Sobre El Xxii Congreso Del Partido Comunista de La Union Soviética

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SOBRE EL XXII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA

DE LA UNION SOVIÉTICA

Sin temor a la hipérbole se puede afirmar que ningún Congreso del


Partido comunista de la U. R. S. S.—ni, por supuesto, de país alguno—ha
tenido la importancia y la resonancia del vigésimo segundo. Se cierra eon
este Congreso un primer período jruschoviano—¡que puede muy bien ser
el último de este personaje...!—; período inaugurado aproximadamente
en el XX Congreso, cuando el actual primer secretario del Partido—que
lo era también entonces—denunció sin eufemismos en su mensaje secreto,
ante el estupor de los miles de delegados que no sabían si abrazarse o des-
pedazarse mutuamente, los atroces crímenes de Stalin. Dentro de ese pe-
ríodo crítico, que va del año 56 al fin del corriente, se celebró el Con-
greso XXI, extraordinario para la nomenclatura soviética, aunque gris y
ordinario—*pese a entroncar con el septenio «glorioso» y cernirse sobre
él la rebelión húngara—^en comparación con el XX y XXII que le hor-
quillan.
Por muchos conceptos el XXII Congreso batió la marca del escándalo
político. Y no tanto por la proclamación de su •objetivo oficial—ya de por
sí estentórea—, que es la promesa de victoria comunista a plazo fijo—veinte
años—(con lo que la actual generación alcanzará «la dicha» de conocer ese
paraíso que hace medio siglo se le viene ofreciendo), sino por la forma y
el fondo de cuanto se puso de manifiesto, no se sabe si imprevista o deli-
beradamente, en sus trepidantes sesiones. Porque una de las cosas que
la Historia tardará en dilucidar, tal vez exactamente lo que dure el reinado
de Jruschov, es lo que hubo en las sesiones de premeditado, de elaborado
fríamente por los Gabinetes de táctica psicológica del Kremlin—táctica
psicológica que no se aplica sólo al exterior, sino también al interior de
la U. R. S. S.—y lo que ocurrió en ellas de forma espontánea a la manera
.de una rebelión de robots que, por unos instantes, hubieran conquistado
jirones de autonomía.

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

No carece de fundamento la hipótesis de que a la muerte de Stalin


una brisa de libertad—débil, pero incontenible y en cierlo modo creciente—
sopló sobre la inhibición centenaria del pueblo ruso. Cárceles y campos
de concentración perdieron ocupantes y muchos «humillados y ofendidos»
—vivos o muertos—recobraron la «dignidad» perdida. Se produjo enton-
ces en la oligarquía gobernante un movimiento temeroso tendente a des-
comprometerse de la época staliniana. Pero las barbaridades del tiempo
de José Visariónovich habían sido tantas que no bastaba la figura del pa-
drecito rojo como único «chivo emisario» para cargar con los pecados
de todos. La búsqueda de otros «chivos» adoptó la forma de una conspira-
ción de palacio en la que Beria fue aniquilado físicamente y, políticamente,
los miembros del que hoy conocemos como grupo antipartido. El ostra-
cismo de Yukof fue motivado también por análogas razones.
Pero una caída política, cuando el caído permanece vivo y con posibi-
lidades de actuación, no es tan práctica y definitiva como las eliminacio-
nes de la época staliniana y ello lo sabe ahora muy bien a sus expensas
«1 actual equipo gobernante de la U. R. S. S. Nucleada por los caídos surgió
una oposición popular interna, debilitadora, explotada a su favor por los
«aliados» rivales y por los enemigos exteriores e interiores del régimen
comunista. Se hizo indispensable un golpe más fuerte para lograr una
«limpieza» más profunda que, dejando fuera de combate a los epígonos
de Stalin, aterrorizase a quienes atisbasen la posibilidad de imitarlos, apo-
yarlos o seguirlos.
Acaso la operación eliminatoria habría de llevarse a cabo moderada-
mente, discretamente, como se perfiló en el primer discurso de Jruschov
—no se olvide que las sesiones del Congreso estaban siendo televisadas y
por primera vez en su vida el pueblo ruso pudo percibir el malhumorado
desahogo de sus dirigentes—>; en el discurso de apertura de Jruschov éste
se limitó a repetir en público lo que la mayoría del pueblo soviético cono-
cía ya porque en las sesiones del Partido se le había ido inoculando en
dosis graduales para que no peligrase su «saludable» disciplina: el informe
secreto de Jruschov en el XX Congreso, que fue Ja primera gran escara-
muza de la de£estalinización. Las palabras de Jruschov en el XXII Con-
greso, aludieron a Stalin de forma en cierto modo suave y ocupaban sólo
una pequeña fracción del inmenso alegato pronunciado el 17 de octubre.
Jruschov dijo textualmente (los subrayados son nuestros):

((Ciertamente, Stalin tenía grandes méritos ante el Partido y el


movimiento comunista y nosotros le rendimos homenaje por ello.

