Qué Es La Filosofía

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1) QUÉ ES LA FILOSOFÍA

Antes de empezar a hablar de Filosofía, es decir, antes de desarrollar temas filosóficos, es necesario decir qué
es la Filosofía, es necesario definirla y caracterizarla. Esto es así porque el tratamiento que hagamos de los temas
filosóficos, e incluso la propia elección de éstos, va a estar precisamente condicionada y determinada por nuestra
concepción de la Filosofía, y no hay una única concepción de la Filosofía, sino muchas e incompatibles entre sí ,
concepciones que van asociadas a los respectivos sistemas filosóficos. Porque “filosofía” no es un término que pueda
entenderse en un sentido unívoco, sino equívoco, lo que quiere decir, sencilla y llanamente, que podemos entender
muchas cosas distintas por Filosofía. No es ésta, por tanto, una cuestión preliminar o introductoria, sino esencial, por
lo cual podemos afirmar, en sentido estricto, que la primera cuestión filosófica que vamos a abordar es
propiamente qué es la Filosofía.
A lo largo de la historia ha habido multitud de concepciones de la filosofía , entre ellas las siguientes: la de
los primeros filósofos, llamados “presocráticos”, en las que la Filosofía es más bien Metafísica, ya que intenta explicar
las causas y naturaleza del mundo entendido como un todo; las que la han presentado como mera “historia del
pensamiento” o Doxografía (Diógenes Laercio, siglo III d.C.); como Teología o conocimiento dirigido a Dios y a la
demostración de su existencia (San Agustín, siglo V; San Anselmo, siglo XI; Santo Tomás de Aquino, siglo XIII);
como una ciencia en sentido estricto, algo así como la Ciencia de las Ciencias (Edmund Husserl, siglo XIX); como una
“actividad” eminentemente Lingüística, dirigida a resolver los problemas semánticos del lenguaje (Wittgenstein, siglo
XX); como una suerte de Existencialismo o especulación sobre el problema de la existencia humana (Miguel de
Unamuno, Jean Paul Sartre… siglo XX); o incluso como un pseudo-conocimiento abocado a la desaparición por haber
sido sustituido por las ciencias (Manuel Sacristán, siglo XX)… Así las cosas, seríamos en verdad notablemente
ingenuos si pretendiésemos tomar de un modo unívoco el término “Filosofía”, como parece desprenderse de alguna de
las definiciones del Diccionario, por ejemplo: “Ciencia que trata de los principios, causas, esencia y propiedades de las
cosas naturales”. La realidad, como vemos, bien distinta, es que han existido multitud de concepciones de la Filosofía
que comportan contradicciones insalvables, y por ello es imprescindible, insistimos, adherirse a una concepción de la
Filosofía específica, determinada, que nos haya de servir como fundamento de nuestros análisis críticos, aunque
precisamente por ello nos enfrente irremediablemente con otras concepciones de la Filosofía. Y la concepción de
la Filosofía que vamos a presentar aquí, a modo de Doctrina Filosófica o Sistema Filosófico, y que va a ser el
fundamento de nuestros análisis filosóficos, es una concepción Materialista. En lo que sigue, trataremos de exponer
las líneas básicas de este MATERIALISMO FILOSÓFICO.

