Dandismo y Asesinato
Dandismo y Asesinato
Dandismo y Asesinato
“El Negro”
(ensayo literario)
1
Contenido
Resumen de este ensayo ……………………… 5
examen de una novela significativa de este género en México, Ensayo de un crimen, de Rodolfo
Usigli.
Son dos aspectos principales los aquí analizados: el dandismo del protagonista, ligado a su
visión del mundo y de las personas, y el tema del asesinato “estético” en la novela estudiada.
Quincey —con su Del asesinato considerado como una de las bellas artes— y las actitudes
rebeldes de artistas como Charles Baudelaire u Óscar Wilde, expresadas parcialmente en sus
El crimen estético y el refinamiento del vestido —como parte de un “buen gusto” que tiñe
juicios y prejuicios del protagonista sobre el mundo y las personas— enmarcan una historia
de esa narración, encontramos implicaciones de tipo social e ideológico que agregan interés a
una hermosa obra literaria porque comprendemos los modos de pensar y existir de unos
pues, influida en parte por la creciente popularidad de la llamada “novela negra” originada en
Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo veinte, y entre cuyos fundadores más
Se estudian aquí, por tanto, origen e historia del dandismo tanto como nacimiento y desarrollo
la construcción de los personajes que pueblan Ensayo de un crimen, así como algunas de sus
Capítulo 1 (Introducción)
de noviembre de 1905 y murió ahí mismo el 18 de junio de 1979, a los 74 años de edad. Su
padre, Alberto Usigli, era italiano y su madre, Carlota Wainer, polaca; no obtuvo títulos
autodidacta. Se le considera, generalmente, el padre del teatro mexicano moderno.1 Sin duda, de
entre los autores de su tiempo creativo incipiente (que es el tiempo de los Contemporáneos,
aunque Usigli nunca se consideró parte de ese grupo), él fue tanto el mayor dramaturgo
―indiscutible― como el mejor novelista. Los intentos narrativos de Gilberto Owen (Novela
como nube) y Xavier Villaurrutia (Reina de corazones), sin carecer de indudables méritos,
quedaron en eso: intentos que jamás conquistaron el gusto del gran público ni el entusiasmo de
la crítica. Ellos fueron más poetas y ensayistas, aunque también hicieron incursiones en
dramaturgia, periodismo y, como hemos dicho, unas pocas novelas que no alcanzaron
trascendencia.
bautizó como Josette Simó. El matrimonio duraría menos de un lustro. Pasados sus cuarenta
años, contraj osegundas nupcias con una mujer bella y menuda, Argentina Casas Olloqui, a
quien agradecemos datos y anécdotas invaluables sobre el artista por su libro autobiográfico, Mi
1
Existe una sucinta y puntual información sobre la vida y obra de Usigli en la página web de Cenart y CITRU “Lo
que yo soy es Teatro. A cien años del natalicio de Rodolfo Usigli 1905-2005” [en línea]:
http://www.cenart.gob.mx/centros/citru/html/archivos/expo_usigli/expo.htm
2
Tuvimos en cuenta, para este trabajo, la primera edición en Lecturas Mexicanas 39, Segunda Serie, de Ensayo de un
crimen (Secretaría de Educación Pública, 1986, 304 pp.).
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representativas del siglo XX mexicano. Muchas de sus piezas dramáticas tienen tal renombre
que es difícil encontrar persona del ámbito teatral o literario que no conozca por su título, al
menos, El gesticulador, pieza para demagogos en tres actos; la trilogía Corona de sombra
(1943); Corona de fuego (1960); y Corona de luz (1964). Estas obras tratan, en el mismo orden,
sobre el Segundo Imperio mexicano y sus protagonistas, Maximiliano y Carlota; sobre el último
día del caudillo azteca, Cuauhtémoc; y sobre la aparición de la Virgen Guadalupe. Es ajeno a
este trabajo hacer un recuento completo de sus obras, que sólo en dramaturgia suman cientos de
páginas y puestas en escena, además de que han merecido innumerables comentarios críticos y
premios.
faltó entre su producción la escritura de ensayos, sobre todo con reflexiones acerca de su
actividad principal: México en el teatro (1932), Caminos del teatro en México (1933), Anatomía
del teatro (1939) e Itinerario del autor dramático (1940) son algunos de sus títulos.
Tenía cerca de cuarenta años cuando decidió componer Ensayo de un crimen, objeto de esta
reflexión. Antes, será bueno anotar que aún intentó otra novela, de cuya culminación Octavio
Paz le disuadió; y hubo otra más: Obliteración,3 un texto que en edición de autor tuvo un tiraje
3
“En 1973 Usigli publicó un segundo relato, Obliteración, con 22 láminas de la pintora Sofía Bassi, en una edición
de mil ejemplares firmados por el autor y la artista plástica. No consta al calce el nombre de la editorial y el colofón
informa que se imprimió en la ciudad de Aguascalientes, en el registro aparecen las iniciales de R. U. y su dirección
de ciudad de México: Roma 32, departamento 37, México 6, D. F.; así es que debe ser considerada edición de autor”.
Guillermo Schmidhuber de la Mora, “Rodolfo Usigli, ensayista, poeta, narrador y dramaturgo” [en línea]: artículo
alojado en el sitio Cervantes Virtual:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/00368404200271351010046/ p0000001.htm
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elegante y contiene una veintena de láminas pintadas por la surrealista Sofía Bassi. Más de un
biógrafo se olvida de esta veta narrativa en Usigli, que si no dio frutos más abundantes se debió
a la absoluta pasión por la escritura y acción dramáticas a las que dedicó su vida artística.
Ensayo de un crimen salió a luz en 1944 y algunos críticos la consideran la primera novela
policiaca en México. Carlos Rojas, por ejemplo, dice de ella que es “…una compleja novela
psicológica que inauguró el género policiaco en México…”4 Sin embargo, como lo recuerda
Ilán Stavans, hay diversas opiniones en cuanto al género de esta obra: María Elvira Bermúdez la
Stavans, en cambio, asegura que el argumento más fuerte contra esta opinión es la presencia del
ex inspector Herrera, cuya aparición es “un recordatorio de la justicia y el orden que persiguen
al protagonista” (1997).5
mexicana del siglo XX. En el terreno estético, fue la manifestación más destacada, en nuestro
país, de las tendencias iniciadas en Inglaterra durante el siglo anterior, escritas en torno a la
arquitectura narrativa sobre las cuestiones psicológicas o sociales del texto. Los críticos han
reconocido influencias notorias en esta obra. En efecto, Sobre el asesinato considerado como
una de las bellas artes (Thomas de Quincey),6 Crimen y castigo (Dostoievski), La decadencia
4
En “Ciudadano del teatro” [en línea]: http://www.literaturainba.com/escritores/bio_rodolfo_usigli.htm
5
Del original: “…a reminder of the justice and order which haunt the protagonist.” (Traducción nuestra). Véase
Stavans (1997), pp. 80-82, 92 y 93.
6
Revisamos, de esta obra, tres ediciones: 1877, 1999 y 2006 (la primera en inglés y las siguientes en español).
10
de la mentira y El crimen de Lord Arturo Saville (Óscar Wilde, 2004 y 2000, respectivamente),
más otras creaciones de autores menos conocidos, son presencias que, mediante un mínimo
cotejo, pueden advertirse en Ensayo... Ilán Stavans7 nos hace notar la referencia patente de
Crimen y castigo (1997). Podríamos agregar esa pequeña narración de Wilde, titulada El crimen
de Lord Arturo Saville, pues guarda cierto parecido, en algunas situaciones, con el texto que
venimos comentando. Se trata de una noveleta, acaso un relato de apenas cincuenta páginas (en
mi edición suman 49), publicada por vez primera en 1887. A grandes rasgos, se trata de un
estaba en fechas cercanas a su boda y, por lo tanto, sufría el temor de que la víctima de su
supersticioso caballero fue, sencillamente, cumplir su destino antes del matrimonio y así salvar
a su amada, pues, pensaba el personaje, “¿Qué felicidad podría haber para ellos, cuando podría
ser llamado a cualquier hora a realizar la pavorosa profecía escrita en su mano? ¿Qué manera de
vida sería la suya mientras la fatalidad aún tuviera este espantoso suceso en la balanza? El
Las similitudes de la mencionada obra con Ensayo... son varias, entre ellas esta
inquietud del personaje en vísperas de su boda. Roberto de la Cruz, en la novela mexicana, sabe
que deberá cometer un asesinato antes, pero no por una premonición sino porque él está
determinado a “ser un gran criminal o un santo” y su inclinación más bien prefiere lo primero.
Otra, es cierta vocación de paseante citadino (“vagabundeos de calle en calle”, se nos dice que
7
“…aunque el autor era un admirador confeso de George Bernard Shaw, la inspiración para Ensayo de un crimen le
vino de Crimen y castigo, de Dostoievski, y de Thomas De Quincey, especialmente en Del asesinato considerado
como una de las bellas artes”. Stavans, op. cit., p. 81.
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A lo largo del presente escrito, aludiremos a Ensayo de un crimen mediante cita textual y mención de la página
donde se encuentra el fragmento, siempre en la edición de Lecturas Mexicanas que empleamos como fuente.
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elegancia en que se desplazan ambos. Sin embargo, me parece principal coincidencia un toque
de frustración que comparten estos refinados asesinos: Lord Arturo cree haber dado muerte a su
víctima y, sorpresivamente, descubre que no fue el causante, sino que su anciana tía (a quien
eligió entre una lista de amistades) murió por causas naturales; dos víctimas de Roberto de la
Cruz, igualmente, fallecen a manos de otro personaje y no como producto de la planeación que
Sabemos que Usigli vivió un periodo de fuerte interés por la novela policial, como
atestiguaremos más adelante, pero sus biógrafos, en ocasiones, omiten esta faceta del escritor.
Las piezas de este género, mayormente escritas en inglés, irrumpieron con tal fuerza y profusión
desde Estados Unidos e Inglaterra hacia el resto del mundo, que no imaginamos que Usigli
conociera unos cuantos textos de ese corpus. No obstante, toda vez que De Quincey ha sido
considerado el punto de partida para esta variante genérica, esto es, aquella donde el crimen se
comete per se o porque “es una forma de arte”, o bien, se narra con espíritu lúdico, plagado de
humor, podemos concederle a la obra de este autor inglés primacía como trasfondo modélico de
Ensayo... Será en los límites, sin embargo, que el examen crítico del texto irá revelando a lo
Roberto de la Cruz es un hombre cuya edad puede imaginarse, a juzgar por las primeras páginas
de Ensayo… de entre unos treinta y cinco y cuarenta años, en un momento de su vida en que no
tiene ya a sus progenitores ni, según advertimos en la historia, familiar cercano alguno. Vive, en
prontamente. Sin embargo, su habilidad y buena suerte en el juego le permiten vivir y cumplirse
En su infancia, Roberto fue testigo de un asesinato que alguien cometió sin mediar otra
causa que el capricho y, casi en el mismo instante, el niño escuchó un cilindro musical que
repetía una pieza musical: El príncipe rojo.9 Tales circunstancias coincidentes marcaron la
psique del niño quien, en ciertos momentos de su vida, manifestaba una aspiración fantasiosa:
convertirse algún día en un santo, o bien, en un gran criminal. Esta idea lo perseguiría como
donde escucha la melodía de una cajita musical: es El príncipe rojo. Sus notas provocan una
reacción extraña en él, consistente en una sensación de intenso calor y una especie de
desprendimiento, como si su cabeza flotara sobre el cuerpo; en ese trance, Roberto se descubre
un asesino potencial: cualquier persona cercana hubiera podido sufrir las consecuencias de su
La obsesión criminal tenía, sin embargo, ciertos matices complejos. En primer lugar, el
personaje desarrolló una justificación racional para su impulso asesino: deseaba matar, pero
bajo la circunstancia de que no hubiese un motivo para ello. Ese crimen “gratuito”, además,
ejecutor anónimo, pero reconocido como se aplaudiría al autor desconocido de una obra
artística. En segundo lugar, desarrolló antipatía por cierta clase de personas a quienes
9
En la página del manuscrito está el título “Los Patinadores”, tachado, antes de “El Príncipe Rojo”. Es un dato
notable, sobre todo si se toma en cuenta que Argentina Casas, la esposa y biógrafa de Usigli, afirma que el autor de la
melodía mencionada en la novela, El Príncipe Rojo no era Emile Waldteufel, como lo identifica el autor, sino “de un
compositor mexicano que se llamaba Enrique Martínez” (2001, p. 163). Por mi parte, me fue fácil encontrar el título
“Los Patinadores”, vals de Waldteufel, pero hasta hoy no he hallado referencia a “El Príncipe Rojo”, lo cual me hace
pensar que el autor se decidió por una pieza ficticia.
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consideraba inútiles, sin distinción: simuladores, homosexuales. Por cierto, dos de sus víctimas
Entre los frustrados intentos (asesinatos platónicos, los llama con acierto Stavans) que
Roberto de la Cruz eligió para consumar su sueño, apareció en primer lugar Patricia Terrazas,
una mujer con detalles ridículos en su personalidad: sueños de grandeza, mal gusto en el vestido
y, dato importante para la moral del protagonista, inclinaciones lésbicas. “Equívoca”, como
La siguiente “víctima” resulta ser otro equívoco, que lo es en muchos sentidos: se finge
extranjero e imposta la voz para mejor aparentarlo; compró un título nobiliario para hacerse
llamar Conde de Schwartzemberg y colecciona objetos de valor entre los que abundan las
falsificaciones y baratijas. Y, desde luego, también se viste mal, tiene una apariencia
desagradable y es homosexual.
impelido, fuera de control, a matar a una mujer porque escucha la fatídica melodía que lo liga
con el trauma infantil (El príncipe rojo, reproducida porque ella accionó la famosa cajita
musical), por fin logra su intento. Sólo en apariencia, sin embargo, pues la mujer a quien mata
en la penumbra de una sala resulta ser su propia esposa y no la amiga de Roberto. Ambas
víctimas, la falsa y la que realmente muere, en armonía con cierta ideología más o menos velada
de la novela, están marcadas por pecados sexuales que de cierto modo justifican su destino fatal.
Los tres casos de asesinato resultan intentos fallidos pues, en el primero, Roberto arriba
a la casa de Patricia Terrazas cuando acaba de ser muerta por un ladrón vil; en el segundo,
14
nuestro personaje se supone triunfante porque abandona el cuerpo inerte del conde, suponiendo
que le arrancó la vida de un golpe en la nuca, pero en realidad este despierta y aún recibe la
visita de un conocido, quien acaba por matarlo luego de una discusión; en el tercer crimen, el
protagonista imagina que dio fin a su amiga Lavinia pero la verdad es que degüella a Carlota, su
mujer. Los tres casos resultan sendos golpes de amargo humor en que las reflexiones del
protagonista y del narrador adquieren una pátina de oscura ironía, como si el destino estuviese
determinado a jugarle horribles bromas a Roberto de la Cruz, por momentos especie de clown
trágico.
Los errores de este inventario hacen vivir peripecias intensas al fallido asesino: ingresa
en la cárcel porque se inculpa (pues su sueño es figurar como un gran criminal) por la muerte de
Patricia Terrazas; sufre cuando los diarios informan que la muerte del conde Schwartzemberg
privado de sus créditos como asesino gratuito; al final de muchas otras situaciones tensas, se ve
confinado a un manicomio, pues nadie le cree cuando se confiesa culpable de matar a Carlota y,
además, expone largamente su teoría del crimen artístico (a la manera de un “conocedor del
crimen” surgido entre las páginas de De Quincey) mediante el cual deseaba coronar de gloria su
existencia. Lo acompaña en este final su amigo, el ex inspector Herrera, quien a lo largo del
relato se comporta como una especie de sombra y conciencia de Roberto. Parece, este atípico ex
policía (pero común en la tradición del género: al margen de la ley aunque no exactamente en
contra de ella), la única persona que comprende a De la Cruz y también parece, en ocasiones,
histórico por la profusa mención de antros, lugares y calles de la Ciudad de México, además de
personajes de la época, disimulados algunos bajo nombres distintos de los reales. Igualmente
15
notable es la omisión de asuntos candentes en los años cercanos a su publicación (1944), como
lo hace notar Ilán Stavans (1997, p. 81): México atraviesa por una de sus crisis económicas y
Capítulo 2
Andanzas del género policial
17
La novela de tema criminal o policiaco cuyo primer antecesor, dicen muchos, es Edgar Alan
posterior sigue teniendo en esos dos países la sede más importante. La crítica reconoce, en
general y a grandes rasgos, los subgéneros “novela policial clásica” y “novela negra” como dos
de sus derivados. Esta última vertiente se originó en los años veinte, en Estados Unidos, con la
formatos de gran tiraje y papel barato. Tales fueron las pulp magazines, llamadas así
precisamente por el tipo de papel empleado en su impresión. Una de las revistas especializadas
que más renombre alcanzaron en esa primera época del género, fue la revista Black Mask. Este
título, más el empleado en Francia para las producciones literarias de la serie noir,
contribuyeron a que en el mundo de habla hispana se reconociera como novela negra a toda una
corriente de literatura policiaca con características que la hermanan con sus modelos
norteamericanos. Para una mayor claridad, permítaseme citar palabras de Otto Penzler, tomadas
Like Jazz, the hard-boiled private detective is entirely an American invention, and it was given
life in the pages of pulp magazines. Pulp now is a nearly generic term, frequently misused to
indicate hack work of inferior literary achievement. While that often may be accurate, pulp was
not intended to describe literary excellence or lack thereof, but was derived from the word
pulpwood, which is the very cheap paper that was used to produce popular magazines. These, in
turn, were the offspring of “dime novels,” mainly magazine-sized mystery, Western, and
dada vida en las páginas de las revistas pulp. Pulp es ahora casi un término genérico,
frecuentemente mal usado para indicar un trabajo de inferior calidad literaria. En tanto que eso
puede ser exacto, el término pulp no intentaba describir excelencia literaria o la falta de ella, sino
que era derivado de la palabra pulpwood [pulpa de madera], que era el papel más barato, usado
para producir revistas populares. Estas, a la vez, eran descendientes de las “novelas de a dime”
En México, podemos rastrear la producción de novelas del género desde 1942, cuando
el catalán Enrique F. Gual publicó El crimen de la obsidiana; en 1945 saldría de las prensas El
caso de los Leventheris y, en 1946, Asesinato en la plaza. Otras dos novelas aparecerían en los
años siguientes. Vicente Francisco Torres, en Muertos de papel (2003: 22), comenta:
Me parece que los libros de Gual sólo tienen un modesto valor literario, pero es preciso
destacar que tanto en sus novelas como en las de Rafael Bernal y los cuentos de Pepe Martínez
de la Vega, adquieren carta de ciudadanía los personajes calcados de tipología popular que
deambulan por las narraciones policiales mexicanas: porteros, taxistas, sargentos taimados,
vendedores, borrachines…
1932, y uno de sus precursores célebres fue Jorge Luis Borges (2008), quien junto a Adolfo
Bioy Casares escribió el libro de relatos Seis problemas para don Isidro Parodi,10 en 1942. No
es propósito de estas páginas abundar en la historia detallada de la novela policial, por lo tanto
10
La obra fue publicada originalmente en 1942 bajo el pseudónimo común de H. Bustos Domeq.
19
Muertos de papel, de Vicente Torres (ed. cit.); Antihéroes, de Ilán Stavans (ed. cit.); Los mitos
aplicación del realismo crítico a la novela policiaca norteamericana, de Javier Coma (2001); y
The black lizard big book of pulps, editado por Otto Penzler.
mexicano, en 1944. No sólo es la primera en sentido cronológico, sino que su narrativa está en
concordancia con el tono de la escrita por esos años en Latinoamérica y es una digna
prolongación de este importante fenómeno literario. Es decir, como literatura influida por la
época de oro de los pulps (entre las décadas de los 20 a los 40), Ensayo de un crimen se alza
como una obra bien construida, de prosa impecable e indudable amenidad. Si la precisión
negra. Los comentaristas de la narración policial, por cierto, consideran que las mejores obras
Usigli forma parte de la mejor tradición literaria mexicana, como sucede con su dramaturgia,
aunque sin duda es en esta última actividad donde “el caballero Usigli” goza del mayor
reconocimiento, tanto por la calidad como por la profusión de las obras que produjo.
autores de relato policial, entre quienes destaca Antonio Helú (1900-1972). Este hombre fundó,
Rafael Bernal, María Elvira Bermúdez, el mismo Helú y los nombres consagrados del relato
ser uno de los primeros autores del género en México, Helú fue su primer gran impulsor por
medio de la mencionada revista y las traducciones que allí imprimió. Su interés por esta
narrativa es temprana: escribía cuentos policiales desde 1929, según informa Vicente Torres
(2003, p. 44), aunque no dice si publicó en ese tiempo algún texto. Antonio Helú, finalmente,
alcanzó cierta proyección internacional cuando Ellery Queen incluyó La obligación de asesinar,
en el Queen’s Quorum, “como una de las —en aquel momento—110 colecciones de cuentos
policiacos de mayor importancia en la historia del género” (Torres: 2003, p. 44). No extraña que
en sus primeras ediciones, este libro apareciera con un prólogo entusiasta de Xavier
Villaurrutia.
Hubo de pasar mucho tiempo desde que, en 1944, Usigli publicara Ensayo de un
crimen, para que los lectores mexicanos de esta narrativa volvieran a disfrutar una novela
importante. Esta fue El complot mongol, de Rafael Bernal (2007), en 1969, pero no recibió una
difusión inmediata, por diversas razones; quizá la principal sea que Bernal estuvo ausente del
país ese y varios años subsiguientes. De acuerdo con Vicente Francisco Torres, “Rafael Bernal
fue el primer autor de lengua castellana que publicó un cuento en Selecciones Policiacas y de
Misterio: ‘La muerte poética’ (t. V, enero de 1947). Al año siguiente, en la misma revista,
aparecería ‘La muerte madrugadora’ […] (Torres, 2003: 21 y 33). Ensayo de un crimen y El
complot mongol son consideradas por la crítica como las más importantes novelas de aquellos
momentos inaugurales, por su calidad y sus virtudes literarias, y valen una dedicación particular
cada una de ellas. Ambas han sido comentadas ampliamente y dieron la voz de arranque a la
11
La primera edición de estos relatos corrió a cargo de la Editorial Novaro, en 1957.
21
No es, sin embargo, propósito de esta escritura presentar otra historia de la novela
criminal o policial, pues ya existen los textos básicos, algunos casi exhaustivos, acerca del
género en el mundo hispanohablante y en nuestro país. Baste pues, por el momento, lo anotado
hasta aquí para tener una idea general del origen y el recorrido que esta literatura hizo durante
sus primeros años. La influencia anglosajona ocurrió en fechas tempranas pero su difusión, que
hoy alcanza dimensiones de fenómeno amplísimo en México y el mundo, se instaló con cierta
lentitud.
siguiendo a algunos autores que escribieron ciertas premisas teóricas sobre el género policial.
En un conocido texto reflexivo de Chandler, titulado “El simple arte de matar” (quizá parodia
de Murder for pleasure, de Haycraft [1983: 158-177]), el narrador norteamericano hace una
comparación entre los textos de lo que hoy conocemos como la novela enigma, representada
sobre todo por las obras de Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, G. K. Chesterton —quizá los
nombres más conocidos entre los lectores mexicanos— y la llamada “Edad de Oro de la ficción
detectivesca”, que comienza después de la primera guerra mundial y dura, según Howard
Haycraft (en Murder for pleasure), más o menos hasta 1930. Según Chandler, en “El simple
arte de matar” (en Allen y Chacko, 1974: 387-399) “para todos los fines prácticos [esa Edad de
Oro] todavía existe”. Recordemos que escribía estas líneas en diciembre de 1944 (cf. Penzler,
2007: 133). Hoy se considera de modo general que la edad dorada del relato criminal abarca las
Pues bien, el ejercicio de comparación citado arriba no es la parte central de “El simple
arte de matar” sino más bien consiste en una serie de inferencias que interesa destacar en los
22
tres incisos siguientes, sobre todo porque de esa precisión depende cómo ubiquemos la novela
de Rodolfo Usigli.