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E L xxn CONCRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA-

Pero era falso relacionar todas las victorias del partido y del pueblo»
con el nombre de un solo hombre. Era desnaturalizar groseramente el
estado real de la situación...
... En su crítica severa del principio del culto de la personalidad
nuestro Partido se ha inspirado en las indicaciones de Lenin y de
su testamento. Se sabe que Lenin apreciaba a Stalin, pero veía sus
defectos e incluso sus taras. Preocupado por los destinos del Partido
y del Estado soviético Vladimiro Ilicht, en diciembre de 1922, es
decir, poco después de la elección de Stalin para el puesto de secreta-
rio general del Comité Central, escribía en una carta dirigida al
Congreso Ordinario de Partidos:
«El camarada Stalin, llegado a secretario general, ha concentra-
do entre sus manos un poder ilimitado y yo no estoy seguro de que:
pueda 6Íempre servirse de él con circunspección... Stalin es dema-
siado brutal y este defecto, perfectamente tolerable en nuestro me-
dio y en las relaciones entre nosotros comunistas, no lo es en las
funciones de secretario general. Propongo, pues, a los camaradas
estudiar un sistema para destituir a Stalin de este puesto y nombrar-
en su lugar a otra persona, aunque no tenga en todas las cosas
sobre el camarada Stalin más que una sola ventaja: la de ser más
tolerante, más leal, más cortés y más atento hacia los camaradas, de.
humor menos caprichoso, etc..»
«Como puede verse, Vladimiro Ilicht comprendía bien que los
defectos de Stalin podían hacer un gran daño al Partido y al Estado..
Por desgracia, la advertencia de Lenin y sus consejos no fueron to-
mados en consideración en tiempo oportuno y el Partido y el país-
tuvieron que atravesar muchas dificultades engendradas por el culto
de la personalidad. En el XX Congreso, el Partido ha criticado el
culto de la personalidad. Conforme a las decisiones del Congreso
puso fin a las alteraciones, corrigió los errores y adoptó medidas para
excluir en el porvenir la repetición de semejantes fenómenos. Era-
una decisión valerosa...»
Para los lectores occidentales era hace tiempo archisabido todo cuanta
Jruschov expuso en el XX Congreso en forma secreta y declaró ahora abier-
tamente en el XXII. Los kravchencos de todas las razas y de todos los.
idiomas lo habían repetido con una coincidencia tal en los testimonios
que la duda sólo era posible para los compañeros de viaje del comunismo,
en quienes se produce con frecuencia la amnesia voluntaria, que es uno-
de los síntomas del carácter esquizofrénico.
Para los rusos, como hemos dicho, también era sabido el asunto no>
sólo porque decenas de millones de hombres, mujeres e incluso niños—y
en esta mención de los niños no hay ningún recurso de malintencionada pro-
paganda, ya que fueron citados en los abracadabrantes relatos que siguie-

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

ron al de Jruschov—.sufrieron material y moralmente repercusiones depu-


radoras en el cruento «6talinato» (como dirían nuestros amigos hispano-
americanos), sino porque la noticia sobre la requisitoria de Jruschov se
había extendido capilarmente desde los miembros del Partido-—actualmente
diez millones—a los doscientos y pico millones de habitantes de la Unión
Soviética. Aunque bien es verdad que entre éstos nadie se atrevía a hablar
de «la cosa» y ésta podía considerarse como un secreto de polichinela,
que son los secretos mejor guardados, ya que nadie los descubre porque
cree que no lo son para los demás,
Al discurso de Jruschov sucedió una tempestad de injurias que según
los que quieren ver un desarrollo dramático en la sucesión de sesiones del
XXII Congreso sorprendió al mismo primer secretario. Este no tuvo más
remedio que recoger todo ese ambiente en el discurso de clausura y abrir
ya «coran populo» la terrible batalla en que eslá empeñado: la batalla
contra un muerto. La «transtumulación» del cuerpo de Stalin, que pasó,
por decreto, de prodigiosa momia lograda por la química enbalsamadora
de los soviets a carroña vulgar abrazada por la madre tierra, es un com-
bate más de la guerra contra un símbolo en el que lo menos importante
son las demenciales y estúpidas facetas externas de lo que se llama desesta-
linización. Los cambios de rótulos, las estatuas derribadas, los rebautiza-
mientos de fábricas, lugares y ciudades en todo el mundo soviético y extra-
soviético, así como las duras palabras del Decreto exhumatorio son sólo
un índice superficial de la intensidad de la lucha contra el monstruo esta-
dista que con indudable genio, aunque con procedimientos que repudia toda
conciencia honrada, consiguió para su país por el camino de una guerra
victoriosa la privilegiada situación beligerante que éste ocupa hoy en el
desconcierto internacional. Todos los hombres que en el mundo se han
manifestado, desde un punto de vista moral, como enemigos de Stalin
tienen razón. Todos..., menos los actuales antiestalinistas del Kremlin, que
cuanto son lo deben precisamente a la predilección despreciativa con que
fueron tratados por Stalin. Sí, las historias soviéticas que cuentan los de-
tractores del comunismo y los que descubrieron a tiempo su ignominia
resultan ser indiscutible verdad según la coral manifestación de los stali-
nistas de antaño en el XXII Congreso. Pero-^y esto es terrible para Jrus-
chov y los suyos—ahora podemos creer también sin esfuerzo alguno que
es verdad lo que de éstos se dice y se escribe en Occidente.
No ignoraba Jruschov el tremendo impacto que en todo el mundo co-
munista iba a producir el intento de aniquilación moral de Stalin. Esto
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EL XXII CONCRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

da una idea de la gravedad de la situación que le llevó a afrontar el riesgo


de ese impacto. En efecto, la cosa estaba ya planteada de tal modo que o
Stalin era definitivamente vencido o Stalin, por medio de Molotov y los
suyos, seguiría reinando después de muerto. El mismo Jruschov lo confiesa
en su mensaje cuando dice:

«Ciertamente, nuestro Partido comprendía bien que los errores


y las alteraciones, los abusos del poder revelados podrían provocar
en el seno del Partido y del pueblo un cierto sentimiento de amar-
gura e incluso de descontento; llevar consigo ciertas pérdidas y he-
chos negativos. Comprendía perfectamente que eso crearía dificulta-
des provisionales para el Partido comunista de la Unión Soviética
y para los partidos marxistas leninistas hermanos. Pero el Partido ha
preferido afrontar audazmente las dificultades.»

Lo que con su optimismo característico califica Jruschov de dificulta-


des provisionales pueden ser dificultades permanentes e incluso, si a la
estrategia política de los soviets se logra oponer otra de análoga inteli-
gencia, pueden suponer la gran dificultad final. Porque al proyectarse el
cisma Stalin-antiStalin sobre el teatro de operaciones comunista planetario,
no es seguro que la victoria pueda corresponder a la segunda de las ten-
dencias. Sobre todo si la primera es alentada, como medio para lograr su
propio triunfo, por el Mundo Libre.

Claros y distintos están los objetivos que Jruschov ha formulado res-


pecto a la política extranjera que es función, como se sabe, de su política
interior. No se olvide que tal vez la más acertada manera de entender la
existencia y acción del comunismo es concebirlo como una forma de im-
perialismo ruso, lo que puede rastrearse no sólo en el giro teórico que
Jruschov ha dado a la teoría marxista leninista del Poder, sino en su acti-
tud respecto de sus aliados del campo socialista. Antes de pasar adelante
conviene reproducir los términos en que Jruschov definió la política ex-
terior de la Unión Soviética. Helos aquí:

«¿Cuáles son las tareas que se derivan de la situación internacio-


nal actual para la política exterior de la Unión Soviética? Nosotros
debemos continuar las siguientes acciones:

— Practicar incansablemente y con espíritu de continuidad como


línea general de la política exterior de la Unión Soviética

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

el principio de la coexistencia pacífica entre los Estados de


regímenes sociales diferentes.
r—> Asentar la unidad de los países socialistas sobre la base de
la colaboración y de la fraternal mutua ayuda y contribuir
a la consolidación de la potencia del sistema socialista mun-
dial.
—• Desarrollar los contactos y colaborar con todos los combatien-
tes de la paz en el mundo entero; con todos aquellos que
quieren la paz nosotros actuaremos contra todos aquellos que
quieran la guerra.
— Consolidar la solidaridad proletaria con la clase obrera y los
trabajadores del mundo entero; nosotros daremos el apoyo
moral y material máximo a los pueblos que luchan por li-
brarse del yugo imperialista y colonial y para asegurar su in-
dependencia.

— Desarrollar al máximo la relación constructiva internacional;


la colaboración económica y el comercio con todos los paí-
ses deseosos de mantener semejantes relaciones con la Unión
Soviética.
— Proseguir una política extranjera sutil y activa tratando de
arreglar por la negociación los problemas mundiales que han
llegado a madurez; denunciar las actuaciones y las maniobras
de los factores de guerra; colaborar de una manera cons-
tructiva con todos los Estados sobre una base de recipro-
cidad.

La vida ha demostrado que el principio de la coexistencia'pacífica


de los Estados con sistemas sociales diferentes anticipado por el gran
Lenin, es el medio de salvaguardar la paz y de conjurar una guerra
general de exterminación. Nosotros hemos hecho y haremos todo lo
que dependa de nosotros para que la coexistencia pacífica y la compe-
tición económica pacífica triunfen en el mundo entero.»

No es necesario una exégesis muy profunda para ver que esa política
extranjera de la Unión Soviética trata solamente de ganar tiempo de guerra
fría para lograr con un mínimo riesgo la victoria del comunismo, que es
a su vez la suya. Todos los demás países son utilizados por la Unión Sovié-
tica como medio para lograr esa finalidad, pero ninguno de ellos merece
una consideración especial en cuanto al problema de su acceso al comu-
nismo. La Unión Soviética presentó en el XXII Congreso el programa de

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EL XXII CONCRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

la construcción del comunismo en la U. R. S. S. al cabo de veinte años.


Para ello indudablemente necesita la paz y quiere garantizársela por medio
de la hostilización constante al Mundo Libre a cargo de los doce países
satélites, con los que Stalin aumentó el imperio comunista mundial, y de
las quintas columnas de todos los demás países. Pero es preciso evitar que
entre estos satélites surja alguno con pretensiones de hegemonía y también
que el Occidente aproveche el afán de esa paz especial de los rusos para
acometerlos. Es indispensable igualmente que dentro de la U. R. S. S. no se
produzca ningún movimiento quebrantador.

