T-3 Psicología Del Delito
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T-3 Psicología Del Delito
La personalidad criminal
Curso 2022/23
Grado en Políticas de Seguridad
y Control de la Criminalidad
Psicología del Delito
En las últimas décadas se ha debatido si las personas que cometen actos criminales tienen
determinadas características o rasgos de personalidad que influyen en su comportamiento
(Andrews y Bonta, 1994; De la Corte, 2006; Garrido, Stangeland y Redondo, 2006), o si son
las circunstancias ambientales las que determinan la delincuencia y, por tanto, se destaca
la dificultad de establecer predicciones de conducta delictiva basadas en rasgos individuales
(Bartol, 1991; Bautista y Quiroga, 2005; Lahey, Van Mulle, D'Onofrio, Rodgers y Walkman,
2008; Ortiz-Tallo, Blanca y Cardenal, 2003). Ni uno ni otro factor parece tener el peso
suficiente para influir en solitario. En consecuencia, se han de explorar vías que permitan
integrar distintos factores de personalidad, sociales o culturales en la explicación de la
conducta delictiva (Carrasco, Barker, Tremblay y Vitaro, 2006; Sobral, Romero, Luengo y
Marzoa, 2000).
Dentro de las variables personales se ha prestado una especial atención a las relacionadas
con el temperamento, un grupo de características que se asume dependen del sustrato
biológico individual y que muestran un relativo grado de estabilidad a lo largo de la vida. En
psicología relativa al delito (criminal), dos modelos han tenido especial relevancia: el modelo
de Eysenck con sus tres dimensiones: extraversión, neuroticismo y psicoticismo junto con la
incorporación de la impulsividad y búsqueda de sensaciones (Bates y Wachs, 1994; Berman
y Paisley, 1984; Daderman, 1999; Luengo, Sobral, Romero y Gómez-Fraguela, 2002; Mak,
1991; Strelau, 1998; Zuckerman, 1994) y el modelo de los 5 factores.
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La Personalidad es definida por Eysenck como “una organización más o menos estable y
duradera del carácter, temperamento, intelecto y físico de una persona que determina su
adaptación única al ambiente. El carácter denota el sistema más o menos estable y duradero
de la conducta conativa (voluntad) de una persona; el temperamento, su sistema más o
menos estable y duradero de la conducta afectiva (emoción); el intelecto, su sistema más o
menos estable y duradero de la conducta cognitiva (inteligencia); el físico, su sistema más o
menos estable y duradero de la configuración corporal y de la dotación neuroendocrina”
(Eysenck y Eysenck, 1985, p. 9).
En sus teorías sobre el comportamiento humano, el rasgo psicológico ocupa un lugar central
(Eysenck, 1952; 1976; Eysenck y Eysenck, 1985), razón por la cual se suele considerar a su
teoría como una Teoría disposicional. Una disposición o rasgo es una tendencia de conducta
que da estabilidad y consistencia a las acciones, las reacciones emocionales y los estilos
cognitivos de los sujetos (Ortet i Fabregat, Ibáñez Ribes, Moro Ipola y Silva Moreno, 2001).
En palabras del propio Eysenck, los rasgos son “factores disposicionales que determinan
nuestra conducta regular y persistentemente en muchos tipos de situaciones diferentes”
(Eysenck y Eysenck, 1985, p. 17).
Esta teoría se centra también en el rasgo, se trata de una teoría dimensional. El concepto
de dimensionalidad implica fundamentalmente dos aspectos básicos:
a) Existe un número limitado de dimensiones básicas de personalidad y b) tales dimensiones
se distribuyen de manera normal, formando un continuo en el que cualquier persona puede
ser ubicada (Pelechano, 2000). También la palabra dimensión puede ser utilizada como
sinónimo de factor.
Las dimensiones básicas según Eysenck son: Extraversión (E), Neuroticismo (N) y
Psicoticismo (P). Las personas pueden ser descritas en función del grado de E, N y P, y
pueden ser ubicadas en algún punto del espacio tridimensional que estos suprafactores
generan (Figura 1). De este modo, un sujeto no es simplemente extravertido sino que tiene
algún grado de E. Y las tres dimensiones deben ser tratadas como categorías no
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independientes. De allí que todo sujeto pueda ubicarse en el continuo representado por las
mismas.
