Ellacuria Ignacio Cristo Crucificado

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-A./
\ \ EL PUEBLO CRUCIFICADO
ibsayo de soteriología histórica

Este trabajo no pretende polemizar con el libro de Moltmann El


~ crucificado. Su título no viene dado como réplica sino como ex-
presión de una realidad, sobre la que se pregunta por su valor sote-
riológico. Esa realidad no es sino la existencia de una gran parte
de la humanidad literal e históricamente crucificada por opresiones
naturales y, sobre todo, por opresiones históricas y personales. Y
esa realidad despierta en el espíritu cristiano una pregunta insosla-
yable, que abarca otras muchas. ¿qué significa para la historia de la
salvación y en la historia de salvación el hecho de esa realidad his-
tórica que es la mayoría de la humanidad oprimida? ¿Se le puede con-
siderar históricamente salvada cuando sigue llevando sobre sí los
pecados del mundo? ¿Se le puede considerar como la salvadora del mun-
do precisamente por llevar sobre sí el pecado del mundo? ¿Qué rela-
ción tiene con la Iglesia como sacramento de salvación?
El enunciado de estas preguntas muestra la gravedad histórica y
la importancia teológica de la cuestión. Su respuesta exige muchos
análisis exegéticas y sociológicos, que fácilmente darían lugar a un
libro como el de Moltmann. Y es que en ella quedan envueltos muchos
temás cristológicos y eelesiológicosl podria decirse que la cristolo-
gía y la eclesiologia entera en su carácter de soteriologia históri-
ca.
Por soteriotigía histórica se entiende aqui, ante todo, algo refe-
rente a la salvación, tal como ésta es propuesta en la revelación.
Pero se acentúa su carácter histórico, y esto en un doble sentidol
como realización de esa salvación en la historia única del hombre y
como participación activa en ella de la humanidad, en nuestro caso de
la humanidad oprimida. Qué humanidad históricamente oprimida sea la
continuadora por antonomasia de la obra salvifica de Jesús y en qué
medida lo sea, es algo que deberá descubriBse a 10 largo de este en-
sayo. El hacerlo responde a una de las exigencias de la soteriología
histórica y attara 10 que ésta ha de ser. Ha de ser, por 10 pronto,
una soteriología que tenga como punto esencial de referencia la obra
salvífica de Jesús I pero ha de ser.asimismo, una soteriologia que
historice esa obra salvífica y la historice como continuación y segui-
El pueblo crucificado 2

miento de Jesús y de su obra.


El análisis se hará tan sólo desde un punto de vis tal aquél
que pone en unidad la figura de Jesús con la de la humanidad opri-
midas su pasión y muerte. Hay más puntos de vista, pero éste es
eseneial y lIerece un estudio por separado. En él confluye toda
la vida y desde él se abre el futuro de la historia.

1. 1! pasión de Jesús vlsta desde el pueblo erucificado X


.l! erueif'ixión del pueblo vista desde la lIuerte de Jesús
Se trata, ante todo. de una exigencia del lIétodo teológico,
tal eomo lo entiende la teclogia latinoameri cana 1 cualquier situa-
eión históriea debe ~ desde su eorrespondiente clave en la re-
velaeión, pero la revelación debe enfocarse desde la historia a
la que se dirige, aunque no cualquier 1I0mento histórico es igual-
mente válido para la recttud del enfoque. El priller aspecto pare-
ee obvio desde la fe cristiana, por más que oculte una dificul-
tad, la de encantrar la debida equivalencia, de liado que no se to-
lile cOIla clave de una situación lo que seria de otra. El segundo
aspecto, en circularidad con el anterior, es menos obvio, sobre
todo si se mantiene que la situación e~iquece y actualiza la
plenttud de la revelación y si se sostiene que no cualquier situa-
eión es la más apta para que la revelaeión de en ella de si su
plenitud y su autenticidad.
En nuestro caso estamos ante dos polos decisivos tanto por lo
que toca a la revelación como por lo que toca a la situación. Su
tratamiento conjunto aclara un problema fundamental en su doble
vertientel la historicidad de la pasión de Jesús y el carácter
dalvifico de la crucifixión del pueblo. Dicho de otro liado, acla-
ra el carácter 'istórico de la salvación de Jesús y el carácter
salvifico de la historia de la muaanidad crucificada, una vez a-
ceptado que en Jesús se da la salvación y que en la hunanidad ha
de darse la realización de esa salvación. Se da asi un enrique-
cimiento tanto de lo que es la pasión de Jesús como de lo que es
la crucifixión del pueblo y, consecuentemente, de lo que es Jesús
El pueblo crucificado 3

y de 10 que es el pueblo. Tal consideración, por otra parte, se


enfrenta ean dos dificultades muy graves. el dar sentido al apa-
rente fracaso de la muerte de Jesús y el darlo asimismo al apa-
rente fracaso de la crucifixión de un pueblo, tras el anuncio de-
finitivo de la salvación. Está en juego no sólo el fr~caso de
Dios frente al pecado de los hombres y la presencia del mal en
la historia sino también el sentido histórico de la inmensa mayor
parte de la humanidad y, 10 que es más grave, la tarea histórica
de su salvación.
Es, por tanto, un enfoque preponderantemente soteriológico.
No se pondrá el acento en 10 que ~ Jesús y el pueblo sino en
10 que representan para la salvación de la humanidad. Ciertamen-
te no es posible separar los aspectos llamados .ontológicos de
los llamados soteriológicos, pero s1 es posible poner el acento
en 1.D'l0S u otros. Y aqu1 se lo pondrá en los soteriológicos advir-
tiendo que no se pretende reducir el ser y la misión de Jesús ni
el ser y la misión del pueblo a la dimensión de la soteriolog1a
histórica, aunque ni el ser ni la misión quedan en ninguno de
los dos casos debidamente iluminados, si se prescinde de la consi-
deración ~eriológica.
Si esta advertencia es importante para evitar parcializaciones
en la consideración de Jesús, que sólo son tales si se absoluti-
zan, 10 es también para evitar confusiones sobre el papel histó-
rico que compete al pueblo oprimido en sus luchas históricas. Ese
papel no se reduce al que resplandece en su comparación con la
pasión y muerte de Jesús. Ni Jesús ni el pueblo crucificado, tal
como aquí se le va a considerar, son la única salvación de la his-
toria, aunque sin el uno y el otro la salvación de la historia
no puede completarse ni siquiera en lo que tiene de salvación his-
tórica. Lo primero es claro y admitido, si es que se atiende a
la complejidad estructural de la historia humanal 10 segundo es
claro para el creyente, por l. menos en lo que ~oea al primer tér-
mino, pero ha de mostrarse a los que no creen. Lo cual ha de hacer-
se de modo que ese su aporte a la salvación sea, por un lado, la
verificación .istórica de la salvación cristiana, pero, por otro,
El pueblo crucificado 4

no se convierta en una dulcificación y mistificación que impida


la organización política popular y su aporte efectivo a la li-
beración histórica.
Proponer la salvación a partir de la crucifiKión de Jesús y
del pueblo suponen el mismo escándalo y la mi SRa locura, sobre
todo si se quiere dar a la salvación un contenido verificable
en la realidad histórica, donde "verificable" no quiere signifi-
car "agotable".
Desde una perspectiva cristiana hoy ya no resulta escandalo-
so decir que la vida viene de la muerte histórica de Jesús, no
obstante el escAndalo que esto supuso para quienes vivieron esa
llUerte y la tuvieren que antmclar. Y, sin embargo, es menester
reeuperar el escándalo y la locura, si no querellos desvirtuar
la verdad histórica de la pasión de Jesús. Y esto en tma triple
dimensión. en la dimensión del propio Jesús que sólo paulatina-
lIente pudo ir entendiendo cuAl era el camino real del antmcio y
la realización del Reino de Dios, en la dimensión de quienes le
persiguieron a lIuerte porque no podian aceptar qee la salvación
implicara determinadas posiciones históricas, finalmente en la
dillensión del escándalo ecelsial, que hace rehuir a la Iglesia
el paso por la pasión en el antmcio de la resurrección.
Pero sí resulta escandaloso el proponer a los necesitados y
oprimidos tax•• ~~iKxtktakák~.. x"tx..-.. cOlla la salvación
histórica del lIundo. Resulta escandaloso a lIuchos creyentes, que
ya no creen ver nada l18lll&tivo en el anuncio de que la lIuerte de
Jesús trajo la vida al~ mundo, pero que no pueden aceptar teóri-
caliente y, llenos aún, prácticallente que esa lIuerte que da vida
pase hoy realllente por los oprimidos de la hunanidad. Y resulta
asillislIo escandaloso a quienes buscan la liberación histórica de
la hunanidad. Es fácil ver a los oprimidos y necesitados COIIO
aquellos que requieren ser salvados y libeeados, pero no lo es
el verlos C0l1l0 salvadores y liberadores.
Es justo reconocer que hay 1I0villientos históricos que recono-
cen en los oprillidos el sujeto radical de la salvación, sobre
todo de la liberación histórica de los pueblos. Es conocido,por
El pueblo crucificado 5