Por todo ello la política interior soviética—que se confunde con la ex-


terior, como es típico del peor imperialismo»—exige una consolidación fé-
rrea de la autoridad oligárquica para imponer a las generaciones actuales
un sacrificio a un ritmo mucho más acelerado que el exigido a las antiguas.
El premio estimulador se les promete ahora a más corto plazo.
Esta política tiene que impedir además competiciones, las rivalidades
y los antagonismos de todo tipo entre los distintos países del campo socia-
lista. El ejemplo de Yugoslavia escapándose de este campo y el brote re-
belde de Albania son síntomas amenazadores; hay que procurar que esta
escuela de disidencias prospere.
Es nocivo para la U. R. S. S. que el colosal aliado tenga su política
propia y con ésta, lo mismo en el plano teórico que en el plano práctico»
arrastre en su seguimiento a los comunistas del campo soviético y del
campo occidental.
El movimiento de oposición a estas tesis lo condensa Jruschov en la
acción del célebre grupo antipartido y en los apoyos que este grupo tiene
en el campo socialista. El descomunal torrente oratorio del primer secreta-
rio del Comité Central del Partido comunista de la Unión Soviética puede
representarse por una sola flecha de ataque que pasa sucesivamente por
Stalin, por el grupo de epígonos de Stalin llamado antipartido y por el
cisma albanés, para terminar clavada en el corazón del gran aliado chino.
Nítida expresión de ello se registra cuando Jruschov, aludiendo inequívoca-
mente a los chinos, polemiza contra «ciertos elementos»-—ante los cinco
mil delegados y sin importarle que el mundo entero lo sepa—en la si-
guiente forma:

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

«Ciertos elementos nos atacan y nos acusan de simplificar o de


suavizar las apreciaciones de la situación internacional cuando in-
sistimos en la necesidad de la coexistencia pacífica en las condicio-
nes presentes. Se nos dice que cargado el acento sobre la coexistencia
pacífica se daría prueba de cierta subestimación de la esencia del
imperialismo y se caería incluso en contradicción con la fórmula leni-
nista del imperialismo.
La definición clásica del stalinismo dada por Vladimiro llicht
Lenin es bien conocida. Esta definición leninista del imperialismo
pone al desnudo el carácter reaccionario y agresivo del imperialis-
mo como último estadio del capitalismo. El imperialismo está unido
•de una manera indisoluble a las guerras y a la lucha por un nuevo
reparto del mundo, para el sometimiento de los pueblos, para su
opresión por el capital monopolista. Es capaz de lanzarse a cualquier
-aventura.
Esta definición de la esencia del imperialismo conserva todo su
valor a la hora actual. Nuestro Partido no solamente no niega esta
definición; la ha confirmado y se inspira en ella en toda su política,
en la elaboración de la estrategia y de la táctica de la lucha revo-
lucionaria, lo que está atestiguado de manera convincente por nues-
tro proyecto de nuevo programa. Al mismo tiempo el Partido que
se mantiene sobre el terreno del marxismo leninismo fecundo tiene
por deber el tomar en consideración los grandes cambios que se han
producido en el mundo desde que Lenin estableció su análisis del
imperialismo.
Nosotros atravesamos un período que se caracteriza por la exis-
tencia de dos sistemas mundiales; un período en el que el sistema
mundial del socialismo se desarrolla rápidamente y en que el mo-
mento no está lejos en que sobrepasará al sistema capitalista mundial,
incluso en la esfera de la producción de bienes materiales. En cuan-
to a la ciencia y a la cultura en numerosas de sus ramas los países
del sistema socialista mundial han sobrepasado ya considerablemente
a los países del capitalismo. A la hora actual el sistema socialista
mundial es más poderoso que los países del imperialismo también
sobre el plan militar. Visto este estado de cosas, no se puede afirmar
que estos últimos decenios nada se ha producido en el mundo y
nada ha cambiado en el mundo. Sólo los hombres que se mantienen
separados de la vida, qve no ven los grandes cambios que se han
producido en la relación de fuerzas en la arena mundial pueden obrar
de esta manera.»

En todos los párrafos encontramos definida la política internacional de


Jruschov. Reclama, como se ve, la justa interpretación de la doctrina
marxista-leninista y su adaptación a los tiempos actuales sin temer que se
l e acuse de lo que él acusa a los demás: de revisionismo. No obstante, en

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EL XXII CONCRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

este caso el adversario ideológico—Mao-Tse-Tung—requiere argumentos más


fuertes. Porque Mao-Tse-Tung también dice aplicar la teoría a la práctica
y cree que existe ahora una ocasión propicia para la implantación del co-
munismo en el mundo, aunque sea pasando inmediatamente por la guerra.
En este sentido es fiel seguidor de la línea de Stalin y aspira a un gran blo-
que rojo beligerante dispuesto a anticiparse en el desencadenamiento de
la G. M.-3 al bloque imperialista, según Mao, consustancialmente agresivo.
Posiblemente hay una gran coincidencia entre los términos de la carta anti-
Jruschov que Molotov dirigió al soviet y lo que los expertos en comunis-
mo adjudican como criterio a Pekín en cuanto a la necesidad de retornar al
camino duro.
Para Pekín parece indispensable «volver a las fuentes del marxismo-le-
ninismo» con la creación de un comité internacional comunista encargado
de hacer respetar la doctrina marxista e interpretarla.
Se dice que en un memorándum remitido por Chu En-Lay a Moscú se
preconizaba la formación de un solo frente marxista Asia-Europa, lo que
implicaría la adopción de decisiones comunes de Pekín y de Moscú; la
entrega de armas nucleares a la China hasta el momento de que ésta dis-
ponga de las suyas; la prohibición de toda experiencia nuclear sin acuerdo
previo con los otros partidos comunistas; el real abandono de la O. N. U.
si la China popular no entraba en ella y la reconciliación con los alba-
neses.

