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Programa de Aprendizaje en Coaching

para la Expansión de Conciencia y Transformación Personal 2024

Una Nueva Mirada


Tenemos la tendencia de creer que el mundo en el que vivimos es “objetivo” y único, y que cada uno
de nosotros tiene la capacidad de verlo “tal cual es”. De esta manera, vivimos bajo el supuesto de
que nos relacionamos con objetos, cosas, personas y entornos cuyo significado, valor, existencia y
sentido es independiente de nosotros.

Asimismo, la concepción tradicional del ser humano nos dice que somos seres fundamentalmente
racionales y que por medio de la razón podemos conocer y conocernos con objetividad. El lenguaje
aparece como el instrumento que nos permite “captar” el ser verdadero y absoluto del mundo.

Otra creencia enraizada en nuestra cultura es vivir bajo el supuesto de que el ser o la esencia de
nosotros y las cosas es algo “invisible”, que está más allá de lo que podemos ver y tocar. Esta
creencia ha provocado que separemos nuestro ser de nuestro hacer, el cuerpo del alma, la salud de
la enfermedad, y comencemos a vivir desde la separación y no desde la unidad.

Esta actitud natural se revela en nuestra vida cotidiana de muy diversas maneras: cuando señalamos
“Andrés es creativo” o “Luisa no es confiable” estamos operando bajo el supuesto de que la
creatividad y la confiabilidad son características que le pertenecen al ser de Andrés o Luisa.

Cuando despreciamos las creencias de otras culturas o épocas como error, falta de conocimiento
científico o inmadurez mental, estamos operando bajo el supuesto de que existe una realidad única y
verdadera que ha sido, afortunadamente, conocida por nosotros: “Míralos, creer en una tierra plana”,
“Que absurdo, o que inocentes, vivir suponiendo la existencia de múltiples dioses”, etc.

Más cerca aún, cuando en la discusión con nuestros hijos o con nuestros empleados, damos el
argumento final: “Las cosas se hacen de esta manera porque así deben ser”, estamos reclamando
obediencia por el hecho de creer que contamos con un acceso privilegiado al conocimiento
verdadero de la realidad.

En nuestra vida personal al señalar “yo soy así... alegre, tímido, sincero, extrovertido, exitoso, etc.”,
estamos viviendo bajo la creencia que aquello que decimos pertenece a nuestro ser permanente e
inmutable y por lo tanto nunca podrá cambiar, siempre será así, independiente de las circunstancias
o esfuerzos que realicemos.

Este artículo es una invitación a poner entre paréntesis la forma habitual que tenemos de estar en el
mundo y de comprendernos a nosotros mismos. La invitación surge de nuestra convicción que los
cambios ocurridos en las últimas décadas han puesto en crisis el paradigma desde el cual vivimos:

La globalización de la información y el saber desafían nuestras convicciones tradicionales; el cambio


en el entorno de los negocios y la tecnología pone en juego nuestras capacidades y creatividad; la
crisis medio–ambiental cuestiona nuestra forma de vivir; la crisis de los modelos ideológicos nos
devuelve la responsabilidad de dar sentido a nuestra existencia.

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Postulamos que vivimos en mundos interpretativos; es decir, nuestra realidad está construida a partir
de un conjunto de creencias, paradigmas y juicios maestros. Sostenemos que la conciencia del ser
humano no se reduce a la racionalidad y que nuestro ser es una compleja coherencia entre cuerpo,
emoción y lenguaje; postulamos que a través del lenguaje no sólo describimos el mundo, a través de
él generamos nuevas realidades y le damos sentido a nuestra existencia. Creemos que la vida es un
espacio abierto para inventarnos a nosotros mismos.

Vivimos en mundos Interpretativos


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Más Allá de lo que sea o no efectivamente el mundo, es posible observar que toda cultura,
organización o persona vive a partir de un conjunto de interpretaciones, creencias o paradigmas que
constituyen para ella la realidad misma. Los paradigmas o juicios maestros sobre los cuales se
sostiene una cultura determinan “lo que somos”, el “mundo en que estamos o vivimos” y “lo que es
significativo para nuestra comunidad”.

La cultura previa a Colón que vivió bajo la certeza de que la tierra era plana, el mundo medieval que
vivió bajo el dato que la Tierra está en el centro del universo, los griegos que vivieron bajo la certeza
que el mundo se regía por la voluntad y deseo de los dioses.

Así también el niño que vive con la certeza de la existencia Papá Noel, la organización que opera
bajo el supuesto que nunca se podrá hacer cambios o que siempre serán los primeros del mercado.