2) NUESTRA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA FILOSOFÍA


2.1) EL LUGAR DE LA FILOSOFÍA EN EL CONJUNTO DE LOS CONOCIMIENTOS
Históricamente, el término “Filosofía” (, acuñado al parecer por Pitágoras en el siglo VI antes de
nuestra era, procede de los términos griegos V“filos”: “amante de”, “aficionado a”) y “sofía”: “sabiduría”),
por lo que podría definirse, etimológicamente, como un “amor a la sabiduría”. Entonces, más que un conocimiento ya
dado, parece dársenos como una aspiración o tendencia al conocimiento. Pero esta precisión meramente etimológica del
término no sirve, desde nuestra concepción de la Filosofía, ni para definirla ni para caracterizarla, ya que ni la
filosofía es meramente una aspiración al conocimiento, ya que ha producido resultados a lo largo de su historia (como
queda patente, por ejemplo, en la repercusión de las obras de filósofos como Descartes, Kant o Marx en la ciencia y la
política), ni toda aspiración al conocimiento es necesariamente filosófica, pues podría ser de índole artístico,
literario, poético, etc. Así pues, es imprescindible hacer una caracterización más profunda de la Filosofía, y para ello
comenzaremos ubicándola en el conjunto de los demás conocimientos o saberes para determinar exactamente su
lugar. Porque, en primer lugar, afirmamos que la Filosofía es un verdadero conocimiento o saber, ya que proporciona
una descripción del mundo circundante y nos predispone a actuar frente a él. En este sentido, debe aclarase que
cuando hablamos de conocimiento debemos entender éste en cuanto ligado a su propósito o finalidad fundamental
y última, que es la de garantizar la supervivencia del ser humano, haciendo posible la satisfacción de sus necesidades
primarias (y, más tarde, secundarias y terciarias), mediante la modificación de la naturaleza (en esto consiste la
técnica, de la luego se hablará) … Veamos ahora qué características tiene la filosofía en relación con otros
conocimientos:
A) La filosofía es, evidentemente, un conocimiento cultural porque es aprendido, es decir, no es natural (innato), como
tampoco lo es la ciencia ni la mayoría de los tipos de conocimiento. Existen, no obstante, ciertos “conocimientos”
humanos que son naturales porque son innatos y, por tanto, están presentes en nosotros
desde el momento mismo de nuestro nacimiento, como los diferentes reflejos (reflejo palmario, rotuliano, de succión o
mamario, natatorio...) e impulsos instintivos (el llanto), ciertas invariantes conductuales (el saludo, la sonrisa, la
identidad en las expresiones gestuales de las distintas emociones...) y los llamados “universales lingüísticos”
(estructuras genéricas que, según Noam Chomsky, hacen posible el aprendizaje y uso del lenguaje).
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Este tipo especial de “conocimientos” naturales (nótese que usamos comillas) deben interpretarse y valorarse
justamente en el contexto de la evolución biológica de nuestra especie, pues jugaron un papel decisivo en la
supervivencia de nuestros antepasados hominoideos y homínidos, si bien dicho papel evolutivo prácticamente ha
desaparecido en el ser humano actual, cuyas características esenciales están enteramente determinadas por la cultura
(lenguaje, hábitos y costumbres, creencias de la más diversa índole, intercambios sociales, etc.).
B) A su vez, decimos que la filosofía es un conocimiento civilizado porque tiene un carácter abierto, cosmopolita
y universal, a diferencia del carácter cerrado aislado y particular de los conocimientos bárbaros. Los mitos, la magia,
la religión, la técnica, etc., son conocimientos bárbaros, no civilizados, lo cual significa que se mantienen al margen de
toda contrastación empírica con conocimientos similares. Por ejemplo, es fácil darse cuenta de que las técnicas de
construcción de instrumentos de las tribus (por ejemplo, las canoas que construyen los indios yanomamos del sur de
Venezuela y Brasil), sin perjuicio de su eficacia práctica, apenas se perfeccionan ni experimentan evolución
significativa alguna, pues son transmitidas de generación en generación sin alteración y, dado el aislamiento de la tribu,
sus componentes no pueden aprender de las técnicas de otras culturas. Lo mismo ocurre con los mitos, cuyo alcance y
valor de conocimiento no tienen sentido más allá de la cultura en la que surgen y se desarrollan (por ejemplo, los mitos
