076 - El Heroe de Cartao 2C Timothy Zahn
076 - El Heroe de Cartao 2C Timothy Zahn
076 - El Heroe de Cartao 2C Timothy Zahn
Versión 1.0
27.08.12
Título original: Hero of Cartao
Publicado originalmente en inglés en la revista Star Wars Insider, números 68, 69 y 70. Y en
nuestro idioma, en la revista española Star Wars Magazine, números 18, 19 y 20.
Título original de cada parte: Hero's call, Hero's Rise y Hero's End
Cronología: 21 años A.B.Y (Antes de la Batalla de Yavin)
Ilustraciones: Douglas Chaffee
Timothy Zahn, fecha de publicación del original.
Traducción: Anónimo, presumiblemente alguno de los tres traductores que figuran en la revista:
Mireia Bartolomé-Sanz, Guillermo Ruiz o Javier Parra
Revisión: Bodo-Baas
Editor original: Bodo-Baas (v1.0)
Base LSW v1.01
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Todo el trabajo de traducción, maquetación, revisión y montado de este libro
ha sido realizado por admiradores de Star Wars y con el único objetivo de
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“Están dando unas vueltas más,” anunció Corf Binalie, cubriéndose los ojos
con su mano mientras miraba hacia el cielo. “Creo que deben venir hacia aquí.”
“¿Quién, la gente de la lanzadera?” preguntó Jafer Torles, con su pelo blanco
cayendo sobre sus mejillas mientras miraba al suelo, intentando recoger una vid
siviviv que él y el chico habían estado buscando desde hacia media hora. “Sí, lo
sé.”
“¿Sabes quién es?” preguntó Corf frunciendo el ceño. “¿Te dijo Papá algo
acerca de visitantes?”
“No, pero no necesitaba hacerlo,” aseguró Torles al chico. “Es obvio desde
hace un minuto.”
“Oh, venga,” objetó Corf con el tono impaciente que los chicos de doce años
hacen tan bien. “¿Cómo podías saberlo?”
“Simple deducción lógica,” le dijo Torles en el tono pedante de instructor
que los hombres de setenta y tres años hacen igual de bien. “No había ninguna
razón para que pasaran directamente sobre la planta a menos que fuera eso en
concreto lo que estaban buscando. Después de darse cuenta de lo poco que
podían sacar de ello, su siguiente paso lógico es querer echar un vistazo desde
dentro. Para eso, necesitan venir a ver a tu padre.”
Corf meneó la cabeza impresionado. “Jo,” dijo él. “Ojalá fuera un Jedi.”
“Si lo fueras, probablemente tendrías que ir a la guerra algún día,” le advirtió
Torles.
“Tú no has tenido que ir,” señaló Corf.
“Todavía no,” dijo Torles con una mueca. “Pero te podrían llamar en
cualquier momento. El Consejo simplemente decidió dejar a unos cuantos Jedi
donde estábamos por el momento por si había movimientos Separatistas
inesperados en nuestras áreas. Yo podría llegar al lugar del problema en
cualquier punto de los Sectores Prackla o Locris mucho antes de que pudieran
mandar a alguien desde Coruscant o desde alguna de las áreas de batalla. Ser un
Jedi nunca es fácil y puede ser muy peligroso.”
“Sí, pero eres muy listo,” dijo Corf. Estaba claro que el lejano retumbar de la
guerra no le afectaba lo mas mínimo. “Eres bueno figurándote cosas.”
“El pensamiento lógico no es patrimonio exclusivo de los Jedi,” le amonestó
Torles. “Cualquiera puede aprender a juntar hechos en el orden correcto,”
“Quizás,” dijo Corf. “Yo sigo pensando que es cosa de los Jedi.”
Torles sonrió, cubriendo sus ojos con la mano mientras veía aproximarse a la
lanzadera. De hecho, él no sabía que la lanzadera iba a la finca Binalie, pero
había concluido que había una alta probabilidad de que así fuera. Si resultaba
que el piloto estaba simplemente enseñando Creaciones Spaarti a algún amigo
que estuviera de visita, él iba a quedar como un tonto.
Eso no sería algo malo. Torles había pasado los últimos treinta años en
Cartao, dispensando conocimiento, mediando en disputas y encargándose de los
piratas ocasionales o de algún señor del crimen demasiado impaciente. Algunos
de los lugareños habían acabado respetándole, otros habían elegido odiarle,
mientras que la mayoría ni siquiera sabían que el Sector Prackla tenía un
guardián Jedi.
Pero nunca en esos treinta años se había encontrado con un caso de
adoración ciega como el de Corf Binalie.
En sus primeros años, habría sido gratificante, por no decir halagador, ser
tenido en tan alta estima. Sin embargo, con la perspectiva de los años podía ver
el peligro que entrañaba esa adulación inconsciente. Incluso teniendo doce años,
Corf debería ser capaz de reconocer las debilidades de una persona además de
sus puntos fuertes; debería estar aprendiendo a aceptar a la gente tal y como es, y
no crear una lente de perfección a través de la cuál mirarla. En lugar de eso, el
chico insistía en verle como el Jedi Definitivo: alto y fuerte, sabio y amable, y
nunca, jamás, equivocado.
