Ellacuria Ignacio Cristo Crucificado
Ellacuria Ignacio Cristo Crucificado
Ellacuria Ignacio Cristo Crucificado
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-A./
\ \ EL PUEBLO CRUCIFICADO
ibsayo de soteriología histórica
del misterio del la cruz poco tiene que ver con la represión gra-
tuita, que sitúa la cruz donde uno quiere y no donde está pues-
ta, cemo si el propio Jesús hubiera buscado para si la muerte en
cruz y no el anuncio del Reino.
MAs peligresa resulta el intento de evadir la historia de la
cruz en las teologías de la creación y de la resurrección, que
hacen de la cruz en el mejor de los casos un incidente o un mis-
terio puntual que proyecta místicamente su efectividad sobre las
relaciones del hombre con Dios.
La consideración -naturalista- de la creación, por muy creyen-
te que se cenfiese, desconoce la novedad del Dios cristiano que
se revela en una historia de la salvación. Ignora incluso que
Israel no llegó a la idee del Dios creador por reflexiones ra-
cionales sobre el curso de la naturaleza sino por reflexión teo-
lógica sobre lo acaecido al pueblo elegido. Von Rad ha mostrado
claramente que es en las luchas políticas del Exodo donde Israel
ha tonado conciencia de que Jahvé es su salvador y redentor, que
esta salvación ha sido concebida como la creación y puesta en
marcha de un pueblo, y que la fe en Dios creador del mundo es
un hallazgo posterior, una vez que la experiencia histórica del
pueblo de Israel en el fracaso del exilio le va orientando hacia
una conciencia universalista, que exige un Dios creador univer-
sal de todos los hombres. Una fe al margen .el la historia, una
fe al margen de los acontec1m1entoe históricos tanto en la vida
de Jesús como en la vida de la humanidad, no es en consecuencia
una fe cristiana. Será en el mejor de los casos una especie de
teismo más o menos weorregido.
Pero tampoco es cristiana una postura que se apoye exclusiva-
mente en la vivencia creyente del Resucitado y olvide las raices
históricas de la resurrección. La tentación es antigua y con to-
da probabilidad ocurrió ya en las comunidades primitivas, lo
cual les obligó muy pronto a subrayar la continuidad del Resuci-
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~tado con el Crucificado. Si as! no se hace, se ~vive en la fal-
S~J~ sa suposición de que ya ha terminado la lucha contra el pecado
y congra la muerte tras el triunfo de la resurrección. De nuevo
El pueblo crucificado 9
esx, una vida definida por la entrega total a los demás. El reco-
nocimiento del valor salvífico de la muerte de Jesús B.~KXBH
taxraKMkk . . . tiK después de la resurrección quedó posibilitado por
el recuerdo de la actitud pro-existente de Jesús, eXpresada solem-
nemente en los ~estos de la última cena y reconsiderada a la luz
de las escrituras, especialmente a la luz del siervo doliente. Se
fue viendo que esa muerte era necesaria, que era conforme a las
escrituras, que tiene un valor salvífica para qu~es le siguieron
y que ese valor puede extenderse a los pecados de la multitud.
Contra la autocomprensión plena de su muerte por parte del pro-
pio Jesús está, sin embargo, el grito de Jesús en la cruz recogido
por Mateo (27. 26) Y Marcos (15.35), que parece indicar un absolu-
to a awBaxax~K abandono por parte de Dios y, consecuentemente,
un desfallecimiento de su fe y de su esperanza. El texto preven-
ta una dificultad tan grave, que los demás evangelistas lo susti-
tuyen por una palabra de confianza (Lc 23~ 46-47) o por una pala-
bra de plenitud (Jo 19, 30). Siendo posible ver en las palabras
de abandono de Jesús el comienzo del salmo 22, que termina con
palabras de esperanza semejantes a las del cántico del sie~Qo, no
es seguro que ese seal tenor y el sentido de las palabras puestas
en la boca de Jesús por Mateo y Marcos. Para Léon-Dufour Jesús
habría querido expresar el estado de derelicción, de abandono,
que es la muerte, muerte que de por sí es la separación del Dios
vivo. Sin embar~o la experiencia del abandano es simultáneamente
proclamada y ne~ada en un diálo~o, que ~%ECtxmxX~K expresa la
presencia del que parece ausente, el diálogo no queda interrumpi-
do, aunque Dios parece haber desaparecido. Jesús, por vez única
~n los sinópticos no llama a Jahvé no Padre sino Dios. Todo ello
hace sospechar que el "por qué" me has abandonado, queda sin res-
puesta inmediata, que solamente aparecerá después de su muerte y
que los evan~elistas olocan en voz del centurión 1 "realmente,
este hombre era el hijo de Dios".
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Jesús, en consecuencia, no habría tenido conciencia explícita
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del sentido pleno de su muerte, aunque sí la esperanza firme de
que su vida y su muerte eran el preuuncio inminente del Reinol di-
cho en otra" palabrfls, que el advenimiento definitivo del Reino
El pueblo crucificado 30
Ignacio Ellacuría