente. Golpeó apresuradamente, y la puerta se abrió ante su mano.
Luchando contra el pánico, Dane dejó los paquetes sobre la cómoda, cerró la puerta y
encendió la luz. Despiadadamente, como lo había hecho el oscuro resplandor, la luz le mostró
la cabeza de Venn, más consumida y pálida que nunca, que lo miraba desde el charco oscuro
de las sábanas.
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maleta. Estaba abierta sobre el suelo. Las camisas sucias estaban caídas fuera, y una de ellas
aparecía manchada nuevamente de rojo.
Se agachó para mirar debajo de la cama, pero sus dedos no encontraron el mulo. Lo que
hallaron lo dejó tan frío como la misma muerte, y al sacarlo descubrió que se trataba del largo
puñal de la jungla, de Venn, manchado de sangre y despidiendo aquel fuego oscuro en su
mano.
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La compasión le contrajo la garganta, y entonces empezó a temblar con una ira helada contra
los asesinos de aquel hombrecillo, cuyo único delito había sido su esfuerzo por descubrir y
propalar la verdad acerca de Cadmus Inc.
Las trágicas consecuencias de este acto resultaron súbitamente tan claras como si ya las
hubiese sufrido. Messenger negaría tranquilamente toda acusación contra sus hombres, dando
a entender con astucia que los granujas que trataban de robar sus valiosos secretos
comerciales habían tenido una pelea entre ellos.
Una sensación de impotencia lo dejó paralizado durante un momento. Pero todavía no había
hecho la llamada. Prevenido por aquella extraña intuición, ahora tenía tiempo y libertad para
luchar. El mulo verde resultaría un arma poderosa en un tribunal, si podía recuperarlo. Aquella
idea lo serenó.
Ya más tranquilo, reunió coraje para examinar el cuerpo y la cabeza. Al principio no vio
ninguna marca, excepto la del puñal de la jungla, pero la extraña crispación de la tétrica
sonrisa de Venn lo atrajo nuevamente para encontrar una descolorida hinchazón del labio
superior, originada por alguna leve lesión que debía de haber sido inferida mientras Venn
estaba con vida. No parecía ser una lastimadura vulgar, porque pequeñas gotas de sangre
habían brotado de la piel perforada. Sin embargo, no halló ninguna explicación para este
hecho.
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Apoyó ansiosamente la oreja contra la puerta y empezó a abrirla, con un pánico creciente que
lo impulsaba a huir del resplandor y del hedor de la muerte antes de que los hombres de
Messenger cerraran la trampa para que él fuese hallado en aquella habitación con la sangre de
Venn en sus manos. Pero volvió a controlar su miedo, y entró nuevamente.
Dane recogió el paquete de comida y el recipiente con café que había depositado sobre la
cómoda, se inclinó hacia delante para escuchar, abrió la puerta con su pañuelo, y se detuvo
nuevamente para limpiar el pomo exterior. El ascensor automático tardó un tiempo infinito en
llegar. Bajó solo en él.
Tres hombres mal vestidos y viejos estaban sentados en la hilera de sillones gastados del
vestíbulo, mirando ociosamente a un individuo gordo y rubicundo que preguntaba en el
mostrador por la habitación de muestras del quinto piso. Ninguno de los tres parecía lo
bastante vigoroso como para haber decapitado a Venn, y resultaba obvio que el otro, que
todavía estaba mojado y sonrojado por su estancia a la intemperie, acababa de entrar.
Belfast esperó a que el viajante se encaminase hacia el ascensor con una pesada maleta de
muestras. Sabía que el muchacho que atendía el mostrador no tardaría en recordar todos sus
datos personales para transmitírselos a la policía, pero decidió correr el riesgo de dejar una
impresión aún más profunda.
-Vine para comprar algunas plantas valiosas que el señor Venn trajo de Nueva Guinea -
empezó a explicar cuidadosamente-. Me pidió que volviese más tarde, porque esperaba otra
oferta. Ahora no contesta a mi llamada. -Miró fijamente al empleado-. ¿No sabe si vino mi
competidor?
-Creo que alguien está tratando de despojarme de una importante comisión -agregó Dane,
mostrando un billete de veinte dólares-. ¿No recuerda si alguien preguntó por el señor Venn
mientras yo estaba fuera?
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-Alguien debe de haberle comprado esas plantas tropicales -insistió-. Quizás algún cliente del
hotel. Probablemente se las llevó, mientras yo estaba fuera. ¿Alguien salió con su equipaje
durante mi ausencia?
-Entraron los viajantes, pero no se fue nadie. A menos... -El empleado volvió a mirar
ilusionado los veinte dólares-. ¿A menos que esa persona haya sido una muchacha?
-Sí.
El empleado estaba extendiendo su mano pálida, pero Dane titubeó. Ninguna mujer común
habría tenido la fuerza y la habilidad necesarias para decapitar a un hombre con el tajo de un
cuchillo. Pero recordó la prevención de Gellian de que los no-hombres eran más veloces y
fuertes que los seres normales. Entregó el billete.
-¿Cuándo vino?
-Llegó después que usted y preguntó por Venn -respondió el empleado, metiéndose el dinero
en un bolsillo-. Quería una habitación en el quinto piso. Lo único que teníamos era la
habitación de muestras y un dormitorio interior. Escogió este último.
-¿Pero ya se fue?
-Se retiró hace diez minutos. Dijo que había cambiado de idea.
-Una gran maleta blanca de cuero. Me dio un dólar por llevársela hasta la acera y conseguirle
un taxi.
-Era más bien alta-dijo el empleado, metiéndose el billete más profundamente en el bolsillo,
con un ademán defensivo-. No era fea.
-¿Tenía ojos azules y cabello castaño rojizo? -preguntó Dane, con voz seca por el
nerviosismo-. ¿Tez ligeramente olivácea, como si tuviese un poco de sangre india? ¿Llevaba
un traje sastre gris?
-Efectivamente -asintió el empleado-. Pero arriba se cambió de traje. Bajó con un vestido
escotado de noche, y una piel que valía mil dólares.
Él debió de tambalearse, porque sintió frío y vacío por dentro. Se encontró aferrado al
mostrador con una mano sudada y retrocedió temerosamente, con la esperanza de que la
policía no buscase sus impresiones digitales allí.
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La primera impresión de cálida simpatía que había experimentado por Nan Sanderson hizo
que le resultase difícil imaginarla cumpliendo una misión criminal, y sin embargo las pruebas
ya eran aplastantes. Probablemente Messenger había estado enterado de la existencia de los
mutantes humanos desde un principio, y el astuto magnate no había pasado por alto la
conveniencia de contratar a especialistas tan capacitados.
Se preguntó por qué ella se había cambiado de ropa en su cuarto. ¿Para abrirse paso con sus
encantos hacia la habitación de Venn, con el vestido escotado? ¿O acaso se había quitado el
traje sastre gris después de mancharlo con sangre?
Mascullando una protesta, como si temiese que él volviera a pedirle los veinte dólares, el
empleado le acercó el gastado registro, señalando con el dedo. Evelyn Barker, Chicago. El
nombre y la vaga dirección no significaban nada, pero él había visto la letra de Nan Sanderson
cuando ella le había tomado la prueba en la oficina, y ésta era la misma cuidada escritura.
-Gracias -dijo amargamente. Y entonces recordó el papel que estaba representando y comentó
con una sonrisa forzada-: Según parece, la señorita Barker me despojó de mi comisión.
El empleado asintió con velada hostilidad, ansioso por librarse de él, y lo miró mientras Dane
recogía sus paquetes y salía a la calle. Este desconfiado muchacho le recordaría claramente
cuando llegase la policía.
El brillo oscuro y el repugnante hedor del peligro lo siguieron a lo largo de todo el trayecto
hasta su hotel, y se asustó al ver su rostro barbudo y consumido en el espejo del baño. Con el
traje gris deformado por la lluvia y con el rostro macilento y ojeroso debajo del fulgor helado,
se parecía al fugitivo que no tardaría en ser.
Una pasajera ilusión de seguridad lo dejó hundirse en un sillón, demasiado cansado para
moverse. Pero el cuarto ya no era un refugio, y el espolón despiadado de la amenaza lo puso
nuevamente en marcha. Perdió solamente el tiempo necesario para bañarse, afeitarse y
ponerse un traje azul que no coincidiría con la descripción del empleado del hotel, y luego
salió nuevamente para buscar el mulo verde.
Encandilado por el áspero resplandor callejero, no pudo contener un deseo de poseer un arma,
algo sólido y mortal encerrado entre sus manos. Pero cualquier intento de comprar una pistola
pondría indudablemente a la policía sobre su pista. Y se dijo que el puñal no había conseguido
salvar a Nicholas Venn.
Madison Avenue, mojada por la lluvia, estaba salpicada por los pálidos reflejos de carteles
luminosos, a los cuales se sumaba el otro fulgor incoloro. Esta iluminación oscura parecía la
misma en todas direcciones, hasta que, y a modo de experimento, él empezó a pensar en el
mulo robado. El esfuerzo lo hizo concentrarse nuevamente, tal como esperaba. Se convirtió en
el brillo de una luna desprovista de tono, colocada sobre los edificios del sur, en dirección a la
oficina de Nan Sanderson.
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Dane miró hacia ese foco oscuro, y permaneció un momento paralizado por el temor. La
forma extraña en que lo había guiado hasta el hotel de Venn le había hecho pensar que podía
ser una nueva facultad suya, increíble y recién formada. Sin embargo, ahora, al recordar la
trampa mortal hacia la que lo había atraído, decidió que se trataba más probablemente de un
arma desconocida o de un poder de los no-hombres, diseñado para la defensa contra los
cazadores humanos.
Pero fuera cual fuese la explicación, la oficina de Nan Sanderson parecía un lugar lógico para
buscar el mulo robado. Procurando no dejar una pista demasiado fácil de seguir, viajó en un
taxi hasta Times Square, y siguió en otro hasta la calle Cuarenta y dos. Recorrió a pie las
últimas los manzanas hacia el sur, hasta la calle Cuarenta.
El edificio parecía estar a oscuras, pero un ascensorista de ojos cargados de sueño lo llevó
hasta el piso decimonoveno y esperó mientras llamaba a la puerta del Servicio Sanderson.
Con gran sorpresa por su parte, ésta se abrió instantáneamente.
-¡Oh, Dane -exclamó la muchacha, y miró sonriendo por encima de él para encontrarse con
los ojos desconfiados del ascensorista-. Está bien, Kaptina -anunció ella-. El doctor Belfast es
uno de nuestros clientes.
Lo hizo entrar y cerró la puerta con llave. Dane la miró nerviosamente. Nan tenía puesto
todavía el vestido de noche con el que había salido del hotel de Venn. Su azul luminoso hacía
que sus ojos pareciesen nuevamente violetas, y su tez olivácea adquiría un tono tostado.
Parecía encantadora y desconcertantemente asustada.
-¿Por qué ha vuelto, Dane? -preguntó. Sus manos finas y gráciles se habían levantado
temerosamente al verlo, y su voz agitada estaba cargada de un lastimado reproche-. ¿No le
previne?
-Me previno.
Él retrocedió ligeramente, mirando cómo las manos nerviosas subían para alisar su cabellera
castaño rojiza, húmeda y brillante. Parecía tan inocentemente humana, que él trató de
convencerse de que, efectivamente, lo era. O quizá sólo servía como instrumento inconsciente
de Messenger. Lo más probable era que fuese una prisionera inerme de los mutantes, atrapada
en la misma red de terror en la cual él se había sentido envuelto durante todo el día.
Desechó dificultosamente esta idea. No bastaba para explicar todas las pruebas de que ella
misma era una desesperada criatura sobrehumana, probablemente una de las primeras obras
defectuosas de un torpe creador, perdida y asustada, y por lo tanto mortalmente peligrosa.
Tragó saliva con dificultad.
-Vine en busca de un espécimen biológico -explicó él, y al contemplar su esbelta belleza vio
que el terror vaciaba la sangre de sus labios y la luz de sus ojos--. El cuerpo de un pequeño ser
verdoso, llamado mulo. Creo que usted lo tiene aquí.
-Por favor..., ¿por qué no me deja en paz? -Sus manos pálidas hicieron un gesto violento de
protesta-. ¡Y váyase de la ciudad, mientras pueda!
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-Lo lamento -respondió él, con una sonrisa forzada-. Pero es demasiado tarde para eso. Hablé
con Messenger, así como con John Gellian. Y acabo de ver al pobre Venn, sin su cabeza.
Ella asintió, apartándose de él, con los ojos bajos y entrecerrados. Tenía las manos
entrelazadas, blancas como el marfil y temblorosas. Parecía estar esperando su acusación, y él
le espetó roncamente:
Ella se estremeció, y pareció contener el aliento. Sus labios pálidos se hicieron más duros, sin
expresar ni una confesión ni una negativa.
Permaneció un largo rato inmóvil, con su cuerpo en tensión. Parecía desesperada y peligrosa.
Supuso que debía de estar planeando una nueva táctica para su caso, puesto que él había
escapado de la otra trampa. Sin embargo, no pudo evitar una sensación de piedad por la
soledad que descubría en ella.
Sus manos finas estaban abiertas y vacías, y él no le había traído un puñal. A pesar de esto se
detuvo, intranquilo.
-No salvó la de Venn-murmuró ella, y su voz baja tembló por efecto de la ansiedad-. Tampoco
salvará la suya. Pero yo podré ayudarle..., si usted quiere intentar una fuga.
Ella lo estudió con una atormentada decisión en sus ojos oscuros, cortándole el paso hacia la
puerta.
-Lo lamento -susurró finalmente-. Sinceramente quería ayudarlo a huir. -Volvió a guardar la
llave en el bolso azul, apartándose a un costado-. Entre, si desea ver el mulo.
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Él la siguió hasta el pequeño laboratorio donde había fracasado en su prueba para obtener la
ayuda del Servicio Sanderson. Los vapores asfixiantes lo hicieron acercarse tosiendo hasta la
pileta. Allí encontró la criatura del Mamborema reducida a algunas cenizas oscuras informes
que se disolvían en una espuma verdosa.
-Lo lamento, Dane -dijo ella con una voz baja que le hizo volverse- No tenía la intención de
hacerlo así...
Eso fue todo lo que él oyó. Vio fugazmente el arma que ella había encontrado mientras él le
volvía la espalda: un delgado tubo de metal, un poco más largo que la llave. Aunque parecía
demasiado pequeño para ser peligroso, se abalanzó desesperadamente sobre él. Hizo un ruido
muy suave en sus dedos tostados antes de que él pudiese alcanzarlo, lanzando un chorro fino
que penetró en su antebrazo como una hoja ardiente. Eso fue todo lo que supo.
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-¡Despierte! -Era una muchacha, inclinada ansiosamente sobre él- ¿No puede despertarse
ahora?
Era encantadora, vestida de azul, con una cabellera rojiza y brazos bronceados, pero él no la
reconoció. No reconocía tampoco aquella oficina mal iluminada. La cabeza le dolió
intolerablemente cuando trató de levantarla, y el brazo derecho le palpitaba, y no podía
despertarse.
El no recordaba absolutamente nada, pero estaba demasiado amodorrado para contestar, o aun
para menear la cabeza. Finalmente ella interrumpió las sacudidas para meter un termómetro
frío debajo de su lengua. Le pinchó el dedo con una pequeña aguja dolorosa para sacar un
poco de sangre, e incluso le levantó los párpados con un pulgar diestro y frío, para examinar
sus ojos con un delgado rayo de luz. La luz le lastimaba, pero él seguía sin poder despertarse.
Más tarde, un teléfono sonó junto a su cabeza. Todavía demasiado aturdido para moverse, oyó
los pasos rápidos de la muchacha, y su voz baja.
-No, todavía estoy esperando -manifestó ella-. Puse en las maletas lo que podemos llevar, y
destruí lo que podría causarnos daño. Estoy preparada para partir, apenas nuestro visitante
esté en condiciones.
Él se preguntó vagamente cuál era el significado de sus palabras, pero no conseguía recordar
nada. Se sentía demasiado pesado para moverse, demasiádo aturdido incluso para preguntar
quién era él o qué le había ocurrido, y siguió escuchando.
-Dos horas, probablemente -informó la muchacha por el auricular-. Todavía está sin
conocimiento. Aún no podemos moverlo, sin riesgo de dañar más su cerebro. Será mejor que
me quede a su lado, hasta que ceda la fiebre.
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-¿Dejarlo aquí? -Ella levantó rápidamente la voz-. Vale el riesgo que corremos. Y nada lo
salvaría si ellos lo encontrasen.
-¿Un allanamiento? -exclamó ella, con un tono temeroso en la voz-. ¿A las cuatro? No, no lo
sé. Esta noche estoy demasiado cansada para ver tan lejos.
-Pero no podemos abandonarlo -insistió ella, con una fría decisión- Tenemos demasiada
necesidad de él, con su mente ilesa. Tengo miedo de trasladarlo, pero creo que podré retrasar
el allanamiento.
-Saldré ahora para distraerlos -afirmó la muchacha tenazmente-. Si tengo éxito, volveré dentro
de dos horas para buscar a nuestro nuevo recluta. Podremos llegar a su casa a las cinco..., si es
que conseguimos llegar.
Colgó el auricular. Él volvió a sentir el termómetro en la boca, y el ardor de una compresa fría
sobre un punto doloroso de su brazo hinchado. Entonces sus pasos rápidos se alejaron. Una
puerta se abrió y se cerró, y ella desapareció. Se preguntó vagamente a quién había
pertenecido la otra voz y volvió a dormirse.
Lo que le despertó fue una sensación de alarma. Lo hizo ponerse de pie; aturdido y
tembloroso. El movimiento le hizo que le doliera la cabeza y lo dejó mareado. Se apoyó
débilmente contra el escritorio de la oficina, con las manos levantadas hasta sus sienes
palpitantes, tratando de recordar algo.
Había estado acostado sobre el piso, con una manta extendida sobre el cuerpo y su saco
doblado debajo de la cabeza. Pensó que debía de haber recibido una herida, pero no encontró
ninguna lesión, exceptuando una pequeña hinchazón descolorida en el antebrazo derecho. La
manga de su camisa estaba enrollada más arriba de ella, y ese punto había sido tratado con un
antiséptico oscuro.
Se puso el traje, temblando. Impulsado por estas sensaciones de alarma, pasó de puntillas por
la puerta hasta el recibidor, que le resultó igualmente desconocido y peligroso. Cruzó por otra
puerta, y salió a un pasillo oscuro.
Aun en la penumbra, el frío resplandor de algo que no era una luz le mostró la escalera.
Corrió hacia abajo, piso tras piso, lo más silenciosamente posible, hasta que por fin llegó a
una puerta cerrada. Estiró la mano para probar el picaporte, y una nueva sacudida de alarma le
paralizó el brazo palpitante.
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Retrocedió confundido, con la garganta cerrada y tembloroso. Oyó fuertes pisadas del otro
lado de la puerta, y voces cautelosamente bajas, y los ruidos apagados de las armas al ser
cargadas. Esos ruidos pasaron de largo, y el peligro que acechaba atrás lo aguijoneó a probar
nuevamente el picaporte.
Salió por la puerta a un pasillo más ancho. Corrió silenciosamente por él hacia la luz grisácea
de la calle, hasta que fue detenido una vez más por la sensación de peligro. Esa fuerza fría lo
mantuvo aplastado contra una puerta cerrada, mientras los hombres con rifles automáticos
cortos entraban desde la calle y pasaban corriendo agazapados frente a él, para pasar por la
puerta de la escalera, por donde él acababa de salir.
La zarpa helada de la alarma lo dejó nuevamente en libertad, cuando los dos hombres
armados desaparecieron, y él salió corriendo a la calle. Se encontró en un pasaje oscuro, y las
luces lejanas estaban veladas por la lluvia. Tuvo miedo de correr, y empezó a caminar
rápidamente junto a los coches estacionados frente a la puerta, en dirección a la esquina más
próxima.
Estuvo a punto de echar a correr nuevamente. Sin embargo, este brillo pertenecía únicamente
a una luz, y no sintió más frío que el de la lluvia. Se contuvo para no huir, incluso cuando el
auto se detuvo junto a la acera.
Se inclinó rápidamente para abrirle la portezuela del coche. Bajo la luminosidad tenue del
tablero de instrumentos, él alcanzó a ver el color rojizo de su cabello, y los cálidos tonos
marfilinos de su rostro delgado.
Algo le hizo titubear. Sin embargo, el resplandor de su rostro era producido únicamente por la
luz, y él no percibió ninguna sensación de peligro. Algo convertía al coche en una especie de
refugio. Se instaló agradecido junto a la muchacha.
Al principio ella condujo velozmente bajo la lluvia, mirando nerviosamente por el espejo
retrovisor las calles oscuras que quedaban atrás, y frunciendo a veces el ceño al mirar el reloj
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
del tablero, cuyas manecillas marcaban las cinco. Cuando él estornudó, ella puso en
funcionamiento la calefacción del auto, pero no le prestó ninguna otra atención.
Sin embargo, en una ocasión ella estacionó en un callejón angosto, apagó las luces y esperó
allí, estudiando nerviosamente el reloj. Después de lo que pareció un largo rato, un coche
policial pasó velozmente siguiendo el mismo rumbo que habían llevado ellos, haciendo ulular
la sirena y parpadear el faro rojo.
Salió del callejón dando marcha atrás cuando el patrullero hubo desaparecido, y siguió el viaje
más lentamente. Ya había amanecido en medio de la lluvia cuando los detuvo una garita de
peaje, al final de un largo puente. Ella sacó el dinero de una pequeña cartera de plástico de
color azul, y cuando siguieron la marcha no volvió a mirar el espejo retrovisor. Le sonrió a su
acompañante como si su temor hubiese quedado del otro lado del río.
-¡Lo hicimos! -exclamó ella, con una tibieza cordial en la voz que lo conquistó-. ¿Ahora
supongo que querrá saber hacia dónde vamos?
-Supongo... lo mismo -respondió él, y eso fue lo único que dijo, porque las palabras, lo mismo
que todo lo demás, resultaban curiosamente difíciles de recordar.
En realidad no le importaba adónde iban. Estaba junto a ella, y había dejado atrás ese
descolorido resplandor de hostilidad.
-Nos dirigimos hacia la residencia del señor Messenger en Long Island -informó ella-. ¿No lo
recuerda?
No recordaba nada. Ni siquiera quería intentarlo, porque el esfuerzo hacía que le doliera la
cabeza. Todo lo que le importaba era el momento presente, y la cálida presencia de la
muchacha. No quería que este viaje con ella terminase.
-¿Fallon? -repitió él. Las sílabas le resultaban duramente desconocidas pero ahora todas las
palabras subían torpemente a sus labios. Lo repitió cuidadosamente-: Doctor Donovan Fallon.
-No lo sé -murmuró él. El futuro resultaba tan vacío como el pasado-. No sé... nada.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Usted necesita un empleo -afirmó ella, con una expresión preocupada-. Ha estado enfermo, y
ahora corre un grave riesgo. No tiene familia. Ni amigos. Ni dinero. Pero el señor Messenger
podrá ayudarle, si usted acepta trabajar para él.
-¿De qué empleo se trata? -preguntó él, mirando sus manos y flexionándolas
dubitativamente-. No recuerdo... lo que hice en mi vida.
-No se preocupe por eso -contestó ella, y su cálida sonrisa derritió su fría incertidumbre-. Una
parte de su memoria fue destruida definitivamente por esa enfermedad..., una extraña variedad
de encefalitis. Tendrá que empezar nuevamente. Pero su capacidad intelectual no resultó
dañada. Y la lesión en la memoria no es nunca muy profunda, de modo que probablemente
podrá aprender de nuevo y con rapidez la mayor parte de las cosas que sabía.
-De todos modos -agregó ella-, el señor Messenger comprenderá sus dificultades. Su hobby,
como usted verá, consiste en ayudar a las personas afectadas por esta encefalitis, porque cree
que el virus fue importado accidentalmente por su propia compañía. -Su sonrisa se ensanchó
cordialmente-. El señor Messenger le resultará muy simpático.
-Usted es un especialista en genética -explicó ella, y sus ojos azules abandonaron el camino
para mirarle, llenos de turbada inocencia-. Estaba trabajando con ese virus de la encefalitis,
tratando de identificarlo como una mutación reciente, cuando tuvo un accidente en el
laboratorio. Una joven ayudante se infectó al mismo tiempo que usted. Murió. Ahora lo
acusan de asesinato.
-Lo llevará a Nueva Guinea -contestó ella-. Viajaremos allá para hacernos cargo de un
importante trabajo de laboratorio para la compañía. El señor Messenger quiere que cuando
usted haya recuperado sus conocimientos y su capacidad, se convierta en el técnico de su
laboratorio.
-Porque la muchacha estaba embarazada. La policía sospecha que había sido objeto
involuntario de experimentos ilegales sobre genética humana. Creen que usted le inyectó
deliberadamente una dosis mortal del virus, para ocultarlo, y que se aplicó una dosis menor
usted mismo, para desviar las sospechas.
-Usted es inocente -afirmó ella, y su serena sonrisa le tranquilizó-. Pero estas acusaciones
despiertan grandes enconos, y las autoridades tienen pruebas circunstanciales suficientes para
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Pero en Nueva Guinea estará a salvo -dijo ella, sin dejar de sonreír, aunque su mirada a
hurtadillas fue enigmáticamente ansiosa-. Siempre... que usted desee venir con nosotros.
Esto lo decidió. Su nueva vida no había cumplido todavía dos horas, y ella era todavía el
centro de la misma. Se instaló cómodamente en el asiento, satisfecho de acompañarla a
cualquier lugar.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
14
Finalmente ella disminuyó la velocidad del coche, para desviarse de la ancha carretera por un
camino que pasaba entre los macizos pilares de cemento y que conducía hacia una inmensa
mansión que se erguía como una fortaleza bajo la lluvia.
-La mansión del señor Messenger -dijo-. Tenemos que recogerlo en ella. Su avión particular lo
espera en el aeródromo. -Él oyó el estremecimiento de urgencia de su voz-. Debemos levantar
el vuelo antes de que la policía transmita su descripción. Eso nos da una hora de plazo.
Él se preguntó cómo lo sabía, pero una vaga alarma susurró en el interior de su cerebro que no
tratase de averiguarlo. Se volvió nerviosamente para estudiar aquel edificio oscuro, un poco
atemorizado por su majestuosidad.
-Me imagino que el señor Messenger lamenta abandonar su casa -comentó ella-. Pero tuvo
que venderla para salvar a Cadmus.
-¿Cadmus?
-Lo había olvidado -se disculpó ella sonriendo-. Es la compañía del señor Messenger. Explota
plantaciones en Nueva Guinea. Era muy próspera, pero la producción se redujo prácticamente
a cero. Su tarea consistirá en ayudarnos a cultivar nuevas plantas, para que la compañía pueda
volver a levantarse.
Estacionó junto a una puerta lateral de la mansión, y se apeó del coche, haciéndole una seña
para que la siguiese. Ella abrió una puerta y lo condujo por una ancha escalera hasta un
inmenso dormitorio, donde un hombre muy corpulento estaba sentado, esperando.
-¡Nan, pensé que no llegarías nunca! -exclamó el ocupante del cuarto, tratando de levantarse
de su sillón. Pero volvió a caer impotentemente-. ¿Qué fue lo que te hizo tardar tanto?
-Fui a esa agencia de detectives, para ayudar al doctor Fallon -dijo la muchacha, y mientras
hablaba levantó la muñeca del gordo y se detuvo para tomarle el pulso-. Destruí el árbol de
Navidad y otras pruebas que nos afectaban, pero faltó poco para que me atrapasen. El doctor
Fallon ya estaba casi cercado antes de que yo pudiese llegar, pero él había conseguido salir.
Lo encontré en la calle..., y acepta partir con nosotros.
-¡Me alegro que nos acompañe, Fallon! -exclamó el gordo, y una sonrisa cordial barrió toda la
fealdad y el aspecto enfermizo del rostro cubierto de cicatrices y manchas. Extendió la mano-.
Mi nombre es Messenger.
Mientras se preguntaba qué prueba acusadora podía ser un árbol de Navidad, él tomó la mano
fofa que le ofrecía Messenger. La muchacha no le dio tiempo para hacer ninguna pregunta.
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-Su corazón ha empeorado -afirmó ella, inclinándose sobre la muñeca hinchada, y frunciendo
preocupada el ceño mientras volvía a tomarle el pulso-. Me temo que no deberá correr el
riesgo de un viaje en avión.
-Soy resistente como un mulo -siseó Messenger-. Y ya he quemado las naves. -Tomó un
bastón de madera dura y se inclinó dificultosamente hacia delante para remover las cenizas y
los papeles chamuscados que estaban en un cesto metálico. Junto al mismo, y sobre el suelo,
había un portafolio abierto y vacío-. Nuestro equipaje ya está en el avión -murmuró, y levantó
nerviosamente la vista-. ¿Todavía disponemos de tiempo?
-Tenemos cuarenta minutos -respondió la muchacha, consultando su reloj-, hasta que las
autoridades del aeródromo reciban la descripción del doctor Fallon.
Lo ayudaron entre los dos. Él se irguió majestuosamente, con un gemido alarmante, pero sin
embargo se movió con sorprendente facilidad y dignidad cuando estuvo apoyado sobre sus
pies. Al llegar al coche, se dejó caer en el asiento trasero, y pareció dormirse.
La muchacha condujo por las traicioneras calles húmedas con una concentración silenciosa
hasta que los edificios del aeródromo emergieron del gris de lluvia que tenían delante.
Entonces aminoró la marcha, y se volvió para decir en voz baja:
-Tenga cuidado aquí. Usted es el doctor Donovan Fallon. Es todo lo que necesita decir. El
señor Messenger tiene su pasaporte, y nosotros nos ocuparemos de las preguntas restantes.
Eran las seis. El pudo percibir la creciente tensión de la muchacha cuando se acercaron a los
empleados de la aduana y de la oficina de inmigración, pero Messenger desplegó una ociosa
paciencia mientras exhibía sus documentos, y los funcionarios les hicieron señas para que
siguiesen adelante.
El piloto del avión que los esperaba les saludó alegremente desde su elevada cabina cuando se
encaminaron hacia él, y un menudo oficial de tez oscura los estaba esperando para ayudarlos a
subir a bordo, sonriendo en señal de amable bienvenida.
-Bien, doctor Fallon -murmuró la muchacha, tocando su brazo-, creo que está a salvo.
Él la siguió ansiosamente hasta que vio la insignia pintada sobre el brillante costado de
aluminio del avión. Entonces el terror lo paralizó, con una helada sospecha de que después de
todo su seguridad no era total. Se detuvo nerviosamente, contemplando el emblema.
Un dragón verde, con contornos dorados, abría la boca y resoplaba mientras moría como
consecuencia de las heridas rojas que zigzagueaban sobre su cuerpo como ríos sobre un mapa.
Un gigante de bronce se erguía sobre él, con los brazos abiertos, como si estuviese
sembrando. Un amenazante resplandor oscuro brillaba sobre estas figuras, como surgido de su
propio pasado perdido. Le pareció que casi podía recordar...
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Él vio la expresión de alivio de la muchacha cuando el enorme avión los levantó a través del
torbellino de nubes, pero ya no estaba muy seguro de compartir ese sentimiento. La figura del
dragón verde había estado a punto de rasgar el velo que cubría su memoria, y ahora se sintió
súbitamente asustado de lo que podía esperarlo más allá.
-¡Apenas treinta horas de vuelo! -exclamó ella mostrándole el lujo de la sala de descanso y de
los camarotes, mientras la tensión de su rostro se relajaba para poner de manifiesto toda su
belleza-. Cargaremos combustible en dos o tres islas del Pacífico..., y entonces estaremos en
Edentown.
-¿Eden... qué?
-Nuestra plantación experimental sobre el río Fly, en el interior de Nueva Guinea -explicó
ella-, donde nació toda la riqueza de la compañía..., y donde tenemos que crearla nuevamente.
-Lo tomó por el brazo-. Ahora le presentaré al resto de la tripulación.
Se volvió con ella, y se estremeció cuando vio nuevamente al dragón moribundo y al gigante,
esta vez en la mampara del extremo de la sala. Este emblema, que despedía un pálido fulgor
de peligro, parecía la clave de su pasado olvidado. Lo miró fijamente, tratando de recordar.
-El dragón es el mapa de Nueva Guinea -dijo ella, y tocó una herida roja y dentada que le
atravesaba el vientre-. El Fly. Edentown está aquí. -Sonrió-. Estará completamente seguro en
este lugar.
Él no estaba convencido de ello, y se volvió para ocultarle su falta de certeza. Siguieron hacia
delante, y entraron en la cómoda sección destinada a los tripulantes. El piloto y el copiloto
estaban en funciones, y los dos hombres que esperaban para relevarlos estaban alegres y
bronceados. Por algún motivo, su animada confianza le hizo recordar al gigante triunfador que
se erguía sobre el dragón.
Él parpadeó al oír esta frase, pero los hombres sonrieron y estrecharon calurosamente su
mano, y como si estas palabras hubiesen establecido un lazo especial entre ellos. Sus dudas en
aumento iban disipando la simpatía que le había inspirado la muchacha en el primer instante,
y debido a ello sintió un súbito temor de preguntarle qué era un lotófago.
-Ahora iré a mi camarote -manifestó ella-. Será mejor que usted también descanse, porque
tendrá que trabajar mucho.
Llamó al camarero, Medina, para que le condujera hasta su cabina. Apenas ella se hubo ido, él
preguntó nerviosamente:
-¿Qué es un lotófago?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¿Inmunes a qué?
-Al virus de la encefalitis -contestó Medina, extrañado-. Son pocas las personas que se
enferman en los Estados Unidos. A usted se lo debe haber inoculado una mosca que trajimos
accidentalmente.
-Al principio todos experimentamos esa sensación -dijo Medina sonriendo-. Ya se le pasará.
Lo único que ha perdido son sus problemas. El señor Messenger repite siempre que a él le
gustaría que le picase la mosca, porque considera que los lotófagos somos los hombres más
felices de la tierra.
-Piense en mi caso -insistió Medina alegremente-. Yo era filipino. -Hablaba como si el virus
hubiese borrado su nacionalidad junto con su pasado-. Me contaron que vine a Nueva Guinea
con la intención de desvalijar a la compañía. Debía de estar completamente desesperado para
enfrentarme con esos riesgos por una ganancia que no conocía. Todos nosotros nos sentimos
mejor ahora, corno leales servidores de la empresa. Usted será pronto tan feliz como los
demás.