griegos); y también ocurre, de la misma manera, con las distintas religiones y conocimientos mágicos: cada pueblo tiene
sus dioses y sus prácticas mágicas, que apelan siempre a divinidades y espíritus distintos e incompatibles. La filosofía,
sin embargo, como la propia ciencia, se mantiene en contacto con otras formas de conocimiento y se ve
condicionada y determinada por ellas, razón por la cual, al menos en algún sentido, evoluciona.
C) Por último, se trata de un conocimiento crítico. Esto significa que no es dogmático, pues no parte de ninguna
verdad o verdades que suponga evidentes pero indemostrables (dogmas), ni de postulados científicamente
inverificables (infalsables), ni de postulados falsos. Esto ocurre, por ejemplo, con la Teología, que, aunque es un
conocimiento civilizado, es acrítico, pues parte del presupuesto de que Dios existe, y dicha existencia, como ya dijimos
al principio, constituye un dogma (es una verdad que no cabe cuestionar ni discutir desde la Teología). Lo mismo les
ocurre a otros conocimientos surgidos a partir de la transformación de los conocimientos bárbaros, entre los que cabe
destacar las Pseudociencias, la Tecnología y las Ideologías, todos ellos instalados en ciertas verdades dogmáticas, en
postulados científicamente infalsables o en postulados falsos. Así, por ejemplo, la ideología nazi parte del postulado
científicamente falso de que existe una raza y una cultura superiores que deben imponerse sobre las demás. La
Astrología (una pseudociencia) se elabora a partir del postulado, infalsable o inverificable científicamente, de que los
movimientos de los astros mantienen una relación causal con ciertos comportamientos humanos; la Homeopatía, otra
pseudociencia, parte del llamado “principio homeopático” (véase), que es científicamente falso. Y, finalmente, las
Tecnologías (electricidad, ingeniería nuclear, radar, láser...), aunque se generan a partir de la ciencia básica o pura
(rigurosamente la Tecnología sería “ciencia aplicada”), se conforman muchas veces a partir de una serie de
procedimientos prácticos efectivos que se nos presentan sin embargo desconectados de la base teórica que los
fundamenta (esto ocurrió, por ejemplo, en el siglo XVIII, durante la Revolución Industrial, cuya materialización fue
posible gracias a la máquina de vapor, cuyos fundamentos teóricos (científicos) no serían, sin embargo, conocidos hasta
más tarde, con el surgimiento de la Termodinámica gracias a Carnot, Joule y otros).
Por otra parte, los conocimientos científicos juegan un papel decisivo en la transformación que tiene lugar de los
saberes bárbaros en saberes civilizados, aunque acríticos, a saber: la transformación de la religión en teología, de los
mitos y leyendas en “sentido común” e ideología, de la magia en pseudociencia y, sobre todo, de la técnica en
tecnología, etc. Por eso los conocimientos civilizados pero acríticos están normalmente “impregnados” de ciencia
(desde la homeopatía se apela a leyes biológicas o a principios médicos; la Astrología pretende fundamentarse en leyes
físicas; el racismo halla supuestamente apoyo en leyes genéticas, etc.). Desde la filosofía, a diferencia de estos
conocimientos acríticos, las ideas se cuestionan y discuten en un intento de clarificar su génesis, su alcance, su
significado y sus límites. Este es el caso, por ejemplo, de la idea de Dios, que es una idea filosófica, y cuyo objeto, un
ser trascendente, omnipotente, omnisciente... ni puede ser presupuesto dogmáticamente, como hace la Teología, ni
tampoco científicamente demostrada su existencia (más adelante volveremos sobre esto)… Y ya para finalizar este
apartado, debemos decir que también la ciencia es crítica y, como la filosofía, carece de dogmas.
Así pues, recapitulando, acabamos de ver que, desde nuestra concepción de la Filosofía, ésta es un
conocimiento cultural, civilizado y crítico. Sin embargo, aunque estas características las comparte con la ciencia, la
Filosofía no es una ciencia, si bien guarda una estrecha relación con las ciencias. Y no es una ciencia porque las
ciencias se caracterizan por tener un determinado campo de estudio (llamado, en rigor, campo categorial), que es el
que define y demarca las distintas ciencias en el mundo real, en la realidad; y así, simplificando un poco y a modo de
ejemplos: el campo de estudio de la matemática viene determinado por el estudio de las leyes que rigen las relaciones