Este incidente en concreto no iba a hacer demasiado por cambiar esa
percepción. La lanzadera pasó sobre sus cabezas, indicando sin duda que iba
hacia la plataforma de aterrizaje privada junto a la mansión Binalie.
Y mientras lo hacía, Torles pudo ver claramente el nombre de la compañía en
el lateral de la lanzadera.
“Vamos,” dijo él, cogiendo a Corf del brazo y llevándolo hacia la casa.
“¿Volvemos?” preguntó Corf frunciendo el ceño. “Pensaba que ibas a
ayudarme a buscar esta vid siviviv hasta su raíz.”
“Podemos hacerlo más tarde,” le dijo Torles. “Ahora mismo, creo que
deberíamos ir a ver qué es lo que quiere esa gente de tu padre.”
“De acuerdo,” dijo Corf, sin entenderlo pero dispuesto a aceptar la palabra de
Torles. “Tú eres el jefe.”
“No soy el jefe,” le recordó Torles mientras se dirigían colina abajo hacia la
distante casa y la lanzadera que estaba en la plataforma. “Sólo soy el Jedi.”
“Si,” dijo Corf informalmente. “Lo mismo.”
Torles suspiró. Con suerte, al chico se le pasaría con el tiempo.
Uno de las diversiones más simples de Doriana en esos días era contar los
minutos que pasaban entre que un droide o sirviente desaparecía en los
aposentos de su señor con las credenciales de Doriana y el momento en el que se
le hacía pasar. En el caso de Lord Pilester Binalie, ese intervalo fue de menos de
un minuto. O Binalie era inusualmente respetuoso con las autoridades de
Coruscant o estaba demasiado preocupado con este visitante inesperado como
para dedicarse a los juegos de poder.
“Maestro Doriana,” dijo Binalie, levantándose de un inmenso sillón tras un
aún más inmenso escritorio mientras el droide de protocolo escoltaba a Doriana
hasta la oficina. “Es un gran honor recibir a un representante del mismísimo
Canciller Supremo Palpatine.”
“También es un honor conocerle, Lord Binalie,” respondió Doriana mientras
atravesaba la habitación. “Aprecio que me dedique algo de su tiempo.”
“Es un placer,” dijo Binalie, indicando a Doriana una silla frente al escritorio
mientras se sentaba. “Ojalá me hubiera avisado de su visita. Podría haber
enviado una lanzadera para recogerle o haberle dirigido al Espaciopuerto Triv
desde donde podría haber venido con un speeder.”
“Había razones para llegar a Cartao donde lo hice,” le dijo Doriana, mirando
con atención el rostro del otro. “Como las había para elegir el transporte que
elegí.”
Un músculo de la mejilla de Binalie se contrajo. De modo que también había
visto el nombre en la lanzadera de Kerseage.
“Sí; Emil Kerseage.” Dijo él. “Estoy al tanto de su caso, Maestro Doriana, y
le aseguro que el Consejo de Comercio está trabajando para rectificarlo.”
Agitó una mano. “Ciertamente, no es algo en lo que Palpatine necesite
involucrarse personalmente.”
“El Canciller Supremo Palpatine es el campeón del ciudadano de a pie,” le
recordó Doriana.
“Por supuesto,” dijo Binalie precipitadamente, con las primeras muestras de
transpiración perlando su cara. “Es sólo que-” dijo él.
“¿Sí?” inquirió Doriana.
El músculo de la mejilla se contrajo de nuevo. “Déjeme ser honesto con
usted,” dijo Binalie. “Cartao está tratando de mantener un perfil bajo en esta
guerra contra los Separatistas. No tenemos el poder militar suficiente para enviar
tropas o naves a la otra punta de la galaxia en misiones de expedición. Hasta
ahora hemos evitado la atención oficial; pero si el Canciller Palpatine empieza a
interesarse en pequeñas disputas burocráticas, esa atención oficial se volverá
hacia nosotros.”
Tamborileó en el escritorio con la punta de sus dedos. “Y no sólo de los
oficiales de Coruscant,” remarcó él. “Los Separatistas también nos han ignorado
hasta el momento.”
“Entiendo su preocupación,” dijo Doriana. “Pero debe entender que nadie se
puede permitir el lujo de decidir como le va a afectar una guerra. Ni nadie puede
elegir la forma de servir en ese conflicto.”
Los ojos de Binalie estaban fijos en los de Doriana. “Usted no está aquí por
Kerseage, ¿verdad?” dijo él.
Doriana negó con la cabeza. “Era, y es, una útil tapadera. Pero no, el
Canciller Supremo Palpatine me envía por temas mucho más importantes.”
La pétrea cara de Binalie se tornó más pétrea aún. “Creaciones Spaarti.”
“Exactamente,” dijo Doriana. “El Canciller Supremo está intrigado por los
informes que ha recibido sobre una factoría cuyas líneas de producción se
pueden cambiar prácticamente en una noche. Si la técnica se pudiera duplicar,
representaría mucho en los esfuerzos de guerra de la República.”