Se despertó súbitamente, sudando y temblando en su lecho. Por un momento pensó que había
captado algún horrible recuerdo mientras dormía, pero todos los detalles se desvanecieron
mientras intentaba reconstruirlos, hasta que no le quedó más que una tétrica sensación de
terror. Finalmente se sentó, sacudido por una punzada de dolor que le torturaba la parte
posterior de la cabeza.
Ahora el avión volaba serenamente, con una atmósfera tranquila, y la luz brillante del sol
disipó los efectos del sueño. Cuando terminó de lavarse la cara y salió de su camarote para
tomar el desayuno, la punzada también se había extinguido.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¿Se siente mejor, Don? -preguntó ella, y señaló las ventanillas- Como verá, ya está
completamente a salvo.
Él se volvió nerviosamente para mirar hacia fuera, y vio abajo una interminable llanura de
nubes blancas y algodonosas, que brillaban bajo el sol de la mañana como nieve fresca, pero
que estaban fisuradas aquí y allá por abismos que terminaban en el agua oscura, agitada por el
viento.
-El Pacífico -explicó ella-. Estamos a menos de tres horas de Hawai. Sus antiguos problemas
ya no pueden alcanzarlo.
-Pero, ¿no pueden seguirme el rastro? -inquirió él, mirándola y preguntándose si ella había
formado parte del sueño olvidado-. El personal del aeródromo tiene mi nombre.
-Donovan Fallon es un nombre nuevo, para una vida nueva -dijo ella con cordialidad que
alejó todos sus temores-. No se preocupe por el pasado. -Llamó al camarero-. Tome su
desayuno, e inicie su reeducación.
El sonriente ex filipino trajo una bandeja que se convirtió en una mesita junto a su silla, y
Dane vació el contenido de los platos de plástico con un apetito que le sorprendió. Antes de
que hubiese terminado, Nan Sanderson volvió con los brazos cargados de pesados volúmenes.
Él miró extrañado los títulos.
-Será mejor que empiece con éste -dijo Nan-. El autor es uno de los mejores especialistas
jóvenes en la materia, Dane Belfast. -El nombre le hizo estremecerse interiormente, pero no
supo por qué-. Creo que le resultará fácil leerlo, porque su memoria está borrada sólo en
forma parcial.
Él leyó durante todo el día, a solas en su cabina, hojeando aquel libro y los otros hasta que se
le velaron los ojos y la cabeza volvió a dolerle, buscando siempre el pasado que había
perdido. Quedó desilusionado. Le bastaba una mirada para recordar el significado de cada
página, como si fuese algo que él había sabido antes, pero eso era todo. Los libros abrían su
área limitada de conocimientos técnicos más allá de la terca barrera del olvido, pero todos sus
esfuerzos para encontrar algo más fracasaron.
En una oportunidad, cuando el avión aterrizó, miró hacia fuera para ver una hilera de
palmeras que bordeaban el aeródromo, y los chalets estucados de rojo sepultados entre
enredaderas purpúreas. Dejó los libros nerviosamente, para preguntar dónde se encontraban.
-En Potter Field -le informó el camarero-. Cerca de Honolulu. -Entonces Medina le mostró
por las ventanillas del otro lado los grandes barcos anclados, y las filas de cobertizos que
tenían todos el emblema del dragón y el gigante-. Eso es Potter Harbor.
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-Nuestra empresa es enorme -afirmó el menudo lotófago, y sonrió con tanto orgullo como si
él mismo fuese Messenger-. El sol nunca se pone sobre el dragón. Todos nosotros somos muy
afortunados, por estar en la compañía.
Esa noche durmió mal, mientras el avión era sacudido por los vientos de una tormenta
tropical. Tuvo otro sueño horrible, en el cual Nan Sanderson y Messenger ya no eran amigos
generosos, sino enemigos astutos y peligrosos.
Se despertó en la oscuridad, con un zumbido en los oídos por el cambio de presión cuando el
avión empezó a perder altura. Sintió nuevamente una punzada en la cabeza y un sabor amargo
y seco en la boca. Sudaba y temblaba, postrado en el lecho, casi con miedo de respirar. Porque
la pesadilla lo había seguido fuera de su sueño. Él ya no era Donovan Fallon, que tanteaba
para encontrarse a sí mismo en un mundo extraño que tenía un día de antigüedad.
15
La goma frotó el duro coral cuando las ruedas tocaron la pista de aterrizaje, y él se tambaleó
hasta la ventanilla circular de su cabina mientras el avión carreteaba a través de una atmósfera
cálida y húmeda en dirección a un hangar iluminado y al camión de combustible que lo
esperaba. Oteó frenéticamente el aeródromo envuelto en sombras.
Turbado y tembloroso por el terror que significaba aquella pesadilla convertida en realidad,
sólo podía pensar en la necesidad de comunicarse con John Gellian con su arrepentido
anuncio de que Messenger era un aliado de los no-hombres, y que Nueva Guinea era su
fortaleza: una ciudadela inexpugnable, defendida por el virus del olvido y por todos los
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individuos que éste había robado a la humanidad, e indudablemente por productos aún más
maléficos de la ciencia robada al creador.
Y el pánico le susurró que ésta podría ser la última oportunidad. La huida de esa concesión
fortificada había resultado imposible para muchos hombres antes que él, y cuando estos
enemigos de la humanidad le quitasen nuevamente la memoria, sus métodos serían
indudablemente más primitivos y permanentes que el del virus mutante.
Sobre las puertas del hangar estaba pintado el emblema de Cadmus, la isla enorme en forma
de dragón, y el victorioso gigante dorado que sembraba la oscura semilla humana. Este islote
del Pacífico debía de ser otra estación de la compañía, manejada por lotófagos demasiado
leales para prestarle ayuda.
-¿Tres horas? -estaba diciendo Nan Sanderson-. Entonces pidámosle al doctor Fallon que se
reúna con nosotros.
No pudo contener un sobresalto de aprensión cuando oyó la llamada del camarero, pero
intentó no mostrar lo impotente que se sentía cuando salió a la sala donde la muchacha,
Messenger y uno de los pilotos estaban tomando café.
-Lo oí moverse, Don -comentó ella sonriendo, pero sus palabras lo asustaron. Él no había
hecho ningún ruido. ¿Qué agudeza tenían los sentidos de los mutantes? ¿Durante cuánto
tiempo podría ocultar su recuperación de la memoria-. De todos modos era hora de que nos
levantásemos -agregó ella-. Aunque aquí es medianoche, estamos siguiendo prácticamente el
curso del sol..., o por lo menos lo seguíamos hasta que se descompuso el motor. ¿Qué le
parece si caminamos por la playa mientras lo cambian?
Ahora podría esperar que estuviesen solos en la playa para intentar la fuga. Aunque ella
podría ser muy peligrosa, más fuerte y rápida y resistente que cualquier mujer humana, tenía
la esperanza de poder vencer sus facultades de mutante con la ventaja de la sorpresa.
Una vez separado de ella, podría ocultarse en la oscuridad. Aunque las probabilidades
seguirían siendo adversas de forma aplastante, trataría de encontrar alguna embarcación que
lo sacase de aquel islote enemigo. Y cualquier hombre con el que tropezase sería su aliado,
exceptuando a aquellos sonrientes esclavos del olvido. Lo único que necesitaba era hallar a un
hombre -el capitán de un transatlántico o el más humilde pescador- que fuese bastante leal
para llevarle su mensaje de alerta a Gellian.
-¿Qué opina? -preguntó Nan, volviéndose hacia Messenger-. ¿Se siente en condiciones de
acompañarnos a Don y a mí?
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Oyó con qué confianza pronunciaba su nombre, y pensó que su situación presente de supuesto
lotófago era un arma que tenía accidentalmente en sus manos, y que valía más que toda la
información que pudiese llevarle a Messenger, aunque consiguiera huir.
¿Cuántos no-hombres estaban reunidos en Nueva Guinea? ¡,Cuáles eran sus armas y sus
planes? ¿Estaban luchando para dominar a la humanidad, o sólo para salvar sus propias vidas?
Nan Sanderson, ¿era la cabeci¡la que había parecido ser en Nueva York, o no era más que una
secuaz secundaria?
¿Y Messenger? El financiero enfermo, ¿era un títere de los no-hombres, una pantalla humana
inconsciente del imperio enemigo en avance? ¿O era un aliado voluntario? ¿Acaso había
utilizado a los jóvenes mutantes como instrumentos inocentes de sus propios planes
ambiciosos?
Estas eran las preguntas que le haría Gellian, porque el eficiente detective debía de saber para
entonces casi tanto como él, gracias a las pistas dejadas por Messenger y la muchacha. Al
escoger el bando humano, Dane comprendió que tenía el deber de buscar las respuestas. Y las
tendría en sus manos si lograba ocultar su curación.
Quizá pudiera hacer algo más. Porque el peligro que llevaba a Messenger y a Nan Sanderson
de regreso a Nueva Guinea debía de ser más grave que las amenazas de Gellian. Pensó que
quizá se trataba de una crisis en la buena suerte de los no-hombres, que podría ser
aprovechada para poner fin a esta guerra de razas con una paz justa.
El papel de feliz cautivo del virus sería difícil de representar. Las dificultades y los peligros
que él imaginaba que lo esperaban en Nueva Guinea hacían que el descartado plan de fuga le
pareciese cobarde. Sin embargo, sintió un ansia súbita de seguir adelante, con la esperanza de
conocer el verdadero destino de Charles Potter, e incluso de descubrir los secretos decisivos
de la vida que habían sido su propia meta desde un principio.
-Vayan ustedes los -jadeó Messenger, que ya estaba sin aliento y sudaba abundantemente con
el calor húmedo-. Me siento bien..., soy resistente como un mulo..., pero esperaré aquí.
Dane y la muchacha dejaron al camarero para que lo atendiese, y descendieron juntos del
avión. Ella lo condujo casi alegremente por la angosta franja de coral y arena húmeda que se
extendía entre el aeródromo y el mar, y manifestó un placer casi infantil con la estrellada
noche tropical y las rompientes luminosas del acantilado.
Mientras él la seguía, tratando de ocultar su peligrosa tensión, tuvo tiempo de pensar en lo que
era ella. A pesar de sí mismo se sentía atraído por aquella muchacha, y su cálido encanto le
hizo pensar por un momento en que quizá después de todo era una joven normal, enredada
como él en la telaraña secreta de los no-hombres, y controlada por un método tan siniestro
como el virus mutante.
-¡Cuidado, Don!
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Por mirar su figura en la oscuridad, no había visto el afilado saliente de coral con el que
tropezó. Antes de que él hubiese caído, Nan se volvió para tomarlo por el brazo y ayudarlo a
recuperar el equilibrio.
Sin embargo, por ser todavía humano, él no dejó de estremecerse al imaginar toda aquella
astuta fuerza enfrentada con el desesperado agotamiento del menudo Nicholas Venn.
Súbitamente pensó con frialdad que si era verdaderamente sobrehumana, aquel asesinato no
debía de haber significado para ella más que la necesaria eliminación de un animal peligroso.
Indudablemente lo destruiría a él con la misma falta de remordimiento, si lograba leer sus
pensamientos.
-Don -murmuró la muchacha, y él se sintió acometido por el terror cuando Nan lo miró en la
oscuridad. Su tono sereno lo tranquilizaba, pero volvía a asustarlo cuando pensaba en la
habilidad con que debía de haber sido conquistado Venn-. ¿Terminó el libro de Belfast?
-Y la mayoría de los otros -respondió él, con un esfuerzo-. Se parecía más a recordar que a
aprender.
Nan le hizo algunas preguntas acerca de los organismos luminosos que encendían un fuego
frío en el agua que lamía la playa a sus pies, como si quisiera poner a prueba sus
conocimientos recuperados, y luego siguieron caminando en silencio. Él temía preguntar
cómo sus esfuerzos podrían salvar a la compañía, y luchaba por cumplir la paciente inercia de
los hombres sin pasado.
Sintió un ligero sobresalto al reconocer la Cruz del Sur, que antes sólo había visto en mapas
estelares, y que ahora aparecía baja sobre la inmensidad del mar. Pero apartó la vista
rápidamente, con el temor de que una segunda mirada lo traicionase. Los libros que le habían
dado no incluían textos de astronomía.
La muchacha no pareció prestar atención. Lo tomó por el brazo mientras pasaban sobre una
nueva barrera de coral, y lo soltó cuando estuvieron del otro lado, sobre la oscura playa de
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arena, caminando en medio de un concentrado silencio. Pensó que ella debía de estar
planeando la defensa de los no-hombres y de la compañía, hasta que dijo serenamente:
-A veces el caminar por una playa tropical me produce una sensación de reverencia casi
religiosa. Porque debe de haber sido en un lugar como éste donde la vida fue creada por
primera vez en la Tierra. -Señaló un hueco en una roca próxima, donde la luz de las estrellas
se reflejaba con palidez en un charco de agua tranquila-. En un tubo de ensayo natural como
ése -agregó ella suavemente-. En uno de los millones de millones de charcos que las olas y las
mareas vaciaban y volvían a llenar, en infinitas oportunidades, con distintas soluciones de
prueba que eran calentadas bajo el sol y enfriadas por radiación, concentradas por
evaporación y disueltas nuevamente por la lluvia, agitadas por el viento y bombardeadas por
la radiactividad natural..., hasta que finalmente la paciente química de la casualidad formó
nuestra primera molécula madre, en forma tal que pudo sobrevivir y reproducirse y sufrir
mutaciones que la convirtieron en todas las formas de la vida que conocemos.
Se arrepintió instantáneamente de haber hecho aquella pregunta, pero había estado pensando
en el enigma del origen de ella, y en la lógica necesidad de que el arte ignorado del creador
reemplazase a muchas generaciones de mutaciones normales y de selecciones naturales
requeridas para crear una especie nueva.
-Solamente la casualidad -contestó ella con una serenidad que demostró que no había intuido
ninguna referencia a su persona-. Pero esa acción de la casualidad no disminuye para mí la
maravilla del universo. La probabilidad está encerrada en la estructura de todo átomo, y la
posibilidad de la vida debe de haber existido en la materia desde los comienzos del tiempo,
esperando la hora de ser revelada.
-Creo entender.
Compartía la sensación solemne que ella expresaba, y eso lo animó a tomar su mano cuando
llegaron nuevamente a un terreno desigual. Porque los dos pertenecían al mismo torrente
común de la vida, que había fluido a través de los tiempos desde que había surgido de aquel
antiguo charco casual. Por un instante casi olvidó que él era humano y ella no.
¿Dónde estaba exactamente el umbral de la animación, donde esa molécula original había
cruzado el límite de la vida? ¿Qué la había convertido en un molde viviente, capaz de
convertir a la materia inerte en copias perfectas de sí mismas? ¿Cómo había empezado a
cambiar esos moldes la mutación, para inicias la evolución?
Las respuestas de ella levantaron una barrera contra esa peligrosa sensación de semejanza,
hasta que regresaron al avión. Su conocimiento de la genética le hizo preguntarse si Charles
Potter había sido su maestro, y eso lo asustó. Si los mutantes aprendían a dirigir la
mutación..., incluso lo asustaba pensar en ello.
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Cuando la cálida luz del sol de otro día lo despertó, estaban nuevamente en vuelo. Miró por la
ventanilla de su cabina, y sólo vio el cielo y las nubes y el mar: el cielo que era un infinito
abismo resplandeciente de luz lechosa en el cual el avión pendía inmóvil; las nubes eran
cúmulos remotos, luminosos y pálidamente irreales; el mar era un espejo empañado para las
nubes y el cielo, igualmente infinito e igualmente irreal.
El mar que bañaba la playa de una isla tenía significado, porque había sido madre de la vida,
pero esta remota superficie sin limites era tan extraña como debía de serlo el espacio
interplanetario. Se volvió, intranquilo, y se lavó y se vistió para salir a tomar el desayuno.
Encontró a Nan Sanderson de pie en la sala de descanso, mirando con preocupación hacia el
cielo vacío y el mar solitario. Ese peligroso parentesco que habían descubierto en la playa la
hizo parecer completamente humana por un momento, y entonces vio la turbación en los ojos.
-El señor Messenger -respondió ella, con el rostro bronceado crispado por el temor-. Creo que
la altura ha afectado demasiado a su corazón, a pesar de la cabina de presión regulada. -Sonrió
sobriamente-. ¡Sin embargo, sigue insistiendo en que es resistente como un mulo!
Había sido resistente, pensó Dane fríamente. Ese fantástico bucanero que había robado la
ciencia de la creación y que se había aliado con los extraños enemigos de su raza para
construir y defender el imperio de Cadmus... La muerte en el lecho, debida a una trombosis
coronaria, sería un destino bastante paradójico para J. D. Messenger.
Los ojos tristes de Nan se volvieron hacia él, y Dane sintió un frío interior. Trató
apresuradamente de darle a su rostro la calma bovina de los lotófagos, y se esforzó por no
preguntarse si sus percepciones de mutante incluían algún poder de lectura del pensamiento.
Si era así, lo que él acababa de decirse podría resultarle fatal.
-Pronto estaremos sobre Nueva Guinea -manifestó ella-. ¿,Quiere que comamos mientras
esperamos el momento de la llegada?
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-Ese rojo se parece a la sangre del dragón -dijo la muchacha, señalando tristemente las largas
manchas-. Y Cadmus está muriendo, verdaderamente..., a menos que consigamos obtener otra
generación de los mulos de Potter.
Se dispuso a preguntar cómo eran formados los mulos de Potter, pero se tragó bruscamente la
pregunta. Le resultaría fácil traicionar sus excesivos conocimientos acerca de la criatura verde
muerta cuya posesión le había costado la vida a Nicholas Venn (y habría manifestado
demasiadas emociones para un hombre sin pasado).
Se volvió rápidamente, miró por segunda vez la tierra que tenía al frente, y que ahora se
empinaba sobre el mar, oscurecida por la espesa selva verde que parecía expresar el
desesperado impulso de la supervivencia por la forma en que se prendía a todas las grietas,
avanzando hacia el océano y hacia el cielo en competencia por absorber el espacio y la luz.
Este visible conflicto por los medios de supervivencia debía de haber empezado en el mismo
charco tranquilo donde había nacido la vida. La primera división de la molécula original de
materia viva había creado los rivales idénticos para los escasos recursos del entonces estéril
planeta. La primera mutación, al introducir una ventaja desigual, había hecho aún más
encarnizada esta lucha interminable.
-Hemos dejado las costas tal como estaban -murmuró ella-, con la excepción de algunos
puertos nuevos y del traslado de los nativos a las reservas, lejos de las moscas que inoculan la
encefalitis. Además, la jungla es una barrera muy conveniente -agregó inocentemente- contra
quienes quieren robarnos nuestros secretos comerciales. Generalmente esas personas se
convierten en leales empleados, después que los ataca el virus.
Belfast asintió, cuidando de mantener el rostro dirigido hacia la ventana y luchando por
manifestar la calma de quien se ha olvidado de todo y por lo tanto no puede ser sorprendido
por nada. Se defendió contra su extraña fascinación, y empezó a pensar que tenían que ser
enemigos, no porque ella fuese perversa o porque lo fuera él, sino sencillamente porque los
dos estaban vivos y ella era una nueva mutación. El muro levantado entre ellos era una ley
natural, vieja como la vida.
Sin embargo, después de todos sus razonamientos, ella le seguía preocupando. Si había
actuado obedeciendo a alguna ley primordial, todos sus actos resultaban disculpables. Él
quería apreciarla, a pesar de todo..., pero nada podría vencer nunca el abismo genético que los
separaba. Siguió contemplando la jungla en silencio, con miedo de mirar a la muchacha, y se
sintió muy aliviado cuando ella se fue para averiguar cómo se sentía Messenger.
El financiero enfermo volvió con ella, arrastrando los pies y respirando dificultosamente. Su
carne fofa estaba pálida y manchada y tenía un aspecto casi cadavérico, pero logró forzar una
sonrisa de saludo a Belfast, y apenas se inclinó para inspeccionar las concesiones de la
compañía que aparecieron en la costa sus ojos adquirieron un brillo de ansiedad.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Esas concesiones casi hicieron olvidar a Dane su cautelosa calma. Anchas carreteras cortaban
la espesa selva, saltando sobre los barrancos y los ríos con grandes puentes de acero. Diques
altos y blancos acorralaban los lagos azules contra las montañas. El sol se reflejaba sobre los
rieles ferroviarios. Hileras interminables de árboles de cultivo atravesaban las inmensas
plantaciones.
-Los mulos han hecho todo esto -comentó la muchacha-, con la sola vigilancia de unos pocos
lotófagos como usted.
El asintió con un movimiento rígido, tratando de ocultar la desolación que había seguido a su
primer asombro. Este era un verdadero imperio, creado y controlado por la ciencia robada de
la mecánica genética. ¿Qué esperanzas podía tener un hombre que se lanzara a luchar contra
esa fuerza?
-¿Dónde? -inquirió Dane. Volaban a demasiada altura para ver a esas pequeñas criaturas
verdes del creador. Se sintió intrigado, y casi compadeció al hombre enfermo-. No veo nada.
Ella lo vigiló ansiosamente mientras el avión atravesaba las nubes turbulentas sobre una
cordillera formidable. Durante un rato respiró dificultosamente, pero pareció nuevamente
tranquilo cuando disminuyeron la altura sobre el valle inmenso que se extendía del otro lado.
Nan volvió a su cuarto. Cuando se quedó a solas con Messenger, Belfast decidió arriesgarse y
hacer algunas preguntas que no se atrevía a hacerle a la muchacha.
-Esos libros hablan mucho de los mulos -dijo cautelosamente-. ¿No son una especie híbrida?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Los mulos de Potter conquistaron Nueva Guinea -dijo el financiero, señalando amargamente
los barrancos ahogados por la jungla que se extendían debajo del avión-. Esta maldita isla no
es un lugar adecuado para los hombres, y había demasiado trabajo para hacer.
-¿Quién es Potter?
-Está muerto -respondió Messenger, y la única emoción que reveló fue su preocupación por su
respiración dificultosa-. Fue mi primer socio en la compañía. Un pájaro raro. Pero sabía
manipular los genes, y modificarlos en forma tal que engendraban lo que él quería. -Hizo una
pausa, mirando a Belfast con ojos cansados, acuosos e inyectados en sangre, que todavía
parecían amenazadoramente penetrantes. Su pregunta súbita desconcertó a Dane-. ¿Qué es lo
que usted sabe?
-Leí esos libros -dijo lentamente-. Cada página parecía volver a mi memoria apenas la miraba,
pero debe de haber mucho más que no puedo recordar...
-Bien -murmuró el gordo-. Sólo quería asegurarme de que podría seguirme. De todos modos,
yo vine aquí por primera vez para investigar el valor de una mina de oro en bancarrota. Me
disponía a informar que la mina no podía ser explotada convenientemente con mano de obra
nativa, cuando conocí a Charles Potter en Sydney.
Dane recordó que eso no era lo que Messenger le había escrito a su padre. En aquel otro relato
él había sido un meteorólogo de la Fuerza Aérea, y el encuentro había tenido lugar en Darwin.
Una de las dos historias era falsa. ¿La había contado para ocultar el asesinato de su primer
socio? En ese rostro pálido y manchado no había nada que pudiese aclararlo. Dane descubrió
que tenía las manos crispadas, y las relajó temerosamente.
-Potter era una tipo particular -afirmó Messenger, y al sonreírse por las extravagancias del
creador, la deforme fealdad del financiero se hizo casi simpática-. Un creador, casi un dios,
que mendigaba en el puerto. Usaba cartones para tapar los agujeros de su calzado. Le pagué
un trago, una comida y un par de zapatos. Conversamos durante toda la noche en el cuarto de
mi hotel y al día siguiente partimos de regreso rumbo a Nueva Guinea. -La mano hinchada de
Messenger hizo un gesto débil hacia las agrestes montañas del oeste-. La mina estaba en esa
región, cerca del nacimiento del Fly. El año que iniciamos los trabajos, los mulos de Potter
extrajeron cuatro millones de onzas de oro fino. ¡Y ése fue el comienzo! Yo tuve que
enseñarle lo que valía su descubrimiento. Incluso entonces se mostraba testarudo a ratos.
Supongo que los genios son así. -Hizo una
pausa, como para meditar acerca de la lamentable irracionalidad de los genios, y hurgó en el
bolsillo de su chaqueta, que encontró vacía-. Mis cigarros -comentó con una sonrisa-. Los
médicos me han estado acosando, y ahora Nan quiere doblegarme. Le diré que le regale la
caja a usted..., si es que fuma.
-De todos modos, pruébelos -insistió el financiero cordialmente- Es una marca especial,
fabricada con un tabaco nuevo que Potter creó para satisfacer mi gusto.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Gracias -dijo Dane, y decidió cambiar de tema-. ¿Cómo provocó Potter las mutaciones?
-¡Es una calamidad! -exclamó Messenger-. A menos que usted y la señorita Sanderson sepan
bastante genética para obtener otra generación de mulos.
-De un alga con motilidad -respondió Messenger frunciendo el ceño-. No recuerdo el nombre
latino que usó, pero es una planta sencilla, unicelular, que nada por impulso propio en lagunas
de agua fresca. Él cambió los genes para que las células se convirtiesen en pequeños bípedos
obedientes, de un tamaño que es aproximadamente el de la mitad de un hombre. No pueden
hablar, pero son lo bastante inteligentes como para realizar la mayoría de los trabajos. Y no
comen... Ese fue un toque genial de Potter.
Belfast trató de respirar normalmente, diciéndose que para un hombre sin memoria estas
criaturas no debían de parecer más extrañas que las vulgares algas verdes de las que
provenían.
-Potter conservó la clorofila -agregó Messenger-. Pero también estaba mutada, para acumular
el ochenta por ciento de la energía solar, en lugar del uno por ciento. El único alimento que
necesitan los mulos es aire, agua y sol.
-Supongo que usted no puede apreciar esto en toda su magnitud -gruñó el financiero-. Pero
significa mano de obra gratis, en una era en que el obrero humano pide más y más salario a
cambio de menos y menos trabajo. Podríamos haber dominado todo el mundo, si el viejo
Potter hubiese creado bastantes mulos.
-¿Pero no se reproducen?
-Los mulos son estériles jadeó Messenger-. Por eso eligió ese nombre. Los hizo así
intencionadamente, por el mismo motivo por el cual los creó tan pequeños y con una vida tan
corta. Temía que no pudiésemos controlarlos. Como le dije, era una retorcida ruina humana.
No tenía más cabeza para los negocios que para el whisky. No confiaba ni siquiera en sí
mismo.
El gordo se interrumpió para mirar, preocupado, las nubes que avanzaban hacia las oscuras
montañas del oeste, con sus bases al mismo nivel, como si estuviesen sobre un piso
transparente, y con las superficies algodonosas elevándose a gran altura en el brillo lechoso
del cielo tropical. Dane esperaba impacientemente, sin atreverse a urgirlo.
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-Potter les dio a los mulos dos años de vida -continuó amargamente-. La última generación
salió de su laboratorio justo antes de que muriese, hace casi dos años. Por eso tenemos que
producir otra serie.
-Esos libros explican cómo producir a voluntad algunas pocas mutaciones -manifestó
cautelosamente-. Pero se trata de casos simples y especiales. No hay una fórmula general. Yo
no sabría cómo cultivar esos seres. A menos... -levantó la vista hacia Messenger, tratando de
no mostrarse demasiado ansioso-. A menos que Potter haya dejado un relato del proceso.
-Le expliqué que era medio chiflado -contestó Messenger, meneando la cabeza-. Quemó todos
los papeles que tenía en el laboratorio.
-La señorita Sanderson sabe algo -le interrumpió el financiero-. Ella estuvo aquí cuidando a
Potter, y consiguió ganarse su confianza. Al final, él intentó explicarle el procedimiento,
cuando ya estaba demasiado enfermo, según parece, para recordar todas las etapas.
¿Había confiado verdaderamente en ella? Dane miró nuevamente hacia la jungla, para ocultar
su súbita duda. ¿Potter había hablado..., o ella había intentado arrebatar de su mente el
precioso secreto, con una percepción mental mutante, pero todavía imperfecta?
-Después de su muerte, ella produjo una serie de mulos -manifestó Messenger tristemente-.
Parecían perfectos..., hasta que murieron en las tinas. Pero estuvo estudiando en Nueva York,
y ahora cuenta con su ayuda. Quizá los dos juntos puedan lograrlo. Si fracasan, estaremos
arruinados. Durante los dos últimos años la producción ha ido disminuyendo, porque los
mulos no podían ser remplazados al morir. Ahora los embarques se están paralizando, y los
gastos y los dividendos han ido agotando nuestras reservas de capital..., hasta que la compañía
quedó al borde de la bancarrota.
Dane recordó la orgullosa fachada del Edificio Cadmus, en Nueva York, y le resultó difícil
ocultar su asombro.
-Esa es la situación, doctor Fallon -agregó Messenger, con la voz estremecida por la
emoción-. El riesgo es grande para todos nosotros, y especialmente para ustedes, los
lotófagos, que dependen en tan gran escala de la compañía. ¿Comprende ahora por qué tendrá
que hacer todo lo que esté en sus manos?
Tiró de Messenger mientras éste empujaba, y luego se quedó mirando cómo aquel hombre
gigantesco salía del salón con su paso lento y trabajoso, que todavía conservaba
paradójicamente su dignidad y su gracia. Luego contempló nuevamente los desiertos llanos y
calcinados por el sol, que se extendían más allá de la selva, y meditó sobre la historia de los
mulos con el ceño fruncido.
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La mayoría de sus preguntas no habían recibido respuesta. Todavía tenía que descubrir el
número y los propósitos de los no-hombres, aunque el colapso de la compañía que los había
ayudado y enmascarado significaría una profunda crisis para sus planes. Cualquiera que fuera
el resultado de aquello, él estaba casi dentro de la fortaleza, y todavía conservaba la esperanza
de descubrir el proceso de creación de Potter.
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17
Belfast vio a los mulos media hora más tarde, cuando el avión detuvo su carreteo en una pista
fangosa de Edentown. Las recientes inundaciones habían abierto grietas en las pistas de
aterrizaje, y los mulos estaban reparando los daños.
Eran silenciosos pigmeos atareados, que trabajaban con palas de juguete o que luchaban en
grupos de dos o tres para levantar pequeñas piedras. Apenas llegaban a la cintura de su
capataz, un lotófago bronceado que se erguía sobre ellos como un dios de oro. El verde de sus
extraños cuerpos esbeltos era brillante y casi negro, y trabajaban con incansable prisa.
Algunos de ellos abrían finas membranas que al principio le parecieron alas.
-¿Pueden volar? -le preguntó a Nan Sanderson, mientras la seguía hacia un jeep salpicado de
barro, en el cual les estaba esperando otro hombre sonriente y curtido por el sol.
Ella meneó la cabeza, y él mismo vio que aquellos apéndices eran demasiado frágiles para el
vuelo. La muchacha explicó que eran tejidos especializados, que servían como órganos
natatorios mientras los mulos vivían en estado embrionario, desarrollándose en cubas. En los
individuos maduros se habían modificado para absorber la energía solar.
Él asintió en silencio, y se detuvo para estudiarlos. Los mulos eran un triunfo asombroso de la
técnica biológica; eran protoplasma alterado para un fin específico: la obtención de mano de
obra gratuita. Estaban diseñados con el despliegue de ingenio que otros técnicos habían usado
siempre para construir sus mecanismos más sencillos de metal inanimado. Lo asombraban y
lo asustaban.
-Pero los mulos que podemos obtener de una célula mutante lo cambiarán todo -dijo la
muchacha, y tomó su brazo hinchado con un gesto rápido y tierno-. Arrancarán los rastrojos y
repararán los caminos y salvarán a la compañía.
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-El señor Van Doon quería estar aquí -manifestó-, pero fue a las minas de oro, y los caminos
en malas condiciones deben de haberle retrasado.
-Vic van Doon es nuestro representante en Nueva Guinea-le explicó ella a Dane-. Es un viejo
lotófago, y uno de los mejores. A usted le agradará trabajar con él.
El entusiasmo de su voz le produjo una ilógica reacción de celos. Con grandes dudas de que
Van Doon le resultase simpático, se volvió para ayudar al conductor que estaba subiendo a
Messenger al asiento delantero del jeep. Luego fue a instalarse junto con Nan y los equipajes,
en la parte de atrás.
Ella se había vestido de forma apropiada para el calor tropical, con su alto cuerpo bronceado
cubierto solamente por los shorts azules y un corpiño, y por un momento él no pudo apartar
los ojos de su belleza felina. A pesar de sí mismo, sintió un súbito deseo de ser dueño de ella,
de retenerla y de defenderla para siempre, incluso contra sus semejantes.
Pero entonces Nan no lo miró. Una fugaz sonrisa entibió sus fríos ojos azules, como si
hubiese percibido su emoción. Parecía satisfecha, desde su posición de superioridad, pero él
se sintió invadido por un sombrío temor. Si ella podía leer su involuntaria admiración,
indudablemente no tardaría en percibir un pensamiento más peligroso.
Se volvió rápidamente, agradecido a los saltos que daba el jeep en el desigual camino que los
habían apartado y los obligaban a aferrarse cada cual por su lado. Temía hablar, y permaneció
sudando en la atmósfera de calor húmedo, con las ropas pegadas al cuerpo.
Se dijo que el encanto de la muchacha no era más que otra de sus armas. Probablemente la
utilizaba deliberadamente, como lo hacía con el virus mutante, para conservar la lealtad de
aquellos hombres que habían olvidado a las otras mujeres. Pero incluso ese pensamiento
podría haber sido el último, si ella lo hubiese captado.
-Mire a su alrededor, Fallon -dijo la voz jadeante de Messenger, brindándole una bienvenida
distracción-. Verá cuánto necesitamos a los mulos.
Él se sintió aliviado al poder apartar sus pensamientos del encanto inhumano de la muchacha,
y estudió una plantación reciente que ya estaba ahogada por los rastrojos y las enredaderas.
-Es la última creación de Potter --explicó el financiero-. Un árbol gomero mutante. El látex es
un plástico térmico, transparente como el vidrio y resistente como el acero. Esta plantación
podría salvar a Cadmus por sí sola, si tuviésemos los mulos necesarios para detener el avance
de las malezas.
