Ballester Asociacion Pornografía Violencia
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Lluís Ballester
Universidad de las Islas Baleares
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1861-7511
–14–
el apoyo publicitario que recibe tengan grandes dimensiones (DeKeseredy, 2015; Ta-
rrant, 2016; Watson, 2021).
La proliferación de pornografía a través de Internet no solo cambió la cantidad de
pornografía disponible, los estudios muestran que los niveles de violencia y racismo
también han aumentado (DeKeseredy, 2015). Los niveles de pornografía violen-
ta, pornografía gore, pornografía realizada con niños, niñas y adolescentes (ESIA),
representación del incesto, zoofilia, así como los actos racistas representados en la
pornografía, han aumentado exponencialmente (Bridges y Anton, 2013; DeKeseredy,
2015; Suchi et al., 2022). Además, se puede considerar que el aumento de la porno-
grafía violenta puede ser solo el comienzo; es probable que estos aumentos continúen
con el crecimiento continuo de la industria del porno y la competencia entre las em-
presas por captar la atención de su público.
Además del estudio de la propia industria y sus ofertas, en los últimos veinte años,
se ha empezado a revelar cómo la pornografía está afectando a los consumidores de
manera negativa. Si antes se banalizaba ese efecto, actualmente, no puede ya negarse
el impacto personal, interpersonal y social (Ballester et al, 2020). Algunos ejemplos
de estos impactos son el desarrollo de los estereotipos de género negativos, incluyen-
do la creencia en el derecho masculino al dominio sexual, el ver a los hombres como
dominantes y a las mujeres como sumisas en los encuentros sexuales, la objetivación
de las mujeres y. Las expectativas sexuales tóxicas, como la ESIA o el incesto en re-
laciones de primer grado (padres-hijas; hijos-madres), también son un subproducto
del consumo de pornografía. Los consumidores de pornografía crean imágenes men-
tales y expectativas de lo que debería ser el sexo e intentan interpretarlas en la vida
real (Dines, 2010), a ese proceso se le puede denominar alteración del imaginario
sexual por parte de la industria del porno. El comportamiento refleja la violencia de
la pornografía, en un proceso que se denomina “paso al acto”. Los niveles más altos
de consumo de pornografía crean una menor conciencia de la violencia sexual, al
desconectar la empatía, lo que conduce a una menor disposición a evitar, prevenir o
detener los actos sexualmente violentos (Ballester et al., 2021; Efrati y Amichai-Ham-
burger, 2020; Foubert, 2017; Kor et al., 2022).
La pornografía se produce y consume en múltiples géneros y subgéneros, cultu-
ras y características sociales y demográficas (Fritz y Paul, 2017; Srisa-an, 2019). Se
dirige a diferentes audiencias (hombres y mujeres heterosexuales, gays, lesbianas) y
está gobernada por una compleja mezcla de intereses (principalmente, por la lógica
capitalista, la lógica patriarcal y el desarrollo del control político) (Cobo, 2020). Los
datos de la industria, al inicio de los negocios a partir de las tecnologías 4G, ya esti-
maban que en todo el mundo las ganancias de la industria del porno eran superiores
a los 100 mil millones de dólares (Ropelato, 2014). Independientemente de la fuente,
el propósito o la etiqueta que se le añada, en los últimos veinte años la pornografía
está constantemente vinculada a la violencia a través de temas como la objetivación,
degradación, explotación, la desigualdad de poder, el abuso verbal o la agresión física
directa (Alario, 2021; Bridges et al., 2010; Gorman, Monk-Turner, y Fish, 2010; Wau-
gh, 2023; Whisnant, 2016).
–15–
Con el tiempo, la gran mayoría de la pornografía ha incluido la violencia de algu-
na forma, en los inicios de la NPO se calculaba que el 88% de las imágenes contenían
actos violentos (Bridges et al., 2010), se trataba de actos sexuales con agresión física,
incluyendo bofetadas, asfixia y esclavitud. Además, el 70% de estos actos agresi-
vos eran perpetrados por hombres, y el 87% de los actos físicamente violentos se
producían contra mujeres. Desde 2010 la oferta pornográfica no ha cambiado signi-
ficativamente. La pornografía representa actos de violencia sexual, en especial, hacia
las mujeres (Dines, 2010; Sun et al., 2016), aunque la violencia no solo se muestre en
escenas de orientación heterosexual, ya que todo el porno muestra violencia de uno
u otro tipo. Las imágenes y escenas pornográficas representan rutinariamente la co-
sificación y sumisión de las mujeres y su resultado lógico, cada vez es más claro, se
observa en forma de violencia en alguna de sus modalidades. La investigación debe
explorar si realmente produce violencia sexual y cómo produce ese efecto (Villena,
2023).
El acceso y el consumo habitual son dos cuestiones que no pueden dejar de men-
cionarse, ya que explican la importancia de los impactos que produce la pornografía
en internet: llega desde edades reducidas y alcanza poblaciones muy numerosas,
como ningún otro producto cultural lo hace (Gutiérrez, 2021). La edad en que se
tienen los primeros contactos con pornografía sigue reduciéndose en comparación
con las generaciones anteriores. Los estudios de 2008, cuando empezó la nueva por-
nografía en internet de forma masiva, hablaban de que el 97% de los hombres y el
62% de las mujeres habían visto pornografía a la edad de 17 años (Sabina, Wolak y
Finkelhor, 2008). Los estudios más actuales identifican el acceso a edades mucho más
reducidas. Una abrumadora mayoría de adolescentes (más del 90% de los niños y
más del 60% de las niñas) están expuestos a la pornografía en algún momento de su
adolescencia (Lamb & Koven, 2019), siendo en este estudio los 11 años la edad pro-
medio de la primera exposición.
En 2018 se pudo comprobar en España que, entre un 17% y un 20% de adoles-
centes, recuerda primeros contactos con la pornografía a los 8 años (Ballester et al.,
2018). La curiosidad sexual es captada en internet por la industria del porno, ya que
lo más habitual es que el propio porno les capte cuando buscan “tetas” o cualquier
otra palabra sexualmente significativa, mostrando en los buscadores páginas porno-
gráficas de fácil acceso. Búsquedas habituales para una generación que normaliza el
acceso a internet entre los 7 y 8 años. Este mismo resultado aparece en los estudios in-
ternacionales más recientes, como por ejemplo en el estudio realizado en los Estados
Unidos por Robb y Mann (2023). Unos y otros estudios, a lo largo de estos últimos
15 años, han observado que cuando los adolescentes ven pornografía regularmente,
se presentan numerosos efectos negativos (Cohen, 2023).
Ver pornografía a una edad temprana hace que los adolescentes comiencen a
creer que lo que están viendo representa la vida real, y los hombres y mujeres jó-
venes comienzan a esperar relaciones sexuales similares (Peter y Valkenburg, 2008,
2010, 2016). Esto es problemático porque esto lleva a muchos adolescentes a ver las
relaciones más instrumentalmente y menos relacionalmente (Valkenburg, 2010). La
–16–
evidencia científica ha mostrado repetidamente que la pornografía afecta el compor-
tamiento sexual de diversas maneras (Ballester et al., 2022; Cohen, 2023; Marshall,
Bouffard y Miller, 2021; Peter y Valkenburg, 2016).