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y operaciones entre los números; el de la física, por las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos; el de la biología,
por las que rigen los procesos orgánicos de los seres vivos; el de la química, las combinaciones de los distintos
elementos y sustancias, etc. Sin embargo, la filosofía no tiene un campo de estudio determinado o específico,
categorial, sin perjuicio de que la actividad filosófica se resuelva en diferentes campos (filosofía de la religión,
filosofía política, filosofía moral o Ética, filosofía de la ciencia, etc.), como saber de saberes que es, pero no
categoriales (más tarde volveremos sobre esto en relación con la cuestión del origen de la Filosofía y de las Ciencias).
Aun así, nada de esto impide a la filosofía compartir con la ciencia, como decíamos, las características de conocimiento
cultural, civilizado y crítico.

2.2) TESIS FUNDAMENTALES ACERCA DE LA FILOSOFÍA


A) La primera característica de la filosofía, de acuerdo con nuestra concepción, y seguramente la fundamental, es
su carácter dialéctico (de “diálogo”), es decir, el uso de un método dialéctico, cuyo cometido es el de resolver
problemas o contradicciones, a veces aparentes, para desvelar las verdades (identidades) que ocultan, que se
hallan “escondidas”. Podemos así decir que el método dialéctico es a la filosofía lo que el método de “reducción al
absurdo” (véase) es a la lógica y la matemática. Así pues, existen problemas que sólo pueden ser “solucionados”
racionalmente, mediante la confrontación crítica de argumentos, y que no admiten una solución científica por estar más
allá del campo categorial de las ciencias. Y debemos recordar que el primer verdadero filósofo de la historia, Platón
(siglos V-IV antes de nuestra era), desarrolló su filosofía en forma de diálogos.
Exponemos a continuación varios ejemplos de problemas abordados con el método dialéctico por la filosofía:
1) El primero de ellos, en este mismo campo (la filosofía de la religión) del proceder dialéctico de la filosofía lo
encontramos en el análisis crítico de la idea de los filósofos estoicos de la divinidad por parte de los filósofos
Escépticos, que trata de resolver la contradicción existente acerca de la existencia del mal: si Dios, de acuerdo con su
esencia, es un ser omnipotente y omnimisericorde (su voluntad de hacer el bien es infinita), ¿por qué existe el mal en el
mundo? Si nos atenemos a esto, es imposible que dios no pueda evitar el mal (ya que es omnipotente), y también es
imposible que no quiera (ya que es omnimisericorde). Por ello es imposible también que no quiera y que no pueda,
lógicamente. Entonces sólo nos quedaría una posibilidad: “quiere y puede pero no lo hace”. Esto es lógicamente
contradictorio, de lo cual se deduce que o bien la Providencia de Dios (su capacidad de intervenir en el mundo) es
limitada, lo cual no puede ser porque es contrario a su propia esencia (es omnipotente), o que dios, así definido
(omnipotente y omnisciente) no existe, que es la conclusión de los escépticos.
2) Un argumento semejante es el que utilizó Bertrand Russell (1872-1970), subrayando la contradicción
inherente a la idea del Dios de las religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam), cuya característica
principal (esencia divina) es la omnipotencia. Russell plantea la siguiente pregunta: ¿podría ese dios crear una piedra
tan grande que NADIE pudiese mover? Sólo tenemos dos posibles respuestas: si no la puede crear, entonces ya no es
omnipotente (ya no es Dios, por tanto). Y si la puede crear, entonces, por su propia definición, él tampoco la podría
mover, y por lo tanto tampoco sería omnipotente (no sería dios, en suma). La conclusión dialéctica es que la idea de
Dios de las religiones monoteístas es contradictoria y, por tanto, su objeto, un ser todopoderoso, no sólo no existe,
sino que no puede existir.
3) El último ejemplo que ilustra el carácter dialéctico de la filosofía es la célebre paradoja de “el arco y la flecha”
de Zenón, un filósofo presocrático del siglo V antes de nuestra era, que trató con dicha paradoja de poner en
evidencia la concepción pitagórica del mundo. Según Zenón, una flecha lanzada hacia una diana nunca podría alcanzarla,
pues debería llegar antes a la mitad del recorrido, y antes de éste a la mitad de esa mitad y así sucesivamente ad
infinitum, lo cual quiere decir que tendría que recorrer un número infinito de puntos en un tiempo finito, lo cual es
imposible. La flecha no llegaría de hecho a empezar a moverse, por lo que el movimiento ni siquiera sería posible
(también puede platearse de manera inversa: llegaría a la mitad del recorrido, luego a la mitad de la segunda mitad… y
así sucesivamente, acercándose infinitesimalmente a la diana pero no llegando jamás). La paradoja encuentra solución
con Demócrito, un filósofo posterior (siglos V-IV antes de nuestra era), de acuerdo con cuyo análisis la paradoja se
produce al presuponer que existe un isomorfismo (identidad de estructura) entre el mundo físico y el matemático, que
es lo que habían afirmado Pitágoras y sus seguidores (los pitagóricos), suponiendo que el mundo físico tiene una forma
o estructura rigurosamente matemática (y que, por tanto, sería infinitamente divisible, como el espacio matemático).
Demócrito negará este isomorfismo, postulando la existencia de unas entidades eternas, inmutables e indivisibles a las
que llamará “átomos”. Y así, aplicando un procedimiento cuyo fundamento lógico es el mismo que el método de la
“reducción al absurdo” que se utiliza en matemática, solucionará dialécticamente la paradoja de Zenón: la flecha
recorrerá un número finito de puntos (átomos) en un tiempo finito y llegará a la diana... Este mismo postulado, el de la
existencia de los átomos, le servirá también a Zenón para solucionar la paradoja de la infinita divisibilidad de la
materia (véase). En última instancia, el eje central de estas paradojas de la infinita divisibilidad es el descubrimiento
pitagórico de la inconmensurabilidad de raíz de dos (véase).
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B) Debe desterrarse la idea de que la filosofía es un tipo de saber meramente teórico, especulativo. Desde sus
orígenes, la filosofía se ha revelado como un conocimiento práctico, como ya pusieron de manifiesto los llamados
“filósofos presocráticos”, en los siglos VI y V antes de nuestra era, para quienes la “filosofía” (rigurosamente,
metafísica) no sólo daba respuesta al problema del origen y naturaleza del mundo, sino también
a cuestiones prácticas relacionadas con la aritmética, la geometría y, sobre todo, en la astronomía (relación entre
las posiciones de los astros y los ciclos estacionales, las cosechas, la crecida de los ríos… conocimientos necesarios
para sobrevivir – véanse los hallazgos de Tales de Mileto en este campo). Por eso, como luego veremos en relación con
el origen de la filosofía y las ciencias, los primeros filósofos son también los primeros científicos…