Sin embargo, los únicos mulos que veía Dane eran unos pocos que transportaban piedras y
tierra en pequeñas canastas, para llenar una zanja en el lugar donde el agua de la inundación
había cortado el camino. Estaba mirando a una de las pequeñas criaturas, cuando ésta se
detuvo y se tambaleó con su carga. Sus alas atrofiadas se agitaron y se relajaron.
Silenciosamente, y sin que sus compañeros le prestasen atención, cayó sobre el lodo.
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-Mueren así -dijo la muchacha-. Con la misma tranquilidad con que viven.
El largo puente que atravesaba el Fly estaba todavía intacto, pero la inundación había cortado
un camino de acceso con una ancha garganta, sobre la cual cruzaba ahora una tosca
plataforma de madera que osciló peligrosamente debajo del jeep. Aguas abajo una draga
estaba abandonada en el lugar donde había encallado sobre un banco de arena roja. Del otro
lado del río, otros mulos se esforzaban, inútilmente, por retirar un árbol gigantesco que había
caído atravesado sobre el camino.
-Es un espectáculo triste -murmuró Messenger, mientras el jeep rodeaba el árbol-. Estos viejos
mulos están agotados, lo mismo que yo. Usted debería haberlos visto hace dos años, cuando
eran jóvenes y fuertes y numerosos. En aquella época, Nueva Guinea parecía valer mil
millones.
-¡Y volverá a ser así! -exclamó la muchacha con demasiada vehemencia, como si estuviese
tratando de convencerse a sí misma.
Dane casi los compadeció, a ella y al financiero, hasta que recordó que incluso el chofer había
sido víctima de su extraña alianza, despojado de su memoria y de su nacionalidad y de su
familia, para luchar contra su propia raza.
-Edentown -dijo Messenger, señalando débilmente unos edificios arracimados al frente, junto
al camino-. Nuestro centro de operaciones en Nueva Guinea. Usted vivirá en la Casa Cadmus.
La Casa Cadmus tenía un aspecto de lujo en decadencia. El enrejado de madera de las largas
galerías necesitaba una nueva mano de pintura. Una jungla de papayas había invadido los
jardines, y las enredaderas ahogaban a las flores tropicales que crecían junto a los senderos.
El chofer del jeep empezó a girar hacia allí, pero Messenger le indicó que siguiese adelante.
Pasaron frente a un hospital y a algunos modestos negocios y depósitos, y frente a un alto
edificio de oficinas. Más allá de ese puesto aislado de la compañía, la selva volvía a cerrarse a
los costados del camino, hasta que el jeep emergió a una llanura cubierta de pasto, que
brotaba como una isla del mar de la jungla, a los millas del río.
-La casa del viejo Potter -manifestó Messenger, señalando una ruinosa mansión de piedra,
situada en el extremo de un camino enlodado- Ahí murió.
-El señor Van Doon la tiene lista para su alojamiento -dijo el chófer, y disminuyó nuevamente
la marcha al llegar al desvío-. El aparato de aire acondicionado funciona...
-Siga adelante -ordenó Messenger, y levantó su mano hinchada con una dolorosa urgencia-.
Quiero poner manos a la obra.
El maltrecho vehículo siguió su marcha, y Nan señaló un edificio bajo, de cemento armado
blanco, que se erguía aislado, detrás de un cerco de alambre de púas.
-El laboratorio de mutaciones -le informó a Dane-. La sección de técnica biológica, donde
Potter acostumbraba a producir todas sus mutaciones.
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-¡Mírelos bien, Fallon! -exclamó Messenger, con súbita vehemencia-. Esta zona es tabú...,
incluso para ustedes, los lotófagos. No trate de entrar. Esos guardias tiran a matar.
Dane asintió con la mayor serenidad posible, tratando de no estremecerse al recordar cómo
Nan había protegido a la compañía de un terco e inteligente intruso llamado Nicholas Venn.
-El departamento de producción -agregó el gordo, con un gesto pesado-. Su dominio, Fallon.
-Es extraño -comentó Dane, inquiriendo cautelosamente sobre el secreto de la creación-. ¿Yo
sé lo suficiente para manejar esto?
-Potter obtenía cada cultivo de mulos de una sola célula mutante -dijo ella con voz rápida-. La
dejaba multiplicarse en una solución nutritiva estéril hasta tener los miles de millones de
células germinales que necesitaba. Entonces agregaba un reactivo para detener la fisión, y
empezaba a desarrollar cada célula para convertirla en un mulo maduro. Sin embargo, ésta no
será su tarea.
Paralizado por la desilusión, Belfast se volvió con una cuidadosa exhibición de extrañeza
hacia el edificio situado más arriba de los tanques vacíos.
-Me temo que esos libros no decían nada acerca del cultivo de embriones de mulos -comentó
Dane, mirándola dubitativamente.
-Le traeré un memorándum sobre el proceso -contestó ella con tono decidido y con una
mirada severa en sus ojos azules. Su delicada hermosura marfilina lo afectó tan
dolorosamente que tuvo que volverse-. Las primeras etapas son críticas. Las soluciones de las
cubas deben permanecer incontaminadas, e irradiadas con la intensidad exacta de luz..., ya
que los embriones viven de la luz, e incluso unos segundos de oscuridad pueden matarlos al
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
detener la fotosíntesis. Como usted verá, se trata de una tarea que requiere mucha atención. -
Se interrumpió y lo miró fijamente-. ¿Podrá encargarse de ella?
-Creo que sí -asintió él, esforzándose desesperadamente por darle a su rostro la expresión
serena de los lotófagos-. ¡Sé que podré hacerlo!
-Bien -murmuró ella, con una fugaz sonrisa de confianza-. Los embriones más desarrollados
no son tan delicados. Cuando tienen suficiente edad para abandonar las cubas esterilizadas de
adentro, ya están dotados de un instinto que los guía por los tanques exteriores de crecimiento.
Allí sólo necesitan luz solar y un plazo de pocos días para convertirse en adultos, listos para
salir y secar sus membranas natatorias y empezar a trabajar para la compañía.
Belfast se secó el sudor del rostro, y estudió nuevamente los tanques vacíos. Quizá este
complicado proceso para la obtención de esclavos inteligentes no le resultaría extraordinario a
un hombre que no recordaba otra cosa. Se alegró de la interrupción cuando otro jeep apareció
detrás del de ellos.
Un hombre musculoso y curtido por el sol, con shorts desteñidos y un casco deforme de
corcho avanzó por el barro para estrechar la mano de ella y la del agotado financiero.
-¡Nan! ¡J. D.! ¡Cuánto me alegro de verlos! -Su voz era clara y vigorosa, y su ancho rostro
permanecía completamente inexpresivo-. Quería recibirlos en el aeródromo pero el jeep se
atascó en un pantano, en las sierras.
-Llevé a los mejores mulos que tenía -respondió Van Doon, poniéndose serio y meneando la
cabeza-, pero están demasiado débiles y viejos para trabajar. Mueren como moscas.
-Pronto tendremos más -afirmó Nan-. Vic, éste es Don Fallon. Nuestro lotófago más reciente.
Estará a cargo del departamento de producción.
-Hola, Fallon -saludó Van Doon, y le apretó la mano hasta hacerle crujir los huesos-. Nunca
lamentará que las moscas negras lo hayan picado. Hace tres años que estoy en la compañía, y
me alegro de que sea así. El virus es la mejor curación para los alborotadores. -Sonrió
animadamente-. Creo que yo vine a asesinar al señor Potter y a destruir a la compañía,
¿verdad, J. D.?
Belfast apartó la vista de la orgullosa sonrisa con que Van Doon celebraba su conversión,
tratando de no estremecerse. Le repugnaba ver cómo el virus había transformado a tan
decidido enemigo de la compañía en su leal esclavo, y por un instante sus propios planes le
parecieron descabellados.
-No tenemos tiempo para charlas -exclamó Messenger impacientemente-. ¡Pongamos manos a
la obra!
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Dane hizo un gesto de asentimiento, y trató de volver a sonreír. Aunque muchos hubiesen
fracasado antes que él, sus propósitos todavía permanecían ignorados. Y a pesar de que lo
desilusionaba tener la entrada prohibida al laboratorio de mutaciones, quizá los productos de
éstas le indicarían algo acerca del procedimiento. La orden de Messenger no había borrado
todas sus esperanzas de poder entrar en el edificio.
-Le traeré ese memorándum apenas me resulte posible -le dijo Nan-. Pero puede empezar a
estudiar su laboratorio ahora mismo. Por la mañana tendremos lista la primera serie de
embriones. Deberá tenerlo todo esterilizado, y las soluciones frescas mezcladas.
-Espere aquí -intervino Van Doon-. Le enviaré a sus ayudantes con las llaves. -Se volvió hacia
Messenger y la muchacha-. Le tengo preparada la casa del viejo Potter. ¿Nan, quiere venir
conmigo?
Ella le permitió que la ayudase a subir al jeep. Belfast descendió rápidamente por el otro lado,
para ocultar su involuntario resentimiento. Se dijo amargamente que debía dejarla partir. Nan
no significaba nada para él, excepto un peligro amenazador y algo misterioso y desconocido.
¡Se la regalaba gustosamente al lotófago!
Cuando los dos jeeps se alejaron él se quedó solo, y se apartó del área soleada para colocarse
bajo la cálida sombra de los aleros del edificio de producción: mientras esperaba allí,
sintiendo cómo las gotas de sudor descendían como insectos por sus flancos y sus piernas,
estudió cautelosamente el laboratorio de mutaciones situado al otro lado del camino.
Los dos centinelas devolvieron su mirada con desconfianza. Se volvió con la mayor
indiferencia posible para examinar la barraca que tenía detrás de él, donde las hileras de
tanques vacíos descendían hacia el fondo del río. Estaba buscando un sendero indirecto hacia
la fortaleza cercada y vigilada, cuando se interrumpió bruscamente, intrigado por otro enigma.
El peligro bullía a su alrededor. Él sabía que estaba allí, pero no podía percibirlo, por lo
menos en la forma en que había captado la hostilidad de Nueva York. La jungla estaba
poblada de cocodrilos e insectos mortales y parásitos internos y otras cien formas de la
muerte, pero no tenía un resplandor preventivo de peligro. La tenue oscuridad de los pantanos
del río no despedía ese amargo hedor de odio. Los chillidos ásperos de los pájaros ocultos
entre los árboles eran bastante extraños, pero no despertaban una alarma en su mente.
Miró nerviosamente a los centinelas que estaban del otro lado del camino, cuyos rifles no
necesitaban nada más que la luz para mostrar su peligrosidad, y frunció el ceño ante el enigma
de su sensación perdida de amenaza. ¿O acaso no había sido una sensación?
Porque esa aparente prevención del peligro nunca le había brindado una verdadera seguridad.
Se le había presentado poco antes de la primera llamada telefónica de Nan Sanderson, y lo
había guiado en dos ocasiones -o en realidad en tres- hacia sus trampas. Lo había traído aquí,
aumentando aún más sus riesgos.
Súbitamente comprendió que ella debía de haber sido el factor común en todas aquellas
extraordinarias experiencias. De alguna forma, había provocado aquellas sensaciones. ¿La
causa podía haber sido su mente de mutante, que trataba de leer sus pensamientos, e incluso
de inspirar sus actos?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Otros cuatro lotófagos llegaron desde la ciudad en un camión, con las llaves del departamento
de producción. Dane entró en el edificio con sus nuevos ayudantes, para explorarlo. Lo que
encontró fue una larga hilera de cubas de acero inoxidable, cada una de ellas más amplia que
la anterior, y unidas entre sí por una desconcertante red de cañerías, bombas y válvulas. Antes
de que pudiese terminar de inspeccionar el complicado equipo auxiliar de alambiques, filtros,
lámparas germicidas, termostatos y aparatos de aire acondicionado, uno de los hombres lo
llamó desde la puerta.
-¿Don? -preguntó la voz de Nan Sanderson, despertando en él una lígera impresión de temor.
Pero se tranquilizó al ver que ella traía unos papeles doblados en la mano-. El memorándum.
Él lo tomó en silencio.
-Siga las instrucciones al pie de la letra -dijo Nan-. Recuerde que un error de un minuto o de
un grado o de un uno por ciento, puede bastar para matar a los embriones.
La primera página tenía el encabezamiento: Memorándum para el doctor Fallon, escrito con
tinta azul que todavía no se había oscurecido. Las letras manuscritas estaban torpemente
trazadas, pero resultaban tercamente legibles. Leyó que en la primera etapa los embriones
debían ser mantenidos durante ocho minutos en diez litros de agua esterilizada a treinta y
ocho grados centígrados, bajo noventa y seis bujías por pie de luz filtrada. En la segunda
etapa...
Dane tuvo un sobresalto, y entonces trató de controlar el temblor de las páginas entre sus
dedos. Porque él había visto la misma escritura, más cuidadosa y vigorosa, pero la misma, en
las cartas escritas hacía mucho tiempo. Porque a pesar de la torpeza de la mano, la barra
oblicua de la parte superior de la A, y el trazo curvo y sesgado de la f y las colas de la g y de
la y eran inconfundibles.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
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Dane contestó roncamente que creía haber entendido todo el proceso. La acompañó hasta el
jeep y miró cómo ella regresaba al edificio bajo situado detrás del alambre de púas, y que
ahora tenía para él el aspecto de una prisión.
Regresó lentamente para iniciar su tarea, y estudió nuevamente la torpe escritura. No, no
podía equivocarse. Era la letra de Kendrew. Las consecuencias de aquello lo desconcertaron.
Estaba vivo, pero evidentemente era el inerme prisionero del hombre que había sido su amigo
y de los seres inhumanos que había creado. De alguna forma le habían obligado a escribir
aquellas instrucciones. E indudablemente en ese momento debían de estar tratando de forzarlo
para que crease la célula mutante que necesitaban tan desesperadamente.
Dane leyó nuevamente el memorándum, y la respuesta le pareció bastante clara, entre los
renglones desiguales. Ningún proceso de transformación de genes podía transformar a un
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genetista humano en un dios. Cualquiera que fuera su método, éste tenía limitaciones: la
debilidad inicial de las células mutantes era prueba de ello. Y también le resultó
desagradablemente significativo que el creador no estuviese autorizado para controlar todo el
proceso de desarrollo, ni siquiera en el caso de los inofensivos mulos.
Dane volvió a estremecerse, aun en aquella atmósfera de calor tropical, cuando trató de leer
en las páginas manuscritas la historia del amigo desaparecido de su padre. Conocía la
inescrupulosa astucia de Messenger, y recordó su fría percepción de las facultades de mutante
de Nan Sanderson. El creador que era sencillamente humano, tendría que haber confiado en
ellos: en su amigo, y en su espléndida nueva criatura. Debió de quedar demasiado sorprendido
para salvarse cuando ellos se aliaron contra él.
Dane procuró indagar en los motivos de todo eso. Quizá la tragedia personal que había
impulsado a Kendrew a abandonar Estados Unidos había quebrado su visión y su voluntad,
convirtiéndolo en un abyecto instrumento del financiero. ¡Quizás eso explicaba el virus del
olvido!
Se inclinó sobre las páginas, con una amarga comprensión. El creador había sido perseguido
incluso hasta esa lejana espesura por algún intolerable recuerdo, y había engendrado ese virus
para borrar su propia miseria, y así había entregado inconscientemente su nueva ciencia a
Messenger y a los mutantes que eran su obra. Si esto era cierto, el vigilado laboratorio de
mutaciones debía de ser el único mundo que conocía, y el arte de la transformación biológica
todo lo que le interesaba recordar.
Cualquiera que fuera la explicación verdadera, el creador debía ser rescatado. El actual
tropiezo de sus captores parecía demostrar que éstos todavía no habían aprendido por
completo sus artes. Tendría que liberarlo antes de que los no-hombres le hubiesen arrancado
los conocimientos suficientes para hacerse eternamente invencibles.
Sorprendido por esta fuerte voz, se volvió para encontrar a Van Doon detrás de él, sobre el
umbral de la puerta.
-Nan me trajo esto -respondió Dane, y mostró el memorándum, mientras trataba de recuperar
la serenidad perdida-. Son las instrucciones.
-Para usted es la señorita Sanderson -dijo Van Doon, con una sequedad impropia de un
lotófago-. Y será mejor que empiece a trabajar.
Él inició las tareas. Durante aquel día agobiador y durante la mitad de la noche trabajó con sus
ayudantes para preparar las cubas para las células mutantes. Pero su mente estaba concentrada
en el análisis de sus inciertas conclusiones, y trataba de imaginar la situación presente del
creador y de idear un plan de rescate.
Charles Kendrew debía de estar muy viejo, y quizá tan débil como Messenger. Quizá la
interrupción en la creación de los mulos, los años atrás, había sido provocada por la
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
enfermedad, y no por una rebelión. De todos modos, era evidente que Nan Sanderson estaba
aprendiendo el arte de la mutación, bajo la tutela del creador.
Eso hizo que Dane determinara un limite definido de tiempo. Con su inteligencia superior y
su posible facultad de leer el pensamiento, la muchacha no tardaría en conocer la ciencia que
la había creado. Y entonces, los no-hombres carecerían de motivos para mantener a su creador
con vida.
Sin embargo, un exceso de prisa podía ser tan contraproducente como la tardanza. Perseguido
por su temor a un desliz de su lengua o a un gesto involuntario que pudiese desenmascararlo
instantáneamente, trató de lograr la inagotable paciencia de los verdaderos esclavos del
olvido, en tanto que esterilizaba las tinas y las tuberías y probaba las válvulas y las bombas, y
sonreía en medio del despiadado calor.
Escogió a un hombre de su entusiasta dotación para que vigilase los instrumentos colocados
en el interior de la incubadora llena de vapor, y colocó otro de guardia en la cámara de aire
que impedía la entrada de brisas .contaminadas. A los otros los envió a sus dormitorios de la
aldea vecina al río.
-Quédese aquí -le dijo al guardia-. Yo voy a dormir en el depósito. Avíseme si me llaman del
laboratorio de mutaciones.
El oscuro depósito, situado fuera de la cámara de aire, parecía increíblemente fresco, seco y
cómodo. Se acostó sobre un camastro, y oyó cómo partía el camión. Los ventiladores del
sistema de aire roncaban suavemente, y la lluvia tamborileaba incesantemente sobre el techo
de metal laminado. Ocasionalmente llegaban extraños ruidos desde la jungla, y también oía el
ronquido apagado de la turbina diesel de la ciudad.
Estos sonidos lo animaron. Después de escuchar durante más de media hora, bajó
silenciosamente del catre, tomó del estante de las herramientas unas cizallas para cortar
alambre, y caminó cautelosamente por el oscuro corredor.
Miró hacia la cámara de aire. El hombre que montaba guardia adentro estaba donde él lo
había dejado, paciente y leal, fuera de su campo visual pero proyectando una ancha sombra a
través de la puerta de vidrio.
Salió del edificio silenciosamente, aunque tratando de no parecer furtivo. La lluvia caía
verticalmente desde un cielo negro y sin viento, fría y con una fuerza sorprendente que le
cortó el aliento y le hizo castañetear los dientes durante un momento.
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Las luces de cuatro altos mástiles de acero bañaban el laboratorio cercano, del otro lado del
camino, recortando las siluetas de los dos centinelas inmóviles de la entrada. Se alejó de ellos
rápidamente, hacia la larga sombra negra del edificio de producción, que llegaba hasta la
franja de pasto que bordeaba la meseta.
Los matorrales ocultaron su trayecto hasta un lugar situado del otro lado del claro, donde
quedó protegido de los centinelas por el mismo edificio del laboratorio. Allí contuvo el
aliento, y corrió agazapado hasta el cerco de alambre de púas.
Se acostó cautelosamente sobre el barro castigado por la lluvia, sacó las cizallas, y por un
momento se sintió casi triunfante. Mentalmente ya había atravesado el cerco y las paredes de
hormigón, y estaba en el interior de la prisión del creador.
No podía ver luces dentro de ese edificio sin ventanas; pero el jeep estacionado afuera le
indicó que Nan Sanderson y Messenger estaban todavía allí, y en su imaginación afiebrada los
vio atareados en arrancarle el secreto de la creación al hombre que habían traicionado.
La alarma lo paralizó.
Recibió el impacto cuando tocó el alambre de púas, y fue tan brusco que por un instante creyó
que lo había atravesado una descarga de alto voltaje. Retrocedió, tratando de recuperar el
aliento. El sabor del peligro volvió a posarse sobre su lengua, y el olor dulzón de la
vegetación podrida de la jungla fue remplazado por el de una agria amenaza.
Permaneció inmóvil sobre el frío barro, demasiado desconcertado para reaccionar. Pero los
alambres no conducían corriente. El impacto había tenido otro origen. Había encendido un
oscuro resplandor de peligro alrededor del edificio que tenía delante, y había congelado la
lluvia sobre su espalda con la fría impresión de la muerte.
¿Era la mente de Nan Sanderson? Súbitamente se sintió seguro de que era ella..., y el pánico
lo estremeció. Si él podía percibir el desconocido poder de su cerebro de mutante, que se
proyectaba para proteger el laboratorio, era indudable que ella también captaba su presencia.
Y cuando lo encontrase junto al cerco, no necesitaría leer sus pensamientos para saber que él
no era un auténtico lotófago. Una orden a los centinelas lo lanzaría al mundo del olvido, pero
esta vez de forma definitiva.
Ahogó su pánico, y estiró la mano nuevamente hacia la alambrada. Después de todo no hacía
más que imaginar que su mente era la que causaba aquellas sensaciones de peligro. Quizás
estaba equivocado. O incluso, si lo había percibido, quizás ella no era omnipotente. La cizalla
tocó el cerco... y el impacto volvió a sacudirlo. Le cortó la respiración y le entumeció el
brazo, de modo que dejó caer la herramienta. Le encegueció con un intenso resplandor de
peligro que parecía una potente luz súbita. Le cerró la garganta con el sabor amargo de la
muerte.
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Apenas pudo moverse empezó a huir, arrastrándose. Había fracasado... y perdería su vida
inútilmente, si su intento era descubierto. Cualquiera que fuera la naturaleza de aquella
barrera, resultaba inexpugnable. A mitad de camino hacia la franja selvática, intentó
levantarse y echar a correr. Sin embargo, apenas se puso de rodillas, volvió a experimentar el
impacto del peligro. Lo hizo caer sobre el lodo y lo aplastó allí, dejándolo tembloroso y sin
aliento bajo la fuerte lluvia.
Entonces pensó que Nan Sanderson lo había encontrado verdaderamente. Imaginó que lo tenía
paralizado como debía haber paralizado al diminuto Venn, mientras lo apuñalaba. No le
quedaba otro recurso que permanecer allí tendido, esperando una bala o un cuchillo.
Pero nadie salió para matarlo. En una oportunidad oyó que una puerta se abría y se cerraba en
el laboratorio, pero eso fue todo. Después de un largo rato el amenazante fulgor oscuro
empezó a desvanecerse detrás de él, y la helada presión que lo aplastaba se relajó lentamente.
El peligro se estaba disipando.
Quería rechazar esta idea. Siempre había puesto en duda la autenticidad de las experiencias
anormales de este tipo. Aunque su madre había muerto tal como esperaba, él creía que era el
mismo temor lo que la había matado. Ninguna prueba -ni siquiera la de Nan Sanderson- había
servido para encontrar en él capacidades metapsíquicas.
El virus estaba destinado a convertir a los enemigos de los no-hombres en instrumentos útiles
para la compañía. Un umbral más bajo de sensibilidad podía aumentar la eficiencia de los
esclavos. Había una remota posibilidad de que él ya estuviese infectado al percibir por
primera vez la sensación de peligro. Quizás el virus le había sido contagiado previamente,
probablemente en el vaso de la habitación de su hotel.
Pero eso parecía improbable. Meneó la cabeza, e incluso este ligero movimiento renovó la
aplastante presión del peligro. El impacto y el brillo y el sabor de la amenaza eran demasiado
reales y estaban demasiado próximos para que él pudiese atribuirles racionalmente otro
origen. Impacientemente apartó de su mente la noción de que sus sentidos habían sido
aguzados por el virus.
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La luz reflejada del claro mostraba vagamente el camino, e incluso ese tenue resplandor de
peligro pareció ayudarle a orientarse. En una oportunidad su oscuro brillo señaló un tronco
caído con el que habría tropezado, y luego la vaga advertencia lo detuvo al borde de una
oscura zanja que no había visto. Cualquiera que fuera su origen, estas sensaciones le parecían
cada vez más una dote personal excepcionalmente útil.
En una ocasión se arrodilló junto a un arroyo formado por la lluvia para lavar casi todo el
barro pegado a sus manos, a sus rodillas y a sus zapatos. Y volvió a darse prisa, con la
esperanza de volver sin ser visto a su catre del depósito. Ya había llegado casi al laboratorio
de producción, corriendo silenciosamente por las oscuras sombras del fondo, cuando la
sensación de peligro volvió a amenazarlo.
Se detuvo a escuchar, y oyó el golpe de una puerta. Unos pies chapotearon sobre los charcos.
Un motor tosió seguido por el chirrido del embrague. Giró para correr hacia la jungla, pero la
fría presión del peligro lo detuvo donde estaba. Los faros lo encontraron.
Entonces se alegró de que esa prevención hubiese frenado su impulso de correr, porque no
habría llegado a tiempo a ningún lugar donde pudiese ocultarse. Ahora cualquier movimiento
en falso podría destruirlo. No le quedó otro recurso que avanzar hacia las luces que lo
cegaban, tratando de no fruncir demasiado el ceño y luchando por recuperar su débil máscara
de olvido.
-¿Caminaba..., con esta lluvia? -preguntó Van Doon, y su tono pareció demasiado colérico
para un lotófago- ¿Por qué?
-Adentro hace calor -contestó, mientras aparentaba estar simplemente cansado y molesto-. Y
ya tenemos listas las cubas. Traté de dormir, pero me fue imposible. Pensé que la lluvia me
refrescaría.
-Quédese donde pueda verlo -rugió Van Doon -. Cuénteme exactamente adónde fue.
-Por el camino, hacia arriba. Pasé por la casa de Potter hacia la jungla -tuvo un
estremecimiento-. Quizá me alejé demasiado. Ahora siento frío.
-¿Qué le hace pensar eso? -preguntó, y dejó que el resentimiento cargase su voz-. El señor
Messenger me dijo que estaba prohibida la entrada.
-Disculpe, Fallon -murmuró Van Doon, con una extraña suavidad- Resulta que me desperté
hace media hora, con la sensación de que algo andaba mal. Cuando lo llamé desde la ciudad,
los chicos no lo encontraron. Naturalmente me sentí preocupado, ¿entiende?
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Dane fue aguijoneado por la duda. Pensó que no era probable que los verdaderos lotófagos
fueran despertados por una preocupación. Y este súbito tono conciliatorio resultaba
exagerado..., como si Van Doon fuera un esclavo del virus.
-Para proteger nuestras vidas -lo interrumpió Van Doon suavemente-. El área cercada está
infectada con cien especies distintas de organismos mutantes mortales. El señor Potter
inmunizó a la señorita Sanderson y al señor.Messenger contra ellos, pero ningún otro intruso
podría salir nuevamente con vida. ¿Entiende por qué me sentí tan preocupado por usted?
Dane pensó que probablemente aquello era una mentira destinada a mantener alejada a la
gente del laboratorio de mutaciones.
Siguió pensando en Van Doon, esforzándose por no fruncir el ceño. Desde el primer momento
ese hombre le había parecido vigoroso y severo, y sus modales con Nan Sanderson habían
sido demasiado posesivos. Se puso rígido bajo la luz, y trató de no mirar con demasiada
fijeza.
Había esperado encontrar reunidos allí a otros miembros de la nueva raza. No a muchos: el
mapa de Gellian con el trayecto del creador mostraba intervalos de semanas o meses entre las
mutaciones, y él sospechaba que la mayoría de las primeras criaturas de Kendrew habían sido
seres defectuosos, demasiado imperfectos para descubrir que no eran humanos.
Pero Nan Sanderson debía de haber llevado a esas criaturas brillantes a algún lugar, después
de rescatarlas de la Agencia Gelhan. Y entre los primeros productos del creador, había otros,
además de Nan, que habían tenido la suerte de descubrir lo que eran y de escapar de los
cazadores de Gellian. Probablemente el Servicio Sanderson de Nan había conseguido hallar y
reunir a los últimos de ellos.
Dane se esforzó por mantener la compostura, y se estremeció bajo el resplandor de los faros.
Ahora la incansable actividad de Van Doon y su vigilancia cuidadosamente disimulada le
parecían más que humanas. ¡Si Nan era la Eva dorada de la nueva raza, Van Doon debía de
ser el oscuro Adán!
-Disculpe, Fallon -repitió, con voz demasiado cordial-. Espero que usted entienda..., y por
favor, tenga cuidado, por su propio bien. Y será mejor que ahora descanse, para estar
preparado cuando lo necesiten.
El jeep se alejó finalmente, y Dane volvió con paso pesado al laboratorio de producción.
Estaba helado, sus rodillas no le sostenían, y se sentía agobiado por el fracaso. Fuera o no
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mutante, era poco probable que Van Doon le permitiese acercarse nuevamente al laboratorio
de mutaciones. El creador le parecía tan remoto como un hombre ya muerto.
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19
El lotófago que vigilaba la cámara de aire recibió a Dane con una mirada de reproche.
-Por favor, no salga solo, doctor Fallon –dijo con su calma turbada-. Pensábamos que estaba
durmiendo, hasta que llamó el señor Van Doon. ¿Se encuentra bien?
-Está prohibido salir solo, cerca del laboratorio -manifestó el guardia-. Debemos cuidarnos los
unos a los otros, debido al peligro de una infección mutante. Son órdenes del señor Van Doon.
Cuando se acostó nuevamente en su camastro permaneció un largo rato sin dormir, tratando
de encontrar una forma de llegar hasta el creador.
Necesitaba a John Gellian, pero la oficina neoyorquina del apasionado enemigo de los
mutantes resultaba tan inaccesible como la prisión de Kendrew, situada al otro lado del
camino. Ahora que las exportaciones de la compañía habían cesado, ni siquiera veía la
probabilidad de enviar un mensaje de contrabando.
Una sombría desesperación aplastó todos sus intentos para trazar un plan de acción. Su mente,
agotada y asustada, veía a toda la humanidad ya condenada, en la misma situación en que
habían quedado los últimos sub-hombres con la aparición del homo sapiens. Los
pitecantropos de entendimiento lento debieron de quedar tan desconcertados frente a la
inteligencia humana, pensó él amargamente, como él estaba ahora, frente a las facultades
desconocidas de la nueva raza.
Finalmente se sumió en confusos sueños de armagedones en los cuales todos los ejércitos de
la humanidad eran paralizados y destruidos por algo invisible, mientras Nan Sanderson y Van
Doce se paseaban impasiblemente entre los cadáveres humanos, bañados por, un fuego oscuro
y tétrico.
Los hombres del turno de día habían llegado en el camión, y le traían el desayuno de la Casa
Cadmus en una caja de cartón. Con la diligencia de un auténtico servidor de la compañía, él
les hizo limpiar las caras exteriores de los tanques antes de empezar a comer. Estaba
esperando junto a la puerta cuando Nan Sanderson y Messenger salieron del laboratorio de
mutaciones, donde seguramente habían pasado toda la noche.
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-¿Listo, Dane? -preguntó ella, saltando por encima de los charcos, con un termo en la mano.
La fatiga le había hundido las mejillas, pero en sus ojos había una ardiente expectación. El
apartó rápidamente la vista de los reflejos de su cabello rojizo, asustado incluso por su
belleza.
-Estamos preparados.
Nan se puso una máscara quirúrgica, guantes y botas esterilizadas y un delantal y atravesó con
él la cámara de aire hacia la sala principal. Frunció el ceño, molesta por el resplandor azulado
de las lámparas germicidas, y abrió cuidadosamente el termo para sacar un tubo de ensayo
tapado y envuelto en gasa.
-La próxima generación de mulos -dijo, y le entregó a Dane el tubo, lleno hasta la mitad con
un liquido verdoso-. Calma. Tiene en la mano el futuro de la compañía..., y el suyo propio.
-No disponemos de tiempo -respondió Nan, y meneó la cabeza nerviosamente-. Vic acaba de
telefonear.
-Vic habló con Nueva York -agregó ella-. Hay malas noticias. Alguien descubrió que el señor
Messenger abandonó los Estados Unidos. Los rumores de que la compañía estaba en peligro
provocaron un pánico en la Bolsa. Nuestros directores consiguieron detener la oleada de
ventas, pero ahora ellos están asustados.
-Nuestros propios directores... -murmuró él, y recordó que debía ocultar que sabía lo que era
Wall Street-. ¿Y no nos ayudaron?
-Tres de los principales inversores formaron un pool. Compraron las acciones necesarias para
impedir la quiebra, pero tienen miedo de retenerlas. Vic dice que vendrán en un avión
especial, para averiguar qué es lo que anda mal.
-No deberían haber hecho eso -manifestó ella, con voz temblorosa- El señor Messenger nunca
permitió que aquí entrasen extraños. Mientras ganábamos miles de millones, no era difícil
mantener a la gente alejada. Pero esos tres banqueros llegarán mañana por la mañana. Querrán
ver algo más que pozos de barro y mulos muertos.
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Habían pasado los primeros ocho minutos. Abrió una válvula y empezó a bombear para
levantar la solución a la segunda cuba, de mayor tamaño.
La muchacha esbozó una sonrisa de aprobación, al ver el cuidado con que él trabajaba.
-Ahora debo volver junto al señor Messenger-dijo ella-. Esta noche fue demasiado intensa
para él. -Por encima de la máscara, sus ojos azules estaban iluminados por una confianza que
casi le hizo lamentar a Belfast haber recuperado la memoria-. ¡Por favor, cuide esos
embriones!
Era curioso, pero verdaderamente deseaba hacerlo. A pesar de todas las desagradables pruebas
que tenía contra aquella pareja, no podía contener una involuntaria admiración por el terco
coraje de Messenger, ni tampoco podía negar por completo la atracción que ejercía sobre él
esta hermosa y solitaria enemiga de los hombres.
Dejó salir a la muchacha por la cámara de aire, y descubrió que estaba temblando. Ella había
dejado en sus manos el futuro de Cadmus. El sabotaje habría sido muy sencillo. Para matar a
los embriones le habría bastado apagar la luz durante los o tres minutos.
