Práctica Odio

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Jordy Calderón, Claudia Rey, Lidia Rot y Sara Sánchez

PRÁCTICA PSICOSOCIAL SOBRE EL ODIO

“El pan se parte con las manos, pero se reparte con el corazón”
Rap vs Racismo

Las noticias publicadas en diversos medios de comunicación sobre los enfrentamientos entre
grupos neonazis y antifascistas ponen de manifiesto los hechos desde un punto de vista simplificado,
dando cuenta del acontecimiento violento, así como de sus antecedentes proximales (presentando la
evolución de los grupos, los altercados en los que se han visto involucrados, etc), sus consecuencias
inmediatas (si en estos altercados se han producido daños materiales, heridos, fallecidos, etc), y las
declaraciones públicas (casi siempre de condena a la violencia). Sin embargo, de ninguna manera
informan sobre cómo funcionan esos grupos en relación con los individuos que los componen, ni
tampoco ayudan a entender cómo intervenir psicosocialmente para detener la espiral de violencia.

Precisamente esto último es lo que encontramos en el documental Love wins over hate (El
amor vence al odio): en éste se nos brinda una perspectiva matizada sobre el proceso por el cual un
individuo llega a formar parte de los movimientos extremistas de odio a otros colectivos, fusionando
su identidad con la del grupo para convertirse en un actor devoto que defenderá los valores sagrados
del grupo a ultranza (Gómez et al, 2016). También se abordan los mecanismos que se activan para que
el sujeto permanezca en esos grupos y se arroja luz sobre la coyuntura que se articula para que el
sujeto pueda salir de esas dinámicas. Asimismo, se recogen diversos testimonios de víctimas y
especialistas del tema para hacer visible las consecuencias reales que tienen en otros seres humanos
los estereotipos que derivan en prejuicios y que, a su vez, pueden dar lugar a la discriminación y los
delitos de odio.

Los delitos de odio pueden estar dirigidos contra todo tipo de individuos dependiendo de su
género, orientación sexual, etnia, religión, ideología política y estatus socioeconómico. Pero también
estos delitos pueden atentar contra aquel sujeto que aún reuniendo, aparentemente, las características
para formar parte del endogrupo, no comulga con su ideología y, en consecuencia, es apartado del
grupo, llevándose a cabo represalias contra su persona.

Se odia, por tanto, al otro, al diferente, a aquél que por un proceso deductivo de
categorización es considerado miembro del exogrupo, aunque con anterioridad se haya tenido un trato
cordial, cuando no cercano, con éste.

Los tipos de delitos de odio son diversos, pudiendo ser ataques físicos y verbales. Pero
también adoptan la forma del adoctrinamiento, la propaganda y la incitación a la violencia. Tanto así
que los miembros del endogrupo pueden llegar a reclutar a familiares y menores de edad para, por una
parte, contribuir a la continuidad del movimiento y, por otra, sentirse respaldados por el endogrupo,
evitando una respuesta negativa por parte de éste.

En este caso, el odio y la desconfianza que se profesa hacia el diferente encuentra su origen en
un malestar profundo que el sujeto tiene consigo mismo. Por lo general, los miembros de los
movimientos alienantes tienen en común la búsqueda de identidad, comunidad y propósito, ya que
algunos recorrieron un camino lleno de dificultades (ausencia de familia, abusos, pobreza,
enfermedades, etc.) que causaron traumas que no fueron tratados en su momento, debido al dolor, la
vergüenza, la rabia y la indefensión que llevan aparejados y que, en última instancia, fomentan el
aislamiento de quien los ha sufrido. Esta baja autoestima genera en la víctima la necesidad de hacerse

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daño a sí misma y a todos los demás; una necesidad de odiar que se proyecta a un colectivo en
particular en el momento en que el sujeto pasa a formar parte del movimiento. Mas no cualquier
colectivo, sino aquél que se encuentre en posición de desventaja e inferioridad de estatus, el cual se
convierte en chivo expiatorio.

El odio puede encontrar su origen también en circunstancias que, sin llegar a ser traumáticas,
condicionan el desarrollo de la personalidad del sujeto de manera negativa. Así, un hogar disfuncional
que no sepa responder a las necesidades (afectivas, atencionales, relativas a la imposición de límites,
etc.) del menor, ya sea por defecto (falta de supervisión, cuidado del niño, etc.) o por exceso (una
educación conservadora y estricta que pueda derivar en el fomento de una personalidad autoritaria
que, en última instancia, haga que el sujeto tienda a perpetuar jerarquías), ocasiona que el sujeto se
aísle de los demás, privándose de la oportunidad de conocer las semejanzas que comparte con el otro
y generando, en consecuencia, el desarrollo de una visión reduccionista y esterotipada de la realidad
social que le rodea. En este sentido, haber abandonado grupos sociales que por su naturaleza imponen
un control estricto al sujeto como, por ejemplo, el ejército, puede generar en el individuo una
sensación de vacío que buscará llenar afiliándose a otras organizaciones como los movimientos
alienantes.