C) Además, la Filosofía tiene un carácter crítico, ya que, además de lo que ya hemos visto (no parte de dogmas,
ni de postulados infalsables, ni de postulados falsos – véase pg.2), dispone de unos criterios objetivos, que son las
ideas filosóficas. Estas ideas filosóficas (como la idea de Dios, de alma, de libertad, de cultura, de mundo, de ser
humano, de verdad, de bien, de justicia, etc.) guardan una estrecha relación con los conceptos de la ciencia, a los que
llamamos técnicamente “categorías científicas”. Por ejemplo, puede utilizarse el concepto de ser humano en
Psicología, en Antropología, en Sociología y hasta en Física. Sin embargo, cuando utilizamos la expresión “ser humano”
en filosofía, un uso genérico de ella, uso que desborda los significados específicos (categoriales) que las distintas
ciencias particulares le atribuyen (ya que ninguno de ellos, por sí solo, puede “agotar” el significado y alcance de lo que
es el ser humano), pero que se entreteje de alguna manera entre todos ellos. Tenemos en cuenta todos esos
significados y sus relaciones para llegar a la idea abstracta, filosófica, de ser humano; y lo mismo podríamos decir de
multitud de ideas más, entre las que tienen especial importancia las que están a la base de las distintas ciencias, como
las ideas de espacio, de tiempo y de materia, en física (esta última se confunde habitualmente con la idea de cuerpo);
la idea de ser vivo, en biología; la idea de ser humano, en Antropología; la idea de mente, en Psicología; etc.

Pero la Filosofía es crítica también en el sentido de que las ciencias parten de ciertos supuestos que no se
cuestionan, pero sí lo hace la Filosofía, Pongamos, como ejemplo, la Física, cuyo campo viene determinado por el
estudio del movimiento en toda su extensión (tipos de movimiento y leyes que lo rigen), pero que “desprecia” otros
problemas como el del origen del movimiento (Aristóteles), o el de los argumentos que han tratado de negarlo o
cuestionarlo (Zenón), pues lo presupone existente sin más (no es un cuestión que incumba a la Física demostrar que el
movimiento tiene un origen, o tratar de probar que existe o por qué es posible). Esto es lo que ocurre con ciertos
problemas cruciales, como el origen del Universo en Física (explicado a partir de la hipótesis –postulado- del Big Bang),
o el origen de la vida en Biología (problema de la “transición” de la materia inorgánica en orgánica). El problema del
origen del Universo implica también a otras ciencias o “partes” de ciencias, como la Química, la Termodinámica o la
propia Matemática; y además, entraña ideas como las de tiempo, espacio, finitud-infinitud, limitado-ilimitado,
eternidad, etc., que lo sitúan, por tanto, en el terreno de la Filosofía. Y lo mismo pasa con el problema de la vida, que
también exige la intervención de ciencias como la Química, la Física, la Geología, etc., y en el que están implicadas ideas
filosóficas como la de origen, vida, teleología o finalidad, etc.