Había averiguado demasiado poco. Y cualquier intento de sabotaje anularía las posibilidades
de llegar hasta el creador o de indagar los fines y el número de los mutantes. Instantáneamente
comprendió que debía hacer todos los esfuerzos posibles para salvar aquella generación de
mulos.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Puede dejarnos entrar -gritó a través del grueso vidrio-. Los embriones ya están inmunizados
contra contaminaciones. Se encuentran en condiciones de salir a los tanques exteriores, y de
todos modos éstos no están esterilizados.
Messenger se inclinó dificultosamente para estudiar la solución verde pálido debajo de las
potentes lámparas, e hizo un gesto de asentimiento.
-El color es el correcto. -Señaló un microscopio de escaso poder que estaba sobre una mesa,
junto a la tina-. Veamos una muestra.
Dane volcó una parte de la solución en una cápsula de Petri, y la colocó debajo de la lente.
Las criaturas mutantes resultaron instantáneamente visibles: eran pequeñas, gráciles y
pisciformes, y nadaban con rápidas ondulaciones de las tenues membranas que en los mulos
maduros se transformaban en órganos por la fotosíntesis. Dane siguió mirando, hasta que
Messenger lo apartó nerviosamente.
Nan ocupó su lugar, y sonrió con tanto entusiasmo que Dane casi compartió su alegría.
Los embriones ya habían llegado al estado en que sus propios instintos los impulsarían de un
tanque al otro. Dane abrió la ranura que les permitiría saltar al tanque exterior, mientras la
muchacha contaba los ejemplares de la muestra.
-¿Ochenta y nueve? -exclamó, con el rostro iluminado por el triunfo-. Según los cálculos de
Potter, eso significa un total de casi cinco mil millones. Bastantes para convertir la isla
nuevamente en un jardín. Y para que vuelvan a fluir los dólares, y las libras, y los francos, y
los marcos, y los pesos, y los rublos.
Pero no explicó qué era ese «algo más» que podrían salvar. Sin embargo, Dane se atrevió a
mirarla mientras ella vigilaba la delgada hoja de acero inoxidable sobre la cual debían saltar
los pequeños embriones. Vio brillar en ella el fuego de la esperanza, en tanto que la rodeaban
las sombras de su soledad y su miedo, y comprendió.
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Cadmus era la fortaleza de su raza. Los mulos la habían edificado, y se estaba derrumbando
desde que habían empezado a morir. Esta nueva generación de pequeños esclavos le devolvía
su poder... y a Dane no le resultó difícil compartir su ansiedad.
-Formarán un velo verde sobre la hoja -susurraba Messenger-. Serán los miles de millones que
pasan al tanque. Lo he visto muchas veces.
Dane ajustó la barrera brillante para que quedase exactamente al nivel del liquido. Encendió la
luz colocada sobre ella, destinada a avivar el instinto fototrópico, y levantó la coraza metálica
exterior que protegería a los pequeños nadadores cuando cayesen en el tanque.
Y esperaron.
La tensión volvió a hacer palidecer el rostro de Nan. Acortó el aliento del anciano, y extendió
una sombra amarilla sobre su carne hinchada y manchada. Y puso rígido a Dane, de modo que
se sobresaltó más de lo que le correspondía a una víctima del virus cuando Van Doon pasó a
su lado, para colocarse silenciosamente junto a la muchacha.
Dane tenía miedo de contemplar la palidez enfermiza que cubría a Messenger. Trató de no ver
el nerviosismo de la muchacha, ni la serena mirada de gratitud que ella le dedicó a Van Doon
cuando su recia mano bronceada le tocó el hombro con una suave caricia íntima.
Los embriones no saltaban, y después de un largo rato Dane vio pequeñas burbujas que
empezaban a levantarse por el liquido, dejando un residuo aceitoso y verde donde reventaban.
Se inclinó para mirar más de cerca, y percibió un olor tenue pero nauseabundo. Señaló el
caldo de cultivo y se volvió hacia Messenger, con una mirada de extrañeza.
-Se pudren -murmuró el financiero, con sus labios azules relajados, y su cara se desencajó en
una horrible vacuidad cadavérica-. Se pudren en vida...
-No se preocupen por mí -dijo. Se tambaleó hasta la mesa con las manos hinchadas, tan
frenéticamente como si se estuviese prendiendo a la vida misma-. ¡Todavía soy resistente
como un mulo! -Su rostro se crispó, forzando una sonrisa-. Traten de averiguar... qué es lo que
falló.
Nan se volvió nuevamente hacia la tina maloliente, con los labios apretados y blancos, pero
Van Doon miró a Dane con salvaje ferocidad:
Dane giró lentamente para observar a la muchacha. Trató de no pensar en otra cosa, mientras
ella observaba la temperatura de la tina, controlaba la intensidad de la luz colocada encima de
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
ésta, y probaba la solución verdosa. Sus manos temblorosas vertieron una muestra, y todo lo
que él sintió fue piedad por su silenciosa desesperación.
-La solución no tiene nada de malo -murmuró, y su mano pálida apartó lentamente el soporte
de los tubos de ensayo-. El único defecto consiste en que los embriones se están muriendo en
ella.
-¿Es obra de él? -preguntó Van Doon mirando a Dane, con una animosidad desusada para un
lotófago-. Si los saboteó...
-El error fue nuestro -le interrumpió la muchacha-. Otra mutación defectuosa. Los embriones
deben estar inmunizados contra los gérmenes de la putrefacción antes de llegar a esta etapa.
Estos no lo estaban... y fueron destruidos por la primera contaminación. -Se volvió seriamente
hacia Dane-. Este es un golpe terrible para la compañía, doctor Fallon. Pero usted no es
responsable en ninguna forma de ello. Por favor, disculpe a Vic. Es natural que esté turbado.
-Tiren esos residuos -ordenó Messenger-. Esterilicen las tinas y monten guardia junto a ellas. -
Pasó la mirada de Dane a Van Doon y a la muchacha-. Vamos a realizar otro intento esta
noche.
-¿De qué servirá? -preguntó Nan amargamente-. Esos banqueros llegarán al amanecer.
Aunque la próxima generación sobreviva, no tendremos nada para mostrarles...
-Yo me ocuparé de ellos -dijo Messenger. Estaba recuperando el aliento, y su voz estaba
cargada de desprecio-. Ryling y Zwiedeineck y Jones... les haré tragar una cucharada de
espora verde, sin que importe que la próxima generación viva o se pudra. -Se aferró
nuevamente a la mesa, para incorporarse-. He estado engañando a esos viejos buitres desde
que murió Potter. Podré hacerlo nuevamente.
Sin aceptar ninguna ayuda, se alejó con paso pesado. Cada jadeo y cada paso parecían un
triunfo tal de la energía sobre el tiempo y la derrota, que Dane lo siguió con la mirada con un
respeto involuntario, a pesar de todas sus malas jugadas.
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20
Dane estaba esperando en el cálido silencio del amanecer cuando Messenger y Nan Sanderson
volvieron a salir del cercado laboratorio de mutaciones. Fue a recibirlos cuando ellos
estacionaron el jeep.
-Transformamos otra célula explicó-. Al principio parecía perfecta. Vivió, pero no alcanzó a
multiplicarse. No servía. Ahora no tenemos absolutamente nada para mostrarles a esos
banqueros.
-¡Pero aun así los engañaremos -exclamó Messenger. Parecía demasiado débil para apearse
del jeep, y sin embargo su voz tenía un tono de invencible confianza-. ¿No es verdad, doctor
Fallon?
-Ahí están -manifestó Messenger, y se volvió dificultosamente para señalar tres jeeps que
avanzaban sobre los baches del camino enlodado del río-. Van Doon llamó hace una hora para
avisar que estaban aterrizando. Le dije que dejase el equipaje en la Casa Cadmus, y que los
trajese inmediatamente. -Se inclinó dificultosamente hacia delante en el asiento-. ¡Bájenme
para que reciba a esos imbéciles hambrientos! Yo les produje bastantes millones. Cualquiera
habría pensado que se darían por satisfechos, sin venir a despellejarnos, ahora que tenemos
una racha de mala suerte. Lo que necesitan es una dosis de jugo de loto. -Le sonrió a la
muchacha-. ¿Tienes una jeringa de propulsión a tu alcance?
-¡No podemos hacer eso! --exclamó la muchacha. Tomó su brazo hinchado para ayudar a
Dane a levantarlo del asiento-. Cadmus ya tiene bastante mala publicidad, y no podríamos
hacerlo con personajes tan importantes. El escándalo...
-¡No te preocupes! -contestó Messenger, riéndose. Cada aliento parecía costarle un gran
esfuerzo. Se apoyaba sobre el jeep, y sin embargo balanceaba su cuerpo inmenso con un aire
de audacia indomable-. Esos titanes de las finanzas son ladrones como yo, y conozco su
idioma.
Los tres jeeps se detuvieron bruscamente, y los banqueros se apearon apresuradamente sobre
el barro rojo, seguidos por los abogados y contables e ingenieros que habían traído como
refuerzo contra el anciano inválido que los enfrentaba con una expresión de dulce curiosidad.
-Hola, caballeros -saludó Messenger-. ¿De modo que, decidieron visitar Nueva Guinea?
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Los recién llegados formaban un grupo silencioso, como si se estuviesen preparando para la
defensa. Miraron nerviosamente a Messenger, luego, con temor, hacia la jungla que los
rodeaba, y finalmente otra vez al anciano pero ahora con expresión de desafío. Tres de ellos se
adelantaron, esquivando con remilgo los charcos de barro, para estrechar su, fofa mano. Sus
ojos astutos parpadearon, y sus labios relajados se movieron como impulsados por una
hilaridad secreta. Los tres hombres retrocedieron.
-Sé que no quería que viniésemos, Messenger -dijo uno de ellos, gordo y rubicundo. Para su
visita a la jungla se había vestido con botas lustrosas y una camisa multicolor y un sombrero
blanco de cowboy petimetre. Ahora parecía incómodo con aquella indumentaria-. Ya entiendo
por qué.
-Por favor, señor Zwiedeineck -respondió Messenger suavemente-. Sé que hubo muchos
contratiempos mientras estuve ausente, pero ahora he regresado. Sus ojillos estudiaron a sus
interlocutores, con pálida insolencia-. Antes de adoptar una actitud apresurada, caballeros,
permítanme que les recuerde que los he convertido en los hombres más ricos del mundo.
-¡Oh! -espetó impacientemente un hombre alto y flaco, con expresión indiferente, que todavía
estaba vestido con el mismo traje oscuro severo y con la camisa blanca almidonada que debía
usar en Wall Street-. Vamos al grano, J. D. Usted sabe lo que queremos.
-Supongo que unos miles de millones más. Pero no los ve aquí, ¿verdad, señor Jones? Tendrá
que esperar y dejar que yo se los amase.
-Ya he esperado bastante -dijo Jones e hizo un gesto impaciente con una libretita negra-. Hace
dos años que trato de averiguar por qué nuestras exportaciones están disminuyendo. Ahora
veo los motivos: la maquinaria se está derrumbando y las plantaciones están abandonadas y
todo está en ruinas. Creo que necesitamos sangre nueva aquí, J. D.
-Tiene razón -asintió Messenger-. Sangre verde. Eso es lo que estamos tratando de obtener.
¿Quiere ver nuestro laboratorio? -Se volvió hacia el tercer banquero, un hombrecillo frágil,
vestido con shorts y con un casco blanco para el sol, que estaba retrocediendo hacia los jeeps-.
¿Qué ocurre, señor Ryling?
-Quizás usted podrá explicárnoslo -chillo Ryling, y se aclaró la garganta nerviosamente-. Pero
no me gusta esta maldita isla, con el calor y las enfermedades y los insectos, y con la jungla
que avanza sobre todo. ¡Ni tampoco me gustan esos pequeños monstruos verdes que trabajan
en los caminos!
-¿No le gustan los mulos? -preguntó Messenger, y parpadeó con incredulidad-. ¿Ni siquiera
después de que le permitieron ganar cientos de millones con los miserables dieciocho mil que
invirtió en la compañía?
-No me agradan sus burlas, señor Messenger -afirmó Ryling, y sus ojos brillantes y negros
parecieron los de un buitre-. Ni sus métodos secretos para hacer negocios. Ni la gente que veo
aquí..., con esas sonrisas estúpidas que me crispan los nervios. ¡Me retiraré de Cadmus! -
Retrocedió aún más, hacia su pequeño grupo de expertos-. Voy a exigir la liquidación de la
compañía y el reparto de los fondos.
- 118 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Llega un poco tarde con su idea, señor Ryling --comentó Messenger con una risita inocente-.
Ya utilicé todo nuestro capital y las reservas para cubrir los gastos y los dividendos, y además
invertí casi mil millones de dólares prestados. A la corporación no le quedan bienes para
liquidar.
-¡Esa es una confesión desconcertante, Messenger! Si lo que dice es cierto, ¿cómo piensa
mantener a flote a Cadmus..., y cómo piensa salvar su gorda osamenta de la cárcel? ¿O acaso
ya ha perdido las esperanzas?
-No las he perdido --contestó Messenger con una sonrisa benévola-. A pesar de la gravedad de
la situación, todavía dispongo de los ventajas intangibles pero importantes. Una es la
inmensidad de nuestra insolvencia. La otra es un importante conocimiento técnico que tengo
en mis manos.
-Nadie puede ganar nada repartiendo un cadáver. -Hizo una pausa para guiñarles un ojo a
Ryling y Zwiedeineck-. Ninguno de ustedes volverá a sacar un centavo de Cadmus, a menos
que dejen que le devuelva la vida.
El macilento banquero se volvió para mirar hacia el otro lado del Fly, donde los lujuriantes
muros verdes bordeaban el agua achatada. Quizás en su imaginación vio los mosquitos, las
sanguijuelas y los cocodrilos que habitaban la selva. A Dane le pareció verlo temblar.
-De un proceso de mutación. -Sus ojos se volvieron hacia el edificio sin ventanas cercado por
la alambrada de púas-. Es casi el poder creador de un dios.
-Si usted tuviese ese proceso en sus manos, ¿lo arriesgaría? -comentó Messenger, meneando
la cabeza-. Pero usted ha visto los éxitos de ese poder: nuestras exportaciones, y esos mulos
que no le gustan al señor Ryling.
-Si lo desean. -Messenger se volvió hacia Dane-: Éste es el doctor Fallon, caballeros. Está a
cargo de nuestro departamento de producción. Él les mostrará cómo convertimos a las células
germinales mutantes en mulos útiles.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Quizás-murmuró el banquero flaco, y volvió a mirar el río oscuro, en el lugar donde estaba
encallada la draga abandonada. Pero si usted estuviese produciendo algo, tampoco estaríamos
aquí. Estaríamos en Nueva York marcando nuestros cupones. -Su mirada desconfiada se
volvió hacia Messenger-. ¿O acaso tiene dificultades con su «dios»?
-Sí, las hemos tenido -asintió Messenger amargamente-. El creador original era nuestro viejo
socio, Potter. Potter ha muerto.
-¿Muerto? -exclamó el banquero, nuevamente con su acento norteño, y con un tono nasal de
preocupación-. ¿Y sus procedimientos se han perdido?
Dane deseó por un momento que aquellos hombres desconfiados se abriesen paso por la
fuerza hasta el interior del edificio.
-Ustedes no tendrán interés en entrar -murmuró Messenger con su voz suave y asmática, que
aniquiló todas sus esperanzas-. Especialmente cuando sepan cómo murió el pobre viejo Potter.
-Un creador demente -insistió Messenger, con un gesto de amargura-. Asustado de sus propias
creaciones. Con miedo de compartir el proceso, hasta que ya se estaba muriendo. Temiendo
que lo asesinasen por él..., como muchos intentaron hacerlo. Supongo que trataba de
defenderse, a su manera. Cuando estaba cerca del fin, concibió aliados muy extraños.
Messenger miró a Ryling con una expresión compasiva que hizo temblar al hombrecillo,
como si lo apabullasen la jungla que lo rodeaba y el terreno enlodado que pisaba, e incluso el
aire que respiraba.
- 120 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Supongo que ustedes conocen las características insalubres de Nueva Guinea -dijo
Messenger, que estaba empezando a temblar de agotamiento, pero que conseguía mantener su
sonrisa afable-. Malaria -murmuró-. Tifus y filariasis. Frambesia y lepra y hongos.
Los otros habían retrocedido hasta los jeeps, dejando solo a Jones.
-¿Qué quiere decir? -preguntó con voz ronca-. ¿Potter no sufría... todas esas enfermedades?
-Ninguna de ellas-explicó Messenger-. Había estudiado los microorganismos que las causan,
cuando estaba cuerdo, y se inmunizó contra ellas.
-Entonces no entiendo.
Hizo una pausa, y se tambaleó en el lugar donde estaba. Dane se acercó rápidamente para
tomarlo por el brazo, pero el financiero rechazó la ayuda. Tuvo que hacer un esfuerzo para
recuperar el aliento, pero finalmente consiguió continuar, con voz apenas audible, pero
extraordinariamente serena-. Están vivos -repitió- Plasmodias, rickettsias, nemátodos,
espiroquetas, los microorganismos de la lepra, los hongos malignos. Están vivos, y el viejo
Potter podía transformar los genes de cualquier ser viviente, para convertirlo en lo que él
deseaba. -Messenger señaló débilmente el laboratorio cercado-. Les dije que estaba loco. -
Tuvo que hacer un nuevo esfuerzo para respirar-. Pasó los años encerrado allí, mutando
nuevas enfermedades. Se inmunizó contra todas ellas, y luego contaminó deliberadamente
esos terrenos con quistes y esporas persistentes. Este fue el último regalo espantoso al mundo
que temía y odiaba.
-Si es cierto -murmuró Jones fríamente-, ¿cómo puede trabajar usted en ese laboratorio?
-Tuvo que inmunizar a unos pocos de nosotros -explicó Messenger suavemente-. A las
personas en las que confiaba relativamente, para que pudiésemos ir a atenderlo. Pero tiró
todos sus sueros a la cloaca antes de morir. -Sus ojos astutos recorrieron al grupo-. ¿Desean
visitar ahora el laboratorio de mutaciones?
Zwiedeineck, pálido y con su camisa de cowboy empapada en sudor, meneó la cabeza. Ryling
subió apresuradamente al jeep, como si los quistes y esporas estuviesen diseminados a través
del camino. Sin embargo Jones permaneció inmóvil, frunciendo el ceño pensativamente, y en
sus ojos opacos y de color pizarra Dane captó el fugaz brillo de la oportunidad. Jones parecía
un buen jugador de póquer.
Los duros ojos entrecerrados del banquero habían pasado de Messenger a la muchacha y de
ésta a Van Doon. Los dos sonrieron, y a Dane le pareció que Jones tuvo un estremecimiento.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Los ojos penetrantes permanecieron fijos en él, intrigados. Dane levantó rápidamente la mano,
como para espantar un insecto, y dejó que los dedos tocasen sus labios. Jones tomó una rápida
decisión y se volvió hacia Messenger.
-No quiero ver esos gérmenes y parásitos mutantes dijo-. Pero inspeccionaré el laboratorio del
doctor Fallon..., si no hay ningún peligro.
-Ninguno -ronroneó Messenger-. Sólo alguna incomodidad. Esa sección es una incubadora.
Muy cálida y húmeda.
-No tiene importancia -respondió Jones con un gesto desafiante, aunque ya estaba sudando a
través de la americana y del cuello y de la corbata-. Echaré un vistazo.
Dane se puso rígido y trató de caminar con calma, sin atreverse a pensar si Messenger había
visto sus señas. Ryling se negó a abandonar el jeep y la muchacha permaneció con Messenger,
pero Zwiedeineck y Van Doon los siguieron tan de cerca que no tuvo oportunidad de susurrar
nada.
Explicó que el laboratorio estaba esterilizado, y esperó á que todos los visitantes se pusieran
botas y delantales y máscaras antes de hacerlos entrar en la sala recalentada e iluminada con
una luz azulina donde las cubas resplandecientes esperaban la vida mutante. Trató de
adelantarse disimuladamente con Jones, pero Van Doon urgió al otro banquero para no
quedarse atrás.
-Hable usted, Fallon -dijo con un tono que le hizo pensar a Dane si se trataba de una velada y
sarcástica amenaza-. Explíqueles cómo funciona.
-La célula germinal se multiplica por división binaria -empezó a decir nerviosamente,
empapado y debilitado por la transpiración-. Pero eso ocurre en el laboratorio de mutación. La
señorita Sanderson pone fin al proceso de división antes de traerme las células. En esta
primera tina iniciamos el crecimiento multicelular...
Sin embargo, no se presentó ninguna oportunidad hasta que volvieron a la cámara de aire.
Zwiedeineck tomó el brazo de Van Doon, señalando su máscara, y Jones le hizo un gesto
impaciente a Dane.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Dane no se atrevió a pensar si Van Doon tenía el sentido del oído dotado de una excepcional
agudeza de mutante.
-¡Messenger miente! -susurró en la oreja del banquero, cubriendo el movimiento de los labios
con su propia máscara-. Respecto a Potter... el creador. No sé nada acerca de esas
enfermedades mutantes. ¡Pero el creador de las mutaciones está todavía con vida, encerrado
en ese laboratorio!
Sintió que Jones se ponía rígido debajo del delantal, y el tono norteño volvió a su voz nasal.
-Este maldito cordón... -masculló Dane, tironeando del nudo, y se inclinó para agregar-:
Váyanse, mientras puedan. Vaya a la agencia Gellian, en Nueva York, en las proximidades de
Madison Square. ¿Entendió eso?
-Dígale a Gellian dónde está el creador. Dígale que los hombres mutantes usan a Cadmus
como fachada. Dígale que Nan Sanderson está aquí..., estudiando para convertirse en otra
creadora. Dígale que no está sola. Y dígale que ataque...
Jones levantó el brazo, y Dane vio que Van Doon se acercaba a ellos.
-Tome, Fallon -dijo Van Doon, tirándole el delantal de Zwiedeineck-. Cuelgue esto, y yo
atenderé al señor Jones.
Dane tomó la prenda y se volvió. Cuando salieron del edificio, Van Doon condujo a los dos
sudados banqueros hasta Messenger, quien preguntó:
Jones llevó a Zwiedeineck hacia un costado, hasta el jeep donde estaba Ryling.
Conferenciaron en voz baja, mientras Zwiedeineck espantaba los insectos con su sombrero de
cowboy, en tanto que Ryling miraba el laboratorio de mutaciones con un brillo de asustada
codicia.
Dane procuró no observarlos con demasiada ansiedad. Secó los tibios arroyos de sudor que
chorreaban por su cuerpo tenso, y trató de no demostrar un interés excesivo cuando Jones
volvió solo.
-Le daremos otros tres meses, J. D. -dijo con tono bastante sereno, pero sin poder ocultarle a
Dane una ligera ronquera de velada emoción-. pero si en tres meses no produce nada,
pondremos fin a la sociedad. ¿Está claro?
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-Está claro y es justo -respondió Messenger, con una sonrisa dolorida-. ¡Déme la mano!
Jones le estrechó la mano desganadamente, y luego se volvió bruscamente. Sin mirar a Dane,
fue a reunirse con sus asustados satélites. Todos subieron apresuradamente a los jeeps, y Van
Doon los escoltó hasta la Casa Cadmus.
-¡Bien, Fallon! -exclamó Messenger, perdiendo su máscara de serenidad cuando los jeeps
desaparecieron detrás de la pantalla de vegetación. Parecía terriblemente enfermo, y sin
embargo su ronco susurro parecía alborozado-. ¿Qué opina de esto?
Dane tragó saliva con dificultad. Ni siquiera podía estar seguro de que Jones hubiese oído su
cauteloso murmullo, y ahora un ilógico impulso de piedad le hizo desear casi que el banquero
no lo hubiese escuchado. No sabía qué pensar, e incluso temía pensar. Se sintió aliviado
cuando Messenger no esperó su respuesta.
-¡Estamos a salvo! -exclamó el financiero enfermo-. Nos bastará con esos tres meses.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
21
El avión particular de los banqueros levantó el vuelo los horas más tarde. Dane oyó los
motores y salió a la puerta del departamento de producción para verlo elevarse del otro lado
del río. Describió un círculo sobre el oscuro recodo del Fly, y luego enfiló hacia el este. Pocos
minutos después había desaparecido, y él siguió esperando otro tubo de células mutantes,
mientras se preguntaba si John Gellian recibiría su mensaje.
Los hombres del turno de la noche le trajeron la orden de Van Doon de que no lo necesitarían
hasta la mañana, y regresó a la ciudad de la compañía con los alegres lotófagos del turno de
día, esforzándose por parecer uno de ellos. Esa noche, mientras estaba acostado en la fresca
habitación con aire acondicionado de la Casa Cadmus, tardó un largo rato en conciliar el
sueño.
Finalmente se había dormido cuando aquella voz de alarma lo despertó. Consultó el reloj.
Eran las tres de la mañana. Alguien había empezado a golpear la puerta de su cuarto, y se
levantó de la cama para abrirla. El hombre que estaba en el pasillo era uno de los curtidos
lotófagos que había visto montando guardia en el laboratorio de mutaciones.
-¿Qué ocurre? -preguntó, demasiado aturdido por el sueño para enfrentarse a una nueva
crisis-. Van Doon me hizo comunicar que no me necesitaría...
-Una alarma de emergencia -dijo el lotófago, e incluso él pareció preocupado-. Debe de haber
surgido un contratiempo, pero eso es todo lo que sé. Será mejor que se dé prisa.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Dane se vistió, y trató de imaginar qué clase de crisis se había presentado, y qué era lo que él
debía hacer. Varios hombres pasaron corriendo frente a su puerta, pero cuando llegó al
vestíbulo, el viejo edificio ya parecía vacío. El murmullo apagado del sistema de aire
acondicionado ahogaba los ruidos exteriores, pero vio el parpadeo de los faros en movimiento
entre los matorrales de papayas que cubrían las ventanas.
Se preguntó qué era lo que tendría que enfrentar, y salió del vestíbulo desierto a la cálida
noche tropical. Encontró una enfebrecida actividad. No se trataba precisamente de pánico. Los
lotófagos eran demasiado tranquilos para eso. Sin embargo, captó una sensación de asustado
frenesí.
Los jeeps y los camiones saltaban sobre el gastado pavimento, conducidos a una velocidad
excesiva. A dos manzanas de allí ardía una hoguera, ante al edificio de las oficinas de la
compañía, y vio a dos hombres que lanzaban apresuradamente escritorios y sillas y pilas de
papeles a las llamas.
Desde el aeródromo situado del otro lado del río llegaba el ronquido de los motores que
estaban siendo calentados.
Fue hasta la plaza de estacionamiento situada detrás del edificio, pero el jeep destinado a su
laboratorio ya había desaparecido. Después de un momento de indecisión empezó a caminar
hacia el departamento de producción esforzándose todavía por comprender y por darle forma
a un plan.
¿La causa de la alarma era su susurrado anuncio a Jones? Estudió esta posibilidad, pero la
desechó. Hacía apenas dieciocho horas que habían partido los banqueros. Probablemente
todavía estaban volando sobre el Pacífico. Incluso si le habían enviado un cable a Gellian le
parecía improbable que la reacción se hubiese producido con tanta celeridad.
Sin embargo, la crisis era evidentemente grave. Al llegar al borde de la Ciudad se encontró
con un depósito en llamas. Nada le indicó si el incendio era accidental o intencional, pero la
columna de fuego se elevaba en medio de la noche sin que nadie le prestase atención. Los
conductores de los jeeps y camiones pasaban de largo, sin mirar el incendio ni combatirlo.
Él siguió adelante, obedeciendo las órdenes como cualquier lotófago. Al llegar al linde del
pavimento empezó a caminar por el barro, junto a las profundas huellas de los vehículos,
cuando un jeep se detuvo a su lado.
La serena voz cordial le pareció familiar, y reconoció al chófer que lo había conducido desde
el aeródromo al llegar con el avión de Messenger. Contestó que se dirigía hacia su puesto, en
el departamento de producción.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Se apeó en el edificio de producción. Los dos hombres que estaban en funciones esperaban
pacientemente, sentados en la cámara de aire. No estaban enterados de la alarma, y cuando él
les habló de eso no parecieron preocuparse. Dane inspeccionó rápidamente el equipo, y volvió
a la puerta para esperar que ocurriese algo.
Otro jeep se acercaba desde la casa de Potter. Bajo los reflectores del laboratorio de
mutaciones, reconoció a Van Doon y a Nan Sanderson. El equipaje, de ella estaba apilado
atrás. Van Doon conducía, y detuvo el vehículo del otro lado del camino, junto al portón del
cerco del laboratorio.
Estuvo ausente durante casi cinco minutos, según calculó Dane, aunque el lapso le pareció
más largo. Después de la breve conversación con Van Doon, los dos centinelas subieron al
jeep y se sentaron sobre las maletas de atrás. Van Doon permaneció mirando el sendero
impacientemente.
Dane estaba tenso con una turbada ansiedad. Las llamas del depósito incendiado seguían
elevándose sobre la jungla, ahora más apagadas, y vio los faros que transitaban velozmente
por el camino que cruzaba el río. Los motores de los aviones seguían rugiendo en medio de la
noche, y distinguió las luces de vuelo de un avión que despegaba. El equipaje de Nan, con
todas las señales de una fuga apresurada, le hizo pensar que los mutantes debían de estar
retirándose nuevamente, incluso de ese alejado escondite.
Por un momento trató de imaginar lo que podía estar ocurriendo, pero ese enigma fue borrado
de su mente por el temor que le inspiró la suerte del creador. Había visto cómo quemaban los
papeles frente al edificio de las oficinas de la compañía, pero el cerebro cautivo era un archivo
demasiado importante para ser destruido. Esperó ansiosamente a que Nan saliese con su
prisionero, y se sintió aterrorizado cuando la vio regresar sola, a la carrera.
Ella subió al jeep con Van Doon y los dos centinelas. El motor rugió instantáneamente. El
pequeño vehículo patinó sobre el camino enlodado, y las luces rojas traseras desaparecieron
en la oscuridad con lo que parecía una prisa culpable. Dane se volvió hacia el laboratorio,
ahora desguarnecido, sin atreverse a pensar en cuál había sido la misión de la muchacha.
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pero trató de calmarse. Le sonrió tímidamente al lotófago que estaba saliendo de la cámara de
aire situada a su espalda.
-No sé lo que ocurre -dijo con voz ronca y temblorosa. Giró rápidamente para ocultar su
rostro, hizo un esfuerzo para no seguir viendo con su imaginación el cuerpo decapitado de
Nicholas Venn. Tragó saliva para humedecer su garganta reseca-. Pero ha surgido alguna
dificultad -agregó cautelosamente-. Veo que el señor Van Doon retiró los guardias del
laboratorio de mutaciones. ¿Por qué lo habrá hecho?
-No es nada de nuestra incumbencia -respondió el lotófago- De todos modos -agregó-, todavía
está bien defendido. Esos virus mutantes .matarán a cualquiera que atraviese el cerco.
Si, Dane estaba convencido de ello. Aunque el virus del olvido era una prueba evidente de que
el creador podía crear nuevas enfermedades, habría hallado más difícil evitar que el viento y
la lluvia dispersaran esos microorganismos mutantes del lado exterior del cerco.
Sin embargo, aunque aquellas esporas no fuesen más que una amenaza imaginaria, había que
atravesar otras barreras. Además del impacto paralizante que lo había detenido antes junto a la
alambrada de púas, debía tener en cuenta la firme lealtad de estos los lotófagos que lo
acompañaban.
-No nos moveremos de aquí -le dijo al individuo que había salido del edificio-. Quiero tener
todo listo para otro tubo de embriones. Por favor, entre y revise nuevamente todos los
instrumentos.
Dane miró por la puerta de vidrio, y lo vio ponerse la máscara y el delantal, preparándose para
entrar en la sala esterilizada. Sin embargo, su `compañero permaneció mirando a través del
vidrio, pacientemente alerta para evitar que él arriesgase su vida del otro lado del camino.
Dane estaba preguntándose todavía cómo podría escapar de esta vigilancia, cuando una ronca
bocina atrajo su atención. Otro jeep se acercaba desde la casa de Potter. Reconoció al
conductor que lo había recogido en el camino.
-¡Oiga, Fallon! -dijo Messenger débilmente desde el asiento trasero. Su rostro tenía un aspecto
gris y cadavérico cuando Dane lo vio en la penumbra-. Vamos a cerrar el departamento de
producción -susurró con un jadeo asmático-. Haga salir a sus hombres, y los llevaremos al
aeródromo. Antes de partir, quiero que usted queme todos sus papeles. Ese memorándum
técnico. Todos los datos acerca de los embriones que cultivó. Todas las notas que tomó.
¡Todo! ¿Está claro?
-Sí.
Dane fue hasta la puerta y le pidió al lotófago de la cámara de aire que llamase al que estaba
adentro.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Todo -respondió Messenger, con voz enronquecida por la desesperación-. Esos banqueros me
traicionaron, incluso antes de llegar a los Estados Unidos. Cablegrafiaron órdenes para vender
Cadmus. Provocaron una bajada en la Bolsa, y hundieron a la compañía.
-Yo también lo creía -asintió Messenger, con voz enferma-. Pensé que tenía a esos tres buitres
en el anzuelo. Pero no se dejaron engañar..., no sé por qué.
Dane lo sabía, y ese hecho lo hacía sentirse incómodo. Al escuchar su alerta sin mover un
músculo de la cara, Jones había jugado una excelente partida de póquer. Esas pocas palabras
apresuradas habían destruido a Cadmus. Pero ahora, al presenciar la desesperación de
Messenger, Dane no se sintió orgulloso de su acción.
-Nos vendieron -agregó la débil voz-. Van Doon recibió la noticia cuando llamó esta noche a
Nueva York. Todos los diarios traen titulares: «¡Estalló la burbuja de Nueva Guinea!»
Rumores y mentiras. Pedidos de quiebra. Acusaciones de defraudación. Pero todo eso no es lo
peor.
Dane dejó ocultar su ansiedad, porque aquellas noticias tenían que turbar incluso a un
lotófago.
-Tenemos un enemigo -dijo Messenger-. Un hombre que cree que usamos mal el arte de la
mutación. Lo hemos tenido a raya durante años. Combatimos su influencia con dinero de la
compañía y capturamos a sus agentes con el virus, y lo engañamos como engañábamos a los
banqueros. Su nombre es Gellian.
-¿Gellian? -repitió Dane, tratando de pronunciar el nombre como si nunca lo hubiese oído-.