Figura 1
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Por otro lado, consideró que la actividad del cerebro visceral (o sistema límbico), el cual está
compuesto por estructuras tales como septum medial, hipocampo, amígdala, cíngulo e
hipotálamo, es la responsable de la dimensión Neuroticismo (Eysenck, 1990). Es decir que
el grado de actividad del sistema que tradicionalmente ha sido considerado como el
responsable neuroanatómico de las emociones, determina el nivel de emotividad de las
personas. Pero, como el propio Eysenck (1990) admitió, el estado actual de la dimensión N
y sus correlatos biológicos es claramente insatisfactorio. Otros (por ejemplo, Gray, 1995)
han realizado importantes avances en la determinación de las estructuras y los procesos
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Figura 2
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2.2. IMPULSIVIDAD
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dos clases de impulsividad: una, la impulsividad propiamente dicha en tanto falta de previsión
y carencia de control de impulsos (que definiría, en parte, a P); la otra, referida a la osadía,
atrevimiento y asunción de riesgos (que estaría más relacionada con E). Sybil Eysenck
(1997; citado en Pelechano, 2000) ilustró estos dos tipos de impulsividad con el siguiente
ejemplo referido a dos conductores: uno de ellos transgrede una norma de tráfico siendo
consciente de esta transgresión y, por ello, asumiendo el riesgo de su decisión; el otro,
transgrede la norma sin pensar que puede perjudicar a alguien o perjudicarse. El primero es
el extravertido que es capaz de “calcular” el riesgo que implica su conducta. En el segundo
caso, se trataría de un sujeto con alto P, ya que no piensa en las posibles consecuencias
negativas de sus actos; simplemente, no se le ocurre pensar en ello ni llega a percibir el
peligro.
Una visión y acepción diferente de la impulsividad es la que aporta Gray en su teoría y que
es de gran interés también para el campo del delito. En este caso y según este autor el
concepto de impulsividad no se relaciona tanto con un actuar irreflexivo sino, con una
motivación dirigida por la sensibilidad a las señales de recompensa o alivio.
En su libro Psicología del miedo y el estrés (1987), Gray propone una teoría alternativa para
explicar las diferencias individuales entre extrovertidos e introvertidos que implica incluir
nuevamente a la Impulsividad como una característica propia de la Extraversión (Gray,
1987). A partir de investigaciones con modelos animales y humanos, Gray postula una serie
de mecanismos adaptativos basados en la sensibilidad al castigo y a la recompensa. Los
dos sistemas descritos por este autor se relacionarían con diferencias observables en el
comportamiento. Uno de ellos es el Sistema de Inhibición Conductual (SIC) que corresponde
a la sensibilidad individual para responder ante señales condicionadas de castigo, de no-
recompensa, estímulos novedosos y estímulos innatos de miedo. Al ser activado este
sistema pasa, el mismo, de un estado comprobador a un estado control provocando, de esta
manera, respuestas de inhibición de la conducta (evitación pasiva), aumento de la activación
y de la atención. Este sistema es afectado selectivamente por los ansiolíticos, y
correspondería a la actividad de estructuras como el septum, hipocampo, hipotálamo y
sistemas relacionados.
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El Sistema de Activación Conductual (SAC) por otra parte, se activa ante estímulos
condicionados de recompensa y señales de seguridad e interviene en los aprendizajes de
recompensa y evitación activa. Correspondería al funcionamiento de sistemas
dopaminérgicos, vías ascendentes al estriado dorsal y ventral, etc. (Gray, & McNaughton,
2003). El funcionamiento de estos sistemas depende de la interacción de factores genéticos
e influencias ambientales y pueden ser más o menos activos en cada sujeto generando
diferencias individuales, con cierta estabilidad, que pueden ser predecibles (Gray, 1987). Por
ejemplo, las personas con alta sensibilidad al castigo expuestas a señales condicionadas
aversivas o a la falta de reforzamiento (estímulos frustrantes) reaccionarán mediante
inhibición conductual o evitación pasiva (detención de sus patrones consumatorios o
conductas de aproximación) con mayor probabilidad que aquellos menos sensibles al
castigo expuestos ante las mismas señales. La mayor sensibilidad a las señales de castigo
explicaría el comportamiento de las personas introvertidas descritas por Eysenck (Gray,
1987). A su vez la mayor sensibilidad a las señales de recompensa explicaría el
comportamiento de las personas extrovertidas (Gray, et al., 2003; Smillie, Dalgleish, &
Jackson, 2007).