A pretensiones concretas y juegos dialécticos ha contestado Jruschov


bien con palabias, bien con actos. Entre estos últimos está la explosión de
la bomba de 50 megatones. Por lo que respecta a las palabras, la bonita
parábola del «Elefante y del Tigre» resulta muy adecuada no sólo al estilo
de Jruschov, sino a la receptiva sensibilidad del amarillo autor de la me-
táfora de las cien flores comunistas.

«Verdaderamente—-dijo Jruschov—, la esencia del imperialismo,


su carácter agresivo, no han cambiado. Pero sus posibilidades son
ahora diferentes de lo que eran durante el período de su dominación
exclusiva. Ahora la situación es tal que el imperialismo no puede
dictar su voluntad a todo el mundo y aplicar sin dificultades su polí-
tica de agresión.
Las fuerzas invencibles del sistema socialista mundial y en pri-
mer lugar las de la Unión Soviética son un obstáculo a los apetitos
de conquista de los imperialistas que tienden a un nuevo reparto

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

del mundo y a la sumisión de los otros pueblos. Estas fuerzas limi-


tan las ambiciones de los imperialistas rapaces. Centenares de millo-
nes de hombres en los países pacíficos luchan por la paz y todos los
pueblos se pronuncian por la paz. Esto es lo esencial y de lo que es
preciso daree cuenta.
Para que el pensamiento que yo acabo de expresar sea más claro
evocaré el ejemplo siguiente: el tigre es un animal feroz y perma-
nece siéndolo hasta que se muere. Pero se sabe que el tigre no ataca
jamás al elefante. ¿Por qué? La carne del elefante no es, sin duda,
peor que cualquier otra y al tigre no le desagradaría sin duda sabo-
iearla. Pero teme atacar al elefante por la razón de que este último
es más fuerte que él. Si el tigre rabioso se pone a atacar al elefante
no cabe duda que le costará la vida y que el elefante le pateará hasta
la muerte.
Vosotros habéis visto sin duda en los films sobre la vida en
África y en Asia cómo los reyes, los príncipes, los rajas y otros no-
tables montados sobre elefantes dan caza a los tigres. Lo hacen por-
que saben que este método de la caza al tigre no presenta peligro.
Y si se continúa esta comparación, hay que decir que a la hora
actual la Unión Soviética, los países del campo socialista, representan
una fuerza más importante para los imperialistas que la del elefante
para el tigre.
La situación es casi la misma respecto del imperialismo; actual-
mente los imperialistas están obligados, no tanto a causa de su buen
sentido como de su instinto de autoconservacion, si así puede de-
cirse, de tener en cuenta el hecho de que ellos no pueden aplastar,
saquear y someter impunemente a todo el mundo. Las fuerzas po-
derosas que se levantan ahora en el camino del imperialismo obligan
a los imperialistas a tenerlas en cuenta. Los imperialistas compren-
den que si ellos desencadenan una guerra mundial, todo el sistema
imperialista execrado del pueblo encontrará en ella su inevitable pér-
dida.
En nuestra época la potencia del sistema mundial del socialismo
ha aumentado como jamás antes de ahora. Reúne ya más de un ter-
cio de la humanidad y sus fuerzas aumentan rápidamente y es la
gran muralla de la paz en el mundo. El principio de la coexistencia
pacífica de los Estados con diferentes sistemas sociales adquiere en
las condiciones presentes una importancia vital.»

Esta acometida didascálica se dirige directamente contra los chinos


y... contra Molotov y sus amigos. Véase el párrafo final:

«Sólo los dogmáticos obstinados que han aprendido de memoria


fórmulas generales sobre el imperialismo y que se obstinan en no
mirar la realidad a la cara no lo comprenden. Es exactamente en es-

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EL XXII CONCRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

tas posiciones en las que se mantiene siempre ese conservador en-


durecido que es Molotov. El y sus semejantes no comprenden los
cambios que se producen en la situación mundial y los nuevos fenó-
menos de la vida; van al remolque de los acontecimientos y desde
hace mucho tiempo han llegado a ser un freno.»

Y sigue luego la tremenda requisitoria contra el régimen de Albania


protegida por la China Roja. Los cargos son los mismos que se hacen a
Stalin y a los miembros del anti-partido: asesinatos en condiciones crue-
les, encarcelamientos, torturas, bloqueo de la crítica y de la oposición.
Pero no ha llegado todavía la hora de referirse a los chinos en los mis-
mos términos, aunque sí hay ya una leve amenaza en el ofrecimiento a
China del papel de mediador en la disputa ruso-albanesa, disputa que
Chu En-Lay calificó en la Tribuna del Congreso de lamentable lavado en
público de ropa sucia socialista.