¿Qué puede hacer?
- 129 -
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-Los lotófagos serán diseminados por nuestras otras instalaciones de Nueva Guinea -contestó
Messenger-. Van Doon impartió órdenes en ese sentido..., pero cuanto menos recuerden
ustedes si Gellian los toma prisioneros, mejor será. -Sacudió impacientemente al conductor-.
¡Haz sonar, la bocina!
El chófer obedeció, y los dos hombres salieron corriendo del edificio. El que había estado en
la sección esterilizada todavía se estaba quitando las botas, la máscara y el delantal. Subieron
al jeep, y éste partió instantáneamente.
Dane tiró todas sus anotaciones a una pequeña hoguera que ardía en el piso de cemento del
depósito, pero guardó el memorándum manuscrito de Charles Kendrew. Si los mutantes eran
sometidos al juicio público e imparcial que él deseaba que tuviesen, ésta podría ser una
prueba importante. Se disponía a ocultarlo en un tarro, entre los productos químicos alineados
en un estante, cuando pensó que quizás incendiarían el edificio. Lo guardó en el bolsillo
trasero de su pantalón.
Volvió a la puerta y miró cautelosamente hacia ambos lados del camino. El resplandor del
fuego que se estaba apagando brillaba todavía sobre la jungla, y numerosos vehículos seguían
transitando entre la ciudad y el aeródromo, pero no vio ninguna luz próxima. Contuvo la
respiración, y atravesó el camino a la carrera.
Esta vez nada lo detuvo. El impacto del peligro no lo paralizó. No vio ningún oscuro
resplandor amenazante ni percibió el olor de la muerte ni sintió un escalofrío de prevención.
Si las esporas mutantes estaban fijándose en su carne, él no lo notó.
Le sorprendió que Nan Sanderson no le hubiese echado llave a la puerta. Se abrió empujada
por su mano temblorosa. Se encontró con la oscuridad y un silencio vacío. Quiso gritar, pero
súbitamente sintió la garganta demasiado seca. Tanteó junto a la puerta, y encontró un
conmutador. La luz lo hirió con la violencia de un golpe.
Porque no le mostró a un prisionero, sino que lo enfrentó con un enigma desconcertante. Todo
el edificio no era más que una larga habitación. Se tambaleó hasta el centro de la misma, y
miró las desnudas paredes de cemento. Tragó saliva, se humedeció los labios y meneó la
cabeza.
No vio rejas que retuviesen al anciano prisionero que él había imaginado. Ni cadenas, ni
señales de violencias, ni arreglos de ninguna especie para un largo encierro. Sintió un alivio
irracional al saber que Nan Sanderson no había regresado para asesinar al creador..., porque
evidentemente aquí no había habido nadie a quien matar.
El cuarto estaba extrañamente desnudo. No era una prisión, ni una fortaleza, ni siquiera un
laboratorio. Cerca del centro del limpio piso de cemento había una cocina esmaltada de
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
blanco, con dos sillas a su lado. Sobre la mesa había media docena de tubos de ensayo vacíos
en un pequeño soporte de madera, un mechero de alcohol, algunas ampollas cerradas de agua
destilada, y una mancha de limo verde que se estaba secando en una cápsula de Petri...,
probablemente un cultivo del alga de la cual provenían los mulos verdes...
Eso era todo. Vio el viejo catre militar donde debía de haber descansado Messenger, y los
recipientes vacíos de material plástico en los cuales Nan Sanderson había llevado los
bocadillos y el café. Cerca de la mesa se veía una pequeña pila de cenizas, donde habían
quemado los papeles. Eso era lo que había venido a hacer Nan Sanderson.
Él creía haber cerrado la puerta, y no la había oído abrirse, pero Nan estaba en el umbral
cuando se volvió. Recortada contra la oscuridad, tenía un aspecto esbelto pero no masculino
con su overol blanco. Su rostro curtido estaba desfigurado por la preocupación. Su voz
parecía tranquila, pero él pensó que había venido para matarlo.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
22
Dane había levantado un resto de frágiles cenizas del lugar donde los papeles habían ardido
sobre el piso. Lo estaba estudiando para distinguir los trazos de escritura, cuando ella habló.
Sus dedos lo estrujaron con una súbita crispación de alarma, pero trató de recuperar su
máscara de indiferencia.
-El señor Messenger me ordenó que quemase todos nuestros papeles -dijo con una débil
sonrisa, en una mala imitación de un lotófago-. Acabo de cruzar el camino para ver...
Se interrumpió bruscamente, al recordar que ella lo había llamado Dane. Eso significaba que
sabía que él había recuperado la memoria. Retrocedió un paso, limpiando distraídamente las
cenizas negras de sus dedo mientras la miraba a la expectativa de lo que podía ocurrir.
Sus manos de marfil estaban abiertas y vacías, pero eso no lo tranquilizó cuando recordó la
diminuta arma con la cual le había derribado la vez anterior. Indudablemente estaba bien
armada, pero no hizo ningún gesto claro de amenaza, y a él le pareció que todavía no estaba
dispuesta a matarlo.
Su presencia allí bastaba para probar que él no era un fiel esclavo de la compañía. Era casi
una confesión de su denuncia a Jones. Pero ella querría averiguar cuánto sabía y qué más
había hecho, antes de borrar nuevamente su memoria..., y esta vez sin posibilidad de errores.
-Vine a buscar a Charles Kendrew -respondió él, irguiéndose con gesto desafiante.
Las aletas de su nariz se dilataron ligeramente cuando Nan contuvo la respiración. Su rostro
de marfil se puso tenso, pero sus ojos no le dijeron nada. Señaló con un gesto la habitación
vacía, y su pregunta en voz baja fue un desafío.
-¿Lo encontró?
-No..., no lo sé.
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-Eso es imposible -murmuró, mirando las cenizas que él tenía entre los dedos y la pequeña
pila que había quedado sobre el piso-. Quemé todos los papeles que teníamos aquí. Y el señor
Messenger ya está en el avión, listo para partir. Es difícil que usted vuelva a verlo.
-¿De modo que cree que él es Charles Kendrew? -comentó, mirándolo con una expresión de
desconcierto, pero sin revelar todavía ningún arma-. ¿Por qué?
-Sé que Kendrew está vivo -dijo él-. Reconocí su escritura en el memorándum. Usted lo sacó
de este edificio, y el único hombre que estaba aquí era Messenger. Ahora que lo pienso, él
tiene aproximadamente la edad exacta aunque no se parece a las fotos de Kendrew en sus
años juveniles, esto no es extraño. Kendrew estaba desfigurado por las quemaduras cuando
desapareció..., y el rostro de Messenger está cubierto de cicatrices.
-Hay algo más que eso -afirmó él, con tono convencido-. Mucho más, si uno lo piensa con
detenimiento. Messenger controló siempre los descubrimientos de Kendrew. Fue
extraordinariamente generoso con mi padre..., que había sido amigo de Kendrew. Todavía
lucha con todas sus energías para defender las creaciones de Kendrew. ¿No es cierto?
Hizo otra pausa, mirando a la muchacha, pero ella no contestó. Sus ojos preocupados parecían
estudiarlo, entrecerrados por la duda. Mientras esperaba que ella decidiese cuándo había
llegado el momento de eliminar a ese incómodo testigo volvió a hacer sus lógicas
deducciones acerca del cuarto vacío..., y éstas le sorprendieron.
-¡Nan! -exclamó-. ¿Por qué no se defendió cuando la acusé de haber asesinado a Nicholas
Venn?
-Mi negativa no le habría convencido -respondió ella, con un brillo de interés en sus ojos
turbados, pero con voz extraordinariamente serena-. ¿Tendría importancia ahora?
-Sí -dijo él, y sus emociones formaron un rugido en su cerebro, de modo que su propia voz le
pareció de pronto un débil susurro lejano-, Estaba convencido de que lo había matado. Ahora
estoy igualmente seguro, de que no lo mató.
Y si no había asesinado a Venn, no lo mataría a él. La miró ansiosamente, pero el frío orgullo
de la muchacha paralizó su esperanzada sonrisa.
-Antes tenía motivos suficientes para creer que lo había matado -se defendió él-. Estuvo en su
cuarto pocos minutos antes de su muerte. Utilizó con él la misma arma que usó conmigo: su
labio superior tenía una mancha de sangre en el lugar de la inoculación. Le robó el mulo
muerto. Sé llevó su manuscrito y mi portafolios. Pero ahora sé que no lo mató.
- 133 -
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-¿De veras? -inquirió con una mirada impersonal que le recordó que él era apenas humano, y
que ella era algo más-. ¿Cómo lo sabe?
Él empezó a contestar, pero se interrumpió, turbado por su mirada penetrante. Nan se adelantó
hacia él desde el rectángulo negro de la puerta; y por la forma en que lo estudiaba, él pensó
que sus palabras significaban menos para ella que las reacciones inconscientes de su voz, de
su rostro y de sus gestos, que él no podía controlar.
-Usted no es humana.
Estas palabras asustaron a Dane, incluso mientras las pronunciaba. Porque constituían una
acusación demasiado grave. El tono de su voz le recordó el de una criatura al afirmar, muchos
años atrás, que él no era blanco.
-Soy una mutante -asintió ella fría y secamente. No parecía ofendida, pero su cauteloso
alejamiento velaba sus sentimientos-. Pero estábamos hablando de un asesinato. Y del motivo
por el cual usted cambió de opinión.
-Sabía que usted era una mutante -murmuró Dane roncamente- Aunque supongo que Kendrew
tuvo excelentes motivos para cambiar de nombre e inventar a Potter, todas sus mentiras me
convencieron de que usted y Messenger lo habían despojado de sus secretos y quizá lo habían
asesinado. Esto cambia...
Dane no entendió qué se apoderó de su voz. Estaba mirando la dramática soledad reflejada en
su rostro. Incluso con el arrugado overol blanco parecía transfigurada por un súbito y trágico
encanto. Pensó que lo único que sentía por ella era compasión, pero tuvo que tragar saliva y
contener el aliento.
-Esto cambia las cosas, ahora que sé que ha sido fiel a Kendrew -agregó torpemente-. Ahora
no es fácil acusarla de haber asesinado a alguien.
-Pero Nicholas Venn no era un amigo de Messenger -murmuró ella, mirándole con la misma
expresión remota, como si su compasión le importase tanto como su terror-. Sabía demasiado,
y teníamos que hacerlo callar.
-Pero no lo mató -insistió él. Eso era muy importante para él, aunque a la muchacha no
pareciese hacerle mella-. Porque usted no necesitaba hacerlo. El virus que le inoculó en la
cara habría borrado todo lo que sabía, y lo habría convertido en otro leal servidor de la
compañía. ¿No es cierto?
Ella permaneció mirándolo, como si estuviese buscando algo más significativo que todo lo
que podía decir, y tardó un largo rato en contestar.
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-Si no fue usted, deben de haber sido los hombres de Gellian. Probablemente me siguieron
aquella mañana desde la oficina de Gellian en Nueva York, para eliminarme si decidía no
unirme a ellos. -Sintió un escalofrío interior-. Probablemente yo los conduje hasta el pobre
Venn.
-Probablemente -asintió ella, distraída-. Pero, ¿qué motivo podían tener para matarlo?
-La tarea de Gellian consiste en eliminar mutantes..., o personas que él considera que lo son -
dijo Dane-. Es difícil encontrarlos, y no se atreve a correr riesgos. Si uno no está con él, está
contra él. Venn no estaba con él.
-Pero Venn no era un mutante -exclamó la muchacha-. Ni siquiera como ser humano tenía
condiciones que pudiesen ponerlo en peligro. El Servicio Sanderson estaba investigando a
toda persona superdotada que pudiese ser un mutante, pero en nuestros archivos no teníamos
nada acerca de Venn.
-No creo que los agentes de Gellian necesitasen muchas pruebas -contestó Dane-. Si ese día
me estaban siguiendo, debieron de haberme visto entrar en su oficina y luego en la de
Messenger, antes de encontrar a Venn. No sé exactamente lo que sabían acerca de usted y de
Messenger en aquellos momentos, pero indudablemente bastaba para hacerles desconfiar de
cualquier otra persona que yo visitase. -Hizo una pausa, mirándola fijamente y tratando de
imaginar lo ocurrido-. Venn debió de haberles parecido otro mutante oculto -comentó- Si sus
investigaciones revelaran algo acerca del mulo verde, probablemente pensaron que era una
creación suya que había fracasado. Cuando lo encontraron desmayado en su cuarto, creyeron
quizá que estaba durmiendo, y la oportunidad les pareció demasiado buena para
desperdiciarla. ¿Eso le parece lógico?
-Vi el informe de los dos agentes que se ocuparon del caso -dijo ella tranquilamente-. Estaba
en un canasto sobre el escritorio de Gellian; cuando registré su oficina la noche en que
abandonamos Nueva York. El que lo mató lo había estado vigilando desde hacía varios días
desde una habitación situada enfrente de la de él, para averiguar cuáles eran sus contactos. El
otro agente llegó inmediatamente después del crimen, haciéndose pasar por un viajante.
Sacaron el cadáver en una maleta de muestras.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Nan no contestó inmediatamente. Atravesó la mitad del cuarto vacío y volvió a detenerse,
estudiando a Dane con atención crítica. Frunció un poco el ceño y bajó ligeramente la cabeza,
como si estuviera tomando una decisión.
-Venn había regresado de Nueva Guinea con su memoria intacta -explicó ella finalmente-. Los
otros que se internaron en la isla con él perdieron las suyas, por efecto del virus de la
encefalitis. Los hombres de Gellian creían que Venn también había recibido la inoculación,
aunque él nunca había llegado a la zona infectada. Pensaban que él era inmune.
-No veo la relación -erijo Dane, meneando la cabeza-. ¿Quiere significar que lo mataron
porque el virus no le produjo efecto?
-Los mutantes somos inmunes por naturaleza -respondió ella, con voz baja y tenuemente
maliciosa-. En los casos en que la capacidad metapsíquica está todavía latente, el virus es a
veces la única prueba positiva para diferenciar a los mutantes de los hombres. Sin embargo, es
demasiado drástica para usarla en casos generales.
Dane retrocedió un paso, pero algo lo paralizó. Por un largo rato no pudo moverse ni hablar,
ni siquiera respirar. La sala de paredes blancas pareció hacerse borrosa y oscurecerse y girar
locamente alrededor de él; hasta que lo único que pudo ver fue su esbeltez encantadora.
-Yo... -murmuró, moviendo apenas los labios secos, yo.... debo ser, inmune.
El hecho era monstruoso, pero no podía negarlo. Los indicios lo persiguieron por la inestable
oscuridad de su mente. Todo lo que él había sabido antes, las pruebas que se había negado a
ver: su sangre mezclada, como la de Nan. La vieja amistad de su padre con el creador. Las
dotes metapsíquicas de su madre. Su propia sensación de peligro... ¿Acaso había en él un
poder psicofísico que recién empezaba a manifestarse?
Él quería negarlo todo, tan desesperadamente como hacía mucho tiempo había querido negar
su sangre mezclada. La misma ira impotente volvió a sacudirlo. Odiaba a Nan de la misma
forma en que en otro tiempo había odiado a la chiquilla rubia. Pero no podía evitarlo. Blanco
o mestizo, humano o no, era imposible cambiar la herencia genética.
-No puede ser-murmuró él débilmente-. Usted misma me sometió a un test y dijo que no
podía aprobarlo.
-Pero en esa oportunidad no le inoculé el virus. -Ahora sonreía vagamente y parecía menos
alejada-. Ningún otro test es definitivo, en casos como el suyo en que la capacidad
metapsíquica todavía está latente.
-Estamos preparados para ocultarnos entre la humanidad hasta que tengamos bastante edad
para protegernos -explicó ella, aparentemente divertida por su turbación. Pero su sonrisita no
era incomprensiva-. Esto es lo que hace tan difícil distinguirlo de los de su edad. La diferencia
consiste en que el hombre está desarrollado.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Físicamente sí. Pero el señor Messenger dice que mentalmente todavía somos niños. Los
dones que nos proporcionó apenas han empezado a desarrollarse.
-Esto es demasiado para aceptarlo de una sola vez -comentó él, y la miró como si estuviese
mareado-. Necesito tiempo para reajustarme...
Ella lo interrumpió con un gesto preocupado. Escucharon, y oyeron la llamada de una bocina
desde fuera. Él la miró nerviosamente.
-Me temo que tendrá que reajustarse sobre la marcha -dijo ella, y se volvió rápidamente hacia
la puerta-. Ya es hora de que partamos, porque el primer avión de la Operación Supervivencia
de Gellian llegará aquí al amanecer.
Él salió a la oscuridad detrás de Nan. Ahora comprendía por qué lo había estado observando
tan críticamente. Lo había estado sometiendo nuevamente a una prueba, para decidir si él
pertenecía a su nueva raza, y si merecía confianza. Esta vez había sido aprobado.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
23
Desde la puerta del laboratorio, Dane vio el jeep que estaba esperando bajo el reflector, en el
extremo del sendero de grava. Van Doon estaba sentado frente al volante, erguido e
impaciente. La bocina volvió a sonar.
-Ya deberíamos haber partido -dijo Nan, tomándolo por el brazo para impulsarlo hacia el
jeep-. Estábamos en el aeródromo cuando tuve una sensación acerca de usted..., de que yo
debía regresar. Supongo que fue una percepción extrasensorial, aunque mi propia capacidad
psíquica es todavía muy, inestable. De todos modos, hice que Vic me trajese hasta aquí para
verlo.
-Tenemos un último refugio -manifestó ella-. Otro lugar donde podremos ocultarnos..., si
llegamos allí antes de que Gellian nos alcance. No puedo decirle a nadie dónde está, hasta que
lleguemos.
-Llevaremos un avión de la compañía -explicó ella-. El mismo en el que vinimos desde Nueva
York. El señor Messenger ya está a bordo, y partiremos inmediatamente. Esta vez Vic será
nuestro piloto.
Ya habían llegado casi al jeep. Él la tomó por el brazo para detenerla, y bajó la voz porque no
quería que Van Doon le oyese.
-Quizás usted ya lo sepa -manifestó, con voz enronquecida por las emociones confusas-. Pero
quiero decirle ahora que soy el responsable de este ataque. Le envié un mensaje a Gellian, con
el banquero Jones.
Ella retrocedió rápidamente, como si estuviera desconcertada, pero en seguida hizo un amargo
gesto de asentimiento.
-¡Obtuvo resultados inmediatos! -exclamó, con una sonrisa dolorida-. Pero la culpable soy yo
-agregó, con tono sinceramente arrepentido-. Debería haberlo reconocido antes. Pero teníamos
demasiados problemas, y su promedio de percepción extrasensorial era demasiado bajo y su
primera reacción al virus pareció demasiado humana. -Lo empujó nuevamente hacia el jeep-.
¡Vamos!
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¡Por favor, Dane! -respondió ella, y se volvió para mirarlo seriamente-. Nosotros somos
pocos. Luchamos en defensa de nuestras vidas, o huimos para salvarlas. Si ahora no
permanecemos unidos, Gellian destruirá todo lo que el señor Messenger intentó hacer.
Necesitamos su lealtad desesperadamente, y no lo culparemos por nada de lo que hizo. ¡Y
ahora, vamonos!
Él la acompañó hasta el jeep, con un gesto de agradecimiento. Van Doon lo miraba con
expresión de desconfianza. Dane se sentía razonablemente seguro de que el curtido lotófago
era en realidad otro mutante. Trató de mirarlo con cierta simpatía, pero una oleada de miedo y
aborrecimiento a su débil esfuerzo por sonreír.
-¡Bien, Fallon! -exclamó Van Doon ásperamente-. De modo que lo dejamos un cuarto de hora
solo... y trata de desvalijar a la compañía. -Se volvió serenamente hacia Nan-. ¿Cómo quiere
que lo castigue?
-No se le castigará -dijo ella-. El doctor Fallon hizo lo que le parecía que más nos convenía.
Vendrá con nosotros, Vic, en el avión del señor Messenger.
-¿Cómo? -preguntó Van Doon, mirándolo fríamente, y entonces asintió con evidente
desgana-. Suba, Fallon -y señaló el asiento trasero.
Dane subió al jeep. Observó con desagrado cómo la muchacha se instalaba delante, con Van
Doon. Se agarró con fuerza, mientras el vehículo era sacudido por el desigual camino, y se
preguntó con extrañeza por qué ella seguía llamándolo doctor Fallon.
¿Se había equivocado al situar a Van Doon entre los mutantes? Su mente todavía se veía
estremecida por todo lo que había descubierto en el laboratorio de mutaciones, pero trató de
serenar sus pensamientos lo bastante para reconsiderar su teoría acerca de Van Doon. Parecía
todavía más avispado y emocionable que los otros lotófagos, pero eso era todo lo que él sabia.
No bastaba para justificar ninguna actitud drástica.
Sobre el jeep había caído una tensión silenciosa. Van Doon conducía velozmente, con sombría
concentración. Nan estaba rígida y erguida junto a él, conservando su lado del asiento. Dane
temía hacer preguntas mentalmente, mientras trataba de adivinar los pensamientos de ella.
¿Y si ellos tres eran los únicos mutantes adultos que quedaban con vida? También estaban las
criaturas que Nan había rescatado de Gellian, ocultas quizás en el escondite secreto, pero él no
había visto señales de otros adultos, ni allí ni en ninguna parte. Entre tres la situación sería
incómoda. Se preguntó si Nan no le habría contado a Van Doon la verdad acerca de él, por
temor a que sintiesen celos mutuos.
Trató de convencerse de que era una idea descabellada. Como últimos supervivientes de la
nueva raza, ya tenían bastantes enemigos sin luchar entre ellos. Al buscar la perfección, el
creador debía de haber eliminado la posibilidad de que se peleasen como salvajes por una
muchacha. Sin embargo, todavía no podía confiar en Van Doon.
La ciudad de la jungla parecía abandonada cuando la atravesaron. Todas las luces estaban
apagadas, y el depósito había quedado reducido a brasas rojas. Sin embargo, el aeródromo
situado al otro lado del puente todavía estaba iluminado, y los caminos enlodados que lo
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
El avión de Messenger estaba en el extremo de la pista, con otra media docena de aparatos de
la compañía detrás de él. Los despreocupados lotófagos los subieron rápidamente a bordo.
Van Doon se dirigió apresuradamente hacia la cabina de mando y el avión empezó a moverse
en seguida.
-Fui a buscar al doctor Belfast -dijo Nan, bajando la voz como si no quisiese que Van Doon la
oyera-. Lo encontré en el laboratorio de mutaciones, buscando sus escritos entre la pila de
cenizas de los papeles que quemé. Recuerda todo. Es inmune..., otro de nosotros.
-Tendré que acostumbrarme a todo esto -murmuró Dane, con una sonrisa titubeante, y una
vaga duda le hizo preguntar-: Si no tiene inconveniente, ¿puedo ver una muestra de su
escritura?
-No te culpo -respondió el viejo, y su sonrisa le devolvió toda su simpatía perdida-. Busca una
hoja de papel.
Dane hurgó en sus bolsillos. Lo que halló fue el memorándum, doblado. Se lo entregó al
financiero junto con la estilográfica, y miró cómo sus dedos hinchados escribían
dificultosamente: «Charles Kendrew, alias Charles Potter, alias J. D. Messenger».
Desplegó el memorándum para comprobar los dos ejemplares, y los cotejó con las viejas
cartas que tenía grabadas en la memoria. Eran iguales. Las t de Potter estaban cruzadas al
estilo de Kendrew, y las colas de las g eran todas iguales. Empezó a hacer trizas el
memorándum, y murmuró roncamente:
-Debe serlo -asintió Dane-, mientras hombres como Gellian están cazando a Charles
Kendrew.
-Y también es más útil -murmuró Messenger-. Kendrew, con sus métodos ingenuos, no pudo
servir al homo excellens. Messenger, el financiero, con su nueva personalidad y sus métodos
indirectos, pudo crear la empresa Cadmus para protegerlo.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-De modo que entró en estas junglas como Charles Kendrew y salió como...
-Pero olvide todo eso -le interrumpió Nan-. Aun cuando estamos solos, tenemos por norma
mantener la ficción de que Kendrew cambió su nombre por el de Potter y murió en el Fly.
-Han sido muy persistentes en el engaño -comentó Dane, sonriendo-. Me hablaban acerca de
Potter, como si hubiese sido una persona viviente, incluso cuando creían que yo era otro fiel
lotófago.
-Los lotófagos deben creer esa historia, porque muchos de nuestros enemigos tratan de
interrogarlos. Y nosotros también debemos creerla, dentro de lo posible. Un desliz podría
matarnos a todos.
-El doctor Belfast se culpa de nuestros problemas -relató ella distraídamente-. Dice que le
envió noticias con respecto a nosotros a Gellian, por intermedio de nuestro viejo amigo Jones.
-Nunca te preocupes por el pasado -respondió Messenger con una débil sonrisa-. Nuestros
peligros yacen en el futuro. Ahora que estás en nuestro bando, espero que puedas huir de
Gellian.
-Haré todo lo posible -prometió él nerviosamente-. Pero todo me resulta demasiado nuevo y
extraño, y hay muchas cosas que no sé. Me siento confundido, y nada me parece del todo real.
-Muchas cosas -contestó Dane-. Hace mucho tiempo, mi padre me habló acerca de usted en el
día de la muerte de mi madre. Fue entonces cuando decidí convertirme en genetista. Pero no
entiendo lo que usted ha hecho y por qué lo ha hecho. Desearía que me pusiera al día.
-Es cierto -asintió Messenger-. Antes probaba todos los complicados aparatos que usaban los
demás, para provocar mutaciones directas. Ninguno dio resultado.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Ya no lo hago -respondió Messenger, encogiéndose de hombros-. Tú viste lo que ocurrió con
los mulos que intentamos producir.
-¿Lo ha olvidado? -balbuceó Dane, y por un momento temió que Messenger hubiese sido
afectado accidentalmente por su propio virus del olvido-. ¿Ha perdido el procedimiento?
-No en seguida -manifestó-. Tenemos un viaje difícil por delante. Subiremos a gran altura.
Aunque el avión tiene equipos de presión, necesitará de todas sus fuerzas.
-Ya sé que es resistente como un mulo -asintió Nan con una sonrisa-. Y si lo desea, puede
hablar con Dane mientras le indico la ruta a Vic.
Dane abrió la puerta del compartimiento para que ella pasase, mientras volvía a pensar en Van
Doon. Si era otro mutante, de lo cual Dane se sentía extrañamente seguro, ¿por qué no le
habían confiado la ruta antes de que el avión levantase el vuelo? No encontraba ninguna
respuesta razonable para eso, y se volvió nuevamente hacia Messenger.
-Por cualquier parte -dijo él-. Leí algunas de las cartas que le escribió a mi padre, años antes
de que yo naciese. Sé algo acerca de lo que intentaba hacer entonces. Parece que ya lo ha
logrado..., pero de una forma particular. -Estudió a Messenger con nerviosismo-. No entiendo
bien la necesidad de toda esta discreción, si estaba haciendo algo bueno.
Dane vio el dolor reflejado en la cara manchada de Messenger, y recordó los recortes hallados
en el archivo de su padre, según los cuales Margaret Kendrew había tratado de matar a su
esposo, y luego había eliminado a sus hijos y se había suicidado.
-La amaba -murmuró Messenger, parpadeando, y a Dane le pareció ver el brillo de las
lágrimas en sus ojillos-. Era una mujer excelente. Una gran investigadora. Sin su ayuda, no
podría haber perfeccionado los métodos de la mecánica genética.
Messenger hizo una pausa, boqueando como si la emoción le hubiese cortado el aliento.
-Mi padre la conocía -dijo Dane-. La apreciaba. Acostumbraba a comentar que no entendía lo
que había ocurrido en Albuquerque, a menos que ella hubiese perdido la cabeza.
-Estaba cuerda -insistió Messenger-. Por lo menos tan cuerda como la mayoría de los seres
humanos. Y no habíamos reñido por cuestiones comunes como el dinero o la infidelidad. La
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Hubo una época en la que ella compartió mi sueño de crear una raza más perfecta.
Trabajamos juntos durante años en busca de esa meta ansiada. Nuestra propia hijita fue la
primera mutación humana dirigida con éxito..., de tipo más precoz que los ejemplares
posteriores como tú y Nan, porque todavía yo no conocía el peligro. Nuestro hijo siguiente
habría sido el segundo mutante. Sin embargo, antes de que naciese, Madge empezó a ver los
dones que le habíamos otorgado a nuestra hija mayor. Al principio debió de sentirse satisfecha
con un normal orgullo humano. Pero entonces esas dotes empezaron a asustarla, cuando
comprendió hasta qué punto superaban á la humanidad. Durante mucho tiempo no dijo nada
al respecto, pero empecé a notar que parecía triste, y le pregunté qué le preocupaba. Ella me
lo explicó, y su amargura me desconcertó. Quería interrumpir la prueba, y matar a la criatura
que todavía no había nacido. Naturalmente yo no podía acceder a ello. Traté de hacerle
entender todas las ventajas que el homo excelens le brindaría a la humanidad, y en ese
momento creí haberla convencido. No insistió en ello..., ya debía de estar desesperada con su
temor por la nena mayor. Lo que hizo significó para mí una horrible sorpresa, pero lo hizo
porque era humana. Ahora lo entiendo.
-Es difícil -comprender cómo una mujer cuerda puede asesinar a su propia hija -comentó
Dane, y meneó la cabeza tristemente.
-Los seres humanos tienen instinto de rebaño -dijo el creador- Supongo que en un tiempo
resultó útil para sobrevivir, y todavía tiene una gran importancia. En Madge fue más fuerte
que su amor maternal. -Los ojillos lo miraron con dolorida fijeza-. Pero me imagino que tú ya
sufriste el despiadado castigo por ser diferente, con tu sangre asiática.
Entonces Dane comprendió que aquel anciano sabía más acerca de sus antecedentes que
cualquier otra persona. Quiso volver a interrogarlo respecto al proceso de la mutación
dirigida, pero súbitamente tuvo miedo de hacerlo.
-Tropecé con el prejuicio racial -murmuró-, pero nunca con algo tan drástico.
Sin embargo, había sido doloroso. La voz de la chiquilla que le había dicho que no era blanco
todavía lo lastimaba como un cuchillo.
-Tú sentiste la reacción ante una diferencia muy pequeña -manifestó Messenger-. Si los seres
humanos que te despreciaban y ofendían hubiesen sabido que no eras humano, la mayoría de
ellos habrían procedido con la misma violencia que Madge...
-Porque no estás agobiado por el instinto de rebaño. Es uno de los vestigios inútiles de la
bestia que he tratado de quitarle al homo excelens. -Un breve estallido de energía le dio a su
voz un súbito vigor-. La intolerancia ha sido la fuente de todas mis dificultades. Es la
explicación de todo lo que he hecho, y la triste causa de nuestro fracaso actual.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Si es usted el creador, si puede usted obtener verdaderamente al homo excellens, ¿por qué no
se ayuda a sí mismo?
Al principio Messenger pareció no haberle oído. Sus ojos permanecieron cerrados mientras
exhalaba su respiración roncamente, y se esforzaba por volver a aspirar. Pero finalmente se
estremeció en el sillón y miró vagamente a Dane.
-Porque es imposible -murmuró con voz lenta y tenue, enturbiada por el cansancio-. Lo único
que aprendí a hacer fue a reestructurar los genes de una célula por vez. Cada generación de
mulos brotaba de una sola célula germinal. Otro tanto ocurrió contigo, Dane: fuiste
engendrado por una célula en la cual modifiqué los genes después del instante de la
fertilización, para mejorar tu herencia del homo sapiens.
Dane quiso saber cómo había logrado aquello, .y nuevamente sintió temor de preguntarlo.
-La reconstrucción de una sola célula requiere horas de esfuerzo agotador y generalmente se
necesitan semanas de observación y preparación. -Messenger se encogió débilmente de
hombros-. En mi cuerpo hay trillones de células. Nunca tuve la esperanza de poder
reconstruirme.
Dane vio que Messenger ya había hablado demasiado. Se sintió conmovido por la desgracia
de un creador incapaz de recrearse a sí mismo. Sabía que debía dejarlo descansar y, sin
embargo, se sintió impulsado a hacer más preguntas, por su nuevo temor de que Messenger
hubiese perdido el arte de la creación.
-Soy demasiado viejo -respondió Messenger, y su voz débil resultó extrañamente serena-. Mi
corazón funciona mal. Las arterias están esclerosadas. Hace dos años sufrí un derrame
cerebral, producido por un tumor, y eso fue lo que hizo que Cadmus se tambaleara. El tumor
fue extirpado, pero desde entonces no estoy en condiciones de producir.
-Ella está aprendiendo -contestó él con una sonrisa-. Ya conoce la teoría. Todavía no es lo
bastante madura para llevarla a la práctica, pero algún día hará más de lo que he hecho yo... ,
si consigue escapar de Gellian.
-¡Y eso será difícil! -exclamó Nan desde la puerta del compartimiento. Cuando Dane se
volvió para mirarla, vio que la tensión la había dejado pálida-. Parece que tardamos
demasiado en levantar el vuelo.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-La Operación Supervivencia se adelantó en los horas a nuestros pronósticos -respondió ella-.
Vic ha estado buscando con el radar, y acaba de descubrir una flotilla de aviones que se acerca
desde Australia. Quizás están a cien millas de nosotros.
-Sí -dijo la muchacha-. Pero los aviones de la compañía ya están en vuelo, dispersándose.
Espero que no sepan a cuál seguir. Vic está tratando de colocarse fuera del alcance del radar,
detrás de las montañas, y eso significa que tendremos que tomar altura.
-Me encuentro bien -jadeó-. No necesito que me tomen el pulso, ni quiero acostarme. Dane y
yo tuvimos una interesante conversación. Me disponía a explicarle cómo lo crié a él.
-Más tarde -intervino ella, con suavidad pero con firmeza-. Más tarde..., ¡si logramos escapar!
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
24
Sin embargo, veía el ala por encima de la ventanilla, porque estaba cubierta por un oscuro
fulgor de peligro. La tétrica sensación estaba más próxima y amenazante que esa flotilla de
aviones perdida en la noche. Era algo que lo intrigaba y lo asustaba.
Quería interrogar a la muchacha al respecto, pero ella no había regresado del camarote de
Messenger. Miró nerviosamente a su alrededor, mientras la esperaba, y vio nuevamente el
siniestro resplandor. Brillaba a través de la puerta del compartimiento, como si el metal
hubiese sido transparente.