ej.p10, el faaoeo texto de Marxl


lDónde reside, pues, la posibilidad positiva de la
emancipación alemana? ResÓae••a. en la formación
de una clase con cadenas radicales, de una clase
de la sociedad civil que no es una clase de la so-
ciedad civill de una clase que es la disolución de
todas. de una esfera que posee un carácter univer-
sal debido a sus sufrimientos universales (durch
ihre universellen Leiden) y que no reclama para sí
ningún derech9 especial, porque no se comete con-
tra ella ningun dañOJl especial, sino el daño purs>
y simp1el que no puede invocar ya un título histo-
~, sino sólo un título hUIIB.nol que no se encuen-
tra en ninguna índole de antítesis unilateral con
las consecuencias, sino en una antítesis total con
las premisas del estado alemánl de una esfera, por
último, que no puede emanciParse (emanzipieren)
sin emanciparse de todas ~as demás esferas de la
sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas
ellas, que es, en una palabra, la perlida total
(des vo11ige Veelust) del hombre y que, por 10 tan-
to, sólo puede 6anarse a sí misma mediante la ~­
Derac1ón total (die vollige Wieeer~ewinnung) del
hombre. Esta disolución (Auflosung) del la socie-
dad. como clase especial(als ein besonderer Stand.
es el Proletari~do.
El .awtwx&8 proletariado comienza a nacer, en Ale-
mania, de resultas del movimi~to industrial en as-
censo. Pues lo que forma el proletariado no es la
pobreza que ~ naturalmente, sino la pridUCida
artificialmente, no las masas humanas mee nicamen-
te agobiadas por el peso de la sociedad, sino las
que nacen de la alluda disolución de ésta •••
Cuando el proletariado pregona la disolución del ~­
~ universal anterior, no hace más que proclamar
~ secreto ~ ~ propia existencia, ya que él es
la disolucion de hecho de ese orden universal •••
Este texto, recogido con otros muchos, en una edición de los
.J~~ de Marx y Engels sobre la religión(Assmann,Reyes Mate)
es buena prueba de que sí se ha pensado en los oprimidos como
elemento de salvación, en este caso de revolución. Pero de él ha
de decirse que tiene en sí mismo una profunda inspiración religio-
sa, que se traduce en la terminología usada y que, por otra par-
te, no representa todo el pensamiento marxista -y menos su praxis
~ histórica- sobre el problema en cuestión. Los ataques marxistas
al Lunpeaproletariat COMO freno a la revolución indican además
un punto de vista, que leido con poco rigor puede dejar fuera del
El pueblo crucificado 6

curso histórico a una gran parte de la humanidad crucificada.


Es un punto en el que no podemos entrar ahora, pero que es menes-
ter no olvidar. Si el marxismo ha tenido la genialidad teórica
de dar al desposeido por razones históricas un papel primordial
en la recuperación total de la humanidad, en la construcción del
hombre nuevo y de la tierra nueva, no por eso ha planteado en
toda su universalidad ni en toda su intensidad, esto es, en toda
su globalidad su aporte a la salvación integral de la historia
hUIIAna.
Resulte o no escandaloso el proponer la pasión y la crucifi-
xién ~ de Jesús ..¡. del pueblo como centrales para la sal-
vación del h••bre, la pasión de Jesús precisamente por su propia
inverosimilitud salvífica ilumina la inverosimilitud salvífica
de 1& c~ucifixión del pueblo, mientras que ésta evita una lectu-
ra ingenua o ideologizada de aquella.
Por un lado, la resurrección de Jesús y sus efectos históri-
cos son esperanza y futuro para quienes están todavía en los
días de pasión. Ciertamente Jesús mantuvo la esperanza en el
triunfo definitivo del Reino de Dios, al que dedicó su vida y
por el que murió. Tras Lc 22, 15-18 Y su paralelo Mc 14, 25 a
pesar de los retoques de la comunidad primitiva es posible re-
construir una doble profecía de la muerte de Jesúsl tras su
NUerte, Jesús celebrará de nuevo la Pascua y organizará un ban-
quete en el Reino de Dios que ha de llegar necesariamente. x••úa
.d.-xaúx"~~.xhJUnUl~8X~.JduxáX1lJlXJlIlJRI(..x. Su muer te
no impedirá la salvación futura y él mismo no será presa defini-
tiva de la muerte. No quedarán, por tanto, separadas la irrup-
ción del Reino y la muerte violen.a de Jesús(Schuermann). La
muerte va inseparablemente unida4 en el caso de Jesús a la lle-
gada escatológica e histórica del Reino, por 10 que la resurrec-
ción no significará tan sólo una comprobación o un consuelo
sino la seguridad de que ha de continuar su obra y de que él
sigue vivo para continuarla.
~I
1, .) Pero e ta esperanza de Jesás no fue tal que la Pasión dejara
de serlo hasta el punto del grito angustioso del abandono en la
cruz. Su lucha por el Reino, la certeza de Que el Reino de Dios
El pueblo crucificado 7

triunfará definitivamente no son óbice para que no "viera" la


conexión entre sus días personales de lágrimas, entre el fracaso
moment'neo del advenimiento del Reino y la gloria del triunfo fi-
nal. De ahí su ejemplaridad para los que aparecen más como los
condenades de este mundo que como sus salvadores. Jesús en la
condenación personal tuvo que aprender el camino de la salvación
definitiva. Salvación, digámoslo una vez más, que consistía sus-
tancialmente en el advenimiento del Reino de Dios y no en una re-
surrección personal al margen de lo que fue su predicación terre-
na del Reino.
Por .1 otro extremo, la pasión continuada del pueblo y lo que
va con ella el reino histórico del pecado -como contrapuesto al
reino de Dios- no permiten hacer una lectura ahistórica de la
muerte y resurrección de Jesús. El defecto fundamental de tal
lectura consistiría en desterrar de la historia el Reino de Dios
para relegarlo a una etapa más allá de la historia, de modo que
ya no tuviera en ésta sentido el continuar la vida y la misión
del Jesús anunciador del Reino. Esto seria una traición a la vi-
da y a la muerte de Jesús, toda ella d~dicada no a si mismo sino
al Reino. Por otro lado, la identificación del Reino con la re-
surrección de Jesús dejaría sin cumplimiento el mensaje de Jesús.
que anunciaba persecuciones y muerte a los que fueran a conti-
nuar su obra. Cuando Pablo recuerda 10 que falta todavía a la
pasión de Cristo, está desechando una resurrección ahistórica.
que hace caso omiso de 10 que está ocurriendo en la tierra. Es
precisamente el reino del pecado que sigue crucifficando·a la ma-
yoría de la humanidad el que obliga a la historización de la muer-
te de Jesús como pascua histórica del Reino de Dios.

2. Importancia teológica de l ! ~ ~ l ! historia de


salvación
El enfoque ascético y moralista de la cruz cristiana ha des.
virtuado la importancia histórica de la cruz y ha suscitado un
rechazo de todo lo que tenga que ver con ella. Tal rechazo está
plenamente justificado, si es que no responde a la salida inmadu-
ra de quien se libera de sus fantasmas emocionales. La renovación
El pueblo crucificado 8

del misterio del la cruz poco tiene que ver con la represión gra-
tuita, que sitúa la cruz donde uno quiere y no donde está pues-
ta, cemo si el propio Jesús hubiera buscado para si la muerte en
cruz y no el anuncio del Reino.
MAs peligresa resulta el intento de evadir la historia de la
cruz en las teologías de la creación y de la resurrección, que
hacen de la cruz en el mejor de los casos un incidente o un mis-
terio puntual que proyecta místicamente su efectividad sobre las
relaciones del hombre con Dios.
La consideración -naturalista- de la creación, por muy creyen-
te que se cenfiese, desconoce la novedad del Dios cristiano que
se revela en una historia de la salvación. Ignora incluso que
Israel no llegó a la idee del Dios creador por reflexiones ra-
cionales sobre el curso de la naturaleza sino por reflexión teo-
lógica sobre lo acaecido al pueblo elegido. Von Rad ha mostrado
claramente que es en las luchas políticas del Exodo donde Israel
ha tonado conciencia de que Jahvé es su salvador y redentor, que
esta salvación ha sido concebida como la creación y puesta en
marcha de un pueblo, y que la fe en Dios creador del mundo es
un hallazgo posterior, una vez que la experiencia histórica del
pueblo de Israel en el fracaso del exilio le va orientando hacia
una conciencia universalista, que exige un Dios creador univer-
sal de todos los hombres. Una fe al margen .el la historia, una
fe al margen de los acontec1m1entoe históricos tanto en la vida
de Jesús como en la vida de la humanidad, no es en consecuencia
una fe cristiana. Será en el mejor de los casos una especie de
teismo más o menos weorregido.
Pero tampoco es cristiana una postura que se apoye exclusiva-
mente en la vivencia creyente del Resucitado y olvide las raices
históricas de la resurrección. La tentación es antigua y con to-
da probabilidad ocurrió ya en las comunidades primitivas, lo
cual les obligó muy pronto a subrayar la continuidad del Resuci-
~~%
~tado con el Crucificado. Si as! no se hace, se ~vive en la fal-
S~J~ sa suposición de que ya ha terminado la lucha contra el pecado
y congra la muerte tras el triunfo de la resurrección. De nuevo
El pueblo crucificado 9