“No puede ser,” dijo Binalie secamente. “Son los Cranscoc y su sistema de
herramientas fluidas lo que lo hacen posible y, que sepamos, la colonia de Cartao
es el único lugar donde viven los Cranscoc.”
“Miles de ellos, ¿no es así?”
Binalie meditó durante la mínima fracción de un segundo, como si pensara
en si podía mentir. “Unos cincuenta mil, así es,” concedió él, decidiendo
aparentemente no arriesgarse. “Pero se reproducen muy lentamente, y tan sólo
una pequeña parte de cada generación tiene el talento que les permite ser
tejedores. Esos son los que manipulan el fluido de herramientas que hace posible
Spaarti.”
“Ya veo,” dijo Doriana, como si no hubiera investigado a fondo la operación.
“Aún así, el Canciller Supremo querrá que yo quede absolutamente convencido.
¿Sería posible que inspeccionara las instalaciones personalmente? Silenciosa y
privadamente, por supuesto.”
Binalie reconocía una orden formulada de forma educada cuando la
escuchaba. “Por supuesto,” dijo él poniéndose en pie. “Tengo una vía privada
hacia la planta.”
Visitaron otras dos cadenas antes de que Doriana decidiera que había visto
suficiente. “Esto bastará,” dijo él mientras Binalie les empezaba a guiar hacia el
área siguiente. “¿Hay alguna oficina en la que podamos hablar de forma más
privada?” Binalie frunció el ceño. “¿De qué hay que hablar?” preguntó con la
voz llena de suspicacia. “Seguro que ve que esta técnica no puede ser duplicada
en ningún otro lugar.”
“Una oficina privada, por favor” repitió Doriana.
Binalie respiró profundamente-” Y será mejor si el chico nos deja a solas,”
añadió Doriana.
Los ojos de Binalie se endurecieron. Pareció como si de pronto se hubiera
hartado de haber sido llevado a rastras por la nariz. “No tengo secretos para mi
hijo, Doriana,” dijo con dureza. “Si tiene algo que decirme, lo puede decir en su
presencia.”
Doriana dejó que su labio se contrajera, como si no esperara exactamente ese
resultado. “Si insiste,” dijo él.
Binalie asintió levemente. “Aquí es.”
Entró el primero en una habitación rotulada como “Trazado de Esquemas”,
ordenó al humano y al duros que habían estado trabajando en un par de mesas de
dibujo que salieran, y cerró con llave la puerta tras él. Girando una de las dos
sillas para su visitante, se alzó en una posición medio sentado medio inclinado
sobre una de las mesas. “Escuchémoslo,” dijo gruñendo.
“Es muy simple,” dijo Doriana, sentándose y mirando con calma al hombre
que había sobre él. “Cómo usted dice, Creaciones Spaarti es única en su clase.
Al no poder duplicarla, tendremos que usarla tal y como está.”
La expresión de Binalie no cambió ni un ápice. Estaba claro que había
adivinado elpor qué de la visita. “Imposible,” dijo él. “Este es el único negocio
viable de una especie sub-minoritaria -los Cranscoc- y por ello está protegido
por la Directiva 422 del Senado. La interferencia gubernamental en esta
operación está estricta y expresamente prohibida.”
“Los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas,” contraatacó
Doriana, sacando una tarjeta de datos de un bolsillo interior. “Directiva 3591 del
Senado, dando al Canciller Supremo Palpatine autoridad ilimitada para tomar el
control de cualquier recurso o grupo de recursos que crea necesarios para la
rápida conclusión de las hostilidades,”
Le tendió la tarjeta a Binalie. “Desde esta tarde, Creaciones Spaarti dedicará
todas sus instalaciones a la manufactura de un nuevo diseño de tanques de
clonación.”
Lentamente, Binalie cogió la tarjeta y la insertó en su datapad. Durante un
largo minuto, el único sonido en la sala era el zumbido apagado de la cadena de
montaje fuera del palio transparente de la oficina mientras leía y releía la
directiva. “No puede hacer esto,” dijo cuando finalmente apartó los ojos del
texto. “¿No ha escuchado lo que le he dicho en mi oficina? Si toma el control de
Spaarti, será una cuestión de tiempo que los Separatistas aparezcan.”
“Punto uno: no tiene elección en este caso,” dijo Doriana, dejando que suvoz
se endureciera. “La directiva del Senado es clara, y la decisión del Canciller
Supremo ha sido tomada. Punto dos: No hay razón para que los Separatistas se
enteren de esto. Si hacemos bien nuestro trabajo, nadie sabrá que los cajones
marcados como equipo de cosecha o para túneles contienen en realidad cilindros
de clonación. Sobre mi presencia aquí, ya he establecido la coartada de que estoy
interviniendo de parte de Emil Kerseage.”
“¿Qué pasa con mis trabajadores?” replicó Binalie. “Sin contar a los
tejedores, empleamos a cerca de trece mil humanos y alienígenas. ¿Cómo va a
conseguir que se queden callados?”
“No pueden hablar sobre lo que no saben,” dijo Doriana. “Y en
aproximadamente cuatro horas va a hacerlos salir de la fábrica y a confinarlos en
sus hogares.”
“Oh, lo haré, ¿verdad?” dijo Binalie sarcásticamente. “¿Y como espera que
lo justifique?”