La persona que se relaciona con el mundo a partir de la creencia que “desconfío hasta que me
demuestren lo contrario”, etc.

Nos interesa subrayar que las creencias o juicios maestros que constituyen el mundo para una
cultura no son “ideas” que las personas tengan sobre el mundo; más bien son la realidad misma, la
“verdad”.

Un niño no necesita pensar en la existencia de Papá Noel, la persona desconfiada simplemente ve


como el mundo la quiere agredir o engañar.
Desde otra perspectiva podemos señalar: “las creencias no las tenemos, ellas nos tienen a nosotros”.

Aceptar que vivimos en mundos interpretativos pone en cuestión el modo cómo hemos pensado
tradicionalmente el concepto de verdad.

Podemos decir que dentro del espacio infantil es “cierto” que Papá Noel pasó a dejar los regalos, que
para los medievales “es evidente” que el sol gira en torno a la Tierra o que para la cultura indígena la
cosecha no prosperó porque los dioses no lo quisieron. Como es posible observar en esta mirada, la
“verdad” es la adecuación que guardan nuestras creencias con lo que vemos del mundo y no con el
mundo en sí.

En definitiva, como dice Rafael Echeverría: “No sabemos como son las cosas, sólo sabemos cómo
las observamos”.

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Todo lo dicho es dicho por alguien


Una de las más notables consecuencias que tiene reconocer que vivimos en mundos interpretativos
es que en el tipo de mundo que vivimos (a través de lo que decimos), se deja ver el tipo de ser que
somos.

En todo lo que hacemos o decimos se transparenta el tipo de persona en que nos


constituimos al momento de decir o hacer lo que hacemos.

Quién ve en el mundo constantes amenazas, malas intenciones y tragedias nos revela su actitud vital
de desconfianza. Aquel que en las organizaciones siempre tiene disponible el “nunca lo podremos
hacer” revela su actitud resignada ante el futuro. Quién ante un bosque se conecta con la divinidad y
la trascendencia nos delata su actitud mística, el que observa “kilos de madera” nos muestra su ser
comercial.

Humberto Maturana ha señalado lo anterior con dos frases: “Todo lo que decimos sobre lo observado
(el mundo) revela el tipo de observador que somos” y “Todo lo dicho es siempre dicho por alguien”.

Todo hacer y decir trae un mundo a la mano.


Otra consecuencia de aceptar que vivimos en mundos interpretativos es observar que toda creencia,
juicio o acción sobre el mundo o nosotros mismos abre un horizonte de acciones posibles y cierra
otros; en definitiva, trae un mundo a la mano.

A todos seguramente nos ha pasado que cuando queremos arreglar un objeto y nos falta una pieza,
el entorno inmediatamente se transforma en un mundo instrumental: cada alambre puede servir para
arreglar el motor, la silla puede transformarse en escalera y el tenedor en destornillador. Desde la
inquietud técnica aparece un mundo de herramientas.

Qué distinto mundo de posibilidades abre decir “Yo nunca podré aprender inglés porque soy un
desastre para los idiomas” a “me cuesta aprender inglés”, o “necesito ayuda para emprender este
idioma”. La primera genera un mundo de cero posibilidades de aprendizaje, la segunda un mundo
que deja abierta la posibilidad de aprender y la tercera un mundo que nos abre a una red de ayuda.

Desde la desconfianza las acciones posibles son defenderse, precaverse, aislarse; desde el
aburrimiento el mundo a la mano aparece gris y con pocas posibilidades de movernos; desde la
motivación el futuro aparece como un desafío por descubrir.

En definitiva, sostenemos, que la perspectiva desde la cual vivimos el mundo o nos que
interpretamos a nosotros mismos, determina el mundo de posibilidades de acción que tenemos en él.

Como ya lo hemos dicho, aceptar que vivimos en mundos interpretativos supone “renunciar” al
criterio tradicional de verdad que sostiene, que hay una interpretación correcta de la realidad a la que
deben, en última instancia someterse o rendirse las demás.

Si renunciamos al criterio tradicional de verdad podemos preguntarnos ¿qué criterio


usamos para evaluar o decidir entre interpretaciones diversas?

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Sostenemos que en un nivel pragmático un criterio que nos permite decidir por interpretaciones
diversas es observar las posibilidades de acción y bienestar que nos ofrecen las creencias, juicios o
explicaciones que tenemos.

A nivel ético sostenemos que el criterio para evaluar las interpretaciones es el respeto que ellas
implican a nosotros mismos, los otros y el entorno.