Y, finalmente, hay que decir que es la Filosofía es autocrítica, ya que su posible “progreso” pasa por el análisis
crítico de toda su historia. De esto se sigue que no podemos decir sin más que sea verdad lo que dijo Aristóteles, o lo
que dijo Descartes, o lo que dijo Marx. La verdad filosófica no se construye por acumulación de todas las verdades
particulares proporcionadas por los filósofos a lo largo de la historia, sino como resultado de la reflexión crítica
acerca del sentido histórico de cada una de esas verdades y sus consecuencias. El sentido que tiene la filosofía es
justamente éste, el de analizar la génesis de las ideas, que no son eternas, sino que tienen un origen histórico, así como
el de su evolución y transformación a lo largo de la historia, con la finalidad de comprender cuál es la relación de esas
ideas con los procesos materiales característicos de cada época y arrojar luz sobre su influencia, importancia y
significado. Por ejemplo, la idea de dios característica de las religiones terciarias (monoteístas) no tiene más de
veinticinco siglos, pues su origen se remonta a Jenófanes (siglo V antes de nuestra era), que en su crítica al
antropomorfismo de la religión griega elabora el concepto abstracto de Dios característico de la Teología. Y otro tanto
ocurre con la idea de cultura, que, en el sentido en que la entendemos y utilizamos, tiene su génesis en la Ilustración
alemana (siglo XVIII), etc. Esto es también lo que hace a la filosofía distinta de la ciencia, especialmente de la ciencia
natural, y es que el progreso de ésta viene determinado, aunque sólo sea relativamente, por una acumulación de
verdades (leyes físicas, químicas, biológicas...) que revelan cada vez con más precisión la regularidad y uniformidad de
los fenómenos de la naturaleza. Sin embargo, sí podemos sacar una conclusión común a las verdades científicas y las
filosóficas: que no son absolutas, sino relativas, pues constantemente, a lo largo de la Historia han de ser revisadas,
matizadas, corregidas… relativizándose su alcance y fijándose sus límites explicativos.

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2.3) JUSTIFICACIÓN DEL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA EN LA ANTIGUA GRECIA
La pregunta aquí es la siguiente: ¿Por qué suponemos que la Filosofía surge en Grecia, a principios del siglo VI
antes de nuestra era, y no en otras civilizaciones anteriores como Egipto, Mesopotamia, China o India? Pues bien,
defendemos que la verdadera filosofía surge en la Antigua Grecia en dicha época basándonos en dos perspectivas o
enfoques íntimamente relacionados:
1) Desde la perspectiva diacrónica (“a través del tiempo”), sólo la filosofía tal y como surgió en la Antigua Grecia
se mantuvo, en una tradición académica, institucional, bajo la forma de Escuelas, de forma continua e
ininterrumpida desde Platón, que fundó la primera Escuela filosófica (“La Academia”) a principios del siglo IV a.C.,
hasta la actualidad. Y dicha tradición incluye las cuestiones fundamentales que caracterizan a la filosofía tal y como la
conocemos. Entre ellas destacamos éstas: el estudio del origen, alcance y límites del conocimiento en general
(Gnoseología) y de la ciencia en particular (Epistemología), articulados en torno a la idea de verdad; el problema de la
determinación de los criterios de validez del comportamiento humano (Filosofía moral o Ética), articulados en torno a
la idea de bien; el problema de fundamentar y justificar la mejor manera de organizar y dirigir políticamente una
sociedad (Filosofía política), articulados en torno a la idea de utilidad; el problema de “lo trascendental” (Filosofía de
la religión), articulado en torno a la idea de Dios; el problema de la determinación de los criterios que rigen la estética
y el arte, articulado en torno a la idea de belleza (Filosofía estética), etc.
Y esto no ocurre con otras formas prefilosóficas de conocimiento, como pudiera ser la supuesta filosofía hindú,
china, egipcia o mesopotámica, que carecen de tal tradición histórica y doctrinal, pues su desarrollo histórico es
discontinuo y desigual, no hallándose en ningún caso un conjunto común u homogéneo de problemas a lo largo de dicho
desarrollo (bajo esta perspectiva carecería de sentido un libro sobre la historia de la filosofía China, por ejemplo).
Por ello en ocasiones se habla de “Filosofía Occidental”, para evitar toda posible ambigüedad, si bien la Filosofía, en
sentido estricto y como invento griego que es, tiene su origen en Occidente.
2) Por otra parte, desde la perspectiva sincrónica (“con el tiempo”), sólo la filosofía tal y como surge y se
desarrolla en la Antigua Grecia se mantiene en contacto con el resto de conocimientos de su época, lo cual ha ocurrido
a lo largo de toda su historia, y especialmente con el saber científico, del cual se nutre y al cual debe su génesis, como
ya vimos, y esto no ocurre en absoluto con esas otras formas prefilosóficas de conocimiento (filosofía china, egipcia...),
que se desarrollaron vinculadas a conocimientos míticos y religiosos de carácter irracional, justamente aquéllos a
partir de cuya crítica y “trituración” pudo surgir la verdadera Filosofía, como más adelante veremos.

