D7 ART1 Casanovas 2018
D7 ART1 Casanovas 2018
D7 ART1 Casanovas 2018
Cita recomendada:
Casanovas, A. E. (2018). El significado de la conquista de la hegemonía en Antonio Gramsci. Divulgatio.
Perfiles académicos de posgrado, 3(7), 1-19. Disponible en RIDAA-UNQ Repositorio Institucional Digital de
Acceso Abierto de la Universidad Nacional de Quilmes http://ridaa.unq.edu.ar/handle/20.500.11807/2795
ARTÍCULO
Agustín E. Casanovas
Universidad Nacional de Rosario. Contacto: [email protected]
Resumen
La pregunta por el significado de la expresión conquista de la hegemonía cobra relevancia
a partir de que, a juicio de Antonio Gramsci, para evitar que la toma del control de las
instituciones de la sociedad política sea efímera o devenga una dictadura, es necesario
que la misma esté precedida, o al menos acompañada, de dicha conquista. En el presente
trabajo se analizan diversos apartados de los Quaderni del carcere en los que Gramsci
hace uso del concepto de hegemonía. En estos se advierte un desplazamiento del
significado de este término desde un uso más restringido, en el que denota una alianza
política entre el proletariado y otras clases subalternas, hacia una versión ampliada en dos
sentidos: por un lado, pone énfasis en el rol ideológico y cultural de esta alianza y, por otro,
en el que la hegemonía es utilizada como concepto teórico de investigación capaz de
revelar los mecanismos con los que cuenta la burguesía para ejercer el poder sobre las
clases subalternas. Posteriormente se discute qué quiere decir, en cada uno de estos
casos, que la hegemonía esté en manos de la burguesía para luego volver sobre la
conquista de la hegemonía como tarea del proletariado. La hipótesis que se sostiene es
que la hegemonía conquistada no se ejerce sobre la burguesía a la que se le arrebata.
Palabras clave: marxismo, Gramsci, hegemonía, dirección política, dirección cultural
Abstract
The question on the meaning of the expression conquest of hegemony is relevant since,
according to Antonio Gramsci, to avoid an ephemeral takeover of political institutions or a
dictatorship, the takeover must be preceded or in company of that conquest. This paper
analyzes diverse paragraphs from the Quaderni del carcere, in which Gramsci uses the
concept of hegemony. In these paragraphs there is a displacement of the meaning of this
term from a more limited use, which refers to a political alliance between the proletariat and
other subaltern classes, towards a sense in which it is amplified in two ways: on one hand,
Gramsci emphasize the ideological and cultural role of this alliance; on the other hand,
hegemony is used as a theoretical concept capable of revealing the mechanisms used by
the bourgeoisie to rule over subaltern classes. After discussing what means, in each case,
that the hegemony is in the hands of the bourgeoisie, we investigate the conquest of
hegemony as a task belonging to the proletariat. The hypothesis is that the conquered
hegemony is not exerted over the despoiled bourgeoisie.
Keywords: Marxism, Gramsci, hegemony, political leadership, cultural leadership
Divulgatio. Perfiles académicos de posgrado, Vol. 3, Número 7, 2018, 1-19.
Introducción
De acuerdo con Fabio Frosini (2009), en los Quaderni del carcere, Gramsci propone
una nueva forma de leer a Marx en la que el quinquenio que empieza en 1845 cobra una
importancia capital. Gramsci señala que el año 1848 constituye, sí, una experiencia
político-filosófica, pero no es un trauma que induzca a Marx a empezar desde el principio
(Frosini, 2009). Gramsci lee entre los diversos textos de Marx una continuidad que le
permite plantear al concepto de praxis como clave para entender el marxismo en toda su
originalidad: no se trataría de una nueva filosofía sino la renovación del modo en que la
filosofía se concibe a sí misma. Frosini (2009) interpreta que Gramsci lee, invita a leer, a
traducir y a difundir Marx, por un lado, para justificar y legitimar su aproximación al nexo
entre verdad y política, y por otro, para conferir al comunismo una verdad-potencia que
ponga a distancia cualquier tipo de decisionismo o esencialismo. Con los Quaderni del
carcere, Gramsci intentaría que el comunismo incorpore el que considera su
descubrimiento más importante: la verdad redefinida en términos de praxis; la afirmación,
de forma práctica, mundana e inmanente, de un modo de vida frente a otros posibles.
