076 - El Heroe de Cartao 2C Timothy Zahn

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Un Jedi se encuentra inmerso en una oscura conspiración por conseguir

los tubos de clonación Spaarti.


El héroe de Cartao
Timothy Zahn

Versión 1.0
27.08.12
Título original: Hero of Cartao
Publicado originalmente en inglés en la revista Star Wars Insider, números 68, 69 y 70. Y en
nuestro idioma, en la revista española Star Wars Magazine, números 18, 19 y 20.
Título original de cada parte: Hero's call, Hero's Rise y Hero's End
Cronología: 21 años A.B.Y (Antes de la Batalla de Yavin)
Ilustraciones: Douglas Chaffee
Timothy Zahn, fecha de publicación del original.

Traducción: Anónimo, presumiblemente alguno de los tres traductores que figuran en la revista:
Mireia Bartolomé-Sanz, Guillermo Ruiz o Javier Parra
Revisión: Bodo-Baas
Editor original: Bodo-Baas (v1.0)
Base LSW v1.01
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1. La llamada del Héroe
“¿Maestro Doriana?” Dijo la voz profunda de Emil Kerseage. “Ya estamos
aquí.” Kinman Doriana se despertó, parpadeando por los rayos de sol que se
colaban a través de las ventanillas de la lanzadera. Miró brevemente el paisaje
que discurría bajo él, intentando recordar donde se encontraba exactamente.
Había estado en tantos sistemas...
La desorientación se desvaneció. Estaba en Cartao, el centro comercial
principal del sector Prackla, cuidadosamente neutral en la guerra entre la
República y los Separatistas. Y hogar de...
“Aquí está,” dijo Kerseage. Giró la palanca de control delicadamente,
haciendo girar la lanzadera ligeramente a la izquierda para dar una vista mejor a
Doriana. “Creaciones Spaarti.”
Doriana miró hacia fuera por la ventanilla lateral, sin poder evitar sentirse
impresionado. Situada entre un grupo de colinas boscosas al norte del pequeño
pueblo de Ciudad Foulahn, quizás a unos tres kilómetros al noroeste del
igualmente compacto espaciopuerto Triv, estaba la única fábrica conocida como
Creaciones Spaarti. Con cerca de un kilómetro de longitud en su parte más
ancha, tenía el aspecto de mosaico de algo que ha sido retocado una y otra vez a
lo largo de décadas. El tejado reflejaba ese caos helado, con torres, salidas de
aire, antenas y claraboyas apareciendo en lugares aparentemente aleatorios en el
edificio de tres pisos. No vio ninguna ventana, y la ventilación parecía
controlada por una serie de pequeños respiraderos repartidos a media altura por
los muros laterales. “Impresionante,” comentó él.
“¿Eso cree?” dijo Kerseage encogiéndose de hombros. “Personalmente,
siempre lo he considerado la versión arquitectónica de unos hierbajos. Sin orden
ni organización por ningún lado.”
“¿Ha estado alguna vez dentro?”
“Sólo pueden entrar los empleados,” dijo el otro, torciendo el labio con
disgusto y resentimiento. “Ellos y los importantes y poderosos.”
“¿Cómo yo?” preguntó Doriana.
Kerseage le miró, como si de pronto recordara quien era su pasajero. “No,
no, estaba pensando en los compañeros de Lord Binalie, “justificó
precipitadamente. “El Consejo de Comercio de Prackla -ese tipo de gente.”
“¿No tiene buena opinión sobre ellos?”
Kerseage se encogió de hombros de nuevo, de forma incómoda esta vez. “No
tiene nada que ver conmigo,” murmuró. “Tengo una lanzadera; Llevo a la gente
a sitios. Eso es todo.”
“Ya veo.” Dijo Doriana, devolviendo su atención a la planta que ahora
pasaba justo por debajo de ellos. Estaba claro que Kerseage no quería decir nada
más.
Pero tampoco necesitaba hacerlo. Como siempre hacía, Doriana se había
asegurado de investigar Cartao antes de llegar y contratar a ese hombre en
particular para llevarle a través del poco poblado planeta hasta Creaciones
Spaarti. La compañía de transportes de mercancías de la que era propietario
Kerseage quebró a causa de una regulación pobremente redactada que el
Consejo de Comercio Prackla hizo vigente tras la Batalla de Geonosis. La
apelación de Kerseage aún estaba dando tumbos por el sistema, pero el tema
seguía sin resolverse. Su compañía había desaparecido, y estaba claro que él
culpaba a Lord Binalie por ello.
¿Qué hay de las instalaciones satélite de la planta?” preguntó, pasando la
vista por las áreas boscosas al norte y al oeste de la instalación principal. “Los
edificios donde se guardan las materias primas y los productos acabados.”
“¿Se refiere a los tres Outlinks?”
“Eso es,” dijo Doriana “¿Dónde están?
“No lo sé con exactitud,” dijo Kerseage. “El más cercano se supone que está
a unos tres kilómetros al nordeste, pasados esos barracones de techo gris de allí.”
Señaló él.
“Mmm,” dijo Doriana, mirando a lo lejos. No había nada en esa dirección
que pudiera ver. Bien camuflado, ya fuera por accidente o por diseño. Podría ser
útil. “¿Dónde vive Lord Binalie?”
“Allí.” Kerseage señaló a la izquierda mientras hacía virar la lanzadera en un
semicírculo. “¿Ve Ciudad Foulahn, justo al sur de esa franja de hierba de un
kilómetro de ancho?
“La veo,” dijo Doriana. “No creo haber visto jamás una ciudad que acabara
de forma tan abrupta. Excepto cuando hay un lago o un acantilado que la limite,
por supuesto.”
“Podría ser perfectamente un acantilado,” gruñó Kerseage. “Esa línea de
hierba marca el borde del sur de la tierra de Spaarti, y nadie construye o viaja
allí. Los Cranscoc insisten en ello. De todos modos, ¿ve esa gran área abierta en
el borde norte de la ciudad, colindante a la tira de hierba?”
“Sí,” dijo Doriana. Parecía un parque con hierba, varios grupos de árboles,
grandes secciones de arbustos esculpidos -con varios edificios pequeños y uno
muy grande. Incluso desde esa distancia, el lugar apestaba a riqueza y poder. En
una de las pequeñas colinas que daban a la planta, pudo ver un par de figuras que
permanecían juntas de pie. “¿La finca Binalie?”
“Eso es,” dijo Kerseage. “¿Ha visto suficiente?”
Doriana echó un último vistazo a su alrededor, fijando la geografía en su
mente. Las ciudades de Foulahn y Navroc que daban al sur y sureste de la planta,
con las escarpadas Colinas Rojas delimitando el extremo sur de ambas ciudades.
El espaciopuerto Triv estaba al este, con bajas y boscosas colinas extendiéndose
hacia el norte, y un pequeño río que pasaba entre las dos ciudades y luego entre
Foulahn y el espaciopuerto.
“Sí,” le dijo al piloto, recolocándose en su asiento. “Vayamos a ver a Lord
Binalie.”

“Están dando unas vueltas más,” anunció Corf Binalie, cubriéndose los ojos
con su mano mientras miraba hacia el cielo. “Creo que deben venir hacia aquí.”
“¿Quién, la gente de la lanzadera?” preguntó Jafer Torles, con su pelo blanco
cayendo sobre sus mejillas mientras miraba al suelo, intentando recoger una vid
siviviv que él y el chico habían estado buscando desde hacia media hora. “Sí, lo
sé.”
“¿Sabes quién es?” preguntó Corf frunciendo el ceño. “¿Te dijo Papá algo
acerca de visitantes?”
“No, pero no necesitaba hacerlo,” aseguró Torles al chico. “Es obvio desde
hace un minuto.”
“Oh, venga,” objetó Corf con el tono impaciente que los chicos de doce años
hacen tan bien. “¿Cómo podías saberlo?”
“Simple deducción lógica,” le dijo Torles en el tono pedante de instructor
que los hombres de setenta y tres años hacen igual de bien. “No había ninguna
razón para que pasaran directamente sobre la planta a menos que fuera eso en
concreto lo que estaban buscando. Después de darse cuenta de lo poco que
podían sacar de ello, su siguiente paso lógico es querer echar un vistazo desde
dentro. Para eso, necesitan venir a ver a tu padre.”
Corf meneó la cabeza impresionado. “Jo,” dijo él. “Ojalá fuera un Jedi.”
“Si lo fueras, probablemente tendrías que ir a la guerra algún día,” le advirtió
Torles.
“Tú no has tenido que ir,” señaló Corf.
“Todavía no,” dijo Torles con una mueca. “Pero te podrían llamar en
cualquier momento. El Consejo simplemente decidió dejar a unos cuantos Jedi
donde estábamos por el momento por si había movimientos Separatistas
inesperados en nuestras áreas. Yo podría llegar al lugar del problema en
cualquier punto de los Sectores Prackla o Locris mucho antes de que pudieran
mandar a alguien desde Coruscant o desde alguna de las áreas de batalla. Ser un
Jedi nunca es fácil y puede ser muy peligroso.”
“Sí, pero eres muy listo,” dijo Corf. Estaba claro que el lejano retumbar de la
guerra no le afectaba lo mas mínimo. “Eres bueno figurándote cosas.”
“El pensamiento lógico no es patrimonio exclusivo de los Jedi,” le amonestó
Torles. “Cualquiera puede aprender a juntar hechos en el orden correcto,”
“Quizás,” dijo Corf. “Yo sigo pensando que es cosa de los Jedi.”
Torles sonrió, cubriendo sus ojos con la mano mientras veía aproximarse a la
lanzadera. De hecho, él no sabía que la lanzadera iba a la finca Binalie, pero
había concluido que había una alta probabilidad de que así fuera. Si resultaba
que el piloto estaba simplemente enseñando Creaciones Spaarti a algún amigo
que estuviera de visita, él iba a quedar como un tonto.
Eso no sería algo malo. Torles había pasado los últimos treinta años en
Cartao, dispensando conocimiento, mediando en disputas y encargándose de los
piratas ocasionales o de algún señor del crimen demasiado impaciente. Algunos
de los lugareños habían acabado respetándole, otros habían elegido odiarle,
mientras que la mayoría ni siquiera sabían que el Sector Prackla tenía un
guardián Jedi.
Pero nunca en esos treinta años se había encontrado con un caso de
adoración ciega como el de Corf Binalie.
En sus primeros años, habría sido gratificante, por no decir halagador, ser
tenido en tan alta estima. Sin embargo, con la perspectiva de los años podía ver
el peligro que entrañaba esa adulación inconsciente. Incluso teniendo doce años,
Corf debería ser capaz de reconocer las debilidades de una persona además de
sus puntos fuertes; debería estar aprendiendo a aceptar a la gente tal y como es, y
no crear una lente de perfección a través de la cuál mirarla. En lugar de eso, el
chico insistía en verle como el Jedi Definitivo: alto y fuerte, sabio y amable, y
nunca, jamás, equivocado.
Este incidente en concreto no iba a hacer demasiado por cambiar esa
percepción. La lanzadera pasó sobre sus cabezas, indicando sin duda que iba
hacia la plataforma de aterrizaje privada junto a la mansión Binalie.
Y mientras lo hacía, Torles pudo ver claramente el nombre de la compañía en
el lateral de la lanzadera.
“Vamos,” dijo él, cogiendo a Corf del brazo y llevándolo hacia la casa.
“¿Volvemos?” preguntó Corf frunciendo el ceño. “Pensaba que ibas a
ayudarme a buscar esta vid siviviv hasta su raíz.”
“Podemos hacerlo más tarde,” le dijo Torles. “Ahora mismo, creo que
deberíamos ir a ver qué es lo que quiere esa gente de tu padre.”
“De acuerdo,” dijo Corf, sin entenderlo pero dispuesto a aceptar la palabra de
Torles. “Tú eres el jefe.”
“No soy el jefe,” le recordó Torles mientras se dirigían colina abajo hacia la
distante casa y la lanzadera que estaba en la plataforma. “Sólo soy el Jedi.”
“Si,” dijo Corf informalmente. “Lo mismo.”
Torles suspiró. Con suerte, al chico se le pasaría con el tiempo.

Uno de las diversiones más simples de Doriana en esos días era contar los
minutos que pasaban entre que un droide o sirviente desaparecía en los
aposentos de su señor con las credenciales de Doriana y el momento en el que se
le hacía pasar. En el caso de Lord Pilester Binalie, ese intervalo fue de menos de
un minuto. O Binalie era inusualmente respetuoso con las autoridades de
Coruscant o estaba demasiado preocupado con este visitante inesperado como
para dedicarse a los juegos de poder.
“Maestro Doriana,” dijo Binalie, levantándose de un inmenso sillón tras un
aún más inmenso escritorio mientras el droide de protocolo escoltaba a Doriana
hasta la oficina. “Es un gran honor recibir a un representante del mismísimo
Canciller Supremo Palpatine.”
“También es un honor conocerle, Lord Binalie,” respondió Doriana mientras
atravesaba la habitación. “Aprecio que me dedique algo de su tiempo.”
“Es un placer,” dijo Binalie, indicando a Doriana una silla frente al escritorio
mientras se sentaba. “Ojalá me hubiera avisado de su visita. Podría haber
enviado una lanzadera para recogerle o haberle dirigido al Espaciopuerto Triv
desde donde podría haber venido con un speeder.”
“Había razones para llegar a Cartao donde lo hice,” le dijo Doriana, mirando
con atención el rostro del otro. “Como las había para elegir el transporte que
elegí.”
Un músculo de la mejilla de Binalie se contrajo. De modo que también había
visto el nombre en la lanzadera de Kerseage.
“Sí; Emil Kerseage.” Dijo él. “Estoy al tanto de su caso, Maestro Doriana, y
le aseguro que el Consejo de Comercio está trabajando para rectificarlo.”
Agitó una mano. “Ciertamente, no es algo en lo que Palpatine necesite
involucrarse personalmente.”
“El Canciller Supremo Palpatine es el campeón del ciudadano de a pie,” le
recordó Doriana.
“Por supuesto,” dijo Binalie precipitadamente, con las primeras muestras de
transpiración perlando su cara. “Es sólo que-” dijo él.
“¿Sí?” inquirió Doriana.
El músculo de la mejilla se contrajo de nuevo. “Déjeme ser honesto con
usted,” dijo Binalie. “Cartao está tratando de mantener un perfil bajo en esta
guerra contra los Separatistas. No tenemos el poder militar suficiente para enviar
tropas o naves a la otra punta de la galaxia en misiones de expedición. Hasta
ahora hemos evitado la atención oficial; pero si el Canciller Palpatine empieza a
interesarse en pequeñas disputas burocráticas, esa atención oficial se volverá
hacia nosotros.”
Tamborileó en el escritorio con la punta de sus dedos. “Y no sólo de los
oficiales de Coruscant,” remarcó él. “Los Separatistas también nos han ignorado
hasta el momento.”
“Entiendo su preocupación,” dijo Doriana. “Pero debe entender que nadie se
puede permitir el lujo de decidir como le va a afectar una guerra. Ni nadie puede
elegir la forma de servir en ese conflicto.”
Los ojos de Binalie estaban fijos en los de Doriana. “Usted no está aquí por
Kerseage, ¿verdad?” dijo él.
Doriana negó con la cabeza. “Era, y es, una útil tapadera. Pero no, el
Canciller Supremo Palpatine me envía por temas mucho más importantes.”
La pétrea cara de Binalie se tornó más pétrea aún. “Creaciones Spaarti.”
“Exactamente,” dijo Doriana. “El Canciller Supremo está intrigado por los
informes que ha recibido sobre una factoría cuyas líneas de producción se
pueden cambiar prácticamente en una noche. Si la técnica se pudiera duplicar,
representaría mucho en los esfuerzos de guerra de la República.”
“No puede ser,” dijo Binalie secamente. “Son los Cranscoc y su sistema de
herramientas fluidas lo que lo hacen posible y, que sepamos, la colonia de Cartao
es el único lugar donde viven los Cranscoc.”
“Miles de ellos, ¿no es así?”
Binalie meditó durante la mínima fracción de un segundo, como si pensara
en si podía mentir. “Unos cincuenta mil, así es,” concedió él, decidiendo
aparentemente no arriesgarse. “Pero se reproducen muy lentamente, y tan sólo
una pequeña parte de cada generación tiene el talento que les permite ser
tejedores. Esos son los que manipulan el fluido de herramientas que hace posible
Spaarti.”
“Ya veo,” dijo Doriana, como si no hubiera investigado a fondo la operación.
“Aún así, el Canciller Supremo querrá que yo quede absolutamente convencido.
¿Sería posible que inspeccionara las instalaciones personalmente? Silenciosa y
privadamente, por supuesto.”
Binalie reconocía una orden formulada de forma educada cuando la
escuchaba. “Por supuesto,” dijo él poniéndose en pie. “Tengo una vía privada
hacia la planta.”

Estaban en mitad del pasillo que llevaba a la plataforma de aterrizaje cuando


la voz de un chico rompió el elegante silencio de la mansión “¡Ey! ¡Papá!”
Los dos hombres pararon y se giraron. Corriendo hacia ellos iba un chico de
doce años- el hijo de Lord Binalie, Corf, tal y como lo identificó Doriana. Tras el
chico, andando con una zancada más larga y un paso más tranquilo, estaba el
último intérprete del drama previsto para hoy: el Caballero Jedi Jafer Torles.
“Corf,” dijo Binalie, sonando sorprendido y algo incómodo. “Pensaba que
estarías controlando la hierba esta mañana.”
“Vimos la lanzadera,” explicó Corf mientras trotaba hasta quedar al lado de
su padre, echando un rápido vistazo a Doriana al llegar. ¿Vais a la planta?”
“Sí, un rato,” dijo Binalie.
“¿Puedo ir?”
Binalie negó con la cabeza. “No esta vez.”
El chico parpadeó. Estaba claro que no era la respuesta que estaba esperando.
“¿Por qué no?”
“Negocios,” dijo su padre con firmeza. “Sólo vamos el Maestro Doriana y
yo”
“Pero…”
“Nada de discusiones,” dijo Binalie, apartando su atención de Corf cuando el
Jedi alcanzó al grupo. “Me gustaría que conociera a Jafer Torles, nuestro
guardián Jedi local. Este es Kinman Doriana, consejero especial del Canciller
Supremo Palpatine.”
La piel que rodeaba los ojos del Jedi se arrugó levemente con el nombre de
Palpatine. Ninguna sorpresa, el Canciller Supremo y el Consejo Jedi habían
estado cada vez más enfrentados durante los últimos meses. “Maestro Torles,”
dijo Doriana con un ligero movimiento de cabeza. “Me alegra que esté aquí.
Como ha dicho Lord Binalie, vamos a ver la planta. ¿Le gustaría
acompañarnos?”
Corf miró sorprendido a su padre. “Pero tú has dicho…”
“Cállate, Corf,” le cortó Binalie, mirando igualmente sorprendido a Doriana.
“Pensé que había dicho que se trataba de un asunto privado.”
“Eso era antes de saber que el Maestro Torles estaba en el área,” dijo
Doriana, mirando a la cara de Binalie. Merecería la pena, decidió súbitamente,
ver hasta donde se podía apretar a ese hombre. “Por lo que,” añadió, “no veo
ninguna razón por la que no pueda venir también su hijo. Le pondrá en una
posición de mando en algunos años, ¿no?”
Los músculos de la garganta de Binalie se tensaron, y sus ojos se estrecharon
peligrosamente. Lord Pilester Binalie, el pez más grande de este estanque no
estaba acostumbrado a que la gente le pusiera la zancadilla.
Pero Doriana también entendía el poder. Mantuvo fija la mirada de Binalie,
sin reto o malicia, pensando en si el otro podría ver más allá de su enojo para
recordar con quien estaba tratando.
Aparentemente pudo. “Como desee,” dijo rígidamente. “Sígame.”

Torles había estado en el túnel privado de Binalie a Creaciones Spaarti unas


pocas veces, y nunca dejó de provocarle una sensación de maravilla. Los
Cranscoc habían cavado el largo pasillo, le dijo una vez Lord Binalie, sin usar
ningún tipo de maquinaria. El resultado era este túnel rugoso que tenía el fuerte
olor de la tierra recién removida.
Pero a pesar del aroma, también sabía que en el proceso de excavación esas
mismas paredes de tierra se habían convertido de algún modo en un material tan
duro y duradero como el permacemento. Y la aparente aspereza de la superficie
escondía sutiles remolinos y patrones delicados que los cavadores Cranscoc
habían grabado en ella.
Funcional, artístico y -con la tecnología generalmente aceptada- imposible.
Esta era, según pensaba Torles, una buena descripción de Creaciones Spaarti.
“Los Cranscoc no quieren a gente o vehículos en la franja de hierba entre la
planta y Ciudad Foulahn,” explicó Binalie a Doriana mientras el speeder se
deslizaba silenciosamente por el túnel. “Ellos dicen que les molesta, aunque no
sabemos cómo ni por qué. De ahí, este túnel.”
“¿Qué pasa con los otros empleados?” preguntó Doriana. “Los no Cranscoc.
¿Cómo van a trabajar?”
“La mayoría de ellos viven aquí mismo,” dijo Binalie. “Hay un grupo de
apartamentos en el borde este de la planta, entre el edificio principal y el Outlink
Uno, para los trabajadores solteros. Los Cranscoc tienen un grupo de hogares al
norte de la planta, entre los Outlinks Uno y Dos, mientras que las familias no-
Cranscoc viven en su propio grupo en el noroeste, entre los Outlinks Dos y
Tres.”
“¿Y cómo van todos a trabajar?” insistió Doriana. “¿Hay más túneles como
este?”
“Hay túneles entre la planta principal y los Outlinks,” dijo Binalie. “Pero son
principalmente para carga y transferencia de equipo. Los trabajadores suelen
andar a través de la hierba para ir a trabajar.”
Sonrió levemente al ver la mirada de extrañeza de Doriana. “Lo sé.
Aparentemente, los Cranscoc insisten en que sólo esta franja de tierra quede
completamente abierta. Y de nuevo, nadie sabe por qué.”
El suelo del túnel empezó a inclinarse hacia arriba, y Torles se encontró
vigilando subrepticiamente a Doriana. La primera vez que hizo este trayecto,
esperaba que el túnel los depositara en alguna especie de área de recepción, y
aún podía recordar cómo le chocó cuando llegaron al medio de una de las áreas
de producción. Podría ser instructivo ver si Doriana también quedaba
sorprendido.
Y lo quedó. Mantuvo su cara impasible mientras una sección del techo se
movía como un puente levadizo y el speeder se movía por una rampa hasta el
centro de la bulliciosa factoría, pero Torles pudo sentir el temblor de asombro
tras esos ojos inexpresivos.
“Interesante punto final,” fue todo lo que él dijo mientras Binalie dejó que el
speeder frenara.
“A los Cranscoc les gusta saber lo que pasa a su alrededor,” dijo Binalie,
levantándose de su asiento mientras el suelo se cerraba tras ellos. “Este es el
Área de Producción Cuatro, donde estamos haciendo equipo especial de
cosechado para los pantanos de Caamas. El suelo de allí tiene demasiadas raíces
y el equipo normal se rompe cada pocos días.”
“¿Así que se dedica al negocio de rellenar los huecos del mercado?”
preguntó Doriana.
“Básicamente,” dijo Binalie afirmando con la cabeza. “No hay suficiente
terreno pantanoso cultivable en la República como para justificar la creación de
una cadena de montaje que haga el equipo necesario para cosecharlo. Pero con el
sistema Cranscoc, podemos dedicar unos cuantos días o semanas a hacer todo lo
que los caamasianos necesitarán en un año o dos, y luego cambiar de
herramientas y hacer otros proyectos.”
“¿Y dónde tiene lugar este cambio mágico de herramientas?” preguntó
Doriana.
“Empieza en la estación de control principal,” dijo Binalie, señalando hacia
una plataforma redonda que se elevaba a dos metros del suelo entre dos de las
cadenas de montaje. “La de esta área está allí.”
Cruzaron la plataforma, con Binalie guiando a sus invitados a través del
laberinto de cintas transportadoras, carros de transporte y trabajadores, tanto
humanos como alienígenas. Subiendo los escalones, se encontraron junto a una
larga consola que a Tarles siempre le había recordado a una mezcla de volcán
alargado y una colina muy enfangada, con una cascada de pasta de color verde
pálido goteando laboriosa y constantemente a lo largo de varias secciones de la
pendiente. Frente al cuenco de recogida había cinco cranscocs, con sus
caparazones brillando bajo los rayos de sol que entraban a través de la claraboya
que estaba tres pisos por encima de ellos. Sus piernas, largas y con múltiples
articulaciones, golpeaban con ritmo sincopado la gruesa hierba que cubría por
entero la plataforma, siguiendo una música que sólo ellos parecían poder
escuchar. “Estos son cinco de los tejedores Cranscoc,” dijo Binalie, hablando en
voz baja. “Lo que sea que hagan con ese flujo de fluido afectará a la mayoría de
las máquinas que puede ver.”
“¿Pueden hacer todo el cambio de herramientas desde aquí?” preguntó
Doriana.
“No, cada máquina necesita sus propios ajustes,” le dijo Binalie. “Hay
tejedores ambulantes asignados a cada área para ese propósito. Dependiendo de
la complejidad, una determinada área puede ser modificada en un periodo de
entre dos y ocho horas.”
“Sus básicas alteraciones nocturnas,” dijo Doriana, asintiendo.
“Literalmente nocturnas,” concedió Binalie. “Los Cranscoc hacen pequeños
ajustes durante las horas de día, es por eso por lo que este grupo está de guardia,
por si una de las máquinas necesita ser recalibrada. Pero sólo hacen cambios
completos de herramientas después de que oscurezca.”
“¿Y no sabe por qué?”
“Francamente, no sabemos casi nada acerca de los Cranscoc,” admitió
Binalie. “Respiran oxígeno, su dieta se basa principalmente en vegetales y grano,
excepto que hay que enriquecerlo con dosis extra de magnesio y cobalto, y les
gusta cultivar, cavar y crear objetos artísticos.”
“Afortunadamente, ¿el equipo de cosecha entra en esa categoría?”
“El equipo de cosecha y todo lo demás,” dijo Binalie. “Parece que les
encanta usar Spaarti para hacer cosas.”
Les guió de vuelta al piso principal. “Dice que esta es el Área de Producción
Cuatro,” dijo Doriana. “¿Cuántas más hay?”
“Actualmente tenemos veintisiete áreas operativas,” le dijo Binalie. “Ocho
de ellas son más grandes y complejas que esta, mientras que otras son
comparables o ligeramente más pequeñas.”
“Me gustaría ver las grandes.”
Los labios de Binalie se comprimieron brevemente, pero simplemente
asintió. “Por supuesto. Por aquí.”