Hay en el universo de la novela policial clásica una clara intención de divertir, como primer
propósito. Por ende, ahí un crimen se ve suavizado, minimizado por los toques de humor con
que suelen aderezarse las historias pero, en primer lugar, porque lo importante es el ejercicio
mental, el ingenio del detective que con su destreza deductiva lo resuelve todo. Difícilmente
encontraremos un regodeo, por parte del narrador, en la ejecución de un crimen sangriento, pues
este ocurre fuera de escena (es natural que así sea, además, porque se procura al lector la tensión
de una incertidumbre). Además, suele haber cierta elegancia escénica, cierto entorno
aristocrático, o por lo menos de clase media alta.12 Esto era meramente intencional, propiciado
por el público al que se dirigía este tipo de obras, y no necesariamente por la extracción social de
los autores. Ocurre al contrario en el entorno de la novela negra. Unas palabras de Raymond
Chandler servirán para ilustrar lo dicho (Allen and Chacko, 1974, p. 396).
Aunque [los autores ingleses de novela policial clásica] escribían sobre duques y jarrones
venecianos, los conocían tan poco, por propia experiencia, como lo que conoce el personaje
adinerado de Hollywood sobre los modernistas franceses que cuelgan sobre las paredes de su
castillo de Bel-Air o sobre el semiantiguo Chippendale, antes banco de remendón, que usa como
mesita para el café. Hammet extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón;
no tiene por qué permanecer allí para siempre, pero fue buena idea empezar por alejarlo todo lo
12
Me refiero al marco social en que se desenvuelven los detectives de la novela policial clásica (llámense Sherlock
Holmes, Henry Poirot o el Padre Brown).
23
posible de la idea de una Emily Post acerca de cómo roe un ala de pollo la debutante bien
Otro aspecto que distancia a la novela policial clásica del género negro es, sin duda, el lenguaje
empleado en la narración. Dice Chandler que hacía tiempo (en los años 20) se llevaba a cabo un
Seguramente se refería al universo literario de habla inglesa. Sin embargo, “Dashiel Hammet
aplicó ese desenmascaramiento al relato detectivesco”. En efecto, en la novela negra tienen voz
personajes de toda calaña, además de que el relato es más directo por necesidad temática y por
el público a que va dirigida esta clase de textos. Dashiel Hammet es mencionado en estos dos
puntos porque es uno de los pioneros de la novela negra y posiblemente quien le dio
características que luego habrían de mantenerse vigentes a lo largo toda la historia del género.
No fue sencillo el cambio ni atraer el gusto lector a las nuevas formas narrativas pues, según
en la forma clásica del relato detectivesco que dificultaba la aceptación general inmediata y la
posterior puesta en marcha del nuevo estilo. Sin embargo, además de las observaciones de
Chandler conviene advertir que el folletín, las dime novels y en general toda la producción
identificada como mystery ha sido, desde su origen, literatura popular con tirajes a millares y
ventas de gran escala. En ello ha jugado un papel de primera importancia el lenguaje directo, sin
rebuscamientos ni cultismos y a veces plagado de argot callejero, empleado por los personajes y
narradores dentro de esas páginas. Valdría la pena, en el espacio pertinente, ocuparnos de las
novela detectivesca clásica tienen una sensibilidad impregnada de cierto refinamiento, a quienes
Raymond Chandler trata con poca delicadeza, pues dice que estos lectores “prefieren sus
asesinos perfumados de magnolia y no les preocupa que se les recuerde que el asesinato es un
acto de infinita crueldad, aunque los que lo cometen tengan a veces el aspecto de jóvenes de la
suavemente encanecido”. Esto es un asunto nodal para diferenciar la novela policial clásica
crimen; la segunda nos recuerda que “el asesinato es un acto de infinita crueldad”. Lo hace por
medio de un estilo de escritura y una visión del mundo que le es particular: un mundo donde
quienes representan la justicia pueden tener menos principios y dignidad moral que los
infractores, “un mundo en el que un juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando
puede enviar a la cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo” (Allen and
Chacko, 1974: 397-398). Las implicaciones de este fenómeno van más allá de la diferenciación
genérica, pues constituyen una realidad que pone en la mesa de discusiones los valores estéticos
que en la literatura han de considerarse válidos o superiores. Tendríamos que hacer una revisión
de la estética a la luz de conceptos sociológicos actuales, como los contenidos en Las reglas del
arte y La distinción: criterio y bases sociales del gusto, de Pierre Bourdieu (2002a y 2002b),
entre otros trabajos que se preguntan el porqué y cómo las preferencias estéticas se imponen
13
Leemos en P. Bourdieu (2002b, p. 27): “Reconocer que toda obra legítima tiende en realidad a imponer las normas
de su propia percepción, y que define tácitamente como único legítimo el modo de percepción que establece cierta
disposición y cierta competencia, no es constituir en esencia un modo de percepción particular, sucumbiendo así a la
ilusión que fundamenta el reconocimiento de la legitimidad artística, sino hacer constar el hecho de que todos los
25
principio: el punto de vista de la enunciación. Si los lectores de la novela negra son “personas
con una actitud aguda y agresiva hacia la vida”, que “no tenían miedo del lado peor de las
cosas” porque, precisamente, “vivían de ese lado”, entonces, ¿quién les ofrece el discurso que
Aunque hay varios otros puntos de comparación, tomemos los tres incisos de arriba para
cotejar sus valores con las características de Ensayo… y así conseguiremos reconocer, en parte,
la clase de novela producida por Usigli. Después haremos, con mayor brevedad quizás, un
cotejo similar, sirviéndonos de las “Veinte reglas para escribir relatos policiacos”, escritas en
2.3.1) Si bien, según Raymond Chandler, Dashiell Hammett trasladó el relato policial “Del
jarrón veneciano al callejón”, sus palabras son, al paso del tiempo, expresión de la enorme
variedad de posibles escenarios en que se desarrolla esta narrativa. Lo mismo que ocurre, claro
está, con la literatura en general. Es decir, que una historia transcurra en el callejón o en un
palacio, en el bajo mundo del hampa o en los laberintos de las oficinas gubernamentales no es
determinante para considerar un texto como novela policial clásica o novela negra. Ahora lo
entendemos sin mayor dificultad: se trata más bien de un tono de contar y de una visión del
mundo; es cuestión de un tratamiento particular del asunto narrado, en general un crimen, lo que
ubica a la narrativa de uno u otro lado: novela enigma o novela negra. El espacio narrado, en
este caso la manera particular de mirar ese espacio por parte del narrador, y la manera de existir
en ese espacio por parte de los personajes, darán el ambiente, el rumbo y el tono a la historia.
agentes, lo quieran o no, tengan o no tengan los medios de acomodarse a ello, se encuentran objetivamente medidos
con estas normas”.
26
de ajuste social. Las ideas políticas de mayor influencia en Europa (socialismo, fascismo,
racistas y segregacionistas tanto en Europa como en América) ejercen su influjo entre los
intelectuales mexicanos (Gonález Herrera, 2008: 58-59).14 La novela que aquí estudiamos no se
ocupa explícitamente de esas marcas históricas pero las refleja, las permite atisbar en alusiones
aquí y allá, casi siempre despreocupadas, por parte de Roberto de la Cruz, el protagonista. Sin
embargo, en la relativa (o aparente) indiferencia del personaje ante la vida social de su país y su
ciudad leemos el desencanto del mismo frente a las instituciones y frente a las personas en
general. Los encuentros con la policía develan la pobre opinión que le merecen los funcionarios
de la justicia. Pero también hay una mirada desdeñosa hacia la humanidad en general.
Habita, Roberto de la Cruz, una casa de clase media-alta durante su niñez, evocada en
su ciudad provinciana, amueblada con una sillería francesa tapizada de terciopelo azul con
pasamanería dorada, donde él leía las Rimas de Bécquer mientras su madre hacía labor y su
hermanita tocaba el piano y su padre los contemplaba a todos en silencio.” (p. 12).
pero su afición al juego y quizás su indisciplina en cuestiones económicas lo dejaron con una
14
“La palabra eugenesia fue ideada por el científico inglés Francis Galton en 1883, con la premisa de que el
conocimiento de las leyes de la herencia podía usarse para lograr mejoras importantes en la reproducción y desarrollo
de las razas. Puesto en otras palabras, la eugenesia dio cobijo a un movimiento para mejorar la raza humana y,
particularmente, para preservar la pureza de algunos de sus integrantes […] El nuevo evolucionismo que desató la
aparición de El origen de las especies de Charles Darwin en 1865 fue una poderosa avenida de influencias sobre lo
que después sería conocido como la eugenesia, la cual reconoce como su texto fundador al Hereditary Genious, del
propio Galton, que apareció en 1869”.
27
moderada suma, apenas lo suficiente para seguir apostando en las cartas. Su habilidad lo
añoranza en cuanto al vestido y los ornamentos domésticos, pues está rodeado de antiguallas
que él considera de buen gusto, como el hombre culto y tocado por cierta nostalgia aristocrática
que es. Sigue procurándose algunas comodidades y lujos, aunque en los modestos niveles que
…Las paredes estaban pintadas de negro y en una de ellas se deshilachaba pacientemente una
vieja casulla. El olor penetrante de las maderas perfumadas de los escasos muebles —copias del
Renacimiento Italiano— lo hizo reaccionar un poco. Se puso la blanca y suave camisa; se anudó
luego la corbata Croydon Knit, color vino, y al ponerse el chaleco y el saco cruzado, el tacto de
la vicuña lo hizo pensar que se trataba de su último traje gris de tela inglesa. Se encogió de
hombros, tomó un sombrero gris suave, marca Christy, y salió de la habitación después de echar
una última mirada a su cama desecha [sic], de la que colgaba hasta el suelo la colcha de seda de
Damasco adornada con galón dorado —otra antigüedad moderna— (p. 12).15
Decidimos citar el párrafo entero porque así podemos constatar dos cosas importantes:
una parte de la escenografía en esta novela se mantiene “en el jarrón veneciano”, que
mencionaba Chandler, y sin embargo no es una novela fabricada al modo de los textos clásicos
ingleses. El mismo Chandler dijo que Hammet depositó el relato policial en el callejón, pero no
tenía que permanecer allí para siempre: la novela de Usigli es una muestra de ello y su
personaje vacila entre el callejeo curioso frente al crecimiento urbano (es, pues, un flâneur) y el
mundo turbio de algunas “amistades” del bajo mundo que cultiva, no con ánimo bohemio, sino
15
Todas las citas de Ensayo de un crimen están tomadas de la edición de Lecturas mexicanas (SEP, 1986) y por ello
solo indicamos la página de donde fue tomado el fragmento.
28
en busca de sus víctimas apropiadas. La otra cosa importante que podemos constatar en el
personaje como este suele colocarse por encima de los demás; las descripciones que hace
conocimiento y buen gusto pero también, en buena medida, sirven para marcar la inferioridad
de quienes no son como él —y casi nadie está a su altura— ni conocen o entienden suficiente el
mundo como para juzgar los valores estéticos de la arquitectura, del vestido y el arreglo
peculiar dandismo.
En lugar del callejón, el bajo mundo, el prostíbulo o el ghetto, los escenarios propicios
para el crimen son, en la novela de Usigli, en primera instancia, la arquitectura que logra
estética. Por ejemplo el castillo de Chapultepec, construido por Maximiliano bajo la inspiración
de “la ambiciosa y admirable Carlota”. El castillo “tenía proporciones —tenía ritmo— tenía
calidad.” (p. 13) En cambio, “el hemiciclo de Juárez le parecía de pésimo gusto” (p. 14).
Los personajes —también parte del escenario— que van apareciendo en la narración
reciben significativos juicios de parte, no sólo del protagonista, sino incluso del narrador, que
guía nuestra recepción de lo narrado. Primero aparece, entre quienes reciben denotaciones más
La señorita Terrazas tendió la mano a Roberto de la Cruz, que instintivamente la tocó apenas.
Era una mujer más bien alta, cargada de pieles y sortijas y collares y pulseras. Roberto de la Cruz
pensó: “No le falta más que la mano del molcajete”. Podría tener cuarenta años, quizás cuarenta
y cinco, aunque un examen más detenido producía el vértigo de lo insondable, y se sentía como
si, bajo el pancake que le cubría la cara, Patricia Terrazas hubiera tenido mil años (p. 26).
Es de notarse que la idea del pancake no es del personaje, sino de la voz narrativa,
Encontramos además, en este breve fragmento, muestra suficiente de lo que no es legítimo (de
buen gusto) en el arreglo personal. Por simple contraste podría deducirse lo que sí es válido en
el vestido y los adornos: la elegancia sobria, pulcra, de la persona culta y de auténtica finura. El
opuesto de Patricia Terrazas no es un personaje femenino (por decir, la señora Cervantes, madre
de quien sería la esposa de Roberto y epítome de las buenas maneras y decencia). No: el
opuesto de toda manifestación de torpeza y falsa corrección de porte y vestimenta era, ni más ni
menos, Roberto de la Cruz, paseante dandy de la capital mexicana. Y, por añadidura, aspirante a
“criminal artístico”. La técnica narrativa de Usigli, para reforzar los argumentos del texto
en pronunciar los juicios morales y estéticos desde una voz impersonal, venida desde el cielo
omnisapiente del narrador invisible, que nos da la información a cuentagotas y con quien, sin
más remedio, nos identificamos como lectores. Y no tenemos alternativa, porque esa voz
narradora es nuestra única guía en ese universo inquietante donde en lugar de un héroe nos
Podríamos seguir comentando las descripciones de, sobre todo, los personajes
antagonistas y encontraríamos siempre esa oposición entre lo bello según Roberto de la Cruz
30
contra lo grosero, la falsa aristocracia, la inmoderación en todos los habitantes “de calidad
inferior” que “están absurdamente de más en el mundo” (p. 143) y ambitan Ensayo de un
2.3.2) Desenmascaramiento por la palabra. El texto de Chandler (“The simple art of murder”)
apunta hacia una idea del realismo en la ficción literaria. Para él, la literatura intentó ser realista
de uno u otro modo a lo largo de toda su historia. En el tiempo que le tocó vivir advirtió que
…hacía tiempo que se llevaba a cabo un desenmascaramiento más o menos revolucionario, tanto
1974: 395).
Chandler continúa su disertación y dice, entre otras cuestiones, que Hammett escribía
sobre aquello de lo que tenía conocimiento e información de primera mano (aunque algunos
hechos los inventó, como hacen todos los escritores). “...tenía una base en la realidad; estaba
compuesta de cosas reales”. Prosigue asegurando que los autores ingleses de novela de
detectives conocían escasamente los temas de su escritura, por ejemplo los jarrones venecianos
y los caballeros nobles de sus historias. Cierto que el autor de Cosecha roja sabía cómo era y
qué hacía realmente un detective, puesto que él había tenido ese oficio antes de ocuparse de la
escritura. Las innovaciones de Hammet iban más lejos, sin embargo, pues “devolvió el asesinato
al tipo de personas que lo cometen por algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar
algún cadáver […] Describió a esas personas en el papel tales como son”.
31
deductiva de un cerebro dotado, dejó de ser el asunto único en torno al cual se construía el
Ya hemos dicho, páginas antes, que una virtud del género negro es su capacidad para
perfumados”, recrea para nosotros “un acto de infinita crueldad”. En esta característica,
también, emerge el realismo a que se refiere Chandler cuando habla del desenmascaramiento de
las palabras. Pero, sin lugar a dudas, la prosa del mismo Raymond Chandler es una muestra de
Al fondo, en la penumbra, había una recepción y detrás asomaba la calva de un hombre que tenía
los ojos cerrados y las manos morenas abandonadas sobre el mostrador. Estaba amodorrado, o lo
parecía. Llevaba una corbata que quizás la estrenase hacia 1880, anchísima, con un pedrusco
verde de adorno del tamaño de una manzana. Su blanda papada se derramaba sobre la corbata en
armoniosos pliegues, y también tenían pliegues sus manos que reposaban, sosegadas y pulcras,
luciendo unas uñas clientes de la manicura, con las lúnulas grises sobre un fondo rosado
Aunque no sería fácil captarlo del todo en un fragmento tan breve, lo que intento
mostrar aquí es tanto la precisión en el detalle como la humanización del personaje, cuyo
carácter percibimos desde las primeras descripciones, las que lo hacen entrar en escena. Pronto
llena el plató de nuestra imaginación una personalidad, una persona compleja y definida, casi
32
tangible gracias al cuidado del narrador. La obra de Chandler abunda en demostraciones de esta
Ahora bien, hasta qué punto la obra de Rodolfo Usigli tiene afinidades o no con esta
manera realista, cruda y divertida de contar que caracteriza a gran parte de la novela negra, es
algo que veremos a continuación. Sin embargo, conviene recordar que no existen los géneros
puros y que desde luego habrá matices en el estilo, en las gradaciones de realismo, crueldad y
humor, esas intensidades del discurso que estaban ausentes o francamente atenuadas en la
suele semejar el habla de la calle y del mundo informal de los criminales y sus perseguidores
(muchas veces tan parecidos, a pesar de su lugar opuesto en la jerarquía social), Ensayo de un
crimen está construido con una prosa cuidada, cuyo español corresponde más bien a la
agentes del orden, con o sin uniforme. Quien haya tenido un roce o encuentro con algún cuerpo
policiaco mexicano (o de cualquier otro país), sea cual fuera la causa, lo sabe; un policía no
dice: “...Pero los crímenes son como los libros: unos los escriben a tiempo y otros los copian.
Usted quería ser un gran criminal como otros quieren ser grandes escritores o grandes policías,
y en las crónicas, memorias, reflexiones que pueblan su novela, Usigli emplea un lenguaje
las normas general y culta del idioma español.16 Tal vez lo único que esto significa es que no
aparecen palabras de argot del bajo mundo, de los barrios pobres o del caló del Distrito Federal.
Está ausente en la intención de Usigli toda imitación de lenguaje rudo, inculto, como es
peculiar formación del canon artístico en México. La literatura española de todos los tiempos ha
oscilado siempre en dos bandos: uno, popular y capaz de llegar a extremos procaces;
considérese, para ofrecer un ejemplo lejano, La lozana andaluza (ca. 1528), de Fancisco
Delicado (y, desde luego, toda la picaresca). Otro, creyente de la superioridad que hay en las
letras de cierto decoro. La épica medieval, por ejemplo, se adornó con las complicaciones del
verso rimado y competía en dignidad con las letras cultas (el mester de clerecía) a pesar del
metro irregular de, por ejemplo, El poema del Cid. Don Quijote adornaba su discurso con giros
retóricos y con los elementos de la novela caballeril, dando verdaderas lecciones al simple y
menos informado Sancho. El Siglo de Oro nos dio un teatro popular de cuidado manejo
idiomático y la picaresca del viejo y del nuevo mundos se sirvieron en ocasiones de la jerga
muestras, al menos en México, de textos cuyo lenguaje imita con mayor o menor suerte el habla
16
Me atengo, en lo relacionado con los conceptos de “norma general” y “norma culta” del lenguaje, a las sencillas y
precisas explicaciones de don Antonio Alcalá en su librito El concepto de corrección y prestigio lingüísticos (1984),
de donde extraigo este fragmento apenas elemental: “Mientras la norma vulgar o norma baja cambia con mucha
facilidad las formas de expresión, la norma culta cuida la permanencia de los significados en los mismos
significantes. Esto le da estabilidad, lo que a su vez permite el estudio lento y sistemático de la lengua y una mayor
posibilidad de comunicación, por lo menos, numéricamente hablando.” (p. 45). Esta oposición entre norma baja (que
sirve como vehículo de comunicación a un número limitado de hablantes, por ejemplo en un barrio o una región
serrana determinada) y norma culta (el idioma que puede ser entendido por habitantes de amplias zonas geográficas y
que es empleado principalmente por escritores y comunicadores), aunque no deja de ser problemática, goza de
consenso y nos sirve como herramienta de trabajo.
34
popular y son aceptados como literatura, con independencia del juicio que merezcan por parte
de la crítica. Entre ellos Chin-Chin el teporocho (Ramírez, 1972), Las aventuras de Eddy Tenis
Boy (Villegas, 2006) y Pasito tun tun (Rubio, 2006) son sólo algunos ejemplos, en diversos
registros, de lo que venimos diciendo.17 Usigli, por su parte, y con él los escritores del grupo
eligieron el camino de la expresión pulcra, el lenguaje culto de quien ha tenido lecturas y viajes.
¿Ocurre, pues, de algún modo, ese desenmascaramiento por medio del lenguaje y los
materiales, mencionado por Raymond Chandler, en la obra de Usigli? Sólo nos puede responder
la novela misma, en determinados pasajes, por lo que habremos de volver otra vez sobre
fragmentos del texto. Anticipadamente diré que en el discurso narrativo de Ensayo... hablan
aristocrática, manifestada en los segmentos, abundantes, donde se comentan con filo crítico los
los personajes; hay asimismo descripción de joyas, objetos,18 perfumes y modales como signos
de buen gusto, esto es, el gusto aristocrático, aunque no se lo mencione con ese nombre. En esa
crítica del vestido y los modales, así como en el retrato detallado de los personajes a quienes se
17
Hemos de hacer algunas precisiones: De los tres libros mencionados, el primero es ajeno al género policiaco; su
lenguaje es, en todas las páginas, imitación o calco del habla popular característica del barrio de Tepito, en la capital
mexicana. El segundo, Pasito tun tun, recrea la narcoviolencia mexicana desde la experiencia viva en que se vio
envuelto su autor; los personajes hablan ahí tal como los escuchó Guillermo Rubio, según ha declarado en el prólogo
y entrevistas, en su medio real (esto es, el texto intenta recrear el mundo de un narcotraficante); en el tercero, lo que
tenemos es parodia humorística de la novela detectivesca, y algunos de los diálogos y monólogos recrean un habla
coloquial. Esta vertiente humorística y paródica de la narrativa policiaca tiene por fundador, en México, a Pepe
Martínez de la Vega, como nos lo hace ver Vicente Torres en la cuarta de forros de Las aventuras de Eddy Tenis Boy,
además de la información que nos proporciona al respecto en Muertos de papel (2003).
18
Un ejemplo: en la página 177 de Ensayo..., leemos: “Al dejar el libro sobre la mesa, Roberto de la Cruz vio en ella
un magnífico puñal en su vaina de viejo cordobán. La empuñadura era una cruz de zafiros y rubíes, y la pieza era
indudablemente florentina”.
35
en tela de juicio el criterio estético pero, sobre todo, la superioridad aparente de personajes
cuyos modelos de carne y hueso podríamos encontrar sin mucho esfuerzo en la vida cotidiana.
La relación de Roberto de la Cruz con otras figuras del texto no tiene como único fin
presentarnos caricaturas humanas, sino que constituye, sin lugar a dudas, crítica social. Él
aborrece, sobre todo, la falsedad: la falsa aristocracia de Patricia Terrazas, vulgar hasta el
exceso; la falsa “nobleza” del Conde Schwartzemberg, que ni era conde ni tenía tal apellido; la
falsa justicia mexicana, tan miope que primero condena y ejecuta, que emplear inteligencia y
recursos criminológicos para llegar a la solución en un caso de asesinato. Así ocurrió, por
ejemplo, con José Asturias, ejecutado por el vergonzoso método de “ley fuga”, virtual y
“secreta” pena de muerte mexicana que aún muchos connacionales recuerdan. Después de su
Pero hay otros momentos discursivos en que la novela, o mejor dicho, uno de sus
registros (una de sus voces), se asoma a la realidad social y la comenta de modo tácito; tal
ocurre con la dignificación de Lavinia, la casi amante, amiga y, finalmente, víctima imaginaria
vistos, casualmente, por la señora de Cervantes, la distinguida amiga de Roberto que sería, más
invitarla a una próxima fiesta en honor de su hija Carlota, que estaba por casarse con el rival de
Roberto, Felipe Inclán. Lavinia, que tenía “una historia absolutamente vulgar” (p. 138) y
además era algo ignorante y no exactamente distinguida, respondió sobre esa invitación, estando
a solas con Roberto, lo siguiente: “—¡Ni loca! La mejor manera de pagarle su invitación es no
yendo. Así cumplimos las dos”. Y es que esta mujer bella pero sin clase era bien consciente de
19
Dato curioso: una hija de Rodolfo Usigli recibió por nombre, precisamente, Lavinia (Casas, 2001: 167).
36
su inferioridad ante la otra dama, si nos atenemos a su propio comentario: “—¡Qué guapa
señora! ¡Y qué distinguida! Es la primera persona decente que me invita a una fiesta.
¡Pobrecita!” Lavinia, además, tenía cierta timidez en la sonrisa que “es la aguja en el pajar, la
perla en el estercolero, y que sólo se encuentra intacta en algunas mujeres perdidas” (p. 137). En
Entre diversos ejemplos a lo largo de la obra, llama la atención este pasaje que
Como siempre, había mucha gente acumulada en la puerta del Sanborn’s, y niñas bien que
cruzaban desde el templo de San Francisco para ir a desayunar chismes en la protestante casa de
los azulejos, sin ver jamás el fresco pintado por Orozco. Saludó al paso a dos o tres personas.
