El Constitucionalismo PDF
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Constitucionalismo 19
CONSTITUCIONALISMO*
CONSTITUTIONALISM
GUSTAVO ZAGREBELSKY
Università degli Studi di Torino
1. EL CONSTITUCIONALISMO MODERNO
El constitucionalismo contiene un ideal político atemporal. Pero es tam-
bién, en su núcleo originario, una experiencia circunscrita a una fase precisa
Traducción de Francisco Javier Ansuátegui (Instituto de Derechos Humanos Bartolomé
de las Casas. Departamento de Derecho Internacional Público, Eclesiástico y Filosofía del
Derecho. Universidad Carlos III de Madrid).
3
I. KANT, Sopra il detto comune: “Questo può essere giusto in teoria, ma non vale per la pra-
tica” (1793), in Scritti politici e di filosofia della storia e del diritto, a cura di N. Bobbio, L. Firpo, V.
Mathieu, Utet, Torino, 1956, p. 260.
2. EL PROCESO DE GENERALIZACIÓN
4
ARISTÓTELES, Política 1291b
5
TUCÍDIDES, La guerra del Peloponeso, II, 37.
6
ARISTÓTELES, Política, 1279b.
ca, no como fin en sí misma sino para el propio ascenso social, es decir para
participar en el ámbito de los derechos “de todos”. No lo deberían olvidar
sobre todo las víctimas de los modernos procesos de exclusión social, cuan-
do se abandonan a la indiferencia frente a la democracia e incluso creen que
les conviene confiar su propia suerte en manos de cualquier oligarca, convir-
tiéndose en una masa a la que se puede utilizar y secundando así las siempre
amenazantes tendencias demagógicas del poder.
La generalización de la democracia no ha sido un fin en sí: la universa-
lización del sufragio, que es el fenómeno más claro del progreso de la de-
mocracia, tampoco. El fin de la participación política ha resultado ser, y es,
la apertura del Estado y su transformación de autoridad garante del orden
social basado en la estructural “gran división” que venía del Ochocientos,
a instrumento de contestación de dicha estructuración. En síntesis, podría-
mos decir que entre el punto de partida de entonces y el de llegada de hoy,
se ha producido la progresiva incorporación de la “cuestión social” en las
estructuras del Estado, sobre todo en las estructuras políticas, incorporación
que naturalmente repercutió en las estructuras administrativas, cargadas
de competencias, cada vez mayores, de naturaleza no sólo autoritativa sino,
como se dice, “prestacional”, a la vista de la mejora de las condiciones ma-
teriales y espirituales de la parte de la población que está en la base de la
estructura social. Que la vía de la superación de la gran división esté jalona-
da por dramáticos conflictos políticos y sociales, y que se hayan causado y
soportado grandes sufrimientos, es algo que no necesita ser recordado. Pero
el movimiento no se habría podido detener con la pura y simple restauración
del pasado. Así, hasta los regímenes totalitarios del Novecientos, que preten-
dían invertir el camino de la democracia, han asumido a su manera, como
elemento de la propia ideología y de la propia acción, el rescate social de las
masas de desheredados, si bien en visiones organicistas, donde no había sitio
para derechos y libertades, sino sólo para deberes y funciones.
El constitucionalismo ha registrado este camino y ha incorporado las
conquistas, de acuerdo con su tradición, como derechos y no simplemente
como simples cesiones de hecho o como concesiones a la presión social siem-
pre revocables, una vez transformadas las relaciones de fuerza. En cuanto
derechos de la persona humana, producto de su dignidad (una palabra y
un concepto que ocupa el centro del constitucionalismo actual sólo tras la
tragedia del fascismo y del nazismo), el constitucionalismo ha protegido a
las aspiraciones de liberación social del chantaje político frente al que habían
común y observando con preocupación que este delicado mosaico puede rom-
perse en cualquier momento”. ¿No es éste un explícito reconocimiento –en
relación a las más graves violaciones de derechos humanos: los crímenes de
genocidio, contra la humanidad, de guerra y de agresión– de la existencia de
una general interdependencia de las partes concretas y de la exigencia que
en todas las piezas del mosaico, para utilizar la expresión del Preámbulo, el
mismo standard de respeto de los derechos humanos sea garantizado, como
mínimo común denominador de civilización jurídica? No todos los Estados
aceptan esta jurisdicción, en particular los Estados más potentes, los poten-
ciales vencedores en caso de conflicto y de comisión de delitos en los que el
Tribunal es competente. Al constitucionalismo de nuestro tiempo le afecta
esta ausencia de unanimidad, y sobre la justicia penal internacional conti-
núa pesando la acusación de ser “justicia de vencedores”. El camino, en al-
gunos aspectos, apenas se ha iniciado, pero el hecho mismo de que exista
esta acusación significa que la aspiración es la remoción de las causas que la
justifican.