Esta iluminación incolora le permitió imaginar el angosto pasillo situado del otro lado de la
puerta. Le mostraba las camas vacías de la sección destinada a los tripulantes, la cocina
desocupada y la mesa vacía del copiloto. Veía incluso a Van Doon, solo en la cabina de
mando.
Sin embargo, ésta no era una forma de visión. No había sombras sobre sombras, como en los
rayos X. Durante un extraordinario instante, captó sencillamente las cosas donde estaban. Y
luego la sensación desapareció tan fugazmente, que le pareció casi una triquiñuela de su
turbada imaginación.
A pesar de ello, quedó convencido de que Van Doon se encontraba solo. Aunque no había
visto a otros tripulantes al subir al avión, había creído que estaban ocupados en sus puestos.
Ese instante de percepción lo dejó sumido en el pánico.
Trató de decirse que tendría que simpatizar con Van Doon. Si los dos eran mutantes, deberían
mantenerse unidos contra sus cazadores humanos. Incluso si Nan era la única mujer de la
raza, deberían elevarse por encima de cualquier rivalidad por ella. Le correspondía sentirse
avergonzado por su desconfianza, y empezó a preguntarse si aquella sensación no había sido
un producto de sus propios celos.
Empezó a cruzar la puerta, y el peligro lo azotó como un viento frío. Creó un brillo helado a
su alrededor, en la oscuridad, y lo ahogó con una pesada amenaza en la atmósfera. Por un
momento quedó paralizado, y luego subió tercamente por los angostos escalones hasta la
cabina de mando.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Van Doon estaba efectivamente solo. Su oscura silueta se recortaba contra los instrumentos
iluminados. Dane se detuvo nerviosamente detrás de él. El piloto automático dirigía el avión,
pero Van Doon parecía muy atareado. Tenía puestos los auriculares, y se inclinaba para ajustar
algo junto al resplandor verdoso de la pantalla de radar. Se volvió para mirar a Dane, y espetó
impacientemente:
-¿Qué desea?
-No veo nada afuera -se disculpó Dane-. Pero parece que estamos en peligro. Quería saber a
qué distancia están de nosotros, y qué puedo hacer para ayudar.
-No puede hacer nada-respondió Van Doon secamente, volviéndose para mirar nuevamente la
pantalla de radar-. Será mejor que se quede tranquilo.
-Vienen desde todas las direcciones -contestó Van Doon, y señaló los puntos verdes dispersos
por la pantalla y se inclinó nuevamente para girar los diales que estaban junto a la misma. No
dijo nada más, y después de un momento Dane volvió al salón, aún más agitado que antes.
Se dirigió a las ventanas, pero todo lo que alcanzó a distinguir fue la oscuridad y el fulgor
negro del peligro que brillaba sobre el ala. Se sentó para esperar a Nan, con la intención de
interrogarla acerca de aquella sensación, pero ella no salió del camarote de Messenger. La
espera se hizo intolerable, y fue a golpear la puerta.
-¿Puedo hablar con usted? -preguntó, bajando también la voz-. Todavía no sé mucho acerca de
lo que está ocurriendo, pero siento una impresión de que algo anda mal. -La miró fijamente-.
No confío en Van Doon.
-Vic no es malo -respondió ella, con una vaga sonrisa-. El peligro que percibe es auténtico,
pero él nos salvará, si puede hacerlo.
-Van Doon no me gusta -insistió Dane-. Y si esta sensación es una percepción verdadera...
Se interrumpió cuando oyó que Messenger luchaba por recuperar el aliento en el interior del
camarote, y vio que Nan ya no le escuchaba.
-Está nervioso -dijo ella, y lo miró, pálida de ansiedad-. Pero trate de no preocuparse por Vic.
Después de todo, él no fue quien nos delató a Jones. Y ahora debo atender al señor Messenger.
Desea hablar con usted, apenas se sienta mejor.
Cerró la puerta, y Dane volvió de mala gana al salón. Aunque Nan no había parecido
resentida, lo había herido al recordarle que él los había delatado a Jones. Quería reparar su
error. La inactividad se había hecho msoportable y, sin embargo, no tenía nada que hacer.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
La pálida luz del amanecer lo atrajo nuevamente hacia las ventanillas del salón. El avión
seguía volando entre los jirones de nubes. Aunque la cabina con calefacción y presión
reguladas seguía siendo cómoda, él vio una delgada capa de hielo sobre el borde del ala. Miró
los oscuros picos que tenían delante, y la tormenta que se estaba formando sobre ellos.
Esperó nerviosamente que Van Doon hiciese virar el avión, pero éste siguió rugiendo en
dirección a las nubes amenazadoras. Sintió la fuerza de los vientos huracanados, y vio una
gota de lluvia sobre el vidrio; entonces una bruma gris lo ocultó todo. Se volvió y se sentó,
esperando en el subconsciente que el avión se estrellase contra algún pico invisible.
Pero no se produjo el choque. La lluvia cesó muy pronto, y la atmósfera volvió a serenarse.
La estrategia de Van Doon había sido buena, se confesó desganadamente. La tormenta los
ocultaría y quizás incluso desorientaría la búsqueda por medio del radar. Con renovadas
esperanzas volvió a las ventanillas.
Detrás de ellos las nubes de tormenta se levantaban sobre las faldas de las montañas
castigadas por el viento. Abajo yacía un vasto océano de nubes que brillaban bajo la fría luz
del sol naciente, bañando los picos y los acantilados de las colinas que se erguían a través de
ellas como islas agrestes.
Ahora el avión estaba descendiendo. Pocos minutos después se sumergió en el mar de nubes,
como un submarino. Dane volvió a sentarse, y se preguntó cuándo llegarían al refugio. Por un
momento se sintió casi seguro..., hasta que pensó nuevamente en Van Doon, y volvió a ver el
resplandor del peligro que brillaba en la cabina de mando.
-Puede hablar con él -dijo-. Pero no durante demasiado tiempo. -Pasó a su lado en dirección a
la carlinga-. Debo ver a Vic. Se trata de la ruta.
La puerta de Messenger estaba abierta. Estaba acostado en el lecho del angosto cuarto,
apoyado sobre las almohadas que tenía debajo de la cabeza y los hombros. El color de su
cuerpo manchado resultó alarmante para Dane, pero sus ojillos parecían conservar toda su
agudeza.
-Sí -respondió Dane, colocándose rápidamente junto al lecho-. Y estoy ansioso por
preguntarle otra cosa. Se trata de una sensación de peligro que no entiendo. A veces es un
impacto. O un resplandor, o un olor, o un sabor. ¿Puede explicarlo?
Dane sintió las rodillas debilitadas por la ansiedad. Se sentó pesadamente en la silla vecina a
la cama. Le palpitaba el corazón, y de pronto su respiración resultó tan dificultosa como la del
viejo.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-He estado buscando una forma de controlar las mutaciones desde que mi padre me habló de
usted por primera vez -munnuró roncamente- Había decidido que era imposible, hasta que
empecé a ver lo que usted había hecho. ¿Cómo lo logró?
-No es fácil -contestó Messenger tan débil y lentamente que Dane tuvo que hacer un esfuerzo
para oírlo-. Trabajé durante años para desenmarañar la estructura de los genes con
microscopios electrónicos, pero no me revelaron nada. Probé todos los agentes físicos que
causan mutaciones. La temperatura, la presión, las radiaciones, los productos químicos, las
vibraciones ultrasónicas. Ninguno de ellos me prometió el delicado control necesario para
mover los átomos de un gen y dejar intacto el vecino. Me disponía a darme por vencido,
cuando Madge me ayudó a perfeccionar una herramienta mejor.
Los ojos del creador se cerraron. Permaneció un largo rato inmóvil, sin siquiera respirar. Su
carne manchada parecía desprovista de sangre. Sin embargo, finalmente volvió a aspirar, y
miró fijamente a Dane.
-La mente -susurró-. La mente sola... Es la herramienta más delicada. Delicada y lo bastante
veloz para atrapar un gen aislado y redistribuir sus átomos como uno lo desee, sin peligro de
causar otro trastorno en la célula viva con la que uno debe trabajar.
-¿La mente sola? -exclamó Dane-. ¿Qué quiere decir con eso?
-¿Con la psicoquinesis?
-Llámala así, si lo deseas -asintió Messenger débilmente-. No es más que una palabra, y no sé
exactamente qué significa para ti o para cualquier otra persona. Lo que Madge y yo
descubrimos es un hecho. Un proceso que da resultados..., aunque no se ajuste exactamente al
término que empleaste.
-¿Y entonces?
-Madge había trabajado con Rhine en la universidad de Duke -agregó el viejo-. Ya se le había
ocurrido su gran idea, aunque no había hecho casi nada para aplicarla. Se trataba de ligar la
mente y el tiempo.
-¿Qué es eso?
-La mente funciona en el tiempo -explicó Messenger-. El flujo de la conciencia tiene un factor
tiempo y casi todos los datos de la parapsicología demuestran lo mismo. Sobre esta base,
Madge había hallado una nueva explicación para las ondas eléctricas del cerebro registradas
por el electroencefalógrafo. -Tuvo que aspirar aire, como si esta palabra lo hubiese dejado
exhausto-. Estas ondas son oscilaciones veloces de voltaje que se producen en el tejido
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
cerebral. Su idea consistía en que los cambios de voltaje son producidos por las vibraciones
rítmicas de átomos o electrones en el plano del tiempo.
-En el tiempo, y no en el espacio -insistió la débil voz, y Dane pudo percibir que detrás de
aquel agotamiento había una mente vigorosa, que se esforzaba por llegar a él-. Tú puedes
comprobar que el efecto eléctrico de esta partícula vibratoria decrece hasta cero a medida que
retroceden en el tiempo, y luego aumenta nuevamente al regresar. Una cantidad suficiente de
estas partículas, vibrando simultáneamente, pueden producir las oscilaciones de voltaje.
Madge pensó que la duración de una onda determina el instante que es el ahora. Decidió que
cada honda nueva crea un nuevo ahora y se sobrepone a la impresión consciente de la
anterior, convirtiéndola en una parte del pasado. -Messenger hizo otra pausa para descansar,
casi inerte sobre las almohadas-. Es una noción sencilla -agregó finalmente-, pero parece
explicar muchas cosas. Las moléculas vivientes más simples, los virus y los genes, deben
estar organizados en torno a partículas únicas que vibran en el tiempo. Y la fisión debe
comenzar cuando otra partícula empieza a vibrar al unísono.
-¡Es una idea sensacional! -exclamó Dane-. Pero..., si la energía mental puede afectar a las
partículas físicas, ¿no tiene problemas con la conservación de la energía?
-La energía en el tiempo sigue siendo física -respondió Messenger-. No dispongo de tiempo
para escribir las ecuaciones, pero la mente es una función del flujo de energía, en un sentido y
en otro, entre el espacio y el tiempo. La prueba más antigua de esto es el descenso de
temperatura que acompaña a todo efecto psicofísico masivo..., cuando el calor es absorbido
del aire para convertirse en la fuerza literal de la mente. El mismo tipo de transferencia se
produce constantemente en todo cerebro humano y en toda célula viviíeente, aunque
generalmente es más difícil de medir, porque la cantidad de calor absorbido es equilibrado
exactamente, a largo plazo, por el nuevo calor generado a medida que se invierte la energía
vital.
-Una parte de ella..., aunque la vibración en el tiempo es mucho más veloz de lo que ella
creyó al principio, y las ondas cerebrales parecen deberse a una especie de flujo y reflujo entre
los estados espaciales y temporales de la energía. La mayor parte de la teoría sigue siendo
discutible, tal como ocurre generalmente con las teorías útiles. Pero nos prestó grandes
beneficios. -Messenger cerró los ojos para descansar nuevamente, y a Dane le pareció que
había pasado un largo rato antes de que prosiguiese-: Esta energía vital obedece a sus propias
leyes especiales. Su naturaleza dual le da una independencia limitada tanto del espacio como
del tiempo. Aunque generalmente proviene de la transformación del calor en nuestras propias
células nerviosas, a veces un cerebro receptor puede obtenerla de otro..., ésa es la telepatía. O
una mente educada y superdotada puede absorberla de cualquier clase de objetos a
prácticamente cualquir distancia; ésa es la base de la percepción extrasensorial directa.
Generalmente la invertimos en el funcionamiento de nuestro propio sistema nervioso, pero
puede ser gastada en objetos lejanos: ésa es la psicoquinesis, si deseas emplear esta palabra.
Se trata de un proceso muy dificil para el homo sapiens. -El creador se reclinó hacia atrás para
volver a descansar, mientras contemplaba a Dane con una expresión especulativa en sus ojos
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desteñidos. Por fin sonrió pensativamente-. Debería ser más fácil para ti –susurró-. Pero es tan
difícil para nosotros que Madge había desistido de probar su teoría, antes de que yo la
conociese. Incluso después de que nos aliamos, tardamos años en aprender la forma de aplicar
esta energía concreta de la mente a unos átomos de una molécula por vez. Y eso es todo lo que
logramos hacer.
Dane había estado escuchando con tanta atención que prácticamente no respiraba. Se irguió
cuando Messenger hizo una pausa, y los dos aspiraron una bocanada de aire. Hizo lentamente
un gesto afirmativo.
-No fue tan sencillo -respondió Messenger, con una sonrisita agria- No hay más que un breve
instante crítico durante el cual los genes pueden ser reacondicionados para obtener con éxito
una mutación humana. Esto sucede exactamente después del momento de la concepción,
cuando el óvulo fertilizado está a punto de empezar a desarrollarse.
-Exactamente -jadeó Messenger-. El acto de la mutación debe estar completado antes de que
empiece la división de la célula. Pero el instante crucial es demasiado breve para todo el
trabajo que se debe realizar para crear a un ser tan complejo como tú o Nan. Se necesitan días,
e incluso semanas, para analizar todos los genes importantes que están en juego, y para
descubrir los rasgos que transportan y planear los cambios que se desean introducir.
-Pero usted lo hizo -intervino Dane, con voz baja y agitada por la emoción-. ¿Cómo?
-Esa era una consecuencia lógica del factor temporal que ya habíamos descubierto en la vida y
en la mente -insistió Messenger-. Tú y Nan tendréis más éxito en esto, cuando crezcáis, pero
Madge y yo nunca pudimos tener una visión de más de una célula, y eso sólo con pocas
semanas de anticipación. En ese tiempo limitado debíamos completar todos nuestros estudios
de las posibilidades genéticas de la célula que habíamos escogido, y planear los
desplazamientos de genes para eliminar los viejos defectos hereditarios y efectuar su
remplazo por los rasgos mejores de la nueva raza. Cuando llegaba el instante crucial,
teníamos que estar preparados para las pocas horas de esfuerzo concentrado que convertirían a
la criatura concebida en un homo excellens.
-¿De modo que podían planear el trabajo por anticipado? -Comentó Dane, frunciendo el
ceño-. ¿Pero debían esperar el momento crítico antes de hacerlo?
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-Efectivamente -munnuró Messenger débilmente-. Podíamos tener una corta visión del futuro,
pero nunca podíamos entrar en éste, ni siquiera para mover un átomo. Quizás habíamos
tropezado con una ley natural desconocida.
-De todos modos hay algo más que me gustaría saber -dijo Dane con un tono de unción
religiosa en su voz que le hizo perder un instante antes de poder continuar-. ¿Cuáles son
exactamente las nuevas cualidades que nos dio a Nan y a mí, y que nos hacen tan distintos?
-¿No puedes esperar? -preguntó el creador sonriendo-. Para su propia seguridad los hice
durante sus primeros años lo más parecidos posible a los miembros de la vieja raza, pero de
ahora en adelante sus diferencias se irán manifestando cada vez con mayor celeridad. ¿No
quieres esperar la sorpresa?
Messenger volvió a caer sobre las almohadas, como exhausto. La ávida sonrisa desapareció de
su rostro manchado e hinchado, y permaneció un momento en silencio, con excepción de su
respiración ronca. Dane lo miraba, agobiado y desconcertado por este anuncio de maravillas,
hasta que los ojos del creador volvieron a abrirse.
-Lo lamento -murmuró Dane, con la garganta oprimida por una profunda compasión-.
Lamento que usted haya perdido su propia cualidad.
-Cumplió con su fin -comentó Messenger tranquilamente-. De todos modos, nunca fue tan útil
como lo serán las tuyas. Incluso cuando era joven, el esfuerzo me dejaba agotado. Desde que
sufrí el derrame, el problema consiste en que no puedo mantener enfocadas mis facultades
disminuidas durante el tiempo necesario para obtener una mutación perfecta.
-Pero eso debe de haber sido formidable -insistió Dane, todavía con su tono estremecido por
la unción-. ¡Proyectar la propia mente para explorar y transformar los genes, con el objeto de
crear una nueva especie! ¿Y supungo que hizo todo eso sin que nuestros padres supiesen lo
que estaba ocurriendo?
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-Tenía que ser así -dijo el creador, y su rostro apareció súbitamente triste y cansado-. Madge
me enseñó esto cuando se volvió contra mí y trató de destruir nuestro gran experimento. Me
temo que la vieja raza es demasiado intolerante para aceptar a la nueva.
-¿Por qué Nan buscaba a los mutantes con el Servicio Sanderson? -preguntó bruscamente-.
¿Usted no sabía ya quiénes eran?
-No olvides las dificultades que obstaculizaban Mi trabajo -jadeó roncamente-. Después que
Madge mató a nuestros hijos.y se suicidó, te confieso que estuve a punto de abandonar mis
trabajos
-Yo la amaba -afirmó Messenger-. Quedé muy dolorida. Y amargamente desilusionado con
respecto a nuestros grandes planes Y además, su desesperado intento para matarme fue un
anuncio de lo que harían en última instancia los hombres como Gellian. Estaba aterrorizado. -
Luchó por recuperar el aliento-. Huí... de mi país y de nuestro trabajo y de su recuerdo.
Durante los primeros dos o tres años, mientrás todavía estaba huyendo, todo lo que deseaba
era escapar de los hombres y de su mundo despiadado. Y antes de atreverme a hacer una
pausa, descubrí la forma de evadirme. Una nueva aplicación de la mecánica genética. Podría
haber abandonado la tierra. Pero no lo hice.
Levantó brevemente la cabeza de las almohadas, con una terca expresión de triunfo.
De alguna forma, había recuperado el coraje -siguió-. Creo que mi éxito fue lo que me hizo
comprender que mis nuevos poderes debían ser aprovechados para hacer todo el bien posible.
A pesar de todo lo ocurrido yo era todavía un hombre, y seguiría siéndolo. No podía
abandonar a mis semejantes y seguir respetándome. Decidí seguir adelante con la creación del
homo ezcellens, a pesar de todas las dificultades -Volvió a dejarse caer sobre las almohadas-.
¡Dificultades! -Jadeó brevemente-. Las encontré a montones. Madge me había ayudado
inmesamente con las primeras mutaciones, pero ahora tenía que aprender a hacerlo todo yo
solo. Temía confiar en otro ser humano, temía permanecer mucho tiempo en un mismo lugar.
En la mayoría de los casos, mis sujetos de experimentación tenían que ser desconocidos, o
personas con las que había mantenido apenas un contacto casual, lo que hacía más difícil de
determinar sus rasgos y analizar las relaciones genéticas en juego. No es por casualidad que tú
y Nan, mis mutaciones más afortunadas, seáis hijos de viejos amigos. -Permaneció un rato en
silencio, mirando a Dane con serena aprobación- Muchos de los otros salieron mal concebidos
-murmuró, con cansada amargura-. Eso se debió a que tenía que trabajaren secreto y
mantenerme constantemente de viaje. Yo creía que los mutantes estarían más seguros si los
dispersaba lo más posible. Y entonces tuve mi propia experiencia en la «creación». -Sonrió
vagamente, como si aquella palabra lo turbase-. Desde el principio había esperado fiascos.
Incluso con la ayuda de Madge, el alcance de nuestras percepciones era siempre demasiado
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estrecho, y el período crucial era demasiado breve para todos los genes que debíamos
cambiar. Después, cuando me vi obligado a trabajar con desconocidos, debía adivinar
demasiadas cualidades y sus conexiones. Sabía que los errores eran inevitables. Pero no
sospeché que las mutaciones imperfectas serían tan peligrosas, y no pensé que sus dotes
malignas serían vueltas contra mí por hombres como Gellian. -Tuvo que hacer otra pausa,
jadeando ruidosamente, pero por fin continuó-: Debido a todos esos peligros, casi siempre
tenía que reanudar la marcha antes de que las criaturas mutantes hubiesen nacido. No podía
seguirlas para ayudar a cuidarlas o incluso para registrar los resultados de mi trabajo, ya que
así las habría hecho correr el riesgo de ser descubiertas. Nan es una de las pocas que pude
conservar a mi lado.
-¿Porque sus padres eran amigos suyos? -preguntó Dane, inclinándose bruscamente hacia
delante-. ¿Acaso... conocía también a mi madre?
-Aun antes de que tu padre la hubiese conocido -respondió el anciano, con una agradable
sonrisa-. En el hospital de Manila donde trabajaba, cuando me interné allí para someterme a la
cirugía plástica. Me hice borrar algunas de las cicatrices de Charles Kendrew, para abrir el
camino para J. D. Messenger. En cuanto a Nan, su padre era ingeniero de minas. Lo conocí
mientras estaba en Filipinas, durante ese mismo viaje, y lo contraté para que hiciese cateos en
los yacimientos que estaba comprando en Nueva Guinea, para trabajarlos con los mulos. Lo
traje de regreso a los Estados Unidos antes de que hubiese visto demasiado, y después que se
casó seguí manteniendo relaciones amistosas con su familia. Nan terminó sus estudios a los
dieciséis años, convencida todavía de que no era más que un ser humano de particular
inteligencia. La empleé como mi secretaria privada, porque en esa época la salud ya estaba
empezando a fallarme. Quería tenerla cerca y necesitaba su ayuda. Cuando descubrí que sus
facultades de mutante empezaban a desarrollarse, le conté la verdad. Hace un año la ayudé a
instalar el Servicio Sanderson para buscar y ayudar a las criaturas que yo había perdido. En
realidad ella no estaba todavía en condiciones para esa peligrosa tarea, porque sus propias
cualidades apenas empezaban a desarollarse. Todavía no es más que una criatura, lo mismo
que tú, Dane. Su capacidad psíquica aún es irregular, y yo temía que no hiciese más que
sacrificarse inútilmente. Pero había cometido demasiados errores -agregó el creador, y se
interrumpió para lanzar un suspiro-. Había asustado a Gellian con muchas mutaciones
defectuosas. Sus agentes estaban empezando a encontrar y a matar a otras que habrían
resultado buenas. Teníamos que hacer algo, y yo ya había llegado al final de mi carrera. Había
tratado de convertir a la compañía en una fortaleza para el homo excellens, pero aquélla
empezó a derrumbarse desde el día en que mi derrame me impidió formar nuevos mulos.
Traté de evitar que Gellian sospechase que yo era el creador, e incluso hice donaciones de
dinero para su agencia, pero él estaba reuniendo datos, trazaba un mapa de las mutaciones, y
el cerco se estaba estrechando lentamente a mi alrededor. Teníamos que hacer algo y Nan lo
hizo. Ella consiguió prevenir y ocultar a muchos niños precoces, muchos de los cuales son
probablemente humanos y no mutantes. Pero todas las criaturas inteligentes estaban
amenazadas. Nan desorganizaba a la agencia de Gellian con incursiones en sus oficinas y con
pistas falsas destinadas a desviar la atención de esas criaturas. Así ganamos :un año...
-¡Y yo se lo hice perder! -susurró Dane amargamente-. Ojalá lo hubiese sabido antes. -Frunció
el ceño, mirando a Messenger-. Usted debía saber que yo era un mutante. No entiendo por qué
no me lo dijo..., ni por qué Nan me sometió a aquel test que no conseguí aprobar.
-Pero yo no lo sabía -protestó Messenger-. Sólo sabía que quizá lo eras. No podía tener un
archivo, por temor a hombres como Gellian, y generalmente carecía de medios para conocer
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-Muchas veces me pregunté por qué había instalado ese laboratorio para un hombre al que ni
siquiera conocía -comentó Dane.
-Por muchos motivos -respondió el enfermo, con una débil sonrisa-. Esperaba que tu padre
descubriese un método físico para controlar las mutaciones porque yo ya había empezado a
comprender que la vejez me quitaría mis inciertas cualidades metapsíquicas. Incluso si
fracasaba, su trabajo ayudaría a acostumbrar a los hombres a esa idea..., y quizá los haría
aceptar más cordialmente al homo excellens. Además, quería que tú tuvieras posibilidades de
estudiar profundamente biología.
-Ella no buscaba sólo mutantes -explicó Messenger-. Muchos de los de tu edad siguieron el
mal camino, y provocaron todos los problemas con Gellian. Los tests estaban destinados a
identificar los ejemplares perfectos de homo excellens. Tú comprendes por qué esto es tan
dificil de lograr. Yo había arreglado que todos vosotros fueseis lo más parecidos posible a los
hombres, hasta llegar a la edad adulta, para ayudaros a confundiros entre ellos. Antes de que
se desarrolle la capacidad metapsíquica, no hay ninguna prueba concluyente, con excepción
de la del virus de la encefalitis..., y tú imitaste incluso la reacción humana a éste cuando Nan
te lo inoculó.
-Supongo que es el efecto de una inyección masiva -asintió Messenger-. Las ampollas de su
jeringa estaban cargadas con el virus que transportan cien moscas negras. -Se interrumpió
para jadear pesadamente-. De todos modos, es lamentable para todos nosotros que tu
capacidad metapsíquica estuviese todavía demasiado retardada para permitirte reconocer las
figuras de esas barajas. -Levantó la cabeza para mirar a Dane-. ¿Pero dices que ahora está
despertándose?
Dane contuvo la respiración y se puso rígido, porque aquella amenazante impresión había
vuelto a afectarle con aplastante intensidad apenas pensó en ella. El peligro súbito le quemó la
lengua como un ácido, y flotó como un veneno fumigado en la atmósfera. Lo heló con un
viento súbito, y palpitó en su cerebro como un gong de alarma. Era un resplandor de
penumbra que brillaba sobre todo lo que le rodeaba.
-¡Lo siento ahora! -exclamó. Había perdido el aliento y la voz, y sólo le quedaba un susurro
tan tenue como el de Messenger-. Lo saboreo y lo huelo y lo oigo y lo veo... Está cada vez
más cerca.
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El tétrico resplandor se estaba concentrando sobre el hombre acostado en el lecho, como una
sombra visible del peligro y de la muerte que se cernían sobre él. Lo hizo aparecer frío y
cadavérico..., y Dane se sintió estremecido por el pánico, porque había empezado a
experimentar cariño por él. Sin embargo, y aunque resultase extraño, el creador no pareció
percibir aquella sombra siniestra que empezaba a envolverlo.
Dane ya no estaba escuchando. La palpitación del peligro que se acercaba le parecía ahora
más potente que el rugido de los motores del avión. Empezó a volverse, reuniendo coraje para
enfrentarlo, pero el frío del peligro lo paralizó. La puerta del cuarto se abrió, y vio que el
resplandor amenazante entraba por ella y caía sobre el «creador».
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Messenger no parecía advertir la amenaza de Van Doon. Se volvió dificultosamente sobre las
almohadas, y sus ojos acuosos miraron con esperanza al hombre que ocupaba el vano de la
puerta.
-Todavía sobrevivimos -respondió el piloto, con una animada sonrisa-. Creo que conseguimos
escapar de Gellian. Desde que cruzamos la cordillera, el radar no muestra la presencia de
aviones detrás de nosotros. -Se acercó más a la cama-. ¿Cómo se siente usted ahora?
-No me ocurrirá nada -dijo Messenger-. Lo único que me interesa es que nos lleves adonde yo
quiero ir.
-Lo haré -prometió Van Doon alegremente-. Pero tiene que informarme de qué lugar se trata.
Nan está ahora en la cabina de mando, vigilando el radar. El piloto automático conduce el
avión. Ella me ha estado marcando la ruta, pero asegura que no conoce nuestro lugar de
destino.
-Estamos gastando gasolina, yendo de un lugar a otro -protestó Van Doon, con un ligero tono
de impaciencia-. Y Nan teme que usted haga esfuerzos mientras estamos a tanta altura. ¿No
será mejor que me informe adónde vamos, para que pueda descansar mientras yo piloto el
avión?
Messenger meneó la cabeza débilmente, y Dane se estremeció con otro escalofrío de peligro.
Percibía la violencia controlada que Van Doon ocultaba detrás de su sonrisa, y sus músculos
se pusieron en tensión para rechazar un ataque asesino.
-Nuestro lugar de destino está demasiado bien oculto para eso –murmuró el creador-. Yo
tendré que mostrártelo.
-Si usted lo dice -asintió Van Doon con indiferencia..., con demadada indiferencia, según le
pareció a Dane-. Yo sólo quería evitarle un trabajo. Haré que Nan le llame cuando veamos la
montaña.
Miró a Dane, le sonrió a Messenger con demasiada cordialidad, y se volvió lentamente para
irse. La fría sensación de peligro salió con él. El resplandor oscuro se disipó alrededor del
creador, y Dane aspiró profundamente ahora que el aire había vuelto a despejarse.
-Me alegro de que no le haya informado nada -afirmó impulsivamente-. No confío en él...,
aunque sea un mutante.
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-¿Van Doon? -preguntó, y sus ojillos parpadearon dolorosamente entre los pliegues de carne
hinchada-. ¿Qué te hace suponer que es un mutante?
-Su comportamiento -respondió Dane, con un titubeo mientras buscaba las pruebas-. No está
relajado, como todos los hombres que han sufrido verdaderamente la limpieza cerebral. Está
desesperado, y trata de ocultar su desesperación. Noté eso por primera vez cuando yo
simulaba ser un lotófago, de la misma forma que creo que hace él.
-Yo todavía estoy asustado -insistió Dane-. Puesto que usted no sabía que es un mutante, me
temo que está trabajando contra usted. ¡Quizá no le alegra el haber sido transformado!
-Estás cansado y turbado -dijo Messenger, que parecía tan satisfecho como había aparentado
estarlo Van Doon-. Nan se imaginaba las cosas más raras cuando sus facultades metapsíquicas
empezaban a despertar. Las tuyas te causarán más daño que provecho, hasta que aprendas a
usarlas. Será mejor que olvides a Van Doon y trates de dormir.
-Pero, ¿podría ser un mutante? -preguntó, mirando fijamente al creador-. Nan debería saberlo,
si investigó todos sus trabajos de mutaciones humanas.
-No consiguió encontrar a muchos de los más maduros -contestó Messenger, meneando la
cabeza con vaga impaciencia-. En todos estos años, los padres se mudaron muchas veces, o
murieron. Sus métodos de investigación estaban limitados por el peligro de dejarle rastros a
Gellian.
-¿Entonces Van Doon no podría ser uno de los que ella no encontró?
-Hay una vaga posibilidad -asintió Messenger con indiferencia-Aunque ella dice que los
agentes de Gelban eliminaron a la mayoría de los mutantes. Quizá los otros descubrieron el
peligro que corrían y huyeron para salvarse.
-Van Doon podría ser uno de ellos -murmuró Dane, frotándose el mentón-. ¿Qué sabe acerca
de él?
-¿«Era»?
-Siempre rebautizamos a los lotófagos, además de revisar sus historias personales -explicó
Messenger-. Lo hacemos para evitar que los antiguos nombres aviven los recuerdos, en casos
de amnesias leves. Y para confundir a quienes siempre tratan de interrogar a nuestros
empleados.
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-Aproximadamente veintiocho años, o sea que es lo bastante joven para ser un mutante. -£l
creador hablaba lenta y calmosamente, para conservar sus fuerzas-. Creo que nació en los
Estados Unidos, y sé que recibió una buena educación científica. Vino por primera vez a
Nueva Guinea hace cuatro años, en misión secreta para realizar una investigación de guerra
bacteriológica para los Estados Unidos. En las revistas de medicina habían aparecido algunos
artículos sobre nuestra encefalitis artificial, y él fue enviado para estudiar su posible uso
militar. Se hizo pasar por médico de una misión, en la reserva del río Sepik. Trató a varios
nativos que habían sido atacados por el virus al penetrar en nuestras concesiones.
Aparentemente, sus experimentos le convencieron de que el virus no servía para fines
militares (yo había tenido en cuenta este peligro al mutarlo). Es transmitido sólo por las
moscas mutantes, y el radio de acción de éstas está limitado a las zonas donde tenemos
nuestras concesiones. Sin las moscas, la forma de inocular el virus es por medio de
inyecciones hipodérmicas. Trató de autoinmunizarse, y creyó haber tenido éxito. Nuestros
empleados consiguieron mantenerlo confinado en la reserva, y no se contagió..., en esa
oportunidad. Pero volvió un año más tarde. Nuestra gente debió de haberle demasiadas
informaciones durante el primer viaje, porque regresó al frente de una expedición militar
privada. De alguna forma había conseguido tres bombarderos livianos, de los excedentes
militares del ejército. Estaban bien armados, y los soldados eran hombres escogidos y bien
adiestrados, tan recios como él, dispuestos a morir por el secreto de la creación. Un día atacó
nuestro centro de operaciones de Edentown cuando amanecía. Destruyó el transmisor de
radio, bombardeó los caminos y las lineas telefónicas, ametralló los muelles y las factorías y
las oficinas. Se apoderó del aeródromo. Tomó el puente, y luego la ciudad. Finalmente
capturó el laboratorio de mutaciones. -Messenger sonrió débilmente-. Fue una operación
estupenda. Perfectamente planeada y brillantemente ejecutada. Vic era un hombre intrépido:
nadie había llegado nunca tan lejos. Pero se desorientó cuando no encontró nada en el
laboratorio. Él buscaba a Charles Potter, que no existió nunca. A pesar de sus precauciones,
las moscas negras los contaminaron a él y a todos sus hombres. Creían ser inmunes, pero el
homo sapiens no puede inmunizarse. Las moscas negras evitan a los lotofagos, pero todos
esos piratas recibieron picaduras antes de estar una hora en tierra. Cuando se dieron por
vencidos y quisieron partir, estaban demasiado enfermos para levantar el vuelo. Tres de ellos
murieron cuando trataron de hacer despegar un avión. Los restantes se convirtieron en fieles
empleados.