—Guan peso.
Era como siempre. México invadido por extraños; pero ahora se invertían los papeles: el
Roberto de la Cruz se volvió con sobresalto. Detrás de él estaba uno de los presos de distinción,
acusado de haber substraído una gran suma del Banco del Estado. Miraba el espectáculo con
37
cierta estúpida satisfacción: la de sentirse a salvo de aquella contingencia, y añadió con tono de
superioridad:
—Pobres diablos.
Veamos, por último, este momento en que nuestro protagonista, en un pasaje más bien
hacer una cita extensa, resumiré: José Asturias fue el hombre acusado de asesinar a Patricia
Terrazas, debido al testimonio del mismo Roberto, quien lo había visto salir de casa de la
presos. Gracias a esa denuncia, Asturias recibió el innoble tratamiento de la ley fuga. Antes de
morir (pues ya anticipaba su suerte), escribió una carta a Roberto, asegurándole su inocencia y
perdonando a su delator porque, decía la carta, “usted tuvo que decir que me había visto para
poder salvarse y no le guardo rencor”. En la carta pide también que cierto dinero, sesenta pesos
ganados con trabajos en la penitenciaría, sea recogido por Roberto: “A usted le ruego ahora que
los recoja y que si es necesario complete lo que falte para comprarle un radio a mi madrecita...”
De la Cruz estuvo a punto de llorar y mandó el radio más quinientos pesos a la anciana (216-
217).
De los casos arriba citados, más otros dispersos en el texto, inferimos que el lenguaje y
los materiales desenmascaradores (como dice Chandler), es decir, los elementos de realismo y
crítica social, si existen en nuestra novela, no se manifiestan por un lenguaje crudo, de la calle,
como en la novela negra norteamericana de la época. Sin embargo, sí hay mirada crítica y
posición ideológica frente a las clases pudientes, frente al sistema de justicia, la desigualdad
apariencia aislados en el decurso del texto, lo separan de la novela policial clásica, de cuño
38
convierten a Ensayo de un crimen en una obra clave para conocer las inquietudes ideológicas y
estéticas del autor, así como las convenciones sociales imperantes en el tiempo histórico de la
2.3.3) A quién se dirige, de quién procede la literatura policial del género negro. Veamos
finalmente algunas cuestiones relativas al punto de vista del narrador y su posible narratario, es
decir, el tema de la recepción. Como seguimos con los preceptos chandlerianos, que tomamos
prestados para reconocer si estamos ante una novela del género negro, recordemos que el
norteamericano escribía para la gente que no temía al lado violento de la vida (Allen y Chacko,
1974: 396):
Él escribió al principio (y casi hasta el final) para gente con una aguda, agresiva actitud ante la
vida. Ellos no tenían miedo al lado ingrato de las cosas: ellos vivían allí. La violencia no los
Precisamente esa violencia era la que disgustaba a Borges cuando veía la evolución del
género policiaco. Pero ahí está la clave de la diferencia: el público al que se refiere Chandler en
el pasaje citado está formado por gente de la calle, ahí en el lado en que la muerte es el pan de
cada día. Ellos, más otros que no se asustan con esa realidad agresiva del relato. El relato de
realismo crudo y lenguaje agresivo que se difundió en los pulps, en Black Mask y otras
publicaciones, con todo y ser un producto de alto consumo (y bajo precio), fue campo propicio
para la expresión de grandes artistas, entre los que sin duda estuvieron Hammett y Chandler.
Además, es una literatura que incursiona en temáticas previamente soslayadas por la vertiente
inglesa: corrupción judicial, moral, dilución de las fronteras entre “buenos” y “malos”. Quizás
39
la novela negra reveló cierto maniqueísmo involuntario en el modelo inglés. Quizás el punto de
vista del narrador —la posición social y el medio en que se desenvuelven, por ejemplo,
Sherlock Holmes, Monsieur Poirot o el Padre Brown— es necesariamente ajeno a la calle y sus
riesgos. El mundo perfumado o suntuario de esas narraciones tiene entre sus encantos la
omisión de la naturaleza humana cabal, con sus fealdades físicas y morales. En ese sentido, me
parece, el género negro presenta una visión integral del mundo y de la vida; es natural que haya
resultado ingrato a ciertas sensibilidades. Así debió molestar (supongo), en su momento, esa
otra forma de realismo que fue el movimiento naturalista, encabezado por Émile Zola.
narrativa producida hasta esa época. ¿Cómo es esa tradición prosística, a grandes rasgos? Si
consideramos la herencia española, recordaremos que el Siglo de Oro estuvo entre las
influencias más poderosas, en la naciente identidad mexicana, con manifestaciones tan notables
como Carlos de Sigüenza y Góngora, su prima Sor Juana Inés de la Cruz y, muy cercano a ellos,
el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón. A la sombra de estos gigantes floreció una literatura de
inevitable cuño preciosista, barroco y erudito. Para el mundo intelectual novohispano, esos
Claro que antes estuvieron las Cartas de relación, de Cortés, las crónicas de Indias y los
Diarios de Colón, aunados a los esfuerzos conquistadores por medio de la palabra: el teatro
pueblo cuya tradición comunicativa era fundamentalmente oral, explica en buena medida el
poder y la autoridad sobrehumana que las letras representaron desde un comienzo en las
La noción de autoridad, en sus dos sentidos de sujeto del poder y de productor de textos, es
urgencia narrativa en estos años […] La conquista fue un acontecimiento histórico que se
desplegó en una vasta constelación de actos verbales y manifestaciones textuales. La crónica está
Contrasta con lo anterior la indudable presencia del romancero español, que vino a
corrido, de profundo arraigo y valor social. Al contrario de Argentina, donde una forma poética
y un lenguaje de fácil acceso a la sensibilidad del pueblo sencillo pudo florecer y convertirse en
verdadero himno popular —me refiero, desde luego, al Martín Fierro—, en México la forma
claro está, muestras de arte menor20 en la obra de grandes poetas, pero sin duda el prestigio
mayor lo tiene, de Sor Juana a Octavio Paz, el endecasílabo. Una cantidad de los poemas
mexicanos más importantes así lo atestiguan: El “Primero sueño” (Sor Juana), “Muerte sin fin”
(José Gorostiza), “Canto a un dios mineral” (Jorge Cuesta), “Piedra de sol” (Octavio Paz) y
algunos otros grandes textos fueron compuestos con base endecasilábica, cuando no
filosofías que dieron perfil al mundo: todo ello formó parte de la literatura, de manera más o
20
Esto es, los versos comprendidos “entre las dos y las ocho sílabas” (Quilis, 2004: 55), como los romances,
romancillos, villancicos, endechas, letrillas, liras, odas y muchas otras formas, generalmente populares.
41
menos directa. De esa erudición intelectual, de ese prestigio y de esa idea de lo estético-literario
proceden las formas canónicas de la narrativa mexicana. Si nos ceñimos a la primera mitad del
siglo veinte, específicamente al tiempo y el medio que rodearon a Rodolfo Usigli durante su
formación como escritor, es obligado considerar la existencia de figuras como Salvador Novo,
mayores alturas se producía entre esos autores, algunos de los cuales eran, además, verdaderos
A los consumidores de esa literatura de tradición refinada (o, por decir lo menos,
canónica) se dirige la narrativa de Usigli, como la mayor parte de las letras “de calidad” en este
país. Sus narratarios deben ser, además de conocedores del arte literario, lectores de espíritu
crítico. Es decir, Usigli no escribe su novela encerrado en una torre de marfil, como no lo hizo
con su dramaturgia, cuyos temas y tratamientos fueron duras críticas políticas o polémicos
enfoques de la historia. Ensayo… contribuye, de manera especial, a que México ingrese en uno
de los movimientos literarios más importantes del siglo XX, y cuya importancia parece resurgir
e incrementarse en los primeros años del siglo XXI. Por su origen, es decir, el modelo
norteamericano que dio vida a la novela negra, Ensayo de un crimen corresponde a este género
Creador de un personaje famoso en el universo detectivesco, llamado Philo Vance, Van Dine
escribió, además de una abundante obra narrativa, sus “Veinte reglas para escribir relatos
42
policiacos”.21 El credo de Van Dine (su verdadero nombre fue Willard Huntington Wright)
apareció por primera vez en la American Magazine, en septiembre de 1928. Estos preceptos (si
se pueden llamar así) sobre los deberes del autor de narrativa policiaca tienen interés para una
perteneciente al género policial, más inclinado hacia la vertiente negra. Quizás el cotejo de estas
reglas con la obra de Usigli nos lleve a matizar la ubicación del texto y a la constatación de que
no hay, a fin de cuentas, géneros puros. Menos aun cuando se trata de una obra bien escrita, con
Para no transcribir en extenso el artículo de Van Dine, resumiremos sus postulados para
hacer de inmediato el comentario comparativo con la novela de Usigli. Muy pronto, después de
su publicación, se hizo notoria la debilidad que el tiempo le habría de conferir, pues el género
sufrió transformaciones que ponen en tela de juicio algunos de los puntos expuestos por el
El relato policiaco es una especie de juego intelectual […] para escribir historias policiacas hay
unas leyes muy definidas, quizás no escritas, pero obligatorias. […] A saber:
El lector ha de tener iguales oportunidades que el detective para resolver el misterio. Todas las
No se debe hacer caer al lector en ninguna trampa o despiste que no sean las legítimamente
21
Entre muchos sitios donde pueden encontrarse estas reglas, proporciono esta dirección de la blogósfera:
http://telaranadehielo.blogspot.com/2007/09/reglas-de-la-novela-policaca-ss-van.html
43
Ni el detective, ni ninguno de los investigadores oficiales, podrá nunca revelarse como culpable
[…]
El culpable debe ser determinado por deducción lógica, no por accidente, coincidencia, o
La novela policiaca debe tener un detective, y un detective no es un detective hasta que detecta
algo. Su función es reunir pistas que deben conducir hasta la persona que hizo el trabajo sucio en
En una novela policiaca tiene que haber un cadáver, y cuanto más muerto esté el cadáver, mejor
[…]
El problema del crimen debe ser resuelto con medios estrictamente racionales.
No debe haber más que un detective, esto es, un protagonista de la deducción, un deus ex
machina […]
El culpable debe ser una persona que ha formado parte más o menos importante de la historia
[…]
Debe haber un solo culpable, sin importar el número de crímenes que se cometan […]
Las sociedades secretas, mafias, et al., no tienen sitio en una historia policial. Un asesinato
compartida […]
El método del asesinato, y los medios para detectarlo, deben ser racionales y científicos. Esto es,
La verdad debe estar continuamente a la vista, para que la astucia del lector pueda llegar a
detectarla […]
44
Una novela policiaca no debe contener largos pasajes descriptivos, ni profusión de adornos
las descripciones y dibujo de personajes justos para darle a la novela una verosimilitud.
Un delincuente profesional nunca debe cargar con la culpa en una novela policiaca […] Un
crimen realmente fascinante es el cometido por un sacerdote o un caballero famoso por sus actos
de caridad.
En una novela policiaca, el crimen no debe resultar nunca un accidente o un suicidio […] Los
móviles de todos los crímenes en las novelas policiacas deben ser personales. Los complots
internacionales y las políticas de guerra pertenecen a una categoría diferente de ficción —a las
Y (para darle a mi credo unas puntualizaciones finales) incluyo una lista de algunos trucos en los
que ningún escritor de historias policiacas que se precie se permitirá caer […]: a) Determinar la
identidad del culpable comparando la colilla dejada en el lugar del crimen con la marca fumada
por un sospechoso. b) La falsa sesión espiritista para asustar al culpable y forzar su confesión. c)
Falsas huellas dactilares. d) La coartada de la figura simulada. e) El perro que no ladra y con ello
hipodérmica con droga somnífera. h) El crimen en una habitación cerrada por dentro. i) El test de
asociación de palabras para descubrir al culpable. j) La carta en clave que es desentrañada por el
detective.
novelas clásicas del género, en su modelo inglés. Sería cuestión de examinar punto por punto
para ver si es aplicable todo el formulario, íntegro, a más de un relato policial. No es nuestro
cometido. Es fácil darse cuenta de que las reglas dejan fuera muchísimas posibilidades que en la
vida práctica del género policial se han presentado. Por lo pronto, llama la atención la mirada
45
lúdica hacia el crimen (literario, se entiende) como hecho artístico. Así lo dice la introducción a
estas “reglas”: “El relato policiaco es una especie de juego intelectual...” Y, en el punto 13: “Un
asesinato fascinante y realmente hermoso...”. Como juego intelectual entiende Borges la gracia,
o una de las gracias, del relato policial. Ir más allá, es decir, entrar en la violencia y el
argentino. La idea de asesinato como acto “bello”, es decir, como acto estético, procede de
Thomas de Quincey, según hemos visto. La mayor parte de los puntos de este formulario son
aplicables a la novela de detección, esto es, la novela enigma, también llamada novela
problema. Van Dine está diciendo: “he aquí cómo se define el género clásico de narrativa
De los puntos 1 y 2 (lamento que este método de examen obligue al vaivén arriba y abajo
por las líneas del texto) podemos prescindir, porque el asunto de Ensayo... tiene escasa relación
con un misterio que debe resoolvese: su trama es un viaje con el criminal, casi desde el interior
de su conciencia, por los caminos que lo llevan a su sangriento destino. El punto 3, que estipula
una especie de ascetismo sexual del protagonista, no se ve cumplido aquí, pues Roberto de la
Cruz busca la compañía de las mujeres bellas, casi como trámite social de conveniencia, pero
también con una idea definida del “buen gusto”, de cierto refinamiento aristocrático y cierta
repulsión ante la vulgaridad femenina. Esta vulgaridad consiste, como inferimos del discurso
narrativo, en ignorancia, escaso roce con la sociedad rica, pobreza económica. Aún con algunos
toques de gracia natural, de sencilla elegancia, una mujer no se salva de la mediocridad que le
confiere su origen, como el claro caso de Lavinia, verdadera frontera moral para el complejo
personaje con la vida personal de Rodolfo Usigli, encontraremos la curiosa coincidencia de que
el maestro puso ese nombre a su hija: Lavinia. Quizás no sea tan arbitrario establecer paralelos
46
entre la obra y su autor porque Vicente Torres (2003: 30), cita un texto muy revelador de Usigli,
en donde expresa su autoconciencia como “un ser de selección”, socialmente aislado, que solo
podrá acercarse a los hombres mediante “un gran crimen o una obra gigantesca”: se trata de un
que llega al meollo de un crimen y soluciona el enigma reuniendo las pistas que sigue
usualmente un investigador. Ensayo… es, en definitiva, otra cosa, pues no seguimos los
laberintos lógicos de un policía o un private eye;22 no hay, de hecho, misterio que solucionar,
sino una convivencia con el criminal esteta y perturbado mental que, a fuerza de pensar y sentir
con él a lo largo de sus vicisitudes, se vuelve nuestro amigo y nos duele la desgracia especial
que debe soportar, aunque no compartamos esa convicción de que alguna gente “debe morir
dentro del género policial. Bien, Ensayo… ofrece, por lo menos, tres, el último de los cuales nos
duele más por su cercanía con el protagonista y porque no adolecía de la “vulgaridad” que hubo
22
Esta afirmación es una verdad relativa: el asunto central de la trama gira en torno a Roberto de la Cruz, de quien no
tenemos necesidad de sospechar, pero su vida transcurre un poco al margen de asesinatos que alguien está
investigando y, en algún momento, habrá de aclarar: el private eye es Vicente Herrera, quien también vigila los
movimientos de nuestro protagonista, aunque a veces parece justificar sus inclinaciones violentas.
47
que el culpable sea un personaje importante en la trama del relato. Ensayo cumple con creces: el
De los puntos restantes, importa el 15, porque, en efecto, la verdad (o la parte que nos
menos pretende ser, desde las primeras páginas, el gran criminal de la historia. Y el 16 resulta
especialmente crítico, pues Usigli hace pasajes descriptivos medianamente largos sin hacer con
ello traición del género. En realidad, si damos valor a las opiniones de Jorge Luis Borges (2005:
452) sobre la novela policial, para quien es injustificada la extensión que alarga un tema simple
mediante el artificio de hacer una novela, Ensayo… podría pasar por novela costumbrista:
He sospechado siempre que determinados géneros literarios comportan un error esencial. Uno de
esos géneros es la fábula […] Otro género que raras veces me parece justificado es la novela
policial. En ella me incomodan la extensión y los inevitables ripios. Toda novela policial consta
de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos y que el
Agrega el argentino que si las razones de ese alargamiento no son comerciales (“la
necesidad de llenar el volumen”), estaremos ante otro tipo de novela, no policial, sino “una
tener Ensayo de un crimen, pero no seríamos precisos dándole ese carácter puesto que, a fin de
23
El punto 11 es solamente accesorio, pero el 13 ha sido negado en por lo menos un caso mexicano: El complot
mongol, de Rafael Bernal, que funciona aceptablemente como novela negra, sin importar que se vean implicados, en
la historia, problemas de política nacional y de aparente espionaje internacional.
24
El artículo citado es “Dos novelas policiales” (loc. cit.).
48
cuentas, el tema que funciona como eje del texto es el crimen, y no un crimen particular, sino la
obsesión del protagonista por llevarlo a cabo de la manera más “gratuita” y estética posible.
Podríamos aplicar a esta novela lo que dice el mismo Borges, líneas adelante, en su ensayo:
evolución de un proceso previsto” (idem). Los pasajes descriptivos, el recorrido que hace
nuestro protagonista por los barrios y antros de la ciudad de México,25 cierto, desplazan la
ubicación genérica de esta novela, porque no se queda en una simple ficción “de consumo”,
correspondería a un texto del género “intelectual” como lo llama Borges, o “policial clásico”,
como es frecuente que llame la crítica a los relatos y novelas que siguen el modelo inglés hasta
nuestros días. Tampoco podríamos afirmar que se trata de una novela negra en toda la pureza
del género. Ni es fácil definir con exactitud inequívoca al género negro. Ensayo de un crimen es
una novela de transición, más cargada hacia la corriente representada en sus inicios por Dashiell
Hammett y Raymond Chandler. Tomaré prestadas algunas palabras del Dr. Ricardo Vigueras
(2010), conocedor y entusiasta del género policial, para resumirlo: la obra de Usigli está “[…]
ubicada como una obra de transición entre la novela tradicional inglesa y la novela negra. De la
primera toma los escenarios, los caracteres, las costumbres, la clase social que dibuja; de la
25
Comenta el Dr. Vicente Torres (2003: 31): “A Ensayo de un crimen se le ha reconocido como un testimonio de la
vida social de México a finales de los treinta y comienzos de los cuarenta del siglo XX […] Sin embargo, a pesar de
que se ha puesto énfasis en lugares distinguidos como la terraza del Hotel Reforma, Lady Baltimore, El Patio,
Samborns de Madero […], no se ha destacado que Usigli también registra lugares menos chics, como un bar gay de
Santa María la Redonda (el Club de los Locos, de la Plaza de Garibaldi, para ser exactos), algún sitio semiclandestino
de Correo Mayor en donde se bebía anís y se fumaba en naghileh y, fundamentalmente, el cabaret Leda, de Doctor
Vértiz 118 (más tarde bautizado como Club de los Artistas)...”
49
Aún podríamos aludir, en aras de esta indagatoria sobre el género de Ensayo..., a las
palabras del más prolífico productor de novela policial en México, Paco Ignacio Taibo II, a
Criminal.com:
Una novela negra es aquella que tiene en su corazón un hecho criminal y que genera una
investigación. Lo que ocurre es que una buena novela negra investiga algo más que quién mató o
quién cometió el delito, investiga la sociedad en la que los hechos se producen. Empieza
nuestros días asocia diversos géneros y estilos en el universo de la literatura policial e, incluso,
de otras literaturas o corrientes? Ensayo de un crimen, desde esta simple perspectiva ofrecida
Capítulo 3
Filosofía del texto
51
El Dr. Ricardo Vigueras (2010) ha comentado aspectos presentes en la novela negra y que sin
moral acerca del bien y el mal: el personaje ficcional Roberto de la Cruz manifiesta un desdén
por cierta clase de personas, como hemos visto, por su falsedad, fealdad y mediocridad. De la
Cruz enjuicia a los personajes que observa, hace una clasificación (¿una taxonomía humana?) y
decide quién tiene clase, quién es vulgar, quién está de más en el mundo. Así, la esnob y
escandalosa Patricia Terrazas, el “seboso” conde Schuartzemberg son tan desagradables, tan
ajenos a su gusto, que decide practicar en ellos su vocación criminal, pero también reprueba
otras personas que casualmente ve en sus recorridos por la ciudad. En la novela, que tiene
pasajes de indudable carga ideológica, no sólo De la Cruz hace juicios morales: el ex inspector
Herrera, detective que investiga en la sombra y casi en total silencio, dice que la gente puede
morir porque ese era su destino. Escuchemos sus palabras, en una conversación con nuestro
protagonista:
[…] Va a parecerle cursi esto que le voy a decir: toda la gente tiene un objeto y un destino.
Vemos a un hombre comercial con éxito, y parece que ése es su objeto; tiene una gran tienda, su
trabajo lo relaciona con todo México, goza atendiendo a sus clientes. Pero, ¿cuál es su verdadero
objeto en la vida?
—Puede ser una mujer, la suya o cualquiera otra. Puede ser su hijo, puede ser su madre
quien lo hace trabajar así; pero algo o alguien es su objeto. En el mundo no hay nada
Roberto de la Cruz sonrió para sí, tan imperceptiblemente que le molestó verse
descubierto de nuevo.
52
—Aunque se sonría usted, amigo. Y, para seguir con mi ejemplo, ese señor de la tienda
puede ser casado, adorar a sus hijos, amar su negocio. Y parece que para eso nació, que ése es su
destino. Una noche se equivoca de calle o de gente, le dan una puñalada o un tiro, y la gente
piensa que es absurdo. Pero, en realidad, ése era su destino (pp. 46-47).
Líneas abajo, esa visión fatalista es aplicada a la anticipación (o, en términos retóricos,
prolepsis) sobre el destino de la primera persona que habrá de fallecer en la trama. Nuevamente,
es Herrera quien toma la palabra: “Por eso le aconsejo que evite a Patricia Terrazas. Está
marcada, es una persona que acabará mal y que aun después de acabar, seguirá molestando a
todo el mundo”. Esta figura femenina es quien recibe el peor enjuiciamiento moral de todos los
personajes que pueblan el relato. Presume, quizás falsamente, de sus amoríos con un ex rey de
España; daña con sus habladurías a la persona “más fina” de esta narración: la señora de
novela, es homosexual.
Pero los juicios del protagonista no son de ninguna manera simples: De la Cruz parece
contradictorio cuando reivindica a Lavinia con algunos comentarios que ya citamos páginas
arriba. Y, al principio de la novela, cuando parece simpatizar con las indígenas que comercian
con un norteamericano. Igual sucede con alguno de los presidiarios que conoce cuando es
Cruz procede de un mundo aristocrático o pudiente venido a menos, quizás por efecto de la
revolución. Su gusto estético y sus preferencias sociales indican en todo momento un apego a
(haciendas), fue un natural desprecio por la nueva burguesía, a la que consideraban indigna,
advenediza y sin la distinción de la riqueza heredada desde muchas generaciones atrás. Pero
también ocurrió un fenómeno de integración paulatina: una parte de los terratenientes que, a
causa de las crisis económicas en el agro, vieron disminuidos sus ingresos, se asociaron y
tradicionales con poderosos resabios feudales y la burguesía, estimulada por las posibilidades de
exportación y las facilidades que el Estado fue otorgando a la industria, a la minería y a los
caciques por una parte y los de la Iglesia católica por otra, fue elemento complementario de este
La decadencia de la clase formada por los propietarios de haciendas también tuvo como
casos). A la vez, este ocio territorial impedía el desarrollo de otras formas de producción, que
podían haber florecido en donde obtenían pasivamente su pienso los ganados de engorda y
lanar, principalmente. Como lo informa el Dr. Víctor Orozco (2007: 241), en su relación de las
Lo que evidencia es el resultado de una centenaria acumulación de trabajo para beneficio de una
minúscula elite y, a la vez, un tapón para que otras relaciones de producción y de posesión de la
54
tierra más progresivas se abrieran paso. Así seguirá durante todo el siglo xix hasta que la
A donde vamos con este pequeño recuento histórico es a rastrear (o intentarlo) el origen
de la diferencia entre “clases” de personas, vale decir, la distinción entre personas superiores
(aristócratas) e inferiores (gente empobrecida, inculta, sin gusto estético). El modo en que esa
sociedad. Lo diré directo y breve: no es aparente que haya gente superior y gente inferior, sino
una realidad. Las clases inferiores alcanzaron su degradación humana mediante siglos de
sometimiento, servilismo, alimentación escasa y nula formación espiritual (la doctrina cristiana
sólo reforzaba la actitud obediente y resignada del pueblo). Leamos de nuevo unas palabras de
En su novela Los pies descalzos, Luis Enrique Erro describe así la vida de los peones acasillados
“En gran contraste con el casco [de la hacienda], la ‘cuadrilla’ era miserable, sus casas parecían
improvisadas y estaban construidas con los más increíbles e inadecuados materiales […] Cada
casa era un solo cuarto en el cual dormía, naturalmente en el suelo, toda la familia, y dentro de la
cual se cocinaba la mayor parte del año. Era una parte importante del miserable salario. Los
peones, sus mujeres y sus niños estaban llenos de piojos, vestidos de sucios harapos, comidos
Esa situación que se describe en una novela, es sin embargo reflejo de una realidad que
comodidad de unos cuantos. ¿Qué puede resultar de un estado de inequidad extrema que se
55
mantiene generación tras generación, durante siglos? No les falta razón a esos pocos cuando ven
a los miserables como inferiores: así los hicieron ellos, como en una especie perversa de
novelas de la historia, Ensayo de un crimen permite un examen que excede el hecho literario.