La investigación muestra, por ejemplo, que los adolescentes que ven pornografía
habitualmente tienen más probabilidades de comenzar la actividad sexual a edades
más tempranas, cuando es posible que no estén listos para tal actividad. Este inicio
temprano de la actividad sexual se debe a las actitudes o puntos de vista más permisi-
vos de los adolescentes hacia el sexo casual que están directamente relacionados con
su uso de pornografía (Van, Jochen y Vandenbosch, 2017). Además, debido a la vio-
lencia y otras conductas asociadas en la pornografía (no presencia de preservativos,
consumo de drogas y alcohol, por ejemplo), los adolescentes que ven pornografía
habitualmente muestran tasas más altas de comportamientos de riesgo, incluidas
prácticas sexuales sin protección y el sexo casual en grupo con desconocidos (Ba-
llester et al., 2019 y 2022; Braun-Courville y Rojas, 2009; Brown y L’Engle, 2009).
Aunque no se puede afirmar que estas relaciones se produzcan en una relación de
causa a efecto directamente, dada la casi imposibilidad de un estudio experimental
en esta área, las fuertes relaciones entre la pornografía y el comportamiento adoles-
cente se han podido acreditar en investigaciones con metodologías diversas.
La pornografía ha mostrado un impacto sustancial en las mentes y comportamien-
tos de los adolescentes. Debido a que la etapa de desarrollo del cerebro adolescente
es particularmente susceptible a los efectos negativos del consumo de pornografía.
Estos efectos negativos se manifiestan en percepciones distorsionadas, actitudes y
comportamientos sexuales y sociales. Es especialmente preocupante que el uso de
pornografía por parte de los adolescentes sea un predictor significativo de violencia
sexual (Ybarra y Thompson, 2018).
Sugerir que el cambio reciente en la tecnología ha aumentado el acceso de los
jóvenes al contenido sexual es ahora una obviedad. La pornografía, que una vez
requirió transmisión física a través de la producción y la compra, ahora se puede
acceder sin límites y libremente a través de unas pocas pulsaciones de teclas en una
barra de búsqueda de Google (Walker, Makin y Morczek, 2016). La mayoría de los
adolescentes pueden acceder a la pornografía a voluntad, en cualquier momento y
en cualquier lugar (Cohen, 2023; Owens et al., 2012; Stanley et al., 2018). Por su-
puesto, los adolescentes no tienen que buscar contendientes sexualmente explícitos,
a menudo lo encuentran involuntariamente a través de la participación en otras for-
mas de entretenimiento. Paul Wright (2011) reunió datos de múltiples estudios para
demostrar que el contenido sexual de los medios de comunicación invade tanto la
vida de los jóvenes que sus efectos no pueden evitarse fácilmente. Aunque no todo el
contenido sexual puede etiquetarse estrictamente como pornográfico, las redes so-
ciales, YouTube y otros entornos supuestamente controlados, como los vídeo-juegos,
aún permiten que los adolescentes estén expuestos a mucho más contenido sexual
de lo que incluso las revistas sexuales del pasado podrían haber ofrecido. Además,
la industria de la pornografía es un negocio multimillonaria que está utilizando ac-
tivamente una variedad de nuevos medios (como sistemas de juegos interactivos y
–17–
asistentes digitales personales) para hacer que la pornografía sea accesible a una nue-
va generación emergente de consumidores, incluso si esta generación aún es menor
de edad (Alexy et al., 2009: Ballester et al., 2019 y 2022).
La amplia y creciente disponibilidad de pornografía facilita que las tasas de consu-
mo de los adolescentes sean altas y permite predecir que aún aumentarán. Según un
estudio, hasta el 91% de los adolescentes reconocen ver pornografía habitualmente,
aunque con frecuencias e intensidades diferentes (Ballester et al., 2022). La igualdad
de acceso se ha completado entre ellos y ellas, pero el nivel de consumo habitual es
mucho más frecuente entre los hombres adolescentes, que desde hace años se sabe
que consumen pornografía en un porcentaje muy superior a las mujeres (Landripet,
2016). De hecho, los consumidores adolescentes de pornografía tienen más proba-
bilidades de ser hombres, buscadores de sensaciones y un control familiar limitado
(Peter y Valkenburg, 2016). Sin embargo, cuando se combinan todos los tipos de
pornografía y formas de contacto, más del 90% de los hombres adolescentes pueden
clasificarse como consumidores habituales de pornografía.
¿Qué impacto tiene sobre los adolescentes el consumo habitual de pornografía?
La adolescencia, como etapa del desarrollo, implica transiciones en el cuerpo, la men-
te, las emociones, las interacciones sociales, la sexualidad y otros factores. El hecho
de que estos cambios estén ocurriendo mientras se produce la exposición a la por-
nografía sugiere que algo diferente podría estar sucediendo en el adolescente de lo
que ya se conocía (Owens et al., 2012). Al considerar el impacto de la pornografía en
una variedad de actitudes y comportamientos en desarrollo, la susceptibilidad de los
adolescentes se hace evidente.
Según Harsey et al. (2021), el aumento de la disponibilidad y accesibilidad de
la pornografía en Internet ha llevado a un número cada vez mayor de niños, niñas
y adolescentes a convertirse en consumidores de pornografía. Su investigación se
planteó la victimización sexual como un correlato del consumo habitual, analizan-
do la asociación entre la edad de la primera exposición a la pornografía en Internet
y la victimización sexual. Los datos de 154 mujeres, estudiantes en niveles uni-
versitarios, mostraron que las mujeres que vieron pornografía en Internet desde
una edad más temprana pudieron acreditar niveles más elevados de victimización
sexual. Estas mujeres informaron de más abuso sexual infantil, abuso sexual en
la edad adulta y más casos de coerción y agresión sexual. Las mujeres con mayor
tiempo de exposición a la pornografía en Internet también informaron de más ob-
jetivación sexual interpersonal que las mujeres que nunca habían visto pornografía
en Internet. Harsey et al. (2021) sugieren que la exposición de mujeres adolescen-
tes a la pornografía en Internet a una edad temprana se puede considerar como un
factor de riesgo para la victimización sexual de las mujeres adolescentes.
Junto con las actitudes machistas, la perpetuación de la violencia sexual y el aco-
so o el incremento del riesgo de victimización, se han hallado otros efectos negativos
entre adolescentes. La visualización frecuente de pornografía se asocia con una cre-
ciente insatisfacción con las relaciones sexuales y un aumento de las actitudes de
agresión sexual (Simons et al., 2012). Wery y Billieux (2016) encontraron que las
–18–
personas que ven pornografía habitualmente experimentan niveles más reducidos de
satisfacción sexual y experimentan también diversos problemas de disfunción eréctil,
en tasas más elevadas en comparación con aquellos que no ven pornografía regular-
mente. Sun et al. (2016) sostienen que los consumidores regulares de pornografía
informan de niveles más bajos de satisfacción en sus relaciones sexuales. Junto a la
reducción de la satisfacción sexual, se observan también niveles más bajos de au-
toestima y problemas de imagen corporal, tanto en hombres como en mujeres y al
margen de la orientación sexual. La confluencia de estos dos resultados por sí solos,
la insatisfacción sexual y la agresión sexual, apunta al incremento de la probabilidad
de actos de violencia sexual, cuestión que luego se trata más en detalle.