-Tres años son muchos para que Van Doon mantuviera su simulación -confesó finalmente-.
Pero el secreto de la mutación valdría ese esfuerzo, si él todavía tiene interés en obtenerlo. -Se
inclinó hacia delante con expresión de urgencia-. ¿No podemos dejarlo en algún lado?
-Todavía no -murmuró Messenger laboriosamente-. Quizá más tarde. Hablaré con Nan acerca
de esto. Pero ahora lo necesitamos para que nos lleve. Humano o no, es un buen piloto, y éste
será un aterrizaje difícil.
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Dane volvió desganadamente al salón. Miró hacia las ventanillas, pero éstas estaban
empañadas por la lluvia, y todo lo que vio fueron las espesas nubes que iban quedando atrás.
Se sentó cansadamente, porque no tenía otra cosa que hacer. Durante un tiempo luchó contra
su dolorido agotamiento, pero, finalmente, debió de quedarse dormido.
Estaba junto a él, mirando al exterior. La fuerte luz que entraba por las ventanillas encontraba
todo el rojo de su cabello, y le daba a su piel un tono de marfil rosado y traslúcido. Parecía
sonrojada y embellecida por la excitación.
-Nos hemos escabullido de Gellian -dijo-. Éste es nuestro refugio, y creo que ahora estamos a
salvo de los hombres.
Él corrió a su lado y miró ansiosamente. Las nubes habían desaparecido. Muy abajo vio un
laberinto de montañas, todas ellas cubiertas con mantos de grandes árboles que las hacían
parecer engañosamente suaves, como una alfombra arrugada. Al frente, por encima del verde
resplandeciente de la selva iluminada por el sol, se elevaba una oscura pendiente de cantos
rodados, que terminaba bruscamente al pie de un precipicio de rocas basálticas desnudas. Por
encima de los acantilados, un pico se erguía en la distancia, brillando contra el cielo azul de
aquella inmensa altura con los destellos de la nieve fresca.
Era una estrecha garganta, cortada en la misma oscura formación basáltica que habían visto
antes. Un torrente de deshielo formaba un penacho blanco de espuma en su extremo, al
precipitarse en un estrecho lago azul, y su entrada estaba vigilada por un árbol enorme y
solitario.
-¡Es ésa! -exclamó Nan, señalando la cañada-. La reconozco por lo que me ha contado el
señor Messenger acerca de ella. Es el escondite que encontró cuando vino por primera vez a
Nueva Guinea para alejarse de los hombres. Ahora es nuestro.
El avión estaba planeando entre los acantilados, y él se inclinó ansiosamente para estudiar el
paisaje. Vio herrumbradas vetas verticales provenientes de depósitos de hierro, y otra ancha
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veta negra que brillaba con el lustre opaco de la pechblenda, y una mancha amarilla que debía
de ser la carnotita.
-Esa roca parece rica en minerales -dijo él apresuradamente, con voz enronquecida por el
asombro-. Incluso hay rastros de uranio. Pero no veo construcciones. -Y entonces lo dominó
la aprensión-. ¡Ni ningún lugar donde aterrizar!
-Tendremos que descender en el lago -contestó ella con voz baja y nerviosa-. Eso será
peligroso, especialmente para el señor Messenger. -Señaló rápidamente un bulto amarillo,
colocado junto a la portezuela-. Un bote salvavidas de goma. Tendremos que lanzarlo al agua
apenas nos detengamos, y habrá que bajar al señor Messenger antes de que el avión se hunda.
Ya habían recorrido toda la longitud de la cañada. El avión se elevó bruscamente para evitar la
catarata, y volvió a volar sobre los oscuros acantilados, como si se estuviese preparando para
acercarse nuevamente.
-Esto no me gusta mucho -murmuró Dane nerviosamente, y volvió a mirar el árbol gigantesco
de la boca de la cañada-. Tendremos que aproximarnos a muy baja altura, para perder la
velocidad necesaria, y no veo espacio para pasar junto a ese árbol.
-¡Vic puede hacerlo! -dijo ella con una sonrisa confiada-. Es un píloto excelente.
Dane soltó su mano. Quería hablarle acerca de Van Doon, pero no sabía con certeza cómo
empezar. Era probable que a ella le molestasen sus palabras, y decidió esperar a que llegasen a
tierra, después del aterrizaje forzoso. Incluso entonces, si Van Doon había conducido la
operación con éxito, sería difícil poner en duda su lealtad.
-En realidad el amerizaje en el lago será lo más seguro -manifestó ella tranquilamente-. El
señor Messenger dice que el lago es muy profundo, y el avión se hundirá sin dejar rastros que
los pilotos de Gellian puedan ver.
-No sé si eso tiene importancia -murmuró él, volviéndose hacia la joven-. De todos modos, no
tardarían en encontrarnos, aun aquí. Registrarán toda Nueva Guinea, ahora que Cadmus ha
quebrado. El secreto de la mutación será un incentivo suficiente para atraerles..., además de
esta promesa de uranio. Me temo que todavía no estamos a salvo.
Ella lo enfrentó, y al principio su rostro bronceado adoptó una expresión muy seria. Sus ojos
se encontraron con los de él, estudiándolo cándidamente. Su frente se violcruzada por arrugas
de preocupación, pero su sonrisa las borró en seguida.
-Quizá no debería decírselo, pero lo haré -murmuró ella, y se acercó impulsivamente a Dane-.
Después de todo, es nuestro secreto. Creo que usted debe conocerlo, por si no sobrevivimos
todos después del descenso...
-Nos iremos de aquí -prosiguió ella-, antes de que los hombres puedan encontrarnos.
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-Una nave espacial nos está esperando -explicó ella-. No conoceremos toda su potencia hasta
que la hayamos probado, pero creo que será mejor que las naves que están construyendo los
hombres, porque es impulsada con energía atómica..., y en estos acantilados hay uranio.
-¿Energía atómica? ¿Una nave espacial? -él meneó la cabeza, con expresión incrédula-. Se
necesitarían centenares de expertos y millones y millones de dólares en equipos para construir
una astronave impulsada por fisión nuclear -protestó él-. No he visto ninguna fábrica de ese
tipo en la región.
-El señor Messenger es el creador -le recordó ella suavemente-. No necesita fábricas para
construir esos aparatos.
-¿De qué otra forma...? -Dane tragó saliva, súbitamente enmudecido por el desconcierto-.
¿Quiere decir que construyó una nave espacial con una mutación de genes? ¿Que la ...
cultivó?
Se volvió bruscamente hacia las ventantas, y buscó el árbol gigantesco que crecía en la boca
de la cañada. Lo único que vio fue la nieve resplandeciente, las oscuras rocas desnudas y las
blancas masas de nubes que se apilaban contra el fondo de las montañas. No distinguió el
árbol, y se volvió nuevamente hacia Nan.
-No es tan difícil como usted cree cultivar una máquina -dijo ella- La mayoría de los objetos
vivientes son mucho más complicados que cualquier mecanismo, si uno lo piensa bien. El
señor Messenger afirma que la nave espacial constituyó un problema más fácil de resolver
que usted o yo. Casualmente, en una oportunidad, me hizo hacer un intento para practicar.
-¿Era...? -Dane trató de humedecer su áspera garganta-. ¿Era lo que me mostró Gellian? ¿Una
especie de árbol de Navidad, parcialmente metálico, que se nutría de trozos de hierro, y de
roca dispersos en un tiesto, y con una nave de juguete colgada de él?
-Fue mi primera mutación..., exceptuando uno o dos virus nuevos -asintió ella-. La logré el
otoño pasado, en Nueva York. El señor Messenger estaba tratando de enseñarme a mutar los
mulos, pero todavía resultaban demasiado difíciles. Hice la prueba con la nave espacial,
porque me dijo que sería más sencilla, y porque yo ya imaginaba que la necesitaríamos para
huir de los hombres.
-Yo se la dejé porque se estaba haciendo demasiado audaz –contestó ella- Sus hombres
mataban a demasiadas criaturas precoces, tanto humanos como mutantes. Con su mapa y sus
otras pistas, se estaba acercando demasiado al señor Messenger. Mi regalo de Navidad los
desconcertó a todos, y me ayudó a rescatar a muchos niños. -Una sonrisita dura cruzó por su
rostro, cuando se refirió a esta victoria limitada-. Gellian había empezado a usarlo como
elemento de convicción cuando se lo mostró a usted, pero yo puse fin a eso la noche en que
partimos de Nueva York. Estuvé en su oficina y lo destruí, junto con la mayor parte de sus
otras pruebas de nuestra existencia.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-No se atormente por eso -dijo ella, tomando su mano comprensivamente-. Yo soy la
responsable. Y ahora no tendrá importancia, si llegamos a la nave
El se volvió nuevamente, agradecido, para buscar la estrecha cañada situada entre los
acantilados, frente al avión. Todavía no la vio, pero fue sacudido por un recuerdo súbito.
-Yo estaba enterado de la existencia de ese árbol -afirmó, y miró a Nan con expresión
preocupada-. Brilla por la noche con un frío resplandor azuñado. Es en su mayor parte de
hierro, muy magnético, pero tiene sufíciente uranio como para activar un contador Geiger. Un
hombre se le acercó lo bastante para arrancarle una rama.
-¿Quién se lo contó? -preguntó ella, con los ojos dilatados por el temor
-El hombre que obtuvo la rama fue un holandés llamado Heemskirk. Las moscas negras lo
picaron, pero conservó la memoria el tiempo suficiente para hablar acerca del árbol. -Dane
titubeó, frunciendo el ceño-. Debe haber examinado el árbol detenidamente, pero no habló de
ningún objeto raro colgado de sus ramas.
-Las mutaciones del señor Messenger son mejores que las mías –explicó ella-. Su árbol es una
obra perfecta. Es hueco..., usted ha visto lo ancho que es el tronco. La nave creció dentro, y
sus partes se formaron dentro de membranas que más tarde fueron absorbidas.
-¿Y todavía está escondida allí? -inquirió Dane, estremecido por el desconcierto-. ¿Hasta
dónde..., hasta dónde nos llevará? -agregó con un susurro.
-No lo sé -respondió ella en voz baja, como si compartiese su reverencia-. El señor Messenger
vino a verlo hace cuatro años... Lo había dejado en crecimiento mucho tiempo atrás, cuando
partió para organizar la compañía. Lo encontró completamente formado, con los tejidos
matrices ya absorbidos. Entonces no trató de probarlo, pero cree que podrá llegar a Venus o
Marte.
-Sé que es una actitud desesperada -asintió ella, cerrando sus dedos sobre los de él, como si
intuyese su temor-. Pero es mejor que esperar que Gellian nos mate. Al principio la vida en
otro mundo será difícil, pero podremos vivir en la nave hasta que aprendamos bastante de
mecánica genética como para producir una generación de mulos... o de algo parecido a ellos,
para que nos ayuden a construir un mundo habitable para nuestros semejantes.
Este audaz proyecto conquistó a Dane, y lentamente transformó su miedo en una excitada
ansiedad. La colonia sería una pequeña avanzada contra el peligroso enigma. El sol resultaría
demasiado cálido o demasiado frío, la fuerza de gravedad estaría cambiada, el aire sería
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¡Podremos hacerlo! -exclamó, apretando su mano tensa, para serenarla-. Bastará con que
aprendamos verdaderamente la técnica de las mutaciones. Incluso si encontramos formas de
vida hostiles, seremos inmunes a las infecciones, y quizá podamos convertir las especies
enemigas en otras útiles.
-Creo que triunfaremos -asintió ella con una sonrisa confiada, mirando por las ventanas, como
si estuviese viendo algo situado mucho más allá del pico resplandeciente del monte
Carstensz-. Creo que podremos construir un nuevo santuario..., y entonces volveremos en
busca de los niños.
-Me estaba preguntando dónde los escondió -manifestó Dane ansiosamente-. ¿No están aquí?
-No -contestó ella, meneando la cabeza-. Fue difícil decidir lo que haríamos con ellos.
Teníamos miedo de reunirlos en Nueva Guinea, o en cualquier otra parte, porque entonces
Gellian podría haberlos exterminado a todos con un solo ataque. Ni siquiera podía explicarles
toda la verdad, cuando trataba de prevenirlos, porque muchos de los que corrían peligro eran
humanos, e incluso los mutantes no tenían edad suficiente para ofrecer seguridad. -La
preocupación le arrugó el ceño-. Era un problema difícil, y aún no estoy segura de haber
encontrado la mejor solución. Pero todavía no veo otra.... hasta que hayamos encontrado un
refugio seguro. Escondimos a las criaturas entre los hombres, hasta que lleguen a la edad
adulta, y las dejamos allí.
-Hablamos con los niños, y con la mayoría de los padres. Lo que les dije fue una variación de
la misma historia que habíamos inventado para las personas que no eran aprobadas en los tests
del Servicio Sanderson.
-¿Acerca del proyecto secreto de reproducción selectiva? -inquirió Dane con una sonrisa
amarga-. Lo recuerdo..
-Les dije a los padres que sus hijos superdotados habían sido seleccionados para un
experimento de largo alcance sobre genética humana. Les previne que corrían peligro de
muerte por la acción de un grupo asesino de oposición. Cuando se mostraban escépticos, les
daba el dinero necesario para convencerles y para ayudarles a proteger y educar a los niños.
Estos regalos contribuyeron a causar la ruina del señor Messenger. También veía a cada
criatura a solas. Les prometí que volveríamos con una ayuda mayor, y les enseñé a cada una
una serie de claves para reconocer a las personas en las cuales podían confiar. A los niños que
me parecían más responsables, los armé con inyectores cargados con el virus del olvido. Pero
todavía están en peligro. -Su mirada preocupada bajó del pico brillante a los negros
acantilados que se erguían sobre las laderas de cantos rodados-. Sin embargo, eso es todo lo
que pudimos hacer..., excepto crear factores de distracción para alejar la cacería de ellos. Creo
que la mayoría de las criaturas sobrevivirá hasta que podamos volver a buscarlas.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
La cañada era una V aguda de cielo que penetraba en el borde de la abrupta ladera negra. El
árbol estaba cerca del vértice inferior, no más llamativo que cualquier árbol de Nueva Guinea,
y engañosamente pequeño a esa gran distancia.
-La cañada parece demasiado angosta -murmuró él nerviosamente-. Y me temo que estamos a
demasiada baja altura para alcanzarla en este vuelo.
Nan sonreía con confianza, pero la mención de Van Doon descargó sobre Dane un brutal
impacto de peligro. Heló la atmósfera a su alrededor, y aguijoneó su pituitaria con el polvo
amargo de la muerte. Barrió a la misma Nan con una iluminación oscura que la hizo parecer
extraña y fría.
-No se preocupe, Dane -dijo ella, percibiendo aparentemente su alarma, y sus dedos apretaron
los de él-. Pronto estaremos a salvo.
-No lo creo -respondió Dane, y se cogió a su mano y estudió su rostro, que se había
convertido en una impasible máscara de marfil bajo aquel brillo siniestro de amenaza. Él
captó un secreto nerviosismo detrás de ese esfuerzo por tranquilizarlo a él y serenarse a sí
misma,. e intuyó la profundidad de su confianza en él. De pronto, se atrevió a hablarle acerca
de Van Doon-: Le temo a Vic -susurró-. Me esforcé por apreciarlo, porque me parece horrible
que nos peleemos por usted. Pero no me inspira confianza, aunque sea otro mutante.
-Pero no es... --su voz titubeó, y él vio que el terror le dilataba los ojos-. Y si lo es -agregó
roncamente-, se trata de uno de los descarriados.
-Tengo una sensación... -Soltó su mano, impulsado por una fuerza imperativa-. ¡Quiero ver
qué está haciendo Van Doon ahora!
Corrió hacia la puerta del salón, y ella lo siguió en silencio. El peligro congelaba la atmósfera
en el angosto pasillo que pasaba entre los dormitorios de la tripulación. Su sensación amarga
le cortó la respiración y le quemó la lengua. Rugía en su cerebro, con más fuerza que los
motores. Brillaba desde la cabina, con más intensidad que la luz del sol.
Subió por la angosta escalerilla de la cabina de mando, y se detuvo cuando vio a Van Doon y
a Messenger. Se volvió para detener a Nan, y se llevó un dedo a los labios en señal de alerta.
El anciano creador se había deslizado hacia abajo en el asiento del copiloto, pero Van Doon
estaba inclinado hacia delante, con los auriculares de la radio sobre las orejas, gritando por el
micrófono:
Dane oyó las palabras roncas y desesperadas por encima del rugido de los motores y del
rugido más fuerte de su alarma sensorial. El término «Comopspur» lo intrigó por un instante,
hasta que lo reconoció como la abreviatura militar de «Comandante Operación
Supervivencia». El nombre de Van Doon había sido Vaughn, y ahora el espía estaba pasando
su informe.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Finalmente llegó al final de la escalerilla, con movimientos lentos como los de una pesadilla.
Le arrancó los auriculares y el micrófono a Van Doon y se abalanzó sobre él, luchando por el
control de la dirección.
Tiró de la palanca hacia atrás, luchando para sacar el avión de aquel tirabuzón suicida, pero
Van Doon volvió a empujarlo instantáneamente hacia abajo, con una fuerza monstruosa. El
espía se incorporó a medias del asiento y levantó un arma improvisada: un extintor de
incendios manual. Dane aferró el pesado cilindro, pero éste resbaló de su mano, ya
humedecida por la sangre.
-¡Señor Messenger! -Nan apareció detrás de él, y su chillido le taladró la mente-. ¡Ha matado
al señor Messenger!
- 166 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
26
Él sabía que la sensación de pesadilla no era más que una ilusión. La desesperación debía de
haber acelerado su mente a un promedio que su cuerpo no podía igualar, porque todos los
movimientos de Van Doon parecían extraordinariamente lentos como los suyos. Nuevamente
se le escapó el cilindro manchado de sangre, pero tuvo tiempo de aferrar el duro brazo de
bronce que lo sostenía. Esquivó el golpe, y se retorció para apartar a Van Doon de los
controles.
-¡Tome la palanca! -le gritó a Nan, y sus palabras parecieron tan lentas como los movimientos
de su cuerpo, y pensó que el avión se estrellaría contra el paredón rocoso antes de que ella
pudiese llegar al asiento del piloto-. ¡Tírela hacia atrás! ¡Pronto!
Los movimientos de ella debieron de ser más veloces de lo que parecían. Se instaló en el
asiento, con un sorprendente dominio de sus actos. Sus pies encontraron los controles del
timón, e inclinó la palanca mientras la tiraba hacia atrás, observando los instrumentos y la
ladera que tenía delante. Estaba tratando de alejar el avión de los acantilados en lo alto de la
ladera y, por un instante, Dane pensó que lo lograría.
Siempre había pensado, sin darle a ello mucha importancia, que era más fuerte de lo que le
correspondía por su físico. Sin detenerse a calcular los obstáculos, había atacado a Van Doon
con mucha confianza.
Sin embargo, si su fuerza era un don del creador, la lucha le dio pruebas inmediatas de que
Van Doon también era un mutante. El espía pesaba varios kilos más que él. Su brazo escapó
de los dedos desesperados de Dane, como una palanca maciza de bronce verdadero. Volvió a
subir y a bajar con el extintor de incendios, sanguinariamente veloz.
Dane levantó la mano en un gesto de defensa, pero el pesado cilindro se la bajó y golpeó su
sien. El impacto lo despidió hacia atrás. Van Doon giró instantáneamente y volvió a levantar
el extintor para golpear la cabeza de Nan.
Dane estaba medio cegado por el dolor, pero saltó hacia delante para detener el arma. Ésta
resbaló nuevamente entre sus dedos, pero tomó el codo de Van Doon y se agarró a él. Este
débil esfuerzo exigió todas sus energías. Esperaba ser rechazado, pero algo hizo que el espía
se relajara.
Torpemente comprendió que Van Doon se había detenido para esperar el choque. El morro del
avión seguía subiendo. La masa rocosa había empezado a desviarse hacia el costado, mientras
Nan trataba de virar antes de estrellarse. De pronto vieron al frente el cielo azul, en lugar de
los acantilados. Creyó que evitarían el choque... hasta que el ala derecha crujió.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
Oyó el débil grito de desesperación de Nan, y luego el chirrido del metal al desgarrarse. Un
fuerte dolor le aguijoneó las orejas cuando el aire a presión escapó de la cabina. Sintió la
sacudida del avión, y luego fue despedido contra Van Doon cuando el pájaro de acero chocó
contra otra roca. Los dos fueron lanzados hacia la parte delantera de la cabina. Algo se estrelló
contra su cabeza...
Entonces, súbitamente, todo apareció muy tranquilo. La cabina estaba fuertemente inclinada
hacia delante, y el estaba hecho un ovillo sobre los instrumentos. El cuerpo de Van Doon
estaba despatarrado sobre sus piernas, relajado en forma extraña. Percibió un olor de
almendras amargas, característico del cianuro de potasio.
La agonía de la muerte lo paralizó, con un impacto de emoción más violento que el mismo
choque. Por un instante de horror pensó que había sentido morir a Nan, pero entonces supo
que la muerte que había percibido había sido la de Van Doon. Tan claramente como si ella le
hubiese hablado, supo que Nan todavía estaba con vida, y que ni siquiera se hallaba
malherida. Todavía..., pero el tanque de combustible iba a estallar.
Un miedo malsano se apoderó de él, y luego se disipó. Aun antes de que tuviera tiempo de
recoger sus piernas temblorosas y doloridas, comprendió con una sensación de calma que no
habría incendio. Agradeció esta percepción a sus facultades de mutante, y trató de recuperar
las fuerzas y el aliento.
Sin embargo, aunque él y Nan habían salido con vida, el peligro que había percibido todavía
no se había extinguido. Seguía ardiendo como una oscura fosforescencia en la carne muerta
de Van Doon, brillando sobre la destruida cabina y la figura silenciosa del creador. Aunque no
se produciría inguna explosión, él y Nan estaban atrapados todavía en aquel extraño
resplandor. Los motivos que habían impulsado a Van Doon y las malas acciones cometidas
durante su extraña carrera seguían siendo un enigma indescifrable.
-Me encuentro bien -respondió ella temblorosamente, cerca de él-. Por lo menos... eso creo.
Dane apartó el cuerpo inerte de Van Doon de encima de sus rodillas. La sangre brotaba de sus
labios flojos, y vio pequeñas astillas de vidrio sobre ellos. La boca se abrió cuando Dane
movió la cabeza, y el olor amargo se hizo súbitamente intenso. Él le volvió la espalda, para
mirar a Nan.
Ella estaba casi a su lado, aplastada contra el voluminoso cuerpo de Messenger. Sus mejillas
estaban surcadas de sangre, pero ésta debía provenir de la desagradable herida de la cabeza
del creador, porque no vio ninguna lesión en su cara. Ella le sonrió con estremecido alivio.
-Muerto -respondió él-. Creo que como consecuencia de una ampolla de ácido prúsico que
rompió entre los dientes.
- 168 -
WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Nos fue fiel durante tanto tiempo -murmuró ella, con un tono preocupado-. No puedo
convencerme de que siempre estuvo contra nosotros.
-Pero debe de haber sido así -dijo Dane-. No creo que haya sabido nunca que no era humano.
Su inmunidad al virus protegió su memoria, y sus dotes de mutante lo convirtieron en un
espía eficiente. Si tú lo hubieses encontrado a tiempo con tu Servicio Anderson, quizás habría
sido uno de los nuestros.
Ella trató de levantarse, pero se sentó nuevamente para frotarse las magulladuras.
-¡Uno de nosotros no! -exclamó, y meneó rápidamente la cabeza-. En ese caso él habría
descubierto lo que era hace ya mucho tiempo. Debía de ser uno de los que se descarriaron. -Su
mirada dolorida se posó sobre el cuerpo que Dane tenía a sus pies, y se apartó
inmediatamente-. ¿Por qué habrá tomado el veneno?
Comprendía ahora lo que había ocurrido. El espía compartía el temor de Gellian por los
mutantes, y debía de estar convencido de que lo torturarían. Probablemente llevaba la cápsula
con veneno en la boca para proteger sus secretos si lo capturaban, y el choque la había roto.
-Yo confiaba en él -murmuró Nan-. Incluso le apreciaba.... Supongo que no podía dejar de
manifestar un poco más de personalidad que los verdaderos lotófagos.
-No debemos ser pesimistas -dijo ella, forzando una sonrisa-. Quizá nadie recibió su llamada.
Lo interrumpiste antes de que pudiese hablar mucho
-Informó dónde estábamos -murmuró Dane fríamente-. Y, de todos modos, es probable que
ésta no haya sido su primera llamada. Cada vez que yo percibía esa sensación de peligro, él
debía de estar emitiendo un mensaje acerca de nuestra ruta. Me imagino que también nos
siguieron con un radar, desde que partimos de Edentown.
-Supongo que tienes razón -asintió ella desesperadamente, y olvidó su sonrisa-. Dejaron que
los condujéramos hasta aquí. Ahora no tardarán en llegar con toda su expedición para
aniquilarnos.
-Eso significa que no disponemos de mucho tiempo -dijo Dane, mirando hacia las grandes
rocas caídas que cercaban el avión-. Tenemos que salir de aquí, si podemos, antes de que nos
vean y lancen algunas bombas para asegurarse de cuál fue la suerte que corrimos.
-¿A qué distancia está el árbol? -preguntó ella, con un brillo de remota esperanza en sus ojos-.
¿Crees que podremos llegar a pie?
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Lo intentaremos -murmuró él, dubitativamente-. La marcha será dificil, a esta altura, por la
ladera de cantos rodados, y luego por los acantilados. Pero quizás haya un sendero. -Miró el
cuerpo encogido de Messenger-. De lo contrario, ¿cómo llegó él allí?
-En un helicóptero.
Se acercó a Nan para ayudarla a levantarse, y frunció el ceño, atormentado por la docena de
luxaciones y magulladuras que le cubrían el cuerpo. Ella se inclinó para examinar la herida de
la cabeza de Messenger, de la cual había dejado de manar sangre.
-Parece una burla siniestra -susurró ella- que tuviese que morir a manos de una criatura que él
había engendrado, cuando lo único que deseaba era hacer el bien... —Se interrumpió, y se
agachó más-. ¡Pero no está muerto!
Messenger tenía la vida colgada de un hilo. El aliento agitó débilmente sus labios cuando
irguieron su cuerpo sobre el piso inclinado, detrás de los asientos, pero pareció pasar un largo
rato hasta que pudo aspirar nuevamente. Sus ojos desteñidos miraban vagamente el vacío,
entre los pliegues de carne apenas separados. Las manchas de su rostro hinchado estaban más
oscuras, y sus labios ya estaban azules.
-En su camarote hay un botiquín -dijo Nan ansiosamente-. O estaba allí antes del choque. Es
de material plástico gris, con un asa cromada. ¿Quieres ir a buscarlo?
Dane se encaminó hacia el camarote, tropezando torpemente por el piso inclinado del avión.
La luz entraba por un ancho agujero del fuselaje, en el lugar donde había estado la cocina, y
se detuvo para mirar nerviosamente hacia fuera.
Vio que las dos alas habían sido arrancadas cuando el aparato se introdujo entre los grandes
peñascos. Las alas y los motores destrozados estaban a muchos metros de distancia, separados
de sus montajes. No veía peligro de incendio, pero el alivio que ello le produjo quedó
olvidado cuando miró hacia arriba, en dirección al árbol.
La ladera subía hasta una gran distancia del lugar del accidente, sembrada de rocas que a
veces eran grandes como edificios. Más arriba, la fachada vertical del acantilado formaba otra
barrera. El árbol se erguía en la pequeña cuna recortada contra el cielo, y no parecía más
grande que una hierba.
Dane siguió avanzando por entre los restos del avión. Encontró el botiquín sobre el piso del
cuarto de Messenger; junto a él había una cantimplora metálica casi llena de agua. Los
envolvió en las mantas del lecho, y se deslizó con ese bulto en dirección a la cabina de
mando. El creador seguía sin conocimiento y respiraba lenta y muy débilmente. Nan tomó el
botiquín en silencio, frotó con un algodón el brazo fofo y le clavó una aguja hipodérmica.
Palpó su pulso y se inclinó para auscultar su pecho. Finalmente meneó la cabeza.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-No parece haber hecho efecto -dijo-. Me temo que nada le ayudará, a menos que lo llevemos
pronto a una cabina de presión regulada. Tendremos que bajar la astronave hasta aquí.
-Tendré que acompañarte -respondió ella-, porque la nave está protegida. Yo sé cómo entrar
en ella, y también sé algo acerca de la forma de pilotarla. Cuando trabajaba el año pasado con
mi propio árbol mutante, dediqué meses a estudiar los planos y las instrucciones que el señor
Messenger había preparado para esta nave.
-Será una subida terrible -protestó él, intranquilo-. ¿No crees que debemos intentarla juntos?
-Me gustaría que te quedases -susurró-. Temo dejarlo solo durante tanto tiempo. Necesitará
otra inyección dentro de una hora. Te mostrare qué es lo que debes hacer. ¿Te quedarás?
-Tú no le conoces como yo -agregó Nan suavemente-. Supongo que no has aprendido a
amarlo. Pero los dos tenemos una deuda con él.
Dane miró al creador, que luchaba débilmente para respirar. Por un instante pensó en Cadmus
y en los mulos verdes y en el virus del olvido, diseñados todos para proteger a la nueva raza.
Esa era la deuda, y él se sintió súbitamente ansioso por saldarla dentro de sus posibilidades.
Ella lo besó inesperadamente, y luego abrió el botiquín para indicarle lo que debería hacer
cuando el corazón cansado de Messenger volviese a fallar. Pocos minutos después estaba lista
para partir. La portezuela del avión había quedado doblada y atascada, pero él la ayudó a
pasar por el agujero del fuselaje. Nan se alejó en dirección al primer gran peñasco abrupto que
se erguía arriba, y entonces se volvió impulsivamente.
-Me alegro de que hayas aceptado quedarte -exclamó. Las lágrimas brillaban en sus ojos, y
todos los rastros de temor y fatiga habían sido borrados de su rostro bronceado por una súbita
ternura-. Me alegro de que comprendas.
El quiso tomarla entre sus brazos, pero no tenían tiempo para eso. La emoción le cerró la
garganta, de modo que ni siquiera pudo hablar. Trató de sonreír, pero sintió que sus rasgos
estaban rígidos y entumecidos. Todo lo que logró fue sacudir la cabeza y levantar la mano,
con un gesto torpe que pareció no decir nada.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
27
Nan se volvió nuevamente y empezó a trepar. Con su overol blanco parecía esbelta y fuerte, y
trepó por el costado del primer peñasco gigantesco con una gracia rápida y segura. Él sabía
que estaba dotada de la resistencia del homo excellens, pero sintió un escalofrío cuando vio
nuevamente el árbol, tan lejos de ella.
Nan desapareció durante un momento de su campo visual, en lo alto del peñasco; luego volvió
a verla, mientras corría a lo largo de un afilado borde rocoso para saltar sobre la ancha
abertura entre los rocas. El salto la hizo desaparecer de su vista, y por un largo rato sintió un
miedo torturante de que hubiese caído.
Cuando volvió a verla ya estaba a gran altura, y era una pequeña figura blanca que luchaba
contra las barreras y las distancias que se hacían aplastantes cuando la insignificancia de ella
revelaba su verdadero tamaño. Todavía le faltaba por recorrer la mayor parte de la ladera, y
luego tendría que trepar por los acantilados.
La vio caer. El peñasco que estaba escalando no parecía desde aquella distancia más grande
que un guijarro, pero medía varias veces su estatura. Había recorrido la mitad de su fachada
cuando la vio resbalar y rodar hacia atrás. Permaneció tendida durante un largo rato, bajo los
rayos del sol que castigaban la cornisa rocosa de abajo, pero finalmente se incorporó, se
agachó para darse masaje en las rodillas lastimadas, y finalmente reanudó el intento.
Se detuvo en el lugar desde donde había caído, como pegada a la roca. Él la imaginó
buscando algún saliente donde apoyar el paso, y lo estremeció el temor de que volviese a
resbalar. Pero Nan siguió trepando hasta lo alto del peñasco, giró hacia él para saludarlo
agitando la mano, y siguió su rápida marcha hacia la siguiente chimenea rocosa que tendría
que escalar.
Dane la vio desaparecer, y regresó nerviosamente junto al creador herido. El estrecho espacio
donde yacía el anciano estaba recalentándose porque los rayos del sol caían verticalmente
dentro de la cabina estrellada. Dane sacó las mantas del avión y preparó un lecho más cómodo
sobre una roca chata que estaba protegida por la sombra de una de las alas retorcidas.
Messenger seguía desmayado y respiraba tan débilmente, que parecía a punto de resbalar por
el borde de la vida, perdiendo su terco apoyo. Su cuerpo pesado hacía difícil moverlo. Dane
arrancó una puerta del interior de la cabina para usarla como camilla, y lo arrastró fuera del
avión sobre la misma.
Pareció respirar más libremente en el aire fresco del exterior, y se movió súbitamente mientras
Dane estaba vendando la herida de su cabeza. Su mano temblorosa subió para tocar las
vendas, y sus ojos claros volvieron a abrirse, despiertos e inteligentes.
-Van Doon -dijo Dane, y le explicó lo ocurrido-. Nan volverá a la nave antes de que
anochezca -agregó, con más confianza de la que sentía-. Todo lo que tenemos que hacer es
esperar aquí su regreso.
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-Es difícil matarme -comentó Messenger, con una débil sonrisa-. Hace años que la gente
intenta hacerlo.
Permaneció acostado durante un largo rato, con los ojos cerrados, como si estuviese exhausto.
Finalmente, Dane se inclinó para contar sus pulsaciones, preguntándose si su resistencia
estaba cediendo.
-¡Todavía no! -exclamó el viejo, apartando su muñeca con inesperado vigor-. Yo te avisaré
cuando necesite otra inyección. -Miró durante un momento a Dane, con una especie de serena
fijeza-. ¿De modo que tú y Nan partiréis rumbo a las estrellas? -susurró finalmente-. Dane,
¿qué piensas de ella?
-No lo sé --empezó a decir Dane, pero la muda invitación de los ojos de Messenger le hizo
sentir deseos de ser completamente sincero-. Sí, lo sé -exclamó impulsivamente-. Es perfecta.
No hubo ningún error en los genes que usted ordenó para ella. Lamento haber pensado ciertas
cosas de Nan... cuando creí que había asesinado a Nicholas Venn, y cuando sospeché que Van
Doon era su amante. Porque es... ¡formidable! Creo que estamos enamorados.