Frosini (2009) explica que Gramsci toma de Antonio Labriola el inmanentismo que
sostiene como clave para entender la dialéctica marxiana; esto lo diferencia de cualquier
otro exponente del marxismo de la época, como podrían ser Lukács o Korsch, que veían a
la totalidad –una referencia hegeliana– como el elemento distintivo del marxismo. A partir
de la inmanencia Gramsci puede leer a Marx teniendo como clave a la unidad entre teoría
y praxis. Sin embargo, Gramsci se da cuenta de que para hacerlo es necesario efectuar
una revaluación de la relación entre Marx y Engels. Este último había hecho de Marx un
científico que había descubierto las leyes del desarrollo histórico de la humanidad; un
economista con un pensamiento sistemático y cuya obra principal era El Capital. Sólo
rescatando a Marx de esta tutela era posible recuperar a Marx en tanto político. Dejando
de apreciar su obra como sistemática se podía verlo como al autor de un pensamiento
estratégico, cuya actividad teórica se encuentra supeditada e intrincada a su actividad
práctica. Atacando la vieja ortodoxia marxista iniciada por Engels y su Antidühring,
Gramsci cree que puede ser inaugurada una nueva ortodoxia con la que se restaura la
novedad inaudita de la filosofía de Marx, que había sido perdida. Al descartar aquello que
ha sedimentado sobre el núcleo central de la vieja ortodoxia, lo que permanecería es la
discusión misma sobre cuál sería el auténtico pensamiento de Marx. Y esto constituye una
ortodoxia paradójica ya que a tal discusión no se le puede poner un cierre.
La ortodoxia, estipula Frosini (2009), se sustrae, de acuerdo a la lectura que sostiene
Gramsci, a los hombres particulares. La ortodoxia se consigna a las relaciones entre ellos,
por lo que no hay nada ni nadie que pueda intentar decretarla nuevamente: se trata de una
práctica. Gramsci recupera así un tema decisivo y germinal del joven Marx: cuando la
Divulgatio. Perfiles académicos de posgrado, Vol. 3, Número 7, 2018, 1-19.
1
Cf. “1. Algunas consideraciones sobre la cuestión metodológica”
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de la misma hegemonía. Es por esto y por el acuerdo general que hay entre los diversos
comentadores que omitiremos el tratamiento de este tipo de versiones, intentándonos
centrar, como intenta hacer Cospito (2004), en aquellas notas en que el concepto presenta
elementos de interés y recorre contextos fuertes y significativos.
resto de las clases explotadas. Devenir clase hegemónica no significa subordinar los
intereses de los grupos sobre los que se ejerce esta hegemonía a los propios. Al contrario,
para pasar de la fase económico-corporativa a la fase de hegemonía ético-política es
imperioso comprometer estos grupos teniendo en cuenta sus intereses y tendencias. La
clase hegemónica debe estar predispuesta a hacer sacrificios que permitan alcanzar un
equilibrio que asegure la alianza de clases. Mabel Thwaites Rey (1994), al referirse a las
bases materiales de la hegemonía explica que una clase social sólo puede tener una
supremacía sobre los otros sectores sociales si se presenta a sí misma como capaz de
desarrollar las fuerzas productivas. Thwaites Rey (1994) enfatiza que una superación del
economicismo vulgar no implica que sea posible construir un consenso si este no viene
acompañado por algún grado de incorporación de los sectores populares en el desarrollo
económico social.