La pornografía se puede caracterizar, por tanto, como un producto con una am-
plia variedad de efectos negativos (Gutiérrez, 2021). Estos efectos son observados en
los consumidores habituales, desde la adolescencia hasta la edad adulta. A continua-
ción, se intentará detallar como el consumo habitual de pornografía influye sobre
las actitudes, promueve la perpetración de agresión sexual por parte de los hombres
e incrementa la probabilidad de las conductas de riesgo (Villena, 2023). También se
intentará mostrar cómo los efectos de la pornografía son directos e indirectos, ya
que se implica a personas que no consumen pornografía, al imponer determinadas
actitudes y conductas en las relaciones sexuales. Dicho de otra manera, los consu-
midores habituales provocan cambios sociales en las relaciones sexuales, cambios
en los que están implicadas personas que no consumen o no lo hacen habitualmen-
te. Además, dadas las características de la industria pornográfica, se puede acreditar
cómo se produce un aumento considerable de la explotación sexual de niños, niñas
y adolescentes (ESIA) para producir imágenes pornográficas en las cuales están im-
plicadas, como víctimas, estas personas de edades tan reducidas (Bang et al., 2014;
Chawla, 2022).
–19–
Cuadro 1
Tal y como se puede ver, se podrían considerar tres tipos de riesgos principales: por
acceso desde edades muy reducidas, con consumo frecuente y por contacto con per-
sonas que se pretenderá captar para producir pornografía. Por otro lado, se pueden
ver tres de los impactos más relevantes, por lo que se refiere a las relaciones inter-
personales: la distorsión de percepciones diversas, pero en especial las relacionadas
con el imaginario sexual. La formación de actitudes, entendidas como precursoras
de conducta, en especial mediante el modelado de conducta. Finalmente, el impacto
sobre las propias conductas, de manera no consciente o como búsqueda del “paso al
acto” (Ballester et al., 2022; Robb y Mann, 2023).
Esta presentación resumida es importante para poder entender que la violencia
sexual produce en los tres riesgos y se forma en base a percepciones (¿cómo se habla
de las mujeres en el porno? ¿cómo se presenta a las mujeres?), en base a las actitudes
(¿cuál es el placer dominante? ¿qué produce placer?) y, finalmente, se expresa en las
conductas violentas. Vamos a intentar resumir lo que se sabe, a partir de las eviden-
cias, sobre la asociación de la pornografía con la violencia sexual.
Se puede utilizar la conceptualización de Ybarra y Thompson (2018) de cinco ti-
pos de violencia sexual: (1) acoso sexual, (2) agresión sexual, (3) sexo coercitivo, (4)
intento de violación y (5) violación, la cual permite operativizar y comprender mejor
lo que implica la violencia sexual. Esta conceptualización se puede hacer algo más
compleja, incorporando tipos de violencia que no se expresan claramente en los cin-
co grupos, como la violencia simbólica, y aclarando otras situaciones que aparecen
claramente como modelos de conducta en la pornografía. Para mejorar la concep-
tualización, se entenderá por violencia sexual un constructo que incluirá tipos de
violencia (simbólica, física y emocional), así como niveles, diferenciando los impac-
tos que producen. Es evidente que no hay tipos limpios de violencia sexual, el sexo
–20–
coercitivo se vincula a un determinado lenguaje, así como a la desconexión de la em-
patía, por ejemplo.
Esta concepción de la violencia sexual permite caracterizar lo que muestra el por-
no, lo que genera y sobre lo que influye. El nivel 1 produce un impacto más moderado
que el nivel 3, aunque pueda afectar a más población (Cuadro 2). Es más amplia y
compleja que la propuesta de Ybarra y Thompson, en cualquier caso, se trata de una
conceptualización que aún está en proceso de depuración.
Hay que diferenciar lo que muestra la pornografía y los efectos que pueden acredi-
tarse. Todos los tipos de violencia identificados se muestran en el porno, pero algunos
de ellos aún no se ha podido demostrar la influencia directa del consumo de porno-
grafía, como en el caso del incesto. Por otro lado, hay tipos de violencia en grado de
tentativa que se pueden identificar como influidos por el consumo de pornografía,
pero que en la pornografía no se muestran de esa manera. Por ejemplo, en la porno-
grafía no se ven “intentos de violación”, ya que nunca se frustra el deseo masculino y
si ese deseo tiene que ver con una violación, el porno se encarga de mostrarla.
Cuadro 2
–21–
física. Los mecanismos que explican el impacto de esta industria no pueden ser
ignorados: desde el modelado de conducta, hasta la erotización de la violencia,
pasando por la desconexión de la empatía. Todos ellos, mecanismos basados en la
cosificación y deshumanización de la mujer, en favor de la satisfacción sexual del
varón, de su masculinidad tóxica y de la justificación de la violencia contra ellas
(Sambade, 2017).
Pierre Bourdieu (2020) explica que cualquier institución o producto cultural
tienen poder simbólico, expresado a través de sus representaciones de la realidad.
En ese sentido, la pornografía adquiere un poder simbólico relevante, en la medi-
da en la que sus representaciones de las relaciones interpersonales cosificadas y del
sexo consiguen captar la atención de millones de personas. Ese poder simbólico
es especialmente tóxico, como se ha podido mostrar una y otra vez (Alario, 2021;
Ballester et al., 2022; Cobo, 2020). La pornografía tiene efectos performativos (ese
es su poder simbólico), en el sentido de que los imaginarios mostrados constru-
yen realidades. Para una parte cada vez más importante de adolescentes y jóvenes,
la sexualidad es lo que se ve en la pornografía. Bauer (2019) ha definido el efecto
performativo de la pornografía como un creador de realidades de violencia sexual.
Los consumidores habituales de pornografía mantienen puntos de vista erró-
neos de los roles y estereotipos de género (Hald, Malamuth y Lange, 2013). Los
hombres que ven pornografía a tasas más altas presentan niveles más bajos de
pensamientos igualitarios hacia las mujeres (Hald et al., 2013). Los hombres
que ven pornografía también suelen ver al hombre como dominante y a la mu-
jer como subordinada en los encuentros sexuales (Hald et al., 2013). Además,
los mayores consumidores de pornografía se ven implicados en más casos de
sexismo que conducen a encuentros sexuales agresivos (Hald et al., 2013). Los
estudios han demostrado que los hombres que consumen grandes cantidades de
pornografía exhiben niveles más altos de aceptación de su supuesto derecho al
dominio sexual. Bouffard (2010) describe la aceptación del supuesto derecho al
dominio sexual como actitudes que fomentan el dominio masculino y la hostili-
dad hacia las mujeres en los encuentros sexuales. Los hombres con “expectativas
de dominio sexual” usan más pornografía, aceptan los mitos sobre la violación
y son más agresivos sexualmente. Los hombres con “ expectativas de dominio
sexual” cosifican a las mujeres y esperan en gran medida la sumisión en los en-
cuentros sexuales (Bouffard, 2010; Sun, Ezzell y Kendall, 2017).