«Compartimos la inquietud de nuestros amigos chinos—dijo Jrus-


chov—•; apreciamos su preocupación por el refuerzo de la unidad.
Si los camaradas chinos quieren hacer refuerzos para normalizar las
relaciones del partido albanés del trabajo con los partidos hermanos
es poco probable que se pueda encontrar alguno que pudiera con-
tribuir mejor que el partido comunista chino a la solución de esta
tarea.»

La perfecta sinfonía de violencias verbales lanzada por todos los ora-


dores soviéticos y no soviéticos contra Stalin—el hombre a quien sin ex-
cepción todos ellos cantaron un día como un semidiós—; contra el grupo
anti-partido responsable de todos los males pretéritos, inmediatos y futu-
ros de la U. R. S. S-; contra los miembros del partido comunista de la
pequeña Albania, causante de la discordia y de la fractura en el campo so-
cialista, son una réplica a las no pronunciadas palabras de Chu En-Lay que
no tuvieron más que una leve eclosión en la leyenda de esa corona—'tal vez
la última—que el ministro chino depositó sobre el cuerpo del penúltimo
zar rojo.
Llama la atención, sin embargo, que en cierto modo Yugoslavia haya
sido, aunque no del todo, la gran ausente en esa pugna depuradora del
XXII Congreso. Es posible que la intención de Jruschov cuando la men-
cionó en su discurso inicial fuera hacer de ella el objetivo del ataque, ya
que insistió en que en la histórica conferencia de noviembre de 1960 había
reafirmado «de una manera convincente la voluntad y la resolución de

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

los partidos comunistas de defender la pureza del marxismo-leninismo, de


afirmar la unidad de sus filas y de proseguir la lucha resueltamente sobre
dos frentes: contra el revisionismo, peligro principal, y contra el dogma-
tismo». Antes había hecho notar que «sólo los dirigentes de la liga de lo*
comunistas de Yugoslavia manifiestamente afectados de estrechez naciona-
lista ae han desviado del recto camino marxista-leninista por la falsa vía
que les ha conducido al pantano del revisionismo» y que esas ideas revi-
sionistas «marcan con su sello no sólo la actividad teórica, sino también
la actividad práctica de la dirección de la liga de los comunistas de Yugos-
lavia. Su línea de desarrollo aislado, separado de la comunidad socialista
mundial es nefasto y peligroso. Hace el juego a la reacción de imperia-
listas...».
Los que ven en el Congreso una gran influencia de factores imprevistos
podría aducir a su favor el hecho de que a Yugoslavia no se la haya men-
cionado apenas en el discurso final de Jruschov. Como se sabe, Yugoslavia
y Albania son mortales enemigos ideológicos e incluso geopolíticos. ¿Se
juzgó al final que Yugoslavia podría ya considerarse amiga por aquello
de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos? La próxima His-
toria lo confirmará. Lo que sí puede afirmarse es que los primeros sor-
prendidos del giro de los acontecimientos han sido los propios yugoslavos,
ya que justamente en las vísperas del Congreso acentuaban su oposición
anti-soviética y proclamaban en el Komunist, contestando a los ataques
que se les hacen en el Proyecto de Programa del partido comunista ruso
-~-base oficial del XXII Congreso-—, con palabras como estas:

«Se puede encontrar toda una serie de otros argumentos que echan
por tierra a los planteamientos antiyugoslavos del Proyecto deL Pro-
grama, pero no es necesario por la sencilla razón de que sus autores
saben que todas estas afirmaciones han sido inventadas. Por eso
es evidente que la «preocupación» por el socialismo yugoslavo y
todas esas supuestas aclaraciones teóricas exteriorizadas en dicho
documento sobre el llamado revisionismo yugoslavo, les sirven de
pretexto para las presiones, ejercidas hasta ahora, y para las que
tal vez van a ejercer en el futuro, sobre el desarrollo independiente
de Yugoslavia, o sea, para justificar la actitud discriminadora frente
a la Yugoslavia socialista; para alimentar las combinaciones que
tienden a aislar políticamente a Yugoslavia y para proporcionar a
los «críticos» el papel de arbitros políticos y monopolistas en lo que
se refiere a la interpretación de las verdades científicas del marxis-
mo-leninismo. Y lo más importante de todo ello es el hecho de que
esos «críticos» de la Yugoslavia socialista no han renunciado todavía

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EL XXII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE IA UNIÓN SOVIÉTICA

a las aspiraciones de hegemonía respecto a nuestro país. Este es,,


desgraciadamente, el verdadero objetivo de los planteamientos del.
Proyecto de Programa, los cuales, por la naturaleza misma de las,
cosas, ponen en duda a otros diferentes planteamientos formulados en,.,
dicho Proyecto de Programa.
Ni decir que la realidad socialista de Yugoslavia irá desmintiendo-,
diariamente, al igual que en los trece años pasados, a todos estos
ataques contra la Yugoslavia socialista. Y esta vez también se van.'
a estrellar contra la unidad de los pueblos de Yugoslavia, ocupados,
en el trabajo creador de la edificación de las nuevas relaciones so-
cialistas en su país, todas las tentativas de agredir a su libre e inde-»
pendiente desarrollo socialista.»