Sus aristas remiten a las expresiones humanas de la política, la moral y la psicología. Los
Las reflexiones de que nos haremos cargo páginas adelante tendrán en cuenta las
premisas que acabamos de esbozar, en relación con la actitud de los personajes, especialmente
nuestro protagonista, hacia los representantes de distintos círculos sociales que ambientan el
universo de la novela. Debemos anticipar, sin embargo, que no haremos un ensayo sociológico
Aparte de las razones histórico-sociales que sustentan las ideas de superioridad e inferioridad
humanas, hay otro problema de tipo moral en la trama de nuestro texto analizado. Es el
problema del bien y el mal, inserto en la cuestión que anima todo el relato y que determina que
ficcional, cierto. Existencias ficticias, también. Pero esta ficción es universo-espejo, porque
pretende situarse en una realidad reconocible por los lectores: la ciudad de México, los espacios
concretos donde la gente pasea, juega, come, bebe café, se divierte, cumple condenas
judiciales) frente a personajes de clase media (el ex inspector Valentín Herrera, la concurrencia
de jugadores en casa de “el gordo Asuara”) es herencia del género policial: desde el perspicaz
56
detective Dupin, pasando por Sherlock Holmes, el Padre Brown, Hércules Poirot y, en México,
el Máximo Roldán de Antonio Helú, todos estos detectives y muchos otros tuvieron en poca
estima la eficacia policiaca y son encarnación de inteligencias o ingenios que triunfan sobre los
agentes oficiales del orden. Intelectos superiores que proceden de las clases instruidas. No son,
sin embargo, tan ricos que puedan vivir sin trabajar y por eso se dedican a investigar crímenes
como detectives particulares. He ahí la fuente de los hombres superiores del mundo novelístico
del género policiaco, los héroes que se codean con el bajo mundo y rescatan de ahí valores
aceptamos que matar puede ser una obra de arte? El autor de un texto cuyo tema es un crimen
plantea estos problemas. Las reacciones del público lector han sido diversas: si se tratara de una
novela “de consumo”, esto es, una historieta que se exhibe en un puesto de periódicos, sin
mayores pretensiones literarias, nadie tendría una crítica. Sin embargo, la novela negra ha sido
rechazada y su pertinencia como literatura ha sido puesta en tela de juicio por grandes críticos,
Borges entre ellos. La violencia que dibujan estas historias es lo que mueve a rechazo.
Escritores igualmente grandes han celebrado y defendido la novela negra. Algunas mayores
plumas se han dedicado a producirla. Pero no es nueva la fascinación que los relatos crueles,
misteriosos, sanguinarios han ejercido sobre públicos lectores de todo tiempo y lugar. Como se
recuerda en varias partes de este trabajo, los textos religiosos suelen contener pasajes de gran
hizo?, ¿cómo lo hizo?, ¿por qué lo hizo? Al margen queda un cadáver de cuya muerte se dirán
pocos detalles, quizás un poco en broma. La novela policial suele verse aderezada con un tono
de más o menos sutil humorismo. En cambio, el género negro presenta en toda su crudeza el
hecho criminal. ¿De qué lado, entonces, puede inclinarse el fiel de la balanza moral? Algunos
pensarán que es más propio, saludable para el espíritu, negar el horror de la muerte, el asesinato
y la corrupción. Otros dirán que ocultarlo equivale a cierta aceptación pasiva, una ignorancia
consciente que no permite preguntarnos por qué ocurren los crímenes, cuáles son sus causas
profundas.
las bellas artes, juega con el lector, ríe del escándalo que provoca cuando propone que el
asesinato puede considerarse una obra de arte: su propuesta es lúdica, no moral. Esboza una
literatura que se lea como se escucha una broma de humor negro y, en consecuencia, no tiene
preocupaciones morales respecto a su texto: es amoral, como han dicho con plena razón sus
opuesto a este. Antonio Gramsci (1981: 16) comenta un libro de relatos del alemán Hans Frank,
El derecho y la injusticia. Dice que los autores alemanes podrían entender esa obra como “la
restauración de un orden natural sobre las ruinas de un orden artificioso […]: El hombre es
infeliz y malo mientras está encadenado por la ley, la costumbre, las ideas recibidas. Hay que
26
El multicitado Murder for pleasure.
58
2] Leonhard Frank, La razón: el héroe asesina a su ex-profesor, porque éste le desfiguró el alma:
3] Franz Werfel: en una novela sostiene que no es culpable el asesino, sino la víctima: no hay en
él nada de Quincey: es un acto moral. Un padre, general imperioso y brutal, destruye la vida del
hijo haciendo de éste un soldado sin vocación: ¿no comete un delito de lesa humanidad? Debe
postulado moral.
Es casi evidente que el comentario de Gramsci derivará en una reflexión sobre Freud y
justificación de un crimen dentro de la literatura puede ser tan semejante y opuesta a la vez:
Gramsci cita ejemplos donde el crimen es monstruoso porque se apoya en la moral. A muchos
títulos de la novela folletinesca, como el pulp fiction norteamericano, poca falta les hace una
justificación: los crímenes ocurren porque hay una ficción donde alguien es un matón. Igual de
amorales pueden ser los asesinos de Thomas de Quincey. ¿Cuál de estos asesinos es peor?
Debemos volver a poner los pies en tierra y recordar que estamos ante el mundo de la mentira
de sangre. La novela negra le agrega detalles y crudeza al hecho violento pero sigue siendo una
ejercida por los personajes porque las juzgamos como juzgaríamos a una persona real. El texto
amoral de De Quincey produjo escándalo en su tiempo, pero ahora causa menos conmoción que
una película de horror. En cambio, la última novela de García Márquez (2004), Memoria de mis
putas tristes, provocó ira y críticas, precisamente por sus implicaciones morales cuando se le
quiso juzgar desde esa perspectiva. A los críticos no les importó que las “inmoralidades” fueran
endosársele toda la responsabilidad del asunto: se atacaba el libro como si fuera una promoción
de la pederastia por parte del autor. J. M. Coetzee (2006), Premio Nobel de Literatura 2003,
escribió un artículo, hace años, donde analiza esta obra de García Márquez.
Pero el objetivo de Memoria de mis putas tristes es valiente: defender el deseo de un anciano por una
joven menor, es decir, defender la pedofilia o, al menos, demostrar que la pedofilia no tiene por qué
ser un callejón sin salida para el amante ni el amado. La estrategia conceptual que emplea para
lograrlo consiste en derribar el muro entre la pasión erótica y la pasión de la veneración como las que
se manifiestan en los cultos a la Virgen, tan importantes en el sur de Europa y Latinoamérica, con su
fuerte sustrato arcaico, precristiano en el primer caso y precolombino en el segundo. (Como deja claro
la descripción que hace de ella su enamorado, Delgadina tiene algo de la ferocidad de una diosa
virgen arcaica: “La nariz altiva, las cejas encontradas, los labios intensos... un tierno toro de lidia”.)
Cuando aceptamos la continuidad entre la pasión del deseo sexual y la de la veneración, lo que
comienza siendo “mal” deseo, como el que lleva a la práctica Florentino Ariza con su pupila,
puede transformarse, sin alterar su esencia, en deseo “bueno” como el que siente el amante de
Delgadina, hasta el punto de que constituye el germen de su nueva vida. En otras palabras,
Memoria de mis putas tristes resulta comprensible, sobre todo, como complemento a El amor en
los tiempos del cólera, un anexo en el que [quien] ha violado la confianza de la virgen niña pasa
Debo aclarar que Coetzee, quien ha sido llamado “filósofo moral”, no dedica su artículo
a consideraciones éticas o morales sobre la obra del colombiano. Sin embargo esta frase: “…el
objetivo de Memoria de mis putas tristes […] es defender […] la pedofilia […]” cae con una
Hay quienes se preguntan si la literatura debe llevar sobre sus hombros esa
todo, dónde están los límites entre el bien y el mal en el ejercicio literario. La pregunta es
pertinente en la medida en que tanto ambos conceptos, opuestos como sus límites, tienen mucho
ética y la moral ignoran el hecho: lo que ahora es bueno y malo, en otros tiempos lo fue de
manera distinta o a veces opuesta. La idea misma de niñez ha sufrido transformaciones a través
sexual y en el mercado bélico de personas muy jóvenes: 12, 14, 18 años. En estos tiempos ellos
se cuentan entre los niños, pero parece no importar a quienes obtienen algún beneficio de esas
criaturas. Es decir, puede que una novela sea criticada desde un punto de vista moral, pero la
realidad es aun más cruda y no hay muchos intelectuales dedicados a criticarla y a tratar de
cambiarla.
como una elección entre la moral y la libertad) no tendrán fin. Debo confesar que me inclino
hacia el lado de la libertad y la amoralidad de las obras artísticas en general, aunque no negaré
que soy afectado por las mismas inquietudes de quienes preferirían erradicar la libertad excesiva
y la violencia de las páginas ficcionales. Pero, si algún caso hiciéramos de los espíritus
alarmados por una novela, un poema, entonces deberíamos borrar casi todas las tragedias
61
griegas, fragmentos de la Biblia y otros libros de la tradición sacra en muchas culturas; la parte
quedaría en pie algo digno de llamarse literatura. Un funcionario del conservadurismo mexicano
deseaba la desaparición de Aura, por ejemplo, y seguramente detestaba muchos otros textos
clásicos.
entre otras cosas: “Utilizar la literatura para la transmisión de un mensaje (no importa de qué
tinte ideológico estemos hablando), no sería otra cosa que valerse de un instrumento sofisticado
para convencer al lector acerca de una verdad dada”. Desde su óptica, toda la “educación en
valores” de las instituciones educativas (fuertemente apoyada por las empresas editoriales) tiene
un claro fin: es “una evidente estrategia de mercado. La moral y los libros reunidos como
estrategia de marketing”.
La estudiosa toma como referencia y epígrafe un fragmento de “El prefacio”, con que
Óscar Wilde (2003: 1-2) abre El retrato de Dorian Gray: “Un libro no es, en modo alguno,
moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo”. Pero interesa, para esta
discusión, agregar otros conceptos que aparecen líneas abajo en el mencionado prefacio:
of style.
27
http://www.imaginaria.com.ar/18/1/literatura-y-valores.htm#notas (Consulta: 3 de marzo, 2009).
62
No artist is ever morbid. The artist can express everything. Thought and language are to the artist
instruments of an art.
[Ningún artista tiene inclinaciones éticas. Una inclinación ética en un artista es un imperdonable
amaneramiento de estilo.
Ningún artista es jamás morboso. El artista puede expresarlo todo. Pensamiento y lenguaje son,
Seguramente haciéndose eco de las ideas de Wilde, Marcela Carranza cierra su artículo
La literatura es peligrosa porque actúa sobre los lectores justamente en sentido contrario
digeridas por otros. Como el juego, como el arte en general, la literatura es gratuita, inútil,
indomesticable.
63
Por mi parte puedo decir, con plena convicción, que los lectores pueden desear, preferir
y esperar lo bueno como componente de la literatura. Sin embargo, esa expectativa no hace
obligatorio que toda escritura relate cosas buenas (o lo considerado por los lectores como tal) o
que las historias narradas tiendan siempre a “lo bueno” (faltaría definirlo). Absurdo pensar que
los personajes todos fueran bondadosos, pacíficos y célibes (pues para algunos lectores el sexo
explícito es una forma de violencia). Ni la Biblia, el Corán y otros libros sagrados quedarían
Los problemas de índole moral que pueden surgir durante la lectura Ensayo de un
crimen formarían parte, entonces, de las reacciones personales de quien lee y se resuelven
ficcionalmente, como los conflictos mismos del relato. La calidad y virtudes literarias del texto
son las que importan para el arte y la calidad estética. Y, particularmente, a nosotros, en la tarea
que nos echamos a cuestas de hacer una lectura reflexiva de cierta novela en particular.
atentado contra libertades elementales. Las expresiones irreflexivas de cualquier tipo también
paródicas acerca de la violencia tienen como efecto la crítica velada o expresa de la vileza
humana que lleva a los extremos de matar y ensañarse unos contra otros. Con frecuencia,
Capítulo 4
Crimen estético y asesinato serial en Ensayo de un crimen
65
De entre las muchas cartas firmadas por Jack el Destripador entre septiembre y octubre de 1888,
Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en
de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a
destripador. Fue dirigida a George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel.
Llevaba matasellos del 15 de octubre y fue recibida al día siguiente, el 16 de octubre de 1888
conservado para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy rico. Puedo
enviarle el cuchillo ensangrentado con que se extrajo, si sólo espera usted un poco.
28
Traducción nuestra. Nótese la cercanía de fechas entre las muertes causadas por ese criminal jamás atrapado (1888)
y la obra del también británico Thomas de Quincey, On murder, considered as one of the fine arts (1877). Un
moralista podría, quizá, imaginar al asesino inspirado por la extravaganza de De Quincey.
66
En un fascinante volumen que dedica más de 620 páginas al tema de aquellos crueles
asesinatos (siete femicidios), Alan Moore y Eddie Campbell (2001: 296) recrean en diálogo
ilustrado una más de las misivas, en el momento en que es entregada al inspector Abberline:
Cuando le di la pista, querido jefe, no bromeaba. Mañana oirá hablar del trabajo
suculento de Jacky. Esta vez han sido dos... La primera se me escapó un poco, y no
pude acabarla bien. No tuve tiempo de cortarle las orejas para la policía. Gracias por
guardar la última carta hasta que me pusiera de nuevo en marcha. Jack el Destripador.
notorio el componente hedonista (“me gusta mucho mi trabajo”; “estaba muy rico”) asociado al
crimen (o a cierta clase de asesinos). Hay también, en las pocas líneas del mítico Jack,
ensangrentado para un momento posterior habla de una valoración estética, expresada entre
líneas: el asesino se siente orgulloso de su obra y pretende compartir ese placer con el señor
Lusk, o bien, reír a sus costillas. El método de los asesinatos, que funciona como una firma del
matón, también podría ser manifestación de un pretendido valor artístico del acto.
relacionarlo con Roberto de la Cruz, personaje que cumple con algunas características de esa
tipología criminológica. Sin embargo, considero pertinente desechar toda ilusión de que el
novelista del género negro sea un conocedor o un visionario en materia de asesinos seriales,
pues las teorías que animan la ciencia criminológica son muchas y no hay una dirección unívoca
en ellas. Nada más lejano que el consenso de los investigadores en cuanto a las motivaciones y
67
el perfil de alguien que mata a más de dos personas con características semejantes. Un literato
no puede presentar o proponer una teoría del asesinato en serie. El escritor se valdrá, si mucho,
verdad alguna. Además, como ha dicho Umberto Eco (1997: 92), “los mundos narrativos son
Según Hilda Marchiori (2002: 3), una persona que mata lo hace porque tiene frustraciones y
tensiones no resueltas, cuyo inicio pudo ser el impacto de un suceso vivido o presenciado en la
sus necesidades internas y externas que debió soportar el individuo, tales como la carencia real
de afecto [...] La conducta delictiva posee una finalidad, que es, indudablemente, la de resolver
las tensiones producidas [...] Es una experiencia con otros seres humanos; y es evidente que
nuestra conducta actual frente a objetos presentes está en gran proporción influida o
Algunos dirán que todos los humanos tenemos el germen del odio y la violencia en muestras
mentes;29 como Begonia Siles y David Abrahamsen (1976). Este dirá, en un capítulo de su libro
29
Así opina Begonia Siles Ojeda, profesora de narrativa audiovisual en la Universidad Cardenal Herrera-CEU
Valencia, España, “Todo análisis de violencia (sea hacia otros o hacia uno mismo. sea real o representada) fracasará
si no se tiene en cuenta un aspecto característico de lo humano: la agresividad, el odio, la muerte que nos habitan. Lo
demás son buenas palabras”. “Del altar al tanatorio. Adulaciones y vejaciones al cuerpo femenino”. Zer. Revista de
68
La mente asesina: “A decir verdad, el impulso del homicidio existe en todos nosotros; en todos
existen dimensiones de confusión o enfermedad que emergen de nuestro pasado” (p. 3). Más
adelante, reafirma: “El homicidio surge de la intensidad de los deseos de muerte que conviven
con nuestras emociones al servicio de la vida, del mismo modo que el amor y el odio conviven
Como lector, uno podría sentirse confundido por la aparente facilidad con que Roberto
de la Cruz decidía terminar con la vida de alguien, apoyándose en argumentos que se resumen
en la idea de que sus víctimas “estaban de más sobre el mundo”. El juicio moral-estético que
hace el protagonista de sus probables futuros blancos de ataque consiste en todo un análisis de
costumbres e historia sexuales de las personas, sus juicios no ahondan en la complejidad del
personaje así demeritado. Pero, en una novela, ¿cómo podría ocurrir esa presentación integral de
un carácter? Si el narrador tuviera interés en ello, ofrecería detalles y aspectos polivalentes del
humano ficcional retratado, y no solo aquellos rasgos que proyectan el valor, positivo o
negativo, desde la superficie del personaje según las necesidades del discurso narrativo. En
prejuicios, apariencia y comportamiento que hagan al lector sentir que ahí late una persona. De
otro modo, tendríamos una especie de maniqueísmo narrativo, si se puede hablar en esos
términos de un texto literario. Pero estas víctimas del criminal son muertos de papel, figuras
precisas que la ficción va colocando como dianas de flechas justificadas. El arte de matar, en
esta ficción donde el humor es casi un ausente (y ello la vuelve una novela negra bastante
encuentra argumentos a favor de tamaña supresión de seres “inferiores”, sino también el oscuro
detective que sirve de moderador y cerebro pensante en la historia, quien, respecto a la muerte
del conde Schwartzemberg, comenta: “Es un caso muy bonito el del conde”. Y, luego de
explicarle a De la Cruz que él no había matado al “hombre de sebo”, sino Luisito, el mismo
asesino de Patricia Terrazas, remata con este discurso de simpatía por los empeños de Roberto:
—Voy a decirle lo que pienso sobre su caso, amigo. Se habló en los periódicos de una
música que le traía recuerdos de la infancia. Yo creo que no eran no más recuerdos tristes, sino
de algo que usted vio de chico, que lo impresionó y que le fue formando el deseo de matar. De
matar para hacer justicia, o de matar por un sentido de imitación. Se dan casos. […] Un día le
volvió esa idea, y cuando conoció usted a Patricia quiso ponerla en práctica, o quizás la misma
Patricia se la despertó. Valía la pena, no era hacerle daño a nadie […] (pp. 299-300).
Hay que considerar que Valentín Herrera no conocía la historia del hecho traumático
arte de matar se combina aquí con el arte del descubrimiento, la develación científica o intuitiva
del misterio que envuelve a un crimen (o varios, como en este caso). El discurso del ex
inspector es una prueba de su sagacidad e inteligencia, capaz de penetrar la mente del asesino
con una exactitud que sorprende, sobre todo, al mismo Roberto. El arte del detective consiste
también en la elección o taxonomía de las personas, como lo prueba la frase final de la cita: “no
era hacerle daño a nadie”. Luego, la misma Patricia no era nadie. Un sujeto puesto allí para
practicar la experiencia del asesinato; la materia prima perfecta para fabricar una escena de
muerte y así producir el arte o, mejor dicho, el ensayo de un crimen. Sí, porque a fin de cuentas
adelanta, debido a que las víctimas son eso, personas con vocación o perfil de víctimas, como lo
argumentan algunos teóricos de la criminología y lo prueba el hecho de que exista una rama en
esta disciplina llamada precisamente así: victimología. Lo dice así el ex inspector Herrera:
“Alrededor de todo crimen hay siempre muchos interesados […] El conde Schwartzemberg era
otro de ésos, un tipo que andaba por ahí diciendo: Matadme”. El tercer crimen de Roberto fue
sangriento y eficaz, es decir, aquí no falló porque sí dio muerte a Carlota Cervantes. Sin
embargo, sí falló, porque, en primer lugar, su cuerpo actuó sin control ni voluntad, llevado por
el arrebato que le producía la melodía de la caja musical: El príncipe rojo sonaba acompañando
a los bailarines del ingenioso artefacto, activado por la curiosidad de Carlota, y Roberto entró en
el trance que tal música le producía. Así fue que mató a su mujer, en un acto doblemente fallido
porque, además, él creyó, al cobrar conciencia de su acción, haber dado muerte a su amiga
Lavinia.
—de acuerdo con la ideología que destila el texto— pues Carlota era también una persona
“marcada” por la muerte, como lo explica también el detective Valentín Herrera (p. 300):
El tercer caso parece diferente, y, sin embargo, la esposa de usted tenía algo especial,
dentro de su distinción y su belleza, que hacía pensar en una muerte así. Tuve esa impresión muy
clara el día que se casó usted. Además, yo supe algo, algo que pesqué un día que ella estaba en
un café del Hipódromo con Pedro Varona. Oí el nombre de usted y me puse a escuchar la
conversación. Estuve a punto de prevenirlo cuando le fui a hablar de los corales […] mire, aun
en este caso, había lo mismo: si no la mata usted, la mata Varona o se mata ella. Estaba marcada
también.