Junto con (1) los estereotipos de género negativos, (2) los problemas para desarro-
llar una conducta de seducción (la cual requiere capacidades comunicativas) y (3) la
objetivación, ver pornografía también conduce a (4) la confusión entre las fantasías
y la vida real, para los consumidores pornográficos de mayor frecuencia. La desco-
nexión entre lo que se ve virtualmente y las relaciones en la vida real lleva a algunos
usuarios habituales de pornografía a niveles más altos de violencia sexual contra mu-
jeres e incluso niños, niñas y adolescentes (DeKeseredy, 2016).
Justamente, la variedad de modalidades de violencia remite a la desigualdad de
género, característica del patriarcado, del cual la pornografía es una de sus expre-
–22–
siones características. En la pornografía mainstream existe una poderosa narrativa
patriarcal sobre el cuerpo de la mujer y sobre su sexualidad. La mirada masculina
domina la pornografía al estar realizada predominantemente por y para hombres.
La desigualdad de género es común en la pornografía, y se ha argumentado que esta
desigualdad alimenta la violencia en la cultura de pantallas (Arakawa et al., 2012).
Klaassen y Peter (2015) estudiaron 400 vídeos de los principales sitios (Pornhub,
RedTube, YouPorn y xHamster) y encontraron que las mujeres eran mucho más pre-
sentes que los hombres cuando se mostraban como objetos de sexuales. Además, se
expresaba el deseo y el placer masculino, pero el femenino casi no se representaba. En
la pornografía mainstream hay una no expresión (negación) del deseo y placer sexual
femenino (Pajuelo, 2022)
Los hombres fueron representados como alcanzando el orgasmo en el 75,5%
de las escenas, mientras que las mujeres sólo fueron representadas como alcan-
zando el orgasmo en el 16,8%. Los hombres recibieron sexo oral en el 80,5% de
las escenas, mientras que las mujeres recibieron sexo oral en el 47,5%. Las mujeres
aparecieron en primeros planos sexualizados en el 60,8% de las escenas, mientras
que los hombres aparecieron en el 18,8%. Además, en los guiones los hombres
tenían más probabilidades de asumir el control y parecer dominantes durante la
actividad sexual (38,5% de dominio claramente masculino; 13,2% de dominio fe-
menino) y las mujeres tenían más probabilidades de mostrar roles de sumisión
(42,5% de sumisión femenina; 10,2% de sumisión masculina). En los actos de vio-
lencia física abierta, el 37,2% de las filmaciones analizadas representaron violencia,
como golpes o bofetadas, hacia las mujeres, mientras que sólo el 2,8% mostró vio-
lencia hacia los hombres.
Los hallazgos de Klaassen y Peter (2015) coinciden con otros estudios recientes
sobre pornografía en Internet (Srisa-an, 2019). Gorman et al. (2010) estudiaron una
muestra de vídeos gratuitos y claramente accesibles, utilizando los términos de bús-
queda más populares en la web. Encontraron que en esos vídeos el 13% representaba
fuerza explícita contra las mujeres, el 55% mostraban dominación física y sexual o
explotación de las mujeres, el 47% mostraba sumisión y siempre con una mujer como
víctima, el 49% representaba a las mujeres como ansiosas por hacer cualquier cosa
que se les pidiera y, en todos los casos, las mujeres respondieron neutra o favorable-
mente a actos violentos o coercitivos. Vannier et al. (2014) se hicieron eco de estos
resultados al estudiar dos subgéneros populares, vídeos adolescentes y MILF (“Mo-
ther I Like Fuck”). Su investigación muestra como a una parte de las mujeres se las
hace presentarse con disfraces para destacar su edad (adolescente) o su estatus como
madres, colegialas, secretarias y otros roles, trabajando desde los estereotipos de gé-
nero más tóxicos: mujeres sumisas, siempre disponibles para hacer cualquier cosa,
con cualquier hombre, en cualquier sitio. Además, Vannier y su equipo informan de
que los hombres tienen con mucha más frecuencia el control del ritmo y la dirección
de la actividad sexual y que los actores masculinos tienen mayoritariamente la misma
edad (entre 20 y 40 años) y constitución, independientemente de la edad o el papel
de la mujer.
–23–
4. CAMBIOS EN LAS ACTITUDES. NORMALIZACIÓN DE LA VIO-
LENCIA Y DESCONEXIÓN DE LA EMPATÍA
–24–
las penetraciones se ha desarrollado de manera incomparable, reduciendo la
presencia de cualquier tipo de práctica sexual que no consista en una pene-
tración.
• Accesorios. Se trata de una industria que gana dinero vendiendo prácticas
de dominio o violencia en prostitución, pero también vendiendo acceso-
rios (ropa, lubricantes, vibradores, juegos, etc.). Sin embargo, la presencia de
preservativos es poco frecuente, aunque se trate de un producto que podría
venderse en ese contexto y elemento clave de la cultura de la protección.
–25–
En las investigaciones se está descubriendo que los niveles más altos de consu-
mo de pornografía crean una desconexión de la empatía, es decir, una insensibilidad
por parte de los agresores a la violencia sexual y las prácticas sexuales no consen-
suadas (Ballester et al., 2021). Esta insensibilidad a menudo lleva a las personas a
no reconocer el comportamiento sexualmente violento y a la falta de voluntad para
intervenir cuando experimentan o presencian comportamientos sexuales no consen-
suales o violentos (Foubert y Bridges, 2017). Los niveles más altos de consumo de
pornografía, con el tiempo, desensibilizan a los consumidores, hasta un punto en que
la probabilidad de que los hombres intervengan en situaciones sexualmente violentas
aumenta. Los hombres que ven mayores cantidades de pornografía tienen más pro-
babilidades de creer en los mitos de la violación y tienen mayores niveles de intención
conductual de agresión sexual y violación (Foubert et al., 2011). Este aumento de la
probabilidad de implicarse como perpetrador, se da de manera paralela a la disminu-
ción de la probabilidad de sentir que se debe ayudar a una mujer cuando está siendo
víctima de una agresión sexual (Foubert y Bridges, 2017).
Los estudios demuestran que la visualización regular de pornografía cambia el
guion sexual. Un guion sexual es un sistema de creencias desarrollado a partir de
normas y experiencias sociales que ayudan a dictar qué roles desempeñan las per-
sonas en los encuentros sexuales. Esta concepción se estableció en la psicología y
sociología de los últimos cuarenta años, siendo aplicada a muchos ámbitos, entre
ellos a los estudios sobre conducta sexual y consumo de pornografía (Gagnon y Si-
mon, 2005). Un mayor consumo de pornografía altera el guion sexual a menudo de
manera perjudicial. Braithwaite et al. (2015) sostienen que la pornografía cambia el
guion sexual que conduce a prácticas sexuales más arriesgadas, niveles más altos de
actos sexuales no consensuales y niveles más bajos de intimidad sexual.