Por ejemplo, declarar “esto nunca lo podré hacer” encierra una visión resignada del futuro y promete
mantener en forma permanente el nivel de inefectividad e insatisfacción que produce no poder
realizar lo que aspiramos. Declarar “necesito ayuda para hacer esta tarea” abre un futuro de
posibilidades y oportunidades de aprendizaje, así como ofrece la posibilidad de poner término a la
insatisfacción que nos provoca la situación.

Aprender a observar el poder de acción y bienestar que nos ofrecen las interpretaciones en que
vivimos es, a nuestro juicio, una gran herramienta de transformación personal, profesional y de
liderazgo a la parte medular de las organizaciones.

Cada uno de nosotros, en distintos ámbitos, ha desarrollado excelentes explicaciones. Algunas nos
funcionan y otras nos sumergen en una sensación de fracaso. En el caso de estas últimas no
prometen otra cosa que seguir donde estamos, más de lo mismo o más sufrimiento.

Cuerpo, Emoción y Lenguaje


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La prioridad dada a la razón en nuestra cultura occidental ha provocado casi un completo olvido del
cuerpo y la emoción.
Hemos llegado a pensar que el cuerpo es como el envoltorio que contiene nuestro verdadero ser y a
las emociones como aquello que altera o modifica nuestro correcto pensar, decidir y juzgar.

Sostenemos que cada situación en que nos encontramos en la vida gatilla en nosotros una
determinada coherencia entre emoción, cuerpo y lenguaje. Aunque parezca obvio decirlo, siempre
estamos en el mundo desde una posición corporal, en un determinado estado de ánimo y en un
posible mundo de conversaciones o interpretaciones.

Desde la alegría, por ejemplo, el cuerpo se expande y las interpretaciones sobre el futuro están
llenas de posibilidad. Desde la tristeza el cuerpo se recoge y el futuro está dominado por la pérdida
de algo querido.

Seamos conscientes o no, en la vida cotidiana operamos muchas veces tomando en consideración la
coherencia entre emoción, cuerpo y lenguaje. Al entrar a una sala de reuniones y observar
rápidamente los cuerpos tensos de los participantes y sus caras aburridas intuimos la emoción de
conflicto que gobierna ese encuentro y también sabemos automáticamente el tipo de conversaciones
que son posibles allí.

Al entrar a nuestra casa y saludar, el solo tono de la respuesta de nuestra pareja o hijos, nos da un
indicio de los estados de ánimo en que se encuentran y nos indica el tipo de conversaciones que son
o no posibles dentro de ese entorno emocional.

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Al ver las personas de lejos gesticular en diversas conversaciones o tan sólo caminar por las calles,
podemos suponer en ellos una determinada emoción y un posible mundo de conversaciones o
monólogos internos.

Muchos de nuestros intentos de transformación personal los hemos visto frustrados por pensar que
basta tener la claridad racional del cambio para que éste suceda, sin embargo, al poco tiempo de
comenzar, descubrimos que la mera declaración no es capaz de modificar lo que deseamos: dejar de
fumar, que nos den autoridad, aprender a confiar, adaptarnos a los cambios.

Observar la coherencia entre cuerpo, emoción y lenguaje nos abre un inmenso terreno de
aprendizaje efectivo pues podemos diseñar aprendizajes que involucren los tres ámbitos de nuestro
ser. Hay veces que nuestro problema para confiar o ejercer la autoridad está vinculado a que no
hemos desarrollado una postura corporal para ello, otras nos faltan las conversaciones o emociones
que la hagan posible. Dicho sintéticamente, el observador que somos del mundo y de nosotros
mismos, se constituye a partir de la postura emocional, corporal y lingüística en la que estamos.

El lenguaje es acción. Como cultura occidental hemos vivido bajo una concepción pasiva del
lenguaje; es decir, operado bajo el supuesto que el lenguaje fundamentalmente describe la realidad
tanto exterior como interior.

Frases como “Esto es un lago”, “Felipe es gracioso”, “Yo soy responsable”, nos parecen que
describen propiedades que pertenecen a las cosas o personas que nombramos.

Nosotros postulamos una concepción generativa del lenguaje. Esto significa que, al hablar, pensar o
comunicarnos no sólo describimos la realidad, también hacemos que sucedan cosas; creamos
realidades que sin nuestra conversación nunca hubieran existido.