Lo que prometía ser una marcha triunfal de tipo wagneriano señalando-,


el avance del mundo soviético hacia el cielo comunista (Jruschov, con pro-
bable matiz blasfematorio, habló en su discurso del «asalto del cielo en el!
sentido real y en el figurado») se convirtió en disputa de comadres censu-
rando a una serie de personajes ausentes una multitud de ignominias, mu-
chas veces sangrientas. Pero lo trágico del caso, lo que avergüenza al ser'
humano corriente, es que esta condenación de crímenes se efectuaba en-,
nombre de una absoluta ausencia de moral; se reprochaba a los autores,
sólo el hecho de que sus vergonzosos actos delictivos habían supuesto gene-
ralmente un error que acarreó perjuicios a la tarea del partido de Lenin y
al desarrollo del socialismo en el pueblo soviético.

Desgraciadamente para Jruschev y demás comitres del trabajo forzado,


soviético, la presentación del «cielo comunista», del «paraíso rojo» puede
hacer nacer en esos «cultos» ciudadanos de la U. R. S. S., cuya educación,
cívica se considera siempre como modelo por los «tontos y listos útiles» del
Mundo Libre, ilusiones de raíz típicamente burguesa como ellos dirían.
Por lo cual Jruschov no ha tenido más remedio que describir ante la nueva
ola de delegados la real contextura del paraíso rojo. Empleó para ello la,
gastadísima y en cierto modo envilecedora metáfora de la colmena. «Vosotros
conocéis el ardor laborioso de las abejas: cada abeja aporta su gota de
néctar a la colmena común. Para emplear una imagen nosotros diríamos
que la Sociedad soviética es como una inmensa colmena comunista. Ett
nuestra sociedad cada uno de nosotros debe por su aportación multiplicas-

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

las riquezas del pueblo entero y entonces, con el tiempo nosotros podremos
satisfacer todas las necesidades de los hombres. Pero lo mismo que en la
abeja existen parásitos que las mismas abejas y el apicultor se esfuerzan en
expulsarlos del mismo' en nuestra colectividad soviética se encuentran gen-
tes que sin dar nada a la sociedad quieren vivir a sus expensas. Hay to-
davía entre nosotros personas inclinadas a pensar que el comunismo es
una sociedad en la que reina la desocupación y la ociosidad. Desgraciada-
mente, en nuestra propaganda oral e impresa sucede con frecuencia que la
sociedad del porvenir sea planteada de una manera simplista y superficial se
imagina que bajo el comunismo el hombre no tendrá que sembrar ni moler:
no tendrá más que hincharse de pastelillos. Tal imagen del comunismo
es propia de los pobres de espíritu, de los filisteos y de los pará-
sitos.»
En esc párrafo de la colmena están como resumidos todos los defectos
de la Sociedad soviética, entre los que tal vez no sea el menor la abundan-
cia de esos «pobres de espíritu» y esos parásitos que unas veces, porque lo
sean en realidad, y otras porque con esos nombres designa Jruschov a los
enemigos de su política o a los enemigos lisa y llanamente del comunismo,
constituyen un problema importante dentro de la U. R. S. S. También
Jruschov muestra en las anteriores líneas que la famosa «Jauja» y la edad
de oro soñada no diferirán gran cosa de la situación actual. Y la situación
actual no es como para hacerse demasiados ánimos...

El XXII Congreso del Partido comunista, congreso revolucionario como


literalmente le llamó Jruschov—lo que se presta a que por algún «sutil
intelectual» de Occidente juegue a decir que «revolución en la revolución;)
equivale a tradición y que ya está Jruschov en el buen camino™, pone al
descubierto, no se sabe si contra la voluntad de sus mismos protagonistas,
la aguda crisis del comunismo en la U. R. S. S. y en el mundo. La serie de
cuestiones que pueden irse anotando al hilo del discurso de Jruschov son
como los distintos aspectos de esta crisis que en el fondo no es más que el
fracaso del intento de implantación en el mundo de un sistema social abso-
lutamente contrario al orden cristiano.
Pero acaso sea la cuestión básica la que está en tela de juicio, el pres-
tigio de Jruschov a causa de los sucesivos descalabros de la política social
y económica interior y de los callejones sin salida en la exterior. Jruschov,
como se ha visto, los achaca todos a ese nocivo grupo anti-partido que

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EL XXII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