2.4) EL ORIGEN DE LA CIENCIA: TESIS DE MATERNIDAD VS. TESIS MATERIALISTA


Sobre la relación entre la Filosofía y la ciencia todavía debemos decir algo más. Tradicionalmente se ha venido
afirmando que la filosofía es la madre de las ciencias. Esta tesis, conocida como “ Tesis de Maternidad de la
Filosofía”, afirma que la filosofía es anterior a las ciencias y que éstas surgieron precisamente a partir de ella, en un
proceso de desgajamiento. Pero la conclusión de esta tesis, de claro sesgo idealista, es que, con el surgimiento de las
ciencias, la Filosofía desaparecería, quedaría reducida a “residuos del saber” (y cabría pensar que, en el futuro, tales
residuos acabarían ingresando en el campo de alguna de las ciencias), integrados por conocimientos de tipo bárbaro
(mito, religión...) o pseudocientífico (irracional). Esta es la tesis que hace algunos años defendió el filósofo español
Manuel Sacristán, abogando así por la desaparición total de la filosofía de los planes de estudios académicos.
Desde nuestra concepción materialista de la Filosofía, la tesis de maternidad es falsa, pues el origen de las
ciencias no está en la Filosofía, sino en técnicas previas, cuyo objetivo primordial habría sido la supervivencia del
ser humano (relaciónese esto con la transformación que tiene lugar de la técnica a la “tecnología”). Así, por ejemplo, la
química tendría su origen en las técnicas de los orfebres, alfareros y metalúrgicos (como los que existieron en el
Antiguo Egipto), y más tarde las técnicas de los alquimistas; la termodinámica, en las técnicas que dieron lugar a las
máquinas de vapor; la geometría, en la agrimensura (técnica de medición de las tierras que, tras las crecidas del Nilo,
se desarrolló en el Antiguo Egipto); la Psicología surgiría a partir del desarrollo de las técnicas de cuidado de niños y
domesticación de animales; la astronomía, a partir de las técnicas de observación y medición planetarias de los
astrólogos babilonios; la Mecánica, a partir de las técnicas de los armadores (así lo indica Galileo); la aritmética, a
partir de las técnicas de contabilidad y comercio de los sacerdotes sumerios; la medicina, a partir de las técnicas
culinarias, cosméticas y traumatológicas (de los cuidadores de los gimnasios de la Antigua Grecia, que ejercían como
terapeutas); etc. Esta tesis ha sido defendida por el filósofo Gustavo Bueno, abogando así por la necesidad de la
filosofía y justificando de esta manera su lugar en el conjunto del saber y, como consecuencia de ello, en los estudios
académicos.
Además, el desarrollo de la ciencia en la Grecia Antigua, y en particular la Geometría, exigió, como
condición necesaria, la escritura, cuya forma elaborada es también, sin duda, una creación griega… Esta idea

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nos lleva inevitablemente a la tesis de que el lenguaje, y más específicamente el lenguaje escrito, es condición
necesaria de la ciencia, y también de la Filosofía: no hay ciencias ni Filosofía sin lenguaje.
Como conclusión, podemos decir que la filosofía, ni es una ciencia ni es la madre de las ciencias (que las
gobernase y dirigiese “desde arriba”), sino un conocimiento de “segundo grado” pues surge a partir del desarrollo
de las propias ciencias (que son saberes de “primer grado”, como la política, la religión, las técnicas, etc., pues
se ocupan directamente de la realidad), y versa sobre ellas, así como sobre el resto conocimientos de “primer
grado” (filosofía como “saber de saberes”: filosofía de la ciencia, filosofía de la religión, filosofía moral,
filosofía política, filosofía de la estética, etc.). Entonces, la Filosofía sólo es posible una vez que las ciencias están
al menos parcialmente desarrolladas, por lo que es posterior a éstas, y no al revés. Y esto es exactamente lo que pasó
en Grecia en el siglo VI antes de nuestra era, cuando la aritmética y, especialmente, la geometría, adquirieron por
primera vez el rango de ciencias y, como consecuencia de ello, se hizo posible el planteamiento de problemas que iban
más allá del campo de actividad propiamente científico para ingresar en el de la filosofía, como es el caso de la infinita
divisibilidad del espacio, derivado del reconocimiento del isomorfismo entre la física (mundo real) y la matemática (nos
referimos al problema de la inconmensurabilidad de Ö2). Por ello los primeros filósofos fueron también los primeros
científicos (geómetras), como es el caso de Tales de Mileto, el primero de los filósofos, que desarrolló su actividad en
la primera mitad del siglo VI a. C.