71
Nuestra opinión es que la estética de la muerte que pretenden ofrecer tanto De Quincey
como Usigli se reduce a una idea de arte implícito en el hecho mismo de matar. Aderezado con
es que, en la vida real, los asesinos que reinciden suelen dejar “firma”, obran con un estilo
particular, disponen objetos y cuerpos, eligen y preparan el escenario. Los asesinos seriales
“organizados” eligen con tiempo a sus víctimas, las llevan a un lugar determinado y practican
en ellas rituales que generalmente producen, en estos psicópatas, intenso placer. Las minucias
del crimen real, especialmente cuando lo comete un psicópata, son de tal modo sanguinarios que
no resultaría de buen gusto su descripción en textos literarios. Es algo que excede la mera
su evaluación de los “treinta” pasos imaginados para llevar a cabo la supresión del “hombre de
sebo”:
Comprendió de pronto ese miedo del estreno que sienten los actores, algunos incluso
diariamente, antes de entrar en escena y que los franceses llaman trac. Era un involuntario
estremecimiento de artista. Pensó también que no hay que sobreensayar, y después de repasar
Los recursos de esta prosa, es notorio, aluden al teatro, que fue la pasión y ocupación
teatral de acciones.30 Quizás por ello le importó poco que otro matón se le adelantase con la
30
He tomado esta expresión de Hadi Kurich, actor y director artístico del Teatro de la resistencia, Yugoslavia (1983-
1992)–España (1992-2007). Este hombre, exiliado en España porque él y su familia se negaron a participar en la
guerra de odio que tanto dañó a su patria, tuvo a su cargo el montaje de algunas obras de teatro áureo en México, con
72
Terrazas: lo importante era fingir, aparentar que fue él quien le dio fin, por ello fue a la policía y
se entregó como culpable. En el caso del conde, sin embargo, creyó haberle dado muerte y
confió por un tiempo en la eficacia de su acción. Cuando comprendió que no había sido así, que
otra persona había entrado en la casa del Schwartzemberg y provocado un incendio, ya era tarde
Uno de los homicidios narrados en Del asesinato... guarda cierta similitud con la novela
de Usigli: la planeación del crimen, paso a paso. Leemos el camino ideado por los hermanos
M’Kean para robar el dinero que una familia inglesa custodiaba en “una posada campestre, a
En la casa que se proponían asaltar vivían cuatro personas: 1) el dueño [...]; 2) la mujer
del dueño; 3) una joven criada; 4) un niño de doce o catorce años. El peligro era que las cuatro
personas se encontrasen en lugares distintos de la casa —que tenía dos salidas— y una lograse
escapar [...] Por último, decidieron dejarse guiar por las circunstancias en cuanto a la manera de
poner en ejecución el plan [...] El esbozo quedó decidido y comprendía, por lo menos, un
asesinato; por lo demás, sus acciones demostraron que querían lograr su propósito derramando
El arte de Ensayo de un crimen reside en la maestría con que su autor nos lleva a sentir
compasión, quizás simpatía, por el asesino. De la Cruz es un artista del asesinato porque, en
la Compañía de Teatro Clásico Español de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En una conferencia ofrecida
en la mencionada institución (circa 2000), explicaba que, para él, el movimiento dramático consistía en,
precisamente, una partitura de acciones. No conozco registro documentado de la conferencia y, por añadidura, el
artista se dirigió al público desde su mesa de ponente, sin un solo papel sobre ella, con un dominio pleno del tema y
del espacio. Hay información sobre Teatro de la resistencia y Hadi Kurich en el sitio web: http://www.
teatrodelaresistencia.com/hadi-kurich.htm
73
primer lugar, sus crímenes son gratuitos, es decir, no tienen los motivos vulgares del homicidio
común y corriente: dinero, celos, odio. En segundo lugar, sus asesinatos son planificados y,
quizás, en esta planificación reside su mayor placer. Hemos de decir que algunos asesinos
seriales tienen esta manía de la planificación. Les importa a tal grado que matan rápido a sus
víctimas o incluso las dejan vivas porque el interés principal ya ha sido alcanzado. En tercer
lugar, el artista Roberto de la Cruz desea lo que muchos artistas: reconocimiento público y
prestigio como asesino. Desde su temprana juventud pensaba en dos perspectivas vitales: ser un
gran criminal o ser un santo. Lo dice él mismo: “el origen de todo esto, lo que me dio la idea, lo
que me hizo sentir así… es toda mi vida”. En efecto, la realización de ese sueño sangriento era
Pero los asesinos retratados por el autor de Confesiones de un inglés comedor de opio,
sin la sofisticación del dandy Roberto de la Cruz, son admirados por “una tendencia universal a
examinar los asesinatos, incendios y otros desastres desde el punto de vista estético” (De
Quincey, 2006: 7). Se refiere el inglés, jocosamente, a la frecuencia con que los grandes artistas
grandes crímenes. Esto es, Del asesinato considerado como una de las bellas artes tiene como
Ensayo de un crimen (y buena parte de las obras conocidas como novela negra), toma a los
homicidas y a sus perseguidores como materia prima narrativa: he aquí una diferencia
La distancia que con su metodología establece De Quincey entre “los críticos” del acto
criminal y los hechos mismos, permite toda suerte de ironías, bromas y exageraciones. Aunque,
fueron cometidos realmente, en hechos contemporáneos del autor. Hemos de anotar que esta
74
parte del texto ingresa en un género distinto al de los dos artículos de la primera sección: el
llamado true crime, que tiene también sus propias variantes, pues algunos libros narran con
apego a la verdad, digamos periodística o histórica, mientras otros aderezan los hechos con
recursos de la literatura. Un ejemplo muy conocido de este segundo modo sería In cold blood,
de Truman Capote. Muestra del primer caso es, por ejemplo, The hate factory, de G. Hirliman
(2005), cuyo subtítulo destaca de manera suficiente la diferencia entre los dos estilos: Recuento
de primera mano del motín ocurrido en 1980 en la Penitenciaría de Nuevo México. Se informa
en la portada, además, que el libro está basado en entrevistas con el interno W. G. Stone (él fue
uno de quienes protagonizaron el motín y sobrevivió por la suerte de que, debido a que estaba
más a la vertiente de A sangre fría, pero en Truman Capote hay una seriedad objetiva que lo
distancia del escritor inglés. The hate factory, sencillamente, queda lejos de ambos textos por su
violencia verbal y su anecdotario sangriento y oscuro. De Quincey está en el otro extremo del
mirador: ironía y humor negro son sus ingredientes básicos, más algunos destellos de chiste
franco; por citar un par de ejemplos, recordemos el subtítulo con que comienza el “Primer
comentarios acerca de la denominación del grupo al que se dirigen las conferencias de esta
primera parte: “En vista de sus tendencias le convendría el nombre Sociedad para la promoción
Conocedores del Asesinato” (p. 13). Todo el primer párrafo participa del tono sardónico y
No obstante lo anterior, hay razones psicológicas, en el discurso del protagonista, para su visión
somera y juicio lapidario de quienes reciben su dictamen mortal. Roberto de la Cruz necesita
verlos de esa manera. Aunque no hay espacio entre estas páginas para intentar un psicoanálisis
de los principales personajes que habitan Ensayo de un crimen, sí es necesario abordar, así sea
brevemente, el tema de la psicopatología que aqueja a Roberto de la Cruz. Será a partir de una
inmersión en la mente del protagonista como comprenderemos por qué las víctimas parecen
caricaturas un tanto acartonadas, sin más detalle que sus deleznables defectos de carácter: es así
como los ve el criminal, quien necesita una justificación para matar y racionaliza la inferioridad
de esos desafortunados. Justificación, además, que disfraza motivaciones ocultas para el asesino
la narración— y escaso afecto en los años cruciales de la primera infancia —no explícito en la
novela, pero fácilmente inferible—. Me apoyo, para estas afirmaciones, en los comentarios de
David Abrahamsen (1976: 17). En un capítulo titulado “Elementos del homicida”, el connotado
psiquiatra propone esta premisa, que tal vez no será difícil de aceptar en nuestros días: “El
raíz en emociones humanas. Es este aspecto frágil y cruel de nuestra conducta el que hace a
muchos de nosotros más capaces de matar de lo que imaginamos”. Luego habla de tres
de matar, es decir, no es ahí donde se origina la realización concreta del crimen, sino que ese
momento “puede ser desencadenado por conflictos internos de grave intensidad”. Agrega el
psiquiatra este aserto conclusivo: “Suponer que los actos homicidas tienen su origen
prácticamente convertiría en asesino a cada uno de nosotros”. Los conceptos de este científico
son útiles, en nuestro caso, para advertir las dificultades que encierra todo intento clasificatorio
del crimen, además de abrir un poco nuestra percepción sobre el carácter del protagonista que
Luego, De la Cruz ve en sus víctimas solo aquellos aspectos que le sirven para
disimular los verdaderos motivos de sus impulsos destructivos bajo la bruma de una evaluación
negativa, maniquea y necesariamente parcial de esas frágiles entidades: seres equívocos, falsos,
prescindibles y de malos gustos. Nocivos, pues, aunque no produzcan mucho mayor daño que el
Hay dos detalles en la novela que los lectores podemos atribuir a descuido autoral o,
por De la Cruz en casa de Patricia Terrazas, descrito a veces como un “león chino”; el otro
aparece en dos listas de “pasos a seguir” mediante las cuales el asesino planifica sus dos
crímenes conscientes, que Roberto pretende cometer a voluntad, y sin embargo terminan en
intentos fallidos: la falsa aristócrata Patricia Terrazas y el falso conde Schwartzemberg. Sin
embargo, esos aparentes descuidos prefiguran una suerte de dislexia que puede asociarse a al
perfil criminal del personaje. Lo dice D. Abrahamsem en un pasaje de su citada obra: “Existe
una suerte de interesante correlación entre la necesidad de ejercer violencia y los errores
verbales y ortográficos” (p. 37). ¿Era la intención de Usigli mostrar la confusión propia de una
norteamericano escribió su texto más de veinte años después de aparecer Ensayo de un crimen,
e incluso lo anota como hipótesis, más que afirmación. Nosotros no podemos sino dejarlo como
77
apunte y conjetura cuya pertinencia durará tanto como tarde en aparecer una explicación
mejor.31
La primera lista mental del protagonista es la que precisa los pasos del crimen, como
una partitura de acciones, desde la llegada a casa de Patricia Terrazas (pp. 59-60). Son
veintiocho momentos que, por la omisión inexplicable de los número veintidós y veintitrés,
terminan en el treinta:
Veintiuno. Bajaría la escalera. Era difícil que se marcaran huellas en la madera semidespintada.
Veinticuatro [sic]. Empujaría con el codo la puerta del desván y tiraría en él su duplicado de la
llave.
Y sigue así hasta el treinta. Por este signo: [sic], uno puede suponer que el manuscrito
del autor estaba así y el editor se desliga de la posible errata, atribuyéndola al autor. Otra lectura
probable es que el autor haya colocado el signo ahí para dar a entender que el personaje saltó
En el primer caso, se desmiente la idea que tienen algunos comentaristas en el sentido de que
hay descuido editorial. De hecho, con el signo allí, el revisor debió notar, sin duda, la secuencia
31
Transcribo aquí parte del capítulo de Abrahamsem (1976: 17), para dar una idea del contexto en que fue escrita la
cita: “Hice este descubrimiento en Noruega, hace unos treinta años, al realizar una investigación psiquiátrica de
personas acusadas de delitos violentos, entre los cuales se incluía el homicidio. Al revisar los trabajos escolares de
estos criminales, me sorprendió advertir que, en varios casos, sus expedientes académicos eran muy satisfactorios, a
excepción de las bajas calificaciones que habían obtenido en ortografía. En aquel tiempo no comprendí totalmente la
importancia de este descubrimiento, pero, a medida que fui examinando mayor número de casos, pude comprobar
que las faltas de ortografía, si bien no se presentaban en todos los criminales violentos, ocurrían con elevada
frecuencia, no sólo entre los adultos, sino también entre los delincuentes juveniles propensos a la comisión de delitos
violentos”.
78
interrumpida. En el segundo caso, que parece el más plausible, Usigli permite que ese desliz
ayude a construir el perfil mental del asesino: su conciencia es confusa debido a esa faceta del
“error verbal y ortográfico” que menciona Abrahamsem. Además, el neurótico experimenta una
tensión interna extrema poco antes de la crisis en que cae cuando escucha la melodía que toca
su caja musical, el vals que lo liga con aquel acontecimiento traumático de su niñez, El príncipe
rojo. Esa crisis repentina que puede llevar a De la Cruz al homicidio, corresponde al arrebato
sufrido por algunos psicópatas antes y durante el momento de sus crímenes. Abrahamsem lo
llama ‘abreacción’,32 y es más o menos lo que ocurre a nuestro asesino en la menos pensada de
sus acciones mortales, como también en varios momentos de la obra, cuando siente que la
veintitrés reside la causa del fracaso en el asesinato de Patricia, pero no tendría sustento la
conjetura, puesto que la mujer estaba muerta, golpeada por alguien más, precisamente con el
En otras dos secuencias mentales, capítulos adelante, el asesino parece dueño del
control, pues no suprime uno de los pasos. La primera secuencia consiste en doce puntos en que
se relatan las acciones para dar muerte a Schwartzemberg (el conde ocre y seboso) y huir sin ser
descubierto. Sin embargo, cambió de idea porque para Roberto era primordial evitar que el
conde supiera quién le asestaría el golpe (con un “saco de munición”, para no derramar sangre).
“Escribe” mentalmente una nueva lista, con las líneas generales, para organizar mejor su plan:
32
S. v. abreacción (abreaction) Liberación emocional condicionada por la revitalización mental, o el paso a un nivel
consciente mediante un proceso de catarsis, de una experiencia dolorosa reprimida. V. también CATARSIS.
(Diccionario de medicina Océano Mosby. Barcelona: Océano [1994]). Roberto de la Cruz libera la experiencia
dolorosa del asesinato que presenció cuando era niño. Abrahamsem dice que, en momentos así, una persona es capaz
de reaccionar con gran violencia.
79
b) Salir de los sótanos logrando que el conde indemne aún, permaneciera en ellos.
Nuevamente vemos una continuidad coherente. Sin embargo, debido a que Roberto
decide elaborar un plan detallado y acorde con las anteriores líneas esenciales, enumera otros
“treinta” movimientos, que en realidad son veintinueve: vuelve a saltarse un paso, y en esta
ocasión también aparece el signo del editor (o del autor): [sic]. El hecho de que ocurra dos veces
en el libro, aleja la posibilidad de que se trate de una errata editorial y nos acerca a lo apuntado
por nosotros como hipótesis: el autor introdujo estos errores a propósito, para dar un toque más
Planificados de manera consciente, como fueron los movimientos de sus dos primeros
crímenes (circunstancialmente fallidos); con la simetría del número treinta repetido; pensados
de tal modo que la disposición de los cuerpos y objetos encajara en un esquema previsto y
estético. Homenaje tácito a Thomas de Quincey quien, en Del asesinato considerado como una
de las bellas artes, se regodea en los detalles de las muertes causadas por varios asesinos
seriales, quienes mataban por obtener dinero, cierto, pero cuyo deleite (de los asesinos y de
quien hace el relato) yacía en el crimen mismo y su planificación.33 Entre los placeres que un
33
La segunda parte de la mencionada obra, titulada “Post Scriptum de 1854”, recrea los crímenes reales cometidos,
en hechos separados, por Williams y los hermanos M’Kean.
80
asesino puede experimentar en el acto de matar, como dejamos anotado páginas arriba, está el
The organized offender plans his murders and his escape carefully. He thinks through his crimes,
often for weeks, months, and even years, before acting. He evolves his fantasy gradually and is
aware of his growing compulsion to act his murderous desire. He scrupulously targets his
victims and stalks them for as long as necessary. He gains control over them at the crime
scene…
[El agresor organizado planea cuidadosamente sus asesinatos y escapes. Él piensa sus crímenes,
con frecuencia, durante semanas, meses e incluso años antes de actuar. Desarrolla gradualmente
Escrupulosamente señala a sus víctimas y las persigue cuanto sea necesario. Logra el control
clasificación empleada por Vronsky es la misma con que el FBI ordena sus bases de datos sobre
serial killers. El anterior párrafo parece un retrato de Roberto de la Cruz en su lenta persecución
y acechanza de las víctimas. A Patricia Terrazas, por ejemplo, la visita con frecuencia mientras
va figurando el acto terrible: observa el espacio de la sala donde asestará el golpe a su víctima;
ubica con precisión el objeto que le servirá para tal efecto (el pisapapeles de forma indecisa:
león unas veces; otras, un dragón).34 No le importa que se sospeche de amoríos entre ellos
34
Esta “indecisión” puede no serlo tanto: entre las representaciones chinas de dragones, hay una con forma muy
parecida al león. Se trata de ‘Suanni’, uno de los nueve “dragones hijos”. Está relacionado con el humo, el fuego y los
fuegos artificiales. Suele colocársele como guardián de entradas principales (en Ciudad Juárez, encontramos un
suanni a la entrada del restaurant Lai Wah Yen).
81
(aunque le horroriza la sola idea). Al falso conde Schwartzemberg también lo hace entrar en
confianza, consigue ser invitado a los lugares íntimos de la casa (el sótano donde se guardan las
colecciones de objetos y joyas). También de esta relación es posible que sus conocidos comunes
tengan la sospecha de un asunto sexual entre ellos, pero igualmente domina el horror ante la
sola perspectiva.
Este repudio al contacto, a la intimidad sexual con cada uno de estos personajes, lleva a
Roberto hasta la repugnancia. Su actitud es indicio de una sexualidad reprimida que se resuelve,
frontera del amor (las víctimas abrigan verdaderas esperanzas de hacerse amantes de Roberto)
y, finalmente, mediante la muerte, que es un acto extremo de posesión del otro, un ejercicio de
poder agudamente concentrado en la víctima. El asesino se acerca a sus víctimas para acabar
con ellas, y en ese acercamiento que dura lo que una cuidadosa seducción, el psicópata se
hechizo de la sospechada muerte y, como parte de ello, se eleva como el supremo objeto del
deseo. ¿Qué mayor poder existe que el de ser deseado, el deseado? El interés del asesino sobre
su víctima es, también, un interés intenso, es como un acto de amor porque De la Cruz, a fin de
cuentas, no parece conocer otra forma de amar. ¿Qué ama Roberto de la Cruz? Ama (y teme) la
melodía encerrada en su caja musical, el único tesoro material que parece importarle. Y ese
El asesino vive, entonces, una lucha interna de lo más compleja. Visita a Patricia
Terrazas y permite con repugnancia su cercanía, sus roces. En esa explícita repugnancia se
manifiesta la inferioridad en que la ubica junto a él. Recordemos, por ejemplo, esta escena
donde él visita a la mujer y ésta comienza mostrándole los retratos de esos reyes de España con
—Aquí lo tiene usted —exclamó en tanto que él pasaba la vista por sobre la abrumada mesa de
—Y allá está ella —continuó Patricia Terrazas haciendo ondular con ruido de baratijas un brazo
hacia el retrato del otro extremo, sin moverse de su lugar, sin volver la cabeza casi—. Allí está la
reina, la pobre reina. ¡Qué tragedia, llamarse Victoria y sufrir una derrota tan amarga!
—Supongo que no me llamó usted para presentarme con sus reyes —dijo sin curarse de suavizar
el tono. […]
La mujer se volvió lentamente. Tendió la mano hasta encontrar apoyo en el brazo de Roberto de
la Cruz, lo oprimió y se dirigió entonces hacia el vis-a-vis luido, que estaba situado entre las dos
Roberto de la Cruz decidió para sus adentros que se encontraba en la posición más ridícula de su
vida, sentado en aquel mueble absurdo y delicioso. Delicioso para sentarse lado a lado con una
muchacha hermosa y virgen, absurdo para sentarse lado a lado con Patricia Terrazas (p. 49).
fragmento de la novela donde predomina la visión figural (del personaje), según las
explicaciones teóricas de Luz Aurora Pimentel (1998: 22-23). Hace falta un pequeño paréntesis
para entrar someramente en sus conceptos, sobre todo porque la noción de esa tendencia figural
del discurso en la novela nos aclara la dimensión ideológica, el punto de vista que parecería
sustentar. Veamos, pues, un intento de síntesis de lo que dice Pimentel: al hacer, esta autora,
información narrativa)”, se refiere a dos filtros de que se vale un autor en la selección de los
de vista sobre el mundo) produce un “juego de perspectivas que puede oscilar entre una visión
más ‘objetiva’ […], autoral, o bien una visión figural, es decir, dependiente de las limitaciones
Intento enseguida simplificar para que sea más clara, si acaso, mi propuesta: Ensayo de
ideología, su manera de ver el mundo y las relaciones humanas son apoyadas, aunque no
determinadas, por la voz narrativa. Si, en cambio, fuese el narrador quien guiara al lector en la
evaluación de las acciones criminales y las palabras del protagonista, si fungiera como juez
moral del personaje, tendríamos una visión autoral. Desde luego, no faltarían argumentos en el
sentido contrario: estaríamos ante una visión autoral en la medida que el personaje acaba
derrotado por su patología mientras el narrador nos cuenta el triunfo de la justicia en voz del ex
inspector Herrera. Este fue el artífice de tal triunfo, en parte ayudado involuntariamente por De
la Cruz, quien con sus pasos llevó a este detective escurridizo hacia varios asesinos “vulgares”,
—¿No lo reconoce? —preguntó el ex inspector Herrera—. Usted fue, en realidad, quien me puso
—¿Quién es?
—¿Luisito?
[…]
Se dirigió hacia la puerta mientras Roberto de la Cruz permanecía sentado, mirando la faja de sol
que iluminaba el suelo, sintiendo que despertaba al fin, con una resignación sin manos y sin voz,
a la conciencia de su fracaso.
[…]
Su visitante había abierto la puerta. Desde el umbral se volvió con una sonrisa.
—Aquella chica, Lavinia, se libró ya del tipo; lo encerramos. Lo sabe todo, pero no tiene miedo,
Es posible una lectura, entonces, que suponga una tendencia más bien autoral en la
novela de Usigli, pero habría necesidad de argumentarlo. Nuestra hipótesis parte de la creencia
en una simpatía del narrador (y su alter ego, Valentín Herrera), por la ideología que justifica los
manicomio (p. 301): “—¡Qué loco va usted a estar, hombre! Sin embargo, vale más que se
quede aquí por un tiempo. Esto es mejor que la Peni o que las Islas. Pero los crímenes son como
los libros: unos los escriben a tiempo y otros los copian. Usted quería ser un gran criminal como
también estoy en su caso. No he podido ser un gran detective”. Esto resulta cierto en el análisis
85
de Herrera como carácter ficcional: su función, en términos de private eye, queda marginada por
Y es que el impulso homicida de este peculiar hombre tenía como base todo un
programa de vida, un edificio moral, como lo confiesa a Herrera (p. 301): “[…] Si le digo el
origen de todo esto, lo que me dio la idea, lo que me hizo sentir así… es toda mi vida.” Como el
lector, a estas alturas, sabe a lo que se refiere el personaje, Usigli pone una respuesta escueta en
el ex inspector: “—Guarde usted su secreto”. Esa idea, eso vital que daba “razón” a las manos
letales de Roberto, era en primer término su deseo de trascender la mediocridad, para cuyo
segundo lugar, estaba su punto de vista sobre las personas, el desprecio hacia los “inferiores”.
Ambos rasgos estaban dominados por su percepción de sí mismo como hombre superior,
verdadero dandy. Los criminólogos insisten en la sexualidad como elemento frecuente en los
inconsciente. Así sería, si creemos tales teorías, la violencia de Roberto: motivada por una
represión sexual que se oculta a simple vista pero, quizás, se manifiesta en su rechazo radical de
los homosexuales y en su violencia esencial, que puede ser metódica y puede ocurrir al influjo
de dominio sexual (la violación, por ejemplo), es más importante el ejercicio del poder que la
sexualidad misma.
86
Capítulo 5
Novela de un cierto dandy
87
literaria, un texto académico. Por el contrario, la intención es abordar con la mayor precisión el
carácter de un personaje que se nos va revelando complejo: simpático y chocante a la vez frente
al lector; aristocrático y defensor de los indígenas; vestido como burgués y crítico del sistema
sustentado por la burguesía; amante seductor y misógino; santo y criminal… flaneur y dandy.
En este apartado nos dedicaremos al análisis de esa faceta elegante en Roberto de la Cruz y las
desdén por otras, así como su reflexión juiciosa frente a edificios y monumentos del México
posrevolucionario (las primeras cuatro décadas del siglo XX): todo ello y más detalles
conforman su “dandismo”. Más importante aún, ese dandismo, ese tedio y desencanto frente a
la sociedad del tiempo narrado está en la base de su impulso criminal, lo explica y es parte de su
justificación.
historia y pasatiempos disipados (el club de póker del “gordo” Asuara). Sin duda estamos ante
el problema de una definición: ¿qué es un dandy? ¿En qué medio se desenvuelve? Comencemos
35
Pero aquí ya estaríamos determinando la naturaleza del dandy, mientras que éste es un concepto movedizo, que fue
transformándose durante la historia. Si hablásemos tan solo del “bello” Brummell y el tiempo de la Regencia en
Inglaterra (1800-1830), entonces podríamos hablar de un dandy cercano a los príncipes y a las damas nobles (aunque
crítico de sus vestidos). No sería exacto generalizar al dandy —según lo aplicamos al personaje Roberto de la Cruz—
como una calca de su modelo fundador.