“No se necesita justificación,” dijo Doriana con calma. “La ley requiere
cuarentena médica en casos de fiebre plyridiana.”
La boca de Binalie se abrió un centímetro. “¿Fiebre plyridi...?” sus ojos se
volvieron hacia el palio “¿Qué ha hecho?”
“Cálmese, Lord Binalie,” dijo Doriana. “Los tres humanos y dos alienígenas
que he tratado mientras pasábamos…”
“¿Qué ha hecho?” gruñó Binalie. “¿Los ha infectado deliberadamente?”
“Le he dicho que se calme,” repitió Doriana, subiendo la voz. “Por supuesto
que no he infectado a nadie. El periodo de incubación de la fiebre plyridiana es
de cuatro semanas. Lo que he hecho ha sido darles algo que imitará la
enfermedad, creando un convincente cuadro sintomático. No están en peligro, ni
ellos ni nadie. Pero nadie lo sabrá durante al menos cuatro semanas.”
Binalie tenía la mirada de alguien masticando una mifka amarga. “Y
mientras estén todos en cuarentena, naturalmente usted me ofrecerá una unidad
de cuidados, ¿no?” gruñó él.
“Es eso o cerrar el planeta por completo,” señaló Doriana. “Los Cranscoc,
siendo de sangre fría, son inmunes a la fiebre plyridiana, así que pueden seguir
trabajando normalmente.”
“Esto es completamente inconcebible,” dijo Torles desde la esquina de la
habitación.
Doriana se había estado preguntando cuando diría algo el Jedi. De forma
irreverente, se preguntaba si quizás el viejo estaba dormitando y se había perdido
algo de la conversación. “¿Disculpe?” preguntó, girando para encarar al viejo.
“Esta es una violación flagrante de todas las normas de comportamiento,”
insistió Torles. “No puedo y no me quedaré parado ni seré parte de esto.”
“Esto es la guerra, Maestro Torles,” le recordó Doriana. “No sólo una guerra,
sino una guerra de supervivencia. Si perdemos, la República está acabada.”
“No me importa,” dijo Torles llanamente. “Le puedo decir que el Consejo
Jedi no le permitirá aterrorizar a la gente de Cartao con el miedo a una plaga
inexistente.”
“Quizás el Consejo Jedi ve las cosas de una manera diferente a usted,” dijo
Doriana sacando una segunda tarjeta de datos de su bolsillo. “Aquí están las
instrucciones, ordenándole cooperar conmigo y con mi gente.”
Levantó las cejas. “Aún reconoce la autoridad del Consejo, ¿no es así?”
Silenciosamente, con la misma completa falta de entusiasmo con la que Lord
Binalie había cogido la primera tarjeta de datos, Torles aceptó la segunda.
“Bien,” dijo Doriana enérgicamente mientras se ponía en pie.
“Entonces lo único que queda es que vuelva a casa y se prepare para que
cinco de sus trabajadores sufran mareos y fiebre.”
“Y usted, supongo, hará el resto” dijo Binalie amargamente.
“Por supuesto,” dijo Doriana. “Por eso estoy aquí.”
El primer trabajador se empezó a quejar de mareos cinco minutos antes del
tiempo previsto. Nueve minutos después, mientras estaba siendo examinado por
el médico de la planta, se desmayó entre espasmos y gemidos. El segundo
trabajador era más estoico, y estaba aún en su estación quince minutos más tarde
cuando cayó al suelo.
Tres minutos después, Lord Binalie ordenó la evacuación de la planta.
“Ah-Doriana,” le saludó la impávida cara que flotaba sobre el holoproyector
de Doriana. “¿Tienes noticias?”
“La planta está lista, Comandante Roshton,” dijo Doriana. “Puede aterrizar
cuando desee.”
“Excelente,” dijo Roshton con aprobación. “Y en menos de un día. Hace un
trabajo admirable.”
“Hago lo que ordena el Canciller Supremo,” dijo Doriana con cierto tono de
advertencia. En estos días de agitación y sospechas, nunca estaba de más
recordar a la gente con quien estaba su lealtad. “Ni más ni menos.”
“Por supuesto,” concedió Roshton con calma. “Es lo que todos hacemos.
“Sí,” convino Doriana, mirando a través del palio de la oficina el cielo que se
iba oscureciendo. “Es casi de noche, que es cuando los Cranscoc hacen el trabajo
de verdad. ¿Cuándo puedo esperar a su gente?”
“El primer transporte está encamino, con los jefes técnicos y los esquemas
operativos abordo,” dijo Roshton. “Estarán allí en una hora.”
“Bien,” dijo Doriana. “Me aseguraré que los Cranscoc están listos. Ya han
sido informados y harán un cambio completo de herramientas esta noche.”
“¿Está seguro de que un contingente de dos mil unidades será suficiente?”
preguntó Roshton con la frente ligeramente arrugada. “He estado investigando
por mi cuenta y me parece que la planta requiere seis veces ese número.”
“Se supone que somos una unidad de cuidados,” le recordó Doriana. “No
sería apropiado que repobláramos la planta.”