También a nivel local, encontramos que Javier Balsa (2006 y 2007) se muestra
reticente a llamar hegemonía plena o a otorgarle el tipo hegemónico a lo que llama la
dominación como alianza de clases o la concepción leninista de hegemonía debido a que
habría una ausencia de operaciones ideológicas o transformaciones de los sujetos
sociales. A nuestro parecer, esta posición se relaciona con el hecho de que, en sus
escritos, no distinga entre los que nosotros marcamos como el segundo y el tercer
momento de la hegemonía como dirección política. Como señalamos, en el tercer
momento los intereses dejan de ser exclusivamente económicos y sí parecería haber
necesidad de alguna transformación por parte del proletariado como sujeto como para que
éste sea capaz de realizar sacrificios económicos en previsión de algo mejor. Por otro lado,
consideramos que poner el énfasis sólo en la hegemonía como dirección cultural podría
hacer olvidar, velar o, al menos, dejar implícita la dimensión ético-política más básica del
concepto que acabamos de describir, cuyo descuido podría explicar sendos retrocesos del
campo popular desde mediados del siglo XX. Sin embargo, no dejamos de coincidir con
este autor en que lo que él denomina lógicas de la construcción de la hegemonía sólo
pueden operar de una manera articulada (Balsa, 2006).
haberle otorgado a la hegemonía en tanto dirección cultural el predominio que tiene por
sobre la hegemonía como dirección política (Bobbio, 1990).
Gramsci (1977b) afirma que los diferentes grupos sociales suelen tener sus propias
concepciones del mundo, aunque no sea más que de forma embrionaria. Durante el
proceso de conformación de la hegemonía, de acuerdo con el autor, cada una de estas
ideologías confrontará y/o se fusionará con otras hasta vencer o desaparecer. Sólo una o
una combinación de varias se terminará imponiendo y se difundirá por la sociedad o por
las clases que concertaron la alianza política (Gramsci, 1977c). Una vez que ha sido
lograda dicha unificación, los objetivos político-económicos coordinados en la hegemonía
como dirección política se ven acompañados por una unidad cultural, es decir, por una
unidad intelectual y moral.
Apreciemos como ejemplo lo sucedido con los discursos que salían en defensa de lo
que hoy conocemos como trabajo forzado. Nos resulta aberrante la posibilidad de una
esclavitud o servidumbre sin interferencias y rechazamos aquellos relatos que figuran algo
que podría parecérsele, como los que se encuentran en Susan Dabney Smedes (1887). La
obra de Philip Pettit (2002) sobre la libertad, incluso, podría ser leída como el intento de
justificar este tipo de intuiciones burguesas respecto al fenómeno de la esclavitud y
escritos como los de John Roemer (1986), en donde esgrime que es un error considerar el
trabajo asalariado como una forma de explotación, no se atreven a decir lo mismo en
referencia al trabajo forzado. La ideología burguesa se ha encargado muy bien de que a la
mayoría de nosotros nos resulten detestables la esclavitud y la servidumbre, al mismo
tiempo que se ocupa de salvaguardar el empleo como fuente de dignidad o, al menos,
como vía hacia una integración social fuerte, como postuló Robert Castel (1995).
5. La hegemonía burguesa
El uso más novedoso que hace Gramsci del término hegemonía, de acuerdo con
Bobbio (1990) y Anderson (1981), es su aplicación historiográfica para analizar las formas
que adquiere el ejercicio burgués del poder en las sociedades capitalistas occidentales.