88
con el origen de la palabra. Según leemos en un ilustrador libro de Ellen Moers (1978: 11), “Por
lo menos tan temprano como la década de 1770, la palabra estaba siendo cantada a lo largo y
ancho de las colonias americanas en la frase Yankee Doodle Dandy”. Se refiere a unas coplillas
cantadas por los soldados ingleses durante la guerra de independencia de Estados Unidos. Y
continúa la autora:
Las estancias [stanzas] más antiguas de ‘Yankee Doodle’ tienen que ver directamente con los
orígenes del dandismo. La más popular (que se podría remontar hasta la guerra de franceses e
indios pero más probablemente datan de los [mil setecientos] sesentas) fue escrita por un inglés
[traducción nuestra]
londinenses cosmopolitas que pueden ser identificados como los más cercanos
probablemente pone un límite a la antigüedad del verso, pues el famoso Club Macarroni
36
Aunque no podemos dedicar estas páginas a una profundización acerca del epíteto ‘macarroni’, conviene apuntar
algunos esbozos para quien deseara ir más allá en la búsqueda: el investigador Rictor Norton, autor de algunos títulos
89
En el coro de esa canción había este vocablo que sonaba, dice Moers (1978:12), como
Y es que, como afirma Julie Fourie, citando a Alison Lurie (The language of clothes,
1981), las modas adoptadas por los estadounidenses trataban de seguir a las de Inglaterra,
aunque con sus reservas, como es usual en las provincias. Se refiere, claro está, al tiempo en que
América fue una provincia de los británicos. Continúa Julie Fourie: “Toda la letra del Yankee
Doodle, una de las más apreciadas canciones patrióticas de América, es una broma a expensas
La palabra dandy, como la usamos en nuestros días, evoca al hombre bien vestido de la
ciudad y, cito de nuevo a Ellen Moers (1978: 11, 26), “Dandy deriva de la jerga del periodo de
Brummell: los primeros años del siglo diecinueve”. La definición que me pareció más precisa es
una cita que transcribe esta autora, tomándola de Mrs. Catherine Gore (Cecile: or, The
adventures of a coxcomb): “[the dandy was] a nobody, who had made himself somebody, and
gave the law to everybody” (“el dandy era un don nadie que se volvió alguien y fue ley para
todo el mundo”). ¿No es exactamente el caso de Roberto de la Cruz, aparente aristócrata venido
a menos, adornado con la petulancia de quien sabe qué corbata usar y de qué marca, qué
cigarrillos van con su dignidad de conocedor del buen gusto? Ahora, el circunstancial hecho de
que su momento de gloria social quedara en el pasado y su fortuna económica disuelta quién
sabe dónde, no obstruye la grandeza de alguien, si nos atenemos a Nietzsche (1996: 57):
“Hombres superiores / ¡Digno de loor es quien asciende! / ¡Mas quien desde las alturas
desciende / Se halla incluso por encima del loor, / Pues es de lo alto, superior!”
La ley que el dandy dio a todo mundo es la de la moda, pero no la moda general que
copian todos, sino el vestido preciso, el equilibrio perfecto entre la mayor elegancia y la menor
ostentación: unos cuantos tienen el refinamiento exacto (buen gusto) y el tiempo requerido para
dedicarlo al arreglo del vestido y la apariencia. También son pocos los que pueden entrar en el
círculo donde ese vestido intachable puede (y debe) lucirse. En el caso del dandy por
antonomasia y fundador del dandismo, George Bryan Brummell (Inglaterra, 1778-1840), los
lugares donde se lucía para que otros aprendieran sobre cómo vestirse y cómo actuar en
sociedad, fueron la corte del príncipe de Gales, hijo de George III. El príncipe mismo era un
dandy y eligió como uno de sus allegados, por lo menos durante cierto tiempo, al llamado beau
Brummell, de quien aprendía parte de sus secretos del buen vestir. Entre las leyendas que se
cuentan del “bello” Brummell destaca la que lo supone acicalándose por largas horas antes de
salir de casa. Se levantaba temprano pero no salía sino después de mediodía, pues era
importante lucir perfectamente vestido; hasta el último pliegue de la ropa debía estar en su
lugar. Su criado tenía que emplear, algunas veces, varias horas tan solo para dejar bien
La literatura sobre el tema suele coincidir en la mención de los más destacados dandis
de la historia (en general ubicados en los siglos XIX y XX): Brummell, Bulwer y Disraeli en
Inglaterra, sin olvidar a Óscar Wilde; Barbey D’Aurevilly y Baudelaire en Francia. Y, desde
luego, no falta la confusión que ayuda a crear mitos en torno a estos personajes. Se dice, por
[…] Combinó sus estudios universitarios con viajes (en 1877 visitó Italia y Grecia), al tiempo
que publicaba en varios periódicos y revistas sus primeros poemas, que fueron reunidos en 1881
en Poemas. Al año siguiente emprendió un viaje a Estados Unidos, donde ofreció una serie de
conferencias sobre su teoría acerca de la filosofía estética, que defendía la idea del “arte por el
arte” y en la cual sentaba las bases de lo que posteriormente dio en llamarse dandismo.37
Curiosa idea, si recordamos que la Regencia inglesa abarcó de 1800 a 1830, y la vida de
George Bryan Brummell, el dandy por antonomasia, transcurrió de 1778 a 1840. Lo cierto es
Siempre ha sido, éste, una figura de ambigüedades, por lo menos desde el siglo XVIII.
Lo vemos, por ejemplo, en los diccionarios. El Webster’s American Dictionary propone las
siguientes acepciones:
dan•dy (dan΄dē) n. 1 a man who is vey fussy about his clothes and looks 2 [Informal] something
37
“Wilde, Óscar”. En Diccionario de biografías (con CD-ROM). España: Grupo Editorial Océano, ca. 2000.
92
Etymology: probably short for jack-a-dandy, from ‘jack + a (of) + dandy’ (origin unknown)
[1: un hombre que presta excesiva atención a su apariencia personal. 2: algo excelente en su
finales del XVIII y principios del XIX era respetado y admirado por su precisión y sobriedad en
el traje: era la medida exacta de elegancia, que otros intentaban imitar. Los dandis modélicos,
desde el bello Brummell, tenían además otras características comunes. Durante la Regencia del
príncipe George, el dandy era un hombre de sobresaliente ingenio (wit), sin el cual no podía
llamarse tal. No era, pues, un animal ridículo que paseaba su florida elegancia por las calles
(con sus excepciones, como el caso del “Macaroni Club”, como se llamaba a los que pecaban de
afectación excesiva). Por lo menos, en los círculos aristocráticos donde se movía —la corte, los
clubes londinenses— el dandy era quien dictaba la moda en ropa y maneras, es decir, en la
conducta general.
93
Como veremos algunas líneas adelante, es posible relacionar, con sus reservas, la idea
Si buscamos la mayor calidad del dandy, manifiesta en su desdén por los demás y en su prédica
mediante el ejemplo (pues su apariencia, por sí misma, forma escuela de modales y del buen
Así habló Zaratustra (Ibídem: 29-31), el enigmático profeta pronuncia el dicurso de “Las tres
“Yo les indicaré las tres transformaciones del espíritu: el espíritu se convierte primero en un
“se lanza a conquistar su libertad como si cazara su presa, y a ser el amo de su propio desierto”.
Aquí, la libertad del espíritu se realiza en la voluntad que deniega, que lucha contra un dragón
poderoso llamado “Debes”, y su grito de lucha contra el dragón es “¡Quiero!” El triunfo del
león es posible porque “la conquista de la libertad es un santo ‘no’ frente al deber”.
eso el león se transforma en niño. Por tanto, aquí trabaja la voluntad de crear: “En el juego de
crear, hermanos —dice Zarathustra—, se necesita expresar el santo ‘sí’, pues el espíritu quiere
94
ahora hacer su propia voluntad, y al retirarse del mundo, conquista su propio mundo”. Este fue
sentido, citamos este breve fragmento que puede encontrarse en el Diccionario Herder de
[…] El proceso de generación del superhombre es el que expone Nietzsche en la metáfora de las
tres transformaciones: el camello, que toma sobre sí la pesada carga de la moral invertida, se
transforma en león, que critica la moral del deber-ser, para transformarse a su vez en un niño,
creador espontáneo de su propio juego. Los nuevos valores no son conmensurables con los
establecidos ni con ningún criterio externo a ellos mismos, pues ellos son precisamente la nueva
norma.
Contestación: Como el yo de un ser queriente. En efecto, cada cual de nosotros, por poco que
¿Qué relación tiene el dandy con estos conceptos, además de la medida en que
El dandy como camello, por ejemplo, lleva la carga de presiones y altibajos de la vida
social a la que se opone e impone a la vez (Brummell, en algún momento, sufrió la suspensión
del favor y compañía del príncipe regente). Un dandy debía presentarse como tal a donde quiera
que fuese, y eso suponía dedicar largas horas del día al aseo y al vestido. Tales eran sus cargas,
además del costo económico de las ropas, las fiestas y comidas que, por ejemplo, los dandis
El dandy puede ser el león de Zarathustra por su independencia, por ser “el amo de su
voluntad en favor de los personales intereses (Moers, 1978: 68). Es también un conquistador de
admiraciones y servidores.
dandy), nos remite al carácter fundacional y creador de éste, quien dicta modas y modales y,
quizás con Brummell, inventa la elegancia como actitud, como una forma de vivir en la cúspide
social. Además, la exacerbada importancia en algo tan superficial como el vestido, el orgullo
que de manera deliberada descansa en lo aparente, algo tiene de arrebato infantil. No olvidamos,
dicho sea de paso, el valor contestatario del dandismo: ante la decadencia de un mundo sin
garantía de permanencia, ante la depreciación del artista frente a los ojos del capitalismo, la
actitud moderna se expresa en varias direcciones, una de las cuales consiste en la figura del
naïve o quizás caprichoso que será útil, por lo menos, para descartar por débil esa posible
96
ligazón de la superioridad autoasumida del dandy con la idea nietzscheana del superhombre. En
todo caso, está presente la conciencia concentrada en el yo y cuyo objeto es “la voluntad de su
persona”, como leímos en Schopenhauer con un examen de cuya ligereza ojalá seamos
dispensados.
En última instancia, el dandy es orgulloso como el águila y astuto como la serpiente, los
animales elegidos por Zarathustra como sus guías, al final del “Prólogo de Zarathustra”. Y el
la apariencia, pues
creador de los valores y el fermento de toda innovación: “Vivir es inventar”. El hombre bueno
vive de las cosas antiguas; el hombre noble quiere cosas nuevas y una nueva virtud.
[…] Todo es ilusión, pero sólo el arte sabe que él mismo no es más que ilusión. Penetra a mayor
profundidad en las cosas que cualquier otro fenómeno humano; constituye el lenguaje mismo de
limitaciones de la moral ordinaria, culpable y cristiana. Parece que lo que tenía en mente con su
filosofía:
38
S.v. ethics. En Encyclopædia Britannica. Consultado el 16 de mayo de 2009, de Encyclopædia Britannica Online:
http//www.britannica.com/EBchecked/topic/194023/ethics
97
De hecho, Nietzsche era casi tan desdeñoso (contemptuous) del racismo pangermánico y el
antisemitismo como lo era de la ética del judaísmo y el cristianismo […] Sin embargo, debe ser
dicho que Nietzsche se dejó abierto a sí mismo para aquellos que quisieron su imprimatur
filosófico para los crímenes contra la humanidad. Su creencia en la importancia del Übermensch
lo hizo hablar de la gente ordinaria como “el rebaño” que realmente no importaba […] La
cuestión es que el Übermensch está por encima de los estándares morales: “El ser humano
juzga ‘que lo que es dañino para mí es dañino como tal’; él sabe que él es el algo que da valor a
que puede ser utilizado para justificar crímenes de lesa humanidad? Aunque el propósito de esta
investigación no es elevar crítica filosófica o política alguna, creemos que muchos textos de
ello no hay ninguna novedad. En la Biblia, por citar algún ejemplo, pueden encontrarse razones
para sustentar actitudes antisemíticas, por ejemplo, y la historia da suficientes pruebas de que
hubo alguna vez intereses a favor de semejantes interpretaciones. Mejor es, en mi opinión, citar
directamente los textos del filósofo donde se refiere a la calidad superior e inferior de la especie
humana, más relacionada con la “buena” o “mala” conciencia, con la desaparición del
Nietzsche llega a tal extremo que, en La gaya ciencia, ante la frase final de Sócrates en la
39
Ídem.
98
—lo cierto es que en esos momentos algo le desató la lengua y dijo: “Oh, Critón, le debo un
gallo a Asclepio”, exclama: “¡Parece mentira! ¡Un hombre como él, que había vivido
alegremente y a la vista de todo el mundo como un soldado— era un pesimista! ¡Había puesto
buena cara a la vida y ocultado su juicio definitivo, su más íntimo sentir a lo largo de su vida!
¡Sócrates, Sócrates sufrió de la vida! ¡Y por eso se vengó —con esa palabra velada, pavorosa,
de la vida, como si fuese una enfermedad de la que deseaba librarse. Nietzsche amaba la vida y
sus potencias, de modo que no podía entender ni perdonar la actitud del griego.
ideas estéticas, parece haber esa autoconciencia de hombre superior que anima la voluntad de
los grandes elegantes (también artistas muchos de ellos) del mundo, merecedores de la categoría
dandy. Estos eran (o son, en caso de que la especie siga vigente) superiores por su actitud, por
como valor intrínseco y nato no es ninguna novedad. Aristóteles habla en su Política, por
ejemplo, de las condiciones contrarias esclavo-señor como algo que no es fortuito ni debido al
azar de la circunstancia, sino que: “Uno es señor, no porque sepa mandar, sino porque tiene
cierta naturaleza; y por distinciones semejantes es uno esclavo o libre” (Polít. I, ii). Y elabora
todo un argumento en defensa de esa idea contra algunos de sus contemporáneos que ven la
esclavitud como efecto de, simplemente, el ejercicio de la violencia. Precisamente en ese tiempo
(como en otros momentos de toda la historia humana), solían servir como esclavos algunos
El interés de la parte es el del todo; el interés del cuerpo es el del alma; el esclavo es una parte
del señor, es como una parte viva de su cuerpo, aunque separada. Y así, entre el dueño y el
esclavo, cuando es la naturaleza la que los ha hecho tales, existe un interés común, una recíproca
benevolencia; sucediendo todo lo contrario, cuando la ley y la fuerza por sí solas han hecho al
Creemos que, si alguna corriente filosófica o de pensamiento tiene verdaderos y estrechos nexos
con lo que representa el dandismo y con su época de mayor auge (finales del siglo XVIII y
principios del XIX), esto sería el esteticismo inglés. Wilde (1854-1900) fue uno de su
promotores y practicantes más entusiastas. Aunque los años de actividad artística y ensayística
de Óscar Wilde se ubican en la segunda mitad del siglo XIX, el esteticismo tiene raíces tan
tempranas como el pensamiento de Kant, por su influencia sobre las ideas del arte como
Dorian Gray con varios artistas de su tiempo: nos referimos al esteticismo (aestheticism), ligado
al concepto de arte por el arte, que acuñó el filósofo francés Victor Cousin. A su vez, estas
teorías se alimentaron en parte del legado estético de Kant, como apreciaremos en esta breve
síntesis de su pensamiento:
Lo bello se opone a lo agradable y a lo bueno, puesto que estos dos se hallan sometidos a la
facultad de desear; carecen, así, del desinterés de la obra estética. Lo bello se opone también a lo
útil y a lo perfecto, o sea, a la finalidad objetiva externa en cuanto a lo útil e interna en cuanto a
Aunque no sería justo olvidar que esta idea del arte por sí mismo fue rechazada por el
Victor Hugo siempre pensó que el arte era expresión de la sociedad. Consideró, pues, que el arte,
según los periodos, es sobre todo expresión del liberalismo, en seguida de la democracia y,
finalmente, después de 1850, del socialismo. Esta concepción lo obligó a rechazar la teoría del
arte por el arte y a adoptar la del arte por la utilidad, utilidad social con miras a enseñar y a
[…] La finalidad del arte, según Victor Cousin, es producir la idea y el sentimiento de lo bello, y de
elevar a través de ello al alma hacia la belleza ideal que es Dios (Ídem).
Arte por el arte es un concepto que puede apoyarse en una lectura de, por ejemplo, el
§16 de Crítica del juicio, donde Kant (1985) explica: “El juicio de gusto, mediante el cual un
significa que, si juzgamos un objeto por lo que tiene de bello, sin presuponer lo que el objeto
debe ser como tal en sus funciones y naturaleza, estamos juzgando su belleza libre y, por tanto,
nuestro juicio es puro o estético. Si, en cambio, juzgamos un objeto por las características que
como tal objeto debe tener, por su perfección como tal, entonces nuestro juicio no es libre, sino
ofrecemos un ejemplo posible (ya que Immanuel Kant no es pródigo en ejemplos): digamos que
apreciar un caballo por su fuerza, por su cualidad de “pura sangre”, su alzada, musculatura o
color de piel, esa apreciación será un juicio adherente o utilitario. Si, en cambio, admiramos al
animal simplemente por su belleza como maravilla de la forma y el porte, y esa belleza nos
101
conmueve, estamos haciendo un juicio libre, puro o estético, según la terminología que la
Pero, en justicia, debemos valernos de una voz experta para contar con su dirección
Para resumir lo que es el juicio del gusto y la actitud estética según la naturaleza de lo bello,
llama bello al objeto de esa satisfacción. Volvemos a hallar aquí el criterio del desinterés de la
actitud estética.
El segundo momento es la cantidad. Es bello todo aquello que gusta universalmente, sin
concepto […]
El cuarto momento es la modalidad. Es bello lo que es reconocido sin concepto como objeto de
una satisfacción necesaria. Aquí tenemos no solo lo universalizable de hecho, sino de derecho, es
[…] Lo bello se opone a lo agradable y a lo bueno, puesto que estos dos se hallan sometidos a la
facultad de desear; carecen, así, del desinterés de la contemplación estética. Lo bello se opone
también a lo útil y a lo perfecto, o sea a la finalidad objetiva externa en cuanto a lo útil e interna
[Idea principal]: movimiento tardío del arte europeo centrado en la doctrina de que el arte existe
a causa de su sola belleza y no necesita servir a un propósito político, didáctico ni otro ninguno.
El movimiento comenzó como reacción contra las filosofías utilitarias prevalecientes y lo que
era percibido como la fealdad y el filisteísmo de la era industrial. Sus cimientos filosóficos
fueron echados en el siglo XIX por Immanuel Kant, quien postuló la autonomía de los estándares
estéticos, colocándolos aparte de consideraciones de moralidad, utilidad o placer. Esta idea fue
ampliada por J. W. von Goethe, J. L. Tieck y otros en Alemania, y por Samuel Taylor Coleridge
y Thomas Carlyle en Inglaterra. Fue popularizada en Francia por Madame de Staël, Théophile
Gautier y el filósofo Victor Cousin, quien acuñó la frase l’art pour l’art (“el arte por el arte”) en
El dandy es alguien que pretende hacer de su vida arte. Algunos de los más notables
dandis de la historia, no es casual, también eran artistas, casi siempre escritores. La vida estética
que habían elegido tenía relación con un ambiente de tedio causado por factores históricos,
filosóficos o sociales. Como dice Ellen Moers (1978:17): “El dandy practicó su primera,
que siguieron a la revolución francesa” (traducción nuestra). Ese ambiente de cambios y, sobre
todo, de valores que desaparecen, de ennui,41 es propio de la época. Ya hemos hablado de los
dandis ingleses. La elegancia de estos se impuso como paradigma del buen vestir en toda
Europa y uno de los artistas influidos por semejante moda fue el francés Charles Baudelaire, de
quien dice su biógrafo, el español González Ruano (1958: 77-78): “Ambientado el dandismo de
40
S.v. Aestheticism, En Encyclopædia Britannica. Consultado el 21 de mayo de 2009, de Encyclopædia Britannica
Online: http//www.britannica.com/EBchecked/topic/7474/Aestheticism
41
S.v. “ennui n. una sensación de gran aburrimiento y cansancio de todas las cosas”. Webster’s American
Dictionary. USA: Smithmark Publishers, 1999 [traducción nuestra].
103
Baudelaire en los momentos sociales en que se produce, se ve con claridad que nace como
[…] se persigue encarnizadamente a los bonapartistas y se veneran las cenizas de Bonaparte […]
la monarquía ridícula de Luis Felipe, un rey gordo con zapatillas y gorro de lana extraído de las
la rebeldía, que es el dandismo, alzada contra la elegancia fácil y adquirida, contra la bonhomie
insoportable de la época, contra las galas de los nuevos ricos y la democracia cobarde que ni se
[…] Baudelaire acepta y aun persigue todas las afectaciones como auténticas virtudes, en tanto
que lo natural es para él abominable y vil; pero, en todo, hay ese gesto desinteresado por lo
vulgar, por aquello que el burgués desea y el mediocre ama. Yo veo en este dandismo un acento
Sus trajes tienen la importancia, la calidad, de cuadros que requieren un estudio preciso y
Que el dandismo tuvo una relación indisoluble, orgánica con el esteticismo (o arte por
el arte), lo prueban las palabras de William Jesse, biógrafo de Brummell, dirigidas en su libro a
la “comunidad de utilitaristas”: ahí afirma que el gran dandy tenía las cualidades suficientes
para hacerlo “aceptable, interesante y ornamental, pero ninguna que tendiera, en el más remoto
Y las opiniones de Usigli, por lo menos en el tiempo que escribió Voces (entre 1932 y
La elegancia consuela de muchas cosas en la vida. El consuelo está en la elegancia mejor que en
las religiones, porque la elegancia diafaniza y aligera en tanto que las religiones deprimen y
humillan.
No que la humildad a que nos condenan las religiones no sea grande; pero no está al alcance de
todas las fortunas —de todas las pobrezas— ser San Francisco de Asís. Ahora, que la humildad
es condición de las masas y la elegancia condición personal, y que entre una falsa elegancia y
una falsa humildad la primera es imperdonable y odiosa, en tanto que la segunda es sólo
tras la lectura de El retrato de Dorian Gray: “...de halagar este instinto de perfumes y de pausas,
de joyas raras y de telas pesadas y suaves, ligeras y ricas”. Cierra estas reflexiones con una
vuelta a su realidad: “Mi cuarto real era pequeño y desnudo: una cama estrecha de hierro —un
catre—; un librero, una mesa, una silla […] Todas estas visiones de lujo corresponden a una
fuga, son parte de una fuga sistemática. Lo sé ahora”. Pero no estaba, la valoración humana de
Usigli, sólo en el ambiente y los objetos de la riqueza material. A lo largo de sus pensamientos
—máximas, los llama— en Voces descubrimos una personalidad conformada por el gusto de la
decencia y los buenos modales; una admiración intensa por las personas inteligentes, sobre todo
las de talento artístico; una idea, en fin, de la gente como naturalmente desigual, dividida sobre
todo entre la genialidad y la vulgaridad, aunque no como absolutos: “La vulgaridad es preciosa:
es el centro de resistencia de la vida. Hay que tenerla de vez en cuando, por lo menos para no
105
morir. Los genios son eso: mitad potencia creadora, alta inteligencia, y mitad vulgaridad”
(Ibídem: 45).
En este particular trabajo del maestro inglés del suspenso cinematográfico, confluyen los temas
que han dado pretexto al presente ejercicio de acercamiento a la única novela de Rodolfo Usigli:
gusto refinado de los protagonistas; 3) y, por último, la “superioridad” de unos hombres sobre
otros, que permite construir una justificación del asesinato. Estos elementos, o mejor dicho,
estos tres complejos factores se aúnan para ofrecernos una pieza maestra de la cinematografía
mundial, del tiempo en que las cintas de filmación duraban justos diez minutos de rodaje
continuo.
Ingrid Bergman estaba por terminar un contrato en dos películas y no estaba disponible
Así que Hitchcock y Bernstein decidieron esperar e intentar en el ínterin una rápida versión
cinematográfica de la obra de 1929 de Patrick Hamilton Rope, que les había impresionado en su
estreno en el West End. Esto, pensó Hitchcock, le daría la oportunidad de producir rápida y
modo que los ochenta minutos de acción de la obra, sincronizados con el tiempo real, fueran
Pero nuestro análisis va dirigido a otros asuntos. El poder, por ejemplo, de unos
hombres sobre otros, ejercido en la vida real tanto como en la literatura ficcional por quienes
106
matan. El pretexto suele ser ése: el criminal necesita afirmar en lo íntimo su valía, su ego que,
quizás en la región del inconsciente, fue en algún momento perturbado por un hecho
sobrecogedor. Estamos hablando desde luego de un tipo específico de asesino, que los hay de
todas clases y que matan por los motivos más disímiles. El arte, en especial la literatura y el
cine, representan casos de ligera crueldad, si los comparamos con el mundo del asesinato no
ficticio. Es importante no pasar por alto esa particularidad: lo que concierne al arte es el
producto estético; entretener, hacer poesía utilizando cualquier tema o motivo, incluso los
hechos de sangre, pero con la moderación que exige la resistencia humana, en general muy
sensible ante el horror de las heridas y la muerte. El llamado género snuff, por ejemplo, no
tendría tantos adeptos como han conseguido hasta el momento la novela negra y el cine noir. En
la película que analizaremos, está presente esa sensación íntima de omnipotencia que unos
Muy a propósito para ilustrar el asunto, nos gustaría ofrecer un fragmento de este libro
Algunos asesinos han dicho que tomar una vida humana los hace sentir como Dios, con poder
sobre la vida y la muerte, mientras que el agresor ocasional se ha identificado a sí mismo con
Cristo. En algunos casos, un asesino simplemente sufre desdén por un tipo específico de
personas y cree su deber religioso limpiar al mundo de ellas. La fuerza impulsora detrás de tales
asesinatos es la necesidad de ejercer control, y está ceñida por la creencia del criminal de que es
alguien especial, de alguna superior manera. Generalmente, esos criminales son narcisistas o
Se habla de una superioridad que debe, generalmente, ser exhibida para otros o
reconocida por otros. Implica, algunas veces, que el asesino tiene un cuidado extremo en su
107
vestimenta, que se rodea de objetos exquisitos y viste de manera no solo impecable, sino
elegante.