Sun et al. (2016) utilizan la teoría cognitiva del guion para ayudar a explicar por
qué los consumidores de pornografía son más propensos a perpetrar actos de violen-
cia en los encuentros sexuales. Los autores de la Cognitive Script Theory proponen
que cuando un individuo consume más productos con scripts similares, se crean
códigos en el cerebro de los consumidores asociados a los comportamientos repre-
sentados en el porno. Este efecto tiene que ver con lo que se denomina modelado de
conducta. Cuantos más códigos se creen asociados con comportamientos violentos,
más probable es que el individuo exhiba ese comportamiento en experiencias de la
vida real, casi sin darse cuenta. En relación con la pornografía, los consumidores ha-
bituales de pornografía tienen códigos o guiones sexualmente explícitos, creados en
la cognición, que se invocan cuando se implican en encuentros sexuales. Estos guio-
nes alterados son la base de la violencia sexual, la objetivación y las normas de género
sesgadas; no todos los consumidores con este modelado de conducta desarrollaran
actividad claramente violenta, pero todos los implicados en actividades violentas tie-
nen este tipo de modelado de conducta como base de su conducta (Sun et al., 2016).
Los dos mecanismos principales que se asocian al modelado de conducta que facilita
la violencia son: la normalización actitudinal de la violencia y la desconexión de la
empatía.
–26–
En la gran mayoría de la pornografía, los estereotipos de género se perpetúan, lo
que lleva a la noción de hombres violentos y dominantes que tienen relaciones sexua-
les con mujeres (u otros hombres) sumisas, receptoras de su violencia y sometidas a
diversas actividades para degradarlas: recibir escupitajos u orina, ser tratadas como
objetos, etc. (DeKeseredy, 2016; Waugh, 2023). Esta formación de actitudes profun-
das contribuye a un mayor número de incidentes de agresión, de violencia sexual en
aquellos sujetos que ven pornografía regularmente (Brown y L’Engle, 2009; Bridges
y Anton, 2013). La violencia asociada con el sexo en la pornografía está afectando a
los consumidores y está relacionada con la violencia y el acoso sexual en la vida real
(Foubert, 2017). Para el público en general esto es un problema grave, pero hay un
sector de la población especialmente afectado; se trata de los adolescentes y jóvenes
consumidores de pornografía.
–27–
bien los límites y el riesgo, se erotiza la implicación en actividades peligrosas,
aumentando el riesgo de la violencia sexual.
–28–
por parte de los adolescentes está directamente relacionado con comportamientos
sexuales que van más allá del consentimiento mutuo, del consenso de prácticas. La
visualización regular de pornografía por parte de los menores se asocia con una ma-
yor coerción y abuso sexual (Stanley et al., 2018). En los adolescentes y jóvenes, de 10
a 21 años, la exposición continua a la pornografía violenta es un fuerte predictor de
alguno de los cinco tipos de violencia sexual: (1) acoso sexual, (2) agresión sexual, (3)
sexo coercitivo, (4) intento de violación y (5) violación (Ybarra y Thompson, 2018).
A pesar de la conceptualización de Ybarra y Thompson (2018) en relación a la con-
ducta sexual violenta, aún no hay un completo acuerdo en cómo definir la violencia
que se muestra y observa en la pornografía. Un punto importante de discusión es si
el consentimiento absuelve a un comportamiento de ser clasificado como “violento”.
Bridges et al. (2010) encontraron que los tres comportamientos físicamente agresi-
vos más comunes en la pornografía (pegar en las nalgas, provocar asfixia metiendo
el puño o el pene profundamente en la boca y bofetadas con las manos abiertas) fue-
ron recibidos, en cámara, con “placer” o neutralidad en el 95,9% del tiempo por las
mujeres y el 84% del tiempo por los hombres, cuando estos eran las víctimas de otros
hombres. Esta indiferencia hacia los comportamientos agresivos en el porno se cita
en otros estudios (Klaassen y Peter, 2015; Whisnant, 2016) y efectivamente hace que
la “violencia” sea invisible en estos contextos.
Bridges et al. (2010), al analizar 304 escenas de la pornografía convencional más
vendida, encontraron que el 88,2% de las escenas contenían agresión física que in-
cluía bofetadas, golpes, amordazamiento y esclavitud, y el 48,7% de las escenas
contenían agresión verbal, incluyendo llamar a una mujer perra o puta, caracteri-
zándola como alguien a quien le gusta una actividad degradante en particular. Sin
embargo, al controlar el “consentimiento”, entendido como no expresión de recha-
zo claro, en la pornografía los casos de agresión se redujeron a solo el 12,2%. Sin
embargo, el comportamiento violento con supuesto consentimiento sigue siendo un
comportamiento violento. Whisnant (2016) enfoca el tema del “consentimiento” ar-
gumentando que los hombres y las mujeres en la industria del porno son actores
pagados en una industria con fines de lucro y, por lo tanto, a menudo se les obliga a
responder de manera “positiva” (con una sonrisa, por ejemplo) o neutral a actos que
de otro modo no disfrutarían o incluso no aceptarían. De hecho, muchas agencias
porno solo representarán a los actores que han purgado de su “lista del no”, lo que
significa que participarán en cualquier acto en el set, independientemente de su nivel
de comodidad o preferencias (Whisnant, 2016). Decir “no” en las narrativas porno
también se trivializa. Vannier, Currie y O’Sullivan (2014) encontraron en su inves-
tigación que, en una muestra de los 100 vídeos más vistos, cuando un personaje se
resistió a un acto sexual, violento o de otro tipo, ese personaje finalmente cedió a la
experiencia forzada.
Los hombres son mucho más propensos que las mujeres a consumir pornografía,
y la mayoría de los estudios muestran que, aunque se haya igualado el acceso entre
sexos (Ballester et al., 2022), los hombres consumen a una tasa superior a la de las
mujeres, en algunos estudios se afirma que los hombres consumen al menos el doble
–29–
de pornografía que las mujeres (Carroll et al., 2017). El consumo de pornografía por
parte de los hombres afecta a sus actitudes, incluyendo, entre ellas, la objetivación y
aceptación del maltrato sexual de las mujeres (Mikorski y Szymanski, 2017; Wright
y Bae, 2015). Sin embargo, ¿el impacto de la pornografía en los hombres se extien-
de más allá de las actitudes hacia los actos de violencia sexual? Por lo que se sabe
con certeza, la pornografía es un predictor significativo de la violencia sexual de los
hombres hacia las mujeres, aumentando la probabilidad de dicha violencia cuando
concurren tres factores diferenciales: poseen factores de riesgo preexistentes para la
violencia sexual; consumen habitualmente, con frecuencia e intensidad; consumen
preferentemente pornografía hardcore.