Una de las cosas que llaman notablemente la atención respecto de esta modificación
conceptual es que se daría, en una primera instancia, de manera inconsciente y a partir de
cuestiones formales. Por ejemplo, Anderson (1981) atribuye este desplazamiento a las
referencias fluctuantes que adquieren los apartados de los Quaderni del carcere en que
Gramsci exponía sus ideas; esta forma de exposición, descrita como “protocolo de
axiomas generales de sociología política” (p. 16), es atribuida a una estrategia para
esquivar la censura o disminuir su meticulosidad. Esta generalidad lleva muchas veces a
Gramsci a hacer referencia, por ejemplo, a una clase dominante, término bajo el que
podría caber alternativamente tanto la burguesía como el proletariado revolucionario. Sin
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embargo, aunque los primeros desplazamientos del término no hayan sido intencionales,
los usos ulteriores a estos sí lo son y representan el interés genuino de Gramsci en la
estructuración del poder burgués, ya que de otra manera sería imposible explicar las
referencias a las instituciones de la sociedad civil, propias de las sociedades capitalistas
estabilizadas. En este sentido, John Merrington (1968) considera que esta modificación se
alinea con el objetivo de Gramsci de definir el poder de una manera más comprehensiva
que le permita articular, tanto a nivel político como ideológico, diversas instancias –por
ejemplo, el rol que le atribuye a los intelectuales– en una estructura específica de poder en
una formación social moderna dada. Esta visión nos permite entender cómo la
incorporación de la dimensión cultural en la hegemonía está en estrecha vinculación con el
uso de este término en la investigación teórica de la sociedad capitalista.
Podemos, a continuación, intentar comprender qué significa que la hegemonía, tanto
en el sentido de dirección política como en el de dirección cultural, esté en manos
burguesas. Como vimos, este desplazamiento del sujeto de la hegemonía desde el
proletariado a la burguesía otorga a este concepto nuevas funciones teóricas en la
investigación histórica marxista. Por ejemplo, Gramsci (1977c) analiza que en la época de
Jean Bodin, la burguesía había coordinado sus intereses con los del resto de los sectores
sociales que conformaban el Tercer Estado, haciéndolo actuar como un bloque único. Esto
significa que, respecto de las clases subalternas, la burguesía había tomado el control
también de la hegemonía en el sentido de dirección cultural. Sin embargo, el interés
político del Tercer Estado, en referencia a los sectores sociales ajenos a éste, es el de
alcanzar cierto consenso que ayude a encontrar un equilibrio entre todas las fuerzas
sociales; de lo que se trata, en términos de hegemonía, es de llevar a cabo una alianza
con las otras clases que le asegure la dirección política, la cual, de acuerdo con Gramsci
(1977c), en esta época era ejercida por medio de la figura del rey.
Como se desprende de los fragmentos referidos al proletariado, que la burguesía
tenga en su poder la hegemonía entendida como dirección política significa que, en algún
momento –que probablemente se ubicaría en algún punto entre la consolidación de la
monarquías absolutas y las revoluciones que las abolieron–, esta clase encontró ciertos
intereses que compartía con los sectores sociales subordinados y que le permitían, a
cambio de algunos sacrificios económico-corporativos que no hacían mella en su posición,
convertirse en la organizadora de la acción de esta alianza (Gramsci, 1977c). Que esta
hegemonía continúe hoy en día en manos burguesas significa que la alianza entre el
capital y las clases que le están subordinadas sigue en pie, por lo que estas últimas, entre
las que se ubicarían tanto el proletariado industrial como el campesinado, se encuentran
prestando un consentimiento tan voluntario y activo como la colaboración (Anderson,
1981).
Divulgatio. Perfiles académicos de posgrado, Vol. 3, Número 7, 2018, 1-19.
6. La conquista de la hegemonía
relieve la importancia del partido. En primer lugar, como vimos más arriba, la burguesía es
hegemónica, en el sentido de dirección política, porque ha logrado articular sus intereses
con los del resto de las clases que le son subalternas; porque se ha aliado con el resto de
los sectores que, a su vez, prestan su consentimiento y su colaboración voluntarios y
activos (Anderson, 1981). De esto se desprende que el proletariado, que es una de las
clases que consiente la hegemonía burguesa, debe dejar de prestar este consentimiento.
Romper la alianza que tiene con el capital significaría, por un lado, volverse consciente de
cuáles son sus verdaderos intereses, los cuales desplazarían de su lugar a aquellos que,
consensuados con la burguesía, no hacían más que velar por la situación de explotación.