Hagamos una brevísima sinopsis de La soga, para relacionarla con los conceptos que
venimos tratando: ésta fue la primera película en Technicolor dirigida por Alfred Hitchcock.
También fue la primera, nos informa Donald Spoto,42 que Hitchcock produjo íntegramente. El
libreto es una adaptación de la obra teatral, “Rope’s end”, de Patrick Hamilton, “cuya acción
sucede íntegramente en un ático de Manhattan en tiempo real. La historia está levemente basada
la trama:
ahorcándolo con una cuerda —de ahí el título de la obra, Rope—. Lo hacen para probar lo que
suponen las teorías de Nietzsche, respecto del poco valor que para los hombres “superiores”
tiene la moral convencional. Es decir, porque ellos son “superiores” y David es “inferior”.
Cometieron este crimen en el departamento que comparten, en la sala, donde hay por cierto un
gran arcón destinado a guardar libros. Esconden allí el cadáver de David y la cuerda
—instrumento asesino— queda mitad fuera, mitad adentro del arcón, es decir, con gran peligro
Para hacer más intenso el desafío, previamente invitaron a varias personas a quienes
ofrecen una fiesta, cuyo motivo explican con cierta vaguedad: se trataba de despedir a Phillip,
quien saldría de viaje al otro día. La verdadera causa es el deseo de experimentar ese peligro de
42
Op. cit., p. 273: “Su primer film enteramente bajo el control de Hitchcock como productor...” Spoto escribió la
obra más completa sobre la vida y la carrera del director inglés.
43
Para ampliar esta información, sugiero visitar el blogspot Moonfleet, sitio mantenido por Jeremy Fox: http://www.
moonfleet.blogspot.com/2005/05/joyas-del-cine-la-soga-de-alfred.html
108
casi exhibir a su víctima en mitad de un grupo especialmente elegido con macabro humor: la
novia, los padres y los amigos del muerto. Además, estarían Rupert, el profesor de casi todos los
Entre estos jóvenes que se estrenan en el oficio de matar (“arte”, lo llama Brandon),
Phillip, el más inseguro, débil y asustadizo de ambos, está cada vez más nervioso y convencido
de que no debieron cometer el asesinato, y mucho menos haber organizado esa fiesta. Durante
la reunión, Brandon juega con la cuerda en sus manos mientras su tímido amigo se altera a
extremos que hacen peligrar el secreto. El padre de David Kentley (el joven asesinado), se
preocupa cada vez más porque esperaba ver a su hijo ahí, pues era uno de los invitados y no
tenía por costumbre la impuntualidad. Llama por teléfono a su casa, donde su mujer (quien no
pudo acudir con él y pidió a una hermana de ella servir de compañía al señor Kentley) le
informa que David no ha regresado ni llamado a casa. El señor Kentley decide ir a buscarlo y
Brandon, quien ha regalado a este hombre algunos libros, ata el obsequio precisamente con la
cuerda asesina, imprimiendo un toque de humor negro y cinismo al personaje más maligno de la
trama. Todos los demás personajes abandonan la casa también en ese momento, excepto los
muchachos, poniendo más nervioso a Phillip. En los diálogos que se suscitan en torno al tema
del asesinato como un arte, de la diferencia de valor entre unos humanos y otros, hay menciones
a la teoría del superhombre nietzscheano. Brandon dice comulgar esta idea y el señor Kentley
replica que Hitler también (éste, por cierto, había muerto tres años antes de rodarse la película,
fechada en 1948). Rupert, antes de marcharse con el grupo, había pedido su sombrero, pero la
empleada le dio por equivocación uno ajeno. Rupert vio el forro interior, donde el espectador
109
podía ver estas iniciales: “DK”. Obviamente, era el sombrero de David Kentley. Así que, unos
minutos después de ausentarse, volvió con el pretexto falso de haber olvidado su cigarrera. Un
tenso intercambio de palabras y amenazas y, por fin, hace confesar a los chicos la terrible
verdad, luego de lo cual confesará él, por su parte, sentirse avergonzado porque durante sus
clases en la universidad fue capaz de apoyar y defender las ideas que, llevadas hasta sus últimas
consecuencias, producen tan horrendo resultado. Finalmente, abre la ventana del apartamento y
hace unos disparos de pistola al aire, para que los vecinos escuchen y hagan venir a la policía.
Los personajes visten con elegancia notoria, especialmente los protagonistas, es decir,
los criminales. Son un par de dandis con buen gusto para muchas cosas, cultos, ingeniosos, con
talento artístico (Phillip toca el piano y Brandon tiene una inteligencia diabólica). Durante las
con todos los davides del mundo. Con esto se hace alusión, probablemente, al David bíblico,
quien era un hombre débil enfrentado a un gigante poderoso, Goliat. Como sabemos, David
venció convirtiéndose así en un símbolo de esperanza y redención para los débiles. Aunque el
episodio pertenece al Antiguo Testamento, este pastor que luego se convertiría en rey judío
debilidad como valores que ayudarán a obtener la vida eterna en el más allá (“Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”; “Bienaventurados los que
Sin duda, las palabras de Katherine Ramsland, transcritas páginas arriba, se ven
narcisismo, patente hasta un grado chocante en el personaje Brandon, y es uno de los más claros
aciertos de esta película. Aunque Brandon, en sus discursos, no se compara a sí mismo con
44
Nuevo Testamento. Mateo 5:1-4 y ss.
110
Cristo ni se dice un dios, sí profesa un explícito desdén por los demás y justifica el asesinato
con el argumento de “una moral superior”, enunciado desde la altura, desde luego, de su propia
infalibilidad. De cierto modo, es un dios junto a los demás, a quienes pretende burlar con la
fiesta para demostrar a su amigo Phillip, y en buena medida a sí mismo, la infinita diferencia de
En pocas palabras, La soga reúne con magistral eficacia los temas que nuestra
(influencia de Thomas De Quincey), idea del hombre superior, relacionada con F. Nietzsche en
Capítulo 6
Roberto-Archibaldo de la Cruz, dandis del siglo XX
112
6.1 Roberto-Archibaldo
el adjetivo solo en el sentido que implica desviación respecto del modelo. Sin embargo, en este
caso, ambos personajes (el literario y el cinematográfico), son modélicos: Archibaldo de la Cruz
es un carácter cuya construcción, en cierto modo, enmienda o parodia —puesto que no imita
celuloide: a fin de cuentas Roberto sí alcanzó su cometido sangriento, mientras Archi abandonó
la liza a favor de un final poco digno del cine noir. Es más: precisamente por eso no es una
película del género negro. Pero las defensas de uno y otro antihéroes como el mejor —el
arquetipo— de ese personaje idóneo que armaron entre Buñuel y Usigli, personaje nimbado por
la audacia de saltar las trancas morales y encarar el horror de un asesinato, puede no tener fin.
Archi nació gracias a Roberto, pero Roberto se volvió más visible gracias a la imagen surgida
de su infiel espejo. En ambos personajes se verifica el sueño, que solemos considerar necio, si
no imposible, de la variación hipotética: “¿y cómo hubiera sido si...?” O, como se enuncia con
Ambos personajes son elegantes caballeros del siglo XX. Un tipo distinto de dandy cada
cual, por cierto. Más tradicional el De la Cruz literario, asiduo de garitos (de uno solo, el del
gordo Asuara, como eran miembros de un club los dandis europeos del siglo anterior). Más
visual y adornado Archibaldo, con su bastón y esas maneras refinadas que solo podía encarnar
Estos son dandis del siglo XX, encantadores y crueles a la vez, como se dice de los
asesinos en serie. No era así Thomas de Quincey, dandy decimonónico, quien era un hombre
113
elegante de su tiempo, mas no lo fueron de ningún modo sus matones (en Del asesinato
considerado como una de las bellas artes), más bien de aspecto vulgar, aunque fueran
magistrales ejecutantes. No: nuestros dandis son criminales más de convicción que de acciones.
Además, no se dedican a relatar crímenes bellamente ejecutados: ellos viven la condición del
asesino y por eso sus novelas se acercan más al género negro que De Quincey, cuyo narrador
sólo ofrecía relatos recogidos en periódicos de su tiempo. Aquí tenemos, en cambio, crónicas
“de primera mano”, al menos en la versión cinematrográfica, pues Archi le cuenta a la policía y
este capítulo nos ocuparemos de variados aspectos en que coinciden o difieren entre sí los dos
gemelos bizarros (en el sentido inglés de bizarre: muy peculiar o inusual, grotesco; inesperado,
increíble, fantástico).45
Una de las premisas del dandy es ésta: “parecer es ser”. Como dice Wilde (2003: 24) en El
A veces la gente afirma que la Belleza es sólo superficial. Puede ser. Pero al menos no es tan
superficial como el Pensamiento lo es. Para mí, la Belleza es la maravilla de las maravillas. Sólo
la gente superficial es la que no juzga por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo
visible, no lo invisible… Sí, señor Gray, los dioses han sido generosos con usted. Pero lo que los
45
El Webster’s American Dictionary lo consigna así, s.v. bizarre... adj. 1 very odd or unusual; grotesque [bizarre
clothes] 2 unexpected and unbelievable; fantastic; [a bizarre sequence of events]
114
respectivas apariencias. Roberto, para acicalarse, toma su tiempo y elige con cuidado la corbata
de marca (Croydon Knit) que vaya bien con la camisa (blanca y suave). Elige, en su primera
salida, un sombrero “gris suave, marca Christy”; se aplica un fino perfume y enciende
cigarrillos “Luckies”. En su cama hay “una colcha de seda de Damasco, adornada con galón
era un flâneur, un paseante que todo lo observa y comenta en sus adentros, juzgando, claro está,
Alameda. También le agradaba el edificio del Banco Nacional, único que dejaría en pie si se
cumpliera su sueño de echar abajo construcciones para formar una sola avenida entre
nombre le parecía más romántico que el del general revolucionario. En los nombres, para él,
también reside la estética de las cosas y las personas, desde luego. Por ejemplo, es claro que su
único amor en la novela tuviera por nombre Carlota Cervantes. Evoca un pasado aristocrático,
para México, que se frustró con la derrota de Maximiliano. Patricia Terrazas, por su parte,
implica una contradicción entre el nombre y la persona: es una falsa patricia, pretendida e
imposible aristócrata. Roberto es un nombre que procede del germano y significa “aquel que
brilla por su fama”,46 mientras que Lavinia (significa “la que pinta”) es el nombre de la hija del
rey Latino que, en la Eneida,47 termina casándose con Eneas; una característica relevante es su
46
A falta de una fuente más confiable, encontré en la red varios sitios donde la definición era coincidente. La que me
pareció más fidedigna y completa está en esta dirección: http://www.euroresidentes.com/ significado-nombre/r/
roberto.htm
47
Cf. Virgilio, Eneida VI 764; VII 72, 314, 359; XI 479; XII 17, 64, 80, 194, 605, 937.
115
relativamente muda, pues tan sólo acepta el ofrecimiento económico y sin amor de Roberto: un
departamento amueblado, con la renta de un año pagada. A ella le importaba el hombre, desde
luego, pues “parecía haberse interesado auténticamente en él” (p. 136), pero sólo permitió que
una lágrima, en silencio, resbalara por su mejilla.49 Para colmo, el interés inicial de Roberto por
Lavinia obedecía a que ésta era una imagen “que reflejaba imperfectamente a la señora de
Cervantes… una especie de aproximación cuya posesión lo había torturado siempre con su
borrar” (p. 141). Apariencia, parecidos, falsedad de los fantasmas especulares. Lavinia le
(idealizado y, por ello mismo, inalcanzable). También su interés por Carlota obedecía al enorme
Roberto de la Cruz, si no fuese porque ello nos enviaría lejos de los temas que aquí tratamos de
indagar.
millonario seductor que se dedica a fabricar objetos de cerámica —quizás como simple
divertimento: él mismo confiesa que es sólo un aficionado—. Gracias a la “visualidad” del cine,
y a que Luis Buñuel es un director que sabe narrar con imágenes, llama nuestra atención el
aspecto de “Archi”. Éste usa, además de sombrero (ignoramos de qué marca) y un traje
intachable, dos elementos más bien antiguos, con lo que el personaje está muy cerca de ser más
un esnob que un dandy: bastón y capa. Sin embargo, el personaje está de tal modo trabajado que
destila “clase”: es refinado, propio, sereno, ingenioso. Lo corroboran momentos como aquel en
48
Roberto “la prefería en cierto modo cuando callaba, aunque su voz era rica y agradable” (p. 138).
49
“Una lágrima redonda, brillante, perfecta, resbaló por la mejilla de la mujer” (p. 140).
116
que dice a la monja algo sobre la debilidad del poder (2ª escena: Archibaldo en una cama de
cuyo modelo fue la misma Lavinia, y desarrollar todo un juego erótico que se prolongó por
varios minutos. También el afeitado del rostro es perfecto, y los modales al hablar y moverse en
Antes de seguir y para ponernos a tono, transcribimos aquí una pequeña sinopsis de la
Llausás), alcanzada por una bala perdida, mientras se oía un vals en una cajita de música. Ya
adulto, por el recuerdo asociativo entre muerte y erotismo, cree que su verdadera vocación es la
de asesino, pero sus previstas víctimas, como una monja (Chabela Durán) y una coqueta (Rita
Macedo), mueren por azar o a manos de otro personaje. Novio de Carlota (Ariadna Welter) y
celoso de ella, Archibaldo piensa matarla después de la boda, pero se le adelanta el amante
(Miroslava), no logra asesinarla y debe contentarse con quemarla “en efigie”. Pese a sus
deja libre. Archibaldo arroja la cajita de música al Lago de Chapultepec, encuentra a Lavinia y se
alejan los dos tomados del brazo (De la Colina y Pérez Turrent, 1986: 107).
infancia, por ejemplo, se ponía ropa y zapatos de su madre. Un arraigado fetichismo con la ropa
interior femenina lo acompaña hasta sus años de madurez (en el presente ficcional, diegético, de
la película), pues juega con las prendas del maniquí que reproduce a Lavinia. Además, propone
a ésta la travesura de intercambiar vestidos, incluidos sostén y calzón, con la muñeca. La manía
117
más importante de Archibaldo es la de emplear para afeitarse, marcadas con el nombre de cada
día, una distinta navaja libre cada mañana (de las que hoy conocemos como “navaja de
barbero”, porque prácticamente no la usa nadie sino los barberos). Unas cuantas veces el
espectador las puede ver y, por momentos, reconocerlas como potenciales armas con las que
Archi terminará con la vida de alguien. Una monja, que huye ante la amenaza de este maniaco,
cae por el cubo de un ascensor averiado que, por desgracia para ella, tenía la puerta abierta. Es
la navaja que en la novela de Usigli descubrimos desde las primeras páginas y que tendrá una
función determinante en el desenlace, pues con ella Roberto de la Cruz comete su único crimen,
aunque lo hace en un estado casi inconsciente y sin darse cuenta de quién era la víctima. La
navaja de afeitar es un puente que une a las dos obras, película y libro, a la vez que forma parte
de las grandes diferencias entre ambas, en parte porque Roberto sólo tiene una, mientras Archi
se da el lujo de poseer siete. En esta película, como en otras, Buñuel otorga una gran
importancia a lo visual: hay, por ejemplo, un interesante juego con la cámara cuando, en su
visita al taller de Archibaldo, Lavinia (Miroslava Stern) intercambia papeles con el maniquí. De
pronto creemos que la cámara enfoca las piernas de éste y, en realidad, son las de Lavinia.50
ella, que trabaja como guía de turistas, se dedica a conversar con dos supuestos
norteamericanos, una mujer y un varón, vemos a éste tocado por una gorra de beisbolista cuya
visera es absurdamente grande. Buñuel retoma aquí el aspecto ridículo con que Usigli retrata a
los norteamericanos en la novela, pero la nota de la gorra es exagerada, es una nota surrealista.
50
Asunto aparte, y siguiendo con las impresiones visuales que ofrece La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, es
digna de atención la triste nota del destino que siguió a Miroslava Stern: en la película vemos el maniquí arder y por
momentos saltar y retorcerse como si se tratase de una persona quemándose viva. Pues bien, la actriz se suicidó y en
una carta póstuma pedía ser incinerada. Coincidencia más bien lamentable, por la juventud de la artista y por su,
hasta entonces, exitosa carrera, cuya culminación fue precisamente esta película, última donde apareció.
118
Hacemos esta relación porque es el mundo que ven los ojos del dandy Archibaldo de la Cruz,
mundo en que pasea su elegancia y que contrasta poderosamente con el buen gusto que lo
caracteriza.
Por añadidura, el antihéroe de Buñuel vive en una mansión, lo que también es un rasgo
casi contradictorio con su condición de dandy (condición que nosotros le hemos adjudicado): es
un burgués. Pero, entonces, ¿cómo es que trabaja en un taller de cerámica? Bien que sea su
propio taller, aun así tenemos a un extraño artesano-millonario cuya residencia es muy grande
para suponerle un solo sirviente. Es un rico excéntrico, quizás menos rico de lo que aparenta y,
Para alguien como Archibaldo de la Cruz, la belleza es “la maravilla de las maravillas”,
como decía Wilde, y no lo desmiente la belleza con que se rodea: Carlota Cervantes
(interpretada por una bellísima Ariadne Welter) y hasta la monja a la que provoca la muerte
(aunque la policía no lo cree así, a pesar de su confesión). Además, Archi “es un gourmet
erótico que calcula su relación con las mujeres” (De la Colina y Turrent, 1986: 110) y no se
Hemos hecho un breve esbozo externo de este par de criminales que son el mismo pero bien
distintos. Quizás las diferencias sean mayores si hacemos un intento de explorar su psicología
modo, si pasáramos deprisa y sin advertir las maquinaciones mentales, las posibilidades
recordando el placer morboso que sintió en su niñez al ver asesinada a la institutriz, revela el
complejo tejido de razones que lo impulsan a matar: “Es muy humana la debilidad de sentirse
poderoso”, dice. Esta confesión inaugura una paradoja que estará en el fondo de sus acciones a
lo largo de toda la trama, esto es, el asesinato y también la seducción que suele acompañarle en
su caso, son actos de poder que encierran una esencial debilidad. ¿Cómo es esto? El hombre,
creencia, cuando era niño, de que por simple voluntad podía matar a quien fuera, asociado al
condicionaron a buscar el placer más intenso por medios que le evoquen ese momento. La
parafilia y forma parte del ritual que da sentido a su poder imaginado. Por eso, cuando
encuentra la caja después de haberle perdido el rastro durante muchos años, revive
un problema de salud, una enfermedad, y por eso llama a la sensación de poder “una debilidad
humana”. Y, en general, ¿acaso el deseo de obtener y ejercer poder no es una de las debilidades
Cuando la monja del sanatorio (quien acabará siendo su única víctima, aunque de
manera indirecta) replica que Archi es en realidad un hombre bueno a quien le gusta hacerse
pasar por malo, él contesta: “Estoy muy lejos de ser un santo”. Me parece que lo importante de
la respuesta está en el gesto sonriente del personaje al responder: no ser un santo es lo que más
desea, es decir, aprecia como una virtud su condición de pretendido asesino. Ya se siente
asesino desde niño, pues vive convencido de que él acabó con la vida de su joven maestra.
Pero no acaban ahí las debilidades de Archibaldo. Las mujeres con que se relaciona, sin
excepción, son infieles. El gran conquistador, el impecable dandy es, y aquí se refrenda la
120
paradoja de que hablamos arriba, un perdedor, en el sentido de impotente para atraer el amor de
una mujer. Incluso su primer proyecto criminal en la película, Patricia Terrazas, a quien odia y a
la vez persigue por una inexplicable atracción, se da el lujo de jugar con él, como juega con el
atribulado marido.
asesinarla”. Sin embargo, acontecimientos inesperados frustran sus planes y la mujer muere
justiciero porque, igual a su contraparte literaria, Archibaldo encuentra en esta mujer esa clase
de personas que son más perjudiciales estando sobre el mundo que tres metros bajo tierra. Así
que en esta figura, graciosamente interpretada por Rita Macedo, tenemos una fiel coincidencia
De otra “debilidad” de Archi hablamos ya, párrafos arriba. Se trata de su obsesión por la
ropa femenina, especialmente la interior (en las primeras escenas de Ensayo, la maestra saca de
su escondite —el clóset— al niño, ataviado con sombrero, tacones y lo que parece una faja o
ligueros de la madre). Sobre esta escena peculiar, comenta Víctor Fuentes (Fuentes, V., 1989:
88):
Nos dice Buñuel que el trasvestismo fetichista fue un rasgo infantil suyo y que de niño le gustaba
al niño Archibaldito metido en el ropero de la mamá, poniéndose los zapatos de tacón. Del
mismo modo, los padres de esta película —y tantas parejas matrimoniales o martirmoniales de
su cine, en las que hay una marcada diferencia de edad entre el hombre y la mujer— parecen
51
Seguramente, Víctor Fuentes está recordando pasajes de la obra autobiográfica de Luis Buñuel, Mi último suspiro,
publicada por Plaza y Janés en 1982.
121
evocar a los propios padres de Buñuel. Igualmente la fijación edípica de este niño, y el de Una
mujer sin amor, parecen aludir al cariño de Buñuel por su madre. Y en varias de estas películas
encontramos referencias a su propia biografía. La casa de Él, por poner otro ejemplo, estaba
BUÑUEL: Podría ser un homosexual sin saberlo, y por eso querría matar a las mujeres, pero yo no
lo veo así. Si de niño se pone las ropas de su madre, eso es fetichismo, tal vez edipismo. Don
Jaime, de Viridiana, también se pone ropas femeninas, pero es para evocar, o “invocar”, más
Esto recuerda otros personajes fetichistas de Buñuel, como en Él, película estrenada en
1952, donde tanto el cura como el conflictivo protagonista padecen una irresistible atracción
erótica por los pies. Lavinia, cuando visita el taller de cerámica de Archibaldo, parece divertida
mostrando parte de sus encantos, específicamente las piernas, al desesperado seductor que,
también ahí, se ve frustrado en su propósito asesino cuando llegan los turistas a quienes la chica
Para colmo, la futura esposa de Archibaldo, Carlota Cervantes, que parece la más
refinada, pura, ideal de las mujeres, también es, desde el punto de vista de las aspiraciones de
Archi, una mujer impura, pues tiene un amante, miente al futuro marido sobre el asunto y, por si
fuera poco, sólo desea casarse con él para aliviar sus problemas económicos. En esto actúa de
122
acuerdo con la Señora de Cervantes, de modo que no hay una mujer confiable en toda la
película (tal vez lo era la monja, pero muere demasiado pronto para averiguarlo). Incluso la
madre de Archibaldo es de un carácter superficial y fríamente burgués, pues recibe con desdén
las noticias de la naciente revolución mexicana y se expresa con desprecio de los rebeldes
alzados: a ella sólo importan, según parece en su breve intervención, sus comodidades.
policía, quienes no lo han creído culpable de las muertes que Archibaldo se atribuye, han
parque, un día, está a punto de matar a un insecto con su bastón, pero acaba enterneciéndose y
solo lo acaricia sin hacerle daño: está curado. Lleva en una bolsa la caja musical y, luego de una
aparente vacilación, arroja el icónico objeto al agua, donde se hunde lentamente. Poco después,
cuando se reencuentra casualmente con Lavinia y descubre que ella ha quedado libre para
amarlo, comienza a caminar a su lado y arroja también el bastón, como algo inservible. Mi
vencido, y ahí hay una derrota, un sueño roto. Sin embargo, mueren con ese sueño las anteriores
descubrimiento de que no es culpable, gana plena libertad y recobra su capacidad de amar y ser
amado (esto suena un tanto cursi, pero recordemos que la película es, aun con la impronta de
acceder al placer y a su objeto del deseo, que sigue siendo la mujer. Durante su declaración a
Carlota Cervantes, por cierto, decía que aspiraba a ser salvado por la pureza de una mujer. El
52
Como nos lo hace ver Víctor Fuentes (en Buñuel: cine y literatura): “El grueso de las películas mexicanas de
Buñuel lo constituyen las que denomina de ‘alimenticias’, hechas para poder comer él y su familia. Pero claro que
supeditado al principio surrealista que hace suyo: aquello de que la necesidad de comer nunca excusa la prostitución
del arte”. Entre esta clase de películas, Fuentes incluye Ensayo de un crimen.