4. EL NEO-CONSTITUCIONALISMO
sin que sean previstas por ningún texto vinculante, venciendo progresiva-
mente las resistencias que aún permanecen, aunque en retroceso, en ciertas
jurisprudencias “chovinistas” de países que se consideran portadores de
identidades constitucionales nacionales fuertes.
5. LA ISLA DE PASCUA
9
J. DIAMOND, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, cit. p. 101.
Pascua era un microcosmos. Su desastre puede ser visto casi como una
experiencia “in vitro”, referida a una sustracción, un hurto, incluso una ex-
torsión de los bienes ambientales. Pero no sólo de éstos. Los hurtos se pueden
referir a todo tipo de recursos vitales. Ciertamente, de manera principal, los
recursos naturales, las materias primas y las fuentes energéticas de la Tierra,
nunca como hoy empobrecida hasta la explotación intensiva al servicio de
la producción en gran número de productos destinados al consumo inme-
diato. Pero también los recursos financieros, cuando tienen una anticipada
y ficticia existencia debido a políticas de endeudamiento a largo plazo, cuyo
peso cae sobre la riqueza y el bienestar de quien, viniendo luego, no ha podi-
do disfrutar de aquellos recursos, ni podrá disfrutar puesto que ya han sido
consumidos. En fin, los recursos de la materia viva, sometidos a manipula-
ciones del más diverso género, que reducen la biodiversidad, exponen a ries-
go de extinción especies vegetales y animales y llegan a afectar a la existencia
del ser humano, prometiéndole el más monstruoso de todos los dones, la
inmortalidad.
Lo que aúna todas estas operaciones es la separación en el tiempo de los
beneficios –anticipados– respecto a los costes –postergados–: la felicidad, el
bienestar, el poder de las generaciones actuales al precio de la infelicidad,
el malestar, la impotencia, hasta la extinción o la imposibilidad de venir al
mundo, de las futuras.
La ruptura de la contextualidad temporal constituye un desafío que no
puede dejar indiferentes ni a la moral, ni al Derecho. Éstos ya no valen sola-
mente en un “presente común”10. El “prójimo” del que aquellas normas, has-
ta ahora, se han ocupado siempre (“ama al prójimo como a ti mismo”; “no
hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti”, “no matar”, “no robar”,
etc.) se ha convertido en un sujeto abstracto que, cuando sea concreto, no
habrá podido levantar su voz en el momento en que tengan lugar acciones
dañosas para él. Esta ruptura de la contemporaneidad es hoy uno de los pro-
blemas, o quizás el problema, del que depende el futuro de la humanidad.
En términos jurídicos, la cuestión que se le plantea al constitucionalismo
es la siguiente: desde el comienzo (recordemos el art. 16 de la Déclaration), su
noción clave ha sido el derecho subjetivo, que se contrapone de diferentes
maneras al poder arbitrario. Pero el derecho subjetivo presupone un titular
presente. “Derechos de las generaciones futuras” es una de aquellas expre-
siones impropias que empleamos para esconder la verdad: las generaciones
10
H. JONAS, Frontiere della vita, frontiere della tecnica, il Mulino, Bologna, 2011, p. 131.
GUSTAVO ZAGREBELSKY
Facoltà di Giurisprudenza
Università degli Studi di Torino
Via S. Octavio, 54
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