Esto, sin embargo, no podría ser impulsado por el proletariado en su conjunto, ya que si
así fuera sería porque éste sería consciente de que los intereses que lo movilizan son
aquellos que perpetúan su situación de dominación, lo que significaría que la hegemonía
que se quiere repudiar no existiría como tal. A juicio de Gramsci (1977b), el repudio de la
alianza con la burguesía y la promoción de una nueva, que tenga como finalidad el fin de
la explotación sólo pueden ser llevados a cabo por un partido político, organismo que fue
dado por el desarrollo histórico.
Gramsci (1977b) explica que el papel que asigna al partido no podría asumirlo un
individuo porque las acciones que se necesitan llevar a cabo no son inmediatas,
inminentes y de tipo defensivo, restaurativo o reorganizativo, sino de un alcance vasto, de
un carácter orgánico y de tipo creativo original. Asimismo, tampoco podrían ser acciones
espontáneas y oportunistas realizadas por la totalidad de la clase, como quizá podría
haber postulado Georges Sorel, ya que para Gramsci (1977b) es necesario, por un lado,
que el partido se instituya como mito o fantasía que, actuando sobre el proletariado
disperso, suscite y organice una nueva voluntad nacional-popular, y por otro, que exista
una primera célula en donde germine dicha voluntad. En este punto es que se pone en
juego el rol de los intelectuales orgánicos: estos son los dirigentes del partido y los que
brindan, al proletariado en este caso, homogeneidad y consciencia de su función
económica, social y política (Gramsci, 1977b y 1977c).
Gramsci (1977b) indica que los grupos sociales se crean a sí mismos intelectuales.
Éstos constituyen la cohesión principal que tiene un partido. Podría interpretarse que los
dirigentes de aquel partido aparecerían en el desenvolvimiento natural de cada clase, sin
embargo, esto no es así porque, por ejemplo, los campesinos serían un sector sin
intelectuales orgánicos. Además, también es posible que un determinado estrato
intelectual desaparezca (Gramsci, 1977b). En caso contrario no tendría sentido la
recomendación gramsciana a los intelectuales de que prevean siempre la posibilidad de su
derrota y destrucción; de que no descuiden la preparación de un fermento a partir del cual
pueda regenerarse el elemento intelectual (Gramsci, 1977c).
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adversarios” (Gramsci, 1977c, pp. Q13-§21)2 no incluye a la burguesía, como podría haber
interpretado, siguiendo a Anderson, “un cierto izquierdismo vulgar” (1981, p. 23).
2
Para las citas de este texto hemos utilizado en todos los casos la traducción de Ana María Palos: A. Gramsci (1999),
Cuadernos de la cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana, México: Era.
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Principios que Marx no enuncia como tales ni exige una mediación dialéctica entre ambos (Frosini, 2009).
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1º] el principio de que “ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no
existan ya las condiciones necesarias y suficientes” [o que no estén en curso de
desarrollo y de aparición], y 2º] que “ninguna sociedad se derrumba si primero no ha
desarrollado todas las formas de vida que se hallan implícitas en sus relaciones”
(Gramsci, 1977a, pp. Q4-§38)
4
Podría ponerse en cuestión la equiparación que estamos haciendo entre las condiciones estructurales y la voluntad
nacional-popular, pero esta última no puede mantenerse de forma indefinida en el plano discursivo, es decir, no pueden
ser meras promesas que una clase hegemónica hace al resto de los sectores que dirige. La voluntad nacional-popular
necesita imperiosamente verse reflejada en las condiciones económicas, o sea, debe estar constituida por sacrificios
efectivamente llevados a cabo.
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Esta opción recuerda a vivencias de los primeros años de posguerra como las que describe Willy Brandt (1999), en
las que rememora su vida en Lübeck, entre las escuelas y los centros culturales socialdemócratas que daban forma a
la socialización mediante grupos infantiles y juveniles, exposiciones de arte, conferencias, música y teatro.