La presión social y la mayoritaria consideración social negativa de la violencia
sexual, sea esta ejercida (1) contra las parejas, (2) con personas desconocidas en re-
laciones de sexo casual, (3) en situaciones de prostitución o (4) en situaciones de
violación en grupo, dificultan el análisis de un vínculo directo entre el consumo de
pornografía y la violencia sexual, en especial por la ocultación de conducta por parte
de los perpetradores, pero también por una parte de las víctimas presionadas, ma-
nipuladas por sus agresores o todavía no convencidas de que se trata de situaciones
de violencia. En cualquier caso, una creciente diversidad de estudios ha demostra-
do, en los últimos 15 años, conexiones claras entre la pornografía y la perpetración
de violencia sexual, desde diversos enfoques analíticos. Ya en 2009, Alexy, Burgess
y Prentky (2009) encontraron que los hombres que ven pornografía regularmen-
te tienen más probabilidades que quienes no la ven de ir más allá de las actitudes
sexualmente agresivas, participando directamente en actos sexuales forzados. Esta
diferencia estadísticamente significativa se mostró a partir de las tasas más altas
de uso de pornografía entre los delincuentes sexuales frente a la población, de las
mismas características, pero no infractora. Sin embargo, dicho estudio podría ser
discutido por la ocultación de la violencia sexual en muchos tipos de relaciones (pa-
rejas ocasionales o permanentes, situaciones de prostitución, etc.). En cualquier caso,
el estudio ofrecía pistas que fueron exploradas en estudios muy rigurosos.
Wright et al. (2016) establecieron en un meta-análisis de 22 estudios, como el con-
sumo habitual de pornografía, en particular a la pornografía violenta, se asociaba con
la agresión sexual de hombres sobre las mujeres, en estudios transversales y longitu-
dinales. Ybarra y Thompson (2018), en su análisis de cinco tipos de violencia sexual:
acoso sexual, agresión sexual, sexo coercitivo, intento de violación y violación, es-
tablecieron que la exposición a la pornografía violenta se asociaba fuertemente con
la aparición de la primera perpetración de violencia sexual, es decir, se trataba de
un predictor significativo de agresión. Utilizando datos longitudinales, los resulta-
dos demostraron que la exposición habitual a la pornografía, particularmente a la
pornografía violenta, juega un papel importante en la etiología de la perpetración de
violencia sexual (Ybarra y Thompson, 2018; Ybarra, Strasburger y Mitchell, 2014), lo
que genera un aumento de casi seis veces en las probabilidades de los comportamien-
tos sexualmente agresivos hacia otras personas. Si bien otros factores, incluidos los
vínculos con las figuras parentales, la victimización física o sexual previa y diversas
variables psicosociales, moderaron la fortaleza de la relación, la pornografía siguió
–30–
siendo un predictor significativo de la perpetración de violencia entre los jóvenes de
10 a 15 años, duplicando las posibilidades de perpetración de violencia sexual (Yba-
rra et al., 2011). Posteriormente a los estudios de Ybarra y colaboradores, Dawson et
al. (2019) volvieron a confirmar que el mayor uso habitual de pornografía se relacio-
naba significativamente con una mayor presencia de agresividad sexual.
Aunque la evidencia apunta a la pornografía como un predictor de violencia
sexual, incluso cuando se controlan otras variables (Ybarra et al., 2011, 2014), es
evidente que no todos los hombres que ven pornografía cometerán un acto real de
violencia sexual (Malamuth et al., 2012), en ninguna de las cuatro situaciones básicas
identificadas antes: (1) contra las parejas, (2) con personas desconocidas en relacio-
nes de sexo casual, (3) en situaciones de prostitución o (4) en situaciones de violación
en grupo. El procesamiento de material pornográfico por parte de cada hombre es,
de alguna manera, una combinación concreta de procesos que influyen en el pro-
cesamiento de imágenes (Wright y Bae, 2015). La pornografía funciona como un
predictor de violencia sexual, pero puede haber factores que influyen en el procesa-
miento de ese consumo: (1) el uso de pornografía especialmente violenta, así como la
intensidad y frecuencia del consumo; (2) factores socioculturales / ambientales como
el apoyo de los iguales para las actitudes y conductas de violencia sexual; y, (3) dife-
rencias individuales / de personalidad, como la “hipermasculinidad” y un énfasis en
el sexo impersonal (Hald y Malamuth, 2015).
Las decisiones de comportamiento que acompañan a la visualización de porno-
grafía, tanto las directamente relacionadas con la pornografía en sí, como las que
aparentemente no están relacionadas con la pornografía, pueden afectar la conexión
de la pornografía con la violencia sexual. El primero y más claro entre estos factores
de comportamiento es la frecuencia con la que se consume pornografía. Un consumo
de pornografía superior al promedio agrega una cantidad estadísticamente signifi-
cativa a la predicción de la agresión sexual, mientras que el consumo infrecuente de
pornografía demuestra una relación menos significativa (Wright et al., 2016). Otro
factor de influencia importante es el tipo de pornografía que se ve. Es más probable
que la pornografía que representa acciones violentas u otras acciones extremas pro-
duzca un mayor nivel de agresión sexual en el consumidor que la pornografía sin
contenido violento (Malamuth et al., 2012; Romero-Sánchez et al., 2017).
El consumo de alcohol, como una elección aparentemente no relacionada, to-
davía influye en los comportamientos sexuales cuando se combina con el consumo
frecuente de pornografía. Los actos de coerción y dominación sexual son estadística-
mente más comunes en hombres que consumen de manera concurrente pornografía
y alcohol, antes o durante encuentros sexuales (Wright et al., 2015). Finalmente, in-
cluso el uso de redes sociales, cuando se combina con otros comportamientos como
la asociación con compañeros masculinos abusivos, se ha asociado con la pornogra-
fía como predictor de propuestas sexuales no deseadas en el contexto de una fratria
masculina (Mikorski y Szymanski, 2017).
Los factores socioculturales del entorno de los hombres que ven pornografía, tam-
bién parecen tener conexión con el impacto potencial de la pornografía. Por ejemplo,
–31–
el aumento del acceso a la pornografía, como parte de una dinámica cultural más am-
plia (cultura de pantallas, dinámica de fratria), intensifica tanto la frecuencia como la
gravedad de la pornografía disponible para los posibles consumidores. Wright (2011)
ya informaba cómo los medios pornográficos en internet estaban haciendo que el
contenido sexual y violento fuera accesible tanto para jóvenes como para adultos,
generando dinámicas de grupo que potencian el consumo de pornografía violenta.
La reciente revisión sistemática, de Mestre-Bach, Villena-Moya y Chiclana-Actis
(2023), abarca los últimos 20 años de investigación y concluye que hay evidencias
bien establecidas de asociación entre el uso de la pornografía y la agresión y coer-
ción sexual de la pareja íntima; así como asociación entre el uso de la pornografía, la
aceptación implícita de las creencias y actitudes implicadas en el mito de la violación
y otras creencias/actitudes vinculadas a la agresión sexual. Esta revisión permite afir-
mar la relación entre el consumo habitual de pornografía y la violencia sexual.
Cuando diversas opciones tóxicas de comportamiento, factores ambientales y
diferencias personales como los comentados se asocian, pueden producir un in-
cremento de la relación entre la pornografía y la violencia sexual, aumentando la
probabilidad de esta. Sin embargo, la presencia unificadora de la pornografía, conec-
tando estos factores, parece comunicar un mensaje claro: las variables ambientales y
de personalidad circundantes se activan con la presencia de pornografía frecuente
y/o violenta para hacer más probable la perpetración de violencia sexual.