“Sí, pero…”
“Además. La mayoría de esos trece mil trabajadores tienen tareas de
mantenimiento, entrega y movimiento de materias primas,” le cortó Doriana. “Si
el Canciller Supremo decide extender la operación, podemos traer personal para
ocuparnos de esos aspectos. Por ahora, concentrémonos en nuestra misión: crear
y acumular los cilindros de clonación que necesitamos para crear más tropas.”
“Sí, señor,” murmuró Roshton. “Tendrá sus esquemas en una hora, con el
resto de transportes a intervalos de treinta minutos.”
“Estoy deseando verlos, Comandante,” dijo Doriana. “Doriana fuera.”
Cerró la conexión, bajando el holoproyector hasta su regazo mientras miraba
de nuevo fuera de la oficina, Tenía una sensación espeluznante, sentado a solas
en mitad de una habitación tan enorme. Era como ser la última célula viva en un
cuerpo muerto, pensó él.
Al otro lado de la plataforma de control del área, un pequeño movimiento le
llamó la atención. Un grupo de cranscocs vagaba por allí, y sus pasos parecían
tartamudear a medida que caminaban. Él pensó que aún seguían el ritmo de su
música silenciosa quizás incluso tarareaban en una frecuencia inaudible para los
humanos.
Extraños alienígenas. Extraña tecnología. Pero aparte de eso, un trabajo muy
bien hecho. Levantando de nuevo su holoproyector, tecleó un nuevo código.
La conexión tardó mucho más esta vez. Doriana se esforzó por esperar
pacientemente, viendo como los paneles de la distante claraboya se iban
oscureciendo.
Y entonces, de una forma repentina quede alguna manera le seguía
sorprendiendo, apareció la fantasmagórica imagen holográfica. “Informa,”
ordenó calmadamente la figura de la capucha.
“La planta de Creaciones Spaarti ha sido desalojada, Lord Sidious” dijo
Doriana. “Los primeros técnicos de la República aterrizarán en una hora, y el
resto de técnicos, trabajadores y tropas llegarán durante la noche.”
“¿Cuántas tropas habrá?”
Doriana meditó. “No estoy seguro,” admitió. A Darth Sidious no le gustaba
que su gente no tuviera todas las respuestas a sus preguntas. “Palpatine asignó
esa parte del plan al Comandante Roshton, y ha sido muy celoso respecto al
número exacto del contingente. No pueden ser más de mil soldados clon,
posiblemente sean tan sólo quinientos, con Roshton y otros oficiales al mando.”
Para su tranquilidad, Sidious simplemente asintió. “Roshton tiene sus propias
ambiciones y cree conocer las reglas del juego,” dijo él despectivamente. “No
importa. Ni siquiera mil soldados serán un problema. ¿Qué hay del propietario y
del Jedi?”
No están contentos, pero se han rendido a lo inevitable,” dijo Doriana. “El
único problema se dará si Torles decide hablar con el Consejo Jedi para
confirmar la orden. No eran entusiastas con la idea, como le dije, y si encuentra a
Yoda o Windu en un mal día, puede que uno de ellos decida unilateralmente
revocar la decisión.”
“Incluso si se atreven a hacerlo, todo lo que Torles puede hacer en este
momento es ruido,” le aseguró Sidious, con un punto malicioso en su voz. “No,
todo está yendo según el plan. Lo has hecho bien.”
“Gracias, mi señor,” dijo Doriana, sintiendo el calor del alivio y el orgullo.
“¿Alguna nueva orden?”
“Todavía no,” dijo Sidious. “Sigue donde estás y permite que el plan
funcione por si sólo. Sonrió cínicamente. “Informa cuando las cosas se pongan
interesantes.”
“Lo haré, mi señor,” prometió Doriana.
La cabeza encapuchada asintió y la imagen se desvaneció.
Doriana se puso en pie respirando hondo, guardando de nuevo el
holoproyector en la bolsa de su cinturón. El cubo de suerte se había lanzado y el
juego había empezado. El siguiente movimiento sería el de la República.
Se paró en la puerta de la oficina, escuchando el pesado silencio y pensando,
como siempre hacía en momentos como este, sobre la increíblemente delgada
cuerda sobre la que había decidido caminar. Palpatine no tenía ni idea de que su
fiel ayudante y consejero era en realidad un agente del Señor Oscuro de los Sith
que trabajaba en las sombras para destruir todo aquello que defendía el Canciller
Supremo Si Palpatine descubriera la verdad...
Negó vehementemente con la cabeza. No, eso nunca sucedería.
Sidious era demasiado poderoso, y Doriana demasiado listo, como para
permitir que esa útil relación se estropeara.
Atravesó el piso vacío, con sus pasos levantando ecos hasta el alto techo.
Binalie estaría esperando en la entrada principal de la planta a las fuerzas de la
República. El honorable representante del Canciller Supremo Palpatine debería
estar esperando junto a él.
“Creo que los Separatistas han aprendido finalmente de sus errores pasados,”
comentó Doriana mientras él, Torles y Binalie estaban en uno de los balcones de
la mansión orientados al norte. “Habrán encontrado una manera de hacer una
matriz de control lo suficientemente compacta como para bajar una de reserva a
la superficie del planeta. Creo que debe estar, probablemente, en una de las
naves de aterrizaje. No es que sea realmente importante.”