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los días contados y las acciones que podría llevar adelante serían limitadas e inocuas: si
todavía tuviera la suerte de que las fuerzas de represión le respondan, su uso le traería
aparejados la condena y el castigo del resto de la sociedad, que la terminaría de expulsar
de su último reducto de poder. Si la hegemonía fue realmente conquistada, el programa de
reforma económica debería estar bastante avanzado. Poco queda como para impedir que
éste sea llevado adelante. Si los medios de producción siguen figurando en manos
privadas en la letra de la ley, probablemente la dirección económica principal ya no está en
manos de la burguesía. Una burguesía sin dirección económica, política ni cultural
parecería que no tiene más remedio que disolverse.
Consideraciones finales
esta cultura y hacerse cargo de la dirección cultural sobre sí mismo. La forma en que esto
se lleva adelante no es ni por un individuo ni de forma espontánea por la clase como
totalidad; nuevamente, es el partido, cuyos dirigentes y en cierta medida todos sus
integrantes son intelectuales orgánicos, el que tiene a cargo reformar la cultura. Sin
embargo, la existencia del partido sólo puede darse si previamente existe una voluntad
colectiva en el seno de la clase, por lo que, vemos, la relación entre la creación de la
voluntad nacional-popular y la reforma intelectual y moral es profundamente dialéctica.
Esto es aún más claro cuando Gramsci estipula que sin la reforma en la concepción del
mundo, no puede haber un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva; ambas se articulan
de forma profundamente dialéctica, ya que no puede haber progresos en una si
previamente no los hubo en la otra. A su vez, esto sería lo que impide que los sacrificios
económicos que promueve el partido sean percibidos como perjudiciales.
Gramsci enfatiza en el rol del partido como articulador de intelectuales y en el rol
de estos últimos como persuasores permanentes. Esta insistencia, cuando nos ocupamos
del problema de qué hacer frente a las instituciones sociales que tienen conexión con la
elaboración y difusión de la cultura burguesa, nos hizo inferir que este autor impulsa un
fortalecimiento y expansión del partido de forma tal que llegue a reemplazar en sus
funciones a algunas instituciones de la burguesía y se consolide como una oposición a
otras, de forma que pueda criticar severamente la ideología que promueven, limitando la
influencia que en otro momento podían llegar a tener sobre las clases dominadas.
Finalmente, concluimos que la conquista de la hegemonía no pretende ningún
consenso por parte de la burguesía. Si así lo hiciera, estaríamos ante la ilusión de que la
burguesía brinde su apoyo a su propia desaparición como clase. Este error es en el que
cae el reformismo y el parlamentarismo, que termina siendo un bloqueo permanente a la
acción revolucionaria, ya que la condiciona a un consentimiento que no es esperable y
cuya persecución termina por ser un desperdicio de energías. En cambio, los reformadores,
entre los que ubicaríamos a Gramsci, pretenden una modificación en la cosmovisión y una
nueva alianza, pero limitadas al resto de las clases explotadas. Una vez que han sido
alcanzadas, como la sociedad civil en Gramsci es el momento primario tanto de la
estructura económica como de la sociedad política, no hay nada que impida que, en la
economía, se socialicen los medios de producción, y en el gobierno, que el control del
mismo se traspase de la burguesía al proletariado. Anderson cree que tiene sentido ejercer
la violencia contra el capital una vez que se ha conquistado la hegemonía, pero una clase
que ha perdido la dirección económica, política y cultural parece no tener ninguna
posibilidad de reacción que pudiera otorgar un rol relevante al ejercicio de la fuerza.
Referencias bibliográficas
Divulgatio. Perfiles académicos de posgrado, Vol. 3, Número 7, 2018, 1-19.
Thwaites Rey. Gramsci mirando al sur. Sobre la Hegemonía en los 90. Buenos Aires:
Kohen y Asociados Internacional.