se reduciría así el Reino de Dios a algo futuro, que por su


proximidad teaporal ya no necesita de la contribución huaana o
que por su lejanía reduce el Reino a la resurrección de los
auertos. y es que si la vida del Resucitado triunfante de la
muerte es el futuro de salvación para los cristianos y para una
nueva humanidad, la vida del resucitado es la misma que la de
Jesús de Nazaret. que fue crucificado por nosotros, de modo que
la vida inmortal del Resucitado es el futuro de salvación sólo
bajo la condición de avandenarse a la obediencia del Crucificado,
capaz de veneer el pecado (Pannenberg).
La conexión inmediata de creación y resurrección es en conse-
cuencia falsa desde un punto de vista cristiano. Cualquiera sea
el .edo de entender la "imagen y semejanza" original, el proce-
se histGrico de su destrucciGn no se recompone sino por un pro-
ceso histGrieo de muerte y resurrección. Y todo proceso históri-
ce es una creación de futuro y no meramente una renovación eel
pasado. No se restaaura el hombre caido sino que se construye
un hOllbre nuevo, pero se lo construye en la resurreceión de
quien ha luchado hasta la muerte contra el pecado. Dicho de o-
tro modo, la esperanza escatológica se expresa a la par como
Reino de Dios y como resurrección de los muertos, lo cual signi-
fica para Pannenberg -que no es precisamente un teólogo de la
liberación- que el Reino de Dios no es posible como una comuni-
dad de los hombres en paz perfecta y total justicia, sin un cam-
bio radical de las condicionesRK naturales presentes de la exis-
tencia humana, un cambio que se designa con la resurrección de
los muertos. Expresa también que van juntos el destino indivi-
dual y el destino político del hombre.
De ahí que la resurrección remita a la crucifixiónl resucita
el crucificado y resucita por haber sido crucificado I ya que
le fue arrebatado la vida por el anuncio del Reino de Dios, le
es devuelta una vida nueva como cumplimiento del Reino de Dios.
La resurrección remite así a la pasión y la pasión a la vida de
Jesús como anunciador del Reino. Es sabido que tal es el curso
seguido en la construcción de los evangelios I la necesidad de
historizar la vivencia del Resucitado lleva ala consideración
El pueblo crucificado 10

histérica de la pasión, que ocupa un lugar tan desproporcionada-


mente amplio en los relatos evangélicos y que exige una justifi-
cación histérica en la narración de la vida de Jesús. Co o quie-
ra que sea todo el conjunto intenta valorar teológicamente dos
hechos que responden a una misma realidad. el hecho del fracaso
de Jesús en el escándalo de su muerte y el hecho de la persecu-
cien, que sufren prent. las coJat.midades primitivas.
No se trata, por tanto, de un masOQuismo expiatorio de índole
espiritualista sino del descubrimiento de una realidad histórica.
No se trata, en cansecuencia, de luto y moritificacién sino de
ruptura y compr mho. La muerte de Jesús pone en claro por qué
el anuncio efectivo de la salvaci·n Rehoca cen la resiseencia del
mund., por qué el Rein. de Dios c.mbate con el Reino del pecad••
y este aparece tante en la muerte del profeta, del envi.d. de
Di.s c... en la auerte y el destrozo de la humanidad por quienes
se hacen dioses dominadores de ella. Si una consideración espiri-
tualista de la pasión lleva a la evasión del compromiso histórico
que conduce a la persecución y a la muerte, un compromiso históri-
co con el pueblo crucificado obligax a volver la mirada sobre el
sentido teológico de ese c«Rpromiso y asi a retrotraerse a la pa-
sión redentora de Jesús. La consideración histórica de la muerte
de Jesús ayuda a la consideración teológica de la muerte del pue-
blo oprimido y ésta remite a aquella.

3. lA muerte de Jesús y. la crucifixión del pueblo son he-


~ históricos y. resultado de acciones históricas

a) Puede admitirse que la muerte de Jesús y la cDucifixión del


pueblo son necesarias, per sólo si se habla de una necesidad his-
tóriea y no de una necesidad meramente natural. Precisamente su
earácter de necesidad histórica aclara la realidad profunda de 10
que ocurre en la hist ria a la par que abre un campo para su trans-
formación, 10 cual no ocurriría si se tratase de una necesidad me-
ramente natural.
La propia Escritura, cuando intenta gustificar la pasión de Je-
sús, señala esta necesidad y aun la formula a modo de prancipiol
El pueblo crucificado 11
,.
"¿no tenia que padecer (edei pathein) todo eso el Mesías para en-
trar en su g10ria?"(Lc 24, 36). Pero este "tener que" padecer
"para" alcanzar su plenitud, es un "tener que" histórico. Históri-
co no porque as{ 10 habían anunciado los profetas sino porque los
profetas prefiguraron el suceso en 10 que a ellos mismos les acae-
ción. Esa necesiltad se funda a través de lo que les ocurrió a los
profetas en la oposición entre el anuncio del Reino y la verifica-
ción histórica del pecado. La resistencia a los poderes opresores
y la lucha por la liberación histórica les trajo persecución y
muerte, pero esa resistencia y esa lucha no era sino la consecuen-
cia histórica de una vida qae responde a la Palabra de Dios. Tan
larga experiencia, recogida expresamente par Jesús, lleva a la con-
tlusión de que en nuestro mundo histórico es necesario el paso por
la persecución y la muerte para llegar a la gloria de Dios. Y la
razón no puede ser más claras si el Reino de Dios y el Reino del
pecado son dos rea lidades opues tas, que ti enen como protagonis tas
a hombres de carne y hueso, de los que unos ostentan el poder de
dominación opresora, no podrán menos de ejercitarlo contra quienes
sólo tienen el poder de su palabra y de su vida, ofrecidas por la
salvación de muchos.
No se trata, por tanto, de la imagen biológica de la -.milla
que 11IUere para dar fnato, ni de una ley dialéctica que exige el
paso por la muerte para llegar a una vida nueva. Ciertamente hay
textos escriturísticos que hablan de la necesidad de la muerte de
la semilla, pero esos textos indican la necesidad y el movimiento
dialéctico de esa necesidad, pero no la "naturalizan". Naturalizar-
la implicaría por un lado quitar responsabilidad a quienes matan
a los profetas y a quines crucifican a la hUlll8nidad y echar as! un
velo a lo que el mal histórico tiene de pecado, e implicaría por
otro que la nueva vida puede surgir sin la actividad de los hom-
bres, que no necesitarían ni convertirse en su interior ni rebelar-
se contra su exterior. Es verdad que las imágenes "biológicas" del
Reino subrayan a veces como el crecimiento es cosa de Dios, pero de
ahí no puede concluirse que los hombres deben abandonar el cuidado
del campo de la .istoria.
El pueblo crucificado 12

La necesidad histórica, en cambio, obliga a subrayar las causas


necesi~ntes de lo que ocurre. La fundamental desde un punto de
vista teológico está expresada innumerables veces en la Escritura.
el paso por la gloria a la cruz es necesario sólo en el supuesto
del pecado, un pecado que se apodera del corazón del hombre, peDO
sobre todo de un pecado histprico que reina sobre el mundo y sobre
los pueblos colectivamente. Hay un "pecado teologal y colectivo"
(Hoingt), al que se refiere el anuncio de la muerte de Cristo por
nuestros pecados, que no se refiere directamente a nuestros pecados
individuales y éticos, una "realidad colectiva" que fundamenta y po-
sibilita los pecados individuales. Es este pecado teologal y colec-
tivo el que destruye la historia y que o~staculiza el futuro que
Dios querrla para la ella, este pecado colectivo es el que hace
reinar la muerte sobre el mundo y por ello tenemos necesidad de
ser liberados de nuestra obra colectiva de muerte para formar de
nuevo el pueblo de Dios. Y es el propio Hoingt el que llega a de-
cir que la redención será idénticamente "la liberación polltica del
pueblo y su conversión a Dios".
Esta necesidad históriea tiene carácter distinto respecto de la
muerte que respecto de la gloria. es necesario pasar por la muerte
a la gloria, pero no es necesario que la gloria siga a la muerte.
Consecuentemente, una es la actitud en la lucha contra el pecado
y o~ra en la rec~ción de la tida. En ambos casos hay una cierta
exterioridad en relación con el hambre individual. el mal del mun-
do, el pecado del mundo no es sin más la suma de determinadas ac-
ciones individuales ni éstas son ajenas a ese pecado que las domi-
na, igualmente el perdón del mondo, la transformación del mundo, es
algo que intcialmente recibe el hombre para después poder aportar
su contribución. Pero la exterioridad es distinta en el caso del
mal y del bien, del pecado y de la gracia. mientaas en el caso del
pecado es obra del hombre, en el caso de la gracia es obra de Dios,
auqque sea ua obra que opera en el hombre y que opera a través de
él, quedando así excluida toda pasividad. Aunque Dios de el creci-
miento no se excluye sino que se precisa la acción laborante del
hombre ante todo en la destrucción de la objetivación del pecado y
después en la construcción de la objetivación de la gracia. De lo
contrario la necesidad no tendría carácter histórico sino que sería
El pueblo crucificado 13

puramente natuaal y el hombre seria o la negación absoluta de


Dios o un mero ejecutor de unos presuntos planes divinos.
El carácter "necesario" de la muerte de Jesús no es visto si-
no tras el hecho ocurrido. Ni sus discipulos ni él mismo vieron
en un principio, ni siquiera con la consideración de las escri-
turas, que el anuncio y el triunfo del Reino debieran pasar por
la muerte. Cuando ocurrió las mentes sorprendidas de los creyen-
tes encontraron en los designios de Dios, manifestados en las
palabras y en los hechos de las escrituras -Moisés y los prof~
tas- los signos de la voluntad divina, que hacian "necesaria"
la muerte.
Esta "necesidad" no se funda en consideraciones expiatorias
y sacrificiales. Incluso cuando se recurre al segundo Isaias
para explicar mediante el siervo de Jahvé el significado de la
muerte de Jesús, el hilo del discurso no es "pecado_ofensa_vi~
tima.expiación-perdón". Este esquema, que puede tener alguna
validez para determinadas mentalidades y que expresa en si mis.
mo algunos puntos válidos, puede convertirse en evasión de 10
que ha de hacerse históricamente para quitar el pecado del mun-
do. En momentos en que se oprimia las conciencias o las concien-
cias se sentian o~imidas por un crist.anismo centrado sobre la
idea del pecado, de la culpabilidad y de la condenación eterna,
era imprescindible el esquema del perdón, en el que un Dios ofen-
dido perdonaba la culpa y anulaba la condena. Péro este esquema
con sus puntos válidos no subraya ni la objetivación colectiva
del pecado ni la acción humana -destructora de la injusticia y
constructora del amor-. que son "necesarias" históricamente. Una
nueva teologia del pecado debe sobrepasar los esquemas expiato-
rios, pero no debe permitir que se olvide la existencia del peca.
do. Olvidarlo seria, entre otras cosas, dejar el campo libre a
las fuerzas de opresión masivamente reinantes en nuestro mundo
y también descuidar el campo de la conversión personal.