2.5) EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA COMO PASO DEL MITO AL LOGOS


Por otra parte, y en relación también con el problema del origen de la filosofía, existe una tesis clásica
(popularizada por el filólogo Wilhelm Nestle, autor del libro Del mito al logos, 1940) que afirma que la Filosofía
supuso el paso del mito al “logos”. El “logos” (que podemos traducir como “razón” o “racionalidad”), según esta tesis,
fue introducido por primera vez por la filosofía, que habría surgido en Grecia en el siglo VI antes de nuestra era . Con
ello, la filosofía habría desplazado definitivamente la interpretación mitológico-religiosa (irracional) de la realidad.
Antes del surgimiento de la filosofía, los sucesos naturales eran interpretados atribuyendo sus causas a la
intervención aleatoria de fuerzas sobrenaturales (porque su poder excedía el de la naturaleza) y trascendentes
(porque estaban “más allá del mundo”): los dioses griegos. Un rayo, por ejemplo, era explicado como resultado de la
voluntad de Zeus, enojado por algún comportamiento humano. Estos dioses griegos eran, naturalmente,
antropomórficos, es decir, estaban “construidos” por inspiración directa de los comportamientos y de las debilidades
humanas: se enfadaban, eran vengativos, celosos, incautos, etc.
En contraste con este irracionalismo, la filosofía introdujo por vez primera una interpretación racional de los
fenómenos de la naturaleza, atribuyendo sus causas a fuerzas y leyes naturales e inmanentes (que están “dentro
del mundo”), y desplazando definitivamente ese infantilismo que había caracterizado hasta el momento el pensamiento
de los griegos. La filosofía, por tanto, introdujo la racionalidad (“logos”) en la explicación de las cosas naturales y no
naturales (es decir, culturales). Pues bien, desde nuestra concepción de la Filosofía, desde nuestro Materialismo
Filosófico, y aunque suscribimos en lo esencial la citada tesis del paso del mito al logos, debemos hacer al menos
dos precisiones o correcciones importantes:

1) En primer lugar, no podemos decir sin más que la racionalidad filosófica suponga una ruptura radical con la
irracionalidad de las explicaciones mitológicas, pues los mitos ya implican una cierta racionalidad, aunque sólo sea por
su pretensión de proporcionar una interpretación, por medio del lenguaje (sin perjuicio de que fuese ingenuamente
antropomórfica), de los sucesos de la naturaleza, disponiendo a los seres humanos a actuar frente a ellos y poder así
sobrevivir (pensemos que, todavía en la actualidad, muchas culturas bárbaras están plagadas de mitos que procuran
alejar a lo miembros de la tribu de ciertas zonas supuestamente contaminadas de espíritus malignos, manteniéndolos
así lejos de fuentes infecciosas, como zonas de aguas estancadas, donde podrían contagiarse y propagar peligrosas
enfermedades). Y esto supone, sin lugar a dudas, un progreso considerable sobre la época previa a la formación de las
primeras sociedades, en la que los seres humanos eran primitivos cazadores-recolectores, con una organización social
rudimentaria, que sólo disponían de los recursos técnicos imprescindibles para sobrevivir.
2) Y, en segundo lugar, vemos necesario complementar dicha tesis con la del “origen científico” de la
Filosofía, justamente porque no hubiese sido posible esta irrupción repentina de la filosofía como crítica de los mitos
sin las bases racionales que la ciencia había puesto antes. Fueron las ciencias, antes que la Filosofía, las que aportaron
la idea de la existencia de una regularidad y uniformidad en los sucesos naturales. La idea de universalidad, que se
forjó originariamente en la matemática (y especialmente de la geometría como ciencia deductiva, primero con Tales y
más tarde con Pitágoras), fue trasladada, a la Filosofía (“racionalidad universal”). Y, por último, esa racionalidad (el
logos) de la Filosofía consistió en la trituración sistemática de los mitos particulares de cada pueblo, al instalarse
conscientemente en una perspectiva de “logicidad universal”. Éste es el significado profundo del paso del mito al logos,
más que la interpretación alegórica e historiográfica de los mitos.

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