–32–
minado en la literatura científica como porno de venganza (Aborisade, 2022;
Bates, 2017).
• Porno de ataque, centrado en destrozar la reputación de mujeres conocidas,
denigrando a mujeres o adolescentes relevantes, sean políticas, actrices o de-
sarrollen cualquier otro tipo de actividad pública. Este tipo de violencia ya no
es una modalidad de sexting tóxico, sino algo más: consiste en la producción,
mediante tecnologías deepfake, de engaño orientado a la violencia. Si el “por-
no de venganza” se basa en redistribuir imágenes sexualmente explícitas, el
“porno de ataque” se basa en generar imágenes sexualmente explícitas con la
manipulación que permite la tecnología.
• Porno de acoso, orientado a violentar a mujeres conocidas en grupos re-
ducidos, como compañeras o profesoras en centros educativos, amigas o
conocidas, etc. El porno de acoso utiliza el sexting tóxico y también las tecno-
logías deepfake, combinando las dos modalidades anteriores en un contexto
de reconocimiento personal, de relación interpersonal, que intensifica el daño.
¿Por qué tiene sentido diferenciar los tres tipos? No toda la difusión de imágenes,
sexualmente explícitas, tiene por objetivo la venganza (Karasavva & Forth, 2021).
Otubea et al. (2021) y Walker et al. (2021) argumentan que, al enviar mensajes, imá-
genes y vídeos sexuales de forma no consensuada, la diversidad de motivaciones es
mucho más amplia, desde la venganza al ataque o la diversión por parte de los per-
petradores. Otros críticos de la terminología “pornografía de venganza” se basan la
posible connotación de culpa para la víctima, como si las mujeres afectadas hubieran
hecho algo al perpetrador que habría provocado su venganza (Aborisade, 2022).
El componente cada vez más relevante de ese tipo de pornografía de la violencia,
son las tecnologías deepfake. Actualmente permiten a cualquier persona, sin cono-
cimientos especiales de programación, generar videos falsos convincentes (Kendja,
2021). Los deepfakes son cada vez más frecuentes. En septiembre de 2019, Sensi-
ty (anteriormente Deeptrace) analizó aproximadamente 15.000 deepfakes de acceso
público. Descubrieron que el 96% de ellos eran pornográficos, y prácticamente todos
victimizaban a mujeres (Ajder et al., 2019). En diciembre de 2020, se analizaron más
de 85.000 deepfakes, y se pudo demostrar cómo su creación y distribución se duplicó
aproximadamente cada seis meses desde 2018 (Patrini, 2021).
Una de las razones por las que se han desarrollado con tanta fuerza el porno de
ataque y el de acoso contra mujeres relevantes o no, es porque cada vez es más fácil
de conseguir fotos y vídeos, pero esa solo es una razón de oportunidad. La presen-
cia de tecnologías, así como de medios de difusión, amplían este tipo de violencia,
pero debe haber otras motivaciones que han permitido su desarrollo. Una explica-
ción complementaria la aporta la teoría del apoyo entre hombres, de la dinámica
de fratria, considera que la violencia sexual basada en la creación y / o distribución
de imágenes es un medio para “hacer masculinidad” tóxica (Messerschmidt, 1993).
La teoría del apoyo masculino es una perspectiva desarrollada originalmente por
DeKeseredy (1988) y ampliada por DeKeseredy y Schwartz (1993; 1998) quienes con-
sideran que los hombres, con masculinidades patriarcales, que han interiorizado la
cultura de la violación, suelen implicarse en fratrias masculinas, con amigos varones
que comparten los mismos valores y creencias misóginas. Estos hombres reforzarán
las creencias y valores que promueven el abuso de las mujeres, especialmente aquellas
que representan una amenaza para la autoridad patriarcal masculina.
Los mitos patriarcales, las creencias sexistas y otros factores característicos del
machismo, adquieren una gran importancia en la violencia sexual basada en la por-
nografía de venganza, ataque o acoso (Laplante, Gravel y Lepoutre, 2022; McGlynn
et al., 2021).
Las consecuencias psicosociales del porno de venganza, ataque o acoso son muy
relevantes. A pesar de que existen ciertas variaciones dependiendo del estatus y
los roles de poder de los individuos implicados; en su impacto hay que reconocer
una variedad de daños sociales y psicológicos que se agravan en las sociedades más
conservadoras. Los traumas psicológicos se prolongan en el tiempo, debido a per-
cepciones y actitudes negativas hacia las víctimas que retrasan o incluso impiden una
recuperación completa de la experiencia abusiva (Aborisade, 2022).
–34–
sexual. Denunciaron haber sido acosadas, chantajeadas, psicológicamente degrada-
das y manipuladas.
DeKeseredy y Hall-Sánchez (2017) desvelaron cinco temas en sus entrevistas, que
vincularon con tendencias abusivas. Principalmente los hombres estaban (1) apren-
diendo sobre el sexo y las “normas” sexuales a través de la pornografía; (2) tratando
de imitar la pornografía y comparando a sus parejas en términos de tipo de cuerpo
y proclividad sexual con los personajes de la pornografía; (3) introduciendo a otras
parejas sexuales en sus relaciones; (4) filmando actos sexuales sin consentimiento; y
(5) adoptando la cultura más amplia de la pornografía en la vida cotidiana. Estas ten-
dencias, junto con un fuerte sistema de apoyo entre pares masculinos (la fratria) que
favorecía el uso de la pornografía, la sumisión sexual y la cosificación de las mujeres,
alimentaron un entorno peligroso para las mujeres en estas comunidades rurales.
Romito y Beltramini (2011), en un estudio de jóvenes italianos, encontraron que
las adolescentes tenían tres veces más probabilidades que los adolescentes de ser pre-
sionados a ver pornografía por sus parejas. Romito y Beltramini (2011) encontraron
que las niñas que experimentaron violencia psicológica familiar tenían 5,8 veces más
probabilidades de ver pornografía. Las niñas que sufrieron violencia sexual tenían
4,24 veces más probabilidades de ver pornografía. Un tercio de estas niñas informa-
ron haber visto pornografía que representaba una fuerte violencia hacia las mujeres
y, la mayoría de estas niñas, informaron que, en parte, estaban viendo pornografía
para “aprender sobre sexo”. Curiosamente, las niñas con antecedentes de violencia
psicológica tenían casi el doble de probabilidades de ver pornografía violenta que sus
compañeros. Romito y Beltramini (2011) ofrecen dos explicaciones sobre los motivos.
Podría ser que algunas mujeres hayan aumentado el interés o la preocupación por el
sexo después del abuso. Esto podría ser particularmente notable entre las mujeres jó-
venes que fueron obligadas a ver pornografía como un ejercicio de “aprendizaje” por
sus abusadores. En segundo lugar, las mujeres podrían estar viendo la pornografía
violenta como una estrategia de afrontamiento. Ver el comportamiento sexual vio-
lento con frecuencia y a través de la pornografía podría normalizar sus experiencias
abusivas, adormeciendo el dolor emocional y psicológico de esos episodios.