b) Por ello ~ubrayar el carácter histórico de la muerte de Je-


sús es fundamental para la cristologia y para la soteriologia
histórica, que como tal cobraria un sentido nuevo.
El pueblo crucificado 14

El carácter histórico de la muerte de Jesus implica, por lo


pronto, que su muerte ocurrió por razones histórieas. Es un pun-
to que con razón subrayan cada día más las nuevas criatologías.
Jesús muere -es matado como insisten tanto los cuatro evangelios
como los Hechos- por la vida histórica que llevó, vida de hechos
y de palabras que no podía ser tolerada por los representantes
y detentadores de la situación religiosa, socio-económica y po-
l{tica. Que se le considere blasfemos, destructor del orden re-
ligioso tradicional, perturbador de la estructura social, agita-
dor pol{tico, etc. no es sino reconcer desde los más distintos
ángulos que la acción, la palabra y la persona misma de Jesús
en el anuncio del Reino eran de tal modo beligerantes y contra-
rias al orden establecido y a las instituciones fundamentales,
que debían ser castigadas con la muerte. La deshistorización de
este hecho radical lleva a enfoques místicos del problema y esto
no poD profundización sino por evasión. El -muerto por nuestros
pecados· no puede despacharse fácilmente por el camino de la víc-
tima expiatoria, que deja intacto el curso histórico.
Implica asimismo que Jesús emprendió una determinada marcha
histórica no porque llevase a la muerte ni porque él buscase
una muerte redentora, sino porque así lo exigía el anuncio real
del Reino de Dios. Subráyese el caracter soteriológico de la
muerte de Jesús como lo hace Pablo o subráyese el carácter sote-
riológico de la resurrección como lo hace Lucas, en ninguno de
los dos casos puede olvidarse que el Jesús histórico no buscó
de por si ni la muerte ni la resurrección sino el anuncio hasta
la muerte del Reino de Dios, que trajo consigo la resurrección.
Jesús si vió que su acción le llevaba a un ~frentamiento mortal
con quiftBes le podían quitar su vida (J4remias, Schuermann.etc.)
y es absoluaamente impensable que no viera la probabilidad real
de su muerte e incluso su cercanía junto con las causas de ella
y de su probabilidad. Más aún. vio mejor y antes el valor salví-
fica -en un sentido amplio- de su persona y de su vida que el
valor salvífica de su muerte. En efecto, no empieza por centrar
su acción en la espera de la muerte sino en el anuncio del Rei-
El pueblo crucificado 15

no, y aun euando ve la muerte como posibilidad real no deja el


anuneio dd él ni cede en su choque con el poder. No son con-
ciliables su vida y las exigencias a los discípulos con el pa-
so de todo el valor salvl1ico a la muertes no puede decirse que
haya en él un paulatino deslizamiento de la vida a la muerte co-
mo centro de su mensaje pues aun en los numerosos textos del se-
guiaiento. que apuntan ya a un seguimiento difícil y contradic-
torio, el acento está en la continuidad de la vida con la muer-
te y no en la ruptura de la muerte frante al camino de salva-
cio, que representa su vida.
La salvación entonces no puede cargarse a los frutos místi-
cos de la muerte de Jesús, separándola de 10 que es un compor-
real y comprobable. No se trata meramente de una aceptación pa-
siva y obediente de un destino natural y, enos aún, de un desti-
no impuesto por el Padre. Se trata, al menos en un primer pla-
no, de una acción que lleva a la vida a través de la muerte, de
modo que no es posible separar 10 salvífico y 10 histórico en
el caso de Jesús. En consecuencia la muerte de Jesús no es el
final del sentido de su vida sino el final del. esquema que de-
be ser reproducido y seguido en nuevas vidas con la esperanza
de la resurrección y con el sello de la exalaación. La muerte
de Jesús es el sentido final de su vida, .wiál~. porque la
muerte a la que le llevó su vida muestra cuál era a la par el
sentido histórico y el sentido teológico de su vidal es enton-
ces su vida la que da el sentido último de su muerte y sólo en
consecuencia es la muerte, que ya ha recibido el sentido inicial
de la vida, sentido de la vida. De ahí que sus seguidores no
deben poner primariamente el centro de su atención en 10 que es
la muerte como sacrificio sino 10 ~ en 10 que es la vida de Je-
sús, que sólo será realmente la de él, si lleva a las mismas
consecuencias a las que llevó la suya.
La soteriología histórica lo que hace es buscar dónde y có-
mo se realizó la acción salvífica de Jesús para proseguirla en
la historia. Es cierto que en un sentido la vida y muerte de
Jesús se ha dado una vez por todas, pues en ella no se trata
El pueblo crucificado 16

de algo puramente fáctico, que tuviera el mismo valor que el


de eua1quier otra muerte tenida en iguales circunstancias, si-
no de algo que supone la presencia definitiva de Dios entre
los hombres. Pero esa vida y esa muerte continúan en la tierra
y no sólo en el cielos la unicidad de Jesús no está en su sepa-
ración de la humanidadK sino en el carácter definitivo de su
persona y enla omnipresencia salvífica que le compete. Toda la
insisteneia en su carácter de cabeza respecto de un cuerpo así
como en el envío de su Espíritu por el que se continuará su
ebra apuntan a este corrimiento histórico de su vida terrenal,
La continuidad no es puramente mística y sacramental como no
fue puramente mística y sacramental su acción en la tierra I di-
cho de otro modo, no es el culto, ni siquiera la celebración
de la eucaristía. el totum de la presencia y de la continuidad
de Jesús, sino que se requiere la continuación histórica que
siga realizando lo que él realizó y como él lo realizó. Debe
aceptarse una dimensión transhistórica en la acción de Jesús
eomo debe reconocérsela en su biografía personal, pero esa di-
mensión transhistóriea sólo será real si es efectivamente trans-
histOriea, esto es, si atrviesa la historia. Por ello hay que
preguntarse quién sigue realizando en la historia lo que fue
su vida y su muerte.

e) Podemos acercarnos a la respuesta consideranfo que hay


un pueblo cnucificado, cuya crucifixión es resultado de accio-
nes históricas. Tal vez esta constatación no baste para mos-
trar que este pueblo cnucficado es la continuación histórica
de la vida y la muerte de Jesús. Pero antes d. profundiear
en otros aspectos que muestren el que sea así, conviene arran-
car del mismo punto en que arranca el valor salvífica de la
vida y la muerte de Jesús.
Se entiende aquí por pueblo crucificado aquella colectivi-
dad que siendo la mayoría de la humanidad debe su situación de
crucifixión a un orfenamiento social promovido y sostenido por
una minoría, que ejerce su dominio en función de un conjunto
de factores, que como conjunto y dada su concreta efectividad
El pueblo crucificado 17

histórica, debe estimarse como pecado. No se trata, por tanto,


de una consideración puramente individual de todo aquel que su-
fre incluso por acciones injustas de los otros o porque es sa-
crificado como luchador contra la injusricia reinante, aunque
la consideaación colectiva del pueblo crucificado no excluye
la consideración individualizada, subsume ésta en aquella, pre-
cisamente porque es el lugar histórico de su realización. No se
traaa tampoco de una consideración puramente natural de los que
sufren por desgracias naturales, aunque también los males natu-
rales entran, entran derivadamente, en cuanto se hacen presentes
en un orden histórico determinado.
El considerar a una colectividad como sujeto dela salvación
no sólo no es ajena a la escritura sino que es en ella un senti-
do originario. Por ejemplo, un individuo sólo puede constituir-
se en siervo de Yahvé en tanto que es miembro del pueblo de Is-
rael (J. Jeremias), porque la salvación está ofrecida primaria-
mente al pueblo y en el pueblo. La experiencia conjunta de que
la raiz de los pecados individuales está en una presancia del
peeado supra individual y de que la vida de cada uno está confi-
gurada por lo que es la vida del pueblo en el que se vive, hacen
connatural la vivencia de que en esta dimeasión de colectividad
se juega primariamente tanto la salvación como la perdición.
La insistencia moderna en individualizar la existencia humana
sólo será realista si no implica un desconocimiento de su dimen-
sión social, cosa que no ocurre en los paroxismos individualis-
tas e idealistas tan propios de la cultura occidental o,por lo
menos, de las elites de esa cultura. Todo lo que esta concepción
trae de egoismo y de irresponsabilidad social no deja de ser
contraprueba de la falsedad de esa exageración. No se necesita
negar la dimensión colectiva y estructural para dar campo a un
desarrollo pleno de la persona.
Pero si no se trata de una definición teológicamente arbitra-
ria, mucho menos se trata de una definición realmente arbitra-
ria. Se trata, por lo pronto, de una constatación histórica enfo-
cada soteriológicamente. Quien está preocupado creyentemente por
el pecado y la salvación del mundo, no puede menos de hacer esa
El pueblo crucificado 18