Investigaciones en los últimos años (Caseras, Avila, & Torrubia, 2003) han puesto de
manifiesto un fuerte apoyo empírico para estos dos factores en la constitución de la
personalidad: diferencias en la sensibilidad al castigo y la sensibilidad a la recompensa dan
cuenta de diferencias individuales entre las personas. La Impulsividad según esta
descripción emerge del funcionamiento del SAC, que se relaciona con las características de
la Extraversión. Por otra parte, según este autor, el neuroticismo no sería producto del
funcionamiento de un sistema particular sino una consecuencia de la reactividad general del
sistema nervioso. Por ello, a mayor reactividad del organismo (mayor neuroticismo) mayor
es la sensibilidad de funcionamiento del SIC y el SAC (Gray, 1987; Jackson, 2002). Por lo
tanto la Impulsividad, si bien está primariamente relacionada con el factor extroversión, se
potencia a partir de la reactividad general del sistema nervioso, que proveerían las
diferencias en neuroticismo. El concepto de impulsividad aquí no se relaciona tanto con un
actuar irreflexivo sino, en cambio, con una motivación dirigida por la sensibilidad a las
señales de recompensa o alivio. La Impulsividad es entendida como una tendencia, en
sujetos con mayor actividad del SAC, a los comportamientos de aproximación conductual
desencadenada ante señales discriminativas de refuerzo tanto positivo como negativo (Gray
1987). De este modo, puede observarse que esta Impulsividad descripta por Gray es distinta
a la atribuida por Eysenck al Psicoticismo. Para Gray el actuar poco cauteloso se debe a la
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interacción entre el Neuroticismo y la Extroversión, mientras que para Eysenck depende este
rasgo del Psicoticismo (Eysenck, 1987; Gray et al., 2003; Russo, et al., 2008).
Por otro lado, investigaciones realizadas en las últimas décadas señalan que los déficits de
autocontrol en la niñez tienen importantes repercusiones en la edad adulta. Concretamente,
el autocontrol infantil predice la salud física y mental, el nivel económico, el abuso de
sustancias y las conductas delictivas en la adultez con un poder predictivo comparable a la
inteligencia o el estatus socioeconómico familiar (Moffitt et al., 2011). Así, aunque la
impulsividad no es propiamente una entidad nosológica, es un síntoma central de muchas
de ellas. Además de añadir severidad al trastorno primario, las personas impulsivas
presentan menor adherencia a los tratamientos (Moeller et al., 2001a; Moeller, et al., 2001b;
Swann, et al., 2005), lo cual empeora el pronóstico de esta población.
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sociales también la encontramos en niños. Parece ser que la impulsividad infantil incrementa
el riesgo de interacciones problemáticas con los padres, con los profesores y con los iguales,
lo cual a su vez incrementa el riesgo de una socialización insuficiente (Klinteberg, von
Knorring, y Oreland, 2004).
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1. La Búsqueda de Emociones y Aventuras (BEA) viene definida por ítems que expresan el
deseo de implicarse en deportes «de riesgo» o en otras actividades físicamente peligrosas
(“Me gustaría dedicarme al esquí acuático”, “una persona sensata evita actividades que son
peligrosas”).
De hecho, en la mayor parte de los casos, estas variables de personalidad parecen amplificar
los efectos de los factores contextuales: en presencia de lo denominado patrón desinhibido
(sujetos impulsivos, buscadores de sensaciones) y/o de externalidad, es cuando resultan
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Por lo tanto, todo parece indicar que ciertas variables de personalidad funcionan como
factores de protección en ciertas situaciones de riesgo psicosocial y como factores de riesgo
en la mayor parte de las situaciones. En último término, es importante tener en cuenta que
si queremos tener cada vez más éxito en la tarea de diseñar programas de prevención y/o
rehabilitación deberíamos recordar que necesariamente tienen que ir dirigidos a individuos
concretos, no a meras abstracciones estadísticas. Y, para ello, imprescindible mejorar
nuestro conocimiento acerca de la combinación interactiva de factores y de su eventual
traducción en marcos de riesgo o de protección.
El Modelo de los Cinco Grandes ha adquirido especial resonancia dentro de los modelos de
rasgos. Es uno de los modelos más relevantes en el estudio de la personalidad en los últimos
años, siendo este modelo el resultado del resurgimiento del estudio factorial del léxico clásico
a partir de los años 80. El modelo de los Cinco Grandes parte de la premisa que la mayor
parte de los rasgos de personalidad pueden ser abarcados por cinco grandes dimensiones
de personalidad, independientemente del lenguaje o la cultura. Se trata de una taxonomía
de rasgos construida a partir del lenguaje.