Desde la piedra chata donde estaba sentado, junto al anciano, Dane alcanzaba a ver el árbol,
erguido en la alta garganta. Estudiaba nerviosamente las rocas y los acantilados más bajos,
pero no veía a Nan. Temía que hubiese resbalado nuevamente, pero trató de ocultar su
torturante temor cuando descubrió que Messenger lo estaba mirando. El creador volvió la
cabeza y vió el árbol lejano. Dane sintió que se ponía rígido.
-Tienes motivos suficientes para preocuparte -susurró-. No sabía que era una ascensión tan
difícil. ¿Por qué no la acompañaste?
-No mientas -gruñó Messenger-. ¿Por qué no confiesas que te pidió que te quedaras para
cuidarme? ¡Qué tontuela adorable! Será mejor que la sigas, si sabes por dónde fue. Necesitará
ayuda.
-Ella quiere encontrarlo con vida cuando descienda con la nave -contestó Dane meneando la
cabeza.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-¿Es posible?
-No es un sueño -dijo Dane. Se había quedado a petición de Nan, pero ahora se alegraba de
haber permanecido junto al creador-. Ella volverá. -La esperanza se reflejó nuevamente en su
voz-. Pronto lo tendremos a salvo en la nave.
-No -murmuró Messenger, y sacó su mano hinchada de debajo de las mantas, para tocar la
piedra negra desnuda-. Moriré aquí.
-Es cierto -jadeó el creador-. Ya se ha terminado la cuerda del viejo reloj. Nan quería hacerlo
funcionar nuevamente. Dentro de algunos años sabrá cómo se puede hacer eso. Pero hoy le
corresponde detenerse.
-¿Eh? -preguntó Dane, desconcertado-. ¿Cree que verdaderamente puede ver en el futuro?
-De a una célula por vez, y con pocos días o incluso algunas semanas de anticipación -
murmuró serenamente-. Todavía puedo hacerlo, a pesar de mi derrame. Estuve examinando la
condición futura de mis propias células cerebrales. Hoy morirán todas.
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-Casi un mes. No se lo conté a Nan, pero este es el motivo por el que la traje. aquí con tanta
prisa y me esforcé tanto por ayudarla a transmutar esos mulos. -Sus ojos desteñidos miraron
fijamente a Dane, sin darse todavía por vencidos-. No quería dejarla sin protección.
El brillo de sus ojos le produjo a Dane un sobresalto. Su muerte en ese día era muy probable,
bajo las bombas de Gellian si no era por un síncope, pero ya había inventado bastantes
mentiras ingeniosas en defensa del homo excellens, y probablemente ésta era otra de ellas.
-De modo que estás desperdiciando tu vida -susurró Messenger-. La arriesgas inútilmente,
esperando que los aviones de Gellian te sorprendan aquí. Nan te necesita, y ya has hecho por
mí prácticamente todo lo que está en tus manos. Ponme otra inyección, si lo deseas, y luego
inicia tu marcha.
-No, no me iré -afirmó Dane, y empezó a desinfectar el brazo para clavar la aguja-. No confío
plenamente en su visión del futuro, y me temo que mirar el porvenir sea un asunto peligroso.
-¡Bastal -exclamó Messenger, con inesperada energía-. Ponme la inyección y vete mientras
sea posible.
-Desde pequeña estaba convencida de que moriría en la mesa de operaciones. Cuando empezó
a sentir los síntomas del cáncer, el temor de morir le llevó a postergar la operación hasta que
fue demasiado tarde para salvarle la vida. Esta convicción de que moriría fue lo que la mató.
-Y usted quiere preparar su muerte de la misma forma -insistió Dane-. Si me voy, usted
probablemente morirá antes de que Nan regrese con la nave. -Pellizcó la carne fofa y clavó la
fina aguja-. Pero le prometí a Nan que me quedaría. Y cumpliré con mi palabra.
-Es un error mío -dijo, y sus ojos parpadearon, como si estuviesen velados por el cansancio-.
Debería haberte hecho menos tonto. ¿O acaso me equivoco? -Sus ojos se cerraron, y su
susurro apenas fue audible-. Tú y Nan estáis desperdiciando vuestras vidas por nada, pero
quizás eso se deba a que sois sobrehumanos. Y quizá no sea inútil...
Su voz se apagó. Dane temió que se estuviera muriendo, y buscó rápidamente su pulso. Fue
difícil de encontrar, y al principio resultó muy débil e irregular. Pero pareció adquirir mayor
fuerza y firmeza a medida que la inyección hacía su efecto. Su respiración lenta se hizo más
serena, y el mortal color azul se atenuó en sus labios.
Con la esperanza de burlar la muerte ya prevista del creador, Dane trepó a la enorme roca que
había roto el ala del avión para buscar a Nan. Miró contra el caluroso reflejo del sol de
mediodía hasta que los ojos le dolieron y se empañaron de lágrimas, pero lo único que vio fue
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
la enorme pendiente de bloques rotos de basalto, los altos acantilados desde donde se habían
desmoronado, y el árbol aparentemente pequeño, en la lejana abertura.
Miró el árbol, con la esperanza de que el tronco macizo se partiera en dos, abriéndose como
una flor para revelar el fuselaje de la nave. Sus ojos se esforzaron para ver el alto huso
brillando bajo el sol, maravilloso y resplandeciente, y elevándose luego lentamente de su
cascarón roto sobre los propulsores atómicos recalentados al rojo blanco.
Pero nada salió del tronco, y su imaginación trastornada empezó a reflejar a Nan caída al pie
de una traicionera cornisa o desplomándose impotente por un precipicio, o muerta en el
interior de la nave al intentar ponerla en marcha. No podía dejar de recordar que nunca había
sido probada ni olvidar las mutaciones que habían fallado.
Cansado y deprimido, bajó nuevamente hasta la piedra chata donde el creador yacía
desmayado. El tiempo transcurría lentamente. La tormenta que había visto en las laderas de la
montaña debía de haber seguido creciendo, porque un manto de altas nubes cubrió el sol y
enfrió súbitamente el aire. Extendió una nueva manta sobre Messenger, y se puso de pie una
vez más para buscar a Nan, hasta que el árbol mismo empezó a desaparecer y borrarse delante
de sus ojos. Se sentó nuevamente, temblando por efecto del viento frío.
Las nubes bajaban y se oscurecían. A lo lejos los truenos retumbaban contra los acantilados.
Al principio le pareció que la tormenta estaba cruzando las cumbres, pero entonces la
vibración del sonido se hizo más estable en el aire, y tuvo un efecto más alarmante que
cualquier trueno natural.
-Bien, Dane -dijo Messenger, nuevamente despierto, y mirándolo tristemente desde su lecho
improvisado-. Lamento que no te, hayas ido mientras tenías una oportunidad de hacerlo.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
28
Messenger preguntó con desasosiego por Nan; Dane estaba subiendo por la roca para buscarla
con la mirada cuando experimentó la conocida sensación de peligro. Se volvió, y el oscuro
resplandor amenazante atrajo inmediatamente su mirada hacia el helicóptero que descendía
sostenido por su serena hélice, como brotando del atronador rugido de los motores del cielo.
-Escóndete -exclamó Messenger detrás de él-. Quizá todavía puedas huir
Pero ya le habían visto. El aire se estremeció con una descarga más próxima de sonido, y el
helicóptero detuvo su descenso. Él vio cómo las ametralladoras de las torrecillas giraban para
cubrirlo. Crispó violentamente las manos vacías, pero ya había pasado el momento de la
acción. Descendió lentamente para esperar junto a Messenger.
El helicóptero describió un círculo sobre ellos, manteniéndose a una distancia prudente. Era
un pesado aparato militar, y la cabina cerrada estaba cubierta por un camuflaje verde y gris.
Distinguió la insignia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos parcialmente cubierta por las
iniciales apresuradamente pintadas en negro de la Operación Supervivencia.
Las ametralladoras no dispararon. Después de describir los lentos círculos sobre los restos del
avión, el helicóptero se elevó un poco, flotó inciertamente, y por fin se posó sobre un peñasco,
un poco más allá de los motores estropeados del avión. los militares saltaron sobre la roca,
seguidos por un hombre vestido de civil.
Bajaron un trecho entre los restos metálicos y las piedras partidas, y luego se detuvieron,
titubeando. El civil empezó a agitar nerviosamente un pañuelo blanco. Dane le hizo señas
para que se adelantase, y entonces tuvo un desagradable sobresalto al reconocer al hombre del
pañuelo.
¡John Gellian!
Dane no pudo contener un paso de retroceso al ver a su implacable enemigo, pero Gellian no
parecía un triunfador. Tenía los ojos hundidos, y su rostro ensombrecido por la barba estaba
adelgazado por algo más peligroso que la ansiedad. Parecía tan enfermo como el creador.
-Hola, Belfast -dijo, deteniéndose sobre el borde de la cornisa, y señaló a los los militares que
lo acompañaban-. El general Soames y el coronel Humoldt -los presentó-. El general Soames
es el comandante de la Operación Supervivencia.
Los militares hicieron un frío saludo con la cabeza, y miraron nerviosamente a su alrededor,
mientras Gellian se acercaba a Dane. Evidentemente él era el verdadero jefe, y Dane notó que
el general desaprobaba duramente sus métodos nada castrenses.
-¿Su espía? -Dane señaló los restos del avión-. Lo encontrarán allí.
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WILLIAMSON, JACK LA ISLA DEL DRAGÓN
-Rompió con los dientes una cápsula de cianuro de potasio -respondió Dane-. Antes de
descubrir que se había equivocado de bando.
-¿No querrá decir...? -Gellian retrocedió un paso, y meneó con incredulidad su flaca cabeza-.
Era nuestro mejor agente.
-Era un mutante -explicó Dane-. Ese era el secreto de su éxito. Los hombres no pueden ser
inmunizados contra el virus de la encefalitis.
-Si eso es cierto, me alegro de que esté muerto. -Gellian se apartó con desconfianza de Dane
para mirar la figura postrada de Messenger-. ¿de modo que usted es el creador? -Apretó los
labios con un odio despectivo-. ¡Traidor! Pero deseo hablar con usted.
-Entonces será mejor que se dé prisa -dijo Messenger, levantando débilmente su cabeza
vendada-. No podré seguir hablando durante mucho tiempo.
-¿No podemos librarnos de eso? -Señaló temerosamente a Dane, con la voz cargada de
aborrecimiento-. Quiero tratar con usted y no con sus monstruos.
-Que se quede -murmuró Gellian desdeñosamente-. No podrá estorbar mucho. -Se volvió
hacia Dane con una expresión malévola en su rostro macilento-. Estamos en comunicación
permanente con los aviones de arriba -señaló el helicóptero, que esperaba con los motores en
marcha y las ametralladoras enfiladas hacia ellos-. Si nos ocurriese algo, o si se interrumpe
nuestro contacto radiofónico, tienen órdenes de saturar toda esta zona con bombas H.
Incluyendo la cañada situada más allá de ese árbol. No olvide eso, mientras planea sus tretas
de mutante.
-Quiero algunas informaciones -gruñó Gellian-. Acerca de estas cosas que ha creado.
-Si verdaderamente desea saber la verdad... -Messenger estiró sus manos temblorosas-,
ayúdenme a levantarme, para que pueda hablar.
Lo tomaron por los brazos y lo apoyaron contra una roca. Dane lo envolvió con las mantas. El
anciano respiraba con dificultad, pero sus ojos claros observaban a Gellian con su
característica paciente agudeza.
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-Los oficiales querían ordenar un bombardeo, sin intentar una negociación con usted -señaló
impacientemente al general y al coronel, que se habían acercado para escuchar-. Pero el
último informe del capitán Vaughn fue interrumpido, y yo no estoy satisfecho con el blanco
visible. -Sus ojos volvieron a taladrar coléricamente a Dane-. ¿La colonia principal de los no-
hombres está situada verdaderamente en esa cañada? -le peguntó a Messenger-. No veo
ninguna instalación... ¿Están camufladas? -se acercó nerviosamente al anciano-. Lo que deseo
es una información completa acerca del número, las posiciones, las armas y los planes del
enemigo.
-El homo excellens no es enemigo de nadie -manifestó suavemente el creador-. Pero ¿qué
motivo puedo tener para informarle de algo?
-Creo que usted necesita asistencia médica -respondió Gellian roncamente-. Podemos
brindársela, junto con una oportunidad de reparar sus crímenes contra la humanidad, si nos
ayuda a destruir estas criaturas que usted engendró.
-No es una propuesta muy alentadora -contestó Messenger con una débil sonrisa-. Ya estoy
preparado para morir, y lo que más lamento es no haber podido producir suficientes mutantes
para poblar la colonia fortificada que usted está buscando.
-No existe..., excepto en su imaginación enfermiza. -Messenger meeeó la cabeza, y luchó por
recuperar el aliento-. Usted libró la guerra contra un anciano y una muchacha y unas pocas
criaturas indefensas. Me Gano que prácticamente ha terminado con nosotros.
-Ya ha mentido bastante -exclamó Gellian, crispando un puño amenazador-. Quiero la verdad.
-Dígame dónde está la muchacha -rugió Gellian-. Y dónde escondió a esos niños. De ese
modo usted y este monstruo podrán salvarse de un severo interrogatorio. -Señaló a Dane y
consultó su reloj-. Le concedo cinco minutos para hablar.
-Gracias, John -susurró Messenger-. Tengo que decirle una cosa o dos, si me alcanzan las
fuerzas, acerca de su guerra contra el homo excellens.
-Hable -ordenó Gellian, con brusca impaciencia. Y Dane también pudo percibir en aquel
hombre un dolor físico-. Vaya al grano.
-Soy un biólogo -manifestó el creador dificultosamente-. Hace mucho tiempo que deseo
hablar con usted, John, acerca de la biología y la tolerancia..., porque creo que usted es
sincero. Creo que es bien intencionado. Lo he visto demostrar cierto grado de tolerancia. En
sus oficinas había personas de todas las razas, trabajando hombro con hombro. -Volvió a
apoyarse contra la roca, boqueó cansadamente, y finalmente jadeó-: ¿Por qué establece una
frontera para el homo excellens?
-Somos hombres -dijo Gellian. Se puso rígido, y su rostro se endureció por una agonía
interior-. Blancos o amarillos o negros, todos somos hombres. Sus monstruos nos han unido, y
estamos luchando para sobrevivir. -Sus ojos afiebrados miraron preocupadamente a Dane, y
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volvieron a Messenger-. Es inútil pedir tolerancia, porque sus criaturas no la tendrían con
nosotros si estuviésemos a su merced.
-Creo que usted podría confiar en la justicia -susurró el creador, meneando dificultosamente la
cabeza vendada-. Pero no imploro compasión. Quiero atraer su atención hacia un hecho
científico. Creo que el temor que le produce el homo excellens se funda en un malentendido
de la teoría darwiniana de la evolución.
-No nos interesa la evolución -contestó Gellian roncamente-. Simplemente luchamos para
sobrevivir, frente a sus monstruos antinaturales.
Messenger volvió a erguirse contra la roca. Dane oía el dificultoso ronquido de su respiración,
y veía el alarmante aspecto cianótico de sus labios. Sin embargo, su voz tuvo un súbito vigor
inesperado.
-Usted dejó dominar sus pensamientos por esas ideas acerca de la lucha por la existencia y
acerca de la supervivencia de los más aptos, porque no supo ver todo el proceso de la vida. Es
cierto que la lucha forma parte de ella. Pero el biólogo puede ver otro gran principio, más
importante para la supervivencia. Es el de la cooperación.
-¡Estamos cooperando... para matar a esos monstruos mientras sea posible! -exclamó Gellian.
Dane captó la verdad encerrada en estas palabras, pero vio que Gellian no estaba escuchando.
Había retrocedido ligeramente hacia los silendosos militares, y oteaba incansablemente la
ladera rocosa, como si estuviese esperando un ataque traicionero.
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-¡Hace mil millones de años! -exclamó Gellian impacientemente-. Estamos luchando para
salvarnos en el presente.
-Están destruyendo ciegamente a los seres que más podrían ayudarlos para conservar la vida -
susurró el creador dificultosamente-. El hecho es que usted está desconociendo una ley
importante de la competencia y la cooperación.
-La que contradice el instinto de rebaño -exclamó Messenger-. Demuestra la locura de esos
prejuicios, y da una base científica para la tolerancia. Es la siguiente: el terreno de la
cooperación se extiende mucho más allá de los límites de la competencia, pues ésta es tanto
más violenta cuanto más semejantes son los seres.
-¿Cómo es eso?
-Supongo que el ejemplo más sencillo de esta ley puesta en práctica es la lucha salvaje entre
los machos de la misma especie por las hembras con las cuales pueden vivir en cooperación...
La diferencia mutua es lo que hace posible y vital la ayuda mutua. -Messenger volvió a
aspirar el aire ansiosamente-. A nuestro alrededor tenemos otros muchos ejemplos. El oxígeno
que yo tanto necesito es un producto de desecho de las plantas, y el anhidrido carbónico que
exhalo es un alimento para ellas. ¿Acaso esto es competencia? -Miró seriamente a Gellian-. O
piense en su propia agenda. Emplea a personas de todas las razas, y debe de haber sacado un
gran provecho de su amplitud de conocimientos y capacidades. Su mejor agente era el capitán
Vaughn. Un mutante, que resultaba el más útil porque era el más distinto. -Messenger se dejó
caer nuevamente contra la roca, volvió a boquear, y siguió hablando tercamente-. El homo
excellens puede hacer por toda la raza madre tanto como ese espía hizo por usted. Las
diferencias son bastante grandes para colocar a la raza mutante casi fuera de los límites de la
competencia. Aunque esos nuevos rasgos y cualidades puedan ofender su instinto de rebaño,
también ensanchan las oportunidades de la ayuda mutua. Los mutantes están ideados para
brindar muchas de las cosas que les faltan a nuestra raza. Pueden equilibrar la agresividad
humana con un sentido del amor más amplio y exquisito. Creo que podrán salvar a nuestra
vieja raza belicosa de su autodestrucción.:., siempre que ustedes los dejen vivir. -La voz del
creador estaba cargada de un ansioso ruego-. ¿No ve la cordura de esto?
Gellian miró nerviosamente el árbol solitario que se erguía en la lejana cañada, estudió con
desconfianza a Dane, y luego consultó nuevamente su reloj.
-Ha vencido el plazo -le dijo a Messenger-. Todavía quiero saber dónde podré encontrar a la
muchacha y a los niños. -Señaló amenazadoramente el helicóptero que seguía esperando, y
miró hacia el cielo, desde donde llegaba un apagado rugir de motores-. ¿Va a informármelo?
-Esperaba poder hacerlo -murmuró Messenger débilmente-. Pero me temo que no presta
atención a mis palabras.
-Es cierto -asintió Gellian-. Le explicaré por qué. -Su rostro macilento estaba endurecido, pero
su voz era enigmáticamente suave-. Me estoy muriendo de cáncer..., cáncer de hígado.
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-Los médicos no pueden salvarme -manifestó Gellian-. Las drogas ya no me ayudan. -Cambió
nerviosamente de posición-. ¿Cree que puedo seguir sus argumentaciones, con este dolor?
-Si usted es un biólogo, sabe lo que es el cáncer. -Una súbita violencia quebró la serenidad de
su voz-. Es una colonia de células mutantes, tan malignas para el cuerpo como los mutantes
para la humanidad. No puedo curar el cáncer..., ¡pero todavía puedo extirpar a los no-
hombres!
-Ojalá lo hubiese sabido antes -murmuró el creador, con una mirada triste-. Porque yo también
sufrí de cáncer, en un tiempo. Un tumor maligno del cerebro. -Se volvió hacia Dane-. Te
expliqué que eso estropeó mis facultades para producir mutaciones. Cuando descubrí que se
trataba de algo más que de la senilidad, ya se había extendido demasiado para ser extirpado.
-Pero no quirúrgicamente -contestó Messenger, y su cabeza vendada miró hacia Gellian-. Este
es un magnífico ejemplo de la asistencia mutua de que le hablé. Yo ya no podía ser ayudado
por los conocimientos médicos del homo sapiens, pero Nan Sanderson me salvó la vida.
-Produjo un virus especial -susurró-. Modificó un bacteriófago común, para que se alimentase
de células cancerosas. Esa fue su primera mutación con éxito..., lograda justo a tiempo para
salvarme la vida.
-Las pulgas tienen pulgas más pequeñas que las muerden... ad infinitum -dijo el creador, con
una sonrisa burlona-. Los bacteriófagos son virus que devoran a las bacterias. Nan modificó a
uno de ellos, para dirigir su apetito hacia las células cancerosas, y nada más.
-Sí -respondió Messenger-. El dolor desapareció en pocos minutos. Todas las células malignas
fueron muertas y disueltas en forma de desechos inofensivos que el organismo absorbió
rápidamente. La recuperación fue rápida, porque los tejidos sanos no sufren ningún daño.
-Usted nos estaba apremiando demasiado -contestó el creador-. Los médicos reciben con
escepticismo estos nuevos tratamientos radicales..., lo cual se justifica. Cualquier anuncio lo
bastante completo para merecer un congreso habría traicionado la presencia del homo
excellens.
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Gellian se irguió bruscamente, con sus flacas manos crispadas. Se humedeció nerviosamente
los labios pálidos, y miró impotentemente a los militares.
-No pactaré -masculló roncamente-. Ni me dejaré engañar. Si ésta no es más que una de sus
astutas mentiras, lo pagará muy caro.
Dane hurgó en el botiquín de plástico y encontró una cajita con la leyenda «Cancerófago». La
abrió y mostró seis diminutas ampollas de vidrio perfectamente alineadas. Gellian las miró,
temblando de esperanza y de miedo.
-Tome la caja -le dijo Messenger-. Hay que inyectar el suero en la vena. Una dosis es
suficiente. Podrá preparar más suero con la sangre de pacientes en convalecencia.
Gellian estiró la mano codiciosamente hacia la cajita, pero se contuvo para mirar
temerosamente a Messenger.
-Nada -contestó el creador-. Si va a barrer todo lo otro que traté de hacer, quiero que por lo
menos salve el cancerófago. Es un regalo del homo excellens.
-No confío en usted -gruñó-. Si éste es un plan para contaminar a nuestras fuerzas con su
diabólica encefalitis...
-¡Señor Gellian! -intervino el general-. Le aconsejo que acepte el suero. Podremos hacerlo
analizar. Y creo que será mejor que conversemos un momento en privado... con permiso del
señor Messenger. Volvamos al helicóptero.
-Sí, supongo que será mejor que conversemos. -Se volvió hacia Messenger-.Esto introducirá
un cambio, si usted ha dicho la verdad. Suspenderemos el bombardeo hasta que hayamos
llegado a una decisión. Usted también está grave -manifestó en seguida-. ¿Quiere que le
enviemos una camilla? En el helicóptero tenemos un equipo de oxígeno, y podemos regular la
presión de la cabina -señaló desganadamente a Dane-. Incluso puede traerlo... a él.
-No -respondió el creador, meneando la cabeza-. Pero gracias de todos modos. Aquí nos
sentiremos más cómodos, hasta que ustedes decidan confiar en nosotros... Luego -prosiguió
jadeante-: Si van ustedes a hablar de paz, recuerden por favor que tenemos más que ofrecer,
aparte del cancerófago.
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Gellian aguardó con impaciencia que siguiera hablando, pero Dane leyó un gran interés en los
ojos de los los oficiales.
-Hay otras enfermedades que no resistirán a los bacteriófagos mutantes -prosiguió Messenger
dificultosamente-. El proceso de la mecánica genética puede revolucionar al mundo.
Casualmente, el doctor Belfast y la señorita Sanderson podrían ayudarles a proteger a la
sociedad de otros mutantes imperfectos que siguen con vida..., ¡algunos de los cuales son
verdaderamente peligrosos!
Messenger murmuró débilmente que esperarían. Su rostro estaba de nuevo manchado de azul,
y su respiración era un estrangulado silbido; no obstante, se mantuvo obstinadamente erguido
mientras los tres hombres volvían de prisa a través de las piedras y subían al helicóptero.
Entonces se desplomó contra la roca, inconsciente.
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Dane acostó al creador sobre las mantas y buscó su débil pulso. Le puso rápidamente una
inyección, pero ésta no causó efecto alguno. Su lucha por respirar parecía inútil, y el pulso
empezó a fallar. Dane se encaminó impulsivamente hacia el helicóptero, en busca de auxilio.
-Será inútil. -La cabeza vendada osciló débilmente de un lado a otro, sobre las mantas-. No
tiene importancia. Mi trabajo... está hecho.
-No estoy muy convencido -respondió Dane, tratando de aguijonear su cansada voluntad de
vivir-. Gellian todavía parece muy hostil.
-¡Y usted también! ---exclamó Dane. Se agachó para levantarle la cabeza y los hombros sobre
la manta doblada con objeto de facilitarle la respiración-. Pero deje que vaya a buscar el
equipo...
-Gracias... a los dos... -Su convulsivo espasmo atrajo más a Dane-. No puedes hacer...
mucho... por mí. Pero puedes ayudar... al viejo homo...
El doloroso susurro se cortó, y la mano crispada lo soltó. Dane la tomó para buscar
nuevamente el pulso, pero no lo halló. Cuando se agachó para enderezar el cuerpo y estirar la
manta sobre aquel rostro cansado sumido en una súbita serenidad, se sintió abatido por una
desolación total.
La muerte era un hecho irreversible que ni siquiera la mecánica genética podía cambiar. Le
dolió no haber podido postergar el fin previsto de Messenger. Durante las últimas horas había
aprendido a querer y a admirar a aquel viejo creador.
«Pero yo le conozco desde hace más tiempo.» Aquellas tristes palabras pertenecían a Nan, y
por un momento pensó que ella había regresado. «Yo lo amaba más.»
Dane miró ansiosamente a su alrededor, pero lo único que vio fue el helicóptero con las
ametralladoras todavía enfiladas hacia él, y las rocas de basalto, y los altos acantilados
situados más abajo del árbol mutante. Algo lo hizo estremecer.
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«Terriblemente herida», contestó ella. «Porque sentía un inmenso deseo de conservarlo con
vida... hasta que supiéramos bastante para rejuvenecer su mente y su cuerpo. Lo
necesitábamos, Dane. Tú y yo lo necesitábamos, y todos.»
«Sólo por su muerte», respondió ella. «Ya llegué casi hasta la cima del acantilado. Encima de
mí hay una cueva que conduce a una raíz hueca del árbol. Por ahí se llega a la nave.»
Entonces Dane comprendió que estaba captando sus pensamientos, gracias a sus nuevas
facultades.
-Iré hasta ti. -Había esperado demasiado. De pronto, la necesidad de actuar se hizo
imperativa-. No puedo hacer nada más por el señor Messenger, y creo que lograré
escabullirme entre estas rocas...
-Esperaré -asintió él-. Hablaré con Gellian, si él quiere hablar, pero me temo que las palabras
del señor Messenger no le conmovieron. Me temo que tendremos que huir para salvar
nuestras vidas y trabajar tal como el creador lo hizo, a fin de mantener nuestras promesas.
Creo que necesitaremos una base, en algún lugar fuera de la Tierra.
«Lo veremos», respondió ella. «Ahora subiré a la nave, si encuentro esa caverna y paso los
obstáculos. Quiero estudiar los controles, para que podamos levantar el vuelo cuando se
presente una oportunidad.»
En él se despertó una ansiosa esperanza cuando vio que un hombre regresaba del helicóptero.
Salió rápidamente a su encuentro, esperando noticias de Gellian, pero se encontró sólo con un
sargento sudado, que llevaba un equipo de oxígeno pintado de amarillo.
-Llega un poco tarde -respondió Dane fríamente-. Comuníquele al general que el señor
Messenger acaba de morir.
El sargento se retiró muy turbado, y Dane siguió esperando. Temía mirar el árbol mutante,
porque los artilleros seguían vigilándolo, pero a ratos tanteaba mentalmente en busca de Nan.
No consiguió hallarla. Decidió que lo que había creado un puente momentáneo entre sus
mentes debía de haber sido el dolor compartido por la muerte del creador. A medida que sus
facultades se desarrollasen, la comunión sería perfecta.
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Los motores del helicóptero habían estado constantemente en marcha, listos para levantar el
vuelo, y casi se sobresaltó cuando fueron silenciados. En medio de aquella quietud, escuchó el
ronquido de los aviones invisibles.
Durante un tiempo aquel ruido amenazante pareció tener altibajos, pero por fin se apagó
lentamente, como si los aviones se estuvieran alejando. Las nubes se oscurecieron a medida
que el sol se hundía detrás de ellas, y el viento frío que soplaba desde las nieves de las
cumbres lo estaban haciendo temblar, cuando finalmente vio a John Gellian que regresaba; su
corazón naufragó cuando notó que Gellian tropezaba contra las rocas y los restos del avión
estrellado. Temió que Gellian hubiese probado el cancerófago y se hubiese agravado.
-El creador ha muerto -dijo, sin poder ocultar su tono de desafío-. Creo que tendrá que hablar
conmigo.
-El sargento nos lo informó -respondió Gellian. Se detuvo junto al cuerpo cubierto, con el
rostro gris, y balanceándose-. Es horrible, y yo soy el culpable.
-¿Y bien? -preguntó Dane ansiosamente-. ¿Usted y el general decidieron qué harán con...
nosotros?
-Es un problema complicado -murmuró Gellian, sin apartar la vista de Messenger, y lanzando
gemidos de pena-. Es horrible..., haber perseguido a un hombre como éste hasta la muerte.
Quiero pedirle un favor -dijo con voz enronquecida por el cansancio, y cargada de una extraña
humildad-. Si usted y la señorita Sanderson no tienen inconveniente, nosotros desearíamos
llevarnos el cuerpo. ¿No se opondrán?
-Gracias -murmuró Gellian, con sus ojos hundidos iluminados por la gratitud-. No podemos
hacer casi nada por él, excepto darle sepultura.
-El general Soames me convirtió en conejillo de Indias -contestó con una fugaz sonrisa, y su
rostro cetrino adquirió una expresión de serenidad que Dane nunca había visto en él-. Creo
que las palabras de Messenger lo impresionaron más que a mí, y me explicó que yo no tenía
nada que perder, cualquiera que fuese el efecto.
-¿Y bien?
-Cortó el dolor con tanta rapidez como prometió Messenger -dijo Gellian, y volvió a mirar
con tristeza el cuerpo del creador-. No se imagina usted lo que eso significa... En este
momento me siento débil como un gatito... Supongo que será la reacción. ¡Pero me pondré
bien! Espero poder dormir esta noche sin fármacos, algo que no he hecho desde hace meses.
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-Me alegro -susurró Dane-. Temí que hubiese fracasado. -Miró ansiosamente a su
interlocutor-. ¿Pero qué harán ahora con nosotros?
-¿Cuál es el problema?
-Es muy poco lo que podemos hacer -murmuró Gellian titubeando, y lo miró
dubitativamente-. Y es imposible decidir lo que debemos ofrecerles, porque casi todo depende
de ustedes. No podemos afirmar nada, mientras no sepamos lo que pedirán ustedes.
-Tienen derecho a más de lo que estamos en condiciones de ofrecer -insistió Gellian-. Por
Messenger no podemos hacer nada, excepto sepultarlo, pero queremos hacer por ustedes todo
lo que esté en nuestras manos..., en homenaje a él.
-¿De modo que piensan dejarnos con vida? -exclamó Dane, y sintió que sus rodillas se
aflojaban súbitamente-. Eso es toda lo que necesitamos.
-Creo que ustedes todavía corren peligro, pero estamos haciendo todo lo que podemos para
solucionar eso -dijo Gellian, y meneó la cabeza tristemente-. Necesitaremos mucho tiempo
para desarraigar todo el miedo y el odio que hemos sembrado. Sé que es imposible borrar
todos los daños que hemos causado, o devolverles la vida a esas criaturas. Pero la cacería de
brujas ha terminado.
Dane sintió la picazón de las lágrimas en sus ojos. Vio que Gellian titubeaba, como si temiese
su reacción, pero algo le cerró la garganta y le impidió manifestar su alivio.
-Además... -Gellian hizo otra pausa, dubitativamente-. No sé qué planes tienen usted y la
señorita Sanderson, pero no creemos conveniente que abandonen Nueva Guinea por el
momento.
-Vamos a invertir los fines de nuestra organización -prosiguió Gellian, con tono nervioso-. El
nuevo propósito de la agencia consistirá en conseguir un tratamiento justo para el homo
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excellens, pero no será fácil eliminar toda la intolerancia que difundimos. Probablemente
ustedes seguirán corriendo peligro durante mucho tiempo.
-Creo que sí -asintió Dane pensativamente-. Muy pronto Nan y yo estaremos en condiciones
de crear más mulos y otras mutaciones. Queremos que los beneficios se repartan más
ampliamente que hasta ahora. Pero supongo que necesitamos reunir más dinero... para los
niños que todavía están con vida.
-¡Excelente! -Gellian parecía aliviado, aunque todavía estaba nervioso-. ¡Espléndido! Le diré
que ustedes aceptan en principio.
Dane pensó que de pronto una sonrisa cansada se había tornado demasiado cordial, y su voz
ronca demasiado potente. Aunque la cacería de brujas había terminado, todavía persistía el
abismo entre las los razas. Los hombres y los no-hombres podrían ser firmes aliados y
grandes amigos, pero nunca se parecerían por completo.
-Creo que en principio esto lo soluciona todo. -Gellian estrechó rápidamente su mano y la
soltó con igual prontitud, como si su presencia le produjese una vaga intranquilidad-.
¿Podemos hacer algo más por ustedes? -Se volvió nerviosamente hacia el helicóptero-.
¿Desean que los llevemos de regreso a Edentown?
-Por favor, déjeme aquí -manifestó-. Nan me está esperando, y tenemos medios para viajar.
Puede comunicar que regresaremos pronto para producir una nueva generación de mulos.
El helicóptero despegó minutos más tarde, llevándose los cuerpos de Messenger y de Van
Doon. Dane miró cómo se alejaba, y notó un escalofrío cuando se quedó solo en la oscuridad
azotada por los vientos de la montaña. Apenas hubo desaparecido, él empezó a trepar
ansiosamente hacia los acantilados negros y hacia el misterio del árbol mutante, que brillaba
con un tenue resplandor azulado sobre el fondo de la noche tropical, donde Nan le estaba
aguardando.
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