constatación histórica de la humanidad crucificada en esa for-


ma concreta de pueblo crucificado I igualmente quien considere
creyentemente la existencia lacerante de ese pueblOB cDucifica-
do, tiene que preguntarse por lo que tiene de pecado y de nece-
sidad de salvación. Frente a esta realidad tan masiva y tan
grave la consideración segregada de los ca 805 particulares de
quienes no pertenecen al pueblo crucificado, pasan a un segundo
lugar, aunque deba repetirse de nuevo que la consideración uni-
versa lista y estructural no tiene por qué anular la considera-
ción individualista y psicológica sino tan sólo darle su marco
real de referencia. Lo que añade la fe cristiana a la constata-
ción histórica del pueblo oprimido es la sospecha de si además
de ser el destinatario parincipal del esfuerzo salvífica no se-
rá también en su situación crucificada principio de salvación
para el mundo entero.
No es éste el lugar de caracterizar la magnitud cuantitati-
va y cualitativa de 10 que es la opresión histórica de la ac-
tual mayoría de la humanidad, ni tampoco de hacer el estudio
promernorizado de sus causas. Aunque es uno de los hechos fun-
damentales de los que debe partir la reflexión teológica y aun-
que haya sido escandalosamente olvidado por quienes teorizan
desde el mundo geográfico de los opresores, es de tal eviden-
cia y amplitud que no necesita explanación. Lo que sí necesita
es ser vivido experiencialmente.
Pues bien, aunque no pueden negarse componentes -naturales-
de la actual situación histórica de injusticia, que defise nues-
tro mundo, tampoco puede desconocerse lo que tiene de resulta-
do de acciones históricas. Como en el caso de Jesús no puede ha-
blarse de una necesidad puramente naturall la opresión del pue-
blo crucificado viene de una necesidad histórica, la necesidad
de que muchos sufran para que unos pocos gocen, de que muchos
sean desposeidos para que unos pocos posean, ~ represión de
sus vanguardias, por otra parte, sucede según el mismo esquema,
aunque con distintos sentidos, que en el caso de Jesús.
Este planteamiento general debe, sin duda, historizarse. No
El pueblo crucificado 19

siempre y en todo lugar ha ocurrido y ocurre de la misma for-


ma ni per las mismas causas, pues el esquema general de la
opresión del hombre por el hombre adquiere colectiva e indi-
vidualmente formas muy distintas. Pero en la actualidad uni-
versal de nuestros d1as la opresión tiene unas caracter1sti-
eas históricas globables, que no pueden ignorarse y de las que
son responsables activos u omisivos cuantos no se ponen al la-
do de la liberación.
Asimismo dentro de este planteamiento colectivo y generali-
zante deben hacerse análisis más particularizados. Aunque se
mantenga el esquema universal de que se crucifica al otro para
vivir uno mismo, deben examinarse los subsistemas de crucifi-
ción que hay en cada uno de los dos grupos. el grupo de los
opresores y el grupo de los oprimidos. Muchas veces se ha in.
sistido en la gravedad y en la multiplicidad de formas cómo
dentro del mundo de los oprimidos hay quienes se ponen al ser-
vieio de les opres~es o desatan sus propios instintos de do-
minaeión. Es un hecho real que obliga a superar las simplifi-
caciones esquemáticas tanto de las causas de la opresión co-
mo de sus formas para no caer en una división maniqueista del
mundo. que pondria a un lado todo lo bueno y al otro todo lo
malo. Precisamente una consideración estructural del proble-
ma evita el caer en el error de admitir como buenos a todos
los individuos de un campo y como malos a los del contrario,
dejando as1 de lado el problema de la transformación perso-
nal. La huida de la muerte propia en un permanente mirar por
s1 sin aceptar que la vida se gana cuando se la entrega a los
otros es. sin duda, una tentación intr1nseca y permanente
del hombre, que queda modulada pero no anulada por la reali.
dad histórico-estructurAl.
El enfoque de la muerte de Jesús y de la crucifixión del
pueblo, la remisión de la una a la otra, hace que ambas apa-
rezcan a una nueva luz, La crucifixión del pueblo evita el
peligro de mistificar la muerte de Jesús y la muerte de Je-
sús evita el peligro de magnificar salv1ficamente el mero he-
El pueblo crucificado 20

cho ~e la crucifixión del pueblo, como si el hecho bruto de ser


crucificado aportara sin más la resurrección y la vida. Hay que
iluminar esta crucifixión desde lo que fue la muerte de Jesús
para ver su alcance salvífico y el modo cristiana de esa salva-
ción. Hay que examinar para ello los principios de vida que se
entremezclan con los principios de muerte, aunque la presencia
del pecado y de' la muerte es masiva en! la historia del hombre,
también es importantísima y palpable la presencia de la gracia
y de la vida. Si no se puede olvidar un aspecto, tampoco el otro.
Más aún, la salvacipn sólo pddrá entenderse como un triunfo de
la vida sobre la muerte, un triunfo que ya está prenunciado en
la resurrección de Jesús, pero que debe ser procesualmente gana-
do • siguiendo sus propios pasos conforme al sentido que tuvie-
ron en él.

4. La muerte de Jesús y la crucifixión del peeblo


vistas desde el Siervo de Jahvé
Una de las pistas en las que se fijó la comunidad cristiana
primitiva para comprender y dar su valor adecuado a la muerte
de Jesús fue la figura del siervo de Jahvé tal como la descri-
bió el deutero Isaías. Este hecho permite acudir de nuevo al
siervo sufriente para ver desde él lo que fue en uno de sus as-
pectos la muerte de Jesús y, sobre todo, lo que es también en
uno de sus aspectos la crucifixión del pueblo.
Tendrá Así tres partes esta sección. en la primera, se recoge-
rán algunas de las características del siervo tal como las propo-
ne ela deutero Isaíasl en la segunda se contrastarán esas carac-
terísticas con lo que fue la vida y muerte de Jesús, finalmente
en la tercera con lo que son o deben ser las características del
pueblo oprimido, si ha de ser el continuador de la obra redento-
ra de Jesús, Las dos primeras partes estarán orientadas a la ter-
cera, Así si no llegara a probarse que el pueblo oprimido ~ la
continuación histórica de la crucifixión y del crucificado, se
mostrará al menos qué camino debe seguirse para configurar su
muerte con la de Cristo, habida cuenta sin embargo de la distin-
ta realidad que son y de la diferente función que les compete.
El pueblo crucificado 21

a) Haremos el análisis del siervo doliente de Jahvé desde la


perspeetiva del pueblo crucificado. Toda lectura se hace desde
una situación más que desde una pre-comprensión, la cual está de-
terminada .de algún modo por la situación. Los que pretenden que
es posible una lectura neutra de un texto de la escritura cometen
un doble errara un error epistemológico al creer posible una lec-
tuaa no candicionada, y un error teológico por cuanto desdeñan el
lugar más apto de lectura, que será siempre el destinatario prin-
cipal al que va dirigio el texto! este destinatario es en cada mo-
mento histórico un destinatario distinto y aquí trabajamos con la
hipótesis de que en nuestro momento es el pueblo crucificado, hi-
pótesis que será confirmada si es que el pueblo crucificado queda
iluminado por lo que dice elx. texto y si el texto queda enrique-
cido y actualizado por la realidad de este destinatario históri-
co. No es este lugar de mostrar la justificación epistemológica
y teológico de este procedimiento metodológico, que no excluye
la utilización más cuidadosa de los análisis exegéticas sino que
tan sólo los suboadina! baste con explicitarlo para no llevarse
a engaño.
Se prescindirá en el análisis de si el Nsievc" es un personaje
colectivo o individual, si es un rey o un profeta, etc. Nada de
esto es relevante para nuestro propósito. pues lo que se intenta
aquí formalmente es ver lo que dice el texto al pueblo oprimido,
lo que habla el texto a este destinatario histórico. No se hará,
claro está, un tratamiento exhaustivo sino una apuntamiento de
las lineas fundamentales.
La tea logia del siervo presupone que el encuentro de Jahvé
ocurre en la historia. Jahve a salido al encuentro de su pueblo
en la historia, que se constituye as! en el lugar de su proximi-
dad y en el lugar de la respuesta y la responsabilidad del pue-
blo (J. Jeremias). La unidad entre lo que ocurre en la historia
y lo que Dios quiere manifestar y comunicar a los hombres es en
el texto del deutero Isa{as indisoluble! recordemos las referen-
cias a la humillación de Babilont. y al triunfo de Ciro como prue-
bas contundentes. En este contexto hmde lterse los cuatro can-
tos del siervo doliente.
El pueblo crucificado 22