123
bastón simbolizaba no solamente la elegancia del dandy, sino un apoyo artificial, como persona
débil que en el fondo fue desde su infancia, agobiado por la obsesión de culpa y las pulsiones
recordemos, a la terapia confesional), el bastón era innecesario. Además, este objeto bien puede
evocar el cetro de mando, es un símbolo de poder y superioridad —el poder que siente el
asesino al disponer de una vida humana—, pero Archibaldo ya no es esa clase de hombre: ahora
Archi se liberó de esa carga que nos impone la moral cristiana: el sentimiento de culpa.53 No
para erigirse en el superhombre, pero quizás bajo la benéfica influencia del Yo ideal, el
superyó.54
53
Afirma Nietzsche: “La historia nos enseña que la conciencia de tener deudas con la divinidad no se extinguió ni
siquiera tras el ocaso de la forma organizativa de la ‘comunidad’ basada en el parentesco de sangre; de igual manera
que la humanidad ha heredado los conceptos ‘bueno’ y ‘malo’ de la aristocracia de estirpe (junto con la básica
tendencia psicológica de ésta a establecer jerarquías), así ha recibido también con la herencia de las divinidades de la
estirpe y de la tribu, la herencia del peso de deudas no pagadas todavía y del deseo de reintegrarlas […] El
advenimiento del Dios cristiano, que es el Dios máximo a que hasta ahora se ha llegado, ha hecho, por esto,
manifestarse también en la tierra el maximum del sentimiento de culpa” (La genealogía de la moral, ed. cit., p. 116).
54
Algo distinto al punto de vista nietzscheano es el de Freud, según lectura del Diccionario Herder de filosofía
(véase Bibliografía para los datos referenciales): “En el psicoanálisis de Freud, el totemismo juega un papel relevante
y, en Tótem y tabú, describe la supuesta situación de la Humanidad en estado de horda primitiva, en una época en que
se había cometido un crimen en la figura del padre de la horda. La responsabilidad colectiva sería, según él, una de
las bases de la sociedad y el origen de la religión y la moral en forma de sentimiento de culpa y necesidad de
expiación. El totemismo, asociado a la prohibición de comer el tótem, aparece, según Freud, como símbolo de la
prohibición de matar al padre y, consiguientemente, como prohibición de tener relaciones sexuales con la madre. En
suma, aparece como la base del tabú del incesto y como represión del complejo de Edipo. De esta manera, estaría en
la base de la exogamia y sería el fundamento de la sociedad” (s.v. “tótem-totemismo. ANTROP.”).
124
vestido. Es consciente de su belleza, tal vez demasiado, como revela el narrador de Ensayo:
Mientras se examinaba en el espejo no pudo reprimir una sonrisa. No estaba tan mal para su
edad. Las canas, ya numerosas, de sus sienes contrastaban agradablemente con su rostro todavía
joven —sus labios eran especialmente juveniles, frescos, y la línea de su mentón suave, quizáss
demasiado suave para un hombre—. Sólo sus ojos no lo satisfacían. Eran unos ojos que siempre
le habían dado la impresión de pertenecer a otra persona. Unos ojos dorados y ajenos (p. 11).
Como buen dandy, pues, tiene un acentuado narcisismo. Ya hemos visto también cierto
impulso edípico manifiesto en la atracción que sobre él ejerce la señora de Cervantes. Ella es la
mujer ideal y, por lo que nos permite saber la novela, es la más “pura” de cuantas aparecen en
torno a la vida de Roberto, la única de quien no se conoce algún “desliz” (excepto el ocasionado
por el “chantaje” de un amante obstinado —eso sí, extranjero y bien parecido—),56 pero se
suicido al día siguiente de estar, por única vez, en brazos de la escultural señora. Dice el
inspector Herrera, al tiempo que entrega un legajo con informes solicitados por “el hombre de
los ojos dorados”: “…la señora de C… es una de esas pocas mujeres ante quienes puede
resto de su coñac para disimular la sensación de enorme alivio que experimentaba” (p. 132). La
55
Con este título aludimos, es claro, a Muertos de papel, de Vicente Francisco Torres, quien a su vez se inspiró para
dicho título en un libro escrito por Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera, Asesinos de papel. Ensayos sobre narrativa
policial. Buenos Aires: Colihue, 1996 [Signos y Cultura].
56
“Aquel hombre —dice la señora de Cervantes a Roberto, ya cercanos al desenlace de la novela— era extranjero,
ofrecía toda la novedad que había faltado siempre en mi vida; era muy guapo además, y me enamoré de él...—” (p.
290).
125
figura más radicalmente opuesta a esta diosa intocable, en el relato, no puede ser otra sino
Patricia Cervantes. Pues bien, así sea en clave negativa, esta dama ruidosa era un objeto del
deseo para Roberto: procuraba estar cerca de ella para conocerla y documentar su crítica o,
mejor dicho, para alimentar su desprecio por la mujer y hacer más creíble para sí la necesidad
de asesinarla. No sólo él: la novela toda destila una noción de la gente prescindible.57 Por
momentos le repugnaba la idea de un posible encuentro sexual entre ambos pero, él siempre lo
supo, no faltó mucho para que ocurriera, porque con tal de cumplir su propósito (matarla),
quizás —permitámonos la conjetura— hubiera llegado a tener sexo con ella. Pues esta dama,
también, es una mujer mayor, una representación de la madre “edípica”. Grotesca, ciertamente,
como grotescas son las presencias humanas que De la Cruz detesta: el “conde”
informes sobre ella? No tenía más datos sobre posibles “desvíos” en la conducta de esa dama
que las nada fidedignas declaraciones de Patricia Terrazas en relación con una inventada
seducción lésbica de la señora hacia ella. Ilustraremos lo dicho con esta conversación entre
57
Su vocación íntima de llegar a ser un gran criminal era, confusamente, un impulso estético asociado con la idea de
que es necesario acabar con cierto tipo de personas, como lo confirma esta reflexión generada durante su visita a un
restaurante, donde observa a una familia formada por un papá gordo, una madre gritona y una niña chillona: “Esta
familia se prestaba para ser asesinada, bromeó para sí, y con uno de estos saltos peculiares a su imaginación, anticipó
los encabezados de la primera plana de la segunda sección de los diarios: ‘Nuevo Romero Carrasco Asesina a Toda
una Familia en Elegante Restaurante.’ Sonrió con burla de sí mismo mientras prendía otro cigarrillo. Ah, pero el
motivo. El motivo sería muy diferente: él mataría por estética, para acabar con los papás gordos, con las niñas
malcriadas y con las esposas irascibles”. Es decir, De la Cruz inventa una estética negativa, que opera mediante la
eliminación de lo feo (no sólo en el aspecto visible), en lugar de la creación de lo bello. Llevar esta idea hasta sus
últimas consecuencias tendría efectos devastadores, pero nuestro antihéroe no es un fascista. No lo es por sus
inclinaciones ideológicas (lo vemos simpatizando en la cárcel con un pintor-intelectual que se nos antoja más bien
socialista: Manuel Rodríguez Lozano, quien aparece en el capítulo 6d de Ensayo).
126
—¿Ve usted qué mujer? —preguntó Patricia Terrazas—. Es viejísima, me lleva muchos años.
—Es muy bella —dijo él sintiéndose agredido sin saber por qué.
Roberto de la Cruz dio un largo sorbo de té para no preguntar qué cosa era una lástima. Ella
siguió de frente.
—¡Con un marido tan bueno! ¿Sabe usted por qué no quiso sentarse? Tuvimos un incidente
—Lesbiana, sí, ¡la pobre! Yo sentí una cosa tal que no puede [sic]58 contenerme, se lo dije todo a
su marido. El infeliz estaba ciego, enamorado como un tonto o como un dios. Ella le hizo creer
He aquí otra fisura en la personalidad superior de Roberto: dudó, aunque fuera por un
momento, de la honorabilidad de su diosa. Esta duda, estos celos, denotan una inseguridad que
derrumbaría muy pronto la imagen potente de nuestro dandy, que nos fuimos formando hasta
este punto de la lectura. Por suerte, este desliz tuvo como función que nosotros, lectores
atrapados en la trama, tuviéramos la imagen pulcra de esta casi hierática y bella matrona. No
obstante, este tipo de dubitaciones constituyen una debilidad asociada al machismo. Haber
creído esa calumnia, sin embargo, implica que sus oídos no eran del todo sordos a las palabras
de la Terrazas.
58
Errata en la edición de Lecturas Mexicanas: debería decir ‘pude’ en lugar de ‘puede’.
127
más, como muchas señoras actuales de clase alta (y algunas de clase media y baja) que se hacen
llamar con el apellido del marido. Es, pues, un signo de la posición social de esta, llamémosla
así, diosa59 del casillero imaginario en que De la Cruz coloca a las personas, clasificándolas.
Esta diosa es una mezcla de Afrodita, por su indudable atractivo sexual (que llevó al suicidio a
Como sabemos, la primera es la deidad del amor sensual, amante de dioses y mortales, de
belleza irresistible y, de vez en cuando, promiscua. Dice de ella don Ángel María Garibay
(1989: 14-17):
[…] Nace entre las espumas del mar y va en una gran concha a dar a las playas de la isla de
Citera. Le pareció muy pequeña y se fue hacia el Peloponeso y de paso se estuvo en Pafos, en
Chipre. Donde ella pisaba brotaban hierbas, plantas y flores […] En todas las versiones va
acompañada al nacer de palomas y gorriones, aves que le están consagradas, tal vez por su
fertilidad y salacidad […] Es curiosa la leyenda (vid. Ares), que nos cuenta que una noche
cuando Efesto [esposo de la diosa] dormía en una casa de Ares de la Tracia, vino Helio y le dijo
cómo Ares y Afrodita lo engañaban. Al momento se levantó Efesto del lecho y fue a urdir una
dura malla de hierro o de bronce, muy bien tejida y dura, y llegó con ella a la sala en que yacían
los dos amantes en dulce unión. Habló Efesto invitando a Afrodita para ir a otra región. Ella se
negó. Entró el marido y los encarceló en la red. Luego llamó a los dioses para que se divirtieran
con el espectáculo. Vinieron los dioses a ver, pero las diosas quedaron en su sitio, por pudibunda
pena.
59
No es exageración nuestra la de divinizar a la señora de Cervantes. El día en que la conoció, sabemos por voz del
narrador sus pensamientos: “Ante la mesa había una mujer alta, elegante, de cabellos blancos y cutis fresco, sin una
alhaja, sin una gota de pintura, fuera de los labios, llena de chic natural, que se movía como las diosas de Virgilio”
(Ensayo, p. 39).
128
La divertida historia continúa, en el estilo peculiar del sacerdote Garibay, pero con lo
citado basta para dar una idea del carácter de Afrodita. En cuanto a Hestia, tomamos de
Apolodoro60 la información de que fue la primogénita del terrible dios Cronos, quien había
a sus hijos en cuanto nacían. No obstante, Rea, esposa de Cronos, salvó al niño Zeus entregando
una roca envuelta en pañales al padre, quien tragó el envoltorio sin más. Zeus, al crecer,
consiguió un bebedizo que obligó al padre a vomitar: primero fue depuesta la piedra y luego
todos los hijos que había devorado. En los Himnos homéricos se la invoca de esta manera: “Oh,
Hestía, tú en las excelsas mansiones de los dioses inmortales y de los hombres que andan por la
tierra alcanzaste una morada eterna, honor antiguo. Tienes esta recompensa y honor, pues sin ti
no hay banquetes para los mortales: que en ninguno deja de comenzarse libando el vino dulce
como la miel a Hestía en primero y último lugar”.61 Garibay, por su parte, amplía la
El hogar es el centro de todos los pueblos antiguos. No era tan fácil como hoy encender el fuego
y conservarlo. Como una personificación de la mujer que guarda y conserva el fuego aparece
Hestía […] En el fondo es una personificación de la Madre Tierra, que con su calor mantiene la
vida y da los frutos que produjo la fecundación de la lluvia. Su carácter de castidad, raro en los
mitos griegos y en otros muchos, es como una indicación de la santidad de la tierra que, a pesar
de tantas inmundicias que en ella caen, es fuente de purificación para el mundo […]
60
Apolodoro, Biblioteca I, 5.
61
Himnos homéricos XXIX: A Hestia, 1-7.
129
Por las virtudes arriba anotadas, me parece pertinente sugerir que la señora de Cervantes
parece una combinación de atributos tomados de ambas diosas. En cuanto a la hija, Carlota o “la
Nena Cervantes”, como prefería ser llamada, corresponde más claramente a la diosa del amor
sensual, incluso por un toque de “salacidad”, como dice de Venus don Ángel María Garibay.
Por si cupiera aún alguna duda, en la página 214 de Ensayo leemos: “Se jugó fuerte. El
señor Cervantes se distraía con frecuencia. La señora, en cambio, jugaba como una estatua
iluminada apenas por el fuego del azar”. En pocos pasajes de la novela se permite Usigli un
lenguaje tan poético. Pero en muchas partes, eso es de notarse, hay una estrecha identificación
de la voz narradora con el protagonista. El punto es de tal interés, que podría hacerse un estudio
artificialmente un tema que, con los ejemplos tomados de la narración, quedan suficientemente
mostrados. Cerremos con otro rasgo que, en opinión nuestra, puede ser debilidad y virtud a la
vez: cierta generosidad, el desprendimiento de este hombre cuyo capital desciende como lago
Patricia Terrazas, una mesera, nerviosa con el trato despótico de aquella, derrama líquido sobre
—Perdón, señorita, por fortuna sólo es un poco de agua. Hizo ademán de enjugarla con una
servilleta.
—¡No me toque usted! Acabará de estropearme el traje. Mire, váyase y que venga otra menos
que Patricia Terrazas saludaba a alguien con aquel alboroto de pulseras y con los mismos
130
chillidos con que había ofendido antes a la meserita, para deslizar un billete de cinco pesos en la
mano de ésta y para dirigirle una mirada llena de excusas. La meserita se alejó llorando...
Si tomamos en cuenta que antes vieron en la mesa de al lado una propina de cincuenta
centavos, considerada mísera incluso por Patricia, cinco pesos vendrían a ser un regalo de
mesurada generosidad (p. 38). Pero un acto altruista, sin duda. Otro caso es el departamento
amueblado que Roberto dejó a Lavinia, con el pago anticipado de un año de renta, comentado
páginas arriba, en la primera sección de este capítulo. El más enternecedor de los momentos en
que la mano de este asesino fue también liberal y bondadosa, fue cuando envió quinientos pesos
a la madre de José Asturias, el reo falsamente acusado por el asesinato de la Terrazas, y quien
fue ejecutado por las autoridades carcelarias mediante la oprobiosa “ley fuga” (pp. 211-217).
cinematográfico y, lejos de minimizar el valor literario, tanto del hombre ficticio como del libro,
dan cuenta de la rica, prácticamente inagotable complejidad de esta novela de dandis del siglo
XX, asesinos peculiares cuya importancia es creciente en las tradiciones de la escritura artística
Conclusiones
132
Me place incluir estas reflexiones con que concluyo “Dandismo y asesinato estético en Ensayo
Según he llegado a entenderlo, la crítica literaria no debería ser teórica, sino empírica y
pragmática. Los críticos que considero mis maestros —en particular, Samuel Johnson y William
Hazlitt— practican su arte a fin de hacer delicadamente explícito lo que en un libro hay de
implícito.
Qué mejor si he conseguido, por momentos, una aproximación como la que sugiere el
crítico norteamericano. Si solo hemos desempolvado lo dicho antes por otros o, acaso peor, solo
hicimos ver lo obvio, el esfuerzo quedará en intento. Peor aun si los excesos interpretativos, las
valioso. Si, por el contrario, comentando las relaciones de Ensayo de un crimen con una obra
ilustre como la de Thomas de Quincey hacemos delicadamente explícito lo que hay de implícito
La intención, pues, fue mostrar los valores literarios y estéticos de Ensayo de un crimen
a través de algunos, entre muchos otros, aspectos dignos de examen. El tiempo disponible y
otras circunstancias permitieron un tratamiento de los capítulos que muy bien puede —y
debiera— trabajarse en amplitud y profundidad para que el texto íntegro haga justicia a la obra
y a su autor. El desaparecido maestro Usigli merece un empeño algo más esforzado. Haría falta,
por ejemplo, hablar un poco más del sitio de Ensayo en la tradición mexicana de novela negra.
Más lectura comparativa de narrativa nacional y estudios críticos. También se impone ampliar
psicológico del crimen, es decir, los criminales en la literatura (y no sólo en el género negro)
Por estas y más razones declaro, procurando ser honesto, que las páginas anteriores son
el texto definitivo, toda vez que en algunos pasajes pareciera haber extraños saltos en las
numeraciones que De la Cruz emplea como planificación “paso a paso” de sus crímenes. Esto
implica un cotejo minucioso de las ediciones disponibles con el original manuscrito, si lo hay.
Por otra parte, he cuidado que la estructura sea coherente, cada capítulo debidamente
interesante y pertinente.
Creo que toda investigación lleva la impronta del gusto personal, los intereses vitales
del estudioso como lector. El placer de leer una historia policiaca es uno de estos intereses; no
hay que olvidar que en la apreciación estética interviene el gusto, el placer, como factor sine
qua non. Encontrar qué cosa valiosa me dice la novela de Usigli, cómo conecta con mis
preocupaciones hondas sobre la misión de un hombre en la tierra —porque esto forma parte de
62
Ya cercano el cierre de esta investigación, y como resultado de varios intentos por conocer el paradero del
manuscrito, recibimos la noticia: una versión de Ensayo de un crimen, escrita de puño y letra por don Rodolfo Usigli,
se encuentra junto a otras miles de páginas autógrafas en The Walter Havighurst Special Collections, Miami
University Libraries, en la ciudad de Oxford, Ohio. Abrigo la esperanza de que se trate de el manuscrito y no sólo
una versión de entre varias. Tengo la impresión de que la mayor parte de ese material está inclasificado. Gracias a la
amabilidad de la encargada de Special Collections, Janet Stuckey, obtuvimos fotocopia de las primeras veinte
páginas. En la tarea de localizar este material tuve el apoyo imprescindible de los expertos bibliotecarios de la
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez —mi universidad—, Juanita Martínez, Mario Flores Olvera y quizá más
personas de esas que siempre están ayudando desde el anonimato a que las cosas puedan realizarse. Ellos lograron mi
contacto con Janet Stuckey, y además pusieron a mi disposición el apartado postal de la Biblioteca Central en El
Paso, Texas, a donde me fueron enviadas las copias. Nunca podré agradecer su apoyo en la medida de lo que vale.
134
mis intereses—, sobre la vida y la muerte: he aquí uno de los rumbos que la subjetividad ha
impuesto a la investigación literaria. Traigo de nuevo a colación las palabras de Harold Bloom
(Ibídem: 18-19):
En definitiva, leemos —algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson— para fortalecer
nuestra personalidad y averiguar cuáles son nuestros auténticos intereses. Este proceso de
maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y ello es la causa de que los moralistas sociales,
de Platón a nuestros actuales puritanos de campus, siempre hayan reprobado los valores
estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. Uno no puede
mejorar de manera directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. No puedo
menos que sentirme escéptico ante la tradicional esperanza social que da por sentado que el
preocupación por los demás, y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los
como efecto de una lectura bien seleccionada, sopesando y reflexionando aspectos del texto que
Archibaldo— nos hacen (individualmente a cada lector) valorar y repensar los avatares de la
niñez. En su caso, estos avatares no se limitan de ningún modo al momento en que presenció un
valor?), la incierta relación del niño con sus padres y el resto de la familia: todo ello son
135
factores formativos de la personalidad. Pero incluso el crimen del que fue testigo es un mundo:
con el anciano muerto vemos morir a todos los inocentes arrancados de esta vida por la
una lectura personal—. El militar que lleva de la mano al niño Roberto de la Cruz en ese
Representa, de idéntico modo, la violencia irracional de la guerra. Aquel balazo anuló también
el sonido del organillo que reproducía el viejo vals. Lo silenció para siempre, aún cuando en ese
momento seguimos escuchándolo: aquella detonación es una metáfora del modo en que dejamos
atrás un pasado quizás idílico —el pasado de una provincia pintoresca, con cilindreros
amenizando la vida de las calles, hombres y mujeres del campo ataviados de manera peculiar,
etcétera—. El sonido continúa, pero es una deformación monstruosa, producto y causa de más
la difícil infancia marcada por los cambios sociales que causó la revolución; asimismo, una
serie de ideas políticas y estéticas llevadas a sus consecuencias últimas —especie de reductio ad
ideas. Es, como parece indicarnos el final de la novela, un proyecto fracasado, por lo menos
—¡Qué loco va usted a estar, hombre! Sin embargo, vale más que se quede aquí por un tiempo.
Esto es mejor que la Peni o las Islas. Pero los crímenes son como los libros: unos los escriben a
tiempo y otros los copian. Usted quería ser un gran criminal como otros quieren ser grandes
136
percepción de que encierra una ironía. Herrera, según trataré de argumentar, dice una doble
mentira: en primer término, es un gran detective que descubre y atrapa a los infractores de un
orden en que no cree del todo; los informes, suele repetir Herrera, le llegan sin saber cómo.
¿Debemos aceptar que el azar le favorece, que opera como un sistema de ocurrencias
sabueso con talento y metodología bastante eficaz, aunque la narración se detenga escasamente
La segunda mentira es que Roberto se quedó en aproximación del gran criminal que
soñaba ser: la muerte de Carlota no sólo fue espectacular, horrenda y hasta justificada de
novela. Además, aun cuando no fue el autor de los otros dos asesinatos (Patricia y el conde), vio
desaparecer con ambas víctimas a un par de seres deleznables a quienes él deseaba suprimir. En
el primer caso hasta gozó por un tiempo su tan codiciada fama de asesino “gratuito”, fama que
él pareció disfrutar mientras las consecuencias no le fueron en extremo adversas. Pero su gran
crimen fue el homicidio de Carlota. Cuando la había dejado sin vida en la casa y él huyó para
burlar a la policía, abrigaba la convicción de haber, por fin, realizado su “obra de arte gratuita”.
No, no iba a dársela. Con una voz a duras penas mesurada le explicó quién era. Él no era un
asesino pasional. Relató de un modo conciso, pero impresionante, el deseo de toda su vida:
cometer un crimen gratuito. Habló de su estética del crimen, hasta agotar el tema, y terminó
jurando que no había sabido que mataba a su mujer y que, en cambio, había creído cometer,
matando a Lavinia, de quien habló en detalle, un crimen de una perfecta, de una absoluta
Fuesen Lavinia o Carlota las víctimas, el crimen seguía siendo gratuito, pues a pesar de
lo que supusieran las autoridades o lo que dijera la prensa, él no sufría celos por su esposa:
quizá este si era un crimen inmotivado. No podemos, sin embargo, pasar por alto cierta
ridículos, verdaderas caricaturas humanas, como esa mujer tan enjoyada que “sólo le faltaba
colgarse la piedra del metate” (Patricia Terrazas), o “el hombre de sebo” (el conde
Schwartzemberg): Lavinia y Carlota no eran de esa clase de gente, a pesar del origen humilde
sentimental. Sin embargo, cualquiera de ellas, especialmente Carlota Cervantes, resultaba una
víctima de mayor calidad, es decir, más acorde con la dignidad de nuestro “dandy” asesino.
Intento probar con esto el triunfo, o por lo menos negar el total fracaso del protagonista. Por
añadidura, en estos últimos blancos de ataque del criminal faltaba aquella razón más bien
temperamental que lo impulsaba a la acción contra los anteriores: deseaba asesinar a Patricia y
al conde porque, sencillamente, le eran insoportables. Y casi desdigo, así, las palabras del
narrador en la página final de la novela: “[…] Roberto de la Cruz permanecía sentado, mirando
la faja de sol que iluminaba el suelo, sintiendo que despertaba al fin, con una resignación sin
manos y sin voz, a la conciencia del fracaso. Sonrió amargamente”. Sí, tal vez la conciencia del
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adversa, como un fracaso, pero de algo no tendremos duda: su sueño de gran criminal había sido
colmado.
Toda la complejidad, hasta hora inagotada, de esta enigmática novela permite una
consagración como novela pionera y como una de las obras más acabadas en la novelística
FIN
139
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