Asimismo, se puede llegar a formar parte de este tipo de movimientos sin necesidad de haber
tenido una infancia y adolescencia tortuosas, o ni siquiera disfuncionales. De esta manera, un contacto
negativo con un miembro del exogrupo puede ser suficiente para que el sujeto del endogrupo
generalice la concepción desfavorable que tiene hacia ese miembro en particular al grupo en conjunto
(sesgo de homogeneización), reforzando, a su vez, el sesgo de correlación ilusoria que opera
asociando al exogrupo a cualquier otra variable (sea esta el desempleo, la violencia en el barrio, etc.),
de modo que el sujeto del endogrupo pueda justificar sus sentimiento y verse así legitimado para
proyectar el odio hacia la totalidad del exogrupo.

En este contexto, hay varios factores que intervienen en la permanencia de los miembros en el
movimiento, esto es, –tal y como postula la Teoría de la Identidad Social–, en que el individuo se siga
esforzando por identificarse con el endogrupo y por valorarlo de forma positiva para reforzar así su
propia autoestima, generando una mayor diferenciación con el exogrupo. Primero: la sensación de
poder e invulnerabilidad que se ostenta dentro del endogrupo y la activación fisiológica que lleva
aparejada (Gómez et al, 2016), tanto así que quienes otrora fueron víctimas de bullying acabaron por
reclutar a sus acosadores, dado que identificaron en ellos algo que compartían, esto es, una baja
autoestima. Segundo: el aislamiento endogrupal, pues su tiempo entero, incluido el ocio, se dedicaba
al grupo. Tercero: el abuso de alcohol y estupefacientes para acallar el malestar interno producto de la
disonancia cognitiva entre lo que supuestamente era el sujeto (un miembro reconocido en el
endogrupo) y lo que realmente era (una persona excluida socialmente que hacía daño a los demás), y
que, en ocasiones, derivaba en conductas autolíticas.

Con todo, como sostiene uno de los ex-miembros de un movimiento alienante presentados en
el documental, “el odio nace de la ignorancia, el miedo es su padre y el aislamiento su madre”. Y, a
su vez, la ira y la incertidumbre contribuyen a aceptar la narrativa de odio; una narrativa que era
reforzada por medio de interpretaciones sesgadas e infundadas de la realidad, gracias a las que los
miembros del endogrupo se sentían superiores al exogrupo por comparación descendente, y por las
cuales, además, se tendía a concebir al endogrupo en peligro constante e inminente, bajo la premisa de
una conspiración secreta ejecutada por el exogrupo para erradicar a los miembros del endogrupo.

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La transición que viven los sujetos del endogrupo que dejan atrás los movimientos alienantes
presenta las siguientes características:

● Un hecho o conjunto de sucesos que, cognitiva y emocionalmente, generan en el sujeto una


sensación de malestar por la vida que ha llevado hasta entonces y que le hacen replantearse si
sus aprendizajes sobre la realidad social son no adaptativos.
● Verse ante la tesitura de elegir entre dos cosas igualmente valoradas por el sujeto, tales como
la pertenencia al endogrupo y, por ejemplo, la vida familiar, el nacimiento de una hija
(compromiso de la paternidad), etc. Solo este tipo de situaciones, según las teorías del
desarrollo y el curso vital, propician un replanteamiento de las decisiones y el rumbo de su
carrera delictiva.
● Siguiendo la hipótesis del contacto formulada por Allport, compartir espacio y tiempo de ocio
o de trabajo, libre de enfrentamientos y en igualdad de estatus, con miembros del exogrupo,
fomenta el conocimiento mutuo, de modo que puedan ponerse de manifiesto las cosas que
tienen en común como humanos (experiencias positivas, inseguridades, miedos, etc.) y limar
las posibles asperezas. Con el tiempo, estos contactos hacen florecer en el sujeto del
endogrupo un sentimiento de gratitud con la vida por el mero hecho de poder conectar con
otra persona, dejando de lado los prejuicios, de modo que, en última instancia, puede disfrutar
en un sentido más pleno de la experiencia de ser humano.
● Generar momentos de catarsis positiva para expresar las emociones es un paso fundamental
para dejar el movimiento, ya que como sus propios ex-miembros reconocen, el odio era como
una droga: sabían que les devorada por dentro, pero les hacía sentirse bien descargarlo.
● Desarrollar múltiples facetas e intereses de la persona para alcanzar así un equilibrio íntegro
psicosocial, ya que hasta ese momento el sujeto vive para el movimiento alienante.
● Establecer relaciones sociales funcionales y comunitarias, no solo de intercambio, fuera del
endogrupo. Relaciones que presenten al sujeto otros modos de vivir, y que le faciliten la
comprensión, aceptación y amor que no pudo encontrar durante su desarrollo.
● La influencia y apoyo de ex-miembros que han logrado salir del movimiento motiva al sujeto
y le ofrece un modelo sobre cómo dejar atrás al endogrupo.