Este modelo considera el lenguaje una fuente fiable de datos relativos a las características
que pueden definir y construir la personalidad humana, sin partir de ninguna concepción
teórica previa y solo llegando a la definición de la estructura de la personalidad a partir del
análisis factorial de estos datos lingüísticos. Estas cinco dimensiones han sido estudiadas a
través de los cuestionarios aplicados a miles de personas y analizadas después a través del
análisis factorial. Es importante destacar que los investigadores no decidieron encontrar
cinco dimensiones, sino que las cinco dimensiones surgieron de sus análisis de los datos.
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Neuroticismo (N):
El Neuroticismo se relaciona con los afectos negativos como ansiedad, miedo, vergüenza,
rabia, etcétera. Asimismo, las personas con alto N suelen tener ideas irracionales y
dificultades para enfrentar situaciones de estrés, mientras que las personas con bajo N son
calmadas y no pierden fácilmente el control en situaciones de dificultad. Las personas con
una puntuación alta en Neuroticismo tienden a la hipersensibili- dad emocional y les cuesta
volver a la normalidad tras experiencias cargadas emocionalmente. Suelen ser ansiosos,
preocupados, con frecuentes cambios de humor y depresiones. Tienden a experimentar
desórdenes psicosomáticos y presentan reacciones muy fuertes a todo tipo de estímulos. El
sujeto estable tiende a responder emocionalmente de una forma controlada y proporcionada.
Vuelve a su estado habitual rápidamente después de una elevación emocional.
Normalmente es equilibrado, tranquilo, controlado, y despreocupado.
Extraversión (E):
Esta dimensión incluye la sociabilidad que tal vez sea el aspecto más conocido a nivel
coloquial, aunque esta es solo uno de subcomponentes. Las personas con puntuaciones
altas en este factor son asertivos, activos y habladores, les gusta la excitación y la
estimulación siendo energéticos y optimistas. Los introvertidos suelen ser reservados pero
no huraños, calmados más que indolentes, prefieren estar solos pero no por ansiedad social,
y no son ni infelices ni pesimistas. Las personas extrovertidas son sociables, les gustan los
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sitios con mucha gente como las fiestas multitudinarias. Tienen muchos amigos con quienes
les encanta hablar todo el tiempo. Les gusta la excitación, las bromas y el cambio. Son
arriesgadas, despreocupadas y optimistas y suelen estar activos haciendo cosas en todo
momento. Las personas con puntuaciones bajas son reservadas socialmente. Se muestran
distantes, excepto con los amigos íntimos. Suelen ser previsores, y desconfían de los
impulsos del momento. No les gusta la diversión ruidosa y disfrutan de un modo de vida
ordenado.
Las personas altas en Apertura se definen como liberales, creativas y tolerantes. Tienden a
la fantasía y a tener emociones y pensamientos “no ortodoxos”. Se salen del camino
marcado por los demás para generar nuevas vías. Sienten pasión por las manifestaciones
artísticas. No les disgustan en absoluto las ideas y valores nuevos. Les encanta probar
nuevas cosas y viajar. Por el contrario, la persona baja en Apertura es esencialmente
conservadora y con una tendencia a seguir los caminos ya marcados. También suele ser
más religiosa. Le cuesta encontrar nuevas vías para hacer frente a los problemas y no ve
con buenos ojos las ideas que pueden provocar cambios profundos, especialmente si son
radicales.
Amabilidad (A):
Refleja tendencias interpersonales. La persona con puntuaciones altas es altruista,
considerado, confiado y solidario. La persona amable es agradable y cordial con los demás.
Se preocupa por sus necesidades y por su bienestar. Tiende a confiar en el otro. Percibe e
interpreta adecuadamente tanto sus propias emociones como las del otro. Es una persona
empática, capaz de sintonizar emocionalmente con los demás. En la parte baja de las
puntuaciones el individuo es frío, egocéntrico, escéptico y competitivo. No le preocupa lo que
le pueda pasar a la gente que le rodea y al mundo en general. Es una persona sin escrúpulos,
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capaz de manipular a los demás para conseguir lo que quiere. Si es necesario empleará la
violencia puesto que es incapaz de percibir el dolor que provoca. Su polo positivo se refiere
a la docilidad más que a la capacidad de establecer relaciones interpersonales amistosas; y
su polo negativo, a establecer relaciones hostiles.