El primer canto (ls 42, 1-4) habla de la elección del sier-


vo, que es un elegido, un preferido de Jahvé y sobre el que ha
puesto su espiritu. La finalidad de esta elección es manifesta-
da paladinamente s "para que traiga el derecho a las naciones".
y no contento con esta formulación tan explicita insiste y am-
plificas ·promoverá fielmente el derecho,/no vacilará ni se
quebrará,/ hasta implantar el derecho en la tierra, / y sus le-
yes que esperan las islas", Se trata, por tanto, de una implan-
tación objetiva del derecho, de la justicia, ante todo, .en el
sentido real de hacer justieia a un pueblo oprimido, de crear
\IDas leyes en que predomine la justicia y no los intereses de
los poderosos, aunque también se tiene en cuenta la necesidad
de que se interiorice el amor a la justicia, esto es, de que
se haga un nombre nuevo que viva de verdad el derecho y la jus-
ticia. Hay asimismo \IDa mirada universal sobre las naciones y
las islas, esto es. no se queda en un ámbito puramente judaico.
y es una respuesta de Dios a lo que "esperan" los pueblos sin
derecho, una reppuesta que se implantará por el siervo, que no
vacilará ni se quebrará en su misión.
La elección es por parte de Dios. Por muy politica que parez-
ca la misión en su primer paso (no se habla de que se restaura-
rá el culto, de que se convertirán los pecadores, etc, sino de
la implantación del derecho) es lo que Dios quiere, el Dios
"que creó y desplegó el cielo", el que consolidó la tierra, el
que dio vida al pueblo y a todo lo que se mueve sobre la tierra.
Pues bien, este Dios es el que ha elegido al siervo para hacer
la tlusticias "Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, /te
he cogido de la mano,! tehe formado y te he hecho/ alianza de
un pueblo, luz de las naciones"(42,6). Y se vuelve a repetir,
explicándolo, lo que es hacer justicia 1 "para que abras los o-
jos de los ciegos,/ saques a los cautivos de la présiónl y de
la mazmorra a los que habitan las tinieblas"( 7). Y eso lo dice
el Señor y ése es su nombre, es decir, en eso se expresa su
ser para los hombres, en ese su anuncio de futuro frente a lo
~~.que ha estado sucediendo.
-I'.l ~ El segundo. cántico subraya el carácter de elección por par-
te de Diosl h% elegido a quisB desprecian los poderosos, a
El pueblo crucificado 23

quien parece no tener fuerzas para hacer reinar la justicia so-


bre el mundo y que, sin embargo, tiene el respaldo de Diosl "en
realidad mi derecho 10 defendía el Señor,/ mi salario lo tenia
~ mi Dios". "Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel,/
tl despreciado, al aborrecido de las naciones,/ al esclavo de
los tiranosl/ Te verán los reyes, y se alzaránl los príncipes,
y se postraránl/ porque el Señor es fiel, porque el Santo de Is-
rael te ha elegido"(49, 4 y 7). La elección es para construir
una tierra nueva y un pueblo nuevo. "para restaurar el país, pa-
ra repartir heredades desoladas"(49, 8). Saldrá el pueblo de su
estado de pobreza, de opresión y osouridad a Un nuevo estado de
ab~ncia, de libertad y de luz. Y la razón de la intervención
divina a través de su ~iervo es clara. "porque el Señor consuela
a su pueblo/ y se compadece de los desamparados" (49, 13). Esta
idea de que Dios está del lado del oprimido y contra el opresor
es fundamental en el texto y se refiere a un pueblo entero y no
solamente a individuos particulares 1 "Haré a tus opresores comer-
se su propia carne,/se embriagarán de su sangre como de vinol/
y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador,/y que
tu redentor es el héroe de Jacob" (49, 26).
El tercer cántico da un paso nuevo al resaltar la importan-
cia que pueden tener los sufrimientos en la marcha liberadora
del pueblo. La larga exp~riencia del abatimiento puede llevar
a la desconfianza, pero el Señor va a respaldar ese sufrimien-
to y va a terminar dando la victoria a quien aparentemento está
derrotado 1 "el Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajesl/
por eso endurecí el rostro como pedernal,/ sabiendo que no que-
daría defraudado" (50,7). Una gran esperanza se abre en el futu-
ro de los afligidos y perseguidos I su dolor no es en vano sino
que Dios está tras él. Una esperanza que tocarán can sus manos
y que transformará por completo sus vidas. "los rescatados del
Señor volveránl vendrán a Sión con cánticos, en cabeza alegria
perpetua,/ siguiéndolos gozo y alegría, pena y aflicción se ale-
jarán" (51, 11).
Pero es en el cuarto cántico donde se desarrolla más el tema
de la pasión y gloria del siervo. Ante todo, la cantr~p~ición
El pueblo crucificado 24

entre lo que es la situación del siervo y su capacidad real de


salvación_ -Mirad,mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mu-
cho.! Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no
parecía hombre! ni tenía aspecto humano,! as! asombrará a mu-
chos~ pueblos,! ante él los reyes cerrarán la boca,! al~ ver
algo inenarrable y contemplar algo inaudito" (52, 13-15). Es
aquí donde la descripción de la persecución del siervo en su
misión de implantar el derecho reviste caracteres muy similares
a los que sufre hoy el pueblo oprimido.
Creció en su presencia como brote,
como raiz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores acostumbfado a sufrimienoo~
ante el cual se ocultan los rostros,despreciado y d~
sestimado.
El soportó nuestros sufrimientos y aguntó nuestros
dolores.
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y hu-
millado,
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros caímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicratices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno suguiendo su
camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, se humillaba y no abría la boca •••
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los ma lhechores ,
aunque no habta cometido crímenes
ni hubo engaño IH en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento
y entegar su vida como expiación.
verá su descendencia, prdongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siero justificará a muchos
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le dará una multitud como parte,
y tendrá como despojo una mUChedumbre.
Porque espueo su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él cargó con el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores (53,2-12).
El pueblo crucificado 25

Este texto, fundamental en cua1qu~er teología de la salvación,


en cualquier ~eriología admite diversas lectura~ porque puede
iluminar problemas distinaos. En el que nos ocupa ahora no puede
desconocerse hasta qué punto se acomoda en la descripción a lo que
ocurre con el pueblo cDDOificado. Si una lectura, ya tradicional,
ha visto prenunciada en él la figura de la pasión de Jesús, no hay
por qué cerrar los ojos a lo que tiene de realmente descriptivo
-al margen de toda aCOl1lodación- de lo que es hoy una inmensa mayor
parte de la humanidad. Desde esta perspectiva pueden subrayarse al-
gunos mome8tos histórico-teológicos de este cántico impresioante.
En primer lugar, se trata de una figura destrozada por lat inter-
vención histérica de los hombres. es un hombre de dolores acostum-
brado al sufrimiento, que es llevado a la muerte sin defensa y sin
justicia, desestimado y despreciado por todos, alguien en qu~en no
se ve mérito alguno.
En segundo lugar, no sólo no se le considera como posible salva-
dor del mundo sino todo lo contrario como leproso, como condenado,
herido de Dios y humillado.
En tercer lugar aparece como pecador, como fruto del pecado y co-
mo lleno de pecados, por eso le dieron sepultura con los malvados y
con los malhechores, fue contado entre los pecadores porque él cargó
con el pecado de muchos.
En cuarto lugar la visión creyente ve las cosas de otro modo. su
estado no se debe a sus pecados sino a nuestros pecados, sufre el pe-
cado sin haberlo cometido, fue traspasado por nuestras rebeliones y
triturado por nuestros crímenes, herido por los pecados del pueblo.
Cargó cen los pecados que na. cometiów de modo que está en situación
desesperada por los pecados de los demás. Antes de que é1 muera por
los pecados son los pecados los que le llevan a la muerte, son los
que le matan.
~ v. E~ quinto lugar, el siervo acepta este destino, acepta que el
. s._-!'ypeso de los pecados le lleve hasta la muerte, aunque él no los come-
tió. En razón de los pecados de los otros, por los pecados de los
OtDos ac~~ta su, propia muerte. El siervo justificará a muchos por-
que cargó con los crímenes. . de ellos. Nuestro castigo cayó sobre
El puetlo crucificado 26

él y sus cicratices nos curaron. Su muerte lejos de ser sin sen-


tido y sin eficacia, quita por lo pronto los pecados que aflij{an
al Mundo. Es expiación e intercesión por los pecados.
En sexto lugar, el propio siervo aplastado en su vida sacrifi-
cada y en su muerte fracasada, acabrá triunfando, no sólo los
otree se verán justifieados sino que verá su descendencia y pro-
langará sus aftas, verá la luz y se saciará de conocimiento.
En séptimo lugar, el Señor mismo asume esta situación' carga
sobre él todos nuestros crímenes. Más aún se dice que el Señor
quiso triturar 10 con el sufrimiento y entregar su vida como ex-
piación, a~ue después le premiará y dará la recompensa total.
Son las frases más fuertes, pero que admiten la interpretación
de que Dios acepta como querido por él, como saludable, el sacri-
ficio de quien históricamente es muerto por los pecados de los
hombres. Sólo en un difícil acto de fe el cantor del siervo es
capaz de descubrir lo que aparece como todo lo contrario a los
ojos de la historia. Precisamente porque ve cargado de pecados
y de las consecuencias del pecado a quien no los cometió se atre-
ve por la misma injusticia de la situación a atribuir a Dios lo
que está sucediendo I Dios no puede menos de atribuir un valor
plenamente salvífica a este acto de absoluta injusticia históri-
ca. y se 10 puede atribuir porque el propio siervo acepta su des-
tino de salvar por el sufrimiento a qUEnes son los causantes de
él.
Finalmente, la orientación global de este cántico junto con
~.KX% la de los tres aneeriores, su sentido profético de anuncio
futuro y su ámbito de universalidad hace que no pueda determinar-
se unívocamente la concreción histórica del ziervo. Siervo dolien-
te de Jahvé será todo aquél que desempeñe la misión descrita en
los cánticos y lo será por antonomasia quien la desempeñe de for-
ma más perfecta total. Por mejor decir, siervo doliente de Jahvé
será todo aquel crucificado injustamente por los pecados de los
hombres, porque todos los crucifieados forman una sola unidad,
una sola realidad, aunque esta realidad tenga cabeza y tenga
miembros con funciones distintas en la unidad de la expiación.
El pueblo crucificado 27