El lenguaje genera mundos. Cuando una pareja se compromete, cuando un juez dicta sentencia,
cuando un árbitro cobra una falta, cuando el padre le declara el amor a su hijo, cuando el gerente
contrata, despide o reconoce, cuando perdonamos, cuando decido ofrecer un nuevo producto en el
mercado; en todos estos casos se ha generado una nueva realidad a través de nuestra
conversación, realidad que modifica nuestra identidad y nuestras posibilidades de acción en el
mundo.

Por ejemplo, si asumimos el compromiso de entregar un documento en tal plazo, mi agenda de


trabajo se ve afectada, mi identidad profesional comprometida y el otro puede asumir compromisos
con terceros a partir de mi fecha de entrega.

Al perdonar estamos poniendo fin a un conflicto que ocupó nuestra vida por un tiempo y abriendo un
posible mundo de nuevas acciones con el otro.

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Poder Generativo del Lenguaje


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En al menos cuatro ámbitos se manifiesta el Poder Generativo del Lenguaje. Estos son:

A) A través del lenguaje generamos distinciones que constituyen la


realidad en que operamos:
Una de las funciones claves del lenguaje es su capacidad de establecer distinciones que nos
permiten observar, describir y actuar en el mundo. Los colores, la temperatura, el peso, masa,
volumen, el nombre y la clasificación de las “cosas”, la definición de las partes de un sistema son
todas distinciones con las que nos manejamos en la vida.

La diversidad de mundos en que vivimos tiene directa relación con el universo de distinciones que
poseemos. Asimismo, nuestra capacidad de acción en el mundo está ligada a las distinciones que
manejamos.

Sólo a modo de ejemplo, podemos señalar que los mundos profesionales se distinguen por poseer
un gran universo de distinciones donde los otros poseemos muy pocas.

El mecánico que reconoce un problema en la correa de distribución donde nosotros sólo escuchamos
un ruidito, el médico que reconoce un problema duodenal a partir de nuestro “terrible dolor de
estómago”, el economista que observa un problema en los “flujos de caja”, allí donde nosotros sólo
vemos un “desorden económico”. Sostenemos que vemos el mundo a partir de las distinciones que
poseemos.

B) A través del lenguaje damos sentido a nuestra existencia:


Otro aspecto clave en el poder generativo del lenguaje es que a través de él los seres humanos
conferimos sentido a nuestra existencia. Preguntarnos por quiénes somos, cuál es nuestra misión en
la vida, abrirnos a la trascendencia, son todos actos que ocurren en lenguaje.

Si observamos en profundidad, podemos descubrir que gran parte de los conflictos personales y
hasta sociales, están ligados a la falta de sentido que damos a lo que hacemos o somos. ¡Cuántas
veces ante un mismo trabajo una persona se siente realizada y llena de posibilidades de servir y la
otra menospreciada!

Insistimos, los seres humanos no sólo actuamos en el mundo, también dotamos de sentido lo que
hacemos. Aquí sería bueno recordar a Víctor Frankl y su obra, el era alumno de Freud y fue
encerrado en un campo de concentración. El pudo descubrir allí que los que sobrevivían, no eran
precisamente los más fuertes ó más aptos, sino aquellos que tenían algo porqué vivir: un proyecto,
un hijo, etc. Esto está expresado en su libro “El Hombre en busca del Sentido”. Frankl creó la
Logoterapia, que hoy trabaja todo tipo de problemas como adicciones, depresiones, enfermedades,
etc.

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Algo importante de destacar es que el sentido de la acción es un aspecto relevante en la identidad


que nos generamos y en las posibilidades de acción y bienestar que nos ofrece el mundo.

C) A través del lenguaje coordinamos acciones:


Si recorremos nuestra vida cotidiana encontraremos que gran parte de ella transcurre en
conversaciones que buscan coordinar acciones con otros: pedir algo, ofrecer, prometer,
comprometerse, invitar, contratar, declarar amor, reclamar, etc.

Cada una de estas coordinaciones genera nuevas posibilidades de acción en el mundo y afecta
nuestra identidad como personas. Al afirmar comprometemos nuestra veracidad, al ofrecer nuestra
competencia, al pedir nos comprometemos a actuar en consecuencia, declarar una misión ordena el
mundo en torno a un propósito, al pedir ayuda generamos posibilidades de aprendizaje y superación
de nuestros problemas. En la concepción tradicional del lenguaje como descriptivo de la realidad, la
unidad fundamental de la comunicación es la proposición; es decir, aquella oración que predica una
cualidad determinada de un sujeto dado: Pedro es grande, la mesa es roja.