Responsabilidad (C):
Esta dimensión tiene sus bases en el autocontrol, no solo de impulsos sino también en la
planificación, organización y ejecución de tareas. Por esta razón, también se la ha
denominado como «voluntad de logro», ya que implica una planificación cuidadosa y
persistencia en sus metas. Está asociado además con la puntualidad y la escrupulosidad. El
concienzudo es voluntarioso y determinado, de propósitos claros. El polo opuesto es más
laxo, informal y descuidado en sus principios morales. Las personas con una puntuación alta
en Responsabilidad son ordenadas y reflexivas. Le dan bastantes vueltas a las cosas antes
de tomar una decisión y les gusta tenerlo todo planificado. Respetan las normas sociales y,
en general, las obligaciones contraídas. Tienen un sentido del deber muy pronunciado. En
general, son capaces de controlar sus impulsos de manera exitosa.
En la actualidad, parece ser que existen diversos factores de carácter biopsicosocial que
interaccionan para producir determinados comportamientos violentos o delictivos. En esta
línea, se plantea (Lesch, Araragi, Waider, Van den Hove & Gutknecht, 2012; Redondo y
Pueyo, 2007) que la conducta antisocial parece tener un origen multifactorial (biológico,
psicológico o social) o epigenético basado en complejos sistemas de interacción, donde
algunas de sus dimensiones psicológicas son claves, al ser la persona quien decide o no
decide realizar esta conducta.
De ahí, que uno de los aspectos que ha producido mayor número de investigaciones de tipo
empírico, teórico o de revisión, de origen internacional (Hendriks et al., 2003; McCrae, 2002)
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o español (Pedrero, 2003; Romero et al., 2002) haya sido el análisis de la personalidad en
la conducta antisocial bajo el Modelo de los 5 Grandes. Pero, exceptuando algunos estudios
(Heaven, 1996) no se sabe mucho sobre la modulación de los factores de personalidad del
modelo Big Five en la delincuencia. El gran interés y la cantidad de investigación que ha
generado el modelo de los Cinco Grandes está en la capacidad de asimilar otras
representaciones y sistemas de clasificación de personalidad anteriores, integrando modelos
más recientes, de amplia repercusión en el campo clínico (Pedrero, 2003). Así mismo,
muchos estudios (Echeburúa y De Corral, 1999; Linehan, 1993; Moreno-Jiménez, Garrosa-
Hernández & Gálvez-Herrer, 2005) han demostrado la utilidad del Modelo de los Cinco
Grandes para ser aplicados en diversos contextos.
Centrándonos en el contexto que aquí nos ocupa algunas investigaciones (Caprara et al.,
1993; John, Kohavi & Pfleger, 1994) parecen corroborar las tendencias sobre el poder
predictivo de la afabilidad, tesón y estabilidad emocional en la delincuencia. Estos resultados
son concordantes con otras corrientes de trabajo donde se refleja la importancia del déficit
en autocontrol (Gottfredson & Hirschi, 1990; Vaughn et al.,2007) y de la falta de empatÍa
(Mora, Gonzaga y Castillo, 2011) en las conductas delictivas. También, dentro del ámbito
clínico, las propuestas sobre la psicopatía y la personalidad del delincuente (Lynam, 2012;
Trull, 2012) sugieren la modulación de una baja afabilidad, tesón y estabilidad emocional.
Parece ser entonces que las características de personalidad son consonantes con lo
reportado por abundante investigación multidisciplinar (Barlett & Anderson, 2012; Bonilla y
Fernández-Guinea, 2006; Conzález-Guerrero, 2011; Muñoz & Amores, 2011; Pelechano,
2008; Pozueco, Romero y Casas, 2012) en el estudio del binomio personalidad-delincuencia
y no son exclusivas de un tipo único de modelo de personalidad o trastorno psicopatológico.
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podrían ejercer un papel modulador para llevar a cabo los delitos. Finalmente, otras
investigaciones (Mora, Gonzaga y Castillo, 2011; Pelechano, 2008) plantean que existen
diversos déficits motivacionales, cognitivos o emocionales o una interacción entre ambos
que podrían entenderse como características de personalidad (en el caso de manipuladores,
personas violentas y psicópatas) o como síntomas asociados a algún trastorno (como en el
caso de trastornos de personalidad).
Por otro lado, algunas de las limitaciones que pueden presentar los estudios realizados es
la utilización de autoinformes, teniendo en cuenta que una importante tendencia, en este tipo
de sujetos, es la deseabilidad social, es decir contestar lo que piensan que sería deseable
socialmente (Manzanero, 2010). No tener en cuenta este hecho, podría producir la
modificación de los resultados de algunas investigaciones, produciendo falsos positivos o
falsos negativos.
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