Por mucho que se anentúen los rasgos delssufrimiento y del aparente


fracaso sobresale la esperanza del triunfo, un triunfo, no lo olvi-
demos, que ha de tener un carácter público e histórico y que se re-
laciona con la implantación del derecho y de la justicia. Todo lo
que pueda haber de representación sustitutiva no obsta para haya
una efectividad histórica.
b) Con anterioridad a la interpretación cristiana del siervo do-
liente ya se thabía puesto en relación su figura con la del Mesías.
Una línea de reflexión teológica vio que el triunfo del Mesias no
vendría sino después del paso por el dolor y el sufrimiento, y esto
precisamente por la existencia del pecado. No puede desconocerse
que el propio deutero lsaías, que tanto subraya el amor de Jahvé
por el pueblo, pone en su boca duras ~ejas sobre el mal comporta-
miento de ese pueblo. El misterio del pecado y del mal no para de
abrirse eamino hasta dar con una interpretación más cabal de la ac-
ción de Dios en la historia.
El Nuevo Testamento no recoge con profusión la referencia explí-
cita al siervo de Jahvé. El título ~ Theou aparece sólo una vez
en Mateo (12,13) y cuatro en los Hechos(3, 13.26, 4, 27.3). Sin em-
bargo, la teologia del siervo doliente de Jahvé en la línea del su-
frimiento y la oblación por los pecados es de primera importancia
en el Nuevo Testamento, cuando se pretende expliear teoló~ica.ente
el hecho histórico de la muerte de Jesús. La desaparición casi com-
pleta del término puede atribuirse a que las comunidades helenísti-
cas prefirieron muy ~. pronto el título de "hijo de Dios" al del
"liervo de Dios", que les resultaba un tanto inasimilable. Para J.
Jeremias la interpretación cristológica del siervo de Jahvé del deu-
tero lsaías pertenece a los primeros tiempos de las comunidades
cristianas y corresponde al estadio palestino, prehelenístico. Cull-
mann sostiene que la cristologia del siervo es probablemente la cris-
tologia más antigua.
Sin embargo no es opinión común de los exegetas el que el propio
Jesús tuviese conciencia de ser el siervo de Jahvé, del que habla
el deutero lsaias. No necesitamos entrar aquí en esta discusión,
porque lo que aqui nos importa subrayar es que la comunidad primiti-
El pueblo crucificado 28

va vio justificadamente el transfondo teológico del siervo do-


liente en los }ucesos históricos de la vida de Jesús, en cuyo
caso éste, sin saberlo explícitamente, habiera desempeñado la
misión del siervo. Podría decirse a modo de objeción que los su-
cesos histórieos narrados en los evangelios no son sino la carne
histórica puesta por las comunidades primitivas para historizar
el pensamiento teológico del siervo, pero aunque así fuera -lo
cual no parece aceptable en su totalidad- nos bastaría con el r~
conocimiento de la necesidad de historizar la salvación y el mo-
do de la salvación. Si, por otra parte, el propio Jesús tuvo con-
ciencia de ser él la realización plena del siervo doliento de
Jahvé, es claro que esta conciencia no la tuvo desde el princi-
pio de su vida ni siquiera en los arranques de su vida pública,
de lo cual se deduce de nuevo que sólo su vida real de anuncio
del Reino y de oposición a los enemigos del Reino le condujo a
la aceptación creyente y esperanzada del destino salvífico del
siervos en él la lucha contra el pecado habría sido también an-
terior a la muerte por el pecado.
Es, por lo pronto, difícil de admitir que Jesús haya manifes-
tado pública y solemnemente el que su muerte fuera a tener un
alcance salvífico(Schuermann). La predicación y el comportamien-
to de Jesús no se orientan hacia su muerte futura y no dependen
de ella (Marxsen). Más difícil resulta responder a la cuestión
de si comunicó el sentido salvífico de su muerte a sus discípu-
los más cercanos, al menos en vísperas de la pasión, ya que no
cuando fueron enviados a la misión de anunciar el Reino. De ha-
cerlo tuvo que ser en la última cena. Sin poder entrar a fondo
en esta cuestión nos podemos atener a las posiciones interme-
dias de los exegetas sin llegar ni al positivismo literal de Je-
remias ni al escepticismo histórico de Bultmann. Schuermann,
después de un largo análisis exegético, concluyes es .xxuna pers-
pectiva soteriológica la que mejor explica los gestos de ofren-
da de aquel que va a morir y que anuncia la salvación escatoló-
gica, en estos gestos del siervo realizados por Jesús, la salva-
ción escatológica se hace comprehensible en la acción simbólica
de quien llega hasta el don de sí en la muerte como culminación
de toda su vida, que ha sido siempre una pro-existencia, esto
El pueblo crucificado 29

esx, una vida definida por la entrega total a los demás. El reco-
nocimiento del valor salvífico de la muerte de Jesús B.~KXBH
taxraKMkk . . . tiK después de la resurrección quedó posibilitado por
el recuerdo de la actitud pro-existente de Jesús, eXpresada solem-
nemente en los ~estos de la última cena y reconsiderada a la luz
de las escrituras, especialmente a la luz del siervo doliente. Se
fue viendo que esa muerte era necesaria, que era conforme a las
escrituras, que tiene un valor salvífica para qu~es le siguieron
y que ese valor puede extenderse a los pecados de la multitud.
Contra la autocomprensión plena de su muerte por parte del pro-
pio Jesús está, sin embargo, el grito de Jesús en la cruz recogido
por Mateo (27. 26) Y Marcos (15.35), que parece indicar un absolu-
to a awBaxax~K abandono por parte de Dios y, consecuentemente,
un desfallecimiento de su fe y de su esperanza. El texto preven-
ta una dificultad tan grave, que los demás evangelistas lo susti-
tuyen por una palabra de confianza (Lc 23~ 46-47) o por una pala-
bra de plenitud (Jo 19, 30). Siendo posible ver en las palabras
de abandono de Jesús el comienzo del salmo 22, que termina con
palabras de esperanza semejantes a las del cántico del sie~Qo, no
es seguro que ese seal tenor y el sentido de las palabras puestas
en la boca de Jesús por Mateo y Marcos. Para Léon-Dufour Jesús
habría querido expresar el estado de derelicción, de abandono,
que es la muerte, muerte que de por sí es la separación del Dios
vivo. Sin embar~o la experiencia del abandano es simultáneamente
proclamada y ne~ada en un diálo~o, que ~%ECtxmxX~K expresa la
presencia del que parece ausente, el diálogo no queda interrumpi-
do, aunque Dios parece haber desaparecido. Jesús, por vez única
~n los sinópticos no llama a Jahvé no Padre sino Dios. Todo ello
hace sospechar que el "por qué" me has abandonado, queda sin res-
puesta inmediata, que solamente aparecerá después de su muerte y
que los evan~elistas olocan en voz del centurión 1 "realmente,
este hombre era el hijo de Dios".
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Jesús, en consecuencia, no habría tenido conciencia explícita
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del sentido pleno de su muerte, aunque sí la esperanza firme de
que su vida y su muerte eran el preuuncio inminente del Reinol di-
cho en otra" palabrfls, que el advenimiento definitivo del Reino
El pueblo crucificado 30

pasaba por su vida y por su muerte, entre las que ha de aceptar-


se una continuidad, de modo que la muerte no fue sino la culmi-
nación de su vida, el momento definitivo de su entrega total en
el anuncio y en la realización del Reino. Hasta el punto que más
claro estaria el sentido sacrificial y expiatorio de los sufri-
mientos del siervo doliente que el de la muerte de Jesús, sólo
más tarde comprendida como victima universal de los pecados del
mundo.
c) Obviamente el pueblo crucificado no tiene conciencia expli-
cita de ser el siervo doliente de Jahvé, pero,como acabamos de
ver en el caso de Jesús, esto no es razón para negar que lo sea.
Tampoco seria razón el decir que Jesús mismo es el siervo dolien-
te de Jahvé, pues el pueblo crucificado seria su continuidad his-
térica, de modo que no supondria "otro" siervo. Bastaria, por
tanto, con mostrar que el pueblo crucificado reune objetivamente
algunas condiciones esenciales del siervo doliente para presu-
mir que, si no 10 es actualmente y en toda su plenitud, es, sin
embargo, el lugar histórico más adecuado de su realización.
Si se admite que la pasión de Jesús ha de tener continuación
histórica. debe admitirse también, en razón de la historicidad,
que esa continuación puede adpptar diversas figuras. Dejando de
lado las figuras individuales, esto eS,la necesidad de que Jesús
prosiga en cada uno de sus seguidores, la continuación histórica
por parte del pueblo deberá cobrar di.tintas figuras. Dicho en
oyros términos, no puede decirse de una vez por todas quién es
el sujeto colectivo, que lleva con mayor plenitud adelante la
obra redentora de Jesús. Podria decirse que siempre será el pue-
blo de Dbos crucificado I pero esto, siendo acertado, deja sin de-
finir quién es ese pueblo de Dios, que no puede entenderse sin
más como la Iglesia oficial, ni siquiera como la Iglesia perse-
guida. No todo lo que se dice Iglesia es, sin más, el pueblo cru-
cificado o el siervo doliente de Jahvé, aunque ese pueblo cruci-
ficado. rectamente entendido, pueda considerarse como la parte
más viva de la Iglesia, precisamente porque continuaria la pa-
sión y muerte de Jesús.
El pueblo cnucificado 31