En la concepción generativa del lenguaje, la unidad fundamental de la comunicación es el


compromiso de acción presente o futuro que con ella se ha generado.
Parte importante de inefectividad y malestar cotidiano guarda relación con formas de comunicación
que no están centradas en el compromiso, es decir con el rol generativo del lenguaje.
Asistimos a reuniones donde parece que no pasó nada, pedimos sin saber bien qué a quién ni cómo
pretendiendo que los demás tengan la claridad que nosotros no poseemos, prometemos a otras
cuestiones que no cumplimos, afirmamos sobre hechos sin tener certeza, enjuiciamos sin
fundamento.

D) A través del lenguaje podemos observar el tipo de observador que


somos:
Una de las maravillas del lenguaje de los seres humanos es que nos permite observarnos a nosotros
mismos en nuestra forma de estar y actuar en el mundo. En otras palabras, el lenguaje no sólo nos
permite coordinar acciones, también podemos observar cómo coordinamos acciones; no sólo
podemos conferir sentido a la existencia también podemos reflexionar sobre cómo estamos dándole
sentido, o qué es dar sentido. Esta capacidad “recursiva” del lenguaje es la que nos permite
aprender, innovar y ampliar el observador que somos.

Por ejemplo, una pareja que decide conversar sobre la forma que habitualmente conversa para
mejorar su relación, un científico que decide conocer cómo conocemos, una comunidad que decide
observar los juicios maestros en que vive para mejorar sus niveles de bienestar y efectividad, la
persona que decide “mirar cómo mira su vida” para vivir mejor, la persona que decide indagar cómo
es que se enfermó de algo en particular o tiene determinado síntoma y para qué le puede servir.-

Queremos subrayar que la capacidad de ser observadores del tipo de observador que somos no es
una exquisitez intelectual.

Por el contrario, es una gran posibilidad para mejorar nuestra calidad de vida, pues nos permite
ampliar el ser que somos a nuevas interpretaciones que nos den más poder de acción o bienestar.

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También podemos ampliar nuestro dominio de acciones disponibles en ámbitos que antes nos eran
desconocidos.

Si aceptamos que vivimos en mundos interpretativos podemos suponer que la casi totalidad de los
problemas que nos afectan y nos hacen sufrir no dependen del mundo externo, sino de las
interpretaciones que tenemos de nosotros mismos y del mundo. Qué expectativas tengo de mis hijos
que me hacen calificarlos como desagradecidos, qué visión tengo de la vida que le vivo reclamando
algo que nunca me ha prometido, qué interpretación tengo de la autoridad que espero ciega
obediencia de mi equipo, bajo qué interpretación nos relacionamos con la naturaleza que la
suponemos eterna, qué observador soy del mundo del dinero que vivo desde la escasez o desde la
abundancia.

Un comentario sobre la “fusión con el mundo”


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Hemos sostenido que no podemos saber exactamente cómo son las cosas, sólo podemos decir
cómo las observamos; en otras palabras, que siempre hay una distancia o diferencia entre la
interpretación que tenemos de la realidad y la realidad misma.

Si bien esto es efectivo en el plano de la explicación de la experiencia, sostenemos que en el plano


de la ejecución o de la acción hay ocasiones en que logramos una “fusión” plena con el mundo: el
director de orquesta que se deja llevar por los acordes de la música, el jugador de fútbol que sin
pensar está en el lugar y momento adecuados, o el líder de una organización al que literalmente “le
surgen o llegan” las palabras para motivar a su equipo, el profesional que se “funde” en la tarea que
está realizando.

En otro plano, el encuentro místico del monje con la divinidad en la oración.

Sostenemos que en todos esos casos se produce una pérdida de la diferenciación o una plena fusión
entre yo y el mundo (sujeto - objeto).

Si observamos bien esos momentos de “maestría” apreciamos que en ellos no hay pensamientos
sobre: “cómo lo estaré haciendo”, “adónde me tengo que mover”, “qué tengo que decir”, “qué estarán
diciendo de mí”, simplemente somos el hacer o decir en que estamos. Aun más, sostenemos que las
acciones, movimientos y palabras que ejecutamos no surgen desde nuestro “yo - reflexivo” sino
desde la propia “danza” en que estamos comprometidos.

Ese el espacio que les proponemos conquistar durante el programa; vivir como dice esta frase
popular:

“Baila como si nadie te estuviera viendo,


Trabaja como si no necesitaras dinero, y
Ama como si nunca te hubieran herido”.

NOTA: El material de este programa está basado a partir de conferencias de Humberto Maturana,
Rafael Echeverría y Julio Olalla

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