“Y no es que lo podamos saber con seguridad,” dijo Binalie amargamente,
temblando con el aire frío de la noche.
“¿Entonces están todos muertos?”
“Muertos o dispersados;” dijo Torles en voz baja, y Doriana pudo escuchar el
dolor y el auto-reproche en la voz del Jedi. “Excepto los que Roshton se llevó a
Spaarti.”
Binalie suspiró. “Entonces es como si estuvieran muertos, ¿verdad?”
“No puedo verlo de otra manera,” concedió Doriana, mirando hacia
Creaciones Spaarti. Sobre la planta, unas cien TAPUs trazaban círculos en el
cielo como carroñeros, brillando con la luz de una docena de fuegos distantes.
En los terrenos alrededor de la planta, invisibles desde donde se encontraban los
tres hombres, un millar de droides de combate y una docena de tanques de
batalla permanecían en una guardia silenciosa.
Y entre la mansión Binalie y la planta, aún se elevaba el humo acre del cráter
donde el droide hailfire Separatista había descargado sus misiles, colapsando el
túnel y cortando la última vía de escape de los soldados clon. Los Separatistas
habían sido muy meticulosos. “La única razón por la que están vivos es porque
los Separatistas no quieren destruir la planta para forzarlos a salir,” añadió él.
“Pero no tienen por qué hacerlo, ¿verdad?” Dijo Torles en voz baja. “Para
cuando el General Tus pueda volver con suficientes tropas terrestres, ya habrán
muerto de hambre.”
“Sí,” dijo Binalie. “Irónico, ¿verdad? El Comandante Roshton dedicó todos
esos esfuerzos a retomar la planta. Y lo consiguió.
“Y allí es donde va a morir.”
3. El fin del Héroe
Las calles de Ciudad Foulahn estaban oscuras y desiertas mientras Kinman
Doriana se abría paso entre los amasijos de droides rotos, pequeños cráteres de
misil, edificios destruidos, cuerpos y el desorden general de la guerra. El
comlink militar que le había prestado el Comandante Roshton le había permitido
escuchar el lado de la batalla de la República, y sabía que el combate aquí y en el
espaciopuerto Triv había sido duro. Pero saberlo no le preparó para ver la
carnicería que los soldados habían dejado tras ellos.
Media docena de cráteres se solapaban a lo largo de la calle frente a él, la
mitad de ellos llenos de escombros de los edificios destruidos por los misiles y
de algunos cadáveres mutilados de civiles que habían quedado atrapados en el
fuego cruzado. La lucha aquí debía haber sido especialmente cruenta, decidió él,
con un oficial de alto rango en el lado de la República. Quizás aquí encontraría
lo que estaba buscando. Así lo esperaba. Era más tarde de la medianoche y
estaba dolorosamente cansado, y sin duda los nuevos mandos Separatistas de
esta parte de Cartao habrían decretado un toque de queda para la población. La
primera patrulla que lo detectara significaría problemas y no estaba de humor
para discutir con droides de combate. Pese a los dramáticos acontecimientos y
reveses de las últimas horas, las cosas estaban funcionando casi según el plan de
Lord Sidious, pero eso no significaba que Doriana tuviera que disfrutar de la
situación. Ya se había hartado de batallas mucho tiempo atrás y prefería con
diferencia permanecer en su escritorio en la oficina del Canciller Supremo
Palpatine y manejar sus planes y manipulaciones a larga distancia.
Un brillo blanco a su izquierda le hizo girar la vista, y escogió
cuidadosamente el camino hacia el mismo a través del camino de escombros.
Probablemente se tratara de otra pieza del adorno decorativo del techo blanco del
que los residentes de Foulahn estaban tan orgullosos, pensó amargamente, pero
debía comprobarlo.
Pero no era un trozo de techo. Era el cuerpo medio enterrado de un soldado
clon. Un teniente por los galones de su armadura. Al fin.
En circunstancias normales, habría tardado quizás dos minutos en desenterrar
el cuerpo de los escombros. Debido a la necesidad de silencio, a Doriana le costó
casi diez. Pero el esfuerzo mereció la pena. Oculta en una de las bolsas de
supervivencia del cinturón del teniente había una tarjeta de datos sin etiquetar.
Guardándola en su bolsillo, Doriana soltó la bolsa de supervivencia y empezó a
erguirse.
“Alto,” le ordenó una voz monótona y mecánica tras él.
Doriana se detuvo. “No dispare,” dijo él, poniendo las manos lentamente a
los lados para que los droides pudieran ver que estaban vacías. “Soy un
observador médico oficial.”
“Gírese e identifíquese,” ordenó la voz.
Doriana obedeció, girando cuidadosamente sobre el suelo poco firme. Era
una patrulla completa de seis: seis de los antiguos
droides de batalla, uno de ellos ligeramente en cabeza. En la tenue luz,
Doriana no podía decir si había alguien de rango entre ellos “Identifíquese,”
repitió el droide que estaba encabeza.