Existe un movimiento que afirma que algunas pornografías pueden ser sexual-
mente excitantes y liberadoras para las mujeres (Whisnant, 2016), y es cierto que no
toda la pornografía es tan extrema o explícita en su violencia como la pornografía
hardcore o el “gonzo” (DeKeseredy y Hall-Sanchez, 2017). Sin embargo, como Alario
(2021) y Cobo (2020) han ilustrado, toda la pornografía está sesgada por el género y
llena de narrativas que normalizan la agresión hacia las mujeres, erotizando esa vio-
lencia sexual de la que hemos hablado. Estas narrativas en pantalla pueden conducir
a una serie de abusos fuera de la pantalla, desde el daño físico y psicológico en las re-
laciones íntimas, hasta los ciclos de riesgo de agresión sexual y la aceptación de mitos
sexuales violentos, las mujeres en contextos pornificados viven en el ámbito de lo que
muchas autoras han considerado como una modalidad patriarcal de normalización
de la violencia (Cobo, 2020). Como decía Gail Dines (2010), Si es obvio que no todos
los consumidores de pornografía se convierten en violadores, es igualmente claro
–35–
que las imágenes pornográficas no quedan sin efecto en su concepción del deseo y la
sexualidad: nos cuentan historias y, con ello, construyen la realidad del consumidor.
8. CONCLUSIONES
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–44–
LA VIOLENCIA SEXUAL:
SUS CAUSAS
Y
SUS MANIFESTACIONES
Coordinadora
Auxiliadora Díaz Velázquez
LA VIOLENCIA SEXUAL:
SUS CAUSAS
Y
SUS MANIFESTACIONES
LA VIOLENCIA SEXUAL:
SUS CAUSAS
Y
SUS MANIFESTACIONES
Coordinadora
Auxiliadora Díaz Velázquez
Autores
Lluís Ballester
Rita Romina Barrios Viera
Vanessa Casado Caballero
Carmen Delia Díaz Bolaños
Amparo Díaz Ramos
María Jesús Jiménez Linares
Ángeles Lara Aguado
Daniel Montesdeoca Rodríguez
Monica Pulido Martín
Rosa Rodríguez Bahamonde
Emilia Mª Santana Ramos
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ISBN: 978-84-1170-627-8
Preimpresión:
New Garamond Diseño y Maquetación S.L.
ÍNDICE
Lluís Ballester
1. INTRODUCCIÓN ...............................................................................................45
2. PLANTEAMIENTO CONCEPTUAL ..............................................................45
3. DEFINICIÓN Y TIPOS DE AGRESIÓN SEXUAL EN INTERNET ...........48
4. REGULACIÓN DE LOS CIBERDELITOS A NIVEL INTERNACIONAL 53
5. EL CÓDIGO PENAL ESPAÑOL Y LA AGRESIÓN SEXUAL EN IN-
TERNET ................................................................................................................56
6. BIEN JURÍDICO PROTEGIDO EN LAS AGRESIONES SEXUALES
EN INTERNET .....................................................................................................57
7. JURISPRUDENCIA ............................................................................................58
8. RETOS Y DESAFÍOS EN LA LUCHA CONTRA LA AGRESIÓN SE-
XUAL EN INTERNET ........................................................................................61
9. CONCLUSIONES ................................................................................................63
BIBLIOGRAFÍA ..........................................................................................................64
–8–
2. EL INTERVENCIONISMO DE LOS ORGANISMOS SUPRANA-
CIONALES EN LA VIOLENCIA SEXUAL .....................................................96
3. LA VIOLENCIA SEXUAL EN ESPAÑA: SU CONSIDERACIÓN
PENAL ................................................................................................................ 101
4. IMPLEMENTACIÓN DE LAS POLÍTICAS SOCIALES EN ESPAÑA .... 103
5. POLÍTICAS SOCIALES ESPAÑOLAS EN LA LUCHA CONTRA LA
VIOLENCIA SEXUAL ...................................................................................... 107
6. CONCLUSIONES ............................................................................................ 113
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 114
RESUMEN................................................................................................................. 117
1. IMAGEN, CUERPO Y PROSTITUCIÓN EN LA ERA DE INTERNET 118
2. LA PROSTITUCIÓN EN EL CONTEXTO DE LOS DERECHOS HU-
MANOS Y DE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO. ...................................... 122
2.1. Derechos humanos y prostitución ...........................................................122
2.2. La prostitución desde la perspectiva de género .....................................128
3. LA DEMANDA DE PROSTITUCIÒN CONECTADA A TRAVÉS DE
INTERNET ........................................................................................................ 132
4. RELACIÓN ENTRE LA PROSTITUCION Y OTRAS VIOLENCIA
SEXUALES.......................................................................................................... 136
5. MARCO JURÍDICO DE LA PROSTITUCIÓN EN ESPAÑA ................... 138
5.1. Evolución histórica ...................................................................................138
5.2. Marco jurídico actual de la prostitución en España ..............................141
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 144
–9–
2. LA EXCLUSIÓN DE LA PATRIA POTESTAD............................................ 158
3. CONCLUSIONES ............................................................................................. 169
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 171
–10–
4.2. La consolidación de los derechos de las víctimas ..................................219
4.3. Impacto del estatuto jurídico de la víctima en el ordenamiento ju-
rídico penal .................................................................................................223
5. CONSIDERACIONES ACERCA DE LA LEY ORGÁNICA 8/2021
DE 4 DE JUNIO, DE PROTECCIÓN INTEGRAL DE LA INFANCIA
Y LA ADOLESCENCIA FRENTE A LA VIOLENCIA .............................. 227
6. A MODO DE CONCLUSIÓN ........................................................................ 231
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 232
1. LANTEAMIENTO............................................................................................ 259
2. FACTORES Y MODALIDADES DE LA TRATA Y EXPLOTACIÓN
SEXUAL .............................................................................................................. 262
–11–
2.1. Determinantes de la trata de seres humanos y su expansión global ...262
2.2. Trata de personas y la inmigración ilegal ...............................................265
2.3. Elementos de la trata ................................................................................266
3. LA TRATA DE PERSONAS EN EL DERECHO PENAL ESPAÑOL........ 268
3.1. Necesidad de diferenciar el tráfico ilegal de la trata de seres huma-
nos ................................................................................................................268
3.2 La trata con fines de explotación sexual en las reformas del Códi-
go Penal ......................................................................................................270
4. BIENES JURÍDICOS A PROTEGER ............................................................. 272
5. INSTRUMENTOS PROCESALES DE AMPARO DE LAS VÍCTIMAS
DE LOS DELITOS DE TRATA Y EXPLOTACIÓN SEXUAL .................. 275
5.1. Marco general de protección de las víctimas de delitos ........................275
5.2. Derechos específicos de protección en el proceso de las víctimas
de trata y explotación sexual ....................................................................276
5.3. Las dificultades de protección que genera la figura de la vícti-
ma-testigo ...................................................................................................277
6. PROPUESTAS DE LEGE FERENDA ............................................................ 279
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 280
–12–