Molotov capitanea. Implicada con la misma cuestión está la lucha contra


el nunca muerto y ahora explotado prestigio de Stalin. El nuevo Congreso
tiene una gran mayoría de hombres de menos de cuarenta años. Cada vez,
naturalmente, es más reducido el número de viejas glorias que influyen
en la política de la U. R. S. S. Los hombres menores de cuarenta años
tienen troquelado el subconsciente con la figura de Stalin. La satánica
educación comunista se vuelve ahora contra los comunistas mismos. Será
difícil borrar de sus almas la idea de que Stalin es el verdadero forjador
de la patria soviética, el hombre «con cuyo corazón late el corazón de
millares de hombres»; Stalin, para todos los excombatientes soviéticos
—hoy la mayoría moral de la nación—-, personifica la victoria contra el
invasor alemán y el equipo de Jruschov no es más, según ellos, que un
aprovechador de los éxitos de Stalin.
Este amor a Stalin, amor «reverencial» de una gran mayoría del intoxi-
cado pueblo soviético, se hizo indispensable para llenar el vacío que se
produjo en Rusia con la extirpación sangrienta del cristianismo. El eslavo
encuentra más acorde con su carácter creer en Lenin y Stalin que obede-
cer a los equipos de pseudorrazonadores que caracterizan exteriormente el
reinado de Jruechov.
Exteriormente hemos dicho. Porque en resumidas cuentas Jruschov no
difiere mucho psicológicamente de Stalin y trata de ocupar por todos los
medios el puesto dejado por éste. Tal vez en la metáfora de la colmena
se ve a sí mismo como el apicultor que expulsa a los zánganos y en la
parábola del tigre y el elefante se imagine montado en este último aniqui-
lando poco a poco potencias capitalistas...

Con el XXII Congreso queda abierto, pues—íomo tantos han explica-


de^—, el más virulento de los cismas en el propio Partido comunista ruso
y en todos los partidos comunistas del mundo. Por primera vez toma cuer-
po en todo el comunismo una gran herejía encarnada posiblemente por
grandes masas. Todos los desviacionismos y troskismos habidos hasta el
presente están en trance de quedar relegados a un segundo término ante
un stalinismo que ya por de pronto puede llegar a ser profesado en plazo
breve por 400 millones de chinos.
Pero es que, además, las pequeñas herejías muertas revivirán ahora,
ya que todas—la revisionista yugoslava incluida—han sido perseguidas por
la dictadura ideológica de la época del culto a la personalidad. Como se

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EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ

sabe, Stalin concebía—y no sólo de nombre—el monolitismo absoluto del


bloque soviético; para él tenía la misma importancia, como alguien dijo,
un troskista catalán de los que hacía asesinar por medio de sus testaferros
durante la guerra de España que un discrepante cualquiera de su natural
Georgia. Esta política dura y ofensiva de Stalin, para quien la agresión al
mundo capitalista era un imperativo absoluto, tiene seguramente multitud
de partidarios en la U. R. S. S., disconformes con el maquiavelismo jruscho-
viano en cuya eficacia no creen. Hay quien ve la misma tensión entre el
equipo de Jruschov y los duros de la U. R. S. S. (personificados por el gru-
po anti-partido y gran masa de jefes del Ejército, a quienes hubo de compla-
cer al fin anulando la tan cacareada desmovilización) que la existente entre
Kennedy y algunos generales del Pentágono, que preconizan el abandono
de las contemporizaciones diplomáticas con los soviets. Esta hipótesis pa-
rece francamente exagerada, pero es posible que exista en ella un pequeño
fondo de verdad. Jruschov ataca el culto de la personalidad, pero al mismo
tiempo no deja de resaltar el éxito logrado en la U. R. S. S. bajo su propia
dirección, conseguida—como confesó-—por un golpe de fuerza después de
haber perdido la ((mayoría aritmética» en el Comité Central del P. C. U. S.
Importándole muy poco que sea o no justificable desde el punto de vista
de la doctrina marxista leninista hace estallar la bomba de 50 megatones
como alborada del Congreso y da la noticia de que Rusia posee la de 100
megatones. Se trata de advertencias a los tigres, que no son sólo' capitalistas,
sino también ruso6, chinos y de todos los países satélites (y muchos de
ellos visten uniforme militar).
Las espadas quedan en alto después del XXII Congreso del Partido
comunista. Pero no se trata de la batalla de la libertad, como es opinión
de algunos. Jruschov no abrió a su pueblo ninguna puerta de libertad,
aunque sí le está enseñando el cinismo y la hipocresía haciéndole hablar
de conquistas liberales. La guerra va probablemente a desarrollarse entre
dos taifas comunistas que podríamos llamar ya desde ahora staliniana y
jruschoviana, guerra que puede extenderse a todo el mundo y adoptar por
parte de los stalinianos los más insospechados giros. Los stalinianos pueden
entrar en batalla incluso aprovechando en alguna ocasión el frente de la
libertad y ahi tenemos a esas juventudes comunistas italianas exigiendo ya
que se estudien de nuevo bajo otra luz los últimos treinta años de co-
munismo y que se reconsidere la condena de Trotstky, cuya rehabilitación
pide su viuda al Soviet Supremo de la U. R. S. S.
EL XXII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

¿Qué será lo mejor para Occidente? La existencia del cisma comunista,


desde luego, y su permanencia y «cronificación» mejor todavía. Pero si
hay que desear algún desenlace es posible que para el Mundo Libre exis-
tan más ventajas en el claro deslinde de campos que los stalinistas propo-
nen que en la confusión de río revuelto a favor de la que quiere trabajar
Jruschov, amparado por todos los papanatas políticos del «Progresismo»
universal.
EDUARDO BLANCO RODRÍGUEZ.

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