“Mi nombre es Kinman Drifkin,” les dijo. “Soy un miembro del Cuerpo de
Observadores Médicos de Aargau. Somos un poder neutral dedicado a observar
e informar sobre las atrocidades acontecidas en este conflicto.”
El droide parecía asimilarlo. “Acérquese,” le ordenó. “¿Tiene una
identificación oficial?”
“Por supuesto,” dijo Doriana, metiendo la mano en su bolsillo mientras
caminaba hacia el grupo. Los droide levantaron sus blasters a modo de
advertencia mientras sacaba la mano, relajándose levemente cuando vieron que
únicamente sostenía una tarjeta de datos. “¿Cuál de ustedes tiene un lector?”
preguntó él.
“Yo la cogeré,” dijo el portavoz, cambiando su blaster de mano y
extendiendo una mano que era como una garra.
Doriana se acercó y le tendió la tarjeta de datos. De modo que era el líder; y
a esta distancia podía ver las pálidas marcas amarillas de un oficial de mando en
su cabeza y torso. Excelente. “Creo que encontrará mis credenciales en orden,”
añadió él, mirando alrededor. No había nadie más a la vista, humano o droide.
“Ya veremos,” dijo el oficial droide, tomando la tarjeta de datos y
deslizándola en la ranura de lectura colocada en la parte baja de su mandíbula.
“Aquí dice que su área de observación asignada es-”
“Barauch siete-nueve-siete,” dijo Doriana en voz baja. “Filliae gron uno-
uno-tres.”
El oficial se detuvo en mitad de la frase. Doriana se movió unos centímetros
a la derecha, para ver si los droides y sus armas seguían su movimiento.
No lo hicieron. A todas luces, el escuadrón al completo estaba congelado e
inconsciente. “Ha ido de poco,” murmuró Doriana, sintiendo como se relajaban
músculos que no había notado que estuvieran tensos. De modo que el código de
bloqueo mágico que le había dado Sidious funcionaba de verdad.
Y si el código de bloqueo había funcionado... “Pinkrun cuatro-siete-dos
aprion uno-ochouno-uno,” dijo él, alargando la mano hasta la mandíbula del
portavoz y recuperando su falsa tarjeta de identificación. “Retroceder e ignorar
tres minutos; pausa de un minuto; reiniciar. Ejecutar.”
Lord Binalie apenas habló cuando los tres atravesaron el suelo desordenado,
con sus botas haciendo crujir los restos de lo que una vez fue Creaciones Spaarti.
Corf, que iba junto a su padre, estaba más callado todavía. “No sé qué decir,”
dijo suavemente Torles mientras pararon junto a un grupo de cuerpos de
Cranscoc y humanos. “Excepto que lo siento mucho.”
“Por supuesto que lo siente,” dijo Binalie controlando rígidamente su voz
“Usted lo siente, el Comandante Roshton lo siente, el Maestro Doriana lo siente.
Estoy seguro de que el Consejo Jedi también lo sentiría si pudieran parar un
momento de buscar a alguien a quien echarle la culpa por esto.”
Posó sus ojos muertos en Torles. “¿Quién es el bueno de todos ellos?”
Torles negó con la cabeza. “Ninguno,” concedió. “Supongo que no hay
ninguna posibilidad.”
“¿De que podamos reconstruir? ¿Con casi todos los tejedores muertos?”
Binalie negó con la cabeza. “No. Al menos no hasta dentro de una generación
como mínimo. Y eso si podemos hacer que los Cranscoc vuelvan a confiar en
nosotros.”
Se dio la vuelta. “Yo no lo haría si fuera ellos. Confiar en la palabra de un
humano es algo estúpido.”
Torles dio un respingo. “Lo siento,” fue lo único que podía decir.
“Estoy seguro de que le veremos más tarde, Maestro Torles,” dijo Binalie sin
girarse.
Era una despedida. “Sí, por supuesto,” dijo Torles. “Adiós, Lord Binalie.
Adiós, Corf.”
Ninguno de los dos contestó. Con un suspiro, Torles se dio la vuelta y se
dirigió al muro destruido por el que él y los otros habían entrado a la planta en
ruinas, sintiendo su corazón como un trozo de metal quemado y doblado. Así
que eso era todo. Pese a todos sus esfuerzos- incluso pese a los esfuerzos de las
fuerzas Separatistas y de la República- Creaciones Spaarti era historia.
Destruida por la falta de cuidado, la estupidez y la arrogancia.
La falta de cuidado, la estupidez y la arrogancia de los Jedi.
Cerró los ojos contra la ola de tristeza que anegaba su alma. Perder la planta
era malo de por sí, pero Torles había perdido algo más valioso. Y aunque la
mesura y la educación regresaran a su relación, la confianza y la amistad
probablemente no volverían jamás.
Y Corf, quien solía mirar al viejo Guardián Jedi con el respeto y la
admiración reservados a los grandes héroes, ahora le odiaba. Y probablemente le
odiaría el resto de su vida.
Llegó a lo que quedaba del muro y salió por encima de los cascotes, con un
punto de ira removiendo el pozo de su tristeza. El Consejo Jedi podía gritar tan
alto como quisiera que no sabía nada acerca de lo acontecido aquí hoy. Pero
había ropas Jedi y sables de luz rotos entre los restos del transporte de asalto-
Torles los había visto con sus propios ojos. Alguien en Coruscant sabía de donde
venían esos Jedi y quién los había enviado.