Esta historicidad no impide que pueda llegarse a una aproxi-


mación de la figura actual del siervo. Podrá ser distinta en
diversas situaciones históricas. podrá representar según aspec-
tos distintos sus rasgos fundamentales. pero no por ello podría
no tener ciertas características fundamentales. La fundamental
es que sea aceptado como tal por Dios, pero esta aceptación no
es co~obable dlrecta.ente, sino sólo a través de su "semejan-
za" con lo que le ocurrió al Jesús crucificado de la historia.
Según esto, deberá ser crucificado por los pecados del mundo,
deberá haber sido convertido en desecho de los hombres mundanos,
su apariencia no será humana precisamente porque ha sido deshu-
nizada, deberá tener un alto grado de universalidad pues se ha
de tratar de una figura redentora del mundo entero, deberá sufrir
esa deshumanización total no por sus culpas sino por cargar con
las culpas de loe d8ftAs, deberá ser desechado y despreciado pre-
cisa.ent ca o salvador del mundo, de tal fOrRa que este "mundo"
n lo acepte cono su salvador, antes al contrario lo juzgue como
la expr sión ~s cabal de lo que se debe evitar y aun condenar,
d ero final nt d rse una conexión objetiva entre su pasión y
1 r lización d 1 Reino de Dios.
Por o ra part no d berá identificarse esta figura histórica
d 1 siervo con una d terminada organización del peeblo crucifica-
do. uya in.q r:Rnc ia d fint ter ia sea el alcance del pad er poli tico.
D '1de lu ~o qUP la qAlvactón prometida a la misión histórica del
'1i~rvo de Jahv" hA d conseguir una objetivación histórica y que
~'1 JI obj iva ión h\..'1tórica hA de ser lograda mediante una orga-
ni7..acirm. qu si ha de 'ler plenamente liberadora, ha de estar en
rn Il1Io'l conexión con lo que s el pueblo crucificado. Pero no es
i'lmo asp o. Aq 1 por el que el pueblo cnucificado _y no
nn Indiferenciado '1in más- aporta la salvación al mundo,
o continUAdor de la obrA de Jesú , y aquél otro por el que
~ i7A hi'ltórico-pol{ ica~ente esa salvación. Dicho de otra for-
'J" lo crucificarlo deshorda cualquier concreción históri-
---- "Tlo'll "1

ca llue puedil dar'le a '1{ mismo en vista a su salvación histórica


• J
v e'le dpq~ordamien n provi~e de ser continuación histórica de
'In Jp<; j,<; (]lIe no l"!vó '1 lucha por el Reino a través del poder
El pueblo curcificado 32

político! pero que "desborde" no implica que se pueda apartar


de toda concreción histórica, porque el Reino de Dios implica
la realización de un orden político, en que los hombres vivan
en alianza como respuesta a la alianza de Dios.
El pueblo crucificado mantiene así una cierta indeterminación
en cuanto no se identifica, al menos formalmente, con un preciso
grupo histórico -al menos, con todas las concreciones de un gry
po histárico-, pero, por otro lado, es suficientemante determi-
nado como para no ser confundido, con lo que no puede represen-
tar el papel histórico del siervo doliente de Jahvé. Por poner
ejemplos a dos niveles distintosl el 'rimer Mundo no está en esa
línea y sí lo está el Tercer Mundo! no lo están las clases ricas
y opresoras y si lo están las clases oprimidas! no lo están quie-
nes están al servicio de la opresión, por mucho que sufran en
este servicio, y si lo están los que luchanp por la justicia y
la liberación. El Tercer Mundo, las clases oprimidas, los que
luchan por la justicia "en tanto que" son Tercer Mundo, clase
oprimida y luchadores por la justicia están en la línea del sier-
vo doliente, por más que en todo lo que hacen no lo hagan necesa-
riamente en la línea del s iervo. Más aún, como ya se apuntaba
al principio de 8ste trabajo, esos tres ni••les necesitan desdo-
blarse -no podemos entrar aqui en el estudio de las formas de
ese desdoblamiento- en factores estrictamente políticos y en fac-
tores que, siendo ~ históricos, no son formalmente políticos.
Esta aproximación del pueblo crucificado al siervo de Jahvé
es todo menos gratuita. Si es posible ver en uno y otro rasgos
comunes fundamentales, está, además, la identificación hecha por
el mismo Jesús -o vista así objetivamente por la comunidad cri~
tiana primitiva- entre él y los que sufren. Desde luego los que
sufren por su nombre o por el Reino,pero también los que sufren
sin saber que su sufrimiento tiene que ver con el nombre de Je-
sús y el anuncio de su Reino. Pero es en Mt 25, 31-46 donde se
expresa la identificación de un modo más preciso~, pasaje que
por cierto antecede literalmente a un nuevo anuncio de la pa-
sión (26, 1-2).
El pasaje tiene una estructura de pacto(Pikaza) en su doble
El pueblo crucificado 33

expresión (soy vuestro Dios que está en los pequeños y sereis


mi pueblo si amais a los pequeños), con un pacto que está me-
diado a través de la justicia interhumana. Es el juicio del
Reino, el juicio universal y definitivo, que saca a la luz
la verdad de Dios entre los hombres, esta verdad está en la
identificación del Hido del hombre, constituido en Rey, con
los hambrientos, con los sedientos, con los peregrinos, con
los desnudos, con los enfermos y los presos. Hijo del hombre
es el que sufre con los pequeños y es este Hijo del hombre,
en tanto que encarnado en el pueblo crucificado, el que se va
a eonstltulr en juez! el pueblo crucificado es ya juez, aun-
que no f~mule juicio teológico, en su propia existencia y ese
juicio es salvación en cuanto descubre por oposición el pecado
del lIundo y en cuanto posibilita el rehacer lo que está mal
hecho, en cuanto propone una exigencia nueva como camino ine-
ludible para conseguir la salvación. Se trata, no lo olvide-
1I0S, de un juicio universal, en que se da sentencia sobre to-

do el curso de la historia. Pikaza observa que Mt 25, 36-41


illplica una visión dialéctica del Jesús histórico! por un lado
ha sido pobre y por otro es el que ayuda al pobre, observado
esto después de la Pascua Jesús aparece como Hijo del hombre,
que sufre en los perdidos de la tierra, pero es a la vez Se-
ñor que se pone en su ayuda.
El pueblo crucifificado tiene así una doble vertiente! es
la víetima del pecado del mundo y es también quien aportará
la salvación al mundo. Pero este segundo aspecto no es el que
aqui nos toca desarrollar" del "muerto por nuestros pecados
y resucitado por nuestra justificación" paulino, este trabajo,
al detenerse en la crucifixión, sólo~ presente la primeea eta-
pa. Una etapa centrada sobre la resurrección del pueblo debe-
ría mostrar cómo el crucificado por los pecados del mundo
puede aportar en su resurrección la salvación del mundo. No
hay salvación por el mero hecho de la crucifixión y de la
muerte! sólo un puelJlt que vive porque ha resucitado de la
muerte que se le ha inflijido es el que puede salvar al mun-
do.
El pueblo crucificado 34

El mundo de la opresión no está dispuesto a tolerar esto.


Coso en el easo de Jesús, está decidido a desechar la piedra
angular para la construcción de la historia, está decidido a
construir la historia desde el poder y la dominación, es decir,
desde la anulación permanente de la inmensa mayoria de la hu-
manidad oprimida. Lapiedra que deeecharon los constructores
vino a ser la piedra angular, piedra de tropiezo }'troca de
escándalo. Esa piedra fue Jesús, pero 10 es también el pueblo
que ahora es suyo, porque sufre el mismo destino históricol
los que un tiempo "no eaan pueblo" ahora son "pueblo de Dios",
los que eran "mirados sin misericordia" ahora "son mirados
con misericordia". En este pueblo están las piedras vivientes
con que se edificará la nueva casa, en la que habitará el sa-
cerdocio nuevo, que ofrecerá las nuevas víctimas a Dios por
mediación de Jesucristo (cfr. 1 Pe 2, 4-10>.

Quedaría por analizar el sentido teológico e histórico de


la fórmula consagrada "muerto por nuestros pecados". Pero fue-
ra de que se han mostrado las pistas para su tratamiento, alar-
garía excesivamente esta contribución. Si con lo dicho basta-
ra para llamar la abención sobre la profunda unidad entre la
muerte de Jesús y la crucifiKtón del pueblo, su objetivo se
habría cumplido I la historización de la pasión de Jesús y la
teologización de la cDucifixión del pueblo no puede menos de
aportar nuevas luces a una y otra. Luces que pueden llevar a
graves consecuencias. Una de ellasl la Iglesia, como continua-
dora de la obra de Jesús -vida, muerte y resurrección% debe
entenderse a sí misma fundamentalmente como Iglesia del pueblo
crucificado, pues sólo así será sacramento de salvación.

Ignacio Ellacuría

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