Así las cosas, salir de un movimiento alienante no es un proceso fácil. Puede generar, en
primer lugar, depresión e incluso los individuos pueden llegar a culpabilizar a aquéllos por los que han
decidido dejar atrás el endogrupo. En segundo término, puede también generar amenazas y represalias
por parte del endogrupo, más aún si el sujeto se decide a denunciar sus prácticas sectarias y
extremistas. Y, por último, aunque no por ello menos importante, el mero hecho de haber pertenecido
a este tipo de grupos provoca en el individuo un sentimiento de culpa y vergüenza y una disonancia
cognitiva por los actos cometidos y por los años de vida desperdiciados.

En este contexto, tanto los expertos como las víctimas supervivientes –que no han dejado que
la experiencia traumática defina quienes son– están de acuerdo en que el paso para alcanzar la
autocompasión y así dejar atrás la culpa y la vergüenza es el reconocimiento del daño causado, no
solo a uno mismo, sino también a los demás.

Reconocer, por tanto, que los prejuicios no necesitan hacerse grotescamente evidentes
mediante la violencia para causar sufrimiento, sino que éstos se inflitran en el día a día, a través de
pequeños actos (una mirada amenazante, un comentario xenófobo, machista etc.), haciendo que la
víctima se vea en la necesidad de demostrar su valía, talento, belleza, etc. En esta línea, en ocasiones,

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el sujeto discriminado, por efecto Pigmalión, acaba adoptando el comportamiento que aquellas
personas con prejuicios esperan de él, incluso recurriendo a la agresión.

Reconocer también que los prejuicios generan miedo, sufrimiento, frustración, desconfianza,
aislamiento voluntario y un estado de tensión permanente, que pueden llegar a imposibilitar a la
víctima si ve sobrepasada su capacidad de resiliencia y que también pueden generar respuestas
defensivas, alimentando así la espiral de violencia.

De esta manera, mediante el reconocimiento honesto y la toma de responsabilidad de nuestras


palabras, acciones y omisiones, podremos actuar con cuidado hacia nosotros mismos y hacia los
demás. Así, habiendo formado un sentido crítico de nuestra forma de estar en el mundo, podremos
hacer frente a los escenarios de polarización social, desarrollando estrategias de adaptación al cambio.

Al fin y al cabo, todos queremos sobrevivir y ver progresar a nuestro entorno inmediato
(familia y amigos, nuestra comunidad), pero esto puede hacer entrar en conflicto a los grupos cuando
los recursos para tal fin son escasos; lo lógico en ese sentido, nos han enseñado, es vencer al rival; lo
innovador y radical, en esta línea, es apostar por la empatía y entender que al imposibilitar al otro, uno
se imposibilita a sí mismo. Lo importante, creemos nosotras, es prosperar en colectivo de manera
sostenible.

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Referencias

El Chojin; Locus y Nerviozzo de Dúo Kie; Gitano Antón; El Langui de La Excepción; Nach, Lírico;
Kase O y Sho-Hai de Violadores del Verso; Xhelazz; Titó y El Santo de Falsalarma; Zatu de
SFDK y Ose. (2011). RAP CONTRA EL RACISMO. YouTube.
https://youtu.be/Zl8W6ddWfM8?feature=shared

Gómez, A; López-Rodríguez, L; Vázquez A; Paredes B; Martínez, M. (2016). Morir y matar por un


grupo o unos valores. Estrategias para evitar, reducir y/o erradicar el comportamiento grupal
extremista.Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) & ARTIS Research.
Madrid, España.
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1133074016300046#abs0005

Polis Schutz, S. (2020). Love wins over hate. Iron Zeal Films. Estados Unidos.
https://www.ironzealfilms.org/

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