De una forma u otra, el Guardián Jedi Jafer Torles iba a encontrar a esa
persona.
La cara encapuchada de Darth Sidious parpadeó sobre el holoproyector de
Doriana. “Informa.”
“La operación ha sido un éxito, mi señor,” dijo Doriana. “La planta de
Creaciones Spaarti ha sido destruida.”
“¿Y los Jedi?”
“Por lo que respecta a la opinión pública, ellos tienen la culpa,” dijo Doriana.
“Excelente,” dijo Sidious con satisfacción. “¿Ha expresado alguien su interés
por examinar el transporte de asalto?”
“El Comandante Roshton sugirió que se hiciera,” dijo Doriana. “Pero fue
algo sin convicción, para ver si podían identificar quien iba abordo por los
diseños de los sables de luz.”
“Anímale a seguir por ese camino,” ordenó Sidious. “Para cuando descubra
que ese examen es un callejón sin salida, cualquier evidencia del sistema de
control remoto del transporte se habrá desvanecido en los recicladores de
basura.” Sonrió ligeramente. “Una de las pequeñas ventajas de tratar con los
Jedi, Maestro Doriana. Con unos poco elementos -una capa, un sable de luz, un
cuerpo irreconocible puedes crear la ilusión de un héroe caído.”
“Cierto, mi señor,” concedió Doriana. “Supongo que el operador remoto
abandonará Cartao en breve.”
“Ya se ha marchado.” Hubo una pausa, y Doriana pudo sentir esos ojos
invisibles escudriñando su cara. “Aún desaprueba la operación, ¿verdad?”
“No la desapruebo, mi señor,” se apresuró a asegurarle Doriana. “Pero aún
estoy confundido. ¿Por qué destruir deliberadamente Spaarti? Podría ser de una
utilidad inmensa para los Separatistas. ¿Por qué no mantenerla intacta para
experimentación y fabricación?”
“Porque por su naturaleza es imposible de defender,” le dijo Sidious. “La
República podría apoderarse de ella y utilizarla con los mismos efectos
devastadores en nuestra contra.”
Negó con la cabeza. “No, Maestro Doriana. Un comodín de ese potencial ha
de ser eliminado de la partida.” Sonrió de nuevo. “Sobretodo cuando se pueden
obtener otras ventajas a largo plazo de ello.”
“Esa parte fue un éxito total,” dijo Doriana asintiendo. “No creo que los Jedi
sean bien recibidos en Cartao en mucho tiempo. Y menos si Lord Binalie tiene
algo que decir al respecto. Incluso Torles, que se había convertido en una especie
de héroe para su gente, está prácticamente acabado.”
“Y cuando las oleadas económicas de la destrucción de Spaarti se extiendan
por la región, también lo hará esa actitud,” dijo Sidious. “La destrucción de los
Jedi sólo será una victoria a medias si la gente de la galaxia llora su pérdida.
Gracias a tu trabajo de hoy aquí, pocos en el Sector Prackla derramaran una
lágrima por su desaparición.”
“Absolutamente,” dijo Doriana asintiendo. “¿Alguna orden más, mi señor?”
“No,” dijo Sidious. “Permanece ahí el tiempo suficiente para encargarte de
los detalles y después informa a Coruscant.” Su cabeza titiló levemente. “Por
otro lado. Los informes que he visto indicaban que los cilindros de clonación
creados durante la estancia de la República en la planta habían sido destruidos en
el ataque. ¿Es eso cierto?”
“No, mi señor,” dijo Doriana. “Estaban almacenados en uno de los Outlinks
a varios kilómetros del complejo principal y quedaron a salvo. El Canciller
Supremo Palpatine me ha ordenado transportarlos en secreto a una vieja
fortaleza subterránea en Wayland que ha reactivado recientemente.”
“¿De verdad?” dijo Sidious pensativamente. “¿Cuántos hay?”
“Varios miles.” Doriana meditó. “Si lo desea, puedo hacer que se pierdan.”
Sidious apretó los labios mientras pensaba, y Doriana aguantó la respiración.
Sería fácil poder sabotear el transporte de los cilindros en el camino, por
supuesto, o incluso antes de que salieran de Cartao. El problema era que poca
gente conocía el secreto, y esa clase de acción aumentaría el riesgo de ser
descubierto. Pero si Sidious deseaba que se hiciera...
Pero el señor Sith negó con la cabeza. “No te preocupes,” dijo él torciendo la
boca. “Unos pocos miles de tanques de clonación no marcarán la diferencia en la
guerra. Deja que Palpatine se quede con sus pequeños trofeos.”
Silenciosamente, Doriana dejó escapar el aire. “Sí, mi señor.”
“Contactaré contigo pronto,” prosiguió Sidious. “De nuevo, bien hecho. El
plan sigue adelante.”
“Y yo deseo su éxito,” dijo Doriana. “Adiós, Lord Sidious.”
Sidious sonrió. “Hasta la próxima, Maestro Doriana.”
FIN