Visitaron otras dos cadenas antes de que Doriana decidiera que había visto
suficiente. “Esto bastará,” dijo él mientras Binalie les empezaba a guiar hacia el
área siguiente. “¿Hay alguna oficina en la que podamos hablar de forma más
privada?” Binalie frunció el ceño. “¿De qué hay que hablar?” preguntó con la
voz llena de suspicacia. “Seguro que ve que esta técnica no puede ser duplicada
en ningún otro lugar.”
“Una oficina privada, por favor” repitió Doriana.
Binalie respiró profundamente-” Y será mejor si el chico nos deja a solas,”
añadió Doriana.
Los ojos de Binalie se endurecieron. Pareció como si de pronto se hubiera
hartado de haber sido llevado a rastras por la nariz. “No tengo secretos para mi
hijo, Doriana,” dijo con dureza. “Si tiene algo que decirme, lo puede decir en su
presencia.”
Doriana dejó que su labio se contrajera, como si no esperara exactamente ese
resultado. “Si insiste,” dijo él.
Binalie asintió levemente. “Aquí es.”
Entró el primero en una habitación rotulada como “Trazado de Esquemas”,
ordenó al humano y al duros que habían estado trabajando en un par de mesas de
dibujo que salieran, y cerró con llave la puerta tras él. Girando una de las dos
sillas para su visitante, se alzó en una posición medio sentado medio inclinado
sobre una de las mesas. “Escuchémoslo,” dijo gruñendo.
“Es muy simple,” dijo Doriana, sentándose y mirando con calma al hombre
que había sobre él. “Cómo usted dice, Creaciones Spaarti es única en su clase.
Al no poder duplicarla, tendremos que usarla tal y como está.”
La expresión de Binalie no cambió ni un ápice. Estaba claro que había
adivinado elpor qué de la visita. “Imposible,” dijo él. “Este es el único negocio
viable de una especie sub-minoritaria -los Cranscoc- y por ello está protegido
por la Directiva 422 del Senado. La interferencia gubernamental en esta
operación está estricta y expresamente prohibida.”
“Los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas,” contraatacó
Doriana, sacando una tarjeta de datos de un bolsillo interior. “Directiva 3591 del
Senado, dando al Canciller Supremo Palpatine autoridad ilimitada para tomar el
control de cualquier recurso o grupo de recursos que crea necesarios para la
rápida conclusión de las hostilidades,”
Le tendió la tarjeta a Binalie. “Desde esta tarde, Creaciones Spaarti dedicará
todas sus instalaciones a la manufactura de un nuevo diseño de tanques de
clonación.”
Lentamente, Binalie cogió la tarjeta y la insertó en su datapad. Durante un
largo minuto, el único sonido en la sala era el zumbido apagado de la cadena de
montaje fuera del palio transparente de la oficina mientras leía y releía la
directiva. “No puede hacer esto,” dijo cuando finalmente apartó los ojos del
texto. “¿No ha escuchado lo que le he dicho en mi oficina? Si toma el control de
Spaarti, será una cuestión de tiempo que los Separatistas aparezcan.”
“Punto uno: no tiene elección en este caso,” dijo Doriana, dejando que suvoz
se endureciera. “La directiva del Senado es clara, y la decisión del Canciller
Supremo ha sido tomada. Punto dos: No hay razón para que los Separatistas se
enteren de esto. Si hacemos bien nuestro trabajo, nadie sabrá que los cajones
marcados como equipo de cosecha o para túneles contienen en realidad cilindros
de clonación. Sobre mi presencia aquí, ya he establecido la coartada de que estoy
interviniendo de parte de Emil Kerseage.”
“¿Qué pasa con mis trabajadores?” replicó Binalie. “Sin contar a los
tejedores, empleamos a cerca de trece mil humanos y alienígenas. ¿Cómo va a
conseguir que se queden callados?”
“No pueden hablar sobre lo que no saben,” dijo Doriana. “Y en
aproximadamente cuatro horas va a hacerlos salir de la fábrica y a confinarlos en
sus hogares.”
“Oh, lo haré, ¿verdad?” dijo Binalie sarcásticamente. “¿Y como espera que
lo justifique?”
“No se necesita justificación,” dijo Doriana con calma. “La ley requiere
cuarentena médica en casos de fiebre plyridiana.”
La boca de Binalie se abrió un centímetro. “¿Fiebre plyridi...?” sus ojos se
volvieron hacia el palio “¿Qué ha hecho?”
“Cálmese, Lord Binalie,” dijo Doriana. “Los tres humanos y dos alienígenas
que he tratado mientras pasábamos…”
“¿Qué ha hecho?” gruñó Binalie. “¿Los ha infectado deliberadamente?”
“Le he dicho que se calme,” repitió Doriana, subiendo la voz. “Por supuesto
que no he infectado a nadie. El periodo de incubación de la fiebre plyridiana es
de cuatro semanas. Lo que he hecho ha sido darles algo que imitará la
enfermedad, creando un convincente cuadro sintomático. No están en peligro, ni
ellos ni nadie. Pero nadie lo sabrá durante al menos cuatro semanas.”
Binalie tenía la mirada de alguien masticando una mifka amarga. “Y
mientras estén todos en cuarentena, naturalmente usted me ofrecerá una unidad
de cuidados, ¿no?” gruñó él.
“Es eso o cerrar el planeta por completo,” señaló Doriana. “Los Cranscoc,
siendo de sangre fría, son inmunes a la fiebre plyridiana, así que pueden seguir
trabajando normalmente.”
“Esto es completamente inconcebible,” dijo Torles desde la esquina de la
habitación.
Doriana se había estado preguntando cuando diría algo el Jedi. De forma
irreverente, se preguntaba si quizás el viejo estaba dormitando y se había perdido
algo de la conversación. “¿Disculpe?” preguntó, girando para encarar al viejo.
“Esta es una violación flagrante de todas las normas de comportamiento,”
insistió Torles. “No puedo y no me quedaré parado ni seré parte de esto.”
“Esto es la guerra, Maestro Torles,” le recordó Doriana. “No sólo una guerra,
sino una guerra de supervivencia. Si perdemos, la República está acabada.”
“No me importa,” dijo Torles llanamente. “Le puedo decir que el Consejo
Jedi no le permitirá aterrorizar a la gente de Cartao con el miedo a una plaga
inexistente.”
“Quizás el Consejo Jedi ve las cosas de una manera diferente a usted,” dijo
Doriana sacando una segunda tarjeta de datos de su bolsillo. “Aquí están las
instrucciones, ordenándole cooperar conmigo y con mi gente.”
Levantó las cejas. “Aún reconoce la autoridad del Consejo, ¿no es así?”
Silenciosamente, con la misma completa falta de entusiasmo con la que Lord
Binalie había cogido la primera tarjeta de datos, Torles aceptó la segunda.
“Bien,” dijo Doriana enérgicamente mientras se ponía en pie.
“Entonces lo único que queda es que vuelva a casa y se prepare para que
cinco de sus trabajadores sufran mareos y fiebre.”
“Y usted, supongo, hará el resto” dijo Binalie amargamente.
“Por supuesto,” dijo Doriana. “Por eso estoy aquí.”
El primer trabajador se empezó a quejar de mareos cinco minutos antes del
tiempo previsto. Nueve minutos después, mientras estaba siendo examinado por
el médico de la planta, se desmayó entre espasmos y gemidos. El segundo
trabajador era más estoico, y estaba aún en su estación quince minutos más tarde
cuando cayó al suelo.
Tres minutos después, Lord Binalie ordenó la evacuación de la planta.
“Ah-Doriana,” le saludó la impávida cara que flotaba sobre el holoproyector
de Doriana. “¿Tienes noticias?”
“La planta está lista, Comandante Roshton,” dijo Doriana. “Puede aterrizar
cuando desee.”
“Excelente,” dijo Roshton con aprobación. “Y en menos de un día. Hace un
trabajo admirable.”
“Hago lo que ordena el Canciller Supremo,” dijo Doriana con cierto tono de
advertencia. En estos días de agitación y sospechas, nunca estaba de más
recordar a la gente con quien estaba su lealtad. “Ni más ni menos.”
“Por supuesto,” concedió Roshton con calma. “Es lo que todos hacemos.
“Sí,” convino Doriana, mirando a través del palio de la oficina el cielo que se
iba oscureciendo. “Es casi de noche, que es cuando los Cranscoc hacen el trabajo
de verdad. ¿Cuándo puedo esperar a su gente?”
“El primer transporte está encamino, con los jefes técnicos y los esquemas
operativos abordo,” dijo Roshton. “Estarán allí en una hora.”
“Bien,” dijo Doriana. “Me aseguraré que los Cranscoc están listos. Ya han
sido informados y harán un cambio completo de herramientas esta noche.”
“¿Está seguro de que un contingente de dos mil unidades será suficiente?”
preguntó Roshton con la frente ligeramente arrugada. “He estado investigando
por mi cuenta y me parece que la planta requiere seis veces ese número.”
“Se supone que somos una unidad de cuidados,” le recordó Doriana. “No
sería apropiado que repobláramos la planta.”
“Sí, pero…”
“Además. La mayoría de esos trece mil trabajadores tienen tareas de
mantenimiento, entrega y movimiento de materias primas,” le cortó Doriana. “Si
el Canciller Supremo decide extender la operación, podemos traer personal para
ocuparnos de esos aspectos. Por ahora, concentrémonos en nuestra misión: crear
y acumular los cilindros de clonación que necesitamos para crear más tropas.”
“Sí, señor,” murmuró Roshton. “Tendrá sus esquemas en una hora, con el
resto de transportes a intervalos de treinta minutos.”
“Estoy deseando verlos, Comandante,” dijo Doriana. “Doriana fuera.”
Cerró la conexión, bajando el holoproyector hasta su regazo mientras miraba
de nuevo fuera de la oficina, Tenía una sensación espeluznante, sentado a solas
en mitad de una habitación tan enorme. Era como ser la última célula viva en un
cuerpo muerto, pensó él.
Al otro lado de la plataforma de control del área, un pequeño movimiento le
llamó la atención. Un grupo de cranscocs vagaba por allí, y sus pasos parecían
tartamudear a medida que caminaban. Él pensó que aún seguían el ritmo de su
música silenciosa quizás incluso tarareaban en una frecuencia inaudible para los
humanos.
Extraños alienígenas. Extraña tecnología. Pero aparte de eso, un trabajo muy
bien hecho. Levantando de nuevo su holoproyector, tecleó un nuevo código.
La conexión tardó mucho más esta vez. Doriana se esforzó por esperar
pacientemente, viendo como los paneles de la distante claraboya se iban
oscureciendo.
Y entonces, de una forma repentina quede alguna manera le seguía
sorprendiendo, apareció la fantasmagórica imagen holográfica. “Informa,”
ordenó calmadamente la figura de la capucha.
“La planta de Creaciones Spaarti ha sido desalojada, Lord Sidious” dijo
Doriana. “Los primeros técnicos de la República aterrizarán en una hora, y el
resto de técnicos, trabajadores y tropas llegarán durante la noche.”
“¿Cuántas tropas habrá?”
Doriana meditó. “No estoy seguro,” admitió. A Darth Sidious no le gustaba
que su gente no tuviera todas las respuestas a sus preguntas. “Palpatine asignó
esa parte del plan al Comandante Roshton, y ha sido muy celoso respecto al
número exacto del contingente. No pueden ser más de mil soldados clon,
posiblemente sean tan sólo quinientos, con Roshton y otros oficiales al mando.”
Para su tranquilidad, Sidious simplemente asintió. “Roshton tiene sus propias
ambiciones y cree conocer las reglas del juego,” dijo él despectivamente. “No
importa. Ni siquiera mil soldados serán un problema. ¿Qué hay del propietario y
del Jedi?”
No están contentos, pero se han rendido a lo inevitable,” dijo Doriana. “El
único problema se dará si Torles decide hablar con el Consejo Jedi para
confirmar la orden. No eran entusiastas con la idea, como le dije, y si encuentra a
Yoda o Windu en un mal día, puede que uno de ellos decida unilateralmente
revocar la decisión.”
“Incluso si se atreven a hacerlo, todo lo que Torles puede hacer en este
momento es ruido,” le aseguró Sidious, con un punto malicioso en su voz. “No,
todo está yendo según el plan. Lo has hecho bien.”
“Gracias, mi señor,” dijo Doriana, sintiendo el calor del alivio y el orgullo.
“¿Alguna nueva orden?”
“Todavía no,” dijo Sidious. “Sigue donde estás y permite que el plan
funcione por si sólo. Sonrió cínicamente. “Informa cuando las cosas se pongan
interesantes.”
“Lo haré, mi señor,” prometió Doriana.
La cabeza encapuchada asintió y la imagen se desvaneció.
Doriana se puso en pie respirando hondo, guardando de nuevo el
holoproyector en la bolsa de su cinturón. El cubo de suerte se había lanzado y el
juego había empezado. El siguiente movimiento sería el de la República.
Se paró en la puerta de la oficina, escuchando el pesado silencio y pensando,
como siempre hacía en momentos como este, sobre la increíblemente delgada
cuerda sobre la que había decidido caminar. Palpatine no tenía ni idea de que su
fiel ayudante y consejero era en realidad un agente del Señor Oscuro de los Sith
que trabajaba en las sombras para destruir todo aquello que defendía el Canciller
Supremo Si Palpatine descubriera la verdad...
Negó vehementemente con la cabeza. No, eso nunca sucedería.
Sidious era demasiado poderoso, y Doriana demasiado listo, como para
permitir que esa útil relación se estropeara.
Atravesó el piso vacío, con sus pasos levantando ecos hasta el alto techo.
Binalie estaría esperando en la entrada principal de la planta a las fuerzas de la
República. El honorable representante del Canciller Supremo Palpatine debería
estar esperando junto a él.

“No es justo,” se quejó Corf, lanzando una piedrecilla a un grupo de insectos


que revoloteaban entre un grupo de flores en el pico de la colina. “¿Cómo
pueden llegar y apoderarse de todo de esta manera?”
“Estamos en mitad de una guerra,” le recordó Torles. “Todo el mundo tiene
que hacer sacrificios.”
“Te apuesto a que Palpatine no está haciendo ningún sacrificio,” dijo Corff
aspirando, cogiendo otra piedra y lanzándola tras la primera.
Torles usó la Fuerza y la piedra se paró abruptamente en mitad del aire.
“Entiendo que estés enfadado, Corf,” reprendió al chico, bajando la piedra al
suelo. “Pero esa no es razón para pagarlo con inocentes insectos.”
Corf silbó entre dientes. “Lo sé,” afirmó renuentemente, mirando al cielo sin
nubes. “Es sólo que-bueno, mira; ahí viene otra.”
Torles miró hacia arriba. Una mota negra apareció en la distancia, cayendo
desde el espacio hacia ellos. “Mira el lado positivo,” sugirió él. “Quizás sea un
transporte que venga a llevárselos.”
“Sí. Seguro,” gruñó Corf, inclinándose y cogiendo otra piedra. Torles le
amonestó con la mirada, pero el chico empezó a jugar con ella. “Papá habría
dicho algo si fueran a irse. O al menos habría empezado a sonreír otra vez.
Además, solo ha pasado una semana, y el estirado de Doriana dijo que estarían
durante cuatro.”
“El Maestro Doriana,” le corrigió automáticamente Torles. “Y no deberías
ver únicamente la parte negativa de las cosas. Teniendo en cuenta el progreso
que están haciendo, bien podrían decidir acortar su estancia.
“¿Y por qué iban a hacerlo?” contestó Corf. “Si están haciendo tanto, ¿por
qué parar?”
Esa era una buena pregunta, Torles tenía que admitirlo. Y si era capaz de
conseguir una buena respuesta, podría discutir con Doriana al respecto.
Piensa, Jedi, se dijo a sí mismo. Después de todo, la meditación había sido su
principal trabajo durante los últimos treinta años. Seguro que podía conseguir un
acuerdo que acabara con esta situación.
Y entonces, súbitamente, lo encontró. Quizás. “¿Dónde está tu padre?”
preguntó él.
“En la planta,” dijo Corf frunciendo el ceño. “¿Qué pasa?”
“Quizás el botón que apretar en Doriana,” dijo Torles sacando su comlink.
“Maestro Doriana.”
“Quedo corregido,” dijo Torles secamente mientras tecleaba la frecuencia de
Lord Binalie.
“¿Cuál es el plan?” preguntó Corf. “Venga, dímelo.”
“¿Cuál es la posibilidad que más preocupa al Maestro Doriana?” preguntó
Torles retóricamente. “Respuesta: que los Separatistas se enteren de esto y
vengan a detenerlo.”
“Vale,” dijo Corf frunciendo el ceño. “¿Y?”
“Todo lo que tenemos que hacer es convencerle de que cuatro semanas son
un riesgo,” dijo Torles frunciendo también el ceño. Al comlink le estaba
costando demasiado conectar. “Porque si los Separatistas se enteran, Spaarti se
perderá para siempre. La gente de Dooku bloqueará Cartao y será el fin.”
Corf hizo una mueca. “Aggh.”
“Aggh, eso es,” dijo Torles. “En cambio, si Doriana va dando pequeños
bocados, infiltrando a su gente durante unos pocos días cada vez, será capaz de
mantener el proceso funcionando indefinidamente.”
“¿Quieres decir tomando el control de la planta una vez cada mes más o
menos?” preguntó Corf dudando. “Vaya. No creo que Papá lo acepte.”
“Lo hará si tiene que escoger entre la molestia de Doriana y un bloqueo
Separatista,” dijo Torles, apagando el comlink y volviendo a encenderlo, con el
pelo de la nuca empezando a erizarse. Algo iba muy mal...
Contuvo la respiración, girando la cabeza para mirar hacia arriba mientras
maldecía en silencio su falta de atención. La mota negra que habían visto antes
estaba mucho más cerca, cayendo hacia ellos como un asteroide impaciente.
Y a esa distancia, Torles podía ver la distintiva silueta de doble ala de la
nave.
“¿Qué es eso?” preguntó Corf con un hilo de voz.
“Una nave de aterrizaje C-9979 de la Federación Comercial,” dijo Torles,
apretando una vez más los controles de su comlink.
“¡Oh, no!” susurró Corf, buscando torpemente su comlink en el cinturón.
“¡Tenemos que avisar a Papá!”
“No podemos,” le dijo Torles, devolviendo el comlink a su bolsa. “Han
inutilizado el sistema.”
“Entonces tenemos que ir allí,” dijo Corf, volviéndose hacia la casa.
“Vamos.”
“Espera un momento,” dijo Torles, cogiendo al chico por el brazo mientras
su mente galopaba. Para el momento que volvieran a la casa y al túnel, la
invasión ya habría tenido lugar. Lo que necesitaban era una manera de mandar
un mensaje a la gente de dentro.
“¿Qué pasa?” preguntó Corf. “Vamos.”
“Calla,” le ordenó Torles. “Déjame pensar.” Por encima de ellos, la C-9979
se había colocado en una posición de flotación directamente encima de la planta,
y quizás unas veinte naves salieron de su ala principal. Reconoció las TAPUs:
ágiles plataformas voladoras con un droide de batalla sobre ellas. Empezaron a
barrer fuera de la nave en espirales crecientes. Buscando defensas u otras
amenazas que pudieran interferir con el aterrizaje o el despliegue de tropas.
Y tres de ellas volaban en ese instante sobre la franja de hierba prohibida
entre la finca Binalie y Creaciones Spaarti...
Era una maniobra arriesgada, lo sabía, en todos los sentidos. Pero era lo
único que tenía. Sacó su sable de luz, lo encendió y bloqueó el botón de
activación, eligiendo la TAPU que parecía estar flotando más cerca de donde él y
Corf estaban. Juzgando la velocidad y la distancia del droide lo mejor que pudo,
usó la Fuerza y lanzó su sable de luz hacia él.
El droide, atento al suelo que rodeaba a la planta, probablemente ni lo vio
venir. El arma giratoria pasó a través de su TAPU, con la brillante hoja verde
cortando la batería a sus pies. Con una plana exclamación electrónica de
sorpresa, el droide y la máquina cayeron desde el cielo y golpearon el suelo con
un sonido sordo.
Los otros droides reaccionaron instantáneamente, con las dos TAPUs girando
hacia el camarada caído y las cabezas metálicas girando de un lado a otro
buscando la fuente del ataque. “Corre,” ordenó Torles a Corf mientras llamaba al
sable de luz de vuelta. “Vuelve a la casa y a la sala segura. Hemos hecho todo lo
que podíamos.”
“¿Pero que pasa con Papá?” preguntó Corf ansiosamente, dando un par de
pasos vacilantes colina abajo.
“Cogeré uno de los speeders en el túnel cuando tú estés a salvo,” le dijo
Torles. Los droides le habían visto, y los blasters gemelos de las TAPU,
empezaban a apuntarle. “Ve. Iré detrás de ti.”
Un par de disparos de blaster dieron tras él, incómodamente cerca “¿De
acuerdo?,” dijo Corf, dándose la vuelta y partiendo finalmente. “Pero iré
contigo,” dijo gritando por encima de su hombro. “Los speeders no funcionan si
no hay alguien de la familia abordo.”
El sable de luz volvió a la mano de Torles medio segundo antes de que los
droides lo tuvieran a tiro. Pero para un Jedi, medio segundo es más que
suficiente. El sable de luz se hizo borroso en sus manos, girando como un
makthier cazador mientras interceptaba los disparos de blaster y los devolvía. Un
par de rebotes más tarde, había tres TAPUs y droides destruidos en la zona
prohibida.
Apagando su sable de luz, Torles se giró y corrió, siguiendo al chico que
ahora estaba a medio camino de la mansión. Había hecho todo lo que había
podido para avisar a los que estaban dentro de la planta. Ahora era el momento
de unirse a ellos.
Tan solo esperaba llegar antes que los droides.
“Espero que se de cuenta de lo increíble que es,” comentó el Comandante
Roshton mientras le devolvía el datapad al técnico. “Habíamos pensado que las
materias primas que teníamos acumuladas durarían cuatro semanas. De hecho, al
ritmo de producción que llevamos, tendremos que pedir más en dos semanas.”
“No estoy sorprendido,” dijo Doriana. “Creaciones Spaarti tiene la
reputación de lograr imposibles.”
“Es un recurso increíble, Lord Binalie,” reconoció Roshton girándose hacia
Binalie. “Debería estar muy orgulloso.”
Binalie no contestó. Había estado cada vez más silencioso últimamente
según había notado Doriana, mientras veía como su adorada planta de
manufactura se convertía en hileras e hileras de tanques de clonación.
Roshton no se dio cuenta o no le dio importancia. “No se si el Maestro
Doriana lo ha mencionado, pero estos son un modelo más avanzado de tanques
de clonación que los utilizados en Kamino,” continuó el coman dante, girando la
cabeza lentamente a medida que examinaba la bulliciosa área de ensamblaje. “Es
el problema de quedarse aislado; no estás al día de los avances tecnológicos.
Estos deberían ser capaces de crear clones en una décima parte del tiempo que
necesitaban los kaminoanos para hacer el trabajo. Si conseguimos poner en
marcha unos pocos millones de estos, los Separatistas ya se pueden ir
despidiendo de sus ejércitos de droides.”
De pronto, frunció el ceño. “¿Qué les pasa?”
“¿A quién?” preguntó Doriana, siguiendo la línea de visión del otro hasta la
plataforma de control del área. Los cinco Cranscoc de guardia estaban vibrando
como unos repulsores defectuosos, parpadeando con rápidos cambios de color.
“Algo va mal,” declaró Binalie, saliendo de su estado enfurruñado. Pasando
junto a Roshton, corrió hacia la plataforma, bajando los escalones de dos en dos.
Estaba inclinado sobre el alienígena más cercano cuando Doriana y Roshton
llegaron hasta él, que estaba con los ojos medio cerrados mientras estudiaba el
patrón de cambios de color del alienígena. De cerca, Doriana pudo ver que las
alteraciones eran más variadas y sutiles de lo que creía. “Están molestos por
algo,” murmuró Binalie. “La violación de algún tabú...”
.¿Puede leer eso?” preguntó Roshton. “No sabía que pudieran…”
“Calle,” le cortó Doriana. Roshton le dedicó una mirada.
“La zona de hierba,” dijo Binalie abruptamente. “Alguien o algo está en la
franja de hierba sur.”
“¿Eso es todo?” dijo Roshton sonando disgustado. “Probablemente algún
estúpido chiquillo de la ciudad.”
“No,” insistió Binalie. “Todo el mundo en esta parte de Cartao lo sabe. Se
trata de su gente-”
Se paró, mirando con dureza a Doriana. “O los Separatistas,” acabó Doriana
por el, cogiendo su comlink. “Comandante: alerta total.”
“Ridículo,” insistió Roshton. Pero ya había sacado su comlink y estaba
pulsando la tecla.
“¿Cómo han podido-?”
“No recibo nada,” dijo Doriana mientras probaba otro canal.
“¿Comandante?”
“Han bloqueado las comunicaciones,” dijo Roshton, desapareciendo el
escepticismo de su voz.
“¿Qué hacemos?” preguntó nerviosamente Binalie, mirando alrededor como
si esperase ver un droide abriéndose camino por las parrillas de drenaje.
“Nos preparamos para encarar al enemigo,” dijo Roshton, con la voz fría y
calmada. Desenfundando su blaster, apuntó al techo y apretó el gatillo.
Incluso en mitad del mosaico auditivo de ruidos de la fábrica, el silbido
característico del blaster se hizo notar entre los ruidos. Roshton disparó tres
veces más, hizo una pausa y disparó dos veces. Doriana se tapó los oídos. Desde
la habitación, escuchó el sonido apagado de una señal de respuesta. “La alerta ha
sido dada,” dijo Roshton, apartando su comlink pero dejando el blaster
desenfundado. “Vamos, mi centro de mando está en la siguiente área de
ensamblaje.”
Un teniente soldado clon y un técnico jefe estaban esperando cuando los tres
llegaron al centro de mando, el primero en posición de firmes y el segundo casi
cómico moviéndose hacia atrás y atrás sobre sus pies. “Informe,” ordenó
Roshton, mirando al esquema de estado que mostraba la disposición de las
tropas.
“Una C-9979 de la Federación Comercial está flotando sobre la planta,”
contestó el teniente.
“Aproximadamente veinte TAPUs dan soporte aéreo; tres se han estrellado al
sur. Una nave nodriza de control de clase Lucrehulk de la Federación Comercial
ha aparecido en el horizonte. No hay otros vehículos en el rango de detección.”
“¿Muy malo?” murmuró Binalie.
“Lo suficiente,” le dijo Roshton. “Una sola C-9979 puede llevar once
vehículos de transporte MTT, con ciento doce droides cada uno, y ciento catorce
tanques de batalla AAT. Además, la nave nodriza probablemente tenga un par
más de C-9979 por si lo necesitan.”
Binalie empalideció. “¿Está diciendo que podría haber cerca de tres mil
droides de batalla ahí fuera? ¿Además de todos esos tanques?”
“De hecho, si añade las tripulaciones de los AAT, estamos hablando más bien
de cinco mil droides, murmuró Doriana.
“Así que cinco mil droides,” dijo duramente Binalie. “Y usted tiene,
¿cuántos? ¿novecientos hombres?”
Roshton sonrió levemente. “Tengo novecientos soldados clon,” le corrigió.
“Hay una gran diferencia. Teniente, ¿están los ojeadores en posición?”
“Todas las puertas están vigiladas,” confirmó el soldado clon. “Cuando
quiera que lleguen, lo sabremos.”
“Afortunadamente no hay demasiadas posibilidades,” murmuró Roshton,
mirando a su panel de estado de nuevo. “Las puertas del este y el oeste son las
únicas con el espacio suficiente para una C-9979.”
“De acuerdo,” dijo el teniente. “Las tropas se están poniendo en capas en
ambas.”
“¿Qué quiere decir con lo de las capas?” preguntó Binalie.
“Están formando sucesivas líneas de defensa de puertas adentro,” le dijo
Roshton.
“¿Qué hay de las entradas norte y nordeste? No las estamos dejando
desprotegidas, ¿no?”
“Espere un momento,” interrumpió Binalie de nuevo.
“¿Líneas defensivas dentro de la planta? No puede luchar aquí.”
“Bueno, seguro que no podemos luchar fuera,” señaló Roshton. “No sin
apoyo aéreo.”
“Entonces no va a luchar,” dijo Binalie llanamente. “El equipo que hay aquí
es delicado e irremplazable.”
Roshton gruñó. “¿Entregaría la planta a los Separatistas?”
“Si esas son las dos únicas opciones, sí,” dijo Binalie con la voz helada.
“Quizás no entienda lo que esta planta significa para Cartao y el resto del
sector–”
“Un momento,” le cortó el teniente, con el casco torcido ligeramente hacía el
lado.
“Han levantado el bloqueo del comlink. Están transmitiendo un mensaje por
todos los canales públicos.”
Roshton ya había sacado su comlink. “Fuerzas de la República,” dijo una
aceitosa voz neimoidiana desde el altavoz. “Están rodeadas y superadas en
número. Ríndanse o nos veremos forzados a destruirlas.”
“Ya he escuchado eso antes,” contestó Roshton, dando indicaciones con las
manos al teniente. Éste asintió y salió, y Doriana pudo escuchar el apagado
sonido de su voz a través del casco mientras daba rápidas órdenes. “Pero le
complaceré. ¿Qué es lo que quiere?”
“Queremos Creaciones Spaarti,” dijo el neimoidiano. “Saldrán todos por la
puerta oeste y dejarán sus armas–”
Roshton apagó el comlink. “Puerta oeste,” le dijo al teniente.
Confirmado,” contestó el otro. “La C-9979 está aterrizando en el área entre
el bosque y la planta. Estamos moviendo a las tropas para responder.”
Roshton asintió. “Vamos.”
Binalie le cogió del brazo cuando se disponía a salir. “Comandante, no le
dejaré luchar en mi planta,” le advirtió. “Si es necesario, les abriré las puertas yo
mismo.”
“Hágalo y será ejecutado por traición,” gruñó Roshton, quitándole la mano
de encima.
Binalie se giró hacia Doriana, con la cara en una mueca de frustración.
“¿Doriana?”
“Lord Binalie tiene razón, Comandante,” dijo Doriana. “Creaciones Spaarti
es demasiado valiosa como para arriesgarse a dañarla.”
Roshton puso sus furiosos ojos sobre él–”Pero al mismo tiempo, Lord
Binalie, el Comandante Roshton no puede dejar que sus civiles caigan en manos
del enemigo,” continuó Doriana. “Me temo que no hay una respuesta clara.”
Los labios de Binalie se comprimieron en una línea. “¿Y si llevo a los
técnicos a través del túnel hasta mi casa?” sugirió él. “¿Puede mantener a los
droides fuera el tiempo suficiente para que los pueda evacuar?”
“Podemos intentarlo,” dijo Roshton, estudiando su cara un momento y
volviéndose hacia el técnico jefe. “Junte a su gente en el Área de Ensamblaje
Cuatro para la evacuación. Teniente, vamos allá.”
Los dos atravesaron el piso hacia la puerta oeste corriendo. Doriana esperó el
tiempo suficiente hasta asegurarse de que Binalie y el técnico jefe iban hacia el
Área Cuatro y partió tras los soldados.
Después de todo, era apropiado que se quedara el tiempo suficiente para ver
como esos bravos soldados empezaban su última batalla.
La “puerta oeste” era más un gran hangar de vehículos que una simple
puerta, formada par una gran sala de transferencia tras unas puertas correderas lo
suficientemente grandes como para dar cabida a todo aquello que una fábrica
moderna pudiera necesitar. Doriana Negó a la sala de transferencia y vio que las
puertas habían sido ligeramente abiertas, y Roshton y el teniente estaban
mirando por la rendija. La sala de transferencia estaba llena de cientos de
soldados clon con sus armaduras blancas moviéndose de un lado a otro,
colocándose en posición cerca de las puertas y tras los vehículos de carga
aparcados junto a las paredes, o montando un semicírculo de cañones láser en el
suelo a unos doce metros de las puertas. “¿Qué sucede?” preguntó él mientras
llegaba hasta Roshton.
“Han aterrizado,” dijo Roshton, sonando distraído mientras miraba por la
rendija. Doriana vio que llevaba puestos unos auriculares comlink de soldado
clon; probablemente escuchaba los informes de estado del resto de sus oficiales.
“Están escaneando con sus sensores para asegurarse de que el suelo está libre de
minas.”
“¿Cuál es el plan?” preguntó Doriana, echando con cuidado un vistazo entre
las puertas. Incluso asentada en el suelo, la nave parecía una nube de tormenta de
metal enfadada.
“Los paramos, por supuesto,” dijo Roshton brevemente. “Al menos les
haremos pagar con creces cada centímetro cuadrado.”
“¿De qué está hablando?” preguntó Doriana con el ceño fruncido. “¿No
estaba escuchando antes? No podemos luchar aquí.”
Roshton giró la cabeza para mirarle. “Pensaba que lo había dicho para
quitarnos de encima a Binalie.
“Por supuesto que no,” dijo Doriana. “Mi posición era la que indiqué. No
podemos permitir que los técnicos caigan en manos de los Separatistas – saben
demasiado sobre nuestra tecnología. Pero tampoco podemos permitir que la
planta sea dañada.”
“¿Así que lo que está diciendo es que deberíamos salir fuera?” inquirió
Roshton con dureza. “¿Que debería quedarme viendo como masacran a mis
tropas sólo para conseguir un poco de tiempo para que Binalie evacue a los
técnicos?”
“Lo siento,” dijo Doriana en voz baja y con sinceridad. “Sé que esto le pone
en una posición imposible. Pero me temo que no tenemos elección.”
“Demonios, claro que tenemos elección.” Contestó Roshton. “Y si piensa–”
Hizo una pausa. “¿Qué? De acuerdo, póngalo.”
“¿Qué pasa?” preguntó Doriana.
“Su Jedi ha llegado con el hijo de Binalie,” dijo Roshton brevemente.
“¿Maestro Torles? Sí, aquí Roshton.”
Durante más o menos medio minuto escuchó, con la frente arrugada por la
concentración. Entonces, sorprendentemente, sonrió. “Entendido,”
dijo él. “Lo intentaremos. ¿Teniente?”
“Estoy en ello, señor,” dijo el soldado clon.
Roshton se giró hacia Doriana. “Quizás tengamos elección” dijo él. “Línea
de defensa, preparen una lluvia invertida; apunten a mi señal. Y abran esas
puertas.”
Con un estruendo, las pesadas puertas empezaron a deslizarse hacia los
lados. “Hora de buscar protección, Doriana,” dijo Roshton indicando hacia el
lado. “Por aquí.”
Unos segundos más tarde estaban agachados tras un gran camión de carga
aparcado junto a la pared lateral. “¿Qué sucede?” preguntó Doriana, intentando
mantener la calma en su voz. De pronto, esto no iba tal y como él lo había
planeado. “¿Esto no nos dejará abiertos a un ataca a gran escala?”
“Podría ser,” reconoció Roshton. “O podría hacer que le diéramos un final
diferente al juego.”
Eso sonó muy ominoso. “¿Es eso lo que el Jedi le dijo que hiciera?”
preguntó Doriana cuidadosamente.
“No, esta parte ha sido idea mía,” dijo Roshton. “El Maestro Torles
simplemente me ha recordado otro de nuestros objetivos.” Estiró el cuello. “Ahí
van.”
Doriana sacó un ojo por detrás del camión. Fuera, las pesadas puertas de
despliegue de la C-9979 se estaban abriendo, y la rampa estaba empezando a
descender hacia el suelo. En la relativa oscuridad tras las puertas, pudo ver la
nariz relativamente bulbosa y el cañón blaster del transporte acorazado de
droides MTT esperando en el pedestal de aterrizaje. “Quietos,” ordenó Roshton
con calma. “El objetivo está a estribor del condensador láser.”
Doriana frunció el ceño; pero antes de que pudiera preguntar, el MTT soltó
un ronquido por la ventilación del sistema de ventilación y empezó a deslizarse
hacia la rampa.
“Fuego,” dijo Roshton de forma calmada.
Y con el ruido ensordecedor de las armas haciendo eco en la gran sala, los
soldados clon abrieron fuego.
Doriana escudriñó con la vista mientras cientos de armas de energía
enfocaban su furia sobre la gruesa coraza tras la torreta izquierda de cañones
blaster del MTT, parpadeando por el ruido y las olas de calor que le llegaban. La
coraza del MTT era increíblemente gruesa, lo sabía, pero los diseñadores del
transporte no podrían haber previsto una situación en la que tanto poder de fuego
se centrara en un punto tan pequeño. El brillo intenso alrededor del condensador
empezó a extenderse hacia fuera a medida que la aleación de metal se convertía
en plasma supercaliente.
Y apenas dos segundos tras el asalto, las armas de la República atravesaron
la coraza hasta llegar al condensador de alta energía que había tras ella.
Toda la parte izquierda del MTT desapareció en una bola de fuego gigante
que llegó hasta el ala frontal de la C-9979. Una serie de pequeñas explosiones
hicieron erupción tras la primera, a medida que los sistemas secundarios iban
estallando en cadena. Uno segundos después, con un grito ensordecedor, los
repulsores se desintegraron, y la cáscara ennegrecida de lo que había sido un
MTT cargado quedó destruida sobre la rampa.
Bloqueando el paso de los vehículos tras él.
“¡Eso Es!” gritó Roshton en medio de esa locura, con una sonrisa salvaje en
su rostro. “¡Todas las unidades en retirada!” cogió a Doriana por el brazo.
“Vamos, Doriana.”
No dejaron de correr hasta estar dos áreas de ensamblaje más adelante y
hasta que el ruido de fuera fue un simple rugido apagado. “Inteligente,” dijo
Doriana, respirando con dificultad mientras Roshton reducía el paso hasta un
trote ligero. “Bloquear la rampa para dejarlos encallados hasta que puedan
limpiar los destrozos. ¿Pero qué hemos ganado con ello?”
“Opciones, por supuesto,” le dijo Roshton, mirando atrás por encima del
hombro. Doriana también miró y vio a los soldados clon en ordenada retirada.
“Antes de hacer eso, no habría habido manera de retirarnos sin llevar la batalla al
interior de la planta, cosa que usted nos había prohibido. Habríamos tenido que
permanecer ahí y morir.”
Gesticuló delante de ellos con el blaster. “Ahora, deberíamos tener tiempo
suficiente para atravesar el túnel de Binalie y salir a la superficie.”
Doriana sintió como se le torcía el labio. Novecientos soldados clon listos y
esperando para hostigar al ejército Separatista. No se suponía que debía ir así.
“¿Qué le dijo exactamente Torles?”
Roshton le sonrió. “Ya verá. Vamos, guarde el aliento para la carrera.”

Permanecían en la colina al borde de la finca Binalie: Torles, Binalie en


persona, Doriana y el Comandante Roshton, el último disfrazado con ropa de
civil. “Así que eso es todo, ¿no?” preguntó Binalie.
“Por ahora, sí,” le dijo Torles, mirando a través de la franja de hierba que
había entre ellos y Creaciones Spaarti mientras los tonos rosados y ama rulos de
la puesta de sol se empezaban a desvanecer en el cielo del oeste.
Y las sombras ardientes de los cascos de media docena de tanques de batalla
AAT se alargaron por la zona de hierba prohibida. “Mis felicitaciones a sus
tiradores,” añadió.
2. El alzamiento del Héroe
Haciendo una parada en el aire sobre la franja de hierba de un kilómetro de
ancho que separaba la fábrica de Creaciones Spaarti del margen norte de la finca
de la familia Binalie, los elevadores de carga pesada empezaron a hacer
descender sus pinzas magnéticas. Kinman Doriana no podía ver el suelo bajo
ellos desde su posición -las colinas de la finca bloqueaban su visión- pero
imaginaba que estarían flotando sobre las últimas máquinas de guerra destruidas
que acabaron allí tras el asalto de los Separatistas a la planta dos días antes.
Al menos, pensó Doriana despiadadamente, los neimoidianos que
comandaban el ejército droide ocupante habían aprendido a no llevar vehículos
de limpieza por tierra hasta la franja de hierba prohibida. Mirando a su alrededor
para asegurarse de que el grupo de árboles en el que se encontraba no era
observado, sacó su holoproyector y tecleó el código de contacto.
La luz de contacto parpadeó cuando el dispositivo se conectó a la central
comlink local, luego a su nave personal y a su nodo especial de la HoloRed y
después a través de la vasta extensión de la república hasta uno de la docena de
nodos de la HoloRed en Coruscant y finalmente al escritorio privado del
Canciller Supremo Palpatine. Doriana miró los elevadores mientras esperaba,
pensando si Palpatine estaría allí o en alguna reunión.
La imagen de la cara más conocida de la galaxia apareció en el aire sobre el
holoproyector. “Maestro Doriana,” dijo Palpatine, asintiendo a su consejero.
“¿Tiene buenas noticias?”
“Me temo que todo lo contrario,” admitió Doriana. “Los Separatistas aún
ocupan Creaciones Spaarti, y parece que se han dado cuenta de que los vehículos
o la gente en el borde sur de la planta molestan a los tejedores Cranscoc. Están
limpiando los restos de la zona de hierba, y creo que esta noche serán capaces de
reconfigurar la planta para lo que sea que quieran construir aquí”
“No es una idea agradable;” dijo Palpatine gravemente. “¿Está familiarizado
con el proyecto D-90?”
“No,” dijo Doriana. “¿Es uno de los suyos?”
Palpatine torció el labio. “Apenas. Es un droide de combate experimental,
con la reputación de ser tan duro como el droide de asalto D-60 de la Federación
Comercial, pero más versátil.”
“Ya veo,” dijo Doriana. El D-60 era una versión del tamaño de un hombre y
medio de los súper droides de batalla que la Federación comercial había usado
en la Batalla de Geonosis. “¿Cuánto más versátil?”
“Considerablemente más,” dijo Palpatine. “Estarán coordinados en pequeños
equipos en lugar de bloques enteros de modo que puedan ser usados como
unidades comando además de simples tropas de choque:”
“Una idea desagradable,” dijo Doriana. De modo que los Separatistas tenían
finalmente una nueva arma sobre la mesa. Ya era hora. “¿Piensa que han venido
aquí a empezar la producción?”
“Eso es lo que cree nuestra gente de Inteligencia” dijo Palpatine.
“Personalmente, sospecho que aún hay algunos fallos de sistema y que esperan
usar Spaarti para probar y acabar el diseño. ¿Cuál es la situación militar actual?”
“Por el momento, básicamente estancada,” le dijo Doriana. “El Comandante
Roshton y sus soldados clon han bajado a tierra, algunos de ellos aquí a la finca
de
Lord Binalie y el resto dispersos por algún lugar. Han estado acosando a los
droides donde ha sido posible, pero los Separatistas han permanecido en el
interior, donde no podemos llegar hasta ellos sin arriesgarnos a dañar la planta.”
“Algo que ni ellos ni nosotros queremos,” dijo Palpatine. “¿Qué hay de los
técnicos?”
“Binalie tiene una habitación de seguridad secreta -básicamente un
subsótano protegido que conecta con el túnel hacia la planta,” dijo Doriana. “Los
técnicos están ocultos ahí abajo.”
“¿Comunicaciones?”
“Los Separatistas siguen bloqueando el sistema de comunicaciones local y el
nodo de la HoloRed, le explicó Doriana. “Pero Roshton reconfiguró sus
comlinks para evitarlo. Serán capaces de moverse rápido si tienen la ocasión.”
“Entonces deberán tenerla,” dijo Palpatine. “Un crucero ligero de la
República está en camino con el poder de fuego necesario para destruir la nave
de control que orbita sobre ustedes. Una vez el ejército droide esté indefenso,
creo que el Comandante Roshton no tendrá ningún problema con los
supervisores neimoidianos y sus técnicos.”
“Estoy seguro de que no lo tendrá,” concedió Doriana.
“¿Para cuándo podemos esperar esta nave?”
“Quizás esta misma noche,” dijo Palpatine. “Quizás dentro de tres días.
Depende de la resistencia con la que se encuentre en su camino.”
“Entendido,” le aseguró Doriana. “Gracias, Canciller. Esperaremos su
llegada”
Palpatine le ofreció una sonrisa cansada. Doriana sabía que la guerra le
estaba afectando mucho. “Manténgame informado.”
La imagen se desvaneció. Doriana cerró la conexión y miró hacia atrás hacia
los elevadores. Levantaban el casco ennegrecido de la última máquina de guerra
destruida y lo estaban remolcando hacia la planta.
Planeaban descargarlo en cualquier lugar de los extensos campos de Spaarti,
sin duda. Radie sabía por qué los Cranscoc insistían que esa franja de tierra en
particular -y sólo esa quedara desocupada, ni siquiera Lord Binalie. Doriana
observó hasta que los elevadores y su carga desaparecieron tras los tejados de la
planta Spaarti, entonces tecleó un código diferente en su holoproyector. Había
hecho su trabajo oficial, informar de la situación al hombre cuya oficina le
pagaba.
Ahora era el momento de hacer lo mismo para el hombre que le daba las
órdenes.
Como era habitual, costó más que el holoproyector hiciera la conexión.
Doriana hizo tiempo observando el cielo mientras pensaba en qué debían estar
haciendo los neimoidianos dentro de la planta. Ahora que la hierba del sur estaba
limpia, seguramente intentarían hacer que los tejedores Cranscoc reconfigurarán
la planta esa noche. La única pregunta era, ¿qué dirección tomaría la
reconfiguración? ¿La creación de prototipos D-90, como pensaba Palpatine? ¿O
tenían planeado algo más? Desde la distancia podía escuchar el rumor de los
repulsores...
Y de pronto, cuatro transportes pequeños aparecieron sobre las colinas entre
él y Creaciones Spaarti, un escuadrón de TAPUs volando de forma defensiva
usándolas como pantalla, moviéndose con la urgencia de los pilotos que saben
que hay francotiradores en el área. El tumulto pasó disparado sobre su cabeza y
viró hacia abajo, con los transportes rompiendo abruptamente la formación y
tomando posición en los cuatro lados de la mansión
Binalie a un kilómetro de distancia. Con la clase de precisión que sólo los
droides controlados remotamente podrían tener, los cuatro se dejaron caer
simultáneamente al suelo.
Y de las escotillas surgieron hileras de droides de batalla. “Informe.”
Sobresaltado, Doriana devolvió su atención al holoproyector. La imagen
encapuchada de Darth Sidious flotó sobre la pequeña plataforma de proyección,
con expresión inescrutable. “Disculpe, Lord Sidious,” se disculpó Doriana
apresuradamente. “Mi atención estaba en otro lugar.”
Para su tranquilidad, Sidious simplemente sonrió. “¿Los neimoidianos han
hecho finalmente un movimiento?”
“Algo así, sí,” dijo Doriana, atreviéndose a dividir su atención entre la
imagen de su maestro y la actividad que tenía lugar alrededor de la mansión. A
los droides de batalla se les había unido un puñado de los inmensos droides de
asalto D-60 y un par de droidekas. La mayoría de ellos se colocaron en forma de
cordón defensivo alrededor de la mansión, pero cuatro de los droides de asalto
esperaban justo al lado del transporte más cercano a la puerta principal de la
mansión. Mientras miraba, dos neimoidianos salieron por la escotilla hacia el
cuadrado de protección de los droides de asalto y se escabulleron por la hierba
hacia la puerta. “Parece que han decidido tener una charla con Lord Binalie,” le
dijo a Sidious.
“¿Hablar les servirá de algo?”
Doriana se encogió de hombros cuando el grupo desapareció en el interior.
“Binalie no puede hacer que la planta vaya más rápida,” dijo él. “Quizás quieran
que actúe de intérprete con los Cranscoc -él parece entender su lenguaje de
colores de piel.”
“Más bien buscan un rehén.”
“Posiblemente,” asintió Doriana. “Podría ser útil, si Roshton está dispuesto a
seguir el juego.”
“Será tu responsabilidad que lo haga,” dijo Sidious directamente. “Y eso
también va por ese Jedi, Torles. No quiero que ninguno de los dos dé problemas
hasta que lleguen las fuerzas de la República.”
Doriana parpadeó. “¿Lo sabía?”
Otra pequeña sonrisa. “¿Pensabas que eras mi única fuente de información,
Doriana?”
“Por supuesto que no, mi señor,” dijo Doriana rápidamente. Aún así, no pudo
evitar sentir cierta decepción. Esperaba dar esa noticia él mismo.
“Pero la información es útil sólo cuando alguien está en posición de
aprovecharla,” continuó Sidious. “Y no podemos permitir que la República o los
Separatistas dañen Creaciones Spaarti.”
“Entiendo, mi señor,” dijo Doriana.
“Bien,” dijo Sidious. “Entonces, cumple con tus órdenes.” La imagen se
desvaneció.
Doriana apartó el holoproyector. Los droides habían terminado de formar
su cordón alrededor de la mansión, los droides de asalto controlaban las
esquinas y las entradas de la mansión mientras que los droidekas patrullaban el
perímetro. No parecía que nadie fuera a entrar o salir en breve.
Sus ojos barrieron el terreno, imaginando como estarían reaccionando los
empleados de Lord Binalie a la repentina invasión. Pero la única persona que
podía ver estaba a un cuarto del camino alrededor de la mansión, al este: un
jardinero arrodillado junto a uno de los arbustos esculpidos. Aparentemente, los
trabajadores más observadores habían reaccionado apresurándose a desaparecer.
El jardinero miró hacia arriba, secándose la frente con una mano enguantada
Y Doriana hizo una mueca. No era un jardinero.
Era el Comandante Roshton.
Maldiciendo entre dientes, Doriana se encaminó hacia Roshton, andando tan
rápido como podía sin llamar la atención de los droides, con la advertencia de
Darth
Sidious resonando en su cabeza. Roshton, el idiota, iba a arruinarlo todo.
“No.” dijo firmemente Lord Pilester Binalie. “Voy a sentarme y a dejar que
esos monstruos ocupen mi planta.”
“Comprendo su frustración;” dijo suavemente Jafer Torles. “Pero estoy
seguro de que no están provocando ningún daño allí. Podrían haber destruido
Spaarti desde la órbita si hubieran querido.”
“Sé lo que quieren: lo mismo que quieren Doriana y la República;” gruñó
Binalie. “La cuestión es que cuanto más dure este loco baile, más posibilidades
hay de que alguien se vuelva descuidado. Cuando eso ocurra, será el fin de
Creaciones Spaarti.”
“Pero la República va a enviar ayuda, ¿no es cierto?”
El hijo de doce años de Binalie, Corf, habló desde su silla en la otra esquina
del escritorio.
“Probablemente,” respondió secamente Binalie al chico.”Pero empiezo a
pensar que más soldados es lo último que necesitamos.”
Torles frunció el ceño. “¿Qué quiere decir?”
“Lo qué acabo de decir,” gruñó Binalie.”La República y los Separatistas son
como un par de dokrikas peleándose por un hueso. ¿Qué importa quién esté al
mando cuando la planta se destruya?”
“¿Entonces que sugiere?” Preguntó Torles.
Los labios de Binalie se apretaron por un instante. “Que saquemos a los
Separatistas nosotros mismos, ahora, antes de que Roshton y sus soldados clon
se puedan reagrupar para atacar. Sobornarles, chantajearles -incluso a ayudarles
a acabar su trabajo si prometen que se marcharán después-”
“No puede hablar en serio,” protestó Torles con el ceño fruncido. Había un
susurro de advertencia de la Fuerza; la sensación de mentes alienígenas en los
alrededores.
“¿Por qué no?” Contestó Binalie. “¿Qué te preocupa, las amenazas de
Roshton sobre la traición? Eso no es más que una sarta de-” Paró cuando unos
pesados pasos sonaron al otro lado de la puerta de la oficina.
“¿Qué demonios?” Murmuró mientras empezaba a levantarse.
Con estruendo, la puerta fue empujada violentamente hacia dentro, con el
panel arrancado golpeando el suelo y rebotando dos metros por la habitación.
Binalie volvió a caer en su silla con una maldición, bajando la mano hacia
uno de los cajones del escritorio.
“¡No!” Saltó Torles, usando la Fuerza para frenar el brazo del otro.
Llegó justo a tiempo. Medio segundo más tarde, las monstruosas formas
metálicas de dos grandes droides de combate aparecieron en la habitación, con
los blasters pesados de sus antebrazos levantados y listos. Sus cabezas y armas
barrieron la habitación en busca de peligro, y luego volvieron atrás para
flanquear la puerta en posición de guardia.
A través de la abertura aparecieron un par de neimoidianos de vestimenta
brillante. El que iba en cabeza vestía ropas azules y púrpuras y la mitra negra de
un comandante de unidad, mientras que el otro llevaba una vestimenta más
simple de color rojo y púrpura. El equipo de su cabeza era azul, con cuatro
cuernos retorcidos en la parte superior. “Buen día, Lord Binalie” dijo el
comandante con voz afectada. “¿No estaremos interrumpiendo algo?”
Torles miró a Binalie con una advertencia silenciosa, y simplemente recibió
una mirada a cambio. Pero el otro levantó su mano -vacía- y la dejó caer sobre el
escritorio. “Por supuesto que no,” gruñó él sarcásticamente. “N¡ que tuviera
trabajo que hacer. ¿Qué es lo que quiere?”
“Permítame presentarme” dijo el portavoz, dirigiendo miradas primero a
Torles y luego a Corf. “Soy Tok Ashel, Comandante del Ejército Expedicionario
de Cartao” Hizo un gesto hacia su compañero. “Este es Dif Gehad, Maestro
Creador de Nuevos Productos,
¿Y qué nuevos productos intenta construir en mi fábrica?” Preguntó Binalie.
Gehad empezó a hablar -”No tan rápido, Lord Binalie,” interrumpió Ashel.
“Primero déjenos terminar con las presentaciones” Sus grandes ojos rojos
miraron fijamente a Torles.
“Yo soy Corf Binalie,” dijo Corf antes de que cualquiera de los dos hombres
pudiera responder, con la voz fuerte y desafiante. “Este es mi tutor privado, el
Maestro Jafer. ¿Significa esto que hoy no hay escuela?”
Ashel hizo un sonido parecido al del papel arrugado. “Puede ser, joven,” dijo
él, mirando a Torles. “¿Qué enseña usted, Maestro Jafer?”
“Un poco de todo,” le dijo Torles.”Ética, conocimiento, la vida.”
“Ah -un filósofo” dijo Ashel, moviendo la mano con desprecio y girándose
hacia Binalie. “Ahora, a los negocios” Hizo un gesto a Gehad.
“Como ha adivinado, queremos usar Creaciones Spaarti para trabajar con
nosotros,” dijo el Maestro Creador con voz clara y precisa. “Pero hasta ahora
hemos sido incapaces de reestructurar las líneas de montaje. Ahora me dirá
cómo hacerlo”
Binalie negó con la cabeza. “No puedo”
“No diga tonterías” le advirtió Gehad. “Usted es el director de estas
instalaciones. Usted sabe todo lo que se necesita saber sobre ello. “
Tor supuesto que lo sé,” concedió Binalie. “Incluyendo lo que puede y lo que
no puede hacerse. Únicamente los tejedores Cranscoc pueden manipular el
sistema de herramientas fluidas” Levantó sus cejas hacia Gehad. “¿He de
entender que no han querido hacerlo?”
“Irá por las ruinas de nuestros vehículos en la hierba del sur,” dijo Ashel.
“Sabemos que es tabú y las hemos movido para corregirlo.”
“Pero no queremos ser retrasados de esa manera de nuevo.”añadió Gehad.
“Así que se lo repito: me dirá como podemos cambiar las herramientas nosotros
mismos:”
“Y yo le repito que no puedo,” dijo Binalie.
“Pero hay cosas que puedo hacer para ayudar. Me gustaría sugerir un trato
que…”
“¡No nos bloqueará más!” Saltó moviendo sus dedos en As e, un extraño y
posiblemente obsceno gesto. “Ni usted ni las fuerzas de la República escondidas
en el túnel bajo la hierba del sur. Oh, sí, sabemos que están allí -hemos intentado
desalojarlas dos veces y ahora les hemos sellado la salida de la planta. También
sabemos que el otro extremo del túnel está en algún lugar de estos terrenos. ¡No
lo niegue!”
“No puedo hacer nada respecto a las fuerzas de la República” dijo Binalie,
empezando a sonar enfadado. “Lo que puedo hacer, sin embargo, es ayudarle-”
“Y nos dirá como reestructurar las máquinas.” insistió Ashel, de forma aún
más estridente esta vez. “O lamentará las consecuencias:”
La piel de la cara de Binalie se tensó, e incluso con la influencia de dos
mentes alienígenas cercanas, Torles pudo sentir que los sentimientos de Binalie
también se tensaban. Ni siquiera la invasión de su hogar o la destrucción de la
puerta de su oficina habían hecho desistir a Binalie de la idea de ofrecer un trato
a los neimoidianos para sacarlos de su plantó. Pero las amenazas eran algo
totalmente diferente.”¿Y que se supone que significa eso exactamente?”Preguntó
él, con voz falsamente calmada.
“Significa esto.” Antes de que Binalie pudiera hacer algo más que inhalar
profundamente, Ashel rodeó el brazo de Corf con sus largos dedos y lo levantó
de su silla. “El gusano vendrá con nosotros.” continuó el neimoidiano, poniendo
a Corf frente a él.”Cuando decida cooperar, puede reunirse con nosotros en la
planta.”
“Déjelo ir,” saltó Binalie. Estaba de pie, ignorando los blasters droides que
de pronto le apuntaban.
“Ya le he dicho-”
“Y no lo considere durante demasiado tiempo:” le advirtió Ashel,
volviéndose hacia la puerta arrastrando firmemente a Corf Torles vio como los
ojos del chico estaban muy abiertos por el miedo. “Somos seres pacientes, pero
no seremos pacientes eternamente.”
Corf lanzó a Torles una mirada entre frenética y suplicante. Pero el Jedi ya
había medido las distancias con sus ojos y, incluso con la ventaja de la sorpresa,
sabía que no podría encargarse de los dos droides de combate antes de que
alguno de los dos disparara al menos una vez. Y eso sin tener en cuenta qué otras
fuerzas podrían haber dispuesto los neimoidianos en el exterior.
Lo que significaba que debería probar con otra cosa. “Un momento.” dijo
remilgadamente, poniéndose en pie. “El chico tiene que hacer dos exámenes hoy.
No pienso permitir que mi horario sea interrumpido.”
Los neimoidianos se detuvieron en la puerta, mirándole con sus inexpresivas
caras alienígenas. Torles indagó en sus mentes, pensando en cómo de susceptible
sería su especie a la sugestión Jedi. Él apenas había usado este truco, y nunca
antes con un neimoidiano. Si no caían con su manipulación, quizás se tendría
que enfrentar a esos droides de combate después de todo.
“El chico vendrá con nosotros:” declaró Ashel finalmente. “Si así lo desea,
puede venir con él.”
“Gracias,” dijo Torles, haciendo una reverencia propia de un tutor. Lanzando
una mirada de advertencia a Binalie, salió para reunirse con los neimoidianos.
“Pero traiga muchas lecciones,” añadió Ashel mientras volvían al pasillo.
Allí había, según vio Torles, dos grandes droides más esperándoles. Tanto mejor
que no hubiera atacado. “Lord Binalie es muy obstinado, incluso para un
humano. Quizás usted esté con nosotros durante algún tiempo”
“No se preocupe,” dijo Torles, apretando el hombro de Corf para
tranquilizarle. “Tengo todo lo que pueda necesitar”
Los dos neimoidianos y su escolta de droides de asalto estaban todavía en la
mansión cuando Doriana llegó finalmente hasta Roshton. El comandante estaba
agachado frente a un arbusto esculpido, con la cara cuidadosamente oculta del
visitante, cortándolo con unas tijeras de podar. “¿Qué hace aquí?” Le susurró
Doriana.
“Cuido las plantas, mi señor,” dijo Roshton con voz vieja y temblorosa,
cortando un par de hojas.
“Déjelo, Roshton,” le dijo Doriana. “Soy yo”
Roshton giró un ojo con cautela. “Ah -Maestro Doriana,” dijo él,
abandonando el acento y el falso trabajo de jardinería. “Llega justo a tiempo para
el espectáculo”
“¿Qué espectáculo?” Preguntó Doriana. “¿Qué está haciendo?”
“Ya lo verá;” dijo Roshton, girando sus ojos hacia la mansión y el anillo de
droides. “¿Alguna vez ha visto a un droideka rebotando?”
“Eh no”
“Entonces esto le va a gustar” Roshton apartó un poco la parte delantera de
su túnica para revelar un comlink escondido bajo la solapa. “Número siete,
espere... ahora”
Y desde la casa vino el tronar de una explosión. Doriana se giró justo a
tiempo para ver a uno de los droidekas aún con forma de rueda volando sobre las
cabezas de sus asombrados compañeros. Tras él, brotaba humo de un agujero
ennegrecido en el suelo.
“Número diez: ahora,” dijo Roshton.
Hubo una segunda explosión, ésta a los pies de uno de los droides de asalto.
La enorme máquina perdió el equilibrio y cayó de espaldas aterrizando con un
golpe sordo. “¿Desde dónde están disparando?” Preguntó Doriana, mirando
alrededor desconcertado. No había soldados clon a la vista y no había casi
ningún lugar en los alrededores donde cubrirse. “¿Roshton?”
“Después;” dijo Roshton. “Cinco y ocho: vamos.”
Dos explosiones más rompieron la línea defensiva, cada una lanzando a un
par de droides de batalla volando sobre el césped cortado. “Y aquí vienen los
suaves;” añadió Roshton mientras los neimoidianos y sus coloridos trajes
aparecían por la puerta. “Esto será divertido.”
“Deténgase;” dijo Doriana, escudriñando en la distancia. Casi oculto entre
los pliegues del traje...
“Detenga el fuego, Roshton;” repitió con urgencia. “Tienen al hijo de Binalie
con ellos”
Roshton murmuró algo. “Malditos cobardes,” dijo despectivamente. “No
pueden-”
Se paró, con una pequeña sonrisa en los labios. “Bien, bien. Cobardes y
estúpidos”
“¿Qué?” Preguntó Doriana con el ceño fruncido.
“De acuerdo, tienen a Corf Binalie,” gesticuló Roshton. “También tienen a
Jafer Torles.” Levantó las cejas hacia Doriana. “Lo que yo decía. Esto será
divertido”
Dos explosiones más, la tercera y la cuarta según las cuentas de Torles,
hicieron temblar la casa mientras Ashel y Gehad se apresuraban por llegar hasta
la puerta de la mansión. “No lo comprendo,” dijo nerviosamente Gehad mientras
miraban hacia fuera. “¿Desde dónde están disparando?”
“¿Y qué importa?” Respondió Ashel gesticulando hacia los droides.
“¡Droides! ¡Formad un cordón hasta el transporte!”
Obedientemente, los droides abandonaron sus posiciones, moviéndose según
sus capacidades les permitían hacia el vehículo que estaba a una docena de
metros. Estaban alineándose en dos filas, con las armas apuntando hacia fuera,
cuando otra explosión alcanzó al vehículo en la parte derecha delantera,
elevándolo un metro en el aire y dejando una parte de su blindaje negra y
doblada. “¡Es imposible!” Gritó Gehad.
“¿Cómo lo hacen?”
“¡Deja las preguntas para luego!” Gruñó Ashel, señalando la planta Spaarti.
“¡Mira! Ahí está nuestro soporte aéreo”
Y era un soporte aéreo impresionante, Torles tenía que admitirlo. Un
centenar de TAPUs aparecieron en el cielo, barriendo desde el este y el oeste al
reunirse en la finca Binalie.
Pero las TAPUs aún estaban fuera de alcance, los droides del cordón tenían
sus armas y sensores apuntando hacia fuera buscando a sus atacantes invisibles y
los neimoidianos estaban demasiado preocupados por su propia seguridad como
para vigilar a sus prisioneros.
Hora de ponerse a trabajar.
“Ahora,” dijo Ashel despegándose de la protección parcial de la puerta y
corriendo entre las filas de droides hacia el transporte. Cogiendo a Corf del
brazo, Gehad empezó a seguirle, arrastrando al chico tras él. No llegaron lejos.
Adelantándose, Torles cogió el otro brazo del chico y plantó sus pies en el suelo
justo fuera de la puerta de la mansión. Por un momento, Corf fue estirado entre
ellos como una cuerda, y entonces Gehad se detuvo y se giró. “¿Qué estás-?”
Gruñó él.
No llegó a acabar la pregunta. En ese mismo segundo, los dos droides de
combate que habían ido marchando a un metro tras ellos, cogidos por sorpresa
por la súbita parada de Torles, llegaron a la altura del Jedi.
Y con un único y suave movimiento, Torles buscó bajo su túnica, sacó su
sable de luz y lo encendió.
Gehad soltó un gritito gutural, soltando el brazo de Corf como si se hubiera
quemado y escabulléndose. Torles empujó al chico a través de la puerta mientras
cortaba con el sable de luz el pecho del droide que había a su izquierda. La
brillante hoja verde cortó a través de la armadura de acertron como si fuera
simple plastoide, y el tercio superior del droide resbaló y cayó chocando contra
el suelo. El resto de la máquina, en un asombroso equilibrio, permaneció en pie
imperturbablemente firme como un cadáver decapitado esperando pacientemente
nuevas órdenes.
Torles no esperó a ver si caía o no. El droide de asalto a su derecha ya estaba
reaccionando a esta amenaza inesperada, girando sobre sus caderas para apuntar
con sus blasters. Torles giró hacia su derecha para encontrarse con él, haciendo
girar su sable de luz y bajándolo a través de los antebrazos levantados sobre los
blasters y haciéndolos caer al suelo. Su segundo corte se llevó por delante las
piernas del droide; incluso antes de que las piezas cayeran al suelo, saltó hacia
atrás a través de la puerta de la mansión. “¡Vamos!” Ordenó a los neimoidianos,
levantando su sable de luz hasta una posición de defensa. Para enfatizarlo, otra
explosión cercana levantó nubes de polvo.
Los dos alienígenas no necesitaron más motivos. Dieron la vuelta y corrieron
junto a la línea de droides hasta entrar en el transporte. Los droides
supervivientes les siguieron, cerrando el cordón tras ellos. Un minuto más tarde
el transporte, junto a otros tres vehículos, se dirigía al este a gran velocidad.
“Vaya,” dijo Corf.
Torles se giró y vio al chico observándole, con una expresión de asombro en
su cara. “¿Estás bien?”
Corf asintió mecánicamente. “Nunca había visto nada parecido,” dijo él.
“Sólo he hecho aquello para lo que fui entrenado,” dijo Torles. Con una
última mirada al exterior, apagó su sable de luz. “Vamos a decirle a tu padre que
estás bien;” dijo él. “Y después” añadió severamente, “quizás queráis ir a vuestra
sala de seguridad. Esto podría ponerse feo.”
“Ahí van,” comentó Roshton mientras los últimos droides se apilaban en los
transportes. El primer vehículo, el que llevaba a los neimoidianos a bordo, ya
había despegado y se alejaba, con una escolta de TAPUs a su alrededor. “No
volverán a intentarlo en un tiempo:”
“Probablemente no,” coincidió Doriana, con sus ojos en los restos de los D-
60 que Torles había destruido en medio segundo. Él había estado con Jedis
durante su vida, pero nunca había visto a uno en modo de combate.
Y por primera vez empezó a ver por qué Sidious los quería eliminar.
“Unidades de la finca, aseguren.” estaba diciendo Roshton a su comlink.
“Unidades de ciudad y bosque: permanezcan atentas.”
Con esfuerzo, Doriana devolvió su atención a la situación militar. “¿Qué
quiere decir con que permanezcan atentas?” Preguntó él. “¿Y cómo ha realizado
esos disparos?”
“No sea inocente” le regañó Roshton. “Eso no era más que un grupo
estratégicamente colocado de minas con control remoto. No debe de haberse
dado cuenta del trabajo hecho en los terrenos los últimos dos días.”
“Tenía otras cosas en la cabeza,” dijo Doriana agriamente, viendo despegar
los transportes. En lugar de tomar la ruta más rápida de vuelta a Creaciones
Spaarti, se dirigían hacia el este. ¿Qué demo-?
Y entonces lo comprendió. “Están evitando la hierba del sur,” dijo él. “No
quiere arriesgarse a que algo caiga allí e irrite a los Cranscoc”
“Justo lo que creía que harían,” dijo Roshton dijo con severa satisfacción.
“Unidad del bosque: aseguren. Unidad de ciudad: fuego a discreción.”
De forma abrupta, una docena de disparos de blaster chisporrotearon desde el
borde norte de Ciudad Foulahn, destruyendo Tupas y arrancando trozos de
blindaje de los transportes. “¿Qué está haciendo?” Preguntó Doriana. “Ya los ha
cazado. ¿No es suficiente?”
“No,” dijo Roshton. “Unidad de ciudad: encárguense de ellos”
Los TAPUs estaban devolviendo el fuego y esa parte del cielo parecía estar
cubierta del fuego multicolor de los blasters. Doriana se encontró a sí mismo
aguantando la respiración mientras veía a los transportes esquivar y balancearse,
intentando desesperadamente llegar a la seguridad de la planta. Si el entusiasmo
de Roshton hacía que mataran a los neimoidianos -o peor, si el pánico les
obligara a sacar a los droides de la fábrica para contraatacar.
Y entonces, algo en el cielo le llamó la atención. Un simple par de manchas,
pero mientras miraba iban creciendo visiblemente. “¡Roshton!” Gritó él, sacando
unos electrobinoculares y encendiéndolos.
“Tenemos compañía”
“Déjeme ver,” ordenó Roshton, alargando la mano hacia el instrumento.
Doriana se contrajo, apretando sus ojos contra las lentes. Un simple vistazo
bastó. “Son un par de naves de aterrizaje C-9979,” le dijo a Roshton mientras le
entregaba los electrobinoculares. “Parece que todo lo que ha conseguido su
pequeño espectáculo ha sido convencer a los Separatistas para enviar refuerzos”

La mala elección de un lugar de aterrizaje por parte del comandante


neimoidiano dos días atrás había permitido que los soldados clon de Roshton
ralentizaran el despliegue de sus tropas lo suficiente como para que las fuerzas
de la República evacuaran el complejo de Creaciones Spaarti. Con esta segunda
oleada, los Separatistas no cometieron ese error. Las naves de aterrizaje
descendieron al oeste y al nordeste de la ciudad, en terreno abierto donde ningún
ataque cercano fuera posible, y empezaron de inmediato con el despliegue de sus
tropas y vehículos.
Roshton apenas había tenido tiempo de ordenar la retirada de sus hombres
antes de que los transportes MTT y los tanques de batalla AAT se abrieran paso
de forma ordenada por las calles de Ciudad Foulahn, por las vías de servicio de
espaciopuerto Triv e incluso hasta las casi inhabitadas colinas boscosas del oeste
y el norte del complejo Spaarti. Los AAT tomaron posiciones en los edificios
oficiales y las intersecciones estratégicas, mientras que los MTT encontraron
rápidamente lugares donde vaciar su mortal carga de droides de batalla, súper
droides de batalla, droides de asalto y droidekas. Al final de la tarde, cada metro
cuadrado en quince kilómetros alrededor de Creaciones Spaarti estaba en manos
de los Separatistas.
Con una pequeña excepción.
“Uno de los C-9979 está aquí” dijo Roshton, señalando un punto en el
holomapa al este de Ciudad Foulahn. “Sus droides y AAT están ocupando el
oeste de Foulahn, además de todo el territorio oeste y norte del complejo Spaarti.
El otro está aquí-”, Indicó un punto cerca del río Quatreen dónde pasaba entre la
ciudad y el noreste del espaciopuerto Triv “-donde pueden cubrir el este de la
ciudad y el espaciopuerto. He escuchado que algunas unidades han ido Quatreen
arriba hasta Ciudad Navroc, pero no tengo confirmación al respecto.”
Torles miró a Binalie. Su cara parecía pálida, pero podría ser sólo por la
iluminación. Con unas reservas energéticas limitadas en las profundidades de la
sala de seguridad de la familia Binalie -y sin deseos de atraer la atención de los
droides que ocupaban la casa sobre ellos- Binalie había decidido apagarlo todo
excepto las luces de emergencia. “¿Dónde nos deja eso?” Preguntó Torles.
“Básicamente, atrapados aquí,” dijo Roshton pesadamente. “Mis tropas
hacen lo que pueden para atosigar a los droides, pero no tenemos el poder
suficiente para devolverlos a las naves de aterrizaje. El Maestro Doriana me dice
que el Canciller Supremo Palpatine ha prometido ayuda, pero podrían faltar días
para que llegara”
“Y mientras, sus clones y los droides destruyen Ciudad Foulahn,” gruñó
Binalie.
“Estamos manteniendo la guerra lejos de su planta, ¿no es así?” Replicó
Roshton. “¿No era lo qué quería?”
“Lo que quería era sacar la maldita guerra de mi mundo,” contraatacó
Binalie.
“Me temo que no siempre podemos elegir,” dijo Doriana calmadamente.
“Ciertamente no fue la idea del Comandante Roshton traer la guerra aquí”
“¿Así que no sentamos aquí y dejamos que destruyan nuestra ciudad?”
“Si fuera usted, me centraría en el asunto central,” dijo Roshton agriamente.
“Es decir, cuando el sol se ponga, serán capaces de hacer que los Cranscoc
modifiquen la planta. Una vez ocurra eso, puede despedirse de cualquier
esperanza para su ciudad o su mundo.”
“¿Qué quiere decir?” Preguntó Corf, acercándose un poco más a su padre.
“Los Separatistas están a punto de lanzar una nueva línea de droides de
asalto,” le dijo Roshton. “Una vez lo pongan en marcha, cada hora que pasen
aquí significa un ejército droide más fuerte en Cartao. Si no los detenemos, tarde
o temprano tendrán tropas suficientes para derrotar a cualquier cosa que la
República pueda lanzar contra ellos.”
Volvió a mirar a Binalie. “Y en ese punto, la única manera de detenerlos-”
“No,”dijo Binalie llanamente. “Ni lo piense.”
“¿Cree que quiero destruir Spaarti?” Preguntó Roshton con voz helada y
calmada. “Esos nuevos tanques de clonación que estábamos construyendo
podrían darle la vuelta a la guerra en cuestión de meses, y éste es el único lugar
donde podemos mejorar la producción suficientemente rápido como para
conseguir el diseño lo más eficiente posible. Pero al mismo tiempo, no podemos
dejar que empiece la producción del nuevo droide de asalto D-90. Lo siento,
pero nos estamos quedando sin opciones.”
“Un momento,” dijo Doriana, sacando un holoproyector de una bolsa del
cinturón. “Quizás tengamos noticias.”
Lo encendió y la imagen de la cabeza de un ikotchi apareció sobre la
plataforma de proyección, con sus característicos cuernos curvados hacia sus
hombros. Las palabras eran demasiado débiles para que Torles las escuchara,
pero Doriana sonrió de pronto. “Gracias, General,” dijo él, levantándose y
caminando hacia Roshton.
“Comandante, el General Fyefee Tüs del Crucero Ligero Sierra de la
República querría hablar con usted.”
Cogió la silla junto a Roshton, aguantando el holoproyector de manera que
ambos pudieran ver y escuchar. Sin esperar a que lo invitaran, Torles se colocó
en el asiento al otro lado de Roshton. Doriana le echó una mirada, pero no dijo
nada.
“-con diez cañoneras LAAT/i cargadas a su disposición,” estaba diciendo el
General Tüs cuando Torles se sentó.
“Eso son solo cuatrocientos soldados,” señaló Roshton dubitativo. “No van a
hacer demasiado contra tres C-9979 cargados de droides y AAT a menos que
pueda deshacerse de su nave de control.”
“Gracias por la sugerencia,” dijo Tüs secamente.
“Teníamos en mente hacer exactamente eso. Las cañoneras serán lanzadas en
cinco minutos; llegada y a su posición en treinta. Empezaremos nuestro ataque a
la nave de control en quince.”
La imagen se desvaneció. “¿Cómo encajará con el horario Cranscoc?”
Preguntó Doriana.
Binalie se encogió de hombros mientras consultaba su cronometro. “La
puesta de sol será en unos diez minutos. Para cuando lleguen las cañoneras será
casi oscuro.”
“Así que tenemos la oportunidad de sacar a los Separatistas antes de que
puedan reconfigurar,” concluyó Doriana. “Excelente. ¿Cuál es el plan desde
aquí, Comandante?”
“Básicamente, enfrentarse al enemigo,” dijo Roshton sacando su comlink.
“Entre las cañoneras que llegan y mis soldados clon, deberíamos ser capaces de
causar una gran cantidad de caos ahí fuera. Con suerte, eso distraerá a los
neimoidianos el tiempo suficiente para que podamos llegar al túnel y retomar la
planta.”
“No puede hacer eso,”objetó Binalie.
“Seremos tan cuidadosos como podamos,” dijo Roshton.
“No quería decir eso,” dijo Binalie. “Ese comandante neimoidiano -Ashel-
dijo que habían sellado su lado del túnel.”
“¿Sellado de forma que un Jedi con un sable de luz no pueda entrar?”
Roshton negó con la cabeza. “Lo dudo mucho.”
“Aún así, se estará arriesgando a dañar Spaarti,” señaló Doriana. “¿Por qué
no esperar hasta que la nave de control haya sido destruida? Los neimoidianos
no plantarán cara una vez su ejército esté fuera de combate.”
“Dos motivos,” dijo Roshton. “Uno, porque eso no evitaría que los
Separatistas empezaran a destrozar cosas una vez supieran que han perdido. Y
Dos-” sonrió. “Debería estar ahí fuera con mis hombres y no escondido aquí
abajo. Cuanto antes entre en acción, mejor.”
“Esos son motivos bastante pobres para una decisión táctica,” avisó Doriana.
“Y Lord Binalie tiene razón: no queremos ninguna lucha dentro de la planta.”
“Dígaselo a los neimoidianos,” dijo Roshton. “Dentro de quince minutos será
su decisión, no la mía.”
“Un segundo,” dijo Torles lentamente mientras Roshton levantaba su
comlink, con piezas de una idea dando vueltas en su cabeza. Una extraña y
peligrosa idea, pero que podría funcionar. “¿Y si pudiéramos sacar a todos los
droides para que lucharan en el exterior?”
“¿Y cómo persuadirles para que lo hagan?” Gruñó Binalie. “Los
neimoidianos son cobardes -no enviarían a sus guardias lejos
Especialmente si hay un posible ataque desde el túnel del que resguardarse”
“A menos que pensaran que el túnel es seguro,” señaló Torles. “Y creyeran
que el perímetro de la fábrica no lo es.”
Binalie parpadeó. “Me he perdido”
“Por supuesto,” dijo Roshton, sentándose más derecho. “Como he dicho,
saben que un Jedi podría atravesar el túnel. También saben, por experiencia
propia, lo que es enfrentarse a uno en batalla”
“¿Así qué es lo que sugiere?” Preguntó Doriana con el ceño fruncido. “¿Qué
pongamos al Maestro Torles en el exterior con sus soldados clon?”
“Exacto” dijo Roshton. “Liderando una carga hacia, digamos, la puerta este
de la planta. No tendrían más elección que lanzarnos todo lo que tuvieran”
Doriana soltó un bufido. “Suena suicida.”
“No para un Jedi,” dijo Binalie, con la voz y los sentimientos tensos por una
cauta esperanza al ver la oportunidad de tener su fábrica de vuelta intacta.
“Usted podría hacerlo, Maestro Torles. Sé que podría”
“Por favor,” añadió Corf, mirando suplicante a Torles.
“Un momento” cortó Doriana. %o estoy seguro de poder autorizar una
acción como esta. Un ataque de cualquier tipo podría poner la planta en serio
peligro.”
“Es eso o la planta se queda en manos Separatistas, señaló Roshton. “De
todos modos ¿de qué lado está usted?”
“No me insulte,” dijo Doriana fríamente. “Si usted quiere mantener al
enemigo ocupado mientras el Sierra intenta deshacerse de la nave de control,
adelante. Pero manténgase alejado de Spaarti.”
“Confíe en nosotros, Maestro Doriana” dijo Roshton. “O mejor, confíe en el
Jedi. Doriana hizo una mueca. “Bueno, si lo pone de esa manera... de acuerdo”
Roshton miró a Torles. “¿Maestro Torles?”
“Veamos si puedo pasar a través de los droides de arriba,” dijo Torles
poniéndose en pie.
“Veamos si podemos pasar a través de ellos” le corrigió Roshton, poniéndose
en pie para ir con él. “Cómo he dicho, necesito estar con mis hombres”
“Están locos,” declaró Doriana. “Pero si todo el mundo va, quizás vaya yo
también”
Roshton negó con la cabeza. “Lo siento. No quiero ofenderle, pero no quiero
que ningún burócrata se ponga en medio.”
“No me ofende,” le aseguró Doriana. “Pero como representante del Canciller
Supremo, no sólo tengo el derecho de ir con ustedes, sino que es algo necesario”
Roshton hizo una mueca. “Bien -será a su manera. Si está listo…” Corf fue a
decir algo.
”No” dijo Torles firmemente antes de que el chico pudiera hablar. “Tú y tu
padre os quedaréis aquí.”
“Pero-”
“Corf,” le advirtió Binalie.
El chico se rindió. “De acuerdo” dijo Roshton, apretando su comlink.
“Pongámonos en marcha.”
Doriana nunca supo cuantos droides habían dejado los neimoidianos en la
mansión Binalie. Todo lo que sabía era que había ocho de ellos entre los tres
humanos y la puerta exterior. Torles se encargó de todos ellos rápida, eficiente y
silenciosamente.
Había algunos otros patrullando en el exterior, de pie junto al polvo
levantado como si fueran los amos del lugar. El Jedi también se encargó de ellos.
Había unos cinco kilómetros hasta la zona de estacionamiento que Roshton y
su teniente habían fijado durante su breve comunicación por comlink.
Afortunadamente, dos de los soldados clon habían conseguido pasar un pequeño
speeder a través de las patrullas droide y les estaban esperando en el borde este
de la finca Binalie. Un pequeño paseo, con frecuentes zigzags y pausas
ocasionales para cubrirse, y allí estaban.
El soldado clon teniente estaba esperando cuando el speeder llegó,
silenciosamente de pie bajo la protección de un grupo de árboles a un kilómetro
de las paredes desnudas de la planta Spaarti. “Bienvenido, Comandante,” saludó
a Roshton mientras los recién-llegados se acercaban. “Me alegro de que lo haya
conseguido”
“Yo también,” dijo Roshton. “¿Situación?”
“He reunido a doscientos soldados,” dijo el teniente, gesticulando a su
alrededor. Doriana miró a su alrededor, pero fuera donde fuera que estuvieran
escondidos, lo estaban haciendo muy bien. “El resto está aún en la ciudad,
esquivando la búsqueda casa por casa de los droides” continuó el teniente. “En el
último informe, las cañoneras aún estaban aproximándose desde el sur; deberían
estar a rango de misil en unos cinco minutos, y en rango de cañón láser dos
minutos después. La primera salva será la señal de ataque para nuestras tropas”
“¿Qué hay de la nave de control?” Preguntó Roshton.
El teniente señaló hacia arriba con la cabeza. “El ataque parece haber
empezado ya”
Doriana miró hacia arriba. Era difícil de ver a través de las nubes que
surcaban el cielo, pero le pareció ver los pálidos destellos del fuego láser.
“¿Alguna idea de cómo va?” Preguntó.
“El General Tus no ha dedicado tiempo a informarnos” dijo el teniente, un
poco seco.
“Está bien,” dijo Roshton. “Será fácil saber si la destruye y cuando lo hace.
¿Cuál es el estado del enemigo local?”
“El C-9979 Número Dos está aproximadamente a tres kilómetros al sur de
aquí” dijo el teniente. “La mayoría de sus soldados han sido desplegados en el
espaciopuerto y al este de Ciudad Foulahn, pero hay al menos tres AAT y
probablemente doscientos droides de batalla haciendo guardia”
“Tres kilómetros” dijo Doriana, mirando en esa dirección hacia las
engañosas y alegres luces de la ciudad en la distancia. “¿No es demasiado
cerca?”
“Es extremadamente cerca,” reconoció Roshton. “Y lo es deliberadamente.
Si alguna vez ha luchado contra los neimoidianos, sabrá que adoran las
probabilidades abrumadoras. Apuesto a que la posibilidad de coger a nuestro
grupo en un fuego cruzado será demasiado tentadora para ellos como para
dejarla pasar.”
Se giró hacia Torles. “¿Alguna cosa que añadir o sugerir, Maestro Torles?”
Por un momento, Torles miró hacia el muro de la planta, que era poco más
que una vaga forma contra el cielo oscuro. Doriana miraba el perfil de Torles,
observando el centelleo de su cabello blanco bajo la pálida luz, pensando en qué
clase de pensamientos habría en una mente Jedi entrenada.
Cómo pensaban los Jedi, pensó de pronto. Él sabía algo sobre como actuaban
y reaccionaban, y como el hombre que a menudo entregaba los mensajes de
Palpatine al Consejo Jedi, había aprendido cómo usar sus preocupaciones y
prioridades para persuadirles de hacer lo que él quería.
¿Pero cómo pensaban exactamente? ¿Era básicamente igual que la gente
normal? ¿O había algo en su entrenamiento que los convertía en más alienígenas
que cualquiera de las especies que formaban la República?
Al sur, en la distancia, se escuchó el débil sonido de múltiples explosiones.
Como si se contagiara del temblor del fuego de los blasters, Torles pareció
erguirse completamente. “No se me ocurre nada, Comandante,” dijo él, sacando
su sable de luz de su túnica. “Hagámoslo”
Salió hacia Creaciones Spaarti, andando con paso rápido y firme. Dio tres
pasos y encendió el sable de luz, con la hoja verde refulgiendo como un faro
mientras caminaba hacia la oscuridad.
“Bueno, no se quede ahí, teniente,” dijo Roshton.
“Sí, señor,” dijo el otro, sonando un poco asombrado por el valiente
movimiento del Jedi. “Todos los soldados: avancen”
Doriana sintió que le faltaba el aire. De pronto, el área que le rodeaba estaba
repleta de soldados clon, que surgían de las sombras o de pilas de hojas o de sus
camuflajes.
Salieron tras Torles, formando en fila mientras marchaban. Roshton estaba
diciendo algo. “¿Perdón?” Dijo Doriana, apartando los ojos de los silenciosos
soldados.
“He preguntado si el representante del Canciller Supremo querría unirse a
nosotros;” repitió el comandante mientras se colocaba unos auriculares de
soldado clon.
“Gracias, pero creo que me quedaré aquí,” dijo Doriana, devolviendo su
mente al trabajo. “Ya he visto a sus hombres en acción, pero no he tenido la
ocasión de ver a las tropas del General Tiis.” No podía ver la expresión de
Roshton en la oscuridad, pero no cabía duda del tono irónico en su voz. “Por
supuesto;” dijo el comandante. “¿Le dejo un guardia?”
“No será necesario,” dijo Doriana. “Pero me gustaría tomar prestado su otro
comlink, si pudiera ser, y así estaría al tanto de lo que sucede”
“Claro;” gruñó Roshton, tirando del comlink de su cinturón. “Ese árbol
grueso es un buen sitio desde el que observar.”
Doriana sonrió para sí mismo. Le asombraba lo fácilmente que la gente
pensaba que podía ofenderlo. “Gracias, Comandante,” dijo él con calma.
“Espero un informe completo a su regreso.”
Habían hecho la mitad del camino hasta, Creaciones Spaarti cuando llegó la
primera respuesta desde la línea que rodeaba la planta. Los disparos de blaster
empezaron a silbar en la distancia cuando los droides abrieron fuego, pasando
sin peligro entre los soldados o rebotando sin causar daños en su armadura.
Torles miró hacia la oscuridad que tenía delante mientras su sable de luz
rechazaba los disparos que venían en su dirección, usando la luz del fuego
enemigo para saber como configuraban su línea de batalla. Los droides que
estaban directamente entre ellos y la puerta este de la planta aguantaban bien,
mientras que más droides se acercaban rápidamente desde el norte y el sur de esa
posición para unirse a ellos.
“Parece que esta sección entera de la línea defensiva se va a enfrentar con
nosotros;” murmuró Roshton tras él.
“Sí;” dijo Torles, mirando hacia atrás por encima del hombro. Todo lo que
podía ver eran las luces de la ciudad y el espaciopuerto. “¿Alguna señal de fuego
cruzado?”
“Dos AAT y unos cincuenta droides acaban de dirigirse hacia el nordeste;”
dijo Roshton. “Los deberíamos ver pronto. Ah.”
Torles se giró. La puerta este de la planta se había abierto, mostrando un
nuevo grupo de droides apresurándose para unirse ala línea defensiva. “Aquí
llegan los refuerzos,” dijo Roshton. “Creo pronto veremos a esos AATs”
Y Torles sabía que eso quería decir que era el momento de irse. “¿Cuánto
tiempo podrá aguantar contra ellos?” Le preguntó, desviando un último disparo y
apagando su sable de luz.
Roshton le echó una mirada de reojo, envolviendo con la mano el micrófono
de sus auriculares. “¿Qué tiene en mente?”
“Estamos asumiendo que han vaciado la planta de droides de combate;” le
dijo Torles. “Si puedo entrar, debería poder llegar hasta los neimoidianos. Si son
tan cobardes como dice, quizás pueda convencerles para que se rindan aunque
Tus no sea capaz de destruir la nave de control”
“¿Cómo espera entrar?” Preguntó Roshton. “Tendrán líneas de defensa en
todas las puertas”
“Déjeme eso a mí,” dijo Torles, señalando con la cabeza hacia la izquierda.
“Pero tengo que irme antes de que cierren esa brecha. Así que: ¿cuánto tiempo
puede aguantar?”
“Lo que sea necesario;” dijo Roshton, mirando alrededor mientras soltaba el
micrófono. “Teniente: parece que hay un pequeño hueco delante, a la derecha.
Desplegaremos una formación defensiva allí”
Miró de nuevo a Torles. “Buena suerte.”
Torles asintió y se giró hacia la izquierda, tomándose un momento para
prepararse. Entonces, recurriendo a la Fuerza, se agachó y corrió.
Los Jedi eran capaces de alcanzar grandes velocidades cuando era necesario,
al menos en distancias cortas. Torles usó cada ápice de su capacidad, con sus
piernas difuminadas contra el suelo mientras pasaba alrededor de la línea
defensiva y se acercaba en un semicírculo a los soldados clon rodeados. Un par
de droides aparecieron frente a él en la oscuridad y cayeron en pedazos cuando
usó la Fuerza para empujarlos hacia atrás. Cuando la explosión de energía se
disipó y trotó hasta pararse, estaba de pie en la esquina sureste de la planta,
pasada la prohibida hierba del sur y frente a un muro escarpado de tres pisos de
altura.
Miró hacia arriba a la losa oscura que se elevaba sobre él. Tres pisos eran un
salto imposible, al menos para él. Pero a mitad del muro, a una distancia que
podía alcanzar, había una hilera de salidas de aire iluminadas, de unos diez
centímetros de ancho.
Tan solo podía esperar que el padre de Lord Binalie hubiera construido las
salidas con la misma robustez que el resto de Creaciones Spaarti. Agarró bien su
sable de luz, asegurándose de que su mano estaba alejada del botón de
activación, dobló las rodillas, usó la Fuerza y saltó.
Estaba casi en el punto más álgido de su trayectoria cuando divisó la salida
más cercana, pálidamente iluminada por los destellos del fuego láser que
provenía de la posición de Roshton. Con un simple pensamiento, cogió las
rejillas y las puso en posición horizontal.
Cuando su impulso vertical cesó, colocó la empuñadura de su sable entre dos
rejillas.
El metal crujió en protesta cuando colocó todo su peso en la empuñadura,
pero para su tranquilidad, las rejillas aguantaron.
Usando la Fuerza, tiró hacia abajo del sable de luz encajado, lanzándose
hacia arriba de nuevo.
Lo logró por tres centímetros, agarrándose al borde del tejado con la punta de
sus dedos y elevándose hasta colocar el ombligo sobre el frío permacemento.
Girando sobre sí mismo, se inclinó sobre el borde, desencajando su sable de
luz de las rejillas y llamándolo de vuelta a su mano.
El fuego de blasters en el este pareció intensificarse mientras se deslizaba
silenciosamente por el tejado hasta la claraboya más cercana. Llegó hasta ella,
frotó la arena acumulada con su manga y miró hacia el interior.
El suelo de la fábrica estaba desierto. Usó la Fuerza, intentando localizar las
mentes alienígenas agitadas que pudiera sentir bajo él, ¿Más al oeste quizás?
Decidió que sí: un poco al oeste de su posición. Frunció el ceño, tratando de
visualizar el esquema de la planta...
Por supuesto. Ya fuera por cobardía o por simple precaución, los
neimoidianos se habrían establecido en el Área de Producción Cuatro, donde
podrían vigilar el túnel que llevaba a la finca Binalie.
Partió en esa dirección, vigilando que no hubiera patrullas de TAPUs. Pero
las únicas que pudo ver estaban a mucha distancia, ya fuera rodeando la posición
de Roshton al este o trazando pequeños círculos alrededor de la nave de
aterrizaje C-9979 cercana a la puerta oeste de la planta. La cacofonía procedente
de esa posición estaba aumentando de volumen, posiblemente porque los droides
de la nave de aterrizaje estaban lo suficientemente cerca para añadir su fuerza al
ataque. Un nuevo sonido atravesó el cielo y se giró a tiempo para ver a una
cañonera de la República descendiendo hacia el suelo barriendo las posiciones
droide con fuego láser rápido. Volvió a subir y estaba a punto de hacer otra
pasada cuando explotó en una brillante bola de fuego roja y amarilla.
Y entonces ya estaba en la claraboya sobre la estación de control del Área
Cuatro. Tras limpiar de nuevo una sección de transpariacero miró hacia abajo.
Allí estaban, justo bajo él, en la plataforma de control: los dos neimoidianos
que habían invadido la oficina de Lord Binalie, además de unos cuantos más con
ropas más simples, reunidos junto a una pantalla que había sido colocada frente a
los tejedores Cranscoc El Maestro Creador, Gehad, estaba golpeando algo en la
pantalla aparentemente discutiendo sobre ello con el Comandante Ashel.
Rondando en alerta alrededor de la plataforma de control había media
docena de droides de batalla, con su atención y sus blasters dirigidos al exterior.
El cierre de la claraboya estaba en la base interior frente a Torles. Usando la
Fuerza, la desbloqueó e hizo girar la claraboya sobre sus bisagras. Respirando
hondo, se dejó caer por la apertura.
Aterrizó en la plataforma justo detrás del Comandante Ashel, con las rodillas
dobladas para absorber el impacto. Ashel tuvo tiempo de encogerse y alguien
más tuvo tiempo de soltar un grito de sorpresa antes de que Torles estuviera de
nuevo en pie con su brazo rodeando firmemente el pecho de Ashel y el extremo
de su sable de luz apretado igual de firme contra la sien del neimoidiano. “Todo
el mundo quieto,” advirtió él.
Pero los reflejos de los droides parecían estar configurados para reaccionar a
la mínima señal. Antes de que Torles pudiera decir algo más o de que Ashel
pudiera decir nada más, se giraron hacia la plataforma con sus blasters
escupiendo fuego hacia él.
Torles dio un paso largo alejándose de Ashel y los demás, encendiendo su
sable y moviéndolo hacia los disparos de blaster dirigidos hacia él. Dos
segundos más tarde, los seis droides estaban en el suelo despedazados y
humeantes, destruidos por su propio fuego devuelto. Antes de que los
asombrados neimoidianos pudieran reaccionar, Torles dio otro paso largo hacia
atrás y retomó su presa sobre el traje de Ashel. “Volvamos a intentarlo” dijo
suavemente. “Todo el mundo quieto.”
“¿Qué quiere?” Preguntó Ashel con voz temblorosa.
“Quiero que esto termine,” le dijo Torles. Miró a los tejedores Cranscoc
agachados frente al sistema de control de lodo, pensando cómo debían estar
tomándose todo esto. Pero si estaban preocupados, sorprendidos o simplemente
si entendían lo que sucedía, él no podía verlo. “Contacte con la nave de mando y
ordénele que se rinda* “
Imposible” Ashel hizo un gesto cuidadoso hacia los droides destruidos. “No
nos podemos comunicar sin los droides y usted los ha destruido todos.”
“¿De verdad?” Dijo Torles. Ciertamente era una mentira, pero había una
manera de descubrir su farol. “Bien. Vamos.”
“¿Dónde vamos?” Preguntó Gehad con temor.
“Sé donde hay otros droides que pueden usar” le dijo Torles. “Y vigilen.
Dudo que quieran la clase de problemas que les puedo dar.”
Agarrando a Ashel por el traje, empezó a bajar los escalones de la
plataforma. El sellado neimoidiano de la salida del túnel se había hecho por el
simple procedimiento de soldar el extremo de la rampa al suelo, y le costó tan
sólo un par de segundos cortar la soldadura con su sable de luz. Ashel tembló
mientras lo hacía, pero no dijo nada.
Sus pasos resonaron misteriosamente mientras se dirigían al este a través de
la planta vacía. Torles se mantuvo alerta por un posible ataque sorpresa, pero
aparentemente los neimoidianos habían enviado realmente al resto de droides al
exterior.
La batalla continuaba cuando llegaron a la puerta este y salieron al aire
nocturno. “Ahí están sus droides” dijo Torles, dándole a Ashel un empujón hacia
la luz y el ruido. “Vaya a hablar con ellos.”
“No puede hablaren serio,” protestó el neimoidiano, encogiéndose contra
Torles. “No estamos equipados para la batalla”
“Muy mal” dijo Torles. “Pero si esa es la única manera de detenerlos”
Se detuvo, abruptamente, cuando el círculo de blasters alrededor de la
posición de Roshton se quedó en silencio. Levantó su cabeza para mirar hacia el
cielo nocturno.
Allí, casi sobre él, estaba la luz de una nube de gas en expansión. El General
Tiis y el Sierra habían conseguido pasar.
“Creo que no necesitaremos hablar de los droides después de todo,” comentó
él. Pudo ver movimiento desde la posición de Roshton ahora que los soldados
clon habían abandonado sus posiciones, corriendo hacia él y la planta tras él.
“Vamos” añadió él, devolviendo su sable de luz al cinturón y empujando a los
neimoidianos hacia los soldados que se aproximaban.
Los dos grupos se encontraron a medio camino. “Veo que ha estado
ocupado,” dijo Roshton saludando a Torles mientras paraba, haciendo gestos a
sus tropas para que continuaran hacia la planta. “¿Cómo está el interior?”
“Vacío, por lo que he podido ver,” le dijo Torles. “El túnel ha sido
desbloqueado, por si quiere devolver a los técnicos al interior.”
“Excelente;” dijo Roshton con severa satisfacción. “Haremos que los
Cranscoc deshagan cualquier cambio y volveremos al trabajo.”
“Dudo que los neimoidianos avanzaran demasiado en la reconfiguración,”
dijo Torles. “Lo cual me recuerda, ¿qué debería hacer con ellos?”
Roshton miró hacia la planta. “Le importaría llevarlos hasta el Comandante
Bratt? Está en una de las cañoneras que se dirigen a eliminar el C-9979 Número
Dos”
“No hay problema,” dijo Torles. “Le veré más tarde”
Roshton asintió y corrió tras sus hombres. Torles se dirigió en la dirección
opuesta. “Esto no ha terminado,” advirtió Ashel mientras caminaban. “No hemos
sido derrotados todavía”.
“Siga pensando eso;” dijo Torles. Habían llegado al lugar del campamento de
Roshton, y se detuvo un momento, observando el campo de batalla. El suelo
estaba literalmente cubierto con los restos de droides, con los cuerpos de una
docena de soldados clon tirados sobre las ruinas, con las armaduras lejos de su
blancura original. Los fuegos aún ardían entre los restos de un par de vehículos,
uno de ellos la cañonera que Torles había visto destruir. Y en medio de la
carnicería había probablemente unos cien droides más, todavía en pie con un
aspecto extraño, donde la pérdida de su nave de control los había dejado.
Aún los estaba mirando cuando, con una especie de espasmo colectivo,
volvieron a la vida. Durante aproximadamente medio segundo, la gran sorpresa
lo dejó congelado en el sitio. Pero para los neimoidianos, ese medio segundo era
todo lo que necesitaban. 1 A un grito de Ashel, los neimoidianos se echaron al
suelo.
Y Torles se encontró solo frente a un anillo de blasters.
No había tiempo para nada imaginativo y, literalmente, ningún sitio a donde
ir menos arriba. Saltó hacia arriba y hacia el lado, encendiendo su sable de luz y
cortando tras él mientras saltaba sobre el revivido ejército droide, confiando en
la Fuerza para guiar su, mano y desviar los disparos. Tocó el suelo corriendo y
esquivando, alejándose de la planta y dirigiéndose a la ciudad, con una salva de
disparos de blaster pellizcándole la ropa. “Sí, corre, Jedi,” dijo tras él la voz llena
de mofa de Ashel, más dolorosa que los disparos de blaster. “Dinos otra vez los
problemas que puedes causarnos.”
Torles no contestó. Delante de él podía escuchar los sonidos del renovado
fuego de blaster proveniente de Ciudad Foulahn, y por la sensación de angustia y
sorpresa que corría por su mente estaba claro que el resto de las fuerzas de la
República habían sido tan sorprendidas como él. A menos que pudiera llegar a
tiempo hasta ellas, para aportar su fuerza, la batalla estaría perdida.
No pudo.
Y lo estuvo.

“Creo que los Separatistas han aprendido finalmente de sus errores pasados,”
comentó Doriana mientras él, Torles y Binalie estaban en uno de los balcones de
la mansión orientados al norte. “Habrán encontrado una manera de hacer una
matriz de control lo suficientemente compacta como para bajar una de reserva a
la superficie del planeta. Creo que debe estar, probablemente, en una de las
naves de aterrizaje. No es que sea realmente importante.”
“Y no es que lo podamos saber con seguridad,” dijo Binalie amargamente,
temblando con el aire frío de la noche.
“¿Entonces están todos muertos?”
“Muertos o dispersados;” dijo Torles en voz baja, y Doriana pudo escuchar el
dolor y el auto-reproche en la voz del Jedi. “Excepto los que Roshton se llevó a
Spaarti.”
Binalie suspiró. “Entonces es como si estuvieran muertos, ¿verdad?”
“No puedo verlo de otra manera,” concedió Doriana, mirando hacia
Creaciones Spaarti. Sobre la planta, unas cien TAPUs trazaban círculos en el
cielo como carroñeros, brillando con la luz de una docena de fuegos distantes.
En los terrenos alrededor de la planta, invisibles desde donde se encontraban los
tres hombres, un millar de droides de combate y una docena de tanques de
batalla permanecían en una guardia silenciosa.
Y entre la mansión Binalie y la planta, aún se elevaba el humo acre del cráter
donde el droide hailfire Separatista había descargado sus misiles, colapsando el
túnel y cortando la última vía de escape de los soldados clon. Los Separatistas
habían sido muy meticulosos. “La única razón por la que están vivos es porque
los Separatistas no quieren destruir la planta para forzarlos a salir,” añadió él.
“Pero no tienen por qué hacerlo, ¿verdad?” Dijo Torles en voz baja. “Para
cuando el General Tus pueda volver con suficientes tropas terrestres, ya habrán
muerto de hambre.”
“Sí,” dijo Binalie. “Irónico, ¿verdad? El Comandante Roshton dedicó todos
esos esfuerzos a retomar la planta. Y lo consiguió.
“Y allí es donde va a morir.”
3. El fin del Héroe
Las calles de Ciudad Foulahn estaban oscuras y desiertas mientras Kinman
Doriana se abría paso entre los amasijos de droides rotos, pequeños cráteres de
misil, edificios destruidos, cuerpos y el desorden general de la guerra. El
comlink militar que le había prestado el Comandante Roshton le había permitido
escuchar el lado de la batalla de la República, y sabía que el combate aquí y en el
espaciopuerto Triv había sido duro. Pero saberlo no le preparó para ver la
carnicería que los soldados habían dejado tras ellos.
Media docena de cráteres se solapaban a lo largo de la calle frente a él, la
mitad de ellos llenos de escombros de los edificios destruidos por los misiles y
de algunos cadáveres mutilados de civiles que habían quedado atrapados en el
fuego cruzado. La lucha aquí debía haber sido especialmente cruenta, decidió él,
con un oficial de alto rango en el lado de la República. Quizás aquí encontraría
lo que estaba buscando. Así lo esperaba. Era más tarde de la medianoche y
estaba dolorosamente cansado, y sin duda los nuevos mandos Separatistas de
esta parte de Cartao habrían decretado un toque de queda para la población. La
primera patrulla que lo detectara significaría problemas y no estaba de humor
para discutir con droides de combate. Pese a los dramáticos acontecimientos y
reveses de las últimas horas, las cosas estaban funcionando casi según el plan de
Lord Sidious, pero eso no significaba que Doriana tuviera que disfrutar de la
situación. Ya se había hartado de batallas mucho tiempo atrás y prefería con
diferencia permanecer en su escritorio en la oficina del Canciller Supremo
Palpatine y manejar sus planes y manipulaciones a larga distancia.
Un brillo blanco a su izquierda le hizo girar la vista, y escogió
cuidadosamente el camino hacia el mismo a través del camino de escombros.
Probablemente se tratara de otra pieza del adorno decorativo del techo blanco del
que los residentes de Foulahn estaban tan orgullosos, pensó amargamente, pero
debía comprobarlo.
Pero no era un trozo de techo. Era el cuerpo medio enterrado de un soldado
clon. Un teniente por los galones de su armadura. Al fin.
En circunstancias normales, habría tardado quizás dos minutos en desenterrar
el cuerpo de los escombros. Debido a la necesidad de silencio, a Doriana le costó
casi diez. Pero el esfuerzo mereció la pena. Oculta en una de las bolsas de
supervivencia del cinturón del teniente había una tarjeta de datos sin etiquetar.
Guardándola en su bolsillo, Doriana soltó la bolsa de supervivencia y empezó a
erguirse.
“Alto,” le ordenó una voz monótona y mecánica tras él.
Doriana se detuvo. “No dispare,” dijo él, poniendo las manos lentamente a
los lados para que los droides pudieran ver que estaban vacías. “Soy un
observador médico oficial.”
“Gírese e identifíquese,” ordenó la voz.
Doriana obedeció, girando cuidadosamente sobre el suelo poco firme. Era
una patrulla completa de seis: seis de los antiguos
droides de batalla, uno de ellos ligeramente en cabeza. En la tenue luz,
Doriana no podía decir si había alguien de rango entre ellos “Identifíquese,”
repitió el droide que estaba encabeza.
“Mi nombre es Kinman Drifkin,” les dijo. “Soy un miembro del Cuerpo de
Observadores Médicos de Aargau. Somos un poder neutral dedicado a observar
e informar sobre las atrocidades acontecidas en este conflicto.”
El droide parecía asimilarlo. “Acérquese,” le ordenó. “¿Tiene una
identificación oficial?”
“Por supuesto,” dijo Doriana, metiendo la mano en su bolsillo mientras
caminaba hacia el grupo. Los droide levantaron sus blasters a modo de
advertencia mientras sacaba la mano, relajándose levemente cuando vieron que
únicamente sostenía una tarjeta de datos. “¿Cuál de ustedes tiene un lector?”
preguntó él.
“Yo la cogeré,” dijo el portavoz, cambiando su blaster de mano y
extendiendo una mano que era como una garra.
Doriana se acercó y le tendió la tarjeta de datos. De modo que era el líder; y
a esta distancia podía ver las pálidas marcas amarillas de un oficial de mando en
su cabeza y torso. Excelente. “Creo que encontrará mis credenciales en orden,”
añadió él, mirando alrededor. No había nadie más a la vista, humano o droide.
“Ya veremos,” dijo el oficial droide, tomando la tarjeta de datos y
deslizándola en la ranura de lectura colocada en la parte baja de su mandíbula.
“Aquí dice que su área de observación asignada es-”
“Barauch siete-nueve-siete,” dijo Doriana en voz baja. “Filliae gron uno-
uno-tres.”
El oficial se detuvo en mitad de la frase. Doriana se movió unos centímetros
a la derecha, para ver si los droides y sus armas seguían su movimiento.
No lo hicieron. A todas luces, el escuadrón al completo estaba congelado e
inconsciente. “Ha ido de poco,” murmuró Doriana, sintiendo como se relajaban
músculos que no había notado que estuvieran tensos. De modo que el código de
bloqueo mágico que le había dado Sidious funcionaba de verdad.
Y si el código de bloqueo había funcionado... “Pinkrun cuatro-siete-dos
aprion uno-ochouno-uno,” dijo él, alargando la mano hasta la mandíbula del
portavoz y recuperando su falsa tarjeta de identificación. “Retroceder e ignorar
tres minutos; pausa de un minuto; reiniciar. Ejecutar.”

La patrulla se estremeció al unísono. “Accediendo,” dijo el portavoz, con la


voz mecánica sonando incluso más monótona que antes.
Con una leva sonrisa, Doriana se alejó de ellos, volviendo en la dirección por
la que había venido tan rápido como pudo sin torcerse un tobillo con las rocas
sueltas. Tenía un minuto para desaparecer antes de que los droides se
descongelaran y reiniciaran su patrulla, con este pequeño incidente
convenientemente borrado de su memoria. Llegó hasta la esquina más próxima y
se agachó tras ella, parándose a escuchar. Unos segundos más tarde escuchó los
ruidos metálicos característicos cuando los droides volvieron a la vida. Con
cierto traqueteo continuaron su patrulla, y sus pasos se desvanecieron en la brisa
nocturna. Sonriendo de nuevo, Doriana se separó del muro y se dirigió a la finca
Binalie.
“¿Está bien?” preguntó suavemente una voz desde las sombras.
Doriana saltó violentamente. “¿Quién está ahí?” susurró.
“Relájese,” le calmó Jafer Torles, saliendo a la vista desde un portal con el
sable de luz en su mano. “Soy yo.”
Doriana respiró profundamente. “Casi me provoca un ataque al corazón,” le
reprochó. “En el futuro, sea tan amable de practicar sus técnicas Jedi de
camuflaje con otro.”
“Perdón,” dijo Torles con una leve sonrisa. “Pero por un momento he
pensado que iba a tener que demostrar algo más que mis técnicas de camuflaje.
¿Qué ha pasado allí?”
“¿Qué quiere decir con qué ha pasado?” contestó evasivamente Doriana,
preguntándose incómodamente cuánto habría visto el Jedi. “Tan sólo era una
patrulla de seguridad.”
“Qué miró su identificación y le dejó marchar,” señaló Torles. “¿Desde
cuando los Separatistas dan pases a los consejeros de Palpatine?”
Doriana empezó a respirar más calmadamente. De modo que el Jedi estaba lo
suficientemente cerca como para ver la confrontación, pero no para oír lo que se
había dicho. Suficientemente bien. “No hay pases gratuitos para los consejeros,
no” le dijo a Torles, sacando su falsa tarjeta de identificación. “Pero sí que los
hay para los observadores neutrales. Kinman Drifkin, del Cuerpo de
Observadores Médicos de Aargau, a su servicio.”
“Bonito,” dijo Torles. Cogió la tarjeta, le echó un vistazo y se la devolvió.
“Soporta un examen básico, ¿verdad?”
“Como ha podido ver,” le recordó Doriana, guardando de nuevo la tarjeta.
“El Canciller Supremo Palpatine no se puede permitir que sus hombres sean
capturados por el enemigo en una zona de guerra. Lo que me recuerda que, ¿qué
hace usted aquí?”
“Es curioso, le iba a hacer la misma pregunta,” dijo Doriana, con la voz
súbitamente rara. “Lord Binalie dijo que usted había ido a la ciudad y me pidió
que fuera a ver si tenía algún problema. De modo que, ¿qué está haciendo?”
“Sentirme bastante a gusto conmigo mismo y listo para marcharme de aquí,”
le dijo Doriana. “¿Ha encontrado ya Lord Binalie algún sitio donde quedarse?”
“Sí, tenemos uno,” dijo Torles.
“Bien,” dijo Doriana. “Lléveme allí y juntos lo solucionaremos.”
Por un breve instante, Torles continuó mirándole de la forma desconcertante
que los Jedi de toda la galaxia parecían dominar a la perfección. Entonces de
mala gana, pensó Doriana, asintió. “De acuerdo. Sígame.”
Se dirigió hacia las calles desiertas. Doriana le seguía, frunciendo el ceño.
Después de todo, Torles tenía la culpa de que la situación hubiera terminado de
la forma en que lo había hecho, con Roshton y sus soldados clon ocupando la
planta mientras los ejércitos droide Separatistas esperaban inútilmente en el
exterior. No era la forma en que Darth Sidious había planeado la operación, y se
encogió al pensar lo que el señor Sith diría sobre ello la próxima vez que
Doriana contactara con él.
Aún así, la situación no estaba ni mucho menos perdida. Los refuerzos de la
República tardarían días en llegar, lo que daba tiempo a Doriana para poner las
cosas en su sitio.
Y respecto al Jedi...
Miró la ancha espalda de Torles mientras éste rodeaba otro cráter de misil.
Ahora que lo pensaba, la imperturbable heroicidad de Torles de la noche anterior
quizás iría a favor de Doriana. Ciertamente, había aumentado su respeto y
prestigio en el puñado de días que habían pasado desde que Doriana aterrizara en
Cartao.
Lo que haría que fuera todo un placer acabar con el Jedi.
Con el túnel bajo la hierba sur de Creaciones Spaarti derrumbado, no había
ninguna razón para que los neimoidianos que controlaban las fuerzas
Separatistas ocuparan la finca Binalie. Pero la habían ocupado de todos modos,
probablemente por despecho por la forma en la que Torles había ayudado para
echarles de la mansión pocas horas antes. Con su hogar ocupado por droides de
batalla, fue necesario que Lord Binalie y su hijo Corf buscaran otro alojamiento.
El invernadero de la finca era la posibilidad más remota, dada la casi
completa visibilidad de los paneles de transpariacero del edificio. Y
precisamente por eso la sugirió Torles. Lo que cualquier buscador pensaría -o al
menos es lo que Torles esperaba que asumiría- es que no cabría la posibilidad de
que alguien se escondiera en un espacio tan abierto y pensara en otros sitios más
probables.
Lo que cualquier buscador olvidaría sería la cantidad de plantas en el interior
del invernadero, plantas que podían ser movidas y colocadas para formar áreas
ocultas tan cubiertas e invisibles como un campamento militar en un bosque
profundo.
Binalie y Corf casi habían terminado de preparar el nuevo alojamiento
cuando llegaron Torles y Doriana. “Ah; Maestro Torles,” dijo Binalie, dejando
un paquete de raciones de emergencia al lado de otros tres junto a una hilera de
plantas altas con amplias hojas colgantes. “¿Ha encontrado a Doriana? Oh- ahí
está,” añadió mientras veía a Doriana a la pálida luz de las estrellas. “¿Algún
problema?”
“Ninguno,” dijo Torles. “Lo he encontrado engañando a una patrulla droide.”
“¿De verdad?” dijo Binalie. Su voz era despreocupada, pero Torles pudo
sentir la súbita sospecha. “¿Y cómo se engaña a unos droides de batalla?”
“Con el uso juicioso de falsas credenciales,” le dijo Doriana brevemente.
“Pero eso no importa. Tengo algo que mostrarle que debería ser
considerablemente más interesante. ¿Hay algún lugar en el que podamos tener
algo más de luz?”
“Supongo,” dijo Binalie a renuentemente. “¿Maestro Torles…?”
“¿Por qué no se adelanta y lo lleva al sótano?” sugirió Torles. “Yo iré a echar
un vistazo rápido.”
“Gracias,” dijo Binalie, sonando algo aliviado. “Por aquí, Maestro Doriana.”
Cuando Torles volvió de su ronda por los alrededores, Binalie, Corf y
Doriana estaban sentados en el almacén subterráneo del invernadero. “Todo
despejado,” confirmó el Jedi, bajando la trampilla y dejando el lugar
completamente a oscuras. “Adelante, Corf.”
Un momento después se encontró bizqueando mientras el chico encendía una
pequeña luz del techo. “De acuerdo, Maestro Doriana,” dijo Binalie.
“Escuchémoslo.”
“Esta es una identificación de soldado,” dijo Doriana sacando una tarjeta de
datos. “La cogí de un soldado clon teniente muerto. Normalmente no contiene
nada más que el nombre, el rango y número operativo. Sin embargo, la tarjeta de
un oficial de campo también tiene algo llamado perfil de despliegue de
contingencia. Da instrucciones detalladas de dónde y cómo reagruparse en caso
de interrupción de la cadena de mando o en la clase de desastre que acabamos de
experimentar.”
“Nunca había oído algo parecido,” dijo Binalie.
“No se comenta demasiado por razones obvias,” dijo secamente Doriana.
“Por la misma razón, no es fácil acceder a la información.”
“¿Pero puede hacerlo?”
“Sí,” dijo Doriana. “Por la mañana, cuando los lugareños puedan salir de
nuevo de sus casas, usted y el Maestro Torles deberían poder viajar al punto de
encuentro y contactar con los supervivientes de la batalla de anoche.”
“¿Sólo nosotros dos?” preguntó Torles. “¿Usted no viene?”
Doriana negó con la cabeza. “Ahora que los Separatistas controlan el lugar,
necesito mantener el perfil más bajo posible. Mi rostro puede haber sido visto en
el fondo de una de las emisiones del Canciller Supremo Palpatine, y no puedo
arriesgarme a que alguien me reconozca. Pero puedo darles una tarjeta de datos
autorizada, que confirmará que tienen la autoridad para darles órdenes.”
“Espere un momento,” dijo Binalie frunciendo el ceño. “¿Qué órdenes?”
“Tenemos que sacar a Roshton y su gente de aquí, Lord Binalie,” dijo
Doriana, en voz baja, sincera y muy persuasiva. “Cuanto más tiempo
permanezcan atrapados dentro de Spaarti, más débiles y vulnerables a los
ataques estarán. No olvide que todos los técnicos que se llevó con él no debían
llevar equipo de campo, lo que significa que el grupo empieza a tener una falta
crítica de comida y agua. Si dejamos que se debiliten demasiado, las
posibilidades de sacarlos con vida pasaran de pocas a ninguna.”
“¿Y no cree que la República enviará ayuda?” preguntó Corf con calma.
Torles se centró en el joven. Era notable, pensó él, lo rápidamente que Corf
había crecido en los últimos días. Empezó como un chico alegre y
despreocupado, satisfecho con buscar vides de siviviv o pasar el rato con el
Guardián Jedi de Cartao.
Y entonces llegó Doriana, y los sucesos que siguieron convirtieron la casa de
Corf y su vecindario en una zona de guerra. Ahora era más callado, más
pensativo, más obsesionado.
La guerra había llegado a Cartao. Por desgracia, también había llegado a
Corf Binalie.
“No lo sé, Maestro Binalie,” admitió Doriana, con la voz tan grave como la
del chico. “He hablado con el Canciller Supremo Palpatine y sé que quiere
ayudar. La cuestión es si hay fuerzas de la República lo suficientemente fuertes y
lo suficientemente cercanas para enfrentarse a este ejército Separatista. Estoy
seguro de que comprende que hay muchos otros mundos y sistemas en
situaciones igual de desesperadas.”
Miró a Torles. “A menos que haya fuerzas disponibles que yo desconozca.”
Torles frunció el ceño. “¿Qué quiere decir?”
Por un momento, Doriana le miró como si quisiera leer algo oculto.
Entonces, casi demasiado casualmente, se encogió de hombros. “Nada,” dijo él.
“Simplemente pensaba que usted tendría una línea con- no importa.”
Hizo un gesto hacia la trampilla que había sobre ellos. “Sugeriría que
subieran los tres y durmieran un poco,” dijo él. “Yo necesito quedarme aquí
abajo un rato y desencriptar este despliegue de contingencia.”
Binalie miró a Torles con las cejas ligeramente levantadas. Torles se encogió
microscópicamente. Podía sentir cierto aire de secretismo en la mente de
Doriana, pero podía ser sólo la precaución normal de un hombre que trata con
seguridad militar de alto nivel. “De acuerdo,” dijo Binalie. “Háganos saber
cuando está listo para volver arriba.”
“Lo haré,” prometió Doriana, apagando la luz para que los otros pudieran
abrir la trampilla sin delatar su presencia. “Buenas noches. Y no se preocupen,”
añadió con un tono pensativo en la oscuridad. “Tengo el presentimiento de que
mañana por la noche todo habrá terminado.”

Había varios puntos de reunión en la tarjeta de datos, clasificados en orden


descendiente de preferencia. El primero, uno de los hangares del espaciopuerto,
ya estaba ocupado por las fuerzas Separatistas, ocupadas trabajando en los
vehículos dañados. El segundo, un almacén en el borde norte de la ciudad, había
sido demolido en la batalla de la noche.
En el tercero, una planta hidroeléctrica automatizada junto al río Quatreen,
Torles y Binalie encontraron a las fuerzas de la República.
“Esto es muy irregular,” dijo el oficial al mando, un teniente de aspecto
juvenil, mientras les devolvía la tarjeta de datos de presentación que les había
dado Doriana. “Pero parece estar en orden.” Hizo una señal con la mano y el
grupo de soldados clon que había aparecido súbitamente a su paso por la puerta
bajaron sus blasters. “Soy el Teniente Laytron. ¿De qué va todo esto?”
“De lo que va es de un par de cientos de soldados de la República y un millar
de técnicos de la República atrapados en la planta de Creaciones Spaarti,” le dijo
Torles.
“Sí, el grupo del Comandante Roshton,” dijo Laytron. “Hemos contactado
brevemente con ellos. Parece que están haciendo progresos en el proyecto en el
que están trabajando.”
“Es bueno saberlo,” dijo Binalie amargamente. “¿No mencionó nada acerca
del agua, de la comida o de otras cosas sin importancia?”
Laytron le miró fríamente. “Por el momento, parece que está bien.”
“Lo que es una completa ilusión,” señaló Torles. “Y usted lo sabe.”
“La cuestión es, ¿Qué piensa hacer al respecto?” añadió Binalie.
“Miren a su alrededor, caballeros,” dijo Laytron sobriamente. “Llegamos a
Cartao con diez cañoneras y cuatrocientos cincuenta oficiales y hombres. Soy el
último oficial vivo y tengo exactamente doscientos treinta y tres soldados, sin
vehículos con los que trabajar. Si lo comparamos con unos dos mil droides de
combate, más las TAPUs y los tanques de batalla, entonces estamos hablando de
pocas posibilidades. Estoy desconectado de una autoridad superior y no puedo
justificar legalmente una acción en solitario sin una posibilidad de éxito
razonable. Y esa posibilidad no existe.”
“¿De modo que ni siquiera va a intentarlo?” inquirió Binalie.
“Estoy seguro de que los refuerzos están en camino,” dijo Laytron. “Cuando
lleguen, mis hombres y yo lucharemos junto a ellos. Hasta entonces, no hay nada
que pueda hacer excepto esperar que la gente de Roshton pueda aguantar.”
“¿Y si rebajamos un poco nuestras expectativas?” sugirió Torles. “En lugar
de derrotar a los Separatistas, ¿por qué no sacamos a Roshton y a su gente?”
“¿Dejando el lugar abierto para que los Separatistas puedan entrar?” El
teniente negó con la cabeza. “Lo siento, pero los parámetros de nuestra misión
eran muy específicos respecto a eso.”
“Entonces está condenando a muerte a esos soldados y civiles,” replicó
Binalie sonando enfadado. “Roshton no se rendirá -es demasiado terco para
hacer algo así. ¿Sus parámetros de misión dicen algo sobre eso?”
“Comprendemos sus órdenes, Teniente,” dijo Torles lanzando una mirada de
advertencia a Binalie. “Pero, ¿qué pasaría si los Separatistas no supieran que la
gente de Roshton ha escapado?”
Los ojos del otro se estrecharon. “Explíquese.”
“Estoy seguro de que tiene un mapa del área,” dijo Torles. “¿Recuerda como
está distribuida Creaciones Spaarti? ¿Una planta central y tres Outlinks
subterráneos a unos cinco kilómetros de distancia para almacenaje de
productos?”
“Todos ellos conectados a la fábrica vía túneles subterráneos,” dijo Laytron
asintiendo. “Desgraciadamente, los Separatistas tienen los mismos planos que
nosotros. Tienen los Outlinks y sus túneles cubiertos.”
“De hecho,” dijo Torles, “no los tienen.”
Gesticuló hacia Binalie. Torles podía sentir que no estaba contento pero
seguiría adelante con ello.
“El hecho es, Teniente, que los mapas están equivocados,” dijo Binalie.
“Construimos un cuarto Outlink, a unos dos kilómetros al suroeste de la planta.
No está listo del todo, por eso no figura en los mapas oficiales. Pero la estructura
del Outlink está construida.”
“Y también lo está el túnel de conexión,” dijo Torles. “Lo único que falta es
la abertura al complejo.”
“Cosa que un Jedi con un sable de luz podría remediar fácilmente,” dijo
Laytron pensativamente.
“Exacto,” concedió Torles. “Si usted pudiera preparar alguna clase de
distracción para alejar a las patrullas de esa parte de las tierras, yo podría
infiltrarme y sacar a la gente de Roshton sin que se enteraran los Separatistas.”
“Una idea interesante,” dijo Laytron. “¿Tiene alguna distracción en mente?”
“Esperábamos que a usted se le ocurriera algo,” dijo Torles. “Estoy seguro de
que conoce mejor que nosotros la situación militar.”
“Bueno, hay una posibilidad obvia,” dijo Laytron. “Con la nave de control
destruida, deben estar controlando el ejército droide desde la matriz de control
secundario que trajeron con ellos. Se la amenazamos, no tendrán más elección
que responder.”
“Buena idea,” gruñó Binalie. “La cuestión es dónde está.”
“No está en uno de los tanques de batalla o transportes MTT,” dijo Laytron.
“Hay un límite a la miniaturización que puedes hacer con algo así. Por tanto ha
de estar en una de las naves de aterrizaje.”
“A memos que no esté en esta área,” señaló Binalie. “Hay cerca de un millón
de kilómetros cuadrados de espacio vacío donde pueden haberla escondido.”
“No,” dijo Laytron negando con la cabeza. “No hay presencia de droides de
combate en el resto del planeta, al memos nada serio, Los neimoidianos no son
tan atrevidos como para dejar algo tan importante sin una buena pantalla de
defensa para cubrirlo. No, definitivamente está en una de las naves de aterrizaje.
La pregunta es en cuál.”
Una imagen asaltó la mente de Torles: corriendo en la oscuridad por el tejado
de la planta, fijándose en las TAPUS haciendo círculos sobre la nave de
aterrizaje que se había posado junto a la puerta oeste de la planta. “Es la
primera,” dijo él. “La que está junto a la planta.”
“¿Cómo lo sabe?” preguntó Laytron frunciendo el ceño.
“Estaba bajo fuerte vigilancia durante la batalla de anoche,” le dijo Torles.
“Si los neimoidianos son tan nerviosos como dice, la querrán donde sus fuerzas
terrestres la puedan proteger al mismo tiempo que protegen la planta.”
“Además, la planta es el lugar de Cartao que ambas partes intentan proteger,”
dijo Binalie. “Creo que el Jedi Torles tiene razón.”
“Supongo,” dijo dubitativamente Laytron. “Pero la distracción será más
complicada. El Outlink no está tan alejado de la línea de sitio alrededor de la
planta, y por lo que usted ha dicho parece que el túnel pasa casi por debajo de la
nave de aterrizaje.”
“¿Está diciendo que no hay manera de hacerlo?” preguntó Binalie.
Laytron sonrió levemente. “Para nada,” dijo él. “¿Cuándo quiere que
empiece la operación?”
“Lo antes posible,” dijo Torles. “Sería bueno sacarles mientras tengan
fuerzas para salir andando por sí mismos.”
“Bien,” dijo Laytron, haciendo un gesto a uno de los soldados clon. “Esta
tarde, antes de la puesta de sol. Le sugiero que esté preparado, Maestro Torles.”

“¿Maestro Torles?” dijo suavemente la voz de Corf. “Es la hora.”


Torles parpadeó, dejando que el trance de la meditación Jedi se disipara en su
mente. Corf estaba de pie junto a su cama, con una mirada apurada en su cara.
“Gracias, Corf,” dijo Torles mientras bostezaba y se estiraba. “¿Dónde está tu
padre?”
“Se marchó con el Maestro Doriana y ese teniente de la República hace una
hora más o memos,” dijo Corf. “Papá dijo que se suponía que os temíais que
encontrar en el Outlink Cuatro.”
“Lo sé,” dijo Torles mirando a su cromo. Aún era pronto. Había tiempo de
sobra para un pequeño paseo por los bosques al oeste de Creaciones Spaarti.
“¿Qué tal lo llevas?”
El chico se encogió de hombros. “Bien, supongo,” dijo él. “Un poco
preocupado.”
“No debes estarlo,” le aseguró Torles. “Me aseguraré que tu padre se queda
fuera de la lucha.”
“Lo sé,” dijo Corf. “Papá también me lo prometió. Estoy preocupado por ti.”
“Estaré bien,” dijo Torles sonriendo. “Soy un Jedi, ¿recuerdas?”
“Oh, es verdad,” dijo Corf. Intentó devolverle la sonrisa, pero no estaba de
humor. “A veces lo olvido.”
“Bueno, pues no lo hagas,” le reprendió ligeramente Torles mientras
guardaba su sable de luz en la capa. “Quédate escondido y te veré más tarde.”
“De acuerdo,” dijo Corf; y para sorpresa de Torles, dio un paso al frente y
abrazó rápidamente al Jedi. “Ten cuidado.”
Torles había pasado parte del día pensando en la elección aparentemente
casual de Laytron para la operación. Fue cuando se escabulló de la finca Binalie
y se dirigió hacia el oeste por el margen de Ciudad Foulahn cuando se dio cuenta
de que la elección no era tan aleatoria como había pensado en un principio. Con
la puesta de sol, la mayoría de las fuerzas enemigas que rodeaban Spaarti debería
mirar directamente al sol para ver la silenciosa salida de Roshton desde el
Outlink Cuatro. Incluso los sensores ópticos droides tendrían problemas con la
luz directa del sol, y la opinión de Torles sobre el joven teniente mejoró cuando
se dio cuenta de que el joven había tenido en cuenta esa debilidad.
Dos veces a lo largo del camino tuvo que esconderse Torles, al cruzarse con
droides que marchaban por allí. Pero había planeado los posibles retrasos cuando
preparó su hora de despertar, y llegó al tejado cubierto de césped del Outlink
Cuatro con tiempo de sobras.
Binalie estaba esperando tras un grupo de árboles junto a un par de soldados
clon. “Maestro Torles,” dijo Binalie saludando al Jedi con la voz tensa por la
anticipación. “¿Le ha visto alguien?”
“Si ha sido así, nadie me ha disparado,” le dijo Torles mirando el tejado
camuflado. “No tendremos que levantar el tejado para entrar, ¿verdad?”
Binalie negó con la cabeza. “Hay una escalera de servicio en un lateral.”
“Entonces vamos,” dijo Torles mirando al cielo. Una docena de TAPUs
hacían círculos en el este, patrullando el cielo sobre la planta y la nave de
aterrizaje junto a ella.
“¿No deberíamos esperar a que empiece la distracción?” preguntó Binalie.
“No nos lo podemos permitir,” dijo Torles. “Necesitaremos toda la
distracción posible para sacar a esa gente de la planta.”
“Tiene razón.” Binalie respiró hondo y se dispuso a cruzar el espacio abierto.
“Síganme.”
La sección de techo sobre la escalera de servicio se abrió con gratificante
velocidad y silencio. Binalie iba en cabeza bajando los escalones, y esperó abajo
a que los demás lo alcanzaran antes de usar un pequeño panel de control para
sellar el techo de nuevo. “Todo el cableado está a punto,” dijo mientras encendía
un par de varas luminosas y le pasaba una a Torles. “Pero he pensado que
encender algo aquí, ni que fuera para tener luz, sería arriesgado.”
“Bien visto,” reconoció Torles girándose hacia los soldados clon. “Ustedes
dos quédense aquí y vigilen la salida,” ordenó.
“Entendido,” dijo uno de ellos.
Torles asintió y él y Binalie salieron trotando por el túnel vacío. Diez
minutos más tarde, llegaron al otro extremo.
“Debería haber un grupo de bombas de aire aquí, y la entrada del ventilador
del túnel debería estar por allí,” dijo Binalie señalando puntos a la izquierda y a
la derecha del muro. “Esta operación sería mucho más barata si lograra evitar
ambos.”
“Haré lo que pueda,” dijo Torles encendiendo su sable de luz. Empujando la
punta de la hoja con cuidado a través del centro de la zona de seguridad indicada
por Binalie, empezó a cortar.
Un minuto más tarde había cavado un triángulo del tamaño de un hombre.
Apagando el sable de luz, usó la Fuerza para empujar la sección de medio metro
de grosor de la pared.
Para encontrarse mirando los cañones de media docena de rifles blaster.
“¿Comandante Roshton?” preguntó.
Los cañones se levantaron al instante. “Ya era hora,” dijo Roshton
apareciendo frente a sus soldados con expresión sombría. Estaba equipado para
la acción, según vio Torles, llevando el comlink de soldado clon y dos blasters
en las cartucheras de su cinturón. “Empezaba a pensar que le habían capturado.”
“¿Qué dice?” preguntó Binalie. “Llegamos a tiempo.”
“Llegan dos minutos tarde,” le corrigió Roshton agriamente. “Si el Teniente
Laytron va según el horario previsto, la distracción empezará en catorce
minutos. Queremos estar sacando a gente por el otro extremo del túnel para
entonces.”
“Entonces será mejor que empecemos,” dijo Torles. “¿Su gente está lista para
moverse?”
Roshton respondió levantando una mano. Los soldados clon que habían
estado apuntando a Torles con sus rifles levantaron las armas hasta su pecho y
pasaron en fila india a través de la nueva abertura. Formando de nuevo en filas
de tres, se alejaron por el túnel al trote. Fueron seguidos por otra escuadra de
seis, y otra, y otra. “¿Qué hay de los técnicos?” preguntó Torles mientras el
quinto grupo de soldados pasaba corriendo frente a él. “¿Cuándo pasarán?”
“Cuando tengamos suficiente potencia de fuego en el otro extremo para
protegerlos,” gruñó Roshton, atravesando la puerta y dando un codazo a Binalie.
“Vamos, los dos. Nuestro turno para movernos.”
Los soldados clon que habían ido en cabeza estaban esperando en el extremo
del túnel cuando Torles, Binalie y Roshton llegaron. “Quedan dos minutos,” dijo
el comandante consultando su crono. “¿Qué tal la cobertura ahí arriba?”
Binalie abrió la boca para responder- “Espacio abierto tres metros al norte y
veinte metros al sur,” dijo uno de los soldados clon que habían dejado haciendo
guardia. “La cobertura de los árboles empieza a cinco metros al este y es
intermitente.”
“No es perfecta, pero servirá,” decidió Roshton. “Alinéense en la escalera.
Lord Binalie, ¿hay algún mecanismo para abrir la puerta de salida?”
“Los controles están justo allí,” dijo Binalie señalando el panel, con un tono
súbitamente extraño. “Pero…”
“¿Pero qué?” exigió Roshton mirándole.
Binalie echó una rápida y ambigua mirada a Torles. “Nada,” murmuró.
“Funcionarán.”
“Bien.” Roshton miró hacia arriba por la escalera mientras sus soldados
subían. “Colóquense en posición,” dijo suavemente. “Romperemos la cobertura
cuando suene el primer disparo.”

“Faltan dos minutos,” dijo el Teniente Laytron consultando su trono. “Todas


las escuadras, Informen por número.”
Se quedó callado, escuchando atentamente los informes que llegaban a sus
auriculares. Doriana se encontró mirando hacia el norte, a través de la franja de
hierba y la línea de droides de combate que hacían guardia allí. La fuerza era
casi testimonial, puesto que no había puertas o ventanas en el lado sur de la
planta. El ejército droide principal, con los tanques de batalla AAT restantes,
estaba concentrado alrededor de los lados vulnerables al este, oeste y norte.
Pero incluso una persona o máquina en esa franja prohibida de hierba era un
pecado para los tejedores Cranscoc, quienes eran el verdadero corazón de la
operación Spaarti. Probablemente estarían nerviosos e indignados por todos los
droides que permanecían allí. Pero, por supuesto, eso no importaba a los
comandantes Separatistas.
Por otro lado, ya que las herramientas de la planta estaban configuradas para
los cilindros de clonación que las fuerzas de la República habían enviado a
Cartao para fabricar, a Roshton tampoco le importaría demasiado que los
tejedores estuvieran molestos. Dos enormes sistemas políticos, enfrentados en
una batalla de voluntades, armas y muerte, completamente ajenos a como
afectaban sus acciones a aquellos que les rodeaban.
Pero esas acciones solían comportar muchos daños colaterales inesperados.
Esa era una lección que alguien iba a aprender hoy.
“Un minuto,” dijo Laytron. “Estén listos.”
Doriana respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que había llevado a cabo
su parte del plan, llevar a ambos bandos de forma precisa al lugar adecuado en el
momento correcto. El resto no estaba en sus manos, y podía sentir la incómoda
sensación de frustración que acompañaba a momentos como éste.
“Y... ahora.”
Con el rugido de múltiples niveles de una docena de modelos de motor
diferentes, una docena de speeders civiles pilotados salieron a la vista desde las
colinas que salpicaban el paisaje, cada uno con una carga de cuatro a ocho
soldados clon. Maniobraron rápidamente alrededor de las colinas para formar
una línea de ataque en el margen sur de la zona de hierba. Entonces, cuando los
piquetes enemigos y las TAPUs que volaban alto parecieron darse cuenta, el
sonido de los motores cambió y los vehículos se dirigieron a toda velocidad
hacia la planta.
“A la espera, fuego de cobertura,” ordenó Laytron. Las TAPUs entraron en el
ataque, con sus blasters dobles escupiendo fuego contra los speeders. Frente a
los speeders que avanzaban, las fuerzas estaban formando una sólida línea de
defensa entre los soldados clon y la planta. Sus blasters también abrieron fuego,
buscando rango
“Fuego,” dijo Laytron.
Las cimas de una docena de colinas cercanas se difuminaron cuando se
destaparon las cubiertas de camuflaje y se elevaron las armas pesadas, rapiñadas
de las cañoneras y los AATs dañados, para apuntar al enemigo. Los disparos de
cañón láser silbaron hacia las TAPUs que se aproximaban, destruyendo media
docena con la primera salva y enviando al resto dando tumbos en maniobras
evasivas. Un par de misiles surgieron de una de las colinas para impactar contra
el centro de la línea defensiva droide. Cuando el humo, el polvo y el brillo
púrpura de la explosión se disiparon de la vista de Doriana, sólo quedaba un
cráter y cientos de piezas humeantes de los droides de combate.
“Aquí vienen,” murmuró Roshton señalando al este.
Doriana movió los ojos en esa dirección. Tres tanques de batalla AAT
aparecieron desde el lado del edificio, abriendo fuego mientras se abrían paso
hacia los speeders. “Llegan demasiado tarde,” dijo Doriana haciendo una
estimación de distancias y velocidades.
“Completamente,” concedió Roshton mientras el fuego de cobertura de la
colina cambiaba de objetivo y empezaba a aporrear a los AAT. “El peor fallo de
los ejércitos droides, Maestro Doriana: los soldados no pueden pensar o
anticiparse.”
Doriana sonrió. “Y por eso la República va a ganar.”
Los tanques de batalla aún estaban disparando inútilmente cuando los
speeders llegaron a la planta. Incluso antes de que los vehículos pararan del todo,
los soldados clon estaban saltando de ellos, colgando los rifles pesados en sus
hombros mientras formaban junto a la pared. Las primeras dos docenas que
llegaron a la posición levantaron pistolas de cable y dispararon hacia arriba. Los
ganchos se agarraron al borde del tejado y, un momento después, los soldado:
empezaron a ser estirados hacia arriba mientras sus camaradas le: cubrían. Las
TAPUs restantes se dirigieron hacia esa nueva amenazo y lograron matar a dos
de los soldados clon que escalaban antes de que los disparos de los soldados que
había abajo eliminaran ese amenaza.
La primera oleada llegó al tejado y se abrió paso, descolgado su: rifles y
creando un perímetro defensivo. La segunda oleada ya estaba a medio camino
por el lateral del edificio cuando estos estaban en posición, con la última oleada
elevándose ya desde el suelo.
“Y eso es todo,” dijo Laytron con satisfacción sombría mientras los soldados
clon se reagrupaban y empezaban a cruzar el tejado con las armas a punto.
“Los Separatistas no pueden dispararles sin arriesgarse a dañar la planta,
pero ellos podrán disparar a la nave de aterrizaje tan pronto la tengan a tiro. ¿Es
la clase de distracción que tenía pensada, Maestro Doriana?”
Doriana sonrió. “Sí, Teniente,” dijo suavemente. “Debería funcionar.”
Los sonidos lejanos de fuego de blaster eran claramente audibles cuando
Torles salió del túnel a la luz del sol de la tarde. “Parece que ya ha empezado,”
murmuró a Binalie mientras los dos corrían hacia los árboles donde los soldados
clon que les precedían se habían puesto a cubierto. “Sólo espero que puedan
aguantar hasta que todo el mundo esté fuera.”
“No importa,” dijo Binalie cuando llegaron a los árboles.
“¿Qué quiere decir con que no importa?” preguntó Torles mientras se
escondían tras un amplio arbusto forlaline. “Ese es el motivo de todo esto.”
Binalie negó con la cabeza. “Quizás ese era su motivo y el mío,” dijo con la
voz tensa. “Pero no el de Roshton. No tiene intención de sacar a esos técnicos.”
“¿Pero qué está hablando?” preguntó Torles frunciendo el ceño.
“¿No le ha escuchado?” contestó Binalie. “¿A él y a sus soldados? Ha
preguntado sobre la cobertura y le han dado los datos del norte, sur y este. No
han dicho nada sobre la cobertura del oeste, y el tampoco ha preguntado.”
Torles parpadeó cuando la conversación le volvió a la memoria. Binalie tenía
razón. Roshton no había preguntado sobre las condiciones del oeste. Aunque el
oeste era la dirección obvia para alguien que abandonara la planta.
Pero si no se estaban marchando...
Sus ojos se movieron alrededor buscando a Roshton, con la comprensión
pinchándole el estómago. Vio al comandante de pie junto a la entrada del túnel,
mirando hacia la escalera mientras los soldados clon seguían saliendo.
Torles se puso en pie y se dirigió hacia él. Habría dado unos tres pasos
cuando Roshton levantó una mano y señaló al este.
Y de pronto todo el ejército se empezó a mover, con los blasters preparados y
corriendo hacia la nave de aterrizaje que sobresalía por encima de los árboles.
El último de los soldados estaba pasando por delante de Roshton cuando
Torles llegó hasta él. “¿Qué está haciendo?” reclamó agarrando al comandante
por el brazo. “Se suponía que esta era una misión de rescate.”
“Fuera de mi camino, Jedi,” respondió Roshton moviendo el brazo para
soltarse. “Por supuesto que es una misión de rescate. Es el rescate de la preciosa
fábrica de Lord Binalie.”
“Pero-”
“Sin peros,” le cortó Roshton gesticulando con su blaster. “Esta es nuestra
oportunidad de llegar a la nave de aterrizaje y destruir la matriz de control
droide. Si quiere ayudar, perfecto, estaré encantado de tenerle conmigo. Si no,
apártese de nuestro camino.”
Torles miró a Binalie, que aún estaba agachado junto al arbusto, con la cara
rígida por la ira, el miedo y la frustración. “Vuelva a la finca,” le dijo al otro.
“Nos encontraremos allí.”
Los ojos de Binalie miraron a la planta por encima del hombro de Torles.
“Vaya,” repitió Torles.
La expresión de Binalie era apurada, pero asintió. “De acuerdo.”

Se deslizó a través de los árboles y Torles se giró de nuevo hacia Roshton.


“Iré con usted,” dijo sacando su sable de luz. “Pero hablaremos de esto más
tarde.”
“Claro,” gruñó Roshton. “Vamos.”
Siguieron a los soldados, esquivando árboles y arbustos. De vez en cuando
Torles veía alguna armadura blanca por delante, pero los soldados clon estaban
yendo igual de rápidos que ellos y habían partido con ventaja. “Así, ¿cuál es el
plan?” le preguntó a Roshton. “El nuevo plan revisado, quiero decir.”
“Laytron tiene a hombres disparando en el tejado de la planta,” dijo Roshton
jadeando. “Los droides junto a la nave de aterrizaje están intentando encargarse
de ellos sin dañar la planta. Con un poco de suerte, estarán de espaldas a
nosotros cuando les ataquemos.”
Torles hizo una mueca. Y cuando se encontraran con su ejército en un fuego
cruzado, ¿qué harían los neimoidianos que controlaban a los droides? ¿Todo lo
que consideraran necesario para defenderse, incluso destruir la planta Spaarti?
Probablemente.
Dependía de Torles que eso no sucediera.,
“Los primeros elementos han llegado a la posición de disparo,” informó
Roshton apretando los auriculares contra su oreja. “Las siguientes unidades están
saliendo. Si tenemos suerte y no son descubiertas-”
Se paró y Torles se quedó sin aliento cuando el volumen de los disparos
cambió súbitamente. “Lo han sido,” gruñó Roshton. “Todas las unidades: fuego
a discreción.”
Él saltó hacia delante, aumentando el paso. “¿Descubiertas?” preguntó Torles
alcanzándole.
“Por uno de los guardias en la rampa de entrada,” confirmó Roshton
mientras diferentes sonidos de armas sonaban por delante. “Pero aún tenemos
ventaja.”
Corrieron otros cincuenta metros a través del bosque. Y entonces, de pronto,
allí estaban.
Justo en medio de una batalla campal.
Roshton se agachó para cubrirse con un árbol cercano, con su blaster
disparando contra el enemigo. Torles se escondió tras otro árbol, intentando tener
una noción de la situación. Dos tanques de batalla AAT, que habían estado
encarados a la puerta de la planta, estaban intentando darse la vuelta para
encargarse de la nueva amenaza, maniobrando lenta y torpemente mientras
luchaban contra la maraña de arbustos y el fuego pesado de dos direcciones.
Avanzado ágilmente hacia el grupo de soldados clon de Roshton iban tres hileras
de súper droides de batalla apoyados por unos cuando droides de asalto D60. La
línea estaba sufriendo un daño considerable pero seguía avanzando.
Torles decidió que los tanques eran su prioridad. “Voy a entrar,” le dijo a
Roshton sobre el ruido, señalando a los tanques. “Cúbrame.”
“Vale,” gritó Roshton mientras Torles encendía su sable de luz. “Todas las
unidades: ¡Fuego de cobertura a la izquierda!”
La lluvia de fuego de blasters de los soldados clon cambio abruptamente de
objetivo, concentrando toda su furia en el flanco izquierdo de las tropas de
avance y convirtiendo a los droides de ese lado en una masa caótica de cascotes,
escombros y humo. Torles se agachó bajo el fuego amigo y esquivó la línea
defensiva enemiga que se estaba desintegrando.
Los droides del AAT le vieron venir. Cuando su cañón láser principal
empezó a masticar el paisaje del flanco derecho de las fuerzas de la República,
los blasters defensivos de corto alcance situados a cada lado de la entrada
principal de aire empezaron a dispararle. El sable de luz de Torles brilló como
respuesta, desviando los disparos o devolviéndolos a las espaldas de los droides
que avanzaban.
Llegó hasta el AAT más cercano y saltó al frente. Colocándose frente a la
entrada de aire y fuera del alcance de los blasters defensivos, clavó su sables de
luz a través del blindaje y hacia el disco repulsor delantero.
El vehículo cayó hacia delante, golpeando el suelo con el morro como un
cuadrúpedo al que le han golpeado las patas delanteras. Torles saltó hacia arriba
mientras este se hundía medio metro en el suelo, aterrizando frente a la escotilla
superior, y con tres cortes rápidos hizo trizas el cañón láser primario y los dos
lásers laterales secundarios.
El segundo AAT había abandonado su ataque sobre los soldados clon y se
había girado contra esta nueva amenaza. Por un momento, Torles permaneció
donde estaba, haciendo equilibrios sobre el ahora inclinado techo del tanque de
batalla mientras desviaba un par de disparos de los blasters defensivos del
segundo tanque. Uno de los disparos volvió directamente a la boca del blaster,
provocando una explosión similar a un eructo. Aprovechando el caos
momentáneo en el interior del tanque, Torles usó la Fuerza para dar un enorme
salto hasta el segundo tanque, encargándose de sus lásers primarios y
secundarios como había hecho con el primero. Apoyándose en la escotilla,
blandió su sable de luz una vez más para cortar las antenas receptoras del
vehículo.
Un droideka apareció junto a la rampa de entrada, rebotando un poco
mientras rodaba por el terreno irregular. Usando la Fuerza, Torles levantó uno de
los lásers secundario que había cortado del primer AAT y lo envió volando al
centro de la forma de rueda. Hubo un chirrido de metal doblándose y el droideka
se paró en seco. Durante un segundo mantuvo la posición, con sus micro-
repulsores luchando para mantenerlo equilibrado. Entonces, algo en su interior
falló y cayó estrepitosamente sobre uno de sus lados.
El tartamudeo de múltiple fuego de blasters cortó el aire sobre la cabeza de
Torles. Él se agachó por reflejo, girándose para ver un grupo de súper droides de
batalla desintegrándose tras él. Vio que el fuego amigo provenía de arriba y al
mirar hacia arriba vio a un grupo de soldados clon disparando desde el borde del
tejado de Spaarti.
Movió sus manos en forma de agradecimiento. En respuesta, uno de ellos
gesticuló con la mano hacia la base de la nave de aterrizaje.
Torles movió los ojos en esa dirección. Otro tanque descendía por la rampa,
con la clara intención de unirse a la batalla. Hizo una rápida señal de
reconocimiento a los francotiradores del tejado, saltó del vehículo destruido y
empezó a dirigirse hacia la nave de aterrizaje a través del caos. Si se pudiera
colar en la rampa bajo el tanque, quizás podría encargarse de sus repulsores y
deshacerse de él ahí mismo.
“¡Jedi!”
Torles se paró, girándose a medida que se desvanecía el grito que le había
llegado por encima del ruido de la batalla. Los droides de avance se acercaban a
las fuerzas de la República, en un número menor que al principio pero
avanzando de todos modos. Los soldados clon no parecían necesitar su ayuda,
pero había un tono de urgencia en esa llamada.
“¡Jedi!”
Esta vez fue capaz de reconocer la dirección del grito y miró hacia donde
Roshton estaba de pie junto a su árbol. El comandante le miraba, haciéndole
señas frenéticamente para que se acercara.
Frunciendo el ceño, Torles cambió de dirección, con el sable de luz brillando
de nuevo mientras rodeaba la línea de ataque droide para llegar a la relativa
seguridad de los árboles. “¿Qué pasa?” gritó cuando Roshton le podía escuchar.
“¿No me ha oído?” le gritó Roshton. “¡Los Jedi!”
“¿Qué pasa conmigo?” preguntó Torles muy confundido.
“No usted.” Roshton apuntó hacia arriba con el dedo. “Los Jedi. “Los Jedi
han llegado.”

“¿Los Jedi?” preguntó Doriana.


“Eso es,” dijo el Teniente Laytron con una mezcla de sorpresa, esperanza y
alivio en su voz mientras miraba el cielo del este. “Un transporte de asalto lleno,
según el mensaje, llegando en ayuda. Tenemos órdenes de retirarnos y dejarles
espacio.”
“Pero eso es imposible,” objetó Doriana mirando cuidadosamente la cara del
otro. “¿De dónde pueden haber venido?”
Pero si había alguna duda en la mente de Laytron, no se dejó ver ni en si cara
ni en su voz. “Ni lo sé ni me importa,” declaró el joven. “Todas las unidades:
retírense. ¿Dónde?” Levantó su cabeza. “De acuerdo,” confirmó señalando al
cielo.
Doriana siguió la dirección de su dedo. En la distancia pudo ver una mota
negra que se movía rápidamente hacia ellos. “Apresúrense con la retirada,”
ordenó Laytron. “Están en camino.”
Sonrió levemente a Doriana. “Ahora veremos un buen trabajo.”
Doriana no contestó. En el borde más cercano del tejado, los soldados clon
habían vuelto a sus líneas de ascensión y se estaban deslizando hacia abajo para
llegar a los speeders. El vehículo que se aproximaba iba creciendo, y pudo ver
que se trataba de un transporte de asalto de la República.
Y al ir creciendo, abrió fuego.
Laytron inhaló violentamente. “¿Qué están haciendo?” dijo respirando.
“Están-”
“¿No están disparando a la nave de aterrizaje?” preguntó Doriana.
“Están disparando a la planta,” saltó Laytron, acercando el micrófono a su
boca. “¡Transporte de la República, deje de disparar a la planta!" ¡Repito, deje de
disparara la planta!”
La única respuesta fue un fuego más intenso desde el transporte, que ahora se
alternaba entre la planta y las TAPUs que se acercaban para enfrentarse con él.
Durante un largo momento, las fuerzas Separatistas y de la República
intercambiaron fuego mientras el transporte de asalto continuaba avanzando.
Entonces, sin previo aviso, el vehículo empezó a caer en picado. Doriana
aguantó la respiración cuando al ataque de las TAPUs se unió el fuego de los
blasters de las fuerzas terrestres Separatistas. El transporte cayó aún más en
picado
Y, mientras Laytron soltaba una retahíla de maldiciones, Doriana vio como
atravesaba el tejado de la planta.
Durante lo que pareció una pequeña eternidad, no pasó nada. Entonces, con
una horrible serie de explosiones amortiguadas, el tejado explotó hacia el cielo,
esparciendo fragmentos alrededor como un pequeño volcán en erupción. Le
siguieron las paredes del edificio, doblándose y agrietándose y, finalmente,
derrumbándose. Otra fuerte explosión resonó en los alrededores y, a través del
humo y los restos, Doriana pudo ver una bola de fuego saliendo de la parte oeste
de la planta.
“Han parado,” dijo Laytron sombríamente.
“¿Qué?” preguntó Doriana.
El teniente señaló- cansinamente más allá de la hierba. “Los droides,” dijo él.
“Están congelados. La última explosión ha debido destruir la nave de aterrizaje y
la matriz de control.”
“Ya veo,” dijo Doriana lentamente. “¿Contamos esto como una victoria?”
Laytron resopló. “Puede que los Jedi lo hagan,” dijo amargamente. “¿Quién
sabe cómo piensan? Pero el resto de nosotros no lo hará.”
“Para salvar el mundo,” murmuró Doriana citando el viejo dicho. “tuvimos
que destruirlo.”
“Se acabó.” Laytron negó con la cabeza cansinamente. “Vamos.
Encontremos al Comandante Roshton.”

Lord Binalie apenas habló cuando los tres atravesaron el suelo desordenado,
con sus botas haciendo crujir los restos de lo que una vez fue Creaciones Spaarti.
Corf, que iba junto a su padre, estaba más callado todavía. “No sé qué decir,”
dijo suavemente Torles mientras pararon junto a un grupo de cuerpos de
Cranscoc y humanos. “Excepto que lo siento mucho.”
“Por supuesto que lo siente,” dijo Binalie controlando rígidamente su voz
“Usted lo siente, el Comandante Roshton lo siente, el Maestro Doriana lo siente.
Estoy seguro de que el Consejo Jedi también lo sentiría si pudieran parar un
momento de buscar a alguien a quien echarle la culpa por esto.”
Posó sus ojos muertos en Torles. “¿Quién es el bueno de todos ellos?”
Torles negó con la cabeza. “Ninguno,” concedió. “Supongo que no hay
ninguna posibilidad.”
“¿De que podamos reconstruir? ¿Con casi todos los tejedores muertos?”
Binalie negó con la cabeza. “No. Al menos no hasta dentro de una generación
como mínimo. Y eso si podemos hacer que los Cranscoc vuelvan a confiar en
nosotros.”
Se dio la vuelta. “Yo no lo haría si fuera ellos. Confiar en la palabra de un
humano es algo estúpido.”
Torles dio un respingo. “Lo siento,” fue lo único que podía decir.
“Estoy seguro de que le veremos más tarde, Maestro Torles,” dijo Binalie sin
girarse.
Era una despedida. “Sí, por supuesto,” dijo Torles. “Adiós, Lord Binalie.
Adiós, Corf.”
Ninguno de los dos contestó. Con un suspiro, Torles se dio la vuelta y se
dirigió al muro destruido por el que él y los otros habían entrado a la planta en
ruinas, sintiendo su corazón como un trozo de metal quemado y doblado. Así
que eso era todo. Pese a todos sus esfuerzos- incluso pese a los esfuerzos de las
fuerzas Separatistas y de la República- Creaciones Spaarti era historia.
Destruida por la falta de cuidado, la estupidez y la arrogancia.
La falta de cuidado, la estupidez y la arrogancia de los Jedi.
Cerró los ojos contra la ola de tristeza que anegaba su alma. Perder la planta
era malo de por sí, pero Torles había perdido algo más valioso. Y aunque la
mesura y la educación regresaran a su relación, la confianza y la amistad
probablemente no volverían jamás.
Y Corf, quien solía mirar al viejo Guardián Jedi con el respeto y la
admiración reservados a los grandes héroes, ahora le odiaba. Y probablemente le
odiaría el resto de su vida.
Llegó a lo que quedaba del muro y salió por encima de los cascotes, con un
punto de ira removiendo el pozo de su tristeza. El Consejo Jedi podía gritar tan
alto como quisiera que no sabía nada acerca de lo acontecido aquí hoy. Pero
había ropas Jedi y sables de luz rotos entre los restos del transporte de asalto-
Torles los había visto con sus propios ojos. Alguien en Coruscant sabía de donde
venían esos Jedi y quién los había enviado.
De una forma u otra, el Guardián Jedi Jafer Torles iba a encontrar a esa
persona.
La cara encapuchada de Darth Sidious parpadeó sobre el holoproyector de
Doriana. “Informa.”
“La operación ha sido un éxito, mi señor,” dijo Doriana. “La planta de
Creaciones Spaarti ha sido destruida.”
“¿Y los Jedi?”
“Por lo que respecta a la opinión pública, ellos tienen la culpa,” dijo Doriana.
“Excelente,” dijo Sidious con satisfacción. “¿Ha expresado alguien su interés
por examinar el transporte de asalto?”
“El Comandante Roshton sugirió que se hiciera,” dijo Doriana. “Pero fue
algo sin convicción, para ver si podían identificar quien iba abordo por los
diseños de los sables de luz.”
“Anímale a seguir por ese camino,” ordenó Sidious. “Para cuando descubra
que ese examen es un callejón sin salida, cualquier evidencia del sistema de
control remoto del transporte se habrá desvanecido en los recicladores de
basura.” Sonrió ligeramente. “Una de las pequeñas ventajas de tratar con los
Jedi, Maestro Doriana. Con unos poco elementos -una capa, un sable de luz, un
cuerpo irreconocible puedes crear la ilusión de un héroe caído.”
“Cierto, mi señor,” concedió Doriana. “Supongo que el operador remoto
abandonará Cartao en breve.”
“Ya se ha marchado.” Hubo una pausa, y Doriana pudo sentir esos ojos
invisibles escudriñando su cara. “Aún desaprueba la operación, ¿verdad?”
“No la desapruebo, mi señor,” se apresuró a asegurarle Doriana. “Pero aún
estoy confundido. ¿Por qué destruir deliberadamente Spaarti? Podría ser de una
utilidad inmensa para los Separatistas. ¿Por qué no mantenerla intacta para
experimentación y fabricación?”
“Porque por su naturaleza es imposible de defender,” le dijo Sidious. “La
República podría apoderarse de ella y utilizarla con los mismos efectos
devastadores en nuestra contra.”
Negó con la cabeza. “No, Maestro Doriana. Un comodín de ese potencial ha
de ser eliminado de la partida.” Sonrió de nuevo. “Sobretodo cuando se pueden
obtener otras ventajas a largo plazo de ello.”
“Esa parte fue un éxito total,” dijo Doriana asintiendo. “No creo que los Jedi
sean bien recibidos en Cartao en mucho tiempo. Y menos si Lord Binalie tiene
algo que decir al respecto. Incluso Torles, que se había convertido en una especie
de héroe para su gente, está prácticamente acabado.”
“Y cuando las oleadas económicas de la destrucción de Spaarti se extiendan
por la región, también lo hará esa actitud,” dijo Sidious. “La destrucción de los
Jedi sólo será una victoria a medias si la gente de la galaxia llora su pérdida.
Gracias a tu trabajo de hoy aquí, pocos en el Sector Prackla derramaran una
lágrima por su desaparición.”
“Absolutamente,” dijo Doriana asintiendo. “¿Alguna orden más, mi señor?”
“No,” dijo Sidious. “Permanece ahí el tiempo suficiente para encargarte de
los detalles y después informa a Coruscant.” Su cabeza titiló levemente. “Por
otro lado. Los informes que he visto indicaban que los cilindros de clonación
creados durante la estancia de la República en la planta habían sido destruidos en
el ataque. ¿Es eso cierto?”
“No, mi señor,” dijo Doriana. “Estaban almacenados en uno de los Outlinks
a varios kilómetros del complejo principal y quedaron a salvo. El Canciller
Supremo Palpatine me ha ordenado transportarlos en secreto a una vieja
fortaleza subterránea en Wayland que ha reactivado recientemente.”
“¿De verdad?” dijo Sidious pensativamente. “¿Cuántos hay?”
“Varios miles.” Doriana meditó. “Si lo desea, puedo hacer que se pierdan.”
Sidious apretó los labios mientras pensaba, y Doriana aguantó la respiración.
Sería fácil poder sabotear el transporte de los cilindros en el camino, por
supuesto, o incluso antes de que salieran de Cartao. El problema era que poca
gente conocía el secreto, y esa clase de acción aumentaría el riesgo de ser
descubierto. Pero si Sidious deseaba que se hiciera...
Pero el señor Sith negó con la cabeza. “No te preocupes,” dijo él torciendo la
boca. “Unos pocos miles de tanques de clonación no marcarán la diferencia en la
guerra. Deja que Palpatine se quede con sus pequeños trofeos.”
Silenciosamente, Doriana dejó escapar el aire. “Sí, mi señor.”
“Contactaré contigo pronto,” prosiguió Sidious. “De nuevo, bien hecho. El
plan sigue adelante.”
“Y yo deseo su éxito,” dijo Doriana. “Adiós, Lord Sidious.”
Sidious sonrió. “Hasta la próxima, Maestro